Mariátegui. Eguren

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dientes” –Enrique Bustamante y Ballivián, Alberto J. Ureta, etc.

– se con-
tentaron con una implícita secesión literaria.

XII. EGUREN

José María Eguren representa en nuestra historia literaria la poesía pura.


Este concepto no tiene ninguna afinidad con la tesis del Abate Bré-
mond213 . Quiero simplemente expresar que la poesía de Eguren se distin-
gue de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser historia,
ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía.
Los poetas de la República no heredaron de los poetas de la Colonia la
afición a la poesía teológica –mal llamada religiosa o mística– pero sí here-
daron la afición a la poesía cortesana y ditirámbica. El parnaso peruano se
engrosó bajo la República con nuevas odas, magras unas, hinchadas otras.
Los poetas pedían un punto de apoyo para mover el mundo, pero este
punto de apoyo era siempre un evento, un personaje. La poesía se presen-
taba, por consiguiente, subordinada a la cronología. Odas a los héroes o
hechos de América cuando no a los reyes de España, constituían los más
altos monumentos de esta poesía de efemérides o de ceremonia que no
encerraba la emoción de una época o de una gesta sino apenas de una fe-
cha. La poesía satírica estaba también, por razón de su oficio, demasiado
encadenada al evento, a la crónica.
En otros casos, los poetas cultivaban el poema filosófico que general-
mente no es poesía ni es filosofía. La poesía degeneraba en un ejercicio de
declamación metafísica.
El arte de Eguren es la reacción contra este arte gárrulo y retórico, casi
íntegramente compuesto de elementos temporales y contingentes. Egu-
ren se comporta siempre como un poeta puro. No escribe un solo verso de
ocasión, un solo canto sobre medida. No se preocupa del gusto del públi-
co ni de la crítica. No canta a España, ni a Alfonso XIII, ni a Santa Rosa de
Lima. No recita siquiera sus versos en veladas ni fiestas. Es un poeta que
en sus versos dice a los hombres únicamente su mensaje divino.
¿Cómo salva este poeta su personalidad? ¿Cómo encuentra y afina en
esta turbia atmósfera literaria sus medios de expresión? Enrique Busta-

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mante y Ballivián que lo conoce íntimamente nos ha dado un interesante
esquema de su formación artística: “Dos han sido los más importantes fac-
tores en la formación del poeta dotado de riquísimo temperamento: las
impresiones campestres recibidas en su infancia en ‘Chuquitanta’, ha-
cienda de su familia en las inmediaciones de Lima, y las lecturas que desde
su niñez le hiciera de los clásicos españoles su hermano Jorge. Diéronle las
primeras no sólo el paisaje que da fondo a muchos de sus poemas, sino el
profundo sentimiento de la Naturaleza expresado en símbolos como lo
siente la gente del campo que lo anima con leyendas y consejas y lo puebla
de duendes y brujas, monstruos y trasgos. De aquellas clásicas lecturas,
hechas con culto criterio y ponderado buen gusto, sacó la afición literaria,
la riqueza de léxico y ciertos giros arcaicos que dan sabor peculiar a su
muy moderna poesía. De su hogar, profundamente cristiano y místico, de
recia moralidad cerrada, obtuvo la pureza de alma y la tendencia al ensue-
ño. Puede agregarse que en él, por su hermana Susana, buena pianista y
cantante, obtuvo la afición musical que es tendencia de muchos de sus ver-
sos. En cuanto al color y a la riqueza plástica, no se debe olvidar que Egu-
ren es un buen pintor (aunque no llegue a su altura de poeta) y que comen-
zó a pintar antes de escribir. Ha notado algún crítico que Eguren es un
poeta de la infancia y que allí está su virtud principal. Ello seguramente ha
de tener origen (aunque discrepemos de la opinión del crítico) en que los
primeros versos del poeta fueron escritos para sus sobrinas y que son cua-
dros de la infancia en que ellas figuran”*.
Encuentro excesivo o, más bien, impreciso, calificar a Eguren de poe-
ta de la infancia. Pero me parece evidente su calidad esencial de poeta de
espíritu y sensibilidad infantiles. Toda su poesía es una versión encantada
y alucinada de la vida. Su simbolismo viene, ante todo, de sus impresiones
de niño. No depende de influencias ni de sugestiones literarias. Tiene sus
raíces en la propia alma del poeta. La poesía de Eguren es la prolongación
de su infancia. Eguren conserva íntegramente en sus versos la ingenuidad

* En el Boletín Bibliográfico de la Universidad de Lima, No 15 (diciembre de 1915). Nota


crítica a una selección de poemas de Eguren hecha por el bibliotecario de la Universidad,
Pedro S. Zulen, uno de los primeros en apreciar y admirar el genio del poeta de Simbólicas.

