Resumen Adam Smith
Resumen Adam Smith
Resumen Adam Smith
Capítulo 2
Del principio que da lugar a la división del trabajo
Esta división del trabajo, de la que se derivan tantos beneficios, no es el efecto de
ninguna sabiduría humana, que prevea y procure la riqueza general que dicha división
ocasiona. Es la consecuencia necesaria, aunque muy lenta y gradual, de una cierta
propensión de la naturaleza humana, que no persigue tan vastos beneficios; es la
propensión a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra. (p.27)
Aquí no hace diferencia entre división social y división técnica.
Capítulo 3
La división del trabajo está limitada por la extensión del mercado
Así como la capacidad de intercambiar da lugar a la división del trabajo, así la
profundidad de esta división debe estar siempre limitada por la extensión de esa
capacidad, o en otras palabras por la extensión del mercado. Cuando el mercado es
muy pequeño, ninguna persona tendrá el estímulo para dedicarse completamente a
una sola
ocupación, por falta de capacidad para intercambiar todo el excedente del producto de
su propio trabajo, por encima de su consumo, por aquellas partes que necesita del
producto del trabajo de otras personas. (p.30)
Capítulo 4
Del origen y uso del dinero
Una vez que la división del trabajo se ha establecido y afianzado, el producto del
trabajo de un hombre apenas puede satisfacer una fracción insignificante de sus
necesidades. Él satisface la mayor parte de ellas mediante el intercambio del excedente
del producto de su trabajo, por encima de su propio consumo, por aquellas partes del
producto del trabajo de otros hombres que él necesita. Cada hombre vive así gracias al
intercambio, o se transforma en alguna medida en un comerciante, y la sociedad
misma llega a ser una verdadera sociedad mercantil. (p.34)
Para realizar el intercambio….En todos los países, sin embargo, los hombres parecen
haber sido impulsados por razones irresistibles a preferir para este objetivo a los
metales por encima de cualquier otra mercancía. Los metales pueden ser no sólo
conservados con menor pérdida que cualquier otra cosa, puesto que casi no hay nada
menos perecedero que ellos, sino que además pueden ser, y sin pérdida, divididos en
un número indeterminado de partes, unas partes que también pueden fundirse de
nuevo en una sola pieza; ninguna otra mercancía igualmente durable posee esta
cualidad, que más que ninguna otra vuelve a los metales particularmente adecuados
para ser instrumentos del comercio y la circulación. (p.35)
La moneda acuñada surge para prevenir metales adulterados o metales cuyo peso era
menor al enunciado para el intercambio
Para prevenir tales abusos, facilitar el intercambio y estimular todas las clases de
industria y comercio, se ha considerado necesario en todos los países que han
progresado de forma apreciable el fijar un sello público sobre cantidades determinadas
de esos metales empleados comúnmente en la compra de bienes. Y ese fue el origen de
la acuñación de moneda y de las oficinas públicas denominadas cecas, instituciones
cuya naturaleza es la misma que las del control de calidad y peso de los tejidos de lana
y de hilo. Todas ellas se dedican a certificar, mediante un sello público, la cantidad y
calidad uniforme de las diferentes mercancías que son traídas al mercado. (p.36)
Para el intercambio las personas naturalmente observan reglas: hay objetos que tienen
valor de uso, utilidad, pero no tienen capacidad de compra de otros objetos o
mercancías. Por eso diferencia valor de uso y valor de cambio. Por ejemplo, el valor de
uso del trabajo doméstico de la madre o el padre, es muy útil para la familia y los hijos,
pero con él no se puede comprar otras mercancías que netamente de mercado, no
tiene hasta ahora valor de cambio.
Capítulo 5
Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en
moneda
Toda persona es rica o pobre según el grado en que pueda disfrutar de las cosas
necesarias, convenientes y agradables de la vida. Pero una vez que la división del
trabajo se ha consolidado, el propio trabajo de cada hombre no podrá proporcionarle
más que una proporción insignificante de esas tres cosas. La mayoría de ellas deberá
obtenerlas del trabajo de otros hombres, y será por tanto rico o pobre según sea la
cantidad de ese trabajo de que pueda disponer o que sea capaz de comprar. Por lo
tanto, el valor de cualquier mercancía, para la persona que la posee y que no pretende
usarla o consumirla sino intercambiarla por otras, es igual a la cantidad de trabajo que
le permite a la persona comprar u ordenar. El trabajo es, así, la medida real del valor
de cambio de todas las mercancías. (p.39)
Ellos contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo que intercambiamos por lo
que suponemos que alberga el valor de una cantidad igual.
Como afirma Hobbes, riqueza es poder. Pero la persona que consigue o hereda una
fortuna, no necesariamente consigue o hereda ningún poder político, sea civil o militar.
Puede que su fortuna le proporcione medios para adquirir ambos, pero la mera
posesión de esa fortuna no proporciona necesariamente ninguno de ellos. Lo que sí
confiere esa fortuna de forma directa e inmediata es poder de compra, un cierto
mando sobre el trabajo, o sobre el producto del trabajo que se halle entonces en el
mercado. Y la fortuna será mayor o menor precisamente en proporción a la amplitud
de ese poder, o a la cantidad del trabajo de otros hombres o, lo que es lo mismo, al
producto del trabajo de otros hombres, que permita comprar o controlar. El valor de
cambio de cualquier cosa debe ser siempre exactamente igual a la extensión de este
poder que confiere a su propietario.
Pero aunque el trabajo es la medida real del valor de cambio de todas las mercancías,
no es la medida con la cual su valor es habitualmente estimado….Y así ocurre que el
valor de cambio de toda mercancía es habitualmente estimado según la cantidad de
dinero que se obtiene por ella, y no según la cantidad de trabajo o de alguna otra
mercancía que se obtiene a cambio de ella. (p.41).
El trabajo establece el precio real y el dinero el precio nominal ya que este último
puede variar su valor pero el trabajo es constante.
Capítulo 6
De las partes que componen el precio de las mercancías
En aquel estado rudo y primitivo de la sociedad que precede tanto a la acumulación del
capital como a la apropiación de la tierra, la proporción entre las cantidades de trabajo
necesarias para adquirir los diversos objetos es la única circunstancia que proporciona
una regla para intercambiarlos. Si en una nación de cazadores, por ejemplo, cuesta
habitualmente el doble de trabajo cazar un castor que un ciervo, un castor debería
naturalmente intercambiarse por, o valer, dos ciervos. Es natural que lo que es el
producto habitual de dos días o dos horas de trabajo valga el doble de lo que
normalmente es el producto de un día o una hora de trabajo. (p. 51)
En ese estado de cosas todo el producto del trabajo pertenece al trabajador, y la
cantidad de trabajo usualmente empleada en conseguir o producir cualquier mercancía
es la única circunstancia que regula la cantidad de trabajo que con ella debería
normalmente poderse comprar o dirigir o intercambiar.
