El Esplendor y La Espera Obra Poetica 1979 2017 Armando Rojas Guardia
El Esplendor y La Espera Obra Poetica 1979 2017 Armando Rojas Guardia
El Esplendor y La Espera Obra Poetica 1979 2017 Armando Rojas Guardia
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© 2018, GAD Municipal del Cantón Cuenca
© 2018, ARMANDO ROJAS GUARDIA
Portada: Armando Reverón, Cocotero, c. 1944, témpera y arena sobre tela, 50.3 x 58.3 cm.
Colección: Fundación Museos Nacionales, Galería de Arte Nacional, República Bolivariana
de Venezuela. Archivo: Centro de Documentación Nacional de las Artes Plásticas (CINAP)
ISBN: 978-9942-8722-1-0
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ARMANDO ROJAS GUARDIA
Edición
Cristóbal Zapata
Prólogo
Alejandro Sebastiani Verlezza
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Nota del Editor
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edición con su proverbial pulcritud; a Félix Suazo, que nos puso en
contacto con los funcionarios de la Galería Nacional para tramitar
los derechos de la portada. Y cómo no, a Yucef Merhi, primer culpa-
ble de este empeño.
Del lado de allá: a Armando Rojas Guardia que acogió nues-
tra propuesta sin demora, y que ha asistido con paciencia bíblica a
su realización; a Alejandro Sebastiani Verlezza, autor del prólogo; a
Luisa Helena Calcaño Gil, amiga y cómplice del poeta, quien tuvo a
su cargo la delicada misión de organizar y revisar este corpus poéti-
co, y a Norys Primera, que se ocupó del levantamiento de los textos.
Mi agradecimiento aparte a Clemente Martínez, Director
Ejecutivo de la Fundación Museos Nacionales de Venezuela, y a los
funcionarios del CINAP: Mary Omaña, Marysabel Suárez, y Gio-
vanni Colmenares.
Estamos seguros que este esfuerzo editorial no solo hace justi-
cia a un nombre grande de nuestras letras, sino a sus lectores de aquí
y de allá, a los que ya lo conocen, y a los que están por venir.
C. Z.
Cuenca, julio, 2018
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PRÓLOGO
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LA ATENCIÓN Y LA PLEGARIA:
ARMANDO ROJAS GUARDIA CONTRA LA SOSPECHA
1
Y para irla dotando de una mayor consistencia, luego de acariciarlas una y otra vez (es mi intento),
no he dejado de pensar en las siguientes palabras de María Fernanda Palacios en Sabor y saber de
la lengua: «Por eso, afirmar el acto crítico sin la coartada de una disciplina formal es arriesgarlo al
desierto de la escritura, pero es también salvarlo del congelador del saber: salvarlo del poder y re-
gresarlo al esplendor de lo móvil: al cuerpo de Esplendor en la terraza de las apariciones: esa lúdica
lucidez —la pluma solitaria y trastornada que, como Zaratustra, es un desterrado de toda verdad:
nada más que payaso, nada más que poeta» (Otero Ediciones, Caracas, 2004, p. 39).
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Lo primero por decir está en unos versos de Cintio Vitier.
Pertenecen a su «Cántico nuevo» y pocas veces me abandonan:
«He pasado de la conciencia de la poesía/a la poesía de la
conciencia, porque estoy, a no dudarlo/entre la espada y la pared».
Pues yo veo a Rojas Guardia aquí. Me parece que su poesía —y
su vida, en más de un sentido— se ha movido en este incierto
y fértil espacio. Quiero decir: la voz que habla en sus libros
está situada entre la espada y la pared muchas veces. Y en esos
límites, de manera sorpresiva, ocurren los asentimientos, los
encuentros, tal vez una muy personal experiencia de lo sagrado
en la ciudad. Entre la espada y la pared está el Roquentin de
Sartre al final de La náusea, cuando parece «liberarse» por un
momento al escuchar un spiritual. Pero también va contra la
pared el que intenta dinamitar la sospecha y cantar en su upper
room, pues la experiencia del asentimiento interior, ante Dios,
ante la travesía de Cristo del establo a la Cruz, para interiorizarla,
no es automática, ni su percepción proviene de los manuales. No,
no hay un sistema conceptual o ideológico que la sostenga, salvo
el de la propia experiencia cuando se logra encaminar —es el
caso aquí— hacia las corrientes de la expresión. No es un asunto
meramente literario: está en una región intermedia, no siempre
clara, donde se abre la posibilidad del asombro. Sí, la pregunta es
cómo una experiencia logra «escribirse» (y qué puede un cuerpo,
claro, como dirá Spinoza). Hay un costado matérico, sensorial
y plástico, repleto de pinturas verbales, barrocas, en diversos
grados, en tanto gozosa yuxtaposición de versos que se mueven
hacia el espesor del pensar. Son, a su manera, paisajes, retablos y
retratos, al mismo tiempo que una reflexión sobre el deseo a partir
de lo que el propio Rojas Guardia llama «la promesa visual». Así
ocurre —antes de escribirse, incluso— una poesía que tiende
casi naturalmente a una cierta armonía contemplativa que solo
puede ser «interrumpida» —o recrece— bajo una presencia que se
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materializa en un arte de la sensación y la captación calidoscópica
del mundo a partir de sus sonidos y texturas. Nace así la poesía de
un hombre entregado a la oración. Razón entonces tiene Rafael
Castillo Zapata —en la aproximación crítica más completa a la
obra de Rojas Guardia— al notar que «sus textos no cesan de
plantearnos problemas ciertamente trascendentales, puesto que
nos obligan a salir de nosotros mismos hacia ese exterior clamante
sin el cual nuestra propia vicisitud se tornaría inapreciable, fútil»2.
2
«Una poética pensante», en Armando Rojas Guardia, Obra poética, Ediciones El Otro, El Mismo,
Mérida, Venezuela, 2004, p.12.
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pues ya se puede descansar
entre los brazos de aquel que de verdad conoce,
arrullados por este impoluto, amparador conocimiento,
cuyo juzgar traspasa, apaciguándolo, el nuestro
y nos invita a suspenderlo mientras trate
de parecerse a él. Su dictamen
sí supone inocencia, no obsesión.
Solo hay un juicio exacto: el del amor.
¿Entendemos el No juzguen de Jesús?
Me pregunto
qué ron dulce las embriaga.
Quizá la luz
cuando enronquece
y empapa de quejas el límite del día.
Acaso el viento mismo
quien como ola de cansada espuma
las impulsa a partir hacia el intenso Oeste
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donde muestra el día sus llagas
tumefactas
Cuando tú vienes,
tú el vacío el nada el ya,
el que yo no sé su nombre,
ni interesa,
cuando tú vienes
me siento perder voz,
me seco de palabras,
sueno
simplemente
como tú
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propiamente de un asunto entre polaridades; más bien, diría,
son lentas oscilaciones, un juego de marchas y contramarchas a
veces imperceptibles que se van dibujando en el tempo de Rojas
Guardia y su poesía. Lo que sí parece seguro —quiero volver sobre
esto— es que la oración aparece como un elemento fundamental
y estructurante; tanto en la persona como en la escritura de Rojas
Guardia, es asumida como la vía para encontrar respuestas y a su
vez entablar un diálogo dentro de la tradición poética más cercana
a su sensibilidad. Un ejemplo elocuente está en esa «oración» que
Rojas Guardia le escribe a Lezama Lima, que a su vez lleva el sello
de una poética, pues ve al cubano desde la suya cuando le dice
«hoy voy a orar contigo:/todo es metáfora de todo».
La oración, aquí, conduce directamente a la experiencia de
la atención. Orar, así, escribir como si se orara, no es otra cosa
que poner muy tensas las cuerdas de la voz. Puede salir un canto
afinado, o algo parecido al alarido, el silencio del que no sabe qué
hacer con su desazón y sus corazonadas. De este nada fácil espacio
sale también la poesía de Rojas Guardia: una atención desasosegada
y abierta a la percepción plástica del mundo. Justamente esto
es lo que hace notar Alberto Márquez en una breve, pero muy
condensada reflexión: «Su atención, la de sus poemas, la de toda
su obra y la de su vida ha sido un largo proceso al mismo tiempo
reflexivo y sensitivo; por ella ha conquistado uno de los lugares más
altos de nuestra poesía y se ha debatido también una interioridad
que ha sido una fiesta y una cruz»3. Y si la conformación de
ciertos hábitos mentales está relacionada con la proyección de la
mirada en el espacio, también influye la progresiva conformación
de cierta sensibilidad personal que cristaliza en la atención y la
posibilidad constante de metaforizarla. Esto último muy aliado
3
En Recital: Armando Rojas Guardia, Jueves de Poesía. Ciclo Poetas en Voz Mayor, Auditórium, 25
de noviembre de 1999, Espacios Unión, cuadernillo N° 47.
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al «registro» y la captación de lo que pasa muy adentro, en ese
espacio lleno de «quebradas», justo allí donde aparece la monja
que sonríe y sirve la cena «como si ejercitara con los dedos/
—con el alma entre los dedos, mejor dicho—/algún arte sagrado».
Esta presencia, vista como un auténtico don y una gracia, tiene su
complemento y su expansión en el cierre de Poemas de Quebrada
de la Virgen, cuando Rojas Guardia recrea —de nuevo— en su voz
la experiencia de escuchar un spiritual de Mahalia Jackson.
Aquí se asoma ya el particular Dios de Rojas Guardia, el que
aparecerá diseminado en el resto de su obra poética y ensayística,
el que merodea por los bordes de la ciudad, se embriaga con los
neones y los alcoholes, el Dios dionisíaco de los locos y los pobres,
el de la «majestad harapienta». Esta es la vía regia, digo yo, para
entrar a Yo que supe de la vieja herida, un poema impregnado de
asentimientos y llamados, pero al mismo tiempo más abierto a la
poesía conversacional. «Alberto», dentro de esta región, es uno de
los poemas que merece ser resaltados del conjunto. Las lecciones
del exteriorismo, las aprendidas en Solentiname, las asimiladas
junto con los poetas del grupo Tráfico, los procedimientos propios
de la línea de la poesía norteamericana inaugurada en gran medida
por T.S. Eliot, Ezra Pound y prolongada también por Ernesto
Cardenal y José Emilio Pacheco —yuxtaposiciones sabiamente
dosificadas, giros coloquiales, alusiones cultas y callejeras, cierto
desparpajo en la dicción, sin renunciar al lujo verbal; crítica y
participación en los hábitos modernos, cierta melancolía— son
puestas al servicio de un retrato «hablado», el de un amigo y su
vida deseosa. En «Alberto» estalla definitivamente la vocación
más expansiva —la pintura verbal ahora, insisto, «habla»— y más
alineada con los postulados del manifiesto que firmó junto con sus
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entonces compañeros de avanzada en Tráfico4 (además de Alberto
Márquez, su hermano Miguel, el propio Castillo Zapata, Yolanda
Pantin, Igor Barreto):
4
Un breve paseo por el «Sí, Manifiesto» lo asoma: «…una poesía necesaria, que nuestros interlocu-
tores perciban como palabra de uso y compartida, palabra para la cual, toda trascendencia anémica,
dispéptica, se disuelve ante el poder de convocación que sube, por ejemplo, de las rocolas de los
bares, palabra que tiene mucho que aprender de la imponencia con la que la línea exactísima de un
hit congrega el gozo del stadium, haciendo levantar un eco humano que, en el fondo de los fondos, se
parece al llanto o la risa que todavía allá, en pleno siglo XII, podían recoger de su auditorio los versos
de Berceo» (Manifiestos literarios venezolanos, Juan Carlos Santaella comp., Monte Ávila Editores,
Caracas, 1992, p. 112).
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Nada me retuvo. Me liberé y fui.
Hacia placeres que estaban
tanto en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte, como
solo los audaces beben el placer.
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Ahora que no necesito mentir
encuentros deletéreos,
porque el amor ya no requiere
de baratos hoteles ni urinarios,
ratifico sin embargo
la subversión de aquel inicio,
la ilegalidad de las caricias complotando
contra la burocracia del placer.
Saludo, como entonces,
al asombro pagano del deseo.
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po la posibilidad de explorarla hasta sus más fuertes tensiones,
transformarla en mirada meditativa y hasta lírica, word painting.
En otros términos: volver cada cosa tocada con los ojos de esta
peculiar fenomenología, así sea desde la ventana de un anónimo
comedero en Lisboa o Caracas. Hay una sensación de reclusión
que pasa del epígrafe, como decía, a los primeros tramos de Hacia
la noche viva. En «Siesta del ser», por ejemplo, aparece esta terri-
ble visión:
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5
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6
Tal vez una de las más cruciales de las experiencias para el poeta
sea la de asumir el silencio y las dificultades de la expresión.
