Dialnet DesequilibriosGlobales 3059499
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1 Véase “La OMC prevé un descenso del 9% del comercio mundial en 2009 como consecuencia de la recesión”, OMC, nota de prensa nº 554, 23 de marzo
de 2009; y las cifras revisadas del FMI de 28 de enero, del Banco Mundial de 30 de marzo, y de la OCDE de 31 de marzo.
27
¿Cómo se ha llegado a esto? Las explicaciones convencionales de
la crisis apuntan al colapso del mercado hipotecario y al “pincha-
zo” de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, que se propagó
al conjunto del sistema financiero, primero en Estados Unidos y
luego en Europa, a causa del uso extendido de la titulización y de
los productos derivados como los canjes de créditos impagados
o seguros de crédito (Credit Default Swaps o CDS). Diseñados
para diversificar el riesgo en un mercado financiero global cada
vez más interconectado y desregulado, estos instrumentos, en
realidad, han hecho que ese mercado sea más opaco, y que el
riesgo se torne “sistémico”. En un contexto de especulación basa-
da en altos niveles de endeudamiento y apalancamiento, a lo lar-
go de 2008 el “pinchazo” inmobiliario condujo a otro “pinchazo”:
el de la burbuja crediticia, a través del rápido deterioro del valor
de los activos y de la solvencia de los principales bancos globa-
les. Se desencadenó un proceso masivo de desapalancamiento, el
mercado crediticio se contrajo abruptamente y, con ello, la crisis
financiera se extendió a la economía real a través de tres canales
o vías de transmisión que se refuerzan mutuamente: en primer
lugar, la contracción del crédito para la inversión y el comercio
(credit crunch); en segundo lugar, la “economía de la depresión”,
o el conocido círculo vicioso de erosión de la confianza de los
consumidores y las empresas, reducción de la demanda, y consi-
guiente caída de la producción, la inversión y el empleo; y en ter-
cer lugar, la propagación global de ambos procesos a través del
desplome de la inversión, el crédito y el comercio internacional, y
la caída de las remesas de los emigrantes.
28
dos. Sin embargo, otros Gobiernos, como el francés o el alemán,
se resistieron, alegando que parte del esfuerzo ya se estaba
haciendo a través de los llamados “estabilizadores automáticos”
propios de las economías más avanzadas. En particular, de las
prestaciones de desempleo, más amplias en la UE que en Estados
Unidos, y prácticamente inexistentes en los países en desarrollo.
Estos Gobiernos también alegaron que había que mantener cierta
prudencia fiscal y evitar un aumento excesivo del déficit y del
endeudamiento público. Y un amplio grupo de países, los más
pobres, no tenían recursos ni margen de maniobra para poder
adoptar esas políticas, que solo parecen estar al alcance de los
más avanzados o de algunos países emergentes.
2 Sobre ese escenario, que a principios de 2009 es poco probable pero no descartable, véase Economist
Intelligence Unit 2009: 13.
29
manda global y de agravamiento de una crisis en la que, a princi-
pios de 2009, aún no parecía que se hubiera tocado fondo.
30
lizados y en especial de Estados Unidos. Esta, a su vez, ha sido
alimentada por dos factores: el primero, el espectacular aumento
del crédito a particulares y a empresas, que propiciaron los bajos
tipos de interés vigentes desde 2000, fruto de la política mone-
taria adoptada por la Reserva Federal para superar los efectos
del “pinchazo” de la burbuja bursátil y la crisis financiera de ese
año, asociada a las compañías tecnológicas o “puntocom”. En
segundo lugar, el fuerte aumento de la demanda que produjo la
peculiar política económica adoptada por la Administración Bush,
que combinaba elementos de la agenda neoliberal —en concreto,
la reducción de impuestos a los más ricos y recortes de gasto
social—, y un “neokeynesianismo militar” derivado del fuerte in-
cremento del gasto militar ordinario, más el gasto extraordinario
causado por las guerras de Irak y Afganistán (Sanahuja, 2008b).