Tan pronto como el capital se haya acumulado en las manos de personas concretas,
algunas de ellas naturalmente lo emplearán en poner a trabajar a gentes laboriosas, a
quienes suministrarán con materiales y medios de subsistencia, para obtener un
beneficio al vender su trabajo o lo que su trabajo incorpore al valor de los materiales.
Al intercambiar la manufactura completa sea por dinero, trabajo, u otros bienes, en
una cantidad superior a lo que costaron los materiales y los salarios de los
trabajadores, algo debe quedar como beneficio del empresario que arriesga en esta
aventura su capital. El valor que los trabajadores añaden a los materiales, entonces, se
divide en este caso en dos partes, una que paga los salarios y la otra que paga el
beneficio del empleador sobre todos los materiales y salarios que adelantó. (p. 51, 52)
Tan pronto como la tierra de cualquier país se ha vuelto completamente propiedad
privada, los terratenientes, como todos los demás hombres, gustan de cosechar donde
nunca han sembrado, y demandan una renta incluso por su producción natural. La
madera del bosque, la hierba del campo, y todos los frutos naturales de la tierra, que
cuando ésta era común costaban al trabajador sólo la molestia de recogerlos, pasan a
tener, incluso para él, un precio adicional. Deberá pagar por el permiso para
recogerlos, y deberá entregar al terrateniente una parte de lo que su trabajo recoge o
produce. Esta parte o, lo que es lo mismo, el precio de esta parte, constituye la renta de
la tierra, y es el tercer componente del precio de la mayor parte de las mercancías.
(p.53)
Como el precio o el valor de cambio de cualquier mercancía particular, tomada por
separado, se divide en una u otras de esas tres partes, o en todas, así ocurre que el
precio de todas las mercancías que componen el producto anual de cualquier país,
tomadas en conjunto, debe resolverse en las mismas tres partes, y distribuirse entre los
diferentes habitantes del país en la forma de salarios de su trabajo, beneficios de su
capital o renta de su tierra. La totalidad de lo que es anualmente recogido o producido
por el trabajo de cualquier sociedad, o lo que es lo mismo, el precio de esa totalidad, se
distribuye así originalmente entre sus diversos miembros. Los salarios, los beneficios y
las rentas son las tres fuentes originales del ingreso tanto como lo son de todo el valor
de cambio. Todo otro ingreso se deriva en última instancia de alguno de ellos. Quien
derive su ingreso de un fondo de su propiedad, debe obtenerlo de su trabajo, o de su
capital o de su renta. El ingreso derivado del trabajo se llama salario. El derivado del
capital, por la persona que lo dirige o emplea, se llama beneficio. El derivado del
capital no por la persona que lo emplea ella misma, sino que lo presta a otro, se llama
interés o uso del dinero. Es la compensación que el prestamista paga al prestatario por
el beneficio que tiene la oportunidad de conseguir mediante el uso del dinero. Una
parte de ese beneficio pertenece naturalmente al prestatario, que corre con el riesgo y
las molestias de emplearlo; y otra parte al prestamista, que le da la oportunidad de
conseguir ese beneficio. El interés del dinero es siempre un ingreso derivado, que si no
es pagado a partir del beneficio conseguido mediante el uso del dinero, debe ser
pagado mediante alguna otra fuente de ingreso, salvo quizás cuando el prestatario es
un despilfarrador que contrae una segunda deuda para pagar el interés de la primera.
(p.55)
Capítulo 7
Del precio natural y del precio de mercado de las mercancías
En toda sociedad existe una tasa corriente de salarios y de beneficios en cada uno de
los empleos distintos del trabajo y del capital. Dicha tasa corriente se regula por el
trabajo. Existe también una tasa de renta, que se regula por las circunstancias
generales de la sociedad donde se encuentre la tierra, y en parte por la fertilidad del
terreno.
Estos niveles corrientes se pueden llamar tasas naturales de los salarios, del beneficio y
de la renta.
Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos que el suficiente para pagar la renta
de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado en obtenerla,
de acuerdo con sus precios corrientes, aquella se vende por lo que se llama precio
natural. Por lo que realmente cuesta.
El precio efectivo a que corrientemente se venden las mercancías es el que se llama
precio de mercado, y puede coincidir con el precio natural o ser superior o inferior a
éste.
El precio del mercado se regula por la cantidad de una mercancía llevada al mercado y
la demanda de quienes están dispuestos a pagar el precio natural del artículo. Estas
personas se denominan compradores efectivos, y su demanda, demanda efectiva, ya
que tiene que ser suficientemente atractiva para que el artículo sea llevado al
mercado.
Capítulo 8
De los salarios del Trabajo
A medida que la tierra se convierte en propiedad privada, el propietario exige una
parte de casi todo el producto que el trabajador pueda levantar, o recoge de ella a
cambio de este pago.
Cuáles son los salarios, depende del contrato hecho generalmente entre empleador y
trabajador, intereses que no son de ninguna manera iguales: los trabajadores desean
conseguir mucho, los empleadores dar lo menos posible.
Un hombre debe vivir siempre de su trabajo, y sus salarios deben por lo menos ser
suficientes para mantenerlo. Deben ser iguales o mayores que sus costos.
Cuando en un país la demanda de trabajadores, oficiales, criados de cada clase, está
aumentando continuamente; cuando cada año se emplea un mayor número de
trabajadores que el año anterior, los trabajadores tienen todas las opciones de
aumentar sus salarios. Así, la escasez de mano de obra ocasiona una competencia
entre los empleadores, que hacen ofertas superiores para conseguir a los escasos
trabajadores, y se rompe así voluntariamente con la combinación natural de
empleadores de pagar lo menos posible.
Cuando un trabajador independiente, tal como un tejedor o un zapatero, obtiene, a
través de su trabajo, suficiente para comprar los materiales y mantenerse, él emplea
naturalmente a uno o más oficiales.
Estas dos acciones de aumento de bienestar individual, lleva al crecimiento a nivel
nacional. Este crecimiento continuo genera a su vez aumento de salarios. Así, este
aumento no se da sólo en los países más ricos, sino en aquellos que crecen
continuamente.
