A Tres Bandas
A Tres Bandas
A Tres Bandas
República de Colombia
10/05/10 15:19
Índice
15 Introducción
Albert Recasens
27 Culturas musicales del México profundo
Gonzalo Camacho
37 Yo soy el huayno: el huayno peruano como confluencia de lo
indígena con lo hispano y lo moderno
Julio Mendívil
47 Las «versiones» del caso mapuche: historias de ayer y de hoy
Irma Ruiz
57 Bailes Chinos del Aconcagua. Una historia en dos acordes
Claudio Mercado
69 Cien años de zapateo. Apuntes para una breve historia
panamericana de la zamacueca (ca. 1820-ca. 1920)
Christian Spencer Espinosa
79 De improviso: el canto payadoresco, expresión de origen hispano
en el área rioplatense
Marita Fornaro
91 La música de salón en Colombia y Venezuela, vista a través
de las publicaciones periódicas de la segunda mitad del siglo xix
y las primeras décadas del siglo xx. A propósito de un ejercicio de
historia musical comparada
Hugo J. Quintana
103 Entre la duplicidad y el mestizaje: prácticas sonoras en las misiones
jesuíticas de Sudamérica
Guillermo Wilde
Ángeles González-Sinde
Ministra de Cultura de España
Lucía González
Directora del Museo de Antioquia
Ministra
Ángeles González-Sinde
Subsecretaria
Mercedes E. del Palacio Tascón
Directora General de
Bellas Artes y Bienes Culturales
Ángeles Albert de León
Ejes conceptuales
Antes del contacto con las sociedades del continente europeo, las culturas del México
prehispánico distaban mucho de ser una entidad homogénea. Arqueólogos,
historiadores y mesoamericanistas han señalado que, para el periodo previo a la
llegada de los españoles, el territorio mexicano se podía dividir en tres grandes
28
musicales, tales como maracas, raspadores y piedras sonoras. Fuentes
documentales refieren también el uso flautas, zumbadores, caracoles marinos,
sartales de objetos diversos, cascabeles y membranófonos descritos como
«tamborcillos». Algunos datos históricos y etnográficos llevan a suponer que el
canto acompañado con algún instrumento musical se relacionaba de manera
privilegiada con prácticas chamánicas y con la transmisión de la cultura a través
de textos cantados, los cuales aludían a sucesos particulares y a los mitos de
origen del grupo.
Los datos etnográficos de las culturas matriciales contemporáneas que habitan
la zona que correspondería a Aridamérica y Oasisamérica, muestran complejos
rituales en torno a plantas propias de zonas semidesérticas como el peyote y
animales como el venado y el oso. Es probable que la divinización de la cactácea
y de estos mamíferos se haya configurado desde la época prehispánica
–recordemos que estos grupos basaban su economía en la recolección y la caza–.
Asimismo, dichos rituales muestran la importancia que tiene la danza en el
desarrollo de una secuencia discursiva. En la danza del venado practicada por las
En los primeros años del periodo novohispano, la música ibérica fue utilizada
como instrumento de evangelización de los pueblos indios de México11.
Siguiendo esta política, los misioneros se encargaron de introducir instrumentos
musicales en las comunidades denominadas «indias», tales como arpas,
30
vihuelas, chirimías, órganos, sacabuches, flautas y violones, entre otros. La
imposición de los nuevos instrumentos y géneros musicales introducidos por los
frailes fue desplazando las prácticas musicales precolombinas, que a su vez
fueron prohibidas. No obstante, las nuevas expresiones sonoras fueron
resignificadas y empleadas bajo conceptos prehispánicos. Así, muchos
instrumentos musicales de la familia de los cordófonos, desconocidos en las
culturas prehispánicas, se utilizaron en rituales ancestrales e incorporados a una
nueva forma de religiosidad. Incluso los nombres en náhuatl asignados a los
instrumentos de cuerda dan cuenta de este entramado de saberes, como es el
caso de la palabra mecahuehuetl, literalmente «tambor de cuerda», para referirse
al arpa12. En el caso de los géneros musicales, como canarios, minuetes,
villancicos y otras danzas ibéricas, adquirieron una sacralidad particular
transformándose en música asociada a ciertos rituales de matriz precortesiana13.
Un caso particularmente interesante de mixtura lo constituyen las agrupaciones
de chirimía. Estos instrumentos, también conocidos como pífanos, fueron
introducidos por los frailes ibéricos para doblar las voces de los coros durante los
32
La anterior circunstancia se ve proyectada en las expresiones musicales. Así,
cordófonos como el laúd se transformaron en guitarras hechas con conchas de
armadillo denominadas concheras. Su afinación particular16 y el uso de cuerdas
metálicas ayudaron a obtener batimientos, tal vez como remembranza de los
aerófonos prehispánicos. Las arpas son empleadas por músicos de diferentes
pueblos indios y adquieren un rico simbolismo precortesiano. En la Huasteca,
por ejemplo, dichos instrumentos están vinculados con representaciones de la
Madre Tierra. De manera similar, flautas y tamboriles se quedaron acompañando
danzas de ascendencia prehispánica, como el juego del volador, o se
incorporaron a danzas empleadas en los rituales de petición de lluvia, como en el
caso de los Tecuanes (jaguares) entre los nahuas de Guerrero. Bandas de música
se emplean para venerar cerros o incluso divinidades ancestrales, como es el
caso de los ayook que ejecutan sones y jarabes en la cima de la montaña
denominada Cempoatepetl ofrendados al rey Condoy.
El rabel y el violín, con todas sus variantes organológicas, son instrumentos
profusamente empleados en todas las regiones y, junto con la gran variedad de
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Notas
1
Manzanilla y Lujan (2000).
2
Este fenómeno acústico se produce cuando se aplaude frente a la escalinata de la
pirámide de Quetzalcoatl/Kukulkan y se percibe el eco. El sonido resultante simula el canto
del quetzal. Cfr. Ramos et al. (2009): 399-421.
36
El huayno es, sin duda alguna, el género musical de mayor difusión en los Andes
peruanos. Su expansión geográfica va desde Cajamarca, al norte, hasta el altiplano
puneño en el extremo sur del país. Justamente debido a su amplia difusión, el
huayno en el Perú ofrece una enorme diversidad, ya sea referente a sus
características musicales o a sus contextos de ejecución, y sólo mediante un fuerte
grado de abstracción es posible considerarlo como un género con características
determinadas. En ese sentido, el vocablo huayno denota una serie de fenómenos
musicales independientes –de ahí que hablemos del huayno en el Perú y no de un
37
huayno peruano– y no una forma musical con variantes locales. A la abundancia
de «huaynos» se suma el caos nominal. Voces diversas como chuscada (en
Ancash), pandilla (en Puno), taki (en Cuzco), cholada o chutada (en Ayacucho) o
pampeña (en Arequipa) suelen ser utilizadas como sinónimos de huayno, a la vez
que refieren especificidades regionales.
No obstante, el huayno suele ser imaginado por sus productores y
consumidores como un género homogéneo y con una historia unitaria. Así, es
común en conciertos y hasta en conferencias oír comentarios sobre el carácter
ancestral y milenario del huayno, aunque sus registros históricos más antiguos
no le den una antigüedad mayor de 400 años. Igualmente arraigada está la idea
de que el huayno fue un género mayor durante el Imperio incaico. Este deseo de
dotarlo de una antigüedad remota y de un pasado glorioso da buena cuenta de la
enorme importancia simbólica que ha alcanzado en la sociedad peruana como
expresión cultural y como factor identitario.
En el presente trabajo queremos mostrar el huayno en el Perú. Para ello
revisaremos las escasas noticias históricas que conocemos y las transformaciones
El huayno en la historia
38
Antonio Ricardo en el año 1586, en Lima. En él aparece la voz «huayñucuni: sacar a
baylar el [sic] a ella, o ella a él, cruzadas las manos»1. Otros diccionarios lo
mencionan como baile «de dos en dos pareados de las manos»2 o como «baylar
dos en medio de vna rueda de mugeres solas, o solos hombres»3. Aunque estas
noticias no dicen nada sobre la forma musical en sí, nos permiten concluir que esa
danza prehispánica, enfrentada a las nuevas prácticas musicales venidas con los
conquistadores, fue el punto de partida de un mestizaje musical indígena-hispano.
La presencia del huayno en los diccionarios y no en las crónicas es
reveladora. Mientras que estas últimas mencionan repetidas veces géneros como
el harawi, el haylli o la cachua, parte del ciclo ritual andino en espacios abiertos, el
huayno no es mencionado ni siquiera por el Inca Garcilaso de la Vega o por
Guaman Poma de Aiala, que conocían de cerca la música indígena4. De ello se
ha deducido que el huayno no tuvo una presencia pública y que fue un género
menor de entretenimiento privado en tiempos incaicos. Según Roel Pineda, fue
precisamente ese carácter privado lo que lo salvó de la persecución extirpadora y
le permitió adaptarse a los nuevos vientos5.
El wayno es como la huella clara y minuciosa que el pueblo mestizo ha ido dejando
en el camino de salvación y de creación que ha seguido. En el wayno ha quedado
toda la vida, todos los momentos de dolor, de alegría, de terrible lucha, y todos los
instantes en que fue encontrando la luz y la salida al mundo grande en que podía
ser como los mejores y rendir como los mejores. […] El indio y el mestizo de hoy,
como hace cien años, sigue encontrando en esta música la expresión entera de su
espíritu y todas sus emociones8.
Las canciones se realizan en los modos A y B del sistema pentatónico, es decir modo
A: la-do-re-mi-fa-sol y modo B: do-re-mi-sol-la. Así, el modo A corresponde a lo que en
teoría occidental europea se conoce como «modo menor» –con la nota La […] como
fundamental–, mientras que el modo B corresponde al «modo mayor» –con la nota
Do como fundamental–. Un huayno que empieza claramente en menor, pasa a su
relativa mayor y se desarrolla en esta modalidad para terminar en menor12.
Tomando como partida el mapa propuesto por los Montoya para la canción
quechua18, queremos a continuación presentar, de manera tentativa, las áreas
musicales del huayno en el Perú. Para ello diferenciaremos las siguientes: 1) una
cusqueña con una subárea qorilazo y otra mestiza en las tierras bajas; 2) una
puneña de influencia qorilazo y aymara; 3) una huamanguina o chanca; 4) una
huanca en la región central del valle del Mantaro; 5) una ancashina en el callejón
de Huaylas, a lo largo de las cordilleras Negra y Blanca; 6) una que llamaremos
40
del Norte Chico, que abarca la sierra limeña (Huacho, Chancay y Cajatambo), y,
finalmente, 7) una cajamarquina al norte del país. En el interior de estas áreas,
las divergencias étnicas y sociales pueden también determinar diferencias:
[…] dos son las diferencias fundamentales […]. Por un lado, existe una canción
india y otra señorial19. Ambas comparten una lengua y un espacio comunes, pero
se diferencian entre sí por los instrumentos que tocan, las modalidades o tipo de
canciones, el modo de cantar, el modo de bailar y por los temas. Estas diferencias
son muy profundas y aparecen plenamente a lo largo de todas las regiones […]20.
41
cromáticos que acompaña la melodía pentatónica con una especie de contrapunto,
cuya invención se adjudica al legendario músico Zacarías Farfán, quien recibía el
apodo de Puntaca, una onomatopeya de su estilo de bordón24.
El huayno señorial del área huamanguina, en Ayacucho, se ha distinguido
por la fineza de su estilo, producto de una cultura musical casi de carácter
cortesano y que ha dado grandes intérpretes en la guitarra, como García Zárate,
o en el charango, como Jaime Guardia. Del mismo modo, es notoria la tendencia
entre cantantes del estilo huamanguino o coracoreño, al sur de Ayacucho,
a hacer uso de una voz impostada que difiere del timbre de voz natural del
huayno indígena25. Vásquez y Vergara han subrayado, además, la importancia
de la guitarra en el huayno huamanguino con sus diferentes afinaciones como
la llamada baulín (mi-do-sol-re-sib-sol) y de los bordones para el desarrollo
armónico26. La guitarra se encuentra, por el contrario, casi ausente en la música
indígena de esta área, siendo sus instrumentos más característicos el arpa y el
violín, la quena y el pinkullo27. Puede notarse asimismo una preferencia por
voces agudas femeninas como las de los harawis y las waylías indias.
Conjunto de roncadoras
de Ancash.
Fotografía: Marino
Martínez.
42
rural o el paisaje de la región30. El huayno indígena, siempre según la autora,
puede ser ejecutado con tambores cilíndricos (dúo de cajas) y por una flauta de
pico abierta de dos orificios y sin orificio posterior llamada roncadora, o por un
dúo de arpa y violín. Entre los mestizos es común encontrar, junto a la quena y
el acordeón, instrumentos de cuerda como la guitarra (a veces en la afinación
especial de mi-si-sol#-mi-si-mi), el violín y la mandolina. Dos iconos de la música
andina mediatizada provenían de Ancash: Pastorita Huaracina y el Jilguero del
Huascarán. A este último no sólo se le recuerda por su prolífica producción como
compositor de huaynos comprometidos, sino además por tomar elementos de
géneros modernos como la guaracha, la cumbia o el rock’n’roll.
Del llamado Norte Chico se conoce un estilo mestizo de huaynos pentatónicos con
acompañamiento de arpa, cuyos representantes más conocidos en el mundo
comercial fueron durante años la cantante Mina González y su arpista Totito de Santa
Cruz. Este género de huayno, que casi había pasado desapercibido para los medios
de comunicación, tuvo un boom en los años 1980, cuando jóvenes intérpretes como
Zósimo Sacramento, Elmer de la Cruz y los hermanos Pacheco empezaron a asimilar
El huayno en la actualidad
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Habitantes del área más austral de Sudamérica y uno de los pueblos originarios
que ha concitado mayor interés antropológico en el Cono Sur, el caso de los
mapuche (mapu, «tierra», y che, «gente») permite apreciar en forma sustantiva
cómo una unidad sociocultural1, en razón de una concatenación de hechos
históricos2, puede llegar a producir dos «versiones» de sí misma con las
suficientes semejanzas y diferencias entre sí como para permitirnos hablar de
los guluche («gente del oeste»; mapuche chilenos) y los puelche («gente del este»;
mapuche argentinos), a través de un ejercicio muy acotado de reconocimiento
de interesantes divergencias en torno a su ritual anual –llamado ngillatun,
ngellipun o kamarikun–, las prácticas musicales del mismo y algunos roles de
47
género. Sabemos, no obstante, que esta ramificación se nutre de conglomerados
étnicos que negociaron largamente entre sí, muchos de cuyos integrantes viven
actualmente las dos naciones como propias. Lo que produjo esa bifurcación fue
un largo proceso iniciado por esporádicos cruces cordilleranos oeste-este/este-
oeste, con fines de trueques varios (por ejemplo, tejidos de Araucanía por sal y
ganado cimarrón de Pampa y Patagonia), intensificados desde el siglo XVII hasta
convertirse en migraciones permanentes. Sin duda, un hecho impulsor de ese
ir y venir fue la adopción del caballo como medio de movilidad en la guerra y en
la paz, posibilitado por la multiplicación de equinos abandonados en la región
pampeana por Pedro de Mendoza, al retirarse después de la primera fundación
de Buenos Aires, en 1536.
En el siglo XXI, y en conocimiento de las vicisitudes que viven a diario
los mapuche en un mundo de «blancos» (huinka), llevando a cuestas
las injusticias acumuladas durante cinco siglos3, resulta extemporáneo e
improductivo plantearse quiénes traspasaron primero la cordillera de Los
Andes. Lo cierto es que muchos de los antiguos horticultores y pastores
Choikepurrun, puelpurrun
o longkomeo (Zaina
Yegua, Neuquén), 1978.
Buenos Aires, Instituto
Nacional de Musicología
«Carlos Vega».
48
vida comunitaria, que, según la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas
(ECPI 2004-2005), sólo el 17 por 100 conserva en Argentina. Mucho antes
la precedió un largo proceso de pérdida de su lengua, el mapudungun, cuyo
uso obligatorio en el ritual mencionado se convirtió en una norma de difícil
aplicación. La siguiente frase de un anciano mapuche permite apreciar en qué
asienta sus valores identitarios: «Cuando no se hable más la lengua, ni se haga
más ngillatun, no habrá más mapuche»5.
