Una Noche de Espanto

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PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

Una noche de espanto


FragmentoAutor: Anton Chejov

Iván Ivanovitch Panihidin palideció y, con voz emocionada, empezó a contar su historia:
-Una densa neblina se extendía por encima del pueblo, cuando en la víspera del Año Nuevo, regresaba yo
a casa después de haber pasado la velada en la de un amigo. Una buena parte de dicha velada había sido
dedicada al espiritismo. Las callejuelas que tenía que atravesar no estaban alumbradas y había que andar
casi a tientas. A la sazón vivía yo en Moscú, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los
pensamientos, pesados; la angustia oprimía mi corazón... "Tu existencia declina...; arrepiéntete...", me había
dicho el espíritu de Espinoza, que habíamos consultado. Le pedí que me dijera algo más, y entonces no
solamente repitió la misma sentencia, sino que añadió: "Esta noche". Yo no creo en el espiritismo. Pero las
ideas y las alusiones a la muerte me dejan abatido. La muerte es imprescindible e inminente. Pero, a pesar de
todo, es una idea que la naturaleza repele... Ahora, en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar
y el viento aullaba lastimero; mientras alrededor no se veía ni un ser vivo ni se oía una voz humana, mi alma
era presa de un temor incomprensible. Yo, hombre libre de prejuicios, corría a toda prisa temiendo mirar
atrás. Tenía la impresión de que si volvía la cara la muerte se me aparecería bajo la forma de un fantasma.
Panihidín lanzó un suspiro, bebió un trago de agua y siguió:
-Este miedo irrazonable, pero comprensible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la
puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba oscura. El viento ululaba en la chimenea, como si se
quejara de que lo hubiesen dejado afuera. Si hay que creer en las palabras de Espinosa, mi muerte llegará
esta misma noche, acompañada de ese ulular...¡Brrrr!... ¡Qué horror! Encendí un fósforo. La fuerza del viento
aumentó y el gemido se convirtió en un aullido furioso. Los postigos temblaban como si alguien tirase de ellos.
"Desgraciados los que carecen de hogar en una noche como esta", pensé... No tuve tiempo de seguir mis
pensamientos, porque cuando la llama del fósforo alumbró el cuarto, un espectáculo inverosímil y pavoroso
se ofreció a mi vista... Lástima que una ráfaga de viento no apagase mi fósforo. De ser así, me hubiera
evitado ver lo que me erizó los cabellos... Grité, di un paso hacia la puerta y, lleno de terror, de espanto y de
desesperación, cerré los ojos. En medio del cuarto había un ataúd. La llama del fósforo ardió poco tiempo.
Sin embargo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mis pupilas. Era de brocado rosa, con una cruz de
galón dorado en la tapa. El brocado, las asas y los pies de bronce proclamaban que el difunto había sido rico.
El tamaño y el color del ataúd indicaban que el muerto era un joven de alta estatura. Sin detenerme a
reflexionar, salí y, como un loco, me fui escaleras abajo. En el pasillo y en la escalera todo era oscuridad. Los
pies se me enredaban en el abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos. Al verme en la
calle me apoyé en un farol y traté de tranquilizarme. Mi corazón latía dolorosamente; tenía la garganta seca...
No me hubiera asombrado si hubiese encontrado en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio... No
me hubiera asombrado si hubiese encontrado en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio... No me
hubiera asombrado si el techo se hubiese hundido, si el piso se hubiese desplomado... Todo esto es natural y
concebible. Pero, ¿cómo vino a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd lujoso, hecho evidentemente para una
joven rica... ¿Cómo había ido a parar a la pobre morada de un insignificante empleado? ¿Estará vacío o
habrá un cadáver dentro? ¿Y quién puede ser esa desgraciada que me hizo tan terrible visita? Si no es un
milagro, será un crimen, pensé. Mi espíritu se perdía en un laberinto de suposiciones. En mi ausencia la
puerta estaba siempre cerrada, y el sitio donde escondía la llave solamente lo sabían mis mejores amigos.
Pero ellos no iban a ponerme un ataúd en mi cuarto. Se podía suponer que el fabricante lo trajo allí por
equivocación; pero, en tal caso, no se hubiera ido sin haber cobrado su importe o, por lo menos, un adelanto.
Los espíritus que me habían profetizado la muerte, ¿me habrían provisto también de un ataúd? Yo no creía, y
sigo no creyendo, en el espiritismo. Pero hay que convenir que una coincidencia semejante desconcierta a
cualquiera. "Es imposible - pensaba - . Soy un cobarde, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al volver a
casa, estaba tan impresionado por la sesión de espiritismo, que los nervios me hicieron ver lo que no existía.
¡Es claro! ¿Qué otra cosa puede ser?" La lluvia me empapaba. El viento me echaba al suelo el gorro y me
levantaba el abrigo... Estaba chorreando... No podía quedarme allí. Pero, ¿adónde ir? ¿Regresar a casa y
PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

