Sentencia C-551-2001

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SENTENCIAS SOBRE ABORTO

1.-Sentencia C-551/01 MP: ALVARO TAFUR GALVIS. Fecha: Mayo


30 de 2001

El punible del homicidio preterintencional y el denominado parto o


aborto preterintencional son comportamientos delictivos distintos con
elementos y bienes jurídicos vulnerados diferentes, lo que justifica que
los puntos de referencia para la estructuración de los tipos penales
respectivos y la delimitación de las sanciones aplicables sean
diversos, sin que ello vulnere el principio de igualdad. Si bien en
ambos eventos se produce un segundo resultado que va más allá de
la intención del actor, en el homicidio tipificado en el artículo 105 la
preterintención se refiere a un tratamiento privilegiado frente al delito
base, es decir, el homicidio simple. Mientras que en el tipo del parto
prematuro o aborto preterintencional, se produce un resultado
agregado a la descripción típica básica (para este efecto las lesiones
personales) que constituye una consecuencia del acto inicial, que
merece mayor reproche penal por la gravedad del daño o peligro
causado.

“Como lo recuerda la vista fiscal, el punible del homicidio


preterintencional y el denominado parto o aborto preterintencional son
comportamientos delictivos distintos con elementos y bienes jurídicos
vulnerados diferentes, lo que justifica que los puntos de referencia
para la estructuración de los tipos penales respectivos y la delimitación
de las sanciones aplicables sean diversos, sin que ello vulnere el
principio de igualdad.

Si bien en ambos eventos se produce un segundo resultado que va


más allá de la intención del actor, en el homicidio tipificado en el
artículo 105 la preterintención se refiere a un tratamiento privilegiado
frente al delito base, es decir, el homicidio simple. Mientras que en el
tipo del parto prematuro o aborto preterintencional, se produce un
resultado agregado a la descripción típica básica (para este efecto las
lesiones personales) que constituye una consecuencia del acto inicial,
que merece mayor reproche penal por la gravedad del daño o peligro
causado.

Cabe aclarar al respecto que dentro de la normatividad vigente, la


misma conducta se encuentra tipificada en el artículo 338 bajo la
denominación de “Lesiones seguidas de parto prematuro o aborto”, y
que la jurisprudencia y la doctrina han identificado claramente esta
conducta punible, dentro de los llamados “delitos calificados por el
resultado”.

(…)

“ Resulta lógico que merezca mayor reproche penal quien comete el


homicidio con dolo, que quien sin tener el ánimo de matar resulta ser
autor de un homicidio como consecuencia de actos encaminados a
una conducta punible de menor gravedad. Por ello en ese caso el
carácter preterintencional de la conducta hace que la pena atribuida al
delito sea menor.

Contrario sensu, resulta igualmente lógico que el legislador haya


determinado que merece mayor reproche penal y por tanto, mayor
sanción quien al cometer el delito de lesiones personales, genere el
parto prematuro o el aborto en la mujer lesionada, aun cuando tal no
haya sido su intención. En este segundo caso, al consumar la
conducta reprochada resultan vulnerados más bienes jurídicos
protegidos, ya que no sólo se compromete con mayor intensidad la
integridad personal de la mujer lesionada, sino también la de su hijo
que igualmente puede resultar lesionado o muerto.

No debe perderse de vista que en el caso del artículo 105 la pena que
se disminuye es la establecida para el homicidio intencional, mientras
que en el caso del artículo 118, la pena que se agrava es la de las
lesiones personales.
Por tanto, para la Corte resulta razonable y proporcionado que el
artículo 118 de la Ley 599 de 2000 señale de manera particular que
son circunstancias que agravan punitivamente el delito de lesiones
personales, por sus consecuencias, la circunstancia de que “a causa
de la lesión inferida a una mujer, sobreviniere parto prematuro que
tenga consecuencias nocivas para la salud de la agredida o de la
criatura, o sobreviniere el aborto”.

