Alvaro Retena Recuperado - Jaqueline

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ALVARO RETANA RECUPERADO

Jacqueline Heuer
UNIVERSIDAD DE GINEBRA

A lo largo de las tres primeras décadas del siglo surge en las letras españolas
una generación de autores muy populares que en aquel momento se dedica a la
publicación de una narrativa de motivo erótico y cuyos miembros poco a poco
fueron cayendo en el olvido, a pesar de un éxito comercial tal vez nunca al-
canzado con anterioridad.1 Estos escritores ocupan un lugar marginado y de-
sarrollan su escritura desde principios de siglo hasta la llegada de la Segunda
República, aunque algunos seguirán manifestándose en obras de índole distinta
posteriormente. Es menester recordar que estas figuras, herederas del moder-
nismo, publican sus obras simultáneamente a los grandes nombres del 98 y a los
vanguardistas, en un momento de extrema fecundidad narrativa.
En su gran mayoría seguidores de Felipe Trigo (1864-1916) -el maestro
de la escuela erótica- y de Eduardo Zamacois (1876-1972), y, a su vez, de los
decadentes franceses,2 sobresalen, entre esta pléyade, los nombres de Antonio
de Hoyos y Vinent (1885-1940), José María Carretero (El Caballero Audaz)
(18883-1951), Joaquín Belda (1883-1935), Artemio Precioso (1891-1945), y
Alvaro Retana y Ramírez de Arellano (1890-1970), que fue, en aquella época,
de los novelistas más populares y a cuya figura dedicamos este trabajo con el
propósito de desafiar el cruel fenónemo de la desmemoria.
La narrativa de tendencia erótica nace en los últimos años del siglo pasado
en las letras españolas modernas (las primeras publicaciones de Zamacois datan
de 1897; Trigo se inicia en el género con la publicación de Las ingenuas en
1901), simultáneamente a las traducciones de las obras de Freud, de Havelock
Ellis y de Richard von Krafft-Ebing.4

' Como menciona Luis Antonio de Villena, Felipe Trigo «fue uno de los primeros escritores en vi-
vir lujosamente de sus derechos de autor»; en «Alvaro Retana, en el abanico de la «novela ga-
lante-decadente», Turia, ns. 21-22, octubre 1992, pág. 22.
" Pensamos en autores como Joris Karl Huysmans y Octave Mirbeau.
Esta fecha es indicada por Antonio Cruz Casado en «El Caballero Audaz entre el erotismo y la
pornografía», Cuadernos Hispanoamericanos, 463 (enero 1989), pág. 98. Federico Sáinz de
Robles indica como fecha de nacimiento la de 1890, La promoción de «El Cuento Semanal»
(1907-1925), Madrid: Espasa-Calpe, 1975, pág. 260.
Las obras de Krafft-Ebing (Psycopathia Sexualis, 1886) y de Ellis habían sido traducidas al fran-
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El período de apogeo del género se sitúa en las dos primeras décadas del si-
glo. Su decadencia coincide con la caída del régimen dictatorial de Primo de Ri-
vera, originada tal vez por la falta de renovación tanto temática como formal
que terminó por cansar al público. Según Gonzalo Santonja, un nuevo tipo de
publicación que sale a la luz por aquellos años, la literatura seudocientífica de
temas médicos, divulgada por autores como Martín de Lucenay, sería el origen
de la decadencia del género erótico o sicalíptico. El interés de los lectores poco
a poco se fue desplazando, debido a un afán de nuevos conocimientos más con-
cretos sobre el tema del sexo,5 así como a la aparición de textos de contenido
más pornográfico.
Y si bien este tipo de narrativa se inscribe en el contexto de los felices vein-
te, época de relativas libertades caracterizada por un extraordinario afán de fri-
volidad y de distracción -Alfonso XIII, tenía, como nos recuerda Lily Litvak
reputación de «rey castizo, noctámbulo [...] mujeriego, populista [que] gustaba
de la pornografía»,6 y Primo de Rivera de «señorito juerguista» en palabras de
Artemio Precioso-,7 las reacciones no se hicieron esperar. Los detractores no
tardaron en manifestarse y tuvieron lugar polémicas en varias revistas entorno al
tema.8 Entre las voces airadas resaltaron, aparte las de la Iglesia católica y del
poder, la de varios intelectuales como Ramiro Maeztu y Unamuno que llegaron
a ver en esa literatura un reflejo de la decadencia de ciertos valores morales. Las
críticas negativas reprochaban a los escritores, entre otras razones, el corromper
a los lectores, en una sociedad en la que las enfermedades venéreas, recordé-
moslo, y en particular la sífilis, se propagaban todavía incontrolablemente. En
1911, pues, se fundó la Liga Antipornográfica cuya sección madrileña dirigía
Adolfo Buylla.9 En el mismo año, Sáinz Escartín intervino hasta en las Cortes
para denunciar la venta de tarjetas postales de índole obscena (desde los desnu-
dos de Velázquez hasta los de ciertas actrices).10 Y aunque la censura no logró
impedir del todo la difusión de tales obras, varios autores se vieron enredados en
procesos: Artemio Precioso, que dirigía La Novela de Hoy, tuvo que marcharse
al exilio en 1929" y Alvaro Retana compareció más de una vez ante un tribunal.

cés ya a principios de siglo.