encontrarme otra vez frente al ataúd? No podía ni pensarlo; hubiera enloquecido al volver a ver aquel ataúd,
que probablemente contenía un cadáver. Decidí a pasar la noche en casa de un amigo.
Panihidín se secó la frente bañada de sudor frío, suspiró y siguió su relato:
-Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí de que se hallaba ausente.
Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y entré. Quitándome rápidamente el abrigo mojado, lo arrojé al
suelo y caí desplomadoen el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento rugía con más fuerza. Saqué los
fósforos y encendí uno. Pero la claridad no me tranquilizó. Al contrario, lo que vi me llenó de horror. Vacilé
unos segundos y hui como un loco de aquel lugar... En la habitación de mi amigo había un ataúd... ¡De doble
tamaño que el otro! El color marrón le daba un aspecto más lúgubre... ¿Por qué se encontraba allí? No cabía
la menor duda: era una alucinación... Era imposible que en todas las habitaciones hubiese ataúdes.
Evidentemente, dondequiera que fuese llevaría conmigo la terrible visión de la muerte.Sufría yo, por lo visto,
una enfermedad nerviosa provocada por aquella sesión espiritista y las palabras de Espinoza. "Me vuelvo
loco", pensaba, aturdido, cogiéndome la cabeza. "¡Dios mío! ¿Cómo remediar esto?" La cabeza me daba
vueltas... Mis piernas se me doblaban... Llovía a mares; estaba calado hasta los huesos, sin gorra y sin
abrigo... Imposible volver a buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación y, sin embargo,
el temor me atenazaba, mi rostro estaba inundado de sudor, los pelos se me erizaban... Me volvía loco y
exponíame a coger una pulmonía. Afortunadamente, recordé que en la misma calle vivía un médico conocido
mío, que precisamente había asistido a la sesión espiritista. Me encaminé hacia su casa. Como en aquella
época aún no se había casado, tenía su cuarto en un quinto piso de una gran casa. Mis nervios tuvieron que
soportar todavía otro choque... Al subir la escalera oi un gran ruido: alguien bajaba corriendo, cerrando con
fuerza las puertas y gritando: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡Portero!" Unos instantes después vi aparecer una figura
oscura que bajaba rodando por las escaleras...
-¡Pagostof! -exclamé al reconocer a mi amigo el médico-. ¿Es usted? ¿Qué le ocurre?
Pagostof se detuvo y me agarró la mano convulsivamente. Estaba lívido y respiraba con dificultad; su
cuerpo temblaba; sus ojos giraban, desmesuradamente abiertos...
-¿Es usted Panihidín? -me preguntó con voz ronca-. ¿Es verdaderamente usted? ¡Está más pálido que un
muerto! ¡Dios mío! ¿No es una alucinación? ¡Me infunde usted miedo!
-Pero ¿qué le pasa? ¿Qué ocurre?
-¡Amigo mío! ¡Qué suerte que sea usted verdaderamente! ¡Qué contento estoy de verlo! Esta maldita
sesión espiritista me ha trastornado los nervios. ¿No sabe usted lo que se me ha aparecido en mi cuarto? ¡Un
ataúd!
Incrédulo, le pedí que me lo repitiera.
- ¡Un ataúd! ¡Un verdadero ataúd! - dijo el médico, dejándose caer, extenuado, en la escalera-. No soy un
hombre cobarde, pero el propio diablo se asustaría al verse frente a un ataúd en su cuarto, después de una
sesión espiritista...
Entonces conté al médico, balbuceando, lo de los ataúdes que había visto yo también. Por algunos
momentos nos quedamos mudos de asombro, mirándonos. Luego, para convencernos de que todo aquello
no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.
-A ambos nos duelen los pellizcos -dijo por fin el médico-. Esto significa que no soñamos y que los
ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen de veras. ¿Qué haremos?
Pasó una hora en conjeturas y suposiciones. Estábamos helados y, por fin, decidimos dominar nuestro
temor y entrar en el cuarto del médico. Previnimos al portero, quien subió con nosotros. Al entrar encendimos
una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El portero se persignó
devotamente.
-Ahora nos enteraremos -dijo el médico, temblando- de si el ataúd está vacío... o habitado.
Después de muchas vacilaciones, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo, levantó la tapa.
Echamos una mirada y vimos que... el ataúd estaba vacío. No había ningún cadáver dentro del ataúd, pero sí
una carta que decía lo siguiente:
PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