Así y en atención a la comparación propuesta por la demandant

2.-Sentencia C-647/01 MP: ALFREDO BELTRÁN SIERRA

“ Limitada como se encuentra la Corte en este caso para analizar


únicamente la constitucionalidad del parágrafo acusado por el
actor, se encuentra por esta Corporación que la norma en él
contenida no resulta violatoria de la Constitución. En efecto,
luego de haberse definido por la ley el delito de aborto en dos
modalidades y las circunstancias de atenuación punitiva, en el
parágrafo aludido se establece por la ley una causal personal de
exclusión de la pena, cuando concurran los requisitos allí
señalados, asunto éste para cuya regulación se encuentra como
fundamento la potestad que para hacer las leyes le atribuye al
Congreso de la República la Constitución (arts. 114 y 150 C.P.).

Obsérvese como el legislador en el parágrafo acusado instituye lo


que en la doctrina se ha denominado como una excusa
absolutoria, una verdadera causal de impunidad legal, abandona
el rigor ciego que a la comisión del delito y la declaración de
responsabilidad impone como consecuencia necesaria la pena a
su autor, para que el juez, analizadas las circunstancias del caso
concreto, pueda concluir en la prescindencia de la imposición de
la pena, si se reúnen unos requisitos determinados.
No se trata de una potestad discrecional y absoluta para el
juzgador, lo que dejaría la posibilidad o no de prescindir de la
pena al arbitrio judicis, sino de una facultad reglada, pues es la
propia ley la que señala de manera estricta los presupuestos que
han de aparecer probados para motivar la decisión que en la
sentencia se adopte. El juez, como se ve, ha de establecer
primero que el embarazo sea producto de un acceso carnal o acto
sexual sin consentimiento, abusivo, o que se haya producido una
inseminación artificial no consentida por la mujer o que haya
ocurrido una transferencia de óvulo fecundado sin su
consentimiento; a continuación, debe emprender el análisis de las
pruebas que obren en el expediente en relación con las
condiciones de motivación de la determinación de abortar
asumida por la mujer para establecer si ellas son ordinarias o
extraordinarias, es decir, si se salen de lo común, si se
encuentran fuera del actuar de otras mujeres puestas en las
mismas condiciones de tiempo, de modo y de lugar según el
medio económico-social, teniendo en cuenta siempre que lo
extraordinario es la excepción y no la regla; y, por último, el juez,
ha de emprender luego el análisis particular para el caso
sometido a su juzgamiento sobre la necesidad o no de la pena,
habida consideración de las finalidades de la misma, lo que
implica que ha de tener en cuenta las funciones que está llamada
a cumplir respecto de la sociedad y de la sindicada, para
determinar si es de alguna utilidad o de ninguna dadas las
circunstancias particulares y concretas.

Tampoco resulta inconstitucional el parágrafo acusado por la


supuesta violación del derecho a la vida como lo afirma el
demandante, y por las razones que él aduce para sustentar su
demanda, pues el nuevo código penal, como ya se dijo, en los
artículos 122 y 123 define el delito de aborto como lo consideró
conveniente el legislador en el marco de un Estado Social,
pluralista y democrático de Derecho. Y, conforme a su potestad
de configuración de la ley, el Congreso de la República juzgó
necesario y conveniente de acuerdo con las circunstancias
sociales, políticas y culturales establecer una causal personal de
exclusión de la pena, la que puede legítimamente adoptarse como
decisión legislativa, que fue precisamente lo sucedido al incluir
como disposición legal el parágrafo del artículo 124 de la Ley 599
de 2000, que en manera alguna viola la Carta Política.”

Unidad normativa
 
Por último, en relación con las consideraciones previas, se debe señalar que la
confrontación propia del control de constitucionalidad exige que el análisis “recaiga
sobre expresiones integradas que plasmen un contenido autónomo, configurando
una norma o una proposición susceptible de producir, por  sí  misma,  efectos 
jurídicos”[7]. Por ello, una palabra o una frase -aisladas- no pueden ser calificados
como constitucionales o inconstitucionales, a menos que se las armonice y 
relacione con el contexto normativo en el que estén inscritas. Así ha dicho esta
Corporación:
 
"Para que la Corte Constitucional pueda entrar a resolver sobre la
demanda incoada por un ciudadano contra fragmentos normativos,
resulta indispensable que lo acusado presente un contenido
comprensible como regla de Derecho, susceptible de ser cotejado con
los postulados y mandatos constitucionales.
 