Cada especie de animales se multiplica naturalmente en proporción con los medios de
su subsistencia, y ninguna especie puede multiplicarse siempre más allá de ella. La
recompensa liberal del trabajo, permite proveer mejor a los niños, y por lo tanto tener
un mayor número de ellos, así, se tiende naturalmente a ensanchar y ampliar los
límites de las familias.
La demanda por hombres, como para cualquier otra materia, regula necesariamente la
producción de hombres. La recompensa liberal del trabajo, por lo tanto, al aumentar,
hace que también aumente la población.
Los salarios del trabajo son también el estímulo de la industria, que, como cada otra
calidad humana, mejora en proporción con el estímulo que recibe. Donde están los
más altos salarios, por consiguiente, siempre encontraremos a trabajadores más
activos, diligentes, y expeditivos que en donde están bajos.
En años de abundancia, los trabajadores dejan con frecuencia sus empleadores, y
confían en su subsistencia propia. El precio del trabajo, por lo tanto, se aumenta con
frecuencia en años de bonanza.
En años de escasez, por el contrario, la dificultad y la incertidumbre de la subsistencia,
hacen que toda la gente quiera volver al servicio. Hay más gente deseando el empleo
que la cantidad de gente que puede conseguirlo fácilmente; muchos están dispuestos
a tomarlo por salarios más bajos que el normal, y por esto, éstos se hunden con
frecuencia en estos años.
Capítulo 9
De los beneficios del Capital
Los beneficios dependen del aumento y de la disminución de la riqueza. El aumento
del capital, que hace subir los salarios, propende a disminuir el beneficio.
El beneficio varía de tal modo, que es difícil averiguar cuál es el beneficio promedio de
todos los negocios. Sin embargo, formamos alguna idea de ello por el interés del
dinero. Se sabe que, en cualquier parte donde se hagan grandes utilidades recurriendo
al uso del dinero, se pagara también una buena suma por utilizarlo. Por lo tanto,
cuando el interés en el mercado varía en un país, podemos asegurar que también
varían en él los beneficios ordinarios del capital, bajando si aquél baja y subiendo si
aquél sube.
En una ciudad emprendedora las personas que disponen de grandes capitales para
invertir no pueden conseguir todos los obreros que necesitan, y compiten entre si para
contratar los más posibles; esto hace que aumenten los salarios y disminuyan los
beneficios. En caso contrario, en las regiones donde no existe capital suficiente para
dar empleo a todo el mundo, los obreros en demanda de una ocupación compiten
entre ellos. Esto trae como resultado que bajen los salarios y suban los beneficios del
capital.
La disminución del capital de la sociedad o de los fondos destinados al mantenimiento
de la industria, rebaja los salarios del trabajo e incrementa los beneficios del capital y,
por consiguiente, el interés del dinero. Al bajar los salarios, los propietarios de los
capitales que van quedando en la sociedad, pueden poner sus productos en el
mercado con menos gastos que antes, y como también se utiliza menos capital en el
abastecimiento del mercado, resulta que pueden vender más caros los productos. Sus
mercaderías cuestan menos y las venden por más: con lo cual, y al aumentar los
beneficios por ambos conceptos, pueden ofrecer un interés más alto.
Capítulo 10
De los salarios y los beneficios en los diferentes empleos del trabajo y el capital
Las ventajas y desventajas totales de los diversos empleos del trabajo y el capital en
una misma zona deben o bien ser perfectamente iguales o tender constantemente
hacia la igualdad. Si es un mismo lugar hubiese un empleo evidentemente mucho más
o mucho menos ventajoso que los demás, habría tanta gente que invertiría en él en el
primer caso, o que lo abandonaría en el segundo, que sus ventajas pronto retornarían
al nivel de los demás empleos. Este sería el caso al menos en una sociedad donde se
permitiese que las cosas siguieran su curso natural, donde hubiese total libertad, y
donde cada persona fuese perfectamente libre tanto para elegir la ocupación que
desee como para cambiarla cuantas veces lo juzgue conveniente. El interés de cada
persona lo induciría a buscar el empleo más ventajoso y a rechazar el menos ventajoso.
(p.89)
Desigualdades que derivan de la naturaleza misma de los empleos
Hasta donde he podido observar las principales circunstancias que justifican una
ganancia pecuniaria pequeña en algunos empleos y compensan una grande en otros
son
cinco: primero, si los empleos son agradables o desagradables; segundo, si el
aprenderlos es sencillo y barato o difícil y costoso; tercero, si son permanentes o
temporales; cuarto, si la confianza que debe ser depositada en aquellos que los
ejercitan es grande o pequeña; y quinto, si el éxito en ellos es probable o improbable.
(p.89)
Capítulo 11
De la renta de la tierra
Libro II
DE LA NATURALEZA, ACUMULACIÓN Y EMPLEO
DEL CAPITAL
Capítulo 1
De la división del capital
Hay dos maneras diferentes de asignar el capital para que rinda un ingreso o beneficio
a su inversionista. En primer lugar, puede ser invertido en cultivar, elaborar o comprar
bienes, y venderlos con un beneficio. El capital invertido de esta forma no produce
ingreso ni beneficio alguno a su propietario mientras continúa en su posesión o
conserva su forma. Los bienes del comerciante no le rinden ingreso ni beneficio
mientras no los venda a cambio de dinero, y el dinero tampoco lo hace mientras no es
a su vez intercambiado por bienes. Su capital continuamente sale de sus manos de una
forma y regresa a ellas de otra, y sólo le aporta un beneficio a través de esa circulación,
o intercambios sucesivos. Tales capitales pueden ser denominados, con toda
propiedad, capitales circulantes. En segundo lugar, puede ser invertido en la roturación
de la tierra, en la compra de máquinas útiles e instrumentos de trabajo, o en cosas así
que rindan un ingreso o beneficio sin cambiar de dueño y sin circular. Esos capitales,
entonces, pueden ser apropiadamente llamados capitales fijos. Las distintas
actividades requieren proporciones también muy diferentes entre los capitales fijos y
circulantes invertidos en ellas. El capital de un comerciante, por ejemplo, es por
completo capital circulante. No necesita máquinas ni instrumentos de trabajo, salvo
que se consideren tales su tienda o su almacén. (p. 213)
El capital global de cualquier país o sociedad es el mismo que poseen todos sus
habitantes o miembros y se divide en tres secciones, a) aquel destinado al consumo
que genera gasto, no ingreso (vivienda, vestimenta, comida, etc.) b) el capital fijo para
aumentar la inversión y el beneficio c) el capital circulante (las mercancías producidas
para vender o alquilar, el dinero).
