La Diferencia Sexual en Debate

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Leticia Glocer Fiorini

La diferencia sexual en debate


Cuerpos, deseos y ficciones

Lugar
Prefacio

Ya avanzada la entrada en el siglo XXI se constatan


importantes cambios en los códigos simbólicos que ordenan los
lazos sociales. Las fuertes modificaciones en sus modalidades de
configuración en las sociedades occidentales, especialmente en
relación con el modelo de familia nuclear, los avatares del deseo y
las identidades cambiantes, los avances de la biotecnología y la
informática así como los fenómenos de globalización provocan
interrogantes de peso sobre las concepciones referidas a lo
masculino y lo femenino y, por ende, constituyen una
interpelación a la noción de diferencia sexual.
Las teorías sobre la diferencia sexual atraviesan el campo
psicoanalítico. Forman parte del complejo de Edipo/castración y de
su resolución ideal en términos de identificaciones y elección de
objeto sexual, que determinan posiciones para cada sujeto con
fuerte impac to en la práctica clínica.

Tienen importantes relaciones con las nociones sobre la

diferencia sexual en otras disciplinas (Antropología, Sociología,


Filosofía), religiones, mitos y creencias compartidas.
En este marco, nuestra propuesta apunta a analizar las teorías y
metateorías sobre la diferencia sexual y el par
masculino/femenino en el campo psicoanalítico. Es decir, se trata de
investigar las teorías, pero también aquello que está en las bases
de las mismas: las lógicas Y modos de pensamiento que
sostienen tanto a las teorías explícitas como implícitas sobre la
diferencia sexual, que se manifiestan en narrativas y creencias que
infiltran los discursos vigentes y el lenguaje.
10 Leticia Glocer Fiorini

Las lógicas que subyacen a estas teorías tienen un fuerte


impacto en las interpretaciones y construcciones que se efectúan
en la práctica analítica y condicionan el eje transferencia-
contratransferencia. Esto marca en mayor o menor grado el
proceso de la cura.
Asimismo, supone también un abordaje epistemológico e
interdisciplinario ya que se hace necesario repensar esas lógicas,
que se expresan en las herramientas de las que disponemos para
analizar los discursos sobre la diferencia sexual. En otras
palabras, en este recorrido se enfocarán las fuentes epistémicas
que están organizadas como metateorías que, a su vez, sostienen
las teorías sobre la diferencia sexual. Estas teorías pueden ser
privadas o colectivas; conscientes, preconscientes o inconscientes.
Este análisis conceptual implica un recorrido específico por la
obra freudiana y de autores significativos del campo
psicoanalítico, posfreudianos y contemporáneos, que han
aportado específicamente a esta temática en el marco de los
debates que se fueron generando desde Freud en adelante.
Se trata de ir más allá de una aceptación incondicional de
supuestos básicos considerados inmutables y avanzar hacia una
necesaria deconstrucción de los mismos. Solo un trabajo de
deconstrucción puede conducir eventualmente a nuevas
construcciones al respecto.
En esta compleja trama se impone analizar las fantasmáticas
individuales y colectivas que se entrelazan con la construcción de
teorías que sostienen la práctica clínica y de las que ningún
analista está exento.
Es imprescindible también, incluir ideologías, prejuicios,
mitologías, que forman parte de los discursos y el lenguaje y que
se plasman en normativas sociales a la vez que las expresan. De
esta manera pasan, imaginariamente, a constituir invariantes que,
como tales, ac túan como obstáculo a un análisis genealógico de
las mismas.
Es nuestra intención enfocar el tema planteado con la hipótesis
de que no se trata de una cuestión exclusivamente teórica, sino
que está íntimamente entrelazada con la práctica clínica y la
posición del analista al respecto.
Nuestra perspectiva implica apartarnos de respuestas prefijadas,
de esquemas autoexplicativos, de tautologías, de los sistemas
cerrados, de teorías esencialistas, en pos de un acercamiento a la
clínica ya las realidades contemporáneas a través de una escucha que
se abra a interrogantes que permitan desplegar las problemáticas en
juego.
Este libro está en continuidad con una publicación anterior Lo
femenino y el pensamiento complejo (Glocer Fiorini, 2001a) y con
La diferencia sexual en debate 11

numerosos artículos propios sobre el tema publicados en libros y


revistas psicoanalíticos. Es una versión ampliada con algunas
modificaciones de la tesis efectuada para la Maestría de
Psicoanálisis USALAPA que, con el mismo título, fue presentada
en agosto de 2014.
El trabajo sobre lo femenino fue el inicio de un trayecto que
nos condujo hasta las presentaciones contemporáneas de los
itinerarios del deseo, las sexualidades nómades, las identidades
en crisis.
En este recorrido hay un eje que consideramos necesario abordar: el
concepto de diferencia sexual. Hay en este concepto una cuestión que
insiste y es el pensamiento binario, dicotómico, y sus aporías para
analizar estas problemáticas. Por este motivo, hemos recurrido a otros
modos de pensamiento, otras epistemologías, que aportan formas
alternativas de pensar sobre las mismas problemáticas, como lo
son el paradigma de la hipercomplejidad y el pensamiento en
las intersecciones, en los límites.
Esto implicó deconstruir el concepto de diferencia sexual,
abordar distintas perspectivas sobre la diferencia, analizar las
aporías de la polaridad masculino-femenino, revisar otras
opciones para poder repensar el deseo de hijo y considerar las
consecuencias en hombres y mujeres de las distintas
conceptualizaciones sobre la diferencia sexual, cualquiera sea su
orientación sexual e identidad de género.
Introducción
Problemáticas
Las sociedades contemporáneas están atravesadas por cambios
culturales, tecnológicos y fenómenos de violencia social que se
expresan en los discursos vigentes. Se trata, a la vez, de sociedades
globalizadas y fragmentadas, unitarias y multiculturales, en las que la
violencia de género, guerras, enfrentamientos étnicos, raciales y
religiosos, terrorismos, desocupación, migraciones generalizadas y
hambrunas se dan en el contexto de las crisis cíclicas del capitalismo.
Todo esto se constata en cambios en las presentaciones subjetivas y
en las normas que rigen los intercambios sociales y, ciertamente,
tienen efecto en la práctica clínica. Pueden tener efectos diferentes en
hombres y mujeres por lo que en estas situaciones, eventualmente, se
amplifican las problemáticas referidas a la diferencia sexual.
Nos alejamos del sujeto unitario de la Modernidad. En este sentido, es
indudable que el concepto freudiano de inconsciente abrió nuevas
posibilidades de repensar los procesos de subjetivación. En otras
palabras, el sujeto del inconsciente, sujeÃõõšðïñdïðõðÇFä7te de las
propuestas que fisuraron la idea del poder de la conciencia en la
concepción del sujeto. Pero, además, actualmente nos encontramos ante
otros fenómenos como el yo fragmentado y, aun, arrasado de la llamada
Posmodernidad. Los fenómenos de desubjetivación requie- ren un
análisis detenido.
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En este contexto, se hacen visibles otras formas de


subjetivación que podríamos llamar migraciones sexuales y de
género que abren la pregunta acerca de si estas presentaciones
interpelan las teorías psicoanalíticas vigentes y de qué manera. Se
abre la oportunidad de pensar estas cuestiones más allá de
moralismos reduccionistas, pero evitando también las posiciones
acríticas al respecto. Para ello, hay que recordar que se dan en un
marco de caída de los ideales que se viene produciendo desde
mitad del siglo pasado, de cuestionamientos de las normativas
estrictas sobre las posiciones sexuadas y los géneros, de aparición
y mayor visibilidad de nuevos modos de estructuración familiar y
de un fuerte desarrollo de las biotecnologías, Internet y mundos
virtuales.
Así, constatamos que hay una enorme variedad de
presentaciones sexuales y de género que desafían saberes establecidos
sin encontrar cabida en la polaridad masculino-femenino, polaridad
que atraviesa los tiempos y las culturas. Esas diversas presentaciones
no se pueden unificar: homosexualidades, travestismos,
transexualismos, transgéneros, presentaciones queer, en general. Se
trata, entonces, de abordar el amplio espectro de subjetividades que no
encuentran lugar en el dua lismo masculino-femenino. Deberían ser
consideradas montajes que pueden responder a diferentes mecanismos
psíquicos y configuraciones clínicas; es decir, que su homogeneización
atenta contra una comprensión posible de estas presentaciones.
Remarquemos que algunas apuntan a la elección de objeto sexual y al
campo del deseo, mientras que otras apuntan a la identidad sexual o de
género. Esta distinción alude a que el enunciado "soy hombre o soy
mujer" es diferente a "de seo a un hombre o deseo a una mujer" u
otras variantes relativas a las diversidades sexuales y de género,
aunque ambos enunciados puedan coexistir en un mismo s
Revisar estos bordes teóricos implica debatir, cuestionar
consensos dentro del psicoanálisis respecto de las diferentes
teorizaciones sobre la diferencia sexual, el complejo de Edipo, la
envidia del pene en la mujer, el complejo de castración, dentro de los
"universales" psi coanalíticos; sobre las concepciones sobre lo
masculino y lo femenino así como sobre las homosexualidades y
transexualidades en general. A esto se agregan las derivaciones
implícitas sobre otras áreas de la vida humana tales como
maternidades y paternidades, funciones simbólicas y deseo de hijo
(más allá del hombre y la mujer biológicos). También están
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implicadas la violencia sexual y las relaciones de poder en tanto
responden a las normas e ideales vigentes en la trama social• Para
abordar estos temas se hace necesario precisar con qué noción de
sujeto se trabaja.
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Interrogantes
Nos encontramos en el trabajo clínico con la problemática de la
diferencia sexual tal cual se presenta en la diversidad de las
culturas actiuales. ¿Hay elementos a revisitar en las concepciones
sobre la diferencia masculino-femenino?
¿Las parejas homosexuales, el travestismo, el transexualismo, las
presentaciones queer o las nuevas formas de familia en general,
cuestionan el concepto de diferencia sexual? Estas presentaciones,
¿son una expresión degradada de la diferencia sexual clásica femenino-
masculino? En estos casos, ¿los hijos provenientes de formas de
familia no convencionales, quedarían excluidos, abyectos, del sistema
de lazos sociales? Y, si no fuera así, ¿cambiaría el concepto de
diferencia sexual?
Además, ¿es la diferencia sexual una noción dependiente de cam
bios históricos o sociales? O, en el otro polo, ¿se trataría de un axioma
inmutable de la teoría? Más aún, ¿se trata de una categoría que se
encuadraría totalmente en la teoría de la representación?
Como hemos destacado, el análisis del concepto de diferencia
sexual tiene fuertes implicancias en la práctica clínica. En-nuestra
línea de estudios puntualizamos que están en juego normas,
discursos e ideales culturales con respecto a la conceptualización
de las llamadas diversidades sexuales y de género, a las
características de la feminidad y la masculinidad, y a las funciones
simbólicas necesarias para una inserción en un universo de lazos
sociales. Se trata de categorías problemáticas porque sus
fundamentos se proponen como inamovibles.
Esto supone abrir la posibilidad de iluminar y revisar la resolución
de los procesos de subjetivación sexuada, los itinerarios del deseo y
su relación siempre conflictiva con los ideales y legalidades
vigentes. En este marco, cobra especial relevancia la posición del
analista, sus teorías —implícitas y explicitas—, su ideología,
creencias y prejuicios, así como la necesidad de un abordaje que
amplíe el campo de la escucha.

Abordaje
Partimos de la hipótesis de que el concepto de diferencia sexual
en psicoanálisis encuentra un tope al estar sustentado en una lógica
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binaria estricta (fálico-castrado, presencia-ausencia, homologados a
masculino-femenino). La propuesta es pensar esta categoría con
otras
La diferencia sexual en debate 17
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lógicas que permitan descentrarla y generar líneas de fuga


para poder incluir esa lógica dualística, binaria, en
complejidades mayores.
Para ello, abordamos este estudio en el marco epistemológico del
paradigma de la complejidad, tal como fue desarrollado por Morin
(1990) y Prigogine (1988), entre otros, con el objetivo de encontrar
determinismos complejos y recursivos para fenómenos también
complejos. Esto incluye el trabajo en las intersecciones, en las fronteras,
en los límites, que permitan desplegar y ampliar el campo de
comprensión de categorías que se presentan como sustanciales cuando
se inmovilizan en los centros de las teorías. Supone también, la
posibilidad de concebir un psicoanálisis abierto (Eco, 1979), con la
suficiente porosidad y movilidad de sus límites como para generar
revisiones, intercambios con otras disciplinas y debates
productivos. En esta línea, nuestra propuesta es no solo identificar los
topes teóricos, los puntos ciegos, los reparos ideológicos, sino abrir
otras formas, otras lógicas, para pensar la diferencia.

El paradigma de la complejidad permite desplegar:

a) Un pensamiento que acepte heterogeneidades que no siempre


llegan a síntesis dialécticas.
b) Que no se reduzca a polaridades binarias.

c) Que se apoye en conjunciones disyuntivas (Deleuze y


Guattari, 1980).
d) Que afirme un interjuego entre lo instituido y lo instituyente
(Castoriadis, 1986).

Esta propuesta abre la posibilidad de:

e) Investigar las metateorías que sostienen la noción de


diferencia sexual.
f) Deconstruir el concepto de otredad ligado a lo femenino.

g) Utilizar la mayor visibilidad de las migraciones sexuales y de


nero para repensar cl concepto de diferencia sexual.
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De esta manera, nos proponemos, a través de un análisis
concePtual epistemológicamcntc sostenido en paradigmas que
forman parte de dcbatcs con temporáneos, articular desarrollos
psicoanalíticos con aportes de la Filosofía, Antropología,
Sociología y teorías de género para delimitar las raíces de las
definiciones centrales psicoanalíticaS respecto dc la diferencia
sexual, su lógica implícita y sus derivacioneS teóricas y clínicas.
En este marco, también está en juego la propuesta de que cs
necesario un abordaje interdisciplinario.

Por otra parte, esta revisión permite identificar aquellos


conceptos que se encuentran hoy en debate y que pugnan por la
construcción de nuevas alternativas teóricas, lógicas e
interpretativas. A partir de esta descripción se elaboraron los ejes
de tensión conceptual psicoanalíticos y transdisciplinarios y se
propusieron líneas de ajuste, en virtud de establecer nuevos
consensos, aperturas y debates en función de acercar el diálogo
entre el psicoanálisis y la presencia de nuevas realidades,
básicamente desde la mira teórico-clínica.

Propuesta
En la perspectiva planteada nuestra propuesta es:

• Analizar las diferentes posturas teóricas —explícitas e


implíci tas— dentro del psicoanálisis con relación a la
diferencia sexual, al par masculino-femenino y a sus
derivaciones con respecto a la maternidad-paternidad y sus
funciones, al deseo de hijo en hombres y mujeres, a la
violencia sexual y a las funciones simbólicas
imprescindibles para la producción subjetiva.
• Debatir las consecuencias de esas posturas para analizar
las diversidades sexuales y de género y las posiciones
masculina y femenina.
• Considerar las fuertes implicancias teórico-clínicas con
respecto a la construcción subjetiva en los hijos de
familias o parejas no convencionales desde el punto de
vista de la elección sexual o la identidad de género.
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• Abordar los efectos de nociones tales como "angustia de
castración" y "envidia del pene" y sus consecuencias en
las posiciones e identificaciones de psicoanalistas,
hombres y mujeres, al considerar los lugares asignados por
la teoría y los discursos vigentes con relación a la
diferencia sexual.
• Explorar cómo se entrecruzan las normas sociales en cada
época con las teorías sobre la diferencia, con las
fantasmáticas de cada psicoanalista, su ideología, sus
teorías privadas, y cómo se autoperpetúan y potencian
mutuamente.
• Conocer cuáles son las lógicas en juego en cada
interpretación o en cada silencio del psicoanalista en
relación con la diferencia sexual y las posiciones femenina
y masculina.
• Iluminar cuál es el marco teórico y personal disponible en
cada psicoanalista para enfocar estas problemáticas, hasta
dónde hay
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una "libre elección de teorías" y cuáles son los límites en juego.


• Efectuar distinciones entre la diferencia sexual y otros niveles
en que se juega la diferencia.
• Discutir la propuesta de que el "acceso" a la diferencia
sexual es condición ineludible para la inserción en una
trama social simbólica.

Ejes de análisis
• Lo masculino y lo femenino en la historia cultural de
Occidente. • El concepto de sujeto sexuado y su relación
con el campo de la diferencia sexual en las perspectivas
de la Modernidad y de la denominada Posmodernidad o
Modernidad tardía así como en algunas variantes de las
culturas contemporáneas.
• Lo masculino y lo femenino en el psicoanálisis y su
explicitación teórica y aporías: complejo de Edipo y de
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castración en el varón y la niña, envidia del pene, angustia
de castración, ideales en juego, funciones simbólicas.
• Las migraciones sexuales y de género. El desafío que
implican al concepto clásico de diferencia sexual con su
carácter normativo dentro de las legalidades vigentes.
• Los procesos de subjetivación sexuada a la luz de las
parentalidades no convencionales.
• Las metateorías en juego y los debates que surgen desde la
perspectiva de las nuevas realidades mencionadas.
• Las teorías implícitas del psicoanalista frente a los ejes de la
teoría psicoanalítica y la demanda de nuevas construcciones:
sus implicancias clínicas.
• El pensamiento psicoanalítico en tensión frente a
redefinicioneS político-jurídico-sociales: homosexualidades,
parentalidadesffl convencionales, nuevas formas de familia.

Cada capítulo del libro refiere a una temática específica y, a


la vez, plantea problemáticas que están en conexión con otros
capítulos, que se amplían en las reflexiones y propuestas que
efectuamos en el último capítulo.
Se revisaron los textos publicados por autores seleccionados
intencionalmente de acuerdo a su pertinencia para los debates
planteados• Se dio especial importancia a la obra freudiana
porque de ella deriva-

ron las ineludibles polémicas posteriores con respecto a la diferencia


sexual en el campo psicoanalítico. A los aportes de Freud, se agregaron
aquellos de sus coetáneos que iniciaron los primeros debates (Jones,
Klein, Karen Horney, Josine Muller, entre otros). Se sumaron aportes
posfreudianos y contemporáneos que actualizaron el debate sobre la
diferencia en términos más sofisticados: Laplanche, Lacan, Green,
Aulagnier, Winnicott, Mc Dougall, Chasseguet-Smirguel, Kristeva,
Stoller, Tort, Fraisse, y más actualmente: Abelin-Sas Rose, Alizade,
Bokanowski, Kulish y Holtzman, Raphael-Leff, S. Bleichmar, S. Tubert,
entre otros. Asimismo, se incluyeron aportes interdisciplina rios y
epistemológicos (Deleuze, Trías, Morin, Prigogine, Héritier, Cas-
toriadis, Butler, entre otros) que apuntan a encontrar otros modelos de
pensamiento, otras lógicas, como alternativa a las problemáticas
planteadas.
Esto implica que la selección del material bibliográfico no fue
hecha siguiendo un recorrido cronológico, enumerativo, ni
tampoco incluyendo la enorme cantidad de trabajos que existen
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sobre la diferencia sexual, lo masculino-femenino y las
transexualidades, ya que el objetivo fue trabajar sobre aquellas
publicaciones que aportaron elementos de interés al debate
propuesto en este estudio, desde tres puntos de vista:

a. Concepciones en discusión sobre la diferencia sexual y sobre


lo masculino y lo femenino: diferencia anatómica,
diferencia psicosexual, diferencia de géneros, diferencia
simbólica, a los que se suma el concepto de diferencia en
distintas teorías filosóficas, lingüísticas y culturales (Cf.
capítulo Conclusiones y aperturas).
b. Los desafíos
que presentan
las migraciones sexuales y de género a la temática propuesta.
c. Aportes epistemológicos que proveen otras lógicas y modelos
para pensar las problemáticas en juego.

En síntesis, nos proponemos no solamente focalizar en las


problemáticas que genera la categoría "diferencia sexual", sino dar un
paso más y abordar otraforma de pensarla. Para ello postulamos un
modelo triádico, o de más variables, para categorizar la diferencia.
Esto implica trabajar sobre las intersecciones y líneas de fuga entre
binarismos, sostener heterogeneidades no sintetizables y avanzar en la
perspectiva de una concepción ampliada de la(s) diferencia(s), con
distintos planos y niveles de significación, entre los cuales la
diferencia sexual es uno de
Leticia Glocer Fiorini
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ellos. Esto también supone concebir un "casillero vacío" con sus


vertientes enigmáticas, que se reviste de las concepciones y
discursos vigentes. En este marco, consideramos también que el
acceso a la diferencia y las diferencias implica un reconocimiento
de la otredad, del otro y los otros, y que esto es condición de la
inserción en una trama simbólica de lazos sociales.
Los ejes de mayor alcance que se desarrollarán en nuestra
propuesta son:

• Un modelo triádico para pensar la construcción de


subjetividad sexuada, sin simplificaciones dualistas.
• Una concepción del deseo como "producción deseante" y
nosolamente como sustitución de una carencia fundamental
que se atribuye a las mujeres y que duplicaría la "carencia en
ser" de todo sujeto.
• La deconstrucción del concepto de función "paterna", ya que
se trata de una función simbólica que proponemos denominar
función "tercera" para evitar sus fuertes connotaciones
patriarcales y, a la vez, ampliar el campo de las funciones
maternas.

Estas propuestas pueden permitir la expansión de nuestro


marco interpretativo para poder abarcar las singularidades en
la clínica y evitar respuestas automáticas, fijas, sobre las
cuestiones mencionadas.
Parte 1
Masculino-femenino
Capítulo 1

Una mirada transdisciplinaria


con efectos intradisciplinarios

Discursos, narrativas
Figuras y contrafiguras sobre lo femenino y lo masculino
recorren la historia de la civilización y la cultura con sus diversas
subculturas. La diferencia de los sexos fue y es conceptualizada de
distinta manera en el curso de la historia, en las diferentes
sociedades, en distintas disciplinas y diferentes teorías, aunque
también hay puntos en común que conviene resaltar. Los cambios
sociales, culturales, biomédicos y tecnológicos que se produjeron
en las últimas décadas ("nuevas familias", fertilización asistida,
sexo virtual, cirugías de cambio de sexo), actualizan preguntas que
se plantean desde la Antigüedad y que inducen a repensar la
noción de diferencia sexual. Esto se acentúa por el desarrollo
vertiginoso de los fenómenos de globalización, la comunicación y
la informática.
Dubyy Perrot (1990), en Historia de las Mujeres, se refieren a un
hecho muy particular y sugestivo al preguntarse si realmente existe una
histo ria de las mujeres y cuáles son sus relaciones con el pensamiento
sobre la diferencia de los sexos. Afirman que hay un devenir,
mutaciones, en "la evolución del pensamiento sobre la diferencia de los
sexos que, desde los griegos, viene trabajando la cultura occidental.
24 Leticia Glocer Fiorini

Este pensamiento oscila entre las figuras —atenienses, barrocas— de la


mezcla como el andrógino, el hermafrodita, el travestido, la posible
parte de uno en el otro y las clásicamente tranquilizadoras de la
diferencia radical: dos especies dotadas de sus caracteres propios,
objetos de un reconocimiento intuitivo más que de un conocimiento
científico" (p. 9).
El enfrentamiento a la diferencia de los sexos localizó
tradicionalmente en lo femenino una condición de vacío y
silencio que demanda un desciframiento necesario. Ese
silencio está conectado con las teorías sobre lo femenino
basadas en las nociones de castración y carencia que
responden a un concepto de negatividad que marca
profundamente estas concepciones.

Lo femenino fue siempre pensado en términos negativos, ya sea


por devaluación o por ubicarlo en el rango de lo irrepresentable. En otras
palabras, lo femenino aparece como lo extranjero y como tal es idealizado
o desvalorizado, o bien ubicadofuera del lenguaje y lo simbólico. Se trata
de un aspecto que infiltrafuertemente lasfantasmáticas sobre la mujer y que
la localiza como lo otro de un sujeto masculino. Esta es una de las versiones
más fuertes y más frecuentes de la diferencia sexual. Tiene inevitablemente
efectos intradisciplinarios en el campo psicoanalítico.
La homologación de lo femenino con el lugar del otro nos
remite a la oposición cultura versus naturaleza, oposición en la que
se apoya una noción que atraviesa los tiempos: que la mujer está
ligada indisolublemente a lo biológico y a la naturaleza y el hombre
a la cultura yla razón. Es decir, que lo racional corresponde al
hombre y lo emocional a la mujer.

Constatamos que la idea de la mujer como un ser débil,


incompleto e inferior, o encarnando la tentación demoníaca en el
plano de la sexualidad, recorre siglos de historia. Se evidencia a
través de los discursos religiosos, filosóficos, médicos, así como de
los mitos y costumbres, y el psicoanálisis no está exento de la
potencia de estos discursos.
Algunos de estos aspectos los vemos en la misoginia de los text os
bíblicos en los que la mujer aparece ya sea como un ser devalua d0 o
bien como hechicera y portadora de una sexualidad
amenazante• Eva, con su incitación al pecado a través
de la tentación/seducciÓn' ejemplifica estas versiones ya que su
posición invitando al pecado es' a la vez, coexistente con su
devaluación, precisamente por esa misma posición.
En el Medioevo, la figura de "la bruja" es ampliamente
demostratiVa
de los aspectos malignos y ominosos vinculados a lo femenino
hasta y que'la con connotaciones aparentemente más benévolas, se
mantiene actualidad. Se trata de la contrafigura de la mujer-madre,
pura e idealizada. En esta línea, la idealización de la mujer-madre
tiende a enfatizar
La diferencia sexual en debate
25

el "destino" natural-biológico de las mujeres, principalmente


reproductivo, con lo cual hay una tendencia a desconocer que la
maternidad es una función simbólica y simbolizante. A esto se une
la desmentida de una sexualidad femenina que pueda expresarse
más allá de la maternidad, en tanto se la interpreta como
amenazante y peligrosa.

En este marco, como Io hemos señalado (Glocer Fiorini, 2001a),


es lícito preguntarse por qué las brujas eran mujeres perseguidas
mientras que los brujos siempre fueron los sabios respetados y
venerados. Sabemos que las brujas eran mujeres que vivían apartadas
de las familias constituidas y generalmente dedicadas al arte de curar.
Para Sáez (1979) eran perseguidas por ubicarse por fuera de las
expectativas culturales y sociales esperadas para las mujeres. Por su
parte, Harris (1974) sostiene que los poderes reinantes en el Medioevo
desplazaron hacia las brujas las luchas de los rebeldes contra ellos,
con el fin de desarticular esos movimientos y descentrar el objetivo:
de la nobleza a las brujas. Señala que, más que perseguir brujas se las
creaba a través de la tortura.
Recordemos también, que recién en el siglo XVI, en el Concilio
de Trento la Iglesia Católica decidió que la mujer poseía alma.
También constatamos que la homologación femenino=otro, este
último generalmente con características malignas y peligrosas, se
daba en otras culturas. En algunos pueblos primitivos y religiones,
se excluía a las menstruantes por su impureza y supuestos influjos
maléficos. En otros, había ceremonias en que se incineraba vivas a
las mujeres con sus difuntos esposos. La práctica del sacrificio
vinculada al concepto de lo sagrado aparece íntimamente conectada
a las relaciones entre hombres y mujeres y sus conceptualizaciones
en los discursos vigentes.
L. Israël (1979) recuerda a Hipócrates, quien describe las
migraciones uterinas —el útero se desplaza hasta el cerebro— a
propósito de los síntomas histéricos. Estos desplazamientos evocan,
entre los mitos de los indios americanos —los Murias—, la leyenda de
las "vaginas den tadas" que salen a las cosechas y, al ser capturadas
por los hombres, son desprovistas de sus dientes, vueltas a su lugar y
remachadas por el clavo clitoridiano. Para este autor, esto traduce una
fantasmática de temor a la mujer que evoca la resección clitoridiana
que se efectúa en las niñas púberes musulmanas, entre otros motivos
como forma de control de su goce. Como señala Israël, esto responde a
dos motivos: uno sería que los órganos femeninos son interpretados
como devora- dores, otro sería que se trata de fantasmas masculinos
La diferencia sexual en debate
que traducen angustia, miedo o rencor frente a la histeria y a la mujer en
general.
28 Leticia Glocer Fiorini

Ambos motivos se relacionan. Se trata de mitos y teorías que


tienen poderosos efectos en las concepciones sobre la diferencia
sexual. Klein (1945), a través de su propuesta de la fantasía de la
"vagina dentada" actualizó este mito.
La medicina del siglo XIX fundamentaba en supuestas
bases científicas la inferioridad femenina. Bouillaud (1836)
sostenía que el útero no era un órgano esencial en la mujer
porque no existía en el hombre.
Este modo de pensamiento analógico, utilizado en distintas
disciplinas, revela la condición de otredad asignada a la mujer por
un sujeto investigador, masculino, que analiza su objeto de estudio.
En esta línea, se puede pensar que la poligamia constituye otra
forma de objetalizar a las mujeres.
El campo de la filosofía, con pocas excepciones, asignó a las
mujeres un lugar secundario y devaluado. Como es ampliamente
conocido, Platón (1980) dudaba entre incluir a las mujeres en el
rango de los animales racionales o en el de los brutos, y las
concepciones aristotélicas sostenían que el cuerpo de los hombres
era la forma y el de las mu jeres lo informe. Erasmo (1975), en su
Elogio de la Locura, consideró que la mujer era similar a un animal
estúpido y loco. Rousseau (2005) confinó a las mujeres a las tareas
hogareñas. Es conocida la afirmación de Schopenhauer (2007)
sobre la inteligencia de las mujeres que este autor vinculaba al largo
del cabello. Spinoza (2001), por su parte, se preguntó si las mujeres
podían sostener una posición ética.
Aristófanes (1977), en Lisístrata, mostró las ideas en boga en
laAntigüedad con respecto a las mujeres como seres impredecibles,
locos,inferiores aunque, a la vez, evidenció sus capacidades para
evitar tas guerras promovidas por los hombres. Es decir, que
también proponía un aspecto activo y cuestionador representado por
Antígona, quien se rebela contra los poderes constituidos que le
impiden hacer el duelo por sus muertos (Sófocles, 2004).
Se hace asimismo necesario revisar las descripciones
antropológicas referidas a las mujeres como posesión del padre y
luego del hombre (Lévi-Strauss, 1949), cuando son tomadas como
axiomas descontextualizados y ahistóricos. Hay además mitos
sobre la mujer amenazante y peligrosa, tal como lo describe Freud
en "La cabeza de Medusa" (1940), así como narrativas sobre la
mujer-madre idealizada versus la prostituta, que sostienen estas
posturas. Y esto se observa también en el saber popular. Hay
estereotipos que se mantienen hasta hoy, como la figura del Don
29 Leticia Glocer Fiorini
Juan implicado en un deseo sin fin, Ola mujer-madre que prioriza
el amor sobre el deseo.
La diferencia sexual en debate
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Por otra parte, a partir de la Revolución Industrial en Inglaterra,


ya existía una enorme expansión del trabajo femenino que luego se
amplía en las dos grandes guerras del siglo W', cuando los hombres
van al frente y el trabajo femenino se hace imprescindible. En 1789,
la Revolución Francesa propuso tres grandes principios: Igualdad,
Fraternidad, Libertad. Sin embargo, la filósofa Celia Amorós (1985)
sostenía que la Revolución Francesa no otorgó a las mujeres el estatus
de sujetos que pudieran hacer propios esos principios. De esta
manera, las propuestas posmodernas de disolución del sujeto
atraviesan ese vacío en la condición femenina. Es decir, el sujeto se
deconstruye cuando las mujeres no habían alcanzado, en su mayor
parte, el esta tus de sujetos.
Se produjeron también otros cambios importantes con relación a
este tema como es el surgimiento y difusión de los anticonceptivos a
mediados del siglo n. Esto implicó que sexualidad y reproducción se
disociaron. Y se acentuó aún más con la introducción de las nuevas
técnicas reproductivas. La maternidad deja de ser el único destino
posible para las mujeres. Indudablemente nos estamos refiriendo al
mundo occidental y a ciertas capas sociales. Por supuesto, en otras
culturas y subculturas ya nos encontramos con otras problemáticas
más cercanas a las ideas clásicas y tradicionales sobre el lugar de lo
masculino y lo femenino.
En las últimas décadas, los discursos sobre la diferencia sexual se
complejizaron a partir de la mayor visibilidad de diferentes
presentaciones sexuales y de género que interpelan el concepto
clásico de diferencia sexual. Se trata de un desafío a las nociones
fijas y delimitadas sobre lo femenino y lo masculino, sobre el
hombre y la mujer. En este contexto, se preguntaba Foucault (1985)
si "existe una verdad sobre el sexo", con referencia al caso de
Herculine Barbin, cuyo hermafroditismo llevó a su entorno a
imponerle una posición sexuada y una identidad "verdadera" que no
pudo asumir, de tal manera que atravesó una vida signada por la
melancolía hasta llegar finalmente al suicidio.
Se podrá preguntar por el porqué de esta mirada introductoria
cuando se podría comenzar directamente con conceptos
psicoanalíticos. Es que consideramos indispensable contextualizar
las teorías sobre la diferencia porque su relación con los discursos
sociales está en el centro de la cuestión. Indudablemente hay
discursos contradictorios que atraviesan la historia de la cultura
con respecto a la diferencia sexual; por ejemplo, y especialmente
La diferencia sexual en debate
desde el siglo XIX, las distintas variantes de feminismos
coexistiendo con discursos francamente
32 Leticia Glocer Fiorini

androcéntricos. Y también en el interior mismo del


psicoanálisis y de las teorías de género hay discursos
contradictorios.
Todas las contextualizaciones que estamos planteando son
imprescindibles porque no hay disciplina que se ocupe de estos
temas que pueda declararse inmune a los discursos vigentes, a las
normas establecidas, a significaciones que atraviesan la historia de
las civilizaciones. Son categorías sobre la diferencia que, como
señala Fox Keller (1994), están incluidas en el lenguaje. Y tienen
que ver con dos cuestiones que más adelante vamos a desarrollar en
el curso de este estudio.
Primero, las aporías a que conduce el pensamiento binario, de
las cuales el par masculino-femenino no está exento. Esto ocurre
con referencia a la cuestión de la diferencia sexual tanto en ciertas
vertientes del psicoanálisis, que son nuestro tema, como con otras
disciplinas. M. David-Ménard (1997) lo destacó en el campo de la
filosofía. Y aquí resaltamos que los dualismos, si bien forman parte
del lenguaje, conducen a callejones sin salida si no pueden incluirse
en complejidades mayores.
En segundo lugar, las concepciones que consideran un
enigma Io referente a lo femenino y la mujer. Entonces,
binarismos y enigma femenino están en uno de los ejes de
nuestro desarrollo sobre la diferencia.
Freud no escapó a las ideas predominantes de la época en sus
descripciones sobre las características femeninas: escaso sentido de
justicia, predominio de la envidia en su vida anímica, superyó
débilmente conformado, rigidez psíquica después de los 30 años,
intereses sociales más endebles, menor aptitud sublimatoria.
Aunque también remarcó que "no siempre es fácil distinguir qué
debe atribuirse al influjo de la función sexual y qué a la
domesticación social" (Freud, 1933, p. 122; Freud, 1930).
Recordemos también que esto se inserta en un contexto donde
coexisten, en la actualidad, dos concepciones sobre la diferencia
sexual en el campo de la cultura. Por un lado, se distinguen dos
espacios estrictamente diferenciados: masculino y femenino,
fuertemente acentuados en la Modernidad ilustrada y que sostienen
una diferencia radical. Por el otro, aparecen, acompañando al
cambio de siglo, una multiplicidad de variantes sexuales y de
género, que interpelan esos conceptos de la Modernidad sobre la
diferencia sexual. Estas migraciones sexuales que acompañan el
33 Leticia Glocer Fiorini
fenómeno de la posmodernidad (para algunos Modernidad tardía,
para otros hipermodernidad) or- ganizan narrativas que, si bien no
son fenómenos nuevos, adquieren
La diferencia sexual en debate
29

una resonancia especial por los avances de la biotecnología y por


su mayor aceptación social en el contexto de los fenómenos de
globalización y del enorme desarrollo de los medios de
comunicación.
Esto interpela las relaciones clásicas de lo femenino y lo
masculino con las mujeres y los hombres, hecho ya anticipado por
Freud en algunas vertientes de su obra cuando introduce muy
tempranamente la noción de bisexualidad y luego, el concepto de
complejo de Edipo completo (Freud, 1923b). Implica tomar en
consideración la complejidad de los procesos de subjetivación
sexuada.
En este sentido, es necesario destacar que este no es solo un
fenómeno actual sino que en diversas épocas el binarismo clásico
de la diferencia fue interpelado. Hay una serie casi infinita de
procesos de mezclas, transformaciones e identificaciones entre lo
masculino y lo femenino (Zolla, 1981) que atraviesan la historia de
la cultura. Mencionaremos los seres dobles descriptos por Platón en
el mundo antiguo anterior a los griegos, entre los que había tres
tipos: hombremujer (el clásico andrógino), hombre-hombre y mujer-
mujer. Estos seres fueron separados como castigo por Zeus y por
eso siempre estaban buscando su otra mitad. Los seres dobles más
valorizados eran hombre-hombre, en un intento de incluir la
homosexualidad, de fuerte importancia social y cultural en la
Antigua Grecia, especialmente entre hombres. Señalamos también
los mitos griegos de Hermafrodito, de Cenis y Ceneo, de Tiresias,
así como algunas versiones sobre Narciso siendo alternativamente
hombre o mujer, entre otros (Méantis, 1964).
Entre los chamanes eran comunes los fenómenos de trance y
transformación en el otro sexo. Los lamas se identificaban con sus
diosas en forma alucinatoria. Experiencias similares se describen en
el tantrismo, taoísmo y budismo. En la metafísica hindú, la
polaridad del ser, representada por Siva y Sakti, se convierte en la
unidad pura en un nivel superior y se funde en el andrógino
Ardhanarisvara. Además, es de interés consignar la frecuente
presencia de figuras mixtas como los Cristos femeninos o en actitud
de amamantar en las iconografías de la Edad Media. Zolla señala
también que en las canciones de amor místicas de todo el mundo, el
poeta pierde el sentido y gime como una mujer. Esta tradición va
desde los chamanes siberianos a los poetas taoístas chinos a través
de Irán, Arabia, Provenza, hasta los poetas florentinos del Dolce
Stilnovo, quienes se llamaron a sí mismos "mujeres".
La diferencia sexual en debate
Como señalamos, las dos tendencias mencionadas coexisten
en el presente: la separación estricta de los sexos acentuada en la
36 Leticia Glocer Fiorini

Modernidad y las variantes sexuales que trae consigo la


Posmodernidad. Son parte de los consensos de significaciones
de una época que sustentan un conjunto de prácticas y
relaciones sociales. Pero estas variantes sexuales y de género,
aun cuando tienden a borrar la estricta polaridad masculino-
femenino, no han modificado sustancialmente la permanencia
de la equiparación ancestral de lo femenino con lo otro, con el
enigma, a pesar de los cambios sobre la condición femenina en
importantes capas sociales de Occidente. Ambas condiciones
conviven en las sociedades actuales.
En el campo de la literatura y el ensayo encontramos
también análisis rigurosos sobre la posición de las mujeres en
las sociedades occidentales. De Beauvoir (1987), en El
segundo sexo, describe la posición de otredad de la mujer.
Virginia Woolf, desde la novela, ilumina la frecuente
localización de la mujer como objeto de estudio en un mundo
masculino. En Un cuarto propio (1993) se refiere agudamente a
las desigualdades culturales y sociales de las mujeres, y en
Orlando (1993) a las indefiniciones identitarias y sexuales.
En síntesis, tanto desde el campo de las diversidades
sexuales como desde las concepciones imperantes sobre las
mujeres y lo femenino está interpelado el concepto de
diferencia sexual.
Este recorrido nos permitirá contextualizar e historizar nuestra
aproximación desde el psicoanálisis, teniendo en cuenta sus ejes
fundamentales: el concepto de inconsciente, la sexualidad infantil,
la transferencia y considerando también las distintas
interpretaciones sobre estas categorías que ofrecen las diferentes
teorías que integran el campo psicoanalítico.
Capítulo 2

La noción de sujeto
sexuado y las realidades actuales.
Su impacto en las
conceptualizaciones sobre la
diferencia sexual

Hace más de cien años, a fines del siglo XIX, comenzaba a


diseñarse, con Freud, una obra fundamental que marcó a varias
generaciones del mundo occidental a lo largo del siglo
En los comienzos del siglo nos encontramos, como hemos
señalado, con un mundo distinto, marcado por una vertiginosa
devaluación de los ideales que individualizaron la primera mitad del
siglo (incluidos los ideales de género), por fuertes desafíos a las
concepciones clásicas sobre la diferencia sexual, por un poderoso
desarrollo informático y tecnológico en expansión constante y por
renovadas expresiones de violencia social, étnica y religiosa. Estas
variables interactúan entre sí.
En este contexto es inevitable preguntarse por los eventuales
efectos de estos fenómenos en la producción de
subjetividad, en especial de subjetividad sexuada.
Sennett (1998) nos habla de los efectos psicológicos de la
globalización como consecuencia de la desinvestidura del lazo social
y la liberación del mundo pulsional a su satisfacción, sin el valor del
compromiso y sin la responsabilidad de una ética de la alteridad.
Plantea que esta desinvestidura del lazo social va acompañada de
una devaluación de los ideales con la caída de su potencial para la
organización fantasmática y la capacidad de metaforización de cada
sujeto.
Hay una primera cuestión a considerar: ¿debemos pensar que
estos cambios en las sociedades actuales son epifenómenos y que
el
38 Leticia Glocer Fiorini

edificio psicoanalítico se mantiene incólume frente a ellos? En


otras palabras, ¿la explicación y comprensión de estos
fenómenos deberían adaptarse en su totalidad al corpus teórico
psicoanalítico ya constituido? O bien, podría haber un trabajo
de pensamiento abierto que permita replantear ciertas
cuestiones problemáticas, siguiendo el camino freudiano, en
un trayecto recursivo entre la práctica y la teoría. Esto nos
conduce al tema de los fundamentos del psicoanálisis yala
frágil frontera que separa fundamentos de fundamentalismos.

Estamos en presencia de la relación entre hechos y


conceptos. ¿Hay un fondo conceptual inmodificable y eterno
que es inmune a los hechos y que no necesita ser explicado o
revisado? O bien, ¿pueden hechos diferentes producir
conceptos diferentes?
Son inmensos los cambios y retos que nos proponen las
sociedades contemporáneas. Hemos destacado que estamos
inmersos en el seno de movimientos sociales complejos donde
conviven fenómenos contradictorios y heterogéneos: la expansión
creciente de la economía y de la informática, por un lado, coexiste
con los multiculturalismos, por el otro. Las problemáticas del
desarrollo cohabitan con las de la pobreza y la exclusión. Estas
contradicciones y divergencias no son ajenas a una crisis de las
teorías que intentarían explicar esos movimientos heterogéneos.
Una de sus consecuencias es, justamente, la expansión de
fundamentalismos que invaden progresivamente el campo de la
cultura.
En este contexto, se plantean fuertes interrogantes acerca de las
conceptualizaciones sobre la diferencia sexual.
Para ello, abordaremos el tema a partir de ciertas
generalizaciones que no pretendemos universalizar, teniendo en
cuenta que esto varía de sujeto a sujeto. Sin embargo, antes que eso,
se impone el interro gante de repensar con qué concepto de sujeto
se trabaja. Sibilia (2008) planteó que las subjetividades son, a la vez,
embodied (encarnadas en un cuerpo) y embedded (embebidas en
una cultura intersubjetiva).
En consecuencia, hablar del psicoanálisis frente a la
problemática de la época actual o, mejor dicho, a las
problemáticas, es un desafío que implica poner en juego una serie
39 Leticia Glocer Fiorini
de conceptos caros a ciertas nociones establecidas en los
desarrollos psicoanalíticos. También supone reflexionar no solo
sobre la teoría, sino sobre la posición de cada psicoanalista frente
a esos desafíos.
De esos conceptos vamos a tomar dos:
a) El concepto de realidad o realidades en las que el sujeto está
illmerso.
La diferencia sexual en debate 40

b) El concepto de sujeto con el que nos manejamos, tanto en la


teoría como en la práctica clínica, en especial con respecto a
los procesos de sexuación.

Ciertamente, apuntamos a la relación entre ambos conceptos: el


sujeto y sus realidades, ya que solo expositivamente pueden separarse.

Nuevas realidades
Hablar de realidades es internarse en un campo complejo, en el que es
ineludible referirse a la relación entre realidad psíquica, realidad material
y realidad histórica. Cada uno de estos términos es polisémico y distintos
marcos teóricos proporcionan diferentes interpretaciones de los mismos.
Recordemos la problemática de la percepción y sus equívocos, el
concepto de trauma y de resignificación, la cuestión de la representación,
de lo difícilmente representable y de lo irrepresentable, solo por
mencionar algunas cuestiones cuya relación con la realidad ha sido
discutida desde diversas disciplinas. Y el psicoanálisis está directamente
implicado en estas cuestiones.

Podemos decir que el siglo ha planteado desafíos que, en este


nuevo siglo, permanecen como tales para nosotros. Algunos dirán
que los problemas siempre son los mismos y que pueden reducirse a
interpretaciones ya conocidas. Otros dirán que la cuestión de la reali-
V dad material es secundaria o
inconsistente. unca obvió el tema de la
En este sentido señalamos ue Freud e preocupacion, no en e rea
ldad material que fue para él motivo
sentido de escartarlaa nque tampoco e otorgar e un ugar central,
termina qué posición ocupa en la
compleja red desujeto est Imp Ica o. determinaciones en
las que el baos conocemos su interés por esta cuestión en el histoiiãl
del "Hõinbre de los Lobos" (Freud, 1918), donde busca establecer
un núcleo de realidad material en la problemática planteada. Aunque,
insistimos, un núcleo que siempre estará en relación, nunca
excluyente, con otras variables.
Vamos a tomar, entonces, algunas problemáticas de poderoso
impacto en las subjetividades y
La diferencia sexual en debate 41
tratar de desplegar en qué sentido interrogan al campo
psicoanalítico.
Recordemos en primer lugar, como señalamos, los fenómenos
de violencia étnica, religiosa y de género, las expresiones de
exclusión social, las grandes guerras y la Shoah, los genocidios
del siglo XX, las
42 Leticia Glocer Fiorini

guerras locales, las dictaduras. Recordemos las torturas,


violaciones desapariciones, robo de •dentidad. Estos fenómenos
tienen relación con la problemática del di erencla sexual aque
muy frecuentemente las mujeres son víctim or arti a oble, dado
que expresion e VIO siempre se agrega a la encia hacia el
otro, un plus por el hecho de ser mujeres.

Por otra parte, nuevas formas de subjetivación, las denominadas


diversidades sexuales y de género, se hacen presentes y plantean
fuertes interrogantes acerca de las conceptualizaciones sobre la
diferencia sexual. En este contexto, constatamos también los
cambios en la organización familiar y las
nuevas odalidades de tod familia ar familias que
aparecen como un reto al nucle . conce
Además, el auge de la técnicas de fertilizacion
vanza sobre los cuerpos y subjetivl a es y pro n un scisión ntre
sexualidad, reproducción y parentalidad, que ya habla comenzado
años antes con el uso de anticonceptivos. Esto también conduce a
revisar en la teoría las relaciones entre maternidad y feminidad así
como las categorías de paternidad y función paterna, íntimamente
ligadas a la noción de diferencia sexual.
En cuanto a las propuestas sobre clonación ya están
instaladas en el imaginario colectivo. Conducen a constatar que
maternidad y paternidad no se implicarían mutuamente, incluso
desde el punto de vista biológico, con las consecuencias
psíquicas correspondientes.
En esta proliferación de nuevas realidades las cirugías de
cambio de sexo proponen un cambio hasta hace poco impensable,
referido a las características que hacen a la identidad sexual y
plantean interrogantes sobre el lugar del cuerpo en estas
determinaciones.
Se trata de un panorama en el que aparecen también otras
formas de subjetivación como el sujeto de los mundos virtuales,
de las redes informáticas, de los mundos paralelos. Están en
juego los cuerpos virtuales y los espejismos acerca de la
identidad sexual.
Además, las problemáticas de género en la cultura, en el campo
social y discursivo abren un espacio en cuanto a sus relaciones con la
sexualidad y la diferencia sexual. Esto tiene consecuencias en c0
43 Leticia Glocer Fiorini
nexión con la elaboración de teorías y genera efectos recursivos en
los procesos de subjetivación sexuada.
En el marco de aquellas subjetividades que desafían las normas
gentes, está implicada la cuestión de la otredad, tema fundamental
para el psicoanálisis. Las denominadas diversidades sexuales y de
género, las mujeres y lo femenino, son tradicionalmente incluidas
en el amplio campo del otro, como el judío, el gitano, el homosexual,
el inmigrante•
La diferencia sexual en debate 44

Se trata de personificaciones de un otro que puede tomar


características siniestras en tanto desplazamientos y proyecciones del
otro que habita a cada sujeto. En el campo analítico, esta problemática
coloca al analista frente a una ética de la responsabilidad que incluye
también enfrentarse al otro en uno mismo.
En el itinerario que estamos recorriendo, reiteramos la
importancia de considerar las siguientes cuestion
Cò-les efectos de los acelerado avances biotecnológico en las
subjetividades. Así como resulta indi nsis de la representación a
partir de la Shoah y otros fenómenos de violencia social, y así como
la cuestión del otro surge con potencia a partir de esos mismos
fenómenos de violencia tanto como del despliegue de la
globalización indiscriminada, las consecuencias del desarrollo
biotecnológico son de alcances todavía no determinables. Sus
efectos en las conceptualizaciones de la diferencia sexual requieren
un análisis constante.
Tomemos el ejemplo de los casos de fertilización asistida cuando hay
donación de gametas o úteros subrogados. Si bien esto debe analizarse en la
singularidad de cada caso, ya que no hay efectos uni- {t SOIN O
versales, hay que tener en cuenta también que en ciertas
situaciones se genera un desafío a las leyes que estructuran los
lazos sociales vigentes (prohibición del incesto, ley de filiaciones y límites
generacionales). Estas consecuencias dejan abierto un debate de gran
alcance acercad iertos ejes de la teoría psicoanalítica.
En segundo término, hay que agreg r también el auge de otras
formas e sexualidad, como sexo virtua vinculado al vertiginoso
desarrollo del campo de la informáticarSe podría denominar sexualidad
"sin cuerpos materiales", que sugiere pensar en otras formas de repres
•ón de la sexualidad y los cuerpos.

forma normativa de familia, así como el cuestionamiento del modelo


eterosexual vigente, replantean el lugar del denominado Padre
simbólico y remiten a repensar el concepto de función simbólica
paterna. ¿Estamos en presencia de una caída del Padre que provocaría
una disolución del orden simbólico, o se trata de reconsiderar la
función simbólica de terceridad desarticulándola de estrictas
homologaciones con las concepciones patriarcales todavía vigentes e
iluminando más ampliamente su carácter de función simbólica? (Cf.
capítulo 15).
La diferencia sexual en debate 45
Nuevamente, se nos plantea si enfrentamos problemáticas
novedosas que pueden producir conceptos diferentes o si solo se trata
de
46 Leticia Glocer Fiorini

incluir lo nuevo en un fondo invariable, trabajado con las


herramientas ya conocidas.
Cabe también recordar que las problemáticas de la época
pueden tener eventualmente efectos de orden traumático que
variarán en cada sujeto y cuyas consecuencias no se pueden
adelantar; pero esto requiere tener presente que su análisis e
interpretación estarán también sujetos a los sistemas de
percepción reinantes y al orden epistémico vigente.
Ciertamente, surge la pregunta de si representan una
decadencia caída del orden simbólico o bien si pueden ser
el germen de nuevos ordenamientos simbólicos.
Estamos en presencia de una multiplicidad de
problemáticas qu conducen a diferentes tipos de respuestas,
así como diversos son los marcos teóricos que conforman el
campo psicoanalítico. Esta falta de uniformidad puede
complicar la comprensión de estos fenómenos y de sus eventuales
efectos psíquicos, pero tiene un aspecto deseable, ya que impide
una unificación y homogeneización apresurada de las
interpretaciones acerca de estas cuestiones y permite reabrir
continuamente el debate, enriqueciéndolo.

