Merida Gordones Meneses

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Arqueología de La Cordillera Andina de Mérida

Timote, Chibcha y Arawako


Gladys Gordones Rojas
Lino Meneses Pacheco

Arqueología
de La
Cordillera Andina de Mérida
Timote, Chibcha y Arawako
Arqueología de la Cordillera Andina de Mérida. Timote, Chibcha y
Arawako

© Gladys Gordones Rojas / Lino Meneses Pacheco


© Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”/ULA

Primera edición, 2005


Segunda edición, 2020

Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”/ ULA


Ediciones Dabánatà

Fotografías de la portada:
Colección Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”
Fotos: Enrique Granados

Diagramación y cuidado de la edición: Ediciones Dabánatà

Licencia Creative Commons


Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY:


Depósito Legal: ME2020000005
ISBN: 978-980-18-1005-6
INDICE

Presentación 6

Introducción 19

Las investigaciones arqueológicas y los grupos étnicos de 25


Mérida

Las fronteras etnolingüísticas de la Cordillera Andina de Mérida 45


en los siglos XVI y XVII

Cerámica y etnicidad. El material cerámico como expresión de 65


la etnicidad

Los grupos étnicos de la Cordillera Andina de Mérida 89

Bibliografía 109
PRESENTACIÓN

Gladys Gordones y Lino Meneses me han solicitado, y honrado


con ello, presentar esta obra, la cual es de vital importancia para la com-
prensión de la historia antigua de Venezuela. Conocemos a Gladys y Lino
desde los años ochenta del pasado siglo, cuando cursaron con nosotros
varias asignaturas en la Escuela de Antropología de la Universidad Central
de Venezuela; luego, en el caso de Lino, tutorié su Trabajo Final de Grado
para obtener la licenciatura en Antropología y, en el de Gladys, fui su tu-
tora durante su maestría en etnología, mención etnohistoria en la Univer-
sidad de Los Andes. Ya desde su época de estudiantes, ambos destacaron
como interesados en la búsqueda, comprensión y explicación de las raíces
históricas de Venezuela, en la realización de su estudio sistemático y, fun-
damentalmente, en tratar de desentrañar la necesaria vinculación que exis-
te entre ese pasado y las actuales condiciones de existencia de nuestro país.
Es en relación a esas metas en donde se enmarca la presente obra
de Gladys y Lino; los autores logran no sólo una sistematización de los
resultados de los estudios antropológicos y arqueológicos sobre la zona
altoandina, en particular sobre la Cordillera de Mérida, sino que ofrecen
asimismo un novedoso cuerpo de datos basados en las investigaciones
etnolingüísticas de la región.
Tal como los autores señalan, ya desde finales del siglo XIX y las
primeras décadas del XX, la zona andina ha constituido un polo de atrac-
ción para los y las investigadores/as de la vida social antigua. En tal senti-
do, Sanoja apunta que los estudios que se comenzaron a desarrollar desde
comienzos del siglo XX enfatizaron particularmente el análisis etnológico,
lo cual permitió obtener una visión detallada de las características cultura-
les de las sociedades andinas para el período de contacto. Destacan en este
sentido los trabajos realizados por Julio Salas (1908), Ignacio Lares (1907),
Tulio Febres Cordero (1921), Mario Briceño Iragorry (1928) y Alfredo
Jahn (1973), (Sanoja, 1986:4).

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Presentación

Para mediados del siglo XX, el insigne investigador venezolano


Miguel Acosta Saignes (1952) define el área cultural andina con base a
una combinación de datos lingüísticos y culturales. Este último autor en
particular –a nuestro juicio– ofrece para su época el análisis más com-
prensivo sobre las poblaciones andinas, principalmente porque no sólo se
aboca hacia la definición de la región como un área cultural, sino que lo-
gra ofrecer una explicación que trasciende las críticas y aburridas listas de
rasgos culturales. Nos ofrece en cambio una imagen de grupos humanos
vitales estructurados en sociedades, así como de los procesos sociales e
históricos que las conformaron. Acosta Saignes incluye proposiciones so-
bre las filiaciones lingüísticas de los grupos humanos andinos, caracteriza
sus sistemas productivos, describe la presencia de redes de intercambio y
otros elementos socioeconómicos y socioculturales. Con su modelo ana-
lítico, Acosta Saignes privilegió una visión de los grupos andinos basada
en la eficacia de sus procesos productivos y sus organizaciones sociales,
describiendo prolijamente los modos y formas del trabajo, los sistemas de
relaciones sociales, las posiciones de los agentes sociales en la producción,
los instrumentos y medios de trabajo y el ceremonialismo, entre otros
aspectos (Vargas, 1986).
Este libro de Gladys Gordones y Lino Meneses puede ser consi-
derado como continuador de la línea de investigación sociohistórica inicia-
da por Acosta Saignes a mediados del siglo XX. Como ellos mismos seña-
lan en la Introducción de la obra, intentan lograr con ella un conocimiento
más profundo al general y relativamente poco detallado que existe sobre
la zona, profundizándolo no sólo gracias a un enfoque integral de las ocu-
paciones humanas para lo cual incorporan en el análisis nuevas evidencias
arqueológicas, documentales y lingüísticas, sino también histórico en el
sentido de concebir a tales ocupaciones como el resultado de procesos
históricos concretos (Vargas, 1990 y 1999).
Un elemento a destacar en los análisis realizados por Gordones
y Meneses en esta obra –de primerísima relevancia en la actual coyuntura
sociopolítica que vive el país– son los referidos a la importancia que le
otorgan a la enseñanza de la historia aborigen. Este trabajo de los auto-
res ayudará, estamos seguros, a tratar de solventar la presente pobreza de

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Presentación

información que existe sobre la historia venezolana precolonial, al mis-


mo tiempo que –de ser incorporado a la enseñanza que se imparte en
las escuelas nacionales– contribuirá a la diseminación de conocimientos
que cuestionen la ideología hegemónica que han generado las historias
tradicionales oficiales, cargadas de imágenes negativas sobre los orígenes
sociales e históricos de nuestra población (Vargas y Sanoja, 1990, 1993,
1999; Vargas, 1995, 1999).
Luego de una detallada revisión y discusión de los datos lingüísti-
cos y arqueológicos publicados, Gladys y Lino afirman la coexistencia en
la sierra de Mérida de varios grupos étnicos distintos, quienes ocuparon
el estado Mérida antes del contacto. En relación a estas conclusiones de
Gordones, Meneses, conviene destacar, por una parte, los planteamientos
de Barth (1976) y de Díaz Polanco (1987, 1988) sobre cómo se dan los
procesos de estructuración y la dinámica de los grupos étnicos y, por la
otra, los de investigadores como Bate (1984) y Navarrete (1990) quienes
han trabajado el tema de la relación entre etnicidad, cultura e identidad.
Según Barth, son los límites étnicos los que definen a los grupos
y no el contenido cultural que posean, ya que se trata de límites sociales
empleados por esos grupos para indicar afiliación y exclusión. Señala asi-
mismo que, si se insiste en considerar a la cultura de los grupos étnicos
como característica primaria para su definición, “Las diferencias de los
grupos se convierten en simples diferencias en el inventario de rasgos; la
atención se concentra en el análisis de las culturas y no en la organización
étnica.” (1976: 13). Barth no desdeña la cultura de los grupos étnicos, sino
que la considera “... una implicación o un resultado...”, y dice además que
“El vínculo positivo que conecta varios grupos étnicos en el seno de un
sistema social circundante depende de la complementariedad de los gru-
pos respecto a algunos de sus rasgos culturales característicos.” (1976:12,
22). Señala Barth, asimismo, que “... la persistencia de los grupos étnicos
en contacto implica no sólo criterios y señales de identificación, sino tam-
bién estructura de interacción que permite la persistencia de las diferencias
culturales.” (1976: 18). Para el autor, son los límites étnicos los que cana-
lizan la vida social y no están basados necesariamente en la ocupación de
territorios exclusivos.

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Presentación

En relación a este último elemento, otro autor como González


apunta para el caso de la Grecia central, que la conciencia de su origen era
la que permitía que los pueblos de la región pudieran distinguir dentro de
su conciencia étnica un territorio propio (2005: 3). Por otro lado, las fron-
teras étnicas han sido consideradas por algunos autores (González, 2005)
como la expresión de los grupos étnicos con definidas identidades en es-
pacios territoriales concretos, basadas en la conciencia de sus orígenes.
Ello permite a los individuos definir, según el investigador, sus territorios
originales, primordiales e históricos (González, 2005: 3-5); diríamos noso-
tros, gracias a que existe una suerte de unidad histórica entre el origen del
grupo, el paisaje y la cultura.
La posibilidad de lograr una definición de los territorios y las fron-
teras étnicas usando datos antropológicos y arqueológicos son fundamen-
tales hoy día para los pueblos indígenas, quienes plantean como una de
sus reivindicaciones básicas el reconocimiento por parte de los Estados
nacionales de sus territorios históricos (FIPI, 1990).
Para Díaz Polanco (1988), la etnicidad constituye “... un comple-
jo particular que involucra, siguiendo formas específicas de interrelación,
ciertas características culturales, sistemas de organización social, costum-
bres y normas comunes, pautas de conducta, lengua, tradición histórica,
etc.” (1988:20); mientras que el grupo étnico, la etnia es para el autor “... el
conjunto social que ha desarrollado formas de identidad enfatizando los
componentes étnicos.” (1988:21). Dice Díaz Polanco que los grupos étni-
cos, y, en consecuencia, lo étnico, no puede desvincularse de la estructura
socioeconómica en la que se inserta, y apunta además “...todo grupo social
posee una dimensión étnica propia...” (1988:20).
Bate, por su parte, complementa las definiciones anteriores de
Díaz Polanco categorizando los factores de la etnicidad en un intento para
lograr “...explicar una comunidad de rasgos que identifican la particulari-
dad de los grupos sociales...” (1984: 54). El autor analiza los factores de
reproducción diferencial de la identidad social, considerando que el “...
aspecto donde más claramente se evidencia la identidad individual objeti-
va de un grupo social (etnia, clase o nación) es precisamente su cultura.”
(1984: 61).

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Presentación

Tanto las ideas del investigador noruego como las de Díaz Po-
lanco y Bate son pertinentes para lo que nos ocupa, toda vez que la obra
que prologamos enfatiza sobre la existencia de varios grupos étnicos en
la zona altoandina y sobre la intensidad de su interrelación, elementos
inferidos a partir de dos cuerpos de datos primarios: los etnolingüísticos,
usando la presencia, ausencia y distribución de topónimos y antropóni-
mos así como afinidades léxicas, como criterios para establecer fronteras
etnolingüísticas, áreas lingüísticas y afinidades étnicas, y los arqueológicos,
empleando la distribución de estilos alfareros como manera para inferir la
presencia de varios grupos étnicos y distintas etnicidades.
En relación al primer conjunto de datos, conviene destacar que
otros autores, como es el caso de González (2005), apuntan que, en reali-
dad: “...la relación entre lengua y etnicidad no está determinada por unas
condiciones estables e invariables, de modo que la lengua no está siempre
presente como un componente de la etnicidad.” (2005: 3). Según el autor,
la lengua y los dialectos pueden ser considerados, en situaciones concretas,
como elementos secundarios en la construcción de las identidades étnicas.
Es posible que, en las situaciones históricas concretas del área andina, la
lengua fuese un elemento primario en las identidades étnicas, tal como
señalan la mayoría de los y las autoras que trabajan sobre el tema (Díaz Po-
lanco, 1988; Barth, 1976; Bate, 1984, entre otros/as). Y es quizás por esta
última consideración que, a pesar de los planteamientos de González que
hemos señalado, Gordones y Meneses –basados en las ideas de Ana Groot
y Eva Hooykas, entre otros/as– consideran que el manejo de una lengua
común constituye un elemento fundamental para establecer la existencia
de afinidades étnicas. Destacan, asimismo, que un estudio toponímico y
antrotoponímico les permitió inferir, para la región andina de Mérida, la
presencia de áreas lingüísticas globales y de lenguas estructuralmente igua-
les o diferentes.
En tal sentido, son muy interesantes y valiosas sus conclusiones
sobre la existencia de varios grupos, diferenciados étnicamente, en la ocu-
pación de la Cordillera de Mérida. Según los autores, existió una oleada de
población, hablante de la lengua timote, proveniente de la zona trujillana,
la cual se ve atestiguada por la presencia de sitios arqueológicos en la parte

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Presentación

alta del río Chama, fechados radiocarbónicamente entre 1500 y 450 años
antes del presente, que presentan afinidades estilísticas con los trujillanos
fechados alrededor del siglo V de la era; otro grupo, originario de la zona
Sur del Lago de Maracaibo, anterior al siglo V de la era, de filiación chib-
cha, que ocupó la cuenca baja de los ríos Chama y Mocotíes, y un tercero,
de filiación arawaka, proveniente de los Llanos Altos Occidentales que se
asentó en el área suroriental del estado Mérida que limita con el estado
Táchira. Son igualmente importantes las conclusiones de los autores so-
bre la presencia de una frontera étnica en la zona de Mucuchíes, misma
que separaba y unía a las poblaciones arawakas del noroccidente (Lara-
Falcón) de las timote hablantes que ocupaban la porción altoandina de
Mérida. Aunque los investigadores no lo declaran explícitamente, deben
haber existido en algún momento otras dos fronteras étnicas, o al menos
un par de líneas fronterizas: una al sur y otra al sureste, que delimitaban el
territorio timote y separaban y unían a los grupos altoandinos de los que
ocupaban las áreas bajas vecinas al sureste y el suroeste.
La argumentación de Gladys Gordones y Lino Meneses sobre la
existencia de grupos y fronteras étnicos diferenciados para el período de
contacto en la Cordillera de Mérida nos parece muy convincente. Queda
por solventar, no obstante, si la utilización que hacen los autores de la len-
gua y la cerámica para su establecimiento –ambos elementos culturales–
daría respuesta a la reconstrucción de los límites étnicos, elemento social
que, según Barth, es definitivo para el reconocimiento de un grupo étnico.
Habría que tomar en consideración, asimismo, si lengua y cerámica ha-
cen eco con planteamientos como los de González sobre la construcción
social de la identidad étnica, pues el autor señala que “Para la definición
de la identidad étnica importa más lo que los propios actores dicen de sí
mismos que lo que hacen o hubieran hecho.” (González, 2005). Por otra
parte, si como señala este investigador, los elementos que conforman la
identidad étnica tienen diferente presencia, importancia y composición in-
terna, habría que considerar cuál era el grado de importancia que tuvieron
la lengua y la cerámica en la conformación de las identidades étnicas de los
grupos andinos. Igualmente, si consideramos que –según González–entre

