Eucaristia (UdeN) Act. Teol - Clase2
Eucaristia (UdeN) Act. Teol - Clase2
Eucaristia (UdeN) Act. Teol - Clase2
TEMA 1
TEMA 2
TEMA 3
TEMA 4
TEMA 5
TEMA 1
1. Introducción
Su Santidad Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, ha escrito: El año
Dos mil será un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado
en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de agua viva , 1
y más recientemente, en la Bula Incarnationis Mysterium, afirma que en este Año Jubilar debe poder
Resplandecer con más la gloria y la fuerza de la Eucaristía De estas dos maneras, el Romano Pontífice
2
exhorta a todos los cristianos a profundizar durante este a–o 2000 en la importancia trascendental que la
Eucaristía tiene en su vida espiritual.
Para subrayar esta importancia, el Concilio Vaticano II utilizó algunas expresiones, por ejemplo,
la locución fuente y cumbre de la vida cristiana. Así, la Constitución conciliar sobre la Iglesia, enseña:
Los fieles (...) participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a
Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella . Y en la Constitución sobre la
3
Sagrada Liturgia, leemos: De la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como
de su fuente .4
Por otra parte, la Instrucción General para el uso del Misal Romano recoge también esta
expresión conciliar: La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios, ordenado
jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los
fieles individualmente . 5
En otra ocasión, el Concilio Vaticano II aplica a la Eucaristía la locución centro y raíz, análoga a
fuente y cumbre, en relación con la vida espiritual de los presbíteros: Esta caridad pastoral fluye
ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida espiritual
del presbítero . 7
constituía el núcleo central de sus reflexiones sobre el Sacrificio eucarístico: La Santa Misa (...) es la
donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa sea el centro y la raíz de la vida
espiritual del cristiano .10
Las expresiones fuente y cumbre y centro y raíz son muy semejantes. Ambas son un ejemplo de
la figura retórica llamada endíadis, por la cual se expresa un solo concepto por medio de dos nombres
coordinados. Por ejemplo, en la antigua Grecia se expresaba el ideal de la perfección humana por medio
de esta endíadis: kalós kai agathós, lo bello y lo bueno. Las analizaremos, pues, conjuntamente, con el
fin de profundizar en su contenido teológico y sacar algunas consecuencias prácticas.
Hemos reunido estas dos palabras, tomadas de cada una de las expresiones, porque son dos
imágenes afines que, aplicadas a la Eucaristía, encierran un profundo contenido ontológico, del que se
deriva la razón más profunda por la que la Santa Misa es también el centro y la cumbre de la vida
espiritual del cristiano.
La palabra fuente indica el origen de un cauce de agua, el manantial de donde ésta brota con
todo su ímpetu y pureza originales. Expresa, por tanto, de modo alegórico, tanto la abundancia como la
genuinidad de una realidad . Bien se aplica esta palabra a la Eucaristía, para señalar que en ella se
11
En la vida espiritual del cristiano, la Eucaristía es a la vez fuente y raíz, por todo lo que ella
encierra y nos da a participar. En efecto, como enseña Santo Tomás de Aquino, en la Eucaristía se
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia . 13
8 Carta 2-II-1945, n. 11, citada en A. GARCÍA IBAÑEZ, La Santa Misa, centro y raíz de la vida del cristiano, en
Romana, Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, edición en lengua castellana, 15 (1999/1) 148.
9 Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1992 29, n. 84s.
10 Ibid., n. 87.
11 Por poner un ejemplo, el entonces Arzobispo de Cracovia, Cardenal Karol Wojtila escribió un libro donde
trazaba las líneas maestras de la aplicación del Concilio Vaticano II es su Archidiódecis, cuyo titulo en castellano es: La
renovación en sus fuentes.
12 El fundamento de la técnica japonesa del bonsai, o cultivo de árboles enanos, es precisamente no permitir que
la raíz profundice en el sustrato.
13 Cfr. S. th.., III, q. 65, a. 3, ad 1; q. 79, a. 1, ad c. y ad 1.
4
El realismo eucarístico
El fundamento teológico que permite hablar de la Eucaristía como fuente y raíz de la vida
cristiana es lo que los teólogos han denominado "realismo eucarístico" . Este realismo no se refiere
14
solamente a la presencia real de Jesús bajo las especies consagradas (realismo sacramental-cristológico),
sino también a la potencia salvífica actual de la Eucaristía, a la real comunicación de la vida de Cristo a
su Iglesia y al cristiano (realismo sacramental-soteriológico y eclesiológico) . 15
Un autor contemporáneo explica así la actualidad del sacrificio eucarístico: "A través de la figura
y de la acción del sacerdote — que actúa (...) no sólo en nombre, sino en la misma persona de Cristo
Cabeza — el único y eterno Sacerdote recuerda a los hombres que su encarnación, su pasión y su muerte
y su resurrección no son un acontecimiento que pueda ser relegado al archivo de la humanidad, al Baúl
de los recuerdos, sino una punzante realidad siempre actual, continuamente actualizada en la Eucaristía,
Sacrificio de Cristo, punto focal de la vida de la Iglesia" . 18
La doctrina protestante 19
Una de las más graves deformaciones que ha sufrido el misterio de la Eucaristía es la derivada
del pensamiento protestante y, en especial, del calvinista, que sintetizamos con las siguientes
afirmaciones:
1) La justificación es una realidad exclusivamente escatológica y por tanto la economía salvífica
cristiana se reduce a una economía de sola esperanza;
2) La Eucaristía es un rito donde se recuerda la obra de Cristo, es decir, se considera como un
memorial vacío de presente, ya que en él se evocan el pasado (la Muerte y la Resurrección de Cristo) y
el futuro (la consumación escatológica), pero no tiene lugar la actual comunicación de la gracia;
14 J.L. ILLANES, Mundo y santidad, Rialp, Madrid 1984, p. 250.
15 Cfr. Ibid., p. 266.
16 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1364.
17 Ibid., n. 1366.
18 Mons. ÇLVARO DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, Palabra, Madrid 19793, p. 102s.
19 Cfr. J.L. ILLANES, Mundo y santidad, cit., p. 250s.
5
La doctrina católica
potencia salvífica de la Eucaristía debe alcanzar a empapar toda la vida del cristiano, su existencia
cotidiana, y no sólo los momentos por así decir sagrados, por ejemplo, cuando éste participa en las
funciones litúrgicas. En este sentido leemos en la Instrucción Eucharisticum mysterium: "Los fieles
deben conservar en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración de la Eucaristía
con la fe y el sacramento. Deben esforzarse, pues, por transcurrir toda su vida alegremente con la
fortaleza del alimento celestial, participando en la Muerte y Resurrección del Señor. Por tanto, después
de haber participado en la Santa Misa, cada uno se empeñe en realizar obras buenas y en agradar a Dios,
comportándose rectamente, amando a la Iglesia, poniendo en práctica lo que ha aprendido y
progresando en la piedad" . 21
Por su parte, Juan Pablo II enseña que toda la vida del cristiano se inscribe en la historia de la
salvación mediante el sacrificio eucarístico: "En la Eucaristía está grabado lo que de más profundo tiene
la vida de cada uno de los hombres: la vida del padre, de la madre, del niño, del anciano, del muchacho
y de la muchacha, del profesor y del estudiante, del agricultor y del obrero, del hombre culto y del
hombre sencillo, de la religiosa y del sacerdote. De cada uno sin excepción. He aquí que la vida del
hombre se graba, mediante la Eucaristía, en el misterio del Dios viviente. En este misterio el hombre
atraviesa los límites de la contemporaneidad, dirigiéndose hacia la esperanza de la vida eterna" . 22
Estas dos imágenes, en su aplicación a la Eucaristía tienen una connotación más existencial que
las otras dos fuente y raíz y a su vez dependen de ellas. En efecto, precisamente porque la Eucaristía
como fuente y raíz vivifica el núcleo más profundo del ser cristiano, comunicándole la plenitud de la
vida divina, ella puede impulsar y vivificar toda la existencia del fiel, que debe girar en torno al
Sacrificio eucarístico (centro) y encontrar en él su plena realización sobrenatural (cumbre).
Con la palabra centro se indica el punto de referencia que sirve para trazar una trayectoria
curva; por ejemplo, el centro de una circunferencia es el lugar geométrico del que equidistan todos los
puntos de ésta. Con un significado sociológico, se dice que alguien es el centro cuando atrae la atención,
cuando es el punto de referencia de las miradas o de los intereses los demás.
Con la palabra cumbre se indica plenitud, por ejemplo, cuando decimos que un sabio es "una
cumbre" en un campo concreto del saber humano. En este sentido, el Concilio Vaticano II enseña que la
20 Cfr. Ibid., p. 256.
21 Instrucción de la Congregación para el Culto Divino Eucharisticum mysterium, 25-V-1967, n. 13, en
Enchiridion Vaticanum, vol. 2, Dehoniane, Bologna 1981, n. 1313. En lo sucesivo citaremos este Enchiridion con la sigla
EV, seguida del número del párrafo correspondiente.
22 JUAN PABLO II, Homilía en la clausura del XX Congreso Eucarístico Nacional de Italia, 22-V-1983, en
"Insegnamenti di Giovanni Paolo II" VI/1 (1983) 1351. La cursiva figura en el original.
6
Eucaristía es la cumbre de la vida espiritual porque en ella "se obtiene con la máxima eficacia aquella
santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la
Iglesia tienden como a su fin" . Pero la palabra "cumbre" también señala la idea de algo que se ha de
23
alcanzar como meta, destino o fin. En este sentido, la Eucaristía es la cumbre de la vida cristiana porque
a ella se ordenan todos los sacramentos. Por todo ello, Santo Tomás de Aquino, reuniendo los dos
sentidos que acabamos de señalar, enseña: "La Eucaristía es como la consumación de la vida espiritual y
el fin de todos los sacramentos" . 24
Nos vamos a ocupar ahora en la palabra centro, porque el termino Cumbre hace más referencia
a la Eucaristía como alimento del alma, y en esta cuestión nos detendremos en el tema siguiente.
Cuando se aplica a la Santa Misa la palabra Centro, se señala que ella debe ser el punto de
referencia de los pensamientos, deseos, afectos y acciones del cristiano, queriéndose subrayar que la
Misa no puede constituir un momento aislado, como un paréntesis sagrado en medio de la entera jornada
del fiel. En este sentido escribía San Josemaría Escrivá: "Hemos de amar la Santa Misa que debe ser el
centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el
pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como Él
trabajaba y amar como Él amaba? . 25
El Fundador del Opus Dei enseñaba lo que vivía, porque su jornada entera giraba alrededor de la
Santa Misa, como relata el testigo más autorizado de su vida santa, Mons. Álvaro del Portillo: "Rezaba
el Angelus al mediodía. Constituía un momento importante de su jornada, porque además de ser una
conversación filial con la Virgen, marcaba el tiempo en que su devoción eucarística cambiaba de signo:
hasta entonces había pasado la mañana dando gracias a Dios por la Misa que había celebrado; a partir
del Angelus comenzaba a prepararse para la Misa que celebraría al día siguiente (...). La Santa Misa era
incluso el centro físico de su jornada. Como ya he señalado, la dividía en dos partes: hasta el mediodía
vivía la presencia de Dios centrándola en la acción de gracias por la Misa celebrada y, tras el rezo del
Angelus, comenzaba a prepararse para la Misa del día siguiente" . 26
San Josemaría se esforzaba para que toda su vida estuviese orientada hacia el sacrificio
eucarístico y animaba a los demás a realizar este esfuerzo: "Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio
del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto
de culto —prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente—, que se va
desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu
vida familiar..." .
27
La posibilidad de que la jornada del cristiano se transforme en un acto de culto se explica por el
carácter sacramental del Bautismo y de la Confirmación, en virtud de los cuales todos los cristianos son
configurados con Cristo Sacerdote, de tal modo que, unidos a Él, según su condición, pueden dar a Dios
un culto espiritual, como ha enseñado el Concilio Vaticano II al tratar de la participación de los fieles
laicos en el sacerdocio de Cristo: Estos son hechos partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que
ejerzan el culto espiritual para gloria a Dios y salvación de los hombres. Por lo cual los laicos, en cuanto
consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, para que
en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, sus oraciones
e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y cuerpo,
si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se
convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Pe 2, 5), que en la
celebración—n de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo
del Señor" . 28
A este respecto, San Gregorio Nacianceno ( 390) afirma: "Nadie es digno del gran Dios, del
gran sacrificio y del gran pontífice, si antes no se ha ofrecido a sí mismo a Dios como hostia viva, santa,
y no se ha manifestado como razonable obsequio, grato a Dios (cfr. Rm 12, 1), y no ha ofrecido a Dios
un sacrificio de alabanza (cfr. Sal 49, 14) y un espíritu contrito, que es el único sacrificio que nos pide el
que nos ha dado todo" . 30
También San Agustín (430) enseña: "Sacrificio verdadero es todo aquello que se practica a fin
de unirnos santamente con Dios, refiriéndolo precisamente a aquel Sumo Bien con que verdaderamente
podemos ser bienaventurados, Por lo cual la misma misericordia que se emplea en el socorro del
prójimo, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Pues, aunque lo haga u ofrezca el hombre, sin
embargo, el sacrificio es cosa divina(....). Así, el mismo hombre que se consagra al nombre de Dios y se
ofrece solemnemente y de corazón a este gran Señor, en cuanto muere al mundo para vivir en Dios, es
sacrificio (....). El Apóstol nos exhorta a que ofrezcamos en holocausto nuestros cuerpos, como hostia
viva, santa, inmaculada, agradable a Dios, como un sacrificio racional (cfr. Rm 12, 1ss.), puesto que en
realidad de verdad nosotros mismos somos ese sacrificio (quod sacrificium nos ipsi sumus)" . 31
Por su parte, San Pedro Crisólogo (450) predicaba lo siguiente: "Oigamos qué pide el Apóstol:
"Os ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos. El Apóstol, rogando de este modo, arrastró a todos los
hombres hasta la cumbre sacerdotal (...). Hombre, sé sacrificio y sacerdote de Dios; no pierdas lo que te
dio y concedió la autoridad divina; vístete con la estola de la santidad; cíñete el cíngulo de la castidad;
esté Cristo en el velo de tu cabeza; continúe la cruz como protección de tu frente; pon sobre tu pecho el
sello de la ciencia divina; enciende siempre el incensario con el aroma de la oración; toma la espada del
Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, con seguridad, mueve tu cuerpo como víctima de Dios (...).
Así tu cuerpo se convertirá en hostia, si no ha sido manchado con ningún dardo de pecado" . 32
Y San Gregorio Magno (604) escribía: "Es necesario que cuando hagamos esto [el sacrificio
eucarístico] nos inmolemos nosotros mismos a Dios en contrición de corazón, porque los que
celebramos los misterios de la Pasión del Señor debemos imitar lo que hacemos. Pues entonces en
verdad será para nosotros la oblación [hecha] a Dios, cuando nos hiciéremos a nosotros mismos
oblación" . Y en otro lugar enseña: "Nuestro corazón es altar de Dios, sobre el que siempre debe arder
33
el fuego, porque desde Él debe subir continuamente a Dios la llama del amor" . 34
Entroncando con las enseñanzas de los Padres, San Josemaría Escrivá afirmaba: "Todos, por el
Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas
espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo (1Pe 2, 5)" . Y también enseñaba que hemos de
35
servir a Dios "no sólo en el altar, sino en el mundo entero, que es altar para nosotros. Todas las obras de
los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas
que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa
siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida" . 36
Hacer de la Santa Misa el centro de la vida entera consiste en lograr que nada se desarrolle al
margen del Sacrificio eucarístico, de tal modo que toda la actividad quede orientada hacia Él. Así, la
misma existencia del cristiano se convierte en un altar: "Nosotros también somos altares dedicados a
Dios. El Señor tiene que venir a aposentarse lo ha dicho Jesús, no yo: regnum meum intra vos está, mi
Reino, está dentro de vosotros, a habitar dentro de nuestra alma: en nuestro trabajo, en nuestros afectos,
en nuestras alegrías, en nuestras penas, que no son tan grandes, son pequeñas (...). Sentirse altar de Dios,
cosa de Dios, lugar donde Dios hace su sacrificio, el sacrificio eterno según el orden de Melquisedec" . 37
En definitiva, el cristiano corriente debe ejercer su sacerdocio común ofreciendo a Dios un culto
espiritual mediante la entrega de la propia vida, poniendo a disposición de Dios todo su ser y su obrar,
en íntima unión con la entrega de Cristo en la Santa Misa. El altar donde se ejerce este sacerdocio es su
propio corazón y todas las realidades seculares limpias y nobles que han de ser santificadas y ofrecidas a
Dios, como el lugar de trabajo: el taller, la oficina, la fábrica, el hospital, la Universidad, el hogar, el
campo de deporte, etc., en definitiva, el sitio donde se desarrolla la propia actividad cotidiana,
conviviendo con las demás personas.
verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo" . Y precisamente en la Eucaristía se da la
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presencia real, viva y operativa del mismo Cristo. En consecuencia, la razón por la que la Eucaristía es
la fuente y la cumbre de toda vida cristiana es la misma por la que es también el punto focal y la luz que
guía la Evangelización de todos los pueblos.
De hecho, la Eucaristía ocupa un lugar de especial relieve en la implantación del Evangelio en
América . Para darnos mejor cuenta de este hecho, citaremos unos pocos textos, tomados de uno de los
40
en su libro Historia de los Indios de Nueva España (México), refleja la devoción de los nativos a la
Eucaristía de modo muy expresivo . 42
La ornamentación de las Iglesias, de los sagrarios y de las custodias, son un signo inequívoco de
la profunda fe y ardiente devoción de los nativos, como relata Fray Toribio: "Pónese el Santísimo
Sacramento reverente y devotamente en sus custodias bien hechas de plata, y demás de esto los sagrarios
atavían de dentro y de fuera muy graciosamente con labores muy lucidas de oro y pluma, que de esta
obra en esta tierra hay muy primos maestros, tanto que en España y en Italia los tendrían por muy
primos, y los estarían mirando la boca abierta, como lo hacen los que nuevamente aquí’ vienen" . 44
Todo ello es posible gracias a la generosidad de la gente: "Y sobre todo el relicario del Santísimo
Sacramento hacen tan pulido y tan rico, que sobrepuja a los de España, y aunque los indios casi todos
son pobres, los que entre ellos son señores dan liberalmente de lo que tienen para ataviar adonde se tiene
que poner el Corpus Christi, y los que no tienen entre todos lo reparten y lo buscan de su trabajo" . 45
El fervor por él se hace aún más patente en las procesiones eucarísticas: "Todo el camino que
tiene de andar la procesión tiene enramado de una parte y de otra, aunque haya de ir un tiro y dos de
ballesta, y el suelo cubierto de espadañas y de juncia y de hojas de árboles, y rosas de muchas maneras,
y a trechos puestos sus altares muy bien aderezados" . Y así describe una procesión del Corpus Christi
46
en Tlaxcala: "Allegado este santo día de Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas
una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallaran el Papa y
Emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla (...) Iba en la procesión el Santísimo Sacramento y
muchas cruces y andas con sus santos; las mangas de las cruces y los aderezos de las andas hechas rodas
de oro y pluma, y en ellas muchas imágenes de la misma obra de oro y pluma, que las bien labradas se
preciarían en España más que de brocado. Había muchas banderas de santos. Había doce apóstoles
vestidos con sus insignias. Muchos de los que acompañaban la procesión llevaban velas encendidas en
las manos. Todo el camino estaba cubierto de juncia, y de espadañas y flores, y de nuevo había quien
siempre iba echando rosas y clavelinas. Y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la
procesión. Había en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar,
adonde salían de nuevo niños cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento" . La
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descripción de Fray Toribio continúa con mucho detalle, pero pienso que los textos que acabamos de
leer son suficientes para darnos cuenta del papel fundamental que jugó la Eucaristía en la
Evangelización americana.