Las expresiones aisladas carentes de sentido propio, que no producen
efectos jurídicos ni solas ni en conexidad con la disposición completa
de la cual hacen parte, no son constitucionales ni inconstitucionales, lo
que hace imposible que se lleve a cabo un juicio sobre la materia.
 
Es necesario que, por una parte, exista proposición jurídica integral en
lo acusado y que, por otra, en el supuesto de su inexequibilidad, los
contenidos restantes de la norma conserven coherencia y produzcan
efectos jurídicos.
 
En principio, el hecho de que el objeto de la decisión de la Corte esté
compuesto sólo por palabras que de suyo nada expresan, mandan,
prohíben ni permiten, debería conducir a la sentencia inhibitoria por
ineptitud sustancial de aquélla.
 
Pero, en razón del carácter informal de la acción pública, que ha de
despojarse de tecnicismos y complejidades procesales con miras a la
efectividad del derecho político del ciudadano (art. 40 C.P.), esta Corte
prefiere interpretar la demanda, en búsqueda de su propósito, y
estructurar, con base en él, y con apoyo en lo ya decidido en anteriores
sentencias que han hecho tránsito  a cosa juzgada, la proposición
jurídica completa, es decir, la regla de Derecho sobre la cual habrá de
recaer el examen de constitucionalidad y el fallo" [8].
 
 
Al respecto cabe recordar  que la unidad normativa procede en relación tanto con
decisiones de inexequibilidad como de exequibilidad, pero ello siempre de manera
excepcional[9].
 
En el presente proceso, se hace necesario integrar la proposición jurídica
completa  en relación con las expresiones “imputar” -sin la cual el texto carecería
de sentido- y “salvo lo establecido en instrumentos internacionales”, con el resto
de las expresiones contenidas en el artículo 8 de la ley 599 de 2000 cuyo tenor
literal es el siguiente:
 
Artículo 8°. Prohibición de doble incriminación. A nadie se le podrá imputar más
de una vez la misma conducta punible, cualquiera sea la denominación jurídica
que se le dé o haya dado, salvo lo establecido en los instrumentos
internacionales.
 
 Como se deduce, entonces, es necesario integrar dichas expresiones en el
conjunto del inciso para poder analizar los cargos que la demandante hace en este
caso referentes a la violación del principio de non bis in idem.
 
Situación similar acontece en relación con el artículo 118 de la ley 599 de 2000
cuyo tenor es el siguiente:
  
Artículo 118. Parto o aborto preterintencional. Si a causa de la lesión inferida a
una mujer, sobreviniere parto prematuro que tenga consecuencias nocivas para la
salud de la agredida o de la criatura, o sobreviniere el aborto, las penas
imponibles según los artículos precedentes, se aumentarán de una tercera parte a
la mitad.
 
En este caso resulta necesario estudiar la  palabra “aumentarán” dentro del
artículo 118 para poder analizar el cargo señalado por la actora en relación con la
violación del principio de igualdad, puesto que si se suprimiera la expresión
demandada, el artículo quedaría sin sentido, en la medida en que es precisamente
la expresión “aumentarán” la que articula la proposición jurídica aludida. 
 
En consecuencia, la Corte procederá a efectuar la unidad normativa pertinente en
ambos casos.
 
La ausencia de violación del principio de igualdad
 
La demandante plantea en relación con tres de las normas atacadas la presunta
violación del principio de igualdad consagrado en el artículo 13 de la carta Política.
Previamente al análisis respectivo, esta Corporación considera pertinente recordar
los principales criterios que en materia de potestad de configuración del legislador
en el ámbito penal y sobre el principio de igualdad ha establecido la jurisprudencia,
con el fin de que sirvan de marco para el análisis de las disposiciones atacadas
por este concepto. 
 
 
5.1  La potestad de configuración del legislador y el principio de igualdad en
materia penal
 
La jurisprudencia de la Corte ha sido constante en afirmar la  potestad de
configuración del legislador en materia penal. Esta competencia  sin embargo,  si
bien es amplia, se encuentra necesariamente limitada por los principios
constitucionales, y en particular por los principios de racionalidad y
proporcionalidad a los que se ha referido la jurisprudencia.
 