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Presentación

los grupos étnicos pueden confluir varias identidades étnicas ¿Se podría
considerar a las afinidades étnicas que reportan las investigaciones etnolin-
güísticas (la presencia de elementos de la lengua arawaka en el timote, por
ejemplo) como expresión de varias identidades étnicas que confluyeron
dentro de estos grupos en el pasado? En relación a esta interrogante, es
pertinente tomar en consideración la aseveración de Barth sobre cómo
las estructuras de interacción propician la identificación y persisten las
diferencias culturales.
Sería interesante explorar también por qué y con base a qué les fue
posible a los grupos étnicos una vez asentados en la Cordillera de Mérida:
timotes, chibchas y arawakos mantener sus fronteras y en consecuencia
sus territorios e impedir que los procesos de colonización continuaran
hasta ser sustituidos tales grupos por nuevas oleadas de población. Lo
anterior es plenamente relevante para explicar la estabilidad o inestabi-
lidad de los grupos en un territorio ya que las fronteras étnicas cumplen
diferentes funciones; por una parte, marcan los límites de la soberanía
política, por la otra poseen diferentes aprovechamientos económicos e in-
fluencia antrópica y, finalmente, constituyen la primera línea de defensa o
ataque (González, 2005). Es posible que los tres circuitos económicos que
describen Gordones y Meneses para el estado Mérida estén relacionados,
precisamente, con las tres fronteras étnicas mencionadas y en consecuen-
cia con sus territorios, ya que pensamos que, si como plantea González,
es la conciencia étnica la que sirve a los grupos para definir su territorio
étnico, esa conciencia no basta por sí sola para lograr mantener la ocupa-
ción territorial.
Podríamos preguntarnos, con base a lo anterior ¿poseían ya los
primeros emigrantes larenses una conciencia de unidad, una conciencia
étnica y por lo tanto reconocían un territorio histórico? o, por el contrario
¿crearon o fraguaron los timote trujillanos y merideños que emigraron en
tiempos remotos desde Lara una conciencia étnica en los nuevos espacios
y construyeron así socialmente su territorio histórico? Si la respuesta a esta
última pregunta fuese afirmativa, podríamos plantearnos que en el territo-
rio de esos grupos pudieron haber existido dos núcleos principales: el área
conformada por los valles de Carora, Quíbor y el Tocuyo y el piedemonte

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Presentación

trujillano, posible territorio ancestral de las antiguas poblaciones agroalfa-


reras del Noroeste, y la zona trujillana colindante con Mérida hasta Mu-
cuchíes. Esta posibilidad se ve reforzada si tomamos en consideración
que es precisamente en esas localizaciones donde aparecen los santuarios
y sitios sagrados, tales como Niquitao, Jajó, etc., donde estaban ubicados
los templetes de madera dedicados a la diosa Icaque, en los cuales los sa-
cerdotes o mohanes pronosticaban la suerte de las futuras cosechas. Las
poblaciones que acudían a dichos templetes con ofrendas propiciatorias,
no parecen haber sido sólo las altoandinas, jugando así la religión un papel
integrador a nivel interétnico. Las figurinas humanas que aparecen en los
sitios arqueológicos de dicha región parecen señalar preferentemente a
mohanes y a mujeres en edad púber, quienes quizás desempeñaban alguna
función social en las actividades rituales, cuya vestimenta los/ as relaciona
con las figurinas existentes en las tierras bajas de Trujillo. Ello parece in-
dicar que el núcleo territorial trujillano-merideño tuvo para los emigrantes
larenses una importancia decisiva en la definición de su conciencia étnica.
Es importante señalar también que la contradicción entre los grupos de
las tierras bajas con los altoandinos parece acentuarse a partir de los siglos
IX y X de la era, cuando estos últimos consolidan su modo de vida fun-
damentado en el dominio de la tecnología hidraúlica y la agricultura en
terrazas que ya había comenzado en el valle de Quíbor para inicios de la
era cristiana.
Un aspecto que nos parece relevante resaltar para explicar la in-
tensa dinámica histórica que refleja el poblamiento del estado Mérida y en
particular el altoandino en la cordillera es el que refiere a cómo se da la es-
tructuración de la Región Geohistórica del Noroeste de Venezuela como
un todo, en especial porque –como Gladys y Lino señalan– la Cordillera
de Mérida fue ocupada por distintas oleadas de población provenientes de
Lara-Trujillo, del Sur del Lago de Maracaibo y de los Llanos Altos Occi-
dentales. La Región Geohistórica del Noroeste de Venezuela parece haber
sido un área nuclear para el desarrollo sociohistórico de las poblaciones
precoloniales del Occidente del país. Al inicio existieron sociedades agro-
alfareras vinculadas con las sociedades formativas tempranas del noroeste
de Suramérica, como la Tradición Valdivia, a partir de las cuales surgie-

13
Presentación

ron poblaciones locales que parecen haber dado origen a las comunidades
humanas de la Cuenca del Lago de Maracaibo. En una fecha estimada
alrededor de 3000 años ap., aparece la tradición Santa Ana en el noroeste
de Venezuela, la cual representa lo que podríamos llamar un Formativo
Regional. Entre 500 y 300 a.C., se desarrollan a partir de ella tradiciones
regionales como Tocuyano, Betijoque y La Pitía, donde ya aparece la do-
mesticación, posiblemente secundaria, de una raza de maíz local, la Pollo.
A partir de inicios de la era cristiana surgen las tradiciones arqueológicas
asociadas con sociedades complejas que caracterizarán el poblamiento hu-
mano del Noroeste hasta el siglo XVI (Sanoja y Vargas, 2003).
Estos datos sobre la conformación de la Región Geohistórica del
Noroeste venezolano son particularmente significativos, especialmente si
consideramos que las tres zonas que dan cuenta de las oleadas de pobla-
ción que definen Gordones y Meneses para la Cordillera de Mérida tuvie-
ron su foco de origen a partir del área nuclear larense-trujillana. El sitio
Los Dorados, vecino a Chiguará (Sanoja y Vargas, 1967) y el yacimiento
Tabay, en las cercanías de la ciudad de Mérida (Osgood y Howard, 1943),
presentan claras filiaciones estilísticas con Santa Ana, una de las tradicio-
nes culturales más antiguas de la Región Geohistórica, lo cual plantea que
las ocupaciones merideñas de esa gente pudieran ser muy anteriores al
siglo V de la era.
En lo que atiende a la utilización de los datos arqueológicos cerá-
micos en la definición de grupos étnicos es necesario recordar, también,
que la producción alfarera en todos los grupos tribales conocidos era y
es realizada por mujeres, por lo que habría que considerar que si bien la
presencia de un determinado estilo decorativo y un régimen de formas
en una región refleja la pertenencia étnica de las mujeres que los elabora-
ron, su distribución espacial depende en mucho del tipo de estructura so-
cioeconómica de la sociedad a la que esas mujeres pertenecían. Los datos
etnohistóricos y arqueológicos sobre las sociedades estratificadas que se
manifestaron en toda el área del Caribe desde comienzos de la era cris-
tiana hasta el siglo XVI informan que las mujeres devenían un elemento
fundamental en la estructuración de las alianzas y redes de intercambio
de los cacicazgos, por lo que existía una férrea normativa que regulaba las

14
Presentación

uniones matrimoniales intra e interétnicas. Este carácter de control sobre


las mujeres contrasta fuertemente con lo que ocurría entre grupos tribales
igualitarios, donde existía más estabilidad y circunscripción de las mujeres
dentro de sus grupos étnicos y, en consecuencia, la producción cerámica
parece haber sido más definitoria de la etnicidad de cada grupo.
Estas ideas son importantes especialmente si tomamos en cuenta
que tradicionalmente se ha considerado a los grupos altoandinos como
tribales jerárquicos, con una estructura social desigual basada en rangos y
jerarquías sociales. En este sentido, Clarac reafirma el carácter desigual de
la estructura social de los grupos merideños, expresado en la apropiación
de sobre trabajo mediante el pago de tributos (1996: 32-33). De la misma
manera, es conveniente señalar que los grupos arawako provenientes del
norte y de los Llanos Altos Occidentales han sido considerados, asimismo,
tribales jerárquicos. (Salazar, 2002).
Por otro lado, gran parte de los datos arqueológicos utilizados por
Gordones y Meneses provienen de sitios con fechados anteriores a la in-
vasión europea. Es sabido que uno de los primeros y más nocivos efec-
tos de la conquista y colonización ibera, sobre las poblaciones indígenas
originarias en general, fue la dislocación de sus estructuras sociales y la
desagregación de los diversos individuos que las conformaban. Los res-
guardos, los pueblos de misión, pero sobre todo las encomiendas actuaron
en la desestructuración de las etnias indígenas, y deben haber influido ne-
gativamente en la libertad relativa que poseían las mujeres para reproducir
por medio de la alfarería sus etnicidades. Aunque Clarac apunta que en el
caso merideño los españoles respetaron al comienzo de la colonización,
de alguna manera, las divisiones territoriales de las sociedades indígenas
(1996: 25), Edda Samudio informa que los trabajos urbanos contractuales
de los/as indígenas fueron característicos en Mérida entre los siglos XVI
y XVII (1988: 234).
Todas las interrogantes que planteamos en los párrafos anteriores
demuestran el carácter sugerente, estimulador y provocativo de la obra
Arqueología de la Cordillera Andina de Mérida. Invitamos a los lectores
a disfrutar y aprender de su lectura. Dejemos, pues, que Gladys y Lino
hablen.

15
Presentación

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16
Presentación

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Iraida Vargas Arenas


Caracas, junio 2005

17
INTRODUCCIÓN

E l interés por conocer quiénes eran y de dónde venían los po-


bladores indígenas de la región andina venezolana, y en especial los de la
Cordillera Andina de Mérida, nos lleva a remontar nuestra mirada hacia fi-
nales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, época que marca los inicios
de la ciencia antropológica en Venezuela. Los trabajos pioneros de José Ig-
nacio Lares (1950), Adolfo Ernst (1913), Julio César Salas (1971-1997), Al-
fredo Jahn (1973), Tulio Febres Cordero (1921) y Gaspar Marcano (1971),
iniciaron desde una perspectiva antropológica los diversos caminos por
donde comenzaron a transitar los diversos planteamientos sobre adscrip-
ción étnica de los antiguos habitantes de Los Andes venezolanos.
Los datos sobre las costumbres, la lengua, la ubicación geográfica
y su posible vinculación con grupos de la cultura colombiana, llevaron
a cada uno de estos estudiosos a plantear la existencia de uno o varios
grupos étnicos para la región andina. Según Lares (1950) y Jahn (1973) la
Cordillera Andina de Mérida estaba habitada en tiempo prehispánico por
los Timotes y para Salas (1997) por los Mucu.
A mediados del siglo XX el antropólogo venezolano Miguel Acos-
ta Saignes (1954) propone el término “Timoto-Cuica”, para denominar el
área cultural andina. Esta definición y sus diversas variantes influyeron en
la discusión sobre el poblamiento de la región andina venezolana y en es-
pecial, como es nuestro caso, la región andina merideña. Esta influencia se
ha mantenido con mucha fuerza en los círculos de enseñanza donde han
permanecido los planteamientos iniciales del término “Timoto-Cuica”,
para referirse a los “indígenas” de la región andina del país.
Por otro lado, Andrés Márquez Carrero (1980), nos habla de la
“Cultura Tatuy” para definir culturalmente a los antiguos habitantes de la
región que hoy comprende el estado Mérida.
Recientemente, Jacqueline Clarac de Briceño (1985-19901996) desarrolla
otra tesis sobre los grupos étnicos y propone el término de “Mucu-Cha-

19
Introducción

ma” o “Takuwa” para definir a los antiguos pobladores de Mérida. Esta


definición se hace a partir de ciertas características lingüísticas y culturales
que se relacionarían con grupos colombianos como los Tunebos.
La historia aborigen de la región andina venezolana se conoce a grandes
rasgos. A partir de las evidencias arqueológicas se ha planteado la ocu-
pación de la región tardíamente por grupos sedentarios provenientes de
las zonas bajas; cultivadores de tubérculos – como la papa– los cuales
mantendrían una constante interrelación con grupos asentados en dife-
rentes pisos altitudinales con la finalidad de lograr la complementariedad
económica.
Las nuevas evidencias arqueológicas, documentales y lingüísticas
que hemos incorporando a esta discusión nos han permitido dar respues-
tas a la complejidad y diversidad étnica que existió en la cordillera andina
venezolana, en particular al área merideña.
Ahora bien, uno de los problemas fundamentales a la hora de
plantearnos un trabajo que combine las fuentes históricas, arqueológicas
y lingüísticas, es responder hasta qué punto se puede complementar los
datos provenientes de la arqueología, la lingüística y la historia, debido
a la relación temporal en la cual pudieran estar involucradas cada una de
fuentes en cuestión.
Es bastante conocida la discusión en torno a la separación entre
arqueología e historia. La primera tradicionalmente, ha estudiado los pue-
blos extintos y ágrafos, y los únicos datos disponibles para construir sus
explicaciones estaban en el registro material cerámico contenido en un
yacimiento arqueológico, el cual por demás –dentro de la definición de
grupo étnico– ha sido tomado de manera automática para la denomina-
ción cultural de un grupo determinado. Al respecto, P. V. Castro Martí-
nez y P. González Marcén (1989) nos comentan que ha prevalecido: “una
concepción de la cultura arqueológica para cuya caracterización todo vale,
y cualquier rasgo puede ser elevado a la categoría de idiosincrático, recu-
rriéndose a la interpretación de la presencia de grupos humanos portado-
res de dichos rasgos (Castro y González, 1989: 10).
La segunda, es decir la Historia, basaba sus investigaciones en los
documentos existentes en los archivos, trayendo como consecuencia que

20
Introducción

solamente estudiaban las sociedades con escritura.