Choikepurrun, puelpurrun
o longkomeo (Zaina
Yegua, Neuquén), 1983.
Buenos Aires, Instituto
Nacional de Musicología
«Carlos Vega».
49
un solo palillo y tiene un asa de cuero en la base para sostenerlo6. El masculino
se apoya en el suelo y se ejecuta con dos palillos, exclusivamente para la base
rítmica de una danza pantomímica del ngillatun tratada más adelante. Los dos
suelen tener dibujos cosmológicos en su único parche. En lo que respecta a las
danzas rituales, todas ellas colectivas, la participación separada o conjunta de
hombres y mujeres es variada.
Puestos a señalar divergencias, sin duda, la más notable es la correspondiente
al personaje de la machi, definida por Grebe como la «principal portadora y
transmisora de la religiosidad [...], quien desempeña diversas funciones rituales
al servicio de su comunidad, destacando entre ellas las medicinales, adivinatorias
y comunicativas»7. Si bien alguna fuente temprana menciona su presencia en
Argentina, no se le adjudica un papel destacado como el que desempeña en Chile,
ni se ofrecen datos sobre trances extáticos, propios de los rituales de terapia. Sí
se puede afirmar que son mujeres adultas mayores o ancianas las que tienen
la exclusividad de comunicación con los seres suprahumanos que pueblan el
cosmos. Ellas suelen incorporar a su patrimonio los tayil (cantos sagrados) a través
50
funcionando como eje alrededor del cual se realizan las danzas y delante o detrás
del cual se efectúan las acciones rituales de mayor envergadura10.
Una primera división de los géneros vocales mapuche, distingue entre
cantos recreativos o profanos (ülkantun), que ejecutan individualmente
hombres o mujeres con fines de entretenimiento en contextos festivos y narran
experiencias individuales11, y cantos sagrados (ül), que expresan las mujeres en ritos
individuales, familiares o colectivos. Si bien ül se traduce como canto «a secas»,
se aplica genéricamente a los cantos de las danzas (purrun) del ngillatun12, con
acompañamiento de kultrun. Nunca se aplica, en cambio, a la otra categoría de
cantos sagrados de la mayor importancia: los tayil, que en el aspecto musical
difieren de aquéllos por cantarse sin danzar ni tocar el kultrun13.
A su vez, hay dos tipos de tayil que llamo: 1) «invocaciones cantadas» y 2) «cantos
de linaje»14. Ambos están presentes en el ngillipun y son estructuralmente diversos
entre sí en sus aspectos musicales y lingüísticos, así como en su contexto de
ejecución y funciones. Con las «invocaciones» se inicia el primer día del ritual,
momento sagrado por excelencia, en el que se invoca al cielo o lo alto (Wenu tayil)
Amupurrun (Anecón
Grande, Río Negro), 1983.
Buenos Aires, Instituto
Nacional de Musicología
«Carlos Vega».
51
durante la danza masculina que también recibe tres denominaciones: puelpurrun
(danza del este), ckoikepurrun (danza del avestruz) o longkomeo («con la cabeza», por
sus movimientos), y constituye el único lapso distendido del ritual, que se reitera en
más de una oportunidad los tres días. Las especialistas, sentadas, entonan el tayil que
corresponde al kimpeñ de cada uno de los cinco bailarines, en las cinco entradas
–caracterizadas musicalmente por esquemas rítmicos específicos de cada una,
ejecutados en el kutrun masculino– y durante el tiempo que dure la danza alrededor
del rehue. Estos tayil no deben considerarse como la faz vocal de la danza, pues se
trata de una convocatoria a los ancestros.
La estructura lingüística de este tipo de tayil se construye a partir de la
repetición de sílabas –a veces con valor onomatopéyico– y escasas palabras con
significado, lo cual, según hipotetiza Golluscio, podría deberse a un desgaste
y a un proceso de apócope o pérdida de vocales y consonantes, debido a su
antigüedad17. La línea melódica, constituida por frases breves y reiteradas que
concluyen con arrastres descendentes (portamentos), no hace sino remedar las
características del modelo lingüístico. En suma, debe observarse que los dos
52
Sólo resta mencionar que participan en el ngillatun dos aerófonos: la pifïlka,
una flauta longitudinal de madera, sin ducto ni orificios para obturar, que usan
durante el awun (ronda a caballo) algunos jinetes, y la trutruka, trompeta natural,
longitudinal, de gran extensión, con embocadura de corte oblicuo, que deja oír
sus melodías durante el awún y las danzas. Y también un idiófono (kaskawilla)
que consiste en cascabeles cosidos a una faja tejida y que portan en bandolera los
cinco bailarines del choikepurrun20.
Historias de hoy
Bibliografía citada
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54
Notas
1
Es preciso no confundir «unidad» con homogeneidad. En este caso, en Chile la componían
diversos grupos regionales que compartían la lengua y otros elementos culturales y habitaban
desde Coquimbo hasta el archipiélago de Chiloé: pikunche (gente del norte), huilliche (del sur),
pehuenche (del piñón), lafkenche (de la costa; lafken = mar, lago), mapuche. Los españoles los
llamaron genéricamente araucanos y así fue usado el nombre en diversos escritos, incluso
para distinguirlos de sus pares argentinos. De ahí que se conozca como «araucanización de la
pampa» el proceso de expansión de su lengua (mapudungun) y su dominio político (siglos xvii
a xix) sobre las etnias pampeanas y norpatagónicas –regiones del sur argentino.
2
Basta con nombrar la conquista hispana, primero, y la aniquiladora gesta de los respectivos
ejércitos nacionales, después. Los perjuicios de la primera todos los conocemos, pero, en
este caso, lo que no lograron los españoles en la extensa guerra de la Araucanía (1546-1810),
lo completaron en Chile y Argentina sus ejércitos y Estados nacionales a fines del siglo xix.
Se produjo así el comienzo de la desestructuración del pueblo mapuche, su sociedad y su
cultura. Mediante las campañas militares, llamadas con cínicos eufemismos «pacificación de
58
altamente disonantes, que algunos chinos llaman «sonido rajado»1. El sonido del
instrumento es un acorde disonante en el que se escuchan desde notas graves
hasta agudas. El soplido para lograr el sonido correcto debe ser intenso, lo que
hace que los armónicos choquen entre sí produciendo nuevos sonidos. Este sonido
vibrado es un concepto estético muy importante en las flautas de los Andes Sur:
es el llamado sonido tara, propio de pinquillos, tarcas y sikus andinos2.
Un Baile Chino está formado por dos filas paralelas de hombres. En cada una
hay, dependiendo del baile, entre cuatro y doce hombres, cada cual con una flauta
de madera. Las flautas más grandes –llamadas punteras– están al comienzo de las
filas, y su tamaño va decreciendo hasta las más pequeñas –las coleras–, que están
al final de las filas.
En el centro del baile hay un tamborero que, con un pequeño tambor, lleva
el pulso y los pasos de danza del baile. Atrás, cerrando la formación entre las
dos filas, va el bombero, que refuerza el sonido del tambor con un bombo de
construcción artesanal. A la cabeza del baile, al lado de los punteros (los chinos
que van a la punta), va el alférez, el cantor del baile.
60
Una fiesta de chinos usualmente tiene lugar el domingo y dura todo el día.
Los bailes comienzan a llegar a las nueve de la mañana, se visten con sus trajes
rituales y van a la capilla a saludar a la imagen correspondiente (la Virgen, el
Niño Dios, San Pedro). Allí, antes de saludarla, son recibidos por el baile dueño
de casa. Ambos bailes se ponen frente a frente y comienzan a chinear; se trata de
una lucha sónica, de definir qué baile es mejor. Aquí se juega el orgullo chino, la
identidad local, la fiereza del chino diciendo con su sonido «aquí estoy yo, aquí
está el baile de mi pueblo, bien parado, duro, fuerte».
Estar en medio de los bailes cuando se están saludando es una experiencia
acústica sorprendente: en un radio de tres metros se concentran las mejores
flautas de cada baile, sonando al mismo tiempo pero con pulsos y timbres
levemente diferentes.
Los bailes así enfrentados chinean durante unos diez minutos. Entonces
los alféreces de cada baile entran por la cola y van caminando lentamente
hacia adelante con su bandera en la mano, rodeados de los chinos, inmersos
en el sonido de las flautas que suenan por cada lado. Cuando llegan a la punta
El baile de Petorquita,
te dice mi corazón,
que a tu presencia ha llegado,
62
vengo a pedirte un favor.
Cuando todos los bailes han estado frente a la imagen, comienza la vuelta
de la procesión. El inicio es lento, pues los chinos deben calentar el cuerpo
nuevamente. Los músculos están fríos, doloridos, van entrando poco a poco en
calor a medida que las subidas y las bajadas se repiten. En diez minutos ya se
está en forma y toda la fiereza china se vuelve a desplegar. La procesión retorna
a la capilla de donde partió y ahí los bailes, uno a uno, se van despidiendo
siguiendo la misma estructura que en el saludo: el chineo, el alférez, que se
despide con tristeza, pues no está seguro de si seguirá vivo para volver a la fiesta
el próximo año, luego las flautas. Ha oscurecido, son las nueve de la noche y los
bailes comienzan a subirse a sus autobuses para emprender el camino a casa.
Las conversaciones giran en torno a lo bien o lo mal que estuvieron la fiesta, el
64
la zona y de los españoles que se hicieron dueños del territorio. Este mestizaje étnico
dio como resultado una población que aportó ambas vertientes culturales.
En los actuales Bailes Chinos se observan aportes indígenas e hispánicos
que supieron acomodarse y dieron forma a la estructura actual de los grupos y
su ritualidad. No sabemos cómo se expresaba la ritualidad de los pueblos que
habitaban la zona central de Chile antes de la llegada de los españoles, pero sí
que estos grupos, llamados Aconcagua por los arqueólogos (900-1.400 d. C.),
tenían flautas de piedra con la misma forma interna del tubo y poseedoras del
mismo sonido que las actuales flautas de chino5. Entre los aportes americanos
a esta tradición están, en primer lugar, los instrumentos y el concepto estético
asociado a ellos. El sonido, la manera dual de conceptualizar la música, el
timbre disonante, vibrado, el sonido tara6. Luego, la danza, absolutamente
ligada al sonido, tanto que el verbo «chinear», como ya he dicho, denota el
danzar tocando. Como en muchas tradiciones americanas, no hay separación
entre hacer música y danzar. Luego tenemos la relación de este tipo de danza-
música con la consecución de estados especiales de conciencia, es decir, la
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Mercado, Claudio (2003), Con mi humilde devoción. Bailes chinos de Chile central,
ed. Carlos Aldunate, Santiago de Chile, Museo Chileno de Arte Precolombino /
Banco Santander.
Audiovisuales
Notas
1
Pérez de Arce (2000).
2
Gérard-Ardenois (1997); Pérez de Arce (2000).
3
Pérez de Arce (2000).
4
Uribe Echevarría (1958).
5
Mercado (2005).
6
Según Pérez de Arce, los artesanos de la cultura Parakas del desierto peruano inventaron
66 el tubo complejo hace 2000 años. Este invento comenzó un viaje en el tiempo, el espacio y
las culturas, encontrándoselo posteriormente en Nasca, Tiwanaku, San Pedro de Atacama,
Diaguitas, Aconcagua y sur de Chile.
7
Mercado (1996).
8
Mercado (2002).
9
Mercado y Silva (2001).
¿Cuestión internacional?
¿Cuestión de guerra?
¿Cuestión de palpitante actualidad?
¿Qué es la zamacueca como expresión
de la índole social de un pueblo, como cuna
y como tabladilla, como gracia, como
voluptuosidad peculiar del clima y la mujer,
como molde de costumbres, como gimnasia
69
de la juventud, como símbolo de placer
y bulliciosa alegría, como danza nacional en fin?
El término «zamacueca» designa el nombre con que se conoció una de las más
importantes danzas de pareja de la región sudamericana durante todo el siglo XIX
y hasta bien entradas las dos primeras décadas del siglo XX. Aunque durante este
tiempo la historia musical de la región a la que pertenece registró una gran
diversidad de bailes mestizos que nacieron o se aclimataron en la zona
occidental, pocas formas músico-dancísticas alcanzaron tanta notoriedad y
arraigo cultural como la zamacueca en el periodo aquí reseñado.
El texto que presento a continuación tiene por objeto exponer una serie de
aspectos en común que se observan en el desarrollo, expansión y transformación
de la zamacueca en Argentina, Bolivia, Chile y Perú, desde la aparición de sus
Ernest Charton de
Treville, Dieciocho de
Septiembre en Santiago,
siglo xix.
Santiago de Chile, Museo
del Carmen de Maipú.
71
que ya existían en cada país antes de las independencias respectivas, iniciadas
cerca de 1810. Estos cambios, además de incentivar la creación de periódicos y
aumentar el flujo comercial entre las zonas colindantes, alentaron la
intervención de los nacientes Estados en la formación de un vínculo simbólico
con lo «propio», es decir, con una idea de nación imaginada antes que territorial.
Y, finalmente, la existencia previa de los llamados bailes criollos, bailes de chicoteo
o bailes de tierra, que, junto con la expansión del teatro como expresión popular y
la vida festiva decimonónica, permitieron «masificar» tímidamente la práctica
colectiva del baile social en el espacio republicano5. Estos tres factores, por cierto,
se dieron de un modo diverso en cada uno de los países.
Zamacueca. Estampa,
en P. Kauffmann,
Sud-Amérique: séjours et
voyages au Brésil, à La
Plata, au Chili, en Bolivie
et au Pérou, París, E. Plon
et Cie., 1879.
Madrid, Biblioteca
Nacional de España.
72
la vivencia que el pueblo tuvo de ella en espacios de baile espontáneos y callejeros7.
Es de subrayar que estos lugares fueron básicamente espacios públicos utilizados
para toda clase de celebraciones y efemérides que reunían a la población en
torno a la comida, el baile o la conversación, todas ellas formas agrarias de
sociabilidad que causaban cierto escozor en los viajeros, seguramente porque
detrás se veía reflejada la ruralidad y pobreza de las sociedades sudamericanas,
con su carga de segmentación urbana y analfabetismo generalizados.
La ubicuidad festiva de la zamacueca se vio facilitada por dos cuestiones
importantes: primero, por el hecho de que fuera un género ambiguo que podía
figurar en una fiesta masiva como música «popular», en un cancionero, poesía
lírica popular impresa o acto de repentismo (payada) como «música folclórica»8,
o en una partitura como «aire nacional» para el salón; segundo, la coreografía
del baile, que desde entonces hasta hoy busca retratar una escena de conquista
amorosa a través de movimientos semicirculares o circulares hechos con
pañuelo, invitando así a participar a la audiencia receptora con jaleos y gritos de
ánimo e incluso con interrupciones del baile para improvisar versos.
Rasgos musicales
73
música fue la causa de que durante más de cien años la estructura de la danza
mantuviera una forma fácilmente identificable. Aunque no contamos con
fuentes detalladas que nos describan la música de la zamacueca en este periodo,
puede inferirse –como ocurre con otros casos americanos– que la condición
bailable de la danza obligó a mantener una estructura medianamente fija para
facilitar el baile de pareja, reduciendo así la improvisación y aumentando la
repetición de su texto, ritmo, melodía, instrumentación e incluso armonía
durante más de un siglo. La música y el texto de la zamacueca, por tanto,
permitieron mantener estable su forma como género dancístico, conservando
una serie de elementos estructurales que perduraron en medio de las
transformaciones derivadas de la práctica social del baile en cada uno de los
territorios ya definidos por los Estados nacionales9.
Tanto los testimonios de memorialistas como las partituras y los trabajos de
recopilación de tradición oral, nos permiten inferir que la zamacueca de este periodo
tuvo una estructura básica relativamente similar a la que tiene hoy en los países aquí
reseñados, manteniendo una introducción (instrumental) y luego el desarrollo de un
74
frecuente encontrar cuecas en tres o cuatro estrofas con alternancia de las frases
a y b, pero variando según la forma en que se cantaba, pues al texto original se le
agregaban palabras, frases e incluso sílabas para cerrar las frases de cada periodo
(ripios, muletillas)12. En esta misma línea, la alternancia entre los compases de
6/8 y 3/4, la acentuación en tiempos débiles y el uso de grados armónicos
fundamentales (I, IV, V o V del V) se convirtió en una marca registrada del
sonido de la cueca americana, cuya tonalidad fue predominantemente mayor
(con la excepción de las cuecas bolivianas y norteñas, muchas de ellas en modo
menor o bien bimodales).