5
Vid. Gonzalo Santonja, «En tomo a la novela erótica española de comienzos de siglo», Cuadernos
Hispanoamericanos, 427, enero 1986, págs. 165-75.
Lily Litvak, Antología de la novela corta erótica española de entreguerras (1918-1936), Madrid:
Taurus, 1993, págs. 20-21.
7
Españoles en el destierro, Madrid: Vulcano, 1930, pág. 7.
8
Vid., por ejemplo, la encuesta -«El erotismo en la novela»- publicada en Nuestro Tiempo, Ma-
drid, abril y mayo de 1911, n.os 148 y 149.
9
Vid. Pierre Conard, «Sexualité et anticléricalisme (Madrid, 1910)», Hispania (Revista Española
de Historia), Madrid, n.° 117 (1971), pág. 125.
Ibid.
" Recuerda en Españoles en el destierro:«Se me incoaron diez y siete procesos por «escándalo pú-
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ALFGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS DE RETANA

Pero volvamos a nuestro autor. Existen escasos e imprecisos datos acerca de


su vida. Su nombre aparece poco en los estudios de literatura.12 Nació de familia
noble (su padre pertenecía a la administración colonial española) en Batangas
-Filipinas- en 1890,13 pero llegó a Madrid poco después de su nacimiento. Solía
usar dos seudónimos: Claudina Regnier, con el que escribía unas crónicas feme-
ninas en El Heraldo (1911) y Carlos Fortuny, bajo el que firmaba novelas o se
entrevistaba a sí mismo.14 Fue, a su vez, colaborador en El Liberal, Revista de
Varietés, La Tribuna, Madrid Cómico, Blanco y Negro, etc.
Pasó su vida entre Barcelona, Madrid (en su «casa-palacio» de la calle Ma-
nuel Silvela 10) y su finca de Torrejón de Ardoz (Madrid), comprada en 1920 y
decorada al estilo del siglo XVIII. Murió pobre «en una buhardilla por el barrio
madrileño de San Bernardo» en 1970, según fuentes de De Villena.15
Sus novelas atrevidas le costaron varios procesos bajo Primo de Rivera, co-
mo hemos señalado ya, así como una larga estancia de siete años en la cárcel
después de la Guerra Civil, aunque jamás dejó de desafiar públicamente al po-
der. En 1925, en una nota final a La flor de Turia, escribía con su humor ha-
bitual:

Hace dos años yo hubiera manejado a los personajes de esta novela escénica
obligándoles a adoptar actitudes fantásticas en alocadas combinaciones, con
cruzamientos de parejas y hasta derivaciones lésbicas para dar mayor intensidad a

blicof...] Fui condenado a la pena de seis meses de cárcel y no sé cuántos días de cárcel, a mil
pesetas de multa y a once años de inhabilitación para cargos públicos», op. cit., págs. 97-8.
No lo menciona Federico Sáinz de Robles en La novela española en el siglo XX, op. cit. Tampo-
co lo hacen Cansinos-Asséns en La nueva literatura, vol.II, «Las escuelas», Madrid: Páez,
1925, ni Julio Casares en el capítulo que dedica a la «Literatura barata», Crítica efímera, vol.
II, Madrid: Espasa-Calpe, 1944, págs. 255-60. Dedica, eso sí, un capítulo entero a Hoyos y Vi-
nent (págs. 261-66). Tampoco José Carlos Mainer en La Edad de Plata (1902-1939), Madrid:
Cátedra, 1981, ni José Domingo en «La prosa narrativa hasta 1936». J. M. Diez Borque sólo
menciona su nombre en Historia de la literatura española (XIX y XX), Madrid: Guadarrama,
1974 (pág. 227). Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríguez le dedican media página en su Ma-
nual de literatura española X. Novecentismo y vanguardia: introducción, prosistas y drama-
turgos, Pamplona: Cénlit, 1991, encasillándolo en la rúbrica «Figuras menores» en un cap. de-
dicado a los «Cultivadores de la novela erótica y galante y de la novela rosa», págs. 330-31.
L. Antonio de Villena da la fecha de 1893, art. cit.., pág. 23. F. Pedraza - M. Rodríguez también,
op. cit., pág. 330. En varias de las novelas de Retana aparece la poco probable fecha de 1898.
14
Vid., por ejemplo, el prólogo a Una aventura más, Los Novelistas, 31 de enero de 1929, n.° 47,
págs. 5-7.
De Villena, art.cit., pág. 25. Ignoramos si sus deseos fueron cumplidos, pues afirmaba no
sin humor en el prólogo a El encanto de la cama redonda: «Una vez fiambre, deseo ser
envuelto en una túnica de los colores nacionales, cubierto con un sombrero cordobés y
metido en un ataúd tapizado de retratos de cupletistas» (La Novela de Hoy, 1 de diciembre
de 1922, pág. 7).
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la fábula. Pero como yo soy un novelista que marcha con la época, y no está el
horno para bollos, prefiero renunciar a esas truculencias de boudoir}6