Así ha dicho la Corte  en la Sentencia  C-1404/2000 que:
 
“En principio, por virtud de la cláusula general de competencia
legislativa que le atribuyen los artículos 114 y 150 de la Carta, el
Congreso cuenta con la potestad genérica de desarrollar la
Constitución a través de la creación de normas legales; ello incluye, por
supuesto, la facultad de legislar sobre cuestiones penales y
penitenciarias. No obstante, como lo ha reconocido ampliamente esta
Corporación, dicha libertad de configuración del legislador encuentra
ciertos límites indiscutibles en la Constitución, la cual no le permite
actuar arbitrariamente, sino de conformidad con los parámetros que ella
misma establece. Es decir, se trata de una potestad suficientemente
amplia, pero no por ello ilimitada; y en materia penal y penitenciaria,
estos límites son particularmente claros, por estar de por medio
derechos fundamentales muy caros para la persona humana, como lo
son la libertad personal y el debido proceso, así como valores sociales
tan importantes como la represión del delito o la resocialización efectiva
de sus autores. 
 
Entre los principales lineamientos que han sido señalados por la
jurisprudencia constitucional para la acción del Legislador en estas
áreas, se encuentra aquel según el cual las medidas que se tomen
deben estar orientadas por los parámetros de una verdadera política
criminal y penitenciaria, que sea razonada y razonable, y en ese
sentido se ajuste a la Constitución. Quiere decir esto, que en desarrollo
de sus atribuciones, el Congreso de la República puede establecer
cuáles conductas se tipifican como delitos, o cuáles se retiran del
ordenamiento; puede asignar las penas máxima y mínima atribuibles a
cada una de ellas, de acuerdo con su ponderación del daño social que
genera la lesión del bien jurídico tutelado en cada caso; e igualmente,
puede contemplar la creación de mecanismos que, orientados hacia la
efectiva resocialización de quienes hayan cometido hechos punibles,
favorezcan el desestímulo de la criminalidad y la reinserción de sus
artífices a la vida en sociedad. En los términos utilizados recientemente
por la Corte en la sentencia C-592/98 (M.P. Fabio Morón Díaz),“el
legislador, en ejercicio de las competencias constitucionales de las que
es titular, puede establecer procedimientos distintos y consagrar
regímenes diferenciados para el juzgamiento y tratamiento penitenciario
de delitos y contravenciones, pudiendo, incluso, realizar
diferenciaciones dentro de cada uno de estos grupos, en la medida en
que unos y otros se fundamenten en criterios de razonabilidad y
proporcionalidad que atiendan una valoración objetiva de elementos
tales como, la mayor o menor gravedad de la conducta ilícita, la mayor
o menor repercusión que la afectación del bien jurídico lesionado tenga
en el interés general y en el orden social, así como el grado de
culpabilidad, entre otros”[10]
 
En términos similares  la Corte en la Sentencia C-746/98 con ponencia del
Magistrado  Antonio Barrera Carbonell  había  señalado:
 
“Esta Corporación, en las oportunidades en que ha revisado la
constitucionalidad de algunas normas de la ley 228 de 1998, ha
considerado que compete al legislador, conforme a la cláusula general
de competencia, trazar la política criminal del Estado y determinar
cuáles conductas constituyen delitos y cuáles contravenciones. Sobre
el particular expresó la Corte en la sentencia C-198/97 [11], lo siguiente:
 
"Cabe anotar que la selección de los bienes jurídicos merecedores de
protección, el señalamiento de las conductas capaces de afectarlos, la
distinción entre delitos y contravenciones, así como las consecuentes
diferencias de regímenes sancionatorios y de procedimientos obedecen
a la política criminal del Estado en cuya concepción y diseño se
reconoce al legislador, en lo no regulado directamente por el
Constituyente, un margen de acción que se inscribe dentro de la
llamada libertad de configuración".
 
2.3. Sin embargo, esta facultad no es absoluta, porque al momento de
concretarse el tipo penal, es decir, al describir la conducta objetiva
punible, mediante la selección de aquellos comportamientos, que
destruyan, afectan o ponen en peligro bienes jurídicos esenciales para
la vida en comunidad el legislador debe tener en cuenta los fines,
valores, principios y derechos contenidos en la Constitución. El
legislador, además de concretar el marco jurídico criminal punitivo
complementariamente, determina los procedimientos que deben
seguirse para el juzgamiento tanto de los delitos como de las
contravenciones, observando las garantías propias del debido proceso.
 