¿Qué hacer cuando sus corrientes se trancan, el ritmo se corta,
el verso se pasma, lo dicho queda a mitad de camino, trunco? Si
ese silencio aparece, si el decir no puede soltarse, ni da con sus
mejores salidas, aparece la sensación de esterilidad, pero también
el esfuerzo de balbucear, lidiar, rogar, hasta dar con el no siempre
posible destrabe. La poesía, desde este lugar, más que don, más
que gracia, más que aliento jubiloso, se vuelve trabajo, faena
(todavía más). Algo así puede palparse en La nada vigilante: el
tono por momentos parece temblar y el lenguaje —lejos de ser
«instrumento», vía de contacto y goce con el mundo— se vuelve
imposibilidad: las palabras se vuelven mera cáscara, no hay
posibilidad de recargarlas y llenarlas de sentido, traducirlas a su
propia lengua y circunstancia. Los murmullos se apagan. O dejan
de oírse: es allí donde la nada, violenta, se instala. Es una visita
sin fecha de partida. Su tiempo parece casi insondable. Pero la
vía de Rojas Guardia fue intentar decirla, recorrerla y tensarla,
darle rostro y sacar de la piedra silenciosa y hostil algún sonido.
Es así una meditación sobre la imposibilidad: esa «nada» habla
y cede territorio a la expresión (la espera del poema «en el ápice
mismo donde cruje»). Así, decidido a meditar la no presencia de la
palabra, brotaron de su misteriosa entraña veinte poemas.
Las puertas de esta «nada», entonces, se abren con lo que me
gustaría llamar una rara invocación, fundada en lo que el mismo
poeta llama una «espera activa». El poema se «aguarda». Rasgados
los primeros signos en la página «bajo la red de mis nervios»,
ocurre la inquieta «pausa virgen que la letra goza». Interpelación
—«interpretación»— de la nada misma, entonces; espacio anterior
a la escritura, «lucidez desierta», paisaje angustioso sobre la página
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que se rige por la dificultad de nombrar. La nada, su vigilancia,
¿de dónde vino su visita quemante? Hay una expresión de Rojas
Guardia que compendia mucho de lo anterior: «decir la noche de
la mente». Para escribir «la nada» parece necesario ir hacia atrás,
entrar en las palpitaciones anteriores del lenguaje, los murmullos
del cuerpo y las sendas arteriales pegar el oído a lo que todavía
no se expresa. ¿La nada es una herida de la que brota la poesía?
Gemido de una larga batalla: «hurga en la cicatriz recién abierta».
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alternancia entre la soledad y la vida comunitaria, el repliegue y la
expansión ante —y con— los otros. Hay algo que está «faltando»,
por decirlo así, entre un momento y otro de la experiencia. La
sensación vuelta arte poética lo suple, lo enmienda, muy a su
manera. Y pareciera que mucho de lo anterior está sostenido por
la inquietud del que necesita religarse. Pienso en las siguientes
palabras de Harry Almela que colocan al trabajo poético de Rojas
Guardia en un campo de exploraciones más amplio y al mismo
tiempo recuerdan el lugar singularísimo desde donde habla:
5
En Fuera de tiesto. Poemas selectos de Armando Rojas Guardia, selección y presentación: Harry
Almela; entrevista con el autor: Ana María del Re. Bid & Co editor C.A./Ediciones de la Biblioteca
de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2008, p. 10.
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desnudez del loco6, me permito apenas recordar unas líneas de
Adalber Salas Hernández, quien a la hora de reflexionar sobre Rojas
Guardia y su poesía, se refiere al «intento de imbricar escritura y
vida hasta hacerlas indisolubles»7. No, no hace falta ahora hacer
diagnósticos (sobran, más bien), sino de captar las huellas del
proceso, lo que el poeta pudo hacer con la enfermedad, esa materia
salvaje y esquiva, luego de ser invadido por ella. En suma: menos
«clínica» y más experiencia de lectura para decir que la locura,
aquí, es vista por el que la vivió y la puede nombrar. Gabriela Kizer
ha situado el asunto con una claridad meridiana en el prólogo
de una antología poética de Rojas Guardia: «se ha tratado de una
ardua y sostenida tarea de transformación psíquica: la conversión
de la locura —bloque compacto, impermeable, literalizado— en
vida imaginal, en metáfora creadora y vinculante»8.
6
El propio autor, en uno de sus ensayos, sitúa su relación con esa «materia». Dice en «Patología
mental y escritura literaria»: «A lo largo de mi vida he experimentado esporádicos brotes psicóticos,
caracterizados siempre por la invasión avasallante del delirio paranoico. Durante las semanas dentro
de las que transcurre el delirio, no me es posible acceder a ninguna forma de creatividad literaria,
hacia la que, por otra parte, me siento ligado vocacionalmente desde la adolescencia. Una vez, el psi-
quiatra que servía entonces de interlocutor de mi dolencia psíquica, me pidió que tratara de dibujar
de algún modo los contenidos principales del delirio. No me fue posible hacerlo. Quiero decir, pues,
que en esos momentos no puedo transcribir, mediante conceptualizaciones precisas y ni siquiera a
través de imágenes verbales o plásticas, la omnipresente, totalitaria realidad de la ilusión paranoica.
Solo subsiste en mí la entrecortada verborrea, oral, reiterativa, repetitiva, monótona, por medio de la
cual doy cuenta, eso sí, de la infinita coherencia lógica desde la que se manifiesto la misma literalidad
del delirio» (Obra poética, Ediciones El Otro, El Mismo, Mérida, 2004, pp. 419-420).
8
En Armando Rojas Guardia, La puntualidad del paraíso. Antología poética, selección y prólogo:
Adalber Salas Hernández, Sudaquia Editores, Nueva York, 2015, p. 24.
8
Un poco más adelante, agregar Kizer: «Pero no solo se trata de echar fraternalmente sobre los hom-
bros el sufrimiento humano, sino de conjugarlo con la propia intimidad, hacer del alma un espacio
más abierto, arriesgado y profundo» (La puntualidad del paraíso, pp. 9-10).
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Ahora bien, ¿cómo puede pasar la locura al poema? ¿Puede
hacerlo, si más bien se trata de conseguir las posibilidades de
expresar lo que no siempre tiene lugar? El tránsito de la herida
a las formas —la «quebrada», la «nada»— está llena de abismos y
veredas que conducen al extravío. El camino estaría en la alianza
entre la atención y una intensa capacidad expresiva. Pienso a
propósito en la siguiente frase de Simone Weil: «Heridas, son
el oficio de volver a entrar en el cuerpo. Que cada sufrimiento
haga entrar al universo en el cuerpo»9. La enfermedad, en La
desnudez del loco, es una herida, no una cicatriz, no todavía, es
la «otra crónica» de su memoria, la de esa voz que habla desde la
reclusión y el castigo. Se trata de la rememoración del paciente, la
del que padece los excesos disciplinarios del encierro psiquiátrico
y a duras penas aguanta sus rutinas. Creo que esta es la atmósfera
que recorre La desnudez del loco, ese poema largo que en gran
medida quiere retratar una larga serie de humillaciones que
bien pueden constituir una de las experiencias más cercanas al
infierno en la tierra (luego de las condiciones de hacinamiento
y los horrores cotidianos que padecen miles de enfermos en los
hospitales venezolanos, por no hablar de los centenares y miles
de personas que hacen colas para comprar alimentos, medicinas
y los utensilios más elementales para la vida cotidiana, cuando
no paran huir del país por sus fronteras, en suma, cabe desde
ya decir que la obra de Rojas Guardia sigue escribiéndose —¡ay,
paradojas!— en un país que no sabe qué hacer con sus locos y
sus enfermos, con sus marginales —los hay por batallones, cada
vez más— y extravagantes, pero tampoco con sus disidentes…).
No se trata de una trasposición tan violenta, pues este poema no
solo retrata un padecimiento, sino también el tremendo esfuerzo
9
En Philippe Jaccottet, La parola russia, a cura di Antonella Anedda, Donzelli Editore, Roma, 2004,
p. 50.
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por liberarse de la mirada del Otro, cuando se vuelve opresora
y en exceso punitiva. Para seguir con lo señalado más arriba
por Kizer, La desnudez del loco hace ver una experiencia del
alma en su plena tensión, pero al mismo tiempo pareciera que
es justamente la fe —«intentaba mi oración», dice uno de sus
poemas— la que sostiene todo lo que anuncia esta voz, con todas
sus fuerzas de interpelación y sus ganas de hablarle muy cerca al
otro, al semejante y desconocido, donde quiera que esté, porque
en algún lugar desea encontrar al hermano en ese rostro que aún
no aparece, para hablarle desde el corazón, pero asumido no como
cursilería, o mero sentimentalismo, sino desde la imaginación
creadora, pues en ese órgano está su asiento, el de los sentidos, la
capacidad de engendrar las paradojas y los imposibles que llevan a
la extraña región de la poesía, las imágenes, la belleza10.
10
James Hillman, en El pensamiento del corazón, recuerda dos frases de Dietrich von Hildebrand:
«El corazón es la parte más íntima de la persona, su núcleo, su verdadero yo»; y «En el corazón se
encuentra el secreto de la persona, en él se pronuncian las palabras más íntimas». Más adelante el
propio Hillman anota: «Este vínculo entre el corazón y los órganos de los sentidos no es un simple
sensorialismo mecánico; es estético. En griego, la actividad de percibir o de sentir es la áisthesis,
que significa originalmente “asumir” e “inspirar”: un “quedarse sin aliento”, la respuesta estética
primaria» (Traducción: Fernando Borrajo, Ediciones Siruela, Madrid, 2003, pp. 45 y 76).
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desnudo por el desierto; dios otro, dios huella, dios de los caminos
que se repliega en los ratos de codo; deus dio que merodeas en las
ruinas y los bordes de la vida diaria, dios fati, nunca vía de padeci-
miento, sabes, me caes mejor cuando bailas y bebes y pones extrañas
palabras en el hocico de las personas y nada te importa; ay, dios,
tantos sueños vueltos ruina, sí, contigo es la cosa, voltea la cara, ya
mismo, confunde sus papeles, altera sus memos; bienaventurado,
lord, el que no sigue las consignas del partido, ni asiste a sus mítines;
dame moderación, dios, coño, apúrate, que el deseo no espera, que
el deseo solo es tránsito y si tú deseas lo que yo deseo y yo deseo
lo que tú deseas pues del carajo, porque así puedo insultarte todo
lo que quiera y solo oirás dulzura, sí, alcahueta dios de los papas
y teólogos de la liberación, te decimos no, no hay dios, ni dioses,
ni nada, solo desierto, pues da igual si eres o no eres porque él no
alimenta la potencia del sí y al revés; lord que eres la utopía y nos
mandas a llevar sol, coño, vistes de payaso a tu emisario, lo mandas
a poner el oído en los destartalados y de paso volteas esa cara sin
cara que también es la tuya, dio, dura, dura a veces la tienes, cómo se
hace contigo; coño, cómo se te ocurre, dios dio que invitas a brindar
con el desconocido, deus dios de la herida que recorre a los cuerpos
desde la cuna hasta la tumba (claro, cuando hay cuna y hay tumba);
dios, el dios que interpela y propicia el descenso; ay, coño, dios, esa
niebla que aparece como escondida, la niebla de la vida que vivió y
padeció el trashumante Bix; anda, hazle pasar un rato suave al que
solo va por las veredas, detenle el tiempo un rato en ese spiritual,
deja que venga el asentimiento, la gratitud por la llegada de esa
amistad, ese amor inesperado; deja, apenas una señal y donde quiera
que estés, por favor, si es estás,
¡CONTESTA TÚ EL TELÉFONO!
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OBRA POÉTICA
[1979-2017]
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DEL MISMO AMOR ARDIENDO
[1979]
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A la memoria de Mercedes de Rojas Guardia
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del mismo amor ardiendo
San Juan de la Cruz
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I
SOL JOVEN
[1967–1971]
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Con el sol que era oro puro
José Martí
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DOMINGO
Cuánta vida
dulce
el cielo el mar el puerto
las gaviotas
luz
en el asfalto a trechos una sombra
fresca.
País sonoro
la mujer que pasa caminando
el aire el ritmo
calle plomo y sol todo caliente
trepando la colina sobre casas
blanquísimas y cielo puro cielo
que quema que arde que se pierde
y luego baja:
mar
Costaba
arrancamos la plata pegadiza
del océano, el temblor fláccido
del agua y las plumas brillantes
hundidas y calientes
Sol
y voces frescas, frutos tibios:
todo en vasto azul, maduro y esplendente,
como espalda de cielo a mediodía.
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VÍSPERAS
A Carlos Pacheco
Qué silencio
cuando madura el día
allá entre los montes
crepitando
Qué alegría
cuando llego
y te doy el agua fresca
de todas mis húmedas vasijas
y te miro beberla —¡con qué gusto!
y saborearla
− 44 −
Yo las dejo salir,
perderse sobre el césped
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HA CAÍDO EL SOL
Ha caído el sol,
el sol sobre los montes,
redondo y grande, como un plato de oro
y sobre calles
y sobre tanta hierba
ahora toda gritando
hierba bulliciosa que deslumbra
Y el cielo
tan cerca
y las nubes con fiebre sudando
pegadas quietas sin moverse
Las ventanas
abiertas a la tarde que ya salta
da vueltas como un trompo anaranjado
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Mira:
el cielo tan vacío, y más allá
viene un licor oscuro,
un pueblito caminando por el cielo
a habitar tan grande soledad
porque el sol se cayó entre los montes
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CONSOLACIÓN
Luego
desemboca
tan cargada
como un río que desciende
de más altas regiones
hasta el fondo hasta ese resplandor
redondo como un lago
como una luna quieta
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Te imaginas
llegado a un día de calma
a una montaña
Pesa
eso que brilla
como los charcos en la noche
después de las lluvias recias y plateadas
Pesa
En ti un hogar ya reluciente
Él pone
tan solo una palabra
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NUNCA AMOR
Vino, te llamaba,
o flor abierta, o piel de vellos finos
que eriza un viento suave.