Pasó la guerra en Madrid y, a la toma de la capital, en la trágica fecha de


agosto de 1939, se alojó en casa de una corista cuyo amante había «saqueado
iglesias, por lo que en la casa hallaron varios objetos religiosos; lo que unido a
su mala fama sexual inveterada le añadió utensilios de nigromante».17 Buscado
por «degenerado y corruptor», lo encerraron y condenaron primero a muerte;
permaneció finalmente encarcelado unos siete años.
Las novelas más representativas, cuyos títulos no necesitan comentarios -El
último pecado de una hija del siglo (1915), Al borde del pecado (1917), Los
extravíos de Tony (1919), Las «locas» de postín, (1920) El príncipe que quiso
ser princesa (1920), El octavo pecado capital (1920), El demonio de la sen-
sualidad (1921), La mala fama (1922), El infierno de la voluptuosidad (1924),
El paraíso del Diablo (1927) - ven la luz entre 1915 y 1927, años en que nues-
tro autor gozó de mayor fama. La trilogía folletinesca La carne de tablao
(1918), Ninfas y sátiros (novela libertina) (1918) y El crepúsculo de las diosas
(1919), anterior a la década de los veinte, tal vez fue la que mayor éxito co-
mercial alcanzó. Estos tres últimos títulos son considerados como representati-
vos de su obra, por tratar los temas más recurrentes de su narrativa, además de
haber sido publicados durante su período de apogeo.18 La voz de Retana se si-
lencia entre 1927 y 1929. Su última novela, Historia de una vedette contada por
su perro, data de 1954. Al final de su vida, nos dejó dos libros de mucho interés:
Estrellas del cuplé (1963) e Historia del arte frivolo (1964). Colaboró asimismo
a una puesta al día de la Historia del teatro en España (1965) escrito por
Matilde Muñoz.
Además de dibujante y figurinista, fue también compositor reconocido. Le
debemos las letras de gran número de canciones -«Ven y ven» (1911), «La
tirana de Trípili» (1911), «Tardes del Ritz» (1923) «Ay, Sandunga» (1924),
etc.- 19 De su círculo de amigos formaban parte nombres que hacían soñar en la

16
La Novela de Hoy, 2 de enero de 1925, núm. 138, págs. 63-4.
De Villena, art. cit., pág. 25.
Conviene señalar que no todas las obras Retana nos han sido asequibles dada la dificultad de en-
contrarlas incluso en las más importantes bibilotecas madrileñas. Tampoco, y lo lamentamos,
nos ha resultado posible localizar el libro que le dedicó Santiago Ibero (seud. de José Sánchez
Moreno), Alvaro Retana, el Petronio del siglo XX, Barcelona: Biblioteca Films, 1926, que
mencionan Liliy Litvak en su Antología..., op. cit., pág.54 y Antonio Cruz Casado en su artí-
culo «El Caballero Audaz. ••», art. cit., pág. 111.
19
A esta lista se pueden añadir los títulos siguientes: «Aventuras de Don Procopio en Paraíso» y
«El Polichinela» -escritas en colaboración con José Juan Cadenas-, «Batallón de modistillas»,
«¡Alirón!», «Mi Debut en provincias», «La Duquesa torera», «¡Te has caído, chaquetón!», «La
canción del Rhin», «Manola de sangre azul», «Amor japonés», «Duquesa frivola», «A la caza
del soltero», «Besos divinos», «El lindo Ramón», «La chula de ayer y hoy»; compuso asimis-
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época: La Goya, Amalia Molina, Maruja Lopetegui, Raquel Meller, que solían,
además, interpretar sus composiciones. Muchas plumas elogiaron entonces sus
escritos, entre ellas, las de Borras, Colombine, Fernández-Flórez, Gómez de la
Serna, Carrere y González-Ruano. Julio Cejador lo consideraba, en 1920, no sin
cierta exageración, como el Petronio de principios de siglo.20
Entre sus lecturas favoritas, además de Las mil y una noche, su libro de cabe-
cera, figuraban los nombres de Wilde, Mendés, Rachilde, Huysmans, Barbey
d'Aurevilly, Villiers de l'Isle d'Adam y Lorrain,21 de los que Retana y sus con-
temporáneos fueron grandes conocedores.22
Ahora bien, a manera de presentación del autor, hemos de recurrir a las en-
trevistas que le hicieron sus contemporáneos, así como a las opiniones que sobre
él se publicaron y que solían añadirse habitualmente al final de sus obras.
Asimismo nos dejó un relato en 1923 que definió como «autobiográfico»: Mi
novia y mi novio, en el que aparece la figura del propio Retana,23 -una mini-
autobiografía novelada publicada en el prólogo a Las mujeres de Retana por el
propio Retana (1922)- y algunas páginas autobiográficas en Historia del arte
frivolo (1964).
Además de autoproclamarse el «novelista más guapo del mundo», «título»
que le había atribuido una crítica, la escritora Misia Darrys en La Revue Artis-
tique de París en 1922,24 se consideraba el «escritor más grande del mundo» con
una ironía tan propia25 y, comentando su fama, declaraba: «Soy una víctima de