Ahora bien, mientras la relación texto-música y la coreografía nos permiten
hablar de ciertas similitudes continentales, la instrumentación y la velocidad o
tempo conforman las principales diferencias entre las zamacuecas de los distintos
países, sobre todo hacia los inicios del siglo XX. Aunque la guitarra hispana de seis
cuerdas constituyó desde siempre la base de la agrupación instrumental de la
cueca americana, a ella se fueron agregando los instrumentos más utilizados en
cada país, como el bombo, el charango y la quena en la cueca boliviana, la norteña
Ahora bien, en el interior de los propios países hay también diferencias que
operan como marcas de identidad sonoras para cada zona, generando
discrepancias que se harán evidentes en el siglo XX15.
***
La zamacueca americana fue, sin duda, una de las músicas bailadas más
importantes de toda la región sudamericana hispanoparlante durante más de
75
cien años y hasta la llegada de los reproductores mecánicos de música, cuando
comenzó a modernizarse y debió adaptarse a nuevos espacios sociales, iniciando
una nueva etapa marcada por la industria cultural y la masificación del folclore.
Como he intentado mostrar en este breve relato, existen factores para valorar la
existencia de una continuidad en su desarrollo entre los años 20 de los siglos XIX
y XX, así como elementos que indican el desarrollo de rupturas y variantes
regionales que, con el paso de las décadas, se han ido consolidando sin
abandonar jamás un sello americano, lo cual constituye una muestra más del
equilibrio entre las identidades sonoras regionales y continentales que gobiernan
la música de esta parte del mundo.
Bibliografía citada
Claro Valdés, Samuel (1982), «La cueca chilena: un nuevo enfoque», Anuario
Musical XXXVII: 71-88.
Bibliografía de referencia
Notas
1
Agradezco la colaboración bibliográfica de Nancy Sánchez, Javier León y Beatriz Rossells.
2
En el caso de estos países, la zamacueca no llegó a convertirse en un baile de rango
nacional sino regional. En Ecuador, según Mullo (1999: 283), esta danza se desarrolló
desde mediados del siglo xix como una versión nacional de la zamacueca chilena,
mientras que en Uruguay y Paraguay fue desplazada por las danzas de pareja enlazada
(Vega, 1953: 74-77). En México, sin embargo, la danza arraigó con más fuerza después de
ser llevada por los marineros chilenos a tierras costachiquenses –en fechas aún poco
claras–, pasando a integrarse con el tiempo en el complejo musical del son de la Costa
Chica; al respecto, véase Mendoza (1948) y Ruiz (2008).
3
Véase también Rossells (2009). 77
4
Sobre el carácter nacional de la danza, véase para el caso de Chile, Spencer (2007), para
el de Bolivia, Rivera (1999: 281), para el de Perú, León (2008) y Tompkins (1981), y, para el
de la Argentina, Octavio Sánchez (2004 y 2008), entre otros.
5
Sobre los bailes de tierra, véanse Vega (1956) y Loyola (1980); sobre la vida festiva en
Santiago de Chile, consúltese Salinas (2006 y 2007), y sobre la presencia ocasional de la
zamacueca en el espacio boliviano durante el siglo xix, véase Rossells (1996).
6
Para el caso de Bolivia, Rossells (1996: 63-64) menciona dos «samacuecas» chilenas que
aparecieron en publicaciones bolivianas de los años 50, 60 y 90 del siglo xix, así como
referencias a la prensa sucrense (Charcas). Para el caso de Argentina, véase Vega (1953: 14-29).
7
Cabe decir a este respecto que el debate sobre la influencia de las clases o sobre el
«ascenso» o «descenso» del baile como género bailable sigue abierto hasta hoy día.
Mientras que durante la mayor parte del siglo xx se creyó que las clases populares imitaban
lo que se hacía en los salones (por ejemplo, Vega [1956]), en los últimos lustros esta relación
ha tendido a invertirse (por ejemplo, Salinas [2000] o Sánchez [2004]). Sin embargo, es más
certero pensar en un proceso de múltiples viajes de ida y vuelta entre lo urbano (salón) y lo
rural (la campaña) donde la danza va sedimentando –de manera asincrónica– los hábitos de
uso del cuerpo del grupo social en su contexto específico. Díaz Gaínza, por ejemplo, señala
81
Sigamos esta evolución del género. A medida que avanza el siglo XIX se
intensifica la relación entre poesía oral y poesía escrita; hacia 1830, aparecen
periódicos escritos en verso al estilo payadoresco y se imprimen centenares de
folletos. Medio siglo después, el payador comienza a ser una figura conocida
en las ciudades; en lo que Marcelino Román define como la «época de oro»
(1890-1915), la práctica de la payada, si bien continúa en el ámbito rural, entra
en el circo criollo, en el teatro y en los cafés urbanos. Se graban los primeros
discos con improvisaciones. En esta época se establecen normas que perduran
hasta hoy en el canto payadoresco. También se legitima como espectáculo el
enfrentamiento escénico de figuras destacadas, en ocasiones con jurados que
determinan quién es el vencedor. La primera payada profesional documentada
La poética de la payada
[………..]
La música de la payada
A medida que avanza el siglo XIX, los payadores utilizan cada vez más la
milonga como base musical, en la actualidad la más popular. También se
emplea, sobre todo en la República Argentina, el vals, el estilo y la habanera.
El término «milonga» alude a dos expresiones poético-musicales con puntos
de contacto, pero con fuertes diferencias entre estos aspectos y en su función: la
especie lírica, sobre versos improvisados o no, que nace en el ámbito campesino
para pasar al urbano y mediatizarse, y la de función coreográfica, surgida
hacia 1880, de presencia predominantemente urbana. Esta última aparece
fuertemente vinculada al tango. La milonga tiene relación con la habanera en sus
aspectos rítmicos y una gran variedad en cuanto a estos últimos.
Como ya se ha anotado, desde finales del siglo XIX las creaciones de los payadores
se han transmitido a través de pliegos sueltos, folletos, pequeños libros, de los
que existen cientos en Argentina, Uruguay y Chile. Estas creaciones, también
presentes en la península Ibérica y en otros países americanos, constituyen un
formidable ejemplo de cultura popular escrita. Son conocidas como «literatura
de cordel», por la costumbre de ofrecer los versos a la venta colgados de una
cuerda; como «octavillas», en alusión al formato del papel en que solían publicarse,
y, en Chile, como «lira popular», término que constituye un magnífico resumen
de su carácter poético y de su génesis. Algunos de los enfrentamientos más
famosos entre payadores fueron transcritos en Argentina mediante taquigrafía y
luego impresos. Pero el más importante medio de difusión fue la radio, a lo largo
de toda la segunda mitad del siglo XX. Un hito importante en este aspecto lo
constituyó la «Gran Cruzada Gaucha» de 1955, organizada desde Uruguay por
Dalton Rosas Riolfo, en un movimiento que aglutinó a payadores uruguayos y
argentinos.
Bibliografía citada
Notas
1
La décima es una estructura poética constituida por estrofas de diez versos octosílabos;
una de sus posibles fórmulas de rima es la conocida como «espinela», en alusión al
poeta y vihuelista español Vicente Espinel. Esta fórmula, de rima predominantemente
consonante en los repentistas hispanoamericanos, es abbaaccddc.
2
Concolorcorvo [Alonso Carrió de la Vandera], en su Lazarillo de ciegos caminantes (1942: 33).
3
En sus crónicas Buenos Aires y el interior (1921: 64).
4
Bruno Jacovella (1959: 105) diferencia poesía folclórica, poesía gauchesca (a la manera del
gaucho) y poesía nativista (también llamada tradicionalista). Esta última, si bien conserva
los temas gauchescos y la nostalgia por la perdida vida campesina, no imita el lenguaje
rústico y no tiene finalidad épica ni polémica.
5
Moreno Chá ha trabajado en los últimos quince años sobre payadores argentinos y
uruguayos; para este aspecto, véase Moreno Chá (1997).
6
Disponible en el CD El arte del payador (véase Discografía).
89
Introducción
El contexto histórico-musical
93
94
La colección que estudió Ellie Anne Duque está constituida por 42 obras distribuidas
en tres publicaciones periódicas, a saber: 31 separatas correspondientes a El
Granadino, publicadas entre 1848 y 1849; 1 composición aparecida en El pasatiempo
en 1851, y 10 composiciones incluidas en El mosaico, entre 1859 y 1860.
Según nos advierte la musicóloga colombiana, las piezas que se difundieron
por estos medios hemerográficos bogotanos fueron escritas con fines de
entretenimiento (sin pretensiones virtuosísticas), por lo que se pueden considerar
cabalmente como música de salón, aunque eventualmente llegaron a interpretarse
en las salas de concierto. En ellas se hace uso de las pequeñas formas musicales,
predominando las de tipo binario o ternario, con sus respectivas repeticiones y
signos de da capo. El instrumento al cual están destinadas es fundamentalmente el
piano (incluso a cuatro manos), aunque las hay para voz y piano, flauta o guitarra
sola y flauta o violín con acompañamiento de guitarra. Los títulos suelen ser
95
– El Zancudo salió durante los años de 1876 a 1889, aunque con algunas
irregularidades en ciertas temporadas. Lamentablemente hoy sólo se
cuenta con los ejemplares correspondientes a los años 1876 a 1878 y 1880
a 1883, incluso faltan algunos números en estos años. Este semanario
publicaba cuando menos una pieza por número. El repertorio que se
difundió a través de sus páginas constaba fundamentalmente de valses (la
gran mayoría), danzas, polcas, canciones, romanzas o melodías, mazurcas,
polcas-mazurcas y alguna cosa curiosa como un «acróstico musical».
– Lira Venezolana salió entre octubre de 1882 y noviembre de 1883. Aunque
era bimensual, sólo publicaba (de forma encartada) un álbum musical al
mes. Afortunadamente hoy tenemos a nuestra disposición casi todos sus
ejemplares. Durante su corta existencia difundió caprichos, romanzas,
polcas, valses y fantasías.
– El Cojo Ilustrado salió entre 1892 y 1915. Aunque se publicaba cada quince
días, difundió, en promedio, una pieza por mes, llegando a la respetable
cifra de 288 obras en sus casi 23 años de existencia. Entre los géneros que
preferentemente se difundieron en esta revista y, por ende, en la Caracas de
entonces, se encuentran valses (los más numerosos desde luego), himnos,
polcas, danzas, romanzas, canciones, marchas, barcarolas, nocturnos,
recitaciones al piano, algún que otro impromptu, aires nacionales, baladas,
minuetos, etc., además de algunas obras de carácter religioso como himnos,
cantigas, letanías, ofertorios, un Tantun ergo y un O Salutaris.
Los compositores
97
No quisiéramos culminar estas líneas sin llamar la atención del lector respecto
a otros aspectos de la vida musical que nutren las páginas de las publicaciones
periódicas caraqueñas, los cuales, a pesar de no tratarse de música propiamente
dicha, forman parte de la «cultura musical» que aquellas sociedades solían
consumir. En este sentido, debe advertirse que en las páginas de El Zancudo,
Lira Venezolana y El Cojo Ilustrado abundan reseñas biográficas de músicos
nacionales e internacionales, reseñas sobre espectáculos y estrenos de obras
locales y foráneas, crónicas y críticas de conciertos y montajes operísticos,
publicidad y noticias vinculadas a la educación musical, artículos sobre acústica,
estética musical, etnomusicología y folclore, musicoterapia, técnica pianística,
organología, difusión de partituras y una extraordinaria iconografía musical,
así como un despliegue, también extraordinario, de grabados y fotograbados de
los elencos de las compañías de ópera visitantes, así como de otros concertistas
viajeros. Esta amplia cobertura periodístico-musical nos ha hecho desmentir
en varias oportunidades la idea difundida en nuestra historiografía tradicional
de que se trataba de una sociedad aislada de cuanto sucedía en el mundo
que le era contemporáneo. Da más bien la impresión de que aquellas gentes
decimonónicas estaban muy pendientes de todas las novedades y modismos que
venían de Europa (sobre todo de Francia) para tratar de imitarlos, pues, a la luz
de los lugareños, todo eso era un símbolo de progreso y modernidad. No era otra
cosa sino el petit Paris o el «París de un piso» que quiso construir el presidente
Guzmán Blanco en la Caracas de fines del siglo XIX, llena de fachadas neoclásicas
y de gente que vestía a la moda francesa y se expresaba con algún que otro
término igualmente galo.
La opción y elección por la pequeña obra musical de salón, ya compuesta aquí, ya
venida de fuera, son también una muestra de lo mismo, pues en la Europa burguesa
de fines del siglo XIX se produjo, igualmente, mucha música «trivial», y muy pocos
andaban detrás de los delirios sinfónicos de Berlioz, de las reformas operísticas de
Wagner y, mucho menos, de las audacias armónicas de Debussy.
Era una sociedad, acaso algo superficial, que satisfacía sus necesidades lúdicas
98
en el salón de una casa de sociedad, en cuyo centro no podía faltar un piano
con una señorita (o un eventual profesional del instrumento) que lo tocara para
deleite y ambientación de una velada social. A ellos podían sumarse algún que
otro cantante o recitador, o una pequeña orquesta de baile, cuando se trataba de
un sarao de mayor significación. Alrededor de este superficial pero ineludible
evento social, se generó todo un complejo socio-económico que implicaba, entre
otras cosas, las casas importadoras de pianos, partituras y libros de música, los
afinadores de dicho instrumento, los compositores y profesores de piano, los
editores e impresores de música y, finalmente, la prensa escrita que se encargó
de publicitar y difundir el producto.
También hubo un espacio para el cultivo y la apreciación de la gran obra, digna de
mayores consideraciones estéticas, pero ello quedó reservado para la ópera italiana,
cuyas temporadas se realizaban unas dos veces al año, con estrenos bastantes
similares a los que se conocían en la Europa de entonces. Las temporadas de ópera
se alternaban a su vez con las de zarzuela, el más importante vínculo musical que
quedó entre la metrópoli hispana y sus otrora colonias sudamericanas.
Duque, Ellie Anne (1998), La música en las publicaciones periódicas colombianas del
siglo xix (1848-1860).
— (2000), «La música en Bogotá a mediados del siglo xix y el repertorio de salón
aparecido en las publicaciones periódicas granadinas», en José Peñín (coord.)
Música Iberoamericana de Salón. Actas del Congreso Iberoamericano de Musicología,
1998, Caracas, FUNVES-CONAC-TE, tomo II: 527-555.
Guenkdjian, Gregorio (1993), Partituras selectas de autores venezolanos publicadas
en El Cojo Ilustrado, Caracas, UPEL-Instituto Pedagógico de Caracas.
Llamozas, S. (ed.) (1998), La Lira Venezolana: edición facsimilar, compilación y estudio
preliminar de Hugo Quintana, Caracas, Fundación Vicente Emilio Sojo-CONAC.
Milanca, Guzmán M. (1983), «La música en el centenario del Libertador»,
Revista Musical de Venezuela 9-11.
— (1982), «El Cojo Ilustrado 1892-1915: una investigación hemerográfica», Revista
Musical de Venezuela 6.
— (1993a), La música venezolana: de la colonia a la república, Caracas, Monte Ávila
Editores Latinoamericana.
— (1993b), La música en El Cojo Ilustrado, Caracas, Dirección de Cultura de la UCV
y Presidencia de la República, vols. I y II.
Peñín, José (1994), «La imprenta musical en Venezuela», Papel musical
(noviembre-diciembre): 29-33.
Quintana, Hugo (1998), La Lira Venezolana: edición facsimilar, compilación y
estudio preliminar de —, Caracas, Fundación Vicente Emilio Sojo-CONAC.
— (2000), «El movimiento musical de la Caracas de fines de siglo xix y principios
del xx, visto a través de las páginas de El cojo ilustrado», en José Péñín
(coord.), Música Iberoamericana de Salón. Actas del Congreso Iberoamericano de
Musicología, 1998, Caracas, FUNVES-CONAC.
Rodríguez, F. (1998), «Los compositores venezolanos y la música de salón en
las publicaciones Lira Venezolana y El Zancudo: 1880-1883», Revista Musical de
Venezuela 37.