En los trabajos de muchos historiadores tradicionales y también
de muchos de los llamados etnohistoriadores, notamos cómo los elemen-
tos materiales y los nombres indígenas que son tomados de los escritos
coloniales son usados para designar grupos étnicos en la actualidad, en-
contrándonos en la literatura especializada tantos grupos étnicos como
nombres existentes en dichos documentos. En muchos se recoge las re-
ferencias a través de palabras utilizadas para nombrar sitios geográficos y
que son asumidos en la actualidad para definir grupos étnicos.
A esta discusión se le tendría que agregar lo planteado por Carmen
Arellano (1994), en relación con la definición del conquistador español,
que denominaba como nación o señorío a varias aldeas gobernadas por un
principal, cuyo nombre hoy es tomado para designar grupos étnicos, con-
fundiéndose de esta manera nombres personales, nombres geográficos y
nombres de grupos con grupos étnicos.1
Por otra parte, tenemos que tener en cuenta en esta discusión la
concepción homogeneizadora que establece el conquistador español en
nuestro territorio, frente al otro al cual describe, nombra, divide y des-
arraiga para poder gobernar. Un ejemplo de esto, lo podemos ver en la
designación que se hace del término Caribe, que va a definir a una lengua,
a un grupo, a un territorio y a un grupo étnico, cuyos miembros reales o
no son buscados y exterminados por el conquistador y sus aliados.
En este orden de ideas, tendríamos que preguntarnos hasta qué
punto estos nombres definen realmente grupos étnicos, naciones, pueblos
o tribus, cuando sabemos que muchos de ellos fueron dados sobre la base

1 Sobre la definición de grupos étnicos estamos de acuerdo con lo planteado por Héctor Díaz-
Polanco (1985), cuando nos dice que los grupos étnicos son el resultado de procesos históricos
concretos, que se identifican con un conjunto social que ha desarrollado una fuerte solidaridad
a partir de los componentes étnicos. Estos componentes no sólo le permiten al grupo definirse
como tal, sino además establecer la diferencia o el contraste respecto a otros grupos. Ahora bien,
los componentes étnicos, siguiendo a Bonfil Batalla, en tanto representaciones colectivas, son
“diferentes de una sociedad a otra, precisamente porque son: el resultado de una larga acumulación
que ocurre en el universo social delimitado y continuo a lo largo del tiempo. De ahí que las rep-
resentaciones colectivas siempre formen parte de una cultura específica y que la identidad étnica,
como expresión ideológica constrativa, pero fundada en representaciones colectivas particulares,
expresen también a esa cultura” (Bonfil Batalla, 1992: 111).

21
Introducción

de la suposición de que hablaban una misma lengua, portaban materiales


culturales semejantes o vivían en espacios geográficos parecidos. Hay que
comenzar a preguntarse hasta dónde pueden llegar los documentos his-
tóricos en la definición de grupos étnicos cuando el interés primordial de
los que escribían tales documentos no era precisamente la definición de
lo étnico.
Al hablar de arqueología y lingüística no hay que perder de vis-
ta dos vertientes que, a nuestra manera de ver, han marcado o definido
esta relación. La primera que hace referencia a cómo los estudios y la
metodología propia de la disciplina lingüística ha sido tomada en el aná-
lisis arqueológico, el cual en los últimos años, ha venido influyendo en el
propio discurso arqueológico que se viene estructurando (Funari, 1999)
y, la segunda; indudablemente vinculada con la primera, tiende a ir más
al estudio de la complementariedad de las investigaciones lingüísticas en
el conocimiento de la lengua como elemento diferenciador de los grupos
sociales y su correspondencia con el material arqueológico. Este enfoque
surgido en el siglo XX, tiene como uno de sus mayores exponentes a
Gustaw Kossina, quien fue el primero que se preocupó por correlacionar
los materiales cerámicos arqueológicos con los pueblos y su lengua. Esta
tendencia fue seguida por otros arqueólogos como Gordon Childe, quien
afirmaba que la lengua era uno de los vínculos más importantes en la tras-
misión de tradiciones sociales, y que probablemente, una cultura distinta
tuviera también una lengua distinta (Renfrew, 1990; Funari, 1999).
Indudablemente, la relación aquí planteada entre la arqueología y
la lingüística es problemática debido a la variación temporal entre la lengua
y las evidencias arqueológicas. Pero sin negar esta necesaria considera-
ción tenemos que los cambios producidos en el ámbito social, cultural y
lingüístico no se realizan separados uno de otro. Por lo tanto, al modifi-
carse el aspecto lingüístico de un grupo social específico, las expresiones
materiales de su cultura también tienden a ser modificadas, manteniendo
contenidos representativos del grupo. La lengua como expresión social es
uno de los indicadores de la identidad, y sin lugar a dudas, está vinculada
con la dinámica de la realidad social de sus hablantes y de su etnicidad. En
este sentido, la lengua y con ésta sus expresiones fonéticas, morfológicas y

22
Introducción

gramaticales, constituyen expresiones que forman parte de los elementos


de identidad de los pueblos y de su etnicidad.
Somos conscientes de la identificación que los grupos humanos
establecen con sus elementos culturales, y que la lengua contiene parti-
cularidades culturales de los grupos que la hablan; y que el espacio es un
lugar de acción particular de los grupos humanos que lo elaboran, pero
esto no es suficiente a la hora de plantear la existencia de grupos étnicos.
Ninguno de estos elementos por separado, ni la suma mecánica de todos
ellos, bastaría si no profundizamos en los procesos socio-históricos que le
dan sentido y son válidos para definir grupos étnicos.
El libro lo hemos ordenado para que los/as lectores/as puedan ir
construyendo a partir de los elementos que le vamos aportando un mo-
delo que explique la diversidad étnica que existía en la Cordillera Andina
merideña para el momento de la llegada del conquistador europeo.
En el primer capítulo introducimos la problemática étnica por medio de
las investigaciones etnológicas y arqueológicas. Hacemos una revisión de
las diversas propuestas que desde finales del siglo XIX se comienzan a
postular en torno al origen y poblamiento de la región.
En el capítulo referido a las fronteras etnolingüísticas de la Cor-
dillera Andina de Mérida en los siglos XVI y XVII, planteamos una dis-
cusión sobre lo que se ha venido sosteniendo en relación con la lengua
hablada por los antiguos habitantes de la Cordillera Andina de Mérida y
su vinculación con otras áreas de la región occidental del país. Para esta
comparación nos hemos basado en los listados de antroponímicos y topo-
nímicos que compilamos en los documentos relacionados con las visitas
realizadas a la Cordillera de Mérida por los oidores del Reino de Granada
en los siglos XVI y XVII.
El dato cerámico es uno de los aspectos más representativos de la
cultura de los pueblos y al encontrarse en éste elementos particulares de su
identidad, se convierte en una de las fuentes fundamentales para conocer
la etnicidad de grupos sociales del pasado. En el capítulo relacionado con
la cerámica y la etnicidad hacemos una clasificación tipológica del material
cerámico prehispánico con su respectiva vinculación temporal con otros
materiales de la zona y la región occidental de Venezuela, con la finalidad

23
Introducción

de aportar evidencias que conjuntamente con otros datos provenientes de


los contextos arqueológicos nos permitan perfilar las interrelaciones so-
ciales de los diversos grupos que hicieron vida en la región merideña antes
de la llegada del europeo.
En el apartado destinado a los grupos étnicos de la Cordillera de
Mérida discutimos, a partir de la integración de toda la información gene-
rada en los capítulos previos, nuestra propuesta del poblamiento y confor-
mación de grupos y territorios étnicos en la región andina de Mérida y su
vinculación con el resto de la región occidental del país.
Esta obra no está culminada, ya que el conocimiento de nuestra
historia es una tarea continua; en este sentido, aspiramos que la informa-
ción que suministramos sirva para conocer nuestro pasado y poder darle
coherencia a nuestro presente.
Esperamos que este aporte se convierta en un material de consulta
para todos/as los/as docentes que se ven enfrentados/as a la difícil tarea
de enseñar nuestra historia aborigen.

24
Las investigaciones
arqueológicas y los grupos étnicos de Mérida

Los pioneros

P ara el sabio Lisandro Alvarado (1989) era sumamente impor-


tante la discusión en torno a quiénes eran los antiguos habitantes de la
Cordillera Andina de Mérida. Decía Alvarado que:

Interesante como el anterior es el problema de cuáles fue-


ron los ascendientes de los indígenas de la Cordillera. En
capítulo destinado a la etnografía que trae la geografía de
Codazzi se asienta que los indios que habitaban el territorio
de las provincias de Mérida y Trujillo hablaban dialectos de
los Muiscas y sus facciones son las mismas que las de los
pueblos de la provincia de Tunja. Si es original esta hipótesis,
no lo sabemos; pero el autor de ella se funda en la estructu-
ra de los nombres indígenas que conservan los lugares de
la Cordillera y en ciertas consideraciones generales. Las ob-
servaciones del doctor Tulio Febres Cordero, publicadas en
“EL centavo”, de Mérida, contribuyen a favorecer esa idea,
que es por lo demás verosímil y que encuentra un fuerte apo-
yo en estas líneas que leo en el libro del doctor Toro: “En los
caracteres craneométricos de los Chibchas, estudiados por
Broca, es donde se encuentran las analogías con los Timotes,
... A todo esto, alega el doctor Salas que el lenguaje chibcha
difiere totalmente de los idiomas ando-venezolanos; y que
exceptuando los lazos de unión comunes con todos los ha-
bitantes precolombinos de América, no se encuentran en las
costumbres de estos indios fundamento serio para calificar-
los como pertenecientes a la familia chibcha. El examen de

25
Las investigaciones arqueológicas

los dialectos andinos recogidos por Febres y Lares ha dado,


en efecto, por resultado que Ernst los crea más bien relacio-
nados con otros de la América Central. Este problema es
digno de atención y de que en mira de aclararlo o resolverlo
se mancomunen los esfuerzos de los escritores de la Cordi-
llera (1989: 425).

Efectivamente, el interés por descifrar cuáles fueron los antiguos


grupos étnicos que habitaron Los Andes merideños se remonta a finales
del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Los trabajos de José Ignacio
Lares (1950), Adolfo Ernst (1913), Gaspar Marcano (1971), Julio César
Salas (1971-1997), Tulio Febres Cordero (1921) y Alfredo Jahn (1973),
muestran un incesante interés por esclarecer los orígenes étnicos de los
antiguos habitantes de la Cordillera Andina, enmarcados en un contexto
sociohistórico relacionado con la consolidación del Estado venezolano.
Estos pioneros, de la más variada formación, recopilaron información et-
nográfica de la Cordillera y abrieron un debate importante sobre el origen
étnico de los antiguos habitantes de la cordillera. Se dieron a la tarea de
indagar sobre el origen de las sociedades asentadas en Los Andes venezo-
lanos, basándose en la compilación de datos lingüísticos, etnohistóricos,
etnográficos y arqueológicos.
Para conmemorar el centenario del nacimiento del Libertador Si-
món Bolívar, José Ignacio Lares escribió en el año 1883 el opúsculo titula-
do: “Etnografía del Estado Mérida” (1950), para exponer su tesis sobre las
primeras razas que poblaron la Cordillera Andina de Mérida, decía Lares
que:
Con frecuencia se han llamado Muiscas los pueblos indíge-
nas que habitaban la antigua provincia formada de Táchira
y Mérida; pero esta denominación no debe entenderse sino
en cuanto a que, formando este territorio parte del que se
llamó Nuevo Reino de Granada o Imperio de los Muiscas,
por extensión se aplicó el nombre a todas las provincias del
reino. (Lares, 1950: 13).
Según Lares, había en la cordillera merideña una multitud de pue-

26
Las investigaciones arqueológicas

blos más o menos populosos con distintos nombres que se adjuntaban


bajo la denominación de Timotes y que eran gobernados cada uno por
un cacique:
Los Timotes, pues que así los llamaré, tenían por confinantes los
pueblos siguientes: al norte, o sea sobre las orillas del Lago, los Bobures
y Motilones; al sur sobre el arranque de los llanos, los Toboros, Caros y
Coyones. Al Oeste los Mombures y Aviamas del Táchira, dependientes
o confinantes de los Chitareros; y al Este la nación de Cuicas, que, com-
puesta de pueblos de distintos nombres, habitaban lo que es hoy estado
Trujillo. Los límites que tenían señalados entre sí, los Timotes y Cuicas,
son precisamente los mismos que dividen hoy los estados Mérida y Truji-
llo (Lares, 1950: 14)
Por otro lado, Adolfo Ernst, a partir del análisis de algunas piezas
arqueológicas y del vocabulario compilado por Lares, planteaba en sus
“Apuntes para la Etnografía Precolombina de la Cordillera de Los Andes”
presentado en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología
y Ciencias Prehistóricas que se reunió en París en 1889, que los habitantes
precolombinos de la cordillera de Mérida pertenecían al:

... grupo étnico cuyo centro fue la altiplanicie de Cun-


dinamarca, y así no es extraño que se encuentren tam-
bién en los santuarios de Mérida y Trujillo numerosas
figuras de ranas, hechas de serpentina, puesto que
entre los chibchas la rana era símbolo de la benéfica
diosa que en la lluvia daba a la tierra nueva fertilidad, y
nuevas cosechas al hombre (Ernst, 1913: 791).