TEMA 2
un símbolo de esta realidad, como también indica el Catecismo: "El altar, en torno al cual la Iglesia se
reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del
sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo
mismo presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra
reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la
imagen del Cuerpo de Cristo?", dice San Ambrosio (Sacr. 5, 7), y en otro lugar: "El altar representa el
Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (Sacr. 4, 7). La liturgia expresa esta unidad
del Sacrificio y de la Comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora: "Te
pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del
cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar
aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición"" . 49
tanto que la aspersión solemne de sangre que Moisés hizo sobre el altar y sobre el pueblo durante el
Éxodo , es la figura de lo que se va a realizar ahora: la verdadera Alianza en provecho de la humanidad
51
mediante la sangre del verdadero sacrificio. Será un sacrificio que obtendrá "la remisión de los
pecados" . Por otra parte, no basta, para que este sacrificio resulte provechoso para los hombres y les
52
haga beneficiarios de la Alianza, que la sangre sea derramada como hizo Moisés en el pasado: Ésta ha
48 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1382. Cfr. Instrucción de la Congregación para el Culto Divino
Eucharisticum mysterium, 25-V-1967, n. 3ab (EV 2, 1296s.)
49 Ibid., n. 1383.
50 Cfr. Mc 14, 24; Mt 26, 28.
51 Cfr. Éx 24, 8.
52 Mt 26, 28.
12
de ser ahora bebida por los discípulos: "Bebed todos", dijo el Señor . Por tanto, la Alianza definitiva
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entre Dios y los hombres se ratifica al mismo tiempo con un sacrificio y un banquete; la sangre de la
Alianza es una sangre derramada, pero es también una sangre que se da a beber. De este modo, la
Eucaristía, por expresa voluntad del Señor se sitúa en la encrucijada de las dos tradiciones contenidas en
el Éxodo desde una única perspectiva, donde sacrificio y comida están indivisiblemente unidos. Así
pues, el sacrificio eucarístico debe concluirse con una comida por estos motivos: porque Jesús ofreció
su Cuerpo y su Sangre para darlos como comida y bebida; porque instituyó el sacramento durante una
comida, y porque es bajo las apariencias de pan y vino cómo nos quiso ofrecer su Cuerpo y su Sangre.
En definitiva, por el modo de presentarse bajo la apariencia de alimento, el sacrificio eucarístico se
revela intrínsecamente ordenado a ser una comida . 54
En la Encíclica Mediator Dei, de 1947, Pío XII enseñaba que la Misa "se concluye con la
comunión del banquete divino", precisando sin embargo que "para alcanzar la integridad del sacrificio
se requiere solamente que el sacerdote se nutra del alimento celestial, pero no que también el pueblo —
lo cual por otro lado es sumamente deseable— se acerque a recibir la Sagrada Comunión" . No 55
obstante, en el mismo lugar se recomienda vivamente a los fieles que participen en la Misa mediante la
Comunión . Más recientemente, el Concilio Vaticano II ha insistido de nuevo en la importancia de la
56
Comunión de los fieles dentro de la Misa: "Se recomienda especialmente la participación más perfecta
en la Misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo
sacrificio el Cuerpo del Señor" . 57
Por todo ello, resulta claro que la Comunión no es un apéndice que se añade al sacrificio del
Altar, sino que está inseparablemente unido al mismo , porque éste es un banquete sacrificial, de modo
58
os digo" manifiestan la solemnidad de esta declaración, en la que Cristo compromete toda su autoridad
53 Mt 26, 27.
54 Cfr. J. GALOT, La Eucaristia vivente, Milano 1965, pp. 233-235.
55 PIO XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947 (DS 3854).
56 Cfr. Ibid.
57 Const. Sacrosanctum Concilium, n. 55. Esta doctrina se vuelve a recordar en la Instrucción Eucharisticum
mysterium, 25-V-1967, n. 3e, con las siguientes palabras: "Los fieles participan más plenamente de este sacrificio de
acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza cuando, conscientes de ofrecer al Padre, de todo corazón,
juntamente con el sacerdote, la sagrada víctima y en ella a sí mismos, reciben la misma víctima sagrada" (EV 2, 1300).
58 En la Instrucción Eucharisticum mysterium, n. 3 b, leemos: "En la Misa, el sacrificio y el banquete sagrado
pertenecen al mismo misterio hasta tal punto que están ligados el uno al otro con un vínculo estrechísimo" (EV 2, 1297).
59 Cfr. J. GALOT, o. c., p. 228.
60 Jn 6, 53.55.
13
doctrinal. De estas palabras se desprende que la Eucaristía es el medio más directo y fundamental para
recibir la vida divina . 61
Para vivir es necesario comer. Esta verdad tan evidente en la vida corporal se impone igualmente
en la vida espiritual del cristiano. Puede vivir espiritualmente sólo quien se nutre del alimento
eucarístico, por lo que éste no es algo facultativo para la vida cristiana, sino una necesidad primaria,
como lo es el alimento material para la vida del cuerpo. A este respecto, el Concilio de Florencia enseña
que el sacramento de la Eucaristía "en aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia; y todo el
efecto que la comida y bebida material obran en cuanto a la vida corporal, sustentando, desarrollando,
reparando y deleitando, este sacramento lo obra en cuanto a la vida espiritual" . A su vez, el Concilio de
62
Trento enseña que "nuestro Salvador (...) quiso que este sacramento se tomara como alimento espiritual
de las almas, por el que se alimenten y se fortalezcan los que viven la vida de Aquél que dijo: quien me
come, también él vivirá por mí (Jn 6, 57)" . 63
San Pablo pone de relieve el carácter espiritual del alimento eucarístico haciendo referencia al
Antiguo Testamento: "Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y cruzaron todos por el mar, y
todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento
espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían de la roca espiritual que les seguía, y la
roca era Cristo" . En el destino del pueblo hebreo y en los acontecimientos del Éxodo, San Pablo
64
¿Qué significa para San Pablo el término Espiritual? Algunos exegetas lo han traducido como
"maravilloso" o "figurativo". Sin embargo, el contexto obliga atribuir a "espiritual" su sentido más
ordinario. En efecto, San Pablo declara que la roca espiritual, que acompañaba a los hebreos y de la que
manaba la bebida espiritual, era Cristo, lo cual está en perfecta consonancia con su doctrina acerca de la
santificación que Cristo realiza con la potencia del Espíritu. Por tanto, la bebida que de Él procede es
espiritual, y brota de una roca espiritual. Mediante la Eucaristía, Cristo nos da a beber su Espíritu, o
sea, el Espíritu Santo. Esta interpretación es confirmada por otro texto, donde San Pablo une
nuevamente los dos sacramentos del Bautismo y la Eucaristía: "Todos nosotros hemos sido bautizados
en un solo Espíritu, judíos y griegos, esclavos y libres, para formar un sólo cuerpo; y todos hemos
bebido de un solo Espíritu" . 66
No se debe dudar en admitir este sentido fuerte del término "espiritual" por temor a una negación
de la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo. Basta reflexionar un momento para darse cuenta de
que, en lugar de poner en tela de juicio la presencia real del Señor, la naturaleza "espiritual" del
alimento y la bebida la hace más cierta, porque si esta carne y ésta sangre se nos han dado como
alimento, se debe al hecho de que son una carne y una sangre espirituales, al pertenecer a Cristo
Resucitado y Glorioso. Por tanto, no es sólo la Encarnación sino también la glorificación de Cristo, lo
que permite que se nos dé como alimento espiritual, donde se come y se bebe verdaderamente el cuerpo
y la sangre del Redentor, y como consecuencia recibimos al Espíritu . Esta realidad ya era puesta de
67
relieve en una antigua oración eucarística, que reza así: "Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas
por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida para su disfrute. Mas a nosotros nos
hiciste gracia de comida y bebida espiritual y de vida eterna por tu siervo. Ante todo, te damos gracias
porque eres poderoso. A ti sea la gloria por los siglos" . Y, a este respecto, Santo Tomás de Aquino
68
enseña que, en la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo está spiritualiter, de modo espiritual, es decir, invisible
y espiritualizado por el poder del Espíritu Santo . Pero volveremos a tratar nuevamente este tema
69
"He dicho con la disposición conveniente, y no con la digna, porque si fuera necesaria la digna, ¿quién
será capaz de comulgar? Sólo otro Dios será digno de recibir a Dios. Entiendo por disposición
conveniente la que conviene a una mísera criatura vestida con la infeliz carne de Adán. Basta con que
la persona comulgue en gracia y con vivo deseo de crecer en el amor a Jesucristo" 70.
Católica vuelve a recomendar la Comunión frecuente y cotidiana: "La Iglesia obliga a los fieles a
participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia" (15) y a recibir al menos una vez al año la
Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la
Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los
domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días . 72
según esta enseñanza de Jesucristo: "Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien
me come también él vivirá por mí (...) quien come este pan, vivirá eternamente" . Esto equivale a decir
74
que la Comunión eucarística prolonga la Encarnación, con la que Cristo ha recibido, en su vida humana,
la vida divina que tiene su origen en el Padre celestial. Esta inserción de la vida divina en una existencia
humana se reproduce en la comida eucarística. El que comulga puede vivir en Cristo, como Cristo
mismo vive mediante el Padre. Así como la Encarnación había transmitido al Verbo hecho hombre la
vida del Padre, también la Comunión transmite al fiel la vida divina del Verbo encarnado.
Comprendemos entonces que en la Comunión se realiza también una prolongación del misterio
de la Santísima Trinidad, porque la vida divina, recibida con el alimento eucarístico es la vida del Padre.
Y el Padre, que ha engendrado al Hijo desde toda la eternidad, comunicándole su vida divina, ha
querido extender esta vida divina a la naturaleza humana en el momento de la Encarnación. De este
modo, la generación eterna filial se ha prolongado en una generación filial temporal; y el Padre extiende
nuevamente esta generación filial al transmitir a los cristianos su vida divina. Con la Comunión
eucarística, el Padre se hace más completamente el Padre de aquellos que asume como hijos en
Jesucristo, haciéndoles vivir más profundamente su vida. Por eso, cada Comunión hace al cristiano cada
vez más hijo de Dios, asimilándolo a la vida filial de Cristo.
El que comulga es asimilado a Cristo. En el caso de un alimento natural, Este es asimilado y
transformado en vida del que lo toma. Lo que comemos y bebemos pasa a nuestro organismo, se
transforma en nuestra sustancia o se consume en la energía física que empleamos. Lo que comemos y
bebemos se hace parte de nuestro cuerpo, de nosotros mismos. Sin embargo, en la Comunión sucede lo
contrario. La comida y la bebida eucarísticas, en vez de desaparecer en quien las toma y las asimila, lo
transforman en ellas. Este alimento asimila, en vez de ser asimilado, porque este alimento es Cristo.
"Un filósofo ateo dijo: "El hombre es lo que come", dando a entender con esto que en el hombre
no existe una diferencia cualitativa entre materia y espíritu, sino que todo en él se reduce a sus
componentes orgánicos y materiales. Pero, una vez más, sucede que un ateo ha dado, sin saberlo, la
mejor formulación a un misterio cristiano. Gracias a la Eucaristía el cristiano es verdaderamente lo que
come. Escribía hace ya mucho tiempo San León Magno: "Nuestra participación en el Cuerpo y Sangre
de Cristo no tiende más que a transformarnos en lo que comemos" (Sermón 12 de la Pasión, 7: CCSL
138A, 388)" . 75
De este modo, nuestra fe nos enseña que, al recibir la Eucaristía, no somos nosotros quienes
transformamos a Cristo en nosotros mismos, sino que es Cristo quien nos transforma en Él. Expresando
de modo maravilloso esta realidad, San Agustín pone estas palabras en labios del Señor: "Manjar soy de
grandes: crece y me comerás (...) Mas no me mudarás tú en ti, como al manjar de tu carne, sino que tú
te mudarás en mí" . Otros Padres de la Iglesia enseñaron también la realidad de nuestra plena
76
incorporación a Cristo a través de la Eucaristía. Por ejemplo, San Juan Crisóstomo dice que, así como el
cuerpo que Cristo tomó de la Virgen, se hizo una sola cosa con él, así por este pan nos hacemos una sola
cosa con Cristo . Y San Cirilo de Jerusalén afirma: "Al tomar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, llegamos
77
a ser concorpóreos y consanguíneos con Él. Pues al pasar su Cuerpo y su Sangre a nuestros miembros,
nos convertimos en portadores de Cristo y nos hacemos participes de la naturaleza divina" . Lo mismo
78
enseña San Cirilo de Alejandría, cuando sostiene que en virtud de la Eucaristía hay entre Cristo y el fiel
una Unión natural, en virtud de la cual somos concorpóreos con Él . 79
Así pues, la Eucaristía representa para el hombre la máxima incorporación a Cristo, porque es
una comida de comunión con El, esto es, una comida que establece una Unión tan profunda con Él, que
realiza la máxima inmanencia entre Cristo y el hombre. En el Bautismo se produce el primer encuentro
del fiel con Cristo, quien toma posesión del alma y le comunica su vida divina. En la Comunión, este
encuentro se repite, pero de forma más personal. En efecto, la Comunión ofrece al fiel lo que el
Bautismo no le había dado, o sea la presencia personal de Cristo, más aún, su presencia corporal. El
bautizado había sido tocado por la gracia de Jesús, pero el que comulga, recibe la misma persona del
Salvador. Esta venida personal de Cristo tiene la capacidad de establecer una Unión de amor estable
entre la persona de Cristo y la persona humana, como Jesús mismo enseña: "Quien come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mí y yo en Él" . Permanecer en Cristo como Él permanece en nosotros,
80
El teólogo ortodoxo Nicolás Cabasilas (siglo XIV) expresa así este efecto de la Comunión
eucarística: "La promesa de la Eucaristía nos implanta a nosotros en Cristo y a Cristo en nosotros, pues
dice el Evangelio: Permanece en mí y yo en él (Jn 6, 56). Permaneciendo Cristo en nosotros, ¿de qué
tendremos necesidad o qué bien podrá faltarnos? Estando en nosotros Cristo, ¿qué otra cosa podremos
desear? Él es nuestro huésped y nuestra morada: ¡qué dicha tenerle a Él por habitación y ser su
tabernáculo! Y ¿qué bien puede faltar a quienes Él así vivifica? (...) En este sacramento no recibimos
algo suyo, sino a Él mismo. No alguno de sus rayos o destellos de luz, sino que albergamos en nuestros
pechos al mismo disco solar. De manera que le habitamos y somos habitados y llegamos a ser con Él un
sólo y único Espíritu (1 Cor 6, 17). En el mismo instante se espiritualizan alma y cuerpo y todas las
potencias. Porque el alma se compenetra con su alma, el cuerpo con su cuerpo y la sangre con su sangre.
¿Cuál será el resultado? Lo mejor y más excelente triunfa sobre lo más débil, lo divino vence a lo
humano. Es lo que dice San Pablo hablando de la resurrección: Lo mortal es absorbido por la vida. Y
en otra parte: Vivo, pero no yo; Cristo vive en m’ (Gál 2, 20)" . 82
es la gran fuente de fuerza para la vida cristiana cotidiana. Por ello, los cristianos acuden a Cristo
eucarístico como a quien puede curarles de todas las enfermedades y sostener con su fuerza divina la
debilidad humana. En este sentido, enseña San Pedro Crisólogo (450) al comentar la escena evangélica
de la hemorroísa curada por el Señor: "Acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto (Mt 9, 20).
¿Qué debió de ver escondido en la intimidad de Cristo, la que en el borde de su manto descubrió todo el
poder de la divinidad? ¡Cómo enseñó lo que vale el cuerpo de Cristo, la que mostró que en el borde de
su manto hay algo de tanta grandeza! Ponderen los cristianos, que cada día tocan el cuerpo de Cristo,
77 In 1 Cor., 10, 16 (PG 61, 200).
78 Catequesis mistagógicas, 4, 3 (PG 33, 1100).
79 Cfr. Comentario a San Juan, 11, 11 (PG 74, 560).
80 Jn 6, 56.
81 Cfr. J. GALOT, o. c. p. 276.
82 NICOLÁS CABASILAS, La vida en Cristo, Rialp, Madrid 1952, pp. 198-200.
83 Cfr. S. th., III, q. 79, a. 4.
17
qué medicina pueden recibir de ese mismo cuerpo, si una mujer recobró completamente la salud con
sólo tocar la orla del manto de Cristo" . 84
La Eucaristía nos da la fuerza sobrenatural para luchar contra el pecado, como enseña el
Concilio de Trento, que llama a este sacramento "antídoto por el que somos liberados de las culpas
cotidianas y preservados de los pecados mortales" . La Eucaristía, en efecto, perdona los pecados
85
veniales: "Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la
caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados
veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos
desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él" , y aunque no se dirige directamente a la
86
remisión de los pecados mortales, preserva de ellos: "Por la misma caridad que enciende en nosotros, la
Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y
más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La
Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la
Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con
la Iglesia" .
87
Por otra parte, la Eucaristía realiza un crecimiento de las virtudes teologales. La exclamación de
la liturgia después de la Consagración: "¡Misterio de la fe!", es una exhortación a crecer en esta virtud.
Ya Jesús había acentuado la necesidad de la fe durante la promesa de la Eucaristía en Cafarnaúm.
Cuando revela su intención de dar su carne como comida y su sangre como bebida, obtiene como
respuesta la incredulidad de sus oyentes. Incluso muchos de sus discípulos encuentran inaceptables esas
palabras y abandonan al Maestro. Pero Jesús, viendo que los Doce permanecen aún con Él, les pregunta:
"¿También vosotros os queréis marchar?" (Jn 6, 67), estando dispuesto a dejarlos marchar si no
hubiesen creído en la Eucaristía que acababa de anunciar. Es por tanto evidente que no es posible seguir
a Cristo sin creer en la Eucaristía. Afortunadamente, la confesión de Pedro en nombre de todos permitió
a los Apóstoles permanecer con Jesús. En cada celebración eucarística, Cristo sigue exigiendo la misma
fe. El contraste entre lo que se ve después de la Consagración, las apariencias del pan y del vino, y lo
que subyace invisiblemente presente, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, requiere un esfuerzo para renovar
la propia fe, esfuerzo que —si es auténtico y fervoroso—, obtiene de Dios un aumento de la misma.
La recepción de la Eucaristía comporta asimismo un crecimiento en la virtud de la esperanza,
conforme a las palabras del Señor: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo
resucitará en el último día" . La vida eterna penetra en el alma del que recibe la carne y la sangre
88
eucarísticas, y este don de la vida eterna garantiza la resurrección que tendrá lugar al final de los
tiempos, por lo que la Eucaristía es alimento de nuestra esperanza. En este sentido, San Ignacio de
Antioquía enseñaba que la Eucaristía es "medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para
vivir siempre en Cristo Jesús" . 89
84 SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 34 (CCSL 24, 193). Una enseñanza análoga se encuentra en el siguiente texto
de San Josemaría Escrivá de Balaguer, donde también comenta la curación de esta mujer: "¿Quiénes somos, para estar tan
cerca de Él? Como a aquella pobre mujer entre la muchedumbre, nos ha ofrecido una ocasión. Y no para tocar un poquito
de su vestido, o un momento el extremo de su manto, la orla. Lo tenemos a Él, se nos entrega totalmente, con su Cuerpo,
con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Lo comemos cada día, hablamos íntimamente con Él, como se habla con
el padre, como se habla con el Amor. Y esto es verdad, no son imaginaciones" (Amigos de Dios, n. 199).
85 CONCILIO DE TRENTO, Sesión XIII, 11-X-1551, Decreto sobre la Eucaristía, cap. 2 (DS 1638).
86 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1394.
87 Ibid., n. 1395.
88 Jn 6, 54.
89 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios, 20, 2 (Solano I, 71).
18
majestad llevará a término lo que Él mismo comenzó en la tierra. Cristo fundamenta nuestra esperanza
con su Resurrección y su promesa de volver glorioso sobre la tierra. Sin embargo, no puede haber mejor
garantía de la segunda venida del Señor que su venida continua en la Eucaristía, de modo que nuestra
esperanza no es sólo una mera esperanza, sino también una posesión ya iniciada de lo que esperamos.