mo la música de «Capricho argelino».


20
Julio Cejador y Frauca, Historia de la Lengua y Literatura Castellana., t. XIII, Madrid: 1920,
pág. 181.
21
Vid. Historia del arte frivolo, Madrid: Tesoro, 1964, pág. 21.
Son, además, numerosas las irrupciones de galicismos y de extranjerismos muy en boga en
aquella época de europeización en las letras españolas.
23
La Novela de Hoy, 28 de septiembre de 1923, n.° 72. Aparece Retana en un tren que lo lleva a
Barcelona donde va a dirigir los ensayos y el estreno de un espectáculo suyo. Este viaje le in-
vita a reflexionar sobre la fama que goza el escritor galante en aquella época, así como sobre su
propia escritura. En el pasillo del tren encuentra a un adolescente, Roberto Moliner, que viaja
con su hermana y su madre, y por el cual se siente rápidamente atraído. Este reconoce a su es-
critor admirado y confiesa identificarse plenamente con un personaje de novela del autor, «en-
fermo de [...] erotismo extraviado» (pág. 17) y «envenenado de lujuria y perversidad» (pág.
39). Retana opta por guardar el incógnito y se hace pasar por un virtuoso abogado catalán, Ra-
fael Heredia. Este se tranforma en verdadero profesor de moral para los hermanos hasta que un
incidente le obliga a revelar su verdadera identidad. En Mi alma desnuda, Madrid: Hispania,
1923, vuelve a integrar el mismo relato; reaparecen asimismo otros personajes de novelas ante-
riores. Reconocemos también la figura de Retana en el personaje de Alberto Reyna en La
mala fama (Madrid: Biblioteca Hispania, 1922) y en Una niña demasiado moderna (Ma-
drid, 1919).
Vid. el prólogo a La Hora del Pecado, La Novela de Hoy, 2 de marzo de 1923, n.° 42, pág. 3.
25
Vid. el prólogo a Los ambiguos, La Novela de Hoy, 14 de julio de 1922, n.° 9, pág. 10.
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mi reputación. Yo no tengo la culpa de ser más apetitoso que un bocadillo de


foiegras».26
En cierta entrevista, se define así: «Yo no soy un pervertido, ni un sembrador
de inquietudes, sino simplemente un ciudadano que aspira a ganar dinero [...]
sin perjudicar a nadie»,27 pese a que confiese el alter-ego de Retana en Mi novia
y mi novio que se le consideraba «una continuación de [sus] libros».28

