Fernandez Macedonio - Teorias
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Fernandez Macedonio - Teorias
Fernández
Teorías
Obras Completas Tomo III
NOTA PREVIA
A lo advertido en general sobre la índole de esta recopilación de escritos de
M. F. (tomo 1), es obligatorio añadir una consideración especialísima.
Se trata de escritos casi absolutamente inéditos en su mayoría anteriores a
1920, no revisados ni organizados para publicar, prácticamente dejados. Aunque
algunos aparecen redactados con vistas a un posible libro, ese libro no tuvo asomos
de concretarse, y los papeles permanecieron treinta o cuarenta años olvidados,
aunque los temas siguieron siempre importantes en la reflexión del autor, como se
evidencia en su epistolario (tomo II), por ejemplo en cartas a Gómez de la Serna
sobre teoría de Salud o a Marcelo del Mazo sobre teoría socioeconómica, o en
Cuadernos de todo y nada, a cada paso. Pertenecen a una especie de libro
fantasma, errátil pero persistente, concebido hacia los veinte años (como puede
verse en los escritos de juventud, tomo I), que constantemente se metamorfosea
(compárense los sumarios de 1896, 1906, 1918), pero que mantiene la unidad de ser
un libro testimonial (e inexistente), es decir de investigación personal –
independiente en tema, métodos, conclusiones– y permanecer inédito, en borrosos
borradores y totalmente desconocido.
(Historia de los libros que M. F. no escribió –pero imaginó o acarició–; o
abandonó; o traspapeló; o no publicó. De algunos quedó el título, o el sumario, o el
prólogo, o algún capítulo, o alguna conclusión. Escribe, por ejemplo, a Gómez de la
Serna en 1932: “Los otros tres libros desde muy joven entrevistos: Crítica del Dolor
(psicología del esfuerzo o trabajo de exclusión de su acceso a la Sensibilidad, etc.);
La guitarra de un abogado (teoría psicológica de la música); La salud de un
abogado (teoría biohistórica de la Salud y del imposible terapéutico), los dimitiré,
salvo unos resúmenes fáciles quizá. Muy conforme quedaré con realizar la novela
y la metafísica”.
Parte de esos papeles son ¿exhumados? aquí. Se debe insistir en que no es
una obra de M. F.; son apuntes, meras anotaciones y teorizaciones, y se los publica
como materiales para una biografía, contribuciones a hacer menos sorpresiva la
historia de un escritor tardío exteriormente e interiormente precoz. A algún posible
biógrafo –pues este autor que acaso abusó de autobiografías y hasta de alguna
“autobiografía escrita por otro”, prácticamente continúa huérfano de biógrafo–
estas páginas pueden contribuir a esclarecer la evolución de una conducta, la
biografía de un pensamiento o un estilo.
En este tomo, de título convencional, se agrupan:
Teorías y críticas conexas y contemporáneas (alrededor de 1908)
concernientes a Eudemonología (Crítica del Dolor Crítica del Valor, Esfuerzo,
reglas eudemonológicas);
Páginas preliminares de un Diario de Vida e Ideas (alrededor de 1918), con
temas conexos a los precedentes;
Notas para una Teoría de la Salud y una Teoría del Estado (alrededor de
191820);
Notas para una Teoría del Arte, especialmente teoría de la novela (alrededor
de 1928) y teoría de la humorística (alrededor de 1940). Son, en lo fundamental, el
único material no inédito de este volumen.
ADVERTENCIA
Hacia 1938 fueron pasadas en limpio y organizadas sumariamente varias
redacciones de un comienzo y primer desarrollo de “Crítica del Dolor”,
“Eudemonología”, “Arte de vivir”, concordantes con un esbozo de “Crítica del
Valor” y teoría del Esfuerzo, o sea estudios de Psicología o Capítulo Práctico, como
dicen algunos subtítulos, escritos en 19068. Estos textos son obviamente paralelos
y hacen juego con diversos estudios de metafísica (también en varias redacciones)
de la misma época que quedaron asimismo inéditos y que en parte han sido
incorporados a la edición de No toda es vigilia la de los ojos abiertos de 1967 (y
que aparecerán más completos en el respectivo tomo de estas Obras).
PREFACIO
Tiempo ha que tuve la idea de esta Crítica y anduve temiendo no saber
hacerme entender a causa de mi poca disciplina y diligencia para las explicaciones
–a veces la sola Gramática es suficiente para ponerme en fuga del esfuerzo
comenzado– y especialmente porque la particularidad de la noción que trato de
presentar, la singular denominación y tema de mi asunto o haría imaginar que
traigo uno de esos libros que viven de su título, pacientemente estudiado en las
mejores horas mentales de su autor, o sugeriría desde luego al lector otras ideas
tras las cuales se me marcharía, no siendo aquellas a que deseo traerlo y creando
una situación tan cómoda como infecunda, que es la desesperación clásica de los
escritores.
Por mi parte no quisiera más honroso destino, pero bien advierto que tan
pronta iniciativa no significa otra cosa que la decisión firmísima de despedirse de
mí desde ahora sin comprometerse en la lectura más allá de la primera página y
con una ojeada al índice de “esta nueva producción que con la sugestiva carátula
de “Crítica del Dolor” nos visita a principios de año y hemos de leer con
detenimiento”.
Creo, empero, que esta gallarda Nación que es uno de los grupos nacionales
de convivencia más culto y sano y vivaz de la Tierra, esta sociabilidad en que el
trabajo de todos los corazones parece que está concentrando y creando el más
espléndido Sol humano de Buena Voluntad actualmente existente o en formación,
está sujeta a una inminente catástrofe económica que abrirá un período de dolor
nacional como el que soportamos hace veinte años o como el que soportan los
Estados Unidos desde 1907. El Dolor efectuará su reaparición y estos hogares
argentinos cuya estructura moral no tiene igual en el mundo (los hogares son las
fortalezas y la finalidad de la nacionalidad: allí se refugia y se repara la patria
enferma o intimidada; de allí salen cotidianamente las fuerzas puras, la sangre
moral, sin las cuales la vida política y comercial se hundiría en el crimen en una
semana: un día de hogar es más eficiente que toda la instruccióneducación pública
que recibe un joven: el Gobierno, la Religión Externa, las costumbres son
estructuras de lujo, productos residuales y de fricción que existen simplemente
porque no se les ha podido evitar del todo, porque el hogar no es una perfección)
conocerán nuevamente las amarguras de esos largos años de combate estrecho y
acérrimo que es preciso para que entre el pan en la casa cuando un violento ciclón
económico ha pasado por la Nación.
Solemos creer que los privilegios propios de la Argentina consistentes en la
riqueza de su suelo, ausencia de gérmenes étnicos y en cierta medida económico
sociales de conflicto y ruina, salubridad en sus circunstancias físicas, benignidad
de clima, son extraordinariamente prominentes. Yo declaro que en mi opinión son
en conjunto superiores a los de Estados Unidos, Canadá, Australia, Trasvaal,
Bélgica y algunos otros países que en la hora actual pueden reconocerse como las
agrupaciones nacionales más favorablemente dotadas por ventajas físicas, étnicas,
sociales, y a pesar de poner tan alto a mi patria creo que en un parangón hedónico,
es decir, comparando el bienestar y malestar sustancial, subjetivo, las diferencias
entre las nacionalidades son insignificantes, como son insignificantes las
diferencias reales de sufrimiento y goce entre los diversos individuos cualesquiera
sean las variedades de condición, educación, carácter, poder mental, etcétera,
etcétera.
Sea como fuere creo que la crítica del dolor como dirección teórica
sistemática, precisa –a nadie habíasele ocurrido hasta ahora que era un problema
especial deslindable y que debía deslindarse, extraviado el problema entre esos
tejidos de vaguedades con que se componen los libros sobre la Felicidad– es un
examen y preparación cuya necesidad todo individuo siente mil veces en las
vicisitudes de su carrera hedónica, y opino que tal como la propongo hará que la
lectura de estas páginas sea de efecto más bien tónico que depresivo, con mejora
casi imperceptible pero general del nivel permanente de combate en la “actitud”
voluntaria.
Para mí es ineludible optar en la carrera terrestre o por la actitud metafísica
o por la actitud práctica, tan valiosas y tan legítimas una como otra. Con cualquiera
de ellas llevadas a un extremo de disciplina podemos situarnos favorablemente en
lo que tiene de hedónico nuestro pasaje terrestre.
La “Crítica del Dolor” es el capítulo mayor de mi posición práctica general,
lo que no significa que yo me sienta más llevado hacia la posición práctica; al
contrario, la posición metafísica es mi gran escudo, pero he solido verme y he visto
a otros bien defendidos en la posición práctica en toda su desnudez. No solo se
puede vivir sin necesitar a Dios (Religión) sino aun sin necesitar ser Dios
(Metafísica, Misticismo).
A veces en verdad parece que se hace más honor a la Tierra como escuela
del momento enclavándose en un valor tan grande cual el Mundo.
A veces la Metafísica, es decir, una disciplina sin límites de refutación de la
presentación práctica del mundo, parece más definitivo que el Valor.
Mas, ¿qué hay más definitivo que un presente bien llenado? Una recepción
plena es lo que quiere el Presente para hacerse Eternidad.
Es, efectivamente, así; pero ante la incesante alternativa de las opiniones de
los más vigorosos pensadores, prueba eterna de la fragilidad del pensamiento o de
la complicación de las cosas, me parece ridícula tanta seriedad y buenamente digo
que la intención científica de mis capítulos es sincerísima y que nada me interesa
tanto en este mundo como la verdad (no empleo mayúscula porque estoy harto de
énfasis); las dos verdades: la práctica y la metafísica; esta última más que la otra.
Leyendo la “vida” de Napoleón, de Beethoven, de Spencer, nuestra sospecha
de que la suerte humana, inextricable mixtura de sufrimiento y goce, es igual y
común y no la modifica de ninguna manera favorable la posesión más extensa de
cualquier “bien” (poder, riqueza, ciencia, sensibilidad) se robustece; y un examen
sistemático de nuestra constitución psicofisiológica parece conducir a lo mismo.
No es, pues, el caso de adoptar una actitud de sapiencia ilimitada cuando se
descerraja un libro sobre el público, no tomar esa adorable apostura de “lo sé todo”
con que se retratan los autores en la primera página o tapa de su “obra” con
mirada centelleante y gesto de inquebrantable voluntad; las señoritas y damas
también tienen para el fotógrafo una actitud insustituible que llamaremos: la
actitud virginal; pero aquella “perfecta lucidez” y “definitiva orientación” y este
“perfil virginal” son cosas cuya existencia positiva …
Añadiremos, para terminar, que estas páginas tratan un tópico que no tiene
la primera jerarquía en las meditaciones del autor. Han sido pensadas y escritas
para amenizar la persecución de la soberana intelección metafísica, nuestra
predilecta Esperanza.
CRÍTICA DEL DOLOR
I
Estas páginas no son un tratado de optimismo aunque la primera impresión
que ha de sugerir al lector el título de mi libro es la de que aquí se expone una
defensa optimista.
La palabra optimismo es manifiestamente inexacta, pues solo sería aplicable
al sistema que sostuviera lo que dícese –aunque por mi parte no creo que a
pensador alguno se le ocurran estas o semejantes terquedades– opinaba Leibnitz:
que la vida es hedónicamente no buena y deseable sino óptima. Se llama
optimismo, sin embargo, la creencia de que la vida es generalmente mejor que la
inexistencia, que la vida contiene por lo general más placer que dolor. Yo entiendo
que por poco que se incline la vida en la mayoría de los casos a procurar más
placer que dolor, ya es buena y deseable. Y la mejor prueba de que es
generalmente deseable está en que es generalmente deseada. Suponer que podría
continuar prevaleciendo el deseo de vivir a pesar de que en el contenido de la
experiencia individual y hereditaria prevalecieran los capítulos de dolor sobre los
de placer es enteramente caprichoso.
Pero también creo que la prevalencia en la generalidad de las existencias del
placer sobre el dolor es apenas apreciable, es insignificante, meramente lo
suficiente para que hedónicamente sea preferible haber nacido a no hacerlo, en el
sentido terrestre, único sentido de la palabra nacimiento. Y esto es así por una
razón metafísica, no por un accidente variable como si dijéramos por
circunstancias de confort. Así, pues, el progreso en que se cifran tantas esperanzas
no puede cambiar estas cosas: siempre ha sido y será así, en el hombre como en el
insecto, y los esfuerzos, recibidos con tanto aplauso, de los que nos representan a
nuestros antepasados de hace un millón de años como criaturas de dolor,
perpetuamente aterrorizados, inermes y hambrientos, temblando en los bosques y
temblando en las cavernas, no demuestran sino que a veces el hombre pierde y
procura perder el sentido divino de la vida. Es degradar el Tiempo y la Realidad
imaginar que hay tiempos mejores que otros y que el alma y la vida tengan que
esperar perfecciones del futuro. Toda existencia y nuestros antepasados o no
existieron o existieron actualmente: nuestra actualidad no vale más que la de ellos:
su presente es el mismo que hoy es nuestro.
Y así como el deseo general de vivir es prueba de la deseabilidad de la vida,
la ilusión del progreso hedónico, la general espera del Futuro es prueba de la
profunda deficiencia hedónica de toda actualidad y la vida es pura actualidad. Por
eso, en suma y cerrando esta digresión pienso que la vida es deseable pero apenas
deseable y que no puede ser de otra manera porque la vida es una invención del
alma; placer y dolor son sus invenciones; placer es lo que el alma quiere que sea
presente; dolor lo que quisiera que deje de ser presente; pero la vida sin el dolor
podría ser cualquier cosa menos un algo hedónico, y el alma quiere que la vida sea
un algo hedónico, además de otras cosas; por eso hay tanto dolor en ella aunque es
invención del alma y por eso hay más placer que dolor, porque es invención del
alma. Si tales opiniones pueden autorizarse con un símil cabe decir que el placer no
podría crecer como no puede aumentar la luz del mundo como hecho subjetivo,
pues todo acrecentamiento de la duración del reino de la luz lleva correlativa una
intensificación de nuestra sensibilidad para la oscuridad. Puede prolongarse el día
pero la noche será tanto más extraña para nuestros sentidos.
En suma: la Vida, que como posición terrestre del ser es invención del alma,
tenía que ser por ello satisfactoria hedónicamente, pero ante todo tenía que ser
hedónica para que pudiera ser “moral”, pues el fenomenismo terrestre ha sido
concebido como instalación moral y la moralidad nace con el dolor y la pluralidad
e individuación, como diría el gran Schopenhauer, el maestro.
Esta extemporánea digresión, cuyo espíritu sé muy bien será decididamente
antipático a juicio de casi todos mis lectores, servirá, sin embargo, si es que tengo
algún oyente todavía, para guiarlo en la interpretación de algunas singularidades
que seguirá encontrando en mi exposición. No puedo dejar de ser todo lo que soy
en todo lo que escribo; aunque escribiera sobre Derecho o sobre Higiene no puedo
dejar de ser risueño, doloroso y metafísico a cada página. Sobre todo creo que la
Metafísica es la disciplina más favorable a la felicidad y nunca me abstendré de
presentar toda perspectiva metafísica que se ofrezca a mi espíritu mientras llevo
adelante mi redacción.
II
Nadie quizás está tan lleno de miedos como el que escribe esto: y
seguramente de haber sufrido tanto por esta causa nació la necesidad profunda de
formarme una vez por todas una posición mental completa con respecto al
fenómeno Dolor en todas sus posibilidades.
¿Qué me propongo en este libro? ¿Demostrar que en la generalidad de las
vidas hay más placer que dolor? Ya he dado mi opinión apenas optimista sobre
este punto, pero estas páginas no tienen nada absolutamente qué hacer con el
optimismo o el pesimismo.
Lo que me propongo es hacer examen de las “intensidades” y “duraciones”
posibles de dolor con la esperanza de aquietar mi alma y la del lector. Con el
espíritu con que tantas veces se ha hecho la “crítica del conocimiento” intento una
crítica de la sensibilidad tomada en el aspecto que suelen llamar negativo: ensayo
una crítica del dolor que hasta hoy no se ha intentado y espero demostrar que
incurrimos en exageración, y determinamos el nacimiento de ideas falsas en
nosotros y en los demás, en nuestros juicios y expresiones del dolor.
EUDEMONOLOGÍA
Eudemonología vendría a ser el arte, extraído de la consulta combinada de
todas las ciencias o de un saber muy extenso, de indicar las conductas, o reglas
cuya observancia fuera más útil, es decir más evitadora de dolores o procuradora
de placeres. Consideradas las condiciones más generales y comunes de toda vida
humana, examinaría y tomaría el peso a las ventajas e inconvenientes propios de
cada uno de los llamados “bienes”: salud, ciencia, fuerza muscular, dinero, belleza
personal, sensibilidad, reputación, honradez, etc., haría la crítica severa de ellos, de
la que quizás emergiera que ninguno merecería el nombre de “bien”, porque
ofrecieran inconvenientes que compensaran sus ventajas, o que alguno de ellos era
muy superior en saldo de ventajas sobre inconvenientes, a los otros, y por tanto
debiera ser erigido en objeto preferente de nuestros esfuerzos; resultaría quizá que
la salud era un bien más plenamente que la ciencia y que por ejemplo las
privaciones, trabajos e investigaciones que nos propusiéramos para adquirir y
conservar salud fueran más útiles que los conducentes a la adquisición científica;
en otros casos resultaría quizá que era más conveniente ser valeroso que ser
erudito, que la honradez traía más sufrimientos que la pillería, o que la belleza
personal acarreaba más dolores que placeres facilitaba, siendo preferible ser feo o
fea para vivir con más probabilidades de bienestar.
Es este un estudio comparativo sistemático que nunca se ha hecho y del que
surgiría quizás el descrédito de muchos de los llamados tradicionalmente bienes.
La salud misma debe tener sus inconvenientes, pues si bien comporta la plenitud
de la Actividad, es decir de los recursos musculares e intelectuales que pueden
servirnos para obtener placeres y evitar dolores, también representa la plenitud de
los deseos sensuales, emocionales y de todo orden, que son otras tantas exigencias
que se truecan en dolores si no disponemos de lo necesario para satisfacerlas.
Además, la salud es un equilibrio y armonía biológica nada fácil de conquistar y
mantener: es a costa de privaciones diarias, de múltiples cuidados en nuestro
sueño, alimentación, aereación, ejercicio, vestimenta, placeres, pasiones, contagios
prevenidos, adulteraciones de alimentos y líquidos evitadas, etc., que se logra
conservarla, y esto requiere no solo esfuerzos, privaciones y mortificaciones, sino
estudios, observaciones y consultas. Si, después de todo esto, obtenemos la salud y
sus goces nos compensan los sufrimientos y labores que nos exige, resultando un
saldo favorable de los placeres que nos proporciona con las privaciones y trabajos
que nos impone, todavía quedará por examinar en este balance una desventaja que
acompaña a todos los estados y condiciones de la vida y surge de la característica
constitucional de nuestra economía psicofisiológica; la compensación o
Relatividad, en virtud de la cual el hombre que cuidando su salud logra evitar
durante muchos años toda enfermedad, si alguna vez llega a enfermar, lo que no
logrará eludir, será mucho más sensible a las mortificaciones y molestias peculiares
del estado de enfermedad, que el que con frecuencia ha estado enfermo, y además
sus sufrimientos morales serán mucho mayores: no podrá tolerar la inmovilidad y
secuestro a que lo reduce la enfermedad y sus temores ante una operación
necesaria y sus inquietudes por la posibilidad de morir, le impondrán tormentos
que al hombre enfermizo o desarreglado ya no abruman. Se ve pues cuan
complicado es el tejido de la vida y cuán difícil por tanto la tarea de la
Eudemonología. Señalar un camino o táctica que procure al hombre una
probabilidad algo apreciable de gozar más que padecer en el conjunto de su
existencia es obra muy ardua que toca cumplir a esta cienciaarte.
La vida, en general, no ofrece más probabilidades de placer que de dolor,
pues, subjetivamente, el Hombre puede definirse: una susceptibilidad igual de
placer y de dolor, y, objetivamente, el Mundo puede ser definido: una posibilidad
igual de causas de placer y de dolor. Por consiguiente la vida no es un bien ni es un
mal, la muerte no es mejor ni peor que la vida, y renunciar a esta no es una
pérdida. En ciertos momentos la existencia es buena; en otros es intolerable. ¿Podrá
la Eudemonología aportar una probabilidad de que la existencia vivida según sus
indicaciones contenga más bienestar que sufrimiento?
Nadie ha realizado una exploración profunda y sistemática de este problema
y yo por mi parte estoy muy lejos de haber acertado con nada semejante.
Detengámonos un momento a hacer ciertas advertencias.
Como la Eudemonología debe consultar todas las regiones del saber, ha de
poder decir y ha de decir a veces, comparando y pesando las ventajas de una
verdad o regla encontrada aquí y otra hallada allá: entre el precepto higiénico: no
meterse en cama con los pies húmedos o fríos, secarlos o calentarlos previamente,
y el precepto psicológico: no abandonarse a gesticulaciones y expresiones de
desaliento, y el precepto económico: preferir siempre, en igualdad de condiciones,
en América especialmente, toda inversión en inmuebles, y el precepto jurídico: no
dejar espacio en blanco entre la última línea y la firma, o no suscribir ninguna
notificación recibida en casa ni ninguna declaración prestada en juicio 1, y el
precepto sicofisiológico: favorecer la obtención del sueño imaginando estar
haciendo dormir a otro, no imaginando que uno se está adormilando (Baldwin); –
debe poder decir que considerada la sencillez de tal regla, la frecuencia de su
aplicación, la facilidad de recordarla y de ejecutarla, el poco esfuerzo o privación
que impone y la magnitud del mal que elude o del bien que hace aprovechar, es
mejor que tal otra, y es preferible grabar aquella en la memoria o apuntarla y
procurar observarla, pues no es muy grande el número de indicaciones útiles que
uno puede tener presente y mucho menor el de las que uno es capaz de ejecutar,
dada nuestra natural pereza y nuestro terror a toda molestia voluntariamente
impuesta…
Este es un capítulo de Eudemonología que no puede omitirse.
Otra cosa que debe advertirse es que todo joven que quiere tener un poco de
fe en la vida, es decir en el pequeño saldo de placer, que deducido de sus dolores,
puede gozarse observando una cierta táctica que le señale la Eudemonología, ha de
empezar por eliminar el prejuicio de creer que ciertos caracteres o temperamentos
son más aptos que otros para la felicidad. Esto no es cierto y uno no debe tratar de
cambiar de carácter porque crea que otros caracteres son más propicios al
bienestar: solo ha de procurar modificarse y aun cambiar de carácter (pues esto es
posible) cuando concretamente vea que, por ciertas circunstancias, el carácter que
tiene le trae más males que bienes; si esas circunstancias cambian debe tender
nueva mente hacia otro tipo de carácter y así siempre, en la medida de sus
energías, porque en absoluto todo carácter tiene tantos inconvenientes como
ventajas y solo en concreto, en tal o cual situación y circunstancias, es más benéfico
uno que otro.
Del mismo modo no debe creer lo que tanto se repite y es falsísimo: que hay
caracteres felices, bienhumorados, joviales, que todo lo sobrellevan bien. Esto nada
tiene de verdad; es una ilusión muy general. Las personas generalmente llamadas
sociables son los caracteres que sugieren con más frecuencia la calificación de
felices. Me parece haber explicado en otra parte de dónde dimana este error.
La felicidad existe: el placer es real, pero en el conjunto de la existencia de
una persona que haya vivido cuarenta o cincuenta años y aún menos, el placer y el
dolor se compensan casi en absoluto. Solo de un joven muerto a los quince años o
antes se podría decir que fue muy feliz.
Pero el placer es tan real como el dolor: se puede ser pesimista en el sentido
de juzgar que por la constitución de la vida, o de los seres vivos, o de la vida
humana, y del Mundo en que respira, hecho un balance general de probabilidades,
haya de ser para la generalidad de los individuos, en una época y lugar dados, o,
aun, en toda época y lugar (lo que excede de toda previsión y ciencia) más
probable, por comparación de frecuencia y de intensidad, un saldo de dolor que de
placer; pero es infantil negar al placer tanta realidad como al dolor, y desconocer
que existen momentos, días y aun épocas prolongadas de casi continuo bienestar
en toda existencia humana, así como las hay de indecible sufrimiento y miseria.
En fin, no se olvide que de los beneficios de toda regla, verdad o indicación
descubierta, hay que descontar, además de los inconvenientes que toda práctica,
regla o conducta comporta casi sin excepción, la mortificación del esfuerzo de
actividad, de pensamiento, de privación, etc., que para observar el precepto sea
necesario imponerse. Esto ocurre casi con toda prescripción, pues hasta el
calentarse o secarse los pies al entrar al lecho es alguna molestia, si bien parece que
este precepto puede prevenir males muy superiores a la incomodidad de su
observancia.
Luego, será preciso seleccionar pocas, seguras y buenas reglas sin dejarse
ilusionar por aparentes ventajas.
Una regla es buena: 1º a condición de que la molestia de esfuerzo que su
cumplimiento exija constituya un dolor menor que el que ella evita o sea
compensado con un placer inmediato o ulterior más intenso o durable que el dolor
de esfuerzo; 2º y a condición de que sus ventajas sean mayores que sus
inconvenientes pues no habremos de imaginarnos que hagamos el hallazgo de
algún precepto libre de inconvenientes.
Del saldo de ventajas sobre inconvenientes hay que deducir la molestia del
trabajo de estudio, comprobación y ensayos que habrá costado el descubrir la
regla: los beneficios que de ella se recojan estarán casi bien pagos o casi
compensados con las molestias de buscarla primero y de ejecutarla después; si aún
queda saldo aunque sea muy módico la regla es muy apreciable; mas para un
tercero que no se ha tomado el trabajo de estudiarla y que la acepta porque se la
recomienda un padre, un amigo inteligente o un autor prestigioso, las reglas son
aun más benéficas.
Desde que siempre seguir una regla cualquiera importa contrariar hábitos ya
formados o privarse de placeres o imponerse trabajos musculares, o de atención o
de reflexión, o luchas de dominio de emociones, etc. (ya se trate de la regla que
aconseja alternar ocupaciones, madrugar, no fumar, no firmar en blanco, gesticular
la alegría, no hacer confidencias, etc.), la gran dificultad para llegar a aprovechar
las pocas buenas reglas posibles es ser capaz de ejecutar esfuerzos, es decir, ser
capaz de dolor voluntario útil.
Tratando de llegar a algunas indicaciones prácticas, generales y particulares,
sustancia y extracto prolijamente estudiados de lo poco que es posible exprimir de
una experiencia individual de vida muy observada, rumiada y examinada, escaso
es lo que de seguro beneficio cabe aconsejar, por la indecible complicación de
efectos malos de lo bueno y buenos de lo malo que se presentan para todo acto,
toda conducta o regla, en el conjunto y compensación de consecuencias inmediatas
y remotas que se tejen y entretejen en la totalidad de una existencia.
Muchas reglas generales se han formulado desde Aristóteles a Bacon, Kant,
Feuschtersleben, Richter, Schopenhauer, Spencer y otros eudemonólogos,
prescindiendo de las “morales” y las “religiones” que mucho tienen de
eudemonologías, aconsejando la virtud, la ciencia, la soledad, el vigor físico, el
cuidado de la salud, el cultivo del valor, la represión de los deseos, etc., cada una
en primer término, según el autor, como fuente más sólida de bienestar, pero con
frecuencia las ventajas e inconvenientes no han sido escudriñados fríamente y hay
mucho de entusiasmo infundado y de repetición de viejas máximas que nadie
controló y todos recomiendan.
La misma “salud”, por ejemplo –ya he dicho– que parece tan evidentemente
un “bien” puro y sin mezcla, un beneficio por excelencia, aparte de que reclama
infinitos cuidados y privaciones diarias para su obtención y conservación, de tal
manera que sus ventajas se pagan bien caro en forma de precauciones, de estudio y
de renuncia a casi todos los placeres y tentaciones, que despojan a la existencia de
sabor y alicientes, no es un bien absoluto sino bajo el concepto negativo de ausencia
de los sufrimientos propios del estado de enfermedad; bajo el aspecto positivo no
es un bien ni un mal en sí; solo es un bien cuando la vivacidad de todos los apetitos
y deseos (del sueño, de la alimentación, de la actividad muscular e intelectual) en
que se traduce el estado de salud, coincide con la posibilidad de satisfacerlos; el
buen apetito es un martirio cuando nos es imposible satisfacerlo; el deseo de
pensar o de hacer ejercicio muscular es un sufrimiento cuando somos
interrumpidos en nuestras reflexiones por el bullicio o las visitas, o impedidos de
desplegar nuestros músculos por la etiqueta, o por la falta de espacio en una
prisión o en larga navegación en un barco estrecho.
A esto se añade que los placeres reales que nos proporcionan esos deseos
cotidianos, cuando nos es fácil satisfacerlos, se reducen a intensidades nimias. El
que todos los días puede acostarse a la hora en que experimente sueño, comer en
cuanto sienta apetito, empezar su estudio o trabajo cuando su cerebro o sus
músculos lo pidan y suspenderlos cuando se note una leve molestia o fatiga, el que
puede aplacar su deseo sexual tan pronto como lo sienta nacer no saboreará casi
ningún placer en todos estos actos y momentos. Es necesaria alguna postergación,
privación, fatiga forzada según los casos, para que se torne apreciable el placer de
la satisfacción postergada o del descanso tras una labor pesada impuesta por las
circunstancias. Es necesario que por la privación o retardo, el deseo se intensifique
hasta ser realmente un malestar, un dolor, para que la supresión momentánea de
ese deseo que se llama satisfacción revista cierta intensidad de placer.
No olvidemos que también solemos caminar larga distancia aunque al final
del recorrido no nos espere el placer de un perfume y solo por el placer del
ejercicio muscular.
Observemos también que si todos los días tuviéramos violetas en nuestro
escritorio el placer de su perfume se aminoraría mucho y que si al contrario
pasáramos largo tiempo sin disponer de ellas lle garíamos a experimentar cierto
malestar olfativo y el placer de su olor se avivaría, cuando tuviéramos oportunidad
de obtenerlas, porque habría sido precedido de deseo, que es un dolor.
Anotemos asimismo que cuando se cuenta con una satisfacción inmediata y
segura de un deseo, la certidumbre de que podemos satisfacerlo hace aparecer
como grato el deseo y aun nos complacemos en postergar un momento su
aplacamiento. Pero esto tiene otra explicación: es la general de nuestra fisiología y
de nuestra ideación por la perspectiva de un placer seguro la que se traduce en una
sensación general grata; el deseo continúa siendo un malestar.
Sin comprometernos en un análisis sistemático es de todos modos visible
que para la existencia de una gran parte de los placeres es imprescindible la pre
existencia del dolor; que cuando más intenso es el dolor de deseo más intenso es el
placer de satisfacción; que toda cesación de dolor (aunque no sea dolor de deseo
sino de sensación) se manifiesta en forma positiva de placer, que no es
simplemente la cesación de un estado (el de dolor) sino la desaparición de este
seguida inmediatamente de la aparición del estado contrario (el de placer); en fin
que (como lo hacía Cardan) todos podemos procurarnos en cualquier momento un
placer imponiéndonos previamente un dolor; por ejemplo postergando el
momento de acostarnos o la hora de una visita que deseamos hacer a un amigo o
imponiéndonos una tarea perentoria para luego disfrutar del placer de cesación de
trabajo forzado; y de libertad de esa constricción.
Esta ley de nuestra constitución establece una igualdad y una compensación
casi absoluta en el destino de lodos los individuos bajo el punto de vista de la
felicidad, sea cualquiera la riqueza, la salud, el poder intelectual, el poder
muscular, el valor, la instrucción, la belleza personal, etc., sea cualquiera el grado
en que unas personas más que otras posean alguno de estos llamados “bienes”.
Dentro de este límite que la dependencia del placer para con el dolor
impone a nuestra posibilidad de alcanzar alguna felicidad, caben ciertas reglas que
favorecerían nuestro bienestar, pero como sin excepción la observancia de
cualquier regla exige Esfuerzo (el Trabajo muscular, intelectual, de represión de
emociones o Valor, de supresión o restricción de deseos o Ascetismo), la primera
misión del eudemonólogo debe ser estudiar una persecución del placer, una
evasión del dolor; el Placer es el único criterio inconmovible de la existencia.
Cuando hablemos de felicidad no aludiremos a ninguna entidad misteriosa,
a ningún tipo emocional, o estado especial psicológico o fisiológico del hombre,
sino a todo lo que comporte más goce que sufrimiento, de cualquier naturaleza.
Entendemos que el Placer es tan real como el Dolor y que alcanzan iguales
intensidades y duraciones; creemos que la intensidad y la duración deben ser los
únicos motivos de nuestras preferencias, prescindiendo de las calificaciones: placer
o dolor egoísta, noble, innoble, superior, etcétera.
(La vida vale a veces) algo más que el sueño y que la nada y a veces algo
menos, siendo tan frecuente lo primero como lo segundo y siendo invariablemente
cierto que ninguna vida es muy feliz y ninguna muy desgraciada. Esto último tiene
una única excepción: el suicidio y la muerte involuntaria pueden producirse en el
momento en que la existencia de una persona iba a comenzar un largo período de
sufrimiento, y a la inversa. Si Napoleón hubiera perecido o suicidádose en
Waterloo fuera un ejemplo admirable de suerte y dicha; Cronwell y Alejandro el
Grande extinguiéndose bruscamente son vidas envidiables. He aquí lo que vale
más que todas las reglas, todas las previsiones y todos los favores de la suerte:
morir en momento oportuno o acertado.
En fin, el libro “La Educación”, de Spencer, es de sumo mérito; en el fondo,
un arte de vivir lo mejor posible, como toda educación en lo esencial; no ha podido
dejar de hacer Spencer lo que todos los espíritus contemplativos (no acumuladores,
como los sabios y eruditos): formular sus animadas reflexiones en presencia de la
distribución, tan igual y tan abigarrada, del Dolor y el Placer en el mundo,
indicando los expedientes, según él, más propicios para eludir el primero y
alcanzar el segundo.
Muchos sistemas se han dibujado en este campo de la literatura; “esquivar
el dolor más bien que perseguir el placer” es el de Schopenhauer, quien invoca los
votos de Aristóteles, Goethe, Voltaire; la exaltación del poder voluntario, es el de
Epícteto y los estoicos; el cultivo de las grandes pasiones o sentimientos metafísicos
es la palabra de Emerson y de Carlyle; la cultura de los poderes emocionales,
Feuchstersleben; una conducta moral, altruista, Richter, Droz y muchísimos otros;
la ciencia o acumulación de conocimientos de relaciones verdaderas, Spencer y
todos los sabios; la riqueza, los yanquis y el noventa por ciento de toda la
humanidad; el desprecio de las riquezas, los cínicos y los santos; el método orden y
trabajo, Franklyn; la salud, otros; el valor, otros; la perfecta educación intelectual,
emocional y muscular, los pedagogos; el ser mandados, los soldados y el jesuita; el
poder, los caudillos; la soledad, Zimmermann; el contacto y el estar bien con todo
el mundo, lord Chesterfield y todo el mundo; la previsión prolija y la prudencia
infatigable, o, en fin, el abandono e imprevisión, Walt Witman y el sublime Poe.
Existen además muchos otros pequeños sistemas, obsesiones y miopías: la
distribución igual de la riqueza (socialismo); el socialismo es la burguesía en su
máximum de ferocidad: es el criterio del dinero convertido en sistema; la supresión
de la carne, o vegetarismo; la supresión del poder público: anarquismo; la
destrucción de las facultades de emoción: los adversarios del Arte, cuyo
prohombre es Nardau, que, al mismo tiempo, dispone de un entusiasmo de
imprenta, diremos así, por la acumulación científica, hermana de la acumulación
pecuniaria; los teetoballer, los temperantes, los partidarios de la paz universal, e
infinitos otros.
Como por mi parte no he llegado aún a conclusión, ignoro en cuál de tantos
criterios y sistemas me verá alistado el lector al fin del libro o si me contemplará,
con maliciosa complacencia, amasando a fuerza de ingenio y ardorosa labor, en los
últimos capítulos, alguna amalgama preciosa de todos ellos, algún sanalotodo,
alguna malaquita.
Investiguemos buenamente.
Pie de página
SOLUCIONES PREVIAS
Segundo problema. ¿Existe por el contrario algún factor o causa en cuya virtud
necesariamente el placer haya de ser más familiar a la vida que el dolor, o este más
que aquel?
Schopenhauer se dirige a la humanidad, en cambio, advirtiéndola de que el
vivir en sí es un deseo, es decir, un dolor, la sensación constante de que algo nos
falta en cada momento; la interrupción de este estado continuo se llama placer y
naturalmente, como toda interrupción, es más corta que lo interrumpido, que es la
aspiración, el deseo, un malestar.
1er. Problema: Relatividad afectiva
Cardan, el físico, parece ser quien se ha dado cuenta mejor del hecho. No sé
que haya sido tratado después por algún psicólogo con completa especialidad.
Bain, Dumont y otros han hecho estudios detenidos.
Trátase de saber si es cierto que todos, que muchos o que algunos placeres
no son más que cesación de dolor y viceversa, cuáles dolores son efecto inmediato
de la cesación de un placer.
Veamos si es posible abordar el problema con orden y claridad.
Excepto en la muerte del sueño, nuestra psique hállase en todo momento
constituida u ocupada por algún estado de “Deseo”, y en todas las regiones del
cuerpo que aportan estados a la conciencia hay también en todo momento un
estado correlativo.
Así un músculo hallaráse en todo instante; o llenándose de energías que le
han sido sustraídas por un ejercicio normal (equivalente psíquico de normal es en el
caso placentero), es decir, en estado de descanso que es también agradable; o en
ejercicio actual normal o agradable; o en ejercicio actual excesivo o doloroso; o en
el estado que de esto es consecuencia, es decir, en el estado de náusea de ejercicio o
fatiga; o en fin, en el estado que corresponde al deseo puro en la conciencia, o sea
cargado de energías e impedido de desplegarlas. Tal es el caso del hombre
encarcelado o de aquel (lo que es igual) que en una visita ceremoniosa no puede
gesticular con libertad, o caminar o formular todos sus pensamientos.
Otro tanto ocurre con cualquier órgano al servicio de la conciencia, pues no
todos lo están.
Como el músculo, o el órgano auditivo, o el esófago, o los órganos sexuales,
jamás pueden dejar de hallarse en alguno de estos estados, por leves que sean, la
psique se encontrará siempre ocupada por algún estado del deseo y todo estado
del deseo es afectivo, es decir, o doloroso o placentero.
Existen solo dos excepciones: el sueño, durante el cual la psique no existe,
estado idéntico al de la muerte, desde un punto de vista no metafísico; y la
ocupación de la conciencia por otro estado más intenso, que impide la entrada al
primero.
Ese otro estado puede ser: una sensación afectiva, es decir, de dolor o de
placer, pues una sensación no afectiva (visual, táctil, auditiva, etc.) no puede luchar
en la conciencia con ningún estado afectivo o una emoción (que es siempre
afectiva) o estado de atención que siempre está sostenido por algún estado afectivo
(el interés).
Ahora bien, el deseo cuando recién nace, cuando empieza a dibujarse en la
conciencia, no parece un estado penoso, o, al menos, no lo es nunca cuando hay la
certidumbre o perspectiva de su satisfacción inmediata; no solo no es penoso
entonces sino que es positi vamente grato; es un placer emocional quizá superior al
placer del instante mismo de la satisfacción del deseo 2. Sobre esto volveremos.
La casi totalidad de nuestros placeres y dolores son habituales o cotidianos;
los de la actividad muscular e intelectual, del cariño, del amor, de la comida, de la
imaginación emocional (creación y percepción estética), cigarro, azar de los
negocios o del juego; esa masa de placeres y de dolores (cuando se padece su
privación o su deseo forzado) de todos los días que constituye el noventa por
ciento de nuestra dicha y desdicha total, son precedidos por el deseo, positivo o
negativo.
Llamo positivo al deseo cuando este es de tal naturaleza que por la acción o
funcionamiento se satisface, y negativo cuando se satisface por la inacción; en uno
y otro caso hay deseo, aunque parezca que no lo hay en el descanso o inacción, y
hay por consiguiente satisfacción u obstáculo a ese deseo.
El descanso del músculo es el deseo de la inmovilidad y se está satisfaciendo
con la inmovilidad; si en ese movimiento se le fuerza al movimiento el dolor que
ocasiona es tan grande como el placer que se deja de experimentar, o tan grande
como el que ocasiona cuando se halla en estado de fatiga (es decir, después de un
exceso de acción) o cuando se le ejercita actualmente con exceso, o cuando se le
priva de ejercitarse hallándose de nuevo cargado de energías gracias al reposo.
Es decir, que el estado de descanso es un estado de satisfacción continuada
de un deseo; es un placer como el de apagar la sed o alimentarse; el estado de
fatiga es un dolor, la repercusión de un deseo violentado o irritado largo tiempo
por un funcionamiento excesivo. Entre la fatiga y el estado llamado tedio o
aburrimiento existe cierta similitud; en ambos casos se trata del deseo maltratado
por las circunstancias, pero de diferente manera.
Mas, desdichadamente, explorando sus bolsillos en busca de cigarros sus
dedos tropiezan con la ausencia de su cartera.
Inmediatamente el banco, del cual salta como si le quemara, los árboles, la
plaza y la ocurrencia de haber salido aquella mañana, todo se le torna odioso;
instantáneamente recuerda que al dar vuelta la esquina de su casa, tan luego a la
distancia máxima del lugar en que se encuentra, sufrió un vivo empellón de parte
de otro transeúnte y esta idea irritante de haber sido robado precisamente él
cuando podía haber sido otra persona lo pone de regreso enseguida con gran
animación de piernas y desánimo de espíritu.
No tiene una moneda en el bolsillo y es preciso caminar treinta y cuatro
cuadras, con celeridad y mirando prolijamente al suelo, pues es posible que no
haya habido robo sino extravío, lo que suscita un sentimiento más vidrioso aún,
dado que, en tal hipótesis, preciso será volver el enojo contra sí mismo y
desmerecer en el propio concepto.
Al entrar a su casa y echarse en un sillón habrá un instante brevísimo de
placer por la cesación del trabajo forzado, pero inmediatamente reaparecerá el
dolor en forma de fatiga general y local. Ese breve momento de placer no
compensará ni con mucho el malestar del trabajo no espontáneo, pero al día
siguiente o al segundo día se producirá la compensación. Aquellos músculos
habrán crecido en proporción; los órganos que proveen de energía a esos músculos
y que también se habían fatigado, el pulmón, el corazón, el estómago, el sistema
nervioso, el cerebro, por tanto, etc., etc., se habrán adaptado a la mayor demanda
de esos músculos y aquel hombre poseerá un apetito muscular más intenso que el
habitual; por tanto su aptitud al placer condigno será mayor y por tanto su aptitud
al dolor correspondiente (el de inacción forzada) estará acrecentado también.
Disfrutará más si puede caminar libremente; sufrirá más si es encarcelado o
si se ve obligado a hacer un largo viaje en un barco corto.
Igual caso sucede con el placer sexual que a veces es forzado, como en el
caso de una apuesta frecuente entre los hombres; con los placeres emocionales (la
audición de piano obligada en las cómicas visitas sociales); con los de la gula
(necesidad de hacer honor a cada manjar, encomendando a Dios nuestro estómago,
en las mismas) y tantas otras satisfacciones forzadas que a todos nos tocan en
nuestra parte de infierno terrenal.
Son otros tantos casos de fatiga, de náusea; mas el aburrimiento o tedio no se
origina de un deseo satisfecho con exceso, sino de uno satisfecho solo a medias y
que ha quedado subsistente a medias, pero por las dificultades con que se ha
tropezado para su satisfacción aparece luego asociado a imágenes y recuerdos
molestos, de tal modo que posteriormente cada vez que ese deseo resurge,
resurgen con él las imágenes (y sus emociones) de contrariedades diversas que se
opusieron a su completa satisfacción.
El hombre entonces no intenta nuevamente disfrutar con ese deseo, salvo
que las circunstancias hayan cambiado, porque ha dejado de ser deseable para él,
pero lo experimenta y sufre.
El aburrimiento no es la ausencia de deseos pues recuerdo que me hizo viva
impresión esta frase de un amigo proferida sin propósito alguno y como quien
habla consigo mismo: “En este momento no envidio a nadie; no deseo nada ni
sabría qué pedir; me siento feliz”. Esto es estar contento, no aburrido. Por lo demás
es un estado que no puede durar, un equilibrio interior sumamente inestable.
El deseo y los estados del deseo (emociones, sentimientos; constituyen la casi
totalidad de nuestra vida afectiva (PlacerDolor) y están muy sometidos, si no del
todo sometidos a la ley de relatividad.
Pero existe otra fuente afectiva que parece sustraída a dicha ley y
desvinculada del deseo.
Cuando inesperadamente un nervio es lesionado por un contacto o corte,
por una temperatura violenta, o el nervio visual o auditivo es herido por una luz o
un sonido muy vivos, el dolor que se experimenta no ha sido precedido de deseo
alguno, no es un deseo contrariado. Aquí se rompe la cadena de relación y
compensación; un dolor de muelas, de cabeza, una quemadura, una dislocación
son dolores que alcanzan las mayores intensidades y duraciones; son estados
afectivos sin cesación de placer o contrariedad de deseo.
Estos son los dolores de sensación. ¿Cuáles son los placeres de sensación?
Aquí salta bajo la pluma un problema que no es posible desairar, a fuer de
buenos eudemonólogos.
¿Qué placer físico de pura sensación hay que pueda compensar, que pueda
soportar la comparación con uno de esos formidables dolores físicos, como una
dislocación, una quemadura extensa o la universalmente tradicional extracción
odontológica?
Hay placeres y dolores morales tan intensos como estos pero ¿dónde están
los placeres de sensación que podamos echar en el otro platillo de la balanza?
Como la altura de los árboles, puede medirse la intensidad de uno de estos
dolores por la longitud de la sombra que proyectan desde el futuro sobre nuestro
presente. Cuando un dolor semejante (como, en otro género, el dolor moral del
terror a los exámenes en los estudiantes) debe tocarnos ineludiblemente en un
futuro algo lejano, dentro de un año, por ejemplo, su perspectiva desde la distancia
envenena el presente, su sombra empaña nuestra conciencia actual.
Con esta lectura habrá refrescado el lector sus recuerdos y representaciones
pertinentes a lo que ha sufrido y a lo que ha gozado, y será ahora más provechoso
intentar un resumen y una clasificación y enumeración.
Placer y Dolor de la Actividad intelectual y muscular. Son sensaciones gratas
o penosas que siguen la ley del deseo, ya se trate de acción o inhibición. El Trabajo.
Son origen de placer y de dolor pues, también, todos los deseos sensuales o
morales.
Las Emociones son estados simultáneos musculares, intelectuales e internos,
es decir muy complejos, que suelen asumir a veces una forma muy neta de deseo
con toda su evolución y otras no, siendo en ambos casos fuentes de dolor y de
placer.
Pie de página
ARTE DE VIVIR
Cuando el individuo es feliz o pasablemente feliz, la insinuación de un “arte
de vivir”, de un conjunto de principios, reglas e indicaciones más o menos sólidas,
conducentes a favorecer la obtención de un bienestar moderado y a evitar algunos
dolores, excita su sonrisa.
Mas como eludir el dolor y alcanzar el placer son la exclusiva preocupación
del ser vivo, ese mismo hombre temblará y palidecerá ante la perspectiva de un
insignificante sufrimiento o llenará su casa de gritos y amenazas porque ha
encontrado la sopa fría, y siempre que cualquier circunstancia retire de su alcance
alguno de los manjares de su bienestar cotidiano.
Esto es común a Rockefeller y a su portero, a Napoleón y a su más oscuro
soldado, a Spencer y a su criada; deliberadamente invierto todas las jerarquías
dominantes porque en esta materia no las hay; para el placer y para el dolor todas
las unidades humanas son iguales, y el santo se enojará porque le estorban ser todo
lo santo que desea y palidecerá ante una tentación, es decir, temblará ante el dolor,
porque una tentación importa para él la inminencia de un dolor moral, de una
derrota de su voluntad.
El disimulo puede cultivarse y también puede darse color de indignación a
lo que es siempre la misma moneda corriente de la cólera. Nuestros goces y
nuestros sufrimientos podrán revestir la forma más egoísta o altruista; siempre
eludir dolor y obtener placer serán el modo único de respirar la Vida, propio de
todo ser vivo.
El cultivo del Valor puede ser llevado a amplitudes admirables, pero no
alterará ese doble movimiento esencial de toda “vida” y, además, comportará el
sacrificio o abandono de otros poderes de la personalidad.
Del mismo modo, la milagrosa trasposición merced a la cual el individuo
rompe la ilusión del “yo”, profana el egoísmo natural, y hace suyos el placer y el
dolor de otro ser, no modifica su criterio hedónico, como no invierte su manera de
respirar. La “madre”, consumada perfección de esta suprema gracia del “yo”, de
ese bellísimo movimiento de trasposición que es la agilidad más exquisita del
“individuo”, del mundo cerrado de la conciencia individual, la madre solo estará
conforme con su estado cuando se sienta feliz y estará y se manifestará descontenta
mientras falte algo a su felicidad, aunque el significado de esa dicha o de esa
desdicha sea textualmente este: mi hijo es feliz, o mi hijo sufre.
Y, por tanto, la madre, el héroe, el santo, el asceta, actúan con respecto al
Placer y Dolor exactamente como el más simple indivi duo humano o animal, y
cuando el dolor invade sus existencias caen en las mismas supersticiones y
temores, buscando amuletos y refugios ya en las religiones, ya en los moralismos,
ya en tal o cual sistema higiénico, sociológico, psicológico, cultura de la voluntad,
“conciencia tranquila”, etcétera.
Entonces, pues, en este asunto que a todos preocupa por igual ¿será posible
hallar reglas generales e indicaciones especiales que beneficien en alguna
proporción el estado humano?
Es, quizá, verdad que una regla general para la vida en conjunto y en todas
las posibilidades y situaciones no podría formularse. No existe ninguna
observancia, ninguna conducta, probablemente, que en toda circunstancia y ni
siquiera en la mayoría de las circunstancias presente más ventajas que
inconvenientes, descontando desde ya que ninguna regla carecerá de múltiples
inconvenientes.
Pero existen circunstancias y situaciones más frecuentes qué otras y es por
ello que vamos a intentar una exploración.
Toda regla supone una privación, una abstención o una labor y es, desde
luego, contraria a nuestra repugnancia para todo dolor inmediato.
La privación o esfuerzo que esa observancia supone es un dolor cierto; en
cambio el placer próximo o remoto que de ese esfuerzo nos resultará nunca es
cierto porque pertenece al futuro y nuestra existencia puede cesar antes de recoger
el fruto; además, porque puede haber error parcial o total en esa regla; también,
porque aun siendo exacta la regla puede estar mal o incompletamente expresada, o
ser mal interpretada por nosotros, o porque existen muchas reglas que son
benéficas si se cumplen todos los requisitos que ellas exigen y faltando uno
cualquiera de ellos, sus ventajas se truecan en perjuicio.
Además ningún precepto puede ser muy bueno, porque nada en la vida lo es.
Nuestra contextura psicológica y la infinidad de las contingencias del Mundo
imponen que en cualquier condición y momento, individual o histórico, los bienes
y los males se compensen, de tal modo que la existencia humana o animal en
general no es mejor ni peor que la noexistencia. A esto se agrega que dentro de
una vida individual, por ley de relativismo psicológico, nadie puede gozar mucho
más de lo que ha sufrido ni puede sufrir mucho sino a condición de haber gozado
mucho.
Dentro de tal relatividad la eficacia de cualquier regla eudemónica tiene que
ser muy circunscripta; y, además, es posible asegurar los buenos efectos más o
menos inmediatos de algunas conductas y preceptos, pero los efectos distantes, por
las circunstancias mencionadas, o por otras, pueden llegar a ser grandemente
desfavorables al bienestar, sobre todo en virtud del relativismo hedónico. Así el
hombre que para combatir una dispepsia se ha señalado un régimen frugalísimo
habrá logrado su bienestar al cabo de muchos tanteos, errores y privaciones; mas si
repentinamente las circunstancias cambian y se ve obligado a salir a campaña
militar o a vivir viajando por necesidad, su estómago habituado a una labor ligera
lo hará casi intolerable o sencillamente intolerable la existencia y los esfuerzos
realizados por frugalizarse no solo no tendrán recompensa sino que le habrán
creado una condición directamente contraria a su felicidad.