Procesos de subjetivación y diferencia sexual


Se trata de pensa con qué conce to de sujeto se trabaja este es
un poderoso desafío para el campo psicoana 1 am ién una
referencia a los modos de pensamiento que subyacen y sostienen
los desarrollos teóricos y la práctica clínica en el campo
psicoanalítico. El objetivo es pensar esta cuestión en un espacio
problemático como es la producción de subjetividad sexuada en el
mundo con!emporáneo. Hay que las pr as de la época son
pensables en el campo psicoanalítico solo en función e sujeto: un
suJe o a ravesa o por esas proble
Recordemos, en este punto, que Freud fue hijo del
Iluminism0, pero que su concepción del inconsciente y lo
pulsional (con fuertes influencias del romanticismo alemán)
descentra al sujeto unificado de la Modernidad, abriendo el
camino al sujeto escindido del psicoanálisis. En este punto es
necesario agregar que el llamado sujeto posmoderno, finisecular,
47 Leticia Glocer Fiorini
sufre un tipo de fragmentación distinta de la escisión del sujeto de
la propuesta freudiana. Señalemos también
48 Leticia Glocer Fiorini

que, en una de las vertientes


de la obra freudiana, ese sujeto escindido coexiste con la categoría
de sujeto unitario, especialmente a partir de la resolución clásica del
complejo de Edipo, que se plasma en una posición masculina o
femenina.
Si retornamos a Freud (1923b) constatamos que cuando
destituye al yo como amo absoluto del Sí Mismo y de sus
realidades, no está anulando sus funciones m su importancia como
sede de las identificaciones, sino re a Ivrzan o su a so u Ismo y
cues lonan o, en consecuencia, e ugar o rascendental, sustancial.
Esto se en la que caen los fundamentos y en la que cae
también el sujeto unitario, trascendental. Es el fin del sujeto de la
totalidad, tal como fue plante CLI dorcc( por Lévinas (1947).
Entonces, a nuestro juicio, la obra freudiana incluye y represe
rhot el tránsito del sujeto de la Modernidad, sujeto unitario,
sujeto de la Razón, al sujeto del inconsciente, al sujeto de la
escisión del yo. Pero, reiteramos que el sujeto escindido
freudiano no es lo mismo que el sujeto fragmentado de la
Posmodernidad o que el sujeto virtual de la cibercultura ni que la
lisa y llana disolución del sujeto de la exclu Sión social. Si bien
estas formas coexisten en distintas proporciones en cada sujeto,
hay preeminencias de fuerte significación en relación con la
construcción de subjetividad y el campo de la clínica.
Esto tiene especial importancia en el campo analítico ya que no
es lo mismo el su•eto de la represión o el sujeto escindido que el
sujeto fragmentado. ragmentación es esubjetivación.
Por otra par en el sujeto desde el punto de vista freudiano
que en el sujeto como efecto de las turas del lenguaje o como estrucel
posición en el discurso o, incluso, pensar sujeto incluyendo
icónico,
otras formas semióticas en el plano de lo siguiendo lo a ortes
de Peirce (1987).

Entonces la noción de sujeto no es homogénea. omo ya señala- D?


mos, la a iseñó un suJeto e a azon,Moderni reflexivo,
humanista, que es fundamentalmente
un sujeto unitario. Hay un trayecto importante a recorrer desde el sujeto
del Iluminismo, que domina las significaciones, al sujeto del
estructuralismo, como efecto de las estructuras del lenguaje y como
eslabón en la cadena significante, o a las concepciones del
posestructuralismo sobre el sujeto como posi ción en el discurso. El
cuestionamiento de las certezas absolutas de la Razón y de esa totalidad
La diferencia sexual en debate 49
unificada condujo, en su forma extrema, a lo que se dio en denominar en
las culturas contemporáneas, la disolución

del propio
de la llamada
El concepto de sujeto no es un término estrictamente freudiano; el
psiquismo en la obra freudiana se sustenta en la primera y segunda
tópica. Freud lo utilizó en pocas ocasiones y con un sentido muy
preciso. Pero autores posteriores como Lacan (1973)
desarrollan la noción de sujeto barrado y la incluyen en su vocabulario
psicoanalítico para enfatizar una barra constitutiva, que implica
una falta, un vacío estructural.
También hemos subrayado que surge en la actualidad
una nueva forma, parcial, que es el sujeto de las redes
informáticas, de los mundos virtuales, de los mundos
paralelos, inserto en contextos relacio• nales que, como
hemos indicado, inducen a interrogantes de peso sobre el
papel del cuerpo real en las relaciones humanas. La
exclusión de los cuerpos es un aspecto de fuertes
implicancias en los procesos de construcción de
subjetividad. En este contexto, se plantean cuestiones
fundamentales sobre el lugar del cuerpo real en los
procesos de subjetivación sexuada, en los que también está
en juego la disolución de los límites entre lo privado y lo público.
Hay que recordar que existen en el mundo contemporáneo facetas
que tienden a producir fenómenos de fragmentación y vacío con
potentes consecuencias en los procesos de subjetivación (Lewkowicz,
2004). El debilitamiento de los lazos sociales, la exacerbación de los
narcisismos, junto a una anomia existencial es una de las
características universos actuales. Se despliega una tendencia a reducir
e espacio psíquico, a extinguir el campo del deseo y a abolir las
facultades de representación psíquic manera se puede configurar el
sujeto desubjetivizado —un oxímoron— e la exclusión social. Esto
adquiere actualidad en los conte os contemporáneos ya que padecemos
formas violentas de ataque a la organización representacional del
psiquismo y esto involucra también la capacidad de pensar del
psicoanalista, además de sus condiciones de vida.
Como vemos, se presentan universos heterogéneos que forman
parte de la producción de subjetividad.
Es en este marco que urge pensar en cómo se conceptualizan los
sujetos de la diferencia sexual. Hemos destacado que el sujeto del
Iluminismo era una referencia a un sujeto masculino y que las mujeres
no estaban incluidas en el amplio campo del sujeto unitario de la Razón.
50 Leticia Glocer Fiorini
Por Io tanto, sigue en pie el interrogante, que es a la vez un de safío,
acerca de si se puede construir un sujeto femenino cuando, a la vez,
la Modernidad tardía o hipermodernidad está deconstruyendo al sujeto

(masculino) del Iluminismo.


La diferencia sexual en debate 51

Indudablemente, de este recorrido surge que hay un reto


planteado y es que muchas de las propuestas deconstructivas que
en su momento cuestionaron al sujeto de la Razón cambian
necesariamente frente al sujeto de la fragmentación, y son un
desafío para pensar el campo de la diferen ia sexual.
deconstrucción e una propuesta necesaria frente al sujeto
autosufiC1 ede laMo ernidad pero la fragmentación exige
considerar también otras alternativas: la deconstrucción debería
ser indisociable de nuevas construcciones, en un proceso sin fin.
Estas problemáticas también representan las aporías intrínsecas a
los procesos de subjetivación sexuada ya que las posiciones
masculina y femenina tampoco son unitarias ni homogéneas.
Ciertamente, no se trata de volver al sujeto unitario y totalizante de la
Modernidad, pero tampoco al sujeto fragmentado de la Posmodernidad o
Modernidad tardía. Es en este marco que surge la necesidad de epensar
el concepto de diferencia sexual y de géneros.
Consideramos que entre el sujeto unitario de la Modernidad
y el sujeto fragmentado de la Posmodernidad se puede
desplegar un espacio otro, de fronteras, que solo podrá
cas
categorizarse con otras lógi(Glocer Fiorini, 20021)).
El concepto de ser en el limes de Trías (1991) refleja esta
nocióm desde la filosofía. Señala Trías que el ser se constituye en
el límite. Esto permitiría desarticular la estricta lógica que liga lo
femenino a la otredad y al enigma, y lo masculino al sujeto y la
Razón. También aporta elementos para pensar los procesos de
subjetivación en el ámbito de las migraciones sexuales y de
género.
En el campo psicoanalítico, el concepto de corrientes psíquicas
existentes que Freud (1918) planteó para las expresiones de la clínica,
muestra la posibilidad de descentrar oposiciones excluyentes y
gorizar los bordes, las intersecciones, el límite. También el concepto
de "magma psíquico" (Castoriadis, 1986) expresa esta posición.
Es en este contexto que se hace imprescindible pensar la de
relación
los procesos de subjetivación con la diferencia sexualy ros.
de ¿Es
independiente la constitución subjetiva de la diferencia de los
sexos? Se trata de un debate con fuertes resonancias: ¿hay un
sujeto autónomo de la diferencia sexual y esta sería secundaria a
parte
los procesos de subjetivación o, por el contrario, la diferencia
otro, que
forma disoluble de estos procesos? Este debate se encadena con
52 Leticia Glocer Fiorini

adentrarse en la polisemia del concepto de diferencia, que


trataremos en el curso de este estudio.

Hasta la actualidad, el acto de nacer está acompañado de una


asignación de sexo marcada por la diferencia anatómica, salvo
algunas excepciones. Hay un reconocimiento, a través del nombre,
del campo en que debe ser ubicado el recién nacido, masculino o
femenino. Este es un mandato de la cultura, de una legalidad
cultural, y es solo el inicio de un largo proceso de producción
subjetiva—desde esa nominación inicial— que se recorre a través de
un complejo juego de identificacio nes y deseos. Es decir, que esa
asignación inicial, aun cuando haya excepciones para su
implementación, se entrecruza con un heterogé neo trayecto
fantasmático, identificatorio y deseante. El contexto de otredad
en el que se desarrolla el niño hace que se complejice o bien se
cuestione esa asignación inicial. En otras palabras, no hay un niño
pulsional aislado, sino que el recién nacido es otro para la madròfla
— madre es otra para el niño. Lo mismo ocurre en relación con
elpådre.

Y esto renueva el interrogante sobre si es factible separar la


noción de sujeto de la categoría de diferencia sexual, ambas con
sus indefiniciones y ambigüedades. Además, hay aquí otra
cuestión en juego: el reconocimiento del género al nacer no
supone ni implica automáticamente el reconocimiento de la
diferencia sexual ni los itinerarios de la elección de objeto para
cada sujeto. Por el contrario, pueden seguir caminos diferentes.
La diferencia sexual en debate 53

Además, la diferencia sexual se ha convertido en una noción


problemática que requiere analizar su genealogía.
Si nos retrotraemos nuevamente a la noción de sujeto unitario
constatamos que se centra en un sujeto de conocimiento con límites
precisos y diferenciados del objeto. Ese sujeto del Iluminismo oscila del
neutro al masculino. Lo femenino queda en posición de objeto de
conocimiento, de otredad, de carencia.Æn este marco surgen los debates
sobre la categorización teórica y valorativa correspondiente a lo femenino y
las mujeres. La deconstrucción (no fragmentación) del sujeto, masculino, de
la Modernidad permite pensar desde una óptica diferente la emergencia de
otro lugar para lo femenino y las mujeres. Se trata de una
deconstrucción necesaria del concepto de diferencia sexual. Esta
problemática no pertenece solo al ámbito de las conquistas sociales
sino también a la elaboración de teorías en el amplio campo de las
ciencias humanas (Filosofía, Antropología, Psicología, Psicoanálisis).
En esta línea, está en cuestión el problema de laxrepresentación Y
esto tiene importancia ya que lo femenino está catego como el lugar
de la carencia, del vacío y, en otro nivel, de la ausencia de significante. Las
tramas representacionales se ubican en una gran encrucijada entre el
empuje pulsional y deseante, las categorías objetales y l o
los códigos culturales y lingüísticos. Sabemos que la
representación no abarca en su totalidad ninguno de estos campos:
siempre hay una inadecuación, una insuficiencia, un resto
difícilmente representable. El problema reside en que en esa
insuficiencia lo femenino aparece doblemente categorizado como
carente.
En otras palabras, es necesario considerar planos diferentes con
relación a la diferencia sexual y a la nocion de carencia homologada

a Io femenino, y destacar que una cuestión esimposible de repre-


lo sentar en el campo representacional como
parte e acce 0 1 a ene am Ito de la organización
psíquica y -otra;e-s-la atribución de una falta de
representación localizada en lo fúñenino. En este último caso se
trata de una reduplicación imaginaria de una falta fundacional,
existencial, inherente a los procesos de subjetivación, que
comprende originariamente a ambos sexos pero que es proyectada
y desplazada a lo femenino.
54 Leticia Glocer Fiorini

Asimismo, es imprescindible efectuar un trabajo de distinciones y


delimitaciones entre esa insuficiencia, fundacional para todo sujeto, y
los problemas de representación propios de los contextos actuales,
vinculados a lo efímero, al vacío, a la velocidad, a las realidades frag-
mentadas. La cuestión se complejiza, entonces, con la noción de sujeto
fragmentado. Se plantean otros problemas, ya que no solo se ponen en
cuestión los límites subjetivos sino también aquellos referidos al campo
de la diferencia sexual con sus distintas significaciones y los siempre
imprecisos límites de la polaridad masculino-femenino.
En este contexto, no debería ser indiferente si nuestra escucha
está dirigida al sujeto freudiano escindido, sujeto del inconsciente,
que al sujeto de la fragmentación posmoderna o al sujeto borrado
de la ex- clusión representacional y social. El camino de
análisis, de deconstrucción, de desarticulación de síntesis
preexistentes en pos de nuevas y singulares síntesis a su vez
sujetas a desarticulaciones posibles, es uno de los grandes
aportes del campo psicoanalítico. Pero, hay que
tener en cuenta que el carácter subversivo de la deconstrucción
dejará de serlo frente al sujeto fragmentado o frente a la disolución
del sujeto. En estos casos, otras deberían ser las opciones. La
deconstrucción sobre lo ya fragmentado es un camino iatrogénico.
Se hacen necesarias nuevas aunque siempre provisorias síntesis y
ligazones para poder entrar en el campo de la escisión. Y aquí está
incluida la noción de diferencia sexual y de géneros y
especialmente cómo se categoriZan IO femenino y lo masculino.
De la fragmentación a la posibilidad de establecer nuevos clivajes:
este es uno de los grandes desafíos para las prácticas actuales.
La diferencia sexual en debate

La idea es pensar en un sujeto en construcción-deconstrucción en


distintos momentos de la sesión, en distintos momentos del análisis
y de acuerdo con sus capacidades para deconstruir síntesis o
efectuar conjunciones sobre deconstrucciones previas. La
multiplicidad de factores en juego nos conducen a tratar de
descentrar falsas opciones: análisis o síntesis, vía de porre o vía de
levare, interpretación o construcción, en el análisis de los caminos
de los procesos de subjetiva-

Justamente, la relación entre el sujeto y sus realidades pone en


juego la relación interno-externo que entendemos como una relación
"en pliegue", tal como lo plantea Deleuze (1988) parafraseando a
Leibnitz, donde los espacios intersectan e intercambian. En este
sentido, podemos pensar que la producción de subjetividad se da
en un campo de intersecciones entre las poderosas realidades en
juego y lo heterogéneo delfantasma inconsciente, entre lo interno y
lo externo, entre lo pulsional y la otredad, entre la atemporalidad
del inconsciente y los tiempos finitos de la existencia humana,
entre lo representabley los límites de la representación. A esto se
agrega que su interpretación dependerá de la episteme vigente en
cada momento histórico.
Y, en este trayecto no podemos dejar de mencionar la pérdida de
la noción de futuro en las sociedades vigentes. Esto está en relación
con los tiempos urgentes, apresurados, que marcan los desarrollos
tecnológicos y la globalización en la actualidad. La falta de
perspectiva de futuro está ligada a la crisis de la noción de proyecto
propia de las temporalidades vigentes. Se trata también de una
cuestión que implica al campo psicoanalítico y a sus posibilidades de
autointerrogarse. Un psicoanálisis en devenir estará en condiciones de
repensar muchos de los problemas planteados.
Enfatizamos que al enfocar el impacto de problemáticas
contemporáneas sicoanalítico se hace necesario reflexionar sobre
lugar de lo nuev . La cuestión es, como señalamos, si esas problem
ticas se n uyen en lo ya sabido; es decir, si la teoría se constituye en
una Weltanschaung omniexplicativa que fagocita Io nuevo Y lo
transforma en lo ya conocido o si debemos iluminar esa frágil relación
entre los hechos y los conceptos, entre la práctica y la teoría, dejando
un espacio de interrogantes, de apertura, de detección de impasses y
escotomas. Este es un punto donde se localizan algunas de las más
poderosas resistencias del psicoanalista. Señala Deleuze (1969)' J en
su crítica del "platonismo", que el acontecimiento, como emisión de
signos, desborda a los conceptos. En este sentido, pensar en las
problemáticas de la época significa enfocar no solo los desafíos que el
43
56 Leticia Glocer Fiorini
mundo exterior impone, muchos de ellos con poderosos efectos
imaginarios, simbólicos y en lo real, sino que también supone
pensar con qué instrumentos se procesan, con qué herramientas se
piensan. Es decir, que el sujeto siempre está implicado.
Hacer foco en cómo los hechos interrogan a la teoría es uno de
los grandes legados del pensamiento freudiano y esto supone
ampliar los límites de la escucha más allá de lo que ciertos esquemas
prefijados le imponen. En este contexto, subrayamos que el
acontecimiento siempre desborda a la representación (Deleuze y
Guattari, 1980).
Se trata, en ese trayecto, de expandir el cerco de lo
real y la rela- ción con la otredad. Si la teoría no fúñCiona como un
sistema abierto se convierte en un centro de poder que clausura el
trabajo de pensamiento.
De esto, entendemos, se trata un psicoanálisis en movimiento,
pensable como un itinerario, una cartografía, capaz de generar ese
espacio de libertad posible y de cuestionamiento necesario en todo
proceso de construcción de subjetividad.

Sujeto en proceso
En este contexto, se hace imprescindible reflexionar sobre los
efectos en la clínica de estos hechos. Hay que destacar que la
producción de subjetividad no es un hecho natural. Los procesos de
subjetivación son complejas operaciones psíquicas que posibilitan
una inserción en órdenes sociales y discursivos que, a su vez, los
determinan. Y, comòhéiñðs destacado, no hay trabajo posible en el
campo psicoanalítico que no implique replantearse con qué
concepción del sujeto está operando. Esto tiene especial interés en
relación con la diferencia sexual.
El campo de la experiencia no es homogéneo ni acepta una forma
única de interpretación.
Retomamos las palabras de Kristeva (1998) de sujeto en proceso
como intento de subrayar categorías vinculadas al movimiento, al
cambio. Por nuestra parte, agregamos que el sujeto en proceso no es
el sujeto unitario del Iluminismo ni el sujeto fragmentado de la
Posmodernidad, aun cuando puede participar, y participa de hecho,
de algunas de las características de ambos. El concepto apunta a
movimientos de construcción y deconstrucción que inciden sobre los

procesos de subjetivación en ambos sexos.


La diferencia sexual en debate

procccO

Esto nos permitiría pensar los procesos de subjetivación


como un trabajo, una producción en movimiento, aunque de
carácter ideal. Efectivamente, hay en esta propuesta una
vertiente utópica, pero necesaria, como horizonte de una
concepción sobre la subjetivación sexuada. Significa incluir un
margen de maniobra propio del psiquismo en producción.
Subrayemos que, en este sentido, proceso es opuesto a destino.
Por otra parte, el concepto de sujeto en proceso implica, a
nuestro juicio, que no habría "un" acto de subjetivación sexuada,
sino múltiples focos y áreas de subjetivación. Esto supone una
concepción del sujeto donde coexisten ejes centrales arborescentes
junto con procesos rizo máticos, multicéntricos, espacios múltiples
de subjetivación (Deleuze y Guattari, 1980), más allá de las
causalidades clásicas de las bifurcaciones arborescentes. Se descentra
así la fijeza identitaria de los géneros y no se renuncia a las
diferencias, pero categorizadas en un sentido ampliado como se
desarrollará más adelante. En este sentido, se hace necesario enfatizar
nuevamente que la noción de diferencia es polisémica. A la vez,
también destacamos que el concepto de proceso se opone a los
universales en el campo de los sujetos de la diferencia sexual.
En suma, estas puntualizaciones conducen a la posibilidad de
promover deconstrucciones en estructuras unitarias pero también de
generar ligazones en estructuras fragmentadas. Esto es una referencia
a las posiciones masculina y femenina. Supone también, como
señalamos, diferenciar escisión de fragmentación. La escisión es una
aluSión a la heterogeneidad del psiquismo. En cambio, la
fragmentación implica desubjetivación. En la práctica clínica
podremos destacar que, si frente a una unidad totalizante se plantea el
reconocimiento de la escisión (gran descubrimiento freudiano), frente
a la fragmentación otras serán las opciones. El trabajo de ligadura
alternará con los descentramientos y desarticulaciones. De la
fragmentación a la instauración de nuevos clivajes: este puede ser uno
de los trayectos en la conformación de subjetivación.
Implica concebir otras formas de pensar la polaridad
masculinofemenino a través de conjuntos que trasciendan los
dualismos. Se trata de un trabajo de construcción-deconstrucción, en
el que la relación entre las identificaciones, los deseos y los cuerpos
marcarán diferencias en cada sujeto (nominado en su origen como
58 Leticia Glocer Fiorini
masculino 0 femenino por una legalidad social), y en el que la
singularidad de esas diferencias se pondrá en relación con
especificidades generalizables• Estas relaciones podrán generar
conflictos de diversa índole en la
La diferencia sexual en debate
45

clínica según las discordancias y contradicciones entre estos


conjuntos y las legalidades vigentes.
Postulamos que la diferencia sexual se conceptualiza entre lo
general, Io particular y lo singular. Esto hace a la complejidad de
esta noción en el marco de la polisemia que marca a lo masculino y
lo femenino.

Sujeto en intersecciones. Psiquismo abierto


Se hace necesario un trabajo de delimitaciones entre, por un lado,
el lugar de la sexualidad, de la pulsión, del inconsciente y, por el
otro, de los contextos histórico-sociales y sus discursos, del lenguaje,
del Otro en un sentido simbólico. Esto implica pensar en cómo se
relacionan estas categorías con la dualidad femenino-masculino y
qué es lo que restaría sin simbolizar.
El debate en forma de opciones tiende a resolver en forma
maniquea estas cuestiones. Resaltamos que el mayor desafío es
iluminar las problemáticas, los interrogantes, las opciones
dualísticas, desde modalidades de pensamiento que superen el
determinismo lineal. Para ello es necesario plantearse zonas de
intersección entre conceptos así como concebir una
simultaneidad de diferentes procesos en el campo psíquico.
Desde nuestro punto de vista esto apunta a formular la idea de un
sujeto sexuado que se construye en intersecciones.
El sujeto en intersecciones es también un sujeto en relación
con la otredad (Todorov, 1995). Se aleja de una concepción
solipsista del mismo. En estos movimientos están incluidos los
otros: materno, especular, el semejante, el tercero, el otro de la
cultura, de los discursos sociales, lingüístico. La alteridad es una
forma de exterioridad, pero también una creación desde las
operaciones de subjetivación. Y apunta a una "polifonía"
constitutiva, tomando palabras de Bajtin (1978). La diferencia
sexual, en términos de la polaridad masculinofemenino, adquiere
otras significaciones y descentramientos en el contexto general de
los diversos planos en que se juega la diferencia y en el contexto
del reconocimiento imprescindible de la otredad.
La diferencia sexual en debate
El concepto de cronotopos de Bajtin (1990) nos aporta
elementos para pensar estas cuestiones dentro de un marco de
coexistencia espacio-tiempo, ineludible para concebir una
subjetividad en movimiento.
Implica trabajar en un espacio posible entre lo preexistente y la
producción de acontecimientos singulares así como considerar que
Leticia Glocer Fiorini
46

estas problemáticas ponen en cuestión el papel de la realidad o


las realidades sociales, discursivas, virtuales, entre otras. Entre
las realidades multiplicadoras y la pluralidad de los fantasmas
inconscientes se generarán relaciones tanto de oposición como
de consonancia con impacto en la noción y la experiencia de las
diferencias.
Estos desarrollos se apoyan en la idea de un psiquismo
abierto, que toma en consideración las fuerzas autopoiéticas y
creativas que son propias de los sistemas abiertos, con su
capacidad de generar diferencias. Esto juega en contra de los
estereotipos y esencias sobre lo masculino y lo femenino.
De esta manera, se puede desplegar un campo de trabajo a
partir del espacio del que todo sujeto puede disponer para
interrogarse. Un sujeto cuestionador en el campo de lo posible
puede permitir también una ampliación de las posibilidades
electivas en ese estrecho desfiladero entre unidades, escisiones
y fragmentaciones. El sujeto es sujeto de una pluralidad. Esta
consideración amplía la posición del sujeto que elabora la teoría
y también genera la posibilidad de pensar de otra manera la
diferencia sexual.
Al reflexionar sobre cuáles podrían ser los márgenes en los que
el psicoanálisis podría generar diferencia y cambios, tomamos un
concepto sugerente de Kristeva (1998) el de psicoanálisis en re-
vuelta. Es también un psicoanálisis en condición de exilio
permanente. El psicoanálisis como sistema abierto, conjetural,
subversivo, es indisociable de la experiencia clínica. Implica
recuperar lo que la obra freudiana tiene justamente de apertura y de
poder multiplicador. Recobrar esta condición es parte de los
desafíos propuestos.
Para ello, es imprescindible tomar la complejidad de los
universos en juego, la potencia de los libretos fantasmáticos —en
un rescate de la efectividad de lo imaginario (Elliott, 1992)—, la
fuerza de las nuevas realidades que se presentan y los diversos
planos en cuestión: sirnbó• lico, real e imaginario, con sus
ineludibles efectos de intersección.
El psicoanálisis nació y se desarrolló como una praxis en
relación directa con la clínica pero desplegando un corpus teórico
de alta cornpiejidad. Tiene hoy suficiente densidad y sustancia
Leticia Glocer Fiorini
como para poder interrogarse ampliamente sobre estas y otras
cuestiones. Entendem0S

sino investigar cuáles son los instrumentos conceptuales que se


nejan respecto de los mismos.
Indudablemente, estamos pensando los procesos de os
subjetivacióllen términos como un trabajo psíquico, una producción.
Los pensam
La diferencia sexual en debate
47

de procesos y esto implica que no habría, como dijimos, un acto


de subjetivación, sino múltiples focos y áreas de subjetivación.
Esto significa trabajar en un espacio posible entre lo preexistente y
la producción de acontecimientos singulares. Entre el contexto
cultural y discursivo, el contexto parental-familiar y la interacción
de ambos con lo pulsional. Supone abordar, como señalamos, la
fuerza de las realidades en juego (que no se pueden dejar de lado)
y la multiplicidad del fantasma inconsciente, o sea trabajar en las
fronteras. Significa poder crear diferencias que hacen a la
producción de subjetividad.
Capítulo 3

Freud y su contexto epistémico y discursivo

Introducción
Hablar de la diferencia sexual en la obra de Freud plantea
problemáticas e interrogantes de gran alcance, tanto desde el punto de
vista teórico como desde la práctica clínica. Remite a su experiencia
en un determinado contexto e incita a reflexionar sobre la relación
entre el investigador y los productos de su investigación, entre el
creador y su obra, entre sus experiencias y sus elaboraciones teóricas.
Podemos afirmar que se trata de una relación sumamente compleja
donde están en juego, entre otras problemáticas, las teorías sobre la
diferencia sexual.
En primer lugar, pensar en la Viena de Freud es pensar en las
ideas imperantes, en los discursos vigentes, en el contexto
sociocultural en el que su obra es gestada, y sabemos que esto
induce inevitablemente a determinadas construcciones teóricas y
determinadas prácticas. Pero la relación entre el contexto
sociocultural (creencias, ideologías, costumbres) y una obra
como la de Freud no es directa ni esquemática; no hay, a nuestro
juicio, una relación causa-efecto directa entre ambos.
En segundo lugar, el contexto epocal, sociocultural e
ideológico es solo un aspecto de las influencias posibles. No hay
que olvidar el marco epistémico en el que una obra se desarrolla,
marco que induce a determinadas formas de pensar las
problemáticas, que acepta ciertas lógicas y excluye otras.
50 Leticia Glocer Fiorini

Estos dos planos son parte de los puntos de partida de nuestros


desarrollos. Es decir, que las propuestas freudianas responden en
parte a una influencia de las manifestaciones culturales y epocales
vigentes entonces, pero con un sustento epistémico, un modo de
pensamiento basado en los códigos de la Modernidad. Estas
influencias están en relación.
Sin embargo, remarcamos un tercer punto y es que, al mismo
tiemPO, se trata de una obra que excede en demasía esas
determinaciones. Las obras que marcan giros fundamentales en
la historia del pensamiento producen algo nuevo, que no está
incluido en lo que las precede. El concepto de inconsciente y
las oscuras fuerzas pulsionales des criptas por Freud, van más
allá del pensar y de las lógicas de la Razón Ilustrada. Señalemos
que los románticos alemanes en los que Freud abrevó, habían
mostrado esta vertiente de la condición humana.
Entonces, hay varios planos a discutir en relación con el tema a
desarrollar:

a. Aspectos ideológicos, descriptivos, epocales.


b. Fundamentos epistémicos y lógicas en juego.
c. Propuestas en los escritos freudianos que van más allá de esas
determinaciones, en su carácter de descubrimientos
originales.

Es nuestra intención construir un diálogo crítico con las ideas


freudianas.

La Viena finisecular
Hablar de la diferencia sexual en el contexto de la vida y la obra
de Freud implica referirse tanto a la Viena finisecular como a su
periencia cotidiana y en la práctica clínica con las mujeres. Pero
¿qué fue la Viena de Freud? Frecuentemente se habla de las ideas
burguesas patriarcales que imperaban. Es verdad que se trataba de
la Viena imperial, con un fuerte influjo de ideas tradicionales sobre
la familia Y la mujer así como sobre el papel del hombre como
ordenador. En ese contexto, la categoría mujer era, al menos,
motivo de desconfianza Y de alarma. Pero, también el principio del
siglo XX fue en Viena cuna de movimientos que revolucionaron la
51 Leticia Glocer Fiorini
cultura, tanto la pintura (recordemos a Klimt y el movimiento de
Secesión así como al expresionismo, entre otras corrientes) como
las artes en general, la literatura
La diferencia sexual en debate 52

y la crítica de costumbres (Musil, von Hoffmanstal, Karl Krauss)


y, por supuesto, el psicoanálisis. Freud mismo fue revolucionario
en sus propuestas sobre el inconsciente, sobre la sexualidad.
También hay que recordar que el lugar clásico de la mujer estaba
siendo cuestionado por mujeres de ideas liberales, incluso algunas
feministas, que Freud también conoció muy bien. Es conocido que
discutió abiertamente con las feministas en su artículo "La
feminidad" (Freud, 1933). El problema sobre el lugar de la mujer
estaba instalado. Stuart Mill ya había escrito sobre este tema en el
que cuestionaba el lugar secundario adjudicado a las mujeres en la
sociedad, y Martha Bernays se lo había mencionado a Freud en el
intercambio epistolar que sostuvieron durante su noviazgo. Sin
embargo, Freud estaba muy imbuido de ideas patriarcales como se
puede constatar en su respuesta. Sostenía que las mujeres tienen
una función ineludible que cumplir en el cuidado de la casa y los
niños, que esto hace que no puedan ni deban tener ninguna
profesión y, agrega en su carta, que frente a la posibilidad de que
desaparezca "nuestro ideal femenino (...) prefiero ser anacrónico y
atesorar mi anhelo de Martha tal como es ahora y no creo que ella
quiera ser diferente" (Freud, 1963, p. 33).
Hay que destacar que estas ideas se trasladaron en parte a su
producción teórica, como se mostrará más adelante. Pero, también
es necesario señalar que las experiencias y los contactos de Freud
con las mujeres fueron muy diversos. Es muy conocido que las
mujeres con las que Freud convivió o se relacionó no respondían a
un patrón homogéneo. No era lo mismo su modo de relación con
Martha, su esposa y pilar del hogar, que con Minna, la cuñada, con
quien (como lo indican algunos biógrafos), compartía confidencias,
comentarios sobre su trabajo, juegos de mesa y viajes (Appignanesi-
Forrester, 1992) o con Lou-Andreas Salomé. En cuanto a sus
discípulas y colegas, todas ejercían una profesión. Y aquí habría que
diferenciar, como lo desarrolla Chasseguet-Smirguel (1964), entre
aquellas que concordaban con sus posturas: Hélène Deutsch, Marie
Bonaparte, J. Lampl-De-Groot, Ruth Mack Brunswick y aquellas
que diferían en sus concepciones sobre la envidia del pene, la
pasividad de la mujer, el masoquismo femenino, entre otras, Karen
Horney y Josine Muller. Todo esto nos muestra que la experiencia
de Freud, sus contactos, sus relaciones con mujeres, iban más allá
del contexto de la Viena imperial y de las costumbres burguesas y
patriarcales.
En este sentido acentuamos los desvíos a los que puede
conducir la tentación de trasladar mecánicamente la historia y la
La diferencia sexual en debate 53
experiencia de una vida a una obra determinada. No olvidemos
que Freud aporta
54 Leticia Glocer Fiorini

a lo que se podría llamar una "Historia de las mujeres", una


escucha que no existió hasta entonces. La histérica habla a través
de sus síntomas, dice Freud, y por este camino avanza hacia una
comprensión del psiquismo donde la represión y el inconsciente
pasan a ser elementos fundamentales. Pero, también es cierto que
algunas de sus pacientes se rebelan contra sus "destinos de mujer"
bajo la forma del síntoma.
Nuestra hipótesis es que en Freud convivieron distintas
corrientes de pensamiento —el clasicismo con la modernidad en
ebullición, la razón ilustrada con las fuerzas irracionales del ello—
y que estas corrientes coexistieron junto con sus propias y diversas
experiencias, y se manifestaron en parte en sus propuestas teóricas
sobre la diferencia sexual y la masculinidad y feminidad, con todas
sus contradicciones. Esto hace que no haya, a nuestro juicio, una
homogeneidad total en sus propuestas sobre la diferencia sexual.
Significa también que se pueden deslindar líneas teóricas diferentes
a partir de esa no homogeneidad.

Supuestos epistémicos y epocales


Tal como lo desarrollamos en otras publicaciones (Glocer
Fiorini, 1998, 2001a, 2007a), es necesario hacer una
deconstrucción del discurso freudiano sobre la diferencia sexual, lo
masculino y Io femenino, reconocer los obstáculos y puntos ciegos
en la teoría y sus efectos en la práctica clínica. En esta línea, se
hace imprescindible reconocer qué propuestas tienen relación
directa o indirecta con los discursos ideológicos, epocales, sobre la
mujer; qué peso tiene el punto de vista masculino; qué propuestas
responden a las lógicas epistémicas imperantes y cuáles exceden
estas condiciones constituyendo desarrollos teóricos que van más
allá de sus condicionamientos ideológiCOS o epistémicos.
Hay que tener en cuenta que cada época, cada sociedad, cada
tiempo, está sujeto a un régimen de enunciación y de visibilidad,
tal como lo planteaba Foucault (1984), y que hay límites
implícitos que marcan lo que es posible o no enunciar.
Foucault propuso pensar el siglo XIX desde un modelo de
encierro, y el siglo XX bajo un modelo de control. Si aplicamos
esto a las concepciones sobre la mujer, podremos pensar que Freud
estaba inmerso en el pasaje entre estos dos modelos. Ya no es más el
55 Leticia Glocer Fiorini
encierro liso Y llano, sino el modelo de control, es decir, cómo deben
ser las mujeres
La diferencia sexual en debate 56

En este sentido, Freud también trabajó sobre un régimen de


enunciación posible, que a nuestro modo de ver se manifestó más
claramente en sus propuestas sobre la diferencia sexual. Sin
embargo, reiteramos que también fue más allá de ese régimen de
enunciación al superar la noción de sujeto de la conciencia, de
sujeto trascendental, e introducir el concepto de inconsciente, que
descentra inevitablemente toda concepción unitaria sobre la
diferencia sexual y las posiciones masculina y femenina.
Entonces, retomando los ejes propuestos, se pueden analizar en
las propuestas freudianas:

a) Las ideas imperantes, que se reflejan en sus asertos acerca


de la rigidez psíquica de las mujeres, un superyó deficitario, escaso
sentido de justicia, intereses sociales más endebles, menor aptitud
para la sublimación, así como sus afirmaciones sobre la poca
capacidad de cambio "como si el difícil desarrollo hacia la
feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona" (Freud,
1933, p. 125).Aquí, Freud reclama que las feministas no lo acusen
de discriminación y concluye que las mujeres intelectuales,
profesionales, existen; pero es porque han desarrollado sus partes
masculinas: una verdadera tautología, como señala Kofman (1980).

Por otra parte, Freud reconoce (1930, 1933) la influencia de los


factores socioculturales en la represión de la sexualidad cuando
plantea para el desarrollo psicolibidinal de la niña la necesidad de un
pasaje de lo activo a lo pasivo junto al cambio de zona del clítoris a
la vagina y al cambio de objeto de la madre al padre. Pero también
indica que hay un factor pulsional que rige este pasaje y, más aún,
que es un factor indispensable para acceder a la feminidad. Sin
embargo, agrega que ciertamente no hay un destino pasivo, la meta
de la pulsión siempre es activa por definición. Aquí reafirma la
complejidad e interpenetración de las determinaciones
socioculturales y pulsionales. Es decir que, si bien, por un lado,
reconoce la fuerza de las determinaciones de la cultura vigente, por
el otro, acentúa la potencia del factor pulsional y de las fantasmáticas
respectivas.

b) La episteme vigente. Se hace necesario remarcar


nuevamente que hablar de las mujeres en laViena de Freud no es
solo hablar de las mujeres con las que se relacionó ni tampoco
de los prejuicios imperantes, sino fundamentalmente de los
La diferencia sexual en debate 57
modos de pensamiento y lógicas involucrados en las
concepciones sobre la diferencia sexual.
Recordemos las nociones de continente negro (Freud, 1926), el
e
nigma, lo misterioso, la mujer como tabú. Analicemos esto sobre la
58 Leticia Glocer Fiorini

base de lo que Foucault (1966, 1984) denominó la episteme de


la Modernidad, basada en la oposición entre el Sí Mismo y el
Otro. El otro es lo extraño, lo desconocido, lo que ataca las
certezas del yo: lo que debe ser desconocido o eliminado, o bien
asimilado al yo como forma de control. En esta dualidad (Sí
Mismo/Otro) no hay un reconocimiento del otro como sujeto,
radicalmente heterogéneo al yo (Lévinas, 1947). En esta lógica
la posición masculina queda identificada con la de sujeto de
conocimiento y de deseo, y desde esa posición se localiza otro
lugar, el del enigma; enigma porque no entra en las coordenadas
del sujeto de conocimiento. Es otra realidad que amenaza al
sujeto masculino: la otredad en el campo de la diferencia. De
aquí surge la angustia de castración, y así queda desmentida la
subjetividad y la sexualidad femenina.
Pero, como lo destacamos en otro lugar (Glocer Fiorini, 2001a,
2007(1): el enigma ¿es lo femenino o es la diferencia sexual? A lo
que se agrega otra pregunta: el enigma ¿es lofemenino o es lo
materno?
Estos interrogantes no anulan la noción de enigma en el campo
de la sexualidad, sino que requieren un análisisgenealógico. La
propuesta es ubicar el enigma en otro lugar, desplazarlo desde
lofemenino a otras categorías que en sí mismas son enigmáticas: la
diferencia de los sexos, el misterio de los orígenes, la sexualidad. En
este sentido se hace necesario reafirmar que relocalizar el enigma no

significa anularlo como tal. El enigma circula, no se clausura: por el


contrario, se sostiene sin homologaciones esquemáticas a lofemenino y
las mujeres.
Ciertamente, el concepto de otredad tiene aún otra cara: el
lugar del otro también puede ser subversivo, plantear
interrogantes, abrir preguntas que cuestionen una posición
tranquilizadora en cuanto a los saberes que responden a los
ideales de la cultura sobre la diferencia sexual y la feminidad. El
otro está en el límite en relación con un centro, el sujeto. Y el
límite también es un lugar de preguntas y cuestionamientos del
centro.
Desde este punto de vista, es interesante recuperar interroganteS
sobre la diferencia sexual y retornar a la afirmación freudiana sobre
las dificultades en llegar a delinear y otorgar significados precisos a
las categorías de masculino y femenino (Freud, 1933).
La diferencia sexual en debate 59

Finalmente, consideramos que el discurso freudiano sobre la


diferencia sexual es también un discurso sobre los géneros, discurso
sobre hombres y mujeres que se sostiene, aunque no totalmente, en la
episteme de la Modernidad. Discurso en el que las mujeres son los
otros, ya que se parte de un punto de vista masculino.
A la vez, aporta una conceptualización básicamente centrada en
la sexualidad y en la diferencia. Rescata, ilumina y enfatiza el papel
de la sexualidad, de la pulsión, del deseo, y los enmarca en una
legislación metaforizada en el complejo de Edipo-castración (Cf.
capítulo 4). De esta manera, queda incluido como una narrativa que
replica a la organización de la familia nuclear y a las normativas
vigentes.
Se trata de una teoría sobre la diferencia que tiene una
vertiente falogocéntrica, como puntualiza Derrida (1987), y que
encuentra sus puntos débiles y contradicciones en sus
conceptualizaciones sobre las mujeres y la sexualidad femenina.
Para algunos autores es una descripción aguda de la realidad de
las sociedades vigentes y, en este sentido, del lugar de la mujer en
ellas (Mitchel y Rose, 1982).
A nuestro juicio, hay sobre esta cuestión una multiplicidad de
pun tos de vista en el interior de la obra freudiana y esto explica la
diversidad de teorías posfreudianas y contemporáneas. De la
misma manera que, como hemos señalado, la vida y la experiencia
de Freud en su Viena y con sus mujeres estuvo plena de
diversidades.
En esta línea, además de los puntos ciegos que luego vamos a
considerar, los escritos freudianos aportan también conceptos
fundamentales, entre los cuales destacaríamos:
En primer término, que las teorías freudianas operan en el registro
de lo humano, de la cultura, a pesar de incluir también algunos aser tos
naturalistas. Esto es lo que el concepto de devenir, de movimiento, de
proceso y construcción subjetiva, nos indica para cada hombre y
mujer.
En segundo lugar, que no habría una verdad esencial sobre la fe-
minidad y esto se expresa en sus dificultades para encarar las
parado- jas que obstaculizan cualquier intento de sostener un
universal sobre la mujer (Glocer Fiorini, 2006b). Ciertamente, esto
tiene fuertes implicancias en la conceptualización de la posición
masculina y en las construcciones sobre la diferencia sexual así
como en el abordaje de los múltiples itinerarios de la sexualidad.
Se abren así las siguientes cuestiones:

• Si es la diferencia de los sexos una "realidad" ahistórica.


• Qué papel juega el lugar del otro, que en el campo de la diferen
cia es asignado a la mujer.
Capítulo 4

El complejo de Edipo-
castración y la
diferencia sexual

El discurso freudiano sobre el complejo de Edipo se propone dar


cuenta de los procesos por los cuales el niño o niña se inserta en un
contexto simbólico de lazos sociales (Freud, 1923b, 1924). El mito
de Edipo es utilizado para poder explicar esta inserción en la cultura
a través de la propuesta de una salida exogámica que abarca la
elección heterosexual de objeto, la prohibición del incesto y la
formación del superyó. Luego, presentaremos otras teorías,
posfreudianas, y en cada una se abordarán sus contribuciones y lo
que, a nuestro juicio, son puntos ciegos en relación con la temática
propuesta.
Está en juego tambié desde ué
perspectiva se enfien I Edipo. estructura. emas, ¿es ¿Mito,
La diferencia sexual en debate 61

narrativa, modelo, complejo, o no historizable? El debate historia


versus estructura está implícito.
Como hemos destacado, Freud aportó enormes descubrimientos al
Conocimiento de los procesos de subjetivación y, en este sentido, hay
ejes del psicoanálisis que se mantienen vigentes
y que son: el c descubrimie del in 0-polimorfa —las
pulsiones no están todavía unificadas en una meta el
concept
ontingente .
2ara la pulsión y el reconocimiento de la transferencia como la base
C
l éltrabajo analítico. Esto es así aun cuando cada teoría interprete
en forma diferente estos conceptos. Por ejemplo, sabemos que no es lo
m
ismo referirse al inconsciente freudiano, kleiniano o lacaniano. Sin
e
mbargo, se mantienen como ejes fundamentales del psicoanálisis.
La diferencia sexual en debate
58

Ahora bien, hay otros conceptos como los vinculados a la


diferencia sexual, al lugar de la mujer y lo femenino en la
teoría, ûïdãües que revelan ciertas limitaciones para
explicar los procesos de subjetivación sexuada a través de la
narrativa edípica y que es necesario enfocar, ya sea para
ratificarlos, ampliarlos o discutirlos y, fundamentalmente, para no
incurrir en repeticiones dogmáticas y acríticas. A nuestro juicio,
no hay una sola teoría que ofrezca todas las respuestas. Como
señalamos, cada teoría apunta a enfocar los puntos ciegos de otra.
Comenzamos por una propuesta fuerte de Freud: el complejo
de Edipo-castración. Ambos van juntos, no se pueden pensar el
uno sin el otro en la teoría freudiana. Se enfocarán los aportes,
aporías y contradicciones en relación con el concepto de
diferencia sexual.

El complejo de Edipo es un mito griego que Freud utiliza para


metaforizar la construcción de subjetividad sexuada en el niño y
en la niña. En el varón apunta a los deseos incestuosos hacia la
madre y los deseos de muerte hacia el padre. Los procesos de
identificación, deseos y su represión (o sepultamiento) conducen a
una salida exogámica, es decir, a insertarse en una legalidad
cultural. La resolución esperable sería que el varón eligiera como
objeto sexual y de amor a una mujer que no fuera la madre y que,
a la vez, se identifique con el padre. El superyó, dice Freud
(19231', p. 36), ordena: "Así (como el padre) debes ser". "Así
(como el padre) no te es lícito ser". En la niña, Freud plantea un
trayecto más complejo.

