Universalidad Del Pecado
Universalidad Del Pecado
Universalidad Del Pecado
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
1. Podemos resumir el contenido de la catequesis precedente con las siguientes palabras del
Concilio Vaticano II: "Constituido por Dios en estado de santidad, el hombre, tentado por el
maligno, abusó de su libertad desde los comienzos de la historia, erigiéndose contra Dios y
pretendiendo conseguir su fin al margen de Dios" (Gaudium et spes,13). Queda así resumido a lo
esencial el análisis del primer pecado en la historia de la humanidad, análisis que hemos
realizado sobre la base del libro del Génesis (Gén 3).
Se trata del pecado de los primeros padres. Pero a él se une una condición de pecado que
alcanza a toda la humanidad y que se llama pecado original. ¿Qué significa esta denominación?
En realidad el término no aparece ninguna vez en la Sagrada Escritura. La Biblia, por el contrario,
sobre el trasfondo de Gén 3, describe en los siguientes capítulos del Génesis y en otros libros una
auténtica "invasión" del pecado, que inunda el mundo, como consecuencia del pecado de Adán,
contagiando con una especie de infección universal a la humanidad entera.
2. Ya en Gén 4 leemos lo que ocurrió entre los dos primeros hijos de Adán y Eva: el fratricidio
realizado por Caín en Abel, su hermano menor (cf. Gén 4, 3-15). Y en el capítulo 6 se habla ya de
la corrupción universal a causa del pecado: "Vio Yavé cuanto había crecido la maldad del hombre
sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día" (Gén 6, 5). Y más
adelante: "Vio, pues, Dios, que todo en la tierra era corrupción, pues toda carne había corrompido
su camino sobre la tierra" (Gén 6, 12). El libro del Génesis no duda en afirmar en este contexto:
"Yavé se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, doliéndose grandemente en su
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corazón" (Gén 6, 6).
También según este mismo libro, la consecuencia de aquella corrupción universal a causa del
pecado fue el diluvio en tiempos de Noé (Gén 7-9). En el Génesis se alude también a la
construcción de la torre de Babel (Gén 11, 1-9), que se convirtió —contra las intenciones de los
constructores— en ocasión de dispersión para los hombres y de la confusión de las lenguas. Lo
cual significa que ningún signo externo y, de forma análoga, ninguna convención puramente
terrena es capaz de realizar la unión entre los hombres si falta el arraigo en Dios. En este sentido
debemos observar que, en el transcurso de la historia, el pecado se manifiesta no sólo como una
acción que se dirige claramente "contra" Dios; a veces es incluso un actuar "sin Dios", como si
Dios no existiese; es pretender ignorarlo, prescindir de Él, para exaltar en su lugar el poder del
hombre, que se considera así ilimitado. En este sentido la "torre de Babel" puede constituir una
admonición también para los hombres de hoy. Por esta misma razón la recordé en la Exhortación
Apostólica Reconciliatio et paenitentia (13-15).
3. El testimonio sobre la pecaminosidad general de los hombres, tan claro ya en el libro del
Génesis, vuelve a aparecer de diversas formas en otros textos de la Biblia. En cada uno de los
casos esta condición universal de pecado es relacionada con el hecho de que el hombre vuelve la
espalda a Dios. San Pablo, en la Carta a los Romanos, habla con elocuencia singular de este
tema: "Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a
cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia,
dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos o calumniadores,
abominadores de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a
los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados...; los cuales troncaron la verdad
de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito
por los siglos. Amén. Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres
mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; igualmente los varones, dejando el uso natural
de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones,
cometiendo torpezas y recibieron en sí mismos el pago debido a su extravío... Y, conociendo la
sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino
que aplauden a quienes las hacen" (Rom 1, 28-31, 25-27. 32).
Se puede decir que es ésta una descripción lapidaria de la "situación de pecado" en la época en
que nació la Iglesia, en la época en que San Pablo escribía y actuaba con los demás Apóstoles.
No faltaban, cierto, valores apreciables en aquel mundo, pero éstos se hallaban ampliamente
contagiados por las múltiples infiltraciones del pecado. El cristianismo afrontó aquella situación
con valentía y firmeza, logrando obtener de sus seguidores un cambio radical de costumbres,
fruto de la conversión del corazón, la cual dio luego una impronta característica a las culturas y
civilizaciones que se formaron y desarrollaron bajo su influencia. En amplios estratos de la
población, especialmente en determinadas naciones, se sienten aún los beneficios de aquella
herencia.
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4. Pero en los tiempos en que vivimos, es sintomático que una descripción parecida a la de San
Pablo en la Carta a los Romanos se halle en la Constitución Gaudium et spes del Concilio
Vaticano II: "...cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto,
eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana,
como por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos por
dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones
infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución,
la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al obrero
al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la
persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan
la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente
contrarias al honor debido al Creador" (Gaudium et spes, 27).