De igual modo, el buen fumador que, por no carecer de dinero ni de salud,
ha podido disfrutar a su gusto de la grata compañía del habano durante ocho, diez,
quince años (lo que no es poca dicha) si inopinadamente, por prescripción médica
o por carencia de dinero, o por pérdida de la libertad o por encontrarse desprovisto
de cigarros en un largo viaje, se ve privado de su goce habitual, sufrirá en una
semana hasta enloquecerse o llorar (como lo he observado muchas veces y aun en
hombres que hacían un culto del valor). Es decir, que su miseria y sufrimiento será
tanto mayor cuanto más holgada y libremente haya gozado, antes, de su placer; o,
lo que es lo mismo, que si su goce hubiera sido antes estorbado por pobreza o
prisiones o enfermedades, su dolor ahora sería menos intenso y prolongado.
Y esto es así de todas las condiciones y venturas; de los goces de la amistad,
del amor, del cariño fraternal, de la lectura, de la ciencia, de la música, etc., y por
ello puede enunciarse que ni la belleza, ni la fuerza, ni la riqueza, ni el poder
intelectual, ni la aptitud al cariño, ni la aptitud al odio, ni la gloria, ni el valor, ni la
salud, son “bienes” no digo absolutos, ni siquiera son condiciones o circunstancias
que puedan llamarse “más buenas que malas”. En otro capítulo trato de demostrar
esta verdad, que algunos hallarán demasiado amplia y considerarán objetable,
particularmente en lo que atañe a la salud y al valor, que a todos parecen oro sin
mezcla.
Todo hombre llega a la felicidad ineludiblemente, cualesquiera que sean sus
defectos de carácter (para la dicha y la desdicha ninguna forma de carácter es
cualidad o defecto sino que es las dos cosas alternativamente y según las
circunstancias), su condición y sus fracasos. Unas veces llegará a ella por
realización de sus deseos y otras por destrucción de ellos a fuerza de fracasos, pero
llegará a ella indefectible y plenamente con tal de que su existencia se prolongue
unos años más y sin otro requisito que este. De idéntico modo tornará a vivir
miserablemente después que haya saboreado algunos años dichosos y también por
la sola razón de que gozar es crear las condiciones necesarias para el sufrimiento
ulterior, es sembrar dolor futuro.
Olvidé enumerar entre los comúnmente llamados “bienes” el buen humor o
carácter alegre y lo he olvidado en mis páginas porque la Realidad lo ha olvidado
entre sus “casos” o “creaciones”. El carácter alegre no existe; colocadlo en la
condición o situación opuesta a aquella en que lo habéis visto alegre y observaréis
cuan poco alegre llega a ser. Las personas llamadas “alegres” son generalmente
temperamentos cariñosos y cordiales que en la sociedad de sus semejantes se
sienten dichosos como el pez en el agua; en la soledad son grandes desdichados
por la misma razón que el pez fuera del agua, pero como, naturalmente, no cabe
observarlos sino rara vez en la soledad, dado que el observador les haría
compañía, dejan siempre la impresión dominante de un inagotable buen humor.
La relatividad, pues, dice a todos: “alegraos si sufrís”, “entristeceos puesto
que gozáis”, en vista de que el porvenir del dolor es el placer y el porvenir del
placer es el dolor.
Indicaremos, asimismo, que la felicidad llega solo cuando el individuo ha
adquirido a fuerza de esfuerzos de trabajo o de esfuerzos de privación de
satisfacciones, una abundantísima actividad o una gran frugalidad en todos los
deseos afectivos o sensuales y, en fin, que no siempre se es desgraciado cuando
uno cree serlo, ni es imposible que seamos felices sin que nos hayamos apercibido
de ello; aunque tal cosa no ocurrirá a las personas que constantemente reflexionan
sobre su existencia, ocurre con frecuencia que hombres estudiosos e inteligentes
observan tan poco su vida interior que emiten con respecto a los períodos de su
vida juicios eudemónicos muy inexactos.
La existencia es dura para todos y no puede ser de otra manera; lo único que
alcanza a determinar una diferencia considerable entre una existencia y otra con
respecto a su balance final de goces y sufrimientos, es la oportunidad o
inoportunidad con que llega la muerte. Es una gran ventaja morir cuando se ha
disfrutado de todo el período bueno subsiguiente a uno malo; y es el colmo del
infortunio que se extinga la existencia cuando se iniciaba el buen período. Vivir
poco o mucho nada significa, pues la vida en sí no es un bien, y ningún destino
más envidiable que el de quien muere antes de los veinte años.
Casi siempre el brillo de la vida empieza a palidecer desde los catorce o
quince años; aunque bajo otros puntos de vista carece de toda belleza ética y
estética la niñez y la adolescencia, la existencia donde el Dolor no ha invadido
todavía, es lo cierto que esa parte es la más deseable de nuestro pobre destino y
que importa un inestimable beneficio que ella cese a esa altura.
Pero la intensidad de la dicha puede ser tan completa a los cincuenta años
como a los quince y muchos jóvenes a los veinte años son ya profundamente
desgraciados.
El Mundo no es una morada hecha “a la medida” para el hombre o para el
ser vivo: la “vida” en general y la “vida humana” son accidentes que han brotado,
persisten y pueden desaparecer en cualquier momento, y la ilusión de la
adaptación progresiva de la Vida al Mundo, es una esperanza pueril que se
desvanece con solo detener un instante nuestro pensamiento en esta consideración:
que si la “vida” evoluciona en el seno de la Realidad tendiendo a adaptarse a ella, a
su vez la Realidad Total paralelamente y con entero olvido de la “Vida” evoluciona
también, de tal manera que cuando la primera cree haber dado un paso de
adaptación, la Realidad, por las modificaciones graduales o no graduales que
constituyen su evolución propia, se ha alejado y la Vida descubre que se ha
adaptado a lo que era y ya no es, que se ha adaptado al Pasado sin provecho
alguno.
Es infantil creer que la Vida se mueve en el seno de una Realidad inmóvil.
La especie “diamante” o la especie “agua”, del mundo inorgánico, es un tipo en
marcha como la especie “eucaliptus” o la especie “hombre”, del orgánico, y
cuando la especie “hombre” cree haberse adaptado a las condiciones de
aprovechamiento de la especie “agua”, esta ha modificado su constitución y
requiere una diferente adaptación que a su vez llega y se encuentra con un nuevo
distanciamiento. 3 4
Pero, por otra parte, tampoco el mundo es un infierno, como nos lo notifica
Schopenhauer. El Placer no es negativo, es real, tan real como el Dolor. Lo que ha
dado pábulo a tal afirmación en descrédito del Placer (aunque lo mismo acontece
con el Dolor) es aquel rasgo singular de nuestra facultad afectiva, merced al cual la
certidumbre de… (se interrumpe el texto).
Pies de página
3 Empleo el término “evolución” aunque no creo que sea cosa tan seguía su
gradualidad; el aforismo “natura no marcha a saltos’’ puede ser cierto y puede no
serlo; lo único que es cierto es que el deseo humano quisiera que así fuera, como en
muchos otros casos.
4 Me consta que mi tecnicismo es muy pobre en ciencias naturales y me
duele porque no ignoro que en el mundo de los libros y de la ciencia hay que
presentarse, como en sociedad, con el frac del tecnicismo y la verbología
clasificante, aunque el pensamiento no parezca expuesto a naufragio por excesiva
carga de “ideas”.
LOS DÍAS
¿Son felices los niños? ¿Hay períodos de felicidad real en la vida de los
hombres?
No me pregunto si la vida es buena o feliz, pues está demasiado frecuentada
por el dolor, para que incurramos, después de los treinta años, en ingenuidades
tales. Pero, ¿hay épocas o edades de bienestar, de placer prolongado y real?
Admiraba mucho entonces y admiro siempre la poderosa mentalidad del
metafísico de más vocación que ha existido, pero el mucho sufrir y pocas energías
intelectuales de aquel período me privaban de la reacción necesaria para
sustraerme al prestigio del célebre pesimista.
Carece de todo sentido y mucho más de toda verdad su concepto de que el
dolor es positivo y el placer irreal y negativo, como también pensaba Voltaire;
pretender hallar el contenido de esta afirmación es tiempo perdido porque no lo
tiene y, apartándose de toda conceptuosidad, tampoco es cierto que el dolor sea
más frecuente que el placer ni más intenso ya que no más real.
Hay tanta bondad como maldad en los hombres, y tanto dolor como placer
en el mundo; eudemónicamente, pues, y, quizá, bajo todo aspecto, la vida vale
muy poca cosa o nada y entre existir o no existir la opción es indiferente. Toda vida
humana o animal, actual o futura, es y será un campo de acción en que
alternativamente se instalan y se desalojan el Placer y el Dolor, por ley psicológica
de compensación y relatividad y por ley cosmológica de constitución y
complejidad del Universo.
Cuando durante varios años consecutivos el dolor ha prevalecido sobre el
placer en nuestra existencia, no quedan en la conciencia elementos para
reconstituir la imagen del placer; se olvida que se ha gozado en la juventud y se
deja de creer en la realidad del bienestar y de las intensidades del goce.
Opino que para el 1º de marzo de 1907 se habrá acentuado con un pequeño
matiz que le falta todavía para ser completo sin ser intenso. Cuando llegue a esa
fecha diré al lector si se ha confirmado mi pronóstico.
Después, mi estado de bienestar continuará intensificándose y mi actividad
actual también, durante un lapso muy difícil de calcular, ciertamente.
Opino que habrá también intensificación de felicidad durante año y medio,
desde 1º marzo 1907 hasta 1º setiembre 1908, fecha aproximativa en que alcanzará
el más alto grado de placer cotidiano y de actividad intelectual y muscular que
puede ofrecer mi existencia; y que inmediatamente ambas empezarán a declinar
para llegar dentro de otro año y medio, en 1º marzo 1910, al estado de bienestar
completo pero no intenso en que me encontraré el 1º de marzo 1907, dentro de dos
meses, en rebroussant chemin.
Esa declinación proseguirá, de modo que recorreré de nuevo los estados
cotidianos que acabo de pasar en este año 1906, en los cuales ha prevalecido el
placer en leve proporción. Así será el año de 1º marzo 1910 a 1º marzo 1911.
Más allá de esa fecha el descenso de bienestar y de actividad continuará
durante media docena de años; el año 1912 sería de igualdad de dolor y placer y
luego el dolor empezará a prevalecer lentísima pero inflexiblemente hasta llegar a
la miseria y sufrimiento incesante que ya he soportado en 1897, 1898 y 1899. Espero
no encontrarme para entonces en el mundo de los autores y lectores.
¿CUÁL ES MI ESTADO TOTAL ACTUAL?
En primer término debo decir que mi impresión, antes de entrar al análisis,
es optimista, respecto de mi estado actual, respecto del futuro inmediato, y
respecto de lo que ha sido mi vida hasta hoy (32 años de edad) 5 bajo el punto de
vista de la felicidad.
Resumen del pasado: 18 años buenos, 13 años malos, 1 año bueno: 19 buenos
contra 13 malos.
Futuro. Si al bien actual y al saldo de bien pasado agrego mi seria convicción
y seguridad de que mi existencia actualmente y durante 4 años (1º junio 19061910)
será constantemente buena y alcanzará en breve grados de felicidad tan intensos
como los de la mejor adolescencia, parece que la disposición razonable de ánimo
que corresponde a aquellos recuerdos y a esta perspectiva debe ser la de una
alegría activa y animosa.
Examen del momento actual como estado. No calculo mi bienestar por el dinero
o deudas que tengo, ni por el nombre o amigos de que disfruto, ni por los
enemigos que me he hecho, ni por la ciencia que poseo, etc. Ahora examino
directamente mi estado.
Tengo buen apetito y buena digestión; buen sueño; apenas hay mimitos (?)
de malestar por pereza; mi actividad intelectual y física es casi incesante si bien no
intensa.
En 8 junio (24 días después) reconozco la necesidad de cambiar mi criterio
de cálculo de la marcha de la evolución individual; esa marcha es un movimiento
más lento de lo que yo estoy habituado a calcular, pues yo había calculado el
perfecto estado (no intenso) para 5 abril como máximun y recién ocurrirá en 25
junio: 81 días de equivocación en cuanto al principio del estado perfecto (es decir
sin temor alguno, citado con gente todos los días en el escritorio sin faltar, ninguna
exasperación sexual o de cólera o impaciencia (?), ninguna ( ) de la semana,
etcétera.
81 días de equivocación es una enormidad en mi estado actual intelectual. A
partir pues del 20 de junio debe contarse una época de 6 meses antes de que la
felicidad se intensifique sólidamente, es decir que en 1 enero 907 comienza recién
la plena intensidad que tendrá muchos grados de crecimiento, por lo menos 4 de
120 días, es decir 1 año 4 meses: 3 años 6 meses de perfecto estado desde 1 julio 906
hasta 1 enero 1910, y entonces un año vivible (equivalente a 1 junio 905906).
La trayectoria de la vida se me ofrece ahora en una visión tan clara que torno
a preguntarme, como otras veces, ¿puede mejorarse la existencia, prolongar o
garantir el bienestar, acrecentar la actividad, modificar el fatalismo que acabo de
esbozar?
¿Hay una relatividad irremediable entre el placer y el dolor, o cabe aflojar
esta ley de compensación que toda mi existencia hasta hoy parece evidenciar? No
se trata de hacer feliz la vida sino de hacer predominar un poco en ella el bienestar
sobre el sufrir. Cualquier saldo del placer sobre el dolor en el conjunto de cada
vida individual hace deseable y moderadamente bueno el vivir, y aún siendo igual
la proporción de uno y otro en toda existencia, las quejas como los elogios estarían
fuera de lugar.
La Vida es una igual aptitud a gozar y sufrir y el Mundo una posibilidad
igual de causas de dolor y de placer. Esta es la primera impresión y quizá la última
y exacta.
Creer que la acción del Tiempo, el Progreso Humano, las Ciencias, las Artes
y Riqueza, la llamada adaptación del hombre al mundo, pueden hacer que la Vida
sea más grata y apetecible dentro de cinco mil años, y que ha sido menos deseable
hace cinco mil años, es mera superstición y buen deseo. Creer que las guerras
desaparecerán, que el hombre se tornará más amante de su prójimo por la virtud
de los siglos, es imaginar que el Odio es un huésped accidental y el Amor un
morador privilegiado en la entraña de la Especie.
Tales esperanzas son caprichosas y ajenas completamente a la contextura del
Alma como del Mundo. Son puramente buena voluntad de creer. Tan fundado
fuera creer que la Especie y el Mundo envejecen con cada siglo que transcurre –
cosa que sería bien natural– y que, por tanto, cada día la totalidad de energías para
la Acción, para el Placer, para el Amor, decrece en el Universo.
Se dirá: admitimos que tal como está constituida el Alma o la Naturaleza
Humana hoy y la Naturaleza Física en que respira aquella, se mezclan por igual en
la existencia el Dolor y el Placer, pero el Progreso evidente del poder intelectual de
la especie humana y la adaptación paulatina de la Vida al Mundo deben cambiar el
matiz de la existencia.
Creo que actualmente y desde hace cuatro o seis mil años, quizá desde la
aparición de la especie humana, esta se halla en evolución progresiva; nosotros
hemos nacido en un momento en que la humanidad crece en complejidad y
susceptibilidades (esto es lo que significa el término Progreso, que no implica
aumento de bienestar ni de moralidad ni de dominio del Mundo, pues el Mundo
también está en evolución de complejidad, de modo que si bien el Hombre cada
día dispone de más poderes personales y más instrumentos creados por esos
poderes, el Mundo es cada día más complejo y por tanto más difícil de ser
dominado) como podríamos haber nacido en un momento en que se hallara en
regresión de manera que el Antropoide fuera nuestro Futuro en lugar de ser (en la
hipótesis evolucionista, hoy desacreditada), nuestro Pasado.
Aun abrigando la infantil impresión de que nuestra marcha es fatalmente
progresiva in aeternum, de que Futuro y Progreso son sinónimos, aun suponiendo
que estuviéramos tan íntimamente en el secreto de las Cosas, y admitiendo que la
Especie no pereciera jamás, el crecimiento sería simplemente en complejidad, del
Hombre y del Mundo, dos evoluciones paralelas que nunca acortan distancias
entre sí, de manera que el término adaptarse o amoldarse carece de todo sentido.
El radium es el reciente descubrimiento que hace el Hombre de una reciente
invención de la Naturaleza.
Hemos supuesto que la humanidad jamás pereciera y que en esa eternidad
de porvenir que va a recorrer su marcha será siempre de progresión y acrecimiento
de facultades; supongamos, además, que el mundo en que ella actúa está
paralizado de modo que al cabo de cien o doscientos siglos más lo domine
totalmente. Tendrá la satisfacción de todos sus Deseos ¿pero acaso esto es la
Felicidad ni la Moralidad?
La misma relación hay entre el hombre y el mundo que entre los Poderes del
hombre y sus Deseos: crecen las facultades (por ahora) pero los deseos también
paralelamente, de modo que la proporción de deseos satisfechos y de deseos no
satisfechos se mantiene idéntica.
El Placer y el Dolor, padres del Amor y el Odio, no variarán jamás en el
Mundo; por esto ni la Dicha ni la Moralidad cambiarán nunca.
Pero es quizá posible, dentro del ciclo de una vida individual, romper en
una leve medida la ley de compensación y relatividad, para alcanzar un poco más
de goce que de sufrimiento y desplegar un poco más de actividad intelectual y
pasional de la que, de otro modo, desarrollaría el individuo.
Advirtamos que al hablar de felicidad no aludimos a una emoción particular
que sería la del “contento” o “alegría” sino a los diversos elementos que pueden
formar el placer cotidiano, placeres de la actividad, del cariño, de la ambición, de la
pasión, de la sexualidad, de la venganza, etc., etc.
No soy partidario de hacer distingos entre placeres superiores e inferiores ni
creo que las inquietudes del cariño sean menos destructoras de la salud y de la paz
que las de la venganza.
Lo único que tiene sentido en materia de dolor y placer es la intensidad y la
duración, cualidades que se compensan una a la otra: un placer de una duración A.
y de una intensidad B. = un placer de una intensidad A. y de una duración B. Lo
mismo en la comparación de un placer con un dolor.
Felicidad es en el conjunto de una existencia haber gozado algo más de lo
que se ha sufrido.
Eliminemos una opinión inexacta, según la cual ciertos caracteres son más
aptos que otros para la felicidad. Existen caracteres más bondadosos, más
inteligentes, más sensibles que otros, pero no más capaces unos que otros para la
dicha o la desdicha.
La mujer parece más capaz de felicidad que el hombre, pero solo es cierto
que ella tiene menos deseos y, por tanto, menos goces y menos sufrimientos que el
hombre. Se la nota más quieta que el hombre porque tiene menos “vida”, como el
hombre vulgar o medio tiene menos “vida” que el hombre de talento o de genio
(artístico, científico, financiero, de cualquier orden).
No hay relación entre la intensidad de vida y la moralidad ni la felicidad. El
genio o el atleta, que son las grandes intensidades, no son más felices ni más
buenos que el resto de seres humanos; tampoco son más desgraciados o más
malos; tampoco creo yo que haya más propensión a la locura entre los genios y
talentos que en el tipo medio. A cada momento tropezamos con gente vulgar o
media que cae en la demencia sin haber dado muestra alguna de poder mental, y
genios y talentos cuya salud mental es envidiable. Lo que da pie a ciertas
impresiones que han logrado boga acerca de la demencia en el genio, es,
naturalmente, la ineludiblemente diversa y peculiar conducta y predilecciones del
genio confrontadas con las del hombre medio. Es inherente la extravagancia al
genio como la vulgaridad al vulgo; ridículo sería no suponerlo. Solo hay
extravagancia en la comparación con el vulgo; la misma proporción hay de locos
entre el vulgo que entre los genios.
Pero si no hay relación entre la intensidad de vida y la moralidad y felicidad,
la hay estrictísima entre los Deseos, la Sensibilidad, la Actividad y el Poder Mental
y Poder Muscular. Esta relación rigurosa debiera ser comprendida por todos como
un axioma biológico. 6
Que el Genio de Expresión: el Poeta, el Pintor, etc., los hombres que viven
expresando sentimientos, no tienen ni más ni menos sensibilidad, poder
emocional, que el Matemático, el Metafísico o el Conquistador.
Más inaceptable parecerá aún esto: que el Atleta tiene tan intensa
Sensibilidad como el Poeta o el Músico, o como esa combinación de Atleta y Genio
que es, generalmente, el Conquistador.
Esto es preciso decirlo, pues hay quien cree que un hombre de talento o de
genio puede tener poca memoria o ser perezoso. Así se solía afirmar de Coleridge
o de Musset. Un hombre de gran inteligencia y de poco trabajo intelectual diario es
un nonsensu, como el de un gran fumador que fuma poco. Hay mucha gente que
ha producido en tres o cuatro años de necedad más obras que Spencer o Stuart Mili
en sesenta de genio, pero en un capítulo de Claudio Bernard, de Kant, de Darwin,
de Mili hay más intensidad acumulada de labor mental que en diez volúmenes de
esa otra gente. Estos últimos suelen pasar por gente de gran trabajo aunque nadie
se tome el trabajo de leerlos.
Lo mismo ocurre con el Músculo; el trabajo muscular de un operario vulgar,
de un empedrador, por ejemplo, es muy inferior diariamente al de un atleta
distinguido; y por lo mismo los órganos de esa labor cotidiana, los diversos
músculos, son más voluminosos y más compactos, en la totalidad muscular de un
individuo, en un atleta. El trabajo diario de un empedrador es muy poca cosa
aunque parezca que está trabajando todo el día; es un trabajo flojísimo y lleno de
interrupciones. Si se compara la capacidad de uno y otro para desarrollar en un
solo momento o esfuerzo un máximun de dinamismo, ese máximun excederá
también al del obrero vulgar, considerablemente.
Hay que eliminar el miedo, que nos hace hacer habitualmente todo lo que
queramos; el asunto es hacerlo sin miedo, sin interposición del miedo, cuando
conviene. Saber que estoy obligado me tiene molesto, y estos pequeños miedos van
actuando hasta que la situación de la conciencia se torna insufrible. Cuando se está
melancólico sin saber por qué, hay que acometer un esfuerzo que adelante los
trabajos que todos tenemos. Por lo demás, a veces lo importante es haber realizado
el esfuerzo, y no haber obtenido el resultado. Naturalmente que si se suman ambos
resultados la ventaja será doble, con el agregado del contento frente a la superación
de una situación molesta, y con resultado útil. El hecho psicológico que hay que
tener presente es que con los pequeños esfuerzos se va integrando el caudal de
energía espontánea, de dinamismo, hasta llegar a la espontaneidad placentera de
ese mismo trabajo que debíamos hacer.
Todo acto mental o muscular es en el momento de su producción el hecho
psicológico que reduce el estado hedónico negativo de la conciencia, o sea es la
solución de menos dolor para la conciencia en el instante, aunque por sus
resultados previsibles fuera de efectos más dolorosos que los que habríamos
soportado de no haber cumplido ese acto. Por ejemplo el hombre que parte y se
alista en una guerra, al decidir alistarse supone un estado penoso de su conciencia
(incertidumbre, tedio), puede tener razón representándose lo que sentirá por
efectos de ese acto; y en la práctica puede realmente resultar que la decisión lo
condujo al mayor dolor respecto del que habría experimentado no haciendo esa
elección. Es decir que todo acto releva a la conciencia en ese momento de un estado
afectivo negativo, y se ejecuta porque más doloroso intrínsecamente sería no
ejecutarlo. Los efectos prácticos, a su turno, están entregados al azar de las
contingencias externas.
3) Hay aun la fórmula de que no se admita el ocio; el ocio no debe existir.
(Entiendo por ocio la no reacción ante un estado de pesadez.) O hay goce:
distracción, recreo, contemplación agradable, es decir acción; pero nunca tedio,
pesadez, desgano, salvo la exhaución fisiológica, que se diferencia netamente del
desgano o pesadez y que no debe ser violentada; en la exhaución o verdadera
abulia no debe hacerse esfuerzo; hay un estado de anemiación psicológica y
fisiológica que anuncia que se debe descansar. Se debe anular el ocio, no el
descanso después de un trabajo logrado, con libre des pliegue de fantasía; en una
palabra sí descanso o recreación, pero no pesadez u ocio 7. En cualquier situación
de una persona, hay muchas cosas por hacer sin las cuales se padecerán molestias.
El ocio no tiene cabida en la vida humana ni animal; no tienen estos seres nunca
tiempo que perder; tienen tiempo que descansar, complacerse en el esfuerzo
logrado, pero no siendo esta la situación siempre le esperan muchas tareas a
cumplir, aclarar sus ideas, corregir sus emociones, ejercitar facultades musculares o
intelectuales, cuidar su salud, sus complicadísimas relaciones humanas, etc., sus
complicadísimas comodidades o incomodidades materiales, etc. Los autores
ingleses y norteamericanos a menudo abominan del fantaseo, que es representarse
escenas de felicidad alcanzable, “si alcanzara esto”, “cuando obtenga aquello”; por
mi parte, me parece plausible una cierta represión –del punto de vista
eudemonológico– del fantaseo, la ensoñación, en medio del descanso, del descanso
legítimo y cabal, pero no participo de esa reprobación. La fórmula del trabajo
continuo… (Interrumpido.)
Concreto, en fin, mis reglas:
Todosolucionabilidad hedónica de toda situación mental o práctica.
Anulación del ocio propiamente dicho.
La verdadera sabiduría práctica está en llegar, si es posible, como extremo
de las máximas eudemónicas, a tener tal ejercitamiento y práctica del esfuerzo
voluntario –de privación, de acción, etc.–, que se organice la vida sin dolores
involuntarios, se planifique de tal manera la vida que estén previstas todas las
situaciones, preparado el espíritu para cada intensidad de dolor, mediante el
esfuerzo voluntario de trabajo muscular o mental para provocar causas y prevenir
efectos, y para el ejercitamiento de soportación.
Porque hay una aptitud, la persona psicológica tiene una aptitud para
prepararse a la soportación (esta significa una situación psicofísica o psicológica de
despliegue de energías que se han acumulado para ese momento mediante la
prerrepresentación del dolor), de manera que allí no aparece ni el miedo, ni la
cólera, ni la desesperación, ni los actos desatinados. Así, por ejemplo, en el caso de
una persona que supiera que debe soportar una operación quirúrgica dentro de
tres meses, debería ir cada día haciendo un esfuerzo psicológico para representarse
la sensación del dolor que le aguarda, como asimismo representarse que la soporta
bien; se acumularían entonces los productos de estos ejercitamientos cotidianos y
cuando llegara el día de la intervención no sentiría en absoluto el dolor. En
realidad el esfuerzo de soportación es la fortificación de la Afección, que es el
caudal ilimitado de la soportación, mediante el ejercicio; y además hay que
soportar el dolor de trabajo de previsión, por una parte sufrimiento de obtención,
de trabajo (por ejemplo para arreglar una casa de suerte que no haya en ella calor,
ni frío, ni humedad, ni viento, etc.), usar de todo el poder de la afección para la
soportación y también para afrontar el trabajo de previsión; que no haya más
sufrimiento que el sufrir voluntario para evitar las situaciones de sufrimiento
obligado, o para soportarlo con verdadera anestesia; soportar debe ser tener un
caudal de energías para anular en la conciencia, analgésicamente, el dolor,
eclipsándolo con la sensación de esa energía. Hay muchos casos de personas
analgesiadas por el alcoholismo, la morfina, etc., o por taras, pero no es este el caso;
se trata en realidad no de analgesiar, sino de introducir simultáneamente a la
ocupación de la mente por el dolor, otras sensaciones de tono positivo, de la
energía psicológica, hasta neutralizar la primitiva sensación de dolor. Ya ha
señalado Ribot que nadie soporta un dolor, por ejemplo la extracción de un diente,
leyendo el diario; algo se hace en ese momento para soportarlo, ¿por qué?, porque
el reflejo del dolor (de evasión al dolor) determinaría la destrucción de la persona;
el paciente en la desesperación se arrojaría desde el balcón a la calle; en suma: algo
se hace para soportar voluntaria mente un dolor; se busca la máxima concentración
muscular y atencional (la atención es una especie de contracción).
Yo creo que la situación que se llama valor psicológico, o valentía –no el
valor de pelea que es furor, una emoción que excluye las sensaciones– es un
procedimiento psicofisiológico analgesiante del dolor y consistente en la máxima
contracción muscular y atencional. El mayor enemigo de esta máxima contracción
que analgesiaría al dolor, cuyas sensaciones de esfuerzo anularían los
procedimientos de fuga al dolor, es el miedo, que es casualmente la emoción de
desmontación, de desentonación de todas las energías; queda el individuo
sufriendo al par del dolor que siente de sensación bruta y del dolor emocional del
miedo a ese dolor.
Yo siempre he pensado que el estado atencional es de absoluta semejanza al
estado de contracción muscular; es una viva contracción psicológica –como la otra
es somática–; y así como cuando no hay nada que soportar y ejercemos un
violentísimo esfuerzo muscular al par de uno atencional, como ocurre en la
esgrima –que presenta el máximum de contracción muscular con el máximum de
contracción atencional, porque es un despliegue que debe efectuarse
instantáneamente, en el décimo de segundo que va de ver partir un ataque del
enemigo o de dar un ataque sobre el enemigo, a la acción–, la persona que da ese
asalto y está gustosa de ese acto y en condiciones orgánicas y mentales favorables –
de comida, de sueño, de ausencia de preocupaciones, etc.–, experimenta un
vivísimo placer en ese estado de máximo despliegue de contracción emocional y
muscular; –es ese placer en el momento del dolor que hay que soportar, el que
aporta una suma, un quantum de tono afectivo y positivo o sea de tonalidad de
placer. Y así, cuando la conciencia iba a ser ocupada momentáneamente por el
dolor, por ejemplo de una operación o de una extracción dental, esas energías o ese
estado de contracción muscular y atencional neutralizarán ese dolor.
El que soporta a perfección, con perfecta preparación un dolor, no lo siente;
siente operaciones de contacto, de presión, pero el dolor no lo siente. Esto es lo que
conviene saber. El estado atencional, ¿cuál es? Necesita vigilar con el estado
atencional para el instante en que comienza el dolor; se debe seguir la expectativa
para soltar en ese momento la energía. Pero ¿qué otro modo secundario entra en
este juego? La energía en ese momento está jugando simultáneamente a estar con
el gatillo levantado para operar en el momento en que va a empezar el dolor –y
aun momentos antes, aunque no se podría prolongar mucho tiempo sin duda esa
expectativa– para quitarle el acceso, junto con la emoción desarticulante,
desmontadora, desquiciante de toda la energía que es el miedo. Yo he visto a
personas soportar los más horribles dolores de extracción de una muela, sin
anestesia, y sin proferir un grito ni una queja –y tratándose naturalmente de una
persona de sensibilidad normal–, pero esa persona traspiraba intensamente al
aferrarse a la silla operatoria; esto prueba que nadie soporta que se le queme un
dedo del pie mientras revisa un libro, pero que puede soportarlo sin dolor si
dedicara todas sus energías al esfuerzo. El dolor no es de soportar sino de sentir; el
valor consiste en poseer tales energías que hagan al sujeto no sentir el dolor, las
mismas energías que le hacen al peleador no sentir el dolor sino después de la
analgesia, aunque esta analgesia derive en este caso de otra fuente, de la emoción
del furor, no de las sensaciones del esfuerzo; en el caso del paciente de dolor de
muelas no se trata de una analgesia emocional sino de la incorporación de las
sensaciones de un máximo despliegue de energía intencional y muscular. Cuando
una persona va a levantar una pesa de setenta kilos su esfuerzo es exclusivamente
muscular, no le acompaña el esfuerzo atencional que acontece en un intenso asalto
de esgrima; no tiene precisión de hacer un esfuerzo justo en un instante dado, de
un décimo de segundo; no hay esfuerzo atencional que es el esfuerzo psicológico,
hay solo el fisiológico; pero en el caso del esgrimista o del orador hay que emplear
ambos recursos, y por eso se hallan en condiciones de soportar, con ese máximo de
esfuerzo muscular y atencional, el máximo de dolor.
Nuestra opinión definitiva, es que lo sabio de la vida consiste en tender a
reemplazar en lo posible los dolores involuntarios –causados por los hechos,
sobrevinientes de cualquier manera– por el sufrimiento voluntario del esfuerzo de
trabajo psicológico, tratando inteligentemente la adquisición de conocimientos
causales, y trabajos de preparación de una reserva de energía de soportación para
los dolores que no pueden evitarse.
Esto es, por supuesto, en lo atinente a la soportación –llamada valor– para
las intensidades dolorosas. Pero debe haber un mecanismo parecido para las
paciencias, para la preparación de soportación de los dolores pequeños, de las
molestias prolongadas y frecuentes.
Por lo demás, esta norma de conducta eudemónica tiene en vista solamente
el caso de dolores provenientes de sensaciones. Si el dolor deriva de emociones,
por ejemplo, en el caso de un examen próximo, ya es más difícil cómo ha de
procederse de acuerdo con la economía eudemonológica. Algunos creen que el
examinando debe procurar convencerse de que el examen en sí carece de
conspicuidad, que no tiene importancia si en él le va mal; que debe responder con
indiferencia a la depreciación de los demás en el caso de un resultado
desfavorable; que no debe pensar en nada más que en el estudio ni debe
representarse nada más que… (Interrumpido. Se complementa con una página
independiente correlativa, asimismo interrumpida.)
Nuestro problema en toda su efectividad es, pues, el siguiente: 1º Es propio
de la estructura de las cosas que cuanto con mayor anticipación tomemos medidas
contra un mal más completamente lo remediaremos, mayor suma de dolores
futuros nos ahorraremos y menos trabajosas y numerosas serán las medidas que
requerirá su anticipada prevención. Hemos ejemplificado esto ya con el caso del
diente que comienza a cariarse. Pero véase enunciada con más generalidad y
autoridad la noción de lo difícil que es remediar y lo fácil que es prevenir: dice una
resolución oficial de la administración sanitaria de Estados Unidos: “Siendo todas
las enfermedades contagiosas y casi todas las orgánicas muy difícil de curar y muy
fáciles de prevenir, ordénase”. En el orden jurídico se puede sentar un principio en
un todo semejante: el más sencillo pleito de desalojo puede durar un año,
ocasionar múltiples gastos y exigir el empleo de una buena suma de energías
mentales y diligencias; sin embargo todo esto puede evitarse con varios sencillos
recursos al contratar el arrendamiento. Lo mismo diremos de la conducta a
observar en los primeros días de casado con la esposa, o en la educación de un
niño que debe comenzar a los seis meses o antes; es posible en esos períodos
iniciales implantar sin trabajo nociones de conducta, hábitos, inhibiciones de muy
durable acción.
2º Este es el principio que domina toda la perspectiva práctica de la vida y
de tan intenso valor que quien lo observara ejecutando todos los días de su vida
media hora de intenso esfuerzo de previsión en sus variadas formas excluiría de su
existencia todos los grandes dolores, largos tedios, depresiones profundas, labores
excesivas, enfermedades, disgustos, escaceses, todo. La percepción pesimista que
al lado de la optimista anida en todas las inteligencias nos induce a rechazar
instintivamente la verosimilitud de un beneficio tan grande derivado de una
práctica relativamente poco severa. Sin embargo, en todo orden de cosas los
recursos soberanos son simples y fáciles. Así es suficiente vivir en una habitación
seca, grande, ale gre, con sol abundante y aire puro, hacer todos los días algún
trabajo o pequeño esfuerzo, tener buena agua en la casa y mantenerse en relaciones
cordiales con todos los que la habitan para librarse de toda enfermedad, tener por
no existentes todas las oceánicas bibliotecas de la Medicina y todos los museos de
drogas de las farmacias y producir una suma considerable de trabajo eficaz diario.
Es suficiente en nuestro país comprar un terrenito, una media manzana en un
pueblo próximo a Buenos Aires, diez mil varas a 0,40 la vara y antes de diez años
esos cuatro mil pesos se transformarán en treinta mil y el problema económico
habrá desaparecido para siempre para un individuo no afligido por el
endiosamiento pecuniario. Es suficiente ser realmente justo para tener buena
esposa, buenos hijos, no tener pleitos ni enemigos y esa misma virtud será un
factor decisivo también para el goce de una buena salud. Con ser las cosas tan
sencillas es, sin embargo, evidente que la suma de dolores iguala a la de los
placeres en casi todo individuo y esto por falta de je en principios tan… (se
interrumpe el texto).
Pies de página
5 No cumplidos todavía.
6 Dada la índole de estas páginas enuncio algunas ideas no siempre como
partes coordinadas de una demostración sino a veces como información parcial, a
veces para que el lector se familiarice con el conjunto de mis orientaciones
intelectuales, a veces como digresión y nada más que como digresión. Téngase
presente, como dicen los Jueces.
7 Antes los padres entendían que la persona no debe estar nunca ociosa, y lo
mismo ha entendido la religión. La persona o está recreándose en forma, o está
descansando, o trabajando. La mejor regla es la vida intensa. No rehuir las
situaciones que exigen tarea; no jubilarse, no abandonar la profesión, no aislarse
(cualquier visita da lugar a multitud de pequeños esfuerzos que no se los soñaba),
no dejar de lado estudios e investigaciones (¿Nota de 1938?)
NOTAS A “CRÍTICA DEL DOLOR” 8
Esta afirmación es una comprobación de la experiencia humana colectiva,
también reconocida por la tradición y expresada en el adagio: Dios da las cargas,
pero también las fuerzas; vemos a cientos de miles de hombres morir en España de
hambre, frío, privados de todo y sin ceder, pudiendo cambiar en un instante su
destino diciendo: nos entregamos y ya está.
Conforme a esta tesis podría asegurarse que no hay ningún suicidio causado
por el sufrimiento. El suicidio es un acto maniático, una idea fija de destrucción del
cuerpo personal, pero no es hijo del dolor. ¿Qué es lo que hace que evitemos el
reflejo de evasión, que estando en nuestras manos dejemos de aniquilarnos? Las
sensaciones gratas del esfuerzo de soportación llenan la escena de la conciencia en
un doble acontecer mental.
Haciendo la psicofisiología del dolor, ha de verificarse que sobrevenido el
modo psíquico de la afectividad negativa o dolor, aparece instantáneamente el
reflejo de autodestrucción, ni más ni menos que como se toma un vaso de agua
cuando se tiene sed o se huye del fuego; matar el cuerpo es la huida enteriza; pero,
como aparece enseguida el esfuerzo y las sensaciones de esfuerzo de soportación
(esfuerzo muscular y esfuerzo atencional que son las dos formas del esfuerzo), no
solo se inhibe el reflejo de autodestrucción o evasión, sino que se hace en la
conciencia un campo efectivo casi neutro, de compensación placerdolor. Aquí el
que triunfa es el longevismo; a la persona le convendría matarse cada vez que tiene
un dolor y volver a nacer (hedonismo), pero volver a nacer ha de ser un mal
negocio; quizá le convenga soportar el largo trecho de vida explotando en toda su
virtualidad un nacimiento que es bastante penoso, en lugar de tener que nacer
todos los días, matándose todos los días, porque no hay un solo día sin dolor de
cabeza, de riñones, espera de que sirvan la comida, dificultad de dormir, etcétera.
—No hay placer ni dolor sin latencia (latencia es apetencia fundamental por
cualquier cosa) de apetito por ese placer o de apetito por la no producción de
cualquier hecho de detrimentación del cuerpo. El miedo es un deseo, el deseo de
no; y el deseo de sí, es la esperanza o alegría. Tenemos permanente latencia por la
producción de cosas, y permanente latencia por la no producción; por consiguiente
deben ser compensadas, son tantas las cosas que nos hacen vivir como las que nos
hacen morir, tantas las que nos pueden alimentar como las que nos pueden
desalimentar; el dolor es un susto del instinto de vivir; en el caso de una
apendicitis el dolor es la angustia de que se está atentando intensamente contra la
persistencia del mecanismo.
El placer está en el despliegue de acción y el dolor en la acción impedida, es
la suma de actividades de los músculos de la boca, garganta, encías, y el placer es
el placer de esa actividad y no el placer de la cosa misma, en este caso de un placer
gustativo. La aplicación al paladar de una cosa que gusta pero que está prohibida
(mentalmente, por censura psicológica), todas las actividades de su saboreo y
deglución, salivación, masticación, no producen placer. Los corpúsculos sienten la
materia, no perciben el placer sino una sensación particular.
—Hay un miedo congénito y un miedo por asociación informativa causal.
Tal sensación, etc., anuncia que se va a abrir una arteria; sin este anuncio no
hubiera despertado ninguna actividad; ahora despierta y nace el miedo. Pero esta
asociación puede ser errónea. El miedo congénito es instantáneo con su acción
correlativa de evitación. Si no existiera, hubiéramos perecido, es decir que
pertenece al Automatismo. Somos sobrevivientes gracias a que tenemos esas
facultades, que alguna vez se han incorporado. Si hubiéramos nacido con apetitos
confundidos, hubiéramos perecido; tal como está este mundo es necesario que el
organismo esté ya preinformado y la reacción sea instantánea. Un chico se pone en
la boca un cobre y en seguida se lo saca, no obstante no habérselo puesto nunca
antes, es decir sin conocimiento de ninguna especie; se pone en cambio un
caramelo, y lo prueba. Sin esa congenidad habríamos perecido, o hubiéramos
precisado de madre y padre en todo instante, pero estos ya antes hubieran
perecido a su vez.
No hay dolor sino voluntario, en la misma forma que sostiene Max Scheler
que la percepción del rojo, del verde, del amargo se percibe porque lo quiere el
sujeto; en el caso de ciertas personas que buscan su propio dolor físico –
masoquistas, etc.– podría explicarse esta circunstancia por el reconocimiento del
hecho de la doble per sonalidad, y el placer de martirizar su propio cuerpo –
quemarlo, azotarlo, flagelarlo– podría ser generado por el odio al propio cuerpo,
debido a una supuesta desobediencia a las órdenes de la voluntad, o a su
propensión a la tentación y al pecado, o porque con él se ha matado a una persona
querida, por ejemplo la madre por error a su propio hijo; ese odio a sí mismo, por
lo demás es tan normal como odiar a las ratas que nos muerden. En una palabra,
que en todos estos casos la sensación es dolorosa, pero la emoción es grata, y las
emociones pueden eclipsar a las sensaciones.
—Podrían formularse en Eudemonología muchas normas menores, también
de singular aprovechamiento, como las que se han formulado por diversos
escritores, por ejemplo Schopenhauer. Dentro de esta categoría se contaría, por
ejemplo, la máxima de William James a que adhiere Max Scheler (“El puesto del
hombre en el cosmos”) en el sentido de que no hay que ir contra los impulsos, sino
navegar con todos los defectos que uno tenga; no ir contra el mal impulso sino
empeñarse en una tarea noble, con lo cual se van enervando y agotando los otros
impulsos. Agrego por mi parte, lo que vendría a ser consecuencia concreta de:
estas, ideas, que no hay que tratar de amar, si no de no odiar. No odiar es
suficiente para amar. O sea la supresión de los impulsos de irritación, de
resentimiento, basta para que el amor comience. “Querer querer” no tiene sentido,
es un error. Basta suprimir de la mente, no atender a las irritaciones debidas a las
necesarias fatigas y restricciones que genera el trabajo humano, para que aparezca
la simpatía, correlativa de los otros elementos gratos que nacen del trato. No hay
que empeñarse en el esfuerzo para amar, o sea querer querer. Lo mismo para
querer odiar, hay que suprimir los impulsos del amor hacia esas personas;
quedarán los factores de irritación y sobrevendrá el odio.
—Nuevos hechos para una crítica del dolor (1946).
Un dentista amigo confiesa que al ahogarse en una pileta (y ser salvado por
casualidad) hizo al principio esfuerzos por recuperarse y luego se abandonó.
La verdad es que diez minutos de padecimiento es mucho tiempo, en el caso
de uno ahogándose; pero pienso que esos diez minutos no son de sufrimiento de
ahogo sino de tratar de nadar o salvarse. Creo que el ahogo es un instante de dolor,
como de un segundo (más sería mucho; tal vez menos; el ahogarse, el morir tiene
que ser un ensueño; el último momento es de pesadilla, no tiene relación con la
muerte; el paciente pensará en un incendio o hambre, etcétera.
El que cae el mar de noche, sin esperanza –peor es la poca esperanza que la
certeza del mal– sufre un dolor insoportable; ¿podrá tener tan poderosa
personalidad que no llegue al agua enteramente en delirio? Creo que lo habrá;
pero me parece que entra en pesadilla, que ya es delirio, ya acabó la conciencia
inteligente.
En lo que se llama muerte fulminante (Justo, Roosevelt) ha de haber un
instante de dolor; pero es bien seguro que se trata de un sueño.
“Después de experimentar el mayor dolor posible, se encuentra que no era
tanto” (Thoreau).
Pies de página
8 Al ser pasados en limpio los abandonados manuscritos de más de treinta
años atrás (19068), fue instado M. F. a retomar el asunto, a lo que cedió sin
entusiasmo dictando algunas notas que actualizan algo aquellos borradores (1938);
quedando de nuevo abandonados unos y otras.
9 El lector dirá qué difícil de contentar es este autor que hasta el Dolor lo
critica, con el cual hace tiempo que se contentó para siempre la humanidad.
2. Teoría del valor – El esfuerzo
PARA UNA TEORÍA DEL VALOR
Es un asombro –para el miedoso que investigando el hondo contraste de su
ambiente interior ante una perspectiva de dolor intenso, con el ambiente interior
del valiente en igual situación, percibe la verdadera estructura de la actitud
valiente– descubrir que toda la inmensa distancia hedónica entre su angustia y la
tranquilidad de aquel depende de una mera posición activa de su unidad
psicofisiológica, para asumir la cual cuenta con los mismos elementos que el
valiente, mediante la cual el dolor cesa de ser dolor de la manera más efectiva,
disipándose como bajo un hechizo, y cuya actitud no es más que cierta
intensificación de la que asume lodos los días de su vida para vencer su pereza
muscular o intelectual, para resistir un deseo, o el frío de una hora de invierno.
Lo que hay en la actitud valiente y la constituye en un todo, es puramente la
disponibilidad atencional y muscular, la facultad de contraer el músculo y
concentrar la atención, o ideación, en cierto modo, que todos poseemos libremente
en todas las horas de nuestra existencia con una sola excepción: cuando se
despierta en nosotros esa corrupción instantánea del poder voluntario, esa
estructura psicofisiológica avasalladora y funesta que la humanidad ha designado
y maldecido a un tiempo con el nombre de Miedo. Vamos a demostrar, pues, en
estas páginas, aunque parezca demasiado evidente, que el Valor es el fruto de un
esfuerzo habitual de destrucción de la emoción Miedo no siendo el Valor mismo
una emoción.
Los genios literarios, o científicos, o artísticos, y los atletas eminentes, son
necesariamente cobardes para los dolores de sensación por la sencilla razón de que
son genios artísticos o científicos o musculares y no genios del valor (héroes), es
decir porque no se han dedicado a dominar sus sensaciones sino a estudiar
química o música.
Lo que se llama “valor personal” no es valor sino indignación, cólera, vale
decir, emoción, y ya hemos dicho que el valor no es emoción.
Aunque, según el autor, todo depende en el valor de un intenso despliegue
activo, ello no supone que el valiente sea hombre de gran actividad cotidiana
mental o muscular, ni que posea gran poder mental o muscular. Por el contrario el
muy valiente es poco activo, necesariamente, poco inteligente o sabio y poco
poderoso muscularmente. Es visiblemente un perezoso en la vida cotidiana, así
como el hombre de gran actividad real diaria, mental o muscular, es poco valiente,
fácilmente dominado por una sensación de dolor.
Naturalmente preveo que el lector encontrará arbitrarias muchas de estas
afirmaciones, porque no estará habituado a observar, juzgar con exactitud los
grados y diferencias poco aparentes y sin embargo, considerables que existen entre
los individuos en materia de valor.
La “actitud de valor” es el estado de erección máxima de toda la facultad
activa individual y por la multitud de sensaciones de placer de actividad que de esa
actitud afluyen a la conciencia, anula como fenómenos fisiológicos las de dolor que
se trata de sobrellevar.
Dicho esto, ¿existen procesos de actividad, determinaciones y actos en los
cuales esa orientación permanente de nuestro lado activo sufra excepción?
Vamos a verlo. Un dolor es voluntariamente buscado y aceptado, una vez
declarado útil, bajo tres diferentes estados interiores o de la conciencia.
Que esa cultura es unilateral, es decir que el valiente tal como se le encuentra
en el mundo solo se ha preocupado de la inhibición del miedo asociado a las
intensidades de dolor de sensación; el miedo suscitado por una perspectiva de labor
intensa o prolongada, por una perspectiva de renuncia a un deseo o hábito, por
una perspectiva de conflicto y dolor moral y por una perspectiva de dolor de
sensación insignificante pero prolongado, o de simples molestias, no son inhi bidos
por él. Es decir que el valiente tiene la preocupación especializada de ser superior a
cualquier intensidad de dolor de sensación y también de ciertos dolores morales,
mas sus esfuerzos no se dirigen a todas las formas de miedo: si tal hiciera
destruiría toda su Sensibilidad, toda su Sentimentalidad, toda su Deseabilidad,
toda su Inteligencia y toda su facultad Muscular.
Que en el acto de perfecto valor, o sea de un valor completamente adecuado
a la intensidad de la sensación dolorosa afrontada, el dolor de la sensación
desaparece: en el acto valiente no existe un dolor soportado, sino un dolor excluido
de la conciencia, hecho indolente. Solo para el miedoso hay dolor soportado. Acto
de perfecto valor es aquel en que no hace aparición alguna el miedo: en la
proporción en que este aparece el dolor es sentido como dolor.
Que la anulación del tono hedónico negativo o tono negativo simplemente
de una sensación, del aspecto doloroso de ella, es el resultado de la ocupación de la
conciencia por un considerable grupo de sensaciones positivas, de placer,
provenientes de una intensa contracción atencional y muscular. Es decir que la
actitud valiente está constituida psicofisiológicamente por una fuerte erección, por
decir así, de todo el sistema activo –cuyos dos instrumentos son la atención y la
contracción muscular– y esta fuerte tensión indispensable para inhibir los
movimientos que estallarían violentamente para arrancar al individuo de la
situación de dolor voluntario útil en que se ha colocado, es una fuente de
sensaciones de placer que anulan las de dolor y son anuladas por el dolor
resultando un perfecto equilibrio: de inmovilidad de actitud y de oclusión de la
conciencia tanto a las sensaciones del dolor afrontado como a las de la actividad
violentísima desplegada con apariencias de inmovilidad e inacción.
Que el valiente no es de ningún modo un hombre que ha adormecido ni
siquiera aminorado su sensibilidad de dolor. Hay variable sensibilidad local para
tal o cual zona especial del cuerpo en diferentes personas por algún hecho de
estructura particular, pero esto no tiene conexión con el valor: el espesor o
endurecimiento de la piel puede hacer menos dolorosa una herida, contusión, una
sensación de frío o calor; un diente puede ser pequeño o de poco profundas raíces
y su extracción puede originar dolores muy diferentes en personas de diferentes
dentaduras. Mas la sensibilidad en conjunto, vale decir el grado de intensidad y
duración de dolor de que es capaz cada organismo individual, no es influido por la
cultura del valor, ni el valor resulta de la poca sensibilidad congénita. Todo
individuo tiene una susceptibilidad de intensidades de dolor proporcionada a su
intensidad general de vida y por consiguiente a su capacidad de máxima
intensidad activa. La Sensibilidad General puede ser amortiguada pero la cultura
del valor no es la indicada para la obtención de este resultado: la destrucción
progresiva de los Deseos, es decir el ascetismo físico y moral tiene ese resultado,
porque la supresión de los deseos destruye todas las capacidades psicológicas, o
psicofisiológicas, la emocionalidad, la actividad muscular e intelectual: mas en
sustancia con respecto a la actitud relativa al Dolor nada se gana con el ascetismo,
pues si aminora los dolores (y por consiguiente los placeres) también aminora la
musculación e ideación, que es todo nuestro aspecto activo y constituye la
estructura de soportación del Dolor. Dando un ejemplo de lo dicho al principio del
párrafo: un diente puede ser de muy fácil extracción, de modo que ocasionará muy
poco dolor en su extracción; pero si no se trata de esto sino del dolor de dientes,
puede originarlo tan difícil y prolongado como un diente de difícil extracción. Otro
aspecto: un hombre puede ser muy valiente para hacerse extraer un diente, pero
será tan miedoso como el más miedoso ante la perspectiva de tener que soportar
largas horas el dolor de dientes, encontrándose en un paraje donde no sea posible
encontrar dentista: lo que demuestra dos cosas: que el organismo del valiente es
capaz de dolores tan intensos o prolongados como el del miedoso, y que los
valientes en general solo tienen la preocupación de reaccionar ante las grandes
intensidades de dolor en las cuales haya perspectiva inmediata de supresión
pronta por un acto voluntario: sometimiento a una operación quirúrgica.