Rodríguez, M. (1993), «El Zancudo: un periódico de interés musical», Revista
99
Musical de Venezuela 32-33.
Sangiorgi, Felipe (1988), «Catálogo de las partituras publicadas en El Cojo Ilustrado
(1892-1915)», Revista Musical de Venezuela 24, 93-130.
Notas
1
En realidad, el tema de la música en la hemerografía decimonónica había sido abordado
en diversas oportunidades antes del Congreso de Musicología de 1998; entre otras
investigaciones podemos citar aquí los trabajos de Milanca Guzmán (1982, 1983, 1993a
y 1993b), Sangiorgi (1988), M. Rodríguez (1993), Peñín (1994), F. Rodríguez, (1998) y
Quintana (1998).
2
Al respecto dice Ellie Anne Duque (2000: 538): «Sus paradigmas musicales no son Bach,
Mozart o Haydn, sino Herz, Thalberg, Hûnten, Bosisio, Lanner, Moscheles, Meyer y otros
recordados hoy en día por sus obras menores, galopas, valses, cuadrillas, etc...».
104
Hasta ahora no se sabía nada aquí [en las misiones] de nuestras rayas ni tipos
de compás, nada de la tripla y nada de las cifras 76, 43, etcétera. Hasta el día de
hoy los españoles –como lo he visto en Sevilla y Cádiz– no tienen ni corcheas, ni
fusas, ni semifusas. Sus notas son todas blancas: las semibreves, las mínimas y las
semimínimas que son parecidas a las notas cuadradas de la vieja música litúrgica2.
Los primeros que enseñaron a cantar a los indios, decía Sepp, fueron los
padres holandeses; después, escribe, «vino un padre español» que promovió
105
la música y compuso misas, vísperas, ofertorios y letanías3. Seguramente
Sepp se refería a sus antecesores Jean Vaisseau (1583-1623), primer cantante
profesional, Louis Berger (1589-1639), principal maestro de viola da gamba, y
el español Silverio Pastor, probablemente responsable de la introducción de
villancicos en las misiones. Aunque no lo dice explícitamente, Sepp adaptó este
género existente en el repertorio misional, siguiendo el modelo de los motetes
de Melchor Gletle y Kaspar Kerl, evitando todo elemento profano4. Según nos
informa, escribió canciones alemanas que después tradujo al guaraní para la
celebración de la Navidad. Entre los primeros violinistas destacados estuvo el
jesuita Florian Paucke, quien llegó a las misiones en 1749 y dejó uno de los
relatos más fascinantes sobre su experiencia entre los indios del Chaco. Con la
llegada de Domenico Zipoli al Paraguay, el sonido misionero se adaptó a la moda
italiana. Las fuentes también mencionan varios músicos indígenas que vivieron
en las misiones como Ignacio Paica, Gabriel Quirí, Ignacio Azurica y Nicolás
Ñeenguirú, entre muchos otros, que, además de tocar instrumentos musicales,
ejercían cargos de gobierno en los cabildos de sus pueblos5.
106
El talento de los indígenas
[N]uestros indios son en verdad poco hábiles para todo lo que es invisible o no salta
a la vista, es decir, para lo espiritual y abstracto, pero están muy capacitados para
todas las artes mecánicas: imitan como los monos todo lo que ven, incluso si hace
falta paciencia, longanimidad y un ánimo infatigable. Lo que el paracuario toma en
la mano, lo lleva a un término feliz y no precisa para eso un maestro; debe tener
solamente su modelo siempre presente7.
Sonoridades emergentes
Iglesia de un pueblo de
la región de Chiquitos
(Bolivia).
Fotografía: Guillermo
Wilde.
108
En una interesante carta sobre la vida cotidiana misional, describe el modo en
que se efectuaban los funerales en las misiones del Paraguay. Los músicos y
monaguillos acompañaban al padre, que iba vestido de negro, hasta la iglesia,
donde se cantaba un responso. Después de que el cuerpo había sido colocado en
la sepultura, la madre, mujer y parientes del difunto comenzaban con un «género
de canto lúgubre y tan desentonado, que es imposible explicar su desentono». Los
indios llamaban guahú a ese canto, en el que decían del difunto «no sólo lo que
fue, sino lo que se esperaba que fuese, si no hubiera muerto»13.
Otras cartas de periodos anteriores se refieren a esos cantos como perjudiciales
para mantener el orden de la misión, y se manda prohibirlos. Pero este documento
claramente alude a su absorción dentro del contexto solemne de la liturgia
funeraria cristiana.
Las ocasiones festivas aparentemente se presentaban como el espacio
privilegiado para la expresión y actualización de elementos culturales y la
incorporación de elementos locales. En ellas existía cierto grado de libertad y
ludismo, constituyendo también ámbitos para la posible coexistencia tanto de
Conclusión
Bibliografía citada
Notas
1
Block (1994). Para este contexto resulta adecuado también el concepto de «middle
ground» o cultura del contacto, tal como lo formula el historiador Richard White. Para la
noción de «etnogénesis misional» véase Wilde (2009).
2
Sepp (1971): 208.
3
Sepp, (1971): 203.
4
Illari (2005); sobre la música importada por Sepp véase Andriotti (1999).
5
Los pueblos de reducción poseían una organización política y económica autónoma
que, si bien en sus niveles superiores era controlada por los sacerdotes, la integraban
principalmente los caciques indígenas. Además, existían en las misiones gran cantidad
de indígenas ejerciendo cargos militares, oficios artesanales y empleos en la iglesia. Entre
estos últimos se encontraban los músicos, cantores y copistas.
6
Waisman (1998); Illari (2006); Wilde (2007).
7
Sepp (1973): 270.
8
Cardiel (1913).
9
Lange (1986), (1991).
112 10
Loza (2006); Illari (2004).
11
Paucke, (1942-1944): 14.
12
Hoffman (1979): 119-185.
13
Furlong (1965).
14
Samuel Claro (1969) confirma este aspecto para el caso de Moxos. Véase también
Waisman (2004).
15
Sepp (1973): 181.
16
Alvear (1836-1837): 84.
17
Turner (1995).
18
Para una interpretación de las maracas del friso en el contexto guaraní, véase Wilde
(2008).
Introducción
Mujeres afrobolivianas
de la comunidad de
Mururata (La Paz), 1998.
Fotografía: Walter Sánchez.
116
cofradías de negros libres, de esclavos y de «mulatos»), fomentando nuevas
prácticas religiosas, sonoras y culturales. Los Estatutos de la Cofradía de Santo
Domingo y San José permiten comprender no sólo la organización y las actividades
en las cofradías de esclavos negros sino su orientación en la vida colonial2:
(L)os esclavos (deben) acudir todos los días a su Reyna y Señora (la Virgen del
Rosario) con su jornal […] y para que todos las conozcan y tengan por esclavos de
tan divina Señora traerán fu rosario al cuello con la insignia de nuestra Señora y S
y clavo en señal de su venturada esclavitud.
De Arzans Orsúa y Vela muestra que, en siglo XVII, los negros participaban
como una comunidad diferenciada. Destaca que durante la procesión del
Miércoles Santo, que salía de la iglesia de Santo Domingo (Potosí), «los mulatos
y mulatas, (iban) por delante, alumbrando a Cristo Nuestro Señor con la cruz
a cuestas y a su santísima madre y también a la Verónica y de entrambos sexos
llegarán a 120 con velas». Luego le seguían los indios, detrás los españoles
y, finalmente, «50 hombres con túnicas negras, que son de los esclavos de la
cofradía de Jesús Nazareno». Esta participación diferenciada abarcaba el uso del
vestido, los instrumentos musicales y la creación de una propia sonoridad, tal
como lo describe este autor, en la fiesta de la Purísima Concepción de Nuestra
Señora (1622), cuando luego de pasada la ceremonia:
(S)e oyó ruido de cajas por la calle del contraste, y mirando todos aquella parte
vieron entrar 12 negros atabaleros en mulas buenas, todos vestidos de raso verde y
encarnado; las cubiertas de las mulas o gualdrapas eran de tela nácar, los atabales
cubiertos con brocados azules y con muchas cadenas de perlas en los bordes.
Son escasas las referencias que se tienen sobre las sonoridades afrobolivianas
durante la república. Aparecen escuetas noticias en el siglo XX en descripciones
de tinte folclórico o periodístico que destacan la participación de las
comunidades negras, como aquella que señala la participación de la Comparsa
Morenos de la Saya de Yungas en un concurso de «bailes vernaculares»
organizado por la Alcaldía Municipal (La Paz, 1945). El folclorólogo Rigoberto
118
Paredes apenas da referencias sobre las danzas tundiqui y tuntuna. Es en
la década de 1960 cuando Pizarrozo Cuenca describe laxamente la música
afroboliviana:
Todo empezó con la canción Llorando se fue, presentada por Los Kjarkas como saya,
aunque es un caporal. La escuchábamos en la radio y eso ocasionó gran confusión
en la gente […] En el caporal se representa al capataz de la hacienda, que lleva un
látigo. No es inspiración afro. Esto motivó a muchos a organizarse en el tema de la
danza.
Músicos ejecutantes de
los tambores, Chicaloma
(La Paz), 1998.
Fotografía: Walter Sánchez.
119
Se comenzó por recuperar la danza de la saya, puesto que es una de las más
representativas de nuestro pueblo, junto con otras danzas […] Afirmar la identidad
significó retomar y revalorizar la cultura, por ello la danza va dirigida a la propia
gente afro, para elevarle la autoestima y ayudarla a cuestionarse su condición actual
para comenzar una lucha conjunta.
120
a reuniones y se notifican acontecimientos importantes en la comunidad– y su
carácter «parlante», señalado en los cantos: «Esta caja que yo toco / tiene boca y
sabe hablar. / Sólo los ojos le faltan / para ayudarme a llorar».
La danza, en este contexto, sigue siendo la más completa expresión de la
identidad cultural afroboliviana. Condensa en sí todo el conjunto rítmico-corporal
y la identidad sonora y poética. La danza emblemática afroboliviana es la saya,
cuya estructura se halló, siempre, entreverada con la estructura social, tal como
describe Manuel Barra durante la época de hacienda:
La saya actual refleja los nuevos tiempos y los contextos actuales, y ha perdido
gran parte de sus personajes. Durante el baile, las mujeres –vestidas con falda
y blusas blancas– bailan y cantan y los hombres van detrás ejecutando los
tambores.
La zemba es una danza de origen africano casi desaparecida. A principios del
siglo XX la bailaba sólo el «Rey de todos los negros»: don Bonifacio Pinedo, en la
apertura de la fiesta de Pascua –bajo la advocación de San Benito– en la comunidad
de Mururata (Nor Yungas). La historia oral cuenta que, durante el baile, el Rey
daba recomendaciones o advertencias cantadas a su pueblo: «Mayordomo de la
Vega, / ¿por que mató a su mujer? / Porque le encontró poniendo / su palito en su
lugar, ¡ay! / Ay leru e, Ay leru e / Ay leru e, zamba de mi mayoral».
El baile de la tierra –o cueca negra– y el huayño negro son parte del mestizaje
cultural negro-africano con la cultura aymara y mestiza local. El baile de la tierra
es una danza –con canto– de pareja, ejecutada durante el matrimonio. La letra
del canto hace referencia a la condición de la pareja o describe situaciones que
atañen a las personas o a la comunidad: «De Santa Ana / voy bajando / para
subir a la cuesta `e Tokaña / veinticuatro / voy saliendo / al volver voy a pasar
por Chijchipa». El huayño negro es otro baile colectivo que se desarrolla en
círculos, con los danzantes tomados de la mano y cuyo canto hace referencia a
alguna circunstancia asociada a la pareja: «Ahora que dices doña Antonia, / la
Raimundita se está casando, / ay caray, se está casando. / Llévalo nomás Santiago,
/ la Raimundita, / llévalo nomás contento, / pa´ que te tienda la cama».
121
El canto actual –como señala Mónica Rey– sigue la tradición comunicativa
africana: «Todo aquí es cantado, los acontecimientos importantes y menos
importantes de la sociedad, de la naturaleza y del pensamiento». Este cantar
no se limita a los actos festivos ni a la memoria histórica: «Honor y gloria a
los primeros negros / que llegaron a Bolivia (bis), / que murieron trabajando /
muy explotados en el cerro rico de Potosí (bis)», sino que alcanza al canto ritual
como en el mauchi –ceremonia fúnebre–, que aún conserva palabras en lengua
kikongo y kinbundu.
Todo este largo proceso histórico muestra que, más allá de las políticas
de cambio cultural y de los procesos de mezcla, hibridación, sincretismo y
mestizaje –mayormente cultural–, la comunidad negro-africana en Bolivia –lo
afroboliviano– ha sido capaz de: 1) generar respuestas de diverso tipo sobre
la base de una matriz socio-cultural propia; 2) reconstruir espacios –muchas
veces ocultos o escondidos dentro de otras organizaciones– donde pudo recrear
constantemente sus identidades diferenciadas frente a lo indio, mestizo o
hispano; 3) utilizar dispositivos culturales, como el sonido de los tambores, el
Bibliografía citada
Testimonio (1998), «Tiempo para contestar las palabras. Testimonio del abuelo
Manuel Barra (entrevista: Walter Sánchez C.)», en El Tambor Mayor. Música y
Cantos de las Comunidades Negras de Bolivia, Doc. Etnomusicológica núm. 6,
Cochabamba, Fundación Simón I. Patiño: 89-116.
Bibliografía de referencia
Notas
1
«Ladino»: negro nacido y bautizado en España; «bozal», no bautizado y recién llegado
del África; «criollo»: nacido en las colonias.
2
Ambas citas tomadas del Archivo Nacional de Bolivia (Mizque, núm. 2, 1631).
3
Tal fenómeno se mantiene en el tiempo, como señala Manuel Barra: «Los indios
zampoña y los negros saya nomás, siempre» (Testimonio 1998).
4
De forma abarrilada –dos parches con amarres directos–. Son de tres tamaños: tambor
mayor, tambor menor y gangingo. Se ejecuta con dos técnicas: 1) ataque con baqueta,
en la danza de la saya y 2) ataque con las dos manos, en la cueca negra, huayño negro y
zemba. Otro instrumento es la guancha (raspador), hecho de cañahueca de gran tamaño;
acompaña la saya. Los cascabeles son de metal y los lleva puestos, en las botas, el bailarín
caporal.
5
El tambor mayor simboliza la máxima autoridad. El Tambor Menor es el «seguidor» del
tambor mayor; con menor jerarquía. El gangingo es un «moderador»; posee la menor
autoridad simbólica.
123
Presento aquí una visión general de las diversas tradiciones musicales de origen
africano que se desarrollaron en Brasil a partir de las primeras décadas tras la
llegada al país de esclavos procedentes del continente africano. Las discusiones
incluirán formas ritualísticas y seculares de música afrobrasileña, teorizando
acerca de sus varias dimensiones: música, texto e historia social.
Texto musical
Una buena razón analítica para estudiar textos musicales puede quedar clara
si pensamos cuántos signos se esconden tras los niveles de expresión simbólica
y estética activados en esos complejos acontecimientos culturales: tambores,
125
danza, ropas, representación, mímica, movimiento. Además de todo eso,
percibimos que las personas murmuran algunas palabras, lo cual parece
irrelevante frente a todo el rico cuadro semiótico que ya tenemos para decodificar
y al cual reaccionar. ¿Por qué prestar atención, entonces, a cantantes que, en
la mayoría de los casos, no utilizan una lengua estándar, cortan la mitad de las
palabras, prefieren usar un modo de producción vocal que torna su lengua de
difícil entendimiento para los extraños, cuando no para ellos mismos? Una
buena parte de las tradiciones musicales afrobrasileñas utiliza esa producción
vocal que llamo estética de la opacidad.
Hibridismo
Géneros musicales
Estereotipos
Las imágenes de negros danzando y tocando música realizadas por viajeros casi
siempre tienen algo en común: una alegre reunión de personas. En las acuarelas
Contextualidad e intercontextualidad
Bibliografía de referencia
134
Discografía
Notas
1
Este artículo es una versión reducida de un ensayo más largo, titulado «Afro-Brazilian
Music and Rituals. Part I: From Traditional Genres to the Beginnings of Samba» (Carvalho
135
200) y ha sido traducido con el permiso del autor por Susana Moreno Fernández.
