Novena San Jose
Novena San Jose
Novena San Jose
Estos aspectos que forman parte del Evangelio de José que desde los primeros
siglos los Padres de la Iglesia han acogido lo poco que se encuentra en los
Evangelios maniestan que José acogió y cuidó amorosamente a María y se
dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo (JP II. RC. Introducción).
Por lo que se ha planteado y recogiendo lo planteado por el Papa León XIII en
Quamquam Pluries en el número 3 donde se da la explicación de el por qué
San José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia: “Las razones
por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono
de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y
patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María
y padre putativo de Jesús.
De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que
la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más
sublime; más, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo
conyugal, no hay duda de que, a aquella altísima dignidad, por la que la
Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que
ningún otro.
PAG. 2 G.C.F.: Novena Agustiniana de San José
Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va
unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como
esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo
de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase,
por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.
El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición
divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios.
De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y
le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios
padres.
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre,
contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia.
Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella
es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en
medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna
manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la
Redención son sus hermanos.
Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que,
lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia
de Nazaret, así proteja ahora y deenda con su celeste patrocinio a la Iglesia
de Cristo”.
Boff Leonardo. San José. Ed. Sal Terrae. Santander 2007. Pag. 17-21
1. Persignación
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios
nuestro. En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
2. Acto de Contrición
Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he
cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón, porque con ellos he
ofendido a un Dios tan bueno. Propongo rmemente no volver a pecar y
confío que por tu innita misericordia me has de conceder el perdón de mis
culpas y me has de llevar a la vida eterna. Amén.
III VI
Su vida fue tan pura Con Cristo resucitaste
que en todo eres sin segundo en cuerpo y alma glorioso
después de María el mundo y a los Cielos victorioso
vio tan santa criatura a Jesús acompañaste
y así fue su ventura y a su derecha te sentaste
entre todos sin igual formando coro especial
Pues eres Santo sin igual
Pues eres Santo sin igual y del mismo Dios amado
y del mismo Dios amado Sea José nuestro abogado
Sea José nuestro abogado en esta vida mortal.
en esta vida mortal.
VII
IV
Allá estás como abogado
Su Santidad declara
de todos los pecadores
aquel caso soberano
alcanzando mil favores que te llama
cuando en su Santa mano
el que te llama atribulado
oreció la seca vara
ninguno desconsolado
y porque nadie dudara
salió de este tribunal
hizo el Cielo esta señal. (José Gálvez Krüger).
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padre En la ternura
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DÍA SEGUNDO PADRE EN LA TERNURA
José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él.
Lectura Bíblica: 1Juan 4, 6-14 Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos
escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la
verdad y el espíritu del error. Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es
de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Si Dios
nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios
nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y
su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que
permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros
hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del
mundo. Palabra de Dios.
Reexión Agustiniana: San Agustín Serm 189,3
¡Qué condescendencia la suya! ¡Cuán airado estaba antes! ¿Por qué? Éramos
mortales, nos oprimían nuestros pecados, cargábamos con nuestros castigos. Todo
hombre comienza su vida en la miseria; ya desde su nacimiento. No creas que
hago profecías; pregunta a quien acaba de nacer y observa cómo llora. Siendo
tan grande la ira de Dios sobre la tierra, ¡cuál y cuán rápida fue su
condescendencia! La Verdad ha surgido de la tierra. Creó todas las cosas, y entre
ellas fue creado él; hizo el día, y vino al día; existía antes del tiempo y marcó los
tiempos. Cristo el Señor existe sin comienzo y por siempre junto al Padre (...) La
Palabra que existía en el principio, Dios junto a Dios, ¿tiene día de nacimiento? Sí, lo
tiene. Si él no hubiera tenido generación humana, no llegaríamos nosotros a la
regeneración divina: nació para que renaciéramos (...) Su madre lo llevó en el
seno; llevémoslo nosotros en el corazón; la virgen quedó grávida por la
encarnación de Cristo, estén grávidos nuestros corazones de la fe en Cristo; ella
alumbró al salvador; alumbremos nosotros la alabanza. No seamos estériles;
dejemos que nuestras almas las fecunde Dios.
Meditación del Papa: Papa Francisco Patris Corde 2
El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el
Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es
frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a
menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad,
nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador. Por
esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente
en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y
ternura. La Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos
abraza, nos sostiene, nos perdona. También a través de la angustia de José pasa
la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. José nos enseña que tener fe en Dios
incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de
nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las
tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra
barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre
una mirada más amplia.
El Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: José, hijo de David,
no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se
cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen
concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que
traducido signica: Dios con nosotros. Despertado José del sueño, hizo como
el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
Palabra de Dios.
Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación,
también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la
Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los
medios por los que Dios manifestaba su voluntad.
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “Fiat”, como María
en la Anunciación y Jesús en Getsemaní. En la vida oculta de Nazaret, bajo la
guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad
se transformó en su alimento diario. Incluso en el momento más difícil de su
vida, que fue en Getsemaní, prerió hacer la voluntad del Padre y no la suya
propia y se hizo obediente hasta la muerte de cruz.
Todos estos acontecimientos muestran que José ha sido llamado por Dios
para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el
ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los
tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente ministro de
la salvación.
He aquí un texto, argumentan ellos, en el que el Señor nos manda que esperemos
conados nuestro vestido y alimento. ¿Cómo podría el Apóstol sostener un
pensamiento contrario al del Señor, exigiéndonos una actitud solícita por lo que
hemos de comer, beber y vestir, mediante la imposición de trabajos, cuidados y
ocios propios de los artesanos?
Por lo tanto, cuando el Apóstol dice: quien no quiera trabajar, que no coma,
hemos de referirlo, dicen ellos, al trabajo espiritual, del que arma en otro lugar:
según el don que a cada uno ha concedido el Señor.
Cuando Jesús terminó de decir estas parábolas, se fue de allí. Un día se fue a
su pueblo y enseñó a la gente en su sinagoga. Todos quedaban maravillados
y se preguntaban: «¿De dónde le viene esa sabiduría? ¿Y de dónde esos
milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Pero si su madre es María, y sus
hermanos son Santiago, y José, y Simón, y Judas! Sus hermanas también están
todas entre nosotros, ¿no es cierto? ¿De dónde, entonces, le viene todo eso?»
Ellos se escandalizaban y no lo reconocían. Entonces Jesús les dijo: «Si hay un
lugar donde un profeta es despreciado, es en su patria y en su propia familia.»
58 Y como no creían en él, no hizo allí muchos milagros. Palabra de Dios.
San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la
misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él
coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es
verdaderamente «ministro de la salvación». Su paternidad se ha expresado
concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacricio, al
misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al
haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada
Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber
convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación
sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al
servicio del Mesías, que crece en su casa»..
Los dos evangelistas que evidenciaron su gura, Mateo y Lucas, reeren poco, pero lo
suciente para entender qué tipo de padre fuese y la misión que la Providencia le
conó.
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt
1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de
Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo
(cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer
al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7). Fue
testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que
representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que
le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un
nombre a una persona o a una cosa signicaba adquirir la pertenencia, como
hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).
[…]Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de
diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera
—como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno el
corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas reexiones personales
sobre esta gura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana.
Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que podemos
experimentar, en medio de la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas
están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que
no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del
último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos
decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de
reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras,
transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero
tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […]
Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose
de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y
abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos,
cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e
impulsando la oración.
Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos»[6]. Todos
pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de
la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en
tiempos de dicultad.
San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en
“segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A
todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud
Papa Francisco. Patris Corde. Introducción. Roma, en San Juan de Letrán, 8 de diciembre, Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, del año 2020, octavo de mi ponticado.