Entre los años 1890 y 1891, Gaspar Marcano publica en el Bulle-


tin de la Société D’ Anthropologie de París, la etnografía precolombina de
Venezuela relacionada con los indios Piaroas, Guahibos, Goajiros, Cuicas
y Timotes. A partir del análisis de restos óseos y de piezas arqueológicas de
cerámica y lítica, Marcano se pregunta qué nombre tenían los habitantes
precolombinos de Mérida, y señala que:
En Mucuchíes habrían residido los indios del mismo nombre; en

27
Las investigaciones arqueológicas

Burrero los Cuicas... el señor Lares sostiene que timotes es la designación


colectiva que convendría aplicar a todas las tribus precolombinas que han
habitado la Cordillera de Mérida hasta el valle de Motatán. Los timotes se
subdividían en veintiocho tribus. (Marcano, 1971: 305)
Según Marcano:
Los objetos de la Cordillera no ofrecen ninguna semejan-
za con los de los valles septentrionales. La cerámica difiere
desde todo punto de vista, y más particularmente los ídolos
(...) Las placas de los timotes son completamente propias de
su región. Ningún objeto parecido ha sido encontrado en
las tumbas de Los Cerritos ni en las márgenes del Orinoco.
Desde el punto de vista craneológico, los caracteres son los
mismos, tanto en el cráneo de Mucuchíes como en los de
Burrero; por lo tanto, es necesario reunirlos en una misma
serie. Si comparamos esta última con las que ya hemos hecho
conocer, llegamos a diferencias tan importantes, que esta-
mos obligados a considerar a los Timotes como un pueblo
muy distinto de los otros precolombinos de Venezuela (Mar-
cano, 1971: 306).

Las diversas evidencias osteológicas, cerámicas y líticas permitie-


ron a Marcano comparar y emparentar a los Timotes de la Cordillera An-
dina de Mérida con los Chibchas de la Sabana de Bogotá.
En el mismo debate de José Ignacio Lares, Julio César Salas en su
obra: Tierra Firme: Estudios sobre etnología e historia, expone que:

También incurren Codazzi y otros etnógrafos


reproductores de sus datos en el error de consi-
derar las tribus que poblaron Los Andes vene-
zolanos como pertenecientes a la raza muisca;
de un concienzudo estudio se desprende que
no hay razón para tal aserto. (Salas, 1971: 30).

En un principio Julio César Salas (1971) propone que, el territorio

28
Las investigaciones arqueológicas

que actualmente ocupa el estado Mérida estaba habitado, entre otras, por
una familia indígena llamada “Chama”:
La familia indígena que convencionalmente apellidamos Chama
la componen una multitud de tribus independientes que para la época de
la conquista habitaban el territorio del actual estado Mérida de Venezuela,
naciones que poseían unas mismas costumbres y nexos muy estrechos
entre sus diferentes lenguas; afirmación esta última que se basa en la iden-
tidad de nombres geográficos, en los cuales predomina una sola radical.
Chama es el nombre del principal río que baña los terrenos que antigua-
mente pertenecían a las comunidades indias, y hé aquí el motivo por el cual
lo escogemos y adoptamos en nuestra clasificación, (...) abraza o abarca
con la red de sus afluentes las principales naciones en que predomina en el
lenguaje la radical mucu. Es de advertir que pertenecen también al territo-
rio de este estado Mérida otras tribus de parecidas o diferentes costumbres
a las de la hoya del mencionado río: Giros, Quinoes, Timotíes, Torondoyes
y Bobures (Salas, 1971: 143).
Posteriormente, Salas (1997), en su obra Etnografía de Venezuela,
indica que:
En otra parte denominamos Chamas a los aboríge-
nes de Venezuela de suave natural del estado Mérida,
nombre convencional del nombre indígena del río
cuya cuenca están situadas casi todas las tribus en cuya
toponimia es superabundante la radical Mucu, pero
en atención a que las tribus Tucanes, Torondoyes y
las varias que comprende la nación Timotes, tienen
también en su toponimia la radical Mucu y quedarían
fuera de aquella denominación, por pertenecer a otras
hoyas hidrográficas, creemos más comprensivo para
todas estas tribus de suave natural de Mérida el nom-
bre de Indios Mucus (Salas, 1997: 14).

Según Julio César Salas existían en la cordillera andina de Mérida


diversos grupos étnicos con distintas parcialidades. El mapa étnico de Mé-
rida según él estaba integrado por:

29
Las investigaciones arqueológicas

1. Los indios Mucus que se localizaban en las cuencas del río


Chama, Motatán y Torondoy.
2. Los indios Giros o Giraharas ubicados hacia el extremo dela
Cordillera de Mérida que vierte hacia los Llanos de Barinas a través de las
aguas de los ríos Canaguá, Caparo, etc., y hacia la zona de Bailadores y
Guaraque.
3. Los indios Quiriquires o Güigüires y Motilones que vivían ha-
cia las tierras del Sur del Lago de Maracaibo.
Por su parte, Alfredo Jahn (1973), plantea la existencia de un solo
grupo denominado Timote para toda la región de los Andes venezolanos
(Ver Mapa Nº 1). Este planteamiento se sustentaba en el hecho de que los
grupos Cuicas hablaban también la lengua Timote:

Los KuiKas o sea los aborígenes trujillanos, hablaban


la misma lengua que sus vecinos occidentales, los me-
rideños y por esta razón debemos considerarlos como
miembros de la gran nación Timote, pobladora de
toda nuestra región andina de Trujillo y Mérida (Jahn,
1973: 87).

Así mismo plantea que:

... la lengua Timote y todos sus dialectos de Trujillo y Méri-


da forman un grupo aparte que no tiene cabida en ninguno
de los grupos lingüísticos establecidos. Estos aborígenes vi-
vían en la parte elevada de la Cordillera de Mérida y Trujillo
y excepcionalmente algunas de sus parcialidades se exten-
dían por los valles que descienden hasta la zona cálida (Jahn,
1973: 114).

De igual forma, señala que:

“El contacto en que vivían Aruacos y Timotes, en lo que


corresponde a Mérida, ha debido ser la causa de las concor-

30
Las investigaciones arqueológicas

dancias lingüísticas que algunos autores han denunciado en-


tre ambas lenguas, y cuya existencia es innegable en algunos
gentilicios y nombres geográficos, hasta en algunos del valle
central de Mérida Chama, que nosotros hemos considerado
como de origen Timote (1973: 137). Para Jahn es muy signi-
ficativa la coincidencia que los Kinaróes de Lagunillas fueran
los ocupantes de la mesa de Caparú, voz arawaka del área
amazónica (Jahn, 1973).

Miguel Acosta Saignes, basado en el análisis de las fuentes históri-


cas, define a partir de las características lingüísticas y culturales el área de
Los Andes venezolanos como una: “prolongación, dentro del territorio
venezolano, de las culturas andinas, representadas por los Timoto-Cuicas”
(Acosta Saignes, 1954: 67). Acosta Saignes expone algunos elementos cul-
turales representativos del área Timoto-Cuica:
1. Agricultura: Andenes, silos subterráneos (mintoyes), estanques,
sistemas de riego y cultivo de yuca dulce, papa, ruba, micuy, hayo y fique.
2. Industria: Urao, chimó y trabajo especial de piedra (nefrita, ser-
pentina).
3. Comercio: Comercio de “águilas” de oro y urao.
4. Enterramientos: Momificación y entierros en cuevas (minto-
yes).
5. Religión y creencias: Veneración de las lagunas, creencia en mi-
gración anual de los zamuros a Los Andes, organización sacerdotal, sacri-
ficios humanos y creencia en la picada de arco.

Los nuevos planteamientos

La definición del Timote ha sido utilizada con mayor frecuencia


para referirse a los antiguos pobladores de Los Andes Merideños. Al res-
pecto Jorge Mosonyi considera muy probable la hipótesis de Alfredo Jahn
sobre la existencia de una sola lengua denominada Timote que: “hasta
donde se sabe hoy en día era lingüísticamente autóctona y no formaba
parte de los Arawacos, ni de los Caribes, ni de los Chibchas” (Mosonyi,

31
Las investigaciones arqueológicas

1986: 35). Recientemente, los hermanos Esteban Emilio y Jorge Mosonyi


han planteado que:

En Los Andes venezolanos, particularmente en la zona de


Mérida y Trujillo, tenían su asiento los pueblos timoto-cui-
cas, los cuales, hasta donde se sabe hoy en día, eran lingüísti-
camente autónomos, y no formaban parte de los arahuacos,
ni de los caribes, ni de los chibchas, aunque guardaban afi-
nidades culturales y económicas con estos últimos. Alfredo
Jahn, quien pudo reunir muestras lingüísticas directas de los
sobrevivientes de estas poblaciones hacia 1920, sostenía el
criterio, que creemos muy plausible, de que todas las parciali-
dades de este grupo hablaban una sola lengua, el timote, que
tenían un conjunto de variedades dialectales locales (Moson-
yi y Mosonyi, 1999: 54).

El lingüista costarricense Adolfo Constenla Umaña (1991), ha


dicho que la familia timoto-cuica, estuvo integrada, aparentemente, por
dos lenguas que se habrían extinguido a comienzos del siglo XX y que
habrían contado con varios dialectos a su interior. A partir de los mate-
riales descriptivos de las variedades timoto-cuica, colectados por personas
sin preparación lingüística, reunidos en las publicaciones de Alfredo Jahn
(1973) y Paul Rivet (1927),1 Constenla concluye que, desde el punto de
vista tipológico, la sintaxis de estas lenguas divergen de las lenguas del área
intermedia (Chibcha, Chocó, Quechua, etc.) debido tanto que la mismas
se relacionan con las que presentan varias lenguas de las área Caribe y
Amazónica, (Constenla, 1991). Igualmente, propone en relación con los
vocabularios compilados, que: “... se puedan aprovechar en la determina-
ción de sus relaciones tanto internas como externas, es la de analizarlos y
sistematizarlos con puntos de vistas lingüísticos modernos.” (Constenla,
1991: 54).
Esta última sugerencia hecha por Constenla Umaña, orientó el
trabajo de la costarricense Anita Arrieta Espinoza “Tipología fonológica
1 La obra lingüística de Paul Rivet está basada en los datos recopilados por
Ignacio Lares, Tulio Febres Cordero y Amílcar Fonseca.

32
Las investigaciones arqueológicas

y morfosintáctica del Timote” (1992), que plantea la relación de la lengua


Timote con la etnia Wayuu del tronco lingüístico Arawak. A partir de la
integración de los materiales trabajados por Paul Rivet en año 1927 y Al-
fredo Jahn del mismo año, Arrieta concluye que desde el punto de vista
morfosintáctico:

...el timote tiene mayor similitud con los rasgos que le son
atribuidos al guajiro, lengua de la península de la guajira,
en los resultados de la encuesta morfológica realizada por
Constenla (1991: 193-204) a partir de una muestra de lenguas
de las Áreas Mesoamericanas, Intermedia y Peruana. Esto
quiere decir que, desde una perspectiva areal, el timote com-
parte características con el guajiro, que de acuerdo con los
resultados obtenidos por Constenla (1991), es considerada,
junto con otras lenguas de la región fronteriza entre Colom-
bia y Venezuela y de los alrededores del Lago de Maracaibo,
como las más alejadas, pos sus rasgos morfológicos, de las
lenguas del Área Intermedia... (Arrieta, 1992: 121).

Para Jacqueline Clarac de Briceño (1985):

...la generalización del nombre Timotes no tiene ninguna


base (...) Los documentos que consultamos en el archivo de
Sevilla (...) no indican jamás un nombre que pudiera servir
de base para clasificar genéricamente a los indios andinos. La
mayoría de las veces los grupos encomendados lo son bajo
la simple etiqueta de un “grupo de indios”; a veces aparece
un nombre que sirve de indicador para un grupo nada más.
No tenemos por consiguiente ninguna razón para aceptar la
división definitiva de los grupos andinos en Timotes y Cui-
cas. (Clarac, 1985: 46).

En este orden de ideas Clarac propone, de acuerdo con Salas, el


nombre de Mucu-Chama para el grupo étnico que ocupó los territorios

33
Las investigaciones arqueológicas

que hoy conforman el estado Mérida.