5. Aquí nos contentaremos con hacer dos constataciones. La primera es que la Revelación Divina
y el Magisterio de la Iglesia, que es el intérprete auténtico de aquélla, hablan inmutable y
sistemáticamente de la presencia y de la universalidad del pecado en la historia del hombre. La
segunda es que esta situación de pecado que se repite generación tras generación, es percibida
"desde fuera" en la historia por los graves fenómenos de patología ética que pueden observarse
en la vida personal y social; pero tal vez se puede reconocer mejor y resulta más impresionante
aún si miramos al "interior" del hombre.
De hecho el mismo documento del Concilio Vaticano II afirma en otro lugar: "Lo que la Revelación
nos dice coincide con la experiencia: el hombre, en efecto, cuando examina su corazón,
comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchas miserias, que no pueden tener
su origen en su Santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio,
el hombre rompe la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto en
lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto del mundo"
(Gaudium et spes, 13).
6. Estas afirmaciones del Magisterio de la Iglesia de nuestros días contienen en sí no sólo los
datos de la experiencia histórica y espiritual, sino además y sobre todo un reflejo fiel de la
enseñanza que se repite en muchos libros de la Biblia, comenzando con aquella descripción de
Gén 3, que hemos analizado precedentemente, como testimonio del primer pecado en la historia
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del hombre en la tierra. Aquí recordaremos sólo las dolorosas preguntas de Job: "¿Podrá el
hombre presentarse como justo ante Dios? ¿Será puro el varón ante su Hacedor?" (Job 4, 17).
"¿Quién podrá sacar pureza de lo impuro?" (Job 14, 4). "¿Qué es el hombre para creerse puro,
para decirse justo el nacido de mujer?" (Job 15, 14). Y la otra pregunta, semejante a ésta, del libro
de los Proverbios: "¿Quién podrá decir: 'He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado'?" (Prov
20, 9).
El mismo grito resuena en los Salmos: "No llames (Señor) a juicio a tu siervo, pues ningún
hombre vivo es inocente frente a Ti" (Sal 142/143, 2). "Los impíos se han desviado desde el seno
(materno); los mentirosos se han extraviado desde el vientre (de su madre)" (Sal 57/58, 4). "Mira,
en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 50/51, 7).
Todos estos textos indican una continuidad de sentimientos y de ideas en el Antiguo Testamento
y, como mínimo, plantean el difícil problema del origen de la condición universal de pecado.
7. La Sagrada Escritura nos impulsa a buscar la raíz del pecado en el interior del hombre, en su
conciencia, en su corazón. Pero al mismo tiempo presenta el pecado como un mal hereditario.
Esta idea parece expresada en el Salmo 50, de acuerdo con el cual el hombre "concebido" en el
pecado grita a Dios: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro" (Sal 50/51, 12). Tanto la universalidad
del pecado como su carácter hereditario, por lo cual es en cierto sentido "congénito" a la
naturaleza humana, son afirmaciones que se repiten frecuentemente en el libro sagrado. Por
ejemplo. en el Sal. 13: "Se han corrompido cometiendo execraciones, no hay quien obre bien"
(Sal 13/14, 30).
8. Desde el contexto bíblico, se pueden entender las palabras de Jesús sobre la "dureza de
corazón" (cf. Mt 19, 8). San Pablo concibe esta "dureza de corazón" principalmente como
debilidad moral, es más, como una especie de incapacidad para hacer el bien. Estas son sus
palabras: "... pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues
no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago" (Rom 7, 14-15). "Porque el
querer el bien está en mí, pero hacerlo no... " (Rom 7, 18). "Queriendo hacer el bien, es el mal el
que se me apega" (Rom 7, 21). Palabras que, como se ha señalado muchas veces, presentan
una interesante analogía con aquellas del poeta pagano: "Video meliora proboque, deteriora
sequor" (cf. Ovidio, Metamorph. 7, 20).
Saludos
Saludo ahora con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española, venidos de España y
de América Latina. De modo especial dirijo mi saludo a los consiliarios y dirigentes laicos de
distintos Movimientos de Apostolado Seglar de la diócesis de Orihuela-Alicante (España), a la
peregrinación de Puerto Rico y al grupo de egresados de la Universidad Nacional de Córdoba
(Argentina). Que vuestra visita a la tumba del Apóstol Pedro os anime a ser testigos auténticos de
vuestra fe ante los demás y a desempeñar con responsabilidad vuestra actividad profesional.
Saludo por último al Grupo Musical San José de Mahón (Menorca-España). Que vuestra actividad
musical sirva para que la sociedad se acerque cada vez más a los valores del espíritu, tan
necesarios para ver a Dios en los acontecimientos de cada día.