Nunca amor
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AVES
Me pregunto
qué ron dulce las embriaga.
Quizá la luz
cuando enronquece
y empapa de quejas el límite del día.
Acaso el viento mismo
quien como ola de cansada espuma
las impulsa a partir hacia el intenso Oeste
donde muestra el día sus llagas
tumefactas.
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TÚ
Tú y yo
volvamos,
desandemos lo ansioso
y tristemente caminado
Volvamos, sí,
hacia la hora
en que subía un olor
de cosa nueva
hasta nosotros
Ayúdame a quitar
tanta voz inútil,
tanto gesto ocioso
que te ocultan
− 52 −
II
Yo sé que Tú
vibras aquí
entre las ondas
como un presentimiento,
que brillas
vivamente
en el ardo
matutino
del mar calmo.
Yo sé que Tú
cantas en todas
esas olas.
Pero no
importa.
Quiero escucharte
hoy en el silencio
quieto
de la casa
profunda.
Sin luces de mar
roto en las rocas,
sin un solo
movimiento
de las cosas.
Solo Tú
exacto
en la penumbra.
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II
FUERA DE TIESTO
(1971–1974)
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El inmóvil punto del mundo que gira
T. S. Eliot
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1
llueve afuera y otra vez sin previo aviso los ratones, el miedo
irreprimible al desamparo, una lástima lúgubre hacia todo, el triste
olor de las paredes, esta pulcra sensación de que no importa, de que
siempre será así, de que después de todo nunca se escuchará girar
el picaporte y el ruido inconfundible de una puerta que se abre y
entonces de repente solo el mar, la vasta exclamación de una llanura
me sentía feliz porque más que viendo todo iba dejando como
siempre que todo me abrazara, que aquello se fuera concretando
como un remolino de colores en el centro del cual yo siempre en-
cuentro eso que busco allí detrás, en la mitad, la cifra clave que en-
sambla desde ella los pedazos, y estaba feliz en la misma medida en
que la hallaba, y tenía un gustazo grueso calentándome la sangre,
y todo era muy hermoso sí, bastante hermoso, hasta que repenti-
namente se colaba ese delgado y frío gusanito en pleno grosor del
entusiasmo, un sobresalto repentino que yo no me esperaba, una
luz blanca como flash impertinente, una pieza que no casaba por
supuesto en el contexto, pero que, sin embargo, estaba allí reclama-
da por todo lo demás, algo fatal cagándose sin más en el ritmo y los
colores, algo tan torpe como la certeza inexplicable de que aquello
no bastaba, de que no había bastado nunca y yo ya lo sabía, aquello
no bastaba, era indudable, y no quedaba otro camino que sacarle el
cuerpo a la desilusión que me estaba ametrallando la alegría, porque
si aquello no bastaba, coño, entonces qué bastaba, si eso tampoco era
entonces hasta cuándo
− 59 −
3
− 60 −
tra acudiendo al horario de los trenes, y sin embargo, es la única tie-
rra que tenemos prometida, la Ítaca probable a donde podemos atra-
car con aires de certeza, la evidencia granular que muy de cuando
en cuando nos deslumbra, ese imprevisto coágulo de vida que nada
tiene que ver con los minutos democráticos del reloj confederado y
que es literalmente lo único que importa
− 61 −
− 62 −
III
OFICIO DE VÍSPERAS
[1974–1975]
− 63 −
− 64 −
Movimiento, signo molesto de la realidad
Ramos Sucre
− 65 −
− 66 −
AHÍ
Como desenterrándolo,
busco aquel vacío donde empieza
a oler distinto,
y el aire
de páramo parece
(o cesa de existir súbitamente)
mientras entra
la enorme libertad
por la ventana.
No hay oficio ni sueño que lo atrape.
No hay lenguaje.
Tendré que manar, despreocupado,
como agua entre dos rocas
negras.
Hasta empozar ahí,
vórtice mudo,
donde me encuentro intacto ese color,
aquel blanco, último lodo
sin forma todavía.
− 67 −
SIMULACRO
− 68 −
OLVIDO INVOLUNTARIO
A Silvia Cova
− 69 −
EL DISEÑO
− 70 −
NOCHE DE CONDENA
− 71 −
OFICIO DE VÍSPERAS
− 72 −
RECUENTO
− 73 −
INMINENCIA
− 74 −
LUCAS 24, 14
A Coral Delgado
Fue
una bárbara alegría,
obcecada, violenta, como esas
ilusiones que solo la pasión
engendra:
espejismo total
donde giraban el asombro
y la dicha cotidianos.
Entusiasmo inocente, pero torpe
aventando imágenes de vértigo,
enloqueciendo hábitos,
acrecentando, delante de nosotros,
los abismos,
dejándolo a merced de las quimeras
y la fiebre
− 75 −
de las mil
visiones ígneas
que soñaban
las palabras, las palabras, las palabras
− 76 −
EPITAFIO PROBABLE
− 77 −
CAUSA PERDIDA
A Abraham Pulido
− 78 −
LA PALABRA Y YO
Debería ser
no digo ya mi esposa fiel,
pero sí mi amante,
por lo menos;
sin embargo,
lo confieso —es hora
de que se sepan estas irregulares relaciones
para evitar un escándalo
más tarde—
es imposible conquistarla,
me traiciona:
se va por temporadas,
luego vuelve
cuando quiere,
no cuando la llamo,
cuando le grito la busco
o le hago señas;
la sorprendo con otros
cuando la creía más mía
y lo peor es
que a veces
luce mejor con ellos que conmigo;
− 79 −
en ocasiones la maltrato,
la castigo, la golpeo
para que me deje poseerla
o si no
me maltrato yo mismo
en su presencia,
me someto a autocastigo,
a disciplina,
para ver si se conmueve
pero nada;
− 80 −
LÍNEA QUEBRADA
A M.
− 81 −
EL OTRO TIEMPO
− 82 −
POEMA DE LA LLEGADA
Cuando tú vienes,
tú el vacío el nada el ya,
el que yo no sé su nombre,
ni interesa,
cuando tú vienes
me siento perder voz,
me seco de palabras,
sueno
simplemente
como tú,
sin queja sin golpe
sin crujidos,
sueno
como tú.
Cuando tú vienes
tengo prisa por decir,
por llamarte de algún modo,
por nombrarme
a mí también
para al fin reconocerme
en tu presencia
me abalanzo precipito
sacudo la quietud
mancho lo limpio
todo es tan vacío tan gota
inaprensible,
− 83 −
tan exactamente nada,
tan silencio.
Cuando tú vienes
abro ensancho acojo,
me dilato,
no sé decir, sino que abro
inútiles clausuras.
Tú en el canto,
tú el silbo el suave el que no pesas
vuelves hilos levísimos
mis nudos,
me desatas.
Cuando tú vienes
nada dice
y me dices.
Nada pides.
Qué vas a ser tú el Implacable,
el Exterminador, el Enemigo.
Nada pides,
eres.
Solo oigo cómo eres,
solo oigo cómo soy
y quiero
ser
así eso que escucho,
me abandono.
Cuando tú vienes
hay
una exacta coincidencia,
− 84 −
te miro en lo profundo
de aquello que deseo,
qué mentira,
qué imposible,
qué estúpido
querer lo que no quieres
querer lo que no quiero.
Y entonces
ya no es sino la paz,
la precisa ubicación,
el ser
escueto.
Cuando tú vienes
no has venido,
estás ya desde siempre.
− 85 −
FALTA DE MÉRITO
− 86 −
POESÍA
Hecha de costras,
de imágenes náufragas,
convexas,
refractarias como un vidrio ciego.
− 87 −
SIN USO
− 88 −
CASI SALMO
Heme aquí,
mis ojos se acostumbran:
una mezquita donde había una fábrica,
un grupo de tamborileros formado por ángeles,
calesas por los caminos del cielo,
un salón en el fondo de un lago,
monstruos, misterios
(él andaba en Londres o en Bruselas
ahíto de revólveres y vértigos).
− 89 −
de las que sale un hombre
sin abrazos,
pieno di sonno a quel punto
Pero Tú,
tú,
di una sola, la única Palabra,
tú que estás detrás de este alfabeto
esmerilado,
di esa Palabra
capaz de engendrar y de engendrarme,
desde tu lado dime
tú
(y mi alma quedará sana)
− 90 −
Cruzado
por todos los metales del sol crudo
en un autorretrato
(¡di tú esa palabra, Théo!).
Ven en mi auxilio,
date prisa en socorrerme
el albatros está ciego en el océano,
en la sonora enorme sed
que no puede contener este cántaro
de frases,
me has agarrado, me has podido,
Tú me sedujiste,
Otro total,
Vacío de mí,
el-que-está-enfrente reclamándome,
lector: ¡mi hermano!
En la víspera,
derriba al poderoso,
vacía al rico
(haz estallar mis cercas, línea a línea),
tú, Humanidad escogida, pobre esclava
(Todos, vengan todos, suban todos, entren todos
siéntense todos:
éramos pobres, pobres, pobres, pobres, pobres),
Stella matutina,
entraremos en las espléndidas ciudades,
juntos,
Ianua coelli
e quindi uscimmo a riveder le stelle.
− 91 −
SOSPECHA
A Pedro Trigo
Ni una sola
palabra
ha roto el círculo.
Si el tiempo
a sí mismo se busca
y no
a lo que pasa vivo
entre las horas,
no hay futuro,
otra vez el circuito recomienza,
solo brillan
espejos,
la nada poblada de imágenes
iguales
el ciclo
y sus etapas:
yo solo
repetido
desde el génesis.
− 92 −
JUAN 21, 5
En tu palabra
la red
ahora.
Un gesto absurdo
después de todo.
Sobre el vacío
no hay esperanza.
Pero tú dices
que ahora es posible.
Nada es distinto:
el mismo lago
negro e inmóvil,
el mismo sitio,
la misma noche.
Pero tú dices
que ahora es posible.
En tu palabra
la red
se moja.
− 93 −
− 94 −
POEMAS DE
QUEBRADA DE LA VIRGEN
[1985]
− 95 −
− 96 −
A Igor Barreto
− 97 −
− 98 −
Puede haber momentos de absoluta gratuidad en los que
el hombre no se interroga: sabe que Dios actuó en su vida.
Esta muestra su transparencia; a pesar de los conflictos
insuperables irrumpe una armonía, una plena quietud in-
terior, una unidad de todas las cosas ligadas a una única
raíz de la cual viven, existen y subsisten. Pueden acontecer
momentos así en la vida de un hombre. Tal vez después de
un largo proceso catártico; después de penosas crisis; qui-
zás en el corazón de una vida alienada y pecaminosa. Dios
puede surgir no solo como pregunta o como respuesta al
cuestionamiento inquieto del corazón, sino como diafani-
dad y evidencia.
Leonardo Boff
− 99 −
− 100 −
«Quebrada de la Virgen» es un punto casi anónimo en el
mapa. Una pequeña zona cercana a Los Teques, poblada de bosques,
riachuelos y algunos sembradíos. Allí, bajo cielos mudos surcados
a veces por el relámpago negro del gavilán, está situada una amplia
casa de retiro en la que empezó la aventura espiritual que estos poe-
mas transcriben y —así lo creo y quiero— relatan. Aquella expe-
riencia interior se prolongó después en las calles de Caracas; pero
su pulpa recóndita pertenece íntegramente a la geografía serena de
«Quebrada de la Virgen». Por eso este libro, escrito en gran medida
cuando mi cuerpo ya no estaba allí, lleva en su título el nombre de
aquel sitio, donde tuve la brusca sensación de ser diáfanamente feliz.
− 101 −
1
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4
solo en silencio
descubro
que Suenas
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6
Mater Páuperum?
¿no está ya la Rosa Mística
plantada para siempre en «Nazareth» —así se llama
la escuelita de un barrio de Caracas—?)
− 107 −
Pero quizá no es tarde, todavía:
frente al Dios masacrado que arrullaste,
olvidado de sí el rostro de Narciso
contempla en el agua de las lágrimas
el Espejo de justicia, tu
ovalo perfecto.
− 108 −
7
En la capilla,
fuente y estanque
(bautismo terso
sobre mi mente
esta mañana)
Junto al sonido
del glugluteo
arrodillada
habla la aurora:
en el principio
solo había agua
(únicamente
sorbía el Espíritu
el centro núbil
de aquel rubor
en la garganta)
− 109 −
De esta manera
para volver
al ser intacto
de ese comienzo
cuando Dios mismo
gustaba en ella
su propia higiene
originaria,
hay que nacer
sí, del Espíritu,
pero también
del elemento
que en su sabor
guarda el principio:
el que de pronto
nos sabe a Todo
¡igual que a Nada!
− 110 −
8
− 111 −
9
Me recuerdo
a expensas de las ráfagas de música
mientras aquel terco, helado espejo
devolvía mi rostro iluminado
donde el alcohol ya empezaba a dibujar
la náusea de caer, harto de mí,
en cualquier cuerpo, como en mi propia tumba.