Los garínagu1 se localizan a lo largo del borde costero del golfo de Honduras.
Desde su posición más septentrional –Dangriga en Belize–, a la más oriental
–Plaplaya en la frontera con la mosquitia hondureña–, ocupan con Guatemala
tres países, aparte de un bolsón de población asentado en Orinoco y Santa Fe, en
Laguna de Perlas, Nicaragua. Con una historia centroamericana reciente, adonde
llegan poco más de dos siglos atrás, desde su llegada son artífices de diversos
acontecimentos que les permiten la consolidación de su territorialidad sobre las
divisiones nacionales que los atraviesan2.
La etnogénesis de los caribes-negros, como fueron conocidos, primero,
en la literatura de los viajeros y, luego, en la científica, es el encuentro entre
139
amerindios caribes y arawakos con africanos en las Antillas Menores y,
en particular, en la isla de San Vicente. Fue el cimarronaje como método
de resistencia exitoso lo que llevó a las potencias europeas a reconocerlos
como un grupo beligerante. No obstante, son estos mismos pulsos los que
precipitan la llamada guerra caribe contra los ingleses entre 1795 y 1796. Tras
su reducción, son enviados a las islas de la bahía frente al territorio continental
centroamericano3.
Diversos son los roles realizados a lo largo de estos doscientos doce
años: milicias, agricultores, navegantes (piragüeros), contrabandistas,
monteros, estibadores en muelles, marinos mercantes, trabajadores en los
ferrocarriles y bananeras; entre otros muchos, éstos son los trabajos que ha
podido sobrellevar esta joven sociedad que se «adapta a condiciones foráneas
recientes» en una transición que incorpora nuevos símbolos de tradición y
dicta conductas4. Gracias a todo ello, es posible la supervivencia y continuidad
hasta nuestros días de los 2.026 caribes que llegaron a Port Royal en Roatán
aquel 12 de abril de 17975.
Mujeres bailando
wanaragua. Grupo de
Hazel Cayetano, P. G.
Belize.
Fotografía: Alfonso
Arrivillaga.
141
a realizar. Una es el drama danzario de moros y cristianos: tira, representación
realizada por mujeres que semejan pelar con machetes y dictan diálogos
que desarrollan este viejo conflicto pre-conquista de América; debe tratarse
de la más tardía imposición de este drama danzario en el Nuevo Mundo;
Coelho lo remonta a 18508. La otra es el maipol (maypol), baile del palo de
mayo, practicado, como el anterior, con otras denominaciones (sebucan, doce
pares de Francia, las flores, etc.) a lo largo del continente. Ambas danzas se
acompañan de un conjunto de redoblante, bombo, platillos, el garawoun y
un instrumento de viento, como trompeta o saxo. Participan bailarines de
ambos sexos.
Tambores primera y
segunda. Grupo de Hazel
Cayetano, P. G. Belize.
Fotografía: Alfonso
Arrivillaga.
142
Como en otros membranófonos africanos, el término se asocia a la batería de
dos o tres garawoun y a sus funciones colaterales.
Es en los cultos a los ancestros chugú y dügü10 donde los tambores tienen una
intervención de la que se derivan importantes valoraciones para el instrumento. En
estos ritos de posesión, los ritmos ejercen una función más allá de lo musical. Conducido
el ritual por el buyei (chamán) en un dabuyaba (casa de los ancestros, el templo), se
interpretan tres garawoun que representan pasado, presente y futuro movilizadores
de una danza circular que, al ritmo del hüngühüledi, propicia el trance. El tambor en
el centro de esta tríada se conoce como lanigi garawoun, mientras que el corazón del
tambor sugiere que el ritmo es una alegoría del latido del corazón. Acompañan uno o dos
intérpretes de sísiras (sonajas), instrumento usado por el buyei debido a las propiedades
curativas de éstas. La parte vocal queda a cargo de las gayusas cantoras-danzantes.
Fuera del templo, los tambores se dividen en primera, el más pequeño y agudo,
encargado de los repiques, y segunda, más grande, grave y responsable de la base
rítmica. Regularmente todos llevan un forlón (correa) sobre el parche. Puede variar
el número de garawoun, pero no sus términos y funciones. Aquí también se cuenta
con un intérprete de sísira, un cantante solista y coro11. Son los nombres de los
ritmos los que designan el baile. Ya nos hemos referido al sagrado hüngühüledi,
al que añadimos ahora una variante que podemos considerar semisecular, el
hüngühüngü, ya que se utiliza en los cortejos procesionales de imágenes o en las
celebraciones de representación de su llegada procedentes de Yurumein (San Vicente)
a Centroamérica, donde, a pesar de lo festivo, hay un sustrato religioso rector.
Tres ritmos-baile más se identifican con el conjunto de tambores: la chumba
presenta una relación de competencia entre el tamborero y el danzante (de cualquier
sexo) que imita acontecimientos de la vida diaria; el sanbei, de carácter masculino,
Tocador de garawoun
primera «repica» con
los segunda al fondo.
Livingston (Guatemala).
Fotografía: Andrés
Asturias.
143
muestra al danzante habilidoso, y el gunjéi, un baile de parejas que se intercambian a
la voz de sarse, semejante a los viejos bailes europeos de cuadrillas (Square Dance)12.
Se ha desarrollado una cuarta tradición rítmica, la parranda, como forma exclusiva
para tambores, ausente la tradicional guitarra y eventualmente a cappella.
La punta
La punta es el baile más popular entre los garínagu y el más conocido fuera
de su ámbito. Su contexto principal son los novenarios, cuando celebran un
beluria al difunto. Rezos, juegos de mesa, el cotilleo de vecinos, un auditorio
atento a los contadores de uraga que, acompañados de cantos, recuerdan al
griot africano, tambores y baile de punta distinguen, entre otros elementos, este
acontecimiento.
144
El baile, también llamado kulióu, se caracteriza por sus movimientos de caderas-
pelvis y su deslizamiento sin elevar considerablemente los pies del suelo14. Jenkins
dice que la punta es la mejor expresión de la política sexual de los garífuna15. En el
patio de casa, en la calle, bajo el alumbrado público o cerca de una fogata, se forma
un círculo compuesto por tamboreros, tocadores de sísiras y cantantes que se turnan
para pasar a bailar al centro. Pueden coincidir ambos sexos y entonces realizar una
especie de cortejo. Entretanto, los espectadores gritan, celebran las gracias de
quienes intervienen, les felicitan o rechazan. Se trata de un indiscutible festejo
del que participan músicos, cantantes, bailadores y espectadores. Algunas canciones
son escandalosas; en ellas las mujeres aprovechan para hacer comentarios sociales,
se exponen los asuntos domésticos y se ridiculizan ciertos comportamientos. La
temática del exilio de San Vicente, su antigua morada, también es recurrente, así
como la vida de los familiares migrados, entre otros temas.
La punta posee un espíritu festivo, en cierta forma es un homenaje a la vida y
se asocia a la fertilidad (más que a lo sexual). En este sentido, debemos entender
los beluria como la celebración de un momento del círculo (de la vida) que
145
La punta rock
Diversas vías hicieron que en Belize los tambores y sus ritmos fueran entrando en la
población en general, cuando no la identificación. En la década de 1970, músicos como
Isabel Flores fueron objeto de reconocimiento por sus habilidades como intérprete. Su
actuación fue determinante para la legitimación de la punta, que pasó a identificar a la
nación en ciernes; una especie de estandarte musical para los beliceños.
Junto a Isabel Flores17 crecieron músicos como Andy Palacio, con su guitarra y
canto, Pen Cayetano y sus baterías de caparazones de tortuga, y los tambores Mohobub
Flores y Titiman Flores, derivando en una interesante fusión que denominan punta
rock: un toque enérgico, con acentos más firmes, que pronto adquiere popularidad en
Belize y luego avanza por la costa del golfo en Honduras y Guatemala.
Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la migración a Estados Unidos
iniciada por los garínagu a principios de siglo18 se marca como una tendencia. Para
Desde mediados del siglo XX, la idea de que los garínagu constituyen una nación
tomó cada vez más sentido. Si bien emanó de la intelligentsia como un referente
reivindicativo, esta noción fue apropiada con gusto por los pobladores, acaso
identificados con sus contenidos. Como las viejas naciones, crearon sus propias
representaciones oficiales, constituyendo así bandera, escudo e himno, una
historia gloriosa (la guerra caribe) con sus héroes (Satuye, Duvalle, Barunda,
Gulisi, etc.), fechas conmemorativas (motivo para las representaciones rituales
del Yurumein), y mostrando asimismo orgullosos vestimenta, cocina, música y
danza como marcadores distintivos.
Bibliografía citada
147
Arrivillaga Cortés, Alfonso (2008), «Els garifunes en les fronteres del golf
d’Hondures: memoria i territorialitat», Revista d’etnologia de Catalunya 33: 74-
83.
— (1990), «La música tradicional garífuna en Guatemala», Latin American Music
Review 11, 2: 251-280.
Coelho, Ruy (1955), The Black Carib of Honduras: A study in acculturation,
Northwestern University.
— (2000), Dias em Trujillo. Um Antropólogo brasileiro em Honduras, Editora
Perspectiva.
Colin, Carol (1990), «Traditional Garifuna Music. The varied beats of a rhythmic
culture», Belize Review (agosto): 15-19.
Conzemius, Edward (1928), «Ethnographic Notes on the Black Carib (Garif)»,
American Anthropologist 30: 183-205.
González, Nancie L. (1988): Sojourners of the caribbean. Ethnogenesis and
Ethnohistory of the Garifuna, Urbana y Chicago, University of Illinois Press.
Bibliografia de referencia
Notas
1
Usamos «garínagu» para referirnos al colectivo y «garífuna» para idioma, cultura e individuo.
148 2
Arrivillaga (2008): 38-74.
3
González (1988): 17, 20-10.
4
González (1988): 196.
5
González (1986): 336.
6
Jenkins (1982b): 20.
7
Coelho (2000): 125.
8
(1950): 221.
9
Hadel (1979): 566. Wells consigna las primeras noticias de persecución en 1847 (1980: 3).
10
En Nicaragua recibe el nombre de walagayo.
11
Arrivillaga (1990): 251-280.
12
Conzemius señalo el gúnjai [sic] como foráneo y parecido con la versión haitiana Kujai
(1928: 192). Coelho coincide con esto y agrega que hay versiones que dicen que el karapatía es
una danza coolie (2000: 52).
13
El mejor estudio sobre esta danza hasta ahora es el realizado por Greene (2005: 196-229).
14
Se trata de una estructura corelogica generalizada entre los afrodescendientes, como las
polirritmias.
15
(1982a): 4.
149
La Costa Chica es una de las regiones donde el contacto de las tres culturas
principales, indígena, hispana y africana, dio como resultado tradiciones
musicales con elementos casi uniformes de esa tríada. Durante el periodo
colonial, intensos procesos de mestizaje, sincretismo e hibridación tuvieron
lugar, dando como resultado tradiciones musicales de fuerte raigambre afro-
155
ahora comprendidas como sones y las ocasiones para el baile son poco frecuentes,
siendo más común organizar los bailes de artesa en acontecimientos culturales
institucionales. En la actualidad, el conjunto instrumental también se ha
estandarizado, siendo utilizado cajón, violín y guacharrasca (maraca tubular) en
San Nicolás, mientras que en El Ciruelo se usa tambor, guitarra sexta y violín.
El baile de artesa es una de las tradiciones más vinculadas con la identidad
afromestiza de la Costa Chica. De acuerdo con algunos testimonios locales,
la artesa conserva el recuerdo de dos cosas: por un lado, el que ellos (negros
y mulatos) habían sido llevados a esas tierras para la labor vaquera, lo que da
cuenta de la habilidad afromestiza en la monta y doma ganadera; por otro,
la figura animal labrada en la artesa representaba a los blancos, por lo que el
baile sobre artesas metafóricamente figuraba el bailar sobre ellos, esto es, no
haber podido ser dominados por el «amo español». Los antecedentes históricos
de estas comunidades afromestizas encajan coherentemente con estas
aseveraciones, y es muy posible que se haya tratado de perdurar, mediante baile
y música, el recuerdo de ambos aspectos.
156
sexta. Otras instrumentaciones tradicionales como las compuestas por arpa y
jarana, bajo y violín, violín y cajón, o cántaro y violín han sido prácticamente
suplantadas por las guitarras, a veces en dúos o tríos. Actualmente, quizá el
conjunto más característico para tocar chilenas sea la banda de viento o chile frito,
que ha conservado con estoico vigor su presencia a lo largo de los siglos, no sólo
para tocar chilenas sino con un amplio repertorio de formas musicales.
Algunas expresiones todavía no muy conocidas siguen aflorando gracias a
las labores de investigación. Tal es el caso de los llamados bailes de tarimba,
expresión festiva afrodescendiente, ya en desuso, que hasta hace poco tiempo
era desconocida para la investigación musical mexicana. Vinculado a las
celebraciones festivas con baile, el baile de tarimba también fue conocido como
baile de hoja, baile de cuerda o alambre. La tarimba, el instrumento central
para acompañar estos bailes, es una peculiar cítara monocorde que lleva por
resonador una batea de madera y que utiliza el suelo como superficie de
tensión de la cuerda del instrumento. La cuerda es un trozo de alambre que se
tensa mediante dos estacas clavadas en el suelo a unos metros una de la otra.
157
las personas les amanecía en el festejo, luego de una noche de versos, baile
y canto, a la luz de un par de candiles. Chilenas, pasodobles y danzones
conformaron el repertorio fundamental de los bailes de hoja, que propiciaban
una ocasión adecuada para conocer y enamorar al sexo opuesto mediante el
baile «abrazado» y la convivencia colectiva.
Sin duda, el género tradicional de mayor vigencia en esta región es el
corrido; tanto su composición como su ejecución y su consumo permanecen
intrínsecamente ligados a la vida cotidiana costeña. El corrido, género musical
narrativo, tiene enorme importancia desde tiempos revolucionarios, aunque sus
raíces enlazan con tradiciones musicales precedentes. Mediante el corrido, los
sucesos relevantes de las comunidades, principalmente los que implican muertes
y actos violentos, son transformados en narraciones cantadas con una guitarra.
El contexto cotidiano de los corridos sigue conservándose como a mediados del
siglo XX: cantinas, fiestas familiares y palenques son sitios ideales para su presencia,
ya sea tocado por un trovador o reproducido mediante grabaciones fonográficas.
Cuando son interpretados, generalmente por uno o dos músicos, varones,
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Ruiz Rodríguez, Carlos (2005), Versos, música y baile de artesa de la Costa Chica,
México, El Colegio de México.
158
— (2009), «La Costa Chica y su diversidad musical: ensayo sobre las expresiones
afrodescendientes», en Fernando Híjar Sánchez (coord.), Cunas, ramas y
encuentros sonoros. Doce ensayos sobre el patrimonio musical de México, México,
DGCP-CONACULTA: 39-81.
Widmer, Rolf (1990), Conquista y despertar de las costas de la Mar del Sur, México, CNCA.
Notas
1
Cervantes (1984).
2
Moedano (1996).
3
Aguirre Beltrán (1946).
4
Aguirre Beltrán (1958).
5
Es pertinente recordar algunas diferencias entre los conceptos de «danza» y «baile»,
categorías ambas de uso frecuente en el entorno costeño. De acuerdo con Amparo Sevilla
e Hilda Rodríguez, la danza tradicional se ubica en contexto ceremonial, con significado,
159
Comparsa «Son de
Palermo». Desfile de
llamadas, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
164
Las comparsas o «Sociedades de negros» interpretan las canciones y danzas de moda
en la época: mazurcas, chotis, polcas, habaneras, tangos, etc., e incorporan música
de tambores para acompañar el repertorio y marchar a su son.
En Montevideo, la mayoría de las sociedades y comparsas de negros se localizan
hacia finales del siglo XIX y principios del XX en los barrios Sur y Palermo –barrios
ubicados a pocas cuadras del centro de la ciudad–, dando continuidad a la
participación de la población de origen africano, empalmando manifestaciones
relacionadas con la africanidad que portaban los antiguos miembros de las salas
de nación con el Carnaval y las comparsas de negros, fortaleciendo y legitimando
a su vez estos territorios y espacios socioculturales como usinas de la cultura afro2.