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y la rêverie del niño. Por eso su poesía es una visión tan virginal de las co-
sas. En sus ojos deslumbrados de infante, está la explicación total del mi-
lagro.
Este rasgo del arte de Eguren no aparece sólo en las que específica-
mente pueden ser clasificadas como poesías de tema infantil. Eguren ex-
presa siempre las cosas y la Naturaleza con imágenes que es fácil identifi-
car y reconocer como escapadas de su subconsciencia de niño. La plástica
imagen de un “rey colorado de barba de acero” –una de las notas precio-
sas de Eroe, poesía de música rubendariana– no puede ser encontrada
sino por la imaginación de un infante. “Los reyes rojos”, una de las más
bellas creaciones del simbolismo de Eguren, acusa análogo origen en su
bizarra composición de calcomanía:

Desde la aurora
combaten dos reyes rojos
con lanza de oro.

Por verde bosque


y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.

Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.

Por la luz cadmio,


airadas se ven pequeñas
sus formas negras.

Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.

Nace también de este encantamiento del alma de Eguren su gusto por


lo maravilloso y lo fabuloso. Su mundo es el mundo indescifrable y aladi-
nesco de “la niña de la lámpara azul”. Con Eguren aparece por primera

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vez en nuestra literatura la poesía de lo maravilloso. Uno de los elementos
y de las características de esta poesía es el exotismo. Simbólicas tiene un
fondo de mitología escandinava y de medioevo germano. Los mitos hele-
nos no asoman nunca en el paisaje wagneriano y grotesco de sus cromos
sintetistas.

Eguren no tiene ascendientes en la literatura peruana. No los tiene tampo-


co en la propia poesía española. Bustamante y Ballivián afirma que Gon-
zález Prada “no encontraba en ninguna literatura origen al simbolismo de
Eguren”. También yo recuerdo haber oído a González Prada más o menos
las mismas palabras.
Clasifico a Eguren entre los precursores del período cosmopolita de
nuestra literatura. Eguren –he dicho ya– aclimata en un clima poco propi-
cio la flor preciosa y pálida del simbolismo. Pero esto no quiere decir que
yo comparta, por ejemplo, la opinión de los que suponen en Eguren in-
fluencias vivamente perceptibles del simbolismo francés. Pienso, por el
contrario, que esta opinión es equivocada. El simbolismo francés no nos
da la clave del arte de Eguren. Se pretende que en Eguren hay trazas espe-
ciales de la influencia de Rimbaud. Mas el gran Rimbaud era, tempera-
mentalmente, la antítesis de Eguren. Nietzscheano, agónico, Rimbaud
habría exclamado con el Guillén de Deucalión: “yo he de ayudar al Diablo
a conquistar el cielo”. André Rouveyre lo declara “el prototipo del sarcas-
mo demoníaco y del blasfemo despreciante”. Mílite de la Comuna, Rim-
baud tenía una psicología de aventurero y de revolucionario. “Hay que ser
absolutamente moderno”, repetía. Y para serlo dejó a los veintidós años la
literatura y París. A ser poeta en París prefirió ser pioneer en África. Su vi-
talidad excesiva no se resignaba a una bohemia citadina y decadente, más
o menos verleniana. Rimbaud, en una palabra, era un ángel rebelde. Egu-
ren, en cambio, se nos muestra siempre exento de satanismo. Sus tormen-
tas, sus pesadillas, son encantada e infantilmente feéricas. Eguren encuen-
tra pocas veces su acento y su alma tan cristalinamente como en “Los
ángeles tranquilos”:

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Pasó el vendaval;
ahora con perlas y berilos,
cantan la soledad aurora
los ángeles tranquilos.

Modulan canciones santas


en dulces bandolines;
viendo caídas las hojosas plantas
de campos y jardines.

Mientras el sol en la neblina


vibra sus oropeles,
besan la muerte blanquecina
en los Saharas crueles.

Se alejan de madrugada
con perlas y berilos
y con la luz del cielo en la mirada
los ángeles tranquilos.

El poeta de Simbólicas y de La canción de las figuras representa, en


nuestra poesía, el simbolismo; pero no un simbolismo. Y mucho menos
una escuela simbolista. Que nadie le regatee originalidad. No es lícito re-
gatearla a quien ha escrito versos tan absoluta y rigurosamente originales
como los de “El duque”:

Hoy se casa el duque Nuez;


viene el chantre, viene el juez
y con pendones escarlata
florida cabalgata;
a la una, a las dos, a las diez;
que se casa el Duque primor
con la hija de Clavo de Olor.
Allí están, con pieles de bisonte,
los caballos de Lobo del Monte,
y con ceño triunfante,
Galo cetrino, Rodolfo Montante.
Y en la capilla está la bella,

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mas no ha venido el Duque tras ella;
los magnates mostradores,
aduladores
al suelo el penacho inclinan;
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.
Y a los pórticos y a los espacios
mira la novia con ardor…
son sus ojos dos topacios
de brillor.
Y hacen fieros ademanes,
nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:
¿Quién al gran Duque entretiene?
¡ya el gran cortejo se irrita!...
Pero el Duque no viene;…
se lo ha comido Paquita.