Querido amigo:
Supongo que debes saber que los negocios de
mi suegro van mal; tiene muchas deudas. Un día de
éstos vendrán a embargarlo, lo cual podría significar
nuestra ruina y deshonra. Hemos decidido esconder todo
lo de más valor, y como la fortuna de mi suegro consiste
en ataúdes (es el de más fama en nuestro pueblo),
tuvimos que poner a salvo los mejores. Confío en que tú,
como buen amigo, me ayudarás a defender nuestra
honra y nuestra fortuna, y es en la seguridad de esto que
te mando un ataúd, con el ruego de que lo guardes hasta
que pase el peligro. Necesitamos la ayuda de amigos y
conocidos. No me niegues este favor. El ataúd no
permanecerá entu cuarto más de una semana. He
mandado un mueble de esos a cada uno de mis amigos,
contando con su nobleza y generosidad.

Tu amigoTchelustín"

Después de aquella noche estuve enfermo de los nervios durante tres meses. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de
ataúdes, salvó su fortuna y su honra. En la actualidad tiene una funeraria y construye panteones. Pero como sus
negocios no prosperan, cada noche, al volver a mi casa, temo hallar junto a mi cama un catafalco o un panteón.

DATOS ACERCA DEL AUTOR

ANTON CHEJOV

(1860 - 1904)

Hijo de un tendero y nieto de un siervo, Chejov es uno de los más notables escritores rusos. Habiéndose
graduado de médico, abandonó su profesión por la literatura, después de haber ejercido el periodismo firmando sus
artículos con un seudónimo. En 1902 fue incorporado a la Academia rusa junto con otra cumbre literaria, Máximo Gorki.
No ocupó el sillón que la habían asignado en protesta porque el zar, por razones de orden político, impedía que Gorki
asumiera su cargo. Murió a causa de la tuberculosis en medio de una gran pobreza.

Chejov es autor de una amplia obra en la que destacan las piezas teatrales y las narrativas. Como dramaturgo
escribió El tío Vania (1899). Las tres hermanas (1990) y El jardín de los cerezos (1904). De su producción narrativa, se
pueden mencionar la novela La estepa (1892) y los libros de cuentos y relatos Cuentos de varios colores (1886) y Una
historia aburrida (1889).

La obra de Chejov refleja la existencia de la gente humilde y la pequeña burguesía, en una atmósfera gris y
desesperada. Sus obras están penetradas de un amargo humor, fruto del choque del ideal con la realidad.

El relato de Chejov que hemos incluido para terminar este libro se desarrolla en un ambiente tétrico, oscuro,
misterioso. Los hechos son tan fuertes que los hombres desnudan su espíritu y actúan de un modo desacostumbrado.
Cada nuevo incidente va acrecentando el pánico. El clímax, sin embargo, en medio de la sorpresa y el sarcasmo, coloca
al hombre otra vez en su condición habitual.

I. Comprensión y análisis

1. ¿Quién es Ivanovitch?
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2. ¿Qué descubrió el personaje principal cuando llegó a su casa?

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3. ¿Hacia dónde se dirigió Ivan después del gran susto que tuvo?

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4. ¿Con quién se encontró Ivan en las escaleras?

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5. ¿Quién dejó una carta y por qué?

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II. Opinión

1. Si fueras Ivan, ¿qué hubieras hecho al encontrar ese objeto raro en tu habitación?

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2. ¿Cuál sería tu reacción al encontrar la carta? ¿Por qué?

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2. ¿Crees que existe vida después de la muerte?


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3. ¿Con qué personaje histórico te gustaría comunicarte? ¿Qué le preguntarías?
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Las aventuras de Tom Sawyer