La venida final de Cristo no será, en efecto, sino la manifestación visible de la venida invisible en la
Eucaristía. La venida gloriosa de Cristo se produce ya ahora veladamente en la Eucaristía, alimentando
nuestra esperanza, como enseña el Concilio Vaticano II: "El Señor deja a los suyos prenda de tal
esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la
naturaleza, cultivados por el hombre se convierte en el Cuerpo y Sangre gloriosos con la cena de la
comunión fraterna y la degustación del banquete celestial" .
92
alimento eucarístico nos infunde esta fuerza superior de amor al recibir a Cristo en persona. El Maestro
quiso formular el nuevo precepto del amor en el marco de la institución de la Eucaristía, para darnos a
entender que la novedad de este sacramento hace posible la novedad del amor. Cristo mismo viene a
nosotros en la Comunión para hacernos capaces de amar como Él nos ama, poniendo Él personalmente
en nuestros corazones la fuerza de su amor.
Por consiguiente, el alimento eucarístico debe constituir para todos los que comulgan un nuevo
crecimiento en el amor hacia el prójimo. Donde había peleas, contribuye eficazmente a la
reconciliación. Cristo eucarístico es el mismo que en la Cruz ha perdonado del todo a sus enemigos; Él
impulsa al que comulga a perdonar todas las ofensas, a eliminar los últimos restos del rencor. Surge aquí
una dificultad, porque según las palabras del Señor, la reconciliación será un requisito previo para poder
participar en la Eucaristía: "Si al presentar tu ofrenda en el altar recuerdas que tu hermano tiene algo
contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; después
vuelve y presenta tu ofrenda" . Sin embargo, en esta recomendación concreta, hay que penetrar en el
94
significado esencial de la enseñanza de Cristo. Aquí, éste consiste en que una ofrenda no tiene valor a
los ojos de Dios si es presentada por alguien que no está en armonía con otros. Pero si presenta la
ofrenda teniendo en el corazón un deseo de armonía, la ofrenda será agradable. Aplicando este
significado esencial a la Comunión eucarística nos damos cuenta que el que participa en la Eucaristía y
recibe al Señor en la Comunión, puede pedir en ella a Jesús la fuerza de amor necesaria para vivir
sinceramente la reconciliación. De este modo, uniendo su ofrenda a la del Salvador, puede conseguir en
la Eucaristía la gracia de la completa reconciliación.
B. Efecto eclesiológico
Juan Pablo II, en la Carta Dominicae cenae escribe: "Gracias al Concilio nos hemos dado cuenta,
con mayor claridad, de esta verdad: como la Iglesia "hace la Eucaristía, así como "la Eucaristía
construye" la Iglesia . Nos detendremos ahora en la segunda parte de la frase, estudiando cómo la
95
Eucaristía construye la Iglesia, al simbolizar su unidad, y al mismo tiempo crearla en su forma más
plena. Ya desde muy antiguo el simbolismo eucarístico respecto a la unidad de la Iglesia había sido
tratado por los Padres, como leemos en la Didakhé: "Como este pan fragmentado estaba disperso sobre
los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino.
Porque tuya es la gloria, y el poder por Jesucristo eternamente" . El Concilio de Trento recoge este
96
simbolismo cuando afirma que Cristo dejó a la Iglesia la Eucaristía como "símbolo de aquel solo cuerpo
del que Él mismo es la cabeza y con el que quiso que nosotros estuviéramos, como miembros, unidos
por la más estrecha conexión de la fe, la esperanza y la caridad, a fin de que todos dijéramos una misma
cosa y no hubiera entre nosotros escisiones" . 97
Pero la Eucaristía, además de simbolizar la unidad de la Iglesia, la crea. Es San Pablo el primero
que pone de relieve este hecho, cuando escribe: "Puesto que el pan es uno, muchos formamos un solo
cuerpo, pues todos participamos de un único pan" . La observación "puesto que el pan es uno" ha de
98
entenderse bien, teniendo en cuenta el contexto. Tomada aisladamente podría sugerir que en la comida
eucarística simplemente se consume el mismo pan, y que la unidad de dicho pan es el fundamento de la
unidad de los que participan en la comida, porque el sentarse juntos a la mesa es normalmente
considerado por los hombres como el símbolo de una simpatía profunda, de una comunión o solidaridad
espiritual. Pero inmediatamente antes, San Pablo ha mostrado que esa unidad no se deriva solamente de
la participación en un único alimento, sino de la naturaleza del mismo, porque es, en realidad, el Cuerpo
de Cristo: "El pan que partimos, ¿acaso no es comunión con el Cuerpo de Cristo?" . Por tanto, San 99
Pablo considera el Cuerpo de Cristo como la fuente primordial de Unión entre los que lo reciben.
Ya hemos visto que el primer efecto de la comunión eucarística es la máxima Unión personal
con el mismo Cristo. Ahora percibimos que a continuación se produce inseparablemente otro efecto: una
Unión más profunda del fiel con toda la comunidad que vive la misma vida de Cristo, es decir con su
Cuerpo Místico, con toda la Iglesia y con cada uno de sus miembros. De este modo, la Eucaristía, al unir
a los fieles con Cristo, cabeza del Cuerpo Místico, en la mayor Unión de intimidad y de amor, construye
el Cuerpo Místico en su plenitud. El pan eucarístico incorpora a los fieles a Cristo y hace así de ellos un
único cuerpo espiritual. Por medio de la fuerza del Espíritu, todos los miembros vivos de Cristo quedan
plenamente identificados con Él y, en consecuencia, entre ellos mismos. La comunión con Cristo crea la
comunión de todos entre sí. Por ello, enseña el Concilio Vaticano II que los fieles "confortados con el
cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del pueblo
de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento" . 100
C. Efecto escatológico
Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:
95 JUAN PABLO II, Carta Dominicae cenae, 24-II-1980, n. 4 (EV 7, 165). Cfr. también Enc. Redemptor hominis, 4-
3-1979, n. 20 (EV 6, 1253).
96 Didakhé, 9, 4, en Padres Apostólicos, cit., p. 86.
97 CONCILIO DE TRENTO, Sesión XIII, 11-X-1551, Decreto sobre la Eucaristía, cap. 2 (DS 1638).
98 1 Cor 10, 17.
99 1 Cor 10, 16.
100 Lumen gentium, n. 11.
20
"En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "Oh sacrum convivium in quo
Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis
pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su
pasión; el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía es el
memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y
bendición" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la
anticipación de la gloria celestial"101.
Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna porque nos
hace participes del germen de nuestra resurrección: el cuerpo de Cristo glorificado en la Resurrección y
convertido en instrumento de la misión vivificante del Espíritu. La eternidad viene a nosotros en la
Eucaristía, pero viene precisamente a través de una criatura, a través del cuerpo de Cristo, que participa
plenamente de la gloria. La Eucaristía resalta precisamente el carácter mediador del cuerpo glorioso de
Cristo, significando con ello la continuidad de su existencia en el Cielo y su genuino carácter redentor,
como medio de salivación durante la vida terrestre de Cristo y como prenda y alimento de resurrección
durante nuestra existencia peregrinante en la tierra.
El alma del que comulga recibe del Salvador la vida eterna, la cual exige para su perfección la
presencia del cuerpo glorioso: es todo el hombre el que es salvado, el que debe poseer la vida eterna.
Por tanto, el hecho de que el alma se nutra con la Eucaristía postula la resurrección del cuerpo humano,
que configurará nuestro cuerpo de bajeza al cuerpo glorioso de Cristo , para que lo que sembramos en
102
corrupción lo recojamos en incorruptibilidad y nuestro cuerpo carnal surja como cuerpo espiritual . Por 103
esta razón San Ireneo mantuvo contra los gnósticos, que no admitían la resurrección de la carne, que
negar esto es destruir toda la economía divina. En su argumentación, parte de algo que los gnósticos
admiten: que la Eucaristía es la carne resucitada de Cristo. Por ello, dice: si nuestra carne se alimenta
con la Eucaristía, también ella resucitará. Y si no resucita, es que el Señor no nos ha redimido con su
sangre y carne presentes en la Eucaristía . 104
Con la Eucaristía comulgamos resurrección y vida para todo nuestro ser humano y corporal. La
misma presencia eucarística del cuerpo glorioso de Cristo, idéntico al cuerpo que nació de María y fue
crucificado por los hombres, es para nosotros una garantía de la resurrección de nuestros cuerpos, que
conservarán en el cielo una continuidad semejante a la del cuerpo de Cristo.
El moribundo que recibe el Viático acoge a Cristo y recibe en su cuerpo, a punto de
corromperse, la seguridad de una vida superior que triunfará sobre los lazos de la muerte. El Viático
conduce el alma a la felicidad celestial y el cuerpo a la resurrección final.
realiza en primer lugar en la celebración de la Santa Misa, donde se hace presente el verdadero Cuerpo
de Cristo, que el Espíritu Santo forma en las entrañas virginales de Santa María.
San Josemaría Escrivá de Balaguer expresaba de modo profundo y conmovedor la presencia de
la Virgen en el sacrificio eucarístico, cuando escribía: "Para mí, la primera devoción mariana —me
gusta verlo así— es la Santa Misa (...) Cada día, al bajar Cristo a las manos del sacerdote, se renueva
101 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1402
102 Cfr. Flp 3, 21.
103 Cfr. 1 Cor 15, 42-44.
104 Cfr. S. IRENEO DE LYON, Adv. haer. 5,2,2 (PG 7, 1124s.) y 5,2,3 (PG 7, 1127).
105 JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25.III.1987, n. 44 (La cursiva figura en el original).
21
su presencia real entre nosotros con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad: el
mismo Cuerpo y la misma Sangre que toma de las entrañas de María. En el Sacrificio del Altar, la
participación de Nuestra Señora nos evoca el silencioso recato con que acompaña la vida de su Hijo,
cuando andaba por la tierra de Palestina. La Santa Misa es una acción de la Trinidad: por voluntad
del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. En ese insondable
misterio, se advierte, como entre velos, el rostro purísimo de María: Hija de Dios Padre, Madre de
Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. El trato con Jesús, en el Sacrificio del Altar, trae consigo
necesariamente el trato con María, su Madre. Quien encuentra a Jesús, encuentra también a la Virgen
sin mancilla, como sucedió a aquellos santos personajes —los Reyes Magos— que fueron a adorar a
Cristo: entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su Madre (Mt. 2, 11)" . 106
Por otra parte, además de colaborar en la donación que Cristo hace de sí mismo en la Santa
Misa, María nos ayuda a recibir a su Hijo en la Comunión. En efecto, la Eucaristía es el único
sacramento donde Ella puede darnos nuevamente a su Hijo en persona, precisamente el mismo Cuerpo
que se había formado en su seno. En el momento de la Comunión de los fieles, Ella renueva su
consentimiento a la Encarnación y despliega todo su amor de Madre de los cristianos, hasta el punto de
querer nutrir a sus hijos con un alimento espiritual que los lleve a identificarse plenamente con su Hijo
Jesús.
No ha existido nunca una intimidad más profunda entre dos almas que la que tuvieron Cristo y
su Madre. Por consiguiente, la Virgen es la mejor maestra para enseñar a los cristianos cómo prepararse
a recibir la Comunión, favoreciendo en el fiel que comulga las mejores disposiciones. En una fórmula
de comunión espiritual, que es hoy familiar a miles de personas del mundo entero, se pone de relieve
esta certeza de los cristianos. La enseñaba San Josemaría, evocando su Primera Comunión: "Tenía yo
entonces diez años. En aquella Época, a pesar de las disposiciones de Pío X, resultaba inaudito hacer la
Primera Comunión a esa edad. Ahora es corriente hacerla antes. Y me preparaba un viejo escolapio,
hombre piadoso, sencillo y bueno. El me enseñaba la oración de la comunión espiritual: "Yo quisiera,
Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre,
con el espíritu y fervor de los santos"" .
107
Para terminar, recojo la narración de un episodio verídico que muestra cómo la Virgen guía a los
fieles a la Eucaristía: "Hace muchos años, el Presidente General de uno de los más importantes Bancos
italianos fue en peregrinación a Lourdes con su mujer. Mientras viajaban en el tren, él pregunta a su
mujer: "¿Qué gracia especial pedirás para tí a la Virgen?". La señora, sorprendida, no sabía qué
responder. "Te sugeriré la gracia que puedes pedir a la Virgen —añadió entonces el marido—: pídele
que te haga comprender la belleza de la Comunión diaria". Desde pequeño, aquel hombre había sido fiel
a la Comunión diaria. En cambio, la mujer, por un sentido de excesivo respeto al Sacramento, se
contentaba con la Comunión semanal. Una vez en Lourdes, la señora fue a confesarse. Al acabar la
confesión, el sacerdote le dijo: "¿Por qué no trata de ahora en adelante de recibir al Señor todos los días?
Y desde aquel instante, marido y mujer fueron diariamente a recibir a Jesús Sacramentado" . 108
106 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, La Virgen del Pilar, en el Libro de Aragón, ed. por la Caja de
Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, Zaragoza 1976.
107 SAN JOSEMARÍA ESCRIVQÁ DE BALAGUER, palabras recogidas en S. BERNAL, Mons. Josemaría Escrivá de
Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1976, p. 20.
108 R. SPIAZZI, L’Eucaristia nella vita cristiana, Paoline, Alba (Cuneo) 1952, p. 113s.
22
TEMA 3
109 Cfr. L. BOUYER, Mysterion. Du mystere des la mystique, Paris 1986, caps. 12-14, pp. 193-238.
110 Col 1, 26-27. Cfr. Col 2, 2-3; Rom 16, 25-27; Ef 1, 9; 3, 3-6.
23
Nacianceno habla de la Eucaristía como "mesa mística , mientras que San Nilo, el asceta del monte
111
Sinaí, la llama "mística cena" . Por su parte, San Cirilo de Alejandría aplica al banquete eucarístico la
112
Este segundo sentido mantiene una estrecha relación con el primero, que no se pierde, ya que
señala la profunda realidad de los sacramentos, lo que se encuentra velado y al mismo tiempo se
manifiesta a través de sus signos visibles, esto es, el misterio de Cristo y de su Cruz redentora, cuyos
frutos se nos hacen asequibles a través de su celebración en la comunidad cristiana.
Sentido espiritual. Un autor del siglo IV, Marcelo de Ancira, utiliza por vez primera la expresión
"teología mística, con la que quiere designar un conocimiento de Dios misterioso e inefable, que se
distingue del conocimiento común de las realidades divinas. Posteriormente, el Pseudo-Dionisio
Areopagita emplea dicha expresión en el título de su obra De mystica theologia, añadiendo una
precisión decisiva al afirmar que este conocimiento misterioso de Dios constituye el vértice de la vida
espiritual .
115
De este modo, el tercer sentido del término se–ala el conocimiento profundo que el cristiano
alcanza —como fruto de su Unión con Dios— de lo que se anuncia en la Palabra de Dios y se contiene
en los Sacramentos: la plenitud de la vida nueva que se nos ha comunicado en Cristo. Existe, por tanto,
una estrecha conexión entre los tres sentidos sucesivos del adjetivo "místico" porque el tercero de ellos,
el conocimiento místico, es la asimilación personal del misterio revelado en las Escrituras y donado por
Dios en los Sacramentos.
A partir del siglo XVII se puede constatar un uso sustantivado del término en su sentido
espiritual, de tal modo que se hablará simplemente de "místicas" para designar el conocimiento místico
de Dios y se identificará esta realidad con los fenómenos extraordinarios de la vida espiritual, tales
como locuciones, visiones, revelaciones privadas, etc., que requieren una intervención especial de Dios
en forma de una gracia extraordinaria o gratis data, la cual no es exigida necesariamente para el
desarrollo ordinario de la vida espiritual hasta su plenitud. Este tipo de conocimiento místico de Dios —
mediante gracias extraordinarias— ha sido llamado habitualmente, en el campo de la Teología
Espiritual, "experiencia mística".
En el presente estudio empleo la noción de mística en el sentido indicado por el Catecismo de la
Iglesia Católica, cuando afirma: "El progreso espiritual tiende a la Unión cada vez más íntima con
Cristo. Esta Unión se llama "mística", porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos
—"los santos misterios"— y en Él, en el misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta
Unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean
concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos" . Siguiendo las 116
enseñanzas del Catecismo, utilizará la expresión "vida mística para distinguir la Unión mística con
Cristo asequible a los que progresan en su vida espiritual" , de la experiencia mística extraordinaria,
117
que es concedida por Dios solamente a algunos mediante gracias especiales, y que se manifiesta bajo la
111 Oratio 40, 31 (PG 36, 404).
112 Capita paraenetica, 120 (PG 79, 1260).
113 In Ioann. Ev., lib. 11, c. 11 (PG 74, 560).
114 Ibid., lib. 13, cc. 26-27 (PG 72, 58.74, 141).
115 Cfr. De mystica theologia, 1, 1 (PG 3, 997B - 1000A)
116 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2014.
117 Louis Bouyer utiliza la expresión vida mística en este mismo sentido, cuando afirma: "Una introducción a la
vida espiritual cristiana y católica debe, pues, concluir necesariamente por un estudio a la vida m’stica, o, si de prefiere,
del aspecto m’stico inherente a toda vida cristiana, pero que, al parecer, debe tender normalmente a predominar en ella
cada vez más a medida que progresa", y añade poco después: "La m’stica cristiana no es otra cosa que la vida de la gracia
que se convierte en experiencia indudable, a partir de la fe y en la misma fe" (Introducción a la vida espiritual, Barcelona
1964, p. 331s.)
24
forma de fenómenos místicos extraordinarios. Como veremos, en la "vida mística se puede llegar
también a una experiencia vital de las realidades divinas a través del desarrollo ordinario de la vida
espiritual, con la gracia santificante, las gracias actuales y los dones del Espíritu Santo, sin necesidad de
la aparición de nuevas gracias extraordinarias.
Debo precisar ahora que tampoco voy a tratar aquí de los milagros eucarísticos que Cristo mismo
ha querido realizar en algunas ocasiones, como pueden ser el milagro de los corporales de Daroca
(España) o el milagro eucarístico de Lanciano (Italia).
El objetivo de este trabajo es simplemente estudiar cómo los santos han percibido y han
expresado su vida mística a través de una Unión profundísima con Cristo en la Eucaristía, tanto durante
la celebración del sacrificio eucarístico, como en la recepción de la Sagrada Comunión. Para ello me
servirá de una antología de textos que contienen testimonios de santos canonizados y de otros maestros
de la vida espiritual, advirtiendo de antemano que no pretendo ofrecer un elenco exhaustivo. Algunos de
ellos se limitan a describir su experiencia de Unión con Cristo en la Eucaristía. Otros son teólogos que
intentan ofrecer además una explicación de dicha experiencia espiritual. Presento los textos siguiendo
casi siempre un orden cronológico.