La Sensibilidad es proporcional a la dosis biológica individual y por tanto a
la Actividad; ahora, como la Actividad es el todo de la actitud valiente y como todo
individuo tiene una Actividad propor cional a su Sensibilidad, resulta que todo
individuo dispone de los mismos elementos de la actitud valiente de que dispone
todo otro.
Para darse una noción viva de la virtud anuladora del Dolor que posee la
actitud valiente, es decir la actitud de intensa contracción AtencionalMuscular,
debe examinarse algún hecho de Atención y tomar nota de la real voluptuosidad
que lo acompaña. Todos los deportes son orgías del placer muscular y a veces o
quizá siempre atencional, pero en un asalto de esgrima se percibe más
visiblemente el factor atención en despliegues de máxima intensidad. La
voluptuosidad de esperar un ataque con un máximum de tensión muscular y una
concentración de atención que pocas veces llega a tal altura, es evidente, cuando no
hay ya fatiga y no se mezclan emociones penosas como el temor de ser vencido o
inquietudes como el anhelo del aplauso del público. De ese estado de total y
máxima erección de la estructura activa fisiológica nace una lluvia de sensaciones
de placer en la conciencia: si ese despliegue activo se emplea en arrojar una pelota
en el saque, con un máximum de energía, se experimenta una profunda
voluptuosidad; si en cambio se emplea en cerrar la conciencia a la irrupción de una
sensación de dolor, no se siente esta ni la voluptuosidad de la actividad: no se
siente nada, que es lo que pasa en el acto valiente.
El miedo y la cólera son los dos hijos emocionales del dolor: es difícil decir
cuándo nace uno y cuándo el otro en cada caso de dolor y no estudiaremos ahora
el punto: mas es preciso establecer que cada vez que se experimenta un dolor, con
cada aparición del Dolor la emoción del miedo tiende a reaparecer y el valiente
pronto se tornaría cobarde si no cuidara o mejor dicho si no tuviera la
preocupación siempre de reaccionar contra cada aparición del miedo. Por esta
consideración y porque creemos que el Valor no se hereda sino que se adquiere y
se conserva por el individuo mediante eternos esfuerzos como el Saber o la Bondad
es por lo que decimos que el valor es una cultura. Prueba de que es una cultura, es
decir, de que supone una dedicación especial de energías siempre renovada, es el
hecho de que Saber y Valor se excluyan en cierta medida, porque ambos son
cultura, aplicaciones cotidianas de la actividad individual, y en la proporción en
que las energías del individuo se apliquen a reaccionar de las sensaciones y
perspectivas de sensaciones de dolor (o sea: a inhibir el miedo) le restarán menos
energías para dedicar a la adquisición de conocimientos y organización de ideas.
Comprueba que es el Valor una cultura la facilidad con que un individuo de escaso
valor puede adquirirlo (con pérdida de otras eficacias) en poco tiempo bajo una
disciplina severa e inteligente sobre todo.
Que el Valor no es la cultura de la inhibición de toda emoción de miedo sino
solo de las emociones de miedo que las intensidades de dolor provocan; no hay o
no se encuentra en la vida el valor para las pequeñas molestias, para vencer la
pereza de cada día, para renunciar al placer y a los hábitos de ciertos placeres; el
valiente rehúye un día de labor, o la privación de un goce lo mismo que el no
valiente; así, si dos hombres, uno de gran valor y otro extremadamente miedoso,
ambos igualmente fumadores, ambos enfermos del corazón, reconocieron la
urgencia de dejar el cigarrillo, el valiente se intimidaría tanto como el miedoso ante
la perspectiva (realmente cruel para el que fuma mucho) de pasar el día de mañana
sin un solo cigarrillo y aun es probable que el miedoso fuera más guapo para
soportar este largo pero no muy intenso tormento.
Como sostenemos que en general al Valor solo se le encuentra en el mundo
bajo el tipo de valor para sobreponerse a las grandes intensidades del dolor, y
como opinamos también que el valor es el fruto de una cultura concreta,
especializada, es decir valor para soportar (anular, mejor dicho, en el momento de
producirse) las sensaciones A, B, C, de manera que presentándose una sensación
D, que no ha sido estudiada por el individuo, como la sensación del mareo, del
desmayo inminente y otras especializadas, se conduce como un individuo sin
valor, es el caso de preguntarse si la intensidad o los diversos grados de
intensificación de una sensación se presentan como diferenciaciones concebibles,
representables, y si la cultura del valor consiste en representarlas vivamente y si de
esta representación vivaz viene como resultado el aniquilamiento de la sensación
misma, o si esta no se aniquila en realidad anticipadamente, sino que se eclipsa en el
momento dado por la invasión a la conciencia de las sensaciones de un gran
despliegue activo como hemos dicho antes.
Que el hombre de gran valor es necesariamente poco activo así muscular
como intelectualmente y viceversa el hombre muy activo es muy temeroso del
dolor intenso. Esta proposición no será fácilmente aceptada porque el que no ha
hecho un estudio especial de las actividades cotidianas del individuo y comparado
diversos individuos, no se da cuenta de las considerables diferencias que existen a
este respecto. Hay muchas ilusiones respecto a la actividad: hay gente que se
mueve mucho y da la idea de una considerable actividad; hay personas muy
puntuales que por esto parecen muy activas, y en fin, los hombres llamados
prácticos parecen más activos que los meditativos; para tener una idea de las
diferencias de intensidades y persistencias en la actividad podríase proponer
comparar la producción de un Chopin en 37 años de vida con la de un Spencer en
80 años: Spencer no se consideraba un activo y yo creo también que no era un gran
activo. Y es muy probable que una gran actividad abrevie la vida o sea efecto de
una organización que no puede durar mucho tiempo. Si se encuentra bizarra la
comparación de Chopin con Spencer –yo no opino así–, compárese a Chopin con
Bach o a Shelley con Wordsworth, teniendo en cuenta cantidad y calidad de labor.
¿Es tan diferente la actitud y conducta de las personas ante una sensación
dolorosa que no se puede evitar o que conviene afrontar? Porque en unos entra en
escena y en otros no el mecanismo desorganizador de la actividad o Reactividad
que denominamos emoción de miedo, es decir que se es valiente porque no se
siente el Miedo, lo que parecerá demasiada inocente afirmación y no lo es.
En efecto, la creencia general, la que yo como todos he abrigado siempre, es
la de que hay hombres, llamados valientes, que están dispuestos para soportar todo
dolor que les sea útil, es decir que les ahorre mayores dolores o los habilite para
goces mayores por su intensidad o duración. Tales hombres no existen: nadie se
dispone a soportar un dolor, aun el valiente, cuando está deprimido, por ejemplo,
sino dominado por el miedo. El valiente no decide soportar un dolor; lo que
resuelve es anularlo, poner todas sus fuerzas en ello, y lo consigue trocando una
sensación dolorosa en mera sensación de contacto, de presión, de lesión o incisión,
etcétera.
El miedoso desearía hacer lo mismo pero por una parte al representarse
anticipadamente el acto, los detalles de esta representación promueven en él
emociones de miedo tan fuertes e insistentes que le hacen creer imposible… (se
interrumpe el texto).
EL ESFUERZO
La Voluntad no es una realidad psíquica, como lo es netamente la imagen y
la afección; es una relación, es un concepto, es una abstracción.
Movimientos intelectuales o musculares de esfuerzo, es decir, efectuados a
pesar de un dolor actual proveniente del mismo movi miento, sostenidos por el
deseo o interés, es decir, por la consecución de un placer más estimable 10 que ese
dolor actual, o por el temor de un dolor futuro más intenso o prolongado que el
actual emergente del esfuerzo. Este es el Esfuerzo típico, en él se apoya lo que
Schopenhauer denomina Gobierno de la Razón, y su frecuencia o intensidad es lo
único que puede corresponder a la palabra “Valor”, empleada por todo el mundo
con aplicaciones más o menos acertadas o equivocadas.
En la región de las imágenes, en el mundo intelectual, el esfuerzo no tiene
otra forma que la Atención.
En cuanto a la represión o evocación de emociones, se opera siempre como
efecto de un mecanismo de atención o de contracción, tendiente a traer a la
conciencia otras imágenes o ideas en lugar de las que actualmente emocionan, o a
mover otros músculos en lugar de los que actualmente se están contrayendo como
expresión o ejecución de la emoción que nos embarga.
Nadie puede pensar o meditar sin fijar la mirada (músculos del ojo) y
contraer las cejas y a medida que la atención interior es más intensa la contracción
de esos músculos es mayor.
Mas ha de tenerse presente que puede meditarse intensamente una idea o
contraerse vigorosamente un músculo levantando un peso de cien kilos o
caminando rápidamente una distancia de cuarenta cuadras sin esfuerzo actual,
aunque no sin esfuerzos anteriores que hayan hecho indolora 11 o habitual esa
actividad.
Pero siempre que haya esfuerzo, es decir, que la contracción muscular o la
atención interna o externa sea un dolor y no un placer, habrá suspensión inmediata
de una u otra actividad.
Podéis caminar veinte cuadras y entretanto ir pensando sin interrupción en
un problema cualquiera: pero esto ocurrirá solo a condición que los dos estados de
actividad que os embargan en ese momento, muscular e intelectual, sean gratos, es
decir, que en sí (no por las perspectivas emocionales que susciten) sean ambos
ejercicios agradables. Apenas vuestras piernas envíen a vuestra conciencia la
primera nota de la fatiga muscular os detendréis y entonces si vuestro interés o
necesidad de llegar a un punto dado es mayor que el de acabar de resolver el
problema que ocupaba vuestra atención interior continuaréis la marcha y cesaréis
de pensar entregándoos a la imaginación libre y a la atención exterior libre (no a la
persecución exclusiva de una idea); si no os importa llegar a parte alguna y lo que
os urge es resolver vuestro problema práctico o especulativo ese mismo día, os
sentaréis en el primer banco o retornaréis en el primer tranvía a casa, reanudando
enseguida la meditación.
En tal caso el apetito más intenso persistirá cuando el menos intenso haya
quedado satisfecho; dejaréis de pensar y continuaréis caminando, o viceversa,
según el campo del cual haya partido la primer nota de fatiga que llega a vuestra
conciencia. Ello dependerá de la proporción en que estén mezclados, en vuestra
profesión u ocupación habitual, la labor intelectual y la muscular. 12
Sabe el lector que no llamamos esfuerzo a la acción o actividad o trabajo por
intenso que sea el despliegue de energía, sino solamente a la acción penosa
intelectual o muscular. Prácticamente, lo que entiendo por esfuerzo es todo trabajo
mental o físico efectuado a pesar de nuestro deseo de reposo en ese instante, y toda
represión de emoción o deseo, siempre que cualquiera de estos actos se realice sin
que en ese momento uno se vea obligado a hacerlo por una urgencia o exigencia
inmediata.
Ahora bien, el hombre desde el punto de vista de la voluntad, de la acción,
como ser que actúa y reacciona, puede desplegar tres formas de actividad.
Para inhibir una emoción el mecanismo de imágenes y de músculos actúa
exactamente como si se tratara de evocar la emoción opuesta a aquella. El gasto
fisiológico es, por tanto, igual.
Cuando cualquiera de estas formas de acción se ejercitan con sufrimiento
inmediato, estamos en el caso del esfuerzo.
Todo esfuerzo deja un crecimiento muscular o intelectual, la semilla de lo que
se suele llamar un hábito, una tendencia a la acción; psicológicamente, deseo de la
misma acción, que antes fue dolorosa y ahora es una fuente de placer.
Cuando decimos que la inhibición es tan activa o positiva como la acción, no
implicamos que toda inmovilidad sea activa; la inmovilidad de la fatiga o de la
pereza, de la náusea de actividad o de la ausencia de actividad no comporta
inhibición alguna actual, naturalmente.
Tenemos, entonces, que la acción, el hombre como acción puede tender: a la
adquisición muscular, a la intelectual 14 (acumulación y conservación de imágenes
por la atención externa o interna), a la estimulación o disminución de
determinados estados emocionales.
Detengámonos un momento en la Emoción.
Emoción es cualquiera de los estados que preceden, acompañan o siguen al
deseo, pero cuya aparición no supone deseo alguno previo, sino que es causada
por imágenes (incluyendo sensaciones y percepciones).
Vale decir que los estados del deseo pueden ser lo que se llamaría recuerdos
de estados del deseo 15; estados del deseo causados por estados intelectuales.
Pies de página
10 Más intenso o más durable.
12 Para que un hombre se levante una mañana con ganas de caminar treinta
cuadras y pensar sesenta minutos consecutivos sin necesidad de llegar a ningún
punto ni de resolver ninguna dificultad urgente, es necesario, según mis
computaciones, que haya sufrido durante 6 u 8 años la calamidad del trabajo
obligado.
13 Llamamos intelectual a toda actividad de las imágenes; sabemos que la
psiquis solo reviste dos variedades: imagen y afección. Juicio, raciocinio, creencia,
voluntad, no son “simples” psíquicos, sino combinaciones de aquellos dos.
14 Con fines científicos o artísticos, es lo mismo; siempre es enriquecimiento
del capital de imágenes.
Es como titularía la que se conoce por el nombre de “Autobiografía” de
Spencer, el libro de mi mayor deleite, pues en ella se historia cada gran concepción
alcanzada por aquella bellísima naturaleza mental y moral (a la que faltó solo,
como faltó siempre a todo inglés 16, la solicitación metafísica, casi exclusiva de los
alemanes, para que fuera la más potente realización de inteligencia humana,
embellecida por el más delicado sentido de responsabilidad, honradez y soberbia
independencia) al par de la marcha terrenal de su vivir.
El libro del saber propio y ajeno de un individuo podría llamarse este, pues
poco se hablará de mi vida, y seré muy severo conmigo mismo en cuanto afirme
como saber de cierto. Incapaz de realizar uno siquiera de esos, todos perfectos,
libros de Spencer, ese claro saber, sencilla y orgánica exposición, medidísima
ironía, honradez de afirmación (la más preciosa y rara cualidad en libros) y
proponiéndome solo defender de algunos males a mis hijos si toman el camino de
los libros (y a los jóvenes u hombres acercados a los libros y por ello más expuestos
a errores y dolores que los que por su suerte solo prestan fe al saber de sus padres
y hermanos) y si no logro acompañarles muchos años en la vida como para
dejarlos enseñados hondamente en el uso prudentísimo de libros.
Mucho afán tuve siempre por escribir; no obstante es este mi primer libro,
que empiezo en abril de 1918, a los 44 años, y que he empezado muchas veces
habiendo extraviado o desaprobado los originales. Quizás este habrá que
extraviarlo también, pues va mal por ahora.
En Buenos Aires sucedió ha poco que un médico cayó grave: varios médicos
amigos llegaron a reconocer que no se podía hacer nada. Entonces dos señoras que
lo estimaban mucho lo tomaron por su cuenta y determinadamente usaron con él
un fuertísimo lavaje de aceite. El médico vivió y vive. El caso es que yo no creo
tampoco en el lavaje y más adelante tendré mis apuros para salvar mi negación
radical de la Terapéutica entre mi admiración por Spencer y por el instinto de
salud de las mujeres, que prestan fe a la Terapéutica en cierta medida.
(Desaprobado. ¡Qué dicente y coqueta actitud de autor!)
Percibo que he empezado mal este libro, con estilo pobre, inferior a aquel de
que dispongo cualquier mañana para desearle los buenos días al vecino. Pero no
abandono ni rehago; si no veo crecer este manuscrito pronto me desanimaré por
otro largo intervalo. ¿Largo intervalo? Ya no me resta ninguno.
Los libros de exposición orgánica acerca de un tópico preciso, se leen muy
poco salvo por catedráticos de la especialidad o rentados para contar que han leído
libros. Yo tomo en cualquier momento a Emerson, a Nietzsche, a Bacon, a
Coleridge, pero necesito hallarme muy vigoroso para dedicar cuatro horas a
“Cuádruple Raíz” de Schopenhauer, a “Psicología” de Spencer o James. Casi nadie
los ha leído plenamente, salvo catedráticos. Así resulta que esfuerzos tan valiosos
no se aprovechan; en cambio las sinopsis de sus teorías que Spencer intercala en su
“Autobiografía” son gratamente abocadas y salvarán del desconocimiento general
a sus grandes pensamientos, como ocurre con Bacon por sus pequeños ensayos.
Es gran fatiga leer un libro sistematizado y definitivo: lo prueba que no hay
quizás entre los millones de la literatura universal dos docenas del libro perfecto.
Me admiro más aún de que haya buenos libros de arte: no sé cómo alguien
puede leer y alguien puede escribir una novela de Balzac o de Dickens, tan
perfectas.
Yo solo puedo leer con nunca cansado deleite a Walter Scott y dudo mucho
de los que afirman leer a Balzac o a Dickens o a Tackeray. En la niñez se leen los
personajes de estos libros, no el libro. Después no se torna a leerlos y creo que con
razón. En poesía yo solo puedo leer y releer siempre a Leconte de Lisie; algún
pasaje de Estanislao del Campo, de Poe y de Campoamor a quien se atribuye un
verso que creo que es el mejor que se ha escrito y que recuerdo mal así:
Cuando te veo a mi lado
Prestándome aún de tu amor
Creo que es que Dios ha echado
Sobre mi tumba una flor. 17
Del Campo se le puede igualar con “Empapar en llanto el pelo, del hijo que
Ud. le deja”, “Creía Margarita…” y otros momentos de tiernísimo giro. Es verdad
que Del Campo es por mucho superior a todo el gentío de poetas producidos por
América, y él es prenda de mi certeza de que el tipo nacional argentino es superior
al yanki porque poesía es alegración, vida cantada, y el funebrismo de Poe lo niega
poeta. Es grande el yanki en Emerson y en Mark Twain (más como hombre todavía
que como literato). Pero Emerson y Twain tenían a quien seguir o parecerse; Del
Campo y Lisie me parece que no.
Grato me es beber la palabra honesta y bella de Reclus en su permanente y
sereno descontento de la iniquidad social. La soberbia ironía y trasparencia del
genio de la claridad en metafísica Schopenhauer –a veces concienzudamente
engañador– lo coloca también por fuerza de pensamiento y libertad de carácter a
par con Spencer.
Ya que de ideas hablo diré que el modelo de la noidea es la pseudo idea de
las ideasfuerzas de Fouillée.
Es poderosa idea la del estoicismo de Epícteto, que es pura y simplemente la
teoría del valor y de la felicidad por el valor.
Queda manifiesto que un hombre tan ansioso de conocer lo expuesto por
otro no ha leído la mitad de lo poco bueno que se escribió. Deliciosa fue para mí la
“Jerusalem Libertada”, y la “Secchia Rápita”, joya de humorismo que no creo tenga
igual. Es también poderosa idea la de Swedenborg.
Yo nací para defenderme por el saber y de ello me hice consciente hacia los
18 años cuando comenzó mi dolor de juventud. Entonces ardiente,
desesperadamente, busqué defensas en el saber de los otros y las que más fuertes
encontré fueron la de defensa de la salud por el pilotaje de la sensación
(encontrada en esa joya de saber, la “Educación”, de Spencer), y la idea de defensa
u obtención de la felicidad por el valor en Epícteto. De esto diré que era lo
contrario de lo que buscaba. Yo buscaba defenderme por el saber y Epícteto
enseñaba a defenderse por el valor, pero además de darme algún sostén de detalle
en mis dolores, me sugirió la idea del mecanismo del valor, tópico en el cual creo
tener una adquisición propia, y acerca del cual se ha escrito casi nada, excepto por
un psicólogo, Spelling, al cual me acerco mucho, entendiendo que mi concepción
es más perfecta.
Sigo en desorden para no correr riesgo de ciertos olvidos en que no quisiera
incurrir. En un libro como este que para el lector se definirá poco a poco como el
libro del saber de un intelectual y de sus sensaciones y experiencias de saber, como
el libro de un hombre que no tuvo ni tendrá más defensas que las de un
intelectual” (ni siquiera las de un inteligente, que sería mucho mejor, pues
intelectuación es degeneración y empobrecimiento de intelección [qué Unamuno
estoy]). 18 Este libro mío entrará en orden alguna vez, pero tal como es alguien le
tomará cariño, si sintió como yo en la orfandad del intelectual el ansia del libro
almohada, del libro sin fin en que se exhibe todo un pobre intelectual que trata de
salvar a otro pobre intelectual y que tiene algo que decirle para cada momento.
Querría enumerar mis grandes sensaciones de saber: son tres: la “palanca”,
la “renta” y la ley de los “grandes números”. Son mis tres misterios de cualquier
día; cotidianos. Spencer tuvo uno: el de no sé qué tangente o espiral. El misterio de
la “renta” me parece que lo ha tocado también a Justo. Para mí la realidad total no
es misterio y lo son estos tres que digo. Tuve también una sola vez una bella
extraordinaria sensación metafísica. Cierta noche escribiendo, desde las 9 a las 2 de
la mañana, hubo en mí inmovilidad del tiempo durante unas tres horas por lo
menos. ¿Cómo expresarlo sin contradicción de palabras? Me atreveré alguna vez a
decirlo con palabras sin contradicción. Detención del tiempo o mejor dicho no
tiempo en un caso individual es más novedad que la acción mental a distancia
muy concebible para mí. Para mí la Realidad es clarísima como lo es para toda
mente nacida con vocación metafísica.
Hablé de ideas obtenidas por otras mentes; de mis mejores libros de saber o
arte leídos; de mis sensaciones del saber experimentadas que son tres y de mi caso
de excepcionarme personalmente a una estructura primaria del Ser o Realidad: mi
notiempo que duró tres horas. Fáltame indicar, por ahora, cuáles son mis
adquisiciones personales de ideas. Son estas: negación de la Terapéutica; admisión
de la concepción RousseauReclusCarpenter de la Civilización como estado de
transición y quizá de enfermedad y no como un estado desiderátum con el
agregado de aportar mi definición personal de la Civilización.
La Civilización es el repudio de la Naturaleza por el Hombre y su proceso es
el de la extirpación voluntaria por el hombre de sus órganos que sustituye y se
complace en sustituir por instrumentos. Es la guerra del implemento contra el
órgano, el esfuerzo del hombre por llegar a ser abiológico. ¿Cómo el hombre sintió
rubor o afrenta por su biologismo y cuál es la actitud de la mujer ante esta batalla
del hombre por vivir solo de las creaciones (instrumentos) de su Inteligencia?
Mi teoría de la sensación en cuanto le niego especificidad intrínseca.
Mi teoría psicológica del “valor”, que descubro como un mecanismo de la
conciencia o de nuestro conjunto psicofisiológico para impedir el ingreso a la
conciencia de una sensación de dolor por medio de una contracción vasta de todo
el sistema muscular, que ocupa toda la conciencia con sensaciones de esa
contracción muscular y excluye a la de dolor. En Ribot y en Spelling hallé
principios de la misma concepción. No poseo aún en perfección mi teoría pero al
dedicarle su capítulo espero deslindarla cumplidamente. Creo que es muy útil al
joven y al hombre tener una concepción precisa del mecanismo del valor. El
procedimiento para soportar un dolor es solo un procedimiento para no sentirlo y
por eso suelo decir que solo hay dolor en el trabajo: el valiente, bajo un dolor,
siente solo la fatiga del esfuerzo que hace para no sentir dicho dolor. La teoría es
difícil y al principio se me presentó el valor: como un mecanismo de inhibición de
la emoción miedo, por lo que podía decirse, prestándose a fácil chanza, que
consiste el valor en no sentir miedo. Hablo del verdadero valor, del psicológico,
pues el valor de combate o llamado valor personal es meramente la cólera a base
de indignación. El llamado valor personal es la medida precisa del sentimiento de
la justicia que asiste al sujeto: procede a base de emoción muy opuestamente al
valor psicológico que procede a base de trabajo o esfuerzo, con exclusión necesaria
de toda emoción actual.
Casi todos los filósofos en medio de sus generalizaciones o para aplicarlas
han sido seducidos por el problema de la risa y el de la belleza, el de lo sublime y
el de lo trágico. Me extraña que el problema del valor no les haya sido incitante.
Se va a encontrar muy caprichoso lo que voy a decir. Hay un signo físico de
la capacidad de valor y es el mismo que el de la fuerza de la inteligencia: es la
medida de la contractilidad de las cejas. El hombre que puede contraer mucho sus
cejas o es valiente o es inteligente, pero si es lo uno no puede ser lo otro. Podrá
tener mucho valor de pelea (que no es valor sino cólera) pero no valor psicológico
o sea agilidad para excluir de la conciencia una sensación de dolor.
Pies de página
16 Berkeley inclusive cuyo juego de realidad y apariencia no fue más que un
curiosismo de inglés que puede pasar del materialismo al espiritismo sin pérdida
mental, diremos, sin rubor ni vahído no solo sin soltar la pared de la Física sino
aun, y por cierta perversión, esperando ver materializada el alma del amigo. Pues
los ingleses son espiritistas porque echan de menos a los amigos. La amistad es el
afecto de los ingleses, como la soledad y religiosidad majestuoso rasgo de
españoles, la conyugalidad y terrenalidad de los franceses, únicos que estuvieron
siempre seguros de no haber más mundo que este, siendo más aun que físicos
terrenalistas; el sentido de Humanidad, el de jerarquismo o gubernismo y la
certeza metafísica de los alemanes; el de trabajo y pasión de los italianos que hacen
trabajar y apasionarse hasta a sus asuntos. Arriesgado a tanto inseguro decir ¿qué
sé decir de los argentinos? La argentinidad es hoy el caso de mayor felicidad de
tipo humano nacional. Las características ibéricas vienen acentuándose (lo que
garante la perduración de la actitud de “grandezaindividual”, camino más cierto,
y menos expuesto a uso de crueldad, del bien universal que el humanismo
organizante de los alemanes) sin la solitariedad y con la religiosidad pura y segura
como ninguna de los españoles pero más amorosa que respetuosa, mejor por tanto
como es nuestro hogar. Concluyo que esta Nación Argentina es el grupo nacional
con más feliz aptitud para desnacionalizar a la humanidad si pudiera suceder, y
por acción de cordialidad. Para lo cual deberá previamente presentar en su seno el
ejemplo de la gran paz: la paz TrabajoCapital en la que hay todavía que gastar
mucha buena justicia.
17 Al margen de la cuarteta de Campoamor y sin referencia aparente en el
texto consta en el manuscrito esta otra:
Mi madre fue lo que soy.
Yo soy la que tantas son.
Qué triste herencia te doy
Hija de mi corazón.
18 ¿Por qué retornó Unamuno de Mallorca a Salamanca sino porque es un
intelectual, no un inteligente? ¡Suicidarse en una Biblioteca en lugar de renacer en
las selvas y sol de Mallorca! Lo compadezco como él a sí mismo.
EL LIBRO PARA SÍ MISMO
Un joven que lee quisiera que el autor le dijese varias cosas, por ejemplo:
1º Qué piensa el autor de la Vida, mirada desde el punto de vista hedónico o
eudemónico, es decir, del goce y el sufrimiento. Contesto brevemente: que es
indecible lo que se sufre en ella; que no siempre vale la pena de ser vivida y con
mucha frecuencia no es peor ni mejor que no vivir, en fin, que para algunos suele
darse un saldo algo apreciable del placer sobre el dolor en el conjunto de la
existencia, saldo nunca muy considerable y que no dimana del carácter, del talento,
de la salud, de la riqueza, etcétera, sino del hecho accidental de que la vida termine
en momento oportuno, es decir, cuando se ha disfrutado algún período grato de
cierta duración o intensidad y no cuando, habiendo sufrido largos años en alguno
de los períodos malos que se presentan en la existencia a cualquier edad, se muere
en el momento en que el matiz de la vida empezaba a cambiar, pues el dolor es la
semilla del placer y el que ha sufrido mucho tiene asegurado mucho bienestar
futuro, cualquiera que sea su temperamento o circunstancias.
Con todo, algo se puede hacer para mejorar el aspecto eudemónico de la
existencia.
2º Qué piensa el autor de los libros. Que algunos estimulan el esfuerzo y
alientan, otros expresan y suscitan sentimientos, otros aportan información y
aclaran la percepción de las relaciones especulativas o de las prácticas, pero que no
se debe leer sino lo más selecto, aquellas obras en que las mejores cabezas han
enunciado sus mejores ideas en el orden más lógico y con los términos más
adecuados, como dice Emerson; y que el esfuerzo intelectual propio, la meditación
y la observación personal son más fecundos que cualquier lectura, si bien son
difíciles a nuestra pereza. Que lo que dan los libros es muy poco como instrucción
(como placer inmediato es mayor su eficacia) pues es necesario ya haber pensado,
atendido mucho y acumulado abundante experiencia para entender sus frases y el
sentido variable de las mismas palabras comunes que emplean, y comprender sus
orientaciones dominantes. Esto aparte de que la vanidad, la precipitación, la
obcecación no dejan de aparecer en libro alguno.
Quedaremos, pues, en que algún beneficio puede extraerse de lo mejor que
se ha escrito. ¿Qué es lo mejor que se ha escrito? Lo que ha sobrevivido mucho y lo
que es recomendado por diez o veinte de los pensadores más indiscutibles. Goethe
encarece a Shakespeare y a Sterne; Emerson a Platón, a Montaigne y a Goethe;
Schopenhauer a Kant, a Hume; Montaigne a Plutarco, etcétera. La lectura de
Francis Bacon es de las más sustanciales, ricas y penetrantes.
Creo que Schopenhauer aconseja una lectura seguida de toda la obra para
familiarizarse con la terminología o, mejor dicho, el idioma del autor y el sentido
de sus afirmaciones, que no puede dominarse sino cuando se ha leído esa misma
afirmación formulada muchas veces en diferentes momentos del libro. Después
deben realizarse las lecturas lentas y laboriosas en las que no se pasa a un capítulo
sin haber dominado el precedente. Pretender comprender desde el principio es
excesivo e imposible esfuerzo.
3º El joven desearía saber qué piensa el autor sobre cada uno de los libros y
autores que le han parecido extravagantes, caprichosos, absurdos, ininteligibles y
hasta pueriles, aunque famosos.
Hay amor propio, a veces, en reiterar afirmaciones que el mismo autor ya
no encuentra verdaderas, precipitación y despreocupación en otros momentos,
error muchas veces sincero, mentira deliberada y para servir a ciertos propósitos
personales y pasajeros del autor, desequilibrio mental o desfallecimiento
intelectual, otras. Además, ningún gran pensador se abstiene de continuar
escribiendo en la vejez y cuando ha perdido todo vigor real de pensamiento, unas
veces por necesidad de medios de subsistencia, pero casi siempre por excesiva
confianza en sí mismo y por el hábito y placer de escribir y pensar.
Por eso no deben leerse los grandes autores sino los grandes libros, que se
recomiendan, de esos autores. Darwin, es una de las más excelentes lecturas;
Coleridge, de las más sinceras y espontáneas; Spencer de las más imponentes. Se
debe leer a Carlos Marx, como a Maquiavelo, como a Swedenborg, a Voltaire, a
Thoreau, a Büchner, a Bruno, todo lo universalmente celebrado, en los originales y
no en resúmenes hechos por otros, y tomando nota de las afirmaciones e
indicaciones principales. También en el detalle de esas grandes obras se atesora
abundante instrucción.
5º El problema del Dinero, hasta qué punto es útil y necesario, y cómo se le
obtiene, es preocupación grande en los jóvenes intelectuales que se sienten, en esta
materia, casi siempre desvalidos y no comprenden… (falta continuación).
No sé hasta qué punto podrán las presentes líneas servir para otra persona
que el autor; para persuadir a otros preciso es repetir y explicar mucho y yo por
ahora deseo adelantar en Esfuerzo y en Conocimiento, en las dos Metafísicas, o los
dos Imposibles: el Perfecto Esfuerzo y la Perfecta Visión. Tengo que ahorrarme
explanaciones pues ante todo me interesa la solución de los dos que
provisoriamente llamo Imposibles.
Como lo ignoro todo aun no me siento nada benévolo: y mi malhumor se
empeora con el temor o sospecha de que quizá jamás conquiste la Solución, ya
porque haya problemas insolubles o porque yo al menos no lo logre.
Los grandes libros, Kant o Schopenhauer, obras de mil o dos mil páginas,
son repeticiones infinitas de dos o tres afirmaciones y demostraciones, que cabrían
en cinco páginas; ello es indispensable para que el lector domine el vocabulario y
acepciones del autor porque las palabras carecen de toda fijeza de significación; la
palabra sensibilidad tiene mil acepciones aproximadas pero diferentes siempre
según que la emplee Platón, Aristóteles, Leibnitz, Hume, Kant, Schopenhauer,
Herbart, Lotze, Mili, Spencer, Berkeley, etc., etc., y toda la tarea de un libro es
absorbida casi por el trabajo de tasar convencionalmente el sentido de ciertas
palabras, entre autor y lector. Por eso un gran libro es una incesante repetición.
Después de fijadas las acepciones verbales, toda una Metafísica, toda la teoría de
un pensador puede trasmitirse en cinco páginas. Del mismo modo todas las obras
de Chopin, Beethoven o Wagner son la enunciación repetida de ocho o diez ideas
artísticas a lo sumo.
Una conversación que no eludiera las repeticiones y la pobreza de estilo ni
esquivara la confesión de flaquezas, de miserias y de escepticismos de parte del
autor, pero especialmente un libro que tuviera la peculiaridad de ser interminable.
El joven, el hombre que acude a un libro porque sufre y ansia ser alentado, o
instruido en recursos prontos y sencillos para aminorar (no aspiro a curar sino solo
a suavizar y facilitar) males o busca que le sean recordadas o formuladas algunas
ideas e impresiones de la vida apta para robustecerlo en sus decisiones y en su
resignación, el hombre que sufre dispone de muy pocas energías para una lectura
intensa, ordenada y penetrante.
Debe saber el lector que ni Kant, ni Spencer, ni Coleridge, ni persona alguna
han sido individuos en quienes el poder de atención y meditación pudiera
prodigarse. El trabajo miscelánico de la vida real en ellos como en todos deja muy
pocas energías a emplearse en intensos y continuados esfuerzos de atención, y,
además, en ellos como en todos, la vida tiene largos períodos durante los cuales se
sufre por fatiga de existencia, por “vida enferma”, períodos que duran años y en
los que casi se eclipsa el vigor intelectual o el muscular, en el caso de un atleta. Por
eso Napoleón perdió tantas batallas como las ganadas, por eso todos los escritores
geniales tienen tantos capítulos y aun obras sencillamente inservibles (lo que no
parece porque son destruidas u olvidadas) y por ello se observa constantemente
que un Edison o un Mascagni repentinamente se eclipsan y diez o doce años
después vuelven a ocupar la atención universal con nuevos inventos u obras.
Computado, pues, así el término medio de poder atencional de una vida
privilegiada quizá puede asegurarse que nadie es capaz, reuniendo en una cifra
sola todos los minutos e intervalos de atención continua, de más de una hora de
meditación o investigación diaria,
Hay otra figura literaria de la humanidad que parece también un justiciero
genial, además de genio artístico. Es Dante. Pero no me entrego a esta impresión
porque no fío en entender bien escrituras algo antiguas. El valor de las voces y
giros y las acepciones circunstanciales, es de ilusoria interpretación. Me parece
temerario fiar en entender el lenguaje de Hipócrates, Platón, Galeno, Petrarca,
Dante. El hombre varía poco o nada en tres mil años pero las palabras que usó solo
hace trescientos años cambiaron muchísimo de acepción. Se trata de convencernos
de que Anaxágoras o Hipócrates tenían las más infantiles y desatinadas teorías. Yo
creo que Aristóteles y Spencer, si entendiéramos a perfección, como aparecemos
entenderlo, el lenguaje de Aristóteles, nos parecerían contemporáneos. Así pues no
porque el hombre varíe gran cosa sino porque su idiomática varía como su traje y
no como su psicología y biología (casi invariable en tres o cuatro mil años) es
porque creo que sea tiempo perdido (con riesgo de mucho error) leer a Homero, o
a autores que escriben en un idioma en formación como se dice del italiano de
Petrarca y Dante.
El afán de creer en un rápido constante progreso que nace de la vanidad y
anhelo de creer que nosotros, los que vivimos “hoy”, nos hemos distanciado
mucho de los griegos o egipcios, que el Presente es de más calidad que el Pasado,
nos hace caer en el ridículo de traducir con sentido infantil las palabras de un
Pitágoras que se dice entendía que los números regían el cosmos. Probablemente
quiso decir o dijo lo que se dice hoy buenamente que la condición numérica es
universal. Se dice que un niño de escuela hoy sabe más que Anaximandro. Es
tontería. En tiempos de Aristóteles existían rateros especializados como hoy en
apoderarse de los trajes dejados en la ribera por los bañistas, lo que indica un
grado de relajamiento social igual al que hoy conocemos. Debemos figurarnos que
las relaciones de vecindad, una tertulia social, una algarabía demagógica, eran hace
cinco mil años en Babilonia por el estilo de las nuestras. No hay que hacer tanto
ruido con el microscopio, las locomo toras, el fonógrafo. Ellos no revelan
intensificación de la inteligencia sino cambio de gustos, la adoración de las
maquinitas que hoy tenemos con pérdida, en compensación, de otras aptitudes. Yo
creo que un hombre de la naturaleza ve tanto con sus propios ojos como un
hombre de la civilización con su microscopio y telescopio. Para saber si un pescado
está corrompido o un vaso de leche tiene agua añadida, a un hombre de la
naturaleza le basta con mirarlos, a un hombre de la civilización le es menester una
maquinita.
Pero aparte de ello creo que la civilización de Babilonia y la de Buenos Aires
no deben ofrecer perceptible diferencia de grado. Lo prueba el género de hurto
aludido en Aristóteles, tipo bajo de delincuencia, aleve y mísera, indicio de
profunda descomposición, disconformismo social. Todo ello siempre que
traduzcamos e interpretemos exactamente el texto de Aristóteles.
No es que la civilización sea una enfermedad, quizá (Carpenter), aunque no
es un desiderátum quizá, sino que está enferma quizá en ciertos momentos y
naciones. Estos “quizá” son mi confesión de que no estoy seguro de ninguna de las
tres afirmaciones.
SINOPSIS
El contenido de este libro puede concisamente enunciarse así: El pesimismo
y el optimismo son errores. En una primera impresión la vida y el mundo no
ofrecen nada fijo que pueda hacer inherente a la existencia mayor goce que
sufrimiento o viceversa. Las probabilidades, en su vasto número, pueden reputarse
iguales, y la Inteligencia o la acción personal, siendo meros eslabones del
determinismo uni versal, pueden a primera vista considerarse tan despojados de
eficacia causal como otro cualquier hecho o fenómeno de la realidad. Es decir, son
causas eficaces pero también son efectos esclavos.
Con todo la Inteligencia o la Acción pueden posesionarse de “verdades” y
de “cosas”, y entre esas verdades, la observación favorecida por las circunstancias
puede hallar alguna tan útil (es decir cuya aplicación proporcione con poco
esfuerzo mucho beneficio) que tenga la virtud de inclinar la existencia hacia el
bienestar aunque sea de una manera poco considerable.
ADVERTENCIA
Como se ha dicho en general en la Introducción (tomo I), los temas de los
escritos reunidos en este, entre ellos Estado, Libertad, Política, Economía,
interesaron a M. F. a lo largo de toda su vida, ni más ni menos que la Metafísica.
Desde sus artículos iniciales, alrededor de los veinte años, por ejemplo “La
desherencia”, 1897 (tomo I), hasta anotaciones finales, se trasparenta testigo y
teorizador de la realidad social de su tiempo. En cuadernos, libros, cartas,
opiniones periodísticas, conversaciones, aparece el desvelo por el sentido y límites
del Estado. Incluso en páginas netamente humorísticas o literarias no deja de
recordar su fe en la persona o libertad y su recelo de la coacción o reglamentación,
su sospecha del Estado como antilibertad y antipersona. Así, en el brindis
precisamente ¡a Marinetti! exalta la beldad civil o libertad: Individuo Máximo en
Estado (Gobierno) Mínimo, y por el mismo tiempo reitera su convicción en un
editorial de la “Revista Oral” y hasta en la “Carta abierta argentinouruguaya”
donde la fluencia de bromas no le impide testimoniar su antiestatismo: “soy el
único habitante que se ha impuesto la absorbente ocupación de cumplir todas las
leyes dictadas cada semana, lo que me da aire tan triste y desbaratado que
constituyo para los congresales un espectáculo lacerante, irrisorio, un asedio de
remordimientos y malos recuerdos de tanto legislante disparatar” (1925).
Quedaría un novelesco tema investigable: alguna vez se habría propuesto M.
F. influir en la cosa política, impulsar una corriente de opinión y hasta imaginarse
identificable con un Presidente de la República o un mentor presidencial. Sobre
esta ¿jocoseria? aventura presidencialista, aludida alguna vez por Fernández
Latour o Borges, proporcionan cierta información inédita las aludidas cartas a
Marcelo del Mazo y algunos papeles reunidos en esta sección.
Se agrupan aquí escritos, en su gran mayoría inéditos (a menudo
interrumpidos), con ideas politicoeconómicas en distinto estado de desarrollo y
que abarcan unos treinta años (19171945; en general sin fecha aunque no es difícil
inferirla del propio texto). Se los distribuye en tres secciones, conforme a este
criterio: I) primera guerra y posguerra mundial (191720), con prevalencia de
consideración doctrinaria teórica; II) el mismo período y el mismo pensamiento,
pero con alusión visible a una acción política práctica; III) Segunda Guerra
Mundial (19381945).
Pies de página
Uno de los textos reunidos en esta sección lleva un título que explica la intención
general: “Para llegar a un juicio de previsión acerca de la guerra mayor y el estado de cosas
que se seguirá.” A la faz prevalentemente crítica de unos papeles la complementa la
doctrinaria o constructiva, a menudo entremezcladas. De este período solo aparece
publicado un artículo en “Gaceta del Foro”, diario jurídicojudicial.
GUERRA MUNDIAL I
Cuando ya un gran número de nosotros lograba a veces prolongar hasta la
duración de una semana sus lapsos de no visión del cielo y algunos podían contar
con la deliciosa continuidad entre el techo de sus moradas y el de un pasaje
subterráneo a lo largo de la ciudad de modo que la traslación del hogar a la oficina
no imponía la molesta necesidad de una percepción no buscada de la techumbre
celeste.
Cuando ya era justo motivo de rubor encontrarse después de la mayor edad
con el apéndice o con las adenoides, o el cartílago nasal aún no extirpado por un
profesor de ablaciones, un médico de conciencia.
Cuando no había muerte sin nombre y ya no se era ese hombre natural de
tan pocas enfermedades y tan ingenuamente acertado para hallarle remedio.
Cuando se tenía un nombre juiciosísimo para todo malestar y un malestar
diferente para toda función vital puesta en ejercicio, de modo (que) a muy poco
costo toda familia se procu raba por acción del médico la posesión del nombre de
la enfermedad padecida por el deudo con la anticipación precisa para una
inhumación consciente.
Cuando el socialismo reformista gobernaba desde treinta años en algunas
naciones sin que nadie se sintiera perplejo por ver cómo la reforma gobernaba y su
gobierno nada reformaba.
Cuando todo era tan satisfactorio y algún trust del pan ya había actuado
gloriosamente creando en 24 (horas) el hambre para todos igualmente en una
ciudad previa deliberación del directorio.
Se propone y comienza la guerra entre naciones.
Pero, en fin, en vista de la guerra internacional, no ha podido atenderse a
todas las otras y se las suspende hasta momento de menor preocupación en la
frontera.
La balcanización de Europa.
Triunfa el inteligente balean, y Europa adopta su modelo de diversidades
nacionales.
Simulando una discreta sorpresa de que tal ocurra, la humanidad se hace la
guerra.
Si esta gran guerra era indispensable para acabar con la civilización, alabada
sea, pues las hermosuras del mar, del bosque, de la olorosa tierra, esperan
cariñosas, después que desde siglos las abandonamos por esta civilización del
ladrillo, de los purgantes, del mal oliente derecho pleitado a papel y tinta, del do ut
des, del contractualismo miserable, del espantoso “entierro” por la espantosa
“Compañía de pompas fúnebres”.
La luz de los tiempos se está desplegando y soltando: muéstrase ya cuál es el
nuevo trabajo que venía hirviendo en el corazón de la humanidad y que hombres y
gobiernos con toda inconciencia y toda docilidad sirvieron echando al mundo esta
gran guerra sin vislumbre alguno de la íntima entraña de lo que hacían y haciendo
por lo mismo obra perfecta.
El que hoy quiera cosas chicas es hombre muerto.
PARA LLEGAR A UN JUICIO DE PREVISIÓN ACERCA DE LA
GUERRA MAYOR Y EL ESTADO DE COSAS QUE DE ELLA SE
SEGUIRÁ
Iniciada en julio de 1914, hoy, después de una duración de cuatro años y con
participación real del 80% de la Humanidad, la Guerra Mayor está aun en ritmo de
crecimiento. ¿Qué significa este milagro de que una guerra tan vasta, y tan
continuamente intensa, se halla aun en programa de ampliación después de una
persistencia de cuatro años? Que aún hay un margen de decrecimiento para el
debilitado y ya casi extinguido valor del Dinero, del Derecho. Cuando la
Humanidad toda esté en la guerra, el Dinero será un artículo sin vida en el
ambiente internacional; conservando su función en el nacional.
Significo en el concepto Dinero la fuerza de los contratos del capital, del
Derecho, y al utilizar en esta acepción arbitraria la voz Dinero quiero facilitar la
recepción de mi pensamiento, quiero hacer saltar lejos el error que la frase
tradicional “L’argent fait la guerre” ha dejado en las mentes, en cuanto estas
aplican a una guerra universal lo que solo es cierto de una guerra parcial.
Tanto como es valioso el dinero en una guerra de pocas naciones, es sin
valor en una guerra universal, experimento que hace por primera vez hoy la
Humanidad.
Cuanto más extenso se hace el régimen de Guerra tanto menor es el margen
de Comercialidad que queda. A una nación rica en capitales y pobre en hombres y
en preparación bélica le es dado triunfar proveyéndose de material, provisiones y
hasta hombres por medio de su Dinero y así habría podido por ejemplo vencer
Bélgica a Turquía.
Pero cuando la guerra es universal toda nación es respecto de toda otra o
enemiga o aliada (pues no cabe que ocurriera que guerrearan todas las naciones
cada una por su cuenta y con otra solamente: también en este caso no habría casi
con quién comerciar) y no se comercia con el enemigo y tampoco con el aliado
como las diversas sucursales de un trust no hacen verdadero comercio entre ellas
aunque hagan contabilidad de permutas ocasionalmente.
Establezco una verdad general, que a cualquiera se le descubre apenas echa
una mirada al asunto, y que no excluye pequeños comercios entre aliados por
intercambio de aquellos productos de las escasas actividades que en una guerra
firme quedan fuera del orden directo o indirecto de lo bélico.
Es pues urgente que desalojemos de nuestro espíritu la ilusión del Dinero
que hay en el mundo y del Dinero que tenemos nosotros, puede llegar el momento
en que un fusil valga su peso en oro y una esterlina valga su peso en azúcar, y que
un hombre valga y posea lo que él solo, directa y materialmente puede defender y
retener por su inteligencia, valor, fuerza, previsiones, atrincheramiento individual
e implementos mecánicos de destrucción.
NO EXISTE PROBLEMA SOCIALECONÓMICO
Nunca ha podido existir problema económico social, ni lucha o conflicto de
clases espontánea.
Existe universal malestar, creciendo desde más de un siglo y sin novedad
importante en sus características, reproduciéndose como ya muchas veces en la
vida de los pueblos, el que consiste en un conjunto de efectos económicos, sociales
y psicológicos de causa “política”, que reobran entre sí y sobre su propia causa con
variadas alteraciones y extensiones.
La causa política es la inflación estatal.
La lucha de clases existe por artificial y deliberada suscitación originada por
las preconizaciones de inteligencias sobresalientes y originariamente sinceras
(Fourier, Marx, Bakunin, Lasalle, Turati, nuestro Justo, H. George, Engels,
Proudhon, Kropotkin). Es de extraordinaria dificultad discernir si estas
preconizaciones de Error han sido alguna vez necesarias o útiles en sí, o como
“medios”, o como extremos opuestos a otro extremo.
En cambio es cierto que todas son el desarrollo de un solo “error”: el hacer
de un objetivo moral (el altruismo social) un objetivo jurídicopolítico; el de
intentar sustituir una conducta de ejemplo y preconización por una conducta a
“coerción”, sea en la lucha (acción directa material, anarquista), sea en el éxito:
obtenido el poder político legalizar, hacer ley de la doctrina socialista, doctrina de
solidaridad, es decir de caridad, coercitiva.
Es también cierto que toda esta vastísima preconización, incitación, y aun las
violencias, parcialmente, han beneficiado la conciencia moral de la humanidad. Es
también cierto que el noconformismo socialista ha traído empobrecimiento
económico general de diversos modos: 1º por su modo de lucha, la huelga, que es
legítimo y benéfico como actitud individual pero que como acto dirigido y
colectivo está sujeto a menos acierto, por injusta o inoportuna aplicación, que como
iniciativa aislada de cada individuo (el individuo cuida y estudia mejor su propio
interés circunstancial y procediendo así hace bien a todos) y origina, venciendo o
vencida, resultados artificiales trastornadores, precios artificiales del trabajo,
análoga mente a cuando la ley impone tasas obligadas al “interés” o a la
mercadería. Además, aunque esto no debe tomarse en cuenta, la huelga es en sí un
hecho de improducción, lo que cuando se decreta con acierto conduce a más
producción por más justicia (económica, diremos) del precio del trabajo, pero
cuando se decreta sin acierto, si vence, conduce a improducción porque impone
precio injusto al riesgo y renta del capital. El individuo procediendo aislado, sin
agremiación, acierta más y el resultado es económicamente natural.
2º por los triunfos “políticos” parciales obtenidos, que se han traducido en
malas leyes, es decir, en leyes de socialización obligatoria que en estricto análisis
son de “caridad obligatoria”, como las de impuesto progresivo, e impuesto al
mayor valor, de jubilaciones o pensiones obligadas, salarios, precios, horarios
fijados por ley, impuesto único al inmueble, etc., etc., todas antieconómicas por
inicuas o por científicamente falsas.
3º y principal, por haber fomentado la tendencia y marcha hacia la inflación
estatal, la usurpación del Individuo, la traición del Estado a su representado el
Individuo, el inmenso daño económico de la sustitución de lo natural
(psicológicamente, porque el móvil de una actividad por representación, mandato,
delegación, no puede tener la intensidad y lucidez del individual directo) por lo
artificial, del Individuo por el Estado.
Es sorprendente, aunque podía preverse, que el no conformismo socialista
por lo mismo que aspiraba a la legalización de un máximum de coerción
permanente y final, el máximum de Gobierno, ha repugnado a la coerción en los
medios, aparte de que sentía más cercano su triunfo, que podían esperarlo los
anarquistas, desde que de motu propio el Estado seguía marcha de inflación.
El lockout de Barcelona es un hecho memorable, el verdadero comienzo de
una era: paralelo en significación, y su opuesto, al maximalismo ruso. Esa actitud
novísima, que será la pauta de la política del capital en toda nación, ¿por qué
vicisitudes pasará?
¿No presenciaremos la derrota del Capital por dos enemigos curiosamente
unidos: el Trabajo y el Estado? El maximalismo casi puede sustanciarse como eso:
la unión del Trabajo y el Gobierno contra el Capital para suprimir finalmente las
diferencias económicas e intensificar las “políticas” por el absoluto Gobierno y
sumisión de gobernados.