31
en ese periodo pasaron del 3% al 8%. Estos flujos eran reflejo de
procesos de transnacionalización productiva —el aumento de los
flujos de inversión extranjera directa de empresas multinaciona-
les y de sus filiales— y a su vez de una más profunda integración
de los países en desarrollo en la globalización financiera. En ese
escenario, aumentaron las emisiones en los mercados interna-
cionales de bonos y acciones de Gobiernos y de empresas de
países emergentes que habían alcanzado la calificación “grado de
inversión”. De igual manera, los bancos de los países emergen-
tes —que a menudo son, en una proporción elevada, filiales de
bancos internacionales— aumentaron su endeudamiento con el
exterior para atender al fuerte aumento de la demanda de crédito
en esos mercados (Banco Mundial, 2008). Ello también condujo a
una mayor vulnerabilidad a los shocks externos.
32
estadounidense por parte de China y otros países emergentes
convenía a Estados Unidos, que de esta forma financió a bajo cos-
te su déficit fiscal —incluyendo la “factura” de las guerras de Irak
y Afganistán—, al mantener bajos los tipos de interés. De esa ma-
nera, también se alimentaron las burbujas de crédito y de activos
que impulsaban el crecimiento económico en Estados Unidos.
3 Véase Dooley et al. 2009 y The Economist, 2009a, sobre los desequilibrios globales y el origen de la cri-
sis.
33
desencadenado, uno de los factores que condicionan la recupera-
ción y constituyen uno de los mayores riesgos de que se agrave
(Prasad 2009; The Economist, 2009a).
4 “China teme por sus inversiones en Estados Unidos”, El País, 14 de marzo de 2009, p. 2.
34
ante la política monetaria y fiscal de Estados Unidos. Esa relación
de interdependencia ha dado lugar a que se hable de un “G-2” in-
tegrado por ambos países, que sería ya unos de los pivotes clave
de la economía política mundial.5
5 Esas interpretaciones, no necesariamente excluyentes, son las que sostienen, por ejemplo, Paul Krugman
(2009) y Timothy Garton Ash (2009). Sobre el papel del “G-2”, véase Bergsten (2008).
6 Para una revisión académica de esta tesis en el caso de América Latina, véase Pineda, Pérez y Titelman,
2009.
35
Europa, en medio de la “burbuja” inmobiliaria, los hogares se en-
deudaron por encima de su capacidad de pago. Pero ese compor-
tamiento virtuoso, como señala sarcásticamente The Economist
(2009c: 62), no les libró del desastre, demostrando que su suerte
estaba más vinculada a los países avanzados y a las dinámicas de
la globalización, y que eran más vulnerables a la crisis de lo que
políticamente estarían dispuestos a aceptar.
36
riesgo, en particular en aquellos países en los que la inversión de
cartera ha tenido un peso elevado en la financiación externa. En
2008 la caída acumulada de la bolsas de los mercados emergentes
fue de un 53%, muy por encima de la registrada por Wall Street, la
bolsa de Londres, los índices de la zona euro o el Nikkei de la bol-
sa de Tokio. La caída era incluso mayor en las bolsas de Shangai,
Mumbai y Moscú, y el índice Bovespa de São Paulo se situó cerca
del promedio. Conforme avanzó la crisis, los países en desarrollo
con acceso a la financiación externa han podido ver cómo aumen-
taban los costes de ese financiamiento debido tanto al mayor ries-
go, como al atractivo de las nuevas emisiones de deuda de países
avanzados. A finales de 2008, los diferenciales (spreads) del tipo
de interés de los bonos soberanos respecto a los bonos del Tesoro
de Estados Unidos se situaban entre 250 y 600 puntos básicos y
en algunos países, hasta 2.000 puntos básicos.
37
en 33 de los 78 países de renta baja, las reservas de divisas solo
permitían cubrir tres meses de importaciones.