Los Mucu-Chamas, según Clarac de Briceño: “...ocupaban la re-
gión que conocemos en la actualidad como estado Mérida, y cuyos prin-
cipales centros prehispánicos fueron aparentemente Zamu, Macaria (o
Mucuria?), Chama, Mucuchíes y Timotes” (Clarac, 1985: 50). Ahora bien,
también apunta Clarac que: “Podríamos clasificar también conjuntamente
a los cuicas y a los MucuChamas, pues ... pertenecían todos a una misma
cultura con pocas variantes.” (Clarac, 1985: 50).
Posteriormente, la autora citada propone, a partir de la infor-
mación etnográfica compilada en la población de Lagunillas del estado
Mérida, que: “sus antepasados habían llegado a Mérida provenientes del
Lago de Maracaibo (la “Laguna de Maracaibo”) y pertenecían a un grupo
emparentado lingüísticamente con los goajiro.” (Clarac, 1990: 39). Según
Clarac: “Si tomamos en cuenta esta información, dicho grupo, que sería de
origen Arawak, no habría llegado hasta la Cuenca Alta del río Chama, ya
que los españoles llegaron cuando no habían terminado de dar solución a
sus conflictos Inter e intra-étnicos por el territorio en la zona de la Laguna
de Urao.” (Clarac, 1990: 39).
Para ella la población de la Cordillera de Mérida se constituyó en el
devenir del tiempo por diversas oleadas migratorias. La primera, según su
hipótesis, fue un grupo instalado desde un tiempo indeterminado cuyo es-
tado actual de conocimiento arqueológico no permite su reconstrucción.
El segundo grupo étnico llegó al comienzo de la era cristiana; por su cul-
tura, religión, patrones funerarios, técnicas agrícolas y mitología puede ser
ubicado en la cultura chibcha, siendo la población actual de la Cordillera
de Mérida descendiente de él. Un tercer grupo relacionado con la cultura
arawak llegaría hacia el siglo IX de nuestra era (Clarac, 1996).
Según Clarac: “El nombre del segundo grupo habría sido U’wa
(nombre también de la “tijereta” que es un tipo de golondrina ... según
la mitología tuneba (grupo chibcha actual) acerca de los orígenes y mi-
gración de sus antepasados..., los Tunebos habrían migrado a Colombia
saliendo de la Cordillera de Mérida a la cual llaman todavía en su lengua
(tronco chibcha) “La Mujer Joven del Sol”.
Basada en Ann Osborn (1985), sugiere que: “El nombre particular

34
Las investigaciones arqueológicas

del grupo de Mérida habría sido “THAKUWA” o THA-KU`WA, lo que


significaría en tunebo “Gente Mayor” o “Gente hacia atrás” (Clarac, 1996:
26).
Posteriormente, sostiene Clarac, la hipótesis de la existencia de
Barí en la Cordillera de Mérida:

Hoy sabemos que los primeros (los Motilones Bravos quie-


nes también estaban en Mérida, donde resistieron a los es-
pañoles hasta el siglo XVII, razón por la cual son todavía
famosos entre los campesinos, especialmente en Jají, donde
existen varios “filos de los motilones”) son los Barí, etnia
de lengua chibcha (...). Esos Barí, después de abandonar la
Cordillera de Mérida tuvieron una migración hacia el Sur del
Lago de Maracaibo y luego fueron empujados progresiva-
mente hacia la Sierra de Perijá... (Clarac, 2000: 205).

Sobre esta discusión, la perspectiva arqueológica en sus inicios ha


aportado muy poco, debido a que la mayoría de los trabajos han estado
orientados a la descripción de los materiales arqueológicos. Los prime-
ros trabajos sistemáticos se inician en los años cuarenta con las investiga-
ciones de Alfred Kidder II (1944), Cornelius Osgood y George Howard
(1943)2 y J. M. Cruxent e Irving Rouse (1982). Es precisamente con es-
tos trabajos que se realizan por primera vez para la Cordillera de Mérida
construcciones tipológicas y estilísticas del material cerámico proveniente
de contextos arqueológicos. Los pioneros de la antropología venezolana,
habían tratado aspectos de la arqueología andina de Mérida a partir de las
colecciones privadas, pero no llegaron a construir tipologías del material
cerámico prehispánico.
Cornelius Osgood y George Howard, fueron los primeros arqueó-
logos en realizar una excavación arqueológica sistemática en lo que hoy

2 Como resultado de la visita de Alfred Kidder II, Cornelius Osgood y George


Howard a Venezuela en los años treinta del siglo XX, se producen las primeras mono-
grafías sistemáticas en el quehacer arqueológico venezolano. Se conoce la primera
tabla de cronología relativa y se introducen técnicas y recursos de excavación relacio-
nadas con la estratigrafía métrica, entre otras (Meneses ,1992; Vargas ,1998; Gassón y
Wagner, 1998).

35
Las investigaciones arqueológicas

es el estado Mérida. A comienzos de los años cuarenta del siglo pasado


afloraron en Tabay, producto de la ampliación de la carretera trasandina,
vasijas globulares y restos óseos humanos. Allí, Osgood realiza la excava-
ción de una trinchera de 5x2 metros en la que recuperó tiestos y diversos
artefactos asociados (Osgood y Howard, 1943). Osgood y Howard des-
criben el material cerámico y establecen conexiones estilísticas con otros
materiales de otras regiones del país y de Colombia.
Simultáneamente, Alfred Kidder II (1944), apoyado en las infor-
maciones de Alfredo Jahn, Tulio Febres Cordero y Mario Briceño Iragorry,
realiza un análisis detallado de diversas piezas arqueológicas provenientes
de la cordillera de Mérida. Expone las características de las figurinas antro-
pomorfas, zoomorfas y de las placas aladas para establecer sus relaciones
con otras áreas de la Cordillera Andina venezolana, la Cuenca del Lago de
Maracaibo, del Lago de Valencia y los Llanos Venezolanos.
En el año 1948, José María Cruxent trabajó un sitio de habitación
prehispánico en Chipepe, Mocao Bajo, Mucuchíes, en la zona que hoy lla-
mamos Cuenca Alta del río Chama. Cruxent localizó un mintoy superficial
y 224 tiestos cerámicos aflorados que posteriormente le sirvieron para
postular junto con Irving Rouse el “Estilo Chipepe” (Cruxent y Rouse,
1982). Según Cruxent y Rouse, el “estilo Chipepe” está relacionado con el
“Estilo Mirinday” del estado Trujillo, perteneciente al horizonte Tierroide;
sobre la base de esta comparación lo incluyeron cronológicamente en el
período IV, es decir, próximo a la época de contacto con el europeo.
Para estos mismos autores, Mérida es una:

... región en la que los restos arqueológicos no se limitan a


los residuos o basura como en las zonas de las que hemos
tratado hasta ahora, sino que forman otro tipo de estación
como las terrazas agrícolas (...) enterramientos en pozos re-
cubiertos de piedra que se conocen localmente con el nom-
bre de mintoyes (...) y en cuevas usadas con fines religiosos.
(Cruxent y Rouse, 1982: 250).

A finales de los años sesenta del siglo XX, la Cordillera Andina

36
Las investigaciones arqueológicas

de Mérida se comienza a estudiar sistemáticamente a través de diversos


proyectos arqueológicos adelantados por Erika Wagner (1970-1980), Ma-
rio Sanoja e Iraida Vargas (1967-1970). Los proyectos de investigación en
cuestión van a suministrar datos importantes para la comprensión de la
dinámica étnica de la Cordillera en tiempos prehispánicos.
En el marco del proyecto “Arqueología del Occidente de Vene-
zuela”, Iraida Vargas (1969), realiza investigaciones arqueológicas en la
localidad de Tabay, más específicamente en el sitio de San Gerónimo” que
es tipificado, por ella, como un sitio de habitación que se remonta, según
las fechas radiocarbónicas obtenidas, entre 970 a 1310 años después de
Cristo.
La tradición plástica presente en San Gerónimo está relacionada:
Hacia el norte (Trujillo y Lara), existían con anterioridad (...), otras
fases posiblemente pertenecientes a la misma tradición plástica. La Fase
Miquimú (Wagner, 1967), comparte con San Gerónimo las vasijas trípo-
des del tipo incensario, las vasijas globulares o subglobulares trípodes de
patas sólidas, las asas acintadas de sección circular, las asas festoneadas de
sección oval, así como las cadenetas incisas, las tiras de arcilla aplicadas
onduladas y los pectorales de piedra. (Vargas, 1969: 124).
Simultáneamente al trabajo de San Gerónimo realizado por Var-
gas, en la localidad de Chiguará, en la cuenca baja del río Chama, Mario
Sanoja realiza excavaciones arqueológicas obteniendo material cerámico
considerable y enterramientos en urnas funerarias y en pequeñas cámaras
recubiertas de piedra: “Las fases Chiguará y San Gerónimo parecen haber
estado caracterizadas por la presencia de pequeñas aldeas agrícolas encla-
vadas sobre empinadas laderas del cañón del Chama.” (Sanoja y Vargas,
1967: 42).
Para Sanoja y Vargas existen diferencias entre la Fase Chiguará
y la Fase San Gerónimo, ya que la primera se vincula más con los sitios
arqueológicos ubicados hacia el Sur del Lago de Maracaibo: “Chiguará
enfatiza la incisión y el brochado. Comparte con el Guamo la presencia
de vasijas globulares de cuello cónico y orificio restringido, decorado este
último con motivos incisos. Con Zancudo comparte la pintura roja.” (Sa-
noja y Vargas, 1967: 42).

37
Las investigaciones arqueológicas

A finales de 1967 y comienzos de 1968, Erika Wagner (19701980)


excava los sitios de “La Era Nueva” y “Mocao Alto” en Mucuchíes, cuen-
ca alta del río Chama. El sitio de “La Era Nueva” fue considerado como
un sitio de habitación y “Mocao Alto” fue catalogado como un sitio de
habitación asociado a un cementerio y un taller de placas aladas, remon-
tándose ambos sitios, según fechas radiocarbónicas obtenidas de estas ex-
cavaciones, a un período de ocupación que oscila entre 450 y 1120 años
antes del presente, es decir período IV (1000-1520 d.C) de la cronología
regional de Cruxent y Rouse (1982).
Para Wagner (1970), el material arqueológico de Chipepe, San Ge-
rónimo, Mocao Alto y La Era Nueva son similares, razón por la cual los
consideró que eran producto de un solo grupo humano y los asignó a la
Fase Mucuchíes. La Fase Mucuchíes: “comparte una serie de rasgos con
otras fases dentro y fuera de Venezuela. Así notamos similitudes con Mi-
rinday, Betijoque, La Mulera, Dabajuro y Tierra de los Indios del occidente
de Venezuela. Mucuchíes también comparte una serie de rasgos con la fase
Miquimú del área de Carache (cerámica tosca y la presencia de “alas de
murciélago”). Cronológicamente, Miquimú es anterior a Mucuchíes (pe-
ríodo III) y es muy probable que Mucuchíes recibió influencias del área de
Carache.” (Wagner, 1970: 183).
Los avances de las investigaciones arqueológicas sistemáticas en
los estados Lara y Trujillo le permitió a Sanoja plantear que:

Las áreas de distribución de la alfarería decorada con técnicas


plásticas y la de la alfarería polícroma en el norte de la región
andina, parecen sugerir una gradual ocupación de los valles
bajos y el piedemonte norandino por los fabricantes de esta
última y un repliegue de los fabricantes de la alfarería deco-
rada con técnicas plásticas hacia las regiones altoandinas. Es
posible que las poblaciones de ambas etnias, como parecen
demostrarlo los datos arqueológicos hubiesen mantenido re-
laciones de cooperación e intercambio de productos agríco-
las y manufacturados, pero conservando –sin embargo– la
definición territorial de sus unidades sociopolíticas” (Sanoja,

38
Las investigaciones arqueológicas

1986: 13).

Por otra parte, las movilizaciones de los grupos hacia Los Andes:

... estarían dadas por los requerimientos territoriales de los


cacicazgos en general, y del cacicazgo norocidental en par-
ticular. Esta necesidad de obtener territorios y de someter
a los grupos que los ocupan, es intrínseca a este modo de
vida, e incluso, a la formación económico social como un
todo” (Vargas, 1986: 28). Para Vargas, La ocupación de la
región alto-andina parece haber comenzado en el siglo VI
d.c y ya para los siglos IX y X d.c, se habían constituido
como una comunidad cacical añadiendo una serie de medios
de producción que, lógicamente, respondían a necesidades
objetivas de la región alta. (Vargas, 1986: 30).

A partir de los años ochenta el Museo Arqueológico Gonzalo


Rincón Gutiérrez de la Universidad de Los Andes empieza a desarrollar
con intensidad investigaciones arqueológicas en el área metropolitana de
la ciudad de Mérida, en la cuenca alta del río Chama y en la población de
Lagunillas ubicada en la cuenca media del mismo río.
Por un lado, las excavaciones arqueológicas en el área metropoli-
tana de la ciudad de Mérida, más específicamente en Loma de la Virgen
(Ramos, 1988ª, Ramos et al. 1988) Loma de San Rafael (Ramos 1988b) y
la Hacienda San Antonio ( Gordones y Meneses, 1992) en La Pedregosa,
Cerro las Flores (Niño, 1988a, 1988b) en La Hechicera; y por el otro; en
Escagüey (Niño, 1990) y Mucurubá (Meneses y Gordones, 1993) en la
cuenca alta del río Chama, permitieron documentar y complementar las
evidencias arqueológicas presentes en San Gerónimo (Vargas, 1969) y Mo-
cao Alto (Wagner, 1970) que mencionamos en líneas anteriores.
Las excavaciones arqueológicas en el sitio de Llano Seco, Laguni-
llas, permitieron obtener, para esta zona de la Cordillera de Mérida, entie-
rros primarios y en urnas, abundante cerámica y fechamientos. Para Lla-
no Seco la datación por medio de termoluminiscencia permitió obtener

39
Las investigaciones arqueológicas

“fechas de 1510 y 1520 años a.p. Tales datos relacionan a Llano Seco con
otros sitios de la Cordillera de Mérida datados entre 600 y 1300 años d.c,
como Mucuchíes y Tabay. Sin embargo, atendiendo al análisis comparativo
de la alfarería de estos yacimientos y otros de la cuenca baja del Chama,
observamos una estrecha relación entre Llano Seco y sitios del Sur del
Lago de Maracaibo, como Zancudo, Onia y El Guamo” (Ramos, 1990:
37).
Llano Seco está estrechamente relacionado desde el punto de vis-
ta cerámico con el sitio de Estanquez en la misma cuenca media del río
Chama (Gordones, 1995). La muestra del material cerámico de Estanquez,
se encuentra: “relacionado con el material cerámico de Lagunillas (estado
Mérida) que se caracteriza por presentar una decoración plástica con inci-
siones lineales que en su conjunto forman motivos geométricos, apliques
antropomorfos ubicados en el borde de las vasijas (...) además de pintura
roja ubicada en algunos casos en la zona del labio y el borde” (Gordones,
1995: 65). A su vez: “la presencia de esta muestra de alfarería con una su-
perficie alisada y pulida, decoración incisa, aplicados y pintura roja sobre
natural, relacionada, en algunos casos, con la decoración plástica incisa
o modelada y la presencia de una pequeña, pero significativa muestra de
pintura roja sobre fondo blanco, nos lleva a relacionar este material con la
Fase Zancudo.” (Gordones, 1995: 66).
Partiendo de las evidencias arqueológicas, en diversas oportunida-
des hemos propuesto la co-existencia en la Cordillera Andina de Mérida
de por los menos dos grupos étnicos distintos (Gordones, 1993-1995).
Por un lado, postulamos, en la cuenca alta del río Chama, un grupo que
se caracterizaba por la presencia de una cerámica sencilla, en la mayoría
de los casos “tosca”, con una decoración plástica basada en la incisión
corta en forma piramidal, cadenetas aplicadas con impresión de dedos,
asociada con construcciones de piedra, la presencia de talleres líticos y la
práctica funeraria asociada a cámaras funerarias (mintoyes); y por el otro;
en la cuenca baja del mismo río, tenemos a otro grupo que se caracte-
rizaba, en términos generales, por poseer una cerámica con decoración
plástica con incisiones lineales, apliques antropomorfos, pintura roja en
los labios y piezas completas, entierros directos y secundarios en urnas
(Gordones,1993; Meneses y Gordones, 1995).