El Capital sería castigado por su propia obra, porque, aunque quizás estoy
juzgando mal, parece que el Capital si no es el autor del gran mal del siglo XIX y
XX: la inflación estatal, se complació en ello, estimándolo de su conveniencia, y
pidió al Estado tantas leyes y favores perniciosos e inicuos como las ha pedido el
político de los obreros.
El obrero debe reflexionar que ha de caberle castigo análogo pues no es solo
el Capital sino el Trabajo que han incitado la inflación estatal que es la ruina de
todos.
El pueblo es un eterno maximalista; lo que no se explica es que el Comercio,
que tanto aprovecha, gusta y comprende de la Libertad, no haya trabajado
seriamente contra el proceso de usurpación que iba arrebatando una a una todas
las iniciativas del Individuo y entregándolas a Parlamentos, Ejecutivos y hasta al
último concejillo municipal.
Si el Gobierno ha de legislarnos el fumar, el beber, el jugar, ¿por qué no
entregarle las tierras, casas y herramientas para que solo él disponga lo que se ha
de hacer con ellas?
Así está entrado ya en el 99% de la humanidad el credo maximalista, que no
tiene más novedad que ser la integración franca de lo que ya estaba casi completo,
el maximalismo “plutocrático”, según calificación usual en parte o en mucho falsa.
Si el ciudadano yanqui consiente que se le legisle el beber, ¿qué tiene que
decir contra el maximalismo?
Pero en el estado apremiante y madurísimo de la presentación maximalista
universal, lo que urge es saber; ¿Es posible evitar el estallido maximalista? ¿Es
ventajoso evitarlo? ¿Es posible, sin el sacudimiento causado por un triunfo
maximalista, hacer comprender al Estado actual que su inflación es la fuente del
mal?
La posibilidad a investigar es la moral, pues la material sería una traición al
pacto de democracia que todos hemos consentido y ostentado. Además, la
resistencia material es imposible y perniciosa.
Otra cosa sería si creyéramos que esa mayoría obra intimidada. La “Liga
Patriótica” está clamando de continuo que se trata de intimidaciones de minorías.
Muy bien: esto implica ratificar el credo democrático: pero puede ser afirmación
partidaria, parcial, o bien puede que mañana no sea exacta: que mañana sea una
efectiva gran mayoría que sin presión actual pida el cambio de arriba abajo, la
entrega al Estado de todas las facultades del individuo.
Es de desesperar que pueda convencerse al Estado de que enquiciándose en
la estricta teoría funcional que la ciencia política le define en la serenidad del
estudio y de las generalizaciones, todo se remedia por sí.
Pero es la doble milicia: el Ejército (incluso Diplomacia) y la Policía (incluso
Justicia Criminal), las dos funciones primarias y quizás únicas genuinas y legítimas
del Estado, la que ha sufrido y sufrirá más en su moral y en sus conveniencias
porque conforme al pronóstico de Spencer cuando el Estado se posesiona de
funciones que no le competen abandona las propias y todos sus favores son para
aquellas.
Cuando se discute el Presupuesto vemos cuan a la ligera se tratan sueldos
militares y policiales (salvo después de los sustos maximalistas) y cuánto se
esmeran por el sueldo y las inmunidades de un Juez de Comercio o Civil
(funciones poco genuinas), el de un jefe de ferrocarriles, aguas corrientes o correos
del Estado (simples industrias, no funciones, totales usurpaciones al libre
comercio).
Un comisario que (en teoría) cuida la tranquilidad de casi una ciudad, de
una parroquia de 80.000 habitantes, con una labor, riesgos y carga de odios
considerable, más la tarea difícil e inteligente de mantener alta la moral y disciplina
de 500 subordinados de todos los temperamentos, tenía o tiene menos de la mitad
del sueldo de un Juez de lo Civil que acompañado de bien rentados auxiliares
(Secretarios, Asesores, Fiscales, Consejo de Educación), tiene la ventaja de poder
favorecer honestamente con designaciones a numerosas personas, sin el cuidado
de la disciplina de un vasto personal ni los enojos y riesgos del trato directo con
una vasta población cosmopolita y resolviendo a menudo con vasta literatura
jurídica la vital cuestión de saber si el pasador de una puerta debe arreglarlo el
propietario o el inquilino, asunto que el Estado se preocupa mucho de que se
defina por un funcionario suyo, pagado por toda la población nacional. A todo esto
es el comisario quien tiene función genuina estatal y el juez o el jefe de aguas
corrientes (o “Ministro” de Aguas Corrientes) quien no la tiene.
Ese Juez, como laudador contractual en una sociedad civil libre, tendría un
oficio de vocación, con el resultado de que él ganaría más en honorarios que con
los favores aun los hoy preferentes del Estado, y sus clientes ganarían más también
en justicia, tiempo y costo, y la moral de aquel se beneficiaría de un ejercicio de
confianza y de elección, propia y ajena, espontáneas.
Alguien se burlará o rebelará contra esta concepción sistemática pero no
estamos teorizando por investigación sino para el tratamiento de una urgencia
universal extraordinaria que no tiene otro que: la verdad funcional del Estado.
El trabajo contra el capital es el trabajo actual contra el trabajo anterior, es el
trabajo actual contra los ahorros de ese trabajo considerados en el futuro (capital),
es el trabajo contra sí, contra su propia finalidad que es el capital. El capital es el
símbolo de la marcha declinante del hombre por la edad con cuyo avance llega a la
improducción sin cesar de ser sujeto consumidor. El capital es tan biológico como
las edades en cada ser vivo.
El Capital es: la infancia, de gran consumo y ninguna producción, la vejez,
de ninguna producción y algún consumo, la enfermedad, improducción y
consumo costoso. Cámbiese, por orden del Estado, naturalmente, la Biología, y la
Economía Política a Propiedad y Renta se irá sola. El capital sin renta es un non
sensu económico y biológico; el salario contra la renta es el salario actual alto y el
ahorro de ese salario sin renta.
El capital sin renta es antibiológico: ahorrar del salario para que después no
rente es como librarse de las sensaciones penosas de una dispepsia sin recobrar la
facultad de digerir, o bien declararse curado a condición de no comer. Estar por el
trabajo y contra el capital es estar por la parte del salario que se consume y en
contra de la que se ahorra: pan hoy y hambre para mañana.
Escrito en la mañana del 20 enero 1920 lo que digo del lockout genial
barcelonés, en “La Razón” de esa tarde leo el título de un telegrama: “Bando del
Gobernador de Barcelona ordenando la vuelta al trabajo.”
¿Hay después de esto alguna esperanza de que sin un estallido maximalista
despierte el Estado y el pueblo de su obcecación de gobernarlo todo y ser
gobernado en todo?
Un patrón, comprador de trabajo (actualmente, pues muy probablemente en
su juventud principió siendo vendedor de su trabajo, como Devoto, Mihanovich,
Barthe, Menéndez, Polledo, Demarchi, 95 en 100 de los ricos actuales) estudia su
capital, renta y riesgos en momento dado, y por razón de los salarios (escasa oferta
de trabajo) o por otra decide suspender su compra de trabajo. Los obreros piden
que el Gobierno fuerce al patrón a reabrir la fábrica, ni más ni menos que si un
almacenero, retirándose un cliente sin comprarle azúcar, llamara al vigilante para
que lo obligue a pagar y llevarse un kilo de azúcar.
Ya está el Inspector Oficial en la Fábrica: los “libros” de comercio se revisan
y dice el Gobierno: los salarios son “justos”, los riesgos y beneficios del capital son
aceptables: ábrase la fábrica.
Ante tales normas tiene que venir progresivamente esto otro: aquel patrón
quiebra luego; el Gobierno estudia y resuelve: si este patrón pagando salarios
justos, con riesgos y beneficios aceptables, como lo he decretado, ha quebrado, es
porque los créditos (alquileres, capital prestado, materia prima) no eran justos:
redúzcanse a un 50% cancelatorio, como se pone precio a la carne.
Los favores injustos que los Gobiernos acuerdan hoy a los obreros pueden
tener mucho de simulación de preferencia por el obrero, pero su sinceridad no es
dudosa en cuanto a la infatuación en que se hallan los Gobiernos de que a ellos les
compete resolverlo todo. El “bando” de referencia, y la prohibición del alcohol en
los Estados Unidos, no dejan esperanza.
Esos favores de hoy al obrero son correlativos de las numerosas injusticias
pedidas y obtenidas antes del Gobierno por los capitalistas, como cuando el Estado
ponía sus gendarmes y soldados en reemplazo de los trabajadores huelguistas, lo
que es tan injusto como justo es que encargue a su milicia salvaguardar al obrero
que esté conforme con el salario que otros rechazan.
Con tanto extravío y nerviosidad en el ambiente general de ideas, la verdad
es que hoy abomina la Humanidad de la simple noción de venta de trabajo,
alquiler del brazo, y que una cosa es la concepción científica del problema y la
solución, bien sencillos, y otra su ejecución paulatina, precedida de intensa
difusión, y exposición de la teoría simple del Estado.
Es esta la relación que está hoy cuestionada, la relación económica, como
hace dos siglos la relación política gobernantegobernado. Entonces esta relación
estaba en revisión en el aspecto “gobierno heredado”. Todo el malestar se
imputaba a ello y toda la solución era gobierno elegido. Gobiernos elegidos son
hoy todos en sustancia y el no conformismo tiene el mismo o mayor volumen con
otra imputación causal.
Cada ley, cada orden nuevo de actividad que asume el Estado, es un nuevo
empobrecimiento del individuo y cada fracción de libertad o iniciativa arrebatada
al individuo, es todo un nuevo capítulo de empobrecimiento nacional.
Como desde hace un siglo se inició inesperadamente un proceso de inflación
de las facultades del Estado, mejor dicho de anemia, decapitación del individuo, la
humanidad debe hallarse más pobre, aun antes de la gran guerra y del conflicto
agudo social, que en 1820. Y hoy más pobre que quizás en ningún tiempo de su
existencia. ¿Qué capital posee hoy la Humanidad? Una migaja debe ser para
1.600.000.000 de humanos. Dado lo que King señala en Estados Unidos (“La
Prensa”, enero 26920) qué será de las naciones “pobres”. Sin querer ser original ni
fantástico creo que hoy en su espantoso empobrecimiento, dislocación pasional
social y tiniebla de ideas, Europa está en el indefinible umbral de un rápido
regreso al medioevo o de un lentísimo esfuerzo de proseguir el ritmo histórico en
que estaba. Ambos procesos serán terriblemente desorganizadores de la salud y
aptitud de felicidad del hombre europeo y es de prudencia y de beneficio
permanente para toda la familia humana que el hombre europeo y el espectáculo
de la Europa se proscriban (por persuasión, no por ley) en América, durante un
período de observación.
El maximalismo ruso, que tiene la posibilidad de tomar la dirección de toda
Europa y Asia quizás, es un simple grado más del maximalismo sindicalista
plutocrático en que ya vivíamos. No se puede ir mucho más allá en la destrucción
de la iniciativa individual del grado a que ya habíamos llegado en Europa (excepto
España en algo) y en América con la danza legislante de sus Parlamentos, Concejos
Municipales, Decretos, Jurisprudencia, Reglamentos. ¿Qué ley, qué resolución, qué
prohibición, pueden imaginar los maximalistas que ya no tengamos? No puede
tener interés el maximalismo en dominar o ser imitado en América, y nosotros no
estamos en aptitud de juzgar si un hecho social tan espontáneo y general en
Europa como el maximalismo es simplemente la mejor inspiración social para una
situación como aquella. Es justo que el maximalismo ruso se exaspere de una
conspiración internacional contra él, como es justo que en América se llegue al
furor contra él si intenta obligarnos en tan distinta situación a asumir sus fórmulas.
Las grandes mentes directoras de Lenin, Trotsky y tantas otras que estarán
surgiendo, por su talento y por la experiencia hecha deben ser más escépticos que
nosotros respecto a la sanidad de una teoría social maximalista. Deben pensar que
es útil ocasionalmente en aquel estado de cosas y que es más útil para ellos y para
todos que América no haga el ensayo.
Con un máximum de legislación en América, sobre todo en Estados Unidos,
tan grande como el de Europa, nosotros no necesitamos el trance maximalista para
emprender la destrucción gradual de la tiranía legislativa y ejecutiva porque no
sufrimos la terrible estrechez económica de allí. Así como no hemos necesitado ni
debido mezclarnos en la guerra, no debemos hacerlo en el maximalismo y seremos
respetados en ambos casos.
LA POSGUERRA Y EL ERROR
El maximalismo –ensueño profundo del Pobre universal, que compone hoy
la casi total humanidad; hay un maximalista en cada pobre y un pobre en cada
hombre del Transvaal al Japón, de Buenos Aires a Nueva York– es el horizonte
inmediato, la batalla de mañana; es todo el sociologismo efectivamente existente en
las conciencias, vaciadas por los hechos de todo marxismo, anarquismo, georgismo
–tres teorismos vacíos ellos mismos– como pronto lo estarán del gremialismo,
cooperativismo, mutualismo, y, los capitalistas, del trustismo, y enamoradas de
una sola cosa: la Tiranía Total (no la tiranía científica limitada en principio a lo
económico que es el socialismo), el Maximalismo, al cual han preparado el terreno
–por lo demás siempre existente– cien años de prédica socialista y contra la cual no
han servido los paralelos cien años de prédica anarquista, preconización útil como
antisocialista pero que se estrella, como la socialista, en la vieja teoría civil liberal,
siempre triunfadora de ambos, aunque a tiempos dañosamente influida y puesta
en alternada perplejidad por ambos.
¿Por qué no lo querrán en algunas partes? ¿Por qué el votante cotidiano que
es el hombre civilizado hoy se suele resistir? Es mucha psicología la que hay que
hacer para entender este remilgo, esta coquetería que el abundoso sufragante
contemporáneo resulta haberse reservado para con el maximalismo.
Me parece que el homo sufragante –créanme que no sé latín– no está seguro,
como sería su obligación y capacidad innata, de su infalibilidad, en este caso. Es un
desdoro este minuto de vacilación. Lo votamos o no lo votamos, es lo único que
debe permitirse preguntarse, ya se trate de un hecho astronómico o del
maximalismo. Un ateniense ya habría votado antes o después que Sócrates y
estaría ahora en su domicilio con el recibo de alquiler en una mano y en la otra, y
en los ojos, el boletín de cómputo del sufragio en desarrollo en la plaza.
El maximalismo no se irá sin batalla, decisiva y próxima. Viene a litigio para
sustituir al maximalismo “plutoobrerista” que llevábamos puesto sin sentirlo, sin
incomodarnos desde unos cien años, desde que se inició el ritmo de depresión del
liberalismo, justamente cuando nacía Spencer magnífico doctor de libertad, y
Stuart Mili, su igual en esto.
Para la libertad, para el liberalismo, para el fecundo Individuo, la infecunda
autoridad, ejercida por Ricos, o inicialmente, nunca durablemente, por Pobres;
ejercida por elección o por herencia; colegiada o unipersonal; ejercida como quiera,
más allá de su genuino motivo de existencia: Guerra y Policía, supresión de la
fuerza de agresión externa y del uso de fuerza por el individuo en el seno nacional
– es el mal.
Ambos maximalismos tienen una víctima común: el Individuo, la Libertad.
Extraño error de las plutocracias o de los Sindicatos –difícil de decir cuál de
los dos gobiernan más desde hace un siglo y cuál tiene menos culpa en la
inmolación de la Libertad– extraño error de estos dos términos del economismo
que debieran, por ser exclusivamente grupos económicos, poseer el sentido
axiomático que tiene siempre de la libertad la Economía Política, y el Comercio,
este en que vienen cayendo de la inflación gubernativa.
Difícil es dar explicación no superficial de este ritmo que fue para Spencer
tan inopinado e irritante y cuya cronología (no me atrevo a exponerla como
causalismo por insuficiencia de juicio) sería: 1º Esterilidad del suelo de Europa
para su acrecida población y consiguiente tendencia a la guerra y a reexaminar el
fundamento de la Propiedad; 2º En vista de la guerra, robustecimiento del poder
del Estado, aumento de ciertas actividades de “improducción inmediata”,
militarismo, burocracia, política profesional, periodismo patriotero e instrucción
pública patriotera ocupando el lugar de la información y enseñanza útil inmediata,
y consiguiente empobrecimiento inmediato de todos: 3º) Por el estado de guerra
tan extenso y prolongado mayor empobrecimiento y en fin empobrecimiento por el
empobrecimiento o sea por la discordia social, confusión de ideas y desaliento que
de la pobreza derivan hasta el punto de que hoy con 4 años de guerra y 2 de
discusión y porfía social somos en verdad pobres todos en la humanidad, aunque,
engañados por la abundancia fiduciaria y prolongándose esta condición de cosas,
como es probable, un año más, tendremos una Humanidad sin capital o poco
menos.
Por ello aumentados los Pobres aumenta su poder inmediato y tenemos el
maximalismo, la destrucción del Individuo a pedido de los Pobres.
Persistiendo múltiples situaciones de guerra nacional, otras de guerra civil
(Irlanda, China, Rusia), se añade ahora la guerra social, y un número quizá mayor
de actividades están todavía en la Destrucción y en la Improducción, pasando en
parte de la improducción de la guerra a la improducción de la Policía, de soldados
a gendarmes con igual improducción y destrucción y mayor desgaste moral.
No es Improducción una guerra justa –sea de defensa o de agresión, pues la
agresión puede ser justa y económica como cuando un grupo ficticio político
llamándose nación se atribuye cualquier latifundio internacional de medio
continente fundándose en algún leguleyismo histórico, sobre todo si lo cierra a la
vida comercial y acceso de toda la humanidad en el terreno civil–. Pero como la
fuerza no es educativa, la agresión justa predispone a usar la injusticia. En buena
moral todo hombre y toda nación tiene el derecho a hacer el bien al prójimo aun
por la fuerza si no fuera que la fuerza que la benevolencia mueve destruye a su
propio motor y lo suplanta pronto por la malevolencia.
La guerra justa es un trabajo económico: no crea valores, salva los existentes
que es lo mismo, pero siempre la sigue empobrecimiento momentáneo, pues
múltiples actividades de producción pasan a la acción de defensa de lo producido,
Para el país que guerrea con justicia debe seguirse una mejora moral, pues la
guerra es la más extensa e intensa de las cooperaciones y la cooperación es siempre
educativa aunque a veces se erre en su uso; y la concordia social es una de las
valiosas “causas” económicas, pues vemos la miseria general que viene creciendo
con la inarmonía social, producida esta a mi parecer por el exceso de gobierno o
más directamente dicho por la reducción del campo de libertad, de iniciativa
individual.
El Estado debe ser meramente el mínimo renunciado de libertad, porque el
mayor bien económico y psicológico es la libertad, o porque el bien por coerción
casi nunca compensa la degradación psicológica que la coerción inflige a la
persona coercida y a la coerciente, la que se traduce en degradación de la persona
económica de ambos, del hombre como creador de valores.
El Estado, como el Individuo, tiene derecho a todo para el bien, pero la
coerción rara vez tiene por fruto el bien. Toda coerción material o moral puede
usarse legítimamente por el individuo sobre el individuo y sobre la mayoría, y por
esta sobre el individuo si conduce al mayor bien de los más…
La “fuerza” (coerción) social se pone en uso en dos modos: por iniciativa
original del Estado –cuya única razón de existencia es ser el órgano único de la
fuerza colectiva– y para fines que solo el Estado escogita, y por iniciativa del
individuo y en ejecución de decisión de juez obtenida por ese individuo.
La fuerza de motu propio estatal tiene dos aplicaciones: una que nace de la
existencia de otros Estados (iniciar o repeler una agresión, impedir tal o cual
inmigración o importación, contratar una alianza o un empréstito), otra interna;
penar delitos.
Prestar fuerza a las sentencias es el otro modo de uso de la fuerza social.
El Estado es el depositarioadministrador de la fuerza social. Su causa de
existencia es la conveniencia de que todo uso individual de fuerza sobre el hombre
o su propiedad desaparezca.
Para el Derecho la mayoría es el otro individuo, y por tanto el otro egoísmo
sin más freno que un juicio de utilidad; la mayoría emplea contra el individuo la
fuerza; el individuo emplea contra la sociedad la convicción, la ciencia del
Derecho; esta convicción no es de moralidad, pues la fuerza colectiva no es sensible
a la moralidad como no lo es la corriente de un río o el huracán, sino de utilidad
para la mayoría. El Derecho es el individuo que frente a una fuerza amoral, pero
inteligente no opone fuerza ni sentimiento: demuestra a la fuerza colectiva que tal
o cual coerción que esta hubiera de ejercer sobre él es de inmediato o a la larga un
mal negocio para ella misma.
La ciencia de la utilidad y nocividad para los más del ejercicio de fuerza por
los más sobre el individuo, es la ciencia natural utilitaria del Derecho, la única
esperanza del individuo. Es, pues, la ciencia de la Libertad.
La Ciencia del Derecho no persigue que la sociedad no haga lo que quiera,
sino que no quiera lo que no le conviene. La ciencia del Derecho no nombra el
individuo cuando parlamenta con la sociedad: no irrita a la fiera ociosamente, le
reseña lo que más le conviene y la sociedad, ese eterno enfermo de fuerza, sigue
dócilmente la fórmula científica, el tratamiento: la sociedad se somete dócilmente a
su conveniencia.
El Derecho no es la ciencia de lo justo y de lo injusto (que es la Moral) sino
de la utilidad para los más de lo justo y de lo injusto. Es antijurídico todo acto del
más fuerte sobre el débil que no conviene al más fuerte: y estos actos son de dos
clases: las acciones u omisiones de la sociedad movidas por sentimiento de
compasión hacia el individuo y dañosos para la mayoría; los actos u omisiones…
(Interrumpido.)
La misma magnífica Inglaterra se desentiende de la Libertad: y el absurdo
del “bastarse a sí mismo”, de producir todo cada país como si la guerra y el
bloqueo hubieran de ser la única faz futura de la convivencia internacional, entra
en Inglaterra con aduanas y protección, derechos prohibitivos. (Esta palabra nos
recuerda también que el prohibicionismo asesta último agravio a la libertad en las
supuestas liberales democracias, muy inferiores en libertad a la que goza el
habitante de España. El hecho de ser el alcohol el único prohibido lo hace
doblemente ridículo, antieconómico e injusto.) De modo que el principio tan
gritado durante siglos de la división del trabajo, cuyas virtudes hallo dudosas, se
abandona en su mejor aspecto: la división de la “producción” internacional. Todo
lo que tiene de destructor para la psicología y belleza física del hombre la división
del trabajo –que facilita arraigo al despotismo, pues trueca en máquina al 95% de la
humanidad– tiene de económico y de pacifista la división de la producción entre
las naciones según diferentes facilidades geográficas, étnicas, etcétera.
Ya cuando promediaba la proeza máxima de la humanidad blanca que los
Estados Unidos, con acertada o errónea interpretación de su destino, prolongaron
y luego terminaron cambiando la suerte ya definida, alzando el dado ya posado y
volviéndolo de cara, quitando dos veces la victoria: primero a Alemania, que no la
debía a los Estados Unidos, y luego, por el absurdo (bien calculado) del armisticio,
a los Aliados, que se la debían; ya a mitad del duelo, en la hora final de la
excitación e inicial de la depresión, la conciencia general batida confusamente por
restos de excitación y primeros caimientos, enferma de esta mixtura, fue cayendo a
errores, y el primero fue el anticatólico y antiuniversal error del bastarse a sí
mismo económicamente. La gran Inglaterra bloqueada, aturdida por una condición
que era su terror histórico, el único pensamiento de siglos que hacía palidecer su
bella arrogancia, empezó a conversar para sí, dentro de la gran psiquis inglesa,
estas palabras de “error”: “Bastarse a sí misma”, negación de la unidad de la tierra,
de su diversidad dentro de esa unidad, de la división del trabajo internacional.
No son los rusos, los españoles, los italianos (ácratas) los que han inventado
ni comprenderán la libertad: son los ingleses que la han construido con finas,
múltiples invenciones sucesivas durante trescientos años de instrumentos legales
de libertad. (Lo que se entiende menos es que los españoles, la gente más libre del
Estado que hubo nunca, sea la más quejosa de él: gustan tan poco de lo de ellos
que porque la libertad es muy española la aborrecen en nombre de la libertad y
han conseguido así una líber triste frente a la enérgica y esperanzada inglesa; pero
son los españoles de ahora no los que conquistaron en semanas un continente que
ha prosperado más en cuatro siglos que (…) o Australia en manos de los ingleses
en doble tiempo; otra contradicción).
La guerra que preparó Inglaterra contra Alemania por el probado método de
la “impreparedness for war”, ha maleado gravemente la fe general en la libertad
bajo cuyo régimen Inglaterra tuvo el máximum de concentración y desigualdad
individual de la riqueza con el mínimum de disconformidad de los desheredados.
Y ahora la posguerra crea una economía política de preguerra, porque el
empobrecedor dogma de “bastarse a sí misma” cada nación que todos persiguen
(…) solo se justifica y es útil a una nación si se siente en inminencia de la guerra:
sacrificar las ventajas de que cada nación (según) clima, hábitos y circunstancias
trabaje lo que puede dar más barato a los demás, y eluda trabajar lo que exige
mayor esfuerzo y rinde menor calidad o cantidad, es preparar un período de
acentuación de la permanente pobreza de la humanidad.
EL DISCONFORMISMO QUE HAY
Y EL QUE DEBIERA HABER
Creo que no será muy falible la síntesis que voy a intentar del compuesto
mental que totaliza el disconformismo del obrero de hoy, incluso el comerciante
ínfimo, los pobres (obreros no agremia dos y poco persistentes), empleados
oficiales y privados inferiores, soldados y policías en gran parte, cleros, políticos
menudos; y la enorme población mundial que vive fuera de la ley, excluyendo el
criminal demente o sanguinario o muy abyecto, en suma, casi toda la humanidad,
el 95% de cualquier nación europea y quizá de los Estados Unidos o de la
Argentina el 90% ya.
El revolucionario (es ese 90%) quiere su bien, pero pide su mal: su egoísmo
es sano como el del capitalista, su pensar está enfermo, como lo está para colmo del
caos el de algunos capitalistas, jefes de Estado, jefes de Iglesia; el clero, en la
Argentina, reunido en congreso social, ha usado ya el término: “explotación”.
Combatiremos la explotación que haga el capitalista del obrero. Nada dice del caso
de explotación del obrero agremiado sobre el capitalista aislado. Por tanto no
admite posible esa explotación, y el clero, pastor de hermandad humana, no
acudirá a defender a ese capitalista hermano.
1º Basamento del disconformismo universal es la idea deslumbradora que
expresan estas palabras: “La humanidad es riquísima; el total del capital
acumulado es un inmenso tesoro”.
Piénsese qué magnitud de error y qué magnitud de adherentes a ese error e
imagínese qué puede contener la ola.
2º Todo el fenomenismo económico no debe ser natural sino oficial, estatal
coercitivo, y si el desiderátum de producción máxima y justicia de su distribución
exige que el Estado gobierne no solo la producción y propiedad sino el
matrimonio, la conducta, los placeres, vicios y pensamientos del particular; el
Estado, que “sabe” más que el individuo, todo lo “puede” reglar.
¡Es el maximalismo! Sí, todo el maximalismo, es decir solo un 50% más que
el maximalismo que ya soportábamos, pues la humanidad estaba ahogada en
legislación y decretos antes que se supiera de Lenin y Trotsky, en tanto que el
inflacionismo estatal, creciendo desde hace cien años, usurpando la libertad de
conducta y contrato del Individuo, es una aberración indisculpable, que viene
acumulando una obra nefanda de empobrecimiento psicológico del Individuo y
económico de la Sociedad.
3º Cree además el obrero: que el patrón trabaja menos que él, y que el capital
rinde un 50% anual, si no mucho más, y solo debiera rendir por trabajo del patrón,
riesgos e intereses un 12% anual, quizás. Ese 38% de injusticia económica debiera ir
totalmente al productor, que es él, el obrero. Y esta rectificación distributiva debe
imponerla el Estado por leyes y funcionarios, es decir, por coerción.
Y solo cabe decir tanto, en referencias al Individuo ideal; porque el real, el
98% de las poblaciones está por el Estado y contra el individuo. El Estado y los
individuos están de consuno contra el Individuo (es decir contra las pocas
personas que llámense Spencer, St. Mili, J. Mili, Ricardo, A. Smith, Turgot) bajo el
curioso sentimiento de la capacidad natural para nada de los hombres y la
capacidad adquirida para todo del funcionario, que por nombramiento de ayer
pasó de las filas de los egoístas, perezosos e ignorantes por naturaleza, a la de los
altruistas, diligentes y sabios por nombramiento, de pacientes de coerción a
agentes de coerción.
Tan adormecidas están las conciencias que las voces de estudiosos que se
han oído ahora (E. Ramos Mejía, E. Lobos, Baker, Warburg) no revelan sentir
disconformismo alguno con el maximalismo actual y ya viejo del Estado y solo
tienen preocupación para ese poco más de maximalismo que es el Maximalismo.
El Individuo, por ejemplo Beethoven, por ejemplo Herbert Spencer, ¿tiene en
verdad un interés en este pleito de capitalistas y gre mios tan maximalistas unos
como otros? El espesor de una “Colección de Códigos, Leyes, y Decretos”, de
cualquier nación “civilizada”, ocupa más espacio que la caja de caudales de estos
altísimos enriquecedores de la humanidad. La suerte que les ha cabido en el
presente régimen significa que el Individuo no tiene por qué aceptar el llamado de
aliado que le hiciera el Capitalismo para este duelo.
¿La sociedad, la convivencia, la coerciovivencia actual es digna de defensa?
Sí, contra uno y otro maximalismo. La actual coerciovivencia es indigna de
vivir.
(Gaceta del Foro, marzo 7 y abril 61920)
EL BUEN DISCONFORMISMO
Dijimos que el error genérico que alimenta la vasta ilusión de los obreros es
la convicción hecha, la certeza de que la humanidad es rica. Sabido que esta
creencia existe en casi toda persona, no hay más que un paso más que dar para
certificarse que el 95% de la humanidad habrá de venir a ser maximalista
socialistaanarquista. Junto estos conceptos tan distintos porque hoy no tienen
acepción distinta tales rótulos. Sobre todo y desgraciadamente no ha quedado, si
alguna vez lo hubo, un solo anarquista respirando sobre la faz de la tierra para
esperanza de todos.
Si la humanidad es rica, es decir si el sobrante de su producción sobre su
consumo es considerable no puede ser sino por ser inherente al Trabajo (muscular,
intelectual, mecánico) gran productividad, por el milagro de que nuestra fisiología
sea máquina privilegiada, diferentísima de toda especie animal, cuyos capitales no
constan en Boletín alguno, de producción fácil y consumo módico. No teniendo
estudios en Economía, me atrevo a asegurar que no se encontrará un solo técnico
de esta ciencia que crea rica a la humanidad, que crea posible distribuyendo per
capita todo el capital creado o apropiado, en todas sus posibles formas, entre los
1.700 millones de humanos, asignar a cada uno la posesión de un valor económico
de 40 pesos oro argentinos. Es el costo de un traje con ropa interior, sombrero y
calzado, la defensa y solo por seis meses contra la sola sensación del frío, entre las
muchas que tiene el hombre; es lo que tiene todo cordero a los tres años de nacer
en capital (¿natural o creado?) en lana para la misma defensa, aproximadamente.
Con cifras semejantes, con la extraordinaria productividad y poco costo que
se atribuye a las máquinas; con el misterioso potencial económico que se atribuye a
la Inteligencia (invención, ideas, planes de organización) y, en fin, con la
inclinación a ostentar la riqueza poseída, o con su intensiva concentración –si existe
esta concentración anunciada por Marx– en pocas manos que la hace más visible,
es justificado el arraigo de la ilusión del pueblo.
A ella le opongo los siguientes desengaños:
La humanidad es necesariamente muy pobre porque considerando solo un
período histórico y civilizado casi, de 3000 años desde Pericles, cuando la
humanidad bullía de comercio, con los griegos, fenicios, egipcios, etc. (hablo sin
esmerarme en exactitudes) más o menos como hoy, y atribuyéndole un promedio
de población de 1.000.000.000 de personas, debiéramos hallarnos ahogados en
riquezas si el término medio de sus individuos repetidos en cien generaciones
hubiera realizado una producción solo un 10% mayor que su consumo.
De otro modo diríamos que si, como lo cree el obrero, el capital en
explotación devengara un 50% anual de productividad, del que, supone el obrero,
solo un 20% va a salarios, riesgos, desgaste, etc., y un 30% es líquida utilidad
patronal, ese capital industrial se doblaría cada 3 años y en un par de siglos nos
ahogaríamos en capital. Y si así fuera, ¿cómo se concebiría que existen inmóviles en
los Bancos y se ofrezca al 5% anual todo el dinero que se quiera en locación?
Por otra parte, el supuesto de la pobreza connatural a la humanidad, y solo
remediable por el progreso del individualismo económicopolítico, tiene
confirmación deductiva en la verdad compleja siguiente.
El crecimiento en variedad por asunción de funciones espúreas, aunque se
hace acompañar siempre de decrecimiento de intensidad en las funciones genuinas
(Spencer), otro mal en sí, arrastra aumento del quantum total estatal que es el mal
genérico.
El grado de civilización, de ennoblecimiento de la humana convivencia se
muestra en su mínimum de Coerción, es decir, de Estado, Gobierno, Mayoría, y
camina hacia la perfección cuando la variedad espúrea va siendo sustituida por la
intensidad en función genuina. De esta situación mejorada la sociedad retoma su
marcha hacia la absoluta nocoerción, muy remota aún.
Es ya casi una perfección que el Estado se defina por la coerción “militar” y
la “policial” sin otra alguna función y muy cerca de ella se hallaban las sociedades
que se distinguen por su sentimiento individualista, como la española y la inglesa,
cuando se inició hace medio siglo el raro ritmo coercionista, reglamentista, del cual
el maximalismo es el clímax, que provocó la soberbia indignación de Spencer. La
sociedad a mínimum de Individuo es el maximalismo, que como plan de
convivencia de lo superorgánico sería la abolición de la Humanidad; esta
degradaría a un tipo quizá hasta infrahumano, meramente zoológico, de
agolpamiento, desterrando el concepto noble de “sociedad”, aun el de convivencia.
Solo quedaría una coerciovivencia indigna de vivir.
Pero los grandes grupos nacionales actuales como el inglés, el argentino, el
norteamericano, han revelado tal progreso de su adhesión a la convivencia a
máximum de Individuo –salvo momentáneos compromisos con el delirio
legislante universal– como para esperar que la humanidad en general nunca
estuvo más lejos de renunciar a la libertad y no lardará después de hacer frente
mental y materialmente al maximalismo, en retomar su camino hacia la Libertad,
que es lo único que hace histórica e historiable a la humanidad.
El proceso hacia la Nocoerción es la sola Historia; la especie humana la sola
con historia es Humanidad porque es sociedad en cuanto sus miembros se unen y
obligan para un máximum creciente de cooperación asegurada por un mínimum
decreciente de coerción, hasta la supresión de esta mácula de la humana sociedad.
Por otra, la confusión de ideas e inestabilidad y exacerbación sentimental del
presente deben circunscribir nuestra preocupación a alcanzar este ideal provisorio:
ya que la coerción, el Estado, continúa siendo útil, démonos satisfechos con que se
aplique solo a aquello en que es útil: a saber, la actividad militar nacional (Ejército
y Diplomacia Militar –Alianzas–) y la policial (supresión del uso individual de
fuerza) incluso Justicia del Delito y de los estados de Posesión.
Preguntémonos en qué casos y materias le es definitivamente útil o más útil
que costo y perjudicial a la mayoría usar de fuerza contra el individuo y minoría.
Preguntémonos también si alguna vez y cuándo le es definitivamente útil al
individuo pedir prestación de fuerza social ejecutiva por sentencia contra otro
individuo.
En un seno social cualquiera hay infinitos derechos no accionados, contratos
y documentos incumplidos, vencidos y líquidos, cuyos titulares optan por no
traducir en fuerza, así como hay infinidad de coerciones materiales y morales que
se ejercen sin derecho y no llegan a los jueces de los Delitos. En el hogar, en la
escuela, en la calle, talleres, gremios, cuarteles, infinitas presiones y coerciones se
desarrollan a diario, algunas mucho más crueles que las que motivan ostentosas
sentencias penales.
Probablemente, cuanto más inteligente es un pueblo más son los derechos
que no se accionan.
La Libertad (causa causada como todas) ha causado mejor acompañando el
enriquecimiento colectivo de Inglaterra y ha hecho olvidar el daño moral y
material de la desigualdad económica.
Gobierno fuerte (es decir sin minucias de trámite, control y distribución de
responsabilidades) y mínimo sin prédicas, intromisiones, fomentos y
contrariaciones de lo que hace y gusta el individuo; un momento de nuevo arreglo
del capital natural y después de eso nada más que impedir la fuerza individual en
el seno social, y la agresión externa, o sea Policía, Justicia del Delito y Fuerzas
Armadas. Más funciones y facultades en el Poder Público son infantiles y
empobrecedoras en el estado actual de la civilización.
La Ley, la coerción estatal no ha tenido nunca la eficiencia y emoción de la
espontaneidad de un millonario yanqui que suprime la herencia y aun la
propiedad dando sus bienes, y no solo a sus vecinos y compatriotas sino a
cualquier población de la tierra; en cambio el Estado, como las Religiones, crean
instituciones de beneficencia parasitarias, adulteradas, costosas y egoístas. Así el
comunismo si es fecundo, no empobrecedor, vendrá por la espontaneidad, no por
la Ley.
(ADVERTENCIA)
En este capítulo se agrupan páginas sueltas que parecen referirse a una (ya aludida)
posible acción de tipo político, a la que, acaso, al menos como consejero o teórico, no sería
totalmente ajeno el propio autor. Este designio abarcaría dos fases, acaso simultáneas o
acaso la segunda resultado de la transformación de la primera: acción pública discreta pero
concreta para influir sobre la opinión; y acción novelesca, o sea expresión literaria de un
propósito político, transfiriéndose quizás a la literatura la eficacia de la acción.
De las páginas reunidas, “Ante la nueva Presidencia” parecería las frases iniciales
de una declaración o manifiesto, y “Dijo el Presidente que”, un pasaje de aquella supuesta
novela, corroborado quizá por la palabra Capítulo que aparece en el manuscrito en la parte
superior. El resto se percibe fácilmente que son exámenes de la actualidad política y
económica, nacional y mundial y critica de lo que se supone correcta teoría del Estado. El
trasfondo de posi ciones politicoeconómicas es semejante al del capítulo precedente
doctrinario y corresponde a la misma época, pero la exposición va más a un supuesto
público o a dirigentes de opinión.
La unidad y continuidad del pensamiento individualista o antiestatista de M.F. es
evidente a través de unos sesenta años. También es verdad que una vez escribió: “Es posible
que en orden a lo sociológico me encuentre equivocado, es decir, que mi casi completa
incredulidad en los beneficios y necesidad del Estado sea inadecuada a la faz social de la
psicología del hombre”. 20 (Revista Oral.)
Pies de página
20 Testimonio de E. Fernández Latour: “Tenía horror del gigantismo y del
detallismo estatales y de la legislación progresivamente allanadora de los derechos
del individuo. Era frecuente su protesta contra el ‘reglaméntenlo legal’, así lo
llamaba, que le parecía excesivo ya en esa época (la de Marcelo de Alvear, sin
embargo, que nos deparó el gobierno casi ideal del liberalismo) Deseo ferviente de
Macedonio era, en efecto, el de un valiente Congreso que, desafiando tendencias
que ya entonces buscaban, desde puntos de vista diametralmente opuestos, el
predominio del Estado, fuera capaz de dictar una ley derogante de centenares de
leves que le parecían otras tantas trabas al bien del individuo (único transitable,
pues el otro, el social, concebíalo como mera resultante o añadidura).” (“Un
episodio epistolar entre Juan B. Justo y Macedonio Fernández”.)
POLÍTICA
Política es dos cosas: actividades para el apoderamiento personal del poder
social llamado público (es decir coercitivo), y modo y fines en el uso del poder
público una vez conquistado.
El mayor bien, moral y material, del mayor número, el bien más extenso y
duradero es el fin teórico y bueno del Gobierno; y en esencia ha sido efectivamente
siempre, en la práctica, en la historia, la aspiración íntima de todos los gobiernos y
gobernantes ya fuera su técnica de uso del poder la deliberación y el control de un
Mitre o Washington o la tiranía de un Napoleón o Rosas, Urquiza, igualmente
capaces y bien animados unos y otros. La técnica de adquisición del poder público
es quizá de moralidad indiferente ya se use el procedimiento de la deliberación y el
“programa”, ya el personal y de logia o camaradería, pero parece deber primar la
apreciación de lo personal pues es por el instrumento de personas que los
programas se cumplen o no se cumplen. La técnica de “programas” y la de
“personas” son, igualmente, anchas al principio y angostas al final: ya se prometan
realizaciones de ideas, ya cargos y colaboración en el gobierno, siempre el
ofrecimiento es exagerado y el cumplimiento menor. Por esto parecería el mejor
tipo de gobernante el del hombre sobresaliente buscado para gobernar sin haber
hecho profesión de la política; pienso al contrario que esos hombres no sirven: el
político de toda la vida es el mejor gobernante: una larga vida en vasta comunión
con una vasta multitud de hombres es la que sirve para conocer y querer el mayor
bien del mayor número.
El mayor y más duradero bien del mayor número puede ser realizado mejor
en ciertos asuntos por la libertad o individualismo o iniciativa individual que por
la coerción o gobierno. El desiderátum parece ser sustraer cada día una mayor
región de las acciones humanas a la coercióngobierno, y quizá sea preferible un
mínimum de gobierno tiránico a un máximum de gobierno deliberativo.
La actual guerra será pronto un Pasado de 4 años de más influencia que un
Pasado de 100: nacida entre naciones más o menos liberales o demócratas fue
conducida por gobiernos en tiranía y quizá termine por naciones en anarquía. De
modo que al mal de destrucción e improducción de la guerra se acumularán los de
destrucción e improducción de un estado de anarquía, y estas dos etapas
acumuladas de mal tendrán que ser seguidas y reparadas por un estado humano
de máximum de trabajo, de productividad del trabajo y mínimum de ocio,
improducción, error y destrucción; la tiranía es el máximum de eficiencia con
mínimum de desperdicio en deliberaciones, control y publicidad y debe suponerse
que será característica de la política y el gobierno inmediatos a la Guerra y al caos
social (mal llamado anarquía: esta es un ideal). La Guerra y el caos social llevarán a
la humanidad a un máximum de pobreza y será función de las múltiples tiranías
gobiernos de las naciones un máximum de organización de la producción, de
eliminación del ocio, de las ocupaciones de improducción (burocratismo, comercio,
profesionalismo, política, deliberaciones, voto, periodismo, etc., en sus fuertes
porcentajes de exceso).
1º Por efecto de dos sucesivas decepciones políticas del pueblo: socialismo y
radicalismo, debido a la conducta personal de sus jefes en el éxito, conduciéndose
como plutócratas aquellos en sus placeres (temporadas balnearias en Mar del Plata
de Bunge, Bravo, Ibarlucea) y en su espíritu mercantil (viñedos, estancias,
rascacielos) y evidenciando estos grandes apetitos, desaforadas rencillas infantiles
y grandiosas frases insufribles, la indiferencia y repulsión por la política es la regla
en el 95% de los sufragantes del país. Pero, en el pueblo, sufragantes y abstenidos,
se ha pasado de aquella decepción a una inmensa nueva esperanza: el
maximalismo, contra el cual sería imposible luchar si no fuera fácil la demostración
(que nadie intenta científica y fríamente) de su inconsistencia económico
psicológica.
2º Hoy, en 1920, el 95% de los votantes del país no tienen convicción ni
compromiso; aunque algunos lo tuvieran, faltándoles convicción están dispuestos
a hacer poco caso de compromiso. Quieren “éxito” seguro del partido, a falta de
grandeza de móviles del mismo. Además, el voto secreto permite hoy no incurrir
en riesgo alguno (de pérdida de empleo o ulterior imposibilidad de empleos) a una
persona que se afilie secretamente a un grupo que le convenza del éxito,
continuando ostensiblemente como adherente de los actuales partidos. Esta doblez
es la regla pues nadie por ello se siente inmoral, debido a que nada le presentan de
moral que merezca lealtad. Es como la promesa hecha por un bandolero que os
secuestra. Tenemos pues: que 200.000 votantes están sin compromisos y que una
afiliación secreta nada les hace perder.
3o Por grande que sea la terquedad de muchos maximalistas (por envidia,
venganza o indignación mal fundada) de desear la revolución maximalista sabiendo
que su éxito durará poco y que a todos incluso ellos dañará económicamente (aparte de
los sinceros que creen que el maximalismo es doctrina sólida y benéfica), sabiendo
que los perjudicará siempre preferirán que la revolución, o cambio no violento, sea
de efecto durable y de beneficio para todos.
ANTE LA NUEVA PRESIDENCIA
A Todos
No pidáis que las cosas sean baratas. Si queréis comprenderme pensad que
en un artículo hecho, una mesa, hay: trabajo del que hizo la materia prima:
plantación y corte del árbol; trabajo del que la transportó; trabajo del que hizo el
mueble; trabajo del comerciante al menudeo que la lleva a su negocio, la expone,
cuida y hace limpiar cada día, y trabajo del carrero que la llevó a la casa del cliente
que la compró. Pedir que una mesa sea barata es pedir la reducción de los jornales
de cinco o seis clases de trabajadores. La mesa que habéis comprado es una rama
de un árbol, de un pino que estaba en las selvas de Misiones. Allí os darían una
gran rama por cinco centavos, y aquí es una mesa que vale $ 20, es decir 400 veces
más. El corte, transporte, cuidado y manufactura de esa madera son $ 19,95, la
madera $ 0,05.
Diréis que podrían ser baratas las cosas sin reducir los jornales reduciendo la
ganancia del capitalista. Creéis verdaderamente que el mueblero que vende una
mesa hecha con una rama traída desde Misiones gana mucho vendiéndola en $ 20,
pagando $ 400 de alquiler, 600 de empleados, patentes, impuestos, luz, avisos, 200
de intereses decapital, y seguro de incendios. Si se supone que el comerciante
compró la mesa en $ 15 y la vende en $ 20, comprando al por mayor y pagando
interés podemos suponer que gana $ 4, lo que es más de lo normal. Si renunciara a
un peso de esta ganancia, es decir si renunciara a la cuarta parte, al 25% de su
ganancia, lo que es mucho renunciar…
(El obrero cree que el patrón) tiene derecho a un salario menor pero además
a un premio de riesgos, más un interés para su capital, aproximadamente, un 10%
anual por prima e interés. Cree, además, sinceramente, que el trabajo del patrón es
de muy superior calidad al suyo, aunque aparente negarlo. Por mi parte creo que
no hay tal diferencia de calidad sino que el patrón trabaja más.
Si se le señala que el industrial tiene todo el capital que quiere en hipoteca al
6% anual, y sería inconcebible que existieran capitales abundantes al 6% anual al
lado de capitales al 50% anual (bajo las insignificantes deducciones de una prima
de riesgo y un salario de patrón inferior al de obrero) ya se confunde y apartará el
tema insinuando que hay muchos gustos diferentes entre los hombres capitalistas.
¿Por qué no habrá entre esos gustos el de ser muchos patrones generosos
con los obreros, si otros muchos avaros y crueles?
No hay para qué seguir. El obrero es inocente: ha aportado más de 150 años
de oratoria y folletos de mentira económica, y a nadie se le ha ocurrido que
enseñarle la verdad económica, como se enseña la regla de compañía, o el lenguaje
algebraico a niños de diez años en un mes de verdadera instrucción, es el antídoto
de aquello, en lugar de soñar con vastas represiones sistemáticas, o
entretenimientos legalizados del Estado en cuanta diferencia surja por salarios y
horarios o, en fin, en encerrar a todos los obreros de un país en infinitos cuarteles
de trabajo a son de mando.
La verdad sencilla es:
Que el Individuo inviste de autoridad al Estado para que este lo sirva, y no
es el Estado quien concede la libertad al individuo para ser servido por él.
Que entre las invenciones del Individuo para el mejor servicio del individuo
está además del Estado, la propiedad y la herencia, que no son concepciones
artificiosas del Estado preocupado de hacer de providencia de las masas ignaras,
sino laboriosas e inteligentísimas concepciones del fecundo y enérgico individuo
que compone las masas ignaras y que inventa lo mejor, lo que no se le había
ocurrido a ningún jurista de gabinete, porque el individuo inventa lo que siente
que le hace falta día por día, sea la tenaza o los interdictos o la letra de cambio.
Noción profundamente desviada es la difundida por la predicación solidarista,
mayorista o socialista de que el Estado hace concesiones de “libertades” al individuo,
y los mismos capitalistas han llegado a creer que si al Estado se le ocurre que el
comunismo… (falta continuación).
—El patrónobreroasalariado sería el ideal.
(Con la) prohibición de trusts y libertad de huelgas y gremios o viceversa…
¿quedaba alguna libertad en el país del extraordinario Franklin?
Para hacer una frase hoy que tanto “bien positivo” hacen las frases,
especialmente las de Wilson, Churchill, Clemenceau, Lloyd George, frases que de
por sí abaratan el pan y acrecen la libertad, podemos decir que no quedaba más
libertad que la de prohibir, reservada a competencia por parlamentos y cuerpos
municipales.
La novela de la Libertad ha terminado con un fin bien tristón y no se llama
El alcalde de Zalamea ni lleva la firma de Felipe II el inaguantable tirano según los
aguantadores lectores de cuanto se escribe en francés, y admiradores delectables
de cuanto se decreta en el último concejillo municipal yanqui, poniendo tamaño a
los pantalones y precio al azúcar y al salario.
Votar es ciertamente acto de libertad, como contratar, pero siempre que no
haya una Constitución para limitar lo que el Estado puede hacer por orden del
votante o un Código Civil plagado de prohibiciones e interpretaciones forzadas de
lo que se puede contratar. Es útil obligarse a lo que se contrata o a lo que decreta
una mayoría votada, pero siempre que se deje al individuo contratar todo cuanto
quiera contratar y siempre que las mayorías o los gobiernos no provean y
dispongan sino acerca de materia o interés que solo por mayoría o gobierno pueda
regirse bien, que individualmente o por contrato no pueda regirse mejor, materias
muy limitadas, como digo.
Puede creerse que un grupo selecto humano encargaría a alguno de ellos
que les prescribiera vacunas, abstención de cocaína, instrucción obligatoria, no
hacer apuestas, no escribir ni leer libros licenciosos, no matarse sino por el Estado,
no negociar entre ellos sin consultar el precio del trabajo o de las cosas al Gobierno,
no usar los servicios de gente no diplomada por el Estado, no trabajar los
domingos, ni después de las 7 de la tarde, no divorciarse y volver a casarse, no
casarse sino con intervención del Estado, no vagar o trabajar, no pelear entre ellos
con mutuo consentimiento, etcétera.
—Las carreras de caballos en la República Argentina.
1º Constituyen como fenómeno total (pecuniario, social, actividades externas
e internas de estudio, labores, experimentación biológica hípica, psicología
colectiva de la opinión y el error) el hecho de mayor volumen nacional. Las tres
pasiones de los argentinos son: el hogar, los negocios y el juego de carreras.
2º Las carreras en la Argentina comportan un movimiento total directo e
indirecto de dinero de 300.000.000 m/n anual, igual a un tercio del promedio anual
de la exportación total argentina.
3º La pasión de los argentinos por las carreras los mantiene en el desprecio
por la política, con lo que certifican su buen gusto.
