ANEXO 6
Consejos sobre la salud – Elena G. White – Sección 2
LOS HÁBITOS FÍSICOS Y LA SALUD ESPIRITUAL
Se presenta el carácter de Daniel al mundo como un ejemplo poderoso de lo que la gracia
divina puede hacer en favor de los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pecado. La historia
de esta vida noble y abnegada constituye un estímulo animador para la humanidad entera. De esta
experiencia podemos adquirir fuerza para resistir con hidalguía la tentación, y mantenernos con firmeza
y humildad de parte de la justicia ante las pruebas más severas.
La experiencia de Daniel
Daniel habría podido encontrar fácilmente una excusa para abandonar sus hábitos de estricta
temperancia; pero la aprobación divina era de más valor para él que el favor del más poderoso potentado
de la tierra; en efecto, le eran más caros que la vida misma. Después que su cortesía le había ganado el
favor de Melsar, el oficial encargado de los jóvenes hebreos, Daniel le pidió que le permitiera abstenerse
de comer las viandas reales y de beber el vino de la corte. Melsar temía que al satisfacer la demanda de
Daniel el rey se disgustara y de ese modo pusiera en peligro su vida misma. Igual que muchos en Ja
actualidad, Melsar temía que una dieta abstemia debilitaría a los jóvenes, que sus fuerzas musculares
decaerían y ofrecerían una apariencia pálida y enfermiza, mientras que las comidas suntuosas de la mesa
real los harían fuertes y hermosos, y les proporcionarían una energía física superior.
Daniel le suplicó que los probara durante diez días, permitiendo a los jóvenes hebreos tomar
alimentos simples en ese lapso, mientras sus compañeros participaban de las exquisitas comidas reales.
Finalmente la petición fue concedida, y Daniel estuvo seguro de haber ganado la victoria. A pesar de su
juventud, conocía los efectos nocivos que el vino y las comidas extravagantes producen sobre la salud
física y mental.
Pero al final de los diez días los resultados fueron completamente opuestos a lo que Melsar
esperaba. El cambio observado en los jóvenes que habían sido temperantes no se vio sólo en su apariencia
personal, sino también en su actividad física y vigor mental, porque superaban en todo sentido a sus demás
compañeros que habían complacido las demandas de sus apetitos. Como resultado de esta prueba, Daniel
y sus compañeros pudieron continuar con una alimentación sencilla durante todo el curso de su
entrenamiento en los deberes del reino.
El Señor miró con buenos ojos la firmeza y el dominio propio de los jóvenes hebreos, y los
bendijo. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias;
y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre
todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo
asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos
y astrólogos que había en todo su reino”. Daniel 1:17, 19, 20.
Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El cumplimiento fiel de
los requerimientos divinos beneficia la salud física y mental. Se tiene que buscar primeramente la
sabiduría y la fuerza de Dios si se ha de alcanzar la más alta norma moral e intelectual; y además, se
necesita observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. La experiencia de Daniel y
sus compañeros constituye un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación a la indulgencia del
apetito. Demuestra que los jóvenes pueden vencer mediante la observancia de los principios religiosos,
todas las propensiones carnales y mantenerse fieles a los requerimientos divinos, aunque esto demande
un gran sacrificio.
¿Qué habría sucedido si Daniel y sus compañeros se hubieran sometido a las exigencias de
los oficiales paganos y, bajo la presión del momento, hubieran comido y bebido como los babilonios? Esa
sola transigencia con el mal habría debilitado su capacidad de percibir el bien y de aborrecer el mal. La
satisfacción del apetito habría significado el debilitamiento del vigor físico y la pérdida de claridad
intelectual y poder espiritual. Un paso equivocado los podría haber conducido a otros, hasta que se cortara
la conexión con el cielo y los arrastrara la corriente de la tentación...
La vida de Daniel constituye una ilustración sagrada de lo que significa un carácter
santificado. El concepto bíblico de la santificación tiene que ver con el hombre completo... Es imposible
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disfrutar de las bendiciones de la santificación cuando una persona es egoísta y glotona. Algunos gimen
bajo el peso de las enfermedades a consecuencia de los malos hábitos en el comer y el beber, los cuales
hacen violencia a las leyes de la vida y la salud. Muchos debilitan sus órganos digestivos porque se dejan
llevar por apetitos pervertidos. El poder de la constitución humana para resistir los abusos que se
cometen contra el organismo, es maravilloso; pero la persistencia de los hábitos equivocados en la comida
y la bebida debilitan todas las funciones del cuerpo. Tratemos de que estas personas débiles consideren
cómo habrían podido ser si hubieran vivido en forma temperante, promoviendo una buena salud en vez de
abusar de ella. Aun los cristianos profesos estorban la obra de la naturaleza al gratificar sus apetitos y
pasiones pervertidos, menoscabando de ese modo sus fuerzas físicas, mentales y morales. Algunos que
cometen estos errores pretenden haber sido santificados por el Señor, pero tal pretensión carece de
fundamento...
La santificación es un principio viviente
Consideremos la apelación que el apóstol Pablo hace a sus hermanos, por las misericordias de
Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... La santificación no es una
mera teoría, una emoción, ni un conjunto de palabras, sino un principio viviente y activo, que se compenetra
de la vida de cada día. La santificación requiere que los hábitos referentes a la comida, la bebida y la
indumentaria sean de tal naturaleza que preserven la salud física, mental y moral, de modo que podamos
presentar nuestros cuerpos al Señor—no como una ofrenda corrompida por los malos hábitos—sino como
“un sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios”. Romanos 12:1.
Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo haciéndose la
ilusión de que la intemperancia no es pecado ni afectará su espiritualidad. Existe una relación estrecha
entre la naturaleza física y la moral. Los hábitos físicos elevan o rebajan la norma de la virtud. El consumo
excesivo de los mejores alimentos producirá una condición mórbida de los sentimientos morales. Y si esos
alimentos no son de los más saludables, los efectos son todavía más detrimentales. Cualquier hábito que
no promueva la salud del cuerpo humano, degrada las facultades elevadas y nobles del individuo. Los
hábitos equivocados de comer y beber conducen a la comisión de errores de pensamiento y acción. La
complacencia de los apetitos fortalece los instintos animales, dándoles la supremacía sobre las facultades
mentales y espirituales.
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos
carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11), es el consejo del apóstol Pedro. Pero muchos
consideran que esta amonestación se refiere sólo a los licenciosos, sin darse cuenta de su significado más
extenso. Estas palabras pueden proteger al cristiano contra la gratificación de cada apetito dañino y
cada pasión. Es una advertencia muy enérgica contra el uso de estimulantes y narcóticos, tales como té,
café, tabaco, alcohol y morfina. La complacencia de estos apetitos bien puede catalogarse entre las
prácticas que ejercen una influencia perniciosa sobre el carácter moral del individuo. Mientras más
temprano se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente esclavizarán a sus víctimas en el vicio,
y más seguramente les harán rebajar las normas de la espiritualidad.
Las enseñanzas bíblicas causarán sólo una impresión débil en aquellos cuyas facultades se
hallen entorpecidas por la indulgencia del apetito. Hay miles que prefieren sacrificar no sólo la salud, sino
la vida misma y aun su esperanza de alcanzar el cielo, antes que declarar la guerra contra sus apetitos
pervertidos. Una dama, que por muchos años pretendía estar santificada, dijo que si tuviera que escoger
entre su pipa y el cielo, diría: “Adiós cielo; no puedo vencer la afición que le tengo a mi pipa”. Este ídolo
estaba entronizado de tal manera en su alma que dejaba un lugar secundario a Jesús. ¡Sin embargo esta
dama pretendía pertenecer totalmente al Señor!
Los que son verdaderamente santificados, no importa dónde se encuentren, mantendrán altas
normas de moralidad al practicar hábitos físicos correctos y, como Daniel, constituirán un ejemplo de
temperancia y autocontrol para los demás. Todo apetito depravado se convierte en una pasión
descontrolada. Toda acción contraria a las leyes de la naturaleza crea en el alma una condición enfermiza.
La complacencia de los apetitos causa problemas digestivos, entorpece el funcionamiento del hígado y
anubla el cerebro; de este modo pervierte la disposición y el espíritu del hombre. Y estas facultades
debilitadas se ofrecen a Dios, quien rehusó aceptar las víctimas para el sacrificio a menos que fueran sin
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tacha. Tenemos la obligación de mantener nuestros apetitos y hábitos de vida en conformidad con las
leyes de la naturaleza. Si los cuerpos que se ofrecen hoy sobre el altar de Cristo fueran examinados con
el mismo cuidado con que se examinaban los sacrificios judíos, ¿quién sería aceptado con nuestros hábitos
de vida actuales?
Con cuánto cuidado deberían los cristianos controlar sus hábitos con el fin de preservar todo
el vigor de cada facultad para dedicarla al servicio de Cristo. Si hemos de alcanzar la santificación del
alma, cuerpo y espíritu, debemos vivir en conformidad con la ley divina. El corazón no puede mantenerse
consagrado a Dios mientras se complacen los apetitos y las pasiones en detrimento de la salud y la vida
misma...
Las amonestaciones inspiradas del apóstol Pablo contra la complacencia propia continúan
siendo válidas hasta nuestros tiempos. Para animarnos nos habla de la libertad que disfrutan los
verdaderamente santificados. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Romanos 8:1. A los Gálatas los exhorta:
“Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”. Gálatas 5:16-17. Además indica algunas formas de pasiones
carnales, tales como la idolatría y la borrachera. Después de mencionar los frutos del Espíritu, entre los
cuales se halla la temperancia, añade: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones
y deseos”. Vers. 24.
Muchos profesos cristianos asegurarían hoy que Daniel fue demasiado exigente y lo tacharían
de estrecho y fanático. Consideran de poca monta la cuestión de la comida y la bebida, como para requerir
una actitud tan decidida y que pudiera involucrar el sacrificio de toda ventaja terrenal. Pero los que
razonan de esta manera se darán cuenta en el día del juicio que se habían alejado de los expresos
requerimientos divinos y habían establecido su propio juicio como norma de lo bueno y lo malo. Entonces
comprenderán que lo que para ellos parecía sin importancia, era de suma importancia ante los ojos de
Dios. Las demandas de Dios se deben obedecer religiosamente. Los que aceptan y obedecen uno de los
preceptos divinos porque les parece conveniente hacerlo, mientras ignoran otro porque les parece que su
observancia les demandaría un sacrificio, rebajan las normas del bien y con su ejemplo arrastran a otros
a considerar con liviandad la sagrada ley de Dios. “Así dice el Señor”, debiera ser nuestra norma en todo
tiempo.
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