En Buenos Aires no se dio esta continuidad de sociabilidad afro de barrio hacia
fines del siglo XIX y principios del siglo XX, pues la dispersión hacia zonas alejadas
del centro de la ciudad de la población de origen africano (por razones económicas
ocurridas hacia los años 1860 y 1870) favoreció su invisibilización. También
hubo, según Norberto Pablo Cirio, una llamada al silencio de la colectividad
afrodescendiente que confinó sus prácticas culturales al ámbito privado y familiar3.
Comparsa de Ansina.
Desfile de llamadas. En
primer plano José Pedro
(Perico) Gularte, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
165
Tango y candombe
Escobero de una
comparsa de Negros
y Lubolos. Desfile de
llamadas, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
166
De algún tiempo á esta parte se ha aumentado el número de los Reyes Magos
y se hace necesario bailar con mas furia y decisión el popular TANGO que les
sirve de tributo de adoración y respeto [...] Los restos venerandos de la formidable
nación conga que vive entre nosotros merced á las variables vicisitudes de la
fortuna, han decidido en su inmensa mayoría celebrar el homenaje á sus patronos
á puerta cerrada. Motiva esa resolución, el ver que, desde hace algunos años,
se han introducido en sus reuniones una porción de profanos que, según ellos, han
prostituido el candombe, adaptando á sus patéticos y suaves movimientos las
desenfrenadas figuras del can-can6.
«Mama vieja» y
Gramillero; al fondo,
un escobero. Desfile de
llamadas, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
167
dan cuenta de la participación de los descendientes de africanos en el proceso de
gestación del tango rioplatense.
Lo que sí queda claro es que ambos términos, con una carga semántica
variable, se referían en estos momentos a tipos de representación de la
población de origen africano. Seguramente existieron elementos de
compatibilidad musical entre la habanera o danza y la música o algunas de las
músicas que eran parte de su memoria y su experiencia previa. Si bien pudo
haberse tomado el «tango» de las compañías teatrales españolas que desde
mediados del siglo XIX llegaban con frecuencia a Montevideo8, existió, en este
caso, un proceso de apropiación y transformación que operó justamente en ese
«tango» que continuó vigente en el repertorio de las comparsas de negros, al
menos hasta mediados del siglo XX9.
En el año 1958, Ayestarán grabó y entrevistó a dos músicos aparentemente
profesionales; allí aparecen los señores Casimiro Sotelo y Elías Rodríguez
interpretando a dos guitarras el tango «Sota de bastos», que, según estos
músicos, tuvo mucho éxito hasta el año 1917. Una vez finalizada la pieza,
Cuerda de tambores de
Ansina, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
168
de complejos procesos de selección grupal donde operaron apropiaciones y
reapropiaciones creativas, lo que hoy conocemos como música de tambores o
«candombe».
La «llamada de tambores» consiste en un grupo de personas que se desplazan
por las calles ejecutando tambores acompañadas por parte de la comunidad
del barrio que participa bailando, palmoteando, caminando o simplemente
observando desde la vereda o desde los zaguanes y ventanas de las casas. Los
tambores son tres: chico, repique y piano, y la agrupación de éstos multiplicados
equilibradamente forma una batería o «cuerda» de tambores.
Los tambores «chico» son los que producen el sonido de mayor altura,
con menor tamaño, diámetro y grosor de lonja, y realizan un toque sostenido con
un golpe de mano y dos de palo. Los «repique» son los de tamaño y altura de
sonido medio y realizan un toque improvisado que tiene como base recurrente
la alternancia de golpes de mano y palo sobre una fórmula rítmica sintetizable
en la síncopa menor, y los tambores «piano», los de mayor tamaño y altura de
sonido menor, cumplen el rol de «base» de la «llamada».
Cuerda de tambores de
Ansina, 2006.
Fotografía: Gustavo
Goldman.
169
cordón de la vereda, la «llamada» comienza con el toque de «madera» que en un
principio es realizado por todos los tambores y luego pasa a ser patrimonio de los
«repiques», que lo alternan con sus «repicados». Esta «madera» –cuya fórmula
más recurrente coincide métricamente con la clave 3:2 del son cubano– es la que
da el tempo de arranque, cumpliendo también una función de referencia rítmica
para todos los demás tambores11.
Una vez armada la «llamada» y tras comenzar los tambores la procesión, se
dan una serie de diálogos internos (llamadas y respuestas) dentro de la cuerda
de tambores. Conversan un «repique» con otro, un «piano» con otro, siempre
manteniendo el orden. Dice el músico y constructor de tambores Fernando
Núñez: «Cuando hay más de un piano, ya hablan, se llaman uno a otro. Llama
el de adelante, contesta el de atrás. Cuando uno habla, el otro para; siempre en
orden. Cuando se pierde el orden, cruzadera mortal».
Los tambores repiques son los encargados de establecer las variantes de
tempo y dinámica en la llamada, realizando repicados de una intensidad audible
para los demás a la vez que comienza a apurar el tempo. Los demás se acoplan
Los últimos años han estado marcados por grandes cambios simbólicos
y estructurales en la música de tambores de la ciudad de Montevideo. La
incidencia de los procesos migratorios internos en la ciudad, el desalojo de
algunos lugares históricos de nucleamiento de la población afrodescendiente
a partir de finales de la década de 1970, la incidencia de la incontenible
globalización de la economía y la cultura, el cambio de estatus social del
candombe, etc., han contribuido a la re-espacialización de esta música en la
ciudad.
A partir de la década de 1990, las cuerdas de tambores se han expandido
rápidamente de manera exponencial hacia otros barrios de la ciudad de
Montevideo. Hoy, sus límites cambiaron: existen cuerdas de tambores en
Pocitos, Punta Carretas, Malvín, Cordón Sur, Parque Rodó y también en La Teja,
Curva de Maroñas, Cerro, Peñarol, que participan de la disputa por la legitimidad
170
con los barrios tradicionalmente candomberos, configurándose un mapa que
atraviesa todas las clases sociales. A su vez, es posible encontrar cuerdas de
tambores desparramadas por el mundo en países con colonias de uruguayos que
ven en el candombe una forma de anclaje con su patria.
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Fuentes
Discografía de interés
171
Uruguay, Candombe Drums, Buda Musique, 1999.
Lo mejor de Romeo Gavioli, Sondor, 1999.
Antología del tango rioplatense. Desde sus comienzos hasta 1920, Instituto Nacional
de Musicología «Carlos Vega», 1980.
Notas
1
González Bernaldo (2007): 131.
2
Miembros de salas de nación pasan a formar parte de clubes de negros, así como
antiguos locales de las salas se convierten en locales de esos clubes; Goldman (2004).
3
Cirio (2007).
4
Este tema lo he abordado en profundidad en Goldman (2008).
5
Linares y Núñez (1998).
6
El Plata, 6 de enero de 1881.
172
Conjunto de tambores
yuka, de antecedente
bantú, durante un baile
en la región de San Luis.
Provincia Pinar del Río
(Cuba), 1985.
Fotografía: Rolando
Córdova. Archivo
CIDMUC.
174
de la cocina caribeña –plato formado por sabores y hasta colores diferentes–,
esgrimiendo en sus argumentos que la simple suma de ingredientes no
determina el «producto», sino que es la capacidad de combinación y mezcla de
tales ingredientes la que genera un resultado sustancialmente nuevo.
Toque de makuta en el
Cabildo Kunalungo o
Sociedad San Francisco
de Asís. Sagra La Grande,
Villa Clara, Cuba, 1986.
Fotografía: Francisco
Escáriz. Archivo
CIDMUC.
175
y los volúmenes, en el «estar juntos». La propia conciencia social religiosa
era, en su base más primigenia, una forma de «estar juntos», y los ancestros,
las deidades y las expresiones primarias animistas fueron recursos para que
los poderes estuvieran en situaciones ventajosas para el individuo y para que
estuvieran a su servicio junto al grupo4.
Como resultado del mestizaje, de los procesos sincréticos y transculturales,
se fueron modelando religiones en correspondencia con los aportes del
cristianismo y las concepciones religiosas del africano. El candomblé en Brasil,
la Regla de Ocha-Ifá o santería, la Regla arará, el palo monte, las prácticas de
los abakuá o ñáñigos en Cuba, y el vudú en Haití, entre otras, poseen, en la
esencia de su cosmovisión, valores éticos y estéticos de profundo sustrato
africano. Tales componentes evolucionaron y se resignificaron en contextos
diferentes, adaptándose a situaciones hostiles o a la libre práctica. Estas
religiones trascienden al «negro» abstracto y cruzan diversos grupos y capas
sociales que abarcan todos los fenotipos humanos, con diversos niveles de
participación social, organización y expansión territorial5.
Conjunto de güiros y
tambores batá de Ricardo
«Fantomás» Suárez.
Ciudad de Matanzas,
1981.
Fotografía: Carlos
Fernández. Archivo
CIDMUC.
176
persistencia de estas tradiciones y su influencia entre sectores diversos de la sociedad.
La rica mitología yoruba y el culto a los orichas (deidades o dioses), al insertarse
en el medio cubano, adoptaron nuevos caracteres como resultado de la mezcla de
creencias y ritos religiosos. Asimismo, un proceso de semejanza y equiparación se
produjo entre leyendas y atributos de Elegguá, Ochosi, Oggún, Changó, Yemayá,
Obbatalá, Oyá, Ochún y Babalú Ayé, y El Niño de Atocha, san Norberto, san Pedro,
santa Bárbara, la Virgen de Regla, de la Candelaria, de la Caridad del Cobre y san
Lázaro, respectivamente. Todos ellos son orichas-santos a los que con preferencia se les
rinde culto en Cuba con un criterio de constantes intercambios y nuevas formas de
conducta, que denotan la continuidad cultural del africano y el dinamismo con que se
produjo la interacción con otros componentes étnicos y culturales.
En algunos sitios donde se ubicaban los antiguos cabildos y sociedades de africanos
(y su descendencia) y en las casas-templos (ilé-ocha) –viviendas de los creyentes o
santeros–, se llevan a cabo las ceremonias de culto a los orichas. En estos ámbitos
de convivencia de dioses y creyentes puede observarse una distribución del espacio
relacionado con el orden funcional religioso. Sobre un altar, los santos católicos
Toque de güiros
acompañando el Oru
Lucumí en la casa templo
de Eugenio Lamar o
Cabildo Niló Nillé. Ciudad
de Matanzas, 1981.
Fotografía: Rolando
Córdova. Archivo
CIDMUC.
177
muy concurridos por los creyentes, donde se integran elementos ceremoniales,
rituales y festivos. Las fiestas no se realizan en fechas establecidas o fijas. Puede «darse
un tambor» como celebración de algunas festividades católicas –4 ó 17 de diciembre,
días de Santa Bárbara (Changó) y San Lázaro (Babalú Ayé), respectivamente–, pero
queda a la voluntad de los creyentes organizar una fiesta como acción de gracias o
como tributo a la «petición» de un oricha. La fiesta demuestra y caracteriza la devoción
a los santos y propicia la plenitud espiritual de los creyentes. Se erige como el espacio
participativo por excelencia, donde se produce la transmisión y continuidad de la
memoria colectiva, como una forma de identificación con elementos culturales
procedentes de África integrados plenamente en la cultura cubana.
En la santería, un buen número de rezos, ofrendas y ceremonias rituales y festivas
están unidos indisolublemente a la música por medio de la interpretación de cantos
e instrumentos y también por intermedio de las danzas. La música y la danza
constituyen elementos esenciales de integración funcional en el ámbito religioso.
Antes de comenzar la fiesta, se realiza un toque ritual llamado oru –ciclo de cantos
y toques invocatorios dedicados a las deidades con un orden predeterminado–,
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Discografía y audiovisuales
Notas
1
León (1990): 202-236.
2
Guanche (1992): 58-66.
3
León (1986): 116.
4
León (1986): 118.
5
Metrux (1966): 54.
6
Los lucumí constituyeron en la zona centro-occidental de Cuba un grupo
cuantitativamente numeroso de la composición étnica de la población africana en Cuba,
ocupando el segundo lugar tras los esclavos de procedencia bantú o congos.
7
En la rumba, las improvisaciones se llevan a cabo en los membranófonos o idiófonos más agudos.
8
Eli (2004): 91.
9
Carvalho (2004): 38.
El merengue parece ser uno de los múltiples hijos que produjo la contradanza
en sus viajes alrededor del Gran Caribe. O quizá sería mejor hablar de los
merengues, ya que han surgido diversas músicas bailables bajo este nombre en
varios países caribeños, como Puerto Rico, Haití, Venezuela, Colombia, Dominica
y la República Dominicana. En todas sus variedades, el merengue es un baile
social de pareja, aunque la organización rítmica varía entre un compás de seis por
ocho y uno de dos por cuatro, a veces combinando los dos.
Conexiones caribeñas
De este modo, es todavía común pensar que las islas donde se adaptaron estos
bailes están separadas, aisladas, como la misma etimología sugiere. Pero, en
realidad, el mar que las separa también las une. Este hecho nos ayuda a entender
no solamente la diversidad de las músicas del Caribe, sino también su unicidad.
Las razones acerca de por qué encontramos tantos merengues, tantas danzas y
tantas calindas por todo el Caribe son varias.
183
trajo la tumba francesa, baile que combina la coreografía de la contradanza con
tambores neoafricanos. Cuando llegaron a República Dominicana para trabajar
en la industria azucarera, los «cocolos» o inmigrantes de las islas angloparlantes
trajeron sus mascaradas, como las famosas guloyas y la música acompañante
que hoy se oye (en forma adaptada), hasta en el Carnaval capitalino, tocada con
bombo, redoblante, flauta y triángulo. Y se dice que la plena puertorriqueña
nació cuando una pareja de Barbados llegó a Ponce. Hoy en día, la gente de todas
las islas se mezcla en las grandes metrópolis como Nueva York y París, creando
nuevos estilos como la salsa o el zouk.
Por último, el flujo triangular de bienes y personas producido por el
comercio entre las islas, Europa y África, ayudó a diseminar bailes a través de
ciudades portuarias, como La Habana (Cuba), Puerto Príncipe (Haití), Santo
Domingo y Puerto Plata (Republica Dominicana), Barranquilla (Colombia),
Caracas (Venezuela) o San Juan (Puerto Rico). ¿Es mera coincidencia que se
desarrollaran variantes locales de la danza o del merengue en la mayoría de estas
ciudades?
184
pero esta vez el enfoque era otro. Santiago era en aquella época un centro
de comercio para toda la región. Los campos del Cibao dependían de esta
ciudad para la venta del tabaco, su cultivo comercial más importante. De allí,
el tabaco se exportó a través de la cercana ciudad costera de Puerto Plata,
principalmente a Hamburgo, Alemania. Entre las muchas tiendas de Santiago,
se encontraba una que importaba el acordeón, instrumento proveniente de
Alemania, y fue dicho instrumento el que más llamó la atención de la alta
sociedad santiaguera.
Si a los capitalinos les ofendía la posición de los cuerpos danzantes, a
los santiagueros les molestaba el sonido del nuevo instrumento, que estaba
reemplazando las antiguas cuerdas como el cuatro, el tres, el tiple y la bandurria.
Pero, a pesar de la crítica, el acordeón se popularizó entre las clases populares
de Santiago, pasando a formar de allí en adelante parte de la cultura musical del
Cibao entero. Se acompañaba normalmente con la tambora, un instrumento de
percusión de dos parches, y la güira, un rascador de metal. Por su asociación
con el estrato bajo de la ciudad, a este trío se le puso el apodo de perico ripiao,
186
de la región. Por ejemplo, se dice que, en el merengue típico, el acordeón
representa la influencia europea, la tambora la influencia africana y la güira
la presencia indígena (más en su forma histórica como el güiro vegetal que
en su forma moderna). Es obvio que un instrumento en sí no puede encarnar
ninguna etnia, y también que los «ingredientes» de este sancocho musical no se
mantienen tan separados como los pinta esta formulación. La verdad es que la
«tríada étnica» tiene poco que ver con la realidad; es más bien una reproducción
de los estereotipos europeos que siempre identificaban a los indígenas con
la naturaleza, a los europeos con la melodía (cerebro) y a los africanos con el
ritmo (cuerpo), ignorando tanto la intelectualidad de la polirritmia africana
como la corporalidad de la música bailable europea, así como la presencia
de ritmos europeos y melodías africanas. Es más, es difícil saber si los taínos
(indígenas arahuacas) influyeron en la música dominicana, puesto que no
está documentada su presencia en la isla desde el siglo XVII, pero sí existían
instrumentos parecidos en África. Más problemático aún, la tríada niega la
posibilidad de que los caribeños de cualquier etnia crearan algo nuevo, suyo,
Bibliografía
Bibliografía de referencia
194
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Editorial Pueblo y Educación.