DIJO EL PRESIDENTE
Dijo el Presidente que:
Esto explica por qué el Presidente había dicho que estando sin dinero y no
teniendo vocación, gusto para el ejercicio de la abogacía, quería ser Presidente “por
ganarse la vida” porque no le costaría más trabajo hacerse Presidente
desarrollando una actividad que le era grata, que atender seriamente su Estudio un
año, con violencia de sus gustos. Y si se le preguntaba qué haría como Presidente
diría que aunque Milton nunca dijo para qué quería Luzbel el Cielo es seguro que
era para hacer felices a sus amigos, trabajar reunido con ellos y procurar dar a la
vida de todos mayor gracia; mayor inspiración, soltura; disminuir –por la sola
acción del ejemplo y de la libertad– la sofocante manía pecuniarista, la manía
reglamentista de los Gobiernos y Congresos,
3º El único fin del Estado es defender a la colectividad de la fuerza exterior y
al individuo de la fuerza del individuo. Fuera de esto, la Nación, el Estado, la
Mayoría de la Población, no tienen derecho a mezclarse en lo que hace el
individuo. El precio del trabajo, el de la mercadería, el libre comercio y
exportación, los horarios de negocio, trabajo y diversión, el libre uso del dinero en
negocios, en juego, en placeres, la conducta, la higiene, la instrucción del
individuo, no son asuntos en que deba mezclarse el Estado y cuanto más
interviene en ellos más mal se hacen las cosas.
Ejército y Policía, con normas elevadas e interviniendo en lo que realmente
les compete, son los verdaderos fines del Estado. No debe emplearse al Ejército en
las cuestiones obreras e internas, ni el Estado debe prohibir ninguna clase de
propagandas aunque sean contra el Estado mismo. La libre emisión de ideas por
desatinadas y perversas que parezcan es el mejor camino para que prevalezcan las
mejores ideas. La asociación de gremios y de capitales debe ser libre y el Estado no
debe sustituir nunca a los obreros en huelga. Debe garantizar de agresión y
asegurar que nadie sea privado de trabajar o no trabajar según se le antoje. El
Estado no debe tener industrias, ni vender mercaderías, ni prohibir tales o cuales
contratos.
Se fija la mayor edad en los 20 años: la conscripción, el voto y el desempeño
de cualquier cargo público se rigen por esta edad, y los padres pueden habilitar
para todo acto civil o comercial a algún hijo por simple escrito o por testamento
desde los 18 años.
LA VERDAD SOCIALJURÍDICA
O llamémosle Gobierno. Un Gobierno debe asumir tanto menos funciones –
pero ejercerlas con igual firmeza o fuerza– cuanto más culta es una comunidad: la
inteligencia y la benevolencia genérica son lo que llamo cultura. La República
Argentina está, con otras nacionalidades, en el más alto grado de cultura que se
descubre hoy en la escena política universal. Debe pues tener gobierno mínimo,
pero siempre fuerte. Llamo fuerte no al severo sino al expedito, libre de trámites, es
decir libre de prolijas consultas con la población que lo ha elegido; pero no secreto,
sustraído a la publicidad ni exento de Responsabilidad. No una responsabilidad
pormenorizada, de rendir cuentas cada noche, sino de conjunto y al fin de período.
Un Gobierno que reparte cartas, compra y vende azúcar o harina, inventa
Loterías, va a misa en un país donde casi ningún ciudadano lo hace, conmuta
penas, autoriza rifas y hasta se ocupa de postergarlas, persigue al ciudadano que
juega, bebe o toma cocaína; presta dinero hasta en prendas; contrata músicos,
tenores o escultores o peritos en la fabricación de lacticinios extranjeros, no es
Elegante, además de ser costosísimo y terriblemente estorbador, petulante,
hinchado y más molesto que los mosquitos. Un Gobierno así es una vasta y necia
draga de empobrecimiento de la comunidad. Y no hace lo que le toca hacer.
¿No sería el primer paso lúcido, en la actual oscuridad de interpretación y de
rumbo no solo en los pueblos sino en sus asesores más especializados y dignos de
confianza, reconsiderar la inflación jurídicoeconómica de las funciones del Estado
que viene creciendo, en un retroceso histórico inexplicable, en todas las naciones a
partir del período de esplendor político –y en todos los órdenes– de la Inglaterra
de Spencer y Mili en el siglo XIX, en que ratificando el pensamiento inglés histórico
infundieron en el pensamiento universal que la esperanza y altura política de la
civilización habrá de ocurrir en una progresiva reducción de las injerencias del
Estado? ¿No es el Estado y su vocación, la vocación profesional de político, más
probablemente que el Capitalismo (pues hasta los “trusts” se alían y entienden
pacíficamente, cortésmente, mientras sus respectivos Estados se entienden cada
vez menos), la que causa no solo el empobrecimiento y discordias por guerras sino
el empobrecimiento de la mala paz, por profusión de actividades de simulación, de
improducción y de destrucción de verdades y de cosas, de adulteración?
Soy antiestatal: toda civilización verdaderamente avanzada en lo sincero es
verdaderamente antiestatal. Pero el Estado tiene que existir con plenitud en cierto
momento en que se dicte: 1º El Estatuto del Capital Natural; 2º El Estatuto de la
Fraternidad Internacional únicamente consistente en el libre comercio, apropiación
e ingreso de personas y capital extranjero, que es lo único que da derecho a una
nación para ser respetada internacionalmente en su soberanía.
La propiedad de los capitales naturales y de lo que se haya obtenido por
medio de permuta de los capitales de trabajo (productos) es un acomodo útil, no
un dogma ni una moral: es simplemente más útil que perjudicial y mientras así
resulte, en la medida de propiedad ilimitada y eterna actual, o en alguna más
restringida, es ininteligente protestar de ella, como sería ininteligente protestar de
su supresión o modificación si en circunstancias generales nuevas muy
improbables la comunidad fuera más útil que la apropiación individual del capital
natural.
Aún más: mientras sea útil la propiedad en general nadie debe avergonzarse
de ser propietario, aunque la haya obtenido por la fuerza o por la suerte
(defendida con fuerza), siempre que el desapoderado de ella no la explotara o el
que se la arrebate la trabaje más. Es este el único interés de la sociedad y el interés
de la sociedad es el derecho porque el derecho es la fuerza y la sociedad es la
fuerza. Tratar de justificar a las Mayorías con argumentos jurídicomorales como si
las mayorías no fueran la fuerza y el derecho, como si las mayorías fueran
minorías, es contemplar la posibilidad de que alguna vez las mayorías sean al
mismo tiempo minorías.
Lo que el individuo debe (por la fuerza) a la sociedad es trabajar. Digo mal:
producir. Y no se pregunte el individuo si este es un deber moral o no moral. La
moral no es nada: mientras él se pregunte si hay moral o no hay moral vendrá el
agente de la sociedad a hacerlo trabajar. Si se deja que algunos no trabajen y que
muchos más no hagan cosas útiles, productos u obras de carácter (educación), de
ciencia, de arte, es porque no se puede atender a todo y porque mucha vigilancia,
control, es también mucha actividad improductiva. Por eso se tolera la suerte, lo
aleatorio, la herencia no calificada por el trabajo, la ociosidad. Si el lector duda,
pregúntese qué le pasaría si a bordo de un buque inundado se negase a trabajar en
las bom bas. Entonces vería lo que es la mayoría y la sociedad, el derecho: fuerza y
nada más.
El individuo haga de sí y lo suyo lo que quiera, y nada de los demás sino por
convención libre entre mayores de edad.
La Libertad es la Beldad Civil, el aire civil del mundo. Pero no existe sino
meramente jurídica, no humana, económica, si previamente no se fija la Regla de la
Riqueza Natural: que es de todos y no es comerciable. El Estado, hecha esta regla,
no debe entrometerse en nada sino en la Seguridad Externa, y, en lo Individual:
que no haya coerción alguna sino la del Estado, y esto solo para evitar coerción
individual sobre personas y cosas y coerción exterior. Fuerte (sin discusión externa
al personal gubernativo, aunque con opinión libre de todos) pero Mínima en
asuntos, su única misión es hacer lo que el Individuo no puede: Guerra, Tratados,
Policía, Justicia Penal. Tiene el monopolio de la coerción: es un Prestador de
Fuerza.
¿Persuasión o Fuerza? En vez de declarar la guerra (por ejemplo Alemania a
Polonia), ¿no hubiera sido mejor una propaganda incesante que obligara a los
gobiernos? ¿Pero si por otra parte es una fatalidad que toda paz caiga en la
banalidad y el empobrecimiento interno por la banalidad?
Yo propongo hacer rica a toda la humanidad al mismo tiempo que declaro
que la humanidad tiene la mitad de la disponibilidad de Riqueza que puede tener
y le sobra la mitad de riquezas y de actividades que hoy tiene o despliega.
Niego en Fisiología y Psicología la diferencia entre vicio y necesidad, y en
Economía Política, paralelamente, la diferencia de jerarquía y mérito entre
necesidad y lujo. No son las cosas de “vicio”, de “lujo” y de perjuicio (armas,
venenos, por ejemplo) las que están de más, sino las actividades invertidas en
simulación de trabajo, trabajo no útil y trabajo de destrucción, o sea ociosidad (que
es lo menos, si es que existe salvo obligada), simulación, trabajo de improducción y
trabajo de destrucción, fundamentalmente la Mentira (política, moral, profesional,
periodística, libresca). La mitad de las Actividades de la humanidad es trabajo
destructivo, inútil o simulado; el simularlo es un trabajo y muy estúpido.
Ninguna población nacional necesita trabajar más; basta para una vida
llevadera que todo el trabajo sea de producción y se renuncie a trabajar en
Destrucción, Improducción, Simulación trabajosa de Trabajo y Adulteración
material, intelectual, espiritual. Un quinto de todas las actividades de una
población civilizada es solo útil: cuatro quintos son nocivos o inútiles.
Las guerras prueban que la Humanidad vive con cualquier cosa, con mucho
menos de ese 1/5 con que vive en la Paz tan pobre como en la Guerra y más
depresora de la Persona, de la Sentimentalidad.
La palabra Proletariado hace creer en un mundo de productores; no se ve
que más trabaja y produce la familia del proletario que este, a quien la familia
allana todo para que él no tenga nada que hacer sino sus 8 horas. Y así todavía los
dos trabajos útiles sumados no hacen casi 1/5 del total de Actividades Útiles,
Inútiles y Dañosas de una población. El trabajador es un consumidor de trabajo
ajeno, que paga, y de trabajo de su familia que está pago en su jornal.
La lucha por Precios, o comercio, que absorbe tantas actividades que nada
producen, es enteramente ajena al interés de una nación; que un comerciante gane
lo que otro pierde es cero para el país y el trabajo útil del que ganó y el que perdió
no representa ni un par de botines. Esta lucha es otro de los grandes renglones de
desperdicio de trabajo no productor. (Hay que contar no solo el trabajo que el
comerciante pudo hacer de producción sino el que consume en idas y venidas,
propaganda, etc.)
¿Y si estuviéramos ante una Opción por veinte años de Soluciones Militares
en todo el mundo? 21
Pues dijo el joven:
Por cierto yo prefiero un año de vida en el Emden, en el Scheer y aun en los
barcos que los persiguieron, que muchos años de esta Mala Paz que llaman
bendita, hecha casi toda de mentir hartante en el libro, la cátedra, el comité, el
periodismo, el financismo, el funcionarismo, haciendo el mal a ciegas, forzados
unos por otros, sin maldad, por fatalismo de engranaje y deseando todos una Ley,
un Poder que los salve de hacer lo que saben malo y estéril y les brinde la
posibilidad de hacer placenteramente solo bien y verdad.
Volver de los barcos o las trincheras a la dulce Paz, es decir a los treinta años
de taller o fábrica o minas al fin de los cuales 95 obreros en 100 no tienen una
modesta casa propia. Y todo esto no por fatalidad del economismo natural, por
fatalidad de nuestro natural biológico en relación con el natural físico terráqueo,
sino porque la Civilización mala sin maldad impele, lleva a 4 personas de cada 5 a
ocuparse en simular enseñar, simular estudiar, simular hacer, simular verdad de
conducta o conocimientos, crear estorbos, trámites, solemnidades no serias,
diplomas, privilegios; destruir conocimientos, adulterar cosas, rivalizar por precios
y no por producción, des pojarse unos a otros de Posiciones o bienes; ingerencias
destructivas o ignorantes de la calamidad gubernamental en los precios,
condiciones de trabajo, horarios, pensiones forzosas, materiales, fabricación,
comercialización, salud individual, instrucción, limitaciones o fomentos de
producción…
Pies de página
21 Otra redacción:
¿Y si estuviéramos nosotros los “banalistas” de América ante una opción europea
y asiática por Veinte Años de decisiones militares? Qué dijo el joven:
Ciertamente un año de vida de Capitán del Emden o de Almirante von Scheer, y
aun de los marinos ingleses que los desafiaron, vale por 30 años de electoralistas de
Washington, o de trapisondas financistas, del Exchange o de Wall Street, o de
falsete periodístico redentor, o de conferencismo y autorismo sin mensaje. Pero por
lo menos si no tenemos Entusiasmos no los finjamos. Que empiece médicamente
nuestra Virtud por no finginos. Tenemos conocimiento de que solo el Entusiasmo
vale, pero no tenemos aun entusiasmo.
GUERRA MUNDIAL II
I. – ¿Debe tomar partido el escritor americano y, particularmente, argentino,
frente al caos europeo? ¿Debe limitarse a ser espectador en presencia del
confusionismo dirigido que está ganando terreno entre nosotros? ¿Qué actitud le
dicta su sentimiento de responsabilidad ante la conciencia pública?
III. – ¿Qué consecuencias tendrá el conflicto europeo en la vida cultural de
nuestro continente?
CONTESTACIÓN DE MACEDONIO FERNÁNDEZ
Sí: este trance abrumador de Europa interesa y obliga a todos. Pero:
No tenemos ni un dato auténtico de lo que ocurre en la presente guerra, ni
de sus preliminares; los corresponsales, que constituyen la única “Corporación del
Público de Accidentes” que consigue llegar antes del accidentado al lugar del
suceso, nos han tomado a todos los humanos como una plebe ingurgitadora de
ilustres tragaderas.
Nadie, ni de los actores ni del público universal, sabe si esta guerra es un
accidente involuntario del estado típico del armamentismo, en que hay constante
riesgo de ataque, por dudas, temor al ataque del otro; o si es una guerra de
envidias y ambiciones de grupos gobernantes estilo “motín sudamericano” con
que tanto nos avergonzaba Europa; o si es realmente una gran guerra: sea una
opción bélica consciente por fracaso de la paz de esterilidad, trivialidad e interno
aventajarse, explotarse unos a otros, una guerra preparatoria de un ambiente en
que pueda plantearse una verdadera paz interior, una convivencia rectificada, y
aun una definitiva paz universal; o trátese del empuje de una ideología del aleas de
la fuerza que quiere desalojar a otro aleas también, el de la propiedad romana que
rige hoy, y que es aleas porque sus vaivenes no guardan ninguna relación con la
productividad noble de las personas que logran acapararla; o sea que se trate de
una sustitución de imperios, que es fatal al instinto de crecimiento, pero un duelo
estéril, empobrecedor y entristecedor para toda la humanidad.
No es imposible que esta guerra sea la última, si dura mucho; si poco, toda
la humanidad quedará sumida en temor e incertidumbre: se abandonará todo y
dos o tres años después tendremos la verdadera, y quizás última, opción bélica
universal.
Aun sin la ayuda de los maestros corresponsales, los pueblos nada saben.
Pero los gobiernos quizá tampoco, de esta guerra ¡cómo podemos tener opinión
nosotros los americanos!
MI FOLLETO 22
Se va a temer que en este libro haya tomado la palabra uno de los tres
hombres comunes: el afectado mental. Y bien, yo estoy tan sincero en mi pensar e
intenciones que acepto la clasificación que de mis ideas deduzcan algunos.” 23
Un golpe histórico notable de América sería la disolución de las fronteras –
no como divisiones políticoadministrativas– en la forma de ciudadanía americana,
con derecho internacional público y privado uniforme y en lo posible uniformación
del derecho de fondo (civil, comercial, penal). Es decir libre ciudadanía para todas
las naciones latinas (tanto mejor si Estados Unidos diera el ejemplo); supresión de
las aduanas y de toda forma de lucha económica.
Si a los 500 años de descubierta América se hubieran suprimido todas esas
instituciones inútiles, parece que el resultado de despojar a las fronteras de todo su
atavismo de limitación, odio, rivalidad (política, económica, racial) para
convertirlas en delimitaciones de circunscripciones administrativas y procesales,
cada una con su resplandor histórico y cultural, valdría un esfuerzo superador y
significaría la posibilidad de dar intensidad y hondura a la vida personal, el
desterramiento de la banalidad. Y que fuera Argentina, país que ya en antiguos
tratados tendió a la uniformación jurídica y al reconocimiento de la validez de
actos y procedimientos extranjeros, el que diera el ejemplo de abrir espiritualmente
sus fronteras.
El espectáculo interior de vivir en un paisaje de comunidad adicionaría una
reacción más a la entonación personal de la vida de cada nacional; por tanto
enriquecería su conciencia. En cuanto a una animación en nuestra convivencia, se
debe comprender que si se quiere tomar un arranque hay que salirse de las series
internas y buscar estímulos y manantiales externos; por ejemplo se debería
encontrar la fórmula de que toda la población visitara anualmente la Cordillera de
los Andes, el Lago Nahuel Huapi, las cataratas del Iguazú y la selva misionera,
etc., junto a la supresión de las ocasiones depresivas, como las temporadas líricas
oficiales, los diplomas, muchas de las formas de la exhibición personal vana,
muchos de los aspectos de la crónica social (que es el lujo del lujo y merece doble
impuesto: a la fiesta y a su crónica), el exceso de literatura inferior, del
sensacionalismo periodístico en falsete sentimental, de la actitud y el tono de
recitación. Difusión del espectáculo de la infancia en todos los momentos de la
vida; navegación de mares y ríos como oportunidad de espectáculo de
contemplación de la vida animal entregada a sí misma libremente, etc. Con
revolver la psique no puede salirse de su estado de languidez o banalidad; hay que
forzar actos y multiplicar percepciones; aumentar las oportunidades de lo útil y
disminuir las oportunidades de los lucros (por diferencia de precio); hacer mucho y
negociar poco, mínimo de Estado y de “fiestas hechas”, máximo de Individuo y de
hogar; etc. (La supresión de la herencia cambiaría mucho en la entonación de una
convivencia humana).
En nuestro país –como en casi todos– no hay ningún fanatismo, pero se
simulan varias docenas. Yo quisiera que hubiera uno, pero uno solo: El Fanatismo
de la Abundancia, de la sana y duradera prosperidad, no de la Prosperity de
especulaciones y financismos.
Yo he leído hace muchos años que había un teórico e industrial efectivo,
Solvay me parece, 24 belga, que sostenía que es poco importante la distribución
aleatoria de la riqueza y todo importante el máximo de productividad útil por
habitante. Y después he leído algo de Tecnocracia del norteamericano Howard. Yo
vengo a ser uno que llega a tiempo pero tercero, porque el tren de la Prosperidad
se ha demorado en partir. Hay por tanto que empezar prestamente a no llegar más
tarde. Propongo pues la siguiente fórmula de la convivencia económica humana:
Hay que desistir en gran parte del urbanismo y de la división del trabajo,
dos fetichismos de la civilización álgida, y tomar por base estas reglas de la
convivencia:
2) Y para obtener esto, el único camino es que no exista ninguna persona que
solo viva para el jornal, es decir para vender trabajo por dinero y comprar
mercaderías con el dinero. El 50% de todo el consumo de un obrero y su familia
debe ser de producción directa y para esto cada hogar debe tener un área de
terreno cultivable.
Para cumplir cabalmente este arreglo socialeconómico vengo proponiendo
desde muchos años la CiudadCampo. Esta ciudad a su vez convendría que se
constituyese de dos o tres calles tendidas a lo largo de ribera marítima, fluvial o
lacustre, o en torno de bosques o de amplias praderas, demarcando también zonas
para trabajos extensivos y para aldeas de fábricas. Lo más importante a lograr con
esta ciudadcampo es sin duda la prolongada vida de hogar.
La desaparición de las grandes ciudades contribuiría más que toda otra cosa
a enrarecer las guerras. Y la abundancia de productos sería tal que nadie se
preocuparía de quejarse de diferencias de riqueza; aunque se produjeran, porque
soy partidario de la absoluta libertad de comercio que no sea del capital natural,
que debe estar fuera del comercio. Los hombres que allegan grandes riquezas son
generalmente bondadosos, generosos, pero muy injustos en sus dadivosidades:
quisieran el bien pero no saben o les fatiga cumplirlo; con la desaparición del 50%
del concepto y la inapropiación del capital natural los desniveles de fortuna
individual serían insignificantes. Y en cuanto a la herencia, además de que es una
institución apenas existente pues casi el 90% de las herencias moderadas y
pequeñas desaparecen en la manipulación de su transmisión e imposición y antes
de la trasmisión en la conspiración 25 sobre la voluntad del causante, la única
duradera es la del haber tenido el cariño y el trato constante con los progenitores,
como este trato y cariño es también la única instrucción y educación efectiva. Los
príncipes de la riqueza que llenan bulliciosos las ciudades son brillantes,
espléndidos, muy interesantes, pero una ciudadcampo de 5 a 10 millones de
hogares es mucho más interesante.
Dirán ustedes: ¿Y una casita para el Superior Gobierno no habrá? Si es por
casitas, van a sobrar, pero, ¿qué hará un Gobierno en una ciudadcampo?
Y aquí concluye este por ahora extracto de mi próximo libro agradeciendo
por anticipado todo género de adhesiones y objeciones y no sin reservarle a
Eduardo Keller Sarmiento el diploma de primer vecino de la CiudadCampo. Lo
primero un artista.
En las ciudades, y la civilización en general, todo sirve o se sirve con muerte;
hasta al hablar por teléfono el teléfono puede matarnos; al abrir una radio para oír
música la corriente eléctrica suele matar.
Adelantaremos un nuevo esquema de las incitaciones reales y fantásticas del
tema de la CiudadCampo, para que unos ya se den a soñarlo y otros nos ayuden
con sugestiones, propaganda y cualquier ímpetu de concurso. Los “Papeles de
Buenos Aires” –haciendo propia la idea del Pensador Poco que ya brindó el tema
(aunque no podemos creer hayáis leído y menos recordéis números anteriores)–
empezarán a dar los primeros pasos para la realidad adorable y futura de esa
ciudad.
Esta anticipación hacia la perspectiva de una suprema belleza civil como
sería el entrañable inmenso conjunto de una ciudad de 2.000.000 de chacras, en
propiedad, trabajadas familiarmente, y varios miles de fábricas en torno a las
cuales se agruparían los que las trabajaran, extendiéndose desde las márgenes del
Plata hasta las faldas de la cordillera, o, quizá más hermosamente, tendiéndose en
una o dos líneas de edificación en las riberas del lago Nahuel Huapi, se lanza pues
desde ahora para que tenga ya el efecto moral de dar ánimos y brío para renunciar
a la insipidez del vivir juntando pesos, puestos, votos, estatuas o premios.
Todos los inventos y aptitudes son de ventaja circunstancial, no esencial: el
caballo se necesitó para tirar del auto empantanado y el pintor para cuando se ha
descompuesto la códac de colores: los dos percances son frecuentes y las aptitudes
y seres anticuados siguen de uso frecuente. Quizás ha habido algo de preventivo
en la existencia de los caballos; estuvieron preexistentes por siglos en preparación
de la primera descompostura de auto (o carencia de nafta), o sea, del primer auto,
que la descompostura hace auténtico. 26
Pensador Poco tratará en próximo número un temita como este: “Ya tengo mi
hectárea en ‘Beldad Civil’, la primera ciudadcampo.” Ensayo desde ahora la editación de
un sumario de mi estudio: Ya tengo mi hectárea en CiudadCampo. El acta de nacimiento
económico. Cómo contener la vulgar y abundante furia de Mandar y la ídem ídem furia de
Apropiación. ¿Cuál es mi hectárea de reciénnacido?, reclama el reciénnacido. Su fecha de
nacimiento, estado, nombre de los padres, en su casa lo saben. Lo que no saben es cuál es su
hectárea innata. Madres y padres, cómo os han puesto las patrias guerreras. La revolución
de los padres.
Porque la Entonación es todo en lo social y en lo individual, y no hay ningún
arreglo económico, jurídico, social, que dure un día y sirva para algo, sin
Entonación. Hemos tenido épocas en que camarillas de engreídos gobernaban cada
rincón de lo social y no había más ley que ellos, aunque la organización política
argentina era perfecta.
Yo no soy partidista de nada y por eso veo el bien y los defectos de todas las
actuaciones y partidismos y solo veo lo cierto en las fulguraciones y trasparencias
de la Fuerza del Carácter operando en la Vocación de lo social. No perderé la
oportunidad aquí de hacer esta frase: todo en la historia es el Carácter; las teorías
no mueven ni rinden. Repetiré que hemos tenido en nuestro pasado no lejano
épocas en que brillaba externamente la perfección de la Forma Jurídica del Estado
y no se hacían sino iniquidades; media docena de camarillas combinaba y lograba
la supresión de todo el Derecho. También veo lo que no había visto: un Ministro
del Entusiasmo y un héroe del Voto Libre.
Apenas creo en la fecundidad y beneficio esencial que pueden esperarse de
acciones gubernísticas en el modo político y aun en el económico, si no fueran de
extrema simplicidad, de un mínimo de órdenes y prohibiciones. Apenas creo, si
creo algo, en las ventajas de las ciudades, pero creo que todo espectáculo de fervor
social, acertado o equivocado pero intenso, auténtico, es un bien, una riqueza
social, moral, que cubre todos sus inconvenientes.
¿Qué ha quedado de tanto reformador, gran mariscal, fundador religioso o
social o del arte de curar? Destrozos y todo olvidado, o bastardeado. Invitemos a
avecindarse en la primera ciudadcampo al Ministro de Política Económica. Yo ya
tengo mi hectárea en ella.
El que no es sensible al plan de una cordial y bella CiudadCampoPatria, es
un pobre de espíritu, un pobre diablo sin rumbo.
La CiudadCampo de Dos Millones de Granjas y cien mil Fábricas no es
Consuiatable, destruible ni sitiable.
Concluye con las Guerras, reduce las Patrias a lo que deben ser: una
fraternidad o nada; reduce el comercio –que hoy es necesario pero que nada
produce– a una mitad de lo que hoy es; reduce el profesionalismo diplomado, la
instrucción Pública; las intromisiones del Estado; el periodismo de propaganda e
imposición de opiniones todas egoístas; la Terapéutica bullanguera y teatral; el
Cinematógrafo y los Espectáculos “hechos”, sin la colaboración de todos; los
aspectos, negocio y propaganda del profesionalismo político, religioso, proselitista;
todas las sensualidades y exhibiciones personales en un 90 por ciento.
Con todo lo cual aparecerá una humanidad toda de ricos. 27
Pies de página
23 Otra redacción, en página independiente: En una humanidad en 1 en 3,
una psiquiatría de 1 en 2; pero no nos hagamos misteriosos: lo que quiero decir es:
la estadística de verdad nos dice que dadas 3 personas hay 1 afectada mental, pero
entre los psiquiatras la proporción es mayor: hay 1 en cada 2 personas. Con razón
se explica por qué aspiran al Gobierno del Mundo. Pero el demencial común y el
con diploma de psiquiatra me parecen para este Folleto buenos clientes, de todos
modos. Yo no tengo la culpa de tener un tío con sobrino tonto, pero que a ratos es
de gran ingenio. Dolorido de haber perdido la gran ocasión de un folleto y hasta de
un discurso a la llegada de Cristóbal Colón, aproveché la primera oportunidad que
se me presentó en 1914 de incurrir en la misma perdida de la buena ocasión.
Efectivamente, combiné el folleto pero ya llegaba tarde y lo reservé para la
publicidad póstuma.
25 Como se oye, no me aflige el cionismo.
26 Al par de esta rehabilitación del caballo frente al auto –que recuerda la de
Arthur Clarke en “Los secretos del futuro”– también como Pensador Poco en
“Papeles de Buenos Aires”, M. F. otra vez ensaya la simétrica rehabilitación del
auto frente al caballo:
“Cuando los excesos de hipódromos y carreristas pesan demasiado en una
situación económica nacional momentáneamente muy pobre –cuando reina
abundancia son un esparcimiento, gusto, vicio, como cualquier otro y no debemos
meternos con él– fulminar las ‘Carreras’ por el resorte del Ridículo. ¿Cómo?
Haciendo correr a 75 km/hora un automóvil a lo largo del alambrado interior, de
modo que en su veloz desplazarse los caballos parecieran estar marcando el paso,
ridículamente, sin avanzar. Creo que este espectáculo mataría en una Risa Total el
gusto de ver carreras.”
UN BUEN DÉSPOTA 28
Imagino lo que haría útilmente un buen Déspota en una población nacional
que se halla incómoda por vacilaciones de rumbo, como la nuestra, la de
Hispanoamérica y quizá la de varias naciones civilizadas no beligerantes. Pero, es
claro, habiendo conseguido antes que 1 en 10 nacionales lo crean a uno el mejor
hombre. (Pues para ser obedecido, no para ser por la fuerza o electoralmente
Presidente, necesítase tener un convencido en cada diez personas, o digamos algo
más de un millón de nuestros catorce millones de habitantes; en estos hay 1.400.000
votantes, pero en estos votantes no quizás un (1) convencido, como llamamos al
que cree que el votado gobernará mejor. Tenemos, pues: que en una población
civilizada no se consigue imponer, hacerse obedecer, sino cuando hay 1 en 10 que
cree que alguien gobernará mejor.)
Este Gobernante haría seguramente y antes de toda otra resolución, esto:
estructurar el ambiente social de manera que los egoísmos puedan desplegarse
enteramente sin necesidad de dañar a otros (con mentira, adulteración, destrucción
material, impedimentos, desalentación) y la maldad (envidia, odio, es decir, daño
con placer de dañar, en tanto que el egoísmo mero cuando daña lo hace sin placer
de dañar) fuera constantemente perseguida, impedida.
Los hombres, en las civilizaciones más cultivadas, casi todos están ansiosos
de poder ser egoístas sin dañar a nadie. La persona dice: “Yo lo que quiero es el
sombrero de ese hombre, pero no quitarle el sombrero a ese hombre, no que sufra
cuando se lo arrebato. Si puedo poseer el sombrero sin despojar a otro, sin que
nadie sufra, mi contento será mucho mayor; pero como no puedo comprarlo ni
hacerlo, se lo arrebataré.” O: “Yo quisiera comprar barata tal casa, pero para que
alguien me la venda así debe hallarse en padecimiento de dinero; me gustaría
adquirirla barata y que el propietario me la vendiera cara: los dos tendríamos gran
gusto.” Como esto no es posible, envilezco mi alma cuando deseo saber de un
“ahorcado” que necesita desposeerse de su “inmueble”. En cambio, el malvado
quiere hacer sufrir.
Yo soy un hombre de la civilización; yo soy ese hombre de la civilización, un
egoísta bueno; así, en el ejemplo que propuse: no soy tan bueno como para
retenerme de hurtarle al viajero que estaba adormilado el rico sombrero que se ve
junto a él en el asiento; pero sí bueno como para alegrarme mucho de saber
después que el sombrero no le gustaba y lo habría arrojado por la ventanilla un
rato más tarde. En cambio, el malvado, que los hay, se alegra de hurtar ese
sombrero y de haberle causado un buen disgusto a su víctima; yo no soy ni
envidioso ni vengativo, soy típicamente por esto un civilizado; me alegra que
todos los tengan y retengan sus sombreros. Y si no lo poseo y no se lo puedo quitar
al otro, me gusta que se luzca con su lindo sombrero.
Quien dé este bien de conciencia ha hecho todo lo que puede hacer de bueno
un Gobierno. La obra de ese Gobernante debe ser: hacer trabajar útilmente a todo
el mundo y no estorbar la actividad de nadie, ni tampoco su ocio bien ganado. Yo
escribiría estas fórmulas complementarias, sin tecnicismo.
Porque todo poseedor de propiedad por virtud de su personal trabajo o por
virtud de un azar natural, tiene la suficiente energía, se hará matar siempre si
alguien lo quiere despojar.
(Entre los perros hay muchos más valientes que otros, pero ninguno tan más
valiente que otro que se anime a sacarle el bocado de la boca. Lo mismo en la
psicología humana. Por ardides, por alevosía, por sorpresa, se podrá; pero en un
ataque franco nadie le saca a un hombre su casa. En cambio el que la ha obtenido
por dolo o por imposición, no por su trabajo, no estará resuelto a hacerse matar por
ella, no sacrificará su vida en el furor de ser despojado de ella.)
A diferencia de aquellas fórmulas, en una sociedad bajo otro convenio, como
la nuestra actual, los más están poseyendo lo que no les pertenece, lo que no
corresponde a su buena actividad, de manera que todos se defienden igual, porque
entonces es legítimo eso, lo que se llama moral lo ha aceptado.
Toda mi vida quise ser ese Déspota. Yo quisiera ser ese Déspota. Me atengo
al precioso proverbio español: “Hágase el bien y hágalo el Diablo”.
Pies de página
28 Artículo aparecido en “Papeles de Buenos Aires” (nº 5, mayo de 1945)
como colaboración de Dionisio Buonapace, personaje familiar a la revista, creado
por M. F.
OTRAS NOTAS 29
—El encuellamiento de la Democracia. Todo Gobierno debe tener al menos
un Ministro del Entusiasmo, aunque todo el resto del personal Gobernante no
piense más que en si conserva o si cambia de planchadora, único acontecimiento
político, y todo lo que haga la espesa masa burocrática sea inventar impuestos,
postergar rifas, inventar días feriados, indultar, descubrir centenarios.
—La mayor antigüedad en el mundo, y la más asqueante después de 6 u
8000 años de practicarse por todos los políticos inferiores –no por los jerarquistas
francos como los prusianos– es adular al Pobre para vivir de él. El mando en la
Tribu era de sencillez noble. Mando porque me obedecen y me obedecen porque
desde la infancia el hombre adquiere automáticamente el tabú correspondiente de
obediencia; porque soy el más viejo, con más esposas, hijos, nietos, biznietos, el
que tiene más parientes y más años.
1) Que no se metan los gobiernos en la vida individual libre del hombre
honesto.
2) Que todo hombre nazca con derecho a usar para trabajarla personalmente
una fracción útil de capital natural (tierra, bosques, pesca, aguas, minas) y pueda
optar cuantas veces quiera por trabajarla o por contratar su trabajo a salario. Toda
fracción que no está trabajada por hombre o familia puede ser ocupada sin pedir
permiso a nadie por cualquier hombre o familia que habite el país. La restante
tierra, una vez que todos tengan la suya, puede ser arrendada por el Gobierno a los
particulares o compañías nacionales siempre que no falte a ningún habitante su
lote si lo quiere.
Esta sería la idea principal que requiere otras reglas especiales.
Todo lo demás sería de libre apropiación y negociación, excepto el Capital
Natural que nadie puede dar ni quitar. Del capital existente no natural se tomaría
lo necesario para dar a cada persona lo mínimo para instalarse y trabajar.
Esto es sí Libertad, Fraternidad, mucho más importante que las Elecciones,
que nos salvaría del Caos Universal de la Guerra.
Si el Gobierno de hecho que tenemos nos diera esto poco importaría que no
nos diera el voto y que se quedara eternamente mientras respetara esto; solo así
hay humanidad y nación. Las elecciones no son para tiempos de caos, pero la
Opinión Libre sí y sobre todo la absoluta Libertad de Gustos, Creencias, Conducta
y Negocios del Hombre Honrado.
—No necesitamos Príncipes del Dinero y de los Puestos Públicos, pero los
soportamos bien si se hace lo que pedimos. Yo quiero obedecer y aconsejar a mi
pueblo en Asamblea.
Yo quiero un noble obedecer a una entidad noble: la Asamblea de todos, y
un noble aconsejar, pero para obedecerla siempre aun contra mi consejo. Invito a
una Asamblea solo para encargarme de ejecutar lo que ella delibere y mande.
Invitación a un acto de Asamblea Nacional Soberana, como única vía de salir el
país del caos de posguerra, de una Guerra Civil de los Argentinos.
Asamblea Nacional Soberana que dé las bases de un Partido sin candidatos,
con la Patria Cívica y Económica, como único y venerado candidato.
Ante el caos posible, la humanidad tiene ansia de Simplificación, Claridad y
Libertad Esencial, es decir Mínimo de Gobierno, de Coerción.
Al Estatuto de los Partidos contestaría yo con la Elección de Sobremesa. El
Electoralismo es la ocupación de hacer hablar las esquinas. Las esquinas electorales
hablan mucho. Pero no piensan.
Tenemos derecho a que se despliegue esta contienda.
Y, además, esta y solo esta nos salva del caos. El caos daña a todos; un gran
Cambio sin caos puede o no ser ventajoso, pero tiende a beneficiar porque revela
elasticidad, vivacidad de los espíritus que no se contentan con la eterna Repetición.
Los sistemas de economía social y de gobierno pueden ser todos buenos según
épocas y países; el comunismo es tan inocente como el propietarismo; se ensaya
uno, se ensaya otro y más o menos es lo mismo. Pero que haya entusiasmo, pasión
social, siempre vivifica. Un gobierno de fuste puede tener más pasión social que
algunos gobernillos electorales que hemos tenido.
Pero el caso es que los convivientes sociales tengan sentimiento social de
justicia económica y libertad. En la duda, es mejor la Elección porque ya en sí hay
algo de Libertad y de Comunión, Igualdad.
Pero lo más importante de todo es el saber Gobernar Poco, pues no hay que
perder la esperanza de que alguna vez Nadie Gobierne.
Pies de página
29 Anotaciones entresacadas de un Cuaderno de Todo y Nada, 1946.
5. Para una teoría de la salud
ADVERTENCIA
Es difícil decidir si la Salud (HigieneTerapéutica) o la Libertad (Estado) es el tema
temporal más investigado por M. F. a la par del metafísico. (El tema artístico, en cambio, a
pesar de la importancia que alcanzará en su vida y obra –hasta firmar “M. F., artista de
Buenos Aires” y no “Metafísico” o “Pensador” de Buenos Aires– parece más tardío.)
Lo fundamental de estos escritos proviene de alrededor de 191720, pero el tópico
Salud aparece en anotaciones inéditas muy anteriores (de 1904, por ejemplo) y no es
abandonado hasta sus últimos días. Obviamente, se trata de su pasión por la Biología, de la
que la salud es solo un subtema. Esta pasión se refleja no solo en innumerables anotaciones
de los “Cuadernos de Todo y Nada”, en parte ya publicadas, sino en numerosas cartas
(acaso el tema más reiterado) y en numerosos escritos artísticos (como “El Zapallo que se
hizo Cosmos” o “Este es el boliche…”, incluidos en “Papeles de Recienvenido”).
Jamás cursó estudios especializados. Recuérdese que en carta (1926) a Juan B. Justo,
médico, tras decirle que le quedan como problema la sensaciónguía (Biología) y la
posibilidad biológica de la Terapéutica, agrega que quizá no avanzará en ellos porque
necesitaría un año de hospital, pero teme distraerse del único misterio, el metafísico. En
cambio, fue infatigable en observar y sobre todo observarse como viviente, y dio testimonio
de haber llevado hasta sus últimas consecuencias su convicción prohigiene y anti
terapéutica, habiéndose guiado inexorablemente por el criterio de seguir las indicaciones de
la sabiduría instintiva del cuerpo, es decir la sensaciónguía como único recurso de salud y
supervivencia.
A aquellos escritos se agregan algunas páginas de quince o más años después, unos
y otras sin fecha rigurosa. Se trata a veces de fragmentos con interrupciones o
prosecuciones extraviadas, incluidas por suponerse que aunque a veces no se alcance a
captar la totalidad del pensamiento dan idea de los problemas en que trabajaba el autor.
Que se enferme de la salud a veces tampoco es privativo de los médicos,
aunque en esto ya se advierte la fuerza del diploma: según la estadística disponen
para sí de más enfermedades y de menos vida que los profanos, lo que se explica
porque no hay profesión de práctica más antihigiénica que la médica y porque el
médico es el enfermo a quien menos se puede reanimar con la “fe en la ciencia”
que es la única obra clara de ese profesionalismo en el estado concreto del enfermo.
Descarto el consejo higiénico del médico porque harto de repetirlo en vano ya ni se
le ocurre que tenga algo que ver con su visita al enfermo.
La fe en la higiene marcha en razón inversa de la fe en la terapéutica y es
lógico: no se puede tener fe en ambas pues son opuestas; en realidad la terapéutica
es una de las más vastas y temibles secciones de la antihigiene.
II
MI NEGACIÓN DE LA TERAPÉUTICA
Niego toda terapéutica, científica, doméstica y curandera, externa o interna,
química, física, solar, botánica, hidroterápica; preventiva o curativa; de régimen, de
clima, alimentación, ejercicios, cirugías; y todo cuanto suponga lo que el vulgo cree
y la Universidad quisiera creer o hacer creer como objeto posible de la llamada
Medicina, a saber: el estudio de procedimientos “anuladores” de un desorden
fisiológico.
Mi concepto es: que ningún mecanismo vivo puede ser influido por
procedimientos cualesquiera para que se limite la suma de efectos morbosos de
una causa antihigiénica cualquiera y que ante un estado de enfermedad, efecto
siempre de una violencia higiénica, lo único que cabe hacer es no acumular nuevas
inconductas higiénicas y dejar desarrollarse hasta su agotamiento todos los efectos
de la suma de inconducta o de la intensidad del accidente antihigiénico ocurridos.
Al definirme en esta actitud me encuentro en un doble disentimiento con el
pensador de quien mayor luz he recibido, de quien he sido más asiduo: Spencer.
Me aparto del principio general de Spencer de que las opiniones universales tienen
un promedio de verdad, y de su afirmación particular (que él practicó usando
opio, y una curiosa forma de ejercicio físico de intención más terapéutica que
higiénica) que la terapéutica tenía valor práctico. En cambio, me encuentro de
acuerdo con las tres mujeres, madres discretísimas, cuya inteligencia general y
especializado instinto médico más me ha impresionado. Una de ellas, por cariño a
un médico muy digno, usó habitualmente, sin embargo, la pepsina, pero vivió
siempre terriblemente enferma y en tres ensayos de observación médica que
intentó, acobardada con sus males, recogió los más dañosos resultados. Quizás el
médico (Dr. N.) aconsejó la pepsina por ser poco dañosa e inspirar en cambio como
toda medicación una sugestión de esperanza. También reconozco que las otras
señoras tenían momentos de sometimiento a la opinión universal y por lo menos
caían en el fetichismo de los purgantes usándolos poco y con los niños,
impresionadas por los atracones de estos. Pero nunca hubieran usado cloral para
dormir o amargos de botica para abrir el apetito, etcétera.
Pues bien, rompo la disyuntiva afirmando que Spencer y aquellas señoras
cuando usaron medicaciones se equivocaron y se hicieron mal, y que si en lugar de
ser filósofo y señoras hubieran sido médicos viejos con veinte o treinta años de
práctica no habrían usado purgantes ni opio. Las señoras cedieron al ambiente que
abrumó sus bellas inteligencias; ¿Spencer obedeció al principio general suyo de
que las opiniones universales contienen una media de verdad? No probablemente:
debe haber hecho larguísima observación y estudio directo fisiológico y
compulsado los principios generales biológicos.
Pero veamos: los economistas fuertes, especialistas, aseguran que las
concepciones económicas y financieras de Spencer eran equivocadas. 30 Yo creo
esto posible, pues la especialización intensa me inspira más confianza que un vasto
poder intelectual en sus tópicos que no ha especializado. Aunque Spencer sea un
cerebro mucho más rico y privilegiado que Scháffe o Schmoller, estos saben más en
economía política.
Sin embargo, atenta la complejidad singular de desórdenes morbosos que el
organismo de Spencer presentaba, según detalla en su autobiografía, creo que debe
haberse especializado mucho en higiene y terapéutica, de modo que encuentro
muy difícil explicar que yo no siga a Spencer en este punto.
En verdad diré que Spencer tenía no una idea sino una manía en adhesión al
opio; explico por un aspecto enfermizo de Spencer su creencia (seudocreencia) de
que la droga opio hacía bien a la enfermedad insomnio. Dispéptico crónico y por
tanto neurasténico (o viceversa), tuvo fallas en su trabajo intelectual aun en asunto
que tanto estudió y tanto le interesaba como su enfermedad.
Yo argumento esencialmente así:
¿Cómo cree Spencer que el hombre dio con el opio como benéfico para el
insomne? Seguramente que no fue por sensación directa: ninguna sensación le dice
a un hombre primitivo que use opio para su insomnio. Fue por experimentación:
un hombre tomó opio accidentalmente y se quedó dormido; cuando se vio alguna
vez con el sueño difícil usó el opio en vista de aquel experimento casual y se
durmió. (No durmió, pareció dormir, como explicaré después.)
Si alguien estuvo a punto de morir de larga exposición al frío, no se le cura
con calor igual en cantidad: se le procura el calor para que no siga enfermando de
frío, el calor que siempre debió recibir regularmente del ambiente. Si cae en
pulmonía por aquel frío no se le cura manteniéndolo en un horno; se le dará todo
el calor que su sensación pida.
Había en la Argentina un médico extranjero que quería hacer tomar a todos
en drogas toda la cantidad de hierro que en su vida habían ingerido por deficiencia
de nuestro suelo. Según él, toda la enfermedad de un argentino estaba en no ser
suizo como él.
Pies de página
30 También W. James y otros especialistas en Psicología no prestan mayor
atención a Spencer como psicólogo.
31 Este descanso es terriblemente perturbado por la intervención médica en
todos sus detalles, siendo la condición capital de “curación”.
ELOGIO CONDICIONAL DE LA MEDICINA O TEORÍA DEL
“COSTO” MORAL Y GÁSTRICO DE LA MEDICACIÓN
En algo no es deficiente, y aun es perfecta la Medicina: en la elaboración de
su tecnicismo. Te hundiremos con ayuda de la Enfermedad, dice la Terapéutica a la
Naturaleza del paciente, pero caerás con todos tus nombres.
En la primera visita el médico, con infinita prolijidad, busca definir el tipo de
aliado con quien va a contar: la enfermedad. Esto es el diagnóstico. Tu nombre en
el próximo certificado ya lo tengo, piensa luego con alivio. Si la enfermedad es leve
o el organismo fuerte la tarea será grande; pero si la naturaleza del cliente ha sido
honrada con la presencia de un verdadero incendio patológico, de una Difteria, por
ejemplo, se siente el médico tan deprimido por la insignificancia de la ayuda que
puede necesitar esta, que es capaz de irse a su casa y dejar impunemente que el
hombre sane.
El arte del Boticario tiene por norma: ¿cómo hacer de toda enfermedad una
Dispepsia? El de la Terapéutica, más amplio, cómo hacer de todo hombre un
mártir.
Todos los enfermos entregados a la Medicina son candidatos futuros ciertos
de dos Especialidades: Nerviosas y Estómago. Los terroríficos procedimientos
quirúrgicos y venenos nerviosos que los completan (cloroformo, morfina)
conducen a la Demencia científica y los rutinarios y variadísimos agentes
farmacópicos a la Dispepsia Científica. Toda la otra Medicina Farmacópica es una
labor de Demencia provocada y Dispepsia provocada, o Demencia y Dispepsia
Experimentales.
Observándose se conoce toda la medicina, tal es la variedad de pequeños e
intensos matices de salud y enfermedad que va con la vida de todo individuo.
Yo anoto las siguientes observaciones:
Que en primavera mi salud es frágil.
Que paso períodos de verdadera hambre de dulces.
Que a veces mi organismo rechaza los dulces con la sensación de que me
van a hacer mal; y que al ir a tomar un dulce o tomándolo se agravan ciertos
malestares.
Que repentinamente pasé del mate amargo al dulce ligero, espontáneamente
hace tres años y no he vuelto por ahora (otra vez volví) a la exclusiva inclinación al
mate amargo. Ahora comienzo tomando mate amargo y al final algo dulce.
Que desde hace 15 años quise declinar rápidamente mi apetencia genésica y
en 1917 he pasado 10 meses sin experimentar la menor impulsión o tentación.
Se observa aquí la efectividad de una regla que vengo investigando: que un
modo irregular o abusivo de usar de una función causa una enfermedad del
órgano de esa función: y este órgano así enfermo pide en forma de sensación que
se siga practicando aquella irregularidad que lo enfermó: por haber comido
demasiado en ciertas épocas bajo exigencias circunstanciales se daña al sistema
digestivo y el sistema digestivo dañado crea la sensación de una apetencia falsa de
alimento que conduce a comer mucho y a seguir dañándose.
Soy mucho más sensible a la humedad que al frío: apenas pasa el viento de
sur u oeste a este o norte experimento frío de pies y enfriamiento en la nuca, rasgo
extraordinario, pues con mucho pelo y en verano se me hiela la nuca. Ahora,
manteniendo por abrigo calor en la nuca, los efectos del frío en la nuca que en mí
son (capaces de) cortarme la digestión, etc., se suprimieron; es otro caso de estudio
igual al anteanterior.
Existe universalmente la idea de una terapéutica, es decir, de sistemas, de
procedimientos nohigiénicos que deben aplicarse en toda enfermedad producida,
es decir, de reglas que no son las mismas que se prescriben para no enfermar, y mi
idea es que con un enfermo debe hacerse lo mismo (y ninguna otra cosa benéfica
puede hacerse) que debe hacer toda persona para no caer en esa enfermedad y en
cualquier otra. Si para no enfermar no se requieren remedios tampoco para cesar
de estar enfermo deben requerirse.
El vulgo cree a veces, y se equivoca, que hay recursos jurídicos con cuyo
empleo el hombre deshonesto puede vivir en idéntica situación jurídica que el
honesto y reparar los efectos de su mala conducta. No hay más que un camino
para que cese cuanto antes una mala situación jurídica producto de una mala
conducta: y es comenzar de lleno y en seguida a hacer vida honesta, a decir la
verdad y cumplir con todos, aun en el mismo pleito en que se ha incurrido ya. Los
efectos de una mala conducta anterior no se pueden curar: hay que soportarlos
hasta que naturalmente se agoten, es decir, hasta que se cumpla la medida de
efectos que corresponden a la conducta mala anterior, y mientras se están
soportando estos efectos se debe desde ya empezar a hacer vida justa para no ir
acumulando nuevos efectos malos de nueva conducta mala. Es todo lo que se
puede hacer: lo que no hay en este mundo es remedio para nada: la idea misma de
remedio jurídico o médico es viciosa y producto de una naturaleza moral viciada,
es decir un debilitamiento o apartamiento del derrotero divino de la totalidad
moral de la Realidad. No considero estrictamente identificable el fenómeno salud y
el fenómeno jurídico: esta comparación facilita la comprensión de mi punto de
vista, nada más.
Me formo la noción de una Higiene todopoderosa no solo para eludir toda
enfermedad de las que se suponen nacer de recargo o irregularidades en las
funciones cotidianas del organismo, como una dispepsia, anemia, insomnio,
neurastenia, etc., sino de las que se imputan a contagios, contactos, es decir, de
aquellos factores a los que se atribuye la singular e inicua eficacia de ocasionar que
una persona que vive higiénicamente pueda ser enfermada por otra que vive sin
higiene, y den nacimiento a enfermedades agudas o crónicas.
Al mismo tiempo entiendo que esta Higiene es la única posible Terapéutica,
y creo que todas las enormes actividades que se gastan buscando remedios para las
enfermedades son radicalmente perdidas, salvo en cuanto acabaron por servir para
aclarar y confortar la noción de que el camino único de vuelta a la salud es el
mismo que de conservación de ella en razón de que toda terapéutica, aun
admitiéndola eficaz para hacer desaparecer el conjunto de anormalidades de una
enfermedad, solo lo logra a costa de sacrificios y perturbaciones orgánicas tan
costosos como la enfermedad misma, en tanto que la terapéutica de mera higiene
no solo es la vía de más pronto regreso a la salud sino que no comporta daño
alguno, ni dolor, y aumenta todos los poderes orgánicos.
Cuando no es además tóxica y deja quebrantado el aparato digestivo; en la
otra mitad el antídoto es otro veneno que daña al organismo permanentemente
(pues todo daño y violencia hecha al organismo es permanente) y queda siempre
totalmente en pie la duda de si abandonando el organismo a sus propias
reacciones no se habría salvado también el paciente. Esta es la gran incógnita, el
verdadero problema de la terapéutica. De una manera general, la incógnita de la
Terapéutica (como en otras ciencias prácticas: la Pedagogía, la Criminología, por
ejemplo) se plantea en forma que parece eludir toda comprobación o rectificación.
El verdadero problema de la Terapéutica es este: ¿cómo saber si el enfermo a quien
se ha tratado terapéuticamente no habría sanado lo mismo sin el tratamiento?
¿Cómo saber si no existiendo Policía y Cárceles habría más o menos delincuencia?