Alejandría (444), afirma que, en la Eucaristía, Cristo y el hombre son como dos trozos de cera que se
funden conjuntamente . En el mismo sentido, San Juan Damasceno (749) pone el ejemplo del carbón
119
incandescente que forma una sola cosa con el fuego . El Pseudo-Dionisio Areopagita (fines del siglo V)
120
presenta una idea muy original sobre la Unión mística con Jesucristo en la Eucaristía, cuando afirma que
todos los sacerdotes —y especialmente los obispos— gozan de la Unión mística por el hecho de ejercer
el ministerio eucarístico . 121
En las enseñanzas patrísticas sobre la Eucaristía, es frecuente hallar una interpretación en sentido
eucarístico de ciertos versículos de los Salmos 23 y 34, que se cantaban durante la Comunión en las
Misas solemnes. Concretamente, algunos autores se han fijado en estas palabras del Salmo 23, 5: "Tú
preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa",
y las han aplicado a la Eucaristía. En la copa que rebosa o "copa que embriaga", como tradujeron los
Setenta, ven los efectos espirituales de la Comunión eucarística, análogos a los que produce el vino
profano, pero no idénticos, porque la embriaguez que produce el vino eucarístico es una sobria ebrietas,
una "sobria embriaguez". Esta expresión antitética es utilizada primeramente por Orígenes (253) en el
sentido cristiano que acabamos de señalar . También San Cipriano (258) interpreta en el mismo sentido
122
esas palabras del Salmo: "El Espíritu Santo no calla el misterio de esta sangre en los Salmos,
mencionando el cáliz del Señor y diciendo Tu cáliz que embriaga es muy excelente (Sal 23, 5) (...) El
cáliz del Señor embriaga, como Noé se embriagó, en el Génesis, bebiendo vino. Pero la embriaguez del
cáliz del Señor y de su sangre no es como la del vino profano, pues al decir el Espíritu Santo en el
Salmo tu cáliz que embriaga, añade es muy excelente, es decir, que el cáliz del Señor embriaga de tal
modo a los que beben que los hace sobrios, que conduce los ánimos a la sabiduría espiritual, que cada
uno se convierte de este sabor de lo profano al conocimiento de Dios y, como con este vino común se
pierde la razón y se relaja el alma y se echa toda tristeza, así bebiendo la sangre del Señor y el cáliz de
salivación se disipa el recuerdo del hombre viejo, y se echa en olvido la conducta anterior del mundo, y
la tristeza que antes acongojaba el ánimo por los pecados se expele por el gozo del perdón" . 123
Posteriormente, también San Ambrosio (397), siguiendo a Orígenes, utiliza esta expresión para
hablar de los efectos que produce el vino eucarístico. Así, en el himno Splendor paternae gloriae, invita
a cantar: "Sea Cristo nuestro manjar / y la fe nuestra bebida: / bebamos con alegría / la sobria
embriaguez del Espíritu (sobriam ebrietatem Spiritus)" . Y en su libro De sacramentis, enseñaba que
124
cada vez que se bebe del cáliz de Cristo, se recibe la remisión de los pecados y la embriaguez del
Espíritu: "Quien se embriaga de vino, se tambalea y vacila; quien se embriaga del Espíritu, está
enraizado en Cristo. Por eso es una excelente embriaguez, porque produce la sobriedad de la mente" . 125
Con el concepto de sobria embriaguez del Espíritu, San Ambrosio da a entender que la plena
Unión con Cristo en la Eucaristía produce embriaguez espiritual y alegría, pero sin provocar una
exaltación desmedida, sino más bien una sobriedad operativa, es decir, un obrar virtuoso. A este
propósito escribe un autor actual: "La sobria embriaguez no es un tema solamente poético, sino que está
lleno de significado y de verdad. El efecto de la embriaguez es siempre hacer salir al hombre de s’
mismo, de su estrecha limitación. Pero mientras que con la embriaguez material (...) el hombre sale de
s’ para vivir por debajo de su nivel racional, casi a la manera de las bestias, en la embriaguez espiritual,
sale de sí para vivir por encima de la propia razón, en el mismo horizonte de Dios" . Por otra parte, el
126
deseo de alcanzar el pleno efecto de la Sagrada Comunión está magníficamente expresado con estas
palabras de una conocida oración eucarística: "Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo,
embriágame".
Enseñanzas muy parecidas se encuentran asimismo en las catequesis sacramentales de otros
Padres, como San Cirilo de Jerusalén, de San Gregorio de Nisa y San Juan Crisóstomo . 127
Por lo que se refiere al Salmo 34, algunos Padres se han fijado en estas palabras del versículo 9:
"Gustad y ved qué bueno es Yahvé, dichoso el hombre que se cobija en Él", y las han aplicado a los
efectos de la comunión eucarística. Como ejemplo sólo mencionaré al Pseudo-Dionisio, quien recurre a
este texto bíblico para dar a entender la grandeza del "sacramento de la reunión", como él designa a la
Eucaristía. Este autor enseñaba que esas palabras del Salmo constituyen una invitación a recibir la
122 Cfr. H. LEWY, Sobria ebrietas. Untersuchungen zur Geschichte der antiken Mystik, Giessen 1929, pp. 115-
118.
123 S. CIPRIANO, Carta 63 a Cecilio, en Obras de San Cipriano, edición bilingüe por J. Campos, B.A.C. 241,
Madrid 1964, p. 607.
124 Hymni, II, en Sancti Ambrosii episcopi Mediolanensis Opera (=SAEMO), Cittá Nuova, Milano-Roma 1977-
1994, vol. 22, p. 38: "Christusque nobis sit cibus / potusque noster sit fides: / laeti bibamus / sobriam ebrietatem spiritus".
125 De Sacramentis, V, 3, 17 (SAEMO 17, 108).
126 R. CANTALAMESSA, L’Eucaristia nostra santificazione, Ancora, Milano 1997, p. 44.
127 Cfr. E. LONGPRÉ, Eucharistie et experience mystique, en "Dictionnaire de Spiritualité Ascetique et Mystique",
vol. 4/2, Paris 1961, col. 1593-1595.
26
Eucaristía como medio para llegar a entenderlas plenamente, porque es en la Comunión donde se puede
saborear la dulzura de Cristo . 128
B. Época Medieval
Entre los santos y teólogos medievales mencionaré en primer lugar a los dos mayores
representantes de la Escolástica: Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura. Ninguno de los dos ha
dedicado un tratado específico a la Unión mística con Cristo en la Eucaristía, pero en sus obras
encontramos algunas referencias dispersas sobre el tema.
Santo Tomás de Aquino (1274) afirma que hay dos modos de conocer la Bondad divina: "El
conocimiento de la bondad y voluntad divinas es doble: uno es especulativo (...) y el otro es afectivo o
experimental, que se tiene cuando alguien experimenta en sí mismo el gusto de la divina dulzura y la
complacencia de la divina voluntad" . Aunque aquí no se refiere directamente a la Eucaristía, sí lo hace
129
en este otro texto: "Con este sacramento, por virtud propia, no sólo se confiere el hábito de la gracia y
de la virtud, sino también se actualiza, como dice San Pablo: "La caridad de Cristo nos urge" (2Cor 5,
14). Por tanto, por la virtud de este sacramento el alma encuentra una refección espiritual, y de algún
modo se embriaga con la dulzura de la bondad divina" . 130
Como Santo Tomás, también San Buenaventura (1274) admite un doble conocimiento de la
bondad divina, especulativo y experimental, y afirma que la Eucaristía es un memorial que Cristo nos ha
dejado para que recordemos su Pasión, no de modo especulativo, sino mediante una cierta experiencia . 131
El Doctor Seráfico llama a la Eucaristía la gracia suprema por lo que contiene y por lo que obra . Bajo 132
el primer aspecto, contiene al autor de la gracia con la plenitud de sus carismas . Bajo el segundo, la
133
Eucaristía produce, entre otros efectos, un deleite interior: "Este alimento (...) conserva la devoción para
con Dios, la dilección para con el prójimo y el deleite dentro de uno mismo: y la devoción para con
Dios se ejercita ofreciendo sacrificios, la dilección para con el prójimo comulgando en un solo
sacramento y el deleite interior por medio de una refección para los caminantes" . Este deleite se capta
134
mediante el sentido espiritual del gusto, como se–ala al comentar el pasaje de la multiplicación de los
panes y de los peces, donde dice que el Señor nos ha dado un pan, su propio cuerpo "con cuyo gusto el
alma se enciende con tanto ardor que destruye toda tibieza y carnalidad y se une por amor a este único
alimento y se transforma en él. Y entonces gusta qué suave es el Señor, experimenta que su Espíritu es
más dulce que la miel, y comprende sensiblemente la gran cantidad de dulzura que se esconde en este
Sacramento del amor" . 135
San Buenaventura atribuye el conocimiento por experiencia de las cosas divinas al Don de
Sabiduría: "La Sabiduría, en su sentido más estricto, significa conocimiento experimental de Dios, y de
este modo es uno de los siete Dones del Espíritu Santo, cuyo acto consiste en saborear la divina
suavidad" . Por ello, la posibilidad de gustar la suavidad divina en la Eucaristía depende de la actuación
136
de este Don: "Quien quiere comer el pan de vida y beber el vino de la Sabiduría, es necesario que venga
al Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Pues aquí sentirá cómo la Sabiduría corresponde a
su propio nombre (es decir, sabrosa) y gustará sensiblemente que su espíritu es más dulce que la miel y
que la inmensa cantidad de dulzura escondida en ella absorbe y aquieta el deseo infinito del alma" . 137
Durante varios siglos fue atribuida a San Buenaventura una obra titulada De septem itineribus
aeternitatis, cuyo autor es en realidad otro franciscano, llamado Rodolfo de Biberach (hacia el 1350) . 138
En ella se describen siete vías que conducen a la contemplación mística del Verbo Encarnado, en y a
través de su Humanidad Santísima. La sexta vía trata expresamente del conocimiento experimental de
Dios a través de la Eucaristía. En primer lugar, el autor considera necesario precisar qué entiende por
"experiencia", y dice que es "un conocimiento en acto adquirido mediante la presencia del objeto propio
de cada potencia" , o sea, de cada sentido, y lo explica con un ejemplo: "Si todos me dicen que una
139
cosa es dulce, no tengo ya por eso un conocimiento experimental de ella. Aunque se esfuercen en darme
razones, mi opinión será o fe o ciencia. Pero si mi gusto toca algo gustoso o es tocado por ello, entonces
adquiero un conocimiento experimental. Así sucede con el gusto interior y con los otros sentidos
espirituales. Por tanto, si leo u oigo decir que el Señor es dulce, no puedo decir que tengo un
conocimiento experimental de ello hasta que el gusto espiritual sea tocado por la dulzura divina" . A 140
continuación, de Biberach pone en relación el sentido espiritual del gusto con la sabiduría, pero no del
mismo modo en que lo había hecho anteriormente San Buenaventura, sino identificándola con Cristo,
que es la Sabiduría del Padre. Por esta razón, afirma que el conocimiento experimental de Dios sólo es
posible cuando se gusta a Cristo mismo, lo cual tiene lugar sólo en el Sacramento de la Eucaristía: "Ha
salido la sabiduría del Padre, y se ha hecho pan para poder decir: "Yo soy el pan de vida" y "el Padre os
da el pan verdadero que ha bajado del Cielo". Por tanto, Jesús en el Sacramento es verdadero alimento,
y verdaderamente gustoso, para que mediante el gusto de su cuerpo se llegue al gusto de su divinidad" . 141
Como vemos, de Biberach afirma que la gracia de experimentar a Cristo es el fruto peculiar de la
Eucaristía y que, en este Sacramento, Él es la vía de acceso para alcanzar el conocimiento experimental
de Dios. Estas ideas, debido al prestigio de que gozaba San Buenaventura —a quien se atribuía esta obra
— ejercieron un influjo notable en otros autores, como Enrique Herp, Dionisio el Cartujo y Luis de la
Puente .142
Para acabar la visión de la Época medieval mencionaré brevemente a otro importante autor
espiritual, Juan Gerson (429), quien sin duda conoció las obras de San Buenaventura y de Rodolfo de
Biberach, pero se mueve más bien en el ambiente intelectual del Pseudo-Dionisio. En el otoño del
Medioevo, el Canciller de la Universidad de París enseñaba que la Eucaristía es la vía por excelencia
que conduce a la "teología mística, es decir, a la percepción experimental de Dios: "El hombre se hace
devoto y capaz para la teología mística sobre todo por la recepción frecuente de la Sagrada Comunión,
si no omite conformar la vida y las costumbres a este sacramento salvífico" . 143
cuenta cómo se le manifestaba el Señor en la Sagrada Comunión: "Y viene a veces con tan grande
majestad que no hay quien pueda dudar, sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de
comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Representase tan Señor de aquella posada,
que parece toda deshecha el alma: se ve consumir en Cristo" . 145
San Juan de la Cruz (1591) no nos ha transmitido descripciones de sus vivencias eucarísticas,
pero en una de sus poesías se vislumbra con claridad su profunda Unión con Jesús Sacramentado. En
ella, contempla a la Eucaristía como una fuente viva que brota del misterio de la Santísima Trinidad, y
escribe: "Aquesta viva fonte está escondida / en este vivo pan por darnos vida, / aunque es de noche. /
Aquí se está llamando a las criaturas, / y de esta agua se hartan, aunque a escuras, / porque es de noche. /
Aquesta viva fuente que deseo, / en este pan de vida yo la veo, / aunque es de noche" . 147
A partir de las enseñanzas de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, en el siglo siguiente,
algunos teólogos carmelitas intentaron explicar la Unión mística con Jesucristo en la Eucaristía. Por
ejemplo, Tomás de Jesús (1627) sostiene que es posible alcanzar una Unión experimental con Cristo en
la Eucaristía, por la que se llega a la certeza de la presencia de Cristo en ella. Así lo explica: "Además
de la Unión de afecto con Cristo, estimo que se da otra Unión real e inefable con El en este divino
Sacramento, la cual suele acaecer solamente en las almas purificadas y que desean ardientemente al
mismo Cristo. Esta felicísima Unión no es más que la íntima manifestación de la presencia de Cristo
escondido en este Sacramento, no por visión o revelación, sino mediante abrazos dulcísimos con los que
inefablemente y suavemente estrecha al alma, de tal modo que ésta percibe de modo ciertísimo su
presencia real (...) Y ésta es la verdadera Unión y el verdadero conocimiento del mismo Cristo no sólo
mediante el afecto, sino también por un misterioso contacto e Unión inmediata y real de nuestra alma
144 Camino de perfección (Códice de Valladolid), c. 34, 13, en Obras Completas, ed. Católica B.A.C. 212, Madrid
1986, p. 385s.
145 Vida, c. 28, 8, en Ibid., p. 151.
146 Cuentas de conciencia, 47, en Ibid., p. 614. Aunque se trata de una gracia extraordinaria, no quiero dejar de
mencionar que fue también después de la Comunión, cuando Dios le concedió la visión intelectual de la Sant’sima
Trinidad: "Haviendo acabado de comulgar el día de San Agustín —yo no sabré decir cómo—, se me dio a entender, y casi
a ver (sino que fue cosa intelectual y que pasó presto) cómo las tres Personas de la Santísima Trinidad que yo trayo en mi
alma esculpidas, son una cosa. Por una pintura tan estraña se me dio a entender y por una luz tan clara, que ha hecho bien
diferente operación que de sólo tenerlo por fe" (Cuentas de conciencia, 40, 1, en Ibid., p. 612).
147 Poes’a La Fonte, 11-13, en Obras Completas, ed. Católica, B.A.C. 15, Madrid 1982, p. 12s.
29
con Cristo" . Tomás de Jesús añade que la única razón que puede explicar esta Unión es el sumo amor
148
de Jesucristo, el cual "suele llegar a veces a tal extremo que no es capaz de ocultar por más tiempo su
presencia en este Sacramento al alma sedienta" . Otro teólogo carmelita, Antonio del Espíritu Santo
149
(1674), ensenaba–a que entre el alma y Cristo eucarístico puede darse una simple Unión afectiva y una
Unión real e inmediata. La primera se realiza por el amor, pero sin percibir la presencia de Cristo, por lo
que en rigor no se puede llamar real. Por el contrario, en la segunda se gusta, se saborea la presencia de
Jesús: "Hay una sensación vital de Cristo mismo existente en el Sacramento, por la cual se percibe
realmente su presencia y se gusta su bondad e inefable dulzura en la misma fuente" . Antonio del 150
Espíritu Santo explica que tal Unión no se realiza por visiones o revelaciones, sino porque el intelecto,
iluminado por la fe y los dones intelectuales del Espíritu Santo percibe inmediatamente la presencia de
Cristo en la Eucaristía, sin ninguna posibilidad de duda, mientras que la voluntad experimenta
inmediatamente a Cristo bajo la forma de un gusto inenarrable . 151
San Francisco de Sales (1622) experimentó ciertamente la Unión mística con Jesús en la
Eucaristía. En un texto de indudable sabor autobiográfico, habla del recogimiento infuso del alma en la
contemplación, y pone como modelo a la Santísima Virgen, después de haber concebido a su divino
Hijo: "El alma de la amantísima Madre se concentra toda, sin duda alguna, alrededor del amado Infante,
y, como este celestial Amigo estaba en sus sagradas entrañas, todas sus facultades se recogen en sí
misma (...) y su espíritu se estremece de gozo dentro del cuerpo (como el de San Juan en las entrañas de
su madre) alrededor de su Dios, a quien Ella siente dentro de sí. No deja salir ni pensamientos ni
afectos; su tesoro, sus amores y sus delicias están en sus entrañas benditas. Gozo parecido pueden tener
por imitación los que, habiendo comulgado, notan por la certidumbre de la fe lo que ni la carne ni la
sangre, sino el Padre celestial les revela (Mt 16, 17): que su Salvador está en cuerpo y alma dentro de
sus cuerpos y sus almas por el adorable Sacramento (...) En muchos santos y fieles devotos, habiendo
recibido al Santísimo Sacramento, sus almas se cierran y todas sus facultades se recogen, no sólo para
adorar al Rey soberano, presente de nuevo con realidad admirable en su pecho, sino para sentir en su
interior increíble consuelo y refrigerio espiritual, percibiendo mediante la fe este germen divino de
inmortalidad" . 152
Para ella, la Eucaristía es sobre todo el alimento de la vida cristiana, donde el alma encuentra los
mayores alivios. "Es en la comunión diaria —escribe— donde el alma recibe la seguridad de que posee
la vida de Cristo. No sólo se lo dice la fe viva, sino que el Señor le hace experimentar que es El, por una
Unión de amor que la hace gozar de una manera inexplicable" . Y en otro momento narra su
154
148 TOMÇS DE JESÒS, De oratione divina, lib. 4, c. 27, en Opera omnia, t. 2, Colonia 1684, p. 354.
149 Ibid., c. 29, p. 361.
150 ANTONIO DEL ESPÍRITU SANTO, Directorium mysticum, tract. 4, disp. 5, sect. 1-2, n. 525, Paris 1904, p. 619.
151 Cfr. Ibid., nn. 530-531, p. 626s.
152 S. FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, lib. 6, c. 7, B.A.C. minor 82, Madrid 1995, p. 360s.
153 Marie Guyart (Tours 1599-Québec 1672), ursulina francesa que se trasladó de Francia a Canadá, fue
beatificada por Juan Pablo II en junio de 1980.
154 BEATA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN , écrits spirituels et historiques, t. 2, Québec-Paris 1929, p. 222s.
155 Ibid., t. 1, p. 227s.
30
La última Doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús (1897), nos ofrece un testimonio
esplendido de su profunda experiencia unitiva con Jesús eucarístico en el día de su Primera Comunión,
al que llama el "día hermoso entre todos": "Ah, ¡qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma!... Fue
un beso de amor, me sabia amada, y decía: "Os amo, me doy a vos para siempre". Y no hubo
interrogantes, luchas, sacrificios. Desde hacía tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se
habían comprendido... Este día no fue sólo una mirada, sino una fusión, ya no eran dos, Teresa había
desaparecido, como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, Él era el
dueño, el Rey" . 156
En los escritos espirituales de Santa Edith Stein (1942), se subraya fuertemente la fuerza
santificadora de la Eucaristía cuando enseñaba que en la Eucaristía es donde se obtiene "la Unión más
íntima con Cristo" , y que "Cristo se une con nosotros del modo más íntimo en la Santa Comunión" .