39
agles duplicar la AOD dirigida a África Subsahariana. Ante la caída
de los ingresos por exportación, y de otros flujos financieros, la
AOD puede jugar un papel más relevante para los países más po-
bres, generando “espacio fiscal” para respaldar políticas contrací-
clicas. Esto supondría aumentar la ayuda o, al menos, mantenerla,
acelerar los desembolsos, y respaldar las políticas públicas de los
países receptores que tengan un carácter contracíclico más mar-
cado. Han surgido iniciativas en este sentido, como el “Fondo de
Vulnerabilidad” propuesto por el Banco Mundial, que captaría el
0,7% de los planes de rescate de los países de la OCDE para prestar
apoyo extraordinario a los países más pobres.
40
índices de 2007, y la mayor contracción del comercio interna-
cional desde la Segunda Guerra Mundial. La OCDE, por su parte,
calculaba esa caída en un 13%. Otros índices, como los referidos
al coste de los fletes o el tráfico de contenedores han caído en
picado.8 En ese desplome han incidido dos factores: la caída del
crédito comercial y, sobre todo, el “hundimiento” de la demanda
mundial a partir de septiembre de 2008. La caída, según la OMC,
sería más acusada en los países avanzados, con un 10%, respecto
al 2-3% de los países en desarrollo, pero para estos últimos habría
terminado abruptamente tanto el auge manufacturero orientado
al mercado externo, como la “bonanza” de las exportaciones de
productos primarios. De igual manera, se ha mostrado hasta qué
punto los países emergentes y en desarrollo eran dependientes
de la demanda de las economías avanzadas. Cada vez más inte-
grados en cadenas de suministro global (global supply-chains),
sea como suministradores de materias primas, o a través de
industrias de ensamblaje para las marcas globales, estos países
están insertos en una estructura global de la producción en la
que los gobiernos ya no ejercen un control efectivo. Como ejem-
plo, entre 2000 y 2007, la participación de Estados Unidos y de
la UE en las exportaciones de Latinoamérica solo ha disminuido
de un 70% a un 65%, y Estados Unidos aún es el destino del 55%
de las exportaciones de la región, de ahí que siga siendo cierto Ni siquiera
que cuando Estados Unidos se resfría, Latinoamérica sufre una China, con
pulmonía, y la recesión de 2009 en ese país no es precisamente su economía
un resfriado... Ni siquiera China, con su economía dinámica, pue- dinámica, puede
de aislarse del retroceso mundial cuando la mayor parte de sus
socios comerciales se hunden.
aislarse cuando
la mayor parte
La caída de los productos primarios, tanto en precio como en de sus socios
volumen, ha sido particularmente dañina para los países expor- comerciales se
tadores por haber estado precedida de un ciclo alcista, en parte hunden
impulsado por la especulación, sobre el que, en algunos casos, se
basaron pautas de gasto fiscal insostenibles. Es cierto que la caí-
da de los precios de los alimentos ha aliviado, en parte, la crisis
alimentaria de 2007-2008, y la fuerte disminución de los precios
del petróleo, aunque ha dañado a exportadores como Venezuela
o Nigeria, ha supuesto un respiro para países importadores de
energía y exportadores de manufacturas, como China. Para los
países más dependientes de los ingresos por exportación de ren-
ta media-baja o de renta baja de América Latina o de África sub-
sahariana, el cambio de ciclo ha significado una fuerte caída de
las exportaciones y de los ingresos fiscales. Ello afecta también
a algunos países de mayor ingreso. En Brasil, por ejemplo, las
8 En 2007 creció un 6%, y en 2008 un 2%. Véase “La OMC prevé un descenso del 9% del comercio mundial
en 2009 como consecuencia de la recesión”, OMC, nota de prensa nº 554, 23 de marzo de 2009. Para los
datos de la OCDE, véase el informe interino de 31 de marzo.
41
exportaciones de productos primarios representan el 9% del PIB.