UN EROTISMO BURLESCO

Las novelas de Retana, cuyos aspectos formales se inscriben dentro de la


novela tradicional, nos transportan a la España del cuplé y de las noches locas
de una parte marginada de la población, cuya existencia es despreocupada y agi-
tada y donde el afán de diversión, reflejo de toda una época, ocupa un lugar pri-
vilegiado. Además de devorar obras de Hoyos y Vinent, de Trigo y del propio
Retana, éstos se emborrachan de champaña y de whisky, fuman cigarillos egip-
cios u opio, esnifan éter y cocaína, recurren a bebidas afrodisíacas y cenan en
los mejores restaurantes de Madrid y Barcelona. Estas ciudades prestan sus es-
cenarios a una narrativa en la que se nos describe todos los matices del pecado
en un mundo donde los sentimientos de culpa son inexistentes.
Teatros de varietés, alcobas, estudios de modistillas, camerinos, palacios
aristocráticos, salones y alcobas de marqueses y de duquesas, decorados «en el
más puro estilo Imperio», estudios de modistillas transformados en casas de ci-
tas, son los espacios en que deambulan los personajes retanianos, cuyas fieles
descripciones son próximas a las corrientes realistas y naturalistas.
A Retana, pues, no se le puede negar el haber sido un gran conocedor y fino
observador del mundo de la farándula de aquellos años. Paseó su mirada indis-
creta por las alcobas, los boudoirs y camerinos de un gran número de personali-
dades. El mismo reitera la descripción de sus fuentes de inspiración: «A mí las
personas que se encuentran en pecado mortal me han servido, hasta el día, de
conejos de Indias para mis experimentos literarios»,29 declaraba en El crepúscu-
lo de las diosas.
La carne de tablao, cuyo título habla por sí solo, representa un buen ejemplo
de «aplicación» a la literatura de ese mundo que era tan suyo. En ella, Retana
nos ofrece unas descripciones de las almas femeninas a las que se sentía
indudablemente próximo y de las que había sido un fiel confidente. Esta novela
está dedicada a las mujeres de teatro, a las divettes y a las cupletistas «envueltas

26
Vid. el prólogo a La Hora del Pecado, op. cit., pág. 6.
27
Prólogo a La flor de Turia, op. cil., pág. 6.
Mi novia y..., op. cit., pág. 46.
29
El crepúsculo de las diosas (escenas alocadas de la vida galante en Barcelona), Madrid, V. H.
Sanz de Calleja, [1919], pág. IX.
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en las nieblas del seudónimo».30 En efecto, se inspira claramente en personali-


dades de la época como Pastora Imperio, La Chelito, Amalia Molina, Tórtola
Valencia, La Goya, Raquel Meller, etc. para pintarnos con mucha fidelidad
aquel mundillo. La novela, así, llegó a convertirse en novela de clave. Su pu-
blicación hizo correr mucha tinta, como lo atestigua la cantidad de críticas que
provocó su publicación. En la advertencia al lector, el autor nos explica el por-
qué del interés que mostró hacia esta categoría de mujeres que, bajo su pluma,
se convierten en enemigas «por antonomasia de la Tranquilidad, del Hogar y del
Régimen»31 y en Evas «cien veces más tentadora(s) que la primitiva».32 A esta
categoría de mujeres oponía la mujer de su casa, cuya «vida [...] -en la acep-
ción que a esta palabra damos-, puede escribirse en un papel de fumar y no in-
teresa casi a nadie».33
La protagonista de la novela, la hija de una ex-frutera, Nemesia Romo —que
pronto se convierte en Nene Romero al dedicarse a cupletista- es un personaje
peculiar de la obra retaniana. De origen humilde, tiene que buscarse amantes de
la clase alta para sobrevivir en el mundo de las cupletistas, mantener a su madre,
a su hermano y a su hija ilegítima.
Asistimos, pues, y no sin cierta ironía, a un desfile de amantes y a una serie
de múltiples engaños hacia sus protectores, desde el rico y prestigioso ganadero
andaluz, pasando por un torero famoso hasta el hijo de una marquesa. Es de no-
tar que las artistas, en Retana, raramente se enamoran de sus protectores: prefie-
ren vivir pasiones alocadas y amores difíciles con galanes que les hacen la vida
imposible y por los que, como la propia Nene, estarían a punto de dejarse mo-
rir de amor. En algunos casos, hasta recurren al suicidio cuando no les queda
otro remedio que el de admitir, como Bebé y Leopoldo, que pasó La hora del
pecado?4
La novela Ninfas y sátiros también se puebla de la fauna habitual de los
personajes retanianos. La acción, que ocurre durante la primera guerra mundial,
se desarrolla en parte en una casa de citas madrileñas cuya dueña es una bur-
guesa de cincuenta años, Rosario Lizárroga La Loca, al servicio de la que tra-
bajan tres mujeres jóvenes, María Cruz, Gloria La Marchosa, y Lina, cuyas úni-
cas obsesiones se reducen al goce sexual.
Los personajes femeninos, o «hijas de Eva», que protagonizan las obras de
Retana35 pertenecen a las más variadas clases sociales. Cuando se trata de muje-

