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Talia - El Principito

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EL PRINCIPITO

ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
A LEON WERTH

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria
excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo.
Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los
libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia,
donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si
no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue
hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero
pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:

A LEÓN WERTH
cuando era niño

Capítulo I
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba "Historias
vividas", una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
Esta es la copia del dibujo.

1
En el libro se afirmaba: "La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya
no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión".

Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar
con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta manera:

Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.

- ¿por qué habría de asustar un sombrero? - me respondieron.

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un


elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores
pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo
número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran


abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la
gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor.
Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las
personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los
niños tener que darles una y otra vez explicaciones.

2
Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un poco por todo
el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía
distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno
durante la noche.

A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví
mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado
demasiado mi opinión sobre ellas.

Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la


experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si
verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es
un sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las
estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas.
Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.

1. Punto A
2. Punto B

Capítulo ll
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años
tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no
llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una
reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de
beber para ocho días.

La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado
más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano.
Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que
decía:

- ¡Por favor... píntame un cordero!

- ¿Eh?

- ¡Píntame un cordero!

3
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor.
Vi a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato
que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el
modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de
pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y
boas abiertas.

Mi nombre es Miguel
Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me
encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito
no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la
apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:

- Pero... ¿qué haces tú por aquí?

Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:

- ¡Por favor... píntame un cordero!

Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me
pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo

4
una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia,
cálculo y gramática y le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.

- No importa - me respondió-, píntame un cordero!

Como nunca había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de
realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:

- ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa
mucho sitio. En mi tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.

Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:

- ¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.


Volví a dibujar.

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.

- ¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos...


Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

5
-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente este dibujo,
se lo enseñé, y le agregué:

-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se
iluminó:

- ¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?

- ¿Por qué?

-Porque en mi tierra es todo tan pequeño...

Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:

-¡Bueno, no tan pequeño...! Está dormido...

Y así fue como conocí al principito.

Capítulo III
6
Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito, que me hacía muchas preguntas,
jamás parecía oír las mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo.
Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de un dibujo
demasiado complicado para mí) me preguntó:

- ¿Qué cosa es esa? -Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión.

Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó:

- ¡Cómo! ¿Has caído del cielo? -Sí -le dije modestamente. -¡Ah, que curioso!

Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis desgracias se tomen
en serio. Y añadió:

-Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?

Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté bruscamente:

- ¿Tu vienes, pues, de otro planeta?

Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando detenidamente mi avión.

-Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos...

Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero se abismó en
la contemplación de su tesoro.

Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber
algo más:

- ¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está "tu casa"? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero?

Después de meditar silenciosamente me respondió:

-Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa. -Sin duda. Y si eres bueno
te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día.

Esta proposición pareció chocar al principito.

- ¿Atarlo? ¡Qué idea más rara! -Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá...

Mi amigo soltó una nueva carcajada.

- ¿Y dónde quieres que vaya? -No sé, a cualquier parte. Derecho camino adelante...

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Entonces el principito señaló con gravedad:

- ¡No importa, es tan pequeña mi tierra!

Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:

-Derecho, camino adelante... no se puede ir muy lejos.

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