40
Las fronteras etnolingüísticas
de la Cordillera Andina de Mérida en los siglos
XVI y XVII

En los estudios en los cuales se relacionan la arqueología, la


etnohistoria y la lingüística, como en nuestro caso, interesa destacar las
semejanzas fonéticas relacionadas con el parentesco de las lenguas y su
dispersión geográfica, porque son éstas las características que nos pueden
guiar hacia el pasado histórico de los hablantes de dichas lenguas.
El manejo de una lengua en común constituye un elemento fun-
damental en la afinidad étnica de cualquier grupo humano. Las lenguas se
presentan universalmente determinadas en un área geográfica particular.
La antroponimia y la toponimia dentro de un espacio geográfico se corres-
ponden lingüísticamente con un idioma históricamente determinado. Por
tal razón, siguiendo a Ana Groot y Eva Hooykas (1991), para un: “área
continua que tiene una toponimia que se distingue de otras toponimias
contiguas, se puede postular la existencia en cualquier punto en el tiempo,
de un idioma que se distingue de los idiomas espacialmente contiguos,
aunque no sobreviva ninguno de ellos.” (Groot y Hooykas, 1991: 45).
Consideramos entonces que un estudio toponímico y antroponí-
mico de la región andina de Mérida, nos permitiría establecer, en los siglos
XVI y XVII, áreas lingüísticas globales y, por consiguiente, lenguas estruc-
turalmente iguales o diferentes en la Cordillera de Mérida.
Metodológicamente, se nos presentan diversos problemas cuando
tratamos con lenguas aborígenes desaparecidas, debido a que las caracte-
rísticas fonéticas y morfológicas de las posibles familias presentes en el
área de estudio no son cabalmente conocidas en el presente, aunque en

41
Las fronteras etnolingüísticas

la actualidad contemos con el trabajo de Anita Arrieta (1992)1 sobre la


tipología fonética y morfosintáctica del Timote.
No obstante, podríamos considerar algunos postulados para en-
frentar estas limitantes según la cual: “Con base en la delimitación espacial,
se utilizan las distribuciones espaciales de elementos lingüísticos que se
puedan reconocer (...) Estos elementos pueden ser fonéticos (como la /j/
o /g/ inicial) o pueden ser meramente silábicos.” (Groot y Hooykas, 1991:
45). De igual forma, González Ñáñez afirma que el proceso de afijación
de lexemas permitiría establecer distinciones nominales y verbales en una
lengua determinada (González, 2005).
Otro elemento problemático a tener presente sobre el aspecto que
aquí tratamos es lo que Colin Renfrew denominó los “Tres procesos de
cambio lingüístico en un área determinada”. Según Renfrew (1990), las
lenguas llegan a hablarse en una región determinada debido a tres proce-
sos básicos: colonización inicial, sustitución y desarrollo continuo. Para
nuestro caso es de suma importancia los dos primeros, es decir la coloni-
zación inicial y la sustitución.
Por colonización inicial se entiende la dinámica por medio de la
cual grupos humanos penetran y colonizan un área geográfica deshabitada
introduciendo por primera vez la lengua a dicha región (Renfrew, 1990).
Esta tuvo que ser la dinámica que operó cuando los primeros grupos hu-
manos organizados poblaron inicialmente Los Andes venezolanos, crean-
do así los primeros topónimos de la región.
El proceso de sustitución opera cuando una lengua hablada en
una región geográfica determinada es desplazada por otra lengua (Ren-
frew, 1990). La introducción de elementos lingüísticos foráneos por mi-
graciones o conquistas terminan imponiendo una toponimia y antroponi-
mia híbrida o totalmente nueva en el área en cuestión.
A partir del siglo XVI, los españoles comienzan a imponer nuevos
antroponímicos y toponímicos que producen cambios o adaptaciones a
la fonética y a la morfología de los idiomas hablados en la cordillera de
1 Este trabajo sistematiza en una lista ordenada alfabéticamente los vo-
cabularios compilados, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, por
Alfredo Jahn, José Ignacio Lares, Tulio Febres Cordero y Amílcar Fonseca,
con la finalidad de crear las condiciones fonológicas y morfosintácticas bási-
cas para el método comparativo de la lingüística diacrónica (Arrieta, 1992).

42
Las fronteras etnolingüísticas

Mérida. Un primer ejemplo de esta realidad lo podemos observar en el


toponímico de /Xaxi/ el cual es transformado morfológicamente para
conocerse en la actualidad como /Jají/; y un segundo ejemplo que tiene
que ver con la hibridación, es la prefijación del nombre de /quebrada/ y/o
/río/ a nombres originarios de torrentes de agua.
La comparación de antroponímicos y toponímicos recopilados en
los documentos de los siglos XVI y XVII y el establecimiento y diferen-
ciación de elementos lingüísticos como la presencia o no de ciertas afija-
ciones, será la metodología que orientará nuestro trabajo.
La comparación nos permite medir el grado de separación de
las lenguas en relación con el grado de correspondencias localizadas y su
distribución en función de poder formular un antepasado común de las
lenguas (Constenla, 1995). De igual forma, a partir de la comparación se
pueden establecer matrices de correspondencia fonética que nos permi-
tan relacionar elementos con significados diferentes, pero de algún modo
relacionables.
Como lo hemos apuntado, José Ignacio Lares (1950), Julio César
Salas (1971-1997), Tulio Febres Cordero (1921) y Alfredo Jhan (1971),
habían hecho intentos serios de clasificación de los grupos étnicos a partir
de topónimos y vocabularios recopilados por ellos a finales de siglo XIX y
comienzos del XX. Sin embargo, para los fines de nuestra investigación las
clasificaciones hechas por estos pioneros habría que tomarlas con sumo
cuidado debido al largo proceso de etnogénesis que desembocó en la con-
figuración étnica-cultural de los pueblos que habitaron la región en el siglo
XIX y comienzos del XX.
El proceso de implantación del sistema de encomiendas y luego
de fundación de pueblos de indios (Velásquez, 1995; Samudio, 1997 y Pa-
rada, 1998), trajo como consecuencia que diversas parcialidades originarias
de la Cordillera de Mérida fueran agrupadas o separadas, primero según
los intereses de los encomenderos y, luego por la nueva estructura econó-
mica y política impuesta por la corona española, trayendo como conse-
cuencia que dentro de este proceso de movilización y redistribución de la
población aborigen el idioma o los idiomas hablados por estos sufrieran
cambios o erradicaciones definitivas. Son pocos, pero significativos los ca-

43
Las fronteras etnolingüísticas

sos de quejas de la población aborigen, que al ser trasladados de un lugar a


otro manifestaban el no poder hablar la misma lengua de los otros grupos
con los cuales se les agrupaban.
A partir de estas reflexiones, abordamos en este capítulo la delimi-
tación de los grupos étnicos a partir del análisis y la distribución espacial de
los antroponímicos y toponímicos compilados en los censos de población
aborigen contenidos en documentos del siglo XVI y siglo XVII, producto
de las visitas realizadas por los oidores de la Real Audiencia de Granada:
Bartolomé Gil Naranjo (1586), Antonio Beltrán Guevara (1602), Alonso
Vázquez de Cisneros (1619 y 1620) y Diego de Baños y Sotomayor (1657).

El proceso de conquista y las lenguas habladas en la


Cordillera de Mérida

En la Cordillera Andina de Mérida el proceso de conquista y colo-


nización se lleva a cabo a partir del año 1558, por el capitán y conquistador
español Juan Rodríguez Xuárez, quien penetra con un grupo de soldados
desde el Nuevo Reino de Nueva Granada. Esta conquista se caracterizó
rápidamente por: “imprimir importantes modificaciones en la distribución
espacial de la población autónoma, en la forma de vida, en la lengua y en
su mundo de creencia.” (Samudio, 1997: 36). En este proceso el conquista-
dor español no se preocupó por dejar testimonios escritos sobre la lengua
o los idiomas hablados por las poblaciones aborígenes de la región. Los
datos que tenemos sobre estos son escasos y están relacionados con los
topónimos y antropónimos que han quedado inscritos en documentos
oficiales del período colonial.
A pesar de esta situación, tenemos una referencia importante que
nos aporta Fernando Campo del Pozo en relación con los Agustinos, quie-
nes para finales del siglo XVI (1590), dirigían las doctrinas de Mucuchíes,
Aricagua, Tabay, Torondoy y Jají, entre otras. Estos clérigos, según Campo
del Pozo, que venían de Santa Fe de Bogotá: “conocían el Quechua y el
Chibcha que no le servirá para la región de Mucuchíes donde se hablaba
un idioma o dialecto distinto, denominado Mucuchí o Mocochí.” (Campo
del Pozo, 1979: 11). Según Campo del Pozo el: “Arzobispo F. Arias de

44
Las fronteras etnolingüísticas

Ugarte, al visitar la Provincia de Mérida en compañía del P. Miguel de To-


losa SJ, se dio cuenta de que los indios de esta región hablaban una lengua
distinta de la general (muisca) del Reino.” (Campo del Pozo, 1988: 89).
Para poder llegar los Agustinos a Mucuchíes tuvieron que transitar por la
cuenca baja del río Chama donde se encontraba la población de Lagunillas,
población que no es nombrada por los clérigos Agustinos y que nos hace
suponer que los mismos no tuvieron, por su conocimiento del Chibcha,
dificultad alguna para comunicarse con la población aborigen de esta úl-
tima población.
En la actualidad, lo poco que conocemos sobre las lenguas que
se hablaban en la región de Mérida se basa en las recopilaciones hechas a
finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, por los pioneros de la an-
tropología en Venezuela, que tratamos en el capítulo anterior. Estas com-
pilaciones confrontan, para los fines de nuestro estudio dos problemas
fundamentales. El primero tiene que ver con la hibridación de las lenguas
autóctonas de la región, producto del proceso de desarraigo y moviliza-
ción forzosa a la que fueron sujetas las poblaciones originarias de la cordi-
llera en tiempo de la conquista y colonia, lo que trajo como consecuencia,
por un lado, la imposición del español como lengua oficial y, por el otro,
la mezcla y unificación de las posibles lenguas con sus respectivas varia-
ciones dialectales habladas por los habitantes originarios de la cordillera.
El segundo problema, se relaciona con el hecho de que las compilaciones
fueron realizadas por personas sin ninguna preparación lingüística, lo que
dificulta el conocimiento fonético y gramatical de la lengua hablada en
la Cordillera Andina de Mérida. Sin embargo, como lo plantea Swadesh
“la diseminación de los pueblos es gradual, manteniéndose las viejas y las
nuevas áreas en contacto desde generaciones hasta por miles de años (...)
De la compleja serie surgen dialectos y lenguas separadas, pero la comple-
ja continuidad de dialectos puede reflejarse, miles de años después, en la
cadena de relaciones en traslape entre las lenguas derivadas.” (Constenla,
1995: 31).
Ahora bien, el “Timote” es el nombre que ha sido utilizado con
mayor frecuencia para designar a la lengua de los antiguos pobladores de
Los Andes merideños.

45
Las fronteras etnolingüísticas

Para algunos lingüistas, como los hermanos Esteban Emilio y Jor-


ge Mosonyi:

En Los Andes venezolanos, particularmente en la zona de


Mérida y Trujillo, tenían su asiento los pueblos timoto-cui-
cas, los cuales, hasta donde se sabe hoy en día, eran lingüísti-
camente autónomos, y no formaban parte de los arahuacos,
ni de los caribes, ni de los chibchas, aunque guardaban afi-
nidades culturales y económicas con estos últimos. Alfredo
Jahn, quien pudo reunir muestras lingüísticas directas de los
sobrevivientes de estas poblaciones hacia 1920, sostenía el
criterio, que creemos muy plausible, de que todas las parciali-
dades de este grupo hablaban una sola lengua, el timote, que
tenían un conjunto de variedades dialectales locales (Moson-
yi y Mosonyi, 1999: 54) .