157 158
En la Eucaristía recibimos la misma vida de Cristo: "Si el hombre en la Comunión acoge dentro de sí al
Señor, Él le toma consigo, vive en Cristo y Cristo en Él" . Aunque la santa carmelita no ha dejado en
159
sus escritos descripciones de sus experiencias eucarísticas, algunos de sus textos tienen un claro
contenido autobiográfico, y reflejan su profunda Unión con Cristo en la Eucaristía, como se puede
observar en este bellísimo párrafo: "Una vida de mujer que haya de tener como forma interior al amor
divino deberá llegar a ser una vida eucarística. Olvidarse de sí misma, liberarse de todos los deseos y
aspiraciones propios, obtener un corazón para todas las penurias y necesidades ajenas, eso sólo puede
darse en la relación diaria, confiada, con el Salvador en el Tabernáculo. Quien visita al Dios eucarístico
y con Él se aconseja en todas las ocasiones, quien se deja purificar por la fuerza divina que surge del
Sacrificio del Altar y se ofrece al Señor en ese mismo sacrificio, quien en la Comunión recibe al
Salvador en lo más íntimo de su alma, Ese se verá sin excepción cada vez más profunda y fuertemente
atraído en la corriente de la vida divina, crecerá en el Cuerpo Místico de Cristo, y su corazón será
configurado según el modelo del Corazón divino" . 160
Para finalizar esta serie de testimonios de maestros de la vida espiritual, haré referencia a
algunas enseñanzas San Josemaría Escrivá de Balaguer, donde se refleja su profunda Unión con Jesús en
la Eucaristía. En el Decreto pontificio que proclama la heroicidad de sus virtudes, se lee: "Amo
ardientísimamente a la Santísima Eucaristía, y considero constantemente el Sacrificio de la Misa como
"centro y raíz de la vida cristiana"" . En efecto, la expresión, "centro y raíz de la vida cristiana" se
161
encuentra repetidas veces en la predicación San Josemaría , como muestra de su esfuerzo constante por
162
transformar cada jornada en una prolongación del Sacrificio del Altar. Según refiere el testigo más
cualificado de la vida santa del Fundador del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo: "La Santa Misa era
el centro de su heroica dedicación al trabajo y la raíz que vivificaba su lucha interior, su vida de oración
y de penitencia. Gracias a esa Unión con el Sacrificio de Cristo, su actividad pastoral adquirió un valor
santificador impresionante: verdaderamente, en cada una de sus jornadas, todo era operatio Dei, Opus
156 S. TERESA DEL NIÑO JESÚS, Manuscrito A, fol. 35 r, en Historia de un alma, Editorial de Espiritualidad,
Madrid 1982, p. 109.
157 S. EDITH STEIN, La vocación profesional del hombre y de la mujer segœn el orden de la naturaleza y el orden
de la gracia, en IDEM, La mujer, Madrid 1998, p. 69.
158 IDEM, Die Mitwirkung der klisterlichen Bildunganstalten an der religiosen Bildung der Jugend , en Edith Stein
Werke (ESW), vol. 12, Herder, Freiburg, 1990, p. 100.
159 IDEM, berleitung von der philosophischen zur theologischen Betrachtung des Menschen (ESW 16, 197).
160 IDEM, La vocación profesional del hombre y de la mujer segìn el orden de la naturaleza y el orden de la
gracia, cit. p. 42.
161 Decreto pontificio sobre el ejercicio heroico de las virtudes del Siervo de Dios Josemaría Escrivá de
Balaguer, 9-IV-1990, en Romana 6 (1990/1) 25.
162 Cfr. por ejemplo, Es Cristo que pasa, n. 87; Forja, n. 69; Sacerdote para la eternidad, en Amor a la Iglesia,
Madrid 1986, p. 81.
31
Dei, un auténtico camino de oración, de intimidad con Cristo en su entrega total para la salivación del
mundo" . 163
Los que asistían a la Santa Misa de San Josemaría Escrivá de Balaguer quedaban impresionados
por el amor y el recogimiento del celebrante, como se pone de relieve en el siguiente testimonio de
Antonio Ivars Moreno, cuando un día de 1939 asistió a la Misa que celebró en un pequeño entresuelo de
la calle Samaniego, donde estaba el primer Centro del Opus Dei en Valencia (España), ciudad a la que
tanto amaba y donde celebró varias veces el sacrificio eucarístico: "No perdí ni una palabra. Ni un gesto.
Cuando celebraba, hacía sentir a los que estábamos con Él que había penetrado en las profundidades del
gran misterio de nuestra Redención. Aquella Misa era verdaderamente el mismo Sacrificio incruento del
Calvario. No había lugar a las distracciones" . 164
El siguiente episodio muestra con claridad el fervor con que el Beato Josemaría trataba a Jesús
Sacramentado: "Se le ve intensamente conmovido durante la consagración del pan y del vino: tocando a
Dios con delicadeza de hombre enamorado. A veces dirá que no quiere acostumbrarse y que desea
"mantener siempre viva aquella moción de la primera vez", cuando en 1924, siendo diácono, tuvo en sus
manos la Sagrada Forma, para dar la bendición con el Santísimo Sacramento: en aquella ocasión
primera, le temblaban los dedos. ¡Había esperado ese momento con tanto afán! Cuarenta años después,
en 1964, celebrando la Santa Misa una mañana, al acercarse a la derecha del altar para el lavabo, el hijo
suyo que le ayuda observa cómo, de repente, al Padre empiezan a temblarle las manos... Mira su rostro y
le ve muy sereno; eso sí, del todo ensimismado, metido en oración. Más tarde, Escrivá le confiará a don
Alvaro: Me acordé de aquella vez primera... y, sin ruido de palabras, con el corazón, le dije: "Señor,
¡que no me acostumbre jamás a tratarte!" . 165
Mons. Álvaro del Portillo narra otro episodio significativo a este respecto: "Esa intensidad, con
la que se unía personalmente al Sacrificio del Señor en la Eucaristía, culminó en algo que no dudo en
considerar un peculiar don místico, y que el mismo Padre contó, con gran sencillez, el mismo día 24 de
octubre del 1966: "A mis sesenta y cinco años, he hecho un descubrimiento maravilloso. Me encanta
celebrar la Santa Misa, pero ayer me costó un trabajo tremendo. ¡Qué esfuerzo! Vi que la Santa Misa es
verdaderamente Opus Dei, trabajo, como fue un trabajo para Jesucristo su primera Misa: la Cruz. Vi que
el oficio del sacerdote, la celebración de la Santa Misa es un trabajo para confeccionar la Eucaristía; que
se experimenta dolor, y alegría, y cansancio. Sentí en mi carne el agotamiento de un trabajo divino" . 166
En una acción de gracias después de la Santa Misa, que San Josemaría Escrivá de Balaguer
formuló en voz alta ante un grupo de hijos suyos un año antes de su marcha al Cielo, se pone de
manifiesto su profunda Unión con Jesucristo, a quien acababa de recibir en la Sagrada Comunión: "Es
bueno que cada uno de nosotros invoque a su Ángel Custodio, para que sea testigo de este milagro
continuo, de esta Unión, de esta comunión, de esta identificación de un pobre pecador —eso es cada uno
de vosotros, y sobre todo yo, que soy un miserable— con su Dios (...) Entonces, sabiendo que nos
escucha, que nos ama; sabiendo que somos Cristo —porque Él nos asume de alguna manera—, nos da
alegría alabarlo así: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo" . 167
163 Mons. ÁLVARO DEL PORTILLO, Sacerdotes para una nueva evangelización, en AA. VV., La formación de los
sacerdotes en las circunstancias actuales, Actas del XI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra,
Pamplona 1990, p. 996.
164 Testimonio recogido en Romana Postulación de la Causa de Beatificación y canonización del Siervo de Dios
Josemaría Escrivá de Balaguer. Artículos del Postulador, Roma 1979, n. 384. Otros testimonios en el mismo sentido, en
los nn. 378-387.
165 Pilar URBANO, El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1995, p. 193.
166 Mons. ÁLVARO DEL PORTILLO, Sacerdotes para una nueva evangelización, cit. p. 996s.
167 Acción de gracias después de la Santa Misa, 26 de mayo de 1974, en el Centro de Estudos de Extensao
Universitaria (Sao Paulo), recogida en la revista Palabra, n. 336, mayo de 1992, p. 285.
32
3. Epílogo
Para finalizar estas páginas presentaré una breve reflexión sobre cuanto hemos visto a lo largo de
ellas.
Los testimonios que hemos traído a colación muestran que la Unión mística con Cristo en la
Eucaristía es la máxima Unión con Dios que el cristiano puede alcanzar en esta tierra. En el Sacramento
del Amor, Cristo se manifiesta de modo supremo a los fieles que gozan de una vida espiritual muy
desarrollada y que, como fruto de su gran amor a Dios, desean unirse verdaderamente con Cristo en la
Eucaristía. Así, Estos adquieren una profunda certeza de la presencia de Jesús en el Santísimo
Sacramento, siempre a través de la fe, pero de una fe que se ha hecho gustosa, contemplativa, cuyo
contenido ya no es posible poner en duda, porque es capaz de percibir de un modo vivencial o
experimental dicha presencia. Por ello, hemos comprobado que se utilizan vocablos relacionados con el
conocimiento sensible, como sentir, gustar, tocar, etc., para expresar ese contacto inefable con Jesús
eucarístico.
Aun cuando en la Unión mística con Cristo en la Eucaristía se hayan producido en algunos casos
fenómenos extraordinarios concomitantes, sin embargo, pienso que es posible afirmar que la mayoría de
las veces, esta Unión se verifica sin la presencia de tales fenómenos. En algunos de los testimonios antes
ofrecidos, hemos visto que se dan explicaciones basadas en la actuación de las virtudes teologales
enriquecidas por los dones del Espíritu Santo, especialmente por el don de Sabiduría, y tanto esas
virtudes como estos dones son otorgados a todo cristiano con la gracia bautismal. En buena lógica,
pienso que se deba concluir que la Unión mística con Cristo en la Eucaristía, que lleva a una percepción
viva de su presencia en este Sacramento, está al alcance de todos los fieles que aspiren seriamente a la
santidad y sean dóciles a la actuación santificadora del Espíritu Santo.
33
TEMA 4
día de la semana fue llamado desde muy pronto por los cristianos domingo o día del Señor, como
testimonian el libro del Apocalipsis y San Ignacio de Antioquía . También la Didakhé, a fines del
169 170
siglo I o primera mitad del II, enseñaba que, en el día del Señor, los cristianos se reunían para celebrar
la Eucaristía . Por su parte, San Justino, en su Apología primera, escrita hacia el año 153, dedicada al
171
emperador Antonino Pío, al Senado y al pueblo romano, sigue la costumbre pagana de llamar "día del
sol" al primer día de la semana, para ser comprendido por sus lectores, y describe la liturgia eucarística
que se celebraba en ese día, como veremos un poco más adelante . 172
En otro antiguo documento, llamado la Tradición Apostólica, que se atribuye a San Hipólito de
Roma (235), se hace esta breve referencia a la celebración eucarística dominical: "El domingo (dies
prima sabbati) el obispo, si es posible, distribuirá la Comunión por su propia mano a todo el pueblo,
mientras los diáconos fraccionan el pan" . 173
Los primeros cristianos consideraban a la Eucaristía como el verdadero centro del domingo y por
ello, desde los primeros siglos, "los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de
participar en la asamblea litúrgica. "Dejad todo en el día del Señor —dice, por ejemplo, el tratado del
siglo III titulado Didascalia de los Apóstoles— y corred con diligencia a vuestras asambleas, porque es
vuestra alabanza a Dios. Pues, ¿qué disculpa tendrán ante Dios aquellos que no se reúnen en el día del
Señor para escuchar la palabra de vida y nutrirse con el alimento divino que es eterno?"" . Muestra 174
fehaciente de la seriedad con que los fieles de los primeros siglos Vivian el precepto dominical lo
constituye el hecho de que, durante la persecución de Diocleciano, fueron muchos los cristianos
valerosos que desafiaron el edicto imperial que prohibía sus asambleas y aceptaron la muerte con tal de
no faltar a la Eucaristía dominical. Es el caso de los mártires de Abitene, en África proconsular (en la
actualidad Túnez), a quienes se les podría dar el nombre de mártires del domingo . Detenidos por
175
reunión ilegal, comparecen ante el procónsul, que les reprocha haber infringido los edictos imperiales y
haber celebrado la Eucaristía en casa de uno de ellos. Saturnino le responde: "Hemos de celebrar el día
del Señor. Es nuestra ley". Después le toca a Emérito. "¿Se celebraron en tu casa reuniones
prohibidas?", le pregunta el procónsul. "Sí, hemos celebrado el día del Señor", responde Emérito. Y el
interrogatorio continúa así:
Como se observa en estos textos, aquellos mártires habían celebrado la Eucaristía en casa de uno
de ellos. Esto sucedía porque las reuniones cristianas, al no estar autorizadas por la ley, no podían tener
lugar al aire libre como las de los paganos, sino que se desarrollaban generalmente en una casa privada,
que poseyera una habitación lo suficientemente amplia para acoger a la comunidad, normalmente una
estancia en el piso superior, pues allí es donde se encontraba lo que hoy llamamos "living" o "sala de
estar", en las casas que la tenían . En Oriente, esta habitación alta se hallaba directamente bajo el techo
177
y era la habitación más tranquila y al mismo tiempo la más discreta. En Antioquía, Teófilo celebra la
Eucaristía en su casa. Esto sucede también en Esmirna, en tiempos de San Ignacio de Antioquía. El
autor de Philopatris describe una asamblea litúrgica que tiene lugar en una casa muy rica, en el piso de
arriba. La historia de Tecla nos muestra en Iconio a la joven escuchando desde su ventana predicar a
San Pablo en una reunión litúrgica de la casa de enfrente. En una casa romana, que había conservado el
plano de lo que primitivamente era un domicilio de campesinos, se prefirió para las reuniones el
triclinium, un amplio comedor . 178
En el siglo III, algunas de esas casas privadas fueron acondicionadas para usos exclusivamente
litúrgicas. La casa-iglesia más antigua que se conserva está en Doura-Europos, a orillas del Eufrates, y
es anterior al año 256. Se trata de una casa como las demás, situada en una esquina de la calle. En ella
hay una gran sala que servía para la reunión y otra más pequeña se había trasformado en baptisterio.
documento.
174 JUAN PABLO II, Carta apostólica Dies Domini, 31-V-1998.
175 Cfr. A. HAMMAN, La vida cotidiana de los primeros cristianos, Palabra, Madrid 1985, p. 204.
176 Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum martyrum in Africa, 7, 9, 10 (PL 8, 707.709-710). El
acontecimiento se sitúa en el año 304.
177 Cfr. A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit., p . 343.
178 Cfr. A. HAMMAN, La vida cotidiana de los primeros cristianos, cit., p. 205.
35
Hay que señalar que el lugar de culto está orientado hacia levante y que unos frescos atestiguan su
destinación litúrgica . 179
A fines del siglo III se comienzan a edificar construcciones expresamente pensadas para el culto
cristiano. Estos edificios no podían seguir el modelo de los templos paganos, moradas de los dioses,
cuya parte principal, que contenía la estatua o los símbolos divinos, era de dimensiones pequeñas. Se
necesitaban espacios amplios para albergar al pueblo cristiano. Por ello se toman en consideración las
basílicas imperiales: edificios públicos que sirven a la vez para administrar justicia y celebrar reuniones
políticas. De forma rectangular, generalmente divididas en tres, o incluso en cinco naves, por una doble
o cuádruple hilera de columnas, están cubiertas por un techo de armazón a la vista. En un extremo, a
menudo al fondo de un ábside, se halla la sede del juez o del presidente. Era fácil adaptar un conjunto
así al uso litúrgico. El lugar del obispo y de su presbiterio era muy apropiado; bastaba prever un ambón
para las lecturas y un altar delante del espacio donde se agrupaba la asamblea. A partir de la paz
constantiniana, las basílicas se multiplican y su adaptación se hace de modo variable según las
regiones .180
¿Cuándo se reunían los primeros cristianos para la celebración eucarística dominical? En los
primeros tiempos de la Iglesia, los días festivos de los calendarios griego y romano no coincidían con el
domingo cristiano, que por consiguiente era casi siempre un día laborable. Esto comportaba para los
cristianos una notable dificultad para observar el día del Señor, porque se veían obligados a reunirse
antes del amanecer, para que, al llegar el alba, cada cual pudiera acudir a su trabajo ordinario. Este
hecho es constatado en el siglo II por el gobernador de Bitinia, Plinio el Joven, quien habla de la
costumbre de los cristianos "de reunirse un día fijo antes de salir el sol y de cantar juntos un himno a
Cristo como a un dios" . También Tertuliano (220) testimonia esta práctica cuando escribe: "El
181
sacramento de la Eucaristía, confiado por el Señor en el tiempo de la cena, lo tomamos también en las
reuniones del amanecer (antelucanis coetibus)" . 182
Como ya se había indicado poco antes, en su Apología primera, San Justino nos ha dejado la
primera descripción de la celebración eucarística dominical: "Y el día llamado del sol se tiene una
reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y se leen los
comentarios de los apóstoles o las escrituras de los profetas, mientras el tiempo lo permite. Luego,
cuando el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la imitación de estas cosas
excelsas. Después nos levantamos todos a una y recitamos oraciones; y, como antes dijimos, cuando
hemos terminado de orar, se presenta pan y vino y agua y el que preside eleva, según el poder que en él
hay, oraciones, e igualmente acciones de gracias y el pueblo aclama diciendo el Amén. Y se da y se
hace participante a cada una de las cosas eucaristizadas, y a los ausentes se les envía por medio de los
diáconos" . Vemos aquí que la Eucaristía se celebraba en Roma a mediados del siglo II según la
183
estructura fundamental que se ha perpetuado hasta nuestros días: la reunión, la liturgia de la palabra, que
incluye las lecturas, la homilía y la plegaria universal, y la liturgia eucarística, con la presentación del
pan y el vino, la acción de gracias consagratoria y la comunión.
Desde el punto de vista espiritual cabe señalar cómo los fieles, con la palabra "Amén", ponen en
cierto modo la rúbrica a la plegaria consagratoria del celebrante . Ellos pronunciaban esta palabra con
184
todas sus fuerzas, la vociferaban, como dirá más tarde San Jerónimo "como un trueno de Dios" . 185
También vale la pena indicar el hecho de que todos los asistentes comulgan con el pan y el vino
"eucaristizados", y de que los ausentes, los enfermos y personas de edad no son olvidados, porque los
diáconos les llevan la comunión.
Asimismo, al acabar la descripción de la celebración litúrgica, San Justino menciona la
solidaridad cristiana, como un fruto de la participación en el Sacramento del Amor: "Los ricos que
quieren, cada uno según su voluntad, dan lo que les parece, y lo que se reúne se pone a disposición del
que preside y Él socorre a los huérfanos y a las viudas y a los que por enfermedad o por cualquier otra
causa se hallan abandonados, y a los encarcelados, y a los peregrinos, y, en una palabra, Él cuida de
cuantos padecen necesidades" . 186
de la Eucaristía, pero falta en el texto. A este respecto, escribe Martimort: "Sin duda falta el relato de la
institución, pero el texto ofrecido se presenta únicamente como un esquema de libre composición; es lo
que parece venir indicado al final del pasaje: "A los profetas, permitidles que den gracias cuantas
quieran"" . Leyendo este texto se concluye fácilmente que la acción de gracias cristiana aparece como
188
la heredera de la berakah, o bendición judía. Está impregnada sobre todo de una contemplación del
Señor como autor de todas las maravillas de la creación y de la historia de la salivación, de una actitud
de alabanza que se traducirá con la palabra griega eucaristía. En la Didakhé, este término se convierte
ya en el término técnico para designar la celebración litúrgica dominical.
Más adelante, en el capítulo 14, se encuentra esta breve regulación de la celebración eucarística
dominical: "Reunidos cada día del Señor, poned el pan y dad gracias, después de haber confesado
vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Todo aquel, empero, que tenga contienda con
184 San Justino había hecho referencia anteriormente a esta palabra del modo siguiente: "Habiendo terminado él
[el que preside] las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén. Amén significa, en
hebreo, así sea" (Apología primera, 65, 3-4: Solano I, 91).