Todo ello supone un problema añadido para el sector exterior y
las cuentas públicas, ya sometidas a severas restricciones a causa
de la contracción de la financiación externa, y deja menores már-
genes de maniobra para llevar a cabo políticas contracíclicas. En
este contexto, es ilustrativo el contraste entre Chile, que destinó
parte de los ingresos de exportación a un fondo de reserva para
poder acometer políticas contracíclicas, y Venezuela, que no lo
hizo y que con la caída de los precios del crudo se enfrenta a una
situación fiscal muy comprometida.
42
En la última década las remesas han crecido a un ritmo anual
entre 15% y 20%, más rápido que otros flujos privados o que la
ayuda oficial al desarrollo (AOD). Las migraciones y las remesas
han sido una dimensión más de la globalización, y en particular,
la expresión del doble proceso de transnacionalización del mer-
cado de trabajo y de la globalización de las finanzas. El fuerte
aumento de las remesas, al igual que el comercio o las inversión,
ha sido un factor de crecimiento y mejora de los indicadores de
pobreza, pero también un factor de vulnerabilidad y un mecanis-
mo de propagación de la crisis, por su sensibilidad a la evolución
del mercado de trabajo en los países de acogida.
43
nario de incertidumbre al que se enfrenta la economía global. Ya
se ha indicado al inicio de este capítulo que las previsiones de
crecimiento económico de 2009 y 2010 han sido revisadas a la
baja por todos los organismos internacionales, y los indicadores
que ya se han publicado son los peores desde la Segunda Guerra
Mundial. Parece claro que la evolución de la economía no va a se-
guir un trazado en “V” —es decir, una pronta recuperación tras la
caída—, sino en “U” o en “L”, con una depresión prolongada. Para
los países emergentes y en desarrollo, las previsiones que se han
fijado para 2009 muestran un panorama generalizado de caída de
la actividad económica. Solamente China y la India cuentan con
indicadores positivos, pero se sitúan en niveles mucho más bajos
que en los años anteriores. Las previsiones para China se sitúan
entre 6% y 6,5%, que es la mitad del 13% alcanzado en 2007. Esa
cifra puede parecer robusta, pero para un país acostumbrado a
cifras de dos dígitos, equivale a una recesión, y es inferior al 8%
que a juicio del Gobierno es el nivel mínimo necesario para crear
empleo y evitar riesgos de inestabilidad social y política.
44
como China, India, Brasil, o México, en regiones como África sub-
sahariana o, en menor medida, en América Latina, no se lograron
avances sustanciales en la reducción de la pobreza mediante la
creación de empleo decente.
45
generalmente en ocupaciones de baja productividad e ingreso,
y con malas condiciones de trabajo. Con ello, se amplía el fenó-
meno de los trabajadores pobres, que se “feminiza”, y se torna
más difícil el objetivo del milenio de trabajo decente para todos,
y otras metas de desarrollo relacionadas con la igualdad de gé-
nero y la infancia, en ámbitos como la salud y la nutrición, muy
dependientes del ingreso familiar. El impacto en la mortalidad
infantil puede ser muy alto, según las estimaciones del Banco
Mundial, entre 200.000 y 400.000 muertes más por año entre
2009 y 2015, dependiendo de la profundidad y la duración de la
crisis (Banco Mundial, 2009b). En este contexto hay que recordar
que a menudo los programas de estímulo fiscal, al ser intensivos
en obras de infraestructura, inciden en mayor medida en empleos
tradicionalmente ocupados por hombres. La OIT señala, por otra
parte, que en crisis anteriores la destrucción de empleo se produ-
jo con un desfase temporal muy reducido, pero la recuperación
del empleo no se logra hasta 4 o 5 años después de la recupera-
ción de la actividad (OIT, 2009: vii).
Hay que señalar que en las últimas décadas, las políticas del “Con-
senso de Washington” han conducido al debilitar los “estabiliza-
dores automáticos” —por ejemplo, sistemas fiscales progresivos,
o los seguros de desempleo— dando lugar a “desestabilizadores
automáticos” como la desregulación de los mercados laborales,
que en la crisis, además de incrementar su coste social, tienen un
efecto procíclico y contribuyen a su agravamiento.