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10
− 113 −
el cósmico juguete que son los dedos de Thelonius
tocando «Round Midnigth», un solo lentísimo de Parker
—por ejemplo, «Lover Man»— en la mañana
cuando el abrazo se demora, insiste, recomienza,
aquel poema de Ezra Pound, el que termina:
« … la aurora entra en el cuarto,
con pasitos menudos,
como una dorada Pavlova … »,
ciertas páginas calientes de Lezama
en que huele a malecón, las olas rompen
e incluso el mar tiene un color de daiquirí,
aquella última secuencia de la película de Chaplin
(la exciega y el mendigo se consuelan
de su imposible amor, con la mirada).
(A Miguel Márquez)
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desnuda siempre,
que cubrió la velocidad de mi vergüenza,
esta prisa amnésica olvidando
la puntualidad del Paraíso.
(A Esdras Parra)
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que se ha tragado la muerte solitaria
para que el otro sea dichoso.
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18
Señor,
¿será la madurez esta mirada
que saluda sin engaño al día naciente?
Sé que está aquí la aurora whitmaniana
tanteando mis músculos con gozo:
aspiro en lo hondo su salud
regalándome la fruta para el labio,
el estribillo aquel para el oído,
la cósmica quietud tras el orgasmo;
pero con qué dulce ironía ahora compruebo
cómo asciende, disfrazada por la luz,
la sombra quevediana que también
amanece con el alba:
mis treinta y cinco
años gustando lo que prueban
varios puestos vacíos en la mesa,
teléfonos repicando en el olvido,
insaciables bocanadas de cigarro
(el deseo que, inútil, recomienza).
− 124 −
Señor,
que envejezca conmigo la esperanza
hasta la videncia virgen de la muerte
donde Whitman y Quevedo me parezcan
cara y sello de la única moneda:
el relámpago total de la mañana.
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de animales prehistóricos jugando
en la infancia silvestre del oído.
(A Alberto Barrera)
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podrían ellos ser el Otro, la absoluta
Alteridad donde naufragan
afectos, amores y deseos
en la horrenda comunión, en la gloriosa
Presencia que no devuelve mis imágenes
o siluetas de cuerpos añorados,
sino que es única y voraz, Ternura íngrima
reclamándome, sin embargo, en pleno centro
de los ojos del padre, la madre, los hermanos,
el amante, los amigos?)
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22
El mismo cristofué
de la niñez
surca mi ventana
mientras pienso:
¿cómo decir
ahora
que Tú y yo nos amamos?
¿Qué palabra
aterida aún por el misterio,
livianísima, extraviada
quizás en el olvido,
haría falta pronunciar
para aludir, sin cháchara,
a la herida
—tatuada en la carne de los dos—
cuya sangre tiene el nombre de mi vida?
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y el viaje imaginaba cualquier isla
y el juego celebraba cada piedra.
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− 135 −
(«Libertad», lo llamarían),
tan fieros y felices como niños orinándose,
con el impudor de los puros, frente al rey
(en la siesta monocorde del verano,
recordando las novias suavísimas de Heildeberg,
los dos compañeros se confiesan:
la razón debe pedirle a la locura
su danza irreductible, la inocencia
con que el loco Hiperión, desde su torre,
enseña al profesor que la luz blanca,
la rosa de los vientos del Espíritu,
no termina en el Estado de los Césares,
se burla de las Prusias de los káiseres);
así querría yo hoy que a William Blake
lo hubiesen dejado predicar un solo día
sobre el púlpito labrado de una iglesia
—la catedral de Westminster, por ejemplo—
en presencia de arzobispos y presbíteros
y de una multitud de feligreses
harta, como todas, de sermones.
Imagino el viento sagrado resonando,
por primera vez, junto a los mármoles,
mientras los cuerpos, desnudados por fin
como a la hora del agua o del amor,
se erizan con el paso del Dios vivo
y tiemblan ante el olor de Cristo el Tigre
devorando las ingles de las almas,
ahora tan intactas, tan ebrias y tan vírgenes
como la de aquel niño canoso viendo ángeles
a la hora en que arde Venus sobre Lambeth
y hasta las prostitutas de Soho profetizan.
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26
− 137 −
reescrita por la luz, la piedra insomne, el agua terca,
anuncia la emoción meridiana de mi vida,
mi pasmo adulto ante el inmóvil
huracán de gestos y muslos y caídas
y espasmos y torsos y miradas genuflexas
—los cuerpos desnudados por el viento atroz de la justicia—
que un hombre tuerto y medio ciego
lanzó sobre nosotros
desde todos los escombros
del mundo parturiento.
− 138 −
27
Anochece.
Hacia Costa Rica, los volcanes
evaporados en la niebla.
¡Y el Lago, impalpable, hecho de aire!
Extensión de aceite helado
a ratos gris (¿pero qué gris, qué ámbar?),
a ratos ¿rojo? (horizontal y líquido crepúsculo),
colores no nombrados todavía,
casi fucsia —malva ígneo— metal u ópalo.
Y bosques, unánimes bosques aplaudiendo
—rumor denso del viento entre las hojas
donde aletea el cormorán y chilla el mono
y los grillos empiezan a arrullar
el chapoteo isócrono del remo,
nuestro bote flotando entre las islas.
La memoria
arde aún en el taller, hacia las once,
cuando el Lago es solo lámina de zinc:
mis manos, a esa hora
con torpeza descubren el cemento
la piedra
la madera
Le aprendo el color a la vinílica, el rastro acre
al kerosene, su luz propia a cada tarro de pintura
− 139 −
Matemática del trazo («que quede parejito»,
ordena Óscar)
tan seria como la Filosofía
− 140 −
El trabajo manual como protesta
y comunión y desagravio
«Se dedicaba luego a la rueca, hasta haber
hilado cierto número de madeja. A veces se le
encontraba absorto examinando
los detalles de los últimos modelos
de ‹charkhas› y dando instrucciones al diseñador»
(Uno de los biógrafos de Gandhi)
Yo, en mi agenda de neoparia
(cotona, blue jeans, botas de hule),
anoto el día que me espera:
cada resistencia del metal,
las hazañas del pincel y de la acrílica,
la aventura de una raya:
el sentido de mis manos
(las reinvento)
hasta el responso dulce, hasta el silencio
− 141 −
28
− 142 −
el hervor insurrecto de la historia
con la misma luz intacta que en el mármol
quema el verso de su nombre, tres palabras
JOSÉ LEZAMA LIMA
anunciando una sola incandescencia:
calle y tumba abrasadas en la imagen.
(A Laura Antillano)
− 143 −
29
A veces Te me niegas.
Solo rozo tu aspereza, la costra
de esta nostalgia que Te busca.
Secuestrado por una atmósfera compacta
no hay una sola, brusca grieta
por la que pueda tocarte mi deseo.
Mi impotencia y mi fatiga
zumban ante Ti, calientes, transpiradas,
como dos insectos que no pueden
posarse al fin en esa lumbre
que, sin embargo, los atrae.
De pronto, mi insistencia
alargándose total hasta aquel ápice
donde el contacto vibra, centelleando,
encuentra un flujo de abandono.
Con qué pasmo ígneo de ternura
—si la ternura puede colindar con el espanto—
gozo ese minuto en que llamas,
volviendo de repente ya porosa,
tan dúctil y maleable que sonrío,
la materia pesada de mi cuerpo.
Resucita, entonces, la mirada
a la que suben, impúdicas, las lágrimas.
− 144 −
Te respiro otra vez, como los pájaros
olfatean el alba desde lejos,
cuando me trepa la agolpada gratitud
de que cedas sin lucha y sin medida.
(A Antonia Palacios)
− 145 −
30
− 146 −
a la pulpa redonda de mí mismo
cuando nada me importa, excepto El
arrinconado allá (desván o sótano)
junto al soldado de goma y la muñeca,
payaso en el circo de los locos,
camarada del poeta y de la puta,
príncipe de flores y leprosos,
majestad harapienta, Dios proscrito
a quien unos cuantos, negra tribu,
llamamos con ronquísima dulzura
compañero.
− 147 −
− 148 −
YO QUE SUPE DE LA VIEJA HERIDA
[1985]
− 149 −
− 150 −
Para Alberto y Miguel Márquez, mis hermanos, como tribu-
to de devoción y gratitud.
− 151 −
− 152 −
Es tan deleznable toda poesía amorosa,
tan llena de ripios,
que no puedo dejar de escribirla.
− 153 −
− 154 −
BOCETO
Si contrariamente a lo previsto
fuera la tribu
la que diera su sentido más puro
a mis palabras.
− 155 −
Si los sanguinolentos tendones del poema
hospitalizaran —por fin— al dulce oído,
al ojo y su embeleso.
Si en mitad de los versos inocentes
Se oyera el griterío
de la celda vecina.
− 156 −
MICROJAZZ
El poema es hoy
la lucidez vacía de este espacio
que deja el dolor al descubierto.
Nada tengo en las palabras
para glorificar al sufrimiento,
su polvareda recurrente
(de poco serviría acordarse de Dionisos
o de los consuelos de Jesús).
Cuento apenas con unas letras vacilantes
para abrazarme a la intemperie:
Charlie Parker
a su saxo
lo tomaba así, como a una muerte
obligatoria, que acaso —en ocasiones—
podía rozar a contraluz,
empapado por la última saliva,
aquel mapa probable
orientando los sonidos.
− 157 −
¿POESÍA?
Pero al lado
sus radios también dicen
y los anuncios comerciales
dicen
y dice la AP desde el periódico
y el Ministro de la cultura
dice.
Sería necesario
desdecir (se).
Hoy, es la única función de la poesía.
− 158 −
CASI ARTE POÉTICA
− 159 −
que contemplé yo en Como hace ya años
(la nota que faltaba: un viaje a Europa
cuando mi adolescencia agonizante
lloraba en pleno tren tanta belleza).
Y aun si en este minuto deseara
ahuyentar de estos versos la panoplia
de lugares comunes (¡tan sabrosos,
tan de rancio alcanfor, tan frac guardado!),
si quisiera escapar de la harmonía
de estas arpas solemnes, de este nácar
con que la tarde irónica me escribe
una luz rubeniana, su hombro níveo,
su Verlaine otoñal en pleno trópico,
si para no asustaros me enseriara
y, como buen alumno del poema,
os dijera (les dijera, mejor)
ya siglo XX, idéntico a los bardos
(los poetas, perdón) de Venezuela:
− 160 −
si yo dijera así, les mentiría:
barnizando de doctrina mi poema
—semiológicamente, por supuesto—
disfrazaría tan solo mi homenaje,
obsceno como sexo de muchacho,
a la perra tenaz, la puta invicta,
que me sigue los pasos y me muerde
todos los días el alma, igual que en Como.
− 161 −
y esta tinta manchándome las manos
es el rastro de sangre acusadora
que atestigua mi crimen cotidiano
y me expone al castigo inevitable
de seguir cometiéndolo mañana.
− 162 −
ANUNCIACIÓN
− 163 −
SIGLO XX
Esta noche
al pasear por la avenida
de pronto
detrás de la funeraria
iluminada SERVICIO DE CAPILLAS
se veía claramente un escritorio,
se adivinaban los papeles
(contabilidad y recibos).
− 164 −
SÍ, VISCONTI
A Richard Lizardo
Dulce pantalla
un tanto ajada ya, rosa de noche,
levemente amarilla
como la edición
que un ansiado D´Annunzio nos firmara
—el tormento tiene néctares lujosos
para los que desconocíamos un nombre—
en las butacas de este cine, al que acudimos
hartos de autopistas y monóxido:
− 165 −
como una lección de esgrima antigua:
descubrir en la autopista la opulencia
y en el monóxido aquel color bruñido, ópera oculta,
que me lo haga respirar
como tú mismo, acaso,
lo tosías en Milán, mirando el Duomo).
− 166 −
ALBERTO
− 167 −
pero con qué miedo magistral y taciturno,
como si se tratase de que la erección rezara
—allá, más joven que ahora
lo decías: «Tuve miedo de no encontrar a la mujer»,
y es que, sin barba aún, ya la buscabas,
la mujer que es carne aérea de aquel viaje,
el viaje interminable, el viaje beat
con sandalias al sol en el cerebro
que todas las semanas te propones,
la mujer vacacional, la inagotable,
el sábado absoluto (ven vagina de week-end
a convocar al sexo del espíritu)
—«¿por qué no nos vamos a la playa?»,
—«¿por qué no cogemos el autobús pa’Mérida?»,
—«¿por qué no nos vamos pa’l carajo?»,
y es el mar sin horizontes, los Andes últimos,
la mujer, sin más, tras los pasillos
esperando después de tanto horario
en un ápice frutal, una miel negra
frente a un jeep dominical.
Porque la Escuela de Letras
(lunes sonando, aula 216, pizarra virgen)
puede ser también el laberinto
del huérfano deseo, hasta que al fin
las habitaciones de siempre,
los cuartos aquellos, recurrentes, comuniquen
y un viento de rock trepe a los muslos
de alguna profesora de La Salle
y zarpe la universidad, bajo la lluvia,
a esperarte desnuda sobre el césped,
pubis del viaje ya tocable
porque de bruces el burdel converge limpio
− 168 −
para que los corredores se reúnan:
todo el recorrido fue en su vientre,
el viajero le huía regresando,
madre puntual.