Autor: Mark Twain

Fragmento

Aquella noche, a las nueve y media, como de costumbre, Tom y Sid fueron enviados a la cama. Dijeron sus oraciones, y
Sid se durmió en seguida. Tom permaneció despierto, en intranquila espera. Cuando ya creía que era el amanecer, oyó
al reloj dar las diez. Era para desesperarse. Los nervios le incitaban a dar vueltas y removerse, pero temía despertar a
Sid. Por eso permanecía inmóvil, mirando a la oscuridad. Todo yacía en una fúnebre quietud. Poco a poco fueron
destacándose del silencio ruidos apenas perceptibles. El tictac del reloj empezó a hacerse audible; las añosas vigas, crujir
misteriosamente; en las escaleras también se oían vagos chasquidos. Sin duda los espíritus andaban de ronda. Un
ronquido discreto y acompasado salía del cuarto de tía Polly. Y entonces el monótono cri-cri de un grillo, que nadie
podría decir de dónde venía, empezó a oírse. Después se oyó, en la quietud de la noche, el aullido lejano y lastimoso de
un can; y otro aullido lúgubre, aún más lejano, le contestó. Tom sentía angustias de muerte. Al fin pensó que el tiempo
había cesado de correr y que había empezado la eternidad; comenzó, a su pesar, a adormilarse; el reloj dio las once,
pero no lo oyó. Y entonces, vagamente, llegó hasta él, mezclado con sus sueños, aún informes, un tristísimo maullido.
Una ventana que se abrió en la vecindad, le turbó. Un grito de ¡Maldito gato! ¡Vete!, y el estallido de una botella vacía
contra la pared trasera del cobertizo de la leña acabó de despabilarle, y en un solo minuto estaba vestido, salía por la
ventana y gateaba en cuatro pies por el tejado, que estaba al mismo nivel. Maulló dos o tres veces, con gran
comedimiento; después saltó al tejado de la leñera, y desde allí, al suelo. Huckleberry le esperaba, con el gato muerto.
Los chicos se pusieron en marcha y se perdieron en la oscuridad. Al cabo de media hora estaban vadeando por entre la
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alta hierba del cementerio. Era un cementerio en el viejo estilo del Oeste. Estaba en una colina a milla y media de la
población.

Tenía como cerco una desvencijada valla de tablas, que en unos sitios estaba derrumbada hacia adentro y en otros
hacia fuera, y en ninguna derecha. Hierbas y matorrales silvestres crecían por todo el recinto.

Todas las sepulturas antiguas estaban hundidas en tierra; tablones redondeados por un extremo y roídos por la
intemperie se alzaban hincados sobre las tumbas, torcidos y como buscando apoyo, sin encontrarlo.

"Consagrado a la memoria de Fulano de Tal", había sido pintado en cada uno de ellos, mucho tiempo atrás; pero ya no
se podía leer aunque hubiera habido luz para ello.

Una brisa tenue susurraba entre los árboles, y Tom temía que pudieran ser las ánimas de los muertos, que se quejaban
de que no se los dejase tranquilos. Los dos chicos hablaban poco, y eso entre dientes, porque la hora y el lugar y el
solemne silencio en que todo estaba envuelto oprimían sus espíritus. Encontraron el montoncillo recién hecho que
buscaban, y se escondieron bajo el cobijo de tres grandes olmos que crecían, casi juntos, a poco trecho de la sepultura.

Después esperaron callados un tiempo que les pareció interminable. El graznido lejano de una lechuza era el único
ruido que rompía aquel silencio de muerte. Las reflexiones de Tom iban haciéndose fúnebres y angustiosas. Había que
hablar de algo. Por eso dijo, en voz baja:

-Huck, ¿crees tú que a los muertos no les gustará que estemos aquí?

Huckleberry murmuró:

-¡Quién lo supiera! Está esto de mucho respeto, ¿verdad?

-Ya lo creo que sí.

Hubo una larga pausa, mientras los muchachos controvertían el tema interiormente. Después, quedamente, prosiguió
Tom:

-Dime, Huck ¿crees que Hoss Williams nos oye hablar?

-Claro que sí. Al menos, nos oye su espíritu.

Tom, al poco rato:

-Ojalá hubiera dicho el señor Williams. Pero no fue con mala intención. Todo el mundo le llamaba Hoss.

-Hay que tener mucho ojo, en como se habla de esta gente difunta, Tom.

Esto era un jarro de agua fría y la conversación se extinguió otra vez. De pronto Tom asió del brazo a su compañero.

-¡Chist!...

-¿Qué pasa, Tom? -Y los dos se agarraron el uno al otro, con los corazones sobresaltados.

-¡Chitón!... ¡Otra vez! ¿No lo oyes?

Yo...

-¡Allí! ¿Lo oyes ahora?


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-¡Dios mío, Tom, que vienen! Vienen, vienen de seguro. ¿Qué hacemos?

-No sé. ¿Crees que nos verán?

-Tom, ellos ven a oscuras, lo mismo que los gatos. ¡Ojalá no hubiera venido!