Todo capital fijo se origina en y exige ser permanentemente sostenido por un capital
circulante. Todas las máquinas útiles y los instrumentos de producción derivan
originalmente de un capital circulante, que provee lo materiales con los que están
hechos y la manutención de los trabajadores que los fabrican. Requieren asimismo un
capital del mismo tipo para mantenerlos en buen estado. (p.215)
Capítulo 2
Del dinero, considerado como una rama especial del capital general de la sociedad o
del gasto de mantenimiento del capital nacional
Capítulo 3
De la acumulación del capital, o del trabajo productivo e improductivo
Hay un tipo de trabajo que aumenta el valor del objeto al que se incorpora, y hay otro
tipo que no tiene ese efecto. En tanto produce valor, el primero puede ser llamado
trabajo productivo; y el segundo, trabajo improductivo. El operario industrial añade
generalmente al valor de los materiales con los que trabaja el de su propia
manutención y el del beneficio de su patrono. Por el contrario, la labor de un sirviente
no añade valor a nada. Aunque el obrero industrial recibe su salario del patrono, en
realidad no le cuesta nada, porque el valor de ese salario resulta normalmente
restaurado, junto con un beneficio, en el mayor valor del objeto sobre el que emplea su
trabajo. La manutención de un sirviente, en cambio, nunca es repuesta. Un hombre se
hace rico si contrata a una multitud de obreros, pero se hace pobre si mantiene a una
multitud de sirvientes. El trabajo de estos últimos tiene valor y merece una
remuneración tanto como el de los primeros. Pero el trabajo de un operario industrial
se fija e incorpora en un objeto concreto o mercancía vendible, que perdura por algún
tiempo después de finalizado el trabajo. Representa, por así decirlo, una cierta
cantidad de trabajo acumulada y almacenada para ser empleada, si es necesario, en
otra ocasión. El objeto, o lo que es lo mismo: el precio del objeto puede más tarde, si
resulta necesario, poner en movimiento una cantidad de trabajo igual a la que
originalmente lo produjo. Pero el trabajo de un sirviente, por el contrario, no se fija ni
incorpora en ningún objeto concreto ni mercancía vendible. Normalmente sus servicios
perecen el mismo momento de ser prestados, y rara vez dejan tras de sí rastro o valor
alguno a cambio del cual pueda conseguirse después una cantidad igual de servicios.
(p. 250)
Los trabajadores productivos, los improductivos y los que no trabajan en absoluto, son
todos ellos mantenidos con el producto anual de la tierra y el trabajo del país. Este
producto puede ser muy grande, pero jamás será infinito, siempre tendrá unos límites.
Por eso, según que la proporción destinada cada año a mantener brazos improductivos
sea menor o mayor, quedará para los productivos más en un caso y menos en otro, y el
producto anual del año siguiente será consecuentemente mayor o menor; si
exceptuamos las producciones espontáneas de la tierra, todo el producto anual es el
efecto del trabajo productivo. (251)
Las grandes naciones nunca se empobrecen por el despilfarro y la mala administración
del sector privado, aunque a veces sí por el derroche y la mala gestión del sector
público. Todo o casi todo el ingreso público en la mayoría de los países se dedica a
mantener trabajadores improductivos. Así son los que componen una corte espléndida,
un amplio cuerpo eclesiástico, grandes flotas y ejércitos, que nada producen en
tiempos de paz, y que en tiempos de guerra nada consiguen que pueda compensar el
coste de mantenerlos, ni siquiera mientras dura la guerra. Como esa gente no produce
nada, vive sólo del producto del trabajo de otras personas. Si se multiplican en un
número innecesario, puede que en un año concreto consuman una cuota tan abultada
de ese producto que no dejen lo suficiente para mantener a los trabajadores
productivos que deben reproducirlo el año siguiente. El producto del año siguiente, en
tal caso, será inferior al del año anterior, y si el mismo desorden prosigue, el del tercer
año será inferior al del segundo. Esos brazos improductivos, que deberían ser
sostenidos sólo por una parte del excedente del ingreso del pueblo, pueden llegar a
consumir una parte enorme del ingreso total, y obligar así a un número tan grande a
liquidar sus capitales, a reducir los fondos destinados al mantenimiento del trabajo
productivo, que toda la frugalidad y sobriedad de los individuos no sea capaz de
compensar el despilfarro y degradación de la producción ocasionados por este forzado
y violento saqueo del capital. (p.258)
Capítulo 4
Del capital prestado con interés
La cantidad de capital, o como es normalmente expresado: de dinero que puede ser en
cualquier país prestada con interés no está determinada por el valor del dinero, sea
billetes o monedas, que sirve como instrumento de los diferentes préstamos realizados
en el país, sino por el valor de esa parte del producto anual que, tan pronto como surge
de la tierra o de las manos de los trabajadores productivos, es destinada no
simplemente a reponer un capital, sino un capital que el propietario no quiere invertir
él mismo. Como esos capitales son habitualmente prestados y devueltos en dinero, dan
lugar a lo que se llama fondo monetario; es distinto de los fondos de la tierra, el
comercio y la industria, porque en éstos los dueños emplean sus propios capitales.
Incluso como fondo monetario el dinero no es sino, por así decirlo, el medio que
traspasa de mano en mano los capitales cuyos propietarios no deseen invertirlos ellos
mismos. (p. 265)
A medida que la cantidad de capital que se presta con interés aumenta, el interés o
precio que debe ser pagado por el uso de ese capital necesariamente disminuye, no
sólo por las causas generales que llevan a que el precio de mercado de las cosas
habitualmente caiga cuando su cantidad sube, sino por otras causas peculiares y
específicas de este caso. A medida que los capitales se expanden en cualquier país, los
beneficios que pueden ser obtenidos invirtiéndolos inevitablemente disminuyen. Se
vuelve paulatinamente más difícil encontrar en el país una inversión rentable para
cualquier capital nuevo. Surge en consecuencia una competencia entre los diferentes
capitales, y el dueño de uno se afanará en invertir su capital donde ya lo ha invertido
otro. En la mayoría de las ocasiones no puede expulsar a este otro sin ofrecer
condiciones más razonables. No sólo debe vender más barato lo que tenga, sino que
además para conseguirlo debe además a veces comprarlo más caro. La demanda de
trabajo productivo, merced al incremento de los fondos destinados a mantenerlo, crece
cada día más. Los trabajadores encuentran empleo con facilidad, pero los propietarios
de los capitales no encuentran fácilmente trabajadores para emplear. Su competencia
eleva los salarios y deprime los beneficios. Pero cuando lo que puede obtenerse por el
uso de un capital es de esta forma reducido, por así decirlo, desde ambos extremos, el
precio que ha de pagarse por su uso, es decir, la tasa de interés, inevitablemente debe
disminuir. (p.266)
Todo incremento en la cantidad de mercancías que circulan anualmente en el país, si la
cantidad de dinero que las hace circular no se modifica, produce, por el contrario,
numerosos otros efectos importantes, además de incrementar el valor del dinero. El
capital del país, aunque puede ser nominalmente el mismo, aumenta en realidad.