En el varón
El enfrentarse a la diferencia de los sexos en la fase fálica, a
través de la visión e interpretación de la diferencia sexual
significada como castración en la niña, conduce a la angustia de
castración.
Leticia Glocer Fiorini
El complejo de castración está íntimamente ligado a la atracción
por la madre y la rivalidad con el padre. El deseo incestuoso hace
creí ble la amenaza de castración como castigo. travesía e IPIca
conðüëËãTãšù-štTíGÈÕÑffõÈñïûÌãõ7ðïFãîñüjer y a una
identificación con el padre, se instala la exogamia y la formación
del superyó.
Hay un corte que pone fin al complejo de Edipo infantil. Ese
corte está marcado por la angustia de castración.
59

En la niña
Freud describe una fase preedípica prolongada en la niña y
plantea que se le presentan dos tareas adicionales en su trayecto
libidinal: el cambio de objeto y el cambio de zona erógena.
Con la entrada en la fase fálica se manifiesta una masculinidad
primaria. Al enfrentarse a la diferencia sexual y experimentar una
minus- valía se genera hostilidad a la madre y un acercamiento al
padre.
Entonces, en un proceso guiado por la envidia del pene y
regido por la ecuación simbólica pene-niño, pasa õdesear un hijo
del padre y luego de otro hombre. Por lo tanto, el complejo de
Edipo sería tardío y secundario y no estaría sometido a un corte
por la angustia de castración, como en el varón.
•——Como este desarrollo, afirma Freud, no está regido por la
angustia de castración que cierra el ciclo en el varón, sino que
comienza con el complejo de castración, esto conduciría a la
constitución de un supO;yo débil.
No habría un final claro del complejo como en
el varón, habría continuidades y es Izamientos.
Todo esto implica para la niña, dice Freud, un pasaje de lo
activo a lo pasivo. Aquí plantea que esto se produce por causas
pulsionales y también por exigencias de la cultura.
En esta trama vemos que el complejo de castración pone fin al
complejo de Edipo en el varón, pero prepara el complejo de
Edipo en la niña. Para la niña, Freud propone que la castración es
La diferencia sexual en debate
aceptada como premisa. Es lo que Freud (1924, p. 186) llama
"aceptación de la castración consumada". I

Indudablemente, no se puede pensar esta propuesta sin referirnos a


las teorías sexuales infantiles que desarrolló Freud (1908, 1925). La
fase fálica está ligada a la teoría que asume la creencia de que existe
un solo órgano genital para ambos sexos, el pene. Esto definiría
posiciones para la niña y el varón. Freud la desarrolla tomando
como eje al niño varón. En la fase fálica, la visión de los genitales
femeninos se une a la amenaza de castración. En otras palabras, la
amenaza de castración cobra valor frente a la visión de los genitales
femeninos interpretados como una falta. Esto está ligado a los
deseos incestuosos del niño hacia la madre, que a su vez están
conectados a la masturbación que conducen a esperar la
inminencia de cruce conduce al niño a una interpretación, la teoría
de la castración: en la niña, el órgano ha sido amputado. Entonces,
la diferencia es interpretada como castración en el marco de un
castigo por sus deseos
Leticia Glocer Fiorini
60

incestuosos. Pero, sabemos que a la niña no le falta nada


anatómicamente, es como es. Solamente desde un punto de vista,
el del varón, puede interpretarse que algo falta porque no es lo que
él mismo po- see. La cuestión es que esta teoría sexual infantil,
creada por Freud (1909) a partir de su interpretación de las experiencias del niño
Lo interesante es que la niña parece compartir esta teoría. Se
varón que,d
siente castrada. Y aquí habría que hablar del valor fálico del pene Pensa
en las distintas culturas, se trata de un valor fálico ligado al poder.
Y considerar cómo ese valor se inscribe en el psiquismo de espI!ie
Aportes freudianos al tema de la diferencia sexual
hombres y mujeres. No es el pene ni es el falo, ya sea símbolo o
significante,
(caso sinoesel valor
Juanito), luego fálicot
establecida como teoría adulta y pierde el caácter proble
Más adelante veremos
interpretativo, cómo de
imaginario, otros
lasautores,
teorías desde distintas
sexuales perspectivas,
infanti es. Si laspacß no se
van en
lene más allá de
cuenta suestos desarrollos.
caracter Peropasa
imaginario, ya podemos
a ncionardistinguir
como una queverdad
el comprobada, Plan

pene, órgano anatómico, no es el falo. El falo tiene distintas significa


fácticamente. el

•ones: tiene un valor simbólico, de oder, potencia, desde los antiguos ese

griegos. ara Lacan es un significante, significante tiene


Freu
amo. Este autor erige al falo desca
de
en un significante fundamenïäãÑðFïåññdor del psiquismo y de los con
resuel
tesde
procesos de subjetivación sexuada. La diferencia sexual, para Lacan tensió
mient

'Otrop
sarroll
Leticia Glocer Fiorini
(1972-1973), se define en torno a la función fálica. I
na, cepto
defin

Al introducir el complejo de Edipo, Freud se gpgrta de lina deter=


minación natural V biológica y complejiza la noción de diferencia
sexual. Presenta acercamientos con posteriores enunciados de S. De
Beauvoir (1949) en este aspecto: "La mujer se hace, no nace".
Además, diferencia el desarrollo psicosexual de la niña y el varón.
Se aparta de su primera ro uesta acerca de un complejo de Elect
an ogo a de varón. Descubre una ase preedípica muy prolongada
La diferencia sexual en debate
61

en la niña que explicaría ciertos tipos de relaciones conyugales en


las que se desplazan hacia la pareja problemáticas con la madre
vinculadas a esa fase.
Y también podemos considerar, como lo hacen algunos
autores, que al describir la fase fálica y la envidia del pene en la
niña, Freud está describiendo el estado de las cosas en un
contexto sociocultural dado (Mitchel y Rose, 1982). Esto lo
podemos referir principalmente a las pacientes histéricas a
quienes él trató.

Problemáticas en las propuestas freudianas


• Plantea al mismo tiempo dos propuestas que se oponen: a)
que el acceso a la diferencia sexual se ad
estino uiere, b) que la anatomía ese , 1 6). Es
(Freu
concep o e senes comp e a
interesante
constatar cómo
mantiene t rmmos contradictorios sin renunciar a ninguno de
ellos. Freud recurrió descartar
ninguna en una sintesls la de las
variables en
juego, con lo cual se aparta de una causalidad lineal.
Actualmente esto podría ser pensado con las teorías de la
hipercomplejidad. En este sentido, los aportes de Morin
(1986, 1990) de que puede haber coexistencia en tensión de
variables heterogéneas, que no necesariamente se resuelven
cuca superadora, son una herramienta necesaria.
es el planteo de que habría, en el
desarrollo psicolibidinal de la niña, la necesidad de un
cambio de zona, del clítoris a la vagina; actualmente, esto
puede ser pensado de otra manera, como una coexistencia.
Es un indicio de que Freud estaba muy preocupado por la
La diferencia sexual en debate
subsistencia de la especie y, por lo tanto, por la reproducción
más que por el goce . femenino.
• Hay que señalar que Freud toma el punto de vista del varón
relativo a la castración, pero no está todavía suficientemente
explicado por qué la niña, según las teorías sexuales infantiles,
acepta esa teoría y si
• También hay que considerar el problema de un supuesto superyó
débil en la mujer, que no es com r bable en la clínica
• Actualmente, hay autores Butler, 1990; Iri aray, 1977 que
cuestionan la salida heterosexual normativa que propone el
Edipo.
Leticia Glocer Fiorini
62

Puntos a reflexionar
El complejo de Edipo-castración proporciona una forma de
pensar el acceso a la exogamia y la inserción en un contexto de
lazos sociales, a través de la prohibición del incesto. La angustia de
castración es un fenómeno que se observa en el varón, en la clínica.
Más dilemático es el concepto de castración en la niña salvo que
se lo tome en un registro simbólico, como incompletud y, en este
sentido, sería común a am bos sexos. Esto evitaría las resonancias
propias de una castración imaginaria específicamente ubicada en las
mujeres, que redobla el concepto de incompletud.

Como señalamos, hay autores que discuten la salida


heterosexual del Edipo ya que la consideran una salida normativa.
El mismo Freud sostenía que en civilizaciones donde la
homosexualidad era plenamente aceptada, como en la Grecia
Antigua, no era considerada una perversión.
Por otra parte, hay en la obra freudiana dos líneas, una es la del
complejo de Edipo-castración su salida heterosexual esperable
consonancia con las le alidades vigentes. Otra, es a que se puede
cons ensayos e eoría sexual" (Freud, 1905) en la que está acentuada
la potencia de la pulsión, y las dificultades de su unificación
armónica y equilibrada en una salida heterosexual normativizada
por la cultura.
Además, ¿es la narrativa edípica una explicación convincente
del desarrollo psicosexual de la niña o está explicando una situación
dada desde el punto de vista del niño varón y sus teorías sexuales
infantiles, tal como Freud las refiere? Remarcamos que la angustia
de castración en el varón ubica una supuesta castración en el sexo
opuesto. Esto es aceptado por la niña y planteado como un
universal en la teoría freudiana.
A nuestro juicio, habría que pensar el complejo de Edipo como un
mito o narrativa que Freud propone para explicar el pasaje a una
lega lidad simbólica sustentada en la familia nuclear clásica, en el
marco de los ideales sobre las posiciones masculina y femenina
vigentes. En este sentido, es historizable.
Permitiría explicar el juego de deseos e identificaciones en el
niño: amor y deseo por la madre, rivalidad con el padre. A la
inversa, y por otras vías, en la niña. El Edipo completo comprende
Leticia Glocer Fiorini
el Edipo positivo clásico y el Edipo negativo, y se podría afirmar
que responde con más precisión a las complejidades y
ambigüedades de los procesos de subjetivación sexuada.
La diferencia sexual en debate
63
Veremos luego que actualmente se discute su aplicación a otros
modelos de familias y a la parentalidad en parejas homosexuales y
no convencionales en general, así como al desarrollo psicosexual en
la niña. Deleuze y Guattari (1972) proponen considerar un complejo
transfamiliar basado en el concepto de vacuolas en la familia, que no
se reduce a los tres términos de la familia nuclear. Con esto se
amplía el concepto y las significaciones del complejo de Edipo y
proporciona elementos para pensar en las innumerables variantes del
recorrido del deseo y de las identificaciones, imaginarias y
simbólicas, en cada sujeto.
Si retornamos al modelo freudiano, vemos que para el varón la
resolución del Edipo parece ser más clara y sencilla que para la niña.
La angustia de castración lo preserva narcisísticamente y lo conduce
a renunciar a la madre y dirigir su deseo a otra mujer. Se produce una
salida exogámica. Se identifica con el padre y, si la resolución está
lograda, resuelve el dilema logrando una salida aceptada
normativamente.
En cambio, la propuesta freudiana plantea para la niña
dificultades extra como el cambio de objeto y de zona; la niña
debe buscar un objeto de otro sexo que el de la madre. Esto la
conduce por un largo trayecto psicolibidinal comandado por la
envidia del pene, que surgiría cuando frente a la visión de la
diferefiÈÛñÄïðñïìõra interpreta como una castración consumada.
Freud plantea tres salidas posibles del Edipo para la niña,
recordando que sería una formación secundaria al largo período
preedípico.

• La inhibición o frigidez. Se reprimen los deseos e impulsos


sexuales frente a la decepción de no poseer el pene.
• El complejo de masculinidad que, al no resolver la envidia del
pene, puede conducir a la homosexualidad.
• La maternidad como salida princeps para el desarrollo libidinal
de la niña.

En estos tres caminos hay dos cuestiones, entre otras, a repensar:


Primero, la maternidad es para Freud la meta fundamental del
desarrollo libidinal de la niña. Segundo, no hay lugar para una
sexualidad femenina autónoma de la maternidad.
Vemos entonces que el complejo de Edipo en la niña, tal
como está planteado, no admite otra meta más allá de la
La diferencia sexual en debate
ecuación simbólica que conduce de la envidia del pene al deseo
de hijo, primero del padre y luego de otro hombre. Y, como ya
señalamos, queda excluido en lo explícito cualquier desarrollo
referido a una sexualidad femenina no dirigida al deseo de hijo.
Leticia Glocer Fiorini
64

Esto conduce a otro problema y es que el hijo es


interpretado como un sustituto de una carencia fundamental. A
través de la envidia del pene no hay otra forma de significar el
deseo de hijo más que como una sustitución del pene deseado
o envidiado (para Freud) o del falo (para Lacan). La ecuación
pene-niño pasa a ser imprescindible y no habría otra
explicación convincente sobre la maternidad.
El hijo, entonces, sería un sustituto del pene o bien un hijo-
falo. Ciertamente, esto puede ocurrir, especialmente en las
histerias, pero noable porque en
es eneraliz
posibilidad de
que a madre pueda considerar al hijo como un otro. Es decir, si el
hijo es un sustituto de una falta, que al ser interpretada conduce a
la envidia del pene, será muy difícil llegar a considerarlo como un
otro. La intervención del padre, como función, puede llevar a un
corte, pero no necesariamente a aceptar la otredad en el hijo (Cf.
capítulo 15).
Además, esto conduce en algunos analistas a una
sobreinterpretación de la envidia fálica en las mujeres y a
homologar histeria con feminidad.

Acerca del concepto de castración


En la obra freudiana, el complejo de castración está
indisolublemente ligado al complejo de Edipo. En el varón,
porque la angustia de castración con su amenaza al narcisismo
(la pérdida del pene) provoca la resolución-sepultamiento del
complejo. En la niña, porque asume la castración como cierta,
sería una premisa —castración consumada— que, según Freud,
inicia el proceso.
Ciertamente, es imprescindible analizar de qué se habla
cuando se habla de castración. Lacan (1971, 1972-1973)
propuso tres registros (real, simbólico, imaginario), un avance
importante para deslindar las distintas significaciones del
Leticia Glocer Fiorini
concepto de castración. Si nos referirnOS a la castración
simbólica, no a la real o imaginaria dis riminadas or este autor,
debemos aclarar que es una referencia al ncomp etud a los
límites y en este sentido sería aplicable a ambos se os.
cia a la mujer como ser castrado perdería sentido porque la
gg¾ggié-u simbólica afecta tanto a hombres como mujeres. La
castración bólica sería tambi n, para Lacan, una referencia al corte
de la díada madre-hijo
La diferencia sexual en debate 65

En este marco, hay que diferenciar la castración en Lacan y en


Freud. En Lacan se pierde la referencia clara al complejo de
castración freudiano, más ligado a su relación con el pene; o sea,
al "tiene o no tiene", en el que la niña sería un ser incompleto de
acuerdo a las teorías sexuales infantiles.
Sin embargo, en Lacan (1955-56) hay otra vertiente de su obra
en la que señala que a la mujer le falta un significante
fundamental: que tiene un carácter de vacío, que la coloca fuera
del universo significante. Hay aquí una contradicción que él
intenta solucionar con los matemas de la sexuación. En ellos, es la
función fálica la que define las posiciones padre-madre, hombre-
mujer. En esta propuesta, cualquier sujeto, sea hombre o mujer,
puede ocupar una de estas posiciones. Con la noción de goce
femenino, Lacan sugiere otra variable para conceptualizar la
diferencia.
A partir de estas consideraciones se hace necesario subrayar
que el concepto de diferencia sexual es interpretado de distintas
maneras. Para algunos puede estar sustentado en la anatomía o en
la biología, es decir, predeterminado; para otros, es considerado un
acceso a un registro simbólico sobre la diferencia. En este caso,
atravesar el complejo de Edipo-castración sería una forma,
freudiana, de acceso simbólico a la diferencia.
Pero, es de señalar que la diferencia no es solo la diferencia sexual
anatómica ni tampoco solo su vertiente simbólica. Además, la
normatividad de la salida edípica responde a un contexto cultural y
discursivo dado.
En esta línea, proponemos considerar la multivocidad del
concepto de diferencia. No es lo mismo la diferencia como
distinción (Heidegger, 1957), la diferencia en el lenguaje, la
diferencia como corrimiento sig nificante, la diferencia en un
sentido deleuziano como diferencia de flujos, que la diferencia
sexual y de géneros —anatómica, cultural y discursiva—, aunque
hay relaciones entre todas estas nociones. Esto amplía mucho el
concepto de diferencia. Más adelante, retomaremos el tema de la
diferencia porque, como señalamos, están implicadas las posiciones
femenina y masculina, así como están en juego las diversidades
sexuales.
Frente a los problemas planteados ya habían surgido polémicas
entre algunas psicoanalistas mujeres, discípulas de Freud. Karen Hor
ney (1924) planteaba que hay que tener en cuenta los aspectos
socioculturales para analizar la psicosexualidad femenina. Josine
Muller (1932) y otras autoras discutieron el concepto de envidia del
La diferencia sexual en debate 66
pene. Se planteó también que la envidia del pene es la envidia del
pene idealizado (Marika Torok, 1964).
Leticia Glocer Fiorini
66

Melanie Klein (1945), por su parte, extendió la noción de


complejo de Edipo y sostuvo que hay un Edipo temprano, es
decir, que la triangularidad existe desde un comienzo, si bien
en un registro fantasmático. También sostuvo que hay un
superyó temprano, con lo cual discute la teoría freudiana sobre
la formación del superyó. Justamente, ese superyó temprano es
un superyó hipercrítico, exigente, destructivo. Con esto se
aparta de las ideas de Freud sobre la formación del superyó a
partir de la resolución edípica. Indudablemente, esto cambiaría
las ideas sobre un superyó frágil en la mujer como resultado
del itinerario edípico en un sentido freudiano.
También en el ámbito del psicoanálisis inglés, Jones (1927)
discutió el concepto de masculinidad primaria de la niña que
planteaba Freud y sostuvo que existe una feminidad primaria,
preedípica. Este autor consideraba que existen sensaciones
vaginales primarias en la niña. Propuso, entonces, que hay una
feminidad primaria y que la envidia del pene es secundaria. Es
decir, la niña no sería un pequeño varoncito, masculinidad primaria
mediante, desde los inicios, sino que la envidia del pene y la
masculinidad de la niña serían secundarias.
Volviendo ahora a los planteos culturalistas, vemos que toman
un aspecto importante de la cuestión, pero sin establecer qué tipo de
co nexiones hay con el registro pulsional y con el mundo interno de
cada sujeto. En cuanto al recurso a la anatomía y fisiología de Jones
no es fácilmente comprobable. En general, en todas estas posturas no
hay entrecruzamientos entre las variables culturales, los discursos
sociales, los otros significativos y el orden pulsional.
Podemos proponer, en cambio, que es posible trabajar en
un amplio campo de intersecciones que eluda el biologismo a
ultranza o el culturalismo aislado de lo pulsional y del cuerpo.
Entre la pulsión yel deseo, por un lado, y los discursos
imperantes, por el otro, hay zonas de interfase. No se pueden
considerar en forma dicotómica: una variable o la otra.
Esto nos conduce a pensar en las complejas relaciones entre
el cuerpo sexuado, el deseo, la elección de objeto y las
identificacioneS que sostienen la identidad de género. Es
imprescindible entender cómo y de qué manera pueden los
discursos, la cultura y sus normas los otros, impactar en el
psiquismo de cada uno.
Leticia Glocer Fiorini
Para ello introducimos también aportes importantes de P.
Aulagnier y de Laplanche. El concepto de P. Castoriadis-
Aulagnier (1975) de proyecto identificatorio nos permite
calibrar los finos y sutiles mecanismos que se entretejen entre la
madre como portavoz de enunciados identificatorios y el niño/a;
enunciados que alojan los deseos
La diferencia sexual en debate 69

de la madre así como también las expectativas sobre el género y la


posición sexuada del hijo.
Para Laplanche (1987), por su parte, hay un significante
enigmático, que el niño no comprende y que aporta
significaciones a descifrar, que serán diferentes de acuerdo a la
fantasmática de cada uno pero que mantienen el carácter de
enigma. Hay en la obra de Laplanche algunos conceptos que
quisiéramos destacar:

1. El concepto de significante enigmático, como referencia a


algo del orden de la cultura y la otredad, que el niño no
puede categorizar pero que actúa en el psiquismo y en la
vida pul sional. No está dentro de lo explícito de los
discursos vigentes, se trata de silencios, de significaciones
enigmáticas con respecto a la sexualidad que son
transmitidas principalmente desde la madre.
2. Las teorías sexuales del niño, pero también el énfasis con
que hay que investigar cuáles son las teorías sexuales del
adulto. Es en este contexto que se deben analizar las
metateorías subyacentes a las teorías en cuestión (Cf.
capítulo 5).
3. Otro punto que desarrolla Laplanche es el que establece
una distinción entre el concepto de diferencia sexual y de
géneros, que permite entender con más precisión los
procesos de subjetivación sexuada en general.

Estos aportes entran en el contexto de utilizar otros modos de


pensamiento, como el paradigma de la complejidad, para reflexionar
sobre estas relaciones.
Hay que puntualizar también que hay una diferencia entre las
teorías sobre la mujer y la diferencia sexual, en el mundo
anglosajón y en el mundo latino. Esto obliga a analizar más a
fondo esas teorías y su relación con la posición de la mujer en las
culturas mencionadas.
Winnicott (1966), por su parte, plantea otro punto de vista.
Desliga 10 femenino de la mujer, cosa que ya Freud había hecho con
su teoría de la bisexualidad y del complejo de Edipo completo.
Recordemos que Freud no abandona nunca la teoría de la
Leticia Glocer Fiorini
bisexualidad, principalmente en su vertiente fantasmática. Hay
juegos de identificaciones que aluden a posiciones masculinas y
femeninas en todo sujeto y el Edipo completo sería un ejemplo.
Señala Winnicott que hay una feminidad primaria que atañe
al ser y que podríamos interpretar en relación con lo materno. Y
una masculinidad vinculada a lo pulsional y al tener. Es decir, la
primera
68

vinculada a la existencia, la segunda al tener. La postura


winnicottiana tiene importancia para analizar estos elementos en
cada sujeto singular, aunque sería discutible asignar a estas
categorías (ser y tener) una relación fija con lo femenino y lo
masculino, respectivamente.
En cuanto al Edipo en Lacan (1958), este autor propone tres
tiempos del Edipo. Plantea en estos tres tiempos que el niño o niña
están posicionados al nacer como el falo de la madre y solo la
intervención del padre permitiría el corte de la díada. El infans es
deseo de deseo de la madre. En el Edipo lacaniano se requiere que el
padre pase de ser interdictor primero y permisivo después, y que la
madre dirija su deseo a otro que no sea el niño. El
aporte de Lacan es que tanto el varón como la niña
pueden ser el falo para la madre. Descentra el problema del pene y
de la anatomía y plantea una desarticulación pene-falo. La
castración simbólica es la operatoria por la cual se produce el corte
de esa unión madre-hijo en la que el hijo es falo de la madre, objeto
de deseo de la misma, por una intervención tercera, el Padre
simbólico. Lacan aporta, entonces, el concepto de función paterna
como una operatoria indispensable que separa al niño de la madre y
quiebra esa completud.
Habría que discutir si esa función de terceridad debe ser
denomi- nada función "paterna" (aun cuan o sea postula a en
términos sim que en las sociedades
androcéntricas está íntimamente soldada al padre pero que en otras
condiciones, otros también la pueden ejercer, madres o sustitutos.
Esta distinción es necesaria aun cuando el padre sea la figura que
tradicionalmente la ha ejercido con mayor o menor
suerte en la familia clásica (Cf. capítu1015).
La diferencia sexual en debate 71
Por su parte, Benjamin (1995) plantea que hay suficientes reservas
simbólicas en la madre para ejercer esa función, punto que merece
resaltarse.
Advertimos que la complejidad del Edipo, en términos de
deseos e identificaciones, amores, odios y rivalidades, queda
reducida por el sobreinvestimiento del papel de la función
paterna en su carác-

ter prohibitivo. En este marco, entendemos que se hace


necesario desarticular los encadenamientos
aparentemente inexpugnableS
entre complejo de Edipo, función paterna, castración
simbólica Y diferencia sexual.
Agregamos que el concepto de falo en Lacan
(1966) ya no alude al pene, ni al falo simbólico, sino
al falo como significante. Para Lacan el significante
no remite a un significado, como lo plantea De
Saussure (1974), sino que en el juego de
deslizamientos significantes surgen significaciones. De todas
maneras, queda abierta la pregunta de por
La diferencia sexual en debate 72
qué se denomina falo a un significante del deseo, dado que es
muy difícil desarticularlo de su significado. Indudablemente, la
única explicación es su relación con la anatomía y sus
significaciones como valor fálico.
Prosiguiendo con Lacan (1972-1973), también hay que
agregar que en los matemas de la sexuación la posición
femenina siempre corresponde al lugar del Otro, el otro sexo,
aun cuando el concepto de gran Otro barrado, en sí es más
abarcativo. Lo llamativo es que aunque pueda ser ocupada por
un hombre o una mujer, esta posición es denominada femenina.
Recordemos que Freud mismo sostenía que femenino y
masculino eran significaciones de contenido incierto y que
habría que derivarlas a activo y pasivo, y que aun eso era dudoso.
Señalaba que las equiparaciones masculino=activo y
femenino=pasivo ni siquiera tenían correspondencia en el reino
animal.
Las aseveraciones mencionadas están ligadas a que lo femenino
y la mujer siempre son ubicados en el lugar de la otredad y de la
carencia, por lo que se hace imprescindible repensar esta
homologación.
El recorrido efectuado nos introduce en los aportes, pero
también en las contradicciones y aporías del complejo de Edipo-
castración, toda vez que intentamos pensar en las problemáticas
contemporáneas sobre la diferencia sexual así como en las
denominadas diversidades sexuales y de género.
Nuestra propuesta se dirige hacia la concepción de un complejo
de Edipo ampliado que exceda la tríada intrafamiliar (Deleuze, 1972),
que incluya los sutiles mecanismos performativos que hacen a la
inscripción de la diferencia y que ilumine con mayor fuerza al
complejo de Edipo completo, como un aporte que proporciona otras
variantes, más complejas, de resolución del mismo. En esta línea,
queda cuestionado el complejo de castración y la envidia del pene en
la niña como única teoría explicativa sobre la construcción de
subjetividad en la mujer. Hay una posición problemática relativa a
plantear la función fálica como organizadora de la diferencia en el
marco de sostener una primacía del falo. ¿Es que el complejo de
Edipo encarna una narrativa sobre las fantasmáticas del deseo en las
sociedades androcéntricas? En este sentido, planteamos en nuestro
recorrido que es posible contar con otra perspectiva sobre los distintos
itinerarios del deseo y las cambiantes identificaciones y
desidentificaciones de género que se presentan en la clínica actual, sin
localizar el enigma de en la mujer, ya que el enigma es la diferencia
misma, en nos en que se exprese.
Leticia Glocer Fiorini

Capítulo 5

La lógica freudiana. Metateorías


sobre la diferencia sexual

Las metateorías sobre la diferencia sexual organizan teorías


implícitas y explícitas, privadas o consensuadas, así como
creencias e intuiciones que pueden incluir un elevado
componente ideológico. En este marco, partimos de la hipótesis
de que las teorías sobre la diferencia sexual presentan obstáculos
epistemológicos que revelan las incertidumbres del dualismo
masculino-femenino para comprender los procesos de
subjetivación sexuada. Esto se refleja en la práctica clínica así
como en las experiencias cotidianas de hombres y mujeres y
repercute sobre la categorización de los distintos itinerarios del
deseo y de las identidades cambiantes que se presentan con más
visibilidad en la actualidad.
Uno de los obstáculos más fuertes es la equiparación de lo feme-
nino con la otredad. Hay varias fuentes que están en las raíces de esa
equiparación en el campo psicoanalítico y, más específicamente, en la
obra de Freud (Glocer Fiorini, 2001a, 2010a, 2012):

• Lo femenino considerado como objeto de deseo y de


conocimiento. La relación sujeto-objeto está en juego. Esto está
conectado con la equiparación de lo femenino con lo enigmático
y la carencia.
• Lo femenino homologado con lo materno, a su vez entendido
solamente en una dimensión de otredad.
72
Estas fuentes están relacionadas entre sí y para abordarlas
vamos a enfocar principalmente las posiciones de Freud sobre
la mujer y su lógica subyacente. Esta lógica está entrelazada
con metateorías que organizan los modos de pensamiento y
teorías sobre la diferencia. Ciertamente tienen fuertes efectos,
ya sea por aceptación o por confrontación, en los desarrollos
psicoanalíticos posteriores.
Para analizar estos puntos enfocaremos primero la cuestión
sujeto-objeto y luego la homologación mujer-madre.

a) La polaridad sujeto-objeto
En la obra freudiana está en juego la polaridad sujeto-objeto en
relación con la diferencia sexual. Freud (1905,1923a) establece una
tajante división entre masculino, sujeto, activo y posesión del pene,
por un lado, y femenino equiparado con el objeto, lo pasivo, la no
posesión del pene, por el otro. Plantea que recién en la pubertad la
vagina entra en consideración como albergue del pene y establece
una posición pasiva para la mujer. Hay en esto una definición de lo
femenino a través de catego rías vinculadas a lo negativo. Freud
(1913b) sostiene en Tótem y Tabú que las mujeres son posesión del
Padre de la horda y, en estas condiciones, objeto de intercambio. La
posición de objeto es señalada también en el "Tabú de la virginidad"
(1918, p. 194) cuando nos dice que "El tabú ...) exterioriza un
horror básico a la mujer J". "La mujer es diferente del varón, parece
eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso hostil. El
varón teme ser debilitado por la mujer, contagiarse su feminidad y
mostrarse luego incompetente. Nada de esto ha caducado sino que
perdura entre nosotros". En consecuencia, señala Freud, una de las
causas del tabú es que la mujer es, para el hombre, extraña, hostil,
extranjera y, como tal, poseedora de un poder amenazante.
Señalemos que el objeto, en estos desarrollos, es la mujer y, por
10 tanto, lo otro en el sentido de que ataca las certezas del yo. Este
breve recorrido por los enunciados freudianos indica que hay un
inevitable punto de vista: el del sujeto de conocimiento, masculino,
frente a un objeto a conocer que, a la vez, se superpone con la
posición del sujeto desean te masculino frente al objeto de deseo,
femenino.
Freud (1933, p. 105), en "La Feminidad", reconoce esta posición
cuando le dice al público, refiriéndose al enigma femenino:
Leticia Glocer Fiorini

ma de la feminidad ha puesto cavilosos a los hombres de todos los


tiempos (...), de las damas presentes no se espera

posición de Freud como sujeto de conocimiento, masculino,


definiendo su objeto, y también a que este sujeto parte de un
determinado punto
La diferencia sexual en debate 73

de vista. Agrega que (1933, p. 123): "Si Uds. rechazan esta


ocurrencia por fantástica y consideran que es una idea fija mía, la
del influjo de la falta de pene sobre la conformación de la
feminidad, yo quedo naturalmente indefenso". No resulta
apresurado conectar esta idea con otro enunciado freudiano
correspondiente al mismo texto: "Una mujer que ronda la treintena
nos aterra a menudo por su rigidez psíquica y su inmutabilidad"
(p. 125). Tampoco se puede dejar de recordar nuevamente la tan
conocida carta de Freud (1963) a Martha Bernays, su futura mujer,
desalentándola de leer a Stuart Mill quien abogaba por la liberación
femenina, al recordarle que las mujeres debían dedicarse al hogar y
los hijos.
En el trayecto que hemos efectuado hay que puntualizar que la
posición de objeto de conocimiento y de deseo para la mujer está
íntimamente conectada al lugar del enigma, del continente negro y,
por lo tanto, de la otredad. En otras palabras, objeto, enigma y otro
están fuertemente ligados a lo femenino y a la mujer en estas
secuencias de pensamiento. Y aquí se traza una conexión poderosa
de la experiencia freudiana con las pacientes histéricas. Los juegos
de seducción de la histérica, atizar el deseo y negarse, quedaron
conectados al concepto de enigma y continente negro. En este
contexto, lo femenino queda homologado a la histeria. Estas
homologaciones tienden a histerizar el campo de lo femenino
(Foucault, 1966) y universalizarlo como tal, ya que frecuentemente
se señalan las conexiones entre estas dos categorías pero no sus
diferencias. Esta histerización de lo femenino está en las bases del
concepto de envidia del pene y de las teorías que interpretan la
posición femenina desde un punto de vista androcéntrico y la
generalizan a todas las mujeres. Esto implica el riesgo, entre otros,
de sobreinterpretar la rivalidad fálica en las mujeres.
Ahora bien, si avanzamos sobre la cuestión sujeto-objeto vemos
en el historial clínico de Juanito que Freud (1909) instala la
cuestión de la diferencia de los sexos a partir de las teorías sexuales
infantiles, tal como las describen dos adultos, el padre de Juanito y
Freud. El niño es un pequeño investigador y sus descubrimientos
son teorizados y significados por los adultos. En esa investigación
surge la temática de la castración: el sujeto investigador descubre la
diferencia sexual y adjudica a la niña una falta. De esta manera, se
conforman secuencias de pensamiento en las que se equiparan las
polaridades presenciaausencia, fálico-castrado y masculino-
femenino.
La diferencia sexual en debate 74
Pero, sigue siendo necesario destacar también que esa "falta" se
incluye dentro de un marco previo en el que la diferencia es
interpretada como carencia.
75 Leticia Glocer Fiorini

Estas teorías establecen en la niña al otro castrado, sujetado a


la envidia del pene y que pasa a representar lo temido y
desmentido para sí por Juanito: la castración. Pero también la
establecen como objeto de deseo frente a un sujeto deseante. Esto
plantea una parado. ja interesante porque lo más deseado sería
aquello que, por otro lado, provoca "horror"
A partir de aquí, recordemos que en psicoanálisis la
relación sujeto-objeto se delinea en el campo de la sexualidad.
Pero, como ya hemos señalado, se da inevitable y
concomitantemente en el campo del conocimiento.
Destaquemos también que, según Laplanche (1980), las
teorías sexuales adultas pueden replicar a las infantiles.
Ciertamente, esto tiene fuertes consecuencias si el analista
no puede diferenciar estos planos con sus aspectos
metafóricos y, en este sentido, se hace necesario un
análisis deconstructivo de las teorías psicoanalíticas sobre
la diferencia sexual y su relación con las teorías sexuales
infantiles. C..)A.R
Sin embargo, remarqueho también que la obra freudiana es
abierta y multicéntrica. De esta manera, vemos que el tema de la
bisexualidad psíquica, que Freud nunca abandona, así como el
de las permutaciones sujeto-objeto y las identificaciones y
deseos cruzados del complejo de Edipo completo, complejizan la
cuestión. Así, lo femenino es desplazado tanto de su
equiparación obligada con el objeto como de su inevitable
localización en la mujer. Aún más, Freud mismo (1905, 1933)
siempre sostuvo que masculino y femenino eran categorías de
contenido incierto y no recomendaba equipararlas a activo-
pasivo. Afirmaba (Freud, 1925, p. 276) que " (...) todos los
individuos humanos, a consecuencia de su disposición
(constitucional) bisexual y de la herencia cruzada, reúnen en sí
caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la
masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones
teóricas de contenido incierto". Esto significa que se agregan
otras variables en la teoría, aunque Freud nunca renuncia a esa
primera polaridad sujeto-objeto que homologa a la polaridad
masculino-femenino, tanto en el plano del conocimiento como el
del deseo.
Hay que enfatizar que estas polaridades responden a una
lógica binaria, dicotómica. En esta línea, Héritier (2007), desde
76 Leticia Glocer Fiorini
la antropología, destaca que estas y otras homologaciones a lo
masculino Y femenino (caliente-frío, fuerte-débil, alto-bajo,
seco-húmedo) incluyen relaciones jerárquicas y de poder.
Podemos señalar, entonces que la lógica binaria es también,
inevitablemente, una lógica de PO• der en tanto siempre se
jerarquiza un polo sobre el otro. Sobre estos
La diferencia sexual en debate 77

deslizamientos se estructuran discursos, saberes y poderes acerca


de la relación masculino-femenino. Y esto concierne tanto a la
diferencia sexual como de géneros. A nuestro juicio, estos
discursos también afectan al campo psicoanalítico, a la formación
de teorías y a los propios psicoanalistas.
Recordemos cuando Freud (1910a, p. 161) afirma en "Sobre un
tipo particular de elección de objeto en el hombre": "En la vida
amorosa normal el valor de la mujer es regido por su integridad
sexual y el rasgo de liviandad la rebaja". Se trata de un enunciado
específico sobre las mujeres, sobre su integridad sexual, en el que
el saber, el juicio valorativo y el poder se localizan en el polo
masculino de la polaridad masculino-femenino. Indudablemente,
estos discursos pueden también ser compartidos por mujeres.
Ahora bien, desde el punto de vista de la niña, Freud abre, a
nuestro juicio, dos instancias: por un lado, introduce la fase
preedípica con lo que enfatiza cada vez más la diferencia entre
niñas y varones así como otro hecho importante y es que la
posición femenina se adquiere, aunque nunca completamente, a
través de la resolución edípica. En este sentido, no vendría dada por
naturaleza, con lo que entra a tallar el debate naturaleza-cultura.
Pero, por el otro lado, y con respecto a la diferencia sexual, la niña
adopta el punto de vista de Juanito: el de la carencia, y "cae víctima
de la envidia del pene". Es decir, la niña es diferente, pero el punto
de vista es el mismo. Y en la narrativa freudiana la niña vuelve a
colocar y sostener el enigma en sí misma. Pero ¿por qué la niña
sostiene esta teoría en la teoría freudiana? ¿Por qué lo que se ve (el
pene) es símbolo de poder y saber? ¿Es esta una forma de sostener
el narcisismo masculino frente a la angustia de castración?
Señala Kristeva (1986) que, frente a las teorías de la castración,
la niña puede someterse pero no se reconoce verdaderamente. Se
trata, según esta autora, de fijaciones al "semblante" al que se
abrocha la fantasmática masculina.
En este marco, recordemos también que David-Ménard (1997)
enfatiza que no hay sujeto neutro en el campo del conocimiento.
Destaca la inevitable fantasmática en juego en el sujeto que elabora
la teoría (que para la cuestión de la diferencia sexual responde a un
orden androcéntrico, a pesar de las excepciones). También señala
que la angustia de castración en el varón es una marca que define
conceptualizaciones y teorías sobre la diferencia sexual.
El concepto de falogocentrismo de Derrida (1996) también
alude a esta problemática cuando afirma que el falo aparece como
La diferencia sexual en debate 78
un elemento trascendental que reintroduce la metafísica de la
presencia.
79 Leticia Glocer Fiorini

Esto ocurre, contradictoriamente, aun cuando se sostenga que


el falo

En este recorrido se constata que sujeto de conocimiento y


de deseo son indisociables y esto abona la teoría de que no hay
conocimiento neutro. Esta perspectiva incluye el campo de las
disciplinas humanísticas y, ciertamente, las
conceptualizaciones sobre la diferencia sexual.
En esta serie de concatenaciones se estructura un
malentendido: el enigma de la diferencia sexual pasa a estar
localizado en la niña. En este desplazamiento la niña es
ubicada, a la vez, como carentey como encarnación de la
otredad; es decir, como lo otro diferente al sí mismo, en tanto el
sí mismo es asignado a lo masculino. Se trata de una
localización imaginaria pero con fuerte impacto en lo
simbólico.
A nuestrojuicio, es necesario relocalizar el enigma y esto no
significa anular la noción de diferencia sino sostenerla como tal, sin
desplazar el enigma de la diferencia a una de sus polaridades: lo
femenino. El enigma es la diferencia en síy no lofemenino.
Tampoco se trata de desconocer lo enigmático de la existencia
humana, sino de no desviar el enigma a lofemenino. (Glocer Fiorini,
2001a, 2007a).
Por el contrario, las secuencias de pensamiento que
localizan el enigma en lo femenino tienden a universalizar esta
categoría, tendencia propia de las dicotomías estrictas. Un
pequeño ejemplo: un paciente, fóbico y con grandes
inhibiciones en sus relaciones con las mujeres dice en una
sesión refiriéndose a un fracaso amoroso: "(...) bueno, como
Ud. ya sabe, con las mujeres nunca se sabe, nunca se puede
saber cómo una mujer puede reaccionar, las mujeres son
imprevisibles (...) ". Se trata de un intento del paciente de
desprenderse de su implicación subjetiva en el conflicto
planteado con un enunciado que suele circular con la mayor
frecuencia. Para ello apela a una "verdad" que considera
universal y consensuada. Si aparece en sesión pueden ocurrir
dos cosas:
80 Leticia Glocer Fiorini
l. Que el analista coincida según su teoría disponible y en su
fantasmática con esta afirmación y la comparta
consciente o inconscientemente. En consecuencia, no la
va a interpretar o la

2. Que el analista pueda interrogarse y no tomarla como una


premisa indiscutible. En este caso puede preguntar,
investigar y, aún más, distinguir y articular la posición fóbica
y la angustia de castración de las creencias y mitos propios
colectivo. Hay también un aspecto interesante p
La diferencia sexual en debate 81

mujeres si se identifican con esa posición: "yo (mujer)


también sé que con las mujeres nunca se sabe". Esta
identificación con los saberes y poderes vigentes también es
una paradoja a tener en cuenta.

En ese enunciado puede haber varias vertientes a analizar:

1. La angustia frente a la diferencia sexual.


2. La angustia frente al poderío materno desplazado a la mujer.
3. La interiorización psíquica de normas, ideologías y
prejuicios sobre la relación entre hombres y mujeres. De
esta manera, pueden coincidir discursos y creencias
colectivos con fantasmas de castración individuales.
4. Las fuentes epistémicas que homologan lo femenino con lo
otro enigmático, desconocido y, por lo tanto, amenazante
para el sujeto de conocimiento y de deseo, cuyos fantasmas
de castración operan efectivamente. En otras palabras, en el
otro femenino quedan proyectados y localizados los
fantasmas de castración y la angustia frente a la alteridad.

b) La equiparación mujer=madre
Esta es otra fuente en la que se sostiene la equiparación de lo
femenino con la otredad. Recordemos que el otro materno es
siempre sede de fascinación y rechazo a la vez. En "El motivo de la
elección del cofre", Freud (1913a) afirma que en el hombre siempre
está presente la madre: en primer término en el origen; luego, en la
mujer amada, elegida a semejanza de la madre y, finalmente, en el
retorno a la Madre Tierra. Es decir, la madre estaría omnipresente en
todas las etapas de la vida del hombre (Green, 1997, 2003). En este
contexto, hay una nostalgia de un goce primordial que sostiene la
emergencia de la figura del otro materno como el doble: lo más
familiar, lo heimlich, es, al mismo tiempo, lo unheimlich, lo extraño,
lo siniestro (Freud, 1919). En otras palabras, lo que fue lo
radicalmente familiar aparece como lo extranjero y destacamos que
esto conduce a instalarlo como el enigma por excelencia. Yes en este
punto donde nos encontramos con un deslizamiento que sostiene
otro malentendido básico: la homologación madre=mujer. El enigma
del otro materno se desplaza a la mujery a lo femenino, en general.
En consecuencia, se hace necesario relocalizar el enigma. Esto es
particularmente significativo en la clínica.
La diferencia sexual en debate 82
En este contexto, uno de los topes teóricos es restringir los caminos
del desarrollo psicosexual de la niña a la inhibición, el complejo
83 Leticia Glocer Fiorini

de masculinidad y la maternidad tal como se desprende de la


obra freudiana (Freud, 1931). Esta última, a través de la
ecuación simbólica pene-niño, sería para Freud la meta
máxima de la feminidad. Como ya hemos señalado, queda así
desmentida una sexualidad femenina no histérica y no
materna. Justamente, esos tres caminos descartan la
posibilidad de una subjetividad femenina de carácter deseante
más allá de la maternidad. Ciertamente, esto no niega que la
posición femenina puede también incluir y sostener una
posición de objeto de deseo.
Pero ¿qué operaciones simbólicas pueden quebrar esa estricta
equivalencia de lo femenino con lo materno? Está en juego
unafunción tercera (pero no solamente en el sentido de separación
simbólica exogámica del hijo de la madre), sino que esa función
tercera deberá específicamente desarticular también lo femenino
del otro materno. Hay aquí una operación de deconstrucción
necesaria para relanzar las imprescindibles identificaciones
simbólicas. En otras palabras, se hace necesario enfatizar que
ambas categorías (mujer y madre) están en relación pero que, a la
vez, requieren una desarticulación.
Hay una delgada línea porosa entre lo femenino como
principio, lo femenino equiparado a lo materno, lo femenino
homologado a la mujer, lo femenino en el plano de las
identificaciones y deseos, ylo femenino como cualidades en
mujeres y hombres. Esto hace necesario un trabajo de
deconstrucción y construcción constante.
Lo femenino y la feminidad son conceptos complejos y
polisémicos, sus caminos son heterogéneos y pueden o no
coincidir con una mujer en particular.
En el trayecto que hemos recorrido se pone en cuestión:

a. Que la relación sujeto-objeto se homologue a la polaridad


mas-

b. Que el enigma de la diferencia esté localizado en lo


femenino:la
84 Leticia Glocer Fiorini
c. Que la castración sea ubicada en la mujer como
representante de lo otro, desplazando hacia el otro sexo la
angustia de castración del varón.

ello, habíamos tomado el concepto de Deleuze (1977) de cepto que excede


la tendencia a considerar que el deseo se carencia (Cf. capítu1012).
La diferencia sexual en debate 85

Esto implica otra mirada sobre la diferencia sexual en la que


hay que tener en cuenta también que la diferencia
inevitablemente es historizada e interpretada. Nunca la diferencia
es neutra ni puede ser analizada desde una posición "objetiva"
exterior a su contexto discursivo y epocal.
Capítulo 6

Controversias
posfreudianas y
contemporáneas

Las propuestas freudianas acerca de la diferencia sexual y la


polaridad masculino-femenino atravesaron la producción
psicoanalítica hasta la actualidad, ya sea en consonancia o
disonancia. Sería imposible incluir en este recorrido la enorme
cantidad de aportes de analistas posfreudianos y contemporáneos
pero mencionaremos algunos de ellos, significativos para nuestro
recorrido. Para ello hay que considerar que en esta temática, así
como en otras, no hay un solo psicoanálisis. Las distintas
corrientes teóricas plantean diferentes posiciones con respecto a
las teorizaciones sobre la diferencia.
El concepto de masculinidad primaria de la niña fue uno de los
más discutidos y se expresó en el ampliamente conocido debate
FreudJones. Como ya señalamos, para Jones existía una feminidad
primaria basada en un conocimiento primordial de la vagina. Esto
constituyó un aporte tendiente a reubicar lo femenino en otra
posición, diferente a la freudiana, pero limitó la discusión a una
causa final referida a aspectos puramente anatómicos-biológicos.
Klein (1945) le otorgó un valor primario a los contenidos del
cuerpo femenino y su orga nización fantasmática. Posteriormente,
el debate se amplió con propuestas que enfatizaron el papel de la
cultura en la estructuración de la feminidad, como Horney
(1924), entre otros. Se discutió también si la envidia del pene era
primaria o secundaria y en esto hubo ana listas cercanas a Freud que
polemizaron con sus ideas acerca de esta cuestión. Recordemos
también que frente a las psicoanalistas que
82 Leticia Glocer Fiorini

discutían sus posiciones, Freud les respondía que en ellas


predominaba el elemento masculino. De este modo, evadía el
problema con una aseveración tautológica que permitía mantener la
homologación sujeto=masculino y objeto=femenino.
Estos debates se centraron en determinar qué entidad se le
daba a las mujeres y cómo pensar lo femenino en general. Las
aguas se dividieron. En el mundo anglosajón la cuestión de una
feminidad primaria fue aceptada casi en forma generalizada. De
esta manera, se intentó dar entidad propia a lo femenino, aunque
siempre con relación a un eje que era el modelo masculino.
En cambio, en el psicoanálisis francés, junto a sus influencias
teóricas en otras regiones, la propuesta freudiana fue enfatizada y
desarrollada con mayor sofisticación por la corriente lacaniana. En
este caso, se intentó acentuar la diferencia, pero a partir de una
carencia localizada en el género femenino. Si bien para Lacan la
posición femenina puede ser ocupada tanto por hombres como por
mujeres, es obvio que al denominarla "femenina" se hace evidente la
connotación que alude a su relación con las mujeres. Para Lacan, el
otro femenino es el otro por excelencia, en el marco de la diferencia
sexual. De esta manera, el problema persiste y, aún más, esta
proposición coexiste con otra de este autor, quien sostiene que "no
hay significante para la mujer" (Lacan, 1955-1956).
Como señalamos, los aportes de Winnicott (1966) descentran el
problema. Para este autor, la feminidad, en términos de
identificaciones primarias, es una categoría ligada al ser. En este
sentido, concierne a ambos sexos y es derivada de la primera
relación con la madre. Esto desligaría a la feminidad, en términos
winnicottianos, de una relación directa con las mujeres. En otras
palabras, puede ser parte de los procesos de subjetivación tanto en
varones como en mujeres. Más aún, plantea este autor que el
elemento femenino debería ser recuperado en los pacientes varones
en el proceso analítico. Sin embargo, esta soldadura entre feminidad
y maternidad tiende, por otro lado, a obturar la posibilidad de pensar
en otras fuentes para conceptualizar lo femenino más allá de lo
materno.
Está fuera de los límites de esta propuesta recorrer la amplia
gama de publicaciones acerca de la diferencia sexual y la polaridad
masculino-femenino en psicoanálisis, así como los aportes de la
Antropología, la Lingüística, la Historiografía, salvo en lo que se
refiere específicamente a los puntos en debate. Pero podemos
afirmar que en muchos de ellos lo femenino aparece equiparado a lo
otro: ya sea por enmarcarlo en la categoría de ausencia o carencia
con referencia a un
La diferencia sexual en debate
83

significante fundamental (el falo) o bien por postularlo como un


otro devaluado. En ambos casos, por plantear que se estructura en
conformidad con un sujeto de conocimiento y deseo, masculino.
Por otro lado, estas posturas coexisten con otras corrientes de
pensamiento cuyas disidencias con respecto a esta cuestión adoptan
dos caminos. Uno de ellos, es la revalorización de la otredad a
través de acentuar las características femeninas que habitualmente
son desvaIorizadas. El otro camino es el de cuestionar el lugar de
otredad para las mujeres y lo femenino e investigar las causas y
dificultades que obstaculizan el acceso de las mujeres a la posición
de sujeto en la teoría, con consecuencias inevitables en la clínica y
en la experiencia vital de cada mujer. Hay aquí una interrelación
entre las experiencias y las teorías, imposible de disociar.
Las teorías de género aportaron otros elementos. Aunque no
fueron aceptadas en forma unánime en el campo psicoanalítico,
autores como Stoller (1968) —con sus estudios sobre transexualismo
— han tomado diferentes vertientes en estas cuestiones. La polaridad
sexogénero (Rubin, 1975) asienta en la desarticulación entre la
anatomía sexuada y las determinaciones culturales que sostienen la
identidad de género. De esta manera, el género pasó a ser una
construcción cultural. Sin embargo, tampoco hay una sola teoría de
género y, por otra parte, el papel de la anatomía sexuada sigue siendo
motivo de discusión. Más aún, para autores como Butler (2002) y
Laqueur (1990), el cuerpo tampoco es anatomía pura, no es "natural",
ni previo a las determinaciones de las normas culturales, sino que es
parte de estas. En esta línea, Butler propone argumentos a favor del
carácter performativo del género.
Desde la vertiente sociológica, Bourdieu (1998) aportó elementos
interesantes para analizar el papel del cuerpo en relación con la di-
Ferencia de géneros. En sus estudios etnográficos sobre las tribus de
Cabilia describe las posturas corporales de las mujeres como
indicadoras de sumisión y señala que la asimilación de la dominación
se inscribe en los cuerpos (posturas, disciplinas, sumisión,
emociones). Dice: "Se legitima una relación de dominación
inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una
construcción social naturalizada" (p.37). A esta naturalización la
denomina un "trabajo histórico de deshistorización". De esta manera,
vemos que el carácter de otredad para las mujeres, en este caso en el
sentido de un otro sumiso, puede inscribirse en los cuerpos y aparecer
naturalizado.
¿Cómo se produce esa inscripción en los procesos de
subjetivación? En este sentido, es necesario destacar que la
relación madre/
84 Leticia Glocer Fiorini

hijo implica inevitablemente transmisiones preverbales, contactos,


vibraciones, que condicionan y marcan los cuerpos y otorgan
significaciones a la diferencia sexual. Al mismo tiempo, tampoco
se puede obviar lo que el cuerpo, biológico y pulsional, propone
desde el momento mismo del nacimiento con relación a la
diferencia de géneros.
La diferencia marca al cuerpo, y el cuerpo marca a la
diferencia, en una constante recursividad. Esta proposición
implica incluir el papel de los discursos vigentes. De esta manera:
cuerpo-diferencia-discursos se estructuran al estilo de las series
complementarias.
Asimismo, surgieron en los últimos años estudios
psicoanalíticos que aportaron más elementos al debate sobre la
diferencia sexual y sobre las significaciones del dualismo
masculino-femenino. Un estudio significativo cuestiona el mito de
Edipo para explicar la dinámica psicosexual en la niña y propone
un mito alternativo: el de Perséfone (Kulish y Holtzman, 2010).
El concepto de Raphael-Leff (2010) de identidad generativa
presenta un modelo explicativo basado en la construcción
psíquica postedípica del sí mismo como potencial (pro) creador.
Esta propuesta tiende a encontrar otras vías para los procesos
sublimatorios en la mujer.
Abelin Sas-Rose (2010) sostiene que el masoquismo femenino
no es innato ni una vicisitud pulsional inherente a las mujeres,
sino una solución a relaciones objetales infantiles reproducidas
en la adultez.
En estos debates, casi siempre estuvo fuera de discusión el papel
y el lugar de lo masculino. En las últimas décadas ese lugar fue
explícitamente estudiado y aparecieron análisis sobre la
masculinidad y sus problemáticas, muchas de ellas ocultas detrás de
las normas culturales sobre la masculinidad y la negación de sus
conflictos y malestares (Bleichmar S., 2006).
Por otra parte, las propuestas de Freud sobre bisexualidad y las
de Winnicott sobre feminidad primaria, tanto en hombres como en
mujeres, nunca fueron abandonadas. En esta línea, Bokanowski
(2010) reitera la necesidad de trabajar sobre la dimensión femenina
y la bisexualidad en hombres así como atender en la transferencia a
la bisexualidad de ambos partenaires como una manera de evitar el
lecho de roca.
En cuanto a las teorías sobre la diferencia sexual existe todavía
una fuerte tendencia a ubicar el enigma en lo femenino y
desconocer el papel performativo de las culturas vigentes. De esta
manera, se inviste lo femenino con las categorías de carencia y
otredad, desconociendo que esta noción se genera en el sujeto
(masculino) de conocimiento.
La diferencia sexual en debate 85