46
En cuanto a la lucha contra la pobreza, se ha sufrido el impacto
de una “doble crisis”: la crisis alimentaria de 2007-2008, y la
posterior crisis económica. El impacto combinado de ambas
ha llevado a un escenario más pesimista en lo referido a las
metas internacionales de reducción de la pobreza. El punto de
partida no era halagüeño. En agosto de 2008 el Banco Mundial
hizo público un cálculo más ajustado de las cifras de pobreza,
tratando de reflejar costes de la vida más elevados de lo que
se había estimado anteriormente (Chen y Ravaillon, 2008). Con
el nuevo cómputo, el número de personas que vivían en situa-
ción de pobreza extrema en 2005 se sitúo en 1.400 millones,
y no en los 880 inicialmente calculados. Dado que las líneas de
pobreza en la que se basa ese cálculo contemplan los ingresos
para satisfacer las necesidades alimentarias de los hogares, los
fuertes aumentos de los precios de los alimentos básicos en ese
periodo se tradujeron en un marcado aumento de la pobreza y
el hambre. Según estimaciones de la FAO (2008), entre 2005 y
2007 el número de personas que sufrían hambre aumentó de
848 a 923 millones. La crisis alimentaria situó de nuevo bajo la
línea de pobreza extrema alrededor de 100 millones de perso-
nas, lo que supone un retroceso de siete años en la lucha contra
la pobreza global.
La lucha
Con la recesión global los precios alimentarios, han caído, aunque contra la pobreza
no en los niveles anteriores a la crisis alimentaria. Pero se trata ha sufrido una
de un alivio limitado frente al impacto de la crisis en el empleo y “doble crisis”, la
la pobreza. El Banco Mundial ha estimado que en 2009 el número
crisis alimentaria
de pobres puede aumentar en unos 50 millones de personas, y
esa cifra puede ser mayor en 2010. de 2008, y
la crisis
No es aventurado anticipar problemas de inestabilidad política y económica
crisis de gobernabilidad si la recesión se agrava. En América Lati- de 2009
na, las crisis financieras que se dieron durante el “lustro perdido”
(1998-2003) se convirtieron en muchos casos en crisis políticas.
Con motivo de la crisis alimentaria de 2007-08, hubo protestas
sociales y “revueltas del pan” en más de 20 países. Desde el
crack de 2008, la crisis ya ha motivado cambios de Gobierno y/o
protestas sociales en países como Islandia, Francia o Grecia. El
aumento del desempleo, las ejecuciones de hipotecas, así como
el riesgo de empobrecimiento de las clases medias, al tiempo
que se destinan cifras muy elevadas al salvamento de bancos,
puede someter a fuertes tensiones al “contrato social” básico,
debilitar la confianza pública en el Estado y erosionar seriamente
su legitimidad. Surge, además, el riesgo de tensiones sociales y
de xenofobia hacia los inmigrantes. Aunque la crisis, tanto en su
dimensión económica como en sus consecuencias políticas está
lejos de la “Gran Depresión” de los treinta, una recesión en “L”,
que podría llegar a aparecer, incrementaría las posibilidades de
47
inestabilidad política, especialmente en algunos países (The Eco-
nomist Intelligence Unit, 2009).