30
«Al lector», La cante de tablao (escenas pintorecas de Madrid de noche), Madrid: Imprenta V.
H. Sanz Calleja, [1918], pág. X.
31
La carne..., op. cit., pág. 125.
32
¡bid., p á g . 126.
33
Ibid., p á g . XIV.
34
En La Novela de Hoy, 2 de marzo de 1923, n.° 42.
En un librito titulado Las Mujeres de Retana por el propio Retana, el autor nos presenta una selec-
650 JACQUELINE HEUER

res de clase baja, éstas suelen buscarse, a cambio de su cuerpo, un protector de


la clase alta -perteneciente preferentemente a la aristocracia- que les permitirá
acceder al mundo de los privilegiados y de los vicios, reservado, en la época, a
determinada clase social.36 Se dividen socialmente en dos grupos antagónicos:
las modistas, las doncellas de casa, las cigarreras y las amas de cría frente a las
artistas de varíete, las aristócratas desvergonzadas, narcisistas y libertinas que
nos recuerdan a ciertas marquesas del siglo XVIII. Al lector no le resulta siem-
pre fácil familiarizarse con un léxico en desuso hoy en día, cuando el narrador,
por ejemplo, se refiere a cocones o tiples, vicetiples, tanguistas y horizontales.
Los personajes de las madres, en Retana, son protectoras, austeras y posesivas.
Estas dedican su existencia a vigilar de cerca el desfile de amantes de sus hijas y
hacen, a su vez, de mujeres de negocios, sacando el mayor provecho de los pro-
tectores de sus hijas, mientras los padres están ausentes, muertos o son inexis-
tentes.
En el terreno de la sexualidad, surgen tanto el estereotipo de la joven inge-
nua como el de la amante experimentada o de la niña sin escrúpulos que com-
parte amante con su madre (Pilarín, la hija de Nene, se inicia al sexo asistiendo
a los jugueteos amorosos de su madre y termina por acostarse con el amante de
ésta). Asistimos a la inversión del tradicional papel de la mujer víctima sumisa
del deseo sexual del hombre.
En cuanto a los personajes masculinos -desde el adolescente inexperimenta-
do hasta el viejo verde- tampoco temen prostituirse o corromperse para poder
acceder a una clase social más alta. El caso del periodista Manolo Carrizosa, en
Ninfas y sátiros, lo ilustra bien: éste empieza por tener relaciones sexuales con
el hijo del conde de Moralbuena, un ilustre prohombre liberal. Al dejarlo y per-
der la protección del conde, es protegido por otro político a cambio de revela-
ciones que comprometiesen la integridad del conde. No le importa afiliarse lue-
go con el partido conservador para vender informaciones.
Las novelas de Retana, pues, no carecen de denuncias sociales. Nos move-
mos en un mundo corrupto y lleno de las rivalidades más mezquinas -«La ge-
nialidad de las mujeres de teatro sólo alcanzan la verdadera dicha llenando de
lágrimas los ojos de una rival»- 37 de mujeres que pasan de unos brazos a otros
«con rapidez cinematográfica». Desfilan ante el lector periodistas poderosos ca-
paces de arruinar carreras y que se dejan comprar las portadas por unos duros
-tema aún de gran actualidad-, ladrones que roban cubiertos de plata en ausen-
cia de las dueñas de casa, personajes que mandan anónimos, poetas que plagian

ción de las «más cautivantes de (sus) heroínas», La Novela Corta, 21 de enero de 1922, n.° 319.
36
De Rosario, nos dice el narrador en Ninfas y sátiros (novela libertina), (Madrid: Hispania,
[1918]): «Su orgullo la hizo preferir ser la amante de un aristócrata imbécil a la esposa de un
burgués inteligente», op. cit., pág. 21.
La carne..., op. cit., pág. 88.
ALVARO RETANA RECUPERADO 651

versos de Maeterlink y amantes que abusan económica y sentimentalmente de


sus protectores. Tampoco faltan las denuncias de la corrupción y de la hipocre-
sía del gobierno y de la depravación de ciertos miembros de la Iglesia. Retana
no teme poner en boca de un cupletero anarquista, Mateo Trucharte, las siguien-
tes palabras:
Aquí lo que hace falta es colgar a Romanones, quemar a García Prieto y arras-
trar a Maura. ¡España es un país sin pulso! ¡Vivimos atrofiados y en poder del
caciquismo!38
Manolo Carrizosa en Ninfas y sátiros, otro ejemplo de personaje rebelde,
«profesaba la creencia de que en España, para hacer fortuna, había que ser po-
lítico o ladrón y a ser posible, las dos cosas a la vez». 39
En El crepúsculo de las diosas, también es abordado el delicado tema de los
abortos: «Antes todos los meses abortaban media docena de artistas; pero desde
que se han muerto dos a causa de eso, prefieren que les crezca la barriga»40
Pero más allá aún del afán de diversión y del intento de acceder a la clase
social afortunada, son, como hemos mencionado, la búsqueda del placer sexual,
la obsesión por la juventud y la precocidad sexual que califican a todos los
protagonistas, en un mundo en el que se derriban todas las barreras de la moral y
donde los personajes comparten todos unas ojeras enormes, signos evidentes de
una gran actividad sexual.41
Los personajes, al igual que su autor, se quitan años y lamentan lo efímero
de la belleza. El culto a la belleza y la importancia de la atracción física hacen
que los personajes de ambos sexos recurran a los más variados artificios para
mejorar su aspecto físico: visten trajes suntuosos y excéntricos, oxigenan su pe-
lo, se alargan las pestañas con rímel, se pintan los labios, etc. Y cuando algunos
de ellos ya no se parecen ni a Adonis, ni a Venus, la pluma del autor nos los
describe con crueldad: «Únicamente Goya, el pintor de los Caprichos se hubiera
atrevido a retratar aquel montón de carne, tan poco apetitoso, que había perdido
la belleza, la línea y la juventud». 42