Estas controversias se inscriben en un amplio debate sobre las


propuestas de las teorías de género. Las teorías de género fueron
desarrolladas en el contexto de la cultura anglosajona mientras que
en la cultura francesa se impusieron las teorías sobre la diferencia
sexual. Braidotti (2004) encuentra límites a las teorías de género,
desde las concepciones de posgénero y de lo poshumano. La
referencia a las posiciones de posgénero remite a un
descentramiento de los géneros clásicos, masculino y femenino,
como ocurre con las teorías queer. El término poshumano, por otra
parte, destaca la hiperpresencia de cuerpos artificialmente
reconstruidos a partir del impacto, anunciado desde hace varias
décadas, de los desarrollos tecnológicos y la cibercultura en la
construcción de subjetividad. La propuesta de Haraway (1984) de
que "todos somos ciborgs" alude a la constitución de un híbrido
entre lo humano y la máquina.
Por otra parte, equiparar problemáticas sobre lo masculino y lo
femenino, como ocurre con algunas derivaciones teóricas,
conduce al desconocimiento de cuestiones específicas del campo
de lo femenino. Otras teorías, en cambio, acentúan en el plano de
Io sexual, cualidades y características específicamente femeninas
(Irigaray, 1977). Estamos en presencia de debates inconclusos que
no conviene clausurar anticipadamente.
Capítulo 7

La otredad en el
campo de la
diferencia sexual

Como habíamos señalado, el concepto de diferencia sexual


clásico está interpelado desde diversas fuentes. Por un lado, desde
las nuevas posiciones teóricas y experienciales relativas a las
mujeres y lo femenino que, indudablemente, afectan fuertemente
el campo de lo masculino. Por el otro, desde las cada vez más
visibles diversidades sexuales y de género que se presentan en las
culturas contemporáneas.
En este marco, vamos a considerar las implicancias del
concepto de otredad en relación con las interpelaciones
mencionadas.
Debemos señalar que lo femenino y las mujeres son categorías
diferentes pero que, a la vez, sostienen necesarias relaciones.
Sobre estas relaciones, inevitablemente ambiguas, debemos
trabajar. Lo mismo ocurre con lo masculino y los hombres.
Se hace necesario, entonces, distinguir entre lo femenino, la
sexualidad femenina, la feminidad y las mujeres, así como entre
lo masculino, la sexualidad masculina, la masculinidad y los
hombres. Esto complejiza el análisis del campQ de la diferencia
sexual y de géneros.
En primer lugar, lo femenino y lo masculino son categorías
dualísticas que forman parte de polaridades binarias, principios
fuertemente insertos en la cultura, como lo son el Yin y el Yang,
el Sol y la Luna. En segundo término, la sexualidad, tanto
femenina como masculina, está implicada en el campo del deseo
y la pulsión. En cuanto a la feminidad y la masculinidad son
referencias a códigos, cualidades, normas que se expresan en
identidades e identificaciones llamadas
88 Leticia Glocer Fiorini

femeninas o masculinas. Para abordar las categorías mencionadas


hay que tener en cuenta las inevitables relaciones de concordancia
pero también de antagonismos que hacen a la complejidad de definir
y categorizar identidades y procesos de subjetivación.
Asimismo, hay que tener en cuenta que la fijación de lo femenino
y la mujer a la condición de otredad con respecto a un sujeto
masculino, tiene fuertes implicaciones en el campo psicoanalítico.
Esto impacta no sólo en el plano teórico y epistémico sino en la
práctica clínica y puede pasar a formar parte de la posición teórica,
explícita y/o implícita, del psicoanalista.
De la misma manera, las migraciones sexuales y de género son
ubicadas en la categoría de otredad.
Desde diferentes ángulos se ha discutido acerca de la
estructuración del sujeto en el contexto de la vida social. Se trata de
una cuestión que fue enfocada desde diversas disciplinas en el
campo de las ciencias humanas: Filosofía, Antropología, Sociología,
Psicología, Psicoanálisis. En este contexto, Todorov (1995) señala
que es necesario hablar, no solo como se hace comúnmente, del
lugar del hombre en la sociedad sino, a la inversa, del lugar de la
sociedad en el hombre.
Justamente, uno de los grandes debates en el campo
psicoanalítico se focalizó en la siguiente opción: si el ser humano se
constituye fundamentalmente sobre la base de su vida pulsional en
términos de mundo interno o si los procesos de subjetivación
incluyen inevitablemente la participación de un otro, esencial para
su estructuración psíquica.
Esta cuestión fue tomada desde diferentes perspectivas. En la
obra freudiana se encuentran diversos conceptos relacionados con la
categoría de otredad: el semejante, el prójimo, la cultura.
Recordemos también la teoría de las relaciones objetales (Klein,
1964).
En este marco, se hace necesario señalar que el objeto siempre es
otro con respecto al yo y al sujeto. Pero también, que hay diferencias
entre el concepto de objeto y el de otredad en psicoanálisis. El
objeto tiene una relación indispensable con el yo y el sujeto, está
ligado a los mismos y sería impensable sin una relación con ellos.
En cambio, el otro, en su versión más radical, es totalmente ajeno al
yo y al sujeto: su extranjería es fundante de subjetividad (Lévinas,
1947).
El objeto transicional (Winnicott, 1959) es una propuesta original
en la que el objeto adquiere una categoría especial: es otro y no lo
es, pero está en un espacio intermedio que en sí mismo es un
espacio otro. El concepto de campo analítico (Baranger, 1961-1962)
aporta también la noción de un otro que no es el analista ni el
analizando,
La diferencia sexual en debate 89

sino la fantasía inconsciente básica compartida. Nuevamente la


noción de un espacio intermedio, otro. La función objetalizante
(Green, 2003) alude a un objeto-otro que es delineado a partir de la
pulsión y que al categorizarlo como producto de una función es
factible concebirlo en movimiento y en construcción. Para Laplanche
(1987) hay un otro materno que delinea los trayectos de la pulsión y
en esto sigue una importante línea freudiana vinculada al desarrollo
del concepto de lo preedípico y a la función erogeneizante del otro
materno. Otros autores acentuaron el papel del otro en la trama
vincular (Berenstein, 2004; Puget, 1995).
Los conceptos de intersubjetividad y transubjetividad (Ogden,
1994; Renik, 1996) surgen de la propuesta de considerar que la
relación analítica está constituida por una díada, eventualmente
con un tercero analítico en juego (Ogden, 1994), en oposición a
las concepciones clásicas en las que el analista era un observador
neutro e imparcial que solo reflejaba las transferencias del
paciente. Esto implica que el analista ya no es un otro-espejo de
las transferencias del paciente, un observador imparcial y neutro,
sino un participante-otro con sus transferencias,
contratransferencias y resistencias. Sin embargo, en estos
planteos es discutida la propuesta de una simetría analista-
paciente y, en ocasiones, de trabajar con "confesiones"
contratransferenciales del analista al paciente. Además,
señalemos que el concepto de intersubjetividad existía con
anterioridad y fue pensado desde otra perspectiva que se aparta
de establecer una simetría en la relación analítica.
Puntualizamos también la propuesta de las categorías de otro
imaginario y Otro simbólico (Lacan, 1971, 1972-1973), en el
contexto de los tres registros en que este autor analiza los fenómenos
psíquicos. El Otro simbólico es una referencia al universo de la
cultura, al denominado Padre simbólico, a la prohibición y a la Ley;
el otro imaginario alude a lo especular y está categorizado en la
propuesta lacaniana en relación con la madre o cualquier otra
relación especular. Luego Lacan aporta el registro de lo real, como
aquello que queda por fuera de lo simbólico.
Como señalamos, la cuestión de la otredad está presente en la
obra de Laplanche (1999). La teoría de la seducción generalizada se
sostie- ne si se toma en cuenta, en la situación original, la intromisión
del inconsciente del adulto en su propio mensaje. Recordemos el
concepto de mensaje enigmático proveniente del otro y, en este
marco, el de la primacía del otro.
Por su parte, señala Kristeva (1988) que el extranjero nos habita:
es la cara oculta de nuestra identidad. Surge cuando se hace
consciente
90 Leticia Glocer Fiorini

la propia diferencia y culmina cuando todos nos reconocemos


extranjeros.
Se trata de diferentes propuestas sobre la otredad cuyas
significaciones divergen, a veces en forma significativa, pero que
plantean la necesidad de incluir el concepto de otredad tanto para el
estudio de los procesos de subjetivación sexuada y el análisis crítico
del concepto de diferencia sexual como para la práctica clínica.
En otras palabras, hay en la actualidad una amplia gama de
publicaciones psicoanalíticas que, desde diferentes perspectivas,
sostienen lo imprescindible de la participación de un otro para el
advenimiento de un sujeto y para la práctica clínica. El papel del otro
y los otros debe enfocarse como una condición necesaria para
traspasar las fronteras del narcisismo y reconocer algo exterior al
sujeto en su función determinante para la construcción de
subjetividad. En esta línea tiene un papel eminentemente
estructurante.
Sin embargo, en muchas de estas propuestas se habla de lo
intersubjetivo o del otro en un sentido neutro sin considerar su
relación con la diferencia de los sexos, es decir, se hace referencia a
un otro neutro o asexuado, imaginario y/o simbólico. Pero, a la vez,
siempre que se habla de la diferencia de los sexos en el campo
psicoanalítico el concepto de otredad surge inevitablementey ha sido
homologado con llamativa frecuencia a lofemeninoy a la mujer.
A esto se agrega la ubicación en el campo de la otredad de
todas aquellas subjetividades que se apartan de una salida
heterosexual. En este sentido, el concepto de otredad adquiere
otras significaciones que es necesario analizar.
Siguiendo esta línea se hace necesario diferenciar la polisemia
del concepto de otredad y su complejidad: desde el registro
simbólico hasta lo imaginario así como desde sus expresiones en la
clínica. Desde el otro como sujeto hasta el otro objetalizado,
devaluado o excluido. En este marco, subrayamos que la
comprensión de una radical exterioridad del otro abre la posibilidad
de pensar tanto en el otro en uno mismo como en el otro como
sujeto. Estos elementos son indispensables para repensar la categoría
diferencia sexual así como su impacto sobre la conceptualización de
las denominadas diversidades sexuales y la polaridad masculino-
femenino. El reconocimiento del otro trasciende ampliamente su
equívoca homologación con lo femenino.
Capítulo 8

Migraciones sexuales y de género

(J

Las culturas actuales son interpeladas desde lo que podríamos


denominar "presentaciones cambiantes de la sexualidad y los
géneros". Se presentan como un dilema frente a la noción clásica
de diferencia sexual y las tomaremos como un desafío que es
necesario abordar desde el psicoanálisis.
Estamos frente a la oportunidad de internarnos en zonas
ambiguas de la sexualidad, tal como lo hizo Freud (1905) en
"Tres ensayos de teoría sexual" cuando reconoce y establece el
papel de la sexualidad infantil y aparta a la homosexualidad del
dominio de las "degeneraciones".
En la vida cotidiana, en los medios de comunicación, en las
redes sociales, nos encontramos con mezclas y fusiones sexuales
y de género, travesías plurales del deseo, identidades sexuales
cambiantes, presentaciones andróginas, que atraviesan los
discursos y prácticas de las culturas y subculturas
contemporáneas, principalmente en las sociedades occidentales.
Algunas tienen que ver con lo que podemos llamar sexualidades
nómades en las que el ejercicio de la sexualidad se produce por fuera
de las normas heterosexuales vigentes. La noción de sexualidades
migrantes expresa metafóricamente los desplazamientos, el
nomadismo, los flujos y movimientos de los itinerarios del deseo, más
allá de la norma heterosexual prefijada.
94 Leticia Glocer Fiorini

Otras están relacionadas con cuestiones de género, no


solamente el transexualismo como presentación clásica, sino
también lo que en la actualidad se denomina transgénero, es
decir, una no aceptación de las asignaciones y códigos de género
normativamente aceptados. Expresa los anhelos de ir más allá de
las determinaciones clásicas de los géneros masculino y
femenino.
Distinguimos estos dos grupos a los fines de su análisis, pero
remarquemos que los campos de la sexualidad y el género siempre
están en relación, ya sea de concordancia o discordancia.
Si bien habitualmente se las denomina diversidades sexuales o
presentaciones queer o bien transexualidades en un sentido amplio
(Baudrillard, 1990), hay que enfatizar que hay diferencias
importantes entre ellas, ya que responden a distintos mecanismos
psíquicos. Se trata de marcar las necesarias distinciones entre, por
ejemplo, las homosexualidades, los travestismos, el transexualismo,
así como las que se constatan en el interior de cada una de estas
categorías (Safouan, 1977), (Ambrosio, 2009), (Argentieri, 2009),
(Glocer Fiorini y Vainer, 20031)). Estamos en presencia de un
amplio espectro de presentaciones diversas que hacen imposible
referirnos a una homosexualidad, un travestismo o un
transexualismo. Además, algunas apuntan a la elección de objeto
sexual y otras a la llamada identidad de género y sus sustentos
identificatorios ("soy hombre", "soy mujer") (Glocer Fiorini,
20101)).
Denominamos a estas experiencias presentaciones, ya que en
muchos casos se acentúa el aspecto de escenificación visual centrado
en la imagen de las mismas.
Este campo abarca distintas formas de diversidades sexuales Y
de género. Incluye diferentes presentaciones como el travestismO
permanente u ocasional, el transexualismo, las diferentes formas de
homosexualidad, la bisexualidad activa, el cross-dressing
(vestimenta cruzada), la denominada sexualidad queer en general.
Hay que tener en cuenta: primero, que así como muchas de estas
presentaciones tienen una fuerte pregnancia de identificaciones
femeninas, Otras invisten fuertemente las representaciones clásicas
sobre la masculinidad. Segundo, que se trata de formas de ejercicio
de la sexualidad diferentes de las de la figuración ideal de la pareja
heterosexual y que hay combinatorias que se descentran de los dos
géneros clásicamente considerados. También hay que recordar que
en el variado campo de las heterosexualidades se observan algunas
de esas presentacioneS.
95 Leticia Glocer Fiorini
Habitualmente, a estas presentaciones se las denomina nuevas
sexualidades. Sin embargo, sabemos que desde antiguo
existieron
96 Leticia Glocer Fiorini
otras formas de ejercicio de la sexualidad. No hay más que recordar
que los griegos valoraban las relaciones homosexuales mucho más que
las heterosexuales, cuyo fin era fundamentalmente la procreación. Mc
Dougall (1982), por su parte, se refiere a las "neosexualida- des"
como invenciones, como nuevas versiones de las sexualidad humana,
pero no en el sentido de que constituyen algo nuevo, sino resaltando
los aspectos inventivos e incluso teatrales que las diferen- cian de la
heterosexualidad clásica.
Cabe el interrogante de si constituyen, como algunos autores
plantean, un ataque al orden simbólico o bien a un orden simbólico
dado, o si se trata de movimientos de la cultura en un sentido
amplio que tienden a cuestionar ciertas normativas establecidas.
Se trata de un tema abierto, referido a experiencias que todavía

tienen que ser analizadas. Además, pueden enfocarse desde distin-

tas disciplinas que no necesariamente tienen que coincidir entre sí


en su totalidad. Hay aspectos sociales y culturales así como
mecanismos psíquicos y aspectos clínicos a dilucidar y debatir; sin
olvidar que se trata, a la vez, de fenómenos singulares, particulares
para cada sujeto. La idea es no cerrar un debate ni dar una respuesta
definitiva a la cuestión, sino sostener los interrogantes planteados o
abrir nuevas preguntas.
Ciertamente, aunque estas presentaciones no son nuevas, es necesario
tomar en cuenta que se hacen más visibles en contextos novedosos
como las biotecnologías de cambio de sexo, la fertilización asistida,
así como las formas diferentes de estructuración de la familia que se
observan en las culturas actuales. Nos muestran los múltiples
itinerarios del deseo y la pluralidad de identificaciones —referidos
ambos a las posiciones sexuadas— e interpelan axiomas considerados
eternos e inamovibles de tal manera que se prestan a discutir teorías y
metateorías, prejuicios e ideologías en el campo psicoanalítico.
Surge una primera pregunta: ¿qué se pone en juego a partir de estas
presentaciones?
En primer lugar, conducen a repensar el concepto de diferencia
sexual como condición del acceso a un universo simbólico así como
la noción de castración en todos sus niveles.
En segundo término, interpelan las significaciones de la polaridad
binaria masculino-femenino y sus incertidumbres.
En tercer lugar, al descentrar los dos géneros clásicos masculino
y femenino, cuestionan la figuración ideal de la pareja heterosexual
y de la familia nuclear clásica.
La diferencia sexual en debate 97

Problemáticas planteadas
• Inducen a repensar el complejo de Edipo y su resolución
clásica.
• Interrogan la posición con respecto al falo en conexión con
las teorías que plantean su validez universal ahistórica,
estructural. Esto es una referencia a todas sus acepciones
incluyendo al falo como significante amo, significante del
deseo.
• Abren preguntas sobre la denominada ley o leyes del padre
como condición de resolución del complejo de Edipo-
castración. Sus raíces patriarcales desdibujan su función
tercera, simbólica, yla identifican con el padre de la familia
nuclear en tanto responde a un orden androcéntrico.
• Conducen a reconsiderar la noción clásica de deseo de
hijo a partir de una carencia inicial y fundante en la mujer.

Hay una compleja red de conexiones entre estos interrogantes


de tal manera que al abordar uno se ponen en juego los demás.
Es un
multiplicador de preguntas que moviliza ansiedades e implica
salir de una posición confortable con respecto al saber.
De todos los puntos mencionados vamos a enfocar en este
capítulo el que se refiere a lo incierto de las significaciones
atribuidas al dualismo masculino-femenino organizado como una
polaridad binaria y sus consecuencias en la noción de diferencia
sexual.

La polaridad binaria masculino-femenino


El análisis de la polaridad masculino-femenino alude no
solamente a un debate teórico sino que tiene fuertes
consecuencias en la clínica, y está en el cruce de lo
interdisciplinario con lo intradisciplinariO•
98 Leticia Glocer Fiorini
En primer lugar, destaquemos la coexistencia de discursos
contradictorios y heterogéneos en las culturas actuales acerca
de la pola- ridad masculino-femenino. Habíamos señalado que
la Modernidad acentuó una división estricta y nítida entre
lo masculino y IO femenino, mientras que la llamada
Posmodernidad o Modernidad tardía' expresada en algunas
culturas y subculturas actuales, plantea una pluralidad y
multiplicidad de los procesos de subjetivación y de
ejercicio de la sexualidad. Estos dos discursos, contradictorios,
cohabitan en las culturas actuales. En otras palabras, coexisten en
tension
el binarismo masculino-femenino con las transexualidades y
transgéneros en un sentido amplio.
Nuestra propuesta es acentuar que esa coexistencia con sus
antagonismos también se da en el psiquismo de cada sujeto. Es
decir, que tampoco hay recorridos ni significaciones fijas en los
procesos de suþjetivación sexuada. En
ponen dé
reÄÍðõlõñiüTfÑõCidad de los conceptos masculino y femenino.
Existen distintos planos a analizar en los procesos de construcción
de subjetividad.

• La polaridad masculino-femenino es un principio de la cultura


al que se le asigna significaciones, como el Yin y el Yang.
• Es también una determinación de la naturaleza, aunque
teniendo presente que lo natural en forma pura no existe en el
ámbito de lo humano y que la naturaleza siempre es
interpretada en el ámbito de la cultura.
Estamos hasta aquí en presencia de nítidos dualismos.
Pero en estos procesos de subjetivación nos encontramos
también con multiplicidades y ambigüedades, a partir de un
comienzo engañosamente simple.

• La asignación de género al nacer remite a un claro dualismo


que es una exigencia ineludible de las legalidades culturales
hasta la actualidad: es varón o es nena, con ciertas excepciones
(intersexos) que actualmente se incluyen en algunas
La diferencia sexual en debate 99
legislaciones, y cre- cientes complejidades que dependerán del
deseo de los padres, entre otras variables.
Sin embargo, hay otras determinaciones en juego que muchas
veces entran en contradicción con esa primera polaridad:

• Las identificaciones son plurales, algunas de ellas sustento de


la identidad de género; masculino y femenino ya no están tan
delimitados. Incluimos aquí el concepto de proyecto
identificatorio de P. Castoriadis-Aulagnier (1975) para
remarcar el papel indispensable de los deseos, anhelos y
expectativas de los padres con respecto a la identidad de género
deseada, que en ocasiones no coincide con la anatomía.
• Las fantasmáticas bisexuales que son propias de todo sujeto y
que complejizan también la asignación de género inicial.

• Los roles de género que no son fijos ya que existen códigos


yestereotipos cambiantes, según la época, sobre la
masculinidad y la feminidad que se entrecruzan con los deseos
y fantasmáticas plurales en cada sujeto.
• Variantes en la elección de objeto: homo o heterosexual y sus
coexistencias en ciertos casos. Asumir una identidad masculina o
femenina, u otras variantes, no determina directamente una
elección de objeto concordante. En cuanto a la elección de objeto
recordemos que Freud sostenía que la heterosexualidad tampoco
era una posición obvia sobre la que la naturaleza daría la última
palabra.

Dualismos y multiplicidades: dos lógicas que


coexisten no solamente en las culturas
actuales sino también en los procesos de
subjetivación
Tal como lo plantea en "Un caso de homosexualidad
femenina", Freud (1920) se aparta en este artículo de las
propuestas dualistas, y enfatiza que los caracteres sexuales
somáticos pueden no coincidir con los caracteres sexuales
psíquicos (masculinidad y feminidad) ni con el tipo de
100 Leticia Glocer Fiorini
elección de objeto, homo o heterosexual. Sostenía que puede haber un
hombre anatómicamente masculino, con una gran virilidad y que, sin
embargo, efectúe una elección homosexual de objeto, y así otras
variantes. En otras palabras, se puede decir que no hay unidad
armónica en los procesos de subjetivación sexuada y que hay
discordancias que son inherentes a estos procesos. Y esto hace a la
complejidad de los mismos.
En esta línea, Freud desaconsejaba firmemente pensar la
feminidad y la masculinidad como compartimientos rígidos y
excluyentes, dado lo incierto de estas categorías. Y lo mismo
planteaba con respecto a la polaridad activo-pasivo si se intentaba
equipararla con la polaridad masculino-femenino.
Entonces, ¿en qué consiste la interpelación cuando las
identificaciones y la elección de objeto pueden no coincidir
armónicamente entre sí y, más aún, cuando no coinciden con el
cuerpo sexuado?
A nuestro juicio, las explicaciones que se sostienen en una lógi ca
binaria son insuficientes e incluyen en sí misma sus contradicciones:


a. El campo deseante, por su multiplicidad, no se limita a una gica

dualística.
b. Las identificaciones son siempre plurales y contradictorias.
c. Las identidades de género pueden no coincidir con el cuerpo
anatómico como en el transexualismo.
d. Los roles de género son fuertemente cuestionados especialmente en el
mundo occidental.
e. La elección de objeto sexual no es un hecho natural.

En todos estos puntos la polaridad masculino-femenino no llega


a una armonía. Se trata de un dilema que cuestiona los binarismos
estrictos, ya que estos conducen a aporías insalvables si no se
incluyen en sistema complejos más abarcativos.

Polémicas contemporáneas
Estos problemas generaron diferentes discusiones sobre la
diferencia sexual y de géneros en el campo psicoanalítico e
interdisciplinario.
La diferencia sexual en debate 101
1. Objeciones al establecimiento de una norma heterosexual que
excluya otras subjetividades y otras formas de sexualidad
(Butler, 1990).
2. Debates acerca del papel de los cuerpos, su potencial
deseante (Deleuze, 1995) y las marcas discursivas sobre los
mismos.
3. Discusiones sobre el papel de la performatividad en relación
con los géneros (Butler, 2002).
4. Interrogantes acerca del poder de la biotecnología para
cambiar radicalmente los cuerpos sexuados, como en el caso
del transexualismo (Argentieri, 2009).
5. Polémicas sobre la fertilización asistida y adopción en parejas
no convencionales desde el punto de vista de la
heterosexualidad. Se impone fuertemente la necesidad de
analizar la cuestión de las identificaciones en los hijos,
adoptados o biológicos, criados en esas estructuras familiares
así como de repensar las significaciones de las funciones
materna y paterna.
6. En especial, también se pone en juego el concepto de deseo de
hijo, en relación con estas polémicas (Glocer Fiorini, 2001a y b,
20070.

En este contexto, se hace necesario pensar si estamos en


presencia de una crisis sociocultural en la que el deseo entra en
disolución y con
Leticia Glocer Fiorini
100

eso decae un orden simbólico dado, o bien frente a la búsqueda de


otras formas de ejercicio de la sexualidad.
Ciertamente hay una problemática en juego que abre dos
opciones posibles: una es pensar desde una teoría planteada como
correcta lo que es extraño y diferente, la otra es analizar si es
factible repensar ciertos aspectos de la teoría. Nuestra hipótesis se
desarrolla siguiendo esta segunda opción.
Frente a estas cuestiones, a estos espacios ambiguos del deseo
y la identidad sexual, ubicamos nuestra propuesta con un sentido
crítico, abierto al debate. Para ello abordaremos algunos caminos
posibles para pensarla, que no se excluyen entre sí.

Diferencia de géneros-diferencia sexual


En primer lugar, abordaremos con algunas modificaciones la
propuesta de Laplanche (1980), quien distingue la diferencia de
géneros de la diferencia sexual. Para este autor puede haber:

a. Diversidad de atributos anatómicos.


b. Diferencia relativa de géneros: dos géneros que se organizan
de acuerdo a la lógica de los contrarios cuando están
marcados por dos atributos que se establecen como
insignias.
c. Diferencia absoluta: cuando está presente un solo atributo,
una sola insignia que, de acuerdo a la lógica de la
contradicción, funciona en el registro presencia-ausencia. En
este último caso la contradicción en cuestión sería la
polaridad fálico-castradO que a su vez remite a otras
polaridades tales como presenciaausencia y masculino-
femenino, en una serie de deslizamientos que, a nuestro
juicio, es necesario deconstruir. Homologar categorías como
fálico-presencia-masculino o bien equiparar castración-
ausencia-femenino conduce a desviaciones importantes en la
La diferencia sexual en debate 103
comprensión de los procesos de subjetivación y en sus
efectos en la clínica.
Si retornamos a Laplanche, las dos lógicas propuestas por este
autor, de contrarios y de contradicción, permiten distinguir entre la
diferencia de géneros y la diferencia sexual. Habilitan también a
pensar en el género asignado al nacer, masculino o femenino, así
como en los roles de género provenientes de la cultura a través del
inconsciente y

preconsciente materno y paterno, y de otras expresiones de la


cultura. Esto es previo al acceso del niño a la diferencia de los
sexos y a sus interpretaciones desde la perspectiva de las teorías
sexuales infantiles.
Es decir, hay un conocimiento de la diferencia de géneros
antes del acceso a la diferencia de los sexos. Pensado así, el
género también es parte de los procesos de subjetivación y hace al
campo psicoanalítico bajo la forma de ideales identificatorios en
el eje yo ideal-ideal del yo, eje imaginario pero con fuerte
efectividad simbólica.
Entre la diferencia de géneros y la diferencia sexual hay relaciones
complejas, y muchas veces contradictorias, en un contexto de
temporalidades plurales. Queda abierta la pregunta sobre los destinos
ulteriores de estas lógicas en el plano de los procesos de subjetivación
sexuada así como sostener el interrogante sobre las teorías sexuales
adultas y su influencia en la construcción de teorías en general.
Ciertamente, reafirmamos nuestra postura de que el concepto de
diferencia es polisémico. Desde la diferencia sexual que toma el
psicoanálisis (por ejemplo la polaridad fálico-castrado de las teorías
sexuales infantiles freudianas, que responden a una lógica cuya
genealogía es necesario analizar y que no es la diferencia anatómica
pura, sino una interpretación de la misma), se pueden incluir otros
planos: la diferencia de géneros, la diferencia en el lenguaje como
corrimiento significante, en los discursos vigentes, la diferencia
heideggeriana como distinción, la différance (Derrida, 1996), la
diferencia como repetición dinámica (Deleuze y Guattari, 1980), el
diferendo (Lyotard, 1983), la diferencia como reconocimiento del
otro, entre otras variantes. Desde otros marcos teóricos se agregan
otras diferencias: étnicas, raciales, religiosas, de distintas culturas y
subculturas. Esto amplía la forma de pensar el acceso a la diferencia
en cada sujeto (Cf capítulo Conclusiones y aperturas).
Leticia Glocer Fiorini
Binarismos y complejidad
Frente a las nuevas formas de subjetivación y a las
ambigüedades e incertidumbres que marcan los procesos de
producción subjetiva, pensamos que es necesario ir más allá de
la lógica binaria, más allá de la polaridad masculino-femenino
(Lévesque, 2002) que ya Freud (1933), en una de las vertientes
de su obra, desaconsejaba sostener. En ese sentido, entendemos
la utilidad de trabajar con el paradigma de la complejidad que
hemos abordado con anterioridad (Glocer Fiorini,
102

1994, 1998, 2001a). Lo hemos utilizado para trabajar con los


binarismos y lo femenino y ahora, en este trabajo sobre la
diferencia sexual, con los binarismos y las diversidades sexuales.
Nuestra propuesta, como ya lo hemos señalado, es pensar
estas problemáticas desde otros fundamentos epistemológicos,
desde otras lógicas y con un sentido muy preciso. Esta vía no
elimina los dualismos, que ya están incluidos en el lenguaje, pero
los incluye en organizaciones hipercomplejas.
En la línea que estamos desarrollando y que expandiremos en
el capítulo final, no trabajamos con una sumatoria de variables;
tampoco intentamos resolverlas dialécticamente ni unificarlas.
Se trata de trabajar con elementos heterogéneos, que no siempre
llegan a una síntesis armónica. De buscar concordancias y
eventuales articulaciones, pero también de abrir la posibilidad de
mantener en tensión variables heterogéneas, sin resolución
eventual.
Entonces, si pensamos la producción de subjetividad en términos
de conjuntos —eventualmente heterogéneos— que intersectan,
tenemos que considerar por lo menos una concepción tripartita
(Glocer Fiorini, 2001a):

a. La heterogeneidad anatómica de los cuerpos sexuados, que


siempre es significada (no hay naturaleza pura, la naturaleza
en el humano ya no es más natural).
b. La pluralidad de identificaciones (en relación con el proyecto
identificatorio y el deseo de los padres. Incluye también la
identidad de género y sus posibles ambigüedades).
La diferencia sexual en debate 105
c. La sexualidad yel deseo inconsciente, que siempre actúan
en exceso y van más allá de lo ya constituido. Por eso la
elección de objeto siempre es contingente, aunque no
arbitraria.

En la intersección de esos conjuntos se producen fenómenos de


subjetivación en los que coexisten —en tensión— lógicas
heterogéneas. Esto hace a las incertidumbres e indeterminaciones de
la sexualidad y de la polaridad masculino-femenino. Hace también a
la compleja relación entre el sexo biológico, el género, las
identificaciones yla psicosexualidad.
Ninguna de las variables mencionadas está fuera de las normas
de la cultura que asignan significaciones a cada uno de esos planos
y, por lo tanto, son historizables. Esto se da en un contexto de
intrincadaS determinaciones individuales, familiares y culturales.

El acceso a un universo simbólico en un contexto de lazos


sociales dependerá de múltiples operaciones de terceridad
simbólica que incluyan al otro y los otros y trasciendan el encierro
narcisista. De esto dependerá el grado de conflicto de cada sujeto.
Estos movimientos se apoyan en diferentes planos de diferencias
que serán singulares para cada uno.
Entonces, entre el Edipo y el más allá del Edipo, entre la
sexualidad, el sexo y el género, entre la pluralidad de
identificaciones, entre las normas instituidas y lo que las excede,
en esas intersecciones la subjetividad se constituye en colisión, en
un contexto de procesos en constante devenir, contrario a cualquier
posición sustancial sobre el sujeto.
En este marco, se puede sostener que las presentaciones
cambiantes de la sexualidad no son necesariamente un ataque a un
determinado ordenamiento simbólico. Como lo plantea Balandier
(1988), orden y desorden se alternan y coexisten en la cultura.
Pueden entonces también representar momentos de "desorden"
que conduzcan a nuevos órdenes simbólicos.
Capítulo 9

Homosexualidades

Las homosexualidades son presentaciones con una fuerte


inserción en los discursos vigentes y fuente de polémicas en distintas
disciplinas. Replantean en las sociedades actuales si la categoría de
diferencia sexual es una condición ineludible para insertarse
simbólicamente en un contexto de lazos sociales. Hay una
interrelación con las normas, prohibiciones y discursos de la cultura
que no se puede obviar, más allá de cómo se los interprete. A esto se
agrega la cada vez más frecuente constitución de familias con padres
del mismo sexo y la posibilidad no solo de adoptar sino de
engendrar hijos a través de los métodos de fertilización asistida. Esto
implica también poner en juego cuestiones tales como la
parentalidad en parejas homosexuales, cómo se piensan las
funciones paterna y materna, cómo se entiende la problemática de
las identificaciones y la elección de objeto en los hijos surgidos de
estas familias, entre otras. Todo esto condujo a una serie de cambios
en la construcción de discursos sobre la homosexualidad, por lo
menos en el mundo occidental, o quizás sería más apropiado decir
en ciertos sectores del mundo occidental. Pero, también debemos
señalar que estos cambios coexisten con otros discursos que
sostienen una posición estricta sobre la homosexualidad como
per- versión. Se trata entonces de una zona de debates complejos
Leticia Glocer Fiorini

donde, por un lado, están presentes los límites, normas y barreras de


la cultura y, por el otro, las categorías psicoanalíticas que hacen al
concepto de homosexualidad y perversión, que actualmente también
están en
106

discusión en el campo psicoanalítico. Estos debates se


producen en momentos de cambios sociales y culturales,
algunos propios de una época determinada, otros con
perspectivas a largo plazo, cuyas significaciones todavía están
abiertas.
Esto nos conduce a una primera pregunta: ¿Cuáles son los
efectos de los discursos vigentes en la teoría y en la clínica,
incluyendo al psicoanalista y a la persona que consulta? Pero
también nos remite a una segunda pregunta, que plantea una
problemática conectada a la anterior. ¿Debe el psicoanálisis
aceptar acríticamente los cambios que se producen en los
discursos y en el orden social y adaptarse a ellos? Las dos
cuestiones están presentes en el campo psicoanalítico y son
motivo de confrontación. Sabemos también que hay motivaciones
de orden sociopolítico y religioso que pueden ejercer presión
sobre las teorías en juego acerca de la homosexualidad y la
perversión, hacia un lado o el otro. Como ya señalamos, creemos
que esta problemática está incluida en un debate más amplio aún,
referido a si el psicoanálisis debe ser considerado como un
sistema cerrado o abierto. Más aún, si se lo considera un sistema
abierto que puede incluir otras lógicas y modelos de pensamiento,
como es nuestra propuesta, se hace necesario determinar dentro
de qué paradigma es factible trabajar en zonas de intersección
entre distintas variables.
A nuestro juicio, los cambios en los discursos vigentes en
cuanto a la mayor aceptación de la homosexualidad así como de
las parejas y familias homosexuales, pueden funcionar como
una interpelación necesaria para repensar ciertas categorías
psicoanalíticas.
En consecuencia, vamos a enfocar el tema propuesto en un
sentido que permita abrir debates productivos y necesarias
confrontaciones Esto quiere decir que nos interesa más poder
La diferencia sexual en debate 107

delinear los problemas Y los interrogantes que se presentan, que


formular respuestas que cie-

La escucha del psicoanalista no es ajena a sus teorías explícitas


e implícitas, a sus ideologías, preconceptos y prejuicios. En el
caso de la homosexualidad esto se hace evidente. ¿Cuáles son
las teorías a las que "quiere" o "puede" acceder? ¿Hay una
homosexualidad o varias? ¿Se puede hablar de un mecanismo
psíquico o de distintas determinaciones que pueden conducir a una
elección de objeto del mismo sexo? ¿Es la homosexualidad un
equivalente a la perversión? Y,

Por otra parte, ¿cómo se explica el deseo de hijo en las parejas


homosexuales? Y, ¿cómo se juegan las identificaciones sexuadas en
los hijos, en esos casos? (Glocer Fiorini, 200117, 20071)).

¿Una o varias homosexualidades?


Ciertamente, la posición con respecto a este tema tiene implicancias
fundamentales en la clínica. Si revisamos la obra freudiana nos
encontramos con que no hay una sola teoría sobre la homosexualidad.

En "Tres ensayos de teoría sexual" Freud (1905) separó lo que él


llamó la inversión en la elección de objeto sexual propia de la
homosexualidad, del cambio de meta de la pulsión que se observa en
otras presentaciones clínicas en el campo de la perversión (sadismo-
maso- quismo, exhibicionismo-voyeurismo, fetichismo y otras).
En "Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci" (Freud, 1910b)
planteó una teoría explicativa sobre la homosexualidad masculina
centrada en una excesiva sujeción del niño a la madre que conduce a
una identificación con la misma y a una elección de objeto del mismo
sexo, tal cual la madre lo eligió a él. Freud acentúa que la ausencia o
debilidad del padre es parte esencial de este conjunto. Aún más,
también señala en este trabajo que el enfrentamiento del niño con la
"castración" en la madre lo puede conducir a una homosexualidad
duradera y a la imposibilidad consecutiva de una elección de objeto
heterosexual.
Esta explicación es diferente de aquella en la que sostiene que
la homosexualidad es el resultado de una detención evolutiva
Leticia Glocer Fiorini

entre el narcisismo y el amor objetal, y que lo que está en juego


es una elección de objeto narcisista. En este caso se acentúa el
factor evolutivo. Se podría decir que este es un punto fuerte pero,
también es cierto que en la heterosexualidad puede haber
elecciones marcadamente narcisistas, muchas veces imposibles de
movilizar.
Freud (1922) plantea un mecanismo distinto en "Sobre algunos me- canismos
neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad". Se inclina por otra
opción que es la transformación reactiva de la rivali- dad y odio entre hermanos
en amor, dominado por una elección de objeto homosexual en el caso de que no
sea sublimado o convertido en amor tierno. Señala que esta
explicación sería valedera para ciertos tipos de homosexualidad no duraderas ni
absolutas. Esta propuesta también la utiliza para explicar los fenómenos de masa
(Freud, 1921).
Agrega también el "hacerse a un lado" como un mecanismo que puede
ocurrir entre hermanos o entre padre e hijo cuando se "cede" la
heterosexualidad al rival.
Algunas de estas proposiciones no se excluyen mutuamente, otras
aparecen como distintas explicaciones de la homosexualidad, dando pie a
que se puedan considerar diferentes mecanismos en juego.
Leticia Glocer Fiorini
108

Recordemos también que Freud (1911) mismo abre la cuestión,


más aún, cuando describe la posición homosexual en un cuadro
psicótico como el de Schreber.
En cuanto a la homosexualidad femenina, en "Sobre la
psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina" Freud
(1920) señala que la joven había alcanzado el complejo de Edipo
positivo y que frente al desengaño con el padre, quien había
embarazado a la madre cuando la joven misma deseaba un hijo de
él, de acuerdo al Edipo femenino freudiano, retrocede a posiciones
"anteriores" y se lanza a la homosexualidad por venganza contra el
padre. En este caso, lo que habría es una heterosexualidad
reprimida.
Remarquemos que autores pertenecientes a la escuela
anglosajona en sus diferentes vertientes, hacen hincapié en
fijaciones preedípicas, acentuando los componentes agresivos y
sádico-anales en ciertas formas de homosexualidad (Kernberg,
1995).
Para Lacan (1958), la homosexualidad masculina y femenina se
explican por la posición del sujeto con referencia al falo, como
significante del deseo, de acuerdo a cómo se resuelvan los tres
tiempos del
Edipo lacaniano.
No es nuestra intención agotar la bibliografía al respecto, sino
señalar que no hay una explicación unitaria y armónica sobre el
mecanismo de la elección de un objeto sexual del mismo sexo por
parte de un sujeto, hombre o mujer.
Por otra parte, sabemos que hay homosexualidades
ocasionales —en la adolescencia y en otras circunstancias— o
permanentes. Algunas coexisten con elecciones de objeto
heterosexuales. Que este tipo de elección de objeto puede no
encuadrarse necesariamente en una condición clínica precisa o
bien presentarse tanto en las neurosis, en las perversiones, en
patologías no neuróticas o en las psicosis. Esta no unificación de
presentaciones ocurre también en la heterosexualidad.
A esto hay que agregar las reflexiones de Freud sobre la
homosexua lidad sublimada, diferente de la reprimida, que
describe en su análisis de "Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci" (Freud, 19101)).
Estas reflexiones apuntan a la necesidad, a mi juicio, de
conservar esta variedad de determinaciones —algunas
coexistentes- con el Objeto de evitar una explicación monolítica
Leticia Glocer Fiorini
de la homosexualidad, con evidentes consecuencias en la clínica.
En otras palabras, la teoría que cada psicoanalista tiene a su
alcance puede eventualmente favorecer u obstruir la escucha en
cada caso en particular.
La diferencia sexual en debate 111

En este sentido, se podría sostener que no hay una explicación


totalizante y, además, que decir homosexualidad puede querer decir
muy poco. De la misma manera que decir heterosexualidad también
es decir muy poco si no hay referencias a los deseos, fantasmas e
iden- tificaciones en juego, que pueden no tener que ver con la
heterosexualidad y hasta pueden ser, ciertamente, de carácter
opuesto.
Freud (1920) señaló que la joven homosexual no era neurótica y
que no consideraba que la problemática que presentaba era una
patología. En esta línea, remarcó que la homosexualidad era egosintó-
nica con los deseos de la joven, de tal manera que él debía dejar de lado
la posibilidad de plantear una "cura" de la inversión, tal como el padre le
solicitaba. Todas estas cuestiones de orden teórico-clínico, que ya Freud
se planteaba más de un siglo atrás, son a veces dejadas de lado en pos de
una unificación quizás más tranquilizadora de un "saber" que excluya las
complejidades de la elección de objeto y de las fantasmáticas
subyacentes.

Problemáticas
Frente a algunas tendencias que consideran la homosexualidad
como una entidad unificada y desconocen las diferencias en sus
variantes, consideramos que se hace necesario reconocer esas
variantes y, al mismo tiempo, plantear los debates que
necesariamente se imponen sobre el tema (Green, 1997).
A continuación, indicaremos algunos de los problemas que
surgen de la propuesta de considerar a la homosexualidad como una
entidad unificada:

a) Algunos quisieran unificar las homosexualidades


restringiéndolas a un tipo de conducta asumido y ejercido
como tal; en este caso se estarían excluyendo la
homosexualidad reprimida, la homosexualidad sublimada, así
como las corrientes homosexuales presentes en los individuos
heterosexuales.
Leticia Glocer Fiorini
b) Para otros, esa unificación se daría a través del mecanismo de la
desmentida frente a la diferencia sexual, como se propone para
las perversiones. Pero, esto no tendría en cuenta que hay también
homosexualidades en las neurosis (por ejemplo en la histeria o
en la neurosis obsesiva) y en las psicosis. En consecuencia, otros
mecanismos también estarían en juego. También sabemos que
110

esta desmentida de la diferencia puede darse en sujetos


heterosexuales con una fuerte marca narcisista. A esto se
agrega que hay homosexualidades ocasionales donde no
estaría claro qué lugar se le da a la desmentida y que
tampoco responden a una condición clínica determinada.

Entonces, si se reserva el mecanismo de desmentida de la


diferencia para las perversiones, constatamos que no toda
homosexualidad responde al rango de las perversiones y que,
además, hay heterosexualidades que sí entran en esta categoría.
De esta manera, volvemos a la pregunta inicial, ¿es la
homosexualidad equivalente a la perversión? En primer término,
es necesario diferenciar perversión de perversidad. La perversidad
es una referencia a aquellos actos agresivos, malignos, destructivos,
cuyo objetivo es la aniquilación del otro. Se trataría del Mal en su
forma pura, de la pul Sión de muerte no ligada.
En segundo término, lo mismo que señalamos para las
homosexualidades podría aplicarse a las perversiones en general.
Se trata de un concepto íntimamente ligado a las normas
expresadas en los discursos vigentes y, en consecuencia, muy
discutido por sus connotaciones. Toda noción de perversión está
en el cruce de Io pulsional y el deseo con los límites,
prohibiciones y barreras que los discursos vigentes y las leyes de
la cultura proponen. Y ese límite puede variar. Además, la

perversión no es unívoca. No es lo mismo hablar de fetichismo


donde está en juego claramente la angustia de castración y la
desmentida frente a la diferencia sexual, que hablar de paidofilia,
donde está también en juego la diferencia entre generaciones.
La diferencia sexual en debate 113
Entonces, como señalamos anteriormente, ¿es suficiente con
decir que la homosexualidad es una conducta o hay que analizar
los mecanismos psíquicos en juego? En el primer caso, tomar
en cuenta solamente las prácticas homosexuales sería en
extremo descriptivo y no alcanza para analizar la cuestión
desde un punto de vista psicoanalítico. Y, en el segundo caso,
¿es la desmentida de la diferencia sexual una explicación
plausible para todas las variantes de homosexualidad?