¿Cómo saber si no existiendo Jueces se cumplirían más o menos honestamente los
contratos? ¿Cómo saber si no existiendo Gobierno habría más o menos orden
social? ¿Habría más o menos pobres si no existiera la filantropía social?
Para responder a este difícil interrogante empezaremos por establecer que
reconocemos la legitimidad de una terapéutica que llamaremos instintiva o de
sensación, lo que significa que confesamos que no todo lo que se debe hacer con un
enfermo es higiene pura sino algo más que debe llamarse terapéutica,
indudablemente, pero en razón de una inspiración semejante a la de la higiene.
La Terapéutica importa la creencia de que las enfermedades pueden curarse
y curar no significa dejar de sufrir alguna vez de una enfermedad que ha
comenzado sino: dejar de sufrir o experimentar una enfermedad que corresponde
a violaciones higiénicas ya cometidas. Nosotros no creemos que nadie pueda
librarse o acortar los males en que se ha incurrido, que se han merecido
fisiológicamente; cometida la violación higiénica se debe…
2º Desatendido deliberadamente un síntoma, por ejemplo frío en lo genital
(adaptación) y producida la adaptación (desapareciendo la sensación por
desatención) ¿qué sucede?
Es bueno señalar que con los vicios ocurre lo mismo que con las necesidades:
la privación intensifica el deseo y placer posterior.
Todo es diabólico en la naturaleza humana: no sabe el hombre si hace una
cosa por la razón que en ese momento se ofrece a su acto en su psiquis, o si lo que
desea hacer crea esa razón.
Hay una dosis de diabolismo en todo; por ejemplo: dice Spencer que la
bondad genera la bondad; y dice también que la caridad genera la concepción de
que ella es debida y el mendigo insulta al que no se la presta. Otro diabolismo: se
clama hoy por socialismo, por más solidaridad, y la realidad es que hace un siglo
que estamos socializados: exceso de Estado es socialismo. Otros: los laxantes
causan estiptiquez; los narcóticos generan excitación; cuanto más uno está en
ayunas más sabrosos son los vicios, por ejemplo champagne, cigarrillos; cuanto
más incapaz es un hombre para vivir cordialmente con los otros más sueña y
proyecta organizaciones asociativas; cuanto más pesado de digestión o sueño más
activo mental o físicamente me siento al principio; a veces no sé si tengo sed, si es
ansia de respirar, etcétera.
Pronegación de la Terapéutica: cuando hay anemia cerebral crónica el solo
hecho de andar descalzo debe producir una más abundante nutrición del cerebro.
Si un flemón es un esfuerzo de la naturaleza por curar un mal, ¿por qué se
abre el flemón o se le aplican fomentos, si la naturaleza empezó su obra sin ayuda
alguna?
II
TEORÍA DE LA SALUD
(Negación de la Terapéutica)
El hombre que se encuentra en período de crisis de una enfermedad crónica,
o que ha caído bajo una enfermedad aguda, está tan pobre de virtualidades y
vigores que es imperdonable aturdimiento añadirle una carga más con drogas,
friegas y baños, interrumpiéndole el sueño para que ingiera una dosis de alimento
(la palabra ingiera me estimula: la medicina tiene la habilidad de poner nombres
enfermizos a los funcionamientos sanos: así dice que una persona “ingiere” tanto
alimento con lo que parece que alimentarse fuera una actividad típica de enfermos)
y peor todavía para que trague un brebaje, dándolo vuelta, tomándole pulso y
temperatura, abriéndole la boca, molestándolo con preguntas y ocasionando la
interrupción de todo el trajín de la casa con su aparición en ella a la que hay que
atender absortamente.
Debiera decir al despedirse: ¿He logrado desordenar los trabajos de la casa y
sacar de su descanso al enfermo durante veinte minutos? ¿Y puedo retirarme
confiado en que hasta mi vuelta ustedes no se olvidarán de fatigar al enfermo con
una gota cada hora; tres sellitos cada tres horas, la inyección desde el tercer día
alternándola cada segundo día con una reducción de la misma en un quinto; pulso
y temperatura bien anotaditos y tomados con calma (la calma del enfermo no: la de
la anotación)?
¿Puede la Facultad vender tres minutos de ese sueño, de ese descanso que le
quitan al enfermo, que es toda su salvación en la seria y profunda y habilísima
batalla que está librando su organismo?
Ciertamente aborrece esta obra el médico y si lograra hacerse creer de la
gente de la casa procedería de otro modo. Pero la gente de la casa ¿cómo ha caído
en tan terrible negación de la Naturaleza?
El hombre enfermo está en su mínimum, como dice Thoreau el esperador de
Dios, aludiendo a la Naturaleza en mañana invernal. Tocarlo es derribarlo.
Procuraré sistematizar este estudio.
1º ¿Hay herencia de enfermedad? No, ni de predisposición, pero se nace con
exigencias de salud diferentes según la salud y estado de salud de los padres.
Cumpliendo estas especiales exigencias no hay diferencia de longevidad y
exención entre el hijo de enfermos y el hijo de sanos.
2º Toda semilla vital cae al seno matriz con un programa biológico integral,
quiero decir con la posibilidad de vivir eternamente y de crecer indefinidamente.
Su programa es apoderarse de toda la materia del mundo, y la eternidad. 32
5º Niego también la mayor influencia generalmente atribuida a los primeros
años sobre los años posteriores en el destino de salud y enfermedad del individuo.
Creo que en cualquier edad una suma de violencia o de obsecuencia a la función
natural tiene el mismo efecto de disminución o enaltecimiento de las capacidades
de vida. Suele creerse que lo que se hace con el niño desde la concepción y durante
los 2 o 3 primeros años tiene soberana repercusión: es cierto pero no porque las
impresiones y modificaciones orgánicas se fijen con más fuerza por mayor
plasticidad del organismo joven, sino por lo mucho que se hace con el recién
nacido y lo poco que se hace con el hom bre. El hombre no se somete a régimen
casi nunca y solo en algún detalle; con el infante se hace lo que se nos antoja. Su
alimentación, su eliminación, su sueño, su aire y luz, su posición y movimientos,
son nuestras tiranías. Si esta tiranía es inteligentísima nada podrá amenazar la vida
y salud del niño. Hágase lo mismo con un hombre de cincuenta años durante tres
años, impóngasele una higiene perfecta y se le asegurarán treinta años más de vida
a menos que se entregue de inmediato a una sistemática antihigiene para destruir
la obra de sistemática higiene que le impusimos.
6º Se está dispuesto generalmente a creer que las enfermedades “avanzan” y
no se concibe lo mismo de la salud. Pues la salud también avanza. Haced tres años
de salud y tendréis treinta años más de vivir; haced tres años de diabetes o cáncer
y tendréis treinta años más de diabetes o cáncer, o bien pereceréis mucho antes por
cualquier violación de la higiene estricta con que se puede vivir con esa
enfermedad. En el momento en que el médico diagnostica diabetes el enfermo se
encuentra en un determinado grado de diabetes: la sangre presenta tal o cual grado
de anormalidad en su composición, el hígado presenta tal o cual grado de
destrucción, etcétera. Si se encuentra un médico ideal con un enfermo ideal; si
aquel prescribe todo el régimen que conviene a ese grado de diabetes y el enfermo
lo cumple todo ¿qué ocurrirá? ¿Continuará avanzando la enfermedad aunque más
lentamente? No creo que bajo esa hipótesis ideal responda un médico que pueda
aun “avanzar” la enfermedad. Imagino que afirmará que todo avance del mal
cesará. Pero queda una segunda pregunta. La diabetes o cáncer o tuberculosis no
avanza más ¿pero continuará el paciente eternamente enfermo de diabetes en el
grado en que era enfermo en el momento en que inició la perfecta ejecución del
régimen? También mi respuesta es aquí optimista; observando el régimen y la
higiene general pronto cesará de ser un diabético, pues si así no fuera habríamos
de admitir que una herida sufrida por un hombre de 50 años no habría de cerrar
nunca. Entendemos, pues, que la salud es activa.
7º Es de higiene tomar alimento todos los días y varias veces dentro de cada
día. Todos los días de la vida debe hacerse esto. Pero si alguien pasa un día sin
comer, no muere al día siguiente. Del mismo modo, debe masticarse bien cada
bocado: un hombre come todo un día sin masticar bien ningún bocado. Pero, no
por ello será un dispéptico desde el día siguiente. Viceversa, un dispéptico
declarado empieza hoy todo lo que el dispéptico debe hacer como higiene especial:
no por ello cesará desde mañana de ser un dispéptico. ¿Qué significa esto (que
quizá parezca insustancial)? Que la salud es activopositiva y lo es también la
enfermedad. La actitud general es la de creer que solo la enfermedad es activa. No
es así: sino que a medida que usted se atiene al régimen especial del diabético y a
la higiene general cesando de herir sus órganos con actos antidiabéticos, las
contrariedades y dolores del diabético no ocurren, pero además llega un momento
en que cesa de ser diabético. Si así vemos el decrecimiento y desaparición de una
enfermedad veamos cómo crece la salud y qué significa ello.
8º La salud se origina por la acomodación de nuestra conducta a nuestra
estructura, cualquiera que fuera la salud y estado de salud de nuestros padres (y
tenida cuenta de la conducta observada con nosotros en el seno materno, a la que
no debe atribuirse exagerado influjo tampoco). La estructura y virtualidades
funcionales se heredan pero ellas no son enfermedades sino modalidades
anatómicofisiológicas que tienen exigencias especiales cumpliendo las cuales el
hijo de enfermos (todos somos hijos de enfermos en mayor o menor grado) vive
tanto con tanta salud y desarrollando tanta actividad como el hijo de padres menos
enfermos y además cada día de vida higiénica le gana positivamente salud hasta
igualarlo, y superar, con el hijo de padres sanos que no tenga la suerte o sistema de
hacer vida higiénica. Los eugénicos suelen concluir con que no hay otro recurso
para tener salud que ser hijo de padres sanos: pues bien, el hijo de enfermos puede
proveerse de padres sanos, forzando la frase, haciendo higiénica su propia vida; o
expresándonos menos llamativamente, el hijo de enfermos puede hacerse padre
sano. Viceversa, varios años de vida antihigiénica (no reparada por años ulteriores
de vida higiénica) destruyen pronto las favorables condiciones con que fue
concebido el sujeto.
Hablo de condiciones favorables, no de salud. Debiéramos hacer la hipótesis de
que en su estructura microscópica el germen en el momento de caer al seno matriz
es la exacta expresión del estado de salud y enfermedad del padre o de padre y
madre: una fotografía compuesta y reducida de la cifra o fórmula o esquema
higiénicopatológico del conjunto padremadre. Se dirá que vivir es deteriorarse,
que padre y madre con una edad de 30 y 28 años, por ejemplo, ya han hecho más
de la mitad de su vida, están ya bastante cerca de la muerte y por tanto ya tienen
un 60% de enfermedad y un 40% de salud y por tanto el germen nacería
avanzadamente enfermo. De este modo en 2 o 3 generaciones toda especie se
extinguiría.
El que cree en la herencia de la enfermedad podría escapar a tan desastrosa
confutación sosteniendo que nuestra suposición de que vivir es deteriorarse es
antojadiza: que el hombre regularmente es tan sano a los 30 años como a los 2.
Pero entonces nos embotellamos en este dilema: o la edad nada significa en
el aspecto higiénicopatológico y a los 70 años los órganos son los mismos que a los
2, o el dato de la edad significa mucho en ese aspecto y no significa nada en cuanto
a la función reproductiva. Si lo primero ¿por qué no vemos con frecuencia a un
hombre de 70 años vivir otros 70? Si lo segundo, admitimos que todo germen es
concebido absolutamente sano cualquiera sea la salud de los padres o mejor dicho
cualquiera sea la edad y, por tanto, la salud de los padres.
9º Coeficiente de herencia e individuación. Me refiero al viejo problema que
para Guyau y Spencer son los valores respectivos de “herencia” y “educación”,
entendiendo por educación toda modificabilidad del individuo por su total vivir
individual.
Todo el problema se ilumina prontamente con este enunciado axiomático: si
el individuo hereda, el individuo anterior hizo herencia y el individuo actual no
puede ser menos capaz de hacer herencia –pues aun la facultad de hacer herencia
debe trasmitirse por herencia– y hacer herencia ¿qué es sino destruir la herencia
recibida? Luego pues la herencia recibida no es ninguna fatalidad: cada día de
nuestra vida individual destruye o confirma un algo de herencia recibida.
“Anterior” nace con un aparato digestivo perfecto que le legó su antecesor;
en cuatro años de vida de trinchera, o de pillaje, o por el uso de drogas, destruye
su estómago; es luego padre e inflige a su hijo su estomago dañado; no le trasfiere
el perfecto estómago que le fue congénito. Todo esto es susceptible de una
aritmética y es muy razonable concretar esta aritmética cuya fórmula es fácil y
cuyas conclusiones concurren a fundamentar mi higienismo optimista.
“Actual” y “Anterior” se valen, como 1 vale 1. Si Anterior se procuró a sí
mismo una dispepsia de tal graduación, una dispepsia de segundo grado por
ejemplo, con cuatro años de comer mal, Actual que nació exactamente con la
dispepsia de segundo grado de Anterior se librará de ella con exactamente –
supuestas iguales todas las otras condiciones, como repite Spencer– cuatro años de
bien comer; y después de estos cuatro años Actual no tendrá el estómago que tenía
Anterior cuando lo concibió, sino el estómago que Abuelo tenía cuando concibió a
Anterior. Lo mismo para una tuberculosis, neurastenia, reumatismo.
Pies de página
32 Cf.: “El Zapallo que se hizo Cosmos”.
33 Cf.: “La desherencia”, en “La Montaña”, 1897 (tomo I).
HIGIENE OPTIMISTA
No se trata del optimismo como higiénico sino de una higiene de grandes
esperanzas, de una concepción según la cual nuestra salud y longevidad dependen
de nuestras previsiones y esfuerzos ilimitadamente y sin excesivo costo de
privaciones y molestias o trabajos.
El optimismo es efecto y no causa de la salud y aun es sustentable que forzar
concepciones risueñas o inhibir en todos los casos los sentimientos de tristeza y
temor para crearnos una actitud mental que deba denominarse optimismo sea un
procedimiento vicioso, desfavorable al conseguimiento de la salud.
El común sentir aconseja que se deje llorar y recordar o encolerizarse a quien
pasa por un trance de pesar o agravio. Y el común sentir aconseja luego procurar
distraer de sus recordaciones y pena al dolorido pero sin extremar esta procura.
Encuentro algo artificiosa, por excepción tratándose de Spencer, la insistente
opinión acerca de la importancia para la buena digestión del acompañamiento de
emociones gratas durante la comida. Este aserto particular de Spencer es aplicación
de su idea más general de la importancia física de los factores morales –que
recuerda siempre a los médicos a quienes inculpa excesiva obsesión por los
factores e influencias físicas–. Este principio general debe ser verdadero pero el
aserto particular acerca de situaciones de simultaneidad entre un estado moral y
una función física no es precisamente aplicación de aquel principio, y está incluso
en otro diferente y que no condice exactamente a lo que sugiere Spencer.
Una habitación limpia y hermoseada hace bien a un enfermo, pero no se
trata aquí de una emoción concomitando con una función. Por otra parte la cólera
o tristeza quitan el apetito que ya se tenía despierto; pero una alegría no da apetito
ni sueño. Si la persona a quien una noticia penosa recibida al sentarse a la mesa
quita el apetito, insiste en comer por viciosidad de la función gustativa, esa comida
le hará mal pero no por haber comido estando triste sino por la violación higiénica
general de querer comer, o de querer dormir, a la fuerza –sin la sensaciónguía (la
sensación auténtica, no la mera sensación bucal que no es hambre, que no es la
sensación del apa rato digestivo)–. Es aún posible que a ciertas personas una mala
noticia, aunque las entristezca o encolerice, no les quite el apetito y sería una
ventaja en la lucha por la vida sentir apetito no obstante sentir cólera o tristeza o
fatiga.
Es más bien el apetito el que suscita alegría que viceversa.
Spencer señala la concepción principal de la sensaciónguía pero no sé que
se haya detenido a abordar la objeción o restricción a que se presta el asunto, que
habrá estudiado Spencer pero no escribió acerca de ella. Y es esta: cuando se
recomienda no comer sin apetito, no dormir, no trabajar sin sensación que
provoque a ello, se parte de la noción de que el organismo natural anuncia por una
sensación la disponibilidad del órgano respectivo para entrar en función, y se dice
que sin esta sensación el individuo animal habría perecido pues no habría
satisfecho la función.
Pero si el individuo natural se salvó siempre así, antes que los sabios
encontraran y preconizaran esta verdad, ¿por qué se cree necesario recomendar su
observancia?
III
MEDICINA 34
Hay comicidad notable en el apuro de todos los médicos en figurar pronto
en la lista de los que se han pasado a la Dietética. Lo más picante de ello es que en
ese apuro hay semejanza con la agitación alegre de convidados que corren al
llamado ¡A la mesa! Otra comicidad es que ya se presentan los tres grados de toda
innovación chillona. 1º No proclamar la supresión de un mal universal: el de la
calamidad medicinante y cirujante, hasta haber encontrado una equivalente
calamidad que la reemplace: la de dudar de la garantía de nuestras sensaciones del
Apetito. Un remedio cura hasta que se encuentra otro que lo reemplace: entonces
recién se hace la proclamación y recuento de los daños que hizo el remedio o la
“operación” que se procede a destronar. 2º Descubrir, como todo proselitismo
nuevo descubre, que todos los grandes médicos desde Hipócrates presentían y
declaraban la Dietética. El segundo momento de esto es el opuesto: para hacer
aceptar la nueva escuela médica, sociológica, económica, se la autoriza con el
presentimiento de todo el pasado; una vez aceptada, esta autonegación de
originalidad ya no se necesita, y resta méritos: entonces se afirma que se trata de
una radical, y recién hallada, todomoderna verdad. 3º Ya se inventó el “hecho
monstruo” necesario; así como para la vacunación se inventó el ridículo suceso de
que un marinero varioloso llegado a una isla desierta (desierta y remota son los
adjetivos que van juntos; ¿remota de dónde, de cerca o de lejos?) infestó y
exterminó a toda su población; así ahora se aterroriza con el hecho de que la
navegación japonesa padecía hasta el exterminio de escorbuto y con solo dejarle al
arroz que esa navegación comía las cortezas se salvaron los navegantes y la
Historia del Japón. Los elefantes para vivir 100 años ¿comerán descorticado o
corticado? Pronto padeceremos de hartocorticación: una lista de enfermedades –
como el ridículo cáncer por asoleamiento– nos librará de cáscaras y del sol artificial
de botica.
La Dietética viene con modo y oportunidad tragicómica, también: nos
acontece cuando hay más hambre en el mundo la ciencia de desechar y elegir
alimentos.
Suele justificarse la terrible Medicación como más benigna que la Cirugía, y
así la Dietética como más benigna que ambas: todo procedimiento rechazado por la
Sensación Inmediata es un Mal y lo es exactamente en proporción de la intensidad
con que nuestra Sensación lo rechaza, siendo indiferente su clase: químico,
quirúrgico, dietético; comer lo que guste, cuando nos guste y cómo nos guste, es lo
que guía y salva a los Billones de las vidas vegetales y animales juntamente con
todos los actos, incluso el nocomer, en que seguimos nuestras Sensaciones.
La teatralidad –con ser toda mentira– del Oficio Médico, es lo único que cura
por la tranquilización de la fe en tantas aposturas, discursos, conferencias,
congresos, estatuas. Pero va con el gran costo psíquico de habituarnos a no confiar
en nuestras sensaciones. Como generalmente donde está lo peor está lo mejor, la
profunda piedad de algunos profesionales es otro y más neto, sin costo, beneficio
de lo médico. Pero con todo la Actividad Médica opera en el mundo como uno de
los más costosos sacrificios de salud de la raza, de mortificaciones inútiles y
destructivas y de jornadas de trabajo para costear sus honorarios famosos. Se lleva
1/4 de los ingresos del desdichado Hombre en las poblaciones más refinadas, y
1/4 de su poder vital. Equivale a una guerra cada cinco años o, mejor dicho,
demuestra que la Paz es –por obra de todos los factores egoístas, entre otros ese y
otros profesionalismos en parte– tan destructora como la Guerra, con más
insipidez de taller, de monótono u universal entrerobarse y entrementirse y de
pérdida de la Aventura y de la Naturaleza.
La Terapéutica es un gran error que cuesta mucho a la Vida.
En el caso del enfermo J., cuyo absceso al pulmón proviene, según los
médicos, de la acumulación de pus originado en una infección a las amígdalas, yo
sostengo que el organismo estaba muy destruido. En el caso de los fenómenos que
hacen definir a una enfermedad como proveniente de la acción de gérmenes vivos,
muy estudiados, se saca conclusión y se dice: esta persona muere de gripe; pero es
que lo mismo se hubiera muerto sin gripe. El gigante de la Terapéutica es la
bacteria; a la Medicina siempre le ha gustado decir: tal persona se muere porque
tiene 17 pestañas y no 18, o porque tiene una oreja fría y la otra caliente; yo lo que
quisiera saber es dónde veranean las bacterias de la gripe, por ejemplo.
Si hubiera tanto contagio –si cada enfermo hiciera diez– ya la humanidad
hubiera desaparecido muchas veces. ¿Y cómo viene una epidemia de cólera y se va
a los tres meses? Quiere decir que había un 10% de personas en las cuales las
bacterias podrían encontrar terreno para vivir. Pero lo que hacía mal era la mala
química del agua, pero no la mala bacteriología; claro que esta también tenía su
influencia, en dosis masivas. Pero si decimos: la enfermedad se produce por origen
químico, es que no es lo mismo que cuando las bacterias, sino que se produce por
agua mala, es decir falta de agua. Además, cuando el agua es mala hay aviso del
organismo todo, se siente mal olor; pero en el caso de las bacterias, no.
Así como las ratas no penetran a una casa de cemento armado, así las
bacterias no entran en un cuerpo sano, un cuerpo con buen sueño, buena
alimentación, buen aire, buena agua, que no ha sido debilitado desde que nació
por grandes heridas, quemaduras, pavores, emociones terribles, hambre, sed,
envenenamiento.
Si los elefantes no se guían por la sensación, ¿cómo han vivido si no tienen
Universidad ni análisis bioquímicos?; ¿por qué no va a vivir el hombre, que en
todo su fisiologismo es un animal?; ¿cómo se dice que la sensación no es guía
perfecta, ni aproximadamente perfecta?; ¿qué diferencia hay entre un animal que
vive cien años, con inteligencia y sentimiento, actividad muscular y mental, y el
hombre?
Lógica. Como muchos enfermos, aun sin medicación ni cirugía, ni régimen,
mueren y algunos (no muchos) con medicación, sobreviven, la Terapéutica vive,
aunque muchos más con medicación mueren y muchísimos sin medicación curan.
Pues yo creo que una estricta estadística, y aún el solo hecho del prolongado y
activo (físico y mental) vivir del elefante, probarían: que la medicación es una
carga más sobre la enfermedad y la no medicación una menor tarea de la salud
para la recuperación, y por ello el número de sobrevivientes sin medicación es tan
elevado como el de sucumbidos con medicación.
Como en cambio creo que la Higiene sencilla tiene mucho que hacer en mil
cuidados con el enfermo y la negación de la Terapéutica no arrastra la de la
Higiene sino, al contrario, conduce a redoblar esta con cuidados abrumadores en
prolijidad para la familia y suavísimos para el enfermo (mucha fatiga ajena por lo
mismo que se trata de ahorrar al paciente toda fatiga que no sea el trabajo
fisiológico automático e inconsciente de autocuración).
Se ha llegado a tal suma de conocimientos en fisiología, química, etcétera,
que la Medicina puede producir, provocar cualquier modificación grande en una
enfermedad, pero ninguna útil.
Terapéutica es por mi definición todo procedimiento de intención curativa
recibido con desagrado, y por lo menos sin agrado, lo que en ambos casos significa
que no hay antes Apetito por ese acto, sensación, procedimiento, en nosotros, en
nuestro cuerpo. Tenía anotado con lápiz borrosamente esto: Terapéutica es por
definición lo que va contra el gusto del cuerpo con pretensión de curarlo. Leída la
nota yo mismo creí que decía: Terapéutica es la pda (partida, abreviatura) de
defunción del Gusto o Apetito como sensaciónguía directora absoluta e infalible
del fenómeno Vida.
Una de las cargas más dispendiosas, y destructiva directamente (además de
la acción destructiva del dispendio, honorarios, botica, radiología, análisis, que
obligan a mayor trabajo, fatiga, dolor, que la enfermedad) por acción química,
etcétera, y por molestias de todo género al paciente (matándole el descanso y el
sueño para tomar drogas o para recibir al médico y sus exámenes de lengua,
garganta, pulso, auscultaciones) es el universitarismo y profesionalismo medicinal
curativo. El preventivo en forma de saneamiento del agua, suelo, etcétera, es útil
sin daño, aunque terriblemente costoso y aparatoso mientras haya diplomas.
Quizás un tercio de todo el trabajo humano se invierte en pagar, recompensar esta
destrucción al par de esta enorme cargazón y daño del teatral catedrático oneroso y
profesoral; hoy el estudio apasionado de miles de investigadores en fisiología y
terapéutica, que saben muchísimo, y quizá por influencia espectacular de las
proezas de grandes honorarios muy conversados, hace la ciencia más estudiada y
sabia por consiguiente, pero nunca servirá para curar ni para prevenir útilmente en
el campo en que las Sensaciones Biológicas guían todos los apetitos de la salud y
de la enfermedad que satisfechos conducen a la curación.
La Terapéutica es la más pronunciada de las pretensiones imposibles que
integran la aspiración genérica de la Civilización. Esta es esencialmente la
pretensión del hombre de hacerse afisiológico, la vergüenza de tener un “cuerpo”,
de tener órganos naturales.
Pudiéramos inaugurar un proverbio: “En todo, no del todo”; no dormir, no
trabajar, no comer, fumar, beber, amar (sexual), nunca del todo; es decir renunciar
en los actos a la compleción, a la agotación, es de sabia higiene; renunciar al último
bocado, al último cigarrillo o sorbo último.
El manjar que te prohíba el médico sea el que tomes primero, cuando tu
apetito es más franco, y el que te ordene y no te guste quede para último, es decir
para omitirlo al último; pero obsérvate bien si netamente te gusta y netamente te
disgusta uno y otro; toma al primero tal como te guste, caliente o frío, salado o no,
con otras cosas o solo, con mostaza o sin.
La habituación a los manjares o alimentos que no gustan, es decir recetados,
las heridas y hemorragias quirúrgicas, en fin, todos los tormentos de la
Terapéutica, tienen una sola ventaja casual, eventual: la mitriditización: atenuar el
mal del envenenamiento masivo, etcétera; pero las habituaciones solo deben
emplearse cuando la persona está sana, fuerte; el enfermo, débil, no puede
endurecerse, tolerar nada. No es pues el enfermo el que puede tomar remedios y
hacer regímenes.
Otra verdad biológica es que todo alivio se paga y que todo lo que alivia
(terapéuticamente, no higiénicamente), aspirina, morfina, hipnóticos, agrava. Esto
también es cierto en lo social: toda usura aceptada alivia agravando. (En lo
Mecánico no, pero en el fondo cae en el orden, en lo higiénico.)
Lo más artificioso de la artificial Civilización (para mí es tan natural como la
Naturaleza) es la sustitución de la información por la Sensación, por la información
por Inducción o Conocimiento, en Fisiología (salud); otra es la sustitución de la
Libertad por el Gobierno absoluto, quizá. El civilizado desatiende algo de sus
sensaciones, el primitivo no desatiende nada. Esto se ve en casos como: la curación
de muchos dolores reumáticos por el simple enderezamiento de la planta del pie,
que usa un médico de éxito; esta sensación de una planta del pie violentada
habitual no ha sido atendida; la Inducción ha llegado 1.500 años después de que se
la empezó a desatender. Y como así llega tardía en todos los casos (cuellos que
oprimen la respiración, cinturones que preparan la hernia, uñas encarnadas…) es
mejor volver a la Sensación que avisa desde el primer día, y reeducarnos en ella.
Pies de página
Teoría de la humorística
ADVERTENCIA
A partir de 1921, la experiencia estética se hace preocupación creciente en M. F.,
como se patentiza en sus cuadernos de notas, en sus cartas, en sus artículos; llegando a
dudar de que sin plena posesión de la teoría estética alcance el artista a cumplir su función
específica (arte consciente, luego conciencial). A esa creciente preocupación por Bellarte o
Belarte no es ajeno el estímulo de sus amigos jóvenes de Proa o Martín Fierro, como lo ha
reconocido. Tanto más que el humorismo, la novela lo preocupa como teoría y como
realización. También la teoría del poema, la Metáfora. Lo fundamental de sus
investigaciones aparece en “Doctrina estética de la Novela” (Revista de las Indias, 1940), y
en “Para una teoría de la humorística” (Papeles de Recienvenido, 1944). Téngase asimismo
presente los conceptos sobre arte conciencial y sobre poesía en la metafísicaestética del
poema a la Luna (“Poema de poesía del pensar”) y en la introducción y final de “Poema de
trabajos de estudio de las estéticas de la siesta”; y las concordancias con escritos diversos
como “Evar Méndez”, “La IdilioTragedia”, “Esquemas para arte de encargo”, “Cirujía
psíquica de extirpación”. Y, desde luego, los prólogos estéticos en “Museo de la Novela de
la Eterna” y la correspondencia.
PARA UNA TEORÍA DEL ARTE 35
Belarte debe llamarse al Arte, para excluir netamente la sensorialidad, cuyo
oficio y cultivo debe llamarse Culinaria. Yo propondría como mejor nombre del
Arte el de Autorística.
Todo el Arte (Belarte) está en discusión en un todo. Yo soy, pues, más bien
un rutinario que un novador en el dudar seriamente de él.
El Arte no es un fenómeno de Belleza; esta, si existe, es la natural, de ambas
Naturalezas: psíquica y física. El Arte es un fenómeno de Autorística, más personal
y típica que la Autorística del saber, o Ciencia. Y la Autorística –que no copia
mentes ni cosas– típica, o el Arte, nace de emoción impráctica y suscita emoción
impráctica, nunca de sensación y para sensación.
El Arte es emoción, estado de ánimo, jamás sensación. Por eso he llamado
desdeñosamente Culinaria a todo arte que se aproveche de lo sensorial, por su
agrado en sí, no como signo de emoción a suscitar. Así, es Culinaria toda
versificación, en el ritmo, en la consonancia, en las onomatopeyas y en las
sonoridades de vocablos y ritmo de sus acentos.
Todo el Arte está en la Versión o Técnica, es decir en lo indirecto, y el horror
del Arte es el relato y la descripción, la copia como fin en sí, la imitación del gesto y
de las inflexiones de voz; en fin, hacernos ir al teatro para ver allí lo mismo que
vemos en la calle y en casa, los cuentos de familia y los espeluznantes crímenes de
las crónicas policiales de los diarios.
Voy a ordenar mejor mi exposición, pues mis ideas originales han parecido
enredadas a personas que cuando las encuentran en Dickens o en Bergson las
hallan claras. Que no les gusten, está bien, pero que las encuentren en otros, es un
apuro para mi originalidad.
Diré una cosa sobre innovación y rutina de innovar. Casi siempre lo que se
llama innovación consiste en ponerse todos de acuerdo para imitar a uno solo. Así
ha sucedido en todas las épocas, en ciencia y arte. Hoy en literatura reina obsesión
con los personajes, y yo mismo algo haré de esto, porque si uno no hace lo que
todos se duda de su originalidad. Los franceses sienten más que nadie el problema
de la novela; en todo lo demás no recobran su originalidad hasta que no aparece
un nuevo gran poeta o filósofo norteamericano: Poe, Emerson, William James,
Whitman, a quien imitar.
El estado de emoción artística no debe tener: 1) ninguna instructividad o
información; 2) ninguna sensorialidad; 3) ninguna otra finalidad que sí mismo.
Dicho en otros términos: un arte es tanto más Belarte: 1) cuanto más consciente, es
decir respondiente a un plan voluntario de técnica, no a un entusiasmo por el
“asunto” y por contar el autor lo que siente; 2) cuanto más pura, más exclusiva su
técnica; un arte es una sola técnica excluida para los demás. Quedan fuera del arte
las combinaciones de técnicas, cual son el teatro dramático, el verso, el recitado, la
oratoria, el canto con palabras, la ópera, el ensayismo que se enreda con didáctica y
ciencia; cuanto más artes diferentes se asocian menor es su poder; el cine mudo y
sin membrete o leyenda es un tipo de arte puro precioso, como la palabra escrita o
hablada sin gesto, inflexión ni lujo de bella voz; 3) cuanto más técnico e indirecto;
debe ser versión, mejor dicho procedimiento, nunca enunciación ni comunicación; 4)
cuanto menos volumen de “asunto”, menos gruesa motivación; la tragedia sin
muerte, suicidio, adulterio, incesto, infamia, deformidad física, es la única. Si hay
un asunto trágico eminente, es el idiliotragedia del amor y su cesación por olvido;
sin muerte y con olvido vivir los que se amaron es más tragedia y más muerte que
muerte. En este ejemplo la trama y asunto no existen; 5) cuanto menos grato a los
senti dos es su órgano, instrumento o sistema de signos, como en el caso máximo
de la escritura.
Queda el problema de si hay belleza natural. Yo no lo creo. Todo lo que se
llama belleza natural es finalista, teleológica, es decir práctica: alusiones a la salud,
la bondad, facultades de agilidad, fuerza, etc.; a todo lo que sostiene la vida. Solo
hay belleza artística, por expresión estudiada, y tanto más artística cuanto más
indirecta, cuanto menos realística, menos copia, menos información.
He llamado Culinaria a todo arte del placersensación, y en Belarte por eso
llamo Culinaria a todas las obras de pretendido arte, que recurren a la sensación.
Niego el compás en música, cuanto más en literatura. Esta no puede tener “ritmo”.
Se pretende demasiado fácilmente que pueda haberlo en la prosa por el hecho de
que hay cadencias, caídas de acento; equiparo el compás en música a la simetría en
plástica, bonitez despreciable. El socorrido “compás en el andar”, simetría en las
cosas, compás del latido del corazón, son hechos insignificantes en el universal
espectáculo de descompás y asimetría de la realidad.
En punto a sensorialidad, y aplicada mi tesis a la pintura, mi ejemplo es
siempre de exención total de sensorialidad y hasta de antisensorialidad: el retrato
de un anciano, ajado el rostro y descolorido, de facciones no gratas, en que no está
ausente sino contrariada toda sensorialidad, sin las simplezas de belleza natural de
líneas y colores, y aun de expresión sentimental antipática; sería un tipo de arte
puro –aunque no indirecto como debe ser el arte– sin agrado alguno sensorial. En
cambio, el paisaje y la marinita muy bonitos son un recurso para ilusionar de
emoción de arte lo que no es más que agrado del tema; pero el tema o asunto es
ajeno al arte; cuanto más pobre es el tema –colores, líneas, asociaciones primarias,
magnitud trágica, enredo, hechos– tanto más posible es el arte.
Hay tres maneras de negar lo estético; afirmando con Guyau que el sabor de
un bocado o de un sorbo de agua fresca es bello o tiene ingrediente estético;
afirmando con Emerson que el mundo y el espíritu son belleza; o diciendo, como
me atrevería a decirlo, que toda percepción de belleza natural es un juicio
teleológico, práctico, cuya emoción es genérica, no específica: es la alegría de
observar medios adecuados a fines o a la economía de esfuerzo: la percepción de
los signos de: salud, sexualidad, benevolencia, inteligencia, fuerza.
Debe aspirarse a una Estética de mínimo de motivación o asunto, tendiente a
la pureza de una total omisión de motivación que caracteriza a la Música (no se
dice por qué gime: si porque perdió dinero o porque recuerda su pasado), y aun
poniendo a prueba el genio artístico y la autosuficiencia de la Artística o Belarte
con la preferencia por afrontar artísticamente el asunto incoloro y aun antipático.
En cambio, en el relato que vamos a necesitar usar, todo es motivación y por lo
mismo nada es arte. Estética de Horror al Asunto y de Obra de Arte de Encargo 37,
es decir artista que trabaja o asunto hallado y encomendado por otro, y aún el
artista no debe aceptar sino asuntos insípidos o antipáticos, pues a más asunto, a
más gruesa motivación, menos arte. El Arte de Encargo sería un ejemplo y
mostraría el ridículo de la valoración y jerarquía de los asuntos.
El modo de los poemas de mera metáfora o tono, solo tiene de artístico la
metáfora; el tono no se trasmite, ni el arte debe buscar trasmitir nada. Trasmisión
de tono –Belarte–; trasmisión de creencia por tono o raciocinio –Ciencia–; ¿no es
fantástico creer que hay trasmisión de tono por la Palabra o Prosa, fuera de la
Música y Danza?
El Arte no es:
1) La emoción de habilidad exhibida; la caída a tiempo (compás) en danza,
tras un movimiento difícil cuya ejecución se esmera en aparentar facilidad o
celeridad, y que ha sido extendido deplorablemente a la música no danzable y al
verso no improvisado, creyendo que es un ingrediente artístico la cadenza que solo
en la danza y en la versificación improvisada es muestra de facilidad, de facultad,
pero no despierta emoción artística genuina. Lo que en la danza hay de artístico es
la emoción de concordancia, de colaboración humana, lo que no tiene nada que
hacer en una sonata o en un verso trabajado: el verso improvisado tampoco es arte,
pero tiene el agrado de toda exhibición de habilidad.
3) El realismo mero es insuficiente; el realismo con plan de unidad, es decir
con marcha sentimental, desenvolvimiento bajo unidad, si se prueba que hacer sentir
esta marcha y unidad es posible, tendría defensa incorporándolo el realismo serio
o humorístico a la esencia general del Melodismo.
4) La copia del mundo, y del vivir, sean musicales, pictóricas o literarias, no
son Belarte. Explotan una eficacia espúrea: lo asociativo, que no es artístico. 38
El Realismo es la mentira del Arte, el verdaderismo es lo más fementido
pues lo verídico solo existe por documentación y se llama Historia. Realismo es
para mí todo el arte que no es pura técnica, lo mismo el Quijote que un poema de
Poe, salvo sus metáforas, o Madame Bovary, o Werther; Proust o Pirandello. El Arte
está solo en la técnica de suscitación de estados que no están en la vida, ni en el
lector ni en el autor, sin esa técnica. Y su error es el relato, la descripción, la copia
para ver la cual nos llevan al teatro, a ese máximo de miscelánea realista con
personas vivientes por personajes, gestos, acentos, trajes, mesas puestas, alcobas,
montañas, deflagraciones, relámpagos, para ver allí lo que en la calle vemos todos
los días. La Música no es sollozo ni risa, y cuando llora no hace llorar; el
bandoneón cuando “gime”, el violoncello cuando rechina ira, el terrible órgano
(catástrofe realista de la Música, como el teatro de la Literatura) constantemente
trémulo y debatiéndose en ahogos impresionantes, no son Arte. La psicología
humana busca el realismo, pero con otra justificación, no en busca de Arte.
Las tentativas de alucinación de realidad en el Realismo son eficaces, pero
no artísticas; al contrario, parece que van directamente contra el Arte que es por
esencia lo sin realidad, lo limpiamente inauténtico, exento de la miseria
informativa, instructiva; pero todavía ha de intentarse, antes de sentenciar
definitivamente, saber si no se hace artística por el hecho de que toda copia prolija
de algo implica adoración, admiración, reverencia, y estos sentimientos darían la
Emoción de Arte en el Realismo, la emoción de asombro, veneración del mundo.
En este caso lo mismo sería describir un dormitorio que una escena trágica. 39
En fin, para el arte realístico queda aún una posible teoría justificatoria: la
que llamo de Melodismo. Denomino así a todo lo que es desarrollo en la unidad.
Sea por medio de notas musicales (y es toda la Música), sea por ordenación de
sucesos y matices crecientes y decrecientes de ellos y de la elocución. La Música es
un arte sin “motivación”. Quizás es el arte ideal y solo Belarte lo que procura
estados sin motivación: cuanto más gruesa, abundosa es la motivación (el porqué
de una alegría, la causación terrenal de una tristeza) menor es el arte. El adulterio,
el amor corporal entre hermanos (La Ciudad Muerte, de D’Annunzio), el conflicto
de amor de padre e hijo, de madrastra y entenado (Fedra, de Racine), la muerte
involuntaria, por ominoso azar, por la misma mujer, del hijo por la madre, el largo
infortunio de la inocencia, de tan alabados y clasifi cados asuntos de novela y
teatro, son abominación de Belarte. (La idea de clasificar y jerarquizar asuntos de
arte es una desgracia; es deprimente del arte imponerle y valorizarle asuntos
cuando su valía está en la ejecución, la versión de un inauténtico e insignificante
suceso, que apenas debe sentirse, como el compás de una obra genuina de música).
El arte sin autenticidad es el arte auténtico. La noautenticidad es el signo de un
arte auténtico.
Arte consciente en el artista, es decir con posesión clara de toda la teoría
estética de su arte y obra, no de espontaneidades y de “no sé qué” –"no sé por qué
misterio me parecieron lágrimas”, “no sé cómo se me ocurrió o tuve esa
inspiración”–.
Arte sin realismo o copias de ningún género, pues así como ritmo y metro
no son más que compasito y el compás no es más que división igual de tiempos a
reloj, así el realismo es todo copia y aquello del “temperamento” del artista que
tamiza la copia no es más que frase. Repito que cuanto más grueso el asunto y la
motivación menos arte, y no digamos nada del asunto bonito, el paisajito de agüita
con barquito, la carita; lo más yermo y marchito, la tierra monótona y seca, el
rostro ajado, senil, desgastado, tientan a la verdadera facultad artística. Todo es
autorístico, y la prueba es que el feo y perverso rostro, el dolor o destino
cruelísimo, se ven o leen con placer.
Del “asunto” en Arte. Mis aventuras –desventuradas todas para una
ambición de nombradía en la carrera pública de literato, no así para un vivir e
investigar de esteta– con el asunto del asunto en arte, son tan fuertes, inopinadas,
que constituirían ellas mismas un asunto de novela género biográfico. Pero,
además, pasaba una tregua en mis dudas de que la Literatura fuera una Belarte,
cuando creí encontrar el asunto supremo de arte. Todos han leído a algún
catalogador de los “asuntos” dramáticos. Pues bien, todos los enumerados con esta
calidad son módicamente policiales comparados con el mío. Todo asunto en que
intervenga la muerte, la traición, el parentesco, la rivalidad, los celos…, es policial.
La Muerte misma, en sí, en la realidad, es policial, o, por lo menos, teatral. No tiene
sentido alguno para el individuo; es un no suceder nada, y sin embargo para los
novelistas y dramaturgos que debieron profesar la inmortalidad es un preferido
asunto en novelas y dramas, cuando está tan distante de la significación y
grandeza del Olvido.
Buscando alguna vez asuntos de novela y creyendo entonces en el asunto en
Arte, encontré tres tan bellos (sic), intensos y nobles, que creo firmemente que por
lo menos dos de ellos superan en emoción a cualesquiera hasta ahora encontrados,
y fue después de esos dos hallazgos que aseguraban éxito extraordinario de
asuntista artístico, de novelista, que descubrí que el Asunto carece de toda valía de
genuino Arte, es extraartístico, es decir que una misma persona halló los supremos
asuntos de arte y la nulidad estética del hallazgo.
Mi primer asunto hallado, aunque de valor menor, ya era para callarlo, es
decir venía con él el tropiezo de todos mis hallazgos en asunto, además del radical
de todo asunto en arte que descubrí después; mis tres asuntos con tanto regocijo
encontrados venían con esta redhibitoria, oculta, de clamar Secreto para ellos.
Es así muy simple: casualmente vine a ser espectador no visto de una escena
en la conducta de un artista indigna de artista; un poeta, en reputación,
contemplaba la actuación miserable de un número de hormigas, comiendo,
tironeando, repartiéndose el cuerpo muerto de una gran mariposa. Podía anular la
escena o no contemplarla; siguió por varios minutos mirando el espectáculo. Por
fin, efectivamente, sintió la situación para él, artista, y arrojó agua sobre la
mariposa. Bien está, ¿pero antes? ¿Lo cuento o no lo cuento? Todavía no lo sé; yo
debí interpelarlo; quizá me diría que lo hizo con gran esfuerzo; quizás aun que por
rebusca estética, por disciplinarse en espectador artista del Horror, de la Pesadilla
que constituye la mitad del Ser y la Vida, y que es tan inteligible y significante
como su contenido o modo de Belleza.
En fin, parece que no deslumbraré a nadie con este asunto; veamos los dos
fortísimos otros. El uno está tratado en la novela (“Eterna”): un hecho memorable
en la vida de DulcePersona; el otro es el secreto de la Eterna, secreto tan alto que
ni aun el arte tiene derecho a su confidencia y será secreto para el Arte.
Mi tesis, digo nuevamente, es el Arte sin asunto, o sea que la motivación o
causación de un Sentimiento debe desterrarse del Arte, como lo logra la Música,
que es la belarte tipo (una Literatura o Prosa sin asuntos y sin sonoridades y
asociaciones superaría a la Música en pureza), y debe lograrlo la Prosa o Literatura,
o sea que el Arte se envilece con la declaración de un motivo de un Sentimiento o
Emoción y que algo no componga o sea Arte hasta que no logra la suscitación de
cualquier emoción sin el concreto insignificante del por qué, por una bolsa o por
una pasión, se está sombrío o desesperado o se está feliz. No importa esto que
usemos tampoco la imitación de acentos o gestos del sentimiento, los sollozos o
gritos de triunfo o de ira; no los imita la verdadera Música; podría probarlo el
hecho del compás en sinfonías y sonatas, siendo que los senti mientos no tienen
compás aunque tengan gradaciones, saltos y callamientos, arrebatos, fuertes y
pianísimos, lentos, progresiones, acelerados.
Pies de página
35 Fundamentalmente inédita. Algunos conceptos se superponen a los de la
subsiguiente Teoría de la Novela, pero se ha preferido la repetición a la
desarticulación de un pensamiento concentrado. (Alrededor, o a partir, de 1927.)
36 Cf.: La doctrina de dudarte, dedicada a S. O. en Destiempo.
37 Cf.: “Esquemas para arte de encargo”.
38 Las asociaciones, que tanto se hacen funcionar en belarte de la Prosa, son
de dos géneros: las no intrínsecas, por ejemplo la franja de “poesía” que acompaña
comúnmente a las solas palabras Luna, ventana, sendero, rocío, tarde, y las casi
intrínsecas, como el de los jiros que la mayoría usamos bajo un sentimiento, por
ejemplo: “nadie te querrá como yo”, “parece un sueño”, “nadie me creerá pero es
así”, “nunca me arrepentiré”, “bastante te he dicho que no me importan tus
burlas”, “nunca soñé”, etc. Unas y otras no son Arte, son una subalterna
explotación de asociaciones y de inflexiones.
39 Cf.: Zola.
Artística de la palabra – Belarte palabra o “prosa”
Hay Dogmática o Doctrinaria de la Palabra, y hay Artística de la Palabra.
Sostengo que el arte literario o belarte de la Palabra (pura, es decir exenta de
pretensiones musicales, pictóricas, de gesto y de inflexión, de agrados sexuo
sensoriales, de asuntos “fuertes” y de manejos alucináronos, de realidad; y de
pretensiones didácticas, científicas, sociológicas) debe aspirar a obtener en el lector
únicamente aquellos estados de ánimo que ni la Vida ni otra belarte puedan
suscitar, y por esto debe ser arte de técnica pura, es decir sin asunto, ni verdad, ni
comunicación de emociones del autor ni de sufrimientos o felicidades exhibidas en
los personajes, ni pretensión a inventividad o fantasía, es decir a superar la
realidad.
La Prosa busca, pues, mediante la palabra escrita, que tiene el privilegio de
hallarse exenta de toda impureza de sensorialidad, la obtención de estados de
ánimo de tipo emocional, es decir ni activos ni representativos, o sea la ley estética,
cumplida solo con la palabra escrita, de que el instrumento o medio de un arte no
debe tener intrínsecamente, en sí mismo, ningún agrado, lo que no pasa con los
colores en pintura, los voluptuosos acordes en música, etcétera. La palabra
hablada, sin sonoridades, inflexiones, bella voz, gestos, vale lo mismo que la
palabra escrita para la Prosa, pero siempre la voz humana tiene alguna
sensorialidad; victorioso queda el insípido garabato, gusanillo del papel, que se
llama escritura, que ningún arte posee, absolutamente libre de impurezas.
El relato, la descripción, los “caracteres”, son obra extraartística, infantil. El
relato que yo justifico, aunque en modo subalterno, meramente como subsirviente,
utiliza el interés que los relatos pueden tener como informativos, porque dan
oportunidad para el estudio sobre los acontecimientos de la vida y la complicación
de los caracteres, las soluciones o desenlaces de las tramas de la vida, decisiones
éticas, y hasta también para complacencias de enamoramientos del lector con el
personaje, intereses todos ellos ajenos, espurios en Arte, pero que mantienen al
lector al alcance de la insinuación y conmoción de existencia que el autor le viene
preparando a su propia certeza personal; esta emoción de inexistencia en el lector
es lo que se propone lograr el artista. Uso el relato informativo, y hasta
complacedor de los ensueños de pasión o vanidad del lector, que usa el periodista,
pero el artista no se propone lo que el periodista, no procura la “información” de
vida sino la socavación de la certeza de vida en el lector.
Excluyo de la Prosa, como he excluido de todo el Arte, todo realismo o arte
de copia. Y aun llamo realismo al género literario fantástico, pues es copia de lo
interior, de las imaginaciones, que copiar la percepción exterior o la imagen
interior es lo mismo. Copiar, narrar imaginaciones, ensueños, pesadillas, no es arte;
hay un millón de pesadillas en cada cabeza humana y ningún interés en exponerlas
por escrito. Entonces, ¿qué queda para la Prosa, suprimida la narrativa, la
descripción, los caracteres, las imitativas fonéticas, las doctrinas e ideas (porque
hay una ciencia del Arte pero no hay Arte donde haya ciencia expositiva), las
enseñanzas, las propagandas, las sabidurías, y todo el género de la sensorialidad?
Debe quedar lo que solo con palabra escrita y con la palabra escrita autorística se
puede obtener.
El arte literario tiene tres géneros puros: la Metáfora o Poesía (que incluye lo
Fantástico Tierno, no las futilezas de invención del Ensueño y la Imaginación), la
Humorística Conceptual y la Prosa del Personaje o Novela. Son las solas belartes
puras de la Palabra, o Prosa. Desecho el realismo y lo grotesco así humorístico
como serio, pues encuentro que hay un grotesco tierno, sentimental abominable
pero del gusto de la gente de mal gusto que se muestra en frases estúpidas,
falsetes, como estos: “La madre, a quien apuñaleaba su hijo, dijóle, muriendo: ‘hijo,
¿no te habrás lastimado con el filo?’ ”; otro caso: la madre muerta a quien el hijo
pasando sobre su cuerpo pisa en el corazón mientras aquella profiere: “Camina
sobre mi blando cuerpo, que no hieras tus pies”. El grotesco que pretende ser
humorístico y lo es tan poco como sentimental, es el grotesco de sucesos
estrambóticos, realístico y por tanto inartístico.
La Metáfora o Poesía es el logro de una autenticación del sentir del autor;
por eso, para mí, es dudosamente artística; pero al menos no es Efusión. Lo que
vanamente y puerilmente se intenta con las interjecciones y con los gruesos
asuntos trágicos: autenticar un sentimiento del autor, no se logra con ello; solo se
logra con la Metáfora, que por eso he llamado interjección conceptiva, porque solo
el que obtiene una distante y sutil pesquisa de semejanza acredita con ello haber
sentido. En el lector la emoción autorística es la de esta autenticación, además y
aparte de la emoción que siente por el hallazgo metafórico que se le propone y que
no había nacido en su espíritu. Otra verdad de arte es venerar las Diferencias antes
que ser fácil en las Semejanzas; aunque todo es la Metáfora, lo peor es su uso
ocioso, el fácil comparar.