48
los contribuyentes, en gran parte trasladado al futuro a través
del endeudamiento público. No es la primera vez que las crisis
financieras asociadas a la globalización obligan a la intervención
pública masiva.9 Lo que es cualitativamente distinto en esta oca-
sión es el alcance de la crisis y la magnitud del daño. Con merca-
dos financieros que superan en varios múltiplos el tamaño de la
economía real, puede que se haya alcanzado el límite de lo que
los Gobiernos pueden hacer, y hay que preguntarse, además, si
deben hacerlo. En 2007, antes de iniciarse la crisis, el valor de los
activos financieros globales era de 197 billones de dólares, doce
veces el PIB de Estados Unidos (McKinsey, 2008), incluyendo 45,5
billones en canjes de créditos impagados (Credit Default Swaps o
CDS). En abril de 2009, Estados Unidos y la UE habían inyectado
en el sistema financiero unos ocho billones de dólares, lo que re-
presenta más de la mitad del PIB de Estados Unidos. Lo grave es
que pese a esas cifras, no han logrado eliminar los problemas de
liquidez y sigue reinando la desconfianza a la espera de que las
entidades financieras se deshagan de sus activos “tóxicos”, que
en abril de 2009 podían llegar a sumar según el FMI tres billones
de dólares, muy por encima del billón de dólares de su propia es-
timación de finales de 2008. Quizás, como señala Saskia Sassen
(2009), tras varias décadas de “financiarización” de la economía,
el mercado financiero global quizás es demasiado grande para
que pueda ser rescatado inyectando dinero público.
9 El saneamiento de las cajas (Savings and loans) en 1988 supuso el 3,7% del PIB de Estados Unidos. En
Suecia en 1991 se elevó al 3,6% del PIB. El saneamiento de los bancos quebrados, y posteriormente priva-
tizados en México tras la crisis de 1994-95 tuvo un coste fiscal del 19,3% del PIB. El saneamiento de los
bancos “zombis” en Japón en 1996-97 costó el 14% del PIB. En 1997, el rescate bancario en Corea del Sur
significó el 31% del PIB. Estas cifras no incluyen el coste indirecto sobre el crecimiento. Véase Laeven y
Valencia 2008.
49
11.000 trabajadores diariamente, y a principios de 2009 perdían
su casa unas 10.000 familias cada día a causa de la ejecución de
las hipotecas, al mismo tiempo que se hacían públicas cifras mul-
timillonarias para recatar a los bancos, así como pagos escanda-
losos de primas a los directivos de AIG, una de las corporaciones
rescatadas por el Gobierno.
Como se indicó más arriba, esta es una crisis del modelo de cre-
cimiento, más que una crisis en el modelo. Por ello, no se pueden
eludir reformas de hondo calado en la regulación y la gobernanza
del sistema monetario y financiero internacional. Pero sin perder
de vista esa perspectiva, evitar que aumente el coste humano y
el impacto social de la crisis se ha convertido en un imperativo
político inmediato. Se trata de diseñar programas de estímulo
Evitar que que sean capaces de impulsar o mantener el empleo y proteger
a los más golpeados por la recesión en el corto plazo, y a medio
aumente el coste y largo plazo acelerar la recuperación, y promover la transforma-
humano y el ción económica hacia un modelo más sostenible, mejorando el
impacto social balance de activos de la economía productiva en ámbitos como la
de la crisis se ha infraestructura, la tecnología o el medio ambiente. En el diseño
de esos planes todos los países necesitan flexibilidad y espacio
convertido en
para maniobrar a la hora de encontrar las respuestas apropiadas
un imperativo para cada situación, en especial en los países en desarrollo. Por
político inmediato otra parte, los planes han de ser capaces de superar la estrechez
de la mirada nacional, y al tiempo que tratan de reactivar la eco-
nomía de cada país, contribuir al estímulo de la demanda agrega-
da global, dado el carácter también global de la crisis y el elevado
grado de transnacionalización de muchos sectores productivos.10
Finalmente, deben orientarse a superar los problemas de fondo
que están en la raíz de la crisis y sus efectos más dañinos, como
el desequilibrio macroeconómico implícito en la acumulación de
ahorro por parte de los países asiáticos, el consumo insostenible
de Estados Unidos, y el impacto medioambiental de todo ello.
Por esta razón, es importante vincular los planes de estímulo a la
reducción de la pobreza y el aumento del consumo interno en los
países en desarrollo: ayudará a reducir el daño, y además a sentar
las bases de un nuevo modelo, más equilibrado, justo, y sosteni-
ble. Se trataría de un “New Deal verde”, de un “neokeynesianismo
10 Sobre los planes de estímulo, véanse las aportaciones de Joseph Stiglitz para la Comisión de Expertos
del presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre el sistema monetario y financiero in-
ternacional, en http://www.un.org/spanish/aboutun/organs/ga/63/president/63/commission/financial_
commission.shtml.