PORTAVOZ DE LAS MINORÍAS SEXUALES


Para llegar al placer sexual, meta compartida por todos los personajes de su
narrativa, Retana nos presenta un abanico completo de lo que en la época repre-
sentaban todavía como «desviaciones» sexuales. Aparecen, pues, ninfómas, feti-
chistas, homosexuales, lesbianas, travestidos, bisexuales, pedófilos y zoófilos.

El crepúsculo..., op. cit., pág. 96.


Ninfas..., op. cit., pág. 50.
El crepúsculo..., op. cit., pág. 59.
La carne..., op. cit., pág. 101. Joaquín Belda dedicó un relato al tema. Vid. «Las ojeras», Lily
Litvak, Antología..., op. cit., págs. 331-60.
42
Ninfas..., pág. 129.
652 JACQUELINE HEUER

Asistimos a escenas incestuosas entre hermanos, a la organización de orgías y a


proyecciones de películas pornográficas traídas de París. Y como lo declara un
personaje: «Una vez puestos de acuerdo con la parte beligerante, todas las fanta-
sías y monstruosidades imaginables carecen de importancia si su realización nos
produce deleite».43
Al abordar la temática de las heterodoxias sexuales, y, en particular, la ho-
mosexualidad, Retana se hizo el portavoz de ciertas minorías. Los temas de la
homosexualidad y del lesbianismo son tratados aquí de manera relativamente
abierta, mientras que, como nos recuerda Pérez Rioja, el homosexual «todavía
en 1932 se definía en los diccionarios al uso como «el que padece el vicio de la
homosexualidad», y a ésta como «una perversión sexual respecto a individuos
del mismo sexo».44
«¿Cual es mi pecado? ¿que no me gustan las mujeres?» expresa Juanito Me-
drano en Ninfas y sátiros.45 La atracción y simpatía que siente uno de los hijos
del conde Moralbuena por Manuel es caracterizada irónicamente, de «malsana»
por el narrador en la misma novela46 y los homosexuales, definidos como «ma-
ricas locas».47 Manolo Carrizosa, «espíritu frivolo [...] incapaz de volver al ca-
mino del Bien»,48 no se prostituye por placer con uno de los hijos del conde de
Moralbuena sino con el único propósito de subir en la escala social.
Las relaciones lésbicas también son comunes, así, en El Crepúsculo de las
Diosas, el narrador nos describe las relaciones sexuales que Susana y Pura
practican.49
Los travestidos o ambiguos ocupan asimismo un lugar en su narrativa.50
Durante las fiestas y los bailes que se organizan, es corriente que ciertos perso-
najes masculinos se disfracen de mujeres e imiten a las vedettes de la época en
sus espectáculos. Así, pues, Jacinto Morales, en Ninfas y sátiros, y Luis Sarabia,
el modista de La carne de tablao -que «ni siquiera merecía el dictado de hom-
bre»51 y que «aunque [...] no supiera desnudar a las mujeres, sabía, en cambio,
vestirlas primorosamente»,52 también dedican sus horas de ocio a la imitación
de estrellas de varíete.

El crepúsculo..., op. cit., pág. 45.