185 Cfr. A. HAMMAN, La vida cotidiana de los primeros cristianos, cit., p. 210.
186 S. JUSTINO, Apología primera, 67, 6 (Solano I, 94).
187 Didakhé, 10, 1-6, en Padres Apostólicos, cit., p. 87s.
188 A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit., p. 332.
37
su compañero, no se junte con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane
vuestro sacrificio. Porque Este es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se
me ofrece un sacrificio puro, porque yo soy el rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable
entre las naciones (Cfr. Mal 1, 11-14)" . Como se puede observar aquí, la penitencia previa a la
189
La estructura del texto sigue muy de cerca la descripción de San Justino anteriormente vista, y
nos ofrece el esquema fundamental de la Plegaria Eucarística: 1) Diálogo entre el obispo y la asamblea;
2) Prefacio o expresión de la acción de gracias, con una formulación claramente cristológica; 3) Relato
de la institución, de una gran sobriedad, ateniéndose a lo fundamental, con las palabras consagratorias
de Jesús; 4) Memorial (Anámnesis) y ofrenda de la Iglesia; 5) Epíclesis (invocación del Espíritu Santo
sobre los dones y los comulgantes); 6) Doxología (glorificación solemne de Dios Uno y Trino); 7)
Amén final, que se trata ciertamente de una respuesta de la asamblea, como enseñaba con claridad San
Justino.
de Dios cuando comulgan, ya que el pan y el vino eucarísticos son como el vehículo que utiliza el
Paráclito para producir sus frutos en la vida de los que los reciben: dicho de otro modo, la vida divina
llega a la comunidad a través de las especies eucarísticas y debe manifestarse en la vida de los fieles . 193
claramente anterior. Se trata de una oración consagratoria de alabanza y acción de gracias dirigida a la
Trinidad, en la que se recuerdan sus intervenciones salvíficas. La estructura de la Anáfora comprende el
Prefacio, al que debía de seguir el Sanctus (que no figura en el texto), el post Sanctus (que termina con
la invocación Amén), la Anámnesis, la epíclesis y la doxología . Leemos en la Anámnesis: "Y también,
195
Señor, nosotros, tus pobres servidores, débiles y míseros, que estamos congregados y asistimos ante tu
presencia en este instante, hemos recibido por tradición el sacramento que viene de ti, alegrándonos,
glorificando, exaltando, conmemorando y celebrando este misterio grande y tremendo de la Pasión, de
la Muerte, de la Sepultura y de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo" . Aquí se afirma la 196
presencia sacramental del Cuerpo y la Sangre de Cristo y se identifica el sacramento que Él nos dio
con el misterio de su Pasión y Resurrección. Es interesante advertir que en este texto, la Eucaristía se
presenta, en primer lugar, como el memorial de la Pasión y Muerte de Cristo, y sucesivamente se
menciona todo el misterio Pascual del Señor, centro de la Historia de la Salvación, como lo hace
también la Anámnesis de la Plegaria Eucarística de la Tradición Apostólica " . 197
La epíclesis reza así: "Venga, Señor, tu Espíritu Santo y descienda sobre esta oblación de tus
siervos, y la bendiga y la santifique, a fin de que sea para nosotros, Señor, para remisión de las deudas
y perdón de los pecados, para la gran esperanza de la resurrección de los muertos y para la vida eterna
en el reino de los cielos con todos los que han sido agradables a tus ojos" . En esta oración se evocan
198
los frutos de la Eucaristía, aunque no se afirme explícitamente que se reciben en la Comunión. Sin
embargo, estos frutos se presentan indirectamente como la obra del Espíritu invocada sobre las ofrendas.
Como habíamos observado anteriormente en la epíclesis de la Plegaria Eucarística de la Tradición
Apostólica, también aquí la Iglesia pide el cumplimiento del acto ritual en la vida de los fieles.
192 Como se puede observar, aquí se invoca la acción del Esp’ritu Santo para que aplique los frutos del sacrificio
sobre los comulgantes. Todavía no se pide explícitamente al Espíritu Santo su intervención para que transforme las
ofrendas, lo cual sucederá en las Plegarias Eucarísticas elaboradas en la segunda mitad del siglo IV. Sobre este tema, cfr.
A.G. MARTIMORT, L’Esprit Saint dans la liturgie, in AA.VV., Credo in Spiritum Sanctum (Atti del Congresso
Internazionale di Pneumatologia), Roma 1982, Citté del Vaticano 1983, vol. 1, p. 528.
193 Cfr. A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit., p. 335s.
194 "Anñafora" significa originalmente oblación u ofrenda. En la liturgia oriental se utiliza este término para
designar la Plegaria Eucarística. La Anáfora de Adday y Mari tiene sus orígenes en la comunidad cristiana de lengua
aramea que vivió en Mesopotamia, desde Edesa hasta la desembocadura del Tigris y del Eufrates. Adday es considerado un
evangelizador de Edesa y Mari un discípulo suyo.
195 Sobre el problema de la ausencia del relato de la institución, cfr. A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit.,
p. 340.
196 Anáfora de Adday y Mari, 4, citada en A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit., p. 338.
197 Vid. supra, nota 24.
198 Anáfora de Adday y Mari, 5, citada, en A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, cit., p. 338s.
39
con la adecuada disposición a recibir el Santísimo Sacramento. Por ejemplo, Orígenes (253) escribe que
la superior virtud que hay en el pan y en el cáliz eucarísticos obra lo mejor donde hay mejor disposición,
y causa la condenación donde hay peor disposición , y en otro lugar dice: "Nosotros comemos los panes
200
ofrecidos con la acción de gracias y la oración que se hacen sobre los dones recibidos, panes hechos por
la oración un cuerpo santo y santificador de los que se sirven de Él con sano propósito" . Y San 201
Cipriano (258), después de poner algunos ejemplos de cristianos que se han acercado indignamente a
recibir la Eucaristía, afirma: "A quien no lo merece, no le aprovecha para la salivación lo que recibe" . 202
enseñaba San Justino: "Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía; del cual a ningún otro es licito
participar sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado con el Bautismo
para perdón de los pecados y para regeneración" . Y la Tradición apostólica exhorta a que "todos
204
eviten con diligencia que el infiel coma de la Eucaristía . Por su parte, San Cipriano escribe: "Por el
205
Bautismo se recibe el Espíritu Santo, y así bautizados y habiendo conseguido el Espíritu Santo, se llega
a beber el cáliz del Señor" . Igualmente, Firmiliano, obispo de Cesarea (268): "Cuán grande delito es el
206
de quienes son admitidos o el de quienes admiten a tocar el Cuerpo y Sangre del Señor, no habiendo
lavado sus manchas por el Bautismo de la Iglesia, ni habiendo depuesto sus pecados, habiendo usurpado
temerariamente la Comunión" . 207
Como consecuencia del Bautismo, la fe es necesaria para recibir y aprovechar la Eucaristía. As’
lo afirma Clemente de Alejandría (antes del 215): "La mezcla de ambos, es decir, de la bebida y del
Verbo, se llama Eucaristía, laudable y preclara gracia. De la cual quienes son participes por la fe son
santificados en cuerpo y alma" . También la Tradición apostólica dice que, si el cristiano recibe con fe
208
la Eucaristía, "aunque se le dé veneno mortal, no tendrá el veneno poder sobre él" . Un antiguo epitafio,
209
de fines del siglo II, dice así: "La fe me guiaba por todas partes, y me presentó como alimento el pez del
manantial" . La fe presenta como alimento la Eucaristía, bajo la forma de un pez, que designa aquí’ a
210
Junto a la fe, es también necesario el amor, como leemos en San Ignacio de Antioquía: "De la
Eucaristía y de la oración se apartan [los docetas], porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de
nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por bondad resucitó el Padre.
Por tanto, los que contradicen al don de Dios litigando, se van muriendo. Mejor les fuera amar para que
también resuciten" . Aquí el santo Obispo muestra que la Eucaristía y la caridad son dos realidades
212
estrechamente relacionadas e inseparables, de tal modo que una no subsiste sin la otra. Los herejes se
han separado de la Comunión no sólo porque no creen en la Encarnación, sino también porque no
practican la caridad, como el mismo San Ignacio había señalado así un poco antes: "Respecto a los que
profesan doctrinas ajenas a la gracia de Jesucristo, venido a nosotros, daos cuenta cabal de cuán
contrarias son al sentir de Dios. La prueba es que no les importa nada la caridad; no atienden a la viuda
y al huérfano, no prestan la menor atención al atribulado, ni se preocupan de quién está encadenado o
suelto, hambriento o sediento" . Por otro lado, el amor a Jesucristo engendra el deseo ardiente de
213
recibirlo en la Eucaristía, según se lee en otro antiguo epitafio del siglo II-III: "Recibe el alimento, dulce
como la miel, del Salvador de los Santos, come con avidez, teniendo el pez en tus manos. Que yo me
sacie con el pez; lo deseo ardientemente, Señor Salvador" . Asimismo, otra manifestación del amor a la
214
Eucaristía es el cuidado con que se han de custodiar las especies consagradas, como exhorta la
Tradición apostólica diciendo que hay que evitar con toda diligencia que los ratones o algún otro animal
coma de la Eucaristía y también que nada en absoluto caiga de ella y se pierda, porque "es el cuerpo de
Cristo, del cual todos los fieles se alimentan y no debe ser despreciado" ; y continúa diciendo: "Porque
215
cuando has bendecido el cáliz en el nombre del Señor, lo tomas como Sangre de Cristo. Ten, pues,
cuidado y procura no derramar algo de Él, no vaya a lamerlo un espíritu extraño, no se aíre Dios contra
ti como despreciador y seas reo de la Sangre de Cristo, como quien desprecia el precio por el cual ha
sido redimido" . Lo mismo enseñaba Tertuliano, donde dice: "Sufrimos ansiedad si cae al suelo algo de
216
Otro grupo de testimonios afirman que la rectitud de vida y la pureza de conciencia, así como la
del alma y del cuerpo, son necesarias para recibir dignamente a Jesús Sacramentado. En este sentido, la
Didakhé enseñaba: "Romped el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin
de que vuestro sacrificio sea puro" , y poco antes había afirmado: "El que sea santo que se acerque, el
218
que no lo sea, que haga penitencia" . Y San Justino sostiene que no es licito participar en el alimento
219
211 Existen pruebas de que Jesucristo era llamado "pez" a fines del siglo II, en Asia Menor, Egipto, "frica
proconsular, Galia meridional y Roma. El testimonio m‡s antiguo es, precisamente, el epitafio de Abercio. Semejante
denominación responde al hecho de que las letras de la palabra pez, en griego, abrevian la frase, también en griego:
"Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador", recogiendo la primera letra de cada una de estas palabras, en suma, formando un
acróstico. Es éste uno de los testimonios más antiguos de la llamada "disciplina del arcano", consistente en hablar de tal
manera de los más sublimes ritos y creencias cristianos que no quedasen éstos expuestos al peligro de incomprensión o
burla por parte de los infieles (Cfr. Ibid., 120 y 122).
212 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Esmirneos, 7, 1 (Solano I, 74). Poco antes, San Ignacio había
afirmado que quien reniega de Cristo no reconociendo que se ha encarnado verdaderamente, es como un cadáver
ambulante, literalmente un nekroforos, portador de cadáver (Cfr. Ibid., 5, 2, en Padres Apostólicos, cit., p. 491)
213 Ibid., 6, 2, en Padres Apostólicos, cit., p. 492.
214 Epitafio de Pectorio (Solano I, 124). Este epitafio fue descubierto en 1839, en un cementerio cercano a Autìn
(Francia). La inscripción es un pequeño poema que presenta, a la izquierda, en los cinco primeros versos, el acróstico del
pez, al que nos hemos referido anteriormente. Este símbolo inspira y domina todo el poema, donde se recuerda la
Eucarist’a como manjar sabroso del alma, bajo la forma de un pez (Cfr. Ibid., 124).
215 SAN HIPÓLITO DE ROMA, Tradición apostólica, 37 (Solano I, 175).
216 Ibid.
217 TERTULIANO, Sobre la corona, 3 (Solano I, 147).
218 DidakhŽ, 14, 1, en Padres Apostólicos, cit., p. 91.
41
eucarístico si no se vive como Cristo enseñaba . Asimismo, Orígenes escribe: "Con respecto al pan del
220
Señor, el provecho para quien lo usa está en participar del pan con mente inmaculada y pura
conciencia" . Algo semejante enseñaba San Dionisio de Alejandría: "Será prohibido acercarse a las
221
cosas santas y al Santo de los santos al que no sea completamente puro en alma y cuerpo" . Por su 222
parte, San Cipriano enseñaba que no se puede recibir la Eucaristía quien haya cometido algún delito de
importancia . 223
La humildad es una virtud necesaria para recibir con fruto la Eucaristía, ensenaba–a San Hipólito
de Roma: "Nosotros recibimos su Cuerpo y su Sangre, pues Él es la prenda de la vida eterna para todo
aquel que con humildad se acerca a él" . 224
La reconciliación fraterna es otro de los requisitos para acercarse a la Eucaristía, según se lee en
la Didakhé: "Todo aquel que tenga contienda con su compa–ero, no se junte con vosotros hasta que no
se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio" . Y también San Cipriano afirma:
225
"Y al que llega con una enemistad al sacrificio, Dios le aleja del altar y le manda que haga primero las
paces con su hermano; entonces, volviendo con paz, que ofrezca a Dios su ofrenda, porque tampoco a
los dones de Caín miró Dios, pues no podía tener a Dios pacífico quien no tenía paz con su hermano a
causa de la discordia de los celos" . 226
Finalmente, recogemos dos testimonios donde se refleja la práctica del ayuno eucarístico como
muestra de respeto y reverencia hacia el Santísimo Sacramento. Así Tertuliano, dirigiéndose a las
esposas cristianas, escribe: "Vuestras perlas son también las acciones brillantes de vuestra conducta
diaria. Cuantas más procuras ocultarlas, tanto más sospechosas las harás y más excitarás a la curiosidad
gentil a que quiera verlas: ¿Quedarás oculta tú cuando (...) aun durante la noche te levantas a orar y no
parecerá que obras algo de magia? ¿No sabrá el marido qué gustas en secreto antes de cualquier otro
manjar?, y si supiere que es pan, ¿no creerá que es aquel pan del que se habla?" . Y también San 227
Hipólito de Roma escribe: "Cada fiel procure tomar la Eucaristía, antes de que haya probado ninguna
otra cosa" .
228
4. Eucaristía y martirio
La Eucaristía, alimento de la vida cristiana, sostiene de modo particular al mártir, como señala
San Cipriano, cuando dice que "no puede ser apto para el martirio quien no es armado por la Iglesia para
la lucha, y cede el espíritu que no es levantado e inflamado por la recepción de la Eucaristía , y 229
también: "Amenaza ahora una lucha más dura y feroz, a la cual se deben preparar los soldados de Cristo
219 Ibid., 10, 6, en Padres Apostólicos, cit., p. 88. Según Martimort, esta fórmula puede significar tanto una
invitación a celebrar la Eucaristía, como una monición antes de la Comunión (cfr. A.G. MARTIMORT, La Iglesia en
oración, cit., p. 332).
220 Cfr. SAN JUSTINO, Apología primera, 66, 1 (Solano I, 92)
221 ORÍGENES, Comentario a San Mateo, 11, 14 (Solano I, 190).
222 SAN DIONISIO DE ALEJANDRÍA, Carta al obispo Basílides, 2, 4 (Solano I, 264).
223 Cfr. SAN CIPRIANO, Sobre la oración dominical, 18 (Solano I, 249).
224 SAN HIPÓLITO DE ROMA, Fragmentos exegéticos. Gén 38, 19 (Solano I, 161).
225 Didakhé, 14, 2, en Padres Apostólicos, cit., p. 91.
226 SAN CIPRIANO, Sobre la unidad de la Iglesia Católica, 13 (Solano I, 216).
227 TERTULIANO, A la esposa, 2, 5 (Solano I, 137). Por este texto y por otros consta que se guardaba la Eucaristía
en casa y se manifiesta la costumbre de comulgar en ayunas, cosa que estaba en armonía con la celebración litìrgica de la
Eucaristía al amanecer, como hemos visto anteriormente (vid. supra, notas 14 y 15).
228 SAN HIPÓLITO DE ROMA, Tradición apostólica, 37 (Solano I, 175).
229 SAN CIPRIANO, Carta 57, 4 (Solano I, 207).
42
con una fe incorrupta y una virtud robusta, considerando que por eso beben todos los días el cáliz de la
sangre de Cristo, para poder derramar ellos mismos la sangre por Cristo" . 230
En los primeros siglos, el mártir es el modelo de la imitación de Cristo, pues llega a identificarse
totalmente con Él, al reproducir perfectamente su Muerte. Por ello se establece un paralelismo entre la
Eucaristía y el martirio, ya que éste realiza la Unión plena y definitiva con Cristo, comenzada en la
Comunión eucarística.
Encontramos esta idea en un bello texto de San Ignacio de Antioquía: "Por lo que a mí toca,
escribo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco que yo estoy pronto a morir de buena gana por Dios,
con tal que vosotros no me lo impidáis. Yo os lo suplico: no mostráis para conmigo una benevolencia
inoportuna. Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de
Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como pan puro de Cristo" . 231
Las imágenes del trigo y del pan utilizadas por San Ignacio evocan la Eucaristía. Jesucristo ha enseñado
que el grano de trigo debe morir para dar fruto ; por consiguiente, San Ignacio espera su muerte para
232
dar fruto, ya que los dientes de las fieras lo triturarán como trigo para hacerlo pan puro de Cristo. Desde
el punto de vista alimenticio, "pan puro" significaba en la antigüedad un pan de alta calidad; desde el
punto de vista religioso, el pan puro era usado para los sacrificios o comidas rituales, tanto en el mundo
griego como en el judío. En el Nuevo Testamento, el pan asume un valor simbólico. En efecto, Jesús se
presenta a s’ mismo como el Pan que ha bajado del cielo para dar la vida a los hombres, refiriéndose a la
Eucaristía . San Ignacio, a través del martirio, se transformará en pan puro. Su muerte será, como la
233
Eucaristía, un sacrificio, una entrega total y completa a Dios. De este modo, el mártir actualiza en s’
mismo el significado profundo de la Eucaristía: ser don total y vivificante para los hombres, presencia
de Cristo muerto y resucitado. El martirio es, por tanto, para San Ignacio como la ofrenda litúrgica de la
propia vida.
El carácter litúrgico del martirio se pone también de manifiesto en el Martirio de San
Policarpo . En efecto, este mártir, sobre la pira donde estaba a punto de ser quemado, levantando sus
234
ojos al cielo, pronuncia la siguiente oración: "Señor Dios Omnipotente: Padre de tu amado y bendecido
siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti, Dios de los ángeles y de las
potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya: Yo te
bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el
cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo:
Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano
me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido. Tú, el infalible y verdadero Dios" . Esta 235
oración presenta claras reminiscencias litúrgicas y ha sido formulada con una estructura anafórica por su
autor, que probablemente habría escuchado la oración consagratoria de San Policarpo durante la
celebración eucarística. El lenguaje aquí’ utilizado permite establecer un paralelismo entre la liturgia
eucarística que celebra el Misterio Pascual de Jesucristo y el martirio de San Policarpo, que sobre el
altar del patíbulo se ofrece a sí mismo a Dios. La referencia al cáliz y más adelante al "pan que se
consiguiente, continúa el sacrificio de Cristo; celebra, por as’ decir, una liturgia con el don de su vida,
porque la muerte constituye una verdadera acción de gracias, una Eucaristía en su más profundo sentido
existencial.
En definitiva, el fundamento del paralelismo entre la Eucaristía u el martirio consiste en que
"una y otro actualizan el mismo misterio de salud que se cumple en la Iglesia; la una en el sacramento
del sacrificio de la Cruz; el otro, en el sacrificio de la existencia cristiana. En uno y otro caso, el cuerpo
roto, la sangre vertida forjan la comunidad, propulsan en la vida de los miembros la vida de Dios
comunicada por Cristo. El vocabulario sacrificial de los mártires en su oración atestigua a su manera la
conciencia del carácter sacerdotal de su oblación: el miembro participa en la oblación del sumo
sacerdote" .
237
236 Martirio de San Policarpo, 15, 2, en Ibid., p. 683: "Estaba en medio de la llama no como carne que se asa,
sino como pan que se cuece o cual oro y plata que se acendra al horno. Y a la verdad, nosotros percibimos un perfume tan
intenso cual si se levantara una nube de incienso o de cualquier otro aroma precioso".