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Editora Universitaria.
— (1954), Los instrumentos de la música afrocubana, vols. I-V, La Habana, Editores
Cárdenas y Cía.
La música criolla llega a ser una colección de varios géneros musicales parcialmente
derivados de bailes de procedencia europea pero que también fueron adaptados y
transformados por varias generaciones de músicos de diversos sectores sociales
Bailando un vals.
Pueblo Libre, Lima, 2008.
Fotografía: Javier León.
198
En la capital, el ámbito principal de esta música fueron los barrios populares
donde se encontraban obreros, artesanos y mercaderes de ascendencia europea (no
sólo española sino también italiana, griega y austríaca), africana, indígena o mestiza,
china y japonesa. El género musical más asociado con la música criolla limeña es el
vals, que se empezó a desarrollar a finales del siglo XIX y principios del XX.
Generalmente, el origen del vals se considera una adaptación local del vals vienés,
introducido y en boga en Lima a finales del siglo XIX. Sin embargo, fuentes escritas y
orales sugieren antecedentes más complejos. Aunque la popularidad del vals vienés
llegó a tener una marcada influencia, ésta sería más bien una influencia relativamente
tardía que se asentó sobre una colección ya existente de múltiples bailes de compás
ternario, como la jota y la mazurka, que formaban parte del repertorio de música de
salón y zarzuela. Posteriormente, en los años 1910 y 1920, la importación de
grabaciones fonográficas y luego la introducción del cine sonoro contribuyeron a que
otros bailes de compás ternario se incorporasen al vals, incluidos un estilo de vals
estadounidense conocido como el Boston y la javá, un estilo de vals francés derivado
de la mazurka que estuvo vinculado a la música de bol-musette. Durante este periodo,
199
melódico principal en diálogo con la voz. Aunque ocasionalmente surgen varios
formatos alternativos (orquesta de cuerda o metales, inclusión de acordeones o
instrumentos de viento), el elenco principal se asienta en dos guitarras (a veces
complementadas por un bajo) y la adición del cajón, un instrumento de percusión
asociado principalmente con la marinera y varios géneros afroperuanos. También
surgen distintos estilos de vals que suplementaron la temática dramática y
melancólica en torno a las relaciones amorosas que caracterizaron el vals de las
generaciones anteriores (por ejemplo, las composiciones de Alejandro Sáenz,
Pablo Casas y Felipe Pinglo). Entre éstos se incluyen una vena nostálgica por una
Lima idealizada y colonial (sobre todo en la obra de Isabel «Chabuca» Granda),
la celebración de la jarana popular llena de ironía y espíritu arrabalero (como los
valses de Mario Cavagnaro), de un carácter más nacionalista y solidario (de las que
las composiciones de Augusto Polo Campos en la década de 1970 y principios
de los 80 son las más conocidas) y varios intentos de revitalizar el vals por medio de
la introducción de elementos tomados de la bossa nova, el jazz contemporáneo, la
música de la nueva ola, distintas vertientes tropicales y la música afroperuana.
Bailando un festejo.
Pueblo Libre, Lima, 2008.
Fotografía: Javier León.
201
En la década de 1950, el folclorista criollo José Durand inicia una colaboración
con el célebre cultor afroperuano Porfirio Vásquez y con otros miembros de
familias de músicos notables para llevar al espacio teatral una reconstrucción
más profunda de aquellas tradiciones afroperuanas. El proyecto de Durand
duró pocos años, pero varios de los artistas afroperuanos que participaron en
su elenco formaron luego compañías propias que durante los años 60 llegaron
a transformarse en un movimiento dedicado a la reconstrucción y promoción
de géneros musicales y danzas afroperuanos. Entre las agrupaciones más
destacadas se encuentran Cumanana, fundada por Nicomedes Santa Cruz,
Teatro y Danzas Negras del Perú, que fue fundada por Victoria Santa Cruz,
hermana de Nicomedes y también colaboradora en Cumanana, los diversos
grupos integrados por miembros de las familias Vásquez y Soto y, al final de la
década, la compañía Perú Negro.
Este renacimiento afroperuano se llevó a cabo, en gran parte, dentro del
ámbito teatral y profesional, y fue impulsado por varias propuestas intelectuales
que buscaban reivindicar las prácticas afroperuanas. Nicomedes Santa Cruz,
La institucionalización de la marinera
El siglo XX marcó una intensa búsqueda de danzas que pudieran llegar a tener un
carácter nacional. Un primer intento se centró en la región costeña y, en particular,
Marinera limeña en
contexto comunitario.
Pueblo Libre, Lima, 2008.
Fotografía: Javier León.
203
la continua práctica de la marinera en el ámbito comunitario, eventualmente el
establecimiento de concursos regionales y nacionales, el primero de los cuales
se estableció en 1960, llevó a que la mayor parte de la práctica danzaria de la
marinera se desenvolviera en contextos profesionales y semiprofesionales.
Conforme se fueron formalizando métodos de enseñanza y estableciendo un
circuito de concursos y festivales, elementos de cada variante se codificaron y
estilizaron en arquetipos de diversos estilos regionales. El estilo limeño, debido a
su vínculo con jaranas en residencias populares con espacio limitado, fue
concebido en base a movimientos elegantes pero a la vez estrechos y con
indumentaria formal urbana. Por otro lado, el estilo norteño estaba basado en el
coqueteo entre el hacendado y la muchacha provinciana, y se caracterizó por sus
amplios movimientos (como símbolo de los espacios campestres y la
exuberancia del pueblo norteño) y por un vestuario en el que el hombre usaba
botas, poncho y sombrero de ala ancha asociados con el chalán o jinete de caballo
de paso, mientras su pareja se presentaba descalza luciendo una versión
estilizada del atuendo femenino característico de finales del siglo XIX.
Bibliografía de referencia
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que te bailen y que quieran, Lima, Lirio Azul / Consejo de Ciencia y Tecnología.
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204
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— y Chocano Paredes, Rodrigo (2009), Celajes, florestas y secretos: Una historia del
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Peru, vols. I y II, Los Ángeles, University of California Press.
De lo privado a lo masivo
Si la década de 1940 fue la época de oro del tango, la de 1950 será la del bolero.
En ambos casos, este reinado se expresa tanto en el éxito de numerosos autores,
compositores, orquestas, conjuntos y cantantes de cada género, como en el
fervor que producen entre el público. La historia de estos dos géneros se inicia
en las últimas décadas del siglo XIX, pero será durante la Segunda Guerra
Mundial y la posguerra –que sitúan a América Latina en el centro del mercado
de la música popular–, y con el fuerte desarrollo de México y Argentina y de sus
industrias musicales, cuando el tango y el bolero reinen en la región.
Después de asistir a bailes de negros del Río de la Plata a comienzos del siglo XX,
el compadrito –joven blanco advenedizo y ostentador– servirá de puente con los
inmigrantes europeos para que empiecen a adaptar los llamados tangos de negros
a sus propias danzas binarias, imperando el patrón rítmico de la habanera desde
la década de 1880. La expansión internacional del nuevo baile se iniciará dos
décadas más tarde con tangos como «El choclo» del argentino Angel Villoldo y «La
morocha» del uruguayo Enrique Saborido4.
Desde 1920, las guitarras –que imperaban en el tango instrumental de la
Guardia Vieja– se usarán para acompañar el tango-canción, como el de Carlos
Gardel con «Esta noche me emborracho», Charlo y Agustín Magaldi. En cambio,
la orquesta típica –con dos o más bandoneones, dos violines, contrabajo,
piano y estribillista– será la encargada de hacer bailar a un público social y
207
geográficamente cada vez más amplio5. Destacados músicos surgían ahora de un
medio tanguero maduro y con una larga historia de logros, entre los que destacan
Aníbal Troilo con «Sur», Horacio Salgan y su Quinteto Real, Alfredo de Angelis
y su Glostora Tango Club de Radio El Mundo de Buenos Aires, y Mariano Mores
con «Cafetín de Buenos Aires». Astor Piazzolla, con su Octeto de Buenos Aires,
iniciará la escapada del tango, llevándolo a la esfera del concierto, mientras jóvenes
porteños lo cambiaban por el bolero en los años cincuenta, por el folclore en los
sesenta y por el rock en los setenta6.
Transformado en el género latinoamericano por excelencia, el bolero encontrará
su público y exponentes en muchos países latinoamericanos y en sus distintos
sectores sociales. Dos vertientes confluyen en su gestación: la del salón y la de la
calle. La canción cubana de salón se cobijaba dentro del sentimiento libertario
bajo la dominación española, camuflando en muchos casos el amor a la patria con
la metáfora de la mujer. La matriz salonera del bolero está dominada por voces
educadas y por el piano, rasgos que reaparecerán cuando el bolero se popularice
desde México en las voces de cantantes líricos y el piano de Agustín Lara.
209
Baile tropical
Folclore de masas
La irrupción de la juventud
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Notas
1
Véanse Vega (1944): 279 y 289.
2
Véanse Astica et al. (1997); Casares (1999-2002), 5: 187-206, y Franceschi (2002): 31.
3
Véanse Thomas Stanford en Casares (1999-2002), 9: 47-48, y Moreno (1979): 81.
4
Véanse Dinzel (1994), y Pablo Kohan en Casares (1999-2002), 10: 142-146.
5
Véanse Samela (2002) y Ferrer (1999).
217
Desde los años 50, el rock ha sido uno de los fenómenos musicales y culturales
más extendidos e influyentes a escala global. Diversas razones explican esa
extensión y esa capacidad de influencia. Por un lado, el rock y su cultura han
sido una parte sustantiva de la industria cultural y, como tal, se han desarrollado
en el marco del proceso de globalización capitalista y han contribuido a él. Así,
no puede pensarse el rock al margen de un entramado de negocios, tecnologías
de grabación, estrategias publicitarias, ranking de ventas, merchandising, prensa
especializada y moda.
Sin embargo, los artistas y consumidores de rock nunca han pensado en esa
música como un mero entretenimiento, sino más bien como una propuesta estética,
219
vinculada a una visión del mundo, a una filosofía, a una cultura, que, se podría
decir, ha desarrollado un filo crítico en relación con algunos elementos centrales de
la sociedad capitalista de consumo. En ese sentido, a lo largo de su historia, el
rock fue incorporando, aunque de un modo paradójico, parte del legado de las
vanguardias estéticas del siglo XX: es un arte que se hace contra las normas, que
desarrolla estrategias «subversivas», cuyas búsquedas formales apuntan a la
ruptura de lo establecido; un arte que valora el presente hasta llegar a la negación
del pasado (y, en algunos momentos, también del futuro) y se hunde en el
paroxismo de estilos y revueltas que se suceden permanentemente; un arte que
cuestiona la racionalidad técnica y que tematiza este cuestionamiento en el
primitivismo, la psicodelia, una particular lectura de las filosofías orientales, las
culturas indoamericanas o las prácticas chamánicas; pero, al mismo tiempo, es
un arte que en el corazón de la cultura de masas recupera, al menos en algunos
momentos, el impulso utópico de la modernidad. Y ese impulso utópico es lo que
hizo posible que los artistas y públicos rockeros pensaran su arte y su cultura
desde una perspectiva a la vez universalizante y moderna. Fundamentalmente
Pero no sólo se trata de las lenguas. También los universos sonoros de las
diferentes tradiciones musicales latinoamericanas han dado lugar a profundas
tensiones y a maneras específicas de apropiación del rock. Y la primera fuente
de tensión fue, justamente, que la llegada del rock se percibiera en un primer
momento como la imposición de un elemento extraño y extranjerizante, ya
sea debido a las matrices nacionalistas que habían marcado el desarrollo de las
diferentes formas del folclore5, ya a la desconfianza de los cultores de músicas
que habían construido sus propias tradiciones, como el tango o la bossa nova.
Lo cierto es que la primera reacción fue de rechazo. De hecho, para los jóvenes
Quisiera concluir estas breves páginas con una reflexión sobre los caminos que
han seguido estos procesos de hibridaciones, mestizajes y apropiaciones de la
música rock en América Latina. Sería una excesiva simplificación pensar ese
Bibliografía citada
Bibliografía de referencia
Notas
1
Salas (1998); Pujol (2007).
2
(1999): 13.
3
Véanse entre otros Carnicer (2000), Salas (1998) y Polimeni (2001).
4
225
Las jaibas son crustáceos, muy apreciadas en Chile entre el marisco.
5
Sobre este tema véanse García Canclini (2001) y Díaz (2009).
6
En su página web, definen su música del siguiente modo: «Es así como la danza de tijeras,
ancestral manifestación de la resistencia cultural indígena, la cumbia peruana, conocida como
chicha y producto del mestizaje cultural, el huayno, el mambo, el rock y la música afro peruana,
confluyen en un mismo cauce, dando vida a nuestro propio lenguaje musical. De esta manera,
y porque entendemos el arte como medio para sentir y entender al otro, contribuimos a hacer
del Perú un lugar donde nadie sobre, una fiesta donde todos estemos invitados». Véase
www.lasaritaperu.com (consulta: 26 de febrero de 2010).
7
Polimeni (2001). Por la misma época, Os Mutantes trabajaban con otros ritmos populares
como el samba, el mambo y el chachachá.
8
(2001): 91.
9
En cuanto a ese estereotipo, es muy interesante la ironía del humorista argentino Diego
Capussotto en «Peter Capusotto y sus videos. Un programa de rock», que se emite por
Canal 7. Puede consultarse en www.arturopeniche.net/2009/10/peter-capusotto-somos-
latinos.html (consulta: 26 de febrero de 2010).
230
estos géneros sufrieron diversos grados de blanqueamiento discursivo, lo que
refleja cómo las mismas aspiraciones de blancura europea que informaban los
proyectos nativistas e indianistas se evidenciaban en los discursos de apropiación
de músicas populares como símbolos de la nación a fines del siglo XIX. Esto es
evidente en la música de salón de compositores como Ignacio Cervantes en
Cuba, Ernesto Nazareth en Brasil, Ernesto Elorduy en México e incluso en la
obra temprana de compositores del siglo XX como el brasileño Heitor Villa-Lobos
o el mexicano Manuel M. Ponce.
233
europea y americana, lo que se ejemplifica en obras como Rítmica V (1930) para
once percusionistas, de Roldán.
Evidentemente, la relación entre los lenguajes musicales nacionalistas,
el desarrollo de la disciplina musicológica y el de discursos de identidad
nacional en Latinoamérica, se dio de manera paralela y en un continuo diálogo,
validándose uno a través del otro constantemente. Como sugiere el epígrafe
que da inicio a este artículo, las músicas indígenas y negras que alimentaron
los nacionalismos musicales latinoamericanos fueron utilizadas para recordar
a estas comunidades como parte idealista del discurso nacional, mientras se
las relegaba al olvido en la realidad de la vida cotidiana dentro de ese Estado-
nación. De esta manera, los nacionalismos musicales fueron herramientas
fundamentales en los procesos de homogeneización y control que caracterizaron
la construcción de los Estados nacionales de la región. Sin duda, es importante
tener en cuenta este valor político de la música para entender cómo el estilo
musical y los discursos sobre la música pueden poner de manifiesto las luchas
de poder que informan los usos sociales y culturales de este arte.
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234
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Saavedra, Leonora (2001), «Of Selves and Others: Historiography, Ideology, and
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of Pittsburgh.
Notas
1
Ponce (1919): 9.