Ahora bien, si nos referimos a una de las formas de la


homosextlalidad, que sería la homosexualidad como perversión,
deberíamos hablar de la conjunción de un mecanismo (la
desmentida de la diferencia) y de una conducta (obligatoria y
compulsiva como única forma de gozar). Si no se dan estas dos
condiciones, entramos en zonas más complejas que remiten a cierta
ambigüedad. Por Otra parte, hay que señalar también que algunos
autores solo hablan de perversión si está

en juego, la integridad
Además, ¿cómo compatibilizar la centralidad del Edipo y el
complejo de castración en Freud y en la mayoría de los autores
franceses, con los desarrollos de la escuela inglesa sobre la
preeminencia de lo preedípico, la agresión y las características
sádico-anales en la perverSión y en ciertas formas de
homosexualidad? Y no quisiéramos dejar de mencionar también
desarrollos sobre la teoría de la bisexualidad psíquica que parecía ya
abandonada (Green, 1997; Bokanowski, 2010).
De lo expuesto surge que homosexualidad y perversión no se
pueden homologar automáticamente. No hay una homosexualidad, y
no todas las homosexualidades son perversiones. Esto se juega en la
clínica y tiene efectos en la posición del psicoanalista, ya sea en
eventuales expectativas de revertir esa elección de objeto o bien en
sus interpretaciones sobre el deseo de hijo en parejas homosexuales.
De no menor importancia, está en cuestión el destino de las
identificaciones y la elección de objeto en los hijos de estas parejas,
ya sean adoptados o gestados por fertilización asistida.
En suma, hay una pluralidad tal de presentaciones
homosexuales que resultaría difícil adscribirlas a un mecanismo
en juego. Incluso, hay que delimitar en cada caso qué
Leticia Glocer Fiorini
mecanismo o mecanismos coexistentes pueden darse. Y,
avanzando aún más, creemos que tampoco es suficiente con
sostener que se pueden agrupar en homosexualidades perversas,
psicóticas o neuróticas. Entendemos que se impone la necesidad
de singularizar y pensar cómo se dan en cada caso las variables
en juego.
Señalaba Freud (191 Ob): "Lo que por razones prácticas se llama
homosexualidad acaso provenga de múltiples procesos psicosexuales de
inhibición y es posible que el discernido por nosotros sea uno entre muchos y
solo se refiera a un tipo de homosexualidad". Destacamos en esta cita la
perspectiva de tener en cuenta distintos tipos de determinaciones para la
homosexualidad, y esto lo podemos extender a • toda variante de elección de
objeto sexual.
En suma, nuestra propuesta se basa en la necesidad de efectuar un
trabajo de distinción entre las distintas formas de homosexualidad,
acentuar que cada una de ellas responde a mecanismos psíquicos
diferentes, enfatizar que son consecuencia de procesos de historización
particulares para cada sujeto, descentrar las homologaciones
indiscriminadas entre homosexualidad y perversión así como recordar
que las perversiones existen tanto en la heterosexualidad como en la
homosexualidad.
Capítulo 10

Parentalidades no
convencionales y
producción subjetiva

Este capítulo está dirigido a pensar cuál puede ser el impacto de


las diversidades sexuales y de género en los modos de
organización familiar y, fundamentalmente, en los procesos de
subjetivación de los eventuales hijos de parejas no convencionales
desde el punto de vista de la sexualidad y el género. Es nuestra
intención evitar las respuestas automáticas acordes a esquemas
prefijados y sí, en cambio, incluirnos en una línea de apertura para
un debate necesario.
Esto se da en un contexto en el que cada vez hay una mayor
aceptación y visibilidad de esas presentaciones en las culturas y
sociedades actuales, principalmente en Occidente. Es decir, que
si bien existieron siempre, en las últimas décadas adquirieron una
dimensión y significación particulares. En la actualidad se hacen
visibles no solo parejas homosexuales sino también parejas
constituidas por transexuales o travestis con personas
heterosexuales, así como otras presentaciones de diversidades
sexuales y de género en distintas combinaciones entre sí.
Diversidades que, como ya señalamos, algunos engloban como
sexualidades queer (extrañas) y que abarcan también a aquellos que
se niegan a incluirse en uno de los dos géneros, masculino o
femenino (transgéneros).
En este marco, se constata que existe un deseo de formar una
familia en muchas de estas parejas. Según Roudinesco (2002), el
deseo de estas parejas de formar una familia en realidad estaría
sosteniendo el concepto de familia como pilar de la sociedad y la
cultura. El argumento es que
Leticia Glocer Fiorini
114

no constituyen una amenaza para las normas vigentes de la sociedad


organizada y estaría dirigido a aquellos que sí lo consideran una
amenaza. Paradójicamente, esto acentúa el ideal de familia nuclear
(heterosexual) presente en la mayoría de las culturas.
Por otro lado, hay que recordar que no todos los que se
apartan de la norma heterosexual forman o desean formar
familias con hijos. Es más, muchos de ellos se oponen a este
intento de integrarse en los modos y normas de la organización
familiar occidental, postura que también está
cuestionada desde algunos sectores de personas heterosexuales,
principalmente jóvenes. Indudablemente, el concepto de
heterosexualidad merece ser analizado en profundidad ya que,
estrictamente hablando, alude a que la elección sexual está
dirigida a personas del sexo opuesto. Sin embargo, las fantasías
preconscientes e inconscientes subyacentes, así como la trama
deseante, pueden contradecir esta definición. Es decir, que
estamos en presencia de un campo heterogéneo.
A partir de aquí retornamos a varias preguntas que recorren
nuestro itinerario:

• ¿Cuál es el concepto de familia que se maneja en los


distintos marcos teóricos teniendo en cuenta su no
homogeneidad en distintas culturas y tiempos históricos?
• ¿Cómo se interpretan y entienden en el campo
psicoanalítico las diversidades sexuales y de género?
• Y, fundamentalmente, ¿cómo pensar el complejo de Edipo-
castración y la diferencia sexual a la luz de las diversidades
sexuales y de género? En otras palabras, ¿qué es lo que
desafían estas presentaciones en la teoría y en la clínica?

Renovamos estos interrogantes con el fin de repensar cómo se


categorizan los procesos de subjetivación sexuada en los hijos de
estas modalidades de pareja. El contexto de estas reflexiones es
una pregunta: ¿deberían los niños criados por parejas
homosexuales 0 por otros tipos de familias constituidas por
parejas no convencionaleS (diversidades sexuales y de género),
La diferencia sexual en debate 115
ser considerados, por definición, abyectos del sistema, sin
posibilidades de subjetivación bólica e inserción en un universo
de lazos sociales? ¿Cómo pensar las identificaciones y el
recorrido del deseo si los padres son ubica dos en el plano de la
perversión o en la desmentida de la diferencia? Además, ¿cómo
categorizar teóricamente el hecho de que estudioS Y

seguimientos efectuados en hijos de parejas homosexuales no


revelan diferencias significativas con los hijos de parejas
heterosexuales, tanto en su sexualidad y elección de objeto como
en otros aspectos, emocionales y sublimatorios referidos a su vida
de relación? Para poder pensar esta cuestión es imprescindible
alejarse de los moralismos maniqueos así como de posiciones
complacientes, que excluyen el juicio crítico.
Como ya lo hemos señalado, algunas de las categorías interpeladas
desde estas presentaciones son:

a) El concepto de familia nuclear heterosexual.


b) El complejo de Edipo como mito central
explicativo de los procesos de subjetivación
sexuada y su salida heterosexual. Esto incluye el
desafío a las formas clásicas de elección de objeto
de acuerdo a la norma.
c) El reconocimiento y acceso a la
diferencia sexual como garante de la
inclusión en un universo simbólico.
d) La propuesta de que la ley paterna es metáfora y
función de ese acceso; en esta propuesta habría
una ley y sería indisociable del denominado Padre
simbólico.
e) La noción de deseo de hijo, tal como se desprende
de la obra freudiana (Freud 1917, 1933) y las
dificultades de aplicarlo por fuera de la
maternidad clásica. Nos referimos a la
insuficiencia de estos conceptos para pensar
el deseo de hijo en las parejas que responden
a diferentes diversidades sexuales y de géne ro.
Insuficiencia, si el único referente es la ecuación
Leticia Glocer Fiorini
simbólica pene-niño, íntimamente ligada al
concepto de carencia en la mujer (Freud,
1917; Glocer Fiorini, 2001b). (Cf. capítulo 12).

Se puede afirmar que la manera en que se conceptualicen estos


términos puede conducir a conclusiones diferentes, incluso hasta
llegar a ser totalmente opuestas. Son conclusiones que pueden
afectar el curso de un tratamiento psicoanalítico y, en términos más
generales, la vida de las personas. Desde ya que todo esto no es
independiente de los discursos sobre la diferencia que la cultura
ofrece en distintas épocas y que se plasman en diferentes
disciplinas.
Las teorías de género también han analizado desde otros
ángulos estas cuestiones y aportan una mirada necesaria sobre
algunos aspectos relativos a este tema. Es decir, que hay una zona
de intersección entre estas disciplinas que es necesario trabajar.
116

Complejo de Edipo, familia nuclear y diferencia sexual


Desde un punto de vista jurídico, religioso y social la familia es
considerada la célula básica de la organización social, a veces
fuertemente idealizada. Sin embargo, sabemos que las formas de
organización familiar fueron variando en el mundo occidental. La
familia heterosexual en la Grecia Antigua, con fines reproductivos,
coexistía con fuertes y privilegiadas afinidades electivas
homosexuales. Por otra parte, la familia ampliada medieval era muy
diferente de la familia nuclear burguesa que le sucedió. Sabemos
también que las familias actuales presentan características que es
necesario analizar, desde las familias monoparentales a las
ensambladas, hasta aquellas constituidas sobre la base de parejas
homosexuales, masculinas o femeninas, o con travestis o
transexuales. En este contexto, podemos decir, en términos
generales, que la teoría psicoanalítica (o más precisamente las
teorías) se manejan alrededor del concepto de familia nuclear,
ciertamente ligado al mito de Edipo en tanto narrativa que se
propone dar cuenta del acceso de cada sujeto a una legalidad
simbólica dada. El complejo de Edipo clásico replica a la
organización de la familia nuclear: madre-padre-hijo, y sus
La diferencia sexual endebate 117
funciones responden a esta estructura, independientemente de quién
las ejerza.
En este marco, un avance importante en el campo psicoanalítico
fue considerar la cuestión de las funciones, materna y paterna
(Lacan, 1958, 1972-1973), en el sentido de que son funciones que
pueden ser ejercidas por otros que no sean la madre o el padre
reales. Esto puede ocurrir por ausencia, ya sea muerte, separación o
debilidad para ejercer esa función. En la actualidad, y esto es una
referencia a las diversidades sexuales y de género, también hay
quienes plantean que estas funciones se pueden ejercer más allá de
los géneros, masculino y femenino, y de la diferencia sexual
anatómica. Se trata de un imprescindible punto de debate que tiene
importancia para analizar cuáles serían los efectos en la
construcción de subjetividad en los niños criados en esos tipos de
familia. Todo esto conduce a repensar las funciones materna y
paterna así como la noción de deseo de hijo en juego.
Entre los conceptos a considerar hay que recordar que uno de
los fines explícitos de la familia siempre fue la reproducción y
que el lugar de la mujer en la familia quedó localizado acorde a
este fin, como un objetivo fundamental que, entre otras facetas,
se encuentra en la base de la idealización de la mujer como
madre.
Ciertamente esto es una referencia a la reproducción entendida en
el marco de la relación entre un hombre y una mujer. Sin embargo, Y

como es ampliamente conocido, actualmente la reproducción, a


través del auge de las nuevas técnicas reproductivas, no es más
concebida solamente como el resultado de la unión sexual entre el
hombre y la mujer. Y esto abre, justamente, la problemática a
tratar.
La mujer a cargo de la crianza y el hombre del sustento y de las
funciones simbólicas, son condiciones que forman parte del campo
discursivo en su organización androcéntrica. Estas condiciones se
mantienen parcialmente en el presente con mucha pregnancia
imaginaria, aunque no se cumplan muchas veces en la realidad.
Recordemos que en el marco del modelo de familia nuclear (madre,
padre e hijo), se plantea que el hijo entraría en una relación dual con
la madre que solo el padre podría cortar con su intervención
simbólica metaforizada. Esta salida permitiría el acceso a la
Leticia Glocer Fiorini
diferencia sexual y la inserción en un contexto simbólico de lazos
sociales. Actualmente, hay mucho para pensar acerca de quién
cumpliría esa función y cómo, en este tipo de familias constituidas en
torno a la diversidad sexual.
Y aquí se presentan varios problemas dado que las
interpretaciones sobre las diversidades sexuales difieren según las
diversas teorías psicoanalíticas:

a. Si estas diversidades sexuales son consideradas perversiones o


psicosis, obviamente esta función simbólica, tercera, ya no se
podría cumplir.
b. Por otro lado, esta función ¿debe ser ejercida por personas
cuyo género y cuyo cuerpo (masculino) coincidan con el ser
padre?
c. Más aún, ¿debe seguir hablándose de función "paterna" para
referirse a una función simbólica?

Ciertamente, es necesario aclarar a qué nos referimos con el


concepto de función simbólica y enfatizar que, a nuestro juicio, la
función tercera, simbólica, va más allá de la función paterna (Cf.
capítulo 15). Esto apunta a subrayar que esta última responde a
una ley de inserción en un universo simbólico, pero que está sujeta
a la vez a otras leyes de la cultura que no son eternas ni
inmutables.
En este marco, es lícito pensar nuevamente en cómo se interpreta la
coexistencia de homosexualidad y heterosexualidad en la Antigua
Grecia de acuerdo a las normas vigentes en ese momento histórico. Por
ello, cabe reflexionar sobre los términos que vinculan tan fuertemente
función paterna, función simbólica, diferencia sexual, función
fálica y heterosexualidad, y analizarlos en sus genealogías.
Leticia Glocer Fiorini
118

Si retornamos a los procesos de subjetivación en los hijos de


parejas no convencionales, hay aquí un punto clave para resaltar y
es la importancia del reconocimiento de la otredad. Esta es una
función simbólica por excelencia que implica una salida del
narcisismo, hecho imprescindible para hablar de función simbólica.
Indudablemente, esto deja pendiente cuál es el lugar del
reconocimiento de la diferencia sexual y en qué sentido se habla de
diferencia. Para ello es necesario reiterar que el concepto de
diferencia abarca distintos niveles de significación: diferencia
anatómica —siempre significada en el interior de los discursos
vigentes—, de género, psicosexual, imaginaria y simbólica,
diferencia como reconocimiento del otro, entre otras variables que
provienen de la lingüística y la filosofía (Glocer Fiorini, 2001a,
2007a) (Cf. capítulo Conclusiones y aperturas).
En este contexto, también es imprescindible recalcar que la
diferencia sexual estricta se está diluyendo en las culturas actuales.
Ahora bien, si la problemática es la de asegurar la salida
heterosexual para los que la igualan a normatividad, esta salida se
puede realizar igual y, además, se da de hecho. Esto responde a
que hay categorías sobre la diferencia que están inscriptas en el
psiquismo más allá de cuál sea la elección de objeto sexual, y que
provienen de los discursos y legalidades prevalentes en cada
cultura y subcultura. Todo esto se da en un contexto en el que la
diferencia simbólica, en un entretejido de significaciones, excede a
la diferencia sexual anatómica y de géneros, aunque no las
excluye. En esta línea, subrayamos la necesidad de no naturalizar
la diferencia, haciendo centro exclusivamente en la diferencia
anatómica?
Reiteramos que todas estas cuestiones tienen fuertes
implicancias en la clínica e, indudablemente, es necesario pensar
en cómo influyen en el psicoanalista tanto sus teorías, implícitas
y explícitas, como su ideología y los discursos imperantes en
general.

Travesías sexuales y de género. Procesos de


subjetivación y funciones simbólicas
Ahora bien, si enfocamos el tema de las diversidades sexuales,
debemos decir que se trata de presentaciones que pueden
responder,
Leticia Glocer Fiorini

2 Laplanche (1980) sostenía la importancia de distinguir entre diversidad de


atribut0S (anatómicos), diferencia de géneros y diferencia sexual, aporte
interesante para el estudio de estas temáticas.
La diferencia sexual en debate 121

como hemos remarcado, a distintas determinaciones psíquicas y


configuraciones clínicas. Ciertamente, es necesario determinar
esto en la singularidad de cada persona y de cada análisis, ya que
no se puede generalizar. Sin embargo, a la vez, es necesario
diferenciarlas entre sí. En esto está en juego la relación universal-
particular.
Habitualmente se las ubica de acuerdo a diferentes estructuras
clínicas. Sin embargo, una rápida localización clínica tiene como
contrapartida que puede obstaculizar el análisis de las
significaciones de los distintos itinerarios del deseo y pluralidades
identificatorias, así como puede impedir poner en juego la noción
de diferencia sexual y sus implicancias. Como ya señalamos, no
es lo mismo el enunciado "Yo soy..." que "Yo deseo...". Uno
alude al plano de las identificaciones de género, el otro al plano
del deseo. Se trata de una distinción importante aunque pueda
haber superposiciones entre ellas.
En este sentido, tenemos que aludir a mecanismos diferentes
que se juegan, por ejemplo, entre el transexualismo y el
travestismo. En el transexualismo hay una problemática que alude
a la identidad: está en juego la identidad de género. Hay una
convicción absoluta e inamovible de que hubo un error por el cual
género y cuerpo sexuado no concuerdan y es necesario adaptar el
cuerpo al género sentido como propio. Por eso, es muy distinta la
convicción absoluta de los transexuales de pertenecer a un
género que no coincide con su anatomía sexuada que usar, como
en el travestismo, vestimentas del otro sexo localizándose como
mujer, pero sin dudar del género al que pertene ce el sujeto. En
este último caso hay un rechazo absoluto a perder el órgano
masculino, como garantía de que la castración está afuera. En
estas problemáticas también hay que considerar situaciones
intermedias así como señalar que interviene fuertemente un tercer
término: la tecnología médica. Esto hace que, eventualmente, se
pueda acceder a una concordancia entre sexo anatómico y género
a través de métodos quirúrgicos que producen un cambio radical
sobre los genitales (por ejemplo, en los hombres a través de la
amputación del pene). En este último aspecto, señalemos que no
hay uniformidad de criterios en cuanto a los resultados.
En cuanto a la homosexualidad, reiteramos que también pueden
responder a distintas determinaciones, por lo que una homologación con
La diferencia sexual en
debate 122
las perversiones debería ser revisada. Si se homologan, esto puede
conducir a universalizar el concepto de homosexualidad, sin considerar
las particularidades y mecanismos psíquicos en juego en cada sujeto.
Esto hace a una diversidad de procesos de subjetivación en los niños
criados por parejas homosexuales. Ciertamente, sabemos que
Leticia Glocer Fiorini
120

de las familias compuestas por parejas homosexuales no se crían


hi. jos homosexuales por definición. Los procesos de
subjetivación son mucho más complejos.
Finalmente, el reconocimiento de la otredad tiene importancia
en la crianza de los niños en estas familias. Siempre se discute el
problema de cómo se insertan en el contexto social, en la escuela,
con otros compañeros, otros padres. Este es un punto de interés y
foco de preocupación. ¿Se crean problemáticas insolubles con
relación a la crianza y a la inserción de los hijos en un contexto de
lazos sociales? ¿Cómo es la cuestión de tener dos mamás o dos
papás? Ciertamente que es una problemática de suma importancia
a tratar, especialmente si esto genera discriminaciones. Esta
cuestión podrá ser elaborada con mayor o menor éxito con un
trabajo de elaboración individual, familiar, grupal, institucional y
social, que abarque los distintos niveles en que se manifiesta: en la
experiencia, en las teorías y en los consensos culturales en juego.
La cuestión es cómo se producen en esos niños las identificaciones
de género que marcan una pertenencia imaginaria al campo de lo
masculino o femenino (o bien que haya otras definiciones o una
indefinición al respecto) y cómo se delinean los itinerarios del
deseo.
Indudablemente están en juego los ideales de género que
propone la cultura, que se sostienen en identificaciones con una
marca simbólica y, a la vez, en cómo se despliega el campo
deseante. Entonces, enfocando las identificaciones y la elección
de objeto en esos niños, es nuestra idea que estos mecanismos
surgen no solo del padre yla madre de la familia nuclear clásica,
que ciertamente no las garantizan en muchos casos. Ni tampoco
solo de las funciones materna y paterna encarnadas en estas
figuras concretas (madre y padre) o sus sustitut0S' sino también
de operatorias simbólicas de terceridad emanadas de los otros, en
distintos niveles, a través de la diferencia o diferencias implícitas
en una cultura, en los discursos predominantes (Glocer Fiorini'
20071').
La diferencia de géneros y la diferencia sexual, así como otras
ver- tientes de la diferencia en un sentido simbólico, pueden
estar inscriptas en el psiquismo de padres, incluso más allá de su
orientación sexual, Y justamente en el concepto de proyecto
identificatorio (Castoriadßsl Aulagnier, 1975) se pueden incluir
Leticia Glocer Fiorini
esas diferencias para todo niñ0• p rejas
heteroseXUaleS u homosexuales, las problemáticas para los niños
pueden llegar a ser conflictivas , principalme{r;con

te si entran en conflicto con las expectativas familiares y sociales•


La diferencia sexual en debate 125
otras palabras, la(s) diferencia(s) se inscriben en el psiquismo más
allá de las elecciones u orientación sexual de los padres. Se trata
de una operatoria transindividual. Podemos decir que incluso el
transgénero reconoce los géneros y las diferencias, en su ideal de
ir más allá de los mismos.
A nuestro juicio, sería necesario pensar la diferencia, o mejor
aún, las diferencias, en una forma transedípica. Reducir la
complejidad de esta problemática a padre y madre, aun en un
sentido simbólico, en un triángulo esencial que corresponde a una
estructura microfamiliar, empobrece la posibilidad de pensar estas
configuraciones. Deleuze y Guattari (1972) hablaron de estructuras
o vacuolas extrafamiliares con el objetivo de abrir esta mónada. Si
tomamos este concepto de un Edipo ampliado, transcultural y
transgeneracional, podemos decir que las identificaciones y, en
cierta medida, los itinerarios del deseo se sostienen en los
discursos y consensos imperantes así como en los de generaciones
anteriores, y van más allá de las personas que forman el núcleo
familiar, clásico o no.
Indudablemente, la estructura edípica clásica puede favorecer
el proceso identificatorio y deseante en una cultura dada, pero
esto no significa que necesariamente de una pareja heterosexual
surja un hijo también heterosexual o de una pareja homosexual
surja un hijo homosexual. Al estilo de las formaciones del
superyó hay que incluir el papel de los educadores, maestros y
otros actores sociales que expresan y representan las normas
constituidas (Freud, 1923b).
En otras palabras, los conceptos sobre la diferencia sexual y
sobre las normas e ideales de género, masculino o femenino, son
muy fuertes e impregnan la cultura. Indican una salida para el
sujeto que es considerada "normal", desde el punto de vista de
sus identificaciones y de su orientación sexual. Pero no siempre
ocurre así, y esto nos induce a reflexionar sobre las condiciones
en que un sujeto se inserta en una trama simbólica dc lazos
sociales.
Como es sabido, las parejas heterosexuales pueden criar hijos
homosexuales y hay estudios, por otra parte, sobre hijos de parejas
homosexuales donde la elección de objeto y las identificaciones no
siguen ese camino. Las investigaciones realizadas, principalmente en
otros países, no muestran diferencias significativas (Patterson, 1992)
respecto a los procesos de subjetivación, la elección de objeto y la
La diferencia sexual en
debate 126
producción simbólica referidos a los hijos de familias constituidas fuera
de las normas habituales sobre la diferencia sexual.
En consonancia con las problemáticas planteadas en capítulos
anteriores, surge nuestra propuesta de pensar otras formas de
categorizar
Leticia Glocer Fiorini
122

los procesos de subjetivación sexuada. Formas que acepten los


dualismos, pero que puedan ir más allá, teniendo en cuenta la
complejidad de estos procesos y la multiplicidad de corrientes
psíquicas en juego.

Como luego ampliaremos en las conclusiones,


consideramos que los procesos de subjetivación sexuada se
producen y emergen en las intersecciones de órdenes
heterogéneos. Entre estos órdenes (los cuerpos sexuados, las
identificaciones plurales —incluidas las referidas al género— y la
elección de objeto) se producen tensiones que hacen que los
procesos de subjetivación sean singulares y que no se llegue a una
armonía constitutiva. Se pueden pensar como conjuntos que son
marcados indefectiblemente por los discursos de cada época y
que son efecto de operatorias múltiples de terceridad. En cada
uno de estos conjuntos la diferencia se presenta respondiendo a
las coordenadas de ese conjunto en particular. La lógica de la
complejidad permite analizar la diferencia en cada uno de esos
planos, pero también en sus intersecciones. Se despliega la
posibilidad de ir más allá de la lógica binaria que alude al
dualismo masculino-femenino y a su homologación con el par
fálico-castrado. Esto no significa desconocer los binarismos en
los procesos de subjetivación, ya que están incluidos en el
lenguaje y en toda cultura, sino poder incluirlos en una lógica
hipercompleja (Morin, 1986, 1990).
Constatamos que se amplía un campo de reflexiones que es
imprescindible transitar y, en este sentido, reiteramos que el
psicoanálisis debe ser entendido como un sistema de límites
porosos que, por un lado, sostenga sus aportes imprescindibles —el
concepto de inconsciente, de sexualidad infantil, de transferencia—
pero que, por el otro, permita abrir otras conceptualizaciones con
referencia a las significaciones de las diversidades sexuales y de
género y sus efectos en los procesos de subjetivación sexuada.
Esto implica repensar también los conceptos de diferencia
simbólica, de función paterna y de deseo de hijo (Glocer Fiorini,
2001'1). Considerar, como proponen algunos, que las familias
organizadas sobre la base de diversidades sexuales constituirían un
ataque al orden simbólico (y no a un orden simbólico dado) puede
Leticia Glocer Fiorini
significar un cierre a la posibilidad de reflexionar sobre estos temas, ya
que estos movimientos en las sociedades actuales también pueden ser
aperturaS a otras modalidades de experiencia social y a otras formas de
expresión del recorrido del deseo, además de que son hechos ya
consumados• En este sentido, consideramos que la función a sostener
es siempre el de las diferencias simbólicas en todos los planos en que se
dan, fundamentalmente en el que se refiere al reconocimiento del otro
(Fraisse'
La diferencia sexual en debate 129

1996). Esta es una de las versiones más significativas de la


diferencia que es necesario reconocer en un contexto de lazos
sociales y que implica trascender el campo narcisista. En esta
línea, es importante subrayar que ese reconocimiento trasciende
la homologación del otro con lo femenino.
En suma, nuestra propuesta consiste en abrir un debate
necesario para el campo psicoanalítico. Está dirigido a pensar en
el impacto de las diversidades sexuales y de género en los modos
de organización familiar y, fundamentalmente, en los procesos de
subjetivación de sus miembros.
Como señalamos, se abren una serie de puntos a debatir sobre
las categorías interpeladas por esas presentaciones: el complejo
de Edipo y la familia nuclear, el concepto de diferencia sexual, el
deseo de hijo y las nociones de función simbólica y terceridad.
Se enfatizan las fuertes implicancias en la clínica en relación con la
posición del psicoanalista al respecto. Se acentúa que el reconocimien
to de la otredad y de las diferencias simbólicas, que exceden en
mucho a la diferencia sexual, son funciones a resguardar por
excelencia en el ámbito de inserción en un universo de lazos sociales.

En síntesis, nuestro objetivo apunta a considerar un concepto de


diferencia polivalente (psicosexual, anatómica, de géneros, lingüísti
ca, entre otras) en el que las variables pueden no ser concordantes,
y sus significaciones dependerán del contexto discursivo y de las
Iegalidades prevalentes. Estas legalidades pueden ser cuestionadas
individualmente o en distintas subculturas; por eso es que
consideramos imprescindible incluir el indispensable
reconocimiento del otro como sujeto, como base del acceso a un
universo simbólico de lazos sociales. En otras palabras, el
reconocimiento de la alteridad como expresión privilegiada de la
diferencia.
Capítulo 11
Cuerpos, ficciones y deseos
en las maternidades y paternidades
actuales

Analizar las maternidades y paternidades en el siglo XXI


implica reflexionar acerca de las significaciones de generar vida
en forma no convencional. Está en juego la cuestión de los
orígenes. Supone también revisar las concepciones sobre la
diferencia sexual conectadas con las nociones de maternidad y
paternidad.
Para el psicoanálisis son desafíos desde sus fronteras. Estamos
en presencia de hechos novedosos pero que ya están establecidos
como prácticas. Sabemos que estos avances atraviesan los
discursos y prácticas sociales y se hace necesario reflexionar
sobre los alcances y límites de estas tecnologías y qué efectos
tienen en analistas y pacientes. Esto pone a prueba la herramienta
psicoanalítica y psicoterapéutica en general.
Se trata de una revolución en el plano reproductivo, es decir,
de un acontecimiento biotecnológico y simbólico. Ciertamente,
existe el riesgo de "naturalizar" estas propuestas cuando, por el
contrario, estamos enfrentando procedimientos y operatorias que
requieren reflexiones por los problemas que se suscitan, tanto
desde el punto de vista psicoanalítico como desde otras
disciplinas. Creemos que la apresurada "naturalización" de estas
técnicas puede ocultar o escindir aspectos importantes en cuanto
a sus posibles efectos en el psiquismo.
Pero también es previsible que en un futuro no tan lejano estas
técnicas se naturalicen. De hecho, ya observamos que para muchos
Leticia Glocer Fiorini
126

jóvenes e incluso niños, estas formas de reproducción pasan a


formar parte del mundo que los rodea, a través de publicaciones
escritas cuentos, novelas y de formas de comunicación
televisiva e informática. Puede ser también que cambien las
reglas del contrato social y en ese momento las problemáticas
se redefinirán.
La propuesta es delimitar las problemáticas que se plantean
en la actualidad por las nuevas relaciones entre tecnología,
cuerpos y subjetividad. Esto conduce a:

1. Analizar el impacto de las nuevas tecnologías reproductivas


en las representaciones de los cuerpos, en especial en cómo
pueden afectar las concepciones tradicionales del cuerpo
femeni no, de la sexualidad y de la maternidad.
2. Investigar los papeles que desempeñan hombres y mujeres
en la procreación al surgir otras formas de reproducción,
además de la sexuada.
3. Abordar sus efectos en la noción de diferencia sexual
vigente, teniendo en cuenta que estas técnicas se aplican
también a parejas no convencionales desde el punto de vista
de la sexualidad y el género.
4. Revisar la noción de deseo de hijo en psicoanálisis, que está
centrada fundamentalmente en la resolución "fálica" del
complejo de Edipo en la niña (Cf. capítulo 12).

Si bien los efectos dependerán de la singularidad de cada


caso-no hay efectos en general, no se pueden universalizar—,
también hay que considerar que están en relación con las técnicas
utilizadas. Se destacan las diferencias entre las técnicas más
simples que involucran a ambos miembros de una pareja
heterosexual con un problema de infertilidad y que utilizan
gametas propias, aquellas que implican donación de gametas a
parejas heterosexuales, homosexuales u Otro tipo de parejas no
convencionales, hasta las técnicas más complejas que incluyen
varios cuerpos (donación de gametas, útero subrogad0' madre de
crianza).
Hay dilemas éticos en juego a los que no nos vamos a referir
cíficamente pero que están implícitos en estos desarrollos. Por
ejem• plo: el caso de la criopreservación de embriones y su
Leticia Glocer Fiorini
estatus entre 10 no nacido y lo no muerto, de gemelos con
nacimientos diferidos en años, de hermano menor que nace antes
que el mayor, de utilización de semen de padre muerto, de
gestación en el útero de una hermana o madre de la madre, de
úteros subrogados en general, del nacimiento
La diferencia sexual en debate 127

de un niño sin padres biológicos identificables, entre otras


técnicas. También se generan problemas éticos por la posible
selección de sexo o raza así como para descartar enfermedades.
Son cuestiones que desafían nuestras nociones sobre la vida, la
muerte, los límites generacionales y temporales, las filiaciones, las
leyes de parentesco, la ley de prohibición del incesto. Las
relaciones de filiación son categorías sociales y culturales en las
que coinciden Io jurídico y lo biológico en la familia nuclear. Esto
se amplía con las nociones de filiación genética, biológica y de
crianza que abarcan variantes y combinatorias no incluidas en la
definición restringida de filiación.
Están en juego (Glocer Fiorini, 2002a) concepciones sobre:

• Los orígenes de la vida.


• El contrato social.
• Las categorías de filiación.
• El concepto de reproducción.
• El papel de la sexualidad.
• Los modos de transmisión de la herencia biológica y cultural.
• Los lazos de parentesco.
• El concepto de familia.
• Las relaciones entre los géneros.
• Los ideales sobre maternidad y paternidad.
• El estatus de las mujeres (como seres con capacidad de
decisión sobre sus cuerpos).
• El estatus de los embriones.

Es también conocido que estas técnicas tienden a expresar la


disociación entre la reproducción y la copulación y entre la
reproducción y la sexualidad. Además, puede cobrar realidad
efectiva la fantasía de partenogénesis.
Es necesario ubicar el contexto. Estos desarrollos son
indisociables de una transformación de las relaciones entre los
La diferencia sexual en debate 128
sexos y de importantes cambios en la conformación de la familia
nuclear, que desafían el modelo heterosexual. Pueden abarcar
parentescos múltiples que ya no están rígidamente adosados a los
roles e identidades de género, como parejas homosexuales y
familias monoparentales. Ser madre o padre no coincide con un
género determinado con un soporte anatómico concordante. Otros
cambios significativos son las maternidades diferidas que ya no
tienen el tope del reloj biológico. En este sentido, hay un desafío
a la caducidad de los cuerpos.
La diferencia sexual en debate 129
128

Estamos enfrentando problemáticas complejas sin


soluciones preestablecidas y las respuestas solo pueden ser
provisorias y parciales.
Si pensamos en los puntos mencionados vemos que se abren
interrogantes vinculados a las dificultades de inscripción psíquica
de algunas de estas propuestas. Esto significa interrogarse sobre
eventuales problemas en las posibilidades de representación
psíquica que puedan funcionar como un núcleo traumático,
vinculado a algo indecible. A esto se agrega que las narrativas
sociales sobre estas cuestiones son contradictorias y todavía no
están organizadas.
La pregunta sería: ¿cambian en algo los efectos sobre el
psiquismo de las nuevas técnicas reproductivas en relación con la
gestación convencional? ¿Hay algo nuevo o se trata de ubicar
simplemente los hechos en las categorías ya establecidas?
Desde una vertiente se podría afirmar que estamos en
presencia de una actualización y recreación de escenas míticas de
carácter anticipatorio. En la mitología griega el dios Sorge hizo
una figura de barro y Zeus le dio vida; de humus = tierra surge el
hombre.
Pero ¿qué sucede cuando los mitos se concretizan en hechos?
¿Qué sucede cuándo divergen de las propuestas del contrato
social vigente? ¿Estamos en presencia de un nuevo contrato
social? Frente a estos interrogantes, entendemos que si bien las
relaciones de filiación se construyen y no dependen de un criterio
solo biológico, es importante no eludir la complejidad de estas
propuestas.
Obviamente hay problemáticas comunes a todo proyecto de
parentalidad (conflictos neuróticos, duelos no resueltos,
disociacioneS, ideales y mandatos sociales, las eventuales
significaciones de un proyecto de hijo para los padres) a los que
se agregan cuestiones específicas que trataremos de desarrollar.
Además, en estos casos, se impone pensar cómo se conceptualiza
la noción de diferencia sexual cuando se presentan casos, cada
vez con más frecuencia, de maternidadeS Y paternidades que se
Leticia Glocer Fiorini
producen más allá de la unión hombre-mujer' considerada como
condición de acceso a un universo simbólico de lazos sociales.

Cuerpos tecnológicos
De la cantidad de problemáticas que surgen, vamos a
focalizar en un aspecto: el papel de los cuerpos en los procesos
de fertilizaCiÓn asistida y sus eventuales efectos en el campo
representacional y en los

procesos de subjetivación. Nos referimos especialmente a la


utilización de gametas heterólogas y/o úteros subrogados, ya que
el uso de gametas propias presenta menos problemas.
Resaltamos que una primera cuestión es la cantidad de cuerpos
que pueden intervenir en estas técnicas, su combinación material y
el anonimato de esos aportes. Esto último varía según las normas
constituidas en distintos países y culturas.
Frente a esta irrupción de una corporeidad que se podría
catalogar como hiperreal en cuanto responde a múltiples
combinatorias de cuerpos, el interrogante gira en torno a las
representaciones, significaciones y afectos que se pueden generar
cuando aparecen cuerpos extraños o partes de cuerpos ajenos en el
interior del propio cuerpo, o bien partes del propio cuerpo en otro
ajeno, durante el proceso de generar vida. Entonces, ¿cuáles
pueden ser las consecuencias en la vida fantasmática de estas
intrusiones, de esta ingeniería de los cuerpos, principalmente
cuando se utilizan técnicas con donación de gametas o útero
subrogado?
Recordemos que en el curso de los tiempos la maternidad
siempre implicó, idealmente, el cuerpo de una sola mujer. Esta
unidad se pone en cuestión con algunas variantes de las nuevas
técnicas reproductivas. Hay que destacar el contraste entre el
cuerpo ideal e idealizado de la maternidad, cuerpo unitario,
completo, y la trama de cuerpos que eventualmente pueden estar
involucrados en la gestacióñ tecnológica de un hijo (Glocer
Fiorini, 2006a).
La diferencia sexual en debate 131
Estamos en presencia de casos complejos que son
paradigmáticos de las nuevas maternidades. Paradójicamente,
estas tecnologías se distancian de lo natural aunque, al mismo
tiempo, los cuerpos y la biología se hacen hiperpresentes.
Se trata de cuerpos artificialmente construidos que desafían
las leyes naturales y hasta pueden producir una cierta extrañeza
existencial. Se suscitan problemas que la medicina y la biología
no pueden por sí solas responder. Por ejemplo: ¿quién es la
"verdadera" madre, la que dona el óvulo, la que lo alberga
durante la gestación o la madre de crianza? La pregunta, con
modificaciones, también se aplica al padre. Los estudios de ADN
no solucionaron estos problemas. Se trata de dilemas éticos,
jurídicos y psicológicos que atraviesan a los participantes de
estas aventuras tecnológicas. Tengamos en cuenta también que
las verdades jurídica, biológica y psicológica pueden no
coincidir.
Recordemos también, que en muchos países donde se aplican
estas técnicas no hay legislación sobre el anonimato del donante.
Leticia Glocer Fiorini
130

Aparecen nuevas fronteras entre lo propio y lo ajeno,


entre lo interno y lo externo
Las características de estos procedimientos en los que se
acentúa la escisión entre madres donantes, gestantes y de
crianza, pueden estar en las raíces de ansiedades persecutorias
y sentimientos ominosos. Esto depende de lo singular de cada
situación.
En nuestra experiencia clínica con pacientes que recibieron
donación de óvulos, hemos constatado frecuentes fantasías
sobre un otro peligroso, anónimo, amenazante. Las vacilaciones
frente a la incorporación de un donante desconocido, que puede
adquirir un carácter amenazador, muchas veces están ligadas a
ansiedades y temores sobre el origen: enfermedades
contagiosas, HIV, enfermedades genéticas. En hombres y
mujeres pueden aparecer también celos de difícil elaboración
referidos a un tercero, el o la donante. Muchas de estas
manifestaciones conflictivas pueden asemejarse a las que
pueden ocurrir en casos de adopción. Sin embargo, hay una
diferencia que le da cierta especificidad y que se relaciona con
que los límites corporales —entre padres biológicos y
adoptivos— se mantienen en la adopción. Los padres
biológicos, aun desconocidos, no pasaron a formar parte de los
cuerpos de los padres de crianza. No hay en la adopción
penetración, combinación y unión de fragmentos de cuerpos,
gametas, en una intervención corporal y material.
El trabajo analítico con los padres acerca de ese hijo
construido por una intervención tecnológica de este tipo puede
permitir generar un espacio simbólico para la construcción o
recuperación de un deseo frente la donación de un material
anónimo, que puede ser fantaseado como peligroso.
Podemos decir que, como en todo embarazo, se actualizan
angustias localizadas en las incipientes representaciones del hijo.
Sin embargo, en el caso de las maternidades biotecnológicas esto
adquiere especificidades que son propias de la manipulación de
múltiples cuerpos en su materialidad. La noción de un niño
construido con auxilio biotecnológico habitualmente tiene efectos
benéficos que satisfacen deseos y anhelos de los progenitores, en
otras épocas imposibles de realizar. Por otro lado, en ciertos casos,
Leticia Glocer Fiorini
puede presentarse una angustia sin nombre (Duvignaud, 1987),
eventualmente de carácter ominoso.
Estos efectos tienen raíces variadas. Primero, no es inocuo
que ale gunas de estas técnicas puedan transgredir las reglas de
parentesco, de la diferencia entre generaciones o los límites
entre la vida y la muerte. Segundo, pueden surgir angustias y
temores ancestrales frente a la
La diferencia sexual en debate 134

posibilidad de engendrar un niño por medios artificiales, cuyo


origen remite a partes desconocidas de otros cuerpos. Esto puede
generar una "inquietante extrañeza" frente a lo enigmático, a un
otro ajeno; si esto ocurre, puede conducir a escisiones psíquicas
de peso.
La intervención de otros cuerpos, hiperreales, que pasan a
interactuar con el cuerpo propio, genera una difuminación de los
límites corporales convencionales y tradicionales. Por eso, es
necesario explorar formas específicas de conflicto, fantasmas,
escisiones psíquicas, relacionadas con las fragmentaciones y
combinaciones de los cuerpos que caracterizan estas tecnologías,
especialmente cuanto más complejas son.

Cuerpos, ficciones y cibernética


Un punto para destacar es que los efectos psíquicos de esas
tecnologías pueden expresar el contraste entre las concepciones
idealizadas de la maternidad y ciertos mitos vinculados a fantasías
de neogénesis que impregnan el imaginario social y que se
emparentan con las dc la ciencia ficción.
Justamente, Elliott (1992) señala que es indispensable atravesar
el registro imaginario para acceder a nuevas condiciones de
simbolización. Se pone en juego lo instituido y lo instituyente
(Castoriadis, 1975).
Avanzando en estos desarrollos nuestra propuesta es pensar las
maternidades actuales con las categorías premonitorias y
anticipatorias de la ciencia ficción y con las nociones presentes y
futuras de la cibernética.
Para ello vamos a tomar como modelo los cuerpos tecno-
construidos, artificiales, que se proponen desde ambas
perspectivas. Estas pueden ser consideradas como narrativas
contemporáneas sobre los cuerpos; cuerpos que son a la vez
materiales y virtuales.
Desde tiempos antiguos la ciencia ficción inventó seres
amenazadores, a veces terroríficos y extraños, que frecuentemente
venían de otro mundo. Se trata de ficciones y relatos sobre los
La diferencia sexual en
debate 135
cuerpos que aluden a otras representaciones posibles acerca de las
madres, padres e hijos. En "Alien" hay una madre malvada, que bajo
la forma de un insecto monstruoso se reproduce poniendo huevos en
el estómago de las personas. También cumple su función como
ordenador-materno. En "Matrix" todos están atrapados y
programados en un útero universal.
Leticia Glocer Fiorini
132

Estas ficciones, que van más allá de la reproducción tradicional,


proponen:

a. Concepciones alternativas de la procreación, gestación y


alumbramiento, por vías no convencionales.
b. Siempre la intervención de un tercero, extraño, que puede
ser un insecto, un extraterrestre, una máquina o una
combinatoria virtual; se trata de un otro amenazante, que
refleja temores y ansiedades ancestrales.
c. Otras concepciones sobre la diferencia sexual clásica.
d. Replantean las relaciones entre el amor, la sexualidad, la
procreación y el lugar de los géneros en las mismas.
e. Se potencian al máximo las fantasías omnipotentes de
autoengendramiento.

Pero ¿cómo poner palabras a estos hechos cuando se


efectivizan y se hacen realidad? Especialmente cuando se recurre
a gametas heterólogas que pasan a interactuar con el cuerpo
propio y pueden, en ocasiones, iluminar ciertos aspectos a veces
escindidos de estas propuestas que, en ciertos casos, son vividos
como amenazantes.
En este sentido, abordamos las realidades virtuales como
intentos de representación de estas propuestas. En el imaginario
virtual, el niño de las nuevas técnicas reproductivas —
especialmente cuando se trata de donaciones completas, de óvulo
y espermatozoide— podría pensarse, metafóricamente, como un
ciborg al estilo de los seres cibernéticos, un ser en el cruce entre la
máquina, los cuerpos y la ficción. Además' la imagen de un niño
construido está vinculada con la de una madre constituida por las
combinaciones de diferentes cuerpos. Se crean figuras imaginarias
que se deslizan desde las "madres collage" a los hijos ciborg, y
que se pueden comprobar, por ejemplo, en las historietas
infantiles actuales. Afirma Haraway (1984) que, a finales del siglo
XX todos somos quimeras, hthridos teorizados y fabricados de
máquina y organismo: en una palabra, señala, somos ciborgs. Y
agrega: el ciborg es nuestra ontología.
Se afirma y se deconstruye simultáneamente el significante madre,
en forma paradojal.
Leticia Glocer Fiorini
Estas figuras metafóricas pueden expresar un impacto eventual en
los procesos de subjetivación. A la vez, estas metáforas pueden
proporcionar herramientas para la comprensión de las
manifestaciones de angustia que pueden aparecer en algunas
pacientes frente a estas técnicas. Esto depende de lo singular de cada
caso.
138 Leticia Glocer Fiorini

Hay un contraste entre los cuerpos hiperreales, que en su


materialidad intervienen en las nuevas técnicas reproductivas, y los
cuerpos virtuales, inmateriales, que se presentan como metáforas de
estas técnicas. En estos contrastes se aloja una eventual escisión de la
sexualidad.
Las madres tanto como los hijos aparecen como productos de una
construcción, que es a la vez deconstrucción. Se deconstruyen los
cuerpos reales y se construyen cuerpos ficcionales. Son partes de
cuerpos que, paradójicamente, deben generar una unidadficcional
con efectos simbolizantes. Una unidad madre (o padre) y una unidad
hijo. Se trata de cuerpos imaginarios con fuertes raíces en realidades
potentes, a veces de difícil simbolización.
Nasio (1996) señala que la totalidad es una ficción, pero que es
necesaria para la constitución de lo imaginario y para la eficacia de
lo simbólico.
En estos casos, se genera un modelo de cuerpo materno-femenino
multiplicado y fragmentado. Se recombinan cuerpos y partes de
cuerpos para posibilitar un deseo de hijo. Este modelo es el de una
maternidad siempre posible, aunque con el riesgo, en ciertos casos,
de ignorar, escindir o renegar de los límites y las imposibilidades.
Según Tort (1992), estamos en presencia de propuestas que intentan
un con trol absoluto sobre la reproducción, sobre la vida y la muerte
y que desafían la finitud biológica.
Se trata de modelos que circulan en el imaginario colectivo,
propio de las culturas actuales y que se ligan con fantasías y
creencias que habitan en cada sujeto. Es decir, se efectivizan
fantasmas individuales y colectivos.
Su relación con las teorías sexuales infantiles es compleja. Por
otra parte, aunque están presentes fantasías colectivas preexistentes,
estas no parecen tener una inserción natural en los procesos de
subjetivación cuando llegan a hacerse efectivas, y esto tiene
consecuencias en la clínica ya que requieren un trabajo de
elaboración específico.
Los puntos mencionados acentúan los aspectos complejos y
contradictorios de estas tecnologías con el fin de pensar en
simbolizaciones posibles, y a la vez singulares, en el trabajo
analítico.
Indudablemente, hay que enfatizar que estas propuestas abren
caminos que antes eran difíciles de imaginar, acerca de las
La diferencia sexual en debate 139

posibilidades de tener hijos en casos de infertilidad u otras


situaciones ya mencionadas. En consecuencia, nos obligan a generar
otras perspectivas teórico-clínicas para su abordaje.
Con estos desarrollos proponemos una aproximación para pensar en
la eventual existencia de nuevas formas posibles de representación
psíquica e investigar qué tipo de subjetividades se generan en el marco
de ciertas variantes de las nuevas técnicas reproductivas.
Enfatizamos también que hay modelos y significaciones que
cada cultura construye y hay procesamientos individuales que
hacen a lo singular de cada uno. En esta encrucijada, entre lo
universaly lo singular, se despliegan narraciones colectivas y
configuración de narrativas propias.