Es todo cuanto quería decirte, secretísimo
y recién nacido sabio del cigarro,
aquí estamos amigos y discípulos
despidiéndote
(la reunión se termina, los adioses
saben apenas a colillas, suenan vasos
vacíos, zumba el sueño,
Caracas se ahueca en nuestros pasos)
es la hora de irse
—«¿por qué no nos vamos pa’l carajo?»,
un olor de senos libres limpia el aire
convidándonos.
− 169 −
MADRUGADA
Sé que busco
tu olor en las palabras: es tu cuerpo
respirando en las letras del deseo.
Pero en vano. Hoy solo te nombra el desalojo
y en este cuarto náufrago ejercito
la autopsia del recuerdo.
− 170 −
LA OBSCENIDAD DE LA MEMORIA
− 171 −
POEMA
− 172 −
YO QUE SUPE DE LA VIEJA HERIDA
− 173 −
durmiendo solitario en lecho grande,
¡mi ciclón genital, irredimible!
—salvo en la almohada de la noche íngrima—
(ya ves en qué Orfeo pedestre me trocabas
a fuerza de negarte hasta en los sueños:
a la mañana siguiente la pasta de dientes y la ducha
colocaban a Francesca otra vez en la oficina
y el Hades olía a café, mero y trivial, de desayuno),
− 174 −
BEATO DE TI
− 175 −
su sífilis de orgullo —la más sacra, sin embargo, y regia—,
a los bares donde todo poeta de mi edad
acudió a pedirle a Rimbaud que autografiara
el lugar común de la desdicha
contra las serpentinas del acto cultural,
la tenaz misa de diez,
tanto pupitre masturbado a solas.
− 176 −
como yo me río ahora de este templo
pero rabiando porque has convertido a Baudelaire,
hospitalizado a Zaratustra,
hecho besar a Rimbaud el anillo obispal de la obediencia,
y ya no me queda otra vez sino masturbarme a solas
mientras me persigno ante tu imagen.
− 177 −
CAVAFIANA
− 178 −
la subversión de aquel inicio,
la ilegalidad de las caricias complotando
contra la burocracia del placer.
Saludo, como entonces,
al asombro pagano del deseo.
− 179 −
LA NOCHE DEL DESEO
− 180 −
TÚ
− 181 −
VALIÓ LA PENA CONSTATARLO
Oyéndote yo sé
que no hay remedio,
que nunca podré ser
aquel frondoso Armando prometido,
que siempre seré el monje
mendicante,
un mínimo juglar,
el poeta, solo.
− 182 −
TRAZO
Un Botticelli adolescente
inaugura la pequeña habitación
donde aún (bíceps rubio, fruta genital)
hay humedad de semen en las sábanas
− 183 −
MACUTO 7 A. M.
− 184 −
TENGO UN AMIGO
Tengo un amigo
− 185 −
la latitud frugal del desamparo,
al gobierno techado de la orilla:
Magallanes jugándose su estrecho,
la poesía de alta mar contra el retorno.
− 186 −
Sí, vinieron con mi amigo tragos múltiples,
mi amigo paga las cuentas esta noche:
no hay haber ni deber en su taberna,
en ella todos somos inocentes.
− 187 −
(una Ventana, por ejemplo,
la Mecedora tenue,
un Gato cuya piel se funde en noche).
¡La Cosa muda nos dibujó sus órganos,
la impenetrable resultó porosa!
− 188 −
OFICIO SECRETO
(San Carlos, Nicaragua, 1973)
− 189 −
SANDINO DEL GÉNESIS
(Solentiname, Nicaragua, 1973)
− 190 −
POSTALES DE SOLENTINAME
− 191 −
Paisaje del Precámbrico (no reconozco
la costa familiar —guásimos, guayibos,
coyoles, poroporos— donde a veces
nos bañamos por la tarde)
Noche oscura del sentido
(también la conoce la naturaleza)
antes de la epifanía de los gallos
cuando Dios se despereza, majestuoso
en los cormoranes que se elevan
Sobre el guayibo
el grito largo
de la oropéndola
No hay nadie en casa
− 192 −
Ella está sola
—yo tecleo esto
sobre mi máquina
Mi reloj
el Lago
sus colores
− 193 −
8
10
La vuelta a la ciudad
es solo lluvia, luces frías
sobre asfalto mojado,
sol en polvo, techos íngrimos,
− 194 −
palomas dispersas (también sucias),
vitrinas atontando y apenas
ese trozo lejanísimo de cielo
donde Solentiname proclama
su presencia
− 195 −
DÍPTICO DE AQUELLA MUERTE
− 196 −
II
− 197 −
− 198 −
EL DIOS DE LA INTEMPERIE
[1985]
− 199 −
− 200 −
A veces me parece que estoy literalmente en el desierto. Solo cielo
arriba y arena abajo. Sometido a las tentaciones (los espejismos), los
falsos oasis que hacen ver la sed, el hambre y ese sol vertical (o esa
noche compacta): ellos dejan ver, de pronto, la neta la vastedad del
espacio por recorrer. No hay ninguna imagen, ningún lugar (ningu-
na topología concreta o simbólica) donde pueda en realidad abrigar
la esperanza de detenerme. Solo la marcha es, en sí misma, sedenta-
ria. Solo ella es mi hogar.
− 201 −
Esperar la Hora.
Esperar la epifanía de la superación coincidente. Síntesis. Paz
redonda sobre una cresta repentina.
Esperar la armonización de las disonancias, de los sonidos in-
útiles (¡los ruidos!: su multitud larvaria, enervante). La articulación
de lo fragmentario, desgarrado, irresueltamente discontinuo.
Esperar la asunción de lo que oculto (sin poder hacer otra
cosa), de lo que callo, de lo que entierro en complicidad inconfesada,
tácita (sobornándome): aquello que molesta, intimida, avergüenza,
o que simplemente ignoro (como hay quien ignora que es desgracia-
do, como el enfermo desahuciado que celebra su cumpleaños).
Esperar la reconciliación sin desgaste. La reconciliación del
deseo.
Esperar, al fondo, una Inmensa Compasión, una Ironía re-
dentora, misericordiosa.
− 202 −
Relámpago de luz Turner: detrás, ¿o en la mitad?, de tu cuerpo
inofensivo, cotidiano (al que ya creo haberme acostumbrado),
fosforece un hueco donde el placer conoce al miedo, donde advengo
al umbral de lo siniestro: tú —short azul, franela blanca— abres un
poco las piernas (la izquierda reposa, alargada, sobre los cojines del
sofá; la derecha, en arco, está recostada del espaldar). El vello de esa
pierna derecha prolonga su sombra castaña —sobre la superficie
pálida de la piel— hasta insinuarse, justo allí donde el muslo empieza
a ser ingle, en forma de mancha oscura —vibrátil para la avidez de
mis ojos— que trepa hacia arriba.
− 203 −
leolíticos donde la carne es emblemática: frente al árbol de la vida, el
eje solar del mundo.
− 204 −
Alguna vez supimos algo, o creíamos entender algo, que nos habló,
quizá en solo unos segundos, del ser escueto y rebosante, a salvo
de todos los miedos. Alguna vez comprendimos, atisbamos resplan-
dores que luego no pudimos, no podemos traducir, y que por eso
mismo olvidamos: brillos acuosos, como una muchedumbre de lu-
ciérnagas llamando desde el fondo de un gran río, que invocaron
para nosotros, por instantes, una duración sin orillas.
− 205 −
hasta el silencio absoluto, hasta una noche íngrima y atroz a la cual
no podemos entrar para hacerle compañía, y miramos tan desampa-
rado al Hombre que, de pronto, provoca arrullarlo vallejianamen-
te, pobre trozo de carne floreciente y condenada, y de esa extraña
compasión va quedándose una luz que no sosiega pero sí ilumina,
una luz por medio de la cual comprendemos el destino comunita-
rio de los hombres, porque lo único sólido, el único bastión huér-
fano que podemos oponer a aquella misma noche íngrima y atroz
es una casa fraternal con pan común, con mesa puesta, con salón
iluminado, con abrazos; o, igualmente, pudo ser en las irrupciones
eléctricas que atravesaron el rato de la fiesta, cuando bailamos (está
alto el volumen de la música que brota del tocadiscos, y esa músi-
ca no suena en el aire sino que suda en los intersticios del cuerpo:
¡el cuerpo es la música sonando!), o también, cuando reímos desde
abajo, desde la ingle, mientras el coro de otras risas amigas hace un
círculo cerrado, compacto, con la nuestra, o en esos momentos de
alcohol eufórico en los cuales la ebriedad no se ha transformado aún
en burda incoherencia de imágenes ahogadas, sino que es una suerte
de liviana, fulgurante, etérea lucidez donde vibran los sonidos (¡ah
esas censuras suavemente evaporadas, esa desinhibición de ocultos
resortes al soltarse!); o pudo ser en esos días (atardece, y el aire nos
devuelve a una humedad que ansiábamos) en los que llegamos a una
ciudad extranjera y hasta la cama del hotel nos sabe a las más tibias
aventuras y nos asomamos a la ventana como Alicia al jardín tras
el espejo. Tiempos de celebración, tiempos que conocía el Zaratus-
tra de Nietzsche cuando entonaba, justamente en la «Canción de la
embriaguez»: «La alegría es más profunda que la pena. / El dolor
dice: ¡pasa y acaba! / Pero toda alegría quiere eternidad, / ¡quiere la
profunda eternidad!».
− 206 −
Pudo ser, pues, en todos estos instantes deshilvanados del asom-
bro: allí conocimos, en rapidísimos fulgores, dimensiones abiertas,
puertas que dan a una llanura, comarcas de lo real que hablan de
que acaso haya niveles desconocidos a los que accederá nuestra vida
transformada, atmósferas más densas que las que nuestra cotidia-
nidad respira, continentes inmensos que en la noche nos rozaron
dejándonos una fiebre de innombrables colores. Lo que ocurre es
que tal vez esos descubrimientos, esos hallazgos momentáneos, em-
polvados luego por la prisa y el ajetreo tenaz y esa amnesia que nos
hace olvidar lo sustancial, dibujaban fuegos que no podremos nunca
transmitir como eran. Al final solo hay ya un remedo, una palabra
muerta, un gesto torpe, un despojo, un resto náufrago. Y a noso-
tros mismos nos parece que el mensaje, la clave inenarrable, aquellos
telegramas del abismo, fueron una ilusión, un espejismo, un breve
aturdimiento, y que la verdad es más opaca y trivial. Y demoramos
en explicarnos estas cenizas de lo que fue conocimiento.
− 207 −
− 208 −
HACIA LA NOCHE VIVA
[1989]
− 209 −
− 210 −
PARTE I
LOS COLORES DEL CIEGO
[1985–1987]
− 211 −
− 212 −
La oficina se me vuelve una página con palabras de gente;
la calle es un libro; las palabras cambiadas con los habi-
tuales, los desacostumbrados que encuentro, son decires
para los que me falta el diccionario, pero no del todo el
entendimiento. Hablan, expresan, sin embargo, no es de
ellos de quienes hablan, ni es a ellos a quienes expresan; son
palabras, lo he dicho, y no muestran, dejan transparecer.
Pero, en mi visión crepuscular, solo vagamente distingo lo
que esas vidrieras súbitas, reveladas en la superficie de las
cosas, admiten del interior que velan y revelan. Entiendo
sin conocimiento,como un ciego al que hablas en colores.
Fernando Pessoa
− 213 −
− 214 −
ANATEMA EN LA OFICINA
− 215 −
entre nuevos asfaltos que la ignoran
porque miles de palas y uniformes
no pueden detenerse, es necesario
que todo se haga joven de improviso
licuada la memoria en el cemento,
el patio de la infancia subastado
a tractores sonámbulos que viajan
por el aire letal de nuestros sueños.
− 216 −
MADRUGADA
− 217 −
Bajo la disciplina de las mantas
empapado despunto en pulcritud.
El olor de las camisas de mi padre
es igual al de su barba, que me expande
un escozor fragante al darme un beso.
Ahora solo la quietud —sagrado vórtice
de paz entre las sábanas—
logra alcanzar esa frontera
—súbita, agrietada, medular—
del gallo de la aurora.
− 218 −
SIESTA DEL SER
− 219 −
LLUEVE AFUERA
− 220 −
ANDANTE
− 221 −
De pronto, un azoro de ramas golpetea
la ventana: el suntuoso
tacto plural de la llovizna
buscando a Lezama en pleno cuerpo.
− 222 −
LLUVIAS
− 223 −
DUERMES
− 224 −
el trueno de las voces, los contrastes
volátiles y efímeros: las sombras,
la textura del mundo despertándote
al festejo de la piel, lo móvil
como una indisciplina del espacio,
el tiempo sin relojes, la memoria
duplicando la dicha y el horror.
Y entre el padre y la madre, tu deseo
donde viaja una promesa: solo yo,
que te aguardo central, pacientemente.
− 225 −
ESTA NOCHE HUELE A SAMARKANDA
− 226 −
Esta noche
—te lo juro aburrido, felicísimo—
burlo a solas el techo, excursionando
por la clara estalactita donde el cielo,
el firmamento todo se me enjoya
como una daga helada.