-No tengas miedo. No creo que se metan con nosotros. Ningún mal estamos haciendo. Si nos estamos muy quietos,
puede ser que no se fijen.

Ya lo haré, Tom; pero ¡tengo un temblor!

-¡Escucha!

Los chicos estiraron los cuellos, con las cabezas juntas, casi sin respirar. Un apagado rumor de voces llegaba desde el
otro extremo del cementerio.

-¡Mira! ¡Mira allí! -murmuró Tom-. ¿Qué es eso?

-Es un fuego fatuo. ¡Ay, Tom, qué miedo tengo!

Unas figuras indecisas se acercaban entre las sombras balanceando una antigua linterna de hojalata, que tachonaba el
suelo con fugitivas manchas de luz. Huck murmuró, con un estremecimiento:

-Son los diablos, son ellos. ¡Tom, es nuestro fin! ¿Sabes rezar?

-Lo intentaré, pero no tengas miedo. No van a hacernos daño. «Acógeme, Señor, en tu seno...»

-¡Chist!

-¿Qué pasa, Huck?

-¡Son humanos! Por lo menos, uno. Uno tiene la voz de Muff Potter.

-No...; ¿es de veras?

-Lo conozco muy bien. No te muevas ni hagas nada. Es tan bruto que no nos ha de notar. Estará bebido, como siempre,
el condenado.

-Bueno, me estaré quieto. Ahora no saben dónde ir. Ya vuelven hacia acá. Ahora están calientes. Fríos otra vez.
Calientes. Calientes, que se queman. Esta vez van derechos. Oye, Huck, yo conozco otra de las voces...: es la de Joe el
indio.

-Es verdad..., ¡ese mestizo asesino! Preferiría mejor que fuese el diablo. ¿Qué andarán buscando?

Los cuchicheos cesaron de pronto, porque los tres hombres habían llegado a la sepultura y se pararon a pocos pasos
del escondite de los muchachos.

-Aquí es -dijo la tercera voz; y su dueño levantó la linterna y dejó ver la faz del joven doctor Robinson.

Potter y Joe el indio llevaban unas parihuelas y en ellas una cuerda y un par de palas. Echaron la carga a tierra y
empezaron a abrir la sepultura. El doctor puso la linterna a la cabecera y vino a sentarse recostado en uno de los olmos.
Estaba tan cerca que los muchachos hubieran podido tocarlo.

-¡De prisa, de prisa! -dijo en voz baja-. La luna va a salir de un momento a otro.
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Los otros dos respondieron con un gruñido, sin dejar de cavar. Durante un rato no hubo otro ruido que el chirriante de
las palas al arrojar a un lado montones de barro y pedruscos. Era labor pesada. Al cabo, una pala tropezó en el féretro
con un golpe sordo; y dos minutos después los dos hombres lo extrajeron de la tierra. Forzaron la tapa con las palas,
sacaron el cuerpo y lo echaron de golpe en el suelo. La luna apareció saliendo de entre unas nubes, iluminó la faz lívida
del cadáver. Prepararon las parihuelas y pusieron el cuerpo encima, cubierto con una manta, asegurándolo con la
cuerda. Potter sacó una larga navaja de muelles, cortó un pedazo de cuerda que quedaba colgado, y después dijo:

-Ya está hecha esta condenada tarea, galeno; y ahora mismo alarga usté otros cinco dólares, o ahí se queda eso.

-Así se habla -dijo Joe el Indio.

-¡Cómo!, ¿qué quiere decir esto? -exclamó el doctor-. Me habéis exigido la paga adelantada, y ya os he pagado.

-Sí, y más que eso aún -dijo Joe, acercándose al doctor, que ya se había incorporado-. Hace cinco años me echó usted
de la cocina de su padre una noche que fui a pedir algo de comer, y dijo que no iba yo allí a cosa buena; y cuando yo juré
que me lo había de pagar aunque me costase cien años, su padre me hizo meter en la cárcel por vagabundo. ¿Se figura
que se me ha olvidado? Para algo tengo la sangre india. ¡Y ahora le tengo a usted cogido y tiene que pagar la cuenta!