Los cuerpos de las maternidades actuales


Estas tecnologías se ligan a los modelos de la denominada
Posmodernidad, ya que se apoyan en fragmentaciones y
disociaciones que desafían el concepto de sujeto unitario.
Los cuerpos pulsionales están regulados por los discursos
constituidos, enmarcados por normas que se expresan a través de
los procesos identificatorios y de los itinerarios del deseo. Esto
implica reconocer el carácter performativo del discurso, es decir,
del poder del discurso para producir efectos a través de la
reiteración, aun cuando ese poder nunca es absoluto ni totalizante.
Recordemos que el sujeto de la Modernidad es un sujeto
unitario, sujeto de la Razón. Y que en este marco el cuerpo siempre
fue eludido como lugar negado, oscuro, de la vergüenza. Desde
Descartes el pensamiento no necesitó del cuerpo: los cuerpos
fueron excluidos de las construcciones de la Modernidad. Esto
sigue el esquema platónico en el sentido de que el cuerpo en el
ámbito de lo real es lo opuesto a la verdadera realidad: el mundo de
las ideas. El sujeto moderno no se ocupó del cuerpo. Con la crisis
de las culturas modernas surgen los cuestionamientos al concepto
de sujeto de la Modernidad y esto coincide con el resurgimiento de
los cuerpos en las culturas contemporáneas, a través de las ideas de
Nietzche, Deleuze, Foucault, entre otros.
140 Leticia Glocer Fiorini

Schopenhauer tomó de Oriente el concepto de meditación como


trabajo corporal, no impulsado inicialmente por la mente. Con
Nietzche y pensadores posteriores se revaloriza el cuerpo, los
placeres, los sentidos, pero no en el sentido de una inversión en el
esquema platónico sobre las jerarquías entre mente y cuerpo.
Entonces, junto a la deconstrucción del sujeto moderno, aparecen
los cuerpos en la superficie: se invisten, aunque a la vez, se
deconstruyen.
En este contexto aparecen los cuerpos múltiples de la
biotecnología. Con las nuevas técnicas reproductivas reaparece con
fuerza el
cuerpo, pero en otro sentido: no es el cuerpo de los placeres sino
el cuerpo que se emancipa de la naturaleza, que puede ser
"intervenido" y que, incluso, puede entrar a formar parte de
relaciones de dominio. Se trata también de una deconstrucción.
Surge el interrogante sobre cómo pensar esa deconstrucción en
interacción con un pensamiento afirmativo. O sea, ¿qué ficciones,
qué narrativas sostienen los cuerpos biotecnológicos e intentan
dar respuestas a angustias ancestrales? Tomamos el concepto de
ficción no como lo opuesto a la realidad ni tampoco como algo
que se equipara a una realidad dada, sino como un ordenamiento
de interpretaciones, de pensamientos, de sensaciones, atravesados
por los otros, es decir, como una producción.
Estas ficciones deben ser liberadas de sentidos fijos. Afirma
Ricoeur (1986) que el hombre capta su mismidad narrando.
Establecer un orden narrativo, que no es fijo e inmóvil,
historizando sin cesar hasta donde sea posible. En el caso de las
nuevas técnicas reproductivas y frente a la experiencia de la
angustia, juega con peso el tema de ir narrando.
Destaquemos que todo sujeto es habitado por narrativas. Nos
referimos a la necesidad de atravesar narrativas no en el sentido
de una adhesión a las mismas a la manera del constructivismo,
sino en la perspectiva de un análisis genealógico y de
historización de las mismas. Atravesar narrativas implica
reconocer escisiones y bucear en sus fuentes. Y enfrentarse
también con aspectos no simbolizados, que pueden constituir un
núcleo traumático. Esto puede permitir, a la vez, el despliegue de
nuevas construcciones si pensamos que la parentalidad, en el
La diferencia sexual en debate 141

humano, se construye simbólicamente. Se trata de reconocer


ficciones y narrativas individuales en las fantasmáticas que
aparecen en el proceso analítico.
Sin embargo, señalemos que esa hiperpresencia de cuerpos
manipulados tecnológicamente no se inscribe totalmente con
narrativas, aunque estas deban ser inevitablemente atravesadas.
En otras palabras, puede ir acompañada de dificultades en el
proceso de simbolización. Se trata de una hiperpresencia que
oscila hacia una ausencia no simbolizada.
También hay que considerar las determinaciones sociales: la
sociedad de consumo y la mediática, hipertecnológica, que infiltran
la producción de subjetividad. La ley de la oferta y la demanda en
relación con estas técnicas puede acentuar el rol reproductivo de la
mujer, un "efecto incubadora", con el riesgo de promover ofertas
indiscriminadas sin tener en cuenta la disponibilidad psíquica de
cada mujer. La novedad puede traer consigo, paradojalmente, la
idealización de
142 Leticia Glocer Fiorini

la mujer-madre. Es decir, que esta idealización puede encubrir


ideologías reproductoras, naturalistas. En este sentido, está
presente una cuestión de género vinculada a una eventual
manipulación del cuerpo femenino a través de la inducción de
acatar rígidamente el "orden natural" (Glocer Fiorini, 2002).
La paradoja es que, por un lado, estas técnicas avanzan sobre
el orden natural ya que expresan el dominio del hombre sobre la
naturaleza, y esto cuestiona la concepción de maternidad
biológica e instintual a la vez que acentúa su dimensión cultural.
Pero, por otro lado, presentan el riesgo de promover el rol
reproductivo de la mujer e idealizar la noción de instinto
maternal. Indudablemente, esto pone en juego también la
evaluación de una temática de gran actualidad: los úteros
subrogados a través del "alquiler de vientres".
A nuestro juicio, el hecho de que la maternidad en el humano
posea un carácter simbólico y exceda la Naturaleza no quiere
decir que no se apoye en la misma. Se trata de una relación
compleja con contradicciones internas.
Todo esto nos obliga a preguntarnos sobre el papely la
significación de los cuerpos y en qué sentido utilizamos este
concepto. Sabemos que el concepto de cuerpo en psicoanálisis es
polisémico. El cuerpo es, a la vez, pulsional-parcial y ficcional-
unificado. Parcial desde el punto de vista de las pulsiones parciales y
unificado desde el punto de vista de la constitución del yo,
comenzando con el yo corporal (Freud, 19231)). Es imagen y es
significante (Lacan, 1971). Genera significaciones yes significado.
Es superficie y es inscripciones. Es realidad material a la vez que
imaginario. Es simbólico pero es también lo difícilmente
simbolizable.
Es el núcleo duro de la realidad material. Pero, es también el
cuerpo de los discursos sociohistóricos, y aquí es importante
recordar la importancia de las narrativas sobre los cuerpos y el
campo deseante. También es el cuerpo de la necesidad y de la
demanda. Se trata de un concepto de fronteras y, como tal,
complejo y conflictivo (Glocer Fiorini, 2003a).
Deseamos acentuar que a través de las opciones alternativas
de procreación los cuerpos pasan desde una pretendida
"naturalidad en la reproducción a otros planos. Comienzan a
circular cuerpoS extraños, partes de cuerpos, fragmentos
intrusivos, todopoderosoS (Bukatman, 1994). Se trata de
143 Leticia Glocer Fiorini
cuerpos habitados por la tecnología• Esto genera nuevas
significaciones, relatos alternativos que, a su vez' retornan sobre
los cuerpos y sobre sus representaciones psíquicas
144 Leticia Glocer Fiorini

En este sentido, conviene enfatizar que hay un tipo de


"parcialidad", un cuerpo parcial, propio del uso de estas tecnologías,
que difiere del cuerpo pulsional que es siempre parcial, por
definición.
También sabemos que el papel del cuerpo es distinto en
hombres y mujeres. Que el cuerpo de mujer tiene una fuerte
implicación en la procreación que lo diferencia del cuerpo
masculino. Las nuevas tecnologías reproductivas pueden
acentuar ese aspecto. También la menarca, los embarazos, la
menopausia, marcan con fuerza una dimensión corporal-
temporal, imposible de desmentir.
A través de estas tecnologías se hace, entonces, presente la
materialidad de los cuerpos que se combinan de distintas
maneras generando efecto-madre o efecto-hijo. También es lícito
preguntarse sobre qué tipo de inscripciones, qué tipo de marcas,
de memorias, podrían alojarse en la materialidad de esos cuerpos
"combinados", en esa ingeniería de los cuerpos.
El cuerpo es también un otro para cada uno de nosotros. Se
pone de manifiesto en distintas situaciones, entre ellas el
embarazo, en el que pasa a tener vida propia, con las angustias y
los fantasmas que lo acompañan. Como hemos subrayado, esto
adquiere un carácter de otredad mayor cuando intervienen otros
cuerpos, otras células, otros genes, en cuyo caso las dificultades
de simbolización pueden ser más fuertes.
Recordemos que Freud (19231') sostenía que el yo es
primeramente un yo corporal. Se instituye como tal a través de
los contactos, de la niirada de la madre sobre el hijo, teniendo en
cuenta que la madre es un otro primordial. Pero ¿cuál es el efecto
de esa mirada en el hijo si el otro materno se siente atravesado
por un otro extraño, desconocido, ambiguo, que puede generar
dudas y angustias referidas a ese hijo portando partes materiales
de ese otro extranjero?
Remarcamos que si bien el gestar un hijo con los intercambios
metabólicos que se producen puede, deseo mediante, facilitar la
creación de un vínculo; en el caso de donación de gametas,
requiere atravesar la irrupción de la angustia en relación con ese
otro que se replica desde lo extraño, lo ajeno.
La diferencia sexual en debate 145

Para el padre puede ser más difícil establecer un vínculo por


la no gestación de ese ser, ya que no atraviesa la experiencia
corporal de alojar lo ajeno, aun cuando pueda transitar las
consecuencias psicológicas del proceso.
En este punto es necesario preguntarse cómo se estructura en el
hijo un marco identificatorio (Freud, 1921) y deseante si tenemos en
cuenta la eventual multiplicidad de aportes implícitos en la mirada
de la madre. Y cuáles son las marcas que quedan inscriptas en esos
cuerpos.
Se ponen en juego especificidades en la construcción de la
identidad, en las modalidades de estructuración de la escena
primaria (la escena primaria se hace pública), en las variantes
de los fantasmas de engendramiento y de la novela familiar,
como parte de los procesos de subjetivación en estos casos. El
campo identificatorio adquiere importancia crucial para los
procesos de subjetivación en el hijo. De la misma manera, se
hace imprescindible delinear en los padres cómo se relacionan
las fantasías sobre el tercero con ansiedades persecutorias y
diversos tipos de somatizaciones.

El sujeto de las nuevas técnicas reproductivas


Entonces, la pregunta se puede reformular: ¿es posible aceptar
lo extraño, cuando es doblemente extranjero? En otras palabras:
cuando a lo inevitablemente desconocido de un hijo propio se une lo
desconocido de ese aporte de gametas de un tercero, en ocasiones
no simbolizado. Como dijimos, esto implica el atravesamiento y la
deconstrucción de narrativas individuales; supone un tránsito desde
la heterogeneidad inicial de las gametas a una diferencia simbólica.

Esto exige también, desde los padres, el reconocimiento de


la otredad, el reconocimiento del hijo como otro y como sujeto.
A la vez, este reconocimiento implica una doble apuesta. Por
un lado, supone la aceptación de la diferencia, más allá de las
ambiciones narcisistas de reproducción idealizada de lo mismo
(Freud, 1914). Por el otro, exige poder atravesar los caracteres
146 Leticia Glocer Fiorini

propios de lo otro como lo extranjero, ajeno, en ocasiones


ominoso. Hay en esto un aspecto de estas hiperrealidades en las
que lo no simbolizado puede aparecer como un núcleo
traumático. En este sentido, constituyen una metáfora de 10

Sin embargo, hay que enfatizar que Eros puede también


atravesar la procreación tecnológica y libidinizarla. Debemos tener
en cuenta que todo hijo debe ser construido simbólicamente y esto
alude a los aspectos benéficos de la fertilización asistida. Todo
deseo supone un aspecto nerativo. En este marco, el psicoanálisis
puede posibilitar la generación y el despliegue de un deseo de hijo
atravesando el desafío que proponen estas tecnologías.
La cuestión estriba en cómo construir una diferencia simbólica,
un hijo-otro (Glocer Fiorini, 2001a), sin desmentir lo desconocido
que proviene de una ajenidad material en el caso de donación de
gametas. Se trata de un camino complejo para aceptar la
incompletud.
En otra publicación (Glocer Fiorini, 2006a) hemos propuesto el
concepto de maternidades multicéntricas como una noción que
responde a discursos y narrativas actuales sobre la neogénesis y la
procreación tecnológica. Este concepto es indisociable de otro: el
de paternidades multicéntricas. Se generan narrativas que ponen
en juego las representaciones sobre la diferencia sexual, la
feminidad y masculinidad, la maternidad y paternidad, la
reproducción y el campo de la sexualidad. Representan zonas de
intersección entre las fantasías de ficción de la literatura, el cine,
la cibernética, y los fantasmas individuales acerca de la
procreación. Esto nos permite internarnos en las posibilidades de
nuevas representaciones y en sus límites.
Se trata de un campo de límites imprecisos entre, por un lado,
nuevas narrativas que proponen novedosas formas de
organización simbólica y, por el otro, propuestas tecnológicas
ultrasofisticadas que pueden tender a un borramiento de la
subjetividad si no son elaboradas.
En este marco, reiteramos que pesan en el psicoanalista su
ideología (estatus de los embriones, estatus de lo natural), sus
teorías, creencias religiosas, su posición ética. Se trata de
La diferencia sexual en debate 147

problemáticas que pueden obstruir el proceso psicoanalítico si no


se abordan en el análisis y autoanálisis.
El campo de la clínica debe transitar esas ficciones específicas,
esos otros relatos acerca de la procreación y las relaciones entre
los sexos, en pos de una simbolización posible. En el marco de
las hiperrealidades científico-tecnológicas las vías de
simbolización se complejizan.
Los desarrollos tecnológicos no se oponen a lo humano, por el
contrario, son parte de las producciones humanas. Por eso, la
cuestión es cómo se incluyen en una ética y en una organización
simbólica, sin olvidar que estas tecnologías han pasado a formar
parte del orden social y pueden, inevitablemente, naturalizarse.
Parte 3
La diferencia sexual
Hacia una deconstrucción posible
Capítulo 12

El deseo de hijo. Ideales,


discursos y mandatos

En este capítulo analizaremos la noción de deseo que está en


las raíces del concepto de maternidad en psicoanálisis. Se trata de
una noción basada en la categoría de carencia o "falta", tal como
es pensada en el marco de una lógica fálica.
Nuestra hipótesis se sustenta en la postulación de otra concepción
del deseo, que excede la lógica fálica y que entra, a la vez, en
coexistencia paradojal con la misma.
Esto implica, además, reflexionar acerca de la relación entre
deseo de hijo y paternidad así como sobre su significación en
relación con oâû9fõïñîäÇðõFäÑhtalidad no convencionales. Más
aún, nos conduce a repensar la
concepción de deseo en el campo n con os procesos e su Fti-
psicoanalítico en general y especialmente en re acl vación.
Un punto de partida que impulsa estas reflexiones es el campo de
las infertilidades ya que hacen foco en una imposibilidad e iluminan
con especial intensidad las significaciones acerca del deseo de un hijo.
En este contexto, las nuevas realidades biotecnológicas plantean
problemáticas que desafían la praxis psicoanalítica, y sobre las que
todavía no existen respuestas claras y definitivas.
El solicitar una consulta sobre fertilización asistida o adopción
es recién el comienzo de una búsqueda cuyo final no conocemos
con anticipación. La consulta inicial puede generar distintos
itinerarios en el recorrido analítico. La discusión sobre las
opciones de fertilización
Leticia Glocer
Fiorini eventualmente propuestas es en sí misma inconducente
desde el pun_ to de vista psicoanalítico si no se analizan, por un
lado, las fantasmáti. cas individuales y el deseo en juego y, por el
otro, si no se discuten las premisas teóricas que sustentan el
concepto de deseo de hijo.
A esto se agregan otras variables en juego tales como duelos
sin elaborar, otros deseos y demandas, rechazo inconsciente,
situación de la pareja o su inexistencia, modalidades de la
resolución edípicaen un sentido simbólico en el contexto de un
Edipo ampliado (Cf. capí. tulo 4), entre otras.
La posición teórica que se adopte determinará las
características de la escucha en la práctica clínica. Es sabido
que el analista "escucha" lo que sus herramientas teóricas le
permiten.
Abordar estas problemáticas supone también deslindarlos
conceptos de maternidad, feminidad y sexualidad femenina
(Glocer Fiorini, 1994, 200 la, 2007a). Existe una tendencia
generalizada a superponery homologar estos conceptos.
Recordemos nuevamente que para Freud la meta princeps de la
feminidad siempre fue la maternidad.
Es necesario destacar que la maternidad es un
acontecimiento propio de lo humano y, como tal, constituye una
noción desplazada de lo natural. El pasaje a la cultura constituye
al sujeto humano y, en este sentido, el deseo de hijo ya no será,
por definición, solo instintual• No niega su apoyatura en lo
natural pero la trasciende ampliamente, inscribiéndose en el
registro de la cultura, en un universo simbólico. Este
desplazamiento trascenderá falsos dilemas binarios como la
oposición naturaleza-cultura. El concepto d pçuòen el límite
entre la naturaleza y la cultura, aporta otra forma e pensar estas
laciones. Señala Kristeva (1983) que hay una
heterogeneidad mible or el significante, que estalla
violentamente con el em en el umbral de la cu tura y la
naturaleza, y que hace de la mujer un
l
ie ue.
se su condición deseante. Si bien es cierto que estas propuestas
que

ya había comenzado a difundirse a de fi


us
o de anticonceptivos. ell
Los cambios en los sistemas de parentesco y en los modos
liación atraviesan las problemáticas singulares que se presentan
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La diferencia sexual en debate 147

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fundamento originario de este concepto. Pero la polémica con
Freud se mantenía en el registro de las dicotomías, dentro de las
premisas y términos propios de la lógica fálica, binaria. En estos
términos, la envidia del pene era el eje y la polémica se centró en
si era primaria o secundaria.
Lacan (1958), al postular al falo como significante del deseo,
propuso descentrarlo de su referente anatómico y, en
consecuencia, ya la anatomía no era el destino ineludible. El falo
no es el pene. Sin embargo, no es fácil comprender la carencia
fálica de la madre si la referencia es a la carencia en términos
lingüísticos: en este caso, y como efecto de la estructura del
lenguaje, sería propia de ambos sexos.
Este autor efectúa luego un nuevo descentramiento a través de los
maternas de la sexuación, al introducir el registro de un goce
femenino o suplementario, más allá de la trama significante. Aquello
que excedería el universo significante, aquello de lo que no se puede
hablar, estaría localizado, según Lacan (1972-1973), en el goce
femenino. De esta manera, y cerrando el circuito, se daría forma a
una nueva versión del enigma femenino.
Por su parte, Green (1997) enfatiza la necesidad de recuperar
la condición deseante de la experiencia maternal, incluyendo su
cualidad amorosa y sus connotaciones eróticas.
Aulagnier (1992) señala los riesgos tanto de renunciar al
deseo, equivalente a la muerte psíquica, como de no poder
aceptar los límites de su realización, que puede concluir en un
resultado igualmente catastrófico. Indudablemente, aquí se
plantearía una necesaria distinción entre la muerte del deseo y el
no deseo de hijo, si tenemos en cuenta que en la actualidad cada
vez se hace más visible otra categoría —el no deseo de hijo—
que es necesario considerar.
Los desarrollos actuales, principalmente en el psicoanálisis
francés, plantean la importancia de sostener el plano del deseo
para pensar el deseo de hijo. Pero el problema que abordamos es
que esto se da sobre una concepción del deseo basada en una
carencia original.

Más allá de la ecuación simbólica


Es nuestra intención enfocar esta problemática revisando si la
concepción sustitutiva del deseo es la única explicación posible
para el deseo de hijo y, ampliando más aún, para una noción del
deseo en los procesos de subjetivación en general.
149 Leticia Glocer Fiorini

Siguiendo la lógica freudiana, la niña sería objeto de un


perjuicio: "no haber sido dotada del genital correcto" (Freud,
1925). A partir de este punto Freud señala tres caminos posibles
que puede transitar el desarrollo psicosexual de la niña, guiados
por la envidia del pene y empujados por la hostilidad hacia la
madre: la inhibición o apartamiento de la sexualidad, el complejo
de masculinidad y la maternidad. Esta última sería la salida
esperada, "normativa": el acceso a la feminidad a través del deseo
de hijo. En este contexto, la noción de envidia del pene aparecería
como una categoría imprescindible para esta serie de
encadenamientos y sustituciones simbólicas que se proponen
explicar el cambio de objeto, de la madre al padre y luego a otro
hombre en esta configuración de la trama edípica y el deseo de
hijo.
A partir de estas consideraciones, se plantean varios problemas:

• La hipótesis sustitutiva, si bien se apoya en un trabajo


simbólico, acentúa una faz compensatoria de la maternidad
a partir de una carencia ("fálica") originaria, localizada
imaginariamente en la niña. Esta noción se superpondría al
concepto de carencia como categoría común a ambos sexos,
en el sentido de una incompletud constitutiva.3
• No queda espacio para la consideración, en un plano
teóricoyexperiencial, de un camino para la sexualidad
femenina más allá de la maternidad y que no se enmarque
en lafrigidez, la histeria o la homosexualidad. La sexualidad
femenina no tendría sustento representacional-simbólico
fuera de los tres caminos señalados por Freud.
• La línea sustitutiva que se propone para la niña, guiada por
la envidia del pene, no permitiría explicar la paternidad
desde el punto de vista del deseo de hijo en el hombre, en el
marco de la triangulación edípica. Solo se podría explicar
desde ecuaciones sádico-anales (heces-dinero-hijo)
vinculadas a la investigación sexual infantil o como una
reproducción narcisista y/o a partir del deseo, propio de los
discursos sociales, de perpetuar el patronímico y las
posesiones.
150 Leticia Glocer Fiorini
• Dado que las sustituciones ecuacionales implican una fuerte
vertiente compensatoria, se acentúa para el hijo/a el carácter
de

3 Hay un malentendido básico en la homologación de la polaridad presencia-


aUsencia con las polaridades fálico-castrado y masculino-femenino propias
de las teorías sexuales infantiles. Se trata de equivalencias que deberían
descentrarse para articularse eventualmente en una relación compleja.
(Glocer Fiorini, 1994).
La diferencia sexual en debate 151

hijo-falo; de esta manera, la maternidad puede convertirse en


un espacio de insistencias repetitivas que concentra anhelos
de completud narcisista. Se sobreinviste lafigura de la
madrefálica, pasaje ineludible (si se considera que la madre
es la primera cuidadora) pero no lo suficientemente
abarcativo de la complejidad de la posición materna.
Además, esta condición no permitiría dilucidar por qué la
madre incluiría un tercero en ese círculo perfecto, salvo por
una operatoria de forzamiento. Por supuesto que la primera
respuesta es que esto dependería de la intervención paterna
así como de la propia resolución del complejo de Edipo/
castración en la madre y su inserción en un universo
simbólico que le permita incluir una categoría tercera (Cf.
capítu1015). Pero, esto solo aportaría uno de los elementos
de la trama. La cuestión remite a cuáles serían losfactores
específicos, propios de la subjetividad materna, que
permitirían esa configuración en terceridad. Está en juego
también qué es lo que posibilitaría la desarticulación de la
homologación falo-pene, tarea difícil dentro de este marco
teórico y, más aún, si el concepto de maternidad fálica agota
la comprensión del deseo de hijo. Esto implica revisar la
noción de deseo puesta en juego.
Entonces, ¿existe una alternativa a la concepción sustitutiva,
ecuacional, del deseo de hijo?
Frente a estas cuestiones, consideramos de especial interés
incluir los desarrollos de Deleuze (1995) quien postula una
noción productiva del deseo como posibilidad de apertura ante
los eventuales impasses que se producen en el campo clínico y
teórico. Para Deleuze el deseo no se define por ninguna carencia
esencial. Señala que "la carencia remite a una positividad del
deseo y no el deseo a una negatividad de la carencia" (p. 101). Se
apoya en la obra de Nietzche, quien sostiene el carácter
autoafirmativo de las fuerzas que, para Deleuze, son fuerzas
deseantes.
Esta noción del deseo como producción proviene del campo
de la filosofía y, por lo tanto, está alejada del concepto corriente
y cotidiano de positividad. Las fuerzas deseantes, en tanto
creadoras, afirman la producción de diferencia y novedad.
La diferencia sexual en debate 152
Asimismo, destacamos la necesidad de establecer distinciones
entre el concepto de carencia (en relación con cierta concepción
del deseo), la noción de ausencia (que implica una operación
psíquica de envergadura para constituirse como tal en el eje
presencia-ausencia, sin que deba establecerse necesariamente una
causalidad primera) y
153 Leticia Glocer Fiorini

la noción de incompletud (límite al que se adviene en los procesos


de subjetivación en un más allá del campo narcisista).
Entender el deseo de hijo como producción deseante implica
otra concepción del deseo, descentrada de la filosofía de la
carencia, como filosofía de lo negativo. La propuesta de concebir
el deseo como producción abriría la posibilidad de conceptualizar
al hijo como algo más que un sustituto de una
carenciafundamental.
Permite, además, pensar en otros caminos, otros deseos, no
maternales, para la subjetividad femenina (Glocer Fiorini,
200112). Posibilitaría configurar un camino teórico para la
comprensión de la sexualidad femenina más allá de la maternidad
y de las configuraciones histéricas. Laplanche (1980) señala en
sus desarrollos que este es un campo de interrogación en la teoría.
Pensar la maternidad como consecuencia de equivalencias
ecuacionales, sustitutivas, encuentra sus límites en la insistencia
repetitiva, sin producción de diferencia. Conduce a que el hijo no
pueda ser registrado en su alteridad radical y dificulta o impide
los procesos de separación y corte simbólico. Por el contrario, el
concepto de producción deseante está más allá de la repetición
ciegay de las sustituciones ecuacionales como camino excluyente:
implica generar diferencia.4 En esta línea, cuando el deseo de hijo
se aleja de una concepción sustitutiva y sortea el campo de la
repetición sin diferencia, cuando se aleja de lo igual, de las
equivalencias compensatorias, se podrá conceptualizar como
producción deseante.
La relación del concepto de poiesis como creación con las
nociones de producción deseante y de generación de diferencia
está en la base de estos desarrollos.
Destacamos que el concepto de producción deseante no excluye la
concepción ecuacional, sustitutiva, propia de la condición histérica ya
que esta concepción, dentro de los límites ya mencionados, provee un
marco de trabajo simbólico. La cuestión es ampliar y complejizar el
campo a través de un trabajo de convergencias y divergencias entre
ambas categorías (Glocer Fiorini, 2001a y b, 2007a). Se trata de
nociones que no son homogéneas, pero que coexisten. Cada una
explicaría de manera incompleta un aspecto de la realidad psíquica y
material.
154 Leticia Glocer Fiorini

4 Hay una doble faz en el concepto de ecuación simbólica: por un lado, aporta
elementos para la comprensión de un ordenamiento simbólico del campo pulsional
a partir de la investigación y construcción de las teorías sexuales infantiles; por el
otro, es, a nuestro criterio, insuficiente para comprender el deseo de hijo más allá
de los límites de la lógica fálica.
La diferencia sexual en debate 155

Por otra parte, no habría un deseo de hijo como un universal,


sino una pluralidad deseante. Esto incluye la posibilidad de la
existencia de deseos encontrados. Asimismo, el deseo de hijo
puede encontrarse con un tope: la angustia de embarazo; en un
marco resistencial.
En continuidad con estos desarrollos, el concepto de terceridad,
como posibilidad de acceso a un universo simbólico, adquiere otra
dimensión. Remite a una complejidad mayor, que puede apoyarse
en la función paterna adjudicada a la familia nuclear clásica, como
metáfora de una función simbólica, pero que considera también
los elementos de discriminación, límites, corte simbólico, propios
del espacio intermedio generado en la díada madre-hijo.
Además, todo esto permite ahondar acerca de si hay desde la
madre elementos para promover la separación con el hijo en un
sentido simbólico. La concepción poiética del hijo, no sustitutiva,
permitiría pensar con más propiedad en una figura diferente a la
poderosa figura imaginaria de la madre atrapante y devoradora, o
a la de la madre que no incluye en sí elementos para promover
una separación simbólica con el hijo, en el marco de un encierro
narcisista.
El fenómeno del doble forma parte de la relación madre-hijo;
en el caso de las configuraciones fusionales, sus características
ominosas (Freud 1919) adquieren una presencia y permanencia
poderosas.
En este contexto, consideramos que es necesario diferenciar la
díada de las configuraciones fusionales. La díada puede permitir la
inclusión virtual de un elemento tercero, es decir, que ser dos no
implica que no haya terceridad. En cambio, las llamadas
configuraciones fusionales, por definición, excluyen la posibilidad de
triangulación en un sentido simbolizante. Siguiendo estos desarrollos,
el espacio transicional (Winnicott, 1966) sería pensable en términos
de díada, que puede generar potencialmente una función de
terceridad, y no de fusión.
Una noción poiética del deseo de hijo trascenderá el campo de
la demanda imaginaria y de la ecuación simbólica sustitutiva
para pasar a ser proyecto y creación en una dimensión temporal.
La maternidad fálica es uno de los caminos que el deseo de hijo
156 Leticia Glocer Fiorini

puede recorrer pero no describe la totalidad del campo deseante


para lo femenino-materno. Entendemos que se abren otras
posibilidades de comprensión si se piensa en la maternidad como
producción deseante que, a su vez, entra en relaciones complejas
con las concepciones sustitutivas de la maternidad fálica.
Asimismo, destacamos que estas consideraciones sobre la noción de
deseo exceden el marco de la maternidad; son, por cierto, extensibles al
campo psicoanalítico en general.
El deseo de hijo yla otredad
Como habíamos señalado, estos desarrollos conducen a
interrogarse acerca de si es categorizable un deseo de hijo más
allá de los límites de la ecuación simbólica, es decir, del sistema
de equivalencias propio de las teorías sexuales infantiles
descriptas por Freud.
Consideramos que la concepción del deseo inconsciente de hijo,
en el sentido de producción, trabajaría en base a relaciones de
conjuncióndisyunción con la concepción sustitutiva, ecuacional de
la maternidad. Por otra parte, cada una de estas categorías encuentra
su límite en la otra.
En esta propuesta queda implícita la diferencia entre el hijo
como consecuencia de la demanda, el hijo como valor fálico a partir
de la ecuación simbólica y el hijo como producción deseante en un
sentido deleuziano. En el marco de esta última categoría se crearía
el espacio para la consideración del hijo como un otro heterogéneo
(Glocer Fiorini, 2001ay b).
El concepto de elección de objeto en relación con la resolución
edípica no abarca en toda su dimensión el campo de la relación con
el otro. Esta última es una referencia a una heterogeneidad radical
con el sí mismo, que ataca las certezas absolutas del yo (Lévinas,
1947). No es tampoco el otro especular, engañoso, sino que es el
reconocimiento de esa heterogeneidad como condición ineludible
de un corte simbólico. El reconocimiento de una alteridad radical
del hijo genera la posibilidad de lo novedoso, del reconocimiento
de lo diferente, de creación de una experiencia más allá de las
fronteras del narcisismo, ampliando también el campo de la
relación de objeto.
Para ello, se hace necesario reconocer en la madre reservas
simbólicas propias. En un marco freudiano, también dependerá de
La diferencia sexual en debate 157

que la madre haya podido transitar su propia trama edípica en un


sentido simbólico, sus identificaciones y deseos, sus duelos y la
significación del hijo para ella. En este punto, es necesario remarcar
que consideramos la trama edípica en su posibilidad de comprender
los procesos de subjetivación en el contexto de las legalidades
vigentes, pero también hemos abordado anteriormente sus puntos
ciegos y aporías (Cf. capítulo 4)•
En consecuencia, se entrecruzan diferentes planos: el hijo
deseo, comodel objeto de la necesidad, de la demanda, de la
pulsión, del amor, el hijo como ideal narcisista versus el
reconocimiento del hijo en su otredad.
Estos desarrollos implican necesariamente el reconocimiento,
junto al campo deseante, de otros registros como la capacidad de
cuidados, el
apego (Bowlby, 1969), la sensualidad en los contactos (Alizade,
1992), la empatía, que generen las condiciones de constitución de
un campo imaginario que, a su vez, permita la estructuración
narcisista del yo y que facilite el despliegue de la seducción
materna, de los sentimientos tiernos de meta inhibida.
Se reconoce una organización en complejidad en la que la
pluralidad de variables y niveles debe ser pensada en términos de
permeabilidad de límites yfronteras (Morin, 1990), es decir, en
intersecciones de categorías.
En síntesis, las concepciones del deseo en un sentido poiético
permitirían conceptualizar el deseo de hijo en un marco multicéntrico, e
implican (Glocer Fiorini, 2001b):

1. La posibilidad de aportar un plus al sistema de sustituciones


propio de la ecuación simbólica pene-niño, basada en una
carencia originaria, y que comanda en la teoría freudiana la
resolución edípica de la niña hacia una salida "normativa"
en la maternidad. Implica no solamente conceptualizar una
maternidad deseante, sino también reconocer en el deseo de
hijo un carácter productivo que excedería las sustituciones
simbólicas propias de la lógica fálica. Aporta otras variables
para descentrar el sobreinvestimiento de la maternidad
158 Leticia Glocer Fiorini

fálica y especificar con mayores precisiones el


establecimiento de un lugar tercero desde la madre.
2. Esto significaría un tránsito de la ecuación simbólica, que
eventualmente puede derivar en una repetición sin diferencia, al
trabajo deseante, en producción. En este tránsito se despliega la
posibilidad de generar diferencia. Estos dos ejes no se excluyen,
trabajan en relaciones de oposición y enlace, por lo que
implican una ampliación de los límites de la ecuación
simbólica.
3. Aportaría elementos que posibilitan el reconocimiento de la
heterogeneidad radical del hijo en su otredad así como la
creación de las condiciones de un corte simbólico madre-
hijo.
4. Estos factores confluyen en la consideración del deseo de hijo
como producción deseante, en la medida en que puede
traspasar, eventualmente, la inercia de la repetición sin
diferencia.
5. Amplía los tres caminos descriptos por Freud para explicar
el desarrollo psicosexual de la niña y abre un espacio para
pensar la sexualidad femenina más allá de la maternidad, el
complejo de masculinidad, la histeria o la frigidez.
154

6. Puede también señalar un itinerario para reflexionar acerca de la


paternidad y el deseo de hijo en los hombres.
7. La concepción del deseo como producción deseante aporta
también categorías para pensar el deseo de hijo en parejas no
convencionales en el campo de las diversidades sexuales.

En este recorrido, hemos abordado una necesaria revisión del


concepto de deseo de hijo tomando como punto de partida las
problemáticas teóricas y clínicas que surgen de pensar:

a. La maternidad en términos sustitutivos y compensatorios.


b. El deseo de hijo en los hombres así como en las personas
que no responden a los cánones de la heterosexualidad.
c. Los desarrollos actuales de las técnicas de fertilización
asistida.

Se destaca también la necesidad de una desarticulación entre la


concepción de deseo inconsciente de hijo y las nociones
naturalistas, meramente reproductivas de la maternidad. Esto
supone recuperar el carácter erótico de la experiencia maternal y
las posibilidades de ejercer una función simbólica, tercera, desde la
madre.
En el trayecto propuesto se especifican precisiones sobre la
noción de deseo que subyace a los diversos desarrollos teóricos en
juego.
Se postula ampliar las fronteras de la ecuación simbólica
peneniño que, de acuerdo a los desarrollos freudianos, se sustenta
en operaciones sustitutivas, basadas en una carencia originaria, que
dirigen la resolución del complejo de Edipo en la niña.
La propuesta es descentrar una concepción del deseo
enmarcada en la filosofía de lo negativo para considerar una
concepción poiética, organizada como producción deseante, de
acuerdo con los desarrollos, ya mencionados, de Deleuze. Esto
implica aceptar una coexistencia paradojal entre ambas
concepciones y un interjuego carenciaproducción deseante.
Leticia Glocer Fiorini

Se enfatiza que estos desarrollos sustentan el reconocimiento


del hijo en su alteridad radical, más allá del encierro narcisista y
ampliando el campo de las relaciones objetales. Supone salir de
una insistencia repetitiva sin diferencia y considerar el deseo de
hijo como proyecto y creación, en una dimensión temporal.
Abre también un espacio teórico para la comprensión de la
sexualidad femenina más allá de la maternidad así como para
revisar la noción de paternidad. Esto repercute en las
conceptualizaciones sobre la diferencia sexual.
Capítulo 13

Relaciones de poder y diferencia sexual

Violencia sexual y de género


Son conocidos los fenómenos de violencia sexual que se
manifiestan en las relaciones intersubjetivas y que impregnan los
lazos sociales. Se pueden manifestar en las relaciones padres-
hijos, en parejas heterosexuales, homosexuales o en otros tipos
de vínculos.
Hay que tener en cuenta que la violencia sexual puede ser
visible o invisible. Esto se expresa en que hay un poder
implícito, oculto, sobre las subjetividades y los cuerpos que
sostiene las relaciones de dominación y que puede eventualmente
efectivizarse en fenómenos de violencia sobre los mismos. El
poder sobre los cuerpos los objetaliza y los convierte en
recipientes de diversos efectos de violencia sexual, ya sean
mujeres, niños u otros que ocupen ese lugar.
Nuestra intención es abordar y desplegar las relaciones de poder
que sostienen los actos de violencia sexual, enfocando especialmente
su relación con la polaridad masculino-femenino. Para ello, nos
proponemos investigar sus fuentes y profundizar en los modos y
categorías de pensamiento que subyacen a estos fenómenos. Estas
categorías impregnan nuestro psiquismo, nuestras teorías, nuestros
discursos, y se hace necesario deconstruirlas.
Leticia Glocer Fiorini
156

Fuentes de las relaciones de violencia sexual


Dos fuentes serán consideradas en las raíces de las relaciones
de poder que sostienen los actos de violencia sexual. El campo
PUIsiona1_ sexual y el campo de los ideales en sus relaciones
discursivas y socio_ culturales. Pueden coincidir u oponerse,
potenciarse o relacionarse en tensión.
1) El discurso freudiano nomina a la sexualidad infantil y
coloca el campo de la sexualidad en el eje de la teoría
psicoanalítica. La polaridad masculino-femenino aparece en
íntima conexión con estos desarrollos. Sin embargo, en este
marco, la noción de feminidad queda marcada por puntos ciegos
que afectan también la comprensión de la masculinidad. Estas
dificultades no son independientes de la asociación de sexo y
pecado. La relación entre sexualidad, enigmas y secretos
sostiene y multiplica su intrincación con vectores de poder.
En la obra freudiana no está plenamente explicitada y
desarrollada la noción de poder, salvo en relación con ciertos
aspectos de las vicisitudes libidinales y tanáticas. Freud (1915)
delimitó en la primera teoría de las pulsiones el concepto de
pulsión de dominio, que solo secundariamente se une a la
sexualidad. La relaciona con la puesta en juego del aparato
muscular, con lo activo. Esta noción fue luego incluida en los
avatares del sadomasoquismo, bajo las formas del dominio por la
violencia. Es decir, que Freud planteó para el sadismo, un origen
independiente de Eros con una ligazón posterior. Luego, en los
finales de su obra, la pulsión de dominio queda incluida en el
amplio campo de la pulsión de muerte (Freud, 1920). También
aquí su ligazón con Eros sería secundaria. El sadismo, como
expresión de la pulsión de muerte, entra al servicio de la pulsión
sexual a partir de su relación con el objeto.
Como hemos destacado, el campo de la sexualidad no es
independiente de las relaciones de poder. La sexualidad se
constituye en instrumento de poder, de tal manera que el poder se
sirve de la sexualidad para efectivizar susfines. A la vez, la
sexualidad se expresa en relaciones de poder y las utiliza también
para sus propiosfines.
La diferencia sexual en debate
Asimismo, constatamos que las relaciones entre sexualidad y
poder pueden desplegarse fuertemente en el binarismo genérico
masculino-femenino. En esta línea, hay que tener en cuenta que si
bien la masculinidad y feminidad pueden coexistir en un mismo
sujeto, esa coexistencia no está exenta de la problemática de las
polaridades binarias. La clínica de las relaciones sadomasoquistas
muestra que las
157

posiciones subjetivas son independientes de ser hombre o mujer, y


que las categorías sujeto-objeto son intercambiables. Pero,
también es necesario destacar que aun cuando puedan invertirse
esas posiciones, sigue presente en la teoría el hecho de que el
masoquismo es nominado como femenino, aunque esté encarnado
en un hombre. Esto implica que en la polaridad dualística
masculino-femenino las relaciones de poder tienden a ser fijas y
sustanciales, se ejercen predominantemente desde el polo
masculino, y esto tiene un significativo impacto en los procesos
de subjetivación.
2) Los ideales vigentes en la cultura expresan saberes y discursos
sobre las relaciones hombre-mujer, padres-hijos, niños-niñas.
En este contexto introducimos nuevamente como variable el
dualismo masculino-femenino que aparece como un cauce,
aunque siempre incompleto y conflictivo, para ciertos recorridos
del deseo. Como hemos subrayado, la polaridad masculino-
femenino representa y, a la vez, genera relaciones de poder
Para Freud (1905), las categorías masculino y femenino son
adquisiciones relativamente tardías en el desarrollo psicosexual del
sujeto.
Sin embargo, hay que destacar que todo recién nacido es
nominado y desde un principio localizado en uno de dos campos:
masculino o femenino, que no siempre coincide con el sexo
anatómico. En este sentido, la polaridad masculino-femenino tiene
una presencia, imaginaria pero de un efectivo valor simbólico,
desde los orígenes. Corresponde a una diferencia de géneros
anterior al acceso a la diferencia sexual (Laplanche, 1980).
La polaridad masculino-femenino se expresa en los ideales y
discursos parentales y se manifiesta en los ejes ideales del
psiquismo (yo ideal-ideal del yo). A través de la nominación, del
Leticia Glocer Fiorini
lenguaje, incluso de las modalidades de los contactos corporales,
de los ritmos y sensaciones, se crea un espacio propicio para la
construcción del yo, que en un principio es un yo corporal. La
relación madre-hijo es atravesada por concepciones preexistentes,
mitos, convenciones, estereotipos sobre lo masculino y lo
femenino que se intrincan con el campo deseante y que marcan la
producción de subjetividad. Se fijan a través de poderosas
relaciones de poder y pasan a expresar esas relaciones. La
transmisión inconsciente de ideales identificatorios relativos al
género, masculino y femenino, implica una potente fuerza de
trabajo, el poder de los mandatos identificatorios en las más
tempranas relaciones.
En síntesis, hay una intrincación entre lo pulsional y los ideales
intra e intersubjetivos, que rehúsa soluciones excluyentes para
analizar estas cuestiones.
La diferencia sexual en debate
158

Esto tiene consecuencias en la clínica. Por ejemplo, en los


casos de violencia sexual y de género. ¿Cómo evaluar el factor
pulsional que se juega en los ejes activo-pasivo, sujeto-objeto,
sadismo-masoquis_ mo? Y, a la vez, ¿cómo hacer para no dejar
de lado el análisis de los estereotipos y discursos sobre los
ideales de género que impregnan poderosamente las
subjetividades? Se hace necesario investigar ambas fuentes,
tanto el componente masoquista como la problemática
transubjetiva que propone relaciones asimétricas y de poder
entre los géneros que conducen a aceptar y naturalizar este tipo
de violencia. Se podrá argumentar que ese segundo punto no
forma parte del psicoanálisis; sin embargo, pasa a ser parte
ineludible del sistema narcisista de ideales que se configuran en
el eje yo ideal-ideal del yo. Tomar solo el componente
masoquista puede ser tan unilateral como la inversa, que sería
considerar solo el factor de los ideales culturales en juego.
Ambos interjuegan en una compleja coexistencia, ya que la
violencia y discriminación de género utiliza las tendencias
masoquistas tanto como las necesidades económicas, la
dependencia afectiva, entre otras variables.

Los cuerpos y el poder


Las significaciones que se le dan al cuerpo desde las
religiones (el cuerpo de mujer como el cuerpo de la
reproducción), desde la Medicina (como ya señalamos Bouillaud
[1836] sostenía que el útero no era un órgano necesario porque
no existía en el hombre) y desde la cultura en general, dan
cuenta de que las significaciones de los cuerpos de mujeres y
hombres siempre respondieron a ideales y expectativas de los
discursos instituidos sobre la feminidad y la masculinidad. Los
ideales de una masculinidad racional, lógica, ética, en un más
allá de los cuerpos y los de una feminidad sostenida en los
cuerpos, en los afectos, en lo irracional, atraviesan siglos de
organizaciones discursivas y prácticas sociales. La división
Leticia Glocer Fiorini
mente-cuerpo se homologa a la división masculino-femenino, en
un malentendido fundamental, como ya lo habíamos planteado
anteriormente. Esto implica establecer una dicotomía jerárquica
que se pone de manifiesto en la obra freudiana; por ejemplo, con
relación al superyó masculino y femenino.
Este malentendido nos conduce a hablar también del cuerpo
del sometimiento y del cuerpo del poder, que responden a
subjetividadeS diferentes pero que pueden coexistir o
intercambiarse (sometimient0
159

y poder) y que, de alguna manera, se complementan


imaginariamente con fuertes efectos simbólicos. Como habíamos
mencionado, Héritier (2007) ya había señalado que los dualismos
presentes en el lenguaje: frío-calor, seco-húmedo, alto-bajo tenían
significaciones que la cultura siempre homologó al par masculino-
femenino, pero en forma jerárquica. Estas jerarquías implican un
disciplinamiento del cuerpo como ya lo planteó Foucault (1984)
refiriéndose a las formas modernas del ejército, la escuela, las
prisiones, los hospitales, y que podemos extender a los géneros,
temática de la que no se ocupó este autor. Se aumenta la utilidad
del cuerpo y se producen cuerpos dóciles. Y esto es aplicable a las
relaciones entre los sexos. Esto hasta determina, por ejemplo en las
mujeres, posturas, gestos, la posición en el espacio, que son
indicadores de sometimiento y en los hombres posturas que
expresan poder y dominio (Bourdieu, 1998). Estos fenómenos de
dominación se evidencian en la violencia de género y se extienden
a la paidofilia, el abuso sexual infantil, entre otras situaciones en
las que los cuerpos están hiperpresentes.

Poder, diferencia sexual y dualismos


Avanzando en los problemas planteados, constatamos la frecuente
homologación masculino-posesión del pene-activo-sujeto-
violenciadominio versus femenino-no posesión del pene-pasivo-
La diferencia sexual en debate
objeto-sometimiento, como relaciones que tienden a ser fijas e
inamovibles. En estos vectores circulan enunciados que implican
saberes y poderes alrededor de la sexualidad, de los cuerpos y sus
significaciones, de lo masculino y lo femenino, que aparecen luego
como axiomas indiscutibles de la teoría.
En este marco, existe el riesgo de considerar estos saberes y
relaciones como universales y no en su contingencia. Justamente,
sobre estas polaridades se apoyan las relaciones de poder. Los
binarismos (activo-pasivo, fálico-castrado, masculino-femenino)
sostienen las relaciones de poder-dominio y, a la vez, las relaciones
de poder-dominio sostienen el pensamiento binario (Glocer Fiorini,
2000).
Por otra parte, la división binaria que adjudica cualidades fijas al
hombre y a la mujer está en colisión con otra propuesta fuerte del
psicoanálisis contemporáneo, que es enfocar lo singular, lo abierto.
Hay un imaginario que tiende a congelar relaciones y crear
equivalencias fijas que es necesario deconstruir en sus
determinaciones históricas,
160

discursivas, genealógicas, ideales, para evitar esencialismos en pos


de una mayor focalización en la singularidad de cada sujeto. Esto
no implica desconocer preeminencias en hombres y en mujeres,
pero sí evitar el riesgo de universalizarlas o considerarlas
ahistóricas.
En esta línea, recordamos algunas reflexiones de Foucault
(1979) sobre el poder. Este autor vinculó la sexualidad con el poder.
Propuso que el poder no es algo negativo, sino una fuerza
productiva, que induce placer, conocimientos, discursos. Distingue,
y se trata de un aporte interesante para el campo psicoanalítico, entre
poder y dominio. Considera que el poder es una categoría relacional,
una fuerza inherente a toda relación entre sujetos. No se refiere
solamente a una superestructura ni exclusivamente a una cuestión de
orden institucional. Estas relaciones de poder son móviles, pueden
trasladarse de uno a otro de los sujetos en juego, son flexibles.
Podríamos decir, de sujeto a sujeto. En cambio, las relaciones de
dominación son fijas, rígidas y no permiten movilidad alguna. Así
pueden derivar en relaciones de violencia. Sabemos que las
relaciones de dominación entre hombres y mujeres con preeminencia
Leticia Glocer Fiorini
del poder masculino han marcado teorías, concepciones, prácticas
sociales y características de la vida cotidiana en el curso de los
tiempos. Según el mito totémico el poder se juega entre hombres,
padres e hijos. Por supuesto que también hay poderes privados, que
no siempre coinciden con los públicos. La víctima también ejerce
contrapoderes. Desde la pasividad y el sometimiento también se
puede ejercer poder y violencia. Esto es parte de la relación amo-
esclavo.

Comentarios
• La organización de las relaciones de poder entre los
géneros se sostiene, a nuestro juicio, en la rígida
oposición binaria sujetoobjeto. Los binarismos presentan
varios problemas a considerar: por un lado, la
complementariedad de sus términos que se presenta
como una "verdad" privilegiada e indiscutible; por el
otro, el riesgo de caer en esencialismos y
homologaciones fijas. En el curso de los tiempos el
sujeto de conocimiento siempre fue masculino y el otro
femenino, siempre fue el continente negro' lo
desconocido. El sujeto de deseo es clásicamente
masculino; el objeto deseado femenino. En la línea que
estamos siguiend0' la posición de objeto de conocimiento
y de deseo favorece la
La diferencia sexual en debate

161

dependencia y la sumisión. Y así se puede congelar el


poder en dominio y desencadenar violencias mayores. De
ahí la necesidad de quebrar dualismos estrictos e incluirlos
en organizaciones hipercomplejas. Tampoco es cuestión de
invertir los términos, sino de deconstruir adosamientos
fijos.
• Como ya señalamos, en la relación madre-hijo también se
despliegan vectores de poder que conllevan la transmisión
de enunciados identificatorios sobre las posiciones
masculina y femenina, que contribuyen a eternizarlos y
esencializarlos. Más aún, se puede sostener que el amor es
un vehículo privilegiado de esta transmisión y aquí está
también incluido el amor paterno. Se trata de propuestas
ideales que actuarán sobre las subjetividades y los cuerpos y
harán circular efectos de poder. En este sentido podemos
decir que el amor presenta una doble faceta: puede
desarticular relaciones de poder pero también ser el vehículo
de imposición de las mismas, de acuerdo a si se reconoce o
no al otro como sujeto. Las relaciones amorosas pasionales
tienden a desconocer al otro e incorporarlo como parte del
sí-mismo.
• Otro factor que converge en la organización de las
relaciones de dominio hombre-mujer y que impregna las
teorías al respecto, es localizar en la madre una fuerza
atrapante, englobante para el niño, de la que solo la
intervención paterna lo puede liberar. Hay representaciones
psíquicas individuales y colectivas que sostienen que la
masculinidad, y en especial la función paterna,
corresponden a separación y la feminidad a continuidad con
el vínculo originario con la madre. Se trata de dos formas de
poder/dominio, materno y paterno. Esta dicotomía tiende a
descalificar las identificaciones femeninas y, según
Benjamin (1988), como ya lo hemos señalado, niega la
subjetividad de la madre. Para el varón, el esfuerzo de
desalojo de lo femenino en su subjetividad puede conducirlo
170 Leticia Glocer Fiorini

a un empobrecimiento de su vida erótica y reafirmar las


tendencias a la dominación y a la violencia.