237 A. HAMMAN, La oración, Herder, Barcelona 1967, p. 600.
44
TEMA 5
En este quinto y último tema vamos a estudiar las relaciones entre el Espíritu Santo y la
Eucaristía desde una doble perspectiva. Primeramente, analizaremos la manera en que el Espíritu divino
interviene para hacer presente a Cristo en la Eucaristía y seguidamente veremos cómo el cristiano recibe
al Espíritu Santo en ella.
San Efrén el Sirio (373) predicaba así durante una Semana Santa: "A vosotros os conviene y os
es provechoso el comer una pascua nueva (...) En adelante habéis de comer una pascua limpia y pura,
esto es, el pan, el perfecto fermento, que amasa y cocina el Espíritu Santo" , y en otro lugar escribe:
239
"No es capaz el sacerdote de hacer del pan el Cuerpo de Cristo, sino que lo hace otro, el Espíritu
Santo" .
240
San Cirilo de Jerusalén (386) enseña: "Después que nos hemos santificado a nosotros mismos
con estos himnos espirituales, invocamos al Dios amador de los hombres, para que envíe su Santo
Espíritu sobre la oblación, para que haga al pan Cuerpo de Cristo y al vino Sangre de Cristo. Pues
ciertamente cualquier cosa que tocare el Espíritu Santo será santificada y cambiada" , y más adelante
241
añade: "Después de estas cosas dice el sacerdote: "Las cosas santas para los santos". Santas son las cosas
que están delante, que han recibido la venida del Espíritu Santo" . 242
San Optato de Milevi ( después del 385) reprocha a los obispos cismáticos donatistas: "¿Qué
cosa tan sacrílega como romper, raer, remover los altares de Dios, en los cuales también vosotros
ofrecisteis sacrificios alguna vez, los cuales han sostenido los votos del pueblo y los miembros de
Cristo, a donde ha sido invocado el Dios omnipotente, a donde bajó el Espíritu Santo tras haber sido
rogado (quo postulatus descenderit Spiritus Sanctus), de donde muchos han recibido la prenda de la
salivación eterna y la defensa de la fe y la esperanza de la resurrección?" . 243
San Ambrosio (397), refiriéndose al sacrificio eucarístico, proclama que el Espíritu Santo "con
el Padre y el Hijo es nombrado por los sacerdotes en el Bautismo y es invocado en las oblaciones ( in
oblationibus invocatur)" . 244
San Juan Crisóstomo ( 407) reprocha a algunos fieles que suscitan tumultos y discordias en la
Iglesia, mientras "el sacerdote está ante la sagrada mesa con las manos levantadas al cielo llamando al
Espíritu Santo para que venga, para que nos conceda los dones que pedimos (...); cuando el Espíritu nos
entrega su gracia, cuando baja, cuando toca las ofrendas, cuando ves al Cordero inmolado y
consumado" . Y en otro lugar: "No es cosa humana aquella oblación, sino que la gracia del Espíritu
245
Santo, que con su presencia todo lo penetra, es la que lleva a cabo aquel místico sacrificio. Porque,
aunque sea hombre el que allí asiste, es Dios quien obra por su medio" . Y en su tratado sobre el 246
sacerdocio, establece una comparación entre Elías y el sacerdote que celebra la Eucaristía; mientras que
Elías hizo bajar fuego del cielo, "se presenta el sacerdote y hace bajar del cielo, no el fuego, sino al
Espíritu Santo . 247
Teodoro de Mopsuestia (428) establece una comparación entre los carbones ardientes de la
visión de Isaías y el misterio eucarístico, diciendo: "Había, pues, sobre el altar carbones ardientes,
248
revelación del misterio que se nos debía transmitir. Ahora bien, el carbón al principio era negro y frío,
pero cuando fue acercado al fuego se puso luminoso y caliente. El alimento del misterio sagrado debía
ser también una cosa semejante: porque lo que es presentado es pan y vino ordinarios, pero por la
venida del Espíritu Santo es cambiado en Cuerpo y en Sangre; as’ se transforma en la virtud de un
alimento espiritual e inmortal" . 249
San Agustín (430) escribe: "Llamo Cuerpo y Sangre de Cristo (...) al fruto formado de la semilla
terrena consagrado por la oración mística, siendo para el que le recibe salud del alma y memorial de la
pasión del Señor. Sacramento hecho visible por intervención de los hombres, pero santificado por la
acción invisible del Espíritu Santo (operante invisibiliter Spiritu Dei)" . 250
San Isidoro de Sevilla (636) habla de siete oraciones con las que se consagran los sacrificios
ofrecidos a Dios en la Misa. En relación con la sexta de ellas, la plegaria propiamente consagratoria,
escribe: ÒA partir de aquí’ viene la sexta, la conformación del sacramento, para que la oblación que se
ofrece a Dios, santificada por el Espíritu Santo, se conforme al Cuerpo y a la Sangre de Cristo" , y más 251
adelante, al explicar por qué son siete estas oraciones, escribe: "La razón de cuyo número parece haber
sido establecida o por la universalidad septenaria de la santa Iglesia o por el septiforme Espíritu de
gracia, por cuyo don son santificadas las cosas que se llevan al altar" . 252
se realiza no por mérito del celebrante, sino por la palabra de Cristo y el poder del Espíritu Santo, y
añade: "Es el mismo Cristo quien por medio de su Espíritu Santo transforma el pan en su Carne y el
vino en su Sangre; debemos creer que, en este misterio, mediante una operación invisible, el pan y el
vino se transforman en su Carne y en su Sangre: por el poder del Espíritu Santo, y por medio de la
palabra de Cristo" .253
Por su parte, San Alberto Magno (1280) escribe: "El Espíritu Santo sobreviene tanto en el seno
de la Virgen, donde nuestro pan es confeccionado por la mujer con la sabiduría eterna, como en el
sacramento donde la sustancia del pan es transustanciada en Cristo, y con su fuerza y acción divina
cumple todas las cosas" . 254
Santo Tomás de Aquino (1274) escribe: "La Transustanciación ha de atribuirse al Hijo (es propia
del Hijo), como a quien obra, porque Él es el sacerdote y víctima, y al Espíritu Santo como a quien en
virtud del cual se obra, porque Él es la fuerza que brota de Cristo para sanar" . Y en la Suma Teológica
255
enseñaba: "Cuando se dice que el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo por la sola potencia del
Espíritu Santo, no se excluye la fuerza instrumental que está en la forma (en las palabras de Cristo) de
este sacramento; como cuando se dice que sólo el herrero hace un cuchillo no se excluye por eso la
acción del martillo" . 256
Citaremos finalmente las palabras de un teólogo contemporáneo, Hans Urs von Balthasar (1988),
quien afirma: "Es el Espíritu Santo quien realiza las manifestaciones sacramentales de la presencia de
Cristo. El milagro de la Transustanciación no debe ser atribuido al Padre, quien recibe la ofrenda, ni al
Hijo, que es el mismo don ofrecido, ni a la Iglesia, que no hace más que rezar y ofrecer, sino al Espíritu
Santo. Aquí, como siempre, es Él quien actualiza y llena de contenido eterno la forma que está como a
la espera. El Espíritu es el Señor de los sacramentos" . 257
En una profesión de fe que Inocencio III ( 1216) impuso a los valdenses encontramos la
siguiente afirmación: "El pan y el vino, después de la Consagración son el verdadero Cuerpo y la
verdadera Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y en este sacrificio creemos que ni el buen sacerdote hace
más ni el malo menos, pues no se realiza por el mérito del consagrante, sino por la palabra del Creador y
la virtud del Espíritu Santo (in verbo efficitur Creatoris et in virtute Spiritus Sanctus)" . 259
El Concilio Vaticano II enseñaba que Cristo es el "Pan vivo por su carne, que da la vida a los
hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo" . 260
Dirigiéndose a los sacerdotes, Pablo VI había dicho: "El sacerdote puede realizar actos que
trascienden la eficacia natural, porque obra in persona Christi; pasa a través de Él una fuerza superior,
de la cual en determinados momentos es un valioso instrumento; es vehículo del Espíritu Santo. Una
relación única, una delegación, una confianza divina tienen lugar entre Él y el mundo divino" . 261
253 Liber de Corpore et Sanguine Domini, 12, 1 (PL 120, 1310 C).
254 De Sacrificio Missae, 3, 5, 1, citado en S. RINAUDO, La Liturgia epifania dello Spirito, L.D.C., Leumann
(Torino) 1980, p. 150.
255 In IV Lib. Sent., dist. 10, expos. text.
256 S. th., III, q. 78, a. 4, ad 1.
257 H.U. VON BALTHASAR, La théologie de l’histoire, Plon, Paris 1955, p. 99.
258 Tomo Necessarium quoque, contra Eutiques y Nestorio, 14 (Solano II, 954).
259 Carta Eius exemplo al arzobispo de Tarragona, 18-XII-1208 (DS 794).
260 CONCILIO VATICANO II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 5.
261 PABLO VI, Mensaje a todos los sacerdotes de la Iglesia Católica, 30-VI-1968, en "Insegnamenti di Paolo VI",
VI (1968) 314.
47
Y Juan Pablo II, como si estuviera comentando las palabras de su predecesor, decía a los
seminaristas y sacerdotes en Puerto Rico: "Recordad que actuáis tantas veces in persona Christi, in
virtute Spiritus Sancti" . 262
El Catecismo de la Iglesia Católica enseñaba: "Mediante la conversión del pan y del vino en su
Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con
fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión" . 263
D. El testimonio de la Liturgia
El clásico aforismo: Lex orandi, lex credendi se cumple una vez más en el tema que estamos
tratando, es decir, la relación entre la actuación del Espíritu Santo y la presencia de Cristo en la
Eucaristía. En efecto, en la liturgia eucarística, esto se pone de manifiesto en la oración llamada
epíclesis, así definida por el Catecismo de la Iglesia Católica: "La Epíclesis ("invocación sobre") es la
intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las
ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se
conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios" . Se distingue aquí’ entre la llamada epíclesis de
264
consagración—n, con la que se invoca la venida del Espíritu Santo para que consagre las ofrendas, y la
epíclesis de santificación o de comunión, con la que se le invoca para que haga participes a los fieles del
efecto santificador de la Eucaristía. Como hemos visto anteriormente, en las plegarias eucarísticas más
antiguas, como las de la Tradición apostólica y la Anáfora de Adday y Mari, la epíclesis es de
santificación. Sólo a partir del siglo IV aparecen en Oriente las de consagración, que en general se
encuentran antes de la narración de la institución de la Eucaristía en las liturgias de tradición
alejandrina, mientras que, en otras tradiciones litúrgicas, como la siria y la bizantina, está situada
después de la misma. Veamos seguidamente algunos ejemplos de epíclesis de consagración.
El capítulo VIII de las Constituciones apostólicas nos transmite el texto de una liturgia
eucarística de tradición siria occidental, celebrada en Antioquía, que se remonta a fines del siglo IV.
Después del relato de la institución y de la Anámnesis o memorial, se encuentra la siguiente epíclesis:
"Te suplicamos dirijas tu mirada favorable sobre estos dones que presentamos delante de ti, Dios que no
tienes necesidad de nada, y los halles agradables en consideración de tu Cristo, y envíes sobre este
sacrificio tu Espíritu Santo, testigo de los sufrimientos del Señor Jesús, de modo que manifieste que este
pan es el Cuerpo de su Cristo, y esta copa, la Sangre de tu Cristo, a fin de que los que participen de Él
sean confirmados en la piedad, obtengan la remisión de los pecados, sean librados del diablo y de su
engaño, llenos del Espíritu Santo, sean hechos dignos de tu Cristo, obtengan la vida eterna, habiéndote
reconciliado con ellos, Señor todopoderoso" . 265
262 JUAN PABLO II, Al clero de Puerto Rico, 12-X-1984, en "Insegnamenti di Giovanni Paolo II" VII/2 (1984)
910.
263 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1375.
264 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1105. Cfr. Institutio Generalis Missalis Romanum, n. 55c.
265 Constituciones apostólicas, 8, 12, 38, cit, en L. BOUYER, Eucaristía. Teología y espiritualidad de la oración
eucarística, Herder, Barcelona 1969, p. 265. Bouyer ve en esta ep’clesis un nexo de unión con las ep’clesis de santificación
de las más antiguas plegarias eucarísticas. Leamos sus palabras: "Así vemos que la antigua y primera invocación por el
cumplimiento en nosotros del misterio conmemorado, atrae a sí la oración por la aceptación del sacrificio, soldada muy
hábilmente con la expresión de éste, que había brotado del memorial. El enlace entre las dos ep’clesis primitivas se hace
por la petición de que el Espíritu que va a realizar en nosotros el misterio, manifieste (sin duda por ello mismo) que el
memorial es ciertamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Ibid., p. 267s).
48
envía sobre nosotros y sobre estos dones que te presentamos, a tu Espíritu totalmente santo, Señor y
vivificador, que comparte el trono contigo, Dios y Padre, y con tu Hijo único, y que reina contigo,
consustancial y coeterno, que habló en la ley y los profetas (...); envía tú mismo Espíritu totalmente
santo, Señor, sobre nosotros y sobre estos santos dones que te presentamos, a fin de que visitándolos con
su santa, buena y gloriosa presencia los santifique y haga de este pan el Cuerpo santo de Cristo [Amén
del pueblo] y de esta copa la Sangre preciosa de Cristo [otro Amén]" . 266
Con esta ánfora están emparentadas las liturgias atribuidas a San Juan Crisóstomo y a San
Basilio. La primera, después de la narración de la institución y del memorial, reza as’: "Te ofrecemos
todavía este culto espiritual e incruento y te invocamos, te rogamos, te suplicamos envíes tu Espíritu
Santo sobre nosotros y sobre estos dones presentados, y hagas de este pan el precioso Cuerpo de tu
Cristo, cambiándolo por tu Espíritu Santo [Amén], y de lo que hay en esta copa, la preciosa Sangre de
tu Cristo, cambiándola por tu Espíritu Santo [Amén], de modo que sean, para los que participan de
ellos, para la sobriedad del alma, la remisión de los pecados, la comunicación de tu Espíritu Santo, la
plenitud del reino, la abierta confianza contigo, y no para el juicio de la condenación" . En la segunda,
267
también después de la narración de la institución, el celebrante reza así: "Te suplicamos y te invocamos,
Santo de los santos, por la benevolencia de tu bondad, que hagas venir tu Espíritu Santo sobre nosotros
y sobre estos dones que te presentamos, bendígalos, santifíquelos y preséntenos en este pan el mismo
cuerpo precioso de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo, y en esta copa la sangre misma preciosa
de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo, derramada por la vida del mundo, cambiándolos por tu
Espíritu Santo. Y, a todos nosotros, que participamos del pan único y de la copa única, únenos unos con
otros en la comunión del único Espíritu, y haz que ninguno de nosotros participe del cuerpo y sangre de
tu Cristo para el juicio y la condenación, sino que hallemos misericordia y gracia con todos los santos
que te fueron agradables en los siglos, los antepasados, los padres, los patriarcas, los profetas, los
apóstoles, los heraldos, los evangelistas, los mártires, los confesores, los doctores y todo espíritu justo y
perfecto en la fe" .
268
Como ya hemos dicho, en las liturgias alejandrinas de Egipto, la epíclesis precede el relato de la
institución. Entre ellas, las más importantes son la Anáfora de Der-Balizéh y la Liturgia de San Marcos.
En la primera, después de cantarse: Santo, santo, santo, Señor sabaoth; el cielo y la tierra están llenos
de tu gloria, continúa así: "Llénanos también a nosotros de tu gloria y dígnate enviar tu Espíritu Santo
sobre estas ofrendas que Tú creaste, y haz de este pan el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y de este
cáliz la Sangre de la nueva alianza de nuestro mismo Señor y Salvador Jesucristo" . En la segunda,
269
antes del relato de la institución, se pide: "Llena, oh Dios!, este sacrificio de la bendición que viene de
Ti por la visitación de tu Espíritu poderoso", y después del memorial, continúa así la epíclesis: "Te
rogamos y te suplicamos, [Dios] amigo de los hombres y bueno, envía de tu sagrada altura, del lugar
donde está establecida tu morada, de tu seno indescriptible, el Espíritu de la verdad, el Señor, el
vivificador, que habló por los profetas y por los apóstoles, que está presente en todas partes y todo lo
llena, que por sí mismo y no como un servidor despliega en quien quiere la santificación según tu
beneplácito, que es simple por naturaleza, multiforme en su actividad, fuente de los dones divinos, que
te es consustancial, que procede de ti, que comparte el trono de tu reino con nuestro Dios y salvador
Jesucristo; míranos y envía sobre estos panes y sobre estas copas tu Espíritu Santo, a fin de que los
santifique y los perfeccione como Dios todopoderoso que es, y haga de este pan el Cuerpo (Amén del
pueblo) y de esta copa la Sangre de la nueva alianza, de nuestro Señor y Dios, salvador y gran rey
Jesucristo mismo, a fin de que sean para todos los que de ellos participamos, fuente de fe, de vigilancia,
de cuidado, de prudencia, de santificación, de renovación del alma, del cuerpo y del espíritu, para la
comunicación de la bienaventurada vida eterna e incorruptible, para la comunicación de tu nombre
santísimo, para la remisión de los pecados, a fin de que, en esto y en todo, tu nombre santísimo,
precioso y glorificado, sea glorificado, cantado con himnos y santificado, con Jesucristo y el Espíritu
Santo, como era, y es, y será de generación en generación y por todos los siglos de los siglos. Amén . 270
Por cuanto se refiere a las epíclesis de la liturgia romana, diremos primeramente que, en el
Canon Romano o Plegaria Eucarística I, la epíclesis de consagración se halla implícitamente contenida
en la oración Quam oblationem, situada inmediatamente antes del relato de la institución. He aquí’ el
texto: "Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti, de
manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo nuestro Señor". En las
epíclesis de las nuevas Plegarias Eucarísticas elaboradas en la última reforma litúrgica, encontramos una
invocación consagratoria explícita del Espíritu Santo. Pasamos revista brevemente a algunas de ellas. La
Plegaria Eucarística II reza así: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te
pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor". En la Plegaria Eucarística III: "Por eso, Padre, te
suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera
que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos
misterios". Y la cuarta: "Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas,
para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor, y así celebremos el gran misterio que nos
dejó como alianza eterna".
La epíclesis de consagración nos recuerda que, así como el misterio de la Salvación es obra de
toda la Trinidad, así también en la Eucaristía, donde se hace presente este misterio, intervienen y obran
cada una de las Personas Divinas. El Padre sigue realizando la Salvación del género humano por medio
del Hijo encarnado y del don del Espíritu Santo, en quien se realiza toda donación salvífica de Dios al
hombre. En la obra de la Redención no actúa Cristo sin el Espíritu Santo, ni el Espíritu Santo sin Cristo,
como afirma San Ambrosio: "No puede estar Cristo sin el Espíritu ni el Espíritu sin Cristo" . Por ello, 271
la epíclesis no debe estar aislada o separada del conjunto de la Plegaria Eucarística, ya que nos
manifiesta que el Verbo y el Espíritu actúan conjuntamente en el sacrificio eucarístico. En la Plegaria
Eucarística, la consagración se realiza por medio de las palabras del Señor, pronunciadas de una vez por
todas en la última Cena, mientras que el Espíritu Santo actualiza la eficacia de estas palabras cuando
vuelven a ser pronunciadas por el sacerdote, que actúa in Persona Christi.
Para finalizar este apartado, recogemos un texto del teólogo ortodoxo Nicolás Cabasilas (siglo
XIV), donde se sintetiza magníficamente el significado teológico de la epíclesis de consagración:
"Cristo ha ordenado a los apóstoles, y a través de ellos a toda la Iglesia, hacerlo así. "Haced esto en
memoria de mí", ha dicho. No habría podido dar tal orden si, al mismo tiempo, no les hubiese
concedido el poder necesario para ejecutarla. ¿Cuál es, por tanto, este poder? Es el Espíritu Santo, la
fuerza que desde lo alto ha fortalecido a los Apóstoles, según la palabra del Señor: "Vosotros quedaos
en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto" (Lc 24, 49; cfr. Hch 1, 8). He aquí la obra de
esta divina presencia: una vez descendido, de hecho, el Espíritu Santo no nos ha abandonado, sino que
se ha quedado con nosotros para siempre (...). Y este mismo Espíritu es el que, a través de las manos y
270 Liturgia de San Marcos, cit. en L. BOUYER, o. c., p. 216s. Bouyer sitìa cronológicamente este texto entre el
primer concilio de Constantinopla (381), y el de Calcedonia (451) (cfr. Ibid., p. 217).