Para entonces estaba ya amenazando al doctor, metiéndole el puño por la cara. El doctor le soltó de repente tal
puñetazo que dejó al rufián tendido en el suelo. Potter dejó caer la navaja y exclamó:

-¡Vamos a ver! ¿Por qué pega usted a mi socio? -y un instante después se había lanzado sobre el doctor y los dos
luchaban fieramente, pisoteando la hierba y hundiendo los talones en el suelo blando. Joe el Indio se irguió de un salto,
con los ojos relampagueantes de ira, cogió la navaja de Potter, y deslizándose agachado como un felino fue dando
vueltas en torno de los combatientes, buscando una oportunidad. De pronto el doctor se desembarazó de su adversario,
agarró el pesado tablón clavado a la cabecera de la tumba de Williams, y de un golpe dejó a Potter tendido en tierra; y
en el mismo instante el mestizo aprovechó la ocasión y hundió la navaja hasta las cachas en el pecho del joven. Dio éste
un traspiés y se desplomó sobre Potter, cubriéndolo de sangre, y en aquel momento las nubes dejaron en sombra el
horrendo espectáculo y los dos muchachos, aterrados, huyeron veloces en la oscuridad.

Poco después, cuando la Luna alumbró de nuevo, Joe el Indio estaba en pie junto a los dos hombres caídos,
contemplándolos. El doctor balbuceó unas palabras inarticuladas, dio una larga boqueada y se quedó inmóvil. El mestizo
murmuró:

-Aquella cuenta ya está ajustada.

Después registró al muerto y le robó cuanto llevaba en los bolsillos, y en seguida colocó la navaja homicida en la mano
derecha de Potter, que la tenía abierta, y se sentó sobre el féretro destrozado. Pasaron dos, tres, cuatro minutos y
entonces Potter comenzó a removerse, gruñendo. Cerró la mano sobre la navaja, la levantó, la miró un instante y la dejó
caer estremeciéndose. Después se sentó, empujando al cadáver lejos de sí y fijó en él los ojos, y luego miró alrededor
aturdido. Sus ojos se encontraron con los de Joe.

-¡Cristo! ¿Cómo es esto, Joe? -dijo.

-Es un mal negocio -contestó Joe sin inmutarse-. ¿Para qué lo has hecho?

-¿Yo? ¡No he hecho tal cosa!

-¿Cómo? ¿Ahora sales con ésas?

Potter tembló y se puso pálido.


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Yo creía que se me había pasado la borrachera. No debía haber bebido esta noche. Pero la tengo todavía en la
cabeza..., peor que antes de venir aquí. No sé por dónde me ando; no me acuerdo casi de nada. Dime, Joe... palabra
honrada, ¿lo he hecho yo? Nunca tuve tal intención; te lo juro por la salvación de mi alma, Joe: no fue tal mi intención.
Dime cómo ha sido. ¡Da espanto!... ¡Y él, tan joven, y que prometía tanto!

-Pues los dos andabais a golpes, y él te arreó uno con el tablón, y caíste despatarrado; y entonces vas y te levantas,
dando tumbos y traspiés, y coges el cuchillo y se lo clavas, en el momento justo en que él te daba otro tablonazo más
fuerte; y ahí te has estado, mismamente como muerto, desde entonces.

-¡Ay! ¡No sabía lo que me hacía! ¡Que me muera aquí mismo si me di cuenta! Fue todo cosa del whisky y del
acaloramiento, me figuro. Nunca usé un arma en mi vida. He reñido, pero siempre sin armas. Todos pueden decirlo.
Joe..., ¡Cállate, no digas nada! Dime que no has de decir nada. Siempre fui parcial por ti, Joe, y estuve de tu parte, ¿no te
acuerdas? ¿No dirás nada? Y el mísero cayó de rodillas ante el desalmado asesino, suplicante, con las manos cruzadas.

-No; siempre te has portado derechamente conmigo, y no he de ir contra ti. Ya está dicho; no se me puede pedir más.

Joe, eres un ángel. Te he de bendecir por esto mientras viva -dijo Potter, rompiendo a llorar.

-Vamos, basta ya de gimoteos. No hay tiempo para andar en lloros. Tú te largas por ese camino y yo me voy por ese
otro. Andando, pues, y no dejes señal detrás de ti por donde vayas.

Potter arrancó con un trote que pronto se convirtió en carrera. El mestizo le siguió con la vista, y murmuró entre
dientes:

-Si está tan atolondrado con el golpe y tan atiborrado de la bebida como parece, no ha de acordarse de la navaja hasta
que esté ya tan lejos de aquí que tenga miedo de volver a buscarla solo y en un sitio como éste...; ¡gallina!

Unos minutos después el cuerpo del hombre asesinado, el cadáver envuelto en la manta, el féretro sin tapa y la
sepultura abierta sólo tenían por testigo la luna. La quietud y el silencio reinaban de nuevo.

. Comprensión y análisis:

1. ¿Qué vieron Tom y Huck en el cementerio?