Puede que siga siendo expresado en idéntica cantidad de moneda, pero comanda
ahora una cantidad mayor de trabajo. La cantidad de trabajo productivo que puede
mantener y emplear aumenta, y con ello la demanda de trabajo. Los salarios suben
naturalmente con la demanda, aunque parezca que bajan. Puede que sean pagados
con una cantidad menor de dinero, pero esa cantidad menor puede comprar más
bienes que los que antes compraba una cantidad mayor. Los beneficios del capital
serán menores en realidad y en apariencia. Al aumentar el capital total del país, la
competencia entre los diversos capitales que lo integran aumenta con él. Los
propietarios de esos capitales se ven forzados a contentarse con una proporción menor
del producto del trabajo que respectivamente emplean. El interés del dinero, siempre
siguiendo los pasos de los beneficios del capital, puede ser así acusadamente
disminuido, aunque el valor del dinero, o la cantidad de bienes que cada suma concreta
puede comprar, aumente considerablemente. (p. 268)
Capítulo 5
De los distintos empleos de los capitales
Aunque todos los capitales están destinados sólo a mantener trabajo productivo, la
cantidad de ese trabajo que los mismos capitales pueden poner en marcha varía
inmensamente según sus empleos, y lo mismo ocurre con el valor que cada empleo
aporta al producto anual de la tierra y el trabajo del país. Un capital puede ser
invertido en cuatro formas diferentes: primero, en procurar los materiales en bruto
anualmente demandados para uso y consumo de la sociedad; segundo, en elaborar y
preparar esos materiales para su inmediato uso y consumo; tercero, en transportar los
materiales en bruto o ya elaborados desde los lugares donde abundan hacia los
lugares donde faltan; o, por último, en dividir esos productos en pequeñas porciones
para que se adapten a las demandas ocasionales. En la primera forma se emplean los
capitales de todos aquellos que emprenden la mejora o cultivo de tierras, minas o
pesquerías; en la segunda, los de los fabricantes; en la tercera, los de los comerciantes
mayoristas; y en la cuarta, los de los minoristas. (p.270)
Las personas cuyos capitales son invertidos en cual quiera de esas cuatro maneras son
ellas mismas trabajadores productivos. Su trabajo, cuando está bien orientado, se fija e
incorpora en el objeto o mercancía vendible al que se aplica, y generalmente aumenta
su precio en al menos el valor de su propia manutención y consumo. Los beneficios del
granjero, del industrial, del comerciante y del tendero provienen todos del precio de los
bienes que producen los dos primeros y que los dos últimos compran y venden. Ahora
bien, capitales iguales invertidos en cada una de esas cuatro formas pondrán de
inmediato en funcionamiento a cantidades de trabajo productivo muy diversas, y
aumentarán en proporciones también diferentes el valor del producto anual de la
tierra y el trabajo de la sociedad a la que pertenecen. (p. 271)
Los capitales invertidos en la agricultura y en el comercio minorista en cualquier
sociedad siempre deben residir dentro de esa sociedad. Su empleo está limitado a
lugares concretos: una granja y una tienda. Y también, aunque haya excepciones,
deben pertenecer a miembros residentes de dicha sociedad. El capital de un
comerciante mayorista, por el contrario, no tiene una residencia necesaria en ninguna
parte, y puede vagar de lugar en lugar, según pueda comprar barato y vender caro. El
capital de un industrial evidentemente debe residir donde su manufactura se lleva a
cabo, pero dónde deba tener lugar no está necesariamente determinado. Muchas
veces puede hallarse localizado a gran distancia tanto del lugar donde surgen las
materias primas como del lugar donde la manufactura elaborada es consumida.
(p.273)
El que el comerciante cuyo capital exporta el producto excedente de una sociedad sea
nativo o extranjero resulta de muy poca importancia. Más importante resulta que el
capital del industrial resida en el país. Necesariamente pone en marcha una cantidad
de trabajo productivo mayor y añade un valor mayor al producto anual de la tierra y el
trabajo de la sociedad. Puede, sin embargo, ser muy útil al país aunque no resida en él.
(p. 274)
Libro IV
DE LOS SISTEMAS DE ECONOMÍA POLÍTICA
La economía política, considerada como una rama de la ciencia del hombre de estado o
legislador, se plantea dos objetivos distintos: en primer lugar, conseguir un ingreso o
una subsistencia abundantes para el pueblo, o más precisamente que el pueblo pueda
conseguir ese ingreso o esa subsistencia por sí mismo; y en segundo lugar,
proporcionar al estado o comunidad un ingreso suficiente para pagar los servicios
públicos. La diferente evolución de la riqueza en distintas épocas y naciones ha dado
lugar a dos sistemas de economía política con relación al enriquecimiento de los
pueblos. Un sistema puede ser denominado comercial y el otro agrícola. (p.314)
… Se supone que un país rico, igual que una persona rica, es un país donde abunda el
dinero; y se supone que acopiar oro y plata en cualquier país es el medio más sencillo
de enriquecerlo.