Sin embargo, para Constenla Umaña (1991) “la familia timoto-


cuica”, estuvo integrada aparentemente por dos lenguas que se habrían
extinguido a comienzos del siglo XX y que quizás contaban con varios
dialectos. A partir de los materiales descriptivos de las variedades, reunidos
en las publicaciones de Alfredo Jahn (1973) y Paul Rivet (1927), Constenla
concluye que desde el punto de vista tipológico la sintaxis del timoto-cuica
diverge de las lenguas del Área Intermedia (Chibcha, Chocó, Quechua,
etc.): “en tanto que se relacionan con las que presentan varias lenguas del
área Caribe y Amazónica.” (Constenla, 1991: 54-55).
En un estudio reciente, Arrieta Espinoza (1992), sostiene que la
lengua Timote: “tiene mayor similitud con los rasgos que le son atribuidos
al guajiro, lengua de la península de la guajira,” (Arrieta 1992: 121); es de-
cir, el Timote como lengua contiene elementos similares con la lingüística
del Arawak.
Una vez analizado el panorama sobre la lengua hablada en la
Cordillera Andina de Mérida, habría que preguntarse si ésta era la lengua
estándar en tiempo prehispánico en toda la cordillera y cuáles eran las
lenguas que se hablaban en el piedemonte barinés, el flanco nor-central de

46
Las fronteras etnolingüísticas

la cordillera andina, la vertiente sur-occidental de la Cuenca del Lago de


Maracaibo que colinda con la Cordillera Andina, para saber cuáles fueron
las influencias que éstas últimas pudieron tener sobre la/s lengua/s habla-
das en la Cordillera Andina de Mérida.
De manera sintética podemos decir que, según las crónicas del
siglo XVI, el piedemonte barinés, los llanos altos de Barinas y el flanco
nor-central de la Cordillera de Mérida, estaban habitados por los Jiraja-
ra y los Kaketío en los territorios que hoy forman los estados Barinas y
Portuguesa, los Jirajara, Ayamán, Gayón y Kaketío ocupaban el territorio
larense y los Cuicas el actual estado Trujillo (Jahn, 1973; Redmon y Spen-
cer, 1990; Linárez, 1995).
Hasta donde se sabe, los Jirajara eran lingüísticamente autónomos.
Ocupaban el margen meridional de la Cordillera Andina desde el río Aca-
rigua hasta el río Apure, pasando por el piedemonte andino venezolano en
donde mantenían: “intercambio con otras sociedades que habitaban Los
Andes y Los Llanos venezolanos, los Jirajara adquirían productos de las
más diversas procedencias. Es probable que los Jirajara intercambiaran sal,
pedernal y otros recursos de la cordillera andina por otros diversos proce-
dentes de los llanos.” (Redmon y Spencer, 1990: 7).
Para el siglo XVI, el Kaketío, de filiación lingüística Arawak, tuvo
una amplia distribución espacial en la región centro occidental del país
que cubría las costas de Falcón, Yaracuy, Lara, Cojedes, los Llanos Altos
Occidentales e inclusive las islas de Aruba, Curazao y Bonaire (Oliver,
1989; Redmon y Spencer, 1990). Estaban organizados en cacicazgos, y
cada aldea tenía al frente un cacique que respondía ante un cacique princi-
pal regional. Según los datos aportados por las crónicas del siglo XVI, las
aldeas kaketía eran densamente grandes y estaban fortificadas (Redmon y
Spencer, 1990).
Con respecto a la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo
la situación es compleja, debido a la multitud de parcialidades étnicas de
habla chibcha y caribe, clasificadas por la etnología de comienzos del siglo
XX como motilones y que indudablemente tuvieron que ver con el pro-
ceso de etnogénesis de los actuales Barí y Yu’pa, hoy ubicados en la Sierra
de Perijá en el estado Zulia. Para el siglo XVIII, los misioneros habían

47
Las fronteras etnolingüísticas

establecido diferencias entre los Chaqués y los Motilones.


En los años cincuenta Paul Rivet y Cesáreo de Armellada, con-
tribuyen notablemente a diferenciar los grupos de habla caribe y habla
chibcha que estaban en la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo,
denominando a los últimos, es decir a los grupos de habla chibcha, con el
nombre de Dobokubí (Rivet y Armellada, 1965). Posteriormente, Johanes
Wilbert (1961), propone llamarlos Barí (Barira- gente) a partir de un voca-
bulario compilado por él en las nacientes del río Ariguaisá.
La etnogénesis de los Barí actuales está estrechamente relaciona-
da con los antiguos Kunaguasayá y Mapé que ocupaban los territorios
ubicados entre los ríos Ariguaisá, Santa Ana, Catatumbo, de Oro, Tarra
e inclusive el territorio donde se ubica hoy en día la ciudad de El Vigía,
en el cual se encuentra el topónimo de bubuki para nombrar a un caño
que cruza la urbe. (Rivet y Armellada, 1965; Lizarralde, 1976; Lizarralde y
Beckerman, 1982).
Los Barí actuales tienen una economía basada en la agricultura,
confeccionan hilos de fique y de algodón para tejer con los primeros, los
chinchorros y con los segundos confeccionar por medio de telares verti-
cales las telas utilizadas para los guayucos y media faldas de las mujeres.
Poseen alfarería caracterizada por unas ollas grandes de base puntiaguda y
pequeñas de base redondeada (Wilbert, 1961).
Según Constenla (1991), la distribución de las lenguas chibchas en
Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela, sugiere que el subantepasado
de la superfamila chibchense meridional, compuesta por el Cuna, Chimila,
Tunebo, Muisca-duit y Barí, entre otros, se habría distribuido a lo largo
de la costa pacífica de Costa Rica. El inicio de la separación de la familia
chibcha posiblemente se remonta a 7.8 milenios (Constenla, 1995).
Para Constenla (1991), se produjo una separación entre el Cuna
que se quedó en el área del Darién, entre Panamá y Colombia, y el resto
de los grupos chibchas que avanzaron hasta el este del río Magdalena en
Colombia. En este lugar:

... se habría producido posteriormente una nueva división,


pues los antepasados de los Chimilas y los hablantes de len-

48
Las fronteras etnolingüísticas

guas arhuacas permanecieron en el territorio de la Sierra Ne-


vada de Santa Marta y sus alrededores, en tanto los hablantes
del chibcha colombiano meridional habrían avanzado hacia
el sur. Su punto de partida habría sido probablemente el área
de Valledupar y la ruta habría sido la frontera colombiano-
venezolana, separándose primero los antepasados de los
baríes, en tanto que los Tunebos y los Muiscas-duits con-
tinuaron hasta la Sierra del Cocuy, de donde los segundos
finalmente continuaron hasta sus posiciones históricamente
conocidas en la Cordillera Oriental (Constenla, 1991: 44) .

La separación temporal del Barí con el Muisca y el Tunebo se


remonta aproximadamente a 4.5 milenios. Este modelo de expansión pro-
puesto por Constela explica el alto porcentaje de afinidad léxica que existe
entre el Barí, el Tunebo y el Muisca, razón por la cual, desde el punto de
vista léxico, el Barí presenta entre las lenguas chibchas –18 en total– un
porcentaje muy alto de palabras cognadas con el Muisca (26.8 %) y el Tu-
nebo (26.8 %) (Constenla 1995).
Haciendo una comparación de 22 palabras del vocabulario “Ti-
mote” de Arrieta (1992) con los vocabularios Dobokubi-Barí de Wilbert
(1961) y Dobokubi-Kunaguasayá de Rivet y Armellada (1961) nos permite
inicialmente afirmar que el Timote era una lengua totalmente distinta a
la lengua hablada en la cuenca del Lago de Maracaibo (ver cuadro Nº 1).
Como lo señalamos anteriormente, en la cuenca sur-occidental del
Lago de Maracaibo también existían grupos de habla caribe a quienes los
misioneros capuchinos del siglo XVIII llamaron “Chaqués” y que, según
los capuchinos, estaban constituidos por diversas parcialidades que ocu-
paban el territorio que iba desde el río Palmar hasta el río Tucucu (Ruddle
y Wilbert, 1983).
La etnogénesis de los Yukpa está relacionada con los Sabriles –ac-
tuales Japreria–, Coyaima, Chaké, Ríos Negrinos, Parirí, Chaparro, Yasá,
Yrapa, Kirikire (Rivet y Armellada, 1961; Ruddle y Wilbert, 1983).
Los antepasados de los Yukpa, es decir, las diversas parcialidades
de lengua caribe, ocupaban un territorio más amplio que no tiene re-
lación alguna con los territorios ocupados actualmente. Antiguamente

49
Las fronteras etnolingüísticas

Cuadro Nº 1
1 Es importante destacar que la palabra “taita” que sirve para nombrar al padre en el vo-
cabulario Timotes de Arrieta (1992) y en el Dobokubí-Barí es una palabra incorporada del español
Wilbert (1961). Según el Diccionario de la Real Academia Española (1988), la palabra Taita del
de latín tata, padre, es entre otros, un nombre infantil con que se designa al padre, también es una
palabra que tenía el gobierno de mancebía y en las Antillas es el tratamiento que suele darse a los
negros ancianos.

50
Las fronteras etnolingüísticas

los caribes ocupaban un territorio que iba desde el río Socuy hasta las
riberas del Sur del Lago de Maracaibo y los alrededores del río Zulia y
el río Uribante (Rivet y Armellada, 1961; Amodio, 1995). Por otra parte,
las parcialidades de habla caribe y las de habla chibcha se encontraban en
constante guerra por el control del territorio, situación que aparentemente
nunca se resolvió. Según Ruddle y Wilbert: “Parece que antes de la llegada
de los europeos existía un estado de guerra permanente entre los Yukpa
y otras tribus, y también entre las subtribus Yukpa. Los Barí solían hacer
incursiones al territorio Yukpa con el objeto de secuestrar mujeres y niños;
lo mismo hacían los Yukpa con los Barí.” (1983: 47).
A partir de la tradición oral Yukpa, Ruddle y Wilbert (1983), afir-
man que: “las subtribus estaban en continuas guerras con los Manapsa (o
Wanapsa); éste es el nombre que ellos daban a los primeros habitantes de
la región.” (1983: 47).
Partiendo de esta información podemos afirmar que los primeros
grupos que penetraron la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo
fueron los antepasados de los Barí provenientes de la región de Valledu-
par, lo que confirmaría el modelo hipotético de expansión de las lenguas
chibchas planteado por Constenla (1995).
Al parecer, los antepasados de los Yukpa poblaron tardíamente la
cuenca sur-occidental de Lago de Maracaibo: “llegando desde los llanos a
través de la depresión de San Cristóbal, o navegando por la costa, desde la
zona de Tucacas y bajando por el Lago de Maracaibo.” (Tarble, 1985: 69).
Previamente, según el modelo de Kay Tarble (1985) los grupos Caribes
habrían partido primero de las Guayanas hacia el Amazonas, luego al Ori-
noco y en un período más reciente (600 d.C y los 1000 d.C) a los Llanos
Altos Occidentales y la región central del país.
Proponemos que la llegada de los grupos Caribes a la región se
produjo por diversas oleadas, lo que explica, por un lado, el estado de
guerra permanente que existía entre las subtribus Yukpa: “La guerra cons-
tante entre subtribus Yukpa, y entre familias extendidas de la misma fue
aún más significativa. Según Alcácer (...), quien estudió los documentos
relacionados con la historia de la región durante el siglo XVII, los coyamo
estaban en guerra con los Sabriles. Estos aparentemente los más reacios

51
Las fronteras etnolingüísticas

de las subtribus estaban en guerra con todos los otros grupos Yukpa.”
(Ruddle y Wilbert 1983, 46); y por el otro, el grado de divergencia lingüís-
tica interna del Japreria –antiguos Sabriles– con el resto de las subtribus
Yukpa (Ruddle y Wilbert, 1983). Por la ubicación actual de los Japreria,
hacia el norte entre el río Palmar y Macoita, podemos decir que sus ante-
pasados los Sabriles pudieron haber llegado navegando por la costa desde
la región central de país, cruzando el Lago de Maracaibo y la otra oleada,
representada hipotéticamente por los Kirikires hacia el Sur, pudieron ha-
ber penetrado por la depresión del Táchira desde los llanos venezolanos.
Aclarado el panorama de las lenguas habladas en los territorios
que circundan la Cordillera Andina de Mérida, entraremos ahora a revisar
los toponímicos y antroponímicos que existían en Mérida a la llegada de
los españoles, para establecer si el “timote” era una lengua estándar para
toda la región.

Estudio de los Antroponímicos y Toponímicos en la


Cordillera de Mérida

Los primeros documentos que hemos trabajado para la búsqueda de toponímicos


y antroponímicos en la Cordillera Andina, son los que se refieren a la visita efec-
tuada por Bartolomé Gil Naranjo, juez poblador de los naturales de la Villa de San
Cristóbal, el Espíritu Santo de La Grita y de Mérida, quien llega en el año 1586 al
territorio merideño, veintiocho años después de la incursión de Juan Rodríguez
Xuárez desde el Nuevo Reino Granada. Gil Naranjo viene con la misión de or-
denar la población indígena existente en las 51 encomiendas que existían para ese
entonces. Para tal fin, realizó un censo de la población aborigen que recoge los
nombres de las parcialidades indígenas y los nombres de los varones, hecho que
no conseguiremos en los demás documentos relacionados con visitas posteriores
realizadas por los distintos funcionarios españoles que llegan a la región, lo cual
hace que el censo de Gil Naranjo se convierta en uno de los más valiosos

52
Las fronteras etnolingüísticas

documentos para conocer los antroponímicos y toponímicos que se loca-


lizaban en la región de Mérida para el siglo XVI.

Establecimiento de grupos lingüísticos

Los nombres de las encomiendas son toponímicos importantes, que junto


a los antroponímicos colectados, nos han permitido, según las caracte-
rísticas de los morfemas que los conforman, establecer cinco grupos, los
cuales se encuentran relacionados geográficamente entre sí.