271 De Spiritu Sancto, 3, 7, 44 (SAEMO 16, 284). Sobre la misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo, cfr.
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 689, 690 y 737.
50
la lengua del sacerdote, consagra los dones. Pero el Señor no se ha limitado a enviarnos al Espíritu
Santo para que habite con nosotros; Él mismo ha prometido vivir con nosotros "Hasta el fin del mundo"
(Mt 28, 20). Si el Paráclito estᇠpresente invisiblemente, privado de forma humana, el Salvador ha
elegido, en cambio, por medio de los santos dones eucarísticos, ser visto y tocado, habiendo asumido
nuestra naturaleza para siempre. Este es el poder del sacerdocio, Este es el sacerdote" . 272
E. Reflexión teológica
A la luz de cuanto acabamos de ver nos preguntamos ahora por el modo de actuación del
Espíritu Santo para hacer presente a Jesucristo en la Eucaristía.
a) La Eucaristía prolonga el Misterio de la Encarnación
La Sagrada Escritura reconoce una especialísima intervención del Espíritu Santo en la
Encarnación del Verbo , y la fe católica confiesa en el Credo Niceno-Constantinopolitano que
273
Jesucristo "por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" . El Cuerpo de 274
Cristo nacido de María es un don del Espíritu Santo, y continúa siéndolo cuando el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo por su poder santificador. La Humanidad Santísima de
Jesucristo, que comenzó a existir temporalmente en la Encarnación, ahora en la Eucaristía, prolonga su
existencia por el querer del Verbo conjuntamente con la acción del Espíritu Santo. El misterio de la
Encarnación se prolonga en la Eucaristía.
Este hecho había sido ya afirmado en la tradición—n patrística, donde, por ejemplo, San Juan
Damasceno (749) enseñaba: "Así como todo cuanto hizo Dios lo hizo por la operación del Espíritu
Santo, as’ también ahora la operación del Espíritu Santo obra cosas que sobrepasan la naturaleza y que
no puede comprenderlas sino únicamente la fe. ¿Cómo ha de ser eso, decía la Virgen Santísima, pues yo
no conozco varón? (Lc 1, 34), Responde el arcángel Gabriel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1, 35), Y ahora preguntas cómo el pan se hace Cuerpo
de Cristo y el vino y el agua Sangre de Cristo. También yo te digo: "Viene el Espíritu Santo y hace esto
que está sobre toda palabra y pensamiento" (...) Si preguntas la manera en que se realiza esto, conténtate
con oír que se realiza por medio del Espíritu Santo; del mismo modo que el Señor, por medio del
Espíritu Santo toma carne para sí y en sí de la Santa Madre de Dios; y no podemos saber nada más, sino
que la palabra de Dios es verdadera y eficaz y omnipotente, pero la manera de realizarse no es posible
conocerla" .275
También los teólogos se han planteado posteriormente la misma cuestión—n. Citaremos sólo dos
de ellos. El primero, Pascasio Radberto, ya mencionado, escribe lo siguiente: "No hay que maravillarse
de que el mismo Espíritu que sin la semilla humana crece en el seno de María la Humanidad de Cristo,
con su poder invisible, haga cada día con la sustancia del pan y del vino la Carne y la Sangre de Cristo
por la santificación—n del sacramento (...). Del mismo modo que su Carne ha sido verdaderamente
creada de la Virgen por el mismo Espíritu Santo y sin comercio carnal, as’ por el mismo Espíritu, el
mismo Cuerpo y la misma Sangre son místicamente consagrados de la sustancia del pan y del vino" . El 276
segundo, el teólogo alemán del siglo XIX, Matthias Josef Scheeben (1888), sostiene que "la Eucaristía
es el desenvolvimiento y ampliación del Misterio de la Encarnación. La misma presencia eucarística de
Cristo es un reflejo y una ampliación de su Encarnación, como lo observan con mucha frecuencia los
Santos Padres. La transubstanciación del pan en Cuerpo de Cristo mediante la fuerza del Espíritu Santo,
272 Explicación de la divina liturgia, 28, 2-4. Hemos consultado la siguiente edición crítica bilingue griego-
francés, realizada por S. Salaville: Explication de la divine liturgie,, en Sources Chrétiennes Abis,du Cerf, Paris 1967 2, pp.
177-179 (en lo sucesivo: SC).
273 Cfr. Lc 1, 35.
274 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 456.
275 Sobre la fe ortodoxa, 4, 13 (Solano II, 1328 y 1330).
276 Liber de Corpore et Sanguine Domini, 3, 4 (PL 120, 1277).
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es una renovación del acto admirable, por el cual se forma originariamente, también por obra del
Espíritu Santo, su Cuerpo en las entra–as de la Virgen, y lo asumió en su Persona; y así como mediante
este acto entró por vez primera en el mundo, así multiplica continuamente por aquel otro acto su
presencia sustancial en todos los lugares y en el transcurso de los tiempos" . 277
Sobre esta cuestión, Su Santidad Juan Pablo II ha escrito lo siguiente: "En el signo del Pan y del
Vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorioso, luz de los pueblos (cfr. Lc 2, 32), revela la
continuidad de su Encarnación. Él permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a
los creyentes con su Cuerpo y con su Sangre" . 278
Personas divinas actúan conjuntamente y manifiestan su propia originalidad . Se realiza por el poder
280
del Padre que resucitó a Cristo, su Hijo . San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios en la
281
Resurrección , y este poder actúa a través del Espíritu Santo que ha vivificado la humanidad muerta de
282
Así pues, análogamente a cómo el Espíritu Santo ha transformado la muerte de Cristo en ofrenda
de amor filial hacia el Padre y de salivación por los hombres y lo ha resucitado, ahora en la Eucaristía el
mismo Espíritu hace que este misterio de amor se haga de nuevo presente, para poder gozar de sus
frutos. En la Eucaristía recibimos el Cuerpo del Resucitado, porque el Espíritu Santo cambia el humilde
pan en el Cuerpo glorioso de Cristo. De la muerte a la Vida: Resurrección; del pan inerte a la Vida:
Eucaristía.
Teodoro de Mopsuestia explica as’ esta actuación del Espíritu Santo: "Siguiendo la prescripción
litúrgica, el sacerdote debe suplicar a Dios que envíe al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que
este memorial de inmortalidad sea verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor. El cuerpo
natural de nuestro Señor era primero mortal como el nuestro, pero mediante la Resurrección es inmortal
e inmutable. Y cuando el pontífice declara que este pan y este vino son el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
revela que ellos han llegado a ser tales por el contacto del Espíritu Santo. Sucede también aquí’ como en
el cuerpo natural de Cristo cuando recibió al Espíritu Santo y su unción. Del mismo modo, también
ahora, cuando viene el Espíritu Santo, nosotros pensamos que el pan y el vino ofrecidos reciben una
especie de unción mediante la gracia sobreañadida" . 284
De cuanto acabamos de ver, podemos concluir que, en la Eucaristía, el Espíritu Santo actúa
análogamente a cómo lo hizo en el misterio de la Encarnación y en el misterio Pascual de Cristo, ya que
en ella se celebra la Anámnesis o memorial de todos los misterios de Cristo. En la Encarnación, el
277 Los misterios del Cristianismo, vol. 1, Herder, Barcelona 1953, p. 510.
278 Bula Incarnationis Mysterium, 29-XI-1998, n. 11.
279 Hb 9, 13s. Un profundo comentario de este texto se encuentra en la enc’clica de Juan Pablo II, Dominum et
vivificantem, 18-V-1986, n. 40.
280 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 648.
281 Cfr. Hch 2, 24. 32; 13, 32-37.
282 Cfr. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22.
283 En cuanto al papel del Hijo en su propia Resurrección, cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 649.
284 Homil’as catequéticas, 16, 12, cit. en El Esp’ritu del Señor, publicado por el Comité para el Jubileo del a–o
2000, B.A.C., Madrid 1997, p. 125.
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Espíritu Santo descendió sobre la Virgen y Cristo "encontró" la forma admirable de comenzar a
quedarse entre los hombres; en la Resurrección, el Espíritu Santo restituye su Humanidad Santísima a la
vida y así el Señor "encontró" la forma admirable de permanecer con los hombres. El mismo Espíritu de
la Encarnación y de la Resurrección, desciende sobre el pan, acompañando las palabras de Jesús, y con
la Transustanciación, Cristo encuentra la forma admirable de poder unirse plenamente con cada
cristiano, acompañándolo en el camino de la vida como acompañó a los discípulos de Emaús.
Cristo en la Eucaristía, recibimos también su Espíritu. Se puede afirmar, por tanto, que el Espíritu Santo
hace la Eucaristía y la Eucaristía nos da el Espíritu Santo.
A. Testimonios de los Padres
Recogemos a continuación—n algunos testimonios de Padres de la Iglesia que vieron en la
Comunión eucarística una verdadera efusión del Espíritu Santo.
San Efrén el Sirio lo afirma explícitamente al describir la institución de la Eucaristía: "Jesús
tomará en sus manos al principio pan ordinario, y lo bendijo, lo signó y lo consagró en el nombre del
Padre y en el nombre del Espíritu Santo, y lo partió y distribuyó a sus discípulos uno a uno en su
bondad acogedora; al pan llamó cuerpo suyo vivo y lo llenó de Sí mismo y del Espíritu; y extendiendo
la mano, les dio el pan que con su diestra había santificado: Tomad, comed todos de esto que ha
santificado mi palabra (...). Tomad, comed con fe, sin dudar un punto de que esto es mi cuerpo, y el que
lo come con fe, come en Él fuego y Espíritu (cfr. Mt 3, 11) (...). Tomad de Él, comed todos y comed
con Él al Espíritu Santo" .286
San Juan Crisóstomo enseñaba que la mesa eucarística es "digna de veneración y está llena de
Espíritu Santo" , y en otro lugar exhortaba así a los cristianos a acercarse a la Eucaristía: "Madres, hay
287
muchas veces, que, después de los dolores del parto, dan sus hijos a otras que los críen. Mas Él no lo
consintió, sino que nos alimenta con su propia sangre, y por todos los medios nos une consigo mismo
(...). No seamos, pues, perezosos, habiendo sido juzgados dignos de tan gran amor y honra. ¿No veis
con cuanto afán los pequeñuelos se adhieren a los pechos de sus madres, con cuánto ímpetu aplican a
ellos sus labios? Acerquémonos con el mismo afán nosotros a esta mesa, a este pecho y cáliz espiritual;
más aún: atraigamos con mucho mayor empeño, cual niños de pecho, la gracia del Espíritu Santo, y no
tengamos otra pena que la de no participar de este alimento" . 288
Teodoro de Mopsuestia expresa esta realidad cuando invita a los bautizados a crecer con la
Eucaristía en la vida que han recibido del Espíritu Santo: "El Señor colocó ante nosotros dos cosas: el
pan y el vino, y Estos son su cuerpo y su sangre, por los que comemos el alimento de inmortalidad, por
los que la gracia del Espíritu Santo se derrama en nosotros y nos alimenta para constituirnos inmortales
e incorruptibles en esperanza (...). No es sólo al cuerpo, sino antes que, al cuerpo al alma misma, a la
que la gracia del Espíritu Santo alimenta por medio de esta comunión (...). En esta comunión con los
misterios hemos recibido las primicias del Espíritu Santo (Rm 8, 23), que en el Bautismo nos ha sido
dado como un nuevo nacimiento y que recibimos en este Sacramento como alimento y subsistencia de
nuestra vida" .289
Finalmente, referimos la siguiente afirmación de San Agustín: "El Señor consoló a los discípulos
que permanecieron fieles, a los que en prueba pregunta: ¿Queréis vosotros iros también?, para que
nosotros conociésemos su respuesta de fidelidad; porque ya sabía que permanecerían con Él; que todo
esto nos sirva, amadísimos, para que no comulguemos sólo sacramentalmente, sino que comamos y
bebamos hasta participar de su Espíritu, para que permanezcamos en el Cuerpo del Señor como sus
miembros, para ser vivificados por su Espíritu . 290
B. El testimonio de la Liturgia
La Liturgia también se hace eco de este hecho. Como ya hemos visto anteriormente en algunas
liturgias orientales, la epíclesis de consagración y la de comunión constituyen una sola oración. Así
sucede por ejemple en la epíclesis de la liturgia de San Juan Crisóstomo, donde, después de invocar la
venida del Espíritu Santo para la santificación de las ofrendas, se pide que los que participan en el
Cuerpo y en la Sangre de Cristo reciban la comunicación del Espíritu Santo . Del mismo modo, en la
291
epíclesis de la liturgia de San Basilio, después de pedirse a Dios Padre que envíe al Espíritu Santo sobre
los dones, se le suplica: "A todos nosotros, que participamos del pan único y de la copa única, únenos
unos con otros en la comunión del único Espíritu" . 292
En la liturgia bizantina, con el rito del zeón se indica claramente que en la Comunión
293
eucarística se produce una verdadera efusión del Espíritu Santo. Nicolás Cabasilas describe así este rito:
"Antes de convocar a los fieles al divino banquete, el celebrante derrama unas gotas de agua caliente en
el cáliz para simbolizar la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. En efecto, Él descendió después de
que la economía redentora del Salvador se había cumplido enteramente. Y así Él desciende ahora
cuando ya se ha ofrecido el sacrificio y los dones sagrados han alcanzado su perfección, que está a punto
de cumplirse también en los que comulgan dignamente (...) Esta agua, que no es sólo agua, sino que, al
estar caliente, también participa de la naturaleza del fuego, simboliza al Espíritu Santo, que es
representado a veces con la imagen del agua y que en el Cenáculo descendió en forma de fuego sobre
los discípulos de Cristo. Este rito eucarístico, por tanto, significa el momento de Pentecostés, cuando
una vez que todos los misterios de Cristo se habían cumplido, descendió el Espíritu Santo (...). En
Pentecostés, la Iglesia recibió el Espíritu Santo en el Cenáculo después de la Ascensión de Cristo; ahora,
ella recibe el don de este Espíritu después de que las ofrendas sagradas han sido aceptadas en el altar
celestial. Dios, a quien estos dones han agradado, nos envía a cambio el Espíritu Santo, como se ha
dicho: como el Mediador es el mismo, hoy como ayer, as’ también el Espíritu Santo es el mismo" . 294
Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo formemos en Cristo un solo Cuerpo y un solo
Espíritu. Finalmente, la Plegaria Eucarística IV reza así: "Dirige tu mirada sobre esta Víctima que Tú
mismo has preparado a tu Iglesia y concede a cuanto compartimos este Pan y este Cáliz que,
congregados en un solo Cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu
gloria".
En definitiva, la segunda epíclesis pone de relieve la profunda Unión que existe entre la
consagración y la comunión eucarística, entre el sacrificio y el banquete, entre el Cuerpo eucarístico de
Cristo y su Cuerpo Místico; en una palabra: la santificación de los dones se ordena a la santificación de
los fieles. El mismo Espíritu que "cristifica" el pan y el vino, "cristifica" también a los fieles,
identificándolos con Cristo . 295
C. Reflexión teológica
Los textos que acabamos de leer ponen de relieve el siguiente hecho: la Eucaristía no sólo
prolonga el misterio de la Encarnación y actualiza el Misterio Pascual de Cristo, sino que ella también
prolonga y actualiza la efusión del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, consumación de la Pascua de
Cristo . Al comulgar con el Cuerpo de Cristo, nos llenamos del Espíritu Santo, como los Apóstoles el
296
día de Pentecostés. A este respecto, enseñaba Juan Pablo II: "Mediante la Eucaristía, el Espíritu Santo
realiza ese "fortalecimiento del hombre interior" del que habla la Carta a los Efesios (cfr. Ef 3, 16).
Mediante la Eucaristía la personas y las comunidades, bajo la acción del Paráclito Consolador aprenden
a descubrir el sentido de la vida humana" . Y, comentando estas palabras, dice en otro lugar Juan Pablo
297
II: "Esto es, ellas descubren el valor de la vida interior, realizando en sí mismas la imagen de Dios
Trinidad, que es presentada siempre en los libros del Nuevo Testamento y especialmente en las Cartas
de San Pablo, como el Alfa y la Omega de nuestra vida, o sea, el principio según el cual el hombre es
creado y modelado, y el fin último al que estᇠordenado y al que es conducido según el designio y la
voluntad del Padre, reflejados en el Hijo-Verbo y en el Espíritu-Amor" . 298
El teólogo alemán M.J. Scheeben explica la conexión del misterio de la Eucaristía con la misión
del Espíritu Santo del modo siguiente: "Vemos en la Eucaristía la misión más real e íntima del Espíritu
Santo. Porque así como el Espíritu Santo, en calidad de Espíritu del Hijo, está unido del modo más real
con el cuerpo de Este, y así como descansa e inhabita en Él, así viene también a nosotros en este cuerpo,
para unirse en Él con nosotros, para comunicarse a nosotros, para darse en propiedad a nosotros. En el
cuerpo del Logos lleno del Espíritu Santo, chupamos nosotros al Espíritu Santo, por decirlo así, del
pecho, del corazón del Logos, del cual procede, y así como la sangre, partiendo del corazón, se derrama
en los demás miembros, Él, partiendo del cuerpo real del Logos se derrama en los miembros del cuerpo
místico, que le están unidos de un modo sustancial (...). ¿Cuán hermosa era y qué profundo significado
tenía la antigua costumbre de guardar la Eucaristía en un símbolo del Espíritu Santo, en un recipiente en
forma de paloma, llamado peristerium! ¡Cuán hermosamente se simbolizaba así al Espíritu Santo como
portador y producto del don contenido en aquel recipiente!" . 299
el Espíritu Santo se hace nuestro gobernante y realiza en nosotros nuestra transformación sobrenatural.
En Jesús y en quien comulga está el mismo Espíritu de vida, el mismo Principio de actividad. Si el que
comulga es dócil a sus inspiraciones, habrá pronto asimilación perfecta, porque la misma gracia debe
producir las mismas virtudes, el mismo Espíritu suscitar los mismos actos" . 300
Finalizamos con una precisión teológica. Con ella se quiere dar respuesta a las siguientes
preguntas: la acción del Espíritu Santo en la Eucaristía, ¿no comporta quizás una presencia de su
Persona que se asocia a la presencia de la Persona de Cristo?; Àtal asociación no nos llevaría a ver la
Eucaristía como Sacramento de la presencia del Espíritu Santo, más bien que como el Sacramento de la
presencia del Salvador?; ¿no podría parecer que las dos presencias están como compitiendo entre sí, con
el riesgo de orientar la piedad eucarística en una doble dirección?
Conviene, pues, precisar la diferencia entre las dos presencias. La presencia propiamente
eucarística es la presencia de Cristo, del Hijo de Dios en su carne humana. El Espíritu Santo, sin
embargo, no establece con la carne un vínculo semejante al de la Encarnación: aunque obra la
concepción del Hijo en el seno virginal de María, Él no se encarna, mientras que el Verbo sí lo hace.
Por tanto, su presencia en la Eucaristía no es de la misma naturaleza que la de Jesús. El Espíritu Santo
es quien llena la carne humana de Jesús de vida y de potencia divinas, contribuyendo as’ de manera
sublime a la eficacia de la Eucaristía, pero esta carne completamente animada por el Espíritu Santo
sigue siendo la Carne de Cristo. Por esta causa, la presencia del Espíritu Santo y la de Cristo en la
Eucaristía no entran en competencia ni se estorban recíprocamente. La presencia eucarística de Cristo
tiene un carácter único, que se enriquece con la presencia del Espíritu Santo, que es necesaria para dar a
la carne del Señor su plena eficacia espiritual . 301