José Antonio Pérez Rioja, La España de los veinte en el lenguaje, Madrid, Asoc. de Escritores y
Artistas Españoles, 1990, pág. 196.
45
Op. cit., pág. 134.
46
Ibid., pág. 4 5 .
La carne..., op. cit., pág. 102.
48
Ninfas..., op. cit., pág. 109.
Op. cit., pág. 6.
50
El vocablo travestido «conservaba aún en la Enciclopedia Sopeña de 1932, la significación ori-
ginaria de 'disfrazado, encubierto, enmascarado'». Vid. Pérez Rioja, op. cit., pág. 197.
La carne..., op. cit., pág. 65.
52
Ibid., pig. 65.
ALVARO RETANA RECUPERADO 653

TERRENO DE LA EXPRESIÓN

Conviene ahora echar en breve vistazo al lenguaje usado por Retana a la


hora de describir y aludir a la sexualidad. Como recuerda Goytisolo,
La literatura erótica de todos los tiempos y latitudes conoce un abundante
repertorio de fórmulas eufemísticas destinadas a eludir el nombre común de las
partes sexuales o el acto de la cópula, ya por la referencia indirecta y oblicua, ya
mediante el recurso a alguna figura de lenguaje.53

Hemos seleccionado, una serie de expresiones que aparecen con frecuencia


en su narrativa cuando se refiere al terreno del sexo. Veamos cómo recurre a un
estilo eufemístico, elíptico y metafórico, sugiriendo en vez de describir.
Los personajes de Retana no hacen el amor, sino que «fornican». El acto se-
xual se convierte en «trepidante sacrificio de Eros»54. El sexo de la mujer en «el
santuario donde oraron tantos feligreses»55 o en «templo de los deleites morbo-
sos»,56 los pezones de sus senos en «capullos de rosa». 57 Las menstruaciones
son «fenómenos fisiológicos que la Naturaleza ha reservado para las mujeres».58
Cuando las adolescentes pierden su virginidad, pasan «el Rubicón».59
Masturbarse es «ser el amante de uno mismo».60 Para describir la acción de
masturbarse, el narrador opta por la elipsis, así, pues, Julio, en El Crepúsculo de
las Diosas, «temía volverse loco abrazando a la almohada, que al día siguiente
evidenciaba hasta donde había llegadofsu] excitación».61 Sutilmente, pues, una
almohada o una esponja pueden transformarse en «sorprendentes instrumentos
de deleite».62 Para describir una felación, recurre a la elipsis: «La Merlo [...] le
sentó sobre una silla y, arrodillada ante él, le expresó su adhesión en una forma
que no podía ser más elocuente y que dejó al chico extenuado, aunque no
sorprendido».63 El orgasmo es el «espasmo», el esperma, «agua bendita».64 Y
cuando el narrador se refiere a un acto sexual maravilloso, evita sutilmente su
descripción:

Juan Goytisolo, «La metáfora erótica en Góngora, Joaquín Belda y Lezama Lima», Disidencias,
Barcelona: Seix-Barral, 1977, pág. 269.
54
Ninfas..., op. cit., pág.105.
55
La carne..., op. cit., pág. 34.
56
Ibid., pág. 3 7 .
57
Ibid., pág. 34.
58
Ninfas..., op. cit., pág. 134.
59
El crepúsculo.., op. cit., pág. 90 y La carne..., op. cit., pág. 105.
60
El crepúsculo..., op. cit., pág. 8 3 .
61
Ibid., pág. 85.
Una niña demasiado moderna, op. cit., pág. 5 4 .
El crepúsculo..., op. cit., pág. 115.
64
Ninfas..., op. cit., pág. 178.
654 JACQUELINE HEUER

Que se acuerden [las lectoras ] de la mejor aprovechada y más encantadora de


sus noches [...] que comprueben en su libro de memorias cuántas veces las amó
aquel que más las ha querido y evitarán al autor tener que llevar adelante este
relato, que podría muy bien humillar el amor propio del lector.65

Además de haber sabido adaptar con provocativa elegancia y humor la temá-


tica erótica a su tiempo, Retana representó ante todo un canto a la liberalización
de las costumbres y al carpe diem. Perteneció a una corriente que luchó sin ce-
sar contra la rigidez y las «limitaciones» morales de toda una sociedad, y que tu-
vo el valor de enfrentarse con las denuncias de un público conservador, contri-
buyendo, de esta manera, a seguir abriendo brechas en la moral burguesa. Detrás
de una narrativa aparentemente fútil y ligera, protagonizada por seres margina-
dos y frágiles, se percibe, el desprecio que nuestro autor ha manifestado siempre
hacia la hipocresía de su sociedad. Y tal vez haya contribuido a que se realizase
el deseo que él mismo expresó en 1929: «Lo mejor que puedo hacer es aguardar
pacientemente a que cambie el concepto de la moral en la literatura».66 Sa-
bemos, eso sí, que siempre coincidió con el primer Gómez de la Serna cuando
éste declaró, refiriéndose a nuestro autor: «Hay que deshacer la virtud, calum-
niarla, ruborizarla, tentarla, corromperla».67

65
Ibid., pág. 86.
Prólogo a Una aventura más, op. cit., pág.7.
67
«El arte de Retana», citado en El crepúsculo..., op. cit., pág. 188.

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