235
La gestación
Ya desde las primeras reflexiones sobre el tango, las preguntas sobre «los
orígenes» desvelaron a periodistas, historiadores, musicólogos y aficionados. Aún
hoy, cuando estas discusiones han quedado relegadas al ámbito académico, es
habitual que el tema de «los comienzos» del tango aparezca como una curiosidad
recurrente. En tal sentido, se ha escrito muchísimo, con seriedad y sin ella. Pero,
hasta la fecha, lo más sólido, o al menos lo mejor documentado, considerando
la falta de herramientas sonoras sobre esta música en el siglo XIX, está en la
Antología del tango rioplatense1. En ella, en el título se esboza ya una herramienta
muy significativa: el tango se conformó como especie coreográfico-lírico-
237
instrumental en una zona no estrictamente marcada que está entre el nacimiento
y la desembocadura del enorme estuario llamado Río de la Plata y que incluye
fundamentalmente dos grandes capitales-puerto: Buenos Aires y Montevideo.
Y es tal esa binacionalidad de origen, que la pieza más representativa de la
Argentina, casi el himno de los tangos de todos los tiempos, «La cumparsita»,
fue concebida en Uruguay, como una marchita (y no precisamente como un
tango, paradoja de la historia), por el montevideano Gerardo Matos Rodríguez y
estrenada por una comparsa de Carnaval en su ciudad hacia 1915.
Pero ¿cómo comenzó todo? La teoría asumida en la citada Antología es, en
buena medida, la planteada por el escritor y musicólogo cubano Alejo Carpentier
respecto del viaje que hizo la habanera2 hacia España y que, de vuelta en
América, pero ahora hacia el sur del continente, se reformuló en tango. Aunque,
claro, cualquiera que recorra el género en toda su magnitud histórica y no sólo
en su etapa más conocida3 verá que hay una enorme cantidad de componentes
que pueden rastrearse. Y es entonces cuando ese esquema algo simplista resulta
débil si se pretende explicarlo todo.
238
éste sea producto de un cóctel que, en dosis establecidas, terminó dando algo
nuevo. Que el tango es un género híbrido es una obviedad irrefutable, porque en
rigor no existe el que no lo sea, pero de ahí a establecer un ADN estricto sobre las
paternidades hay un trecho peligroso por el que conviene no transitar.
Existe además otro mito que se ha instalado en torno a los comienzos del
tango y que estudios recientes han terminado por destruir: el excluyente origen
prostibulario. Montevideo y, sobre todo, Buenos Aires fueron ciudades que, por
aquellos tiempos, multiplicaron su población en pocos años, a través de una
fuerte política inmigratoria que trajo a miles de europeos a América. Eso significó
la llegada de muchos hombres solos y de mujeres que fueron traídas –con o
sin engaños, pero también solas– para satisfacer las necesidades sexuales de
aquellos inmigrantes que buscaban un futuro mejor. Esa mezcla hizo florecer la
prostitución y los prostíbulos, lugares que, por la libertad para la cercanía de los
cuerpos, sirvieron como multiplicadores de la danza naciente7. Sin embargo, eso
no debe llevar a la idea de que sólo allí estuvo aquel tango primitivo. Las casas,
los «conventillos»8 y las celebraciones en lugares públicos fueron también un
239
melodías sencillas con ritmo todavía muy emparentado con la habanera y muy
marcado en dos tiempos11, letrillas casi siempre picarescas, fueron los elementos
que caracterizaron aquellas lejanas composiciones iniciales.
Hay una composición de 1897, llamada «El entrerriano», escrita por Rosendo
Mendizábal, que marca el comienzo de la historia más grande del tango, lo que
la citada Antología… reconoce como «el tango como especie constituida». Para
muchos, esa pieza es, además, el punto de partida de lo que luego se conocería
como la «Guardia vieja». Este periodo, que aficionados y estudiosos suelen
llevar hasta alrededor de 1920, fue una etapa de consolidación, de aceptación
pública mucho más extendida. En esos años tuvo lugar la primera expansión
internacional y el tango se metió en todos los hogares de las clases más diversas.
Buenos Aires se transformó en una metrópoli y París enloqueció con esta danza
240
elaborada y con textos de grandes poetas, como Enrique Santos Discépolo,
Celedonio Flores, Pascual Contursi, Enrique Cadícamo, etc. También en el
terreno de la composición se hacen un lugar autores (Juan Carlos Cobián,
Enrique Delfino, Carlos Gardel, etc.) que renuevan el tango desde los aspectos
melódico, rítmico y, sobre todo, formal y armónico. Aparece un nuevo
«instrumento», importantísimo en el desarrollo posterior del género, el «sexteto
típico» (integrado por dos bandoneones, dos violines, piano y contrabajo), de
la mano de uno de los grandes renovadores en el terreno de la orquestación,
el violinista Julio De Caro. Hacia el final de la etapa, se constituye la «orquesta
típica», una ampliación del anterior sexteto con el agregado de otros dos
bandoneones y otros dos violines. Carlos Gardel se transforma en el mayor
exponente del tango cantado a partir de sus grabaciones en Francia y España y,
especialmente, con la difusión de sus películas. Y, superada la crisis económica
internacional, que en Argentina tuvo fuertes repercusiones en la fatídica década
de 1930, se despeja el camino para la explosión tanguera masiva y popular de la
etapa siguiente.
241
como de conservación de las tradiciones, por parte de figuras tan distintas como
el gran compositor y pianista Horacio Salgán, el guitarrista y cantor Juan «Tata»
Cedrón, el muy popular cantante uruguayo Julio Sosa o músicos como Héctor
Varela, Leopoldo Federico, Mariano Mores, José Libertella, etcétera.
Desde el año 1955 hasta hoy han pasado muchas cosas en la cultura popular, y
en el tango en particular. Se introdujo el rock and roll, primero, y el «movimiento
rock», después, captando el interés de los sectores jóvenes. Se produjo un primer
alejamiento del tango por parte de esos grupos por considerarlo «cosa de viejos».
Las migraciones internas hacia Buenos Aires durante el proceso industrialista
del peronismo hicieron explotar en la capital versiones urbanizadas de géneros
antes rurales, en lo que la industria discográfica conoció como «el boom del
folclore». Se dijo, y casi se experimentó, que el tango estaba muerto. En los
años 80 hubo un espectáculo, triunfante en París y en Nueva York, llamado
Tango argentino, que volvió a poner el género en la consideración de muchos.
Aquel buen éxito en el extranjero repercutió luego en Argentina y se reanimó el
movimiento de los bailes de tango («las milongas»), incluso con variantes que
243
popular urbana: expresiones que nos llegan a través de las actuaciones en vivo
y de los fonogramas y no desde partituras (como sucede con la música clásica)
ni desde la exclusiva tradición oral (como ocurre con el folclore en su sentido
antropológico o con las expresiones de los pueblos originarios).
La figura de Gardel
Hemos dejado para el final, sin que eso excluya la gran significación que han
tenido tantos otros artistas a lo largo de estos más de cien años de historia
tanguera, a la que es, con seguridad, una de las más importantes figuras de
todos los tiempos. De lugar y fecha de nacimiento dudosos15, con una muerte
accidental (y «moderna», si se considera que viajar en avión no era tan habitual
en 1935) en el aeropuerto de Medellín durante una gira internacional, con
una vida personal algo enigmática que él mismo se encargó de construir y
con una historia artística que lo puso a la vanguardia en muchos sentidos,
Bibliografia citada
Bibliografía de referencia
Bates, Héctor y Luis (1936), La historia del tango. Sus autores, Buenos Aires, Cía.
Fabril Financiera.
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Hispanoamericana, Madrid, Sociedad General de Autores y Editores [artículos
«Tango», «Gardel, Carlos», «Argentina», «Buenos Aires»].
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— (1977), El libro del tango. Crónica & Diccionario 1850-1977, Buenos Aires, Galerna.
— y Del Priore, Óscar (1999), Inventario del tango, Buenos Aires, Fondo
Nacional de las Artes.
Notas
1
Novati (1980). Se trata de una obra monumental que constituye el acercamiento
musicológico sobre el tango más importante realizado hasta el presente.
2
Género danzable que lleva el nombre de la capital de la isla caribeña. También conocido
como danza cubana o danza habanera.
3
Nos referimos al periodo que va, aproximadamente, desde las películas de Carlos Gardel
de la década de 1930 hasta la época de gran expansión del género que se prolongó hasta
mediados de los años 50.
4
Véanse, por ejemplo, Rossi (1958) y Goldman (2008).
5
Música de fuerte herencia africana que en Uruguay conserva una importante vigencia.
6
Género lírico básicamente rural, al que algunos asignan también origen africano, que
coincide con la habanera en su pie rítmico.
7
Véase, por ejemplo, Donadío (1996). De todos modos, prácticamente toda la bibliografía
sobre tango da cuenta de la cuestión prostibularia en el nacimiento del género.
8
Inquilinatos populares en los que convivían muchas familias, generalmente inmigrantes,
provenientes de lugares diversos.
9
Para más datos, véanse Cibotti (2009) y Lamas (2008).
10
Nombre vulgar con que se denominaba a los prostíbulos en las ciudades rioplatenses de
entonces.
11
De ahí el mote de «2 x 4» con que sigue llamándose al tango, pese a que hace ya mucho
que se escribe y suena en cuatro tiempos.
12
Instrumento aerófono de lengüetas libres, de la familia de las concertinas, inventado
por el alemán Heinrich Band a mediados del siglo xix y llegado al Río de la Plata en 245
circunstancias nunca fehacientemente establecidas.
13
Fecha en la que se produce el derrocamiento de Juan Perón de la presidencia argentina.
A raíz de eso, ocurren fuertes cambios en las cuestiones económicas, políticas, sociales y
culturales. Algunos estudiosos lo consideran un punto de inflexión en la historia del tango.
14
Véase Pelinski (2000).
15
Todavía los estudiosos se debaten entre un nacimiento francés y otro uruguayo. Toda la
bibliografía sobre Gardel da cuenta de esta controversia.
16
Están aún vigentes en la zona del Río de la Plata expresiones como «es Gardel», para
referirse a alguien con un alto grado de excelencia, o «andá a cantarle a Gardel», para
buscar un referente con autoridad.
249
La música religiosa se sumió en la mediocridad y hacia 1770 ya no hay compositores
en la catedral. Las únicas obras del estilo preclásico existentes en el archivo son dos
sinfonías incompletas, una de las cuales se dice fue traída para ser interpretada en la
toma de posesión del arzobispo Baltasar J. Martínez Compañón en 179115.
Las reformas borbónicas trajeron en 1784, con el Regimiento de la
Corona, instrumentos desconocidos, como los clarinetes y las trompas, y el
establecimiento de coliseos de comedias en Cartagena (1772) y Santafé (1793)16.
Ya en 1804, los bailes locales (torbellino y manta) alternaban en los bailes de
la elite en Santafé con el minuet y el passpied franceses y el fandango y la jota
españoles17. Los músicos militares participaban asimismo en la actividad musical
del coliseo y de la catedral, y, al parecer, también los miembros de la elite, pues
sabemos que Rafaela Isasi (1759-1834), esposa del hijo del marqués de San
Jorge, cantó las tonadillas cuando en el coliseo local se celebró la victoria de los
españoles contra los ingleses en Buenos Aires en 180818.
Los bailes llamados bundes produjeron amplia documentación en Cartagena
desde 1768, cuando se pide información sobre ellos desde la península, hasta
250
guitarras, flautas y tiples, todos representando simbólicamente el mundo a los
pies del nuevo monarca22. Después de la independencia, las alegorías de América
indígena en banderas, monedas, jeroglíficos, discursos, poesía, música y baile se
convirtieron en la forma preferida de mostrar el nuevo orgullo nacional23. Sin
embargo, los indígenas reales transitarían otros caminos y, desde el siglo XVIII, sus
comunidades, acosadas por presión económica y militar, huyeron a la periferia,
donde mantuvieron sus culturas y lenguas hasta ser «redescubiertas» en el
siglo XIX. La música y el baile de campesinos, negros e indígenas fueron también
protagonistas en la literatura costumbrista del momento, ficción que más tarde
se convertiría en historia, ayudando a consolidar los estereotipos regionales con
sus negros alegres y descomplicados, mestizos maliciosos, mulatas sensuales y
licenciosas e indios derrotados y tristes.
A lo largo de los siglos XIX y XX, la relación entre música y política desempeñó
un importante papel en los procesos de definición de la «colombianidad».
La independencia reubicó nuestra dependencia económica y, en el prospecto
para inversores publicado en Londres en 1822, se incluyeron, como parte de la
Bibliografía citada
Notas
1
Las ideas principales de este texto están basadas en las de mi ensayo para el Colombia
Reader, ed. Ann Fransworth-Alvear, Marco Palacios y Ana M. Gómez López, Durham, NC,
Duke University Press, en prensa.
2
Fernández de Oviedo (1979): 124-125.
3
Colón (1932): 28-30.
4
Briones de Pedraza (1983): 57. Una flauta con aeroducto es un aerófono en el que el aire
se inyecta a través de un aeroducto o canal separado del cuerpo del instrumento.
5
Londoño (2001). Véase también Bermúdez (2010, en prensa).
6
Lee López (1963): 40-42.
7
Stevenson (1970).
8
Véanse Tovar Pinzón et al. (1994): 17-31, y (1997): 61-64, y Palacios Preciado (1989): 161-163.
9
Curtin (1969) y Bermúdez (2005).
10
Stevenson (1970): 98, y Valtierra (1980a): 452, y (1980b): 204-213.
11
Bermúdez (1999).
12
Bermúdez (1998-1999)
13
Vargas y Zambrano (1990): 54.
254 14
Bermúdez (2001).
15
Stevenson (1970): 6. La pieza es de Johann C. Cannabich (1731-1798).
16
Bermúdez (1995): 222.
17
Ibáñez (1989): 261.
18
Ibáñez (1989): 256.
19
Alzate (1980): 28-30, y Bell Lemus (1991): 156-157.
20
Tovar Pinzón et al. (1997): 500-501, 516-517 y 533.
21
Bermúdez (2002-2003).
22
Bermúdez (1995): 198.
23
Bermúdez (2008) y König (1994).
24
Véase el documento Colombia: Being a Geographical Statistical, Agricultural, Commercial
and Political account of that country adapted for the general reader, the merchant and the
colonist, Londres,Baldwyn, Cradock and Joy, 1822, II: 159.
25
Bermúdez (2004).
26
Bermúdez (2006 y 2007).
27
Véase Gilard (1987) y Bermúdez (2009).
261
3. Nassassari
03:51
4. Sacsayhuamán (huayno)
04:26
Descripción: toque y canto del sistema religioso Ochá-Ifá, utilizado para iniciar
y concluir las ceremonias religiosas y festivas de la santería cubana.
Ejecutantes: Agrupación Güiros San Cristóbal de Regla. Producción general:
María Teresa Linares. Producción del CD: Ana V. Casanova. Grabador: Raúl
Díaz, pista 1.
Referencia: tomado del CD Antología de la Música Afrocubana, Toque de Güiros,
vol. 8, EGREM, 2005.
13. Rítmica V
02:43
Descripción: puya (una de las formas del vallenato) del compositor Alejandro
Durán, registrada en Bogotá por José Leonte Plaza, técnico de la sala de audio
del Centro de Documentación Musical de la Biblioteca Nacional de Colombia,
Descripción: Solamente una vez es una de las piezas amorosas más difundidas
de la cultura latinoamericana del siglo XX. La versión que hemos escogido
recoge varias particularidades características del desarrollo de este género:
primero, corresponde a uno de los boleros más versionados de la música
regional, práctica extendida en la música iberoamericana; segundo, es
interpretada por un tenor, Pedro Vargas, que es al mismo tiempo actor
(mexicano), lo que muestra la influencia que tuvo sobre los géneros musicales
la interacción de las industrias culturales; tercero, corresponde a una
grabación realizada en vivo en los años 80 con una orquesta que, si bien
está «actualizada», mantiene la interpretación libre de canto (rubato) y la
intencionalidad de transmitir un sentimiento hablado, cualidad que hizo tan
conocido el bolero desde la primera mitad del siglo XX.
Ejecutantes: Pedro Vargas, voz tenor; Ruben Pérez, dirección y arreglos.
Referencia: concierto registrado en vivo en el Center for the Performing Arts,
Terrace Theater, Washington, DC, 21 de septiembre de 1981. Publicado en el
CD Homage to Pedro Vargas, Washington, Organization of American States,
OAS-016, 1981. Reeditado en The originals: Pedro Vargas in concert, Yoyo USA,
1991, pista 8.
271
26. Corazón contento (rock)
04:25
Organizan Editan
Museo de Antioquia Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior
Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior de España, SEACEX
de España, SEACEX Ediciones Akal