Recordemos nuevamente que Bourdieu (1998) señala que hay


una lógica y una dimensión simbólica de la dominación masculina.
Como habíamos señalado, en sus estudios sobre los habitantes de
Cabilia, tribu del Mediterráneo, todas las mujeres tenían una
posición encorvada, sumisa, expresando su dependencia de los
hombres. Bourdieu destaca que esa sumisión es históricamente
naturalizada, con lo cual se vuelve natural un fenómeno histórico
de dominación. A través de estos estudios etnográficos enfatiza
que los esquemas de percepción

y conocimiento dominantes no son ideologías, sino sistemas


estable_ mente inscriptos en las cosas, en los cuerpos y en el
psiquismo. Hay un trabajo de reproducción histórica continuada
que conduce a clasificar todas las cosas y las prácticas dentro de
la oposición masculinofemenino. En este marco, afirma que la
diferencia entre masculino y femenino es de carácter arbitrario
y contingente. Sostiene, además que estos esquemas son
utilizados como instrumentos de conocimiento y no como
objetos de conocimiento.
La asimilación de la dominación se inscribe en los cuerpos
(posturas, disciplinas, sumisión, emociones). Se legitima la
dominación a través de esa inscripción en una naturaleza
biológica, con lo cual se naturaliza. Esta naturaleza biológica es
en sí misma una construcción social naturalizada. A esto lo
llama un "trabajo histórico de deshistorización".
Finalmente, deseamos acentuar que el psicoanálisis posee
herramientas para deconstruir y analizar los problemas que en
sí mismo presenta. El reconocimiento de las relaciones de poder
inter y transubjetivas, de los ideales y discursos que las
sostienen y multiplican así como su intrincación con las fuentes
pulsionales, produce efectos en el psiquismo que pueden
aportar elementos para comprender las manifestaciones de
violencia sexual en los diversos campos en que se expresa.
La diferencia sexual y de géneros es una vía privilegiada
para el ejercicio de relaciones de dominación y violencia. En
otras palabras, a través de la diferencia se expresan valores,
jerarquías, ideales que los discursos sociales inducen y
promueven y que es necesario enfocar y desarticular desde una
perspectiva psicoanalítica.
Capítulo 14

La diferencia sexual y la lógica binaria

Este capítulo se enmarca en un contexto en el que constatamos


dos grandes problemáticas teóricas y experienciales que hemos
recorrido: la violencia de género y las denominadas diversidades
sexuales. Estas problemáticas, que son analizadas desde distintas
disciplinas, se evidencian en las prácticas sociales
contemporáneas y atañen tanto al campo psicoanalítico como a
las teorías de género.
Ambas cuestiones ponen en tensión el concepto de diferencia
sexual y de género, y nos conducen a analizar las interpretaciones
teóricas sobre la polaridad masculino/ femenino así como las
lógicas que se utilizan para abordarlas. Se trata de referencias
ineludibles para pensar el concepto de diferencia. Estamos en
presencia de un desafío planteado al campo psicoanalítico ya que
la interpretación teórica de las mismas hace a la práctica clínica y
al proceso de la cura. El psicoanalista está inmerso desde la
práctica clínica en estas problemáticas que merecen aperturas en
los planos teórico y epistemológico. Habíamos señalado que la
violencia de género pone en juego nociones tales como la relación
172 Leticia Glocer Fiorini

sexualidad/género, el concepto de diferencia sexual, las


significaciones asignadas a lo masculino y lo femenino así como
a la denominada identidad de género, el análisis de las redes de
poder y dominación implicadas, entre otras cuestiones. Por su
parte, las diversidades sexuales apuntan a interpelar las mismas
categorías (Glocer Fiorini, 2010b y c).

Uno de los debates actuales en el campo psicoanalítico es el


que se refiere a las eventuales relaciones, convergentes o
divergentes, entre la psicosexualidad y el género. El análisis de
estas categorías tiene fuertes repercusiones en las nociones de
diferencia que estamos tratando. Por otra parte, como hemos
mencionado, las teorías de género son interrogadas desde el
denominado posgénero que cuestiona la diferencia binaria de los
géneros; a la vez, agrega otras diferencias (étnicas, religiosas,
raciales, culturales) a la diferencia de géneros clásica.
El eje de la comprensión psicoanalítica de los procesos de
subjetivación pasa por la psicosexualidad, eje establecido por Freud
(1905) en "Tres ensayos de teoría sexual". A partir de aquí se hacen
presentes dos opciones: ¿es la sexualidad un producto
exclusivamente endógeno que se sostiene en un campo pulsional
también endógeno? O bien, ¿se trata de una "producción"
multideterminada en cuyos itinerarios y entrecruzamientos juegan
un papel esencial el mundo externo, el otro, los otros? En este
último caso, ¿qué lugar ocupan las determinaciones de género en
cuanto se sostienen en las tramas culturales, los discursos vigentes,
sus normas, sus ideales?
Para algunos autores el concepto de género, como construcción
cultural, es extranjero al psicoanálisis y desnaturalizaría el eje
puesto en la psicosexualidad. Para otros, es inevitable su
introducción en el campo psicoanalítico. Al mismo tiempo, hay que
señalar diferencias entre los que afirman que el género marca los
trayectos de la sexualidad y los que sostienen la postura inversa.
La cuestión estriba, entonces, en si puede haber relaciones entre
ambas categorías y, en ese caso, cuáles serían las zonas de inclusión
o exclusión. Esto supone tener en cuenta con qué herramientas
epistemológicas se pueden pensar sus posibles concordancias y
discordancias. Están en juego desafíos que implican analizar las
complejas relaciones entre la producción de sentido y las formas
historizables de los procesos de subjetivación sexuada (Fraisse,
1996). Se plantea así un dilema que tiene efectos en la teoría, en la
clínica y, ciertamente, en la posición del analista.
En este marco, nos abocamos a investigar las categorías de
diferencia sexual y de géneros y sus eventuales relaciones y
oposiciones. Se trata, entonces, de ponerlas en relación e investigar
la pertinencia 0 no del concepto de género en el campo
psicoanalítico, sus eventualeS áreas de contacto, sus aportes y sus
puntos conflictivos.
La hipótesis que sustentamos es que si bien la
sexualidad/deseo/ pulsión es, en el campo psicoanalítico, central
para la comprensión de los procesos de subjetivación, no hay, a
nuestro juicio, sexualidad
La diferencia sexual en debate
165

pura: la sexualidad siempre está en relación. En relación con un otro,


con los otros, con el universo simbólico, con la trama de la cultura y
sus discursos, con la compleja red de lazos sociales. Esta posición no
anula el eje psicosexual sino que, por el contrario, enriquece y amplía
sus significaciones a la vez que lo pone en relación con otros ejes no
sexuales.
Más allá de las elecciones dualísticas hay otra posibilidad:
encontrar formas hipercomplejas de pensar estas relaciones y sus
tensiones. Esto significa trabajar en interfase, en las
intersecciones y los cruces entre estas categorías. Como lo hemos
planteado en el curso de nuestro recorrido, supone utilizar otras
epistemologías, más allá del determinismo monocausal.
Se trata de investigar con qué lógicas se piensan estas
relaciones u oposiciones. ¿Estamos en presencia de dos lógicas
incompatibles: una referida a la psicosexualidad y otra, al
género? ¿Es posible encontrar puntos de concordancia que
puedan ser incorporados al corpus psicoanalítico y, al mismo
tiempo, reconocer zonas de incompatibilidad en tensión? Estos
interrogantes guían nuestro trabajo.
En este trayecto, es imprescindible adentrarse en la teoría
freudiana y en las producciones de autores posfreudianos y
contemporáneos, así como en las diversas teorías de género que
se han desarrollado desde el siglo pasado. Es de resaltar también,
que en ninguno de los dos campos, psicoanálisis y género, hay
una homogeneidad total. A la vez, cada uno está habitado por
diversas corrientes teóricas.
Algunas de las temáticas que ya hemos tratado en el curso de
nuestro estudio se incluirán en este capítulo, ya que son
necesarias para desarrollar nuestra propuesta.

Antecedentes
Si nos proponemos trazar las distinciones fundamentales en
ambos campos teóricos, vemos que el psicoanálisis tiene como
ejes a la sexualidad infantil y al complejo de Edipo/castración en
los que se sostiene el concepto de diferencia sexual. Hemos
La diferencia sexual en debate
analizado sus aportes y aporías (Cf. capítulo 4) y retornamos a
ellos en el contexto de la temática que estamos planteando.
La narrativa edípica propone una salida del orden del ideal para
acceder a la posición femenina o masculina, en niñas y varones. La
diferencia sexual para Freud se apoya en las teorías sexuales
infantiles
176 Leticia Glocer Fiorini
y en la preminencia de la fase fálica; se expresa en la oposición
fálicolcastrado. Recién en la pubertad se accedería a la
diferencia masculino/femenino. A pesar de esto último, en el
campo psicoanalítico posfreudiano tienen gran pregnancia las
teorías sexuales infantiles y el falo. El falo, ya sea como
significante o significado, se erige para algunos autores, en un
determinante fundamental de la diferencia. En este marco,
diferenciamos la pregnancia del falo en ciertas vertientes
teóricas, del concepto de fase fálica freudiana.
Para Freud (1925, 1931) la fase fálica determina que la niña deba
seguir un complicado camino en su desarrollo psicosexual para
arribar a una resolución más o menos satisfactoria de su complejo de
Edipo/ castración. Este camino se sostiene en el presupuesto de que
la niña sería, al principio, un pequeño varoncito. La masculinidad
primaria de la niña fue discutida por Jones (1927) (el ya mencionado
debate Freud-Jones), entre otros psicoanalistas de la época.
Sería imposible recorrer la cantidad de autores que han trabajado
en el tema, pero recordemos a Winnicott (1966), quien descentra la
cuestión cuando afirma que hay una feminidad primaria para ambos
sexos, que se manifiesta al nacer, que está sustentada en la relación
con la madre y que atañe al ser. La masculinidad, en cambio, para
este autor estaría ligada a lo pulsional. Indudablemente, este
descentramiento no logra salvar las significaciones fijas que el autor
otorga a lo masculino y lo femenino.
Por su parte, Lacan aborda la cuestión de la diferencia sexual
desde el punto de vista de la posición con respecto al significante
fálico, de la falta. Introduce, además, el concepto de un goce
femenino, suplementario, que tiende al infinito y que distingue
del goce fálico. Se trata de otra variable para analizar la
diferencia de los sexos (Lacan, 1972-1973), con una franca
tendencia a ubicar lo femenino por fuera de lo simbólico.
Cada marco teórico propone clarificaciones, pero también se
enfrenta con aporías insalvables.
En términos generales, el psicoanálisis aporta elementos
ineludibles para entender el papel de la sexualidad en los
procesos de subjetivación y en la construcción de la diferencia
sexual. Estos elementos están incluidos en el ámbito de los
ideales normativos a alcanzar en las culturas vigentes, ideales
que responden a determinaciones historizables.
La diferencia sexual en debate
En cuanto a las teorías de género, si bien se pueden considerar
herederas de los primeros feminismos, luego pasaron a incluir
también las problemáticas de la masculinidad. Por cierto, que el
concepto de
167
género tomado en un sentido amplio se refiere a los dos géneros
clásicos, masculino y femenino. Para algunos son diferentes por
naturaleza, es decir, que la diferencia estaría determinada
biológicamente. para otros, y aquí entran a tallar las teorías de
género, el género es una construcción cultural.
A mediados del siglo XX surge desde dos campos distintos la
propuesta de separar el concepto de sexo del de género. La
disociación sexo I género es propuesta por Rubin (1975) desde la
Antropología; por Money y los hermanos Hampson (1957) y
Money y Ambinder (1978), desde la Medicina. En este último
caso, fue aplicada a casos de hermafroditismo y
seudohermafroditismo, con el propósito de definir un género para
el recién nacido en estas situaciones de indefinición. La idea se
basó en el establecimiento de una disociación entre el sexo
anatómico y el género como construcción cultural. Desde el
psicoanálisis norteamericano estas ideas fueron tomadas, entre
otros, por Stoller (1968) en sus estudios sobre transexualismo.
Para Laplanche, la división sexo I género pasa por otros
parámetros y señala que es insostenible emplazar uno de los
términos del lado de la anatomía y el otro del lado de la
psicología. Dice: "Conviene llamar sexo al conjunto de
determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fantasmas,
etc., directamente ligados a la función y placer sexuales. Y género,
al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas,
comportamientos, fantasmas, etc., ligados a la distinción
masculino/ femenino. La distinción de géneros va desde las
diferencias somáticas secundarias hasta el género gramatical,
pasando por el habitus, el rol social, la vestimenta, etc."
(Laplanche, 1980, p. 43-44).
Las teorías de género aportan elementos importantes para
entender las convenciones y normas sobre lo masculino y lo
femenino, las relaciones de poder y violencia entre los géneros,
así como ciertos aspectos de las denominadas diversidades
sexuales, entre otros estudios que conciernen a esta temática.
178 Leticia Glocer Fiorini
En este contexto, si analizamos las propuestas psicoanalíticas y
de las teorías de género vemos que en ambas surgen diversas
problemáticas. En los dos campos hay cuestiones que merecen ser
interrogadas.
En primer lugar, se hace necesario analizar si hay un concepto
rector que determine las interpretaciones sobre la diferencia. Esto
implica iluminar los diversos planos en que se puede pensar esta
categoría. Como señalamos, ese concepto es la sexualidad para el
psicoanálisis y los discursos vigentes en cada cultura, con sus
normas, para las teorías de género. Esto marca divergencias en
cuanto al enfoque clínico
La diferencia sexual en debate

de ciertas problemáticas como la violencia de género.


Indudablemen_ te, estamos tensando artificialmente las
distinciones entre ambos campos ya que actualmente el
psicoanálisis, en sus marcos teóricos prevalentes, incluye al otro,
los otros, al universo cultural y discursivo con sus marcas.
Sin embargo, habíamos puntualizado que el debate se actualiza
en relación con la violencia de género: ¿cómo actúan las
relaciones de poder entre los géneros? ¿Qué predominio se da en
la interpretación sobre violencia sexual, al masoquismo llamado
femenino en las mujeres y qué al papel de los discursos vigentes
sobre la diferencia, sus convenciones y estereotipos?
Indudablemente, estas son posiciones extremas cuya mayor o
menor polarización dependerá de las corrientes teóricas utilizadas.
Reiteramos que se trata de un debate intra y extradisciplinario. En
nuestro abordaje, consideramos que hay zonas de fronteras, zonas
límites, interfaces entre esas dos posiciones que nos alejan de las
polaridades excluyentes.
En segundo término, hay también otra cuestión en juego: la
diferencia sexual pensada en términos de masculino y femenino,
como dicotomía estricta, puede conducir a crear universales sobre
esas categorías, desmintiendo lo singular del deseo y las
identificaciones y desconociendo la enorme complejidad de los
procesos de subjetivación sexuada. Las fantasmáticas sobre Io
femenino y lo masculino actúan recursivamente con estos
universales (David-Ménard, 1997) e impactan en la construcción
de teorías sobre la diferencia. Lo mismo ocurre si se piensa en
términos de la oposición binaria fálico-castrado y se la homologa
al par masculino-femenino.
Tercero, ¿cómo se interpreta el papel de los cuerpos en el
campo de la diferencia sexual? En relación con esta cuestión, las
aguas se dividen entre los que sostienen que la diferencia
anatómica es el factor determinante ("la anatomía es el destino") y
los que sostienen que la diferencia es predominantemente cultural,
siendo lo anatómico una variable que puede o no coincidir con el
género como construcción cultural. En este punto, Faure-
Oppenheimer (1980) señala que la pulSión inviste al género, a la
vez que el género crea condiciones para la aparición de la pulsión.
Surge de esta propuesta una relación en movimiento entre el
180 Leticia Glocer Fiorini
cuerpo anatómico/pulsional/erógeno y el género, con el énfasis
puesto en que ambos son indispensables en sus entrecruzamientos
y se implican mutuamente.
Asimismo, debemos recordar que hay propuestas teóricas que
discuten que el cuerpo sea una categoría presubjetiva que luego es
mar cada por el género asignado (Butler, 1990; Laqueur, 1990).
Plantean
169

que ya el cuerpo es genérico y no una categoría neutra que luego es


significada por los discursos de género.
En este contexto, el concepto de performatividad de Austin
(Loxley, 2007) aporta elementos interesantes para pensar la
identidad en relación con los cuerpos sexuados. Al sostener que las
palabras son accio- nes en sí mismas, aquellas adquieren un poder
performativo. No es que el acto discursivo y el orden lingüístico
provoquen acciones sino que las palabras, iterativamente, son
acciones por sí mismas. Butler (1990) lo aplicó a las categorías
identitarias vinculadas al sexo, género y sexualidad. Sostiene esta
autora que "actuamos" nuestras identidades. Esta propuesta tiene
conexiones, aunque también diferencias, con la de Rivière en "La
feminidad como máscara" (1929). Rivière lo aplica a ciertos casos
de mujeres en las que la rivalidad fálica es predominante y debería
ser ocultada (ciertamente en determinados contextos sociales), pero
el concepto de máscara para las categorías identitarias es un aporte
que puede ampliarse también a la masculinidad e incluso a las
"identidades ambiguas".
Queda abierto el debate sobre los límites de la performatividad
y cuáles serían los eventuales "núcleos duros" que actuarían como
tope. En este sentido, podemos sostener que los cuerpos sexuados
son construcciones cuyo ensamblaje es complejo: cuerpo
biológico, pulsional, erógeno, deseante, imaginario, simbólico,
entre otros planos, cuya intrincación es fundante.
Por cierto, en estas cuestiones están en juego los debates
naturaleza/cultura, mundo interno/mundo externo, pulsión/otro.
Cuarto, y como ya lo hemos abordado, reiteramos la relación
de los esquemas binarios con las estructuras de poder (Foucault,
1966). Las relaciones de poder se apoyan sustancialmente en
esquemas binarios. La antropóloga Héritier (2007) ya lo había
La diferencia sexual en debate
planteado para la polaridad masculino/femenino. En esta línea es
necesario enfatizar que las polaridades dicotómicas incluyen en su
propia estructura relaciones de poder. A la vez, podemos decir que
las relaciones de poder organizan y promueven estructuras
binarias.

Diferencia sexual y de géneros


En otras publicaciones (Glocer Fiorini, 1994, 2001a) habíamos
abordado la necesidad de deslindar los conceptos de diferencia
sexual y de géneros.

La diferencia sexual en el campo psicoanalítico tiene


significaciones precisas, aunque también puntos ambiguos que
solicitan un debate. Para Freud (1923b, 1924) hay un largo
proceso en el desarrollo psicolibidinal del varón y de la niña cuya
resolución lleva a acceder a una posición masculina o femenina,
regida por el atravesamiento del complejo de Edipo/castración. En
esta línea, Freud nunca renuncia totalmente a la idea de que la
posesión del pene y Io activo se homologan a lo masculino y que
la vagina como receptora del pene y lo pasivo se homologan a lo
femenino (Freud, 1923a).
Pero, habíamos destacado en la obra freudiana la presencia de
una complejidad creciente con relación a este tema, porque tanto
el concepto de bisexualidad como el del Edipo completo
significan un descentramiento de esa posición que sostiene al
Edipo positivo como salida ideal.
Más aún, en "La feminidad" (1933) recomienda muy
precisamente no homologar lo pasivo a lo femenino y lo activo a lo
masculino, ya que puede haber innumerables transposiciones entre
estas categorías. Este debate interno en el seno de la obra freudiana
merece rescatarse.
En otras palabras, hay una línea fuerte en los textos freudianos
que homologa las dicotomías fálico/castrado, activo/pasivo y
presencia/ausencia, al par masculino/ femenino. El concepto de
diferencia sexual en el campo psicoanalítico se apoya en estas
dicotomías. Sin embargo, y esto es parte de la multiplicidad de su
obra, el mismo Freud (1933) señala que la diferencia
182 Leticia Glocer Fiorini
masculino/femenino es de orden social, cultural y biológico, y no
de orden psicológico. En este último orden lo que prima sería la
polaridad activo/pasivo, cuya homologación con lo masculino y lo
femenino termina por resultarle insuficiente. Cuestiona así las
significaciones fijas sobre lo masculino y lo femenino (Glocer
Fiorini, 2010c).
Indudablemente, todo esto pone en juego el concepto de
castración y otra homologación que, como hemos señalado, es
necesario deconstruir: la homologación de la polaridad
fálico/castrado (propia de las teorías sexuales infantiles) con las
polaridades presencia/ausencia y masculino/femenino. La
equiparación de la castración con la categoría de ausencia es una
construcción que responde a lógicas Y narrativas muy precisas y
no constituye una verdad a priori. La castración es una teoría
sobre la ausencia o la falta, tal como Freud Io plantea en "La
organización genital infantil" (Freud, 1923a) y en el caso Juanito
(Freud, 1909). Yla ausencia solo es tal para un sujeto cuya
pulSión de investigación busca incorporar y significar Io
diferente en sus propios términos y a partir de su posición de
sujeto investigador. En
La diferencia sexual en debate
171

otras palabras, la ausencia se constituye como tal solo a partir de una


presencia que se define desde el sujeto investigador.
Por otra parte, no es lo mismo referirse a la diferencia
fálico/castrado como parte de las teorías sexuales infantiles, que
también pueden ser compartidas por las fantasmáticas y teorías
sexuales de los adultos, e incluso por ciertos ideales culturales en
boga, que referirse a la diferencia masculino Ifemenino y su
complejidad en tensión. Como señalamos, se hace necesario
investigar no solo sus distinciones sino también sus
entrecruzamientos y su genealogía, como se verá más adelante.
La oposición fálico/castrado es un intento del sujeto infantil de
encontrar una explicación a la diferencia de los sexos. Se sostiene en
el preconsciente, ya que como oposición binaria no existe en el
incons- ciente donde impera la no contradicción y en el que, por lo
tanto, co-

existen ambos términos (Laplanche, 1980). Esto desplaza el problema


al preconsciente y, con más precisión, a las influencias discursivas e
ideales sobre la diferencia presentes en la cultura y que actúan sobre
esa instancia.
En cuanto a la distinción masculino/femenino es una
referencia a otro orden de diferencias en el que se incluyen, a la
vez, la sexualidad y
las determinaciones de género. Se trata de una construcción
con atribuciones binarias que se apoya en elementos reales,
fantasmáticos y discursivo/culturales. Se sostiene en sistemas de
valores e ideales, contextuales e historizables, por lo que abarca
distintos planos de determinaciones.
Con referencia al falo como eje determinante de la diferencia sexual,
tal como lo plantean algunas corrientes, es una categoría que merece
algunas aclaraciones. Indudablemente, tiene connotaciones que refieren
a un orden androcéntrico. En este punto, se plantea que es necesario
hacer una distinción entre falo y pene: de esta manera se explica la
diferencia sexual como irreductible a la biología en un sentido puro.
Para Lacan (1966) es el significante del deseo y de la falta. La posición
184 Leticia Glocer Fiorini
con respecto a la función fálica sería el elemento clave para el acceso a
la diferencia sexual. Sin embargo, Derrida (1996) sostiene que, a pesar
de que el falo es reivindicado como una categoría anti-
trascendentalista, aparece jerarquizado como un elemento trascen
dental. Señala que cómo podría haber "un significante privilegiado" si
todo significante es definido solo por sus diferencias con otros sig-
nificantes. Según él este énfasis en el significante fálico reintroduce la
metafísica de la presencia.
A partir de estas consideraciones se puede abordar la cuestión de la
diferencia o diferencias al distinguir la diferencia psicosexual en el

plano psicoanalítico de otros planos en los que se juega la


diferencia así como enfatizar que está atravesada por
fantasmáticas, interpre_ taciones y significaciones que
"construyen" teorías explicativas sobre la diferencia en el niño y
el adulto. Su resolución supone acceder a una posición masculina
o femenina implicada en una configuración binaria y que tiene
un carácter normativo en el marco de las legislaciones vigentes.
Si bien estas posiciones pueden ser ocupadas tanto por hombres
como por mujeres, para algunos autores como Butler (1990) esto
no resuelve las aporías del binarismo, ya que todo se juega
dentro de la dicotomía masculino/femenino y sus combinaciones,
incluso en las fantasmáticas propias de cada sujeto.
Ciertamente, hay debates inconclusos que promueven un
trabajo crítico constante e impiden sostener una posición
inmodificable con respecto a estas cuestiones. Entre ellos, como
ya se señaló, las interpelaciones a la noción de diferencia sexual
que surgen tanto desde los desafíos que proponen las
diversidades sexuales y de género, como desde el campo de lo
femenino y la mujer. Se hace, entonces, necesario iluminar, cada
vez con mayores precisiones, las metateorías en juego que
conciernen a la diferencia sexual y de géneros (Glocer Fiorini,
2010a).

Subjetivación sexuada y diferencia


La diferencia sexual en debate
Nuestra propuesta es encontrar otros caminos para pensar la
diferencia sexual por fuera de los riesgos que supone el
culturalismo a ultranza o el biologismo puro. La cultura no es
omniexplicativa y la biología en el campo de la diferencia sexual
nunca es neutra, siempre es interpretada en términos de valores e
idealizaciones.
Si volvemos sobre la narrativa edípica, recordemos que Freud
plantea que el niño varón, ya en época muy temprana, desarrolla una
investidura de objeto hacia la madre mientras que del padre se
apodera por identificación. "Ambos vínculos marchan un tiempo
uno junto al otro, hasta que por el refuerzo de los deseos sexuales
hacia la madre, y por la percepción de que el padre es un obstáculo
para estos deseos, nace el complejo de Edipo" (Freud, 1923b, p. 33).
Pero, aquí surge un interrogante ya que se habla de un niño y no de
una niña, es decir, de una diferencia. Entonces, ¿quién es ese niño
que se posiciona frente al Edipo "antes" del acceso a la diferencia
sexual, cuando aún no está resuelto el tema de las identificaciones
secundarias, de la prohibición
173

del incesto y del acceso a una posición sexuada, propias de la


resolución del complejo de Edipo? Frente a este interrogante que se
hace manifiesto en el itinerario freudiano es necesario plantear que
hay un posicionamiento no sexual sino de género, por el cual el
niño/a ya fue asignado al nacer a uno de esos campos, masculino o
femenino, obedeciendo a un imperativo de la cultura. Esta
asignación no es ajena al deseo de los padres, lo cual complejiza la
cuestión. Indudablemente, la asignación de género puede ser
conflictiva, conducir a equívocos y ser el origen de problemáticas
posteriores. Así, sobre la base de este posicionamiento imaginario en
el campo de lo masculino o de lo femenino que lo antecede, el niño
enfrentará de manera diferente —más o menos conflictiva— las
exigencias de atravesar la narrativa edípica, entendida en términos
metafóricos. Por este motivo la psicosexualidad siempre está "en
relación".
Entonces, como ya hemos destacado, hay diferencia de géneros
masculino/femenino en un "antes" del acceso a la diferencia sexual
(Laplanche, 1980). Se trata de una distinción que se sostiene en el
186 Leticia Glocer Fiorini
registro identificatorio basada en identificaciones de orden
narcisista e ideal.
Indudablemente, ese "antes" no es indiferenciado; no hay un
niño "neutro" al nacer, sino alguien que porta convenciones,
estereotipos, deseos e ideales de los padres que intersectan con su
propio dispositivo pulsional-deseante, que incluirá también las
fantasmáticas bisexuales y las identificaciones plurales. Esta
coexistencia compleja de variables exige un ensamblaje de planos y
niveles que abarcan distintas categorías que intervienen en los
procesos de subjetivación sexuada (Green, 1982). Enfatizamos que
la polaridad masculino/femenino preedípica es diferente de la
polaridad masculino/femenino postedípica, que implica que el
sujeto haya atravesado múltiples operatorias de simbolización.
Ambas sostienen internamente ambigüedades y contradicciones
que podríamos considerar constitutivas de los procesos de
subjetivación.
En este contexto, retomamos el tema de la identidad de género.
Se trata de un concepto muy discutido en psicoanálisis ya que la
identidad es un concepto que alude a Io idéntico a sí mismo, por un
lado, y a una identidad "unitaria" imaginaria del yo, por el otro. Es
en este sentido, de identidad fija, que el concepto de identidad no
se puede aplicar a un sujeto.
Sin embargo, es difícil pensar en un sujeto humano que no tenga
un anclaje en algún elemento identitario, aunque sea parcial, que
marque cierta continuidad simbólica en los procesos de
subjetivación.
Leticia Glocer Fiorini

174

Entendemos que esta "identidad", desde el punto de vista


Psicoanalítico, está en movimiento, en proceso, en devenir. Se
sostiene en continuidades y discontinuidades.
De esta manera, podemos pensar en el par
identidad/diferencia en relación con los procesos de
subjetivación, a partir de considerar que solo la diferencia puede
crear las condiciones para que la identidad se constituya en un
devenir abierto a esa diferencia y que, a la vez, solo una
identidad "porosa" puede permitir una apertura a la diferencia y
a la otredad.
En esta compleja trama constatamos que la diferencia
psicosexual y la diferencia de géneros son distintas pero entran en
relaciones de concordancia y oposición. Ambas operan con
anticipación desde los discursos de los otros, responden a las
resoluciones simbólicas de subjetivación de los padres y son
resignificadas en el curso de los procesos de subjetivación del
niño/a, en convergencia o antagonismo con el propio campo
deseante. En este sentido, ambas son construcciones.
Es de señalar también, que las polaridades dicotómicas tampoco
abarcan la complejidad de los procesos de subjetivación sexuada, ya
que las posiciones pueden ser mixtas o plurales. En esta trama se
ubican las llamadas "diversidades sexuales", que desafían los
dualismos clásicos e incitan a ser repensadas.
A nuestro juicio, todo sujeto humano está incluido en una red de
discursos y mandatos sociales sobre los géneros masculino y
femenino que indican y, a veces, fuerzan la inserción en una lógica
binaria que puede intervenir en mayor o menor grado en la elección
de objeto. Pero tampoco hay una sujeción absoluta a esos mandatos.
La psicosexualidad cuestiona e interroga el género asignado y sus
roles predeterminados. El deseo y la trama pulsional, las
fantasmáticas bisexuales y plurisexuales exceden y desafían esos
mandatos. Los movimientos a largo plazo de la cultura, también.
La diferencia sexual responde a un dualismo fuertemente
arraigado en el lenguaje, en la cultura y en nuestro psiquismo.
Tiene un valor discursivo que impregna nuestras teorías y
nuestro quehacer clínico, que es ineludible atravesar mientras
aceptemos que no corresponden exclusivamente a un hecho
natural y rescatemos su complejidad, los múltiples planos que
están en juego así como sus aspectos metafóricos (Benjamin,
1995) y sus aporías. Se trata de figuras ideales, históricamente
determinadas, cuya conflictividad es fundante, que responden a
relaciones de poder y que requieren una deconstrucción a partir
del análisis de las legalidades en juego.
175

En esta línea, pensamos que hay permanentemente procesos de


identificación y desidentificación simbólicas, de construcción y
deconstrucción, que implican entrary salir de los mandatos de
género así como entrar y salir de la anarquía pulsional y de la
pluralidad de identificaciones y deseos que nos atraviesan. Este
entrar y salir no es libremente consciente, sino que está anclado
en el interjuego de instancias psíquicas inconsciente-
preconsciente. La estabilidad de las posiciones sexuadas nunca es
total.
Esto entronca con nuestra propuesta (Cf. capítulo 2) de un sujeto
en proceso, en movimiento, en trabajo de construcción y
deconstrucción permanentes y de un psiquismo plural, multiplicador,
que se constituye en la intersección de lógicas heterogéneas. Se trata
de no quedar anclados ni en el sujeto unitario de la Modernidad ni en
el sujeto deconstruido de la Posmodernidad.
La diferencia sexual en debate

Capítulo 15

Deconstruyendo la función paterna:


¿función paterna o función tercera?

Todo campo intelectual posee un capital específico que es el


fundamento de la autoridad característica de ese campo
(Bourdieu, 2003). Señala el autor que se trata también de un
campo de poder en el que se juegan tanto estrategias de
conservación y ortodoxia como estrategias críticas, heterodoxas.
Esta propuesta es una referencia a la producción de bienes
culturales y a las relaciones entre los orígenes de cada disciplina,
así como también a los movimientos parciales que se generan
dentro del campo y que lo movilizan.
A nuestro juicio, esto se extiende al campo psicoanalítico y
concierne a una de las problemáticas que se presentan al analizar la
noción de diferencia sexual y que se refiere a su vinculación con el
ejercicio de la función paterna.
De acuerdo al eje que nos hemos propuesto, se hace necesario
abordar un trabajo de deconstrucción de la noción de función
paterna. Este objetivo está unido al propósito de llevar a cabo un
análisis genealógico de la misma, de sus determinaciones e
historicidad, y analizar la pluralidad y heterogeneidad de
causalidades que confluyeron en Io que actualmente se denomina
función paterna. Esto implica revisar también qué lugar se le
asigna a la función materna.
El interés por esta cuestión se potencia a partir de cambios
significativos que se observan en las sociedades actuales, en
ciertas culturas Y SUbculturas, con respecto a la aparición de
nuevas configuraciones familiares y a la gran visibilidad que han
adquirido las denominadas
Leticia Glocer Fiorini

178

diversidades sexuales y de género. Habíamos puntualizado que


de aquí surge una pregunta ineludible referida a cómo se ejercen
las funciones paterna y materna, ya que implica considerar si
hay sujetos que quedarán o no excluidos de la trama de lazos
sociales, de acuerdo a la forma en que se piensen esas funciones.
Indudablemente se podría plantear, como lo proponen algunos
autores, que estamos en presencia de cambios epocales que no
afectan las herramientas teórico-interpretativas que posee el
psicoanálisis. Desde nuestra hipótesis, consideramos que se trata de
algo más que variantes epocales y modas. Por el contrario, nuestra
perspectiva apunta a que estamos en presencia de cambios
progresivos cuyos tiempos exceden lo epocal y que pueden
atravesar generaciones. Es por este motivo que entendemos que es
necesario reconsiderar la noción de función paterna. Los cambios
en la estructura de la familia nuclear, las familias monoparentales,
las familias constituidas por parejas no convencionales, entre otros,
son desafíos para nuestra clínica. Como habíamos señalado, están
en cuestión las organizaciones patriarcales, a lo que se agregan
interrogantes de peso con respecto a las leyes de filiación y
parentesco ya establecidas.
Frente a estas problemáticas, nuestra hipótesis central con
respecto a este tema es establecer diferencias entre las nociones
de función paterna y función tercera. Si bien ambas expresan una
función simbólica, la primera está ligada indisolublemente al
denominado nombre del padre -a su metáfora- aunque remite
inevitablemente, en un sentido más concreto, al padre o sus
sustitutos. Pero, queda un interrogante pendiente ¿por qué
mantener la denominación de "paterna" para una función
eminentemente simbólica?
Ciertamente, esto responde a múltiples determinaciones. En
primera instancia, surge de la necesidad de explicar cómo se
produciría la separación simbólica entre el niño y la madre en el
triángulo madrepadre-hijo. De aquí surge el concepto de padre
simbólico que intervendría para generar ese corte. Pero hay otra
cuestión que requiere un enfoque específico y es que en esta
trama explicativa la madre queda ubicada en un lugar
lateralizado, queda localizada estructuralmente en un lugar
Leticia Glocer Fiorini

exclusivamente pulsional: remite al atrapamiento del hijo sin


posibilidades propias de generar una separación. Además de que
esto no se observa como un universal en la práctica clínica, tiene
como consecuencia desmentir la posibilidad de que existan
suficientes reservas simbólicas en la madre como para desear y
promover esa separación como una función propia.
La diferencia sexual en debate 179

Estas reservas simbólicas tampoco significan, a nuestro juicio,


que la madre habilite la función paterna en su psiquismo sino que
la maternidad como tal posee sus propias operatorias simbólicas
para establecer distinciones, diferencias, cortes y separaciones en
un sentido simbólico. Esto conduce a la complejidad de la
posición materna, que en parte está presa eventualmente de lo
pulsional y en parte contiene en sí misma las posibilidades de
desplegar funciones simbólicas de separación del hijo/a.
Por estos motivos, consideramos que la denominación función
tercera explica con más propiedad estas operatorias simbólicas.
Estas funciones no pertenecen ni a la madre ni al padre. Se
trata de operatorias simbólicas que ambos (u otros) pueden
ejercer.
A todo esto se agrega que los términos función paterna
simbólica y nombre o nombres del padre tienen resonancias
propias de las sociedades patriarcales en las cuales se origina este
término.
A pesar de que se habla con nostalgia de la caída del padre en
las sociedades actuales y que se anuncia que a esto se deberían
guerras, violencia, caos, debemos reconocer que la historia de la
civilización, plena de guerras y violencias, indicaría que esa
caída siempre estuvo presente.
En cuanto a cada niño o niña en particular sabemos que el
padre real puede o no cumplir esas funciones. De la misma
manera que la madre puede estar adherida fusionalmente al hijo o
puede desear y estar en condiciones de establecer separaciones
creativas.

¿Un cambio de paradigma?


Khun (1962) propuso el término paradigma en un sentido
específico, que generó posteriormente distintos planos de
discusiones. Tomamos un aspecto de su propuesta, a nuestro
juicio fundamental: frente a cambios históricos en las relaciones
humanas, algunos de los cuales ya mencionamos, surgen también
redefiniciones en los modelos de pensamiento, en las lógicas que
los sustentan.
La diferencia sexual en debate 180
A esto, agregamos que estas lógicas y modelos de
pensamiento generan, en una operación de recursividad, otra
mirada y otra escucha para pensar en los cambios discursivos,
sociales e históricos que afectan las relaciones humanas. De la
lógica determinista monocausal a las multideterminaciones, de
las multideterminaciones a las lógicas
La diferencia sexual en debate 181

de las heterogeneidades y de las intersecciones (del "entre").


Esta perspectiva puede implicar un cambio de paradigma para
entender el lugar y las funciones de padres y madres concretos,
eludiendo los forzamientos teóricos que conducen a ubicar esos
cambios en los es. quemas teóricos a disposición.
Ciertamente, en las legalidades actuales creará menos
conflicto pensar en la familia nuclear clásica y en las
interpretaciones tradicionales: madre pulsional y atrapante,
padre simbólico separador. Pero, consideramos que desligar las
funciones simbólicas de denominaciones que ya no se pueden
aplicar con propiedad, nos puede permitir pensar en los padres,
las madres y sus funciones con otras categorías.
Hay otra problemática que está implícita y es si las
funciones, en este caso la función paterna, responden a una
cuestión estructural. Es necesario aclarar que en cuanto al
concepto de estructura no nos apoyamos en el estructuralismo
en el sentido de concebir estructuras eternas y ahistóricas. Nos
apoyamos, por el contrario, en la propuesta de Sartre (1963) de
considerar la estructura como mediación. Sartre consideraba a
las estructuras como falsas síntesis, y a las propuestas
estructurales como un momento en una antropología que debía
ser a la vez histórica y estructural. A nuestro juicio, podríamos
considerarlas como síntesis provisorias que, en la concepción
sartriana tendrían un valor estructural pero contingente, aun
cuando pueden establecerse por períodos muy extensos en el
tiempo, períodos que nos trascienden en nuestra temporalidad
acotada.

Repensando la declinación paterna


Si retornamos al principio de este capítulo, constatamos que
en la actualidad es común escuchar hablar de la caída o
declinación de la función paterna. A ella se atribuyen guerras,
violencias de todo tipo, abusos, la presencia cada vez más visible
de diversidades sexuales y de género que atentarían contra el
concepto de diferencia sexual, distintos tipos de presentaciones
clínicas no neuróticas, entre otros. Se podría decir que hay una
182 Leticia Glocer Fiorini

nostalgia de una función paterna, de carácter estructural, que


habría sido ejercida simbólicamente en tiempOS pasados con
marcada efectividad y que actualmente se perdió.
Se trata de una figura en crisis desde los comienzos de la
Modernidad y aun antes, que está dando paso a otras
organizaciones de ejercicio de la parentalidad, principalmente en
las sociedades occidentales.
Surge el interrogante: ¿se perdió o quizás nunca existió con la
efectividad en que es planteada y tal como se la imagina? Y si
existió, como por cierto lo podemos constatar en la historia de la
humanidad desde la Antigüedad hasta nuestros días, podemos
decir que esa pregnancia del padre no ha podido evitar crisis
sociopolíticas, hechos de violencia extrema, incestos, abusos de
poder de todo tipo y desafíos a las normas que dictan las
sociedades sobre la diferencia sexual. Es en este sentido que
podemos hablar de una nostalgia en la que está presente algo de
lo que nunca se tuvo.
Hay en esto un malentendido que es necesario abordar. Se tiende a
homologar la declinación del padre en las sociedades actuales con la
declinación de una función simbólica atribuida con exclusividad al
padre en las organizaciones patriarcales.
Si nos resguardamos de trabajar desde el psicoanálisis con
analogías sociohistóricas así como de tratar de explicar grandes
movimientos sociales con argumentos psicoanalíticos (el
psicoanálisis no es una weltanschaung) podremos entonces pensar
por qué ciertas vertientes del campo psicoanalítico sostienen tan
férreamente, casi como una solución final e indiscutible, la
explicación última de fenómenos sociales o individuales a través
de la caída de la función paterna.
Esto implica abordar un análisis genealógico, histórico-social,
de los orígenes y fuentes de la noción de función paterna.
Trataremos de hacerlo desde dos puertas de entrada: el punto de
vista de los discursos y sistemas de significantes que nos ofrece la
historia de la cultura y el punto de vista psicoanalítico, y trabajar
las posibles relaciones entre ambos.
Indudablemente, surge la cuestión de que aun pensada en un
registro eminentemente simbólico, ¿puede la función paterna
desprenderse de las connotaciones derivadas de una sociedad
patriarcal y androcéntrica, cuyas características y orígenes han sido
La diferencia sexual en debate 183

suficientemente estudiadas desde distintas disciplinas? ¿Puede


también desprenderse de las connotaciones religiosas vinculadas al
Dios Padre?
Sin ir más lejos, recordemos que la Biblia nos enseña que Eva
surgió de una costilla de Adán en la versión oficial y más conocida.
Recordemos también que Aristóteles planteaba que el hombre era
la forma y la mujer lo informe. No podemos extendernos más en
los numerosos ejemplos que existen en la historia de la cultura
sobre la división dicotómica, jerárquica de los sexos, y que
conducen a pensar en cómo se construyó la figura del Padre con
mayúscula, diferente de los padres de las experiencias cotidianas.
184 Leticia Glocer Fiorini

Por eso, y entrando al punto de vista psicoanalítico, se hace


necesario analizar en qué elementos se basa el planteo de la
necesidad de una función paterna homologada sin distinciones a
una función simbólica, en la clínica y la teoría psicoanalítica.
Cuáles son sus premisas, y cuáles sus puntos ciegos.
En este sentido, "Tótem y Tabú" (Freud, 1913b) entra en la lista
de artículos freudianos que proponen una explicación mítica, un mito
de los orígenes, tal como lo plantea Lévi-Strauss (1949), sobre la
pregnancia del padre en las sociedades androcéntricas. Belinsky
(1997) considera que el padre originario de la horda es creado
simultáneamente con la enunciación del mito. En este marco,
enfatiza que el Padre fue asesinado porque tenía que ser inmortal, y
no que "era inmortal" y por eso fue asesinado. Agrega que Freud
funda un mito situado en la perspectiva de la lógica patriarcal.
Si lo pensamos como una metáfora de este tipo de sociedades,
¿podemos independizar esa necesidad de un mito fundacional de los
desarrollos culturales y normativos que rigen la vida en común? Y en
esto está incluido el psicoanálisis. En otras palabras, entendemos que
es imprescindible hacer una relectura psicoanalítica a la luz de los
cambios culturales, discursivos, sociopolíticos, éticos, que cada
sociedad y sus discursos evidencian.
Freud dedica varios trabajos al tema del padre: "El porvenir
de una ilusión" (1927), "Moisés y el monoteísmo" (1939), entre
otros. Señala claramente su vinculación con los sentimientos
religiosos y la necesidad de la mayoría de hombres y mujeres de
sostenerse en esas creencias frente al desamparo y la indefensión
originarios. El dios protector que, a veces, puede ser vengativo y
autoritario, es el Dios Padre. Señalemos que para algunos
autores, Freud es un ateo que analiza la necesidad de las
religiones y sus orígenes; para otros, en cambio, sus trabajos
muestran una vertiente religiosa en Freud mismo (O'Neil y
Akhtar, 2009). De cualquier manera, el desplazamiento del Dios
Padre al Padre es claro. Ambos confluyen y se superponen y la
manera cómo se lo entienda tiene consecuencias en la clínica. El
psiquismo no puede desligarse de las normas que dictan los
discursos vigentes. En este sentido la función paterna se
constituye como tal, solidariamente con las sociedades
patriarcales. Y, en este sentido también, es una construcción.
La diferencia sexual en debate 185

Para ello, tengamos en cuenta que Freud nunca habló de


función paterna (es un término de raigambre lacaniana), sino que
investigÓ la genealogía individual, cultural y colectiva de la
búsqueda de un padre a partir de los sentimientos religiosos y de
los mitos de los padres
fundadores, así como habló de los efectos de la falta de padre,
categoría distinta de la del Padre con mayúscula. Habíamos señalado
que para Mitchel y Rose (1982), Freud describió con precisión y
justeza al sistema del patriarcado.
En este marco, surge el interrogante de si esta nostalgia del padre
que aparece en el campo psicoanalítico, es la nostalgia del Dios
Padre. Asimismo, debemos preguntarnos si existe también la
necesidad de sostener un poder que se estaría perdiendo. La función
paterna es heredera del pater familiae y del Derecho Romano. Esto
se sostuvo durante siglos apoyado en una división jerárquica de los
sexos en la que estaban implicadas relaciones de poder-dominio y
una división sexual del trabajo.
Como hemos subrayado, aquí surge otro problema y es qué
importancia se otorga en el campo psicoanalítico a los cambios
que rápidamente se están dando, principalmente en las
sociedades occidentales, con respecto al lugar de las mujeres, a
otros modelos de familias distintos del de la familia nuclear, al
fuerte crecimiento y difusión de las biotecnologías y su impacto
en las maternidades y paternidades actuales así como a las
presentaciones sexuales y de género que desafían la noción
clásica de diferencia sexual.
Aquí hay dos opciones, ya mencionadas: o se considera que
se trata de modas epocales que no cambian la esencia del
psicoanálisis, o bien la cuestión estriba en pensar si puede el
psicoanálisis reconsiderar algunas categorías que se encuentran
interpeladas. Nuestro trabajo se ubica en la segunda opción.
Hay pautas culturales y discursivas en juego que responden a un
determinado tipo de sociedad e indudablemente no se puede dejar
de considerar la trama de poderes en juego en los que se despliega
la división público-privado. El espacio público, propio de los
hombres y el espacio privado, propio de las mujeres y dedicado
fundamentalmente a la reproducción. Bourdieu (1998) había
186 Leticia Glocer Fiorini

enfatizado que esto responde a relaciones de dominación entre los


sexos.
Recordemos brevemente que la pregnancia o entronización
del padre fue desarrollada y sostenida por la escuela francesa,
principalmente por Lacan (1955-1956). La llamada escuela
inglesa no le otorgó tanta importancia a la función paterna en
los términos descriptos y, en cambio, desarrolló más las
características del espacio madre-hijo/a: el espacio transicional
de Winnicott (1959), la madre suficientemente buena, entre
otros conceptos.
Por cierto, que estas dos grandes escuelas responden a distintas
culturas donde los lugares del padre y de la madre así como del
hombre y
la mujer, difieren. Cada una de estas corrientes le dio más
preponderancia a un eje, en detrimento del otro. Por otra parte,
cada una enfatiza los puntos ciegos de la otra.
Sabemos que en un plano psicoanalítico está planteado que el
padre, si es pensado en términos de función paterna (porque
obviamente puede no cumplirla), respondería al objetivo de separar
al hijo de la madre, de cortar esa relación que para Lacan (1955-
1956) se centra en pensar al hijo como falo de la madre, relación que
solo la metáfora paterna podría cortar. De esa manera, permitiría al
hijo su inserción en un universo simbólico, pasaje a la exogamia
mediante. Esta es una concatenación de nociones que aparentemente
no se podrían desarticular.
Subrayamos que al ser una función, puede ser ejercida por
otros que no sean el padre, ya sea por ausencia o por deficiencia
del mismo. Entonces, se trataría de una función llamada paterna,
pero ejercida por otros. Se señala que, ciertamente, también
puede ejercerla la madre. Entonces, reiteramos, podremos
preguntarnos por qué se denomina paterna si se trata de una
función simbólica.
Aquí la respuesta requiere mayores precisiones porque se
plantea una problemática que es necesario abrir. Se enfatiza que
la madre la puede ejercer si tiene internalizada la función
paterna. Esto conduciría a que su deseo se descentre del hijo/a y
tome otra dirección. Sin dudas, que esto ubica a la madre en el
lugar de la naturaleza, una madre que retiene al hijo/ a y, en esas
La diferencia sexual en debate 187

condiciones, solo la intervención de la cultura, el Padre


simbólico, podría rescatar a ese hijo de una especie de abrazo
mortífero. Por este motivo el deseo materno siempre aparece
como una paradoja, ya que referirse a la noción de deseo supone
considerar una concepción de lo humano que excede lo
propiamente natural. Esto implica que si la madre es reconocida
en el lugar de sujeto deseante inevitablemente tendría que ir más
allá de la retención pulsional exclusiva del hijo/a o de no poder
ejercer una función simbólica de separación.
Entonces, hay otra opción que, a nuestro juicio, es necesario
plantear: que la madre pueda ejercer esa función simbólica
perse, que pueda promover la separación del hijo como un deseo
propio. En otras palabras, reconocer en la madre un sujeto
deseante por sí misma.
En este sentido, Benjamin (1995) planteó que existían en la
madre suficientes reservas simbólicas como para poder ejercer
esa función. Señala esta autora (Benjamin, 1988) que el
ascendiente del padre en el complejo de Edipo formula la
negación de la subjetividad de la madre y distorsiona así el
reconocimiento del otro. De esta manera, la diferencia resulta
gobernada por el código de dominación patriarcal.
Indudablemente, esto supone mucho más que el hecho de que
la madre tenga internalizada la función "paterna". Implica incluir
una función simbólica que la madre puede ejercer por derecho
propio. Esta es, a nuestro juicio, una diferencia sustancial que
corre el eje de la cuestión en relación con la bien conocida
dicotomía madre-naturaleza, por un lado, y padre-cultura, por el
otro.
Están en juego los propios deseos de la madre, incluso más
allá del deseo de hijo y del deseo por el padre. Implica que si bien
el hijo puede ser hijo-falo en ciertos momentos, también puede
ser un hijo en el sentido de un otro, en otros momentos.
En este marco, pensamos la subjetividad materna en toda su
complejidad, enforma multicéntrica y plural. No hay un solo
deseo, aunque en ciertos momentos pueda ser predominante.
Pensamos que la maternidad implica un sujeto deseante y
simbolizante a la vez, con capacidades de ejercer operatorias de
188 Leticia Glocer Fiorini

separación necesarias. Esto lo diferenciamos del concepto de


corte ejercido por el denominado Padre simbólico, si lo tomamos
en un sentido radical, ya que implicaría nuevamente ubicar a la
madre en el lugar de la naturaleza, por un lado, y al padre en el
lugar de la cultura, por el otro.