España y Portugal, propietarias de las principales minas que suministran esos metales
a Europa, han prohibido su exportación bajo severísimas penas o la han sometido a
elevados aranceles. Prohibiciones análogas formaron parte antiguamente de la política
de la mayor parte de las otras naciones europeas. … Cuando esos países se hicieron
comerciales, los mercaderes comprobaron que dicha prohibición resultaba en muchas
ocasiones extremadamente inconveniente… Argumentaron primero que la exportación
de oro y plata para adquirir bienes extranjeros no siempre disminuía la cantidad de
esos metales en el reino. Al contrario, con frecuencia la aumentaba porque … esos
bienes podían ser reexportados a países extranjeros y, al ser vendidos allí con un
amplio margen de beneficio, hacían entrar al país un tesoro muy superior al que había
sido originalmente retirado para adquirirlas. (p. 314)
Afirmaron en segundo lugar que esa prohibición no era capaz de impedir la
exportación de oro y plata, porque debido a su reducido volumen en proporción a su
valor podían ser fácilmente contrabandeados. Dicha exportación sólo podía ser evitada
prestando atención a lo que llamaban balanza comercial. Cuando un país exporta más
valor del que importa queda un saldo a su favor a cargo de países extranjeros, que
necesariamente es pagado con oro y plata, lo que incrementa la cantidad de esos
metales en el reino. Pero cuando importa por más valor del que exporta el saldo es en
contra del país, que lo ha de pagar de la misma manera, con lo que esa cantidad
disminuye. Prohibir en tal caso la exportación de esos metales no impediría que se
produjese, sino que sólo la encarecería, al hacerla más peligrosa. … (p.315)
Si bien Smith considera estos argumentos como sofismas considera que
Si el oro y la plata escasean en un país que tiene medios para comprarlos, hay más
expedientes para sustituirlos que si se trata de casi cualquier otra mercancía. Si faltan
las materias primas de las manufacturas, la industria se detiene. Si faltan alimentos, la
gente pasa hambre. Pero si falta dinero, el trueque puede reemplazarlo, aunque con
muchos inconvenientes. La compraventa a crédito, y la cancelación recíproca de los
créditos de los comerciantes, una vez por mes o por año, puede reemplazarlo con
menos inconvenientes. Un papel moneda bien regulado puede suministrarlo no sólo sin
ningún problema, sino en ocasiones con algunas ventajas. Desde cualquier punto de
vista, entonces, nunca se emplea más innecesariamente la acción del gobierno que
cuando se dirige a vigilar la preservación o el aumento de la cantidad de dinero de un
país. (p.316)
Sería ridículo proceder seriamente a demostrar que la riqueza no consiste en dinero ni
en oro ni plata sino en lo que el dinero puede comprar, y sólo vale porque lo puede
comprar. Es evidente que el dinero siempre forma parte del capital nacional, pero ya
ha sido explicado que generalmente esa parte es pequeña y siempre es la menos
rentable del mismo….Si el oro y la plata no pudiesen ser obtenidos a cambio de los
bienes destinados a comprarlos, la nación no se arruinaría. Sin duda sufriría pérdidas e
inconvenientes, y se vería forzada a recurrir a los expedientes necesarios para
reemplazar a la moneda. Pero el producto anual de su tierra y su trabajo seguiría
siendo el mismo o casi el mismo… Y aunque los bienes no siempre obtienen dinero con
la misma facilidad con la que el dinero obtiene bienes, a largo plazo ocurre lo
contrario: éstos lo consiguen a aquél más fácilmente que a la inversa. Los bienes sirven
para muchas cosas aparte de adquirir dinero, pero el dinero sólo sirve para comprar
bienes. Por lo tanto, el dinero necesariamente corre tras los bienes pero los bienes no
siempre ni necesariamente corren tras el dinero. …
La actividad de una sociedad nunca puede superar lo que el capital de la sociedad es
capaz de poner en movimiento. Así como el número de trabajadores que puede
emplear una persona debe guardar una cierta proporción con su capital, el número de
los que pueden estar continuamente empleados por todos los miembros de una
sociedad debe estar en proporción al capital total de la sociedad. Ninguna
reglamentación del comercio es capaz de elevar la actividad de ninguna sociedad más
allá de lo que permita su capital. Sólo puede desviar una parte del mismo en una
dirección que en otro caso no habría tomado; y no está nada claro que esta dirección
artificial vaya a ser más provechosa para la sociedad que aquélla que habría seguido
espontáneamente. Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la
inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve
su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio
interés lo conduce natural o mejor dicho necesariamente a preferir la inversión que
resulta más beneficiosa para la sociedad.
En el fondo, no hay nada más absurdo que toda esta doctrina de la balanza comercial,
sobre la que se basan todas las restricciones y reglamentaciones que afectan al
comercio. Esta doctrina supone que cuando dos lugares comercian y el saldo está
equilibrado, entonces nadie gana ni pierde, pero si se inclina hacia un lado entonces
uno gana y el otro pierde en proporción a esa desviación del equilibrio. Los dos
supuestos son falsos. Un comercio estimulado forzadamente mediante primas y
monopolios puede ser, y normalmente es, perjudicial para el país en cuyo beneficio se
establece, como demostraré después. Pero el comercio que se entabla de forma
natural y regular entre dos lugares, sin coerción ni restricción, es siempre ventajoso
para ambos, aunque no siempre en idéntica proporción. (p. 327)
Esta doctrina fue sin duda originalmente inventada y propagada por el espíritu
monopolista, y quienes la enseñaron no fueron en absoluto tan insensatos como
quienes la creyeron. En cualquier país, el interés de la mayor parte de la gente es y
debe ser el comprar todo lo que necesitan a aquellos que lo venden más barato. Esto es
tan evidente que parece ridículo molestarse en demostrarlo, y jamás habría sido
puesto en cuestión si no fuera porque la sofistería interesada de los mercaderes y
fabricantes confundió el sentido común de las personas. En este sentido, su interés es
directamente opuesto al de la mayoría del pueblo. Así como interesa a los miembros de
un gremio el impedir al resto de la población que contrate a otros trabajadores aparte
de ellos mismos, el interés de los comerciantes e industriales de cualquier país es
asegurarse el monopolio del mercado nacional. (p. 328)
Es cierto que el monopolio eleva la tasa de beneficio mercantil, y así aumenta las
ganancias de nuestros comerciantes. Pero como obstruye el crecimiento natural del
capital, tiende no a aumentar sino a disminuir la suma total del ingreso que los
habitantes del país derivan de los beneficios del capital, puesto que por regla general
un pequeño beneficio sobre un gran capital genera un ingreso mayor que un gran
beneficio sobre un capital pequeño. El monopolio incrementa la tasa de beneficio pero
impide que el total del beneficio aumente todo lo que podría. El monopolio vuelve
menos abundantes a todas la fuentes primitivas del ingreso: los salarios del trabajo, la
renta de la tierra y los beneficios del capital. Con objeto de fomentar el pequeño interés
de una pequeña clase de personas en un país perjudica los intereses de todas las otras
clases de personas en el país y de todas las personas de todos los demás países.