Esta situación del lector, de sentir lo que no había sentido en presencia de las
cosas gracias a la semejanza hallada por el autor, marca la leve pero decisiva
distancia que hay entre sentir originalmente y sentir a invitación y formulación de
otro por suscitación mental, distancia muy pequeña como lo es también la que
separa al músico del auditor; a este debe faltarle muy poco para ser el autor de lo
que escucha a proposición del autor. El que sintiera una sonata de Beethoven
exactamente como el autor, musicalmente no le sería inferior, estrictamente. Pero
ocurre muy rara vez que el más caracterizado auditor sienta como un gran autor
musical.
La Novela, cuya doctrina he desarrollado otra vez 40, usa de los personajes
operados o funcionados, no para hacer creer en ellos (realismo pueril), sino para
hacer “personaje” al Lector, atentando incesantemente a su certeza de existencia,
por procedimientos que tratan de hacer desempeñarse como “personas” a
“personajes” para, por contragolpe, hacer personaje al Lector. Es lo único artístico
obtenible con la palabra de la prosa a personajes, único fin que no puede lograrse
con otra belarte. Por eso alguna vez estuve tentado de excluir como mero
asociacionismo (psicología) a la Metáfora, y aún a lo Fantástico Tierno, en cuanto
estos dos géneros de lo Metafórico no se encaminen a impresionar de absurdidad,
de irrealidad, a la Realidad, a lo External, cuya inflexibilidad y autonomía respecto
de nuestro Deseo es aborrecible: nos hace personajes delgadísimos, impotentes, del
Universo el Realismo filosófico, y lo mismo el artístico.
Igual y paralelamente a la Novela, que se propone con un relato subalterno
siempre en Arte, un descuido espiritual del lector, entretenido en aquel, para
desconcertar su certidumbre de existencia y de personalidad, el Humorismo
Conceptual, el único que es tal, produce el instante de creencia en la racionalidad
del absurdo. 41
Llamo pues Prosa a la Literatura, excluyendo por su forma el Verso y por su
fondo lo Fantástico puro, no lo Tierno que en esencia es una gran metáfora, como
toda la obra de Gómez de la Serna. Lo Fantástico puro es realismo psíquico,
interior, es contar ensueños, y entra en la exclusión que realizo de todo copiar,
incluso el copiar ensueños o fantasías; de todo realismo, serio o humorístico, como
no artístico. Pues la irrealidad del Lector es lo que busca así la prosa seria a
personajes o personas de arte (Novela), y la prosa conceptual del absurdo
(Humorística o Ilógica del Arte); absurdidad creída, inteligible, por un instante en
el lector (Humorística), o provocación de noción de irrealidad del mundo por un
instante en el lector (Novela). Con otras palabras: creencia en la racionalidad o
realidad de lo absurdo (Humorística) o provocación (no comunicación, porque el
autor, en el verdadero Arte, no está en el estado de ánimo que procura crear en el
leyente) de un instante de creerse el propio lector irreal, inexistente. En resumen: la
única Literatura o Prosa artística (no hay “prosa” didáctica, científica, que es un
mero marchar de palabras que ninguna elegancia puede revestir, aunque se hable
condescendientemente de elegantes expositores, etc.; ¿hay elegantes martillos de
un carpintero o soplidos de un soplador de flauta o de botellas? La palabra y el
martillo son instrumentos de trabajo muy simpáticos pero vivenciales, teleológicos,
terrenales) es la que tiende no al realismo sino a irrealizar al Hombre o al Cosmos,
es decir: la Prosa no tiene otro fin artístico que el metafísico obtenido, perseguido
no discursivamente sino por impresión de absurdo creído, o de autoinexistencia
creída, luego de una preparación, no raciocinante, progresiva, preanunciada hasta
una Conclusión, sino sorpresiva.
Pies de página
40 Conferencia radial (1930) y “Doctrina estética de la Novela” en Revista de
las Indias (1940), incluidas a continuación. Cf.: prólogos estéticos a “Museo de la
Novela de la Eterna”.
Esencias, o bien nieblas, para el problema de la poesía y el compás
Ritmo y Asimetría, como específicamente estéticos, es decir iguales con la
Vida por su desigualdad o irregularidad.
¿Hay algo más destemplante de la esperanza del Arte que la pasión por la
simetría que notamos en los acomodos de muebles, cuadros y chucherías de
nuestras, y todas las, casas? Pues el compás es lo mismo: es el modelo de lo
subalterno (aquí saco la mano por la ventanilla de mi artículo para que no me
atropelle el escritor que viene tras de mí, pues voy a parar).
Excluyo la Versificación como ajena al arte literario y a todo arte, porque
además de pretender ser demasiadas artes juntas, no es ni Prosa ni Música, pues el
compás y la rima son antimusicales. La versificación y la sensualidad del sonido
han hecho recitadora a la Literatura. Destinada a responder a la profunda consulta
del alma, al pedido de invención y compañía, ha contestado con las miserias del
recitado; y casi todo lo que se ha eternizado de lo escrito es el desesperante
obsequio de los recitados de la gente subalterna que invadió el Arte. ¡El alma
recitada y recitadora! Es lo más feo que pueda haberle ocurrido al alma o a una
belarte; es lo que los atletismos de canto de los tenores, para la Música. ¡Qué
enemigos les han salido a estas belartes!
La belarte perfecta es la Prosa, pues todas las otras se valen de instrumentos
estéticamente viciosos por ser sensorialmente agradables, aun cuando la Música
puede aspirar a disputarle esa perfección por ser la belarte exenta de “motivación”,
signo de superioridad. El instrumento de cualquier belarte debe ser un
“monótono”. Solo la Prosa lo tiene, pues con la universal práctica (“universal
práctica” tiene pretensión interjectiva, es “viciosa”; “práctica universal” es prosa
genuina, aun en obra no artística) de la lectura, los signos escritos casi no evocan
sonido.
Se ha afirmado que el verso es un fenómeno musical que participa de una
ley de la Música, que es el ritmo, a su vez venido del palpitar del corazón. Y su
asunto, como el del Arte en general, es primariamente el amor, también
fisiológicamente entendido. Disconforme me siento con todo este pensamiento.
Pero sepa el público que lo ocurrido es que sabiendo el señor Director que
yo andaba con ideas, por una conferencia dada al Centro de Estudiantes de
Farmacia y Bioquímica, quiso que antes de que se me acabasen o cambiasen o
mejorasen de autor por ser atribuidas a Bernard Shaw, Freud, Bergson o
Chesterton –que son las cuatro personas que como se sabe pensaron todo lo que a
otro se le pueda ocurrir hoy– las expusiese en su progresista “Radio Cultura”. Y yo
que necesito desocupar lugar para ideas que hallaré en diciembre…
Y bien; iba andando noches pasadas por esas calles –que les pongan nombre
si quieren que uno sea exacto en las novelas realistas– cuando me asaltaron (parece
mentira: a pocos pasos de una comisaría) dos ideas de estética literaria.
Generalmente son tres o cuatro para asaltar, pero las ideas a mí no me tuvieron
miedo; sabrían que me hallaba desprevenido y hasta temo se piense que apenas
habrá sido una. Fueron dos. La primera la diré aquí, y la segunda, la que quede de
menos hoy, la elegiré cuando me regalen (no me faltan enemigos) los 70 tomos de
alguna enciclopedia y un ancho telón para taparla. 43 Para guarecerse de ideas, de
ser asaltado por ellas, es vano mudarse cerca de una comisaría; tampoco creo que
las biblio tecas públicas con estatuas y con la exclusividad del don de tedio que
vaga en el recinto como privilegio suyo y con aires de silencio y reverencia, hayan
sido creadas para garantirse de ideas.
La idea que voy a exponer es absolutamente mía: nadie la encontró antes
que yo en otro autor. La expongo dirigiéndome al público en general, pues en
cuanto a los artistas de este ardiente, inquieto y rico ya en realizaciones arte de
Buenos Aires, nada pretendo enseñarles.
Haré solo la afirmación, sin la demostración de mi tesis. He aquí mis ideas
generales de arte, y particulares al arte literario. 44
Llamo bellartes únicamente a las técnicas indirectas de suscitación, en otra
persona, de estados de ánimo que no sean ni los que siente el autor ni los
atribuidos a los personajes en cada momento. Los “asuntos” son extraartísticos; no
tienen calidad artística; son meros pretextos para hacer operar la técnica, y me
parece singular banalidad en Goethe y común banalidad en PortoRiche, el pueril
catálogo de los “asuntos”. Fuera de la técnica no hay arte: la invención de asuntos
es un juego inocente frente a la riqueza de temas y tramas de la vida cotidiana; y el
esfuerzo de comunicar emociones, por tocar directamente el alma de otro con
exposiciones y combinaciones realistas, es pobrísimo en eficacia frente a los
recursos espontáneos del gesto, los movimientos y los variados acentos de voz de
una conversación familiar emocionada. Todo el arte está en la Versión o Técnica, es
decir, en lo indirecto, y el horror del arte es el relato y la descripción, la imitación
del gesto y de las inflexiones de la voz, como fin en sí; hacernos ir a la platea para
ver allí lo mismo que vemos en la calle y en casa, los cuentos de familia y los mons
truosos o espeluznantes crímenes de las crónicas policiales de los diarios. La
música no debe llorar para hacer llorar: el bandoneón que gime, el violoncello que
rechina simulando ira, el órgano constantemente trémulo y debatiéndose en
ahogos, no son arte.
Diré de otro modo: un arte es tanto más belarte: 1) cuanto más consciente, es
decir menos hijo del entusiasmo por un “asunto”; 2) cuanto más técnico e
indirecto: debe ser Versión, nunca enunciado; 3) cuanto menos abultado en asunto,
menos gruesa su motivación. La tragedia sin muerte, adulterio, suicidio, infamia,
es la única. Si hay un “asunto” eminente único en arte, sería el idiliotragedia del
Amor y su cesación por Olvido, sin muertes, por imperfección, agotamiento de la
facultad de simpatía: vivir con olvido los que se amaron es más tragedia que
muerte. En este ejemplo la trama, “asunto”, no existe; 4) una belarte no existe si no
tiene una técnica imposible a todo otro arte, una sola, y solo esa se usa. El verso, el
recitado, la oratoria, el canto con palabras, la ópera, el teatro dramático y el
ensayismo literario enredado con didáctica o ciencia, son espurios. Cuanto más
arte diferente se combina menor es su poder. El cine mudo y sin membrete es un
tipo de arte puro precioso, como la palabra escrita o hablada sin gesto, inflexión ni
lujos de bella voz; 5) una arte es tanto más pura cuanto menos grato a los sentidos
es su órgano o medio de comunicación: el retrato de un anciano descolorido,
marchito, es un tipo de arte puro aunque no indirecto como debe ser el arte, sin agrado
alguno sensorial; los desagradables signos de la escritura son también puros de
toda sensorialidad; 6) lo sensorial nunca es belarte. Llamemos desdeñosamente a lo
sensorial con pretensión artística, una Culinaria.
Considero a la prosa en sus dos géneros, humorístico y serio, como siempre
intelectualista, con la expectativa del concepto y la expectativa del relato, como los
dos instrumentos para suscitas súbitamente otro estado de ánimo ajeno a lo
esperado y al relato. No me parece belarte la literatura de comunicación al lector
de los sentimientos del autor o de los personajes. Conforme a ello, ¿cuál es la
técnica de la prosa o literatura no realizable por ninguna otra belarte? 45
La observación del poder instantáneo de la prosa humorística escrita, de
esos pobres signos escritos que provocan de súbito la convulsión de la risa, me
indujo a pensar que la literatura que llamaré seria –pues la de Pasión que se
contrapone a la Humorística no puede ser de pura técnica como esta, y me refiero a
la humorística sin suceso, de mero concepto– debiera ser igualmente pronta y clara
en su efecto y no tan dudosa como ante la crítica aparecen sus obras. 46
La humorística con asunto no es técnica; todo asunto que no es un mero
pretexto, que tiene la infantil pretensión de que el lector lo crea, crea por instantes
que está ocurriendo, es nulo para el arte; y aun me gustaría que toda novela
comenzase con estas palabras: “supongamos que sucede esto y aquello”, y seguir
el relato; la humorística debe ser puramente sorpresa intelectual y no caso cómico
de la vida.
Ahora, ¿cuál es el suceso 47 psicológico en el lector que debe obtener la prosa
seria –y solo puede obtenerlo ella y no la vida– en el curso de los sucesos de relato
que son el pretexto?
Aquí, amable público de ávidos lectores de novela, tengo que desengañaros:
por muchos siglos creéis haber leído infinitas novelas, habéis gozado, íntegramente
absorbidos, de mil tramas, “asuntos” y páginas, pero no habéis leído una sola
novela, porque aquellos renglones no daban lo que llamaré lectura hecha, sino
meras alusiones sin técnica a temas que os agradaban y que con solo nombrarlos –
esto es lo único que hacían– desataban toda vuestra imaginación; gozabais de
vuestros propios tesoros de fantasía emocional. 48
Aun más tengo que deciros, con desengaño vuestro e ingratitud mía: a
ninguno de los agitados personajes de las novelas sensacionales (y largas como a
mí me gustaban: hoy solo hay el cuento; ¿por qué cambios climatéricos o
astronómicos ya las novelas no se puede seguirlas?), 49 a ninguno de aquellos
personajes le sucedió nunca nada en ninguna de las esquinas y recovecos de la más
urdida trama. Porque ¿sabéis qué es sucederle algo a algún personaje?
Y aquí está el sensacional desenlace de mi teoría contra los desenlaces y lo
sensacional. A un “personaje” como tal solo puede acontecerle un suceso; y toda la
literatura, y toda la técnica del arte de las novelas debe correr, debe dedicarse a que
le suceda ese único acaecimiento posible a un personaje. Los personajes tienen
existencia de un solo o para un solo suceso: lo único que puede acontecerles como
tales, pues en todo lo demás están solamente representando a tal o cual persona
humana, que es a quien le pasa todo; lo único, es: que por una técnica exquisita,
sutilísima, el gran artista los pase súbitamente a la Vida. Así, todo en el Quijote es
asunto, belleza natural no artística, arte no consciente, humorístico y serio,
espontáneo producto de entusiasmo –que el asunto produce en el autor– no de
técnica. Es la más grande de las casi novelas, mucho más psicológica que las
menudencias de psicoanálisis de los novelistas del monólogo interior, pero no es
belarte: es producción humana de belleza natural, realismo psicológico.
Mas en una misma obra máxima de arte no consciente se inauguró la prosa
técnica o consciente. Leed nuevamente el pasaje en que el Quijote se lamenta de
que Avellaneda publique una inexacta historia de él; pensad esto: un “personaje”
con “historia”. Sentiréis un mareo; creeréis que Quijote vive al ver a este
“personaje” quejarse de que se hable de él, de su vida. Aun un mareo más
profundo: hecho vuestro espíritu por mil páginas de lectura a creer lo fantástico,
tendréis el escalofrío de si no seréis vosotros, que os creéis al contrario vivientes,
un “personaje” sin realidad. 50
En suma, una novela es un relato que interesa sin que se crea en él y retenga
al lector distraído para que opere sobre él, de tiempo en tiempo, la técnica literaria,
intentando el mareo de su sentimiento de certidumbre de ser, el mareo de su yo. 51
He terminado, y mucho me alegraría modestamente que algún lector diga
más tarde por ahí en mi elogio: “para lo poco que sabía del asunto, bastante habló,
porque no es gracia hablar de lo que se sabe”.
Pies de página
42 Aparecen varias redacciones, parcialmente superpuestas y ninguna quizá
definitiva, además de anotaciones sueltas correlativas. Por orden: 1) conferencia
radial sobre teoría de la novela auspiciada por el Centro de Estudiantes de
Farmacia y Bioquímica –al que pertenecía el hijo mayor de M. F., de su mismo
nombre–, en 1928 o 29; 2) conferencia ampliada sobre el mismo tema, por “Radio
Cultura” (noviembre 28/930); 3) “Doctrina Estética de la Novela, o sea ideas
estéticas del peluquero, del modisto, del manicuro y del masajista de una bella
dama… de ajedrez”, en “Revista de las Indias” (Bogotá, julio 1940). Se opta por
esta última versión, Incorporándole la introducción circunstancial leída por “Radio
Cultura” y algún breve texto omitido en la última versión.
43 Versión “Radio Cultura”: “y la segunda, la que quede de menos hoy, la
diré cuando diciéndolo me quede otra sin decir, pues me contento con que cada
día me quede otro a venir”.
45 “Radio Cultura”: “¿cuál es la técnica de la prosa o literatura distinta a la
de toda otra belarte (bellarte), distinta aun a la Vida?”.
48 “Radio Cultura”. “Os dejaban a vosotros hacerlo todo; gozabais vuestros
propios tesoros de imaginación sacados de la pereza por unas cuantas palabritas”.
49 “Radio Cultura”: “o tiernas, lo mismo ‘Los tres mosqueteros’ o ‘Graziella’
o ‘Werther’ ”.
50 “Radio Cultura”: “un ‘personaje’ con ‘historia’, biografía de un personaje;
sentiréis un mareo al escucharlo quejarse de que se hable de él, de su vida, con
detalles equivocados. Aun una conmoción más desconcertante: hecho vuestro
espíritu por mil páginas de lectura a creer lo fantástico, tendréis el escalofrío de si
no seréis a la inversa vosotros, que os creéis al contrario vivientes, un personaje sin
realidad, fantasma metido en una novela: que os están leyendo en alguna muerta
página”.
51 “Radio Cultura”: “Este estado de ánimo, el mareo de la personalidad en
el lector por contragolpe de la asunción de vida en el personaje, solo la literatura
intelectualista, no la realista, puede engendrarlo: ningún otro arte, ni aun la
realidad, lo pueden. En suma, una novela es un relato que interesa sin propósito de
que se crea en él, para que. mantenga el lector distraído, y opere sobre él la técnica
literaria intentando confundirlo en su sólido sentimiento de certeza de realidad, de
ser. Es al mismo tiempo única aventura de personaje, única aventura de Lector”.
PARA UNA TEORÍA DE LA HUMORÍSTICA 52
En mi ansiedad antigua por un arte puro, por una perfección de no realismo,
me he encontrado con esta definición última: Solo es belarte aquella obra de la
inteligencia que se proponga no un tópico o faz de la conciencia, sino la conmoción
del ser de la conciencia en un todo, y que para ello no se valga nunca de
raciocinios.
La Belarte Conciencial, única digna de la lucidez actual de la conciencia del
hombre, que, en su grado presente de agudización, de iluminación refleja, queda
intocada, ignorada por todo lo que se ha llamado hasta hoy “arte” –y que bien
mirado es un juego pueril–, ha hallado su órgano completamente puro por su
perfecta insipidez intrínseca, que es la escritura. No veo esperanza de que otro
órgano pueda conducir a otra belarte; no cavilo qué otro órgano podría ser
absolutamente asensorial, insípido.
Poseedora desde ha siglos de este signo que tiene de divino una perfecta
asensorialidad, la humanidad no ha hallado hasta ahora, sin embargo, el noble uso
artístico, genuino, de la Palabra. Al contrario, con una verdadera abyección se ha
complacido en despojarla de su esencialidad con la predilección por las palabras
sonoras y su ridículo acompasamiento en ritmo y rima, y la rebusca infantil de las
más manoseadas asociaciones de “palabra” a “impresiones de vida”. El empeño ha
sido macular con la vida la palabra y enaltecer las copias con servilismo vital.
Yo creo haber encontrado que sin doctrinas, explicaciones, y principalmente
sin raciocinios, pueden crearse dos momentos, únicos genuinamente artísticos, en
la psique del lector: el momento de la nada intelectual por la Humorística
Conceptual, mejor llamada Ilógica de Arte, y el momento de la nada del ser
conciencial, usando de los personajes (Novelística) para el único uso artístico a que
debieron siempre destinarse, no para hacer creer en un carácter, un relato, sino
para hacer al lector, por un instante, creerse él mismo personaje, arrebatado de la
vida. No pudiendo aquí desarrollar mi teoría general de Belarte, y especialmente
de la Novelística, y debiendo cumplir con el propósito de dar una teoría de la
Humorística como cultura del momento de “nada intelectual”, no como realística
de sucesos de chasco, diré que así como los personajes o “Personas de Arte”
asumen el destino único y nuevo de producir, por contragolpe, el susto de
inexistencia en el lector –que no es persona de arte sino persona de existencia–, así
en Humorística los sucesos, el suceso mínimo necesario, no se proponen la creencia
en el sucedido sino sostener una expectativa de entender y derivarla
instantáneamente a un segundo de creencia en lo absurdo. (Para ser cachado por lo
dicho: de tres a cuatro de la tarde en mi domicilio, que es un vagón de tren que
parte, toda persona será bien recibida, sin enfado.)
Pies de página
52 Incorporada como sección de Papeles de Reciénvenido y Continuación de la
Nada, edición 1944, y no republicada en la edición 1967.
I
Los estudios plenos de la comicidad, el chiste, el humorismo, debían explicar
el fenómeno fisiológico de la risa, el hecho de que esa risa sea un placer y la esencia
inteligible del hecho o formulación mental que debe causar aquella risa; pero
también debíase explicar qué signo afectivo deben tener siempre esos1 hechos.
Esto último es lo que creo se ha olvidado uniformemente. En profundos estudios
que se han hecho desde Kant, Schopenhauer, Spencer, Bain, Kraepelin, Bergson,
Lipps, Volkelt, Freud y otros, se llegó a dar acertadamente mucha luz sobre la
estructura esquemática mental de la causa psicológica de la risa, pero
enunciándola solo intelectualmente: no han visto que el signo afectivo constante de
la temática de la risa es que la esencia del sucedido sea alusión a felicidad. Se ha
estudiado el movimiento de las imágenes, se ha estudiado también el aspecto
afectivo (axiológico), la psicogénesis del placer de lo cómico, la relación con el
sueño, la conciencia o inconciencia del proceso cómico, los procedimientos de
fabricación de lo cómico, etc., pero no se ha investigado cuál es la razón esencial
que explica, no la risa ni el mecanismo psíquico de ese placer cómico, sino el signo
afectivo de la causa de ese placer, la condición hedónica fundamental sin la cual
ese placer no se produce.
Sea que se trate de “una afección que nace de la reducción repentina a la
nada de una intensa expectativa” (Kant); o de “la percepción repentina de una
incongruencia entre una idea y el objeto real” (Schopenhauer); “un esfuerzo que de
pronto se resuelve en nada” (Spencer); “una idea elevada que se presenta como
mediocre” (Bain); o “lo mecánico calcado sobre lo viviente” (Bergson); falta
siempre el elemento o condición específica de lo cómico: que el suceso sea feliz o
de algún modo aluda a felicidad.
Encaminemos la exposición con ayuda de textos de Bergson (La Risa): “La
risa se produce todas las veces que en lugar de la reacción inteligente y adaptada
que el individuo debía mostrar, tiene una reacción automática e inadaptada”; “El
procedimiento cómico debe definirse: lo mecánico calcado sobre lo viviente”; “Las
actitudes, gestos y movimientos del cuerpo humano son risibles en la exacta
medida en que este cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo”.
Aquí se insiste en definir lo cómico por un género de equivocación: un error
como ingrediente dominante de todo momento cómico. (De paso observemos que
nuestra vida está hecha de tramos de actividad automática que no nos causan risa.)
¿Pero acaso no valen tanto los muchos otros géneros de equivocación? Por mi
parte, añado dos elementos y preparo así la definición de lo cómico: Toda
equivocación, pero que no haga daño (el hecho cómico debe resultar inofensivo
aunque puede haber habido la posibilidad de mal) y que implique la intención de
prudencia y de acierto para un bienestar propio o ajeno y por ello se ejecute con
satisfacción actual sentida. Esta satisfacción o contento, acompañada a un acto
equivocado pero sin peligro y más bien por exceso de prudencia útil que por
imprudencia, es el ingrediente grato esencial que explica que también la emoción
por él despertada sea grata. En suma, aporto que lo que se ha olvidado siempre era
lo esencial y lo más ostensible: el placer de lo cómico y su risa es justamente lo que
constriñe a buscarle una explicación originaria de placer: debió pensarse que debía
tener un correlato temático también de significado grato. ¿Por qué la sustitución de
lo viviente por lo mecánico nos va a causar placer? Es una equivocación, como la
de una persona que pone el pie donde no hay escalón y se derriba; una emoción
placentera debe ser originada por una temática de placer. La risa cumple –según
Bergson– la función social de reducir lo mecanizado, lo hecho, lo cristalizado, lo
automatizado, porque la vida tiene leyes distintas de lo inorgánico y mecanizarla
es imperfectizarla. Pero el que, por causa de esa mecanización, se cayera de una
escalera donde falta un peldaño, no nos causaría comicidad, y no es suficiente
decir para ello que es porque ha intervenido la emoción. Lo mecánico se sustituye
veinte veces a lo viviente y no nos causa gracia si no contribuye a la felicidad. Es
más, debería darnos, en general, tristeza.
El sentimiento de comicidad es así uno de los del orden de la simpatía, en
muchos casos casi equivale a una manifestación de ternura, y por tanto es más que
igualitario, es admirativo o por lo menos enteramente altruístico: es el sentimiento
de aprobación de una conducta equivocada por exceso de prudencia y de busca de
la felicidad. Cómico es todo, y solo, una percepción inesperada de felicidad ajena.
No es incompatible con la emoción ni “a producir el efecto cómico concurre
siempre la intención implícita de humillar, y por ende de corregir”; ni “hecha para
humillar, ha de producir una impresión penosa en la persona sobre que actúa”;
“no llenaría sus fines la risa si llevase el sello de la simpatía y de la bondad”
(Bergson). Yo me río de un niño que, muy agitado y resuelto, dice que se va a
suicidar y sale corriendo y en ello entra en un comedor y empieza a comer. Su
causa es la felicidad con que el chico cambia de resolución, optando por lo más
agradable.
Comicidad es el caso particular de simpatía con la percepción de aptitud o
felicidad, que se distingue por la inesperada percepción, precedida de un estado de
interesamiento o atención. Si no hubiera esta sorpresa, se trataría de una alegría de
percepción de felicidad, con lo cual repruebo la teoría de que lo cómico se funda en
el sentimiento de superioridad, o deseo de humillación, o contemplación del hecho
cómico como desde un palco, etc. Toda percepción de felicidad o aptitud o de
ánimo fuerte ajeno es agradable. Pero esa percepción puede venir a veces
sorpresivamente y entonces toma el carácter levemente convulsivo de la risa; así
que la comicidad no es más que una de las formas de la percepción de aptitudes
para la felicidad. Es decir: lo inesperado o sorpresivo no es indispensable para la
alegría de percepción de felicidad, pero sí para la comicidad. O sea: a) hay
percepción simpática de felicidad ajena esperada; b; hay percepción simpática de
felicidad ajena inesperada. Esta es la cómica, que habitualmente se acompaña del
estado convulsivo por retención respiratoria que se denomina risa. (Hay dolor
convulsivo como hay placer convulsivo, por ejemplo el dolor emocional.)
La grandiosidad de que para que un ratón busque su comodidad deban
estremecerse las montañas, o se alivien con ese hacinamiento, realza la apariencia
de la dicha de ese pequeño animal que disfruta de un momento inmenso de
universalidad, de importancia. ¿Cómo no se vio pues ese cambio (laucha) después
de otros cambios (estremecimiento orográfico) supone una felicidad, de manera
que todo ese homenaje de la montaña y del público lo recibe esa laucha? Sin ella
nadie se hubiera reído –como tantas veces ante anuncios cuyo sentido escapa o se
trunca–; hubiera habido alguna liberación de preocupación, etc., pero no
comicidad. ¿Por qué? En ambos casos ha habido alegría por cesación de un temor o
expectativa, pero solo en el segundo comicidad. Si hay risa sería para el caso de
cesación brusca, pero me parece que tal no acaece pues los ruidos no tienen
término súbito; nunca se sabe cuándo concluirán.
Otro caso. Dice Bergson: “Si un cierto movimiento del brazo o de la cabeza
de un orador se repite periódicamente siempre igual, tendré que reírme contra mi
voluntad, porque en lugar de ser celoso de la palabra y flexible como ella, el gesto
se automatiza, deja de transformarse y por tanto de vivir”; “los gestos de un
orador, que de por sí no son ridículos, inspiran risa por la repetición”. La
comicidad según él proviene de que estoy ante un mecanismo que funciona
automáticamente; “no es ya la vida lo que tengo delante, es el automatismo
instalado en la vida y probando a imitarla”. Yo pienso también que la repetición de
los gestos de un orador no es en sí cómica, pues cuatro o cinco gestos es el
repertorio de cada orador; lo cómico es la noción de los movimientos inoportunos,
incoherentes con lo que está diciendo; el automatismo ha jugado con el orador, lo
ha hecho su trompo. Estoy, en cierto modo, descubriendo su falta de sinceridad;
esos gestos absurdos me benefician como informe de que debo cuidarme de hacer
caso de ese personaje. Hay felicidad al descubrir a un mistificador que mientras
dice patéticamente: “Esta pequeña acción” abre los brazos en cruz; hay la alegría
de que ciertos gestos inesperados denuncian la mistificación de una persona a
quien estábamos respetando. Además hay, concurrentemente, la felicidad de
contemplar a quien sin vocación ni sinceridad encuentra un modo más o menos
inofensivo de ganarse la vida, aunque prive la de desenmascarar a un farsante y
quedar prevenido contra él. Pero no es el mero automatismo lo cómico, sino el
signo placentero de ese automatismo y de la situación respecto de nosotros.
Bergson equipara este caso al enigma que plantea Pascal: “Dos caras,
ninguna de las cuales hace reír por sí sola, juntas mueven a risa por su parecido”;
es que la vida no debería nunca repetirse en toda su plenitud circunstanciada –
dice– y vuelve a su idea de que dondequiera que hay repetición, dondequiera que
hay semejanza completa, vislumbramos en seguida lo mecánico funcionando tras
lo vivo; pensamos en dos impresiones del mismo sello, en suma: en un
procedimiento industrial. “Tal desviación de la vida en el sentido de lo mecánico
es en este la verdadera causa de la risa.” Yo pienso que la alegría se debe en este
caso a la revelación de la riqueza de posibilidades del acontecer. Es alegría, pero no
hay comicidad, es un sonreír del agrado, de la complacencia, y este es optimístico
porque se presenta en prueba de la variedad, aunque sea en el caso de la
repetición. Cuando se repite una combinación muy compleja como es un rostro, o
en el juego una serie de veinte números, se ensancha la noción de Posibilidad, se
aleja la noción de Necesidad y de Limitación.
Freud prefiere decir que la causa de la risa es la “degradación de lo animado
hasta lo inanimado” en lugar de “la desviación de lo animado hacia lo inanimado”.
Y, consecuentemente con su terminología, alude a que nos sentimos decepcionados
cuando a consecuencia de una total identidad o una engañadora imitación resulta
superfluo el nuevo gasto que nos proponíamos realizar y que esta decepción
comporta una minoración de la carga psíquica y el gasto de expectación devenido
superfluo es descargado por medio de la risa. (Habría que observar a Freud, a
Bergson y especialmente a Bain, que la degradación de un estado de expectativa a
un vacío o una nada puede originar placer, pero no la degradación de una persona
o dignidad, ni la de lo animado hasta lo inanimado. Lo real es lo contrario: la
comicidad se produce bajo la condición de que no ocurra degradación alguna de
valores.)
¿Por qué la similitud de rostros causa alegría y no tristeza? La dignidad de la
vida está puesta en menoscabo al suponerla mecanizada; ¿qué más deprimente,
qué más oportunidad para una emoción depresiva que una fábrica de hombres?
Creo que a esta impresión de limitación o repetición o estandardización de la vida
humana la supera la impresión de la amplitud de lo posible, no solo en cuanto a la
identidad como caso de la variedad sino en el más singular de una sola psique con
varios cuerpos. Dudo que la singular observación de Pascal sea caso claro de
comicidad y risa; creo que más vale que de mucho interés, de extrañeza 55 ante la
impresión de dos cuerpos para la misma psique. Por mi parte, muchas veces he
pensado que pudiera haber varias figuras corporales para la misma persona
psíquica. Sin embargo, esta probabilidad se destruye prontamente, pues acto
continuo el observador percibe que mientras uno de los rostros ríe, su igual
expresa melancolía, o mientras uno de los cuerpos se agita el otro permanece en
reposo: concluye la posibilidad de una psique con varios cuerpos. ¿Reímos de los
mellizos? Quizás en este caso falte la sorpresa, pues sabemos que han nacido de los
mismos padres en las mismas circunstancias, pero podría haber la duda de que
fueran dos psiques, como al principio debimos pensarlo. Quiero decir que si las
dos caras son de gemelos o parientes no hay sorpresa ninguna, aparte de que
estamos acostumbrados a toda especie de repetición. En suma: una semejanza muy
acentuada es muy rara, presenta una amplitud del acontecer, y como la variedad es
un placer –aunque también lo es la uniformidad– y que haya varios seres de
idéntico tipo no limita la verdad, se da una sorpresa grata. La identidad cuando es
rara aumenta la variedad; la variedad no sería absoluta si no hubiera la posibilidad
de lo idéntico.
Para mí es de esta misma naturaleza la explicación de por qué un hombre
ingenuo ríe la primera vez que ve a un negro, problema psicológico tenido por
abstruso según el mismo Bergson lo reconoce al recordar que psicólogos como
Hecker, Kraepelin y Lipps lo han contestado de distinto modo. Kraepelin dice: “El
labrador ríe del negro que ve por primera vez; y nosotros mismos no podemos
reprimir una suave comicidad cuando nos encontramos con un amigo que ha
cambiado su peinado habitual, o que acaba de afeitarse la barba que llevaba, o
cuando le vemos usar, por primera vez, el sombrero de copa, camino de una
fiesta”. Según él, hay comicidad intuitiva, por contraste de nuestras intuiciones
sensibles con nuestro material representativo. (Para mí, el que se quita la barba es
un enérgico, ha tenido resolución, posee tono optimístico, y a esta felicidad alude
mi sentimiento de comicidad, reunidas las demás condiciones, sorpresa, etc.; si yo
asistiera a la operación de rasuramiento no reiría. O sea: si ese hombre se desbarba
para despistar a la policía, por ejemplo, no resultaría para mí cómico, pero sí me
divierte si ha encontrado una fórmula mejor para su atractivo personal y
enérgicamente la ha adoptado.)
En fin, volviendo al negro, para Bergson un negro es un “mal lavado” o un
blanco disfrazado; y todo disfraz, no solo del hombre sino de la sociedad y aun de
la naturaleza, es cómico: la idea de disfraz se remonta a la de un mecanismo
superpuesto a la vida.
Freud reconoce la dificultad del problema fundamental: las condiciones de
la génesis del placer cómico, derivado –según él– de la diferencia de gasto psíquico
de representación. Critica las teorías clásicas que a su juicio incurren en un mismo
defecto: olvidan en su definición aquello que constituye precisamente la esencia de
la comicidad. Si se sostiene que lo cómico reposa en un contraste de
representaciones (Lipps, por ejemplo); sí –dice–, pero cuando este contraste
produce un efecto cómico y no de otro género. Si se dice que el sentimiento de lo
cómico proviene de la decepción que nos causa algo que esperábamos (Lipps,
asimismo), desde luego –expresa Freud– pero solo cuando la decepción no es
dolorosa. Pareciera entonces que Freud fuera a acertar con la explicación, y sin
embargo, solo excluye un caso –el de la decepción dolorosa–, exclusión sabia, pero
no da la fórmula positiva de la comicidad. Él cree qua solo aceptando su teoría de
que el placer cómico nace de la diferencia resultante de la comparación de dos
gastos, puede resolverse el problema de la génesis del placer cómico; “el placer
cómico y el efecto en que el mismo se manifiesta –o sea la risa– no pueden surgir
sino cuando la diferencia deviene inútil y, por tanto, susceptible de descarga”, pero
deben mediar circunstancias especiales para que ese proceso se verifique, pues
“siendo innumerables los casos en los que, en nuestra vida ideológica, nacen tales
diferencias de gasto, son, en cambio, comparativamente raros aquellos en que las
mismas producen comicidad”. Las condiciones esenciales que discierne Freud para
la comicidad ocasional, son: a) Aquel sereno estado de ánimo en que nos hallamos
“dispuestos a reír”; b) Estado de expectación de lo cómico; c) No mediación de
actividades espirituales –trabajo intelectual, reflexión abstracta, etc.– que
impliquen condiciones desfavorables, perturbaciones de la descarga; d) Ausencia
de la sobrecarga producida por la atención; la posibilidad de producción de placer
cómico desaparece cuando la atención se halla fija precisamente en la comparación
de la que la comicidad debe surgir; e) Que no sea caso de que el proceso cómico dé
simultáneamente ocasión al nacimiento de intensos afectos, pues queda entonces
excluida la descarga de la diferencia productora de placer; f) Además, el desarrollo
del placer cómico puede ser facilitado por cualquier otra agregación placiente
como por una especie de efecto de contacto.
Y sin embargo, a pesar de esa prolijidad en el estudio de las condiciones de
la comicidad, parece que Freud no hace más que reiterar en el caso especial de la
comicidad una nota común a toda la vida mental: cualquier estado puede
interrumpir o ser interrumpido por otro, según su intensidad; si estoy triste no río
de un chiste; si el chiste alude a algo cruento, aunque yo no esté triste, puedo no
reír, etc. Es curioso que los estetas y psicólogos que estudian la comicidad repiten
con distintas palabras y como si fuera una característica de la emoción cómica algo
que es nota común a la vida psíquica. Decir “solo río cuando tengo humor para
reír” es tan legítimo como decir que “solo lloro cuando tengo humor para llorar”,
etc.; o sea que un estado se mantiene en la conciencia siempre que no es superado
en intensidad por otro. (Bain dice que lo cómico es: “la degradación de alguna
persona o interés que posee cierta dignidad, en circunstancias en que no excite otra
emoción más fuerte”: Freud habla de que no deben mediar condiciones
desfavorables a la descarga; Bergson igualmente, lo mismo Groos, etc. Siempre es,
sin embargo, la misma ley común: a la eclipsación recíproca de los estados.) Si el
hecho cómico tuviera en su temática elementos evocativos lóbregos o siniestros, el
chiste, sin dejar de ser chiste, si así puede decirse, se frustraría como estado
emocional grato, pero lo que es ocioso porque es común a toda la vida psíquica es
condicionar la afirmación de ser algo chiste o comicidad, a las circunstancias de un
preexistente buen humor o la ausencia, en la simultaneidad psicológica del
momento, de emociones o expectativas de consecuencias penosas, porque
siguiendo así podríamos decir que un hombre se enoja cuando lo injurian a menos
que le paguen para dejarse injuriar (como los bufones), o un hombre sufre cuando
le pegan, a menos que sea masoquista, etc. En suma: si los autores se refirieren a la
exclusión de notas sombrías o dolorosas en el tema de la comicidad, acertarían,
pero requerir condiciones favorables o alegres del espíritu para el chiste es una
acotación innecesaria, pues toda emoción aparece cuando no domina una emoción,
sensación, cenestesia o apetencia más intensa. Toda emoción, todo interesamiento
aparece cuando simultáneamente no hay un motivo más importante de
interesamiento diverso; en cambio sí es preciso afirmar que el hecho o tema debe
de algún modo aludir a felicidad: la percepción de un automatismo es cómica en
tanto no implique un resultado dañoso; reiré de una caída benigna, pero no de una
caída al mar, aunque ambas resulten de una marcha automática, pero no según el
estado en que se encontraba mi ánimo previamente a esas percepciones.
Resumiendo: las doctrinas conocidas analizan el elemento cómico, sea
intelectual (contraste de imágenes o de intuiciones, etcétera), sea afectivo (descarga
psíquica, valor o seudovalor que muestra su falsedad, etc.), o bien se fundan en
hipótesis especiales (“lo mecánico calcado sobre lo viviente”, “ahorro de gasto
psíquico de representación”), pero no muestran qué condición fundamental debe
revestir ese elemento cómico, cualquiera sea su tema concreto, o sea el signo
afectivo no de la risa sino del hecho real o mental a que el suceso cómico o el chiste
se refieran. La risa es un placer. ¿Por qué? Dice todavía Bergson: “Acrecimiento
repentino en el tono de placer de la conciencia”. Pero ¿por qué?
Quiero decir: el contraste de representaciones, aun cuando sea sorpresivo,
puede no ser cómico; el falso valor que muestra su inai nidad aun cuando ocurra
sorpresivamente, puede no ser cómico, y lo mismo la creencia de un absurdo. Para
que el sentimiento sea de comicidad, el tema de cada uno de esos hechos debe ser
grato, oculta u ostensiblemente, ha de aludir a la felicidad. Quizá Bergson, por
interpretación a contrario sensu, se acercara a esta idea, cuando dice que “es
necesario que el hecho no me conmueva”, pero no dice: es necesario que el hecho
sea en sí feliz para quien parece padecerlo. Además Bergson repite que la
condición de insensibilidad del espectador es necesaria (insociabilidad del
personaje, insensibilidad del espectador; “allí donde el prójimo deja de
conmovernos, comienza la comedia”). No es insensibilidad del espectador sino
sensibilidad para la dicha ajena, mientras no sea causa de piedad, o que el daño
resultante, que corrige el carácter, sea leve.
Cuando la mecánica le juega a un viviente una mala pasada, nos hace reír si
en ese momento el viviente estaba alegando nobles intenciones o grandes
posesiones de verdad, pero en todo otro caso los triunfos del automatismo sobre
los conscientes tienen que impresionar depresiva, tristemente, no pueden darnos
placer. El automatismo denuncia a un farsante del cual nos libramos gracias a ello,
pero muchas otras cosas pueden denunciarlo igualmente, por ejemplo el que le
descubramos que, aparentando improvisar, está leyendo un papelillo que tiene
entre las piernas, etc. La sustitución de lo que debería ser consciente, por el
automatismo, es pues siempre depresiva. Las explicaciones parciales, por tanto,
podrían ser el automatismo o una pretensión de valor que muestra su inanidad,
etc., pero el hecho fundamental, lo que separa al hecho cómico de todas las otras
expectativas, sorpresas, absurdos, tristes o trágicos, es la mención a una dicha.
No hay comicidad en el caso de que resulte daño, o en el de la caída de un
niño, porque aun cuando se da la condición “sorpresa”, falta la alusión a la
felicidad. Si hubiera convulsión respiratoria por retención de la respiración, podría
haber risa nerviosa, posiblemente penosa; el que contempla con agrado una caída
dolorosa tiene placer de crueldad, o risa de susto, pera no una risa cómica. 58 Por lo
demás, creo que las personas da sentimentalidad sana apenas o nada ríen en el
caso de una caída de una persona no infatuada. En fin, esta risa de espectador es
secundaria; la fuente manantial total es la risa del sujeto. Mucho más significante
de valía de inteligencia y carácter, es la risa del que se cae, por sobre todas las risas
de quienes presencian la caída; se trata de una emoción aborigen, primera, del
carácter con un tema de sí mismo; es una emoción de la Paciencia inteligente y de
la Valentía inteligente; es una emoción alegre de la superación del Carácter y
Persona sobre la contingencia estúpida o enemiga del Cosmos. (Para hacer frente al
problema hay que encarar, centralmente, la risa del que se ríe de sí mismo, y del
espectador que ríe del percance inofensivo de otro con capacidad para reír del
mismo cuando le ocurra a él.)
Pies de página
54 “Los Fundamentos de la Estética”, posterior a “Komik und Humor”, obra
especializada que no he podido consultar.
55 Por ello estimo que se deben elegir los casos fuertemente calificados de
cómicos, es decir, a las grandes intensidades, para no perdernos, en una exposición
general; no soy partidario de buscar como ejemplos de comicidad “unos ojos
demasiado abiertos, una nariz ganchuda, unas orejas muy separadas del cráneo,
una joroba o cualquier análogo defecto físico”.
56 Hay una felicidad –que no sé si ha sido observada– en la percepción en el
prójimo de defectos leves. Una persona quiere a otra y la encuentra muy perfecta.
Pero le complace descubrirle algún defecto ligero, para que se dé su justo capricho,
para que tenga un descanso de su bondad, de su sujeción a la virtud. Estoy
deprimido de pensar que esta persona es tan virtuosa y me alegro de conocerle
alguna pequeña envidia o despreocupación. Si esta percepción es inesperada, es
cómica, y siempre pertenece a los placeres simpáticos.
57 Diferencia del chiste con la comicidad: “La fuente del placer del chiste
tuvimos que situarla en lo inconsciente; en cambio, en la comicidad no
encentramos motivo alguno para una tal localización. Más bien indican todos los
análisis hasta ahora efectuados, que la fuente del placer cómico es la comparación
de dos gestos, localizados ambos en lo preconsciente. El chiste y la comicidad se
diferencian, pues, ante todo, en la localización psíquica, y el primero es, por decirlo
así, la aportación que lo inconsciente procura a la comicidad”.
58 Ante esta situación puede haber otro placer y otra risa, pues, que a
menudo se confunde con lo cómico y hace hablar de un sentimiento de orgullo,
poder, o superioridad; pero tal sentimiento no es más que el de la malignidad y la
risa sería de un placer sorpresivo de malignidad.
Lipps y Bergson hablan de un sentimiento cómico amargo y aun amarguísimo;
puede reírse de desesperación, por ejemplo, en quien pone todo su esfuerzo en una
empresa y fracasa, o en quien ve toda su vida destrozada; pero es la risa de la
tragedia y equivale al llanto. Hay por tanto risa sin placer.
II
Freud se propone una investigación profunda de los principales problemas
que plantea el chiste. No solo estudia detalladamente sus diversas técnicas
verbales, sus categorías, sus “tendencias”, sino también problemas tan importantes
como la relación del chiste con los sueños (que implica decidir en la cuestión de la
naturaleza del inconsciente) y el mecanismo del placer y la psicogénesis del chiste.
Sean los chistes siguientes:
Dos judíos hablan de hidroterapia. Yo –dice uno de ellos–, lo necesite o no,
tomo un baño todos los años.
Un judío observa, en la barba del otro, restos de comida:
—¿A qué adivino qué has comido ayer?
—Dilo.
—Lentejas.
—Has perdido. Eso fue anteayer.
La explicación, según Freud, es la misma. 59
(Ocurre que fracasa el placer de acertar el pronóstico, aunque nunca estuvo
más seguro, es decir, tuvo un dato o signo más cierto: las propias lentejas en la
barba; el primer judío creía que iba a ser admirado y a dejar confuso al otro, pues
este no sabría cómo lo había sabido. La risa viene de este fracaso da una exhibición
de adivinación o de saber cosas secretas por una casualidad: el hombre se iba a
lucir como clarividente y falla por la desgracia de que lo que el otro había comido
ese día no había dejado rastro en su barba pero sí lo del día anterior. Al no haber
acertado sino así, queda la duda de si no será caso de la casualidad, o sea de
probabilidad. El paciente descubre ese error de pronóstico y, ateniéndose
simplemente a la exactitud o inexactitud de lo supuesto adivinado, exhibe un
mayor desaseo de su persona; pero eso no le importaba, al menos en ese momento.
Lo que causa placer es ese cinismo de no importársele nada, o mejor dicho,
quizá, la alusión hedonista deriva de cómo el judío sucio se precipitó sobre el
bocado de autosatisfacción que las circunstancias le brindaban de hacer fracasar un
chiste aun a costa suya, o mejor, olvidando un momento, tras esa fruición, que
mostraba una mayor dejadez que el otro no había llegado a sospechar.
Esta alegría en el oyente podría hallarse neutralizada por la pena de que el
adivinador fracase. Pero este es el fracaso de un perturbador de felicidad; y
además fue demasiado tímido para darse el gusto de perturbar esa felicidad
porque no se atrevió a suponer un desaseo de duración mayor de 24 horas. O sea:
una impertinencia tímida cuya moderación resultó castigada en lugar de
premiada. Todo se halla superado por la actitud de quien para desarmar la
profetización se olvida completamente de que confiesa una disminución aun
mayor de la que se le supone. El completo olvido en que cae este hombre de lo
reprochable de su costumbre de limpieza exterior, en su alegría de desbaratar una
adivinación no muy cortés de un tercero, es lo que nos gusta: aprovecha su trago
de placer: derrotar al adivinador. En fin, hay evocación de sensaciones antipáticas
sensoriales y eso perturba el goce del chiste, pero el tipo de error puede ser el
mismo. “¿Pero usted no la besó a su hija que llegó ayer?” —"No la besé, pero llegó
anteayer”. Que es peor.)
“La experiencia consiste en experimentar aquello que no desearíamos haber
experimentado.”
La experiencia es definida aquí (Freud) por su propio nombre; quedamos un
tanto desconcertados y creemos escuchar una nueva verdad. Mas en seguida
advertimos –prosigue– que no se trata sino de una trivialidad: “De los
escarmentados nacen los avisados”. El excelente rendimiento chistoso de definir la
experiencia casi exclusivamente por el empleo de la palabra “experimentar”, nos
engaña de tal modo que estimamos en más de lo que vale el contenido de la frase.
(Me parece que esta frase de Lichtenberg responde alguna idea u opinión; ha
de haber sido una impugnación a algún juicio metafísico torpe en que se intentó
definir la experiencia, y me confirmo en esto cuando páginas adelante el propio
Freud advierte que muy justificadamente dijo Goethe de Lichtenberg que sus
ocurrencias chistosas o chanceras esconden interesantísimos problemas o, mejor
dicho, rozan la solución de los mismos. Pero llamar “experiencia” a lo que pasa
inadvertido porque no ha habido “resistencia”, es inconsistente. Quiere decir que
sin cierta resistencia, sin cierto movimiento atencional, cierto agolpamiento o
conflicto, el estado porque no lo atendimos no es nada; la experiencia de un
automatismo, porque no deja rastro, no es tal “Experiencia”: solo puede llamarse
así a lo que ha suscitado percepción, atención. Pero no se ha dicho nada, pues se
quiere saber qué sea la experiencia y no se puede con lo definido empleado como
definidor. Se ha de haber referido Lichtenberg a aquello de que con experiencia
(golpes, adversidades) se aprende, pero al mismo tiempo viene a decir que sin
cierta reacción de la personalidad (“no deseáramos…”) la experiencia es nada, sea
una reacción de acogida o de repulsa. Por eso ha elegido la experiencia negativa o
desagrado, que educa por la adversidad. Freud cree que es una simulación de
definición que no se hace no obstante yo creo que es, psicológicamente, una buena
definición escolástica, efectiva, con un cierto defecto de pedantería o escolasticismo
burlón. ¿Quién va a definir la Experiencia? Si hay chiste, está en que, diciendo una
verdad, le da una verbalización tautológica: la verdad de qua no es definible la
Experiencia. 60
Veamos ahora con algún detalle la explicación que da Freud del placer del
chiste, en los varios grupos que analiza. “Lo que quisiéramos averiguar –expresa–
es en qué forma surge el placer, de estas fuentes, o sea cuál es el mecanismo del
efecto da placer.” (Se verá que lo que yo creo que se debe investigar es; además,
cuál es la causa o condición general del chiste y de 1o cómico, aneja al tema o
situación.)
Sea en primer lugar este chiste “tendencioso”:
Serenísimo recorre sus Estados. Entre la gente que acude a vitorearle, ve a
un individuo que se le parece extraordinariamente. Le hace acercarse y le
pregunta: “¿Recuerda usted si su madre sirvió en palacio alguna vez?”. “—No,
Alteza –responde el interrogado–; pero sí mi padre”.
Lo esencial, desde el punto de vista de la técnica verbal, es el proceso de
“unificación” –análogo a la condensación por comprensión de dos elementos en la
misma palabra, como en el caso del “familionarmente” de Heine–; descubrimos
nuevas a inesperadas unidades, relaciones recíprocas de representaciones y
definiciones mutuas o por referencia a un tercer elemento común. En el caso de
Serenísimo, ejemplo del “ingenio rápido”, la rapidez consiste en la inmediata
sucesión de agresión y defensa, en “volver el arma contra el atacante” o “pagarle
en la misma moneda”, esto es, en la constitución de una inesperada unidad entre
ataque y contraataque. He aquí la explicación textual da este chiste, que por su
técnica pertenece a los de “unificación” y por su tendencia a los “agresivos”: “El
interrogado hubiera querido maltratar de obra al descarado que con su alusión
osaba insultar la memoria de un persona amada; pero el tal descarado es nada
menos que Serenísimo, al que es imposible no ya maltratar de obra, sino ni siquiera
de palabra, a menos de pagar la venganza con la propia vida. No habría, por lo
tanto, más remedio que tragar en silencio la ofensa. Mas, afortunadamente, abre el
chiste el camino a una venganza exenta de todo peligro, recogiendo la alusión y
devolviéndola, merced al medio técnico de la unificación, contra el agresor”.