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2. ¿Por qué Tom y Huck se fueron al cementerio?

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PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

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3. Describe física y psicológicamente al doctor.

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4. Al indio, ¿qué hecho le recordó al doctor?

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5. ¿Por qué se inició la pelea entre el doctor y Potter?

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6. ¿Quién murió y cómo?

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7. ¿Qué hizo Joe con el cadáver?

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PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

8. ¿Quién fue el asesino?

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9. ¿Qué hizo el indio para borrar las evidencias del crimen?
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10. ¿Por qué Potter agradeció a su "amigo" Joe?


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Texto 2

La primera novela policiaca auténtica de la literatura mundial: Doble asesinato en la calle Morgue,
de Edgar Allan Poe (1841) acuña ya, dando ejemplo, el tipo y estilo de trabajo del detective. Es un
modelo precoz que sólo décadas más tarde, en 1887, encuentra continuación con la primera novela de
Sherlock Holmes, de Conan Doyle.
El detective de Poe, Mr. Dupin, vive con un amigo, el narrador, en un aislamiento que él ha
elegido. "Desde hace muchos años he dejado de ser conocido o de conocer alguno en París".
Solamente sale de casa al anochecer. Durante el día cierras las contraventanas y vive sus
satisfacciones intelectuales a la luz de las velas. La excentricidad de Dupin delata su procedencia del
canon del personaje romántico, pero es ante todo expresión de sus facultades extraordinarias. Poe, para
reflejarse a sí mismo en él, le ha procurado una nueva analogía con el poeta.
El poeta y el detective están en una contraposición apartada respecto a la vida de las personas normales
y tienen, precisamente por eso, la misma inteligencia clarividente. Para dar idea de la agudeza fuera de
serie de Dupin refiere a su amigo un episodio típico de su vida ordinaria. Durante un paseo han caminado el
uno junto al otro sin decirse palabra por espacio de un buen cuarto de hora, cuando de repente Dupin dice
algo que es una contestación acertada a lo que en aquel momento está pensando su compañero; parece
brujería. Pero Dupin puede describir exactamente cómo le es posible seguir el pensamiento del otro en
sus reacciones ante las excitaciones variables del ambiente.

Es decir, poseía conocimientos previos sobre el horizonte de cultura de su amigo y conocía algunas
conexiones asociativas de motivos por conversaciones anteriores que; probablemente, se hallaban también
a disposición en la conciencia del otro. Y esto bastaba para deducir continuamente de la observación de los
sucesos superficiales la estructura profunda del proceso.

1. ¿Cuál es el tema central del texto?

a) La novela policíaca auténtica.


b) Doble asesinato en la calle Morgue como el modelo de la novela policial.
c) Dupin y el detective típico.
d) La caracterización del detective en una novela de Poe.
PRACTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO

e) La novela policíaca y su protagonista.

2. Son correctas, de acuerdo con el texto anterior:

I. Los personajes románticos solían ser excéntricos.

II. La excentricidad de Dupin expresaba sus extraordinarias facultades.

III. Sherlock Holmes es la continuación del estilo de trabajo del detective creado por Poe.

a) Solo I y III b) Solo I y II c) Solo II y III


d) Solo III e) Todas

3. ¿Cuáles son correctas, según el texto anterior?

I. Un ejemplo de las habilidades de Dupin es la descripción que hace del curso de los pensamientos de su
amigo.
II. Poe contrapone al detective y el poeta.

III. Dupin vivía recluido por su propia voluntad.

a) Solo II b) Solo III c) Solo II y III


d) Solo I y III e) Todas

Crónica de una muerte anunciada

Autor: Gabriel García Márquez

Fragmento

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un
instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. "Siempre soñaba
con árboles", me dijo Plácida Linero; su madre evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. "La
semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los
almendros", me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se
los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros
sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con
dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la
parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que
encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban
un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie
estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante
con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de
aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso
olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había
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visto Santiago Nasar en el bosque del sueño. Yo estaba reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico
de María Alejandrina Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé
que las habían soltado en honor del obispo.