− 227 −
ESTE BRANDY NOCTURNO
− 228 −
FONDO NEGRO
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PLEGARIA MATUTINA
− 230 −
AGUA LUSTRAL
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LA PROMESA VISUAL
− 232 −
CUMPLIMIENTO
− 233 −
CODA
Quiero creer que fue la madurez. Pero conozco esa calma que me
ciñe cuando deseo trampearle al sufrimiento. Te hablé con correc-
ción y cortesía: aquella pulcritud nevaba; sobre ti, temblando en tu
mirada. Por fin, endureciéndola. Escuchabas absorto, tal vez estu-
pefacto, esas frases labradas por el ansia de no herirte. Retóricas al
cabo. Ellas solo huían de la mudez que aprontas, de repente, cuando
juzgas mi elocuencia, el laberinto de todas las palabras eficaces.
− 234 −
mí mismo, la buscada cuando no se desea compartida. ¿Era la paz
o simplemente el egoísmo, ducho con los años, sabio incluso? Solo
quería fumar, dormir un poco bajo la sombra frágil de la lluvia, que
iniciaba sus pasos en la hierba. Pero antes decidí una tímida ebrie-
dad, para hacer más soporífero el sopor.
− 235 −
− 236 −
PARTE II
VACÍO SIN POLVO
[1987–1988]
− 237 −
− 238 −
En todo, por encima del objeto particular, cualquiera que
este sea, querer vaciarse, querer el vacío. Porque es un va-
cío para nosotros ese bien que no podemos representarnos
ni definir. Pero se trata de un vacío más pleno que todas
las plenitudes. Esa nada no es irreal. Todo lo que existe,
comparado con ella, es irreal.
Simone Weil
− 239 −
− 240 −
EL HALLAZGO
− 241 −
al apearse en el andén ya sabe
algo más de sí mismo. No le importa
la fragancia que lo envuelve, como antes.
Otro olor ha conocido, un aire nuevo
que disuelve las cosas, las esfuma
en un vacío sin polvo. Otro esplendor
rozaron sus ojos entreabiertos
a la ignota vastedad, a las estepas
silenciosas y blancas del Espíritu
donde el sol estruendoso se asordina
y la noche congela los deseos
hasta dejarlos transparentes.
Sí, ha visto brocados centelleantes
a la luz de mil cirios, y escuchado
los vítores de Pascua, campanadas
girando entre el otro y el incienso.
Pero transfiguraban lo invisible,
lo que orea entre labios de abedules
al roce del viento de las tundras:
el oxígeno crudo convocándolo
a desfondar al cuerpo distraído.
− 242 −
A MI CUERPO
− 243 −
INTENTABA MI ORACIÓN
− 244 −
Luchaba mi oración por ser silencio
a pesar de mis abismos submarinos
bajo el discurso en vaivén, infatigable.
Batallaba la conciencia por dormirse
más allá de sí misma, despertada
sobre la arena sola de ese yermo
que redime en mudez, en horizonte
nítido y filoso los deseos.
Intentaba mi oración. Y no lograba
desbrozar esta selva que me habita
tejida con lianas de palabras.
El balcón era mi cárcel, mi derrota.
Mis nervios irritados hormigueaban
bajo el estruendo de la luz.
Me levanté de la silla.
… Me contuve,
porque un azulejo repentino,
ligero en el patio despoblado,
me miraba de lejos, frente a frente.
Ignorante de sí, me alivianaba.
Ignorante de sí, su azul juzgó
mi propio estupor agradecido.
(A Carlos Pacheco)
− 245 −
PÁRAMO
(A Leopoldo López)
− 246 −
PERSECUCIÓN DE LA POESÍA
Cuando yo te buscaba
aquí, en esta casa
donde las cosas simples
amurallan la costumbre
y me sosiegan, me adormecen
sobre un suelo tangible,
sólidamente sostenido;
cuando quise que llegaras
cotidiana como el té,
reconocible y aromática
como el humo de mi pipa,
tranquila como luz de lámpara,
vibrante como todos los insectos
atraídos por ese resplandor
que me ampara de la noche
y hace dulce el reposo
y lo introvierte;
cuando pudiste ser Coltrane,
saxo erudito que acompaña
a una cena frugal; o tal vez Rilke
leído al levantarme de la mesa
(domesticado Rilke: algunos versos
para aprovechar las horas de descanso
como conviene a un hombre laborioso);
en fin, cuando el letargo
que precede al hábito del sueño
me condujo, atento, hacia la cama
− 247 −
para encontrarte onírica y sonámbula,
sobrevino de pronto la certeza
incluso corporal de que no estabas
en ninguna parte ni en el todo
de esta vida ordenada por la paz,
en ningún lugar sensible
y bajo ninguna luz confortadora
(tampoco en el relato de los sueños).
Quieto e insomne en el silencio,
te supe detrás: solo el envés
de cada objeto, únicamente espalda
de todas las palabras del poema
(espalda inconseguible, por supuesto,
pero que imanta a la música del verso),
apenas el vacío de las formas
donde ellas se desatan, libres ya
para resolverse en nada pulcra
—una nada dulcísima, compacta—
en torno a la que giran, sin saberlo,
todo idioma de hombres, todo gesto,
toda la sintaxis de las cosas,
noche nítida, nívea del lenguaje
que ensordece al estruendo de las páginas
y desdibuja líneas como esta
con las que digo el parlamento
de un actor jamás acostumbrado
a la mudez enorme del teatro
cuando todos se han ido y al telón
lo agita solo el viento,
el viento helado de la noche,
el viento sideral, el que no aplaude,
ni ríe, ni llora, y desvanece
− 248 −
tramoyas, trucajes y escenarios,
es decir, esta ficción decorativa
(pipa y té, lámparas, insectos,
Coltrane, Rilke, sueño con libreta)
abandonada al fin: inútil.
− 249 −
JARRÓN CON FLORES
− 250 −
«Ya te escucho, no hables, por favor
apaga esos candiles
en el fondo del cuadro, que soy yo.
Permíteme pedirte:
esta noche salvémonos los dos».
− 251 −
BAUTISMO DE NADA
− 252 −
LA CUARTA DIMENSIÓN
− 253 −
SPIRITUAL
− 254 −
de confesarle al poema
que me enamora el teorema
cantando en voz de mujer:
Dios no es asunto, no es tema,
sino pasión donde arder.
− 255 −
TODO ESTÁ SOPORTADO POR LA RISA
No hablemos de la historia.
¿Cómo no se disuelve, aniquilada,
la épica sangrante, la fatiga
de volver a empezar, el lunes cierto
que se muerde la cola, victimario
y desayunando su masacre?
− 256 −
Yo mismo no entiendo esta constancia
disonante, ruidosa de mi espíritu,
insecto alado que no puede
posarse al fin en una lumbre
que, sin embargo, lo convoca.
(A Miguel Márquez)
− 257 −
LA PLEGARIA DE HUSAYIN HALLADJ
(Bagdad, 17 de marzo, 922)
(A Lulú Giménez)
− 258 −
MINUTERO
Marzo 17: Señor, ¿te he llamado alguna vez polvo lunar? Hoy
fosforeces como un astro que emite aburrimiento. Te añoro en un
ápice de gloria, como antes. Te padezco.
− 259 −
Marzo 25: Son cinco las llagas, su ardor quieto. Cada noche
pascual, en Florencia o en Nairobi, el esbelto, firme cirio las procla-
ma todavía.
(A Gonzalo Ramírez)
− 260 −
DONDE SE HABLA DE LA LUZ, DE LA BELLEZA
− 261 −
2
− 262 −
Y hoy, por fin, esta mañana,
la sorpresa feliz lo desvanece
hasta borrar el brillo de la aurora
en esa gema blanca que ha buscado
desde hace veinte años: una mancha
en el muslo, de repente. Solo una,
presagio exactísimo de tantas.
Ahora puede marchar hacia la iglesia
a decir en el sermón, erguidamente:
«Nosotros, los leprosos …»
− 263 −
DIES NATALIS
(A Manón Kübler)
− 264 −
LA NADA VIGILANTE
[1994]
− 265 −
− 266 −
A Miguel Márquez
− 267 −
− 268 −
I
Espero al poema
como aguardo el placer al inicio de la cópula,
lentísimo, fértil.
− 269 −
II
El poema imposible
me desgasta de antemano.
Deletreo sus sílabas sin saberlas,
dispuesto solo a un aire diáfano
moviéndose en mi boca para nadie.
Tanteándome roto de palabras,
voy dejando que crezca en mi costado
un florecimiento de mudez
donde rebrille la atención inmóvil.
Está hueca la voz
como un nombre de cadáver
pudriéndose en el centro de la página.
Pero me acostumbro al jadeo,
a la ronca lisura.
Nada hay detrás del pensamiento,
nada en estas metáforas,
apenas la exacta vigilia
para otear cómo brota inalcanzable
el cactus del poema.
− 270 −
III
La lucidez desierta
no accede a la palabra.
Pernocto nadie
en su tuétano mudo.
− 271 −
IV
− 272 −
V
− 273 −
la escritura en su límite preciso.
La idea es ya una horma para nadie.
Mi voz retrocede en la garganta.
La trampa está rota para siempre.
En la distancia frágil de la página
el animal es rastro, solo fuga:
cuaja entonces inútil el poema.
− 274 −
VI
Risible, me distraigo
con el secreto de ser nada,
atesorando huecos
que relucen, precisos,
en lo blanco.
Desalojado, me desfondo
cada vez más horizontal,
estiércol vivo
pateado por densas multitudes
sobre el subsuelo flojo.
Fecundo una flora resonante
que no me es dado alcanzar
mientras me pudro.
Así el poema.
− 275 −
VII
− 276 −
VIII
− 277 −
IX
− 278 −
X
La melancolía me distrae
con dibujos imprecisos
que flotan al ras de las pupilas
hasta dejarlas tersas y vidriosas
como dulces cristales empañados.
Me distrae con pulcras melodías
refractarias al oído, pero hermosas
como presiente el sordo la palabra amigo.
Me distrae con torpezas: las de un niño
intentando ser adulto sin poderlo,
asombrado de la edad de la alegría,
de su enorme estatura, de su porte.
Busco el envés de las palabras
para dar con un léxico que extraiga
el sagrado estupor, la expectativa
de mi otear melancólico la nada.
En ella discierno, pese al frío,
un tibio olor de paz, una intemperie
donde arde en la suela del zapato
la sabia dirección, una orientada
perspicacia ciega. Estoy libre del poder,
del disimulo, de la página social,
de la etiqueta. Yo solo miro distraído
las sombras jugar con las paredes
y un crepúsculo a salvo, indomeñable.
− 279 −
XI
− 280 −
XII
− 281 −
XIII
− 282 −
XIV
− 283 −
XV
− 284 −
XVI
− 285 −
XVII
− 286 −
XVIII
(A Roberto Dicenta)
− 287 −
XIX
− 288 −
y replegarse luego, contenida,
cuando llegan los gritos de la luz
a ensordecer al mundo nuevamente.
− 289 −
XX
− 290 −
Es la espalda del verbo lo que miro
temblar ante el beso de mis labios,
un nuevo temblor del que no guarda
memoria mi cuerpo erotizado,
mi carne sedienta de lenguaje.
− 291 −
− 292 −
EL ESPLENDOR Y LA ESPERA
[2000]
− 293 −
− 294 −
LOGRO
El amor es paradójico:
se alimenta a la larga de cansancios,
de esas fecundas fatigas que nos hacen
salir resurrectos de la prueba
donde ellas toman la forma de atanor
para confeccionar una infalible alquimia:
del nigredo opaco y depresivo
al albedo sustancial de la alegría
redescubierta al fin pero ahora macerada
por el sudor, la espera, la paciencia.
− 295 −
No confundo el cansancio ni el hastío
con el final de la amorosa epifanía
en la que hay tanto reservorio de pasado:
no es difícil encontrar dentro de él
el incorruptible fondo de un afecto auténtico,
cierto largo silencio compartido, esa mañana,
cuando el cuerpo recomenzó su ebria vigilia,
una carcajada cuyo eco fue el rostro del otro,
aquel sufrimiento en unísono dolor,
la calidez de su mano mientras escuchábamos
la canción mas unitiva, una mirada que todo
lo contuvo, el abrazo cubierto por la ola,
su sueño ante mis ojos, la desnuda
sensualidad de ambos junto al lecho.
− 296 −
MÍSTICA DEL ÁRBOL
− 297 −
El árbol es siempre vespertino
aun si lo alumbra una matutina esplendidez:
su esbelta, ensimismada arquitectura
solo encuentra marco preciso
en el crepúsculo, cuando la paz,
ya madurada, expande copas
donde pernoctan los pájaros, callando.
− 298 −
EL EXCLUIDO
− 299 −
y en la pobreza toda, y en la herejía
acusadora de tu léxico mental,
y en la viudez de lo cierto, y simplemente
en el cáncer, la lepra, la agonía:
situado allí donde el paisaje se presenta inhóspito
por distinto a los que ya conoces,
a los que acaban devolviendo tu mirada
como un espejo contumaz.
− 300 −
MANDALA
− 301 −
El jardín geometriza la quietud.
Ella brota de él como evidencia
repartida en cada forma elemental
del suelo, en los rocosos, simétricos dibujos
que resuelven la totalidad de aquel rectángulo.