Libro V
DE LOS INGRESOS DEL SOBERANO O DEL ESTADO
La educación del pueblo llano requiere quizás más la atención del estado en una
sociedad civilizada y comercial que la de las personas de rango y fortuna
Además del gasto necesario para que el soberano pueda cumplir sus deberes, se
requiere un cierto desembolso para el sostén de su dignidad. Este gasto varía tanto con
las diferentes etapas del desarrollo como con las diversas formas de gobierno. En una
sociedad desarrollada y rica, donde todas las clases del pueblo gastan cada día más en
sus casas, sus muebles, sus mesas, sus vestidos y sus equipos, no puede esperarse que
el soberano sea la única persona que vaya contra la corriente. En consecuencia, de
forma natural o más bien necesaria, él procede también a gastar más en todas esas
cosas. Parece como si su propia dignidad así lo exigiese. En lo relativo a la dignidad, un
rey está más por encima de sus súbditos que lo que puede suponerse que está el primer
magistrado de una república sobre sus conciudadanos, con lo que se necesitará un
gasto mayor para sostener esa dignidad mayor. Es natural que esperemos más
esplendor en la corte de un rey que en la residencia de un dux o burgomaestre.
Los gastos de defensa de la sociedad y de mantenimiento de la dignidad del
magistrado supremo se realizan en beneficio de toda la sociedad. Es por ello razonable
que sean sufragados por la contribución general de toda la sociedad, y que todos sus
miembros contribuyan de la forma más aproximada posible en proporción a sus
capacidades respectivas. También puede indudablemente afirmarse que el gasto de la
administración de justicia es desembolsado en beneficio de la sociedad en su conjunto.
No es por ello inadecuado que sea sufragado por la contribución general de toda la
sociedad. Pero las personas que ocasionan este gasto son aquellas que por haber sido
injustas en alguna forma u otra hacen necesario la búsqueda de compensación o
protección de los tribunales de justicia. Y las personas más inmediatamente
beneficiadas por ese gasto son aquellas a las que los tribunales restauran en sus
derechos o mantienen en los mismos. El gasto de la administración de justicia, en
consecuencia, puede muy adecuadamente ser sufragado por la contribución particular
de alguno de estos grupos de personas o por ambos, según demande la ocasión, es
decir, mediante las tasas judiciales. No debería ser necesario recurrir a la contribución
general de toda la sociedad, salvo para las condenas de aquellos delincuentes que no
tengan ingreso ni patrimonio alguno suficiente para pagar esas tasas. Los gastos
locales o provinciales cuyo beneficio es local o provincial (por ejemplo el coste de la
policía de una ciudad o distrito) deberían ser pagados por un ingreso local o provincial,
y nunca representar una carga sobre el ingreso general de la sociedad. Es injusto que el
conjunto de la sociedad financie un gasto que beneficia sólo a una parte de la misma.
El gasto en la conservación de buenas carreteras y vías de comunicación es
indudablemente beneficioso para toda la sociedad, y puede por ello sin injusticia
alguna ser financiado mediante la aportación general del conjunto de la sociedad. Sin
embargo, este gasto es más inmediata y directamente beneficioso para los que viajan
o transportan bienes de un sitio a otro, y a los que consumen dichos bienes. Los
derechos de portazgo y los peajes en Inglaterra y otros países hacen recaer el gasto
completamente sobre esos grupos de personas, y liberan así de una pesada carga al
ingreso general de la sociedad. De la misma forma, el gasto de las instituciones
educativas y de instrucción religiosa es evidentemente beneficioso para el conjunto de
la sociedad y por ello podría sin ninguna injusticia ser sufragado por la contribución
general de toda la sociedad. Sin embargo, este gasto podría ser totalmente financiado,
quizás con igual propiedad e incluso con alguna ventaja, por aquellos que reciben el
beneficio inmediato de esa educación y esa instrucción, o por la contribución voluntaria
de aquellos que piensan que las necesitan. Cuando las obras o instituciones públicas
beneficiosas para toda la sociedad no pueden ser mantenidas o de hecho no son
mantenidas por la contribución de aquellos de sus miembros que resultan más
directamente beneficiados por ellas, entonces esta deficiencia debe ser cubierta por la
contribución general de toda la sociedad. …
Las remuneraciones de los funcionarios no están reguladas por la libre competencia en
el mercado, como las de los oficios y las profesiones, y por ello no siempre guardan una
justa proporción con lo que requiere la naturaleza de su trabajo. Es posible que en la
mayoría de los países sean más altas de lo que debieran ser, porque las personas que
manejan la administración pública están normalmente dispuestas a remunerarse a sí
mismas y a remunerar a sus inferiores inmediatos con más que suficiente generosidad.
Por lo tanto, los emolumentos de los funcionarios en la mayor parte de los casos
pueden ser perfectamente susceptibles de ser gravados. Además, las personas que
disfrutan de puestos en la administración pública, especialmente los más lucrativos,
son en todos los países objeto de envidia generalizada; y un impuesto sobre sus
remuneraciones, incluso aunque resulte mayor que sobre cualquier otra clase de
ingreso, es siempre un impuesto muy popular.
Aunque no existe en Europa hoy ningún estado civilizado que obtenga una parte
apreciable de sus ingresos públicos de la renta de tierras estatales, todavía hay vastas
extensiones de tierra que pertenecen a las coronas. Se trata en general de montes,
pero a veces montes en los que se puede recorrer bastantes millas sin ver un sólo árbol.
…En
todas las grandes monarquías europeas la venta de las tierras reales podría generar
una gran suma de dinero que, aplicada al pago de la deuda pública, dejaría
deshipotecados a unos ingresos mucho mayores que los que nunca han producido esas
tierras a las coronas. …Si las tierras reales se vuelven propiedad privada, en pocos años
estarían bien roturadas y bien cultivadas. …
El ingreso que en cualquier monarquía civilizada obtiene la corona de las tierras reales,
aunque parece no costar nada a los ciudadanos, en realidad cuesta más a la sociedad
que probablemente cualquier otro ingreso similar de la corona. En todos los casos sería
del interés de la sociedad el reemplazar este ingreso real por otro similar y repartir las
tierras entre la población, y quizás la mejor forma de hacerlo sea mediante su pública
subasta. …
En consecuencia, las dos fuentes de ingreso que pueden pertenecer particularmente al
soberano o al estado, el capital público y las tierras públicas, resultan ser fondos
inadecuados e insuficientes para sufragar los gastos necesarios de cualquier estado
grande y civilizado. La mayor parte de este gasto debe ser financiado mediante
impuestos de alguna clase: el pueblo aporta una fracción de su ingreso privado para
constituir el ingreso público del soberano o el estado.
… El ingreso privado de las personas, tal como se demostró en el primer libro de esta
investigación, proviene en última instancia de tres fuentes: renta, beneficio y salario.
Todo impuesto debe ser finalmente pagado a partir de alguna o algunas de estas tres
clases de ingresos. …Se verá seguidamente que muchos impuestos no son pagados al
final por el fondo o la fuente de ingreso sobre la que se pretende que recaigan.