Rubén Darío creía pensar en francés más bien que en castellano. Pro-
bablemente no se engañaba. El decadentismo, el preciosismo, el bizanti-
nismo de su arte son los del París finisecular y verleniano del cual el poeta
se sintió huésped y amante. Su barca, “provenía del divino astillero del
divino Watteau”. Y el galicismo de su espíritu engendraba el galicismo de
su lenguaje. Eguren no presenta el uno ni el otro. Ni siquiera su estilo se
resiente de afrancesamiento*. Su forma es española; no es francesa. Es fre-
cuente y es sólito en sus versos, como lo remarca Bustamante y Ballivián, el
giro arcaico. En nuestra literatura, Eguren es uno de los que representan
la reacción contra el españolismo porque, hasta su orto, el españolismo
era todavía retoricismo barroco o romanticismo grandilocuente. Eguren,
en todo caso, no es como Rubén Darío un enamorado de la Francia siglo
dieciocho y rococó. Su espíritu desciende del Medioevo, más bien que del

* No escasean en los versos de Eguren los italianismos. El gusto de las palabras italianas
–que no lo latiniza– nace en el poeta de su trato de la poesía de Italia, fomentado en él por
las lecturas de su hermano Jorge que residió largamente en ese país.

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Setecientos. Yo lo hallo hasta más gótico que latino. Ya he aludido a su
predilección por los mitos escandinavos y germánicos. Constataré ahora
que en algunas de sus primeras composiciones, de acento y gusto un poco
rubendarianos, como “Las bodas vienesas” y “Lis”, la imaginación de
Eguren abandona siempre el mundo dieciochesco para partir en busca de
un color o una nota medioevales:

Comienzan ambiguas
añosas marquesas
sus danzas antiguas
y sus polonesas.
Y llegan arqueros
de largos bigotes
y evitan los fieros
de los monigotes.

Me parece que algunos elementos de su poesía –la ternura y el candor


de la fantasía, verbigratia– emparentan vagamente a veces a Eguren con
Maeterlinck –el Maeterlinck de los buenos tiempos. Pero esta indecisa
afinidad no revela precisamente una influencia maeterlinckiana. Depen-
de más bien de que la poesía de Eguren, por las rutas de lo maravilloso,
por los caminos del sueño, toca el misterio. Mas Eguren interpreta el mis-
terio con la inocencia de un niño alucinado y vidente. Y en Maeterlinck el
misterio es con frecuencia un producto de alquimia literaria.
Objetando su galicismo, analizando su simbolismo, se abre de impro-
viso, feéricamente, como en un encantamiento, la puerta secreta de una
interpretación genealógica del espíritu y del temperamento de José M.
Eguren.

Eguren desciende del Medio Evo. Es un eco puro –extraviado en el trópi-


co americano– del Occidente medioeval. No procede de la España moris-
ca sino de la España gótica. No tiene nada de árabe en su temperamento ni
en su espíritu. Ni siquiera tiene mucho de latino. Sus gustos son un poco
nórdicos. Pálido personaje de Van Dyck, su poesía se puebla a veces de

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imágenes y reminiscencias flamencas y germanas. En Francia el clasicismo
le reprocharía su falta de orden y claridad latinas. Maurras214 lo hallaría
demasiado tudesco y caótico. Porque Eguren no procede de la Europa
renacentista o rococó. Procede espiritualmente de la edad de las cruzadas
y las catedrales. Su fantasía bizarra tiene un parentesco característico con
la de los decoradores de las catedrales góticas en su afición a lo grotesco.
El genio infantil de Eguren se divierte en lo grotesco, finamente estilizado
con gusto prerrenacentista:

Dos infantes oblongos deliran


y al cielo levantan sus rápidas manos
y dos rubias gigantes suspiran
y el coro preludian cretinos ancianos.

Y al dulzor de virgíneas camelias


va en pos del cortejo la banda macrovia
y rígidas, fuertes, las tías Adelias,
y luego cojeando, cojeando la novia.

(“Las bodas vienesas”)


A la sombra de los estucos
llegan viejos y zancos,
en sus mamelucos
los vampiros blancos.

(“Diosa ambarina”)

Los magnates postradores


aduladores
al suelo el penacho inclinan
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.