Mi paz debe ser a su imagen,
asegurada dentro del exacto marco
construido por una matemática mental:
espacio donde confluyan lo interior y lo exterior
conformando una armonía tangible.
A este orden de piedras que imagino
le falta únicamente esto: soledad,
no cerrada, ni excluyente,
sino hospitalaria ante el paseante súbito
—amigo o eventual desconocido—
quien entra un rato, contempla,
se apacigua y sale luego,
pasajera presencia momentánea
acogida y despedida por la piedra
con la misma unicidad imperturbable.
− 302 −
ESPERA
− 303 −
A veces esperarla constituye
danzar interiormente: la alegría
sobrevuela entonces la paciencia
anunciando la abismal proximidad,
un virtual presentimiento, el roce
que es inaferrable certidumbre.
Pero esas horas duran poco, y regresamos
a la oquedad silente, matriz virgen
anterior a todo alumbramiento,
quieta atención de escucha minuciosa
siempre erecta ante la puerta que ha de abrirse
cuando la disponibilidad sea tan completa
como la muerte misma, ya desnuda.
− 304 −
ESCUCHO A JOHN COLTRANE
− 305 −
y a la terquedad de su dicha encarada al sufrimiento,
la que suena, redentora, en ese tono
álgido, purísimo del saxo, soplado
por un aire capaz de inventar celebraciones.
− 306 −
SALIR
− 307 −
la elástica materia del fracaso
con la que se puede moldear una figura
fugitiva de la gloria: ella aligera el equipaje.
Alejarse del dogma intransitivo. No atender
a la fórmula mapificada como límite
de la constante expedición que amplía la verdad.
Arriesgarse al nomadismo de la mente,
el que descubre las infinitas aperturas
de un cuerpo, de un texto, de un momento,
de un paréntesis monótono, de un clausurado círculo.
No proyectar lo imprevisible. Imitar
la sobreabundancia trascendente
que penetra, hasta el tuétano, este mundo
pero no sedentariza en él su plenitud
invitando a la perpetua búsqueda.
Mas el deseo central que explica la salida,
su auténtico móvil, su horizonte,
es, a semejanza del autoolvido de Dios,
quien creó fuera de él otra realidad
diferente a la absoluta tan solo para dársele,
el abandono de sí mismo en el amor.
− 308 −
CONJURO
− 309 −
como la repetición de un vicio?
Diré cuáles son esas temibles asechanzas
que mi poema debe transformar obedeciéndose;
la primera:
el apego a lo accesorio y lo superfluo, que me impide
ser solo imantada convergencia;
la segunda:
un arte egotista, ese narciso
que masturba, en Occidente, a la palabra;
la tercera: el olvido de Tebas, la sagrada,
bajo la arena sepulcral de una escritura
donde se eclipsen los dioses y los éxtasis;
la cuarta:
la rebuscada necesidad de esperar lo extraordinario
y no la magnífica revelación del mundo
que trae un solo día circunstancial, anónimo, cualquiera.
Estas cuatro fieras me circundan
y frente a ellas solo tengo la música feliz
del poema levantándose a sí mismo
como un conjuro anciano que ahora puede
convertir su amenaza en Paraíso,
su ferocidad al acecho, espiritual,
en resurrección interior, paz sin fronteras.
− 310 −
ARTE DE LA SENSACIÓN
− 311 −
más próximos a la opulenta realidad
que busca la sensación desde su inicio
y encuentra si es dócil, no crispada,
consagrada a la atención y no dispersa
en el múltiple estímulo de todo.
− 312 −
DEL MIEDO
− 313 −
objetualizan, de pronto, el mismo miedo informe,
son sus accidentales contenidos, porque él
dura rebasándolos tal una indetenible
marea de temblor nunca absorbida
por ningún nombre adecuado, ninguna concreción.
− 314 −
el hombre escogido para custodiar el miedo:
la muerte ya se ha experimentado, numerosa,
a lo ancho del intimidador volumen de vivir
y lo único que falta es correr su múltiple riesgo
resumido en el espanto final, enorme arcángel
manifiesto al cerrar los ojos, olvidándolos.
− 315 −
MADRUGADA
− 316 −
Esta es la noche del envés,
de la acedía y la derelicción,
la luz negra que nos asalta a veces
cuando Dios parece abandonarnos
a una materialidad no redimida,
el hueco de nada que es el mundo
sin alfabeto trascendente al descifrarlo,
la noche del jardín de los olivos
donde Jesús palpó el tedio que las cosas
extraen de su sombra especular.
Y sin embargo, un poquito de luz negra es necesaria
para mantener despierta la conciencia
y comprender otra lógica suprema, superior.
Por eso agradezco la inminencia atónita
que fueron estos minutos de peligro
en los que me detuvo cierto ángulo letal
descubierto por una lenta madrugada estéril.
− 317 −
MIRO JUGAR AL MUNDO
− 318 −
Pero la verdad última del juego universal
(que no niega sino supone la anterior),
lo que a la postre permite manifestarse lúdicos
a la inconsútil infancia de la luz
y al aire, cuya travesura es viento,
y al mar, perpetua diversión de olas,
y a los astros, las piedras, el sonido,
las líneas, las texturas, los colores,
a todo lo que implica vocación de ser
(incluido el hombre como existir desnudo,
devuelto a su primer aliento)
es el hecho de que todo realiza, hace real
la realidad como regalo que no aguarda requisitos,
don sin otra causa que el donarlo,
incondicional obsequio: la existencia
ofrecida tal cósmico, arriesgado juguete
en la eterna nochebuena.
− 319 −
Así de lúdico es el mundo. Lo meridiano no se sabe
obsequio, pero se da, como sabiéndolo.
Se ofrenda gratis porque ello mismo es gratuidad:
juego medular del día.
− 320 −
DIOS ES PEQUEÑO
− 321 −
hasta el tamaño de un dedal ignorado e inservible.
Esta reducción divina también se nos ofrece
contemplarla en el acto mismo que creó
todas las cosas: el Todo, que todo lo ocupaba,
se contrajo a fin de abrirle lugar al universo
expandiéndose autónomo en su afuera.
Dios no tuvo miedo de mostrarse
dentro de la estricta pequeñez de un hombre
paupérrimo, marginado, perseguido,
quien comparó el supremo estado de gracia,
que anunciaba como posibilidad accesible
e inminente, a la mínima de todas las semillas,
grávida de su fertilidad oculta.
− 322 −
Sí, definitivamente Dios es pequeñito,
y a esa sacrosanta cabeza de alfiler
que en su modestia no se impone
como poder ladrón de servidumbres
se alude con metáforas humildes,
intentadas por este poema irrelevante
pero, a la postre, salmo arrodillado.
− 323 −
CONTRA LA SOSPECHA
− 324 −
el loto de mil pétalos llamado realidad
percibido sin interrogativas mediaciones:
inmediata y veraz magnificencia.
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PATRIA Y OTROS POEMAS
[2008]
− 327 −
− 328 −
PATRIA
− 329 −
Ahora que te conoces vil, prostibularia,
porque tanta voluntad ecuestre
se apeó bajo el sol a regatear
y el héroe mercadeó con su bronce
y el oro solemne del sarcófago
adornó dentaduras, fijó réditos,
y no hay toga ni charretera ni sotana
que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta monedas ancestrales,
yo me atrevo a cubrir tu desnudez.
No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte brusca, totalmente:
un lujoso imposible.
Lo sabías
siempre lo has sabido y como siempre
aras en el mar. Te concibieron
con vocación precisa de fracaso.
− 330 −
RETÉN JUDICIAL
− 331 −
las actas judiciales de Judea.
El olor del madero unge la noche
vuelve exhaustos mis versos al nacer
y no puedo velar, acompañarlos
camino del Pretorio. Ahora me mira.
Me están mirando ustedes con sus ojos,
con los míos, los del reo
total, unánime y ubicuo.
Ya duerman, por favor. No permanezcan
con la mirada abierta que pregunta
por qué yo estoy aquí, solo, escribiendo.
Canta el gallo.
− 332 −
LA PASIÓN DE LA LUZ
− 333 −
EL ACORDE
− 334 −
—O clemens, o pia, o dulcis
(las voces convergentes desempolvan
la exactitud de la inocencia).
Nana de la memoria.
− 335 −
HOY
− 336 −
BUSCO LA CANCIÓN
− 337 −
LAS COSAS
Si dejáramos ser
a las cosas, las sencillas,
que nos cercan y acompañan
desde su centro silencioso,
ofreciéndonos ayudas, aliviándonos
con su sedante rutina, su costumbre,
si no las estorbáramos afeándolas
por ese manoseo que les pesa,
les quita liviandad, fasto espontáneo,
si decretáramos quedar
prendidos a su sueño milenario,
su mudez terapéutica, su olvido
de que nosotros existimos,
si las rozáramos solo para asir
una pacífica, lenta, arqueología:
el universo puntual que nos reúne
sin jerárquicos mandos, sin señores;
si no fuéramos sus amos, ni tampoco sus esclavos
sino con ellas un Todo redondo, palpitante,
donde cupiera hasta el vibrátil
goce de la mosca que hoy zumba junto a mí
y me fastidia,
− 338 −
yo sé que inauguraríamos el mundo
el resplandor orgánico el cosmos,
frutal antes de morderlo.
Mientras tanto nos queda la utopía
inscrita en esa santidad
constantemente maculada
de la amnesia fragante de las cosas.
− 339 −
LA VISIÓN
Exento, el edificio
se suspende en la luz
aún tímida del alba.
Solo hierros y cristales
dibujan esa leve geometría
ingrávida a fuerza de buscar
la gloria de la nube.
Es místico este siglo
a pesar de todas sus crueldades:
fue capaz de construir
un exacto volumen de inocencia
para hacerlo brillar unos minutos,
justo antes del tráfago.
Que ya va a marear a la ciudad.
Un instante después.
la aérea arquitectura
retomará su aire de vitrina,
su elocuencia vulgar, su pompa urbana.
− 340 −
MOZARTIANA
− 341 −
NAZCO A LA FE
− 342 −
Esta fe ardua por anónima.
Todo consiste en ese anonimato
que perdura amnésico de sí
evitando el énfasis del héroe.
Mano izquierda que conoce
lo que hace la derecha solo finge
la neta verdad del nacimiento.
Me formulan: esa fe es ilusión.
Y frente a tantos —amados inclusive—
Cómodos y aferrados a sus dioses,
¿cómo decir que escojo para siempre
nacer hacia esta fe cada minuto
bajo la urgencia en paz, impostergable,
de padecerla al sol y de gozarla
más allá de mí mismo y de los otros
como llanto fetal en aire pleno?
− 343 −
LA DESNUDEZ DEL LOCO
A Jean–Marc Tauszick
− 344 −
la orfandad meridiana y absoluta:
verse a sí mismo, desnudo ante los otros,
desnudos también ellos, devolviéndonos
a la solar ingrimitud de ser un cuerpo
parado allí frente a los ojos
del escrutinio ajeno, sin la sombra
bienhechora y cobijante del pudor:
solo desnudo como el Adán culpable
con la conciencia súbita de estarlo
en la desolación panóptica del día,
justo en el eje de las doce en punto.
Sí, el sol en las ventanas también era
un ojo coherente y vertical:
la mirada de Dios, omnividente,
de la que deseábamos huir, solo escapar
para no sentir la vergüenza de ser vistos
siempre desnudos, con el sudor manante.
Y el agua de la ducha va cayendo
sobre la desnudez flagrante y compartida
y no aminora el ardor de ese Ojo vivo
clavado en la pulpa de ser hombre,
ese sol sin párpados brillando
sobre la piel empapada por el chorro
de un gran incendio líquido.
Nuestros pies
chapotean en los pozos que las grietas
del piso hacen aflorar en torno a ellos
y un asco en flor asciende hasta la boca:
náusea del agua corrompida que pisamos,
de esos viscosos charcos, de la humedad
pringosa, del olor a orina, de las losas sucias,
− 345 −
asco de tanto desamparo genital
en el centro nítido del cuerpo
mientras el paranoico estupor del mundo
permanece acribillado de ojos y más ojos
dentro de la totalidad de la canícula.
− 346 −
tiempo y a destiempo, de aquel Ojo calcinante ante el cual todos está-
bamos desnudos, de refrescar con el ímpetu del agua esa fiebre atroz
que exponía nuestra íngrima vergüenza a la mirada de los otros, del
Otro único y múltiple oteándonos allí, en caliente, escudriñándonos,
examinándonos. Acaso era el llamado a sentirse permanentemente
higiénico, limpio de cualquier contaminación corporal en la cual se
proyectara la puntual acechanza de la culpa, la de ser —y no solo la
de estar sucio. Tal vez quería bañarse a solas, alejado de la promiscua
convergencia que nos reunía a los demás alrededor del chorro, de
aquel hacinamiento donde toda la privada, la íntima percepción que
tiene el cuerpo de sí mismo era abolida y sacrificada al mero hecho
animal de estar no ya juntos, sino yuxtapuestos como en la horda y
el rebaño. ¿O ese anhelo de baño no sujeto a reglamentos consistía
en el ansia de instaurar un espacio individual, oxigenadamente libre
–estar desnudo en medio del agua guarda también un sentido de li-
bertad física, plena— dentro del cual la convención, lo estatuido y la
costumbre se amoldaran a los dictados vivaces del cuerpo, y hones-
tos a ellos, penetrado, así, en una autonomía, en una independencia
insólitas?