Queda así, según Freud, analizada la fuente del placer en los chistes tendenciosos
(en sus cuatro especies: desnudador u obsceno, agresivo u hostil, cínico o crítico, y
escéptico): el placer surge ante la satisfacción de una tendencia que, sin el chiste,
hubiera permanecido incumplida y gastando por tanto energía psíquica de
represión.
¿Pero esta respuesta es chiste o es daño, aunque sea hábil y rápida? (¿Y la
frase original de Serenísimo es chiste o es injuria?) El individuo consigue darse el
gusto de desvalorizar a alguien, de irrespetarlo, acertando con una fórmula que lo
salva del talión; se defiende y mortifica, interrumpe un placer y lo convierte en
dolor. La hipótesis freudiana es: “que el secreto del efecto de placer del chiste
tendencioso demuestra más claramente qua ningún otro de los grados evolutivos
del chiste el carácter esencial de la elaboración del mismo, constituido por el hecho
de dar libertad a magnitudes de placer por medio de la remoción de coerciones”;
“el chiste tendencioso fortifica las tendencias a cuyo servicio se coloca, aportándole
auxilios procedentes de sentimientos reprimidos, o entra, abiertamente, al servicio
de tendencias reprimidas”. ¿Pero no es este, simplemente, caso del placer de la
venganza? ¿Y de qué naturaleza en ese estado latente de venganza, antes de
cumplirse en el chiste; qué sentimiento hubiera dejado el chiste o injuria de
Serenísimo, si el paciente no hubiera logrado instantáneamente contradañarlo?
Según Freud, perduraría como una tendencia a la agresión reprimida, y el ahorra
psíquico, en que según él radica el placer del chiste, se produce gracias a que
desaparece el gasto psíquico de mantener reprimida la tendencia. Yo pienso que se
trata del placer de la venganza, hacer abortar un placer de otro, y que es un deseo
cualquiera. Y en el oyente de la escena hay dos placeres: el de contemplar un
talento de la persona que da una justa respuesta y el de una experiencia benigna,
educativa, que soporta Serenísimo. Nos alegra la justicia y el ingenio del que sabe
procurarse el placer de que se sea justo con él. Freud dice: “ahorro de gasto
psíquico”, pero pudiera decir talento, exhibición de inteligencia: tendencia de todo
poder muscular o intelectual a su conveniencia. Yo no percibo bien la necesidad de
llamar “ahorro psíquico” a la evitación del dolor u obtención del placer.
¿Ahorrarse un placer no sería un ahorro psíquico? Lo que se percibe es que es un
placer: el placer de otro que se saca un injuria con sensación placentera de estar
liberado; o sea: quiero expresar que si ese ingenio, o el esfuerzo, proporciona a la
persona la satisfacción de su deseo, da un espectáculo de felicidad; se le llama
cómico o chistoso porque da lo contrario de lo que se esperaba.
La situación de quien recibe una agresión se transforma no en mero deseo de
expresión sino en deseo de venganza, corporal o verbal. ¿Qué diferencia hay entre
pegar e infamar? Para el ofendido, ninguna. Para el ofensor (previamente
ofendido) en su propósito, tampoco, pero sí en sus resultados: el que recibe una
injuria de un superior a quien debe obediencia solo con el chiste puede replicar
impunemente. Para el que percibe es inesperada una fórmula inge niosa que ha
encontrado la persona de menoscabar la opinión de otra, sin riesgo.
¿Se puede decir que satisfacer un deseo es ahorrar? ¿Realizar el acto sexual o
el acto de alimentarse, es un ahorro? Es como cualquier tensión o apetición, es un
placer. No se trata, pues, del placer del desahogo –pues entonces el individuo se
diría a sí mismo el chiste o se satisfaría con una injuria cualquiera– sino del placer
de dañar, o sea que la calumnia hace propaganda contra la persona. (¿Por qué ese
individuo no fue castigado por Serenísimo?). Dice Freud: “No creemos constituya
ningún atrevimiento especulativo afirmar ahora, que tanto para la formación como
para el mantenimiento de una coerción psíquica es necesario un ‘gasto psíquico’. Y
si agregamos a esto que en ambos casos del empleo del chiste tendencioso se
consigue una aportación de placer, no será muy aventurada la hipótesis de que tal
aportación de placer corresponde al gasto psíquico ahorrado”. Yo diría,
sencillamente: placer de ahorrar un dolor; y en el espectador: placer de percepción
de placer, con sorpresa. El individuo hace un chiste como si pegara o injuriara; es
una forma indirecta de librarse de un dolor, de satisfacer un deseo de venganza.
Para que al espectador le resulte chiste debe haber percepción de placer, actividad
simpática al vengativo verbal: placer de inesperada percepción de placer ajeno. El
daño que recibe Serenísimo no cuenta, porque es la réplica a su primitiva agresión;
pero el chiste se desvirtuaría si la agresión de la respuesta fuera
desproporcionadamente hostil. El chiste, pues, sería uno de los modos de
responder a un ataque. 61 (¿Qué hubieran respondido a Serenísimo otros
protagonistas de chistes famosos? Se me ocurre que el judío del baño anual o el de
las lentejas en la barba hubiera respondido: “Qué suerte, yo siempre me he
parecido a su excelencia y ahora tengo la dicha de que su excelencia me lo note”.
HirshHyacinth acaso hubiera dicho: “No sé, Señor, exactamente, pero como mi
padre andaba mucho por el palacio y su madre de usted andaba mucho por los
barrios pobres, nunca sabremos usted ni yo, Venerado Serenísimo, lo cierto. Yo
también siempre lo he pensado”. Etcétera.)
En los chistes “inocentes”, o sea que no están al servicio de una “tendencia”,
la fuente de placer tiene diverso origen. En un primer grupo, o sea el de los “juegos
de palabra”, cuya técnica consiste en “dirigir nuestra atención psíquica hacia el
sonido de las palabras en lugar de hacia su sentido y dejar que la imagen verbal
(acústica) se sustituya a la significación determinada por relaciones con las
representaciones objetivas”, el placer deriva del ahorro de gasto psíquico al
trasladarnos por el uso de la misma palabra o de otra análoga, de un círculo de
representaciones a otro más lejano. Ejemplo: Un médico que acaba de reconocer a
una señora dice al marido de la enferma: “No me gusta nada”. –”Hace mucho
tiempo que a mí tampoco” –se apresura a contestar el interpelado.
Un segundo grupo de medios técnicos –unificación, similicadencia, múltiple
empleo del mismo material, modificación de conocidos modismos, alusión a citas
literarias– muestra el definido carácter común de ofrecernos algo ya conocido
donde esperábamos encontrar algo nuevo. (Similicadencia: “Roux et sot” por
“Rousseau”; condensación con formación de sustitutivo: “Familionarmente”;
modificación: “Traduttoretradittore”; etcétera. El chiste de Serenísimo, desde el
punto de vista de la técnica verbal, es por unificación.) “Este reencuentro de lo
conocido es en extremo placiente y no hallamos dificultad alguna para reconocer
tal placer como placer de ahorro y atribuirlo al ahorro de gasto psíquico.” Insiste
Freud en que parece generalmente aceptado el hecho de que el reencuentro de lo
conocido produce placer, y recuerda a Groos: “El reconocimiento se halla siempre
ligado, allí donde no ha llegado a mecanizarse excesivamente (como en el acto de
vestirnos, etc.) a sensaciones de placer. Ya la simple cualidad de lo conocido se
muestra acompañada por aquel suave bienestar que le invade a Fausto cuando tras
un sospechoso encuentro penetra de nuevo en su laboratorio…”. Freud reprocha a
Groos que, en su intento explicativo (de los juegos, cuyo carácter consiste en
intensificar la alegría del reconocimiento colocando obstáculos en el camino del
mismo, o sea provocando un “estancamiento psíquico” que es suprimido por el
acto del reconocimiento) abandona la hipótesis de que el reconocimiento es
placiente por sí mismo y refiere el placer que en estos juegos se produce a la alegría
de la conciencia de poder o de la superación de una dificultad; “a nuestro juicio –
dice Freud– este último factor es secundario y no vemos en él motivo alguno para
abandonar nuestra más sencilla hipótesis de que el reconocimiento es placiente en
sí, esto es, por la aminoración del gasto psíquico, y que los juegos fundados en la
consecución de este placer se sirven del mecanismo del estancamiento psíquico,
exclusivamente para elevar la magnitud del mismo”.
Yo creo que en todos estos casos se trata, respecto de lo conocido, del placer
de la facilidad, facilidad para la percepción. ¿Y en el caso de rever un tormento ya
conocido, o en el caso del condenado a quien nuevamente encarcelan? No hay
placer del reconocimiento; es especioso. Si a Fausto le agrada entrar en su
laboratorio, el placer de volver a él no es el del reconocimiento, sino el de tornar a
donde está a su gusto. Para que pueda hablarse como Freud o Groos del “placer
del reconocimiento”, tiene que haber un “reconocimiento” que sea placer sin
ninguna ventaja especial, pues cuando un químico se aburre del laboratorio no sé
que sea un placer volver a verlo o recordarlo, o lo mismo en el caso de una
lastimadura o enfermedad. Creo que el reconocimiento no es más que el placer de
una facilidad, enteramente insignificante y de ninguna manera especial. El día que
necesito mi bastón podré tener placer en reencontrarlo, pero todos los otros días
que lo veo, aunque sea sorpresivamente, no tengo placer de reconocimiento. Y
además: ¿hay el placer de lo nuevo, o sea lo opuesto a lo reconocido? Si algo es
realmente nuevo y por tanto no se sabe si agradará o no, no hay tal placer de
novedad. (A cada momento, al tomar el cuchillo para usarlo, experimento un
levísimo placer de saber que lo voy a manejar, pero no es el “saber” sino que ya la
mano lo toma como cosa conocida.) Place la ejecución de una escala conocida, mas
también la de una nueva; pero esos placeres no se tienen en cuenta, no tienen
comparación con el chiste. En fin, me inclino a la explicación de Groos: la alegría
de la conciencia de poder o superación de una dificultad; lo conocido significa lo
que yo puedo usar, la facilidad para la percepción y uso; ver un tirabuzón y
reconocerlo no es placer, pero sí saberlo usar; pero cuando lo usado es
desagradable no hay tal placer.
En fin, el tercer grupo de las técnicas del chiste –sobre todo del chiste
intelectual–, en el que quedan comprendidos los errores intelectuales, el
desplazamiento del acento psíquico, la exposición antinómica, etc., “puede
presentar a primera vista un carácter especial y no delatar parentesco alguno con
las técnicas del reencuentro de lo conocido o de la sustitución de las asociaciones
objetivas por las asociaciones verbales; esto no obstante, resulta también harto fácil
aplicar a estos casos el punto de vista del ahorro o minoración del gasto psíquico”.
(Ejemplo de chiste por desplazamiento es el del salmón con mayonesa, que se
consigna más adelante). Este ahorro nace de que es más fácil desviarse de una ruta
mental que conservarse en ella, confundir lo heterogéneo que establecer marcadas
antítesis y, sobre todo, admitir, como válidas, consecuencias que la lógica rechaza,
o prescindir, en la reunión de palabras y pensamientos, de la condición de que
formen un sentido. Freud recoge la objeción que inmediatamente se le haría de
cómo tal actividad de la elaboración del chiste constituya una fuente de placer,
“siendo así que todos estos rendimientos defectuosos de la actividad mental solo
sensaciones de displacer nos proporcionan en otros sectores diferentes”. Esta
singularidad se explica por el “placer de disparatar”, o sea el placer de la libre
disposición del curso de los pensamientos sin observación de la coerción lógica.
Reconociendo en todo su mérito el esfuerzo consumado y honesto de Freud,
pienso que a veces su terminología –como en otras doctrinas sobre lo cómico y el
chiste– no es la más adecuada y no favorece la comprensión de los hechos. No es
este el momento de analizar en detalle conceptos como los de “gasto psíquico” o
“ahorro de actividad psíquica”, pues me llevaría a una teoría general de la
psicología (aunque justo es recordar que Freud se vio llevado a su estudio sobre el
chiste en su afán de corroboración de una teoría general); pero parece que si en vez
de decir “ahorro de gasto psíquico o de gasto de representación” pudiera decirse
ahorro de esfuerzo o aun ahorro de sufrimiento, nos acomodaríamos más a los
procesos psíquicos y a una sencilla universal terminología. Ciertas denominaciones
freudianas parece que nos extraviaran algo, aparte de la dificultad misma de
interpretación en cada caso concreto de “gasto psíquico”.
Si se deja de lado el análisis del mecanismo de este chiste realizado por
Freud (que lo caracteriza como un chiste por “condensación con formación de
sustitutivos”: “familionar” es la palabra mixta que entraña el efecto hilarante), la
gracia está en la resignación o humildad o modestia del que relata una situación de
la que está consciente que le fue humillante. Esa buena facultad de la humildad le
permite hallar placer hasta en el relata de su propia humillación. Hay dos
elementos: jugar con el lector u oyente, porque hasta el final de deletrear “famili”
les hizo creer una cosa (máxime después de la expectativa del “de igual a igual”) y
adicionándole “onarmente” (podría decirse, estrictamente, “on”, intercalado, pues
el resto correspondía), o sea haciendo una palabra de dos concepciones opuestas:
trato familiar y trato millonar, lo sacó bruscamente de esa creencia, de donde el
elemento optimístico está en que jugó con el lector por medio de la expectativa
fallida y de un absurdo gramatical y lógico; pero la tonalidad placentera esencial
proviene de esa aptitud del relatante, de cómodo cinismo, tranquila resignación a
la humillación. También hay reflejo optimístico en el hecho de que el millonario se
dio su santa comicidad, lo que compensa o neutraliza el dejo de amargura que ha
sido señalado en este chiste para la parte del relatante. También juega con la
idiomática, y esta es una exhibición de habilidad, siempre grata. El encarecido
mérito de la brevedad de los chistes, confirma mi teoría de la esencialidad
optimística aneja a la temática del chiste. Porque la brevedad es uno de los grandes
esfuerzos y habilidades en el manejo del idioma: es mérito de toda redacción, no
solo de la del chiste.
¿Por qué “familionarmente” no entristeció a los lectores? Tal la cuestión. Yo
por ejemplo invento esta situación:
—¿Y aquel médico lo curó por fin a su mucamo?
—Sí, lo curó mortíferamente.
—Qué lástima ¿no es cierto? Lo curó de todas las enfermedades menos de
esa.
¿Por qué no nos reímos? Aquí hay sorpresa y acaso exhibición de habilidad
idiomática; si la temática hubiera sido feliz el chiste estaría completo. Falta esto y
falta todo. Es una ironía, pero no es una comicidad; no tenía alegría. Sarcasmo,
sátira, ironía, no pertenecen al género estricto de la comicidad, aunque posean una
de las notas de esta, que es la sorpresa, el jugar con el lector.
Es agradable, se oye con placer a un hombre que se ampara en su sistema de
humildad; pero se llega a un momento del relato en que parecía que el personaje
iba a salirse de esa defensa (cuando está a punto de decir que Rotschild lo trató
“familiarmente”) y de inmediato se enmienda, mostrando ingenio y conducta de
resultados útiles. (Si se hubiera limitado a expresar que Rotschild lo trató
familiarmente, no hubiera habido más extrañeza que la de benevolencia o
exquisitez de Rotschild, o la de cinismo del pobre hamburgués; si hubiera dicho
“me trató, puede decirse, con cierta familiaridad”, nos hubiera agradado su
carácter.) El lector no está preparado en contra ni a favor; pero si el placer de ver a
ese hombre va con convulsión de risa por lo inesperado, y hay expectativa desde
que se oyó el comienzo de la palabra.
Juntando los dos vocablos se ve el desistimiento y el personaje aprovecha la
similitud fónica para mantenerse en su línea de conducta de humildad. Cuando ya
iba a enorgullecerse un instante pegó el tirón de la rienda y se abstuvo de darse
corte, acertando con la palabra (pudo no acertar: el lector aprecia por tanto el
ingenio o rapidez mental del hamburgués, además de su política de modestia), con
lo que evidencia la perfecta ejercitación de la humildad en la cual vive, al retener
en la mitad la expresión y mantenerse en su línea: aun en ese momento, con el
oyente, está en su sistema, quiere que el oyente también lo crea perpetuamente
humilde.
Ese movimiento ágil de la persona para volver a su táctica y conservar su
patente, evitando que la crean soberbia, es grato. La percepción de ese susto de
Hyacinth ante lo que iba a decir, acre cienta el efecto simpáticamente hilarante. Ese
hombre recupera su astucia; sabe que de pobre diablo humilde es la actitud más
segura, que da grandes conveniencias y gusta muchísimo. Si hubiera dicho:
“Rotschild me trató familiarmente, en la medida en que puede hacerlo un
Rotschild”, hubiera habido placer en el oyente: placer de percepción de placer,
pero como en el chiste de Heine hay susto, hay también placer de percepción de un
pequeño susto de la prudencia, sin malas consecuencias, y de ingenio. No es la
palabra “familionarmente” en sí lo que causa placer, sino lo que su súbito hallazgo
supone en la conciencia de quien lo crea.
En fin, observemos el chiste conceptual típico. Supongamos, parafraseando
uno de Mark Twain, que un barco está a punto de naufragar por exceso de carga.
Se arroja el lastre y sale el barco de peligro. Entonces exclama el capitán: “¡Han
visto, muchachos, si no hubiéramos tenido nada que descargar nos habríamos
hundido!”.
Aquí la causa de una catástrofe en perspectiva se suprime y el capitán cree
que si no hubiera habido esa carga de la cual descargarse, habrían naufragado, y
era precisamente esa carga, que ahora aparece como salvadora y causante del éxito,
lo que había llevado la embarcación al borde del desastre. Confusamente aparece
la imagen nocional de que, si sin carga el barco hubiera naufragado, el caso habría
sido fatal; que es una suerte que el barco estuviera hundiéndose por exceso de
carga y no sin carga alguna. Este momento de confusión mental impide razonar
que si es una alegría haber tenido el lastre excesivo más alegría habría sido no
tenerlo y no haberse llevado el susto. Aparece la noción depresiva del caso en que
el barco se hundiera sin ser la causa de ello la carga, y entonces se pasa de un
momento de angustia a uno de liberación; en la mente del capitán pasó la noción
alegre, grata, de no haberse encontrado en el caso mucho más grave de un
naufragio en otras circunstancias. El enunciado verbal del capitán fue equivocado,
pero el sentimiento no lo era: la noción pesimística rechazada del caso de un barco
que irreparablemente se hundiera no por exceso de cargamento sino por averías o
tempestad. Esta es la explicación del proceso psicológico en el supuesto actor, no la
explicación del efecto del chiste en la conciencia del lector. Pero como el lector a su
vez cree instantánea mente la absurda conclusión del capitán –aunque
instantáneamente reaccione– vive el mismo proceso psicológico, ¿Hay un
momento de desplacer precedente o simultáneo al chiste? La digresión, para los
que esperaban siempre atentos, crecientemente interesados en algo que se anuncia
por la forma y el tema como de curiosidad evidente, pareciera contener un
elemento de desplacer, aunque en seguida la conciencia es colmada por el placer
de lo cómico. (Placer que es del encanto de la ingeniosidad y la maliciosidad no
dañina; yo creo que es un placer de admiración a la inteligencia o de admiración a
la todoposibilidad práctica.) Según Lipps, hay un momento de desplacer, tanto,
que según él el sentimiento cómico es precisamente una fusión de placer y
desplacer; cuando el oyente ha puesto en el relato un interés práctico, ético o
estético y dicho interés es desviado hacia el absurdo –dice–, hay ese desplacer
mayor o menor, y hasta puede producirse un sentimiento bastante desagradable.
Desplacer sería el de la interrupción de la expectativa en la dirección en que
estaba. (¿Y si la expectativa fuera dolorosa? A veces se usa esta técnica.) O sea que
la atención contrariada puede tener un instante de pena. Hay una seriedad perdida
o preparación perdida.
Si es molesta la preparación atencional a entender algo difícil, es agradable
esa actividad una vez que se ha puesto en juego; en tal sentido es desplacentera la
interrupción de esa actividad placentera. O sea que hay que distinguir los casos en
que nos disponemos a trabajar (por ejemplo cuando el chiste comienza por una
apariencia de planteo de problema matemático), de aquellos en que solo nos
disponemos a escuchar alguna noticia. (Por eso el artista del chiste debe buscar no
solo la brevedad sino las otras condiciones del contexto; si el interés novelístico o
dramático prevalece, la comicidad se daña pues se esperaba otro tipo de placer. No
creo que resulte el chiste si hay una larga expectativa de noticia o curiosidad, etc.; o
sea que se debe ser un estilista del humorismo.) Por ejemplo si yo dijera (glosando
a Gómez de la Serna) a mis auditores: “Voy a explicar las causas técnicas de la
situación de Napoleón en la batalla de Lipol, que, como se sabe, resultó
imprevistamente desastrosa. Las fuerzas de infantería estaban dispuestas al pie de
la colina, enfrentando a las columnas de la infantería enemiga; la artillería era
considerable mente superior a la enemiga y lo mismo la preparación y la
alimentación. Hacía varias horas que se estaba esperando la orden de ataque y sin
embargo alguna vacilación había en el gran jefe. Algunos regimientos parecían ya
retroceder. De pronto Napoleón se tocó la cabeza y se dio cuenta de todo: se había
colocado el quepis al revés”. En esta situación cómica –que puede trabajarse más,
hasta convertirse en un problema científico– interesa el desarrollo que se va
haciendo y la atención que se va cargando alrededor de un detalle. Quizá todavía
hay que agregar que se debió vencer la molestia de una cuestión abstrusa y que
ahora se estaba en el placer de un problema inteligible y apasionante. Al
descargarse esa tensión –por el absurdo, mejor dicho inverosimilitud, del chiste–
hay un ligero momento de desagrado, porque el esfuerzo atencional había pasado
del momento penoso al de estar en marcha y no se desea abandonar la actividad
mental agradable, luego del esfuerzo.
En el caso del chiste conceptual, por ejemplo: “Era tan precoz que a los ocho
años ya tenía un hermano que entendía a Bergson”, en el que escucha atento hay
una primera apetencia grata con leve impaciencia porque se satisfaga del todo.
Podría descomponerse este primer momento en dos: a) esfuerzo de concentrar la
atención, o con emoción de segura satisfacción próxima; b) estado de apetencia,
placentero. (Se supone siempre que el chiste no contenga elementos dañantes).
Frustrada esa apetencia de conocimiento o intelectiva (la de un caso extraordinario
de precocidad, es decir de una modalidad singular de la psicología humana), se
sustituirá aquel estado placentero de expectativa por leve molestia de renuncia al
gusto de información que se iba a obtener.
Este momento psíquico va acompañado de una retención respiratoria. En el
momento en que se defrauda la expectativa del placer de conocimiento de esa
forma nueva de presentarse un, grado de inteligencia, la respiración queda sin
freno, se retira la inhibición a la respiración. Luego de esto podría sobrevenir o la
simple defraudación (también una amnesia del narrador que equivale
psicológicamente a la simple defraudación) o la defraudación más la exhibición de
dos cosas: 1) ingeniosidad en la persona que hablaba, elemento que suscita placer
como toda exhibición de facultad; 2) aparte de este placer endógeno un placer
añadido, exógeno, diremos, de contemplar el íntimo deleite con que otra persona
ha jugado con nosotros, sin hacernos daño alguno pero defraudándonos de una
curiosidad. El dicente refleja un placer actual del chasco que nos ha propinado, con
una nota de placer, también, al considerar su propio ingenio y suerte de haber
acertado con el modo de chasquearnos. ¿De qué se ríen los audientes? Por el placer
de ingeniosidad exhibida. ¿Pero por qué se ríe o disfruta el dicente? Porque sabe
que resultó el chasco por virtud de su ingenio y porque sabe y observa que hay
placer en los audientes al percibirse su finura, su ingeniosidad. De dolor en todo
esto no ha habido más que la leve molestia de que fuera excitado y luego privado
el audiente de conocer una forma o grado nuevo de precocidad o vigor intelectual
en el personaje que se usa para el chiste. (En el niño no hay ingeniosidad, hay la
felicidad de la inocencia: la invención de la fórmula verbal de producir un instante
de creencia en lo absurdo.)
—¿Habla usted francés?
—Yes, Sir.
—¿Pero usted me contesta en inglés?
—¿Ah, en inglés? ¿Así que también hablo en inglés?
Se encuentran en la calle un señor y una señora y luego de saludos aquel
viene a enterarse de que el esposo de la señora había fallecido. Entonces le expresa
primero su pesar y luego su extrañeza, pues no sospechaba el mal.
—Oh… Y usted ¿qué hizo?
—Yo, como verdadera esposa leal, inmediatamente enviudé.
Se ríe el oyente porque percibe el cinismo de una persona (cinismo que es
una condición hedónica para ella), o la inocencia (que también es valor hedónico),
que no pudiendo ostentar otra virtud, decide otra conducta, invoca como una
proeza y una excepción que le haya acaecido lo que sin ningún trabajo o sin ningún
esfuerzo acaece a todas las personas que poseen esposo y lo pierden. Causa risa el
cinismo de la persona que a toda costa trata de mantener la ilusión respecto a su
sentimentalidad. Ella quiso decir una media idea que tenía: “Lo sentí como debe
sentirse en este caso”.
Cuando Geronte le hace observar que el corazón está en el lado izquierdo y
el hígado en el derecho, Sganarelle le contesta: “Sí, así era antes, pero ya hemos
cambiado todo eso y ahora practicamos la medicina por un nuevo método”. Es la
misma explicación que para el chiste anterior: el goce es del cinismo que conducirá
a esa persona a salvar su ignorancia con la busca de su propia conveniencia.
Pero como ese cinismo se defiende con un sofisma, o sea una apariencia de
argumento, este chiste se enriquece con un leve momento de confusión mental o de
creencia en un desatino.
Berta: ¿Es que una tía vale más que una mamá?
La mamá: Ninguna tía vale más que una mamá.
Berta (se aleja, reflexiona y vuelve): Pero mil tías ¿valen lo que una mamá?
La mamá: Ni mil, ni cien mil. ¡Nadie ni nada vale lo que una mamá!
Berta: ¡Caray, señora! – (Jules Renard: La linterna sorda).
Lo que explica el placer del niño es el sentimiento de tener una madre que
confiesa el gozo de valer más que cien mil tías. “Qué segura, qué contenta de sí
misma está mi mamá”, dice el niño. Es la expresión de una felicidad admirativa:
aplaude la seguridad autocomplacida de su madre.
—¡Magnífico! –le contestó su vecino–. ¡Me encanta la muerte de esos bichos!
Se trata de un suceso chistoso: que alguien se manifieste contento y, más
aún, complacido con motivo de lo que tenía atribulado a un amigo. (Cómo será de
intenso el placer que le causa al vecino el hecho sucedido a Jouvenel que se olvida
de la cortesía y de todo. Al conflicto de uno la bonhomía de otro. El haberse
tragado una mosca –hecho ya cumplido e irremediable– queda borrado por este
exceso de felicidad. Se trata pues del relato de un suceso cómico.
En el chiste realista, pues, el suceso cómico ocurre a uno de los personajes:
su realidad ocurre. A su vez el tercero, oyente, ríe de la percepción de felicidad,
con efectos más intensos porque esperaba una manifestación contraria. (En cambio,
en el chiste de absurdo el suceso le pasa al oyente, que cae en engaño: “Eran tantos
los que faltaban, que, si falta uno más, no cabe”.) En el chiste realista están todas
las manifestaciones inesperadas o contraesperadas de felicidad de una persona.
En el Humorismo Conceptual, funciona siempre el autor con dos elementos
optimísticos, además del de la temática: su exhibición de facultad de ingenio y su
juego inofensivo con el lector. En el humorismo realista hay un suceso real cómico,
que no radica solo en el enunciado redactorial; en el conceptual, la comicidad
reside en la expectativa defraudada y en un aserto, primando definitivamente, de
un imposible intelectivo.
¿Por qué calidad del chiste real ocurre, pues, el placer de lo cómico, con o
sin carcajada? Yo digo que es por la calidad de ser un juicio optimístico: hay un
individuo que defiende su felicidad.
Supongamos el caso del chiste conceptual especifico: “Eran tantos los que
faltaban que si falta uno más no cabe”. Las personas muy disciplinadas creerán
apenas la verdad enunciada, pero las personas inexpertas creerán en ese instante
que ya no cabía un más faltar, que el local era estrecho para que faltaran más
personas. La equivocación la hay, pues el más de una cosa, en los más frecuentes
casos, ocupa más espacio, y de lo más el público espera que por un momento
llegue a no caber; que no cupieran más faltantes. Aquí hay alusión a felicidad, a
contento, en el hecho de que el autor juega con el lector, y puede haber en el
público que ha conservado la virginidad de sus emociones, la risa madre; el
incauto se reirá al advertir que ha creído en semejante disparate por un momento
(la ausencia de una cosa, si aumenta mucho, no cabe); habrá dos risas: la de reírse
de sí mismo por haber creído un absurdo y al mismo tiempo la risa amistosa hacia
el hombre que ha jugado con él, actitud en el autor que aporta dos intuiciones de
signo placentero: el hecho de jugar y el hecho de poseer la destreza de provocar un
caos mental momentáneo en otro.
Insistiendo en otros términos, diré: se crea en la conciencia del oyente o
lector la expectativa de un dato fuerte (“Fueron tantos los que faltaron que si falta
uno más”), y se prorrumpe un absurdo (“no cabe”). Se trata de una subordinación
del género cuantitativo, con su modalidad, la adición, que resulta en una mayor
suma, mientras en este caso, por la calidad de lo sumado, resulta la menor suma,
que es presentada como resultando la mayor. Pero, ¿por qué causa gracia el
absurdo? ¿Y todo absurdo causa comicidad? Deben cumplirse las demás
condiciones señaladas: la expectativa o espera o estado de tensión, la sorpresa y la
referencia optimista o contenido grato o alusión a felicidad. Lo chistoso deriva de
que ha habido una preparación para que todos caigan en un asentimiento
momentáneo al absurdo: cuantos más faltan menos cabe el faltar; cuanto más de
algo en algo, menos cabida queda: así que el faltar no cabe. (El faltar puede
sumarse: Cuanto más llueva, menos vendrán; pero no menos cabida habrá para
que otros falten.) No es, pues, él caso del absurdo por sí mismo sino por la
preparación a esperar otra cosa, un hecho o concepto lógico; si no se estuviera
preparado para el asentimiento el espectador se limitaría a decir: “Es claro”.
Todavía habría que agregar que cuando se dice No se espera generalmente
algo adverso; el “no” tiene un tizne de pesimismo, aunque muchas veces sea lo
contrario: “el barco no se hundió”. O sea que hay que ser tan hábil en el enunciado
verbal como para los cuidados poemáticos de Mallarmé.
En fin, podría intentarse proseguirlo así:
A: Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe.
B: ¿Y cuál fue el que faltó último?
A: Recuerdo que faltaron en parejas el que faltó último y el que faltó más.
Y si aun el oyente tratara de que no se apague el chiste:
B: En estas ocasiones, sería bueno hacer una lista en orden sucesivo del
nombre de las personas que van faltando, como se hace en el “Instituto de
Disertaciones”.
B: Bueno, si mi proposición no acierta, ¿qué se debiera hacer en estos casos?
¿Qué le parece a usted? Porque si se dejan las cosas así, sin más, que vayan como
quiera, la oratoria va a ser un género que se pierde.
A: Yo también lo pensé. Creo que podrían darse primero las conferencias y
anunciarlas después; o, como en el “Círculo de Intelectuales”: “Hoy no da
conferencia el novelista Tal”. Porque no teniendo hora asignada, no cabe la
faltancia, así que siempre tendríamos lleno completo.
A: Me pongo en el caso de Acuña: para desautorizar las opiniones elogiosas
que les atribuye a sus faltantes y que les han traído la malquerencia de los demás
conferencistas, deberá dar certificados de inasistencia a los que concurren, para
que los otros disertadores no los maltraten en represalia de asistirle a Acuña. 62
B: “Acredito que el señor Dudino Domínguez es el más asiduo faltante a mis
conferencias”, dirán los certificados de faltancia.
A: Pero entre los faltantes hay no solo de los más asiduos sino de los
mejores.
B: De alguno se dirá: “Solo una vez, y por enfermedad, dejó de faltar”.
A: Con esta diplomacia extraoficial del Faltar…
Desperecémonos, lector: yo también estuve ahora trabajando.
Quisiera no olvidar aquí que hay chistes que no pertenecen al humorismo
conceptual estricto –o sea credulidad a un non sensu– pero que participan de la
creencia instantánea en un contrasentido. Por ejemplo:
“Es cierto que a veces ocurre efectivamente que después del tratamiento una
persona sana. Pero los pobrecitos médicos ¿qué culpa tienen?”
El valor de este chiste radica en que sin ser un chiste típico de absurdo se le
asemeja en sus efectos sobre la conciencia. Hay un instante en que el lector se deja
convencer por un sofisma, por un habilidoso desvío de una cuestión en otra. El
lector, confundido, cree que es un demérito para los médicos que los enfermos
sanen, cuando es precisamente la virtud de la profesión. Importa una injuria, en
entonación de defensa, para el profesionalismo médico. “Pero de todo le echan la
culpa a los médicos, hasta de que sanemos.” Gracias a su habilidad verbal el
injuriador se despliega con seguri dad para desacreditar, sin peligros de
reacciones, por la forma alusiva. Se admira el ingenio y el cinismo. (Si hubiera
dicho: “Los médicos son unos torpes, solo saben matar”, se hubiera expuesto a una
respuesta física.)
En el oyente hay el susto de haber creído en un absurdo o asentir a una
situación sofística.
Un individuo arruinado había conseguido que un amigo, persona
acomodada, le prestara dinero, compadecido por la pintura que de su situación le
había hecho, recargándola con los más negros tonos. En el mismo día le encuentra
su favorecedor sentado en un restaurante ante un apetitoso plato de salmón con
mayonesa y le reprocha, sorprendido, su prodigalidad: “¿Cómo? ¿Me pide usted
un préstamo para aliviar su angustiosa situación y le veo ahora comiendo salmón
con mayonesa? ¿Para eso necesitaba usted mi dinero?”. “No acierto a
comprenderle –responde el inculpado–. Cuando no tengo dinero no puedo comer
salmón con mayonesa; ahora que lo tengo resulta que no debo comer salmón con
mayonesa. ¿Entonces cuándo diablos voy a comer salmón con mayonesa?”.
Aquí hay, esencialmente, una simulación de argumentación que no tiene
valor alguno. Cada uno de los personajes dice independientemente algo sensato; lo
que resulta ausente o eludida es la conexión, la argumentación de la respuesta.
(Freud –que estudia este chiste– designa su técnica como “desplazamiento”, pues
lo típico es la desviación del proceso mental, el desplazamiento del acento psíquico
sobre un tema distinto del iniciado.) Más que sofisma hay ausencia de argumento
con apariencias de argumentar decisivo. Hay una doble fuente de placer para el
perceptor: el doble placer del cinismo que se da su pleno gusto y el de percibir un
despliegue de ingeniosidad mental en el cínico que inventa una argumentación no
contraria sino paralela, es decir neutra.
Un señor entra en una pastelería y pide en el mostrador una tarta, pero la
devuelve enseguida pidiendo una copa de licor. Después de bebería se aleja sin
pagar. El dueño de la tienda le llama la atención. “¿Qué desea usted?” –pregunta el
parroquiano–. “Se olvida usted de pagar la copa de licor que ha tomado”. “Ha sido
a cambio del pas tel”. “Sí, pero es que el pastel tampoco lo había pagado”. “Claro,
como que no me lo he comido”.
Pies de página
59 Este chiste incita un estudio sobre la ferocidad en humorística.
60 Las omisiones y languideces son fiadoras de que yo descanso sabiendo
con qué lector trabajo: uno de los lectores que por estas abstrusas páginas andarán.
61 Compárese: Cuando el maestro de filosofía de El Burgués Gentilhombre
(acto II, escena 6) es apaleado por los maestros de armas, música y danza porque
quiso sostener que su especialidad era muy superior a la de ellos, y vuelve a
Monsieur Jourdain a darle la lección, debe tranquilizar a este (“Ah, señor, cómo
estoy enfadado con los golpes que os han dado”) diciéndole: “No es nada. Un
filósofo sabe recibir como corresponde las cosas; y yo voy a componer contra ellos
una sátira al estilo de Juvenal, que los destrozará de lo lindo”.
62 Reflexiones de un lector, ahora: “Yo he venido de visita a este libro, no he
venido a trabajar. Como de tal autor, esto debe entenderse perfectamente, pero no
en cualquier día”.
III
Como se ve, para mí es un mérito que un procedimiento artístico conmueva,
conturbe nuestra seguridad ontológica y nuestros gran des “principios de razón”,
nuestra seguridad intelectual. ¿Cómo pueden ser un mérito estas turbaciones? Mi
argumento parecerá intrincado; para mí es bien claro: si con actitudes o dichos de
un personaje de novela consigo por un momento que el lector sintiente, vivo, se
crea “personaje” vacío de existencia, sentirá por lo mismo la liberación de la
muerte, es decir que su noción de que ha de morir es poco consistente puesto que
cabe en su experiencia, en su vida en suma, que ocurra el hecho mental de creerse
muerto, en lo que creerle es un vivir. Asimismo, en la que yo llamo Ilógica de Arte
o Humorismo Conceptual, el desbaratamiento de todos los guardianes intelectivos
en la mente del lector por la creencia en lo absurdo que ella obtiene por un
momento, lo liberta definitivamente de la fe en la lógica, como que se libró William
James, y yo, gracias a él, quizá, de esa lógica que nos dice todos los días: “puesto
que todos mueren, tú has de morir”, o “no hay efecto sin causa”.
La Novelística y la Belarte de Ilógica deben ponerse a tono con la agilidad y
desdoblamiento de la aguda conciencia contemporánea. Tomemos en cuenta que
estamos en el siglo de la Tercera Reflexión del Yo (el Yo que piensa en el Yo que
pensaba ayer en el Yo).
Para finalizar, como la ejemplificación quizá ya larga resultaría extensísima,
invito a los lectores a que me propongan algún ejemplo de comicidad, chiste o
humorismo que les parezca no podré reducir, acondicionar a mi teoría optimística
esencial de lo cómico. El chiste por la palabra (hay comicidad por gestos y actos
deliberados, pero no es Ilógica de Arte, imposible mental) es el único
genuinamente artístico, es decir no realístico, y debe contener esencialmente: 1) un
absurdo absoluto creído, 2) sin elemento de daño o depresión, 3) precedido de una
promesa implícita de comunicar algo importante y racional, y 4) placer resultante,
sin risa pero con alegría, proveniente de la liberación de la lógica, y placer con risa
derivada del hecho de haber sido burlado ingeniosamente por el autor. La
cosquilla chistosa está en que la gente se pesca a sí misma en fragilidad mental.
Chiste verbal es pues el arte de hacer creer por un instante un absurdo; nos causa
placer por admiración a la inteligencia –placer intelectual de simpatía–. Absurdo es
un contenido mental irrepre sentable; un contenido ausente, carente. Este absurdo
o contradicción funciona después de una expectativa de intelección; es un
descerrajamiento intelectual, con caída de las imágenes, conceptos, pensamientos,
impregnados de afectividad durante la espera.
Finalizando otra vez, repito que causa extrañeza, por una parte, que se haya
propuesto por Kant y ratificado por Spencer una definición de lo cómico por
expectativa fallida: porque esta parecería también una definición de la tragedia. En
cuanto al argumento de una suspensión y subsiguiente reanudarse ansioso de la
respiración por una ruptura de la atención, está perfectamente para describir la
fisiología y el placer psicológico de la risa, pero, estrictamente, lo cómico debe
definirse en la calificación de su temática, no en fisiologismo. Y repito que es
curioso que uno de los grandes capítulos del placer humano, cual es la Comicidad
y el Chiste, no haya hecho adivinar que su temática dominante tenía que ser
esencialmente una referencia a la felicidad, al placer.
La exposición que precede 63 puede cómodamente saltearse, pues entretanto
he logrado una formulación muy compleja y de mayor exactitud que a los
entendidos les ahorrará la larga lectura.
Lo cómico realístico o de sucesos y el chiste verbal o conceptual tienen solo
de común, pero esencial, la referencia hedonística. Ambos se centran en placer, y
no solo en el espectador o lector sino en el paciente de la comicidad real. Se
parecerían también por corporalizarse ambos como absurdos, pero en lo cómico
real trátase de un absurdo material –más que absurdo una exagerada falta de
puntería, es decir desafinidad con lo posible, mas no imposible absoluto–. En el
Chiste Verbal –no hay otro chiste sino el artístico de la Belarte de Ilógica: los chistes
por gestos o movimientos (el payaso que despliega proezas de agilidad y poder
muscular y que luego para subirse a una mesa se trepa fatigosamente por una
pata) no exhiben un imposible, juegan alegremente con la expectativa normal; es
una comicidad con autor deliberado, como en el chiste verbal, pero no por eso es
un chiste de Ilógica o sea de imposible mental– la primacía, lo esencial es la
obtención de un momento conciencial de absurdo creído; la connotación
hedonística espiritual radica en la entrevisión de la todoposibilidad intelectiva,
que tiene resonancia liberatriz.
—Caballero, me parece haberlo visto a usted en Tucumán.
—Nunca estuve allí.
—Pues yo tampoco. Entonces sería otra persona.
En la comicidad conceptual hay en cambio el error de creer un absurdo, por
ejemplo: “La precocidad fue la primera cualidad que adquirió; a los nueve años era
ya casi un niño y a los once ya tenía un hermano que entendía a Bergson”.
Para terminar quizás estará mejor decir: la comicidad es el placer inesperado
de una percepción de aferramiento a la felicidad excesiva, o sea que la gran fuente
de placer de lo cómico es la hedonística fundándose en espectáculo ingenuo
(comicidad realista), o la vivencia de un imposible mental (comicidad conceptual).
Tanto en el caso de la todoposibilidad práctica, creída, como en el caso de la
todoposibilidad inteligible, se trata, pues, de temáticas o posiciones mentales de
marcada tonalidad placentera. Pero solo hay Belarte de Ilógica o Humorismo en el
caso del chiste conceptual, o sea de absurdo mental creído; lo demás es risa de los
sucesos, mera comicidad.
Y aquí concluyo apresuradamente para que no se diga de mí: “Pasó toda su
vida perfeccionando su teoría del humorismo; no puede reprochársele que no haya
tenido tiempo de crear muchos chistes que merezcan recordación”.
Pies de página
63 Publicada en la Revista de las Indias, Colombia, a invitación del insigne
prosista Germán Arciniegas.
64 La risa o convulsividad proviene de que no se esperaba ese gesto inútil –y
habría en cierto sentido una expectativa defraudada, aunque expectativa pasiva: la
de que se comportaría razonablemente no agachándose para pasar bajo un dintel
suficientemente alto para su estatura– pero el placer proviene de que esa previsión
es un elemento grato, porque el exceso de prudencia garante ante muchos riesgos.
(Si la persona baja a pesar de la restricción voluntaria de su estatura se golpeara,
por levemente que fuera, no habría expectativa ni error, pero menos aun habría la
alusión a dicha.)
Creo que participa de esta misma explicación el chiste de los aduaneros estudiado
por Bergson, que, recibiendo a unos náufragos en un accidente en Dieppe, luego de
haberlos valerosamente socorrido, empezaron por preguntarles: “¿Tienen ustedes
algo que declarar?”. Estos hombres siguen la regla de conservar su empleo y por
inverosímil que parezca la razonabilidad de su pregunta en tales circunstancias, lo
mismo cumplen con las obligaciones reglamentarias. (Según tal autor este es un
caso típico de automatismo: un funcionario que funciona como una simple
máquina o la inconciencia de un reglamento administrativo que se aplica con
fatalidad inexorable, tomándoselo por una ley de la Naturaleza.)
Un catedrático que saca del faldón de su levita una larga media de mujer, nos
produce comicidad, porque probablemente la escondió en un momento de gran
“apuro”. Los alumnos se “mueren de risa” porque quieren a ese profesor y se
felicitan de que tenga sus aventuritas.
Ante las famosas distracciones que se cuentan de Ampere –por ejemplo cuando
confundía la capota de un carruaje con un pizarrón y en medio de la calle se ponía
a desarrollar sus fórmulas– hay la misma alegría de percepción de la conducta de
ese hombre en su decisión de no perder una idea.
Por último, en la comicidad de un gato suelto en medio de una oratoria, que de
repente aúlla y salta mientras el pastor dice desde el pulpito un sermón, nos
decimos: Todo es solemne y conmovedor, pero el gato, tranquilo, busca su ratón;
es la felicidad del gato; si, además, los auditores están molestos, piensan que el
gato también comprendió y está fatigado del ademán y la prosopopeya del orador.
Parece que el gato tiene la misma sensibilidad: conoce cuándo una oratoria es
insulsa. Si la concurrencia estuviera contenta y sanamente interesada creo que el
intempestivo maullido no hubiera sido cómico. En el instante los oyentes perciben
relación de causa a efecto entre el asunto oratorio y el tema del felino.
(Apéndice a la parte 5 “Para una teoría de la salud”)
IV
BIOLOGÍA
Vidas y Vida. –El Longevismo o la Vida sigue dos métodos:
Formas: 1) Vegetal; 2) Animal.
El ser sensible que nace es un soma con apetitos, y nada más; sin ningún
conocimiento ni ninguna asociación de imágenes con afecciones; lo primero sería
herencia del conocimiento; lo segundo, herencia del carácter.
Llevamos ligada a nuestra conciencia una materia inseparable, un cosmos
continuo, para dos cosas: para la retención mnemónica, sin la cual las secuencias
experimentadas se tendrían sucesivamente sin producirse el modo del
Conocimiento; como para operar sobre el cosmos por medio de órganos, para
conseguir o prevenir lo que pueda sostener o destruir la figura individual.
Y todo esto, ¿para qué? Todo esto no tendría sentido alguno para la vida si
no fuera que ese soma individuado tiene la propiedad capital, dramática, de
absorber materia en torno de sí indefinidamente; y muéstrase esto en un
crecimiento que anuncia ya el plan de la Vida: crecer hasta individuar en una sola
persona animal o vegetal individual, la totalidad de la materia. Donde parece tener
más éxito es en la forma vegetal, manifiestamente insensible, provocativamente
desdeñosa de toda conciencia, y con una actuación sobre el cosmos que apenas
puede esquematizarse, en comparación con el órgano y el acto voluntario,
operando así la Vida en la figuración vegetal no solo sin conciencia sino sin
automatismo morfológico acusado, neto, con el orden de fenómenos de mero
quimismo o fisiquismo.
Por todo lo cual bueno sería no digamos tomar medidas ¡qué medidas
podríamos soñar tomarse!, bueno sería ir preparando el ánimo para renunciar a la
perspectiva de dejar diecinietos, ir preparando el ánimo para una resignada
desaparición total del cuerpo animal, de la Vida, pues esta debe estar ya decidida a
abandonar la intentona animal en vista de la mejor vocación de la fórmula vegetal
para servirla en su plan de personación del cosmos.
Ya que no tomar medidas, preparar el ánimo para una mansa extinción de
toda la bulliciosa y locuaz figuración zoohumana, con su Dios, su ley, su ciencia, su
Deber, su filosofía.
Yo no creo en la generación espontánea precisamente en el sentido en que la
entendían Aristóteles, van Helmont, Pouchet, etc., superada por las réplicas de
Redi y de Pasteur. Pero creo que ahora mismo se está produciendo incesantemente
la vida, y que ahora mismo, en laboratorios, se va a hacer la vida. Va a hacérsela
comenzar: hay un momento en que ciertas condiciones hacen de un cristal un ser
vivo, o de un virus una bacteria. Esto no quiere decir aceptar para la vida una
fórmula fisicoquímica determinada, sino comprender que en los cambios incesados
a que está sometido lo cósmico, en que se mueven energías y elementos aun
ignorados, a cada momento debe repetirse el azar que por primera vez originó la
vida. Permanentemente deben estarse dando las condiciones biofóricas
(temperatura, aire, agua, consolidación en moléculas de los cuerpos inorgánicos)
que hicieron una vez posible la vida, condiciones que no eran posible horas antes;
como permanentemente hay energías que pasan de la fase electrónica a la fase
atómica (por ejemplo las nebulosas) y de esta a la molecular. Está probado,
además, que la mayoría de las especies actualmente existentes son, apenas
modificadas, las mismas que existen desde el comienzo de la vida; que
braquiópodos de nuestros mares pertenecen a las mismas especies de los
comienzos de la época euzoica (de allí lo que se ha llamado el conservatismo de la
naturaleza, que se mide por el número de las formas que, a pesar de haber sido
sobrepasadas en perfección orgánica, han “perseverado en el ser” –Varigni–).
Todavía habría que recordar otro hecho: que a medida que se profundiza la
investigación de las semejanzas y diferencias entre lo viviente y lo no viviente, se
halla que es más difícil la separación: uno a uno han ido cayendo de su
absolutismo los caracteres dados como diferenciales, hasta el descubrimiento
último de los virus filtrables, a los que seguirán naturalmente otros; de modo que,
como lo sostenía Robinet con su “ley de continuidad”, en el siglo XVIII, lo
inanimado podría no serlo tanto como se cree.
¿Cuáles son? Que algo exista siempre no es la vida, pero que algo tenga
reacciones para existir, es la vida, cuya existencia es hallarse combinado para
reaccionar en pro de todo lo que haga perdurar la forma individuada (esto es vivir,
existir) y en contra de todo lo que estorbe esa permanencia. Cuando una piedra –
que participa también de la forma estable– haga algo para que no la destrocen, se
aparte de un camino o de una máquina, se ampare de la humedad, etc., ya tendría
vida: que sienta o no sienta no es cuestión del problema de la vida. La sensibilidad
es lo que le atribuimos, pues somos incapaces de otorgar sensibilidad a lo que no
tenga expresión de sensibilidad, mas no vemos por qué va a ser necesario eso: que
otros conozcan que algo vive no es la condición de la vida para ese algo, ni que ese
algo sienta).
Lo que decían los espontaneístas es que era frecuente, pero nadie puede
negar que la generación espontánea sea posible. Yo creo que constantemente está
comenzando la vida, ni más ni menos que infinidad de casos hay hoy y habrá
siempre de transformación de especies. Es una transformación de especie:
comienza la vida. Somos nosotros los que ponemos las cosas en orden de
transformación. Pero no es una ley. Sin embargo, los biólogos niegan, en general,
que la vida pueda producirse en los laboratorios y en el laboratorio general
cósmico. El propio Haeckel admite que, en otro tiempo, en el momento en que el
globo estaba aún caliente pero en que el agua líquida había comenzado a existir, la
materia bruta pudo organizarse, bajo influencias exteriores que han quizá
desaparecido; pues lo contrario significaría, descartada la tesis de la creación, dejar
insoluble el problema del origen de la vida. Yo lo que no veo es en qué puede
fundarse esa resistencia para admitir que, actualmente, y en el futuro, sígase
produciendo espontáneamente la vida. Habría que probarse cuáles son esas
condiciones precisas que han desaparecido; pero el caso es que las condiciones de
formación de la tierra se están y estarán repitiendo dondequiera en lo estelar; si no
en la tierra se estará produciendo la vida, no reproduciendo, en algún mundo;
nebulosas con más de 7000° de temperatura que dentro de trillones de años
pasarán al estado atómico cuando los electrones se hayan combinado formando los
átomos. Pero aun antes de estas investigaciones ya me parecía a mí que no había
ningún argumento decisivo para negar la verosimilitud de la generación
espontánea.
Además, tampoco creo en el aforismo de Linneo: Natura non facit saltus, es
decir no admito que en todos los casos de evolución de especies (o aun de las series
de energía y de la materia inorgánica), el cambio haya sido infinitesimal y, sin
saltos; pienso que en el origen de la vida y lo mismo ahora, existe la posibilidad de
cambios totales o parciales con prescindencia de ese orden riguroso de progresión.
Hecho distinto del de que hoy, en el estado de cambios de las infinitas series de
fenómenos, aparente resaltar en las clasificaciones un ordenamiento de grados
sucesivos, un matiz de imperceptibles cambios.