50
ecológico”, o de un nuevo “Pacto Global”, por utilizar algunas de
las expresiones que resumen esas ideas.
51
crisis, y la distribución de costes y beneficios, lo que ha llevado
a planes poco o nada coordinados. El G-20 tampoco constituye
el marco idóneo para la concertación de políticas por si fragili-
dad institucional. En última instancia, en la II “Cumbre” del G-20
de Londres en abril de 2009, no hubo acuerdo sobre un progra-
ma global de estímulo, una propuesta encabezada por Estados
Unidos a la que se resistieron algunos países de la UE por sus
posibles consecuencias inflacionarias. Adicionalmente, algunos
planes —entre ellos, de forma destacada, los de los propios
países del G-20, y en especial los más ricos— están prestando
apoyo directo a sus propias empresas. Más que un estímulo,
ello supone un factor de distorsión y de competencia desleal
hacia países que no pueden permitirse ese tipo de medidas, y
un nuevo ejemplo de los “dobles raseros” que se vienen aplican-
do en las relaciones Norte-Sur. Algunos países han adoptado
medidas proteccionistas del tipo “buy american” (Gamberoni y
Newfarmer, 2009; Hufbauer y Schott, 2009), y sigue presente
el riesgo de ulteriores restricciones al comercio, devaluaciones
competitivas, deflación salarial y otras políticas de “empobrecer
al vecino”. Finalmente, el compromiso del G-20 de cerrar las ne-
El recurso a la gociaciones comerciales multilaterales de la “Ronda de Doha”,
iniciadas en 2001, no se ha cumplido.
política fiscal no
es una opción En términos de acción colectiva, no se pueden obviar las asime-
al alcance de trías entre países avanzados, emergentes y en desarrollo. Algu-
los países más nos países emergentes afrontan la crisis en mejores condiciones
pobres que en el pasado, con niveles de endeudamiento más bajos, una
situación fiscal más desahogada, y reservas de divisas. Ya se ha
mencionado que países como China o Brasil han adoptado am-
plios planes de estímulo. También tienen cierto margen países
que han creado fondos de reserva aprovechando la “bonanza”
exportadora, como Chile, que cuenta con un “colchón” de 21.000
millones de dólares para financiar políticas contracíclicas. Sin em-
bargo, el recurso a la política fiscal no es una opción al alcance de
los países más pobres, ni de otros países en desarrollo o emer-
gentes que han afrontado la crisis con altos niveles de déficit
público y deuda externa, y una posición externa más frágil. Estos
países necesitan apoyo externo para hacer frente a la “brecha
de financiación” que trae consigo la crisis y evitar posibles crisis
de balanza de pagos, con efectos recesivos sobre una economía
mundial ya en caída libre, al hundir su demanda interna y supo-
ner devaluaciones competitivas. Además de ser un imperativo
ético y político para atenuar los efectos sociales de la crisis en los
más pobres, ese apoyo también es necesario para potenciar los
efectos globales de los planes de estímulo adoptados por otros
países emergentes y de la OCDE.
52
El retorno del FMI: problemas de escala, políticas, legitimi-
dad y gobernanza
54
trata de programas reactivos, como de carácter preventivo, que
se despliega cuando se barrunta la crisis. Ya se ha indicado cómo
los países asiáticos trataron de evitar esa situación, acumulando
reservas y, con ello, alimentando los desequilibrios globales y un
modelo que con la crisis se ha mostrado insostenible.
57
los tradicionales equilibrios de poder y de las miradas nacionales,
y que creyeron poder aumentar su influencia y al tiempo aislarse
de esos procesos, se trata de un doloroso aprendizaje, y debería
contribuir a alentar una participación más activa en la gobernan-
za global.
58
voz y la representación de los países avanzados, los países emer-
gentes y en desarrollo.
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