− 347 −
mente remoto a esa hora del día. Estaba desnudo el prisionero. Otra
desnudez, distinta a la buscada para lavar el propio cuerpo en el agua
lustral, bajo la ducha, le era ahora ofrecida dentro del calabozo: la de
estar sin abrigo en la gélida humedad, y la de estar excluido, siendo
réprobo.
− 348 −
a salir hacia el oprobio y la amenaza,
bajo la indiferencia universal de las estrellas
con solo una íngrima sábana por ropa?
¿No había fiebre en la mente de ese joven?
¿No obedecía su presencia allí, y su atavío,
a una conciencia distinta a la ordinaria,
a una visión de Jesús que no cabía
en el tácito régimen oficial: lo acostumbrado?
Marcos señala, con exactitud, que lo seguía.
Seguía, pues, a Jesús como un discípulo,
como lo hacían algunos en su patria,
como hay que hacerlo ahora, un día tras otro.
Un discípulo era, iluminado
por un ardor mental que lo llevaba
a exponerse al peligro, a trastocar
los hábitos —incluso el de vestirse como todos—,
a autoexiliarse del lugar común
del que la razón colectiva se alimenta
para entregarse —únicamente con su sábana—
al subterráneo, rebelde axioma del Proscrito,
a la réproba lógica del envés, la cara oculta
de lo real visto y vivido a la inversa, a contrapelo.
Eso significaba, para él, ser un discípulo.
Y eso significa todavía.
se escapó desnudo
− 349 −
buscando al Transgresor, al Reo de siempre.
Su desnudez fue momentánea libertad
para escapar de la gregaria trama
que necesitaba a su víctima expiatoria,
al señalado eterno con la culpa
de no ser como todos: el distinto.
Pero no huía, no, de la Pasión.
Estaba todo él —su presencia en el relato
lo confirma— inscrito en la tragedia
que la noche del jueves diseñaba
para cualquier discípulo del Réprobo:
lo imagino andando ahora desnudo
primero al ras de las ortigas que en el monte
le laceraban la piel, luego en las calles
ante el unánime asombro de vecinos, transeúntes,
maldiciendo acaso su impudicia, preguntándose
de dónde vendría sin ropas a esas horas.
Su desnudez era observada, escudriñada
con curiosidad objetante, minuciosa.
¿Qué sintió, desnudo, al llegar a su cuarto
y pensar en la casa de Caifás, llena de gente?
Quizá escuchó él también el canto de los gallos
en la vergüenza núbil de la aurora.
− 350 −
de lo que no se nos ha perdido,
los perpetuos perplejos ante lo real,
que para los demás es únicamente sólito
—una simple magnitud de la costumbre—,
los que, merced a un privilegio padeciente,
ven al mundo al revés, al colectivo
desde una periferia contumaz, al hombre
con el virgen sobresalto del asombro,
al universo entero girando en el pavor
del primer ser humano frente al fuego
o la exclamación de una llanura oceánica
(vivimos de atávicos terrores que los otros
se escamotean a sí mismos, para estar
a salvo de la estupefacción del firmamento
sobre el inmóvil Jardín de los Olivos).
No, nunca fue fácil vivir para nosotros.
Llenos de nuestro metafísico estupor,
nuestra disonancia ante la Ley,
nuestra subversión vocacional
nuestra manera tangencial, oblicua,
de ser miembros de la especie,
nuestro seguimiento metafórico
—cubiertos por una única sábana precaria
en las alucinaciones, el delirio,
la depresión, las fobias, la manía—
de Aquel de quien se habló de esta manera:
está loco de atar, ¿por qué lo escuchan? (Jn 10, 20)
y más cruelmente todavía:
sus parientes fueron a echarle mano,
porque se decía que no estaba
en sus cabales (Mc 3, 21).
− 351 −
—La locura como metáfora e imagen
del seguimiento de Jesús:
pues la sabiduría de este mundo
es locura para Dios (1 Cor 3, 19).
En nuestro caso, un modo inconsciente de seguirlo
que puede convertirse en voluntario
si uno toma conciencia de la gracia
que ha sido recibir la enfermedad
como invitación a vivir de otra manera,
con temor y temblor ante el milagro
de existir todos los días, bajo el cielo.
− 352 −
4
− 353 −
− 354 −
EL DESEO Y EL INFINITO
[ Diarios 2015–2017]
− 355 −
− 356 −
Sentado en un pequeño muro que está junto a la puerta del edificio
donde vivo, me sobrecoge, de pronto, un golpe de luz solar que casi
pone a levitar la calle: los árboles —el mango, la acacia y la palma—,
cuyas ramas sobresalen de la pared desteñida que miro desde aquí,
se vuelven milagrosamente vibrátiles y translúcidos, aureolados por
una majestad, una insólita gloria que me enternece por lo repentina
y efímera: un minuto después, el esplendor retorna a ser el paisaje
urbano de-todos-los-días. Mi «percepción atenta», como la llamaba
Bergson, imponiéndose a lo que él mismo denominaba la «percep-
ción habitual o mecánica» fue capaz de registrar, para mí y para los
que lean estas líneas, un éxtasis sensorial dentro del cual la belleza
cósmica se me hizo imprevisiblemente tangible por la conjunción
del bien —la bondad ontológica del universo— y del azar, el «pró-
digo azar», como lo adjetiva Borges. ¡Tan inesperada y súbita fue la
gracia que se desplegó ante mis ojos!
− 357 −
Amanece. Desde mi ventana, el milagro: sobre la negra musculatura
del Ávila, una enorme franja dorada de cielo en medio de la cual pal-
pita, translúcida, la brasa de Venus. Nada tengo en las palabras que
pueda merecer la revelación de este prodigio insinuándose detrás
del cristal hogareño. Como toda gracia, sobrepasa el mérito que pue-
den ostentar los vocablos, un mérito en este caso solo alusivo, vaga
e imprecisamente nominal. A fin de cuentas, únicamente la poesía
como operación de una videncia, la poesía como visión —así la con-
cebía Rimbaud— da cuenta de la hermosura que hoy acontece en mi
ventana: amanece.
− 358 −
—Ser amigo del licor: hermanarse con ese aliado ambiguo,
Hermes andrógino cuyo líquido caduceo combina las fuerzas centrí-
petas y desintegradoras del inconsciente en una vivacidad psíquica y
corporal dentro de la cual atisbamos soluciones posibles, mandalas
inéditos.
− 359 −
donde me he movido a mis anchas; cada vez que siento la tentación
de superar o extraviar al católico que en mí respira, automáticamen-
te pierdo consistencia, me descentro, existo sin eje.
− 360 −
rostro preciso, hacia esa marea de larvas humanas hormigueando en
mis nervios como un escozor para el que no hallo alivio.
− 361 −
—Golpe repentino de luz en mi cuarto, filtrado por las persianas
que cuelgan delante de la ventana. Accedo de pronto a un instante
de gloria sensorial: la pared cobra por momentos el aspecto de un
brocado vibrátil, con un color de oro viejo que la convierte, duran-
te unos minutos, en carne de anunciación. Sí, esa pared y el piso
de granito de mi cuarto, iluminados por los pletóricos rayos del sol
naciente, evocan ahora un escenario pintado por Fra Angélico, tan
delicado, tan dulce es el cromatismo que envuelve y nimba los obje-
tos: la mesa, la silla, la biblioteca, el cubrecama. Toda la habitación
parece levitar, transfigurada. Y mi estado de ánimo se transfigura
también hasta transformarse en una dicha sólida y sensitiva que yo
desearía prolongar eternamente. Debo, sin embargo, aceptar y asu-
mir la connatural fugacidad de este esplendor de la materia que me
rodea y quedarme con lo que corporifica y anuncia: una promesa. La
promesa de la plenitud escatológica, la reconciliación final del deseo
consigo mismo, la puntualidad del Paraíso.
− 362 −
—En el intervalo entre dos de las reuniones del jurado, Edgar Vidau-
rre, sentado frente a un piano inesperadamente colocado en el ter-
cer piso del hotel, tocó para Antonio, para Gioconda y para mí tres
piezas musicales: de Beethoven, de Chopin y de Satie. Pocas veces
en mi vida me ha sido otorgado contemplar, como en esta ocasión,
un cuerpo transfigurado, de modo radical y total, por la música. Ed-
gar, que no es apuesto, ante el piano estaba, todo él, supremamente
bello: la íntegra materia de su carne (su rostro, su mirada, su tórax,
sus brazos, sus manos, sus piernas, sus pies oprimiendo los pedales
del instrumento) se mantenía penetrada por los acordes que, como
ráfagas porosas, hacía brotar del teclado. Una elegancia, una pres-
tancia, un donaire (sí, un don de aire) lo impregnaban hasta aquella
sutileza sensitiva que me hacía presentir, lo digo a quemarropa y sin
ambages, un cuerpo resurrecto, dentro del cual la materia se ha espi-
ritualizado a la manera en la que un Padre de la Iglesia —Ireneo de
Lyon— define el cuerpo resucitado: «care oblita sui», carne olvidada
de sí misma. Tal era la gracia que esa corporalidad imantaba frente a
nuestro reverente, enmudecido asombro allí, junto al piano.
− 363 −
− 364 −
ÍNDICE
DOMINGO 43
VÍSPERAS 44
HA CAÍDO EL SOL 46
CONSOLACIÓN 48
NUNCA AMOR 50
AVES 51
TÚ 52
AHÍ 67
SIMULACRO 68
OLVIDO INVOLUNTARIO 69
EL DISEÑO 70
NOCHE DE CONDENA 71
OFICIO DE VÍSPERAS 72
RECUENTO 73
− 365 −
INMINENCIA 74
LUCAS 24, 14 75
EPITAFIO PROBABLE 77
CAUSA PERDIDA 78
LA PALABRA Y YO 79
LÍNEA QUEBRADA 81
EL OTRO TIEMPO 82
POEMA DE LA LLEGADA 83
FALTA DE MÉRITO 86
POESÍA 87
SIN USO 88
CASI SALMO 89
SOSPECHA 92
JUAN 21, 5 93
1 102
2 103
3 104
4 105
5 106
6 107
7 109
8 111
9 112
10 113
11 115
12 116
13 117
14 118
15 120
− 366 −
16 121
17 123
18 124
19 126
20 128
21 130
22 131
23 132
24 134
25 135
26 137
27 139
28 142
29 144
30 146
BOCETO 155
MICROJAZZ 157
¿POESÍA? 158
CASI ARTE POÉTICA 159
ANUNCIACIÓN 163
SIGLO XX: 164
SI, VISCONTI 165
ALBERTO 167
MADRUGADA 170
LA OBSCENIDAD DE LA MEMORIA 171
POEMA 172
YO QUE SUPE DE LA VIEJA HERIDA 173
BEATO DE TI 175
CAVAFIANA 178
− 367 −
LA NOCHE DEL DESEO 180
TÚ 181
VALIÓ LA PENA CONSTATARLO 182
TRAZO 183
MACUTO 7 A.M 184
TENGO UN AMIGO 185
OFICIO SECRETO 189
SANDINO DEL GÉNESIS 190
POSTALES DE SOLENTINAME 191
TRÍPTICO DE AQUELLA MUERTE 196
− 368 −
PARTE II. VACÍO SIN POLVO [1987–1988] 237
EL HALLAZGO 241
A MI CUERPO 243
INTENTABA MI ORACIÓN 244
PÁRAMO 246
PERSECUCIÓN DE LA POESÍA 247
JARRÓN CON FLORES 250
BAUTISMO DE NADA 252
LA CUARTA DIMENSIÓN 253
SPIRITUAL 254
TODO ESTÁ SOPORTADO POR LA RISA 256
LA PLEGARIA DE HUSAYIN HALLADJ 258
MINUTERO 259
DONDE SE HABLA DE LA LUZ, DE LA BELLEZA 261
DIES NATALIS 264
I 269
II 270
III 271
IV 272
V 273
VI 275
VII 276
VIII 277
IX 278
X 279
XI 280
XII 281
XIII 282
− 369 −
XIV 283
XV 284
XVI 285
XVII 286
XVIII 287
XIX 288
XX 290
LOGRO 295
MÍSTICA DEL ÁRBOL 297
EL EXCLUIDO 299
MANDALA 301
ESPERA 303
ESCUCHO A JOHN COLTRANE 305
SALIR 307
CONJURO 309
ARTE DE LA SENSACIÓN 311
DEL MIEDO 313
MADRUGADA 316
MIRO JUGAR AL MUNDO 318
DIOS ES PEQUEÑO 321
CONTRA LA SOSPECHA 324
PATRIA 329
RETÉN JUDICIAL 331
LA PASIÓN DE LA LUZ 333
EL ACORDE 334
HOY 336
− 370 −
BUSCO LA CANCIÓN 337
LAS COSAS 338
LA VISIÓN 340
MORZARTIANA 341
NAZCO A LA FE 342
LA DESNUDEZ DEL LOCO 344
− 371 −
− 372 −
Esta publicación,
con un tiraje de 500 ejemplares,
se imprimió en Cuenca del Ecuador,
en el mes de noviembre de 2018,
durante la segunda administración
de Marcelo Cabrera Palacios
como alcalde de la ciudad.
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− 375 −
− 376 −