Santiago Nasar se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se
había puesto el día anterior para la boda. Era un atuendo de ocasión. De no haber sido por la llegada del obispo se
habría puesto el vestido de caqui y las botas de montar con que se iba los lunes a El Divino Rostro, la hacienda de
ganado que heredó de su padre, y que él administraba con muy buen juicio aunque sin mucha fortuna. En el monte
llevaba al cinto una 357 Magnum, cuyas balas blindadas, según él decía, podían partir un caballo por la cintura. En
época de perdices llevaba también sus aperos de cetrería. En el armario tenía además un rifle 30.06 Mannlicher
Schönauer, un rifle 300 Holland Magnum, un 22 Hornet con mira telescópica de dos poderes, y una Winchester de
repetición. Siempre dormía como durmió su padre, con el arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero
antes de abandonar la casa aquel día le sacó los proyectiles y la puso en la gaveta de la mesa de noche. "Nunca la dejaba
cargada", me dijo su madre. Yo lo sabía, y sabía además que guardaba las armas en un lugar y escondía la munición en
otro lugar muy apartado, de modo que nadie cediera ni por casualidad a la tentación de cargarlas dentro de la casa. Era
una costumbre sabia impuesta por su padre desde una mañana en que una sirvienta sacudió la almohada para quitarle
la funda, y la pistola se disparó al chocar contra el suelo, y la bala desbarató el armario del cuarto, atravesó la pared de
la sala, pasó con un estruendo de guerra por el comedor de la casa vecina y convirtió en polvo de yeso a un santo de
tamaño natural en el altar mayor de la iglesia, al otro extremo de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era muy niño,
no olvidó nunca la lección de aquel percance.

La última imagen que su madre tenía de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La había despertado
cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquín del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la
puerta con el vaso de agua en la mano, como había de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el
sueño, pero ella no les puso atención a los árboles.

-Todos los sueños con pájaros son de buena salud -dijo.

Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posición en que la encontré postrada por las últimas luces de la
vejez, cuando volví a este pueblo olvidado tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la
memoria. Apenas si distinguía las formas a plena luz, y tenía hojas medicinales en las sienes para el dolor de cabeza
eterno que le dejó su hijo la última vez que pasó por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de
la hamaca para tratar de incorporarse, y había en la penumbra el olor de bautisterio que me había sorprendido la
mañana del crimen.

Apenas aparecí en el vano de la puerta me confundió con el recuerdo de Santiago Nasar. "Ahí estaba", me dijo,
"Tenía el vestido de lino blanco lavado con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del
almidón." Estuvo un largo rato sentada en la hamaca, masticando pepas de cardamina, hasta que se le pasó la ilusión de
que el hijo había vuelto. Entonces suspiró: "Fue el hombre de mi vida."

Yo lo vi en su memoria. Había cumplido 21 años la última semana de enero, y era esbelto y pálido, y tenía los
párpados árabes y los cabellos rizados de su padre. Era el hijo único de un matrimonio de conveniencia que no tuvo un
solo instante de felicidad, pero él parecía feliz con su padre hasta que éste murió de repente, tres años antes, y siguió
pareciéndolo con la madre solitaria hasta el lunes de su muerte. De ella heredó el instinto. De su padre aprendió desde
muy niño el dominio de las armas de fuego, el amor por los caballos y la maestranza de las aves de presas altas, pero de
él aprendió también las buenas artes del valor y la prudencia. Hablaban en árabe entre ellos, pero no delante de Plácida
Linero para que no se sintiera excluida. Nunca se les vio armados en el pueblo, y la única vez que trajeron sus halcones
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amaestrados fue para hacer una demostración de altanería en un bazar de caridad. La muerte de su padre lo había
forzado a abandonar los estudios al término de la escuela secundaria, para hacerse cargo de la hacienda familiar. Por
sus méritos propios, Santiago Nasar era alegre y pacífico, y de corazón fácil.

El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de
blanco. "Le recordé que era lunes", me dijo. Pero él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de
besarle el anillo al obispo. Ella no dio ninguna muestra de interés.

-Ni siquiera se bajará del buque -le dijo-. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por
donde vino. Odia a este pueblo.

Santiago Nasar sabía que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinación irresistible. "Es
como el cine", me había dicho alguna vez. A su madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo
era que el hijo no se fuera a mojar en la lluvia, pues lo había oído estornudar mientras dormía. Le aconsejó que llevara
un paraguas, pero él le hizo un signo de adiós con la mano y salió del cuarto. Fue la última vez que lo vio.

II. Redacción:

Ordena cronológicamente los hechos ocurridos en este fragmento de la novela Crónica de una
muerte anunciada

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque
en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una
llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo
salpicado por cagada de pájaros. "Siempre soñaba con árboles", me dijo Plácida Linero, su madre,
evocando veintisiete años después los pormenores de aquel lunes ingrato. "La semana anterior había
soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros",
me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre
que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su
hijo, ni en los otros sueños que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

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