De conformidad con lo anterior, el criterio de esta Corporación  ha
sido[12]:
 
“aunque la política criminal  no puede ser objeto de un juicio de
inconstitucionalidad, como bien lo anotó el demandante, por tratarse de
una función que el Legislador ejerce discrecionalmente, las normas que
la concretan  deben  respetar los cánones constitucionales,
especialmente aquellos que plasman derechos y garantías
fundamentales”.
 
2.4. Según las ideas expuestas por la Corte en la sentencia C-394 de
1996, en la libertad de configuración de los delitos y contravenciones el
legislador se encuentra sometido a los principios de objetividad,
racionalidad, proporcionalidad y finalidad (...)” [13].
 
Es decir, que es al Legislador a quien compete establecer el quantum de las
penas, de acuerdo con la valoración que haga de las diferentes conductas en el
marco de la política criminal. Es él quien tiene como atrás se dijo, la potestad de
configuración en materia penal, y que como ha expresado la Corte:
 
  “Mientras en el cumplimiento de la función legislativa no resulten
contrariados los preceptos fundamentales, bien puede el legislador
crear o suprimir figuras delictivas, introducir clasificaciones entre ellas,
establecer modalidades punitivas, graduar las penas aplicables, fijar la
clase y magnitud de éstas con arreglo a criterios de agravación o
atenuación de los comportamientos penalizados, todo de acuerdo con
la apreciación, análisis y ponderación que efectúe acerca de los
fenómenos de la vida social y del mayor o menor daño que ciertos
comportamientos puedan estar causando o llegar a causar en el
conglomerado”[14].
 
Solamente “en los casos de manifiesta e innegable desproporción o de palmaria
irrazonabilidad,”[15] correspondería al Juez Constitucional  declarar  la
inexequibilidad  de las disposiciones normativas objeto de análisis.  Así  ha dicho
la Corte que:
 
“La verificación acerca de si una sanción penal es suficiente o no
respecto del delito para el cual se contempla encierra la elaboración de
un juicio de valor que, excepto en los casos de manifiesta e innegable
desproporción o de palmaria irrazonabilidad, escapa al ámbito de
competencia de los jueces. Si la Corte Constitucional pudiera, por el
sólo hecho de la eliminación de la pena menor, porque la entiende
tenue, cómplice y permisiva, retirar del ordenamiento jurídico una
disposición, estaría distorsionando el sentido del control constitucional.
La norma sería excluida del ordenamiento con base en el cotejo de
factores extraños al análisis jurídico, ecuánime y razonado sobre el
alcance de aquélla frente a los postulados y mandatos establecidos en
la Constitución, que es lo propio de la enunciada función, cuyo objeto
radica, de manera específica, en preservar la integridad y supremacía
constitucionales. Calificaría exclusivamente, por tanto, asuntos de pura
conveniencia, reservados a la Rama Legislativa del Poder Público” [16].
 
Finalmente cabe recordar que sobre el test de razonabilidad en materia de
aplicación del principio de igualdad, la Corte fijó sus principales elementos en la  
Sentencia  C-530/1993, en los siguientes términos.
 
“El principio de igualdad consagrado en el artículo 13 de la Carta
permite conferir un trato distinto a diferentes personas siempre que se
den las siguientes condiciones: que las personas se encuentren
efectivamente en distinta situación de hecho; que el trato distinto que se
les otorga tenga una finalidad; que dicha finalidad sea razonable, vale
decir, admisible desde la perspectiva de los valores y principios
constitucionales; que el supuesto de hecho -esto es, la diferencia de
situación, la finalidad que se persigue y el trato desigual que se otorga-
sean coherentes entre sí o, lo que es lo mismo, guarden una
racionalidad interna; que esa racionalidad sea proporcionada, de suerte
que la consecuencia jurídica que constituye el trato diferente no guarde
una absoluta desproporción con las circunstancias de hecho y la
finalidad que la justifican”[17].
 
La competencia del legislador se encuentra pues claramente delimitada  por los
valores, preceptos y principios constitucionales  a los que se ha referido la Corte
en las  citadas sentencias, las cuales sirven necesariamente de marco al análisis
concreto de constitucionalidad que la Corte entra a hacer enseguida.
 

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