I. Los súbditos de cualquier estado deben contribuir al sostenimiento del
gobierno en la medida de lo posible en proporción a sus respectivas
capacidades; es decir, en proporción al ingreso del que respectivamente
disfrutan bajo la protección del estado. El gasto del gobierno en los
individuos de una gran nación es como el gasto de la administración de una
gran finca para los copropietarios, que están obligados a contribuir en
proporción a sus intereses respectivos en dicha finca. La igualdad o
desigualdad de la tributación consiste en la observación o incumplimiento
de esta regla. De una vez y para siempre ha de notarse que todo impuesto
que finalmente incida sobre sólo una de las tres fuentes de ingreso antes
mencionadas es un impuesto necesariamente desigual porque no afecta a
las otras dos. En el siguiente análisis de los impuestos casi no prestaré
atención a esta clase de desigualdad, y en la mayor parte de los casos me
concentraré en el examen de la desigualdad que surge cuando un impuesto
en particular incide desigualmente sobre el ingreso privado particular que
grava.
Tanto las rentas de los solares como las rentas normales de la tierra son una
especie de ingreso que el propietario en muchos casos disfruta sin ningún esfuerzo
o cuidado por su parte. Aunque se le quite una fracción de ese ingreso para
financiar los gastos del estado no se desanima por ello a ninguna actividad. El
producto anual de la tierra y el trabajo de la sociedad, la riqueza e ingreso real del
grueso de la población, podrá ser después del impuesto igual que antes.
Probablemente es por esto que las rentas solariegas y las rentas ordinarias de la
tierra son la suerte de ingreso más adecuada para soportar un impuesto específico.
El ingreso o beneficio que procede del capital se divide naturalmente en dos partes:
la que paga el interés y pertenece al dueño del capital, y la parte excedente por
encima de lo necesario para pagar el interés. Es evidente que ésta última parte del
beneficio no puede ser gravada directamente. Es la compensación, y en la mayoría
de los casos apenas una compensación moderada, por el riesgo y problemas de la
inversión del capital. El empresario debe tener esta compensación, porque en caso
contrario no podría, si actuase de forma coherente con su propio interés, continuar
con su inversión. Si fuese por tanto gravado directamente en proporción a la
totalidad de su beneficio se vería obligado a elevar su tasa de beneficio o a cargar
el impuesto sobre el interés del dinero, es decir, a pagar menos interés. Si lo invierte
como un capital comercial o industrial, sólo puede elevar su tasa de beneficio
elevando el precio de sus bienes, en cuyo caso el impuesto recae finalmente sobre
los consumidores de esos bienes. Si no eleva su tasa de beneficio, debe cargar todo
el impuesto sobre la parte del mismo asignada al interés del dinero.
El propietario de capital es un ciudadano del mundo y no está necesariamente
atado a ningún país. Si se le expone a una inspección vejatoria para someterlo a un
impuesto gravoso abandonará el país y se llevará su capital a otro lugar donde
pueda hacer negocios o disfrutar de su fortuna con más tranquilidad.
… El capital cultiva la tierra y emplea al trabajo. Un impuesto que expulse al capital
de un país tiende a drenar todas las fuentes de ingreso, tanto del soberano como
de la sociedad. Su expulsión necesariamente disminuye en mayor o menor grado no
sólo los beneficios del capital sino también la renta de la tierra y los salarios del
trabajo.
De ahí que las naciones que han intentado gravar el ingreso derivado del capital se
hayan limitado a una estimación muy superficial y más o menos arbitraria, en vez
de recurrir a inspecciones severas de ese tipo.
Ahora bien, un impuesto sobre los beneficios del capital invertido en una rama
concreta de la economía nunca recae en última instancia sobre los empresarios
(que normalmente deben conseguir un beneficio razonable, y que bajo la libre
competencia rara vez pueden conseguir más que dicho beneficio), sino que lo hace
siempre sobre los consumidores, que son obligados a pagar a través del precio de
los bienes el impuesto adelantado por el empresario, y por regla general con algún
recargo.
Las remuneraciones de los funcionarios no están reguladas por la libre competencia
en el mercado, como las de los oficios y las profesiones, y por ello no siempre
guardan una justa proporción con lo que requiere la naturaleza de su trabajo. Es
posible que en la mayoría de los países sean más altas de lo que debieran ser,
porque las personas que manejan la administración pública están normalmente
dispuestas a remunerarse a sí mismas y a remunerar a sus inferiores inmediatos
con más que suficiente generosidad. Por lo tanto, los emolumentos de los
funcionarios en la mayor parte de los casos pueden ser perfectamente susceptibles
de ser gravados. Además, las personas que disfrutan de puestos en la
administración pública, especialmente los más lucrativos, son en todos los países
objeto de envidia generalizada; y un impuesto sobre sus remuneraciones, incluso
aunque resulte mayor que sobre cualquier otra clase de ingreso, es siempre un
impuesto muy popular.
Los impuestos sobre los bienes de lujo no tienden a incrementar el precio de
ninguna mercancía aparte de las gravadas. Los impuestos sobre los bienes
necesarios, al elevar los salarios, necesariamente tienden a aumentar el precio de
todas las manufacturas, y en consecuencia a disminuir la extensión de su venta y
consumo. Los impuestos sobre los bienes de lujo son pagados en última instancia
por quienes los consumen, sin compensación alguna. Recaen indiferentemente
sobre todas las clases de ingreso, los salarios, los beneficios y las rentas. Los
impuestos sobre los bienes necesarios, en tanto afectan a los trabajadores pobres,
son finalmente pagados en parte por los terratenientes, a través de la menor renta
de sus propiedades, y en parte por los consumidores ricos, terratenientes u otros, a
través del mayor precio de los bienes manufacturados; y siempre con un notable
recargo. El precio más alto de las manufacturas que son realmente necesarias para
la vida y que integran el consumo de los pobres, como los tejidos de lana más
toscos, debe ser compensado a los pobres con un aumento adicional en sus
salarios. Si las clases medias y altas comprendieran mejor sus intereses, deberían
oponerse sistemáticamente a cualquier impuesto sobre los bienes necesarios para
la vida, y a cualquier impuesto directo sobre los salarios del trabajo.
Los impuestos altos con frecuencia producen un ingreso público menor que el que
se obtendría con impuestos más moderados, a veces porque disminuyen el
consumo de las mercancías gravadas y a veces porque estimulan el contrabando.
Cuando la disminución del ingreso es el efecto de la disminución del consumo sólo
hay un remedio: rebajar el impuesto.