Como señalamos, quizás pensar en términos exclusivamente


de hijo-falo que solo el corte paterno puede separar, es también
un deseo normativo que fija a la mujer-madre en el lugar de la
naturaleza en esa oposición naturaleza-cultura.
Entendemos que lo que está en juego es el campo narcisista y
la resolución del complejo edípico de la madre, siempre
considerando el complejo de Edipo en un sentido ampliado, como
ya lo hemos subrayado. Si el campo narcisista invade la
subjetividad materna, el hijo será exclusivamente hijo-falo y será
necesaria una función otra, llamada paterna en analogía con la
estructura de la familia nuclear y de las figuras patriarcales, para
efectuar una separación necesaria. Si opera en la madre su propia
resolución edípica, el hijo será más que un hijo-falo. Será un otro
al que ella le podrá dar con sus propias reservas simbólicas la
posibilidad de separarse.
Si esto último falla habrá ciertamente problemas, de la misma
manera que los habrá si falla la función paterna en el caso de que
el padre o sustituto no reconozca al hijo como un otro. Por todo
esto, hablar del padre simbólico es también hablar de la madre y
redefinir sus funciones.
Podemos decir que las divisiones dicotómicas, naturaleza-
cultura homologadas a madre-padre, acentúan los estereotipos de
las Sociedades patriarcales: madre fálica que se aferra al hijo sin
soltarlo
La diferencia sexual en debate 189

y padre simbólico que efectiviza un corte. La metáfora del


cocodrilo que insiste en devorar a su presa ilustra
suficientemente esta posición, que merece ser revisada. S. Tubert
(1997) subraya que hay una radical asimetría en el pensamiento
occidental entre los principios materno y paterno: el primero es
naturalizado mientras que el segundo es elevado a la categoría de
un principio espiritual, como se observa en diferentes dominios
tales como la filosofía, la teología monoteísta y la lingüística.
Avanzando más aún, ¿es que hay que rescatar al hijo de un
abrazo mortífero? ¿O será, como señala Héritier (2007),
antropóloga discípula de Lévi-Strauss, que lo que está en juego
es la apropiación patriarcal del hijo?
Entonces, si como lo hemos planteado, hay suficientes
reservas simbólicas, sublimatorias y creativas en la madre, esta
puede cumplir esa función siempre que esté posicionada más
allá de un campo narcisista exclusivo. Esto es sobradamente
conocido, pero siempre es referido a que el Padre introduce la
ley en la madre. Por eso, mantener la denominación función
paterna es una forma de universalizar lo que es en realidad una
operatoria simbólica atada en su contingencia a un determinado
tipo de sociedad y de ideología.
Si esto es así, y esta es mi hipótesis, la función paterna debería
llamarse con propiedad "función tercera", independientemente de
quien la ejerza y más allá de dicotomías empobrecedoras.
Para terminar, consideramos que el concepto de función
tercera, simbólica, le da verdadera categoría de función,
autónoma de quien la ejerza. Y en esto están incluidos no solo los
sustitutos del padre, que de hecho existen sino, como señalamos,
la posibilidad de que la madre por sus propias capacidades
simbólicas pueda ejercer esa función de separación. Por el
contrario, hablar de función "paterna" oculta el problema y lo
desplaza hacia lógicas epistémicas que no responden a las
problemáticas contemporáneas. La cuestión reside en las
significaciones y connotaciones del significante paterno. La
función paterna no es un universal ni una categoría sustancial. El
riesgo es esencializar lo que es una construcción histórica. Por
eso, entendemos que más que hablar de nuevas modalidades de
lafunción paterna, que eterniza algo que es contingente, habría
190 Leticia Glocer Fiorini

que hablar de nuevas modalidades de ejercicio de una función


tercera, simbólica (Glocer Fiorini, 2013).
En otras palabras, están cambiando las modalidades de
ejercicio de una operatoria simbólica que en el curso de la historia
se identificÓ con el padre monárquico, feudal y luego simbólico.
¿Es la denominada función paterna una forma de sostener un
poder que se pierde ante la incertidumbre y angustia que estos
cambios pueden generar?
Consideramos que hay un error epistemológico en asignar
exclusivamente al Padre simbólico una función trascendental de
carácter estructural y, más aún, homologarla a la autoridad y a la
ley en las sociedades organizadas con capacidad de definir las
condiciones de acceso a la cultura.
En síntesis, están en juego:

• La soldadura en el campo psicoanalítico de la función


paterna, del Padre simbólico, de la metáfora paterna, con la
estructura de las sociedades androcéntricas, patriarcales,
legalizadas en el paterfamiliae del Derecho Romano.
• El debate nunca saldado madre-naturaleza versus padre-
cultura. Poder deconstruir estas soldaduras permitiría
trascender esas polaridades dicotómicas. Se trata de una
división binaria que se aleja de las complejidades de los
procesos de subjetivación y de las funciones simbólicas en
tanto tales.
• Esto pone en juego si existe un orden simbólico, estructural
y eterno y una ley que marca la inserción de un sujeto en la
cultura, o si deberíamos pensar que es este orden simbólico
el que está en crisis. Y si esto último es así, también es
imprescindible reflexionar si las crisis expresan
ineludiblemente una disolución del sistema o si pueden ser
un punto de partida de otros ordenamientos simbólicos.

Por cierto que la clínica ofrece muchas variantes en relación


con las funciones simbólicas necesarias y quién las ejerce para
que un sujeto se incluya en un contexto de lazos sociales. Solo se
podrán analizar una por una. Pero, a nuestro criterio y con estos
resguardos, la forma en que se conceptualice la función paterna
La diferencia sexual en debate 191

tiene efectos en el proceso analítico y se hace necesaria una


deconstrucción para poder redefinir términos y funciones que
incluyan no solo nuevas formas de parentalidad, sino la revisión
de los impasses clínicos que pueden producirse en las formas
clásicas de la familia nuclear si no se tiene en cuenta la necesaria
relectura de ciertos conceptos soldados a ideologías que merecen
ser superadas.
En las legalidades vigentes, indudablemente es menos conflictivo
pensar en la clásica familia nuclear y las interpretaciones
tradicionales: la madre pulsional y "devoradora" y el padre
simbólico que ejerce un corte en la díada fusional. Sin embargo,
consideramos que si separamos las funciones simbólicas de términos
que ya no se pueden aplicar
Leticia Glocer
188 Fiorini

legítimamente, podremos pensar más libremente acerca de


padres madres y sus funciones. Por otra parte, esto no implica la
exclusión de los padres o las funciones que pueden cumplir. Por
el contrario, supone una expansión del rol de los padres tanto en
sus funciones simbólicas como de cuidados.
Señalaba Tort (2005) que existe el riesgo de que el psicoanálisis
encarne la nostalgia del patriarcado. Consideramos que esto tiene
que ver con las soldaduras y encadenamientos de conceptos tratados
como fundamentos universales que consideramos necesario
deconstruir en pos de nuevas construcciones. De lo contrario, existe
el riesgo de reificar lo simbólico en cuanto propio de un Padre. Las
idealizaciones están en juego.
Prosigue este autor subrayando que la especificidad de la
función paterna solo se podrá establecer cuando se constituyan
relaciones no jerárquicas entre los sexos.
A nuestro criterio, las relaciones no jerárquicas entre los sexos
no anulan la diferencia, pero impiden que se cosifique en relaciones
de poder-dominio y en atribuciones fijas sobre las funciones
simbólicas.
Finalmente, el devenir-sujeto requiere otros puntos de partida
para pensar la producción subjetiva, que permitan generar espacios
en los que la ley no se lea como una abstracción estructural sino en
el contexto de una historización necesaria.
Conclusiones y aperturas
La diferencia sexual y la lógica
de la complejidad

El objetivo que nos habíamos planteado en este libro era


abordar los puntos ciegos y aporías en relación con la noción de
diferencia sexual en el campo psicoanalítico. El punto de partida
fueron los desafíos teóricos y clínicos que se presentan tanto
desde las llamadas diversidades sexuales como desde los
cambios que se constatan en las posiciones y experiencias de
mujeres y hombres en el mundo contemporáneo.
Hemos enfocado este estudio como un análisis de borde, con
un abordaje intradisciplinario e interdisciplinario que implicó
establecer relaciones imprescindibles con el concepto de
diferencia, tanto desde las distintas teorías en el interior del
campo psicoanalítico como desde otras disciplinas en el marco
de los discursos sociales y culturales vigentes.
Para abordar esos fines nos habíamos propuesto un análisis
genealógico y una deconstrucción de la categoría "diferencia sexual"
en psicoanálisis así como la iluminación de las lógicas que la
sostienen y los debates en juego al respecto. En esto está implícito
que las deconstrucciones son necesarias cuando se plantean
problemáticas que no se pueden resolver dentro de las coordenadas
de un marco teórico dado y que esto puede eventualmente conducir a
nuevas construcciones en un proceso de movimiento constante.
En nuestro desarrollo hemos analizado los desafíos al concepto
de diferencia sexual que provienen del campo de las diversidades
sexuales y de género, de las cada vez más difundidas nuevas, y no
tan nuevas, 192

configuraciones familiares, así como de los cambios en la


posición femenina que se constatan desde las últimas décadas,
todos ellos como presentaciones que impulsan una revisión de
ese concepto en psicoanálisis. Hemos puntualizado también, que
Leticia Glocer Fiorini

la forma en que se piense la diferencia sexual y las


conceptualizaciones atinentes a lo masculino y lo femenino
tienen implicancias sobre hombres y mujeres concretos así como
sobre la categorización de las parejas no convencionales —desde
el punto de vista de la sexualidad y el género— y sobre los
procesos de subjetivación de sus eventuales hijos. En este último
caso, la posición que se adopte puede implicar localizarlos en un
"fuera de Io simbólico", o no.
Esto supone que nos encontramos en el trabajo clínico con la
problemática de la diferencia sexual, tal cual se presenta en las
sociedades contemporáneas. Como subrayamos, hay elementos a
revisitar en las concepciones sobre la diferencia, en el amplio
sentido de la palabra. Para ello, en nuestro itinerario hemos tratado
de iluminar las contradicciones y paradojas que acompañan a la
categoría "diferencia sexual", noción cara al campo psicoanalítico.
Partir de los obstáculos e impasses acerca de la diferencia sexual es
uno de los caminos que hemos elegido.
Hemos revisado las problemáticas que surgen de la propuesta
freudiana sobre la diferencia sexual analizando la travesía edípica
en niñas y varones. Para el varón, la resolución edípica se produce a
través de la angustia de castración frente a la diferencia sexual que,
si es resuelta, conduce a una salida exogámica. Para la niña, Freud
(1925) mostró tres caminos posibles: la histeria o frigidez, el
complejo de masculinidad y la maternidad como meta prínceps.
Solamente esta última indicaba una resolución lograda del complejo
de Edipo. Quedó así desmentida una sexualidad femenina no
materna y no histérica. Esas salidas, que excluyen una sublimación
lograda para la mujer ya que, si se produce, para Freud siempre será
una expresión de masculinidad, reiteran la dicotomía clásica
masculino-femenino, hombremujer y la ubicación de lo femenino y
lo materno en el lugar de la naturaleza y de las emociones.
Si bien en la obra freudiana hay otras vertientes, como ya lo
mencionamos, Freud nunca renuncia totalmente a homologar lo
masculino con el sujeto, y lo femenino con el objeto de deseo y
de conocimiento así como con la otredad. Se trata de una
lógica dualística que es también una lógica de poder. De esta
manera, cuando la otredad está localizada en la mujer o bien en
las diversidades sexuales y de género, el tema se complejiza.
La diferencia sexual en debate
193

Sin embargo, los textos freudianos son multicéntricos. Y


aparecen, en una lectura cuidadosa, otras formas de pensamiento
que exceden el pensamiento dualístico, binario. Recordemos las
series complementarias en las que se analizan los procesos de
subjetivación desde tres variables (lo constitucional, lo infantil, lo
accidental). Y recordemos nuevamente sus reflexiones y
conclusiones en un caso de homosexualidad femenina (Freud,
1920). Puntualiza que no es misión del psicoanálisis "curar" la
homosexualidad sino, en todo caso, analizar sus determinaciones.
Concluye este artículo con la propuesta de pensar los procesos de
subjetivación sexuada a partir del interjuego de tres órdenes de
determinaciones, que mencionaremos a continuación. Esta
postulación avanza sobre el pensamiento binario y propone un
pensamiento triádico.
En síntesis, encontramos en los textos freudianos dos líneas que
se pueden extraer de su obra para pensar los procesos de
subjetivación sexuada:

1. La resolución edípica que conduce a ubicar al sujeto en una


posición masculina o femenina a través de una salida
heterosexual, acentuando así una polaridad binaria,
dicotómica.
2. Una propuesta tripartita que, como hemos señalado, aborda en
"Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad
femenina" (Freud, 1920) en la que la construcción subjetiva
se produce teniendo en cuenta tres variables: los caracteres
sexuales somáticos, los caracteres sexuales psíquicos (actitud
masculina o femenina) y el tipo de elección de objeto
(homosexual o heterosexual), en sus diferentes
combinaciones. Es decir, que esas variables pueden entrar en
distintos tipos de relaciones y no necesariamente coincidir
entre sí.

A nuestro juicio, esta última línea merece desarrollarse y


ampliarse ya que excede al pensamiento dualístico frente a las
ambigüedades e incertidumbres de los itinerarios de la sexualidad.
Indudablemente las dos líneas de pensamiento (binario y triádico)
coexisten, a nuestro juicio, en la obra freudiana y vamos a retomar y
profundizar la segunda en nuestras conclusiones.
Otros autores, como Winnicott (1966) y Lacan (1972-1973),
avanzan sobre las dicotomías expuestas y, desde distintas
La diferencia sexual en debate
perspectivas, desarticulan lo femenino de la mujer y lo masculino
del hombre.
Sin embargo, especialmente en este último autor, la propuesta
sigue siendo dualística y lo femenino y las mujeres aparecen con
un
194 Leticia Glocer Fiorini

trasfondo vinculado al concepto de castración —aun diferenciando


lo imaginario de lo simbólico—, de carencia, de ausencia de
significante, de "poseedoras" de un goce femenino por fuera de lo
simbólico, entre otras conceptualizaciones.
La hipótesis central de nuestro trabajo es que el pensamiento
binario funciona como un límite frente a los desafíos que se
presentan para pensar la diferencia sexual en el amplio campo de
las diferencias. Esta hipótesis central se conecta con otras hipótesis
secundarias que se fueron desarrollando en el curso de este estudio.
Entre ellas: que el orden fálico no abarca la complejidad de la
noción de diferencia sexual y que existen homologaciones que es
necesario desarticular entre los pares masculino-femenino, fálico-
castrado, presencia-ausencia, naturaleza-cultura, racional-
emocional.

Primera proposición
Nuestra primera proposición espensarla categoría
"diferenciasexual" con otras lógicas, más allá de la lógica binaria.
Para ello abordamos los procesos de subjetivación sexuada en
forma triádica, con sostén en el paradigma de la complejidad
(Glocer Fiorini, 1994, 2001a, 2007a).
El concepto de diferencia sexual tiene una vertiente imaginaria
que se expresa en las teorías sexuales infantiles (y adultas), pero
remite también a aspectos simbolizantes.
Como ya hemos señalado, la oposición fálico-castrado es una
construcción imaginaria que describe las propuestas de Freud
sobre las teorías sexuales infantiles frente al descubrimiento de la
diferencia sexual. El concepto de fase fálica expresa la polaridad
presenciaausencia tal como la describe Freud (1909) desde el
punto de vista del niño varón, angustia de castración mediante.
Pero, si a esta oposición se le otorga significación y se la
homologa con la polaridad masculino-femenino, tal como
ocurre con las teorías sexuales infantiles, se produce un
deslizamiento cuyas determinaciones y consecuencias es
necesario desplegar.
En este aspecto, diferenciamos también entre la fase fálica
freudiana y el denominado orden fálico que responde a un
195 Leticia Glocer Fiorini
i
universo s gnificante en el que el falo sería el significante amo
(Lacan, 1966). (Cf• capítulo 14).
La diferencia sexual en debate
195

Segunda proposición
Puntualizamos que en nuestros desarrollos, y esto forma parte de
nuestra proposición, la diferencia no es abarcada exclusivamente por
el orden fálico. Justamente, nuestra perspectiva conduce
inevitablemente a pensar la diferencia sexual más allá de los
binarismos clásicos. Esto no significa eliminar las polaridades
binarias pero sí buscar intersecciones, interfaces, que permitan
categorizar la diferencia con elementos propios del paradigma de la
complejidad.

Binarismos
Se configuran saberes y nociones sustanciales, esenciales, acerca
de la diferencia sexual. Se constituyen problemáticas en el plano del
pensamiento que es necesario desarticular: las analogías, las
dicotomías fijas, las homologaciones, los sistemas y estructuras
cerrados.
Por eso, habíamos postulado recurrir a otras lógicas para
pensar las mismas cuestiones y poder avanzar sobre sus
contradicciones y problemáticas.
Están en juego los binarismos: sujeto-objeto, sujeto-otro,
fálicocastrado. Como ya señalamos, una de las
problemáticasfundamentales es la homologación de esas
polaridades al par masculino-femenino. A partir de aquí es que
proponemos descentrar los binarismos cerrados para poder
desarticular estas equiparaciones automáticas a lo masculino y lo
femenino.
El análisis de sus genealogías implica poder sobrepasar la
lógica de las dicotomías excluyentes buscando "líneas de fuga"
(Deleuze, 1995) entre ellas, en un devenir que genere otro tipo de
diferencias y que permita exceder las posiciones sustanciales sobre
lo masculino y lo femenino.
Esto desmarca los lugares fijos, tanto para Io masculino como
lo femenino, y permite categorizar de otra manera los fenómenos
de subjetivación en ambos sexos, abarcando distintos itinerarios
del deseo.
Se trata de entender las subjetividades en movimiento, en
devenir. En estos movimientos se cuestiona también un cierto
confort del saber que se adhiere a las posiciones fijas, ya
conocidas.
La diferencia sexual en debate
Esta deconstrucción de las dicotomías binarias, si bien no las
elimina ya que son parte del lenguaje, crea las condiciones para ir
más allá de las equiparaciones clásicas: sujeto-masculino, objeto-
femenino, mujermadre. Por otra parte, el incorporar otro modo de
pensar el concepto de diferencia permite también desarticular la
equiparación automática
198 Leticia Glocer Fiorini

de homosexualidad con perversión. Puede también generar otra


opción para entender los procesos de subjetivación sexuada en los
hijos de parejas no convencionales desde el punto de vista de la
sexualidad o el género, sin reducirlos a un plano de abyección, a un
fuera de lo simbólico.
En síntesis, si retornamos a nuestra hipótesis sobre los puntos
ciegos que hemos señalado en relación con el concepto de
diferencia sexual en psicoanálisis, postulamos que están apoyados
en operaciones binarias de pensamiento. Por ello reiteramos la
necesidad de recurrir a otras lógicas, otros modelos de pensamiento
sustentados, como ya mencionamos, en el paradigma de la
complejidad (Morin, 1990; Prigogine, 1988) y en el pensamiento en
intersecciones (Deleuze y Guattari, 1980), (Trías, 1991), que
permitan dar cuenta en forma más aproximada de algunos
callejones sin salida atinentes a los procesos de subjetivación
sexuada en la contemporaneidad. Se trata de ir más allá de los
dualismos sin anularlos, pero incluyéndolos en complejidades
mayores.
En este contexto, nuestra propuesta fue tomar en cuenta las
diferentes significaciones de la categoría "diferencia", que
hacen a las diferencias entre sujetos así como a la diferencia en
el plano intrapsíquico. Y analizar de qué forma se interpretan,
de acuerdo a qué criterios, y cuál es la universalidad o
contingencia de las mismas.
A partir de •esta propuesta se avanzó aún más, ¿es la diferencia
sexual una noción dependiente de cambios históricos o sociales? O,
en el otro polo ¿sería una referencia a lo Real lacaniano, a lo no
simbolizable; y, en este sentido, un concepto que alude a un más
allá de 10 simbólico o, como señalan algunos autores, a un límite a
lo simbólico? (ZiŽek, 2003; Laciau, 2003.)
La cuestión de la diferencia sexual adquiere mayor densidad
si consideramos que se trata de una categoría que escapa a
cualquier posibilidad de simbolización totalizante, aunque su
vertiente imaginaria hace puente con efectos simbólicos.
Entonces, si aceptamos que la diferencia sexual no puede ser
completamente simbolizada' justamente esto hace que los
efectos de historización entren a jugar' fundamentalmente en las
narrativas con distintas significaciones que se le adjudican. Esto
199 Leticia Glocer Fiorini
implica considerar hasta qué punto responde al concepto de lo
Real y hasta dónde al de historización.
A nuestro juicio, si bien hay un aspecto no simbolizable en la
diferencia, lo enigmático que equívocamente se atribuye a Io
femenina también sostenemos que los discursos vigentes en cada
época marcan distintas significaciones y distintos límites, que nunca
son fijos, entre los aspectos simbolizables y no simbolizables de la
diferencia.
La diferencia sexual en debate 200

En nuestros desarrollos entendemos que los conceptos que


estructuran las teorías no son independientes de lo decible y
pensable en cada época (Angenot, 2010).

Tercera proposición
En este marco, nuestra perspectiva es pensar la diferencia como
una categoría sujeta a formalizaciones que, a nuestro juicio, son
historizables. Tenemos en cuenta que los movimientos de la cultura
responden a una lentitud, propia de ciclos inerciales, que provoca el
efecto imaginario de lo eterno e inmutable. Esto se diferencia de los
efectos de lo epocal, cuyos movimientos son registrados y
visibilizados más claramente en cada momento histórico.
Indudablemente, está en juego el debate estructura-historia. En
este caso, pensamos el concepto de estructura en una forma
ampliada y diacrónica (Sartre, 1963) constituida desde normas,
exclusiones y forclusiones (Butler, 2002) y nos alejamos de su
conceptualización como inmutable y eterna. El acontecimiento y
el azar son parte imprescindible de esta propuesta y esto se opone
a una posición sustancial sobre la diferencia.
Es necesario también ubicar las concepciones sobre la
diferencia sexual entre lo universal y lo particular, entre lo
universal y lo contingente. Nuestra perspectiva va más allá del
intento de localizar lo universal en relación con lo masculino y lo
contingente con respecto a lo femenino respectivamente, aun
considerando que como "principios" sean independientes de
hombres y mujeres concretos.

Diferencias
Nuestra propuesta se enmarca en la convicción de que la
diferencia sexual es un concepto de borde y que si se considerara
en forma segmentada en cada campo disciplinario y teórico en
particular, quedarían excluidas las determinaciones de los otros
campos.

a) Si tomamos la diferencia sexual, en un sentido


freudiano, recalamos en las teorías sexuales
infantiles sustentadas en el eje fálico-castrado. Pero,
si nos detenemos aquí esto excluye, por un lado, una
La diferencia sexual en debate 201
aproximación genealógica que analice la
categorización de lo visible y lo invisible así como
de los poderes ligados al establecimiento de estas
categorías. Por el otro, excluye
202 Leticia Glocer Fiorini

la diferencia de géneros, masculino y femenino, y sus fantas_


máticas. Estos son reconocidos y nominados al nacer, son de
carácter imaginario pero con fuertes efectos simbolizantes
que entran a jugar con el campo de la sexualidad
determinando diferentes formas de subjetivación y diferentes
conflictos.
b) Si consideramos exclusivamente la diferencia de géneros,
estamos en el campo de los ideales sobre lo masculino y lo
femenino, pero lateralizando la potencialidad del campo del
deseo y sus relaciones con el género asignado, excluyendo a
la vez sus eventualmente conflictivas relaciones con los
cuerpos que la sustentan.
c) Si nos circunscribimos solamente a la diferencia anatómica
excluimos sus consecuencias psíquicas y, fundamentalmente,
los juicios que determinan los criterios que la sostienen y que
también son historizables.

A la vez, el reconocimiento de la(s) diferencia(s) es parte


fundamental del acceso a un universo simbólico. Pero, como ya
señalamos, la diferencia excede la noción de diferencia sexual, ya
que hay otros planos en que se presenta.
Al nacer, somos asignados como varones o niñas, salvo casos
especiales. Esto es un imperativo de las legalidades vigentes y es
una asignación sustentada en la anatomía sexuada y su
interpretación. La inserción en un contexto de lazos sociales, en la
cultura, así como las variabilidades del empuje pulsional-sexual
hacen que se afirme, pierda o cuestione esa identificación (ser
identificado) o posición inicial. En otras palabras, esa identidad
inicial puede difuminarse, consolidarse o complejizarse en un
multideterminado trayecto fantasmático, identificatorio y deseante,
que implicará o no el acceso a la diferencia en todos sus niveles.
En este contexto, la diferencia sexual trasciende tanto a la
diferencia anatómica como al dualismo fálico-castrado y pasa a
formar parte de un sistema complejo de relaciones y diferencias.
Esto implica distinguir entre la diferencia sexual propia de las
teorías sexuales infantiles y las diferencias simbólicas que se pueden
generar en el cruce de los conjuntos ya mencionados.
Por otra parte, el conocimiento de la identidad de género
puede ser simultáneo con el desconocimiento de la diferencia
La diferencia sexual en debate 203

sexual. En este marco, hemos enfatizado la dependencia de estas


categorías de los discursos sociales vigentes.
A partir de aquí, nuestra perspectiva es efectuar distinciones entre
la diferencia de los sexos en el campo de la sexualidad y la diferencia
de géneros en el dominio de la diversidad de ideales
identificatorios. En ambos casos, con sus contradicciones y puntos
ciegos.
Si retomamos nuestra propuesta sobre el pensamiento triádico,
postulamos un interjuego entre la diferencia sexual y la diferencia
de géneros que se produce en el marco de una heterogeneidad
anatómica. Es decir, que los cuerpos (reconocidos y asignados al
nacer en el campo de lo femenino o lo masculino por un
imperativo cultural), los ideales de género (transmitidos a través
del inconsciente parental y de los otros de la cultura) y las
fantasmáticas deseantes en el campo de la diferencia sexual (por
ejemplo, las teorías sexuales infantiles y adultas) entran en
relación. Su articulación y/o colisión, simultáneas o no, generan
subjetividad sexuada (Glocer Fiorini, 1994, 2001a, 20101)).
Consideramos que la subjetividad sexuada se construye en la
intersección de las categorías mencionadas. Estas categorías son
heterogéneas entre sí y, a la vez, son indisociables de las
significaciones asignadas por los discursos imperantes. No hay una
armonía concordante entre ellas y por ello los procesos de
subjetivación sexuada se constituyan en tensión. La articulación o
colisión entre estos campos producirá fenómenos de subjetivación.
La forma en que se relacionan generará grados de simbolización y
conflictos variados en relación con la identidad sexual y las
cartografías del deseo. Indudablemente, estos conflictos estarán en
relación con las concordancias o discordancias eventuales frente a las
legalidades de la cultura.
Se hace necesario tener en cuenta con relación a la
heterogeneidad anatómica de los cuerpos sexuados que la naturaleza
siempre es interpretada, por lo que ya no es más natural. Con
respecto a la distinción de géneros debemos puntualizar que están en
relación con pluralidades identificatorias, relacionadas con el deseo
de los padres y su proyecto identificatorio para con el hijo. Y, en
relación con la diferencia psicosexual hay que enfatizar que apunta
al campo del deseo, que descentra y excede por definición las
dicotomías binarias excluyentes.
204 Leticia Glocer Fiorini

La propuesta, entonces, es pensar los procesos de subjetivación a


partir de las intersecciones de estos conjuntos, en concordancia o
coliSión. Se trata de un esquema ternario en el que la
psicosexualidad descentra el dualismo sexo anatómico/género
cultural.
En este sentido, asumir una subjetividad sexuada va a depender
de cómo se tramiten los procesos de simbolización sobre la base de
continuidades y discontinuidades entre estas categorías. Esta
concepción triádica desarticula la polaridad sujeto=masculino y
Objeto=femenino=otro. Implica también reconocer que en cada sujeto
hay un otro así como que el otro es también sujeto. Supone establecer
pasajes en un sistema abierto: del objeto de deseo al otro diferente o
radicalmente otro, pero también del otro a la posición de sujeto. En
estos movimientos en los que ambos, sujeto-otro y otro-sujeto son
intercambiables, lo femenino puede dejar de estar indisolublemente
homologado a lo otro y las metateorías que sostienen las teorías sobre
la diferencia sexual podrán, eventualmente, modificarse. Esto también
tiene consecuencias en las conceptualizaciones sobre la
homosexualidad así como sobre las diversidades sexuales y de género
en general, cuando son homologados a lo otro o a lo fuera de lo
simbólico.
En el contexto de este trabajo hemos tomado un concepto
ampliado de la diferencia, que abarca la diferencia psicosexual (en el
plano del deseo y la elección de objeto), la diferencia o diversidad
de ideales de género y la diferencia anatómica (cuyo estatus siempre
es una interpretación). Luego las relacionaremos con otras
categorías sobre la diferencia.

Campo de intersecciones
Los procesos de subjetivación están vinculados a la producción y
reconocimiento de estos planos de diferencias, siempre que tengan
efectos simbólicos.
Se trata de tres tipos de diferencias. Estos tres conjuntos no son
autónomos de los códigos lingüísticos, discursivos, sociales e
ideales que determinan la configuración de una posición sexuada y
una identidad de género, con sus eventuales discordancias. Por otra
parte, se dirimen en la intersección de planos imaginarios y
simbólicos con zonas de difícil representación psíquica y con
La diferencia sexual en debate 205

vertientes no simbolizables. Para Deleuze (1968), el concepto de


diferencia pone en cuestión los límites de la representación.
Colocamos a la diferencia psicosexual en relación con la
diferencia sexual anatómica y la diferencia o diversidad de géneros,
ya que entendemos que en esa (no) relación se generarán eventuales
problemáticas clínicas y conflictos en el campo de la subjetivación
sexuada (heterosexualidad y homosexualidad, transexualismo,
travestismo, transgénero, entre otras presentaciones).
Insistimos en remarcar la necesidad de distinguir entre
diferencia de géneros y diferencia sexual. Corresponden a
realidades y fantasmáticas heterogéneas, que pueden o no
concordar.
Diferencia
anatómica
(siempre
significada) (Identificaciones)

Diferencia
de ideales de
género

Diferencia
psicosexual
(campo del deseo)

Remarcamos también lo inconducente de trabajar con


nociones estrictas sobre lo masculino y lo femenino ya que no
son conceptos que el campo psicoanalítico pueda abarcar.
Sabemos que son cambiantes, tanto desde el punto de vista
individual como en distintas culturas y subculturas.
206 Leticia Glocer Fiorini

Cuarta proposición
En la perspectiva planteada y de acuerdo al trayecto recorrido en
esta investigación, nuestra cuarta proposición es trabajar sobre la
noción de diferencia no solo en todas las vertientes posibles
atinentes al psicoanálisis, sino también en sus relaciones
transdisciplinarias y transculturales.
En este contexto, y si tomamos los diferentes planos en que se
expresa la diferencia, constatamos que cada plano constituye un
conjunto y que la relación entre esos conjuntos, sus oposiciones y
superposiciones, expresarán distintas problemáticas en la
constitución del sujeto. Se trata de una conceptualización
abarcativa, en tensión y no necesariamente articulable, que permite
acercarnos al gráfico propuesto anteriormente.
La relación entre esos conjuntos es particular para cada sujeto,
pero también hay elementos generalizables. La diferencia sexual
está inmersa en esas relaciones, y sus ambigüedades, articulaciones
y choques hacen impacto en la subjetividad, a la vez que descentran
una fijeza inamovible sobre lo masculino y lo femenino.
Esto implica que no habría una diferencia simbólica como
una categoría trascendente y sustancial. Se trata de una
afirmación que se apoya en nuestra propuesta de que la
diferencia es una noción en complejidad, que se juega en
diferentes planos y categorías y que presenta ambigüedades e
indefiniciones que también es necesario transitar.
En este punto se presenta otra cuestión que proviene del
campo de la filosofía y la lingüística, pero que penetra en el
campo psicoanalítico. La diferencia en el campo lingüístico, el
corrimiento de significantes generando diferencias, ¿qué
relación tienen con la diferencia sexual?
Con esta inclusión se agrega un conjunto más para pensar en
los cruces entre estas variables en relación con los procesos de
subjetivación.
Además, ¿es el horizonte de una falta fundacional lo que genera
diferencia? O, por el contrario, como señala Deleuze (1968), ¿es
necesario positivizar la diferencia? ¿La diferencia se construye
sobre un fondo de ausencia o de presencia? O, ¿ambos coexisten?
La diferencia sexual en debate 207

Quinta proposición
Nuestra quinta proposición es que la "falta", común a todo
sujeto, solo se establece sobre un fondo de presencia. Y que, en este
sentido, el in terjuego presencia-ausencia es indisociable y no
responde a una causa última localizada en la carencia.
Si ahora retornamos a nuestras propuestas sobre la noción de
sujeto, recordemos el planteo de abordar concepciones
alternativas del sujeto (unitario, escindido y fragmentado).
Habíamos sugerido que era necesario un trabajo de
construcciones para el sujeto fragmentado y de deconstrucciones
para el sujeto unitario. Esta propuesta podemos utilizarla en el
campo de las diferencias.
En los conjuntos propuestos para categorizar la diferencia se
puede trabajar con procesos de construcción y deconstrucción,
de síntesis y de análisis. La deconstrucción podrá descentrarse de
un sujeto
La diferencia sexual en debate 208

de conocimiento que tradicionalmente fue homologado a la


posición masculina, y generar nuevas síntesis, siempre
transitorias, que encontrarán eventualmente un tope en
deconstrucciones posteriores. Esto permitirá también
desarticular la homologación carencia-objeto de deseo-enigma
para lo femenino.
La propuesta es arribar a zonas de pasajes. Se hace necesario:

• Un pasaje por la deconstrucción para acceder a


construcciones complejas.
• Por los binarismos para arribar a lógicas de la intersección.
• Por las homologaciones para llegar a necesarios
descentramientos.
• Por las configuraciones complejas para situar subjetividades
singulares.

La diferencia es un concepto de encrucijada


La diferencia atañe también al concepto de temporalidad. Para
Green (1975, 2000), el tiempo que regula los intercambios entre
el niño y la madre cuando son separados no es de uno ni de otro,
sino que es el tiempo de la diferencia fantasmática, tiempo
transicional.
Pero, la diferencia es, asimismo, un concepto filosófico. Para
Heidegger (1957) es distinción, divergencia, es lo contrario al ser en
cuanto categoría totalizante. De aquí surgen líneas que acentúan la
diferencia en el plano del corrimiento significante (Lacan, 1966).
Por su parte, Derrida (1987) sostiene el concepto de différance,
término polisémico que se sostiene en un juego de palabras entre
diferenciar y diferir, alusivas a la condición primera del
funcionamiento del lenguaje y el pensamiento. Los significados son
atribuidos al juego de diferenciar-diferir de los significantes. Lyotard
(1983) propuso el concepto de "diferendo" como disputa entre, por
lo menos, dos partes que operan juegos de lenguaje radicalmente
heterogéneos, de tal manera que no se puede alcanzar ningún
consenso sobre principios o reglas que establezcan como se puede
dirimir la disputa. Para Deleuze (1968) la diferencia es repetición
dinámica y la distingue de la repetición estática. Sigue líneas de
pensamiento que proceden de Kierkegaard y fundamentalmente de
La diferencia sexual en debate 209
Nietzsche. En este marco se inscribe el concepto de lo dionisíaco
frente a lo apolíneo: el caos, la intoxicación frente a las formas
organizadas. También alude a que en el eterno retorno hay repetición
y en el seno de la repetición se marca diferencia. Ya sea que se
considere que en la repetición está incluida la diferencia o que se
C0nsideren dos tipos de repetición, estática y dinámica, no hay una
210 Leticia Glocer Fiorini
diacronía, un antes y un después, sino una coexistencia de estas
categorías. Además, desde un concepto de repetición puro no se
explica la diferencia. Pero depende de sus intérpretes si se acentúa
más la categoría repetición o diferencia. A nuestro juicio, es la
diferencia, en la intersección de sus múltiples planos y
significaciones, la que marca el camino de los procesos de
subjetivación.

Sexta proposición
Nuestra sexta proposición es, entonces, que el concepto de
diferencia excede al de diferencia sexual. Su polisemia: la
diferencia en el plano lingüístico, la diferencia heideggeriana como
distinción, la différance derridiana, el diferendo (Lyotard), la
diferencia en la repetición en un sentido deleuziano comoflujos en
devenir, la diferencia como alteridad radical, hacen a los múltiples
planos en que puede ser analizada y que entran en relaciones,
concordantes o contradictorias, con las diferencias de género y
psicosexuales, imaginarias y simbólicas, en los procesos de
subjetivación sexuada. Todas estas variables configuran un campo
en el que siempre queda un "casillero vacío".
En nuestro trayecto consideramos que la cuestión no es anular
la noción de diferencia sexual sino sostenerla como tal, en tensión,
en complejidad, en sus múltiples planos, con sus limitaciones y
contradicciones, con sus aspectos no simbolizables, sin desviarla
ni localizarla en uno de sus términos: lo femenino como el enigma.
No es tampoco desconocer lo enigmático de la existencia, sino no
derivar el enigma a lo femenino. El enigma es mucho más y
apunta a otros órdenes. Ubicarlo en lo femenino se apoya en la
necesidad de sortear incertidumbres y angustias ligadas a la
diferencia.
Por otra parte, tanto la homosexualidad como las diversidades
sexuales y de género apuntan a repensar esa noción radical de la
diferencia sexual que se sostiene en las dicotomías fijas,
masculino-femenino, como condición de inserción en un universo
simbólico de lazos sociales.
La diferencia sexual en debate 211

Reconocimiento
Diferencia
Diferencia
linguistica
simbólica

Diferencia Diferenciadiscursiva imaginaria


Diferencia como Diferenciadistinción psicosexual

Diferencia Différance anatómica

del otro Diferencia en


la repetición
Subjetivación sexuada. Reflexiones
En el itinerario que hemos recorrido hemos comenzado
planteando que uno de los mayores desafíos para el
psicoanálisis en las primeras décadas del siglo XXI es
La diferencia sexual en debate 212

adentrarse en las epistemologías y lógicas en juego en el


campo de la sexualidad y los géneros. Para ello, nos
propusimos enfocar problemáticas referidas a la diferencia
sexual y de géneros a partir de categorías psicoanalíticas y
transdisciplinarias.
Hemos postulado que los impasses propios del
pensamiento binario requieren un entrecruzamiento con
epistemologías y lógicas actuales para generar un
descentramiento de las opciones fijas que conducen a
concepciones esencialistas sobre la diferencia sexual. En esas
intersecciones se hace posible iluminar las mismas categorías
generando nuevos efectos de significación.
La diferencia sexual en debate 213
206

De esta manera, consideramos que se pueden pensar los procesos


de subjetivación y sexuación en forma "multicéntrica". El amplio y
plural campo de las identificaciones —incluyendo las
identificaciones de género-, los dominios del deseo y los cuerpos
con sus significaciones, entran a jugar en variadas y múltiples
permutaciones. En esos procesos de intersecciones y oposiciones, la
inserción en un universo simbólico se implica en complejidades
crecientes. Y, si a esto agregamos otras concepciones sobre la
diferencia que también atañen a los procesos de subjetivación,
ampliamos aún más el campo de estudio.
Reiteramos que estas reflexiones pasan por considerar el
psicoanálisis como un sistema abierto, en constante intercambio con el
mundo externo.

a. Específicamente con los otros.


b. Con los discursos y normas de la cultura.
c. Con otras disciplinas.

Implica trabajar, como señalamos, con esquemas tripartitos o


que incluyan más variables, con conjuntos que intersecten y, en
esas intersecciones encontrar líneas de fuga entre los dualismos
que nos permitan trabajar con lo nuevo, con lo que surge en los
espacios-límite, en las fronteras, en las interfaces. Todo esto
implica poder pensar a partir de órdenes heterogéneos que no
siempre llegan a síntesis dialécticas. Supone trabajar con
dualismos y complejidades a la vez. En otras palabras, el
pensamiento complejo excede los dualismos, pero también

los incluye.
Pensar sobre la base de esquemas triádicos o cuaternarios no
implica una sumatoria de categorías ni tampoco arribar, como
hemos subrayado, a una síntesis superadora, sino establecer una
serie de conjuntos que intersectan sin llegar inevitablemente a una
unidad armónica. En las intersecciones, que pueden incluir
concordancias pero también discordancias, se producen
fenómenos de subjetivación sexuada que implicarán acceder a
Leticia Glocer Fiorini
resoluciones simbólicas, más o menos problemáticas, de acuerdo
al grado de conflicto y dolor psíquico de cada sujeto en su
contexto familiar, social y epocal.
Esta coexistencia de lógicas heterogéneas hace a la compleja
relación entre el sexo biológico, el género, las identificaciones y el
deseo• Es fundante de subjetividad y está atravesada por
movimientos edípicos, si se toma el complejo de Edipo en forma
ampliada, transfamiliar, replanteando sus aporías y considerando
sus eventuales efectos

simbólicos, como lo hemos tratado en el capítulo correspondiente.


Estas variables, entonces, se pueden pensar en sus
entrecruzamientos, en las zonas límite que se producen entre ellas.
Recordemos la propuesta de Trías (1991) de que el ser se
constituye en el limes (límite).
Por lo tanto, el sujeto sexuado se constituye en tensión, en la
colisión entre órdenes heterogéneos. Esto apunta, como diría Bajtin
(1978), a una polifonía constitutiva en los procesos de
subjetivación sexuada.
Esta línea de trabajo nos conduce a pensar estos procesos más
allá de las falsas disyuntivas naturaleza-cultura, pulsión-objeto,
mundo interno-mundo externo. Y, especialmente, enfatizamos la
enorme dificultad en llegar a síntesis armónicas en los procesos de
subjetivación en esa relación imposible de unificar: entre los
cuerpos sexuados, las identificaciones plurales y el campo del
deseo y la elección de objeto. Esto implica incluir la polaridad
binaria masculino-femenino, con todas las incertidumbres que
genera, en sistemas de multiplicidades y complejidades mayores.
Supone poner en juego más de dos variables para su comprensión.
Entonces, si volvemos a los procesos de subjetivación sexuada,
que, como dijimos están marcados por incertidumbres y
ambigüedades, vemos que la más que frecuente no concordancia
entre las fantasmáticas bisexuales, las identificaciones plurales, la
contingencia de la elección de objeto y los cuerpos sexuados hacen
que, como señalaba Pontalis (1982, p. 26), frente a la
asignación de una identidad sexual, no nos es demasiado toda
una vida para responder en persona a las respuestas que se
presentaban como ya dadas".

Lógicas y diferencias
La diferencia sexual en debate 215
En nuestro recorrido hemos trabajado con elementos
contradictorios sin eliminar ninguno de sus términos. Hemos
revisado los múltiples niveles en que se juega la diferencia, de los
cuales la diferencia sexual es uno; y hemos enfocado
específicamente la diferencia sexual y de géneros en el campo
psicoanalítico.
Es ineludible atravesar la categoría "diferencia sexual" en la
cultura, los discursos y la clínica, mientras aceptemos que no
corresponde a un hecho natural ni a una esencia inmutable y
rescatemos su complejidad, multivocidad y aspectos metafóricos.
En síntesis, el objetivo propuesto implicó plantear formas
alternativas de pensar la diferencia; abordar esta categoría con otra
lógica que incluya el poder sostener heterogeneidades y
discordancias en tensión, sin resolución inmediata. No hemos
planteado eliminar la

lógica binaria: tarea imposible, ya que atraviesa tanto la cultura


como el lenguaje y es parte de nuestro psiquismo, pero sí aceptar
un interjuego entre la lógica binaria y las lógicas del límite y la
heterogeneidad (plurivalentes y paraconsistentes). Para Deleuze
significa trabajar con conjunciones disyuntivas (Deleuze y Parnet,
1977; Deleuze y Guattari, 1980). Implica atravesar los dualismos,
arribar a síntesis transitorias tanto como a disyunciones, que
sostienen la heterogeneidad de los procesos de subjetivación.
Asimismo, el paradigma de la complejidad permite pensar con
y también más allá de la lógica binaria. Esta posición se distancia
del relativismo y del eclecticismo y apunta a delinear una
problemática analítica —la diferencia— que demanda ser
repensada.
El esquema triádico no es estático, sino que está en constante
devenir, como los procesos de subjetivación. Subjetividad y
diferencia van unidas. En este devenir intervienen distintas tramas
discursivas y culturales, distintos órdenes de terceridad simbólica.
Esto implica, a nuestro juicio, que no hay un orden simbólico,
atemporal e inamovible, sino distintos órdenes simbólicos cuyos
movimientos nos exceden en nuestra temporalidad acotada
(Glocer Fiorini, 2001a, 2007b).
Estos movimientos permiten pensar en otros devenires,
complejos y diferentes; para las posiciones masculina y femenina
así como para las denominadas diversidades sexuales, con distintos
márgenes de conflictividad en relación con las normas vigentes.
Leticia Glocer Fiorini
En este marco, la diferencia sexual y de géneros debería ser
pensada en un contexto de multiplicidades (lógicas, simbólicas y
experienciales) y con un trabajo de deconstrucción y construcción
permanentes. Supone concebir un sujeto en movimiento, en
producción, y un psiquismo abierto, plural, al estilo del magma
psíquico propuesto por Castoriadis (1986). Esto implica que las
teorías y las prácticas también están en transición.
Finalmente, adentrarse en la temática de la diferencia sexual
se relaciona, como señalamos, con los debates sobre las
pluralidades sexuales y de género, así como sobre lo femenino y
lo masculino. En este contexto, en el que la diferencia sexual se
difumina, enfatizamos que también implica introducir otro
elemento ineludible: el concepto de otredad. Para Fraisse (1996)
la alteridad es una categoría irreductible, que se sostiene más allá
de la diferencia sexual. Implica el reconoc imiento de posiciones
subjetivas, alejadas del binarismo sexual.
La problemática de la diferencia sexual apunta a señalar cómo
cada sujeto se apropia de las determinaciones pre y transubjetivas
La diferencia sexual en debate 217

que lo preceden y cómo inscribe simbólicamente la(s)


diferencia(s) en todas sus vertientes en una significación
organizadora. Esta es una operación compleja, siempre
incompleta y problemática, que requiere incluir todos los planos
que hemos considerado sobre la diferencia y que nos conduce a
la necesidad de aceptar lo heterogéneo, lo antagónico, de captar
todas las determinaciones en juego, evitando una posición
tranquilizadora con respecto a saberes establecidos.
Estamos en presencia de dilemas y aporías que impulsan la
necesidad de deconstruir y efectuar un análisis genealógico de la
categoría "diferencia" que eventualmente pueda conducir a nuevas
construcciones no axiomáticas, con efectos en la clínica. Esto
implica atravesar narrativas, metáforas, pero considerar también que
hay "casilleros vacíos" por fuera del campo simbólico.
Iluminar la multiplicidad de nociones sobre la diferencia permite
pensar en el acceso de cada sujeto a la diferencia en forma
compleja. No se trata solamente del acceso a la diferencia sexual
(heterosexual), sino a otros niveles simbólicos de la diferencia así
como reconocer sus aspectos no simbolizables. Esto permite
repensar la clínica en situaciones que no responden a los cánones
tradicionales, clásicos. Se dan, entonces, distintos niveles de
multiplicidades, trabajadas en concordancias y discordancias.
La cuestión es si el sujeto tiene inscripta psíquicamente la
diferencia en todos los planos en que se dirime, es decir, en un
sentido ampliado. Esto va más allá, incluso, de cómo se resuelva la
elección de objeto y apunta al reconocimiento de la alteridad.
En el contexto que hemos trabajado, la diversidad alude a los
itinerarios plurales del deseo y a las identidades cambiantes de
género, que se visibilizan cada vez más en las sociedades
contemporáneas. Por otra parte, la diferencia se refiere a
operaciones simbólicas que se juegan en distintos planos que
interactúan entre sí, en forma complementaria y antagonista a la
vez.
No se trata de invertir los términos y pasar de los dualismos a las
diversidades o de la diferencia a la diversidad. No pensamos en
términos de pasajes entre ambas categorías, sino de una
coexistencia paradojal (Glocer Fiorini, 2001 a). Son categorías que
se implican y desafían mutuamente. Por eso, abordamos los
procesos de subjetivación en base a movimientos recursivos entre
distintos órdenes coexistentes de diversidades y diferencias.
La diferencia sexual en debate 218
Esto implica abrir una comprensión ampliada y proponer
hipótesis alternativas, otras lógicas y formas de pensamiento para
trabajar
La diferencia sexual en debate 219
210

con categorías heterogéneas no sintetizables, que den cuenta de


estos desafíos de la clínica a la teoría, y de la teoría a la clínica.
En estos procesos de subjetivación los discursos y contra-
discursos sociales y el universo cultural marcan ordenamientos
simbólicodiscursivos que tienen efectos en todos los órdenes
mencionados: en los cuerpos, en las identificaciones, en las
fantasmáticas, en la elección de objeto. Como hemos señalado, son
efectos historizables y ponen en juego distintos mecanismos de
terceridades y diferencias. La inserción de un sujeto en un universo
simbólico dependerá de los mecanismos psíquicos en juego y,
también, de lo que el contexto familiar y social acepte en relación
con las terceridades y las diferencias. En esta trama, se producirán
distintos tipos de subjetivación sexuada con diferentes conflictivas.
Para terminar, como hemos destacado, consideramos que las
crisis de referentes simbólicos no siempre son ataques al orden
simbólico, sino que pueden eventualmente ser el punto de partida
de nuevas formas de ordenamiento simbólico.
Entonces, entre el Edipo y el más allá del Edipo; entre la
sexualidad, el sexo y el género; entre la pluralidad de
identificaciones; entre las normas y lo que las excede; entre lo
instituido y lo instituyente: en esas intersecciones la subjetividad
sexuada se constituye en colisión, en un contexto de procesos en
constante devenir, contrario a cualquier posición sustancial sobre el
sujeto.

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