(“El duque”)

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En Eguren subsiste, mustiado por los siglos, el espíritu aristocrático.
Sabemos que en el Perú la aristocracia colonial se transformó en burgue-
sía republicana. El antiguo “encomendero” reemplazó formalmente sus
principios feudales y aristocráticos por los principios demoburgueses de
la revolución libertadora. Este sencillo cambio le permitió conservar sus
privilegios de “encomendero” y latifundista. Por esta metamorfosis, así
como no tuvimos bajo el Virreinato una auténtica aristocracia, no tuvimos
tampoco bajo la República una auténtica burguesía. Eguren –el caso tenía
que darse en un poeta– es tal vez el único descendiente de la genuina Eu-
ropa medioeval y gótica. Biznieto de la España aventurera que descubrió
América, Eguren se satura en la hacienda costeña, en el solar nativo, de
ancianos aromas de leyenda. Su siglo y su medio no sofocan en él del todo
el alma medioeval. (En España, Eguren habría amado como Valle-Inclán
los héroes y los hechos de las guerras carlistas). No nace cruzado –es de-
masiado tarde para serlo–, pero nace poeta. La afición de su raza a la aven-
tura se salva en la goleta corsaria de su imaginación. Como no le es dado
tener el alma aventurera, tiene al menos aventurera la fantasía.
Nacida medio siglo antes, la poesía de Eguren habría sido románti-
ca*, aunque no por esto de mérito menos imperecedero. Nacida bajo el
signo de la decadencia novecentista, tenía que ser simbolista. (Maurras no
se engaña cuando mira en el simbolismo la cola de la cola del romanticis-
mo). Eguren habría necesitado siempre evadirse de su época, de la reali-
dad. El arte es una evasión cuando el artista no puede aceptar ni traducir
la época y la realidad que le tocan. De estos artistas han sido en nuestra
América –dentro de sus temperamentos y sus tiempos disímiles– José
Asunción Silva y Julio Herrera y Reissig.
Estos artistas maduran y florecen extraños y contrarios al penoso y
áspero trabajo de crecimiento de sus pueblos. Como diría Jorge Luis Bor-
ges, son artistas de una cultura, no de una estirpe. Pero son quizá los
únicos artistas que, en ciertos períodos de su historia, puede poseer un
pueblo, puede producir una estirpe. Valerio Brussiov, Alejandro Block,

* Una buena parte de la obra de Eguren es romántica, y no sólo en Simbólicas sino en Som-
bras y aun en Rondinelas, las dos últimas jornadas de su poesía215.

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simbolistas y aristócratas también, representaron en los años anteriores a
la revolución, la poesía rusa. Venida la revolución, los dos descendieron
de su torre solariega al ágora ensangrentada y tempestuosa.
Eguren, en el Perú, no comprende ni conoce al pueblo. Ignora al in-
dio, lejano de su historia y extraño a su enigma. Es demasiado occidental y
extranjero espiritualmente para asimilar el orientalismo indígena. Pero,
igualmente, Eguren no comprende ni conoce tampoco la civilización ca-
pitalista, burguesa, occidental. De esta civilización, le interesa y le encanta
únicamente, la colosal juguetería. Eguren se puede suponer moderno por-
que admira el avión, el submarino, el automóvil. Mas en el avión, en el au-
tomóvil, etc., admira no la máquina sino el juguete. El juguete fantástico
que el hombre ha construido para atravesar los mares y los continentes.
Eguren ve al hombre jugar con la máquina; no ve, como Rabindranath
Tagore, a la máquina esclavizar al hombre.
La costa mórbida, blanda, parda, lo ha aislado tal vez de la historia y
de la gente peruanas. Quizá la sierra lo habría hecho diferente. Una natu-
raleza incolora y monótona es responsable, en todo caso, de que su poesía
sea algo así como una poesía de cámara. Poesía de estancia y de interior.
Porque así como hay una música y una pintura de cámara, hay también
una poesía de cámara. Que, cuando es la voz de un verdadero poeta, tiene
el mismo encanto.

XIII. ALBERTO HIDALGO

Alberto Hidalgo significó en nuestra literatura, de 1917 al 18, la exaspera-


ción y la terminación del experimento “colónida”. Hidalgo llevó la mega-
lomanía, la egolatría, la beligerancia del gesto “colónida” a sus más extre-
mas consecuencias. Los bacilos de esta fiebre, sin la cual no habría sido
posible tal vez elevar la temperatura de nuestras letras, alcanzaron en el
Hidalgo, todavía provinciano de Panoplia lírica, su máximo grado de viru-
lencia. Valdelomar estaba ya de regreso de su aventuroso viaje por los do-
minios d’annunzianos, en el cual, –acaso porque en D’Annunzio junto a
Venecia bizantina está el Abruzzo rústico y la playa adriática–, descubrió
la costa de la criolledad y entrevió lejano el continente del inkaísmo. Val-

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