Grupo 1:

53
Las fronteras etnolingüísticas

Este grupo se encuentra ubicado geográficamente en el área sur-


occidental de lo que hoy es el estado Mérida. En el mismo se encuentran
representadas las parcialidades de Los Estanques o Uchuara, Los Moqui-
tilaguade Lagunillas, Nutea y La Cabana actual pueblo de La Sabana.
Para este grupo tenemos los antroponímicos y toponímicos si-
guientes:

Este grupo se caracteriza, fundamentalmente, por poseer los mor-


femas /ana/ /asa/ /ina/ /gua/ al final de los antroponímicos o toponí-
micos. Estos morfemas sufijados también los podemos encontrar como
infijos.
Hemos observado en los censos coloniales una baja frecuencia de
los morfemas /asa/, /ina/ y /ana/ en la lista de los antroponímicos y
toponímicos de Lagunillas y La Sabana. Quizás esta situación se debe al
proceso de colonización temprana que sufren estas poblaciones por parte
del conquistador español. Lagunillas es el primer centro poblado donde

54
Las fronteras etnolingüísticas

se asienta el capitán Juan Rodríguez Xuárez y donde se funda por primera


vez el pueblo de Mérida, por lo que el proceso de colonización e impo-
sición de nombres cristianos se dio de una manera muy rápida, situación
que podría explicar el por qué veintiocho años después, cuando se produ-
ce la visita del oidor Gil Naranjo, encontramos en sus censos un porcenta-
je considerable de antroponímicos españoles o cristianos.
El morfema /ana/ es característico de las lenguas chibchas, Dobo-
kubi-Barí de Wilbert (1961) y Dobokubi-Kunaguasayá de Rivet y Armella-
da (1961), lo que nos permite establecer su relación con lenguas habladas
en el área sur-occidental del estado Mérida (ver comparación):

55
Las fronteras etnolingüísticas

También se encuentra presente en esta muestra el morfema /asa/


el cual, según Constenla (1995), se derivaría del étimo Muisca y Tunebo /
hase/ correspondiente al pronombre de primera persona en singular. El
mismo se presenta en el Tunebo como /asa/, no localizándose en otras
lenguas de la región del Magdalena, Colombia, pero sí fuera de ésta como
es el caso del Cuna y en el caso particular de Mérida en los antroponímicos
y toponímicos de Estanquez y Noro.
Por otra parte, la presencia del morfema /asa/ estaría definiendo
en los antroponímicos del área suroccidental del estado Mérida la primera
persona y el pronombre posesivo. Para el antropolingüista Omar Gonzá-
lez Ñañez, es válida esta observación, ya que en el caso de otras familias
lingüísticas como el maipure-arawak, los españoles recogían sin distinguir
palabras que eran marcadas por un prefijo para medir, como en este caso
el pronombre posesivo. (González, 2005).
Otra característica lingüística de estas parcialidades, relacionadas
geográficamente entre sí, es la presencia de una gran variedad de fone-
mas al comienzo de los vocablos. En Uchuara o Los Estanquez y Nutea
se presentan /a/, /b/, /c/, /g/, /n/ y /q/, disminuyendo su presencia,
quizás por la aparición temprana de los españoles, en las parcialidades de
La Cabana y Muquytulagua de Lagunillas, localizadas geográficamente al
frente de las dos primeras.
En el vocabulario Mosco de 1612 (Quesada, 1991), se presentan
muchas palabras con morfemas /a/, /b/ /c/, /k /, /g/, /f/, /q/ y /z/
y las terminaciones con los lexemas /gua/, /que/ y /sa/. Esta caracterís-
tica es compartida por este grupo de parcialidades en la construcción de
sus antroponímicos, lo cual podría estar relacionado con la influencia de
lenguas Chibchas en la zona. En diversas oportunidades se ha planteado
la presencia de grupos motilones bravos, actuales Barí, en estos territorios
para la llegada de los españoles. (Salas, 1979, Wagner, 1992; Gordones,
1993).

Grupo 2:

56
Las fronteras etnolingüísticas

Se encuentra conformado por las parcialidades ubicadas a lo largo


de la cuenca del río Chama, río Torondoy, nacientes del Mocotíes y Valle
de Nuestra Señora. Este grupo se caracteriza por antroponímicos y topo-
nímicos que presentan un predominio de la sufijación de los morfemas
/mu/ y /mo/, que como ya hemos dicho han sido relacionados como
variantes de la lengua Timote y se han tomado como elemento para unifi-
car a las poblaciones que habitaron la cordillera de Los Andes merideños
(Salas, 1971-1997; Clarac, 1985) e inclusive al resto de la región andina
venezolana (Jahn, 1973; Acosta Saignes, 1954; Mosonyi, 1986).
Ya para comienzos del siglo XX, Julio César Salas planteaba la exis-
tencia de una familia denominada “Chama”, la cual poseía: “unas mismas
costumbres y nexos muy estrechos entre sus diferentes lenguas.” (Salas,
1971: 147). Afirmación ésta que se basa en la presencia del radical “mucu”
en la identificación de nombres geográficos. Para Salas estos grupos hu-
manos que habitaban parte del territorio merideño se diferenciaban de los
Timote y Cuica, es decir que a nivel lingüístico constituirían una lengua
diferente.
Alfredo Jahn (1973), por su parte, basado en los trabajos de Salas,
plantea que el timote era una lengua hablada en todo el territorio meride-
ño, así como también en Táchira: “Los Cuicas (...) aborígenes trujillanos,
hablaban la misma lengua de sus vecinos (...) merideños y por esta razón
debemos considerarlos como miembros de la gran nación timotes, pobla-
dora de toda nuestra región andina.” (Jahn, 1973: 87).
Jahn, uniforma en el ámbito lingüístico toda la región andina, plan-
teamiento éste que considera muy probable el antropólogo y lingüista Jor-
ge Mosonyi (1986), para quien las parcialidades de los “Timoto-Cuicas”
que poblaban la región andina: “hablaban una sola lengua, el timote, que
tenía un conjunto de variedades dialectales locales.” (Mosonyi, 1986: 36).
Para Omar González Ñáñez, esta afirmación no sería válida para
todo el territorio de la Cordillera Andina de Mérida: “con las pocas evi-
dencias lingüísticas y por la afirmación correcta de Salas de la inexistencia
del morfema mu~(mo-), en la lengua timote resulta difícil probar que las
lenguas propiamente muku del área de Lagunillas fueran de filiación timo-
te o que las mismas se extendieran desde Trujillo hasta las inmediaciones

57
Las fronteras etnolingüísticas

del sur del Lago.” (González, 2000: 73).


Así mismo, se ha presentado diferencia en cuanto a la presencia del
morfema /mo-/, lo que nos lleva a pensar en una particularidad estruc-
tural más que en una variante del morfema /mu-/, y que posiblemente
estaría relacionado con los diferentes dialectos que se le atribuyen a la
lengua timote.

Los antroponímicos que presentan la sufijación del prefijo con el


morfema /mu-/ mantienen como característica la terminación en vocales
siendo frecuentes la /e/, /a/ y la /i/, así como la terminación en conso-

58
Las fronteras etnolingüísticas

nantes: /y/, /m/, /n/. Así mismo, hay frecuencia del morfema /-ti/ en
posición infija.
Las terminaciones de los antroponímicos que mantienen en la
conformación del prefijo la sufijación del morfema /mo-/, tienden a ser
también vocales, predominando en este caso: /a/, /e/ y la /o/. También
encontramos terminaciones con consonantes como: /s/, /y/, /m/ y /z/,
sin que se pueda llegar a establecer un patrón en cuanto a la escogencia de
una o de otra.
Junto a los antroponímicos que presentan el morfema /mo-/
como preposición, hemos notado la ausencia o poca frecuencia del lexe-
ma /ti/ manteniendo las mismas terminaciones vocálicas y consonánticas,
siendo más frecuentes las primeras.
No hemos encontrado antroponímicos cuya composición suponga una
variación del morfema /mu-/ y /mo-/ por lo que podemos suponer que
se debe más a una construcción independiente, posiblemente debida a la
presencia de un dialecto.
Así mismo, encontramos en este grupo la presencia del morfema
/na/ y /an/, en posición intermedia o final, lo cual correspondería a la
designación de la primera persona /an/ y la tercera persona /na/ o un
radical aumentativo en la lengua Timote (Arrieta, 1992).

59
Las fronteras etnolingüísticas

Estas características en cuanto a la presencia de estos rasgos lin-


güísticos se concentran en las parcialidades de: Nucutacaa o Mucutaa,
Capintiz, Mucuramos, Mucuchiz, Mucurua, Muquchiz, Mucipiche, Mo-
cochiz, Mosnacho, los cuales presentan una mayor frecuencia del radical
/mo-/, y en relación con las parcialidades de: Maquiguara, Tosto, Mucus-
tunta, Mucurusturu, Muchucafan, Mucurutu, Mucumux, Musnubu, Mo-
quechique, Muxuxoa, Mucuesjque, Mucunoque, Mucuruva, Mucurufue,
Muchuetaque, Mucuy, los cuales presentan con mayor frecuencia la ra-
dical /mu-/.

Grupo 3:

Ubicado hacia el sur del Lago de Maracaibo, pie de monte de Mé-


rida y parte del estado Trujillo, se encuentra representado por las parcia-
lidades de Muchufago, Noro, Cuvachuan, Chirury, Mucunpus, Mucujubi-
bu, Mucomamungo y Mocosnoto. Las características lingüísticas que nos
permite agrupar a estas parcialidades en un solo grupo son la presencia de
los siguientes antroponímicos:

Estos antroponímicos se repiten de manera casi constante para


designar los nombres de los varones de estas parcialidades. Llama la aten-

60
Las fronteras etnolingüísticas

ción esta característica, ya que en las otras se evidencia una riqueza en


la construcción de los antroponímicos. Así mismo, tenemos que hacer
notar la ausencia de estos antroponímicos en las otras listas que hemos
trabajado.
Julio C. Salas (1997), afirma que varias de las parcialidades situa-
das en las cercanías de Timotes, hacia los lados del estado Trujillo, eran
dominadas por un cacique nombrado “Toneque”, antroponímico que se
repite en estas parcialidades. A partir de esta apreciación consideramos,
tomando en cuenta la referencia de la ubicación aportada por Salas, que
se trata de un solo grupo, cuyo cacique posiblemente serviría como nexo
de reconocimiento.
La ausencia en este grupo de los radicales /mu/ y /mo/, que
hemos tomado para caracterizar subgrupos del Timote en la región me-
rideña, posiblemente se deba a la gran variedad dialectal que el Timote
presentaba.

Grupo 4:

Las parcialidades que conforman este grupo se encuentran ubi-


cadas hacia la parte oeste y suroeste del estado Mérida, representados en
Xaxi, Yricuy, Curabare, Mucutate, Muruabaz, Nucay, Camucay, Mucusnu-
pu y Mucunano.
Este grupo se caracteriza por presentar una gran variedad de mor-
femas al comienzo de la construcción de los antroponímicos y los topo-
nímicos. Esta característica es compartida con el grupo número uno, pero
se diferencia de este por no presentar los radicales /ana/, /asa/ e /ina/.
También se observa en este grupo baja frecuencia de los radicales,
/mu-/, /mo-/, /mi-/, /ma-/, sin embargo, la gran variedad de fonemas
en posición inicial en este grupo la encontramos también en la lista de los
vocablos timote presentados por Arrieta, lo cual nos hace suponer que, si
bien se correspondería con el timote, se diferencia de los antroponímicos
y toponímicos, correspondientes al grupo número tres que hemos catalo-
gado como típico del Timote.

61
Las fronteras etnolingüísticas

Grupo 5:

Para la conformación de este grupo nos hemos basado en la pre-


sencia de toponímicos que se ubican en la zona sur-occidental, entre los
límites de los actuales estados Barinas y Táchira.
El grupo de toponímicos que encontramos en esta región se ca-
racteriza por la presencia del morfema /gua/ en posición inicial o en po-
sición final. Este morfema puede estar relacionado con la penetración de
grupos de habla arawak, donde el morfema /wa/ pudo haber sufrido una
castellanización en el proceso de conquista europea. Aquí es importante

62
Las fronteras etnolingüísticas

mencionar que en la zona de la cordillera donde hemos ubicado estos


toponímicos también encontramos en la actualidad el topónimo de “Ca-
purí” que significa mono en las lenguas arawaka del Amazonas. (González,
2005).

En síntesis, como se ha podido apreciar, la investigación que he-


mos realizado de los antroponímicos y toponímicos de la Cordillera de
Mérida nos ha permitido distinguir tres grandes grupos lingüísticos dentro
de estas áreas geográficas específicas:
1.- El grupo número uno y cuatro deben su relación a la expan-
sión de los grupos hablantes de la lengua chibcha y emparentados con los
antepasados de los Barí, conocidos también en la etnología de comienzos
del siglo XX como “Motilones Bravos”.
2.- La lengua timote y sus variantes, representadas por el grupo
dos y tres, fueron dominantes en cuanto a su extensión geográfica y per-
manencia de los toponímicos y antroponímicos localizados.
3.- El grupo cinco, con una notable relación con los Arawak pro-
venientes de Los Llanos venezolanos que penetraron la Cordillera Andina
de Mérida posiblemente en una época más tardía.

63
Cerámica y etnicidad
El material cerámico como expresión de la
etnicidad

Para nosotros, los materiales culturales son el producto de la trans-


formación que un grupo particular ejerce sobre sus medios convirtiéndose
en la expresión más formal de la etnicidad de los grupos sociales.
En los trabajos arqueológicos, el conocimiento de los patrones
de enterramiento, la utilización del medio ambiente en la trasformación
de bienes alimenticios y no alimenticios, los patrones de asentamiento y
la elaboración cerámica, entre otros, son elementos que nos hablan de la
creación de pautas de pertenencia y de la etnicidad del grupo en el devenir
de su proceso histórico-social.
En los contextos arqueológicos, uno de los indicadores que ha
sido tomado como expresión de “la etnicidad” es el material cerámico,
ya que las pautas de su elaboración y utilización se corresponden con los
criterios asumidos y elaborados de manera consciente en la cotidianidad
del grupo que los produce a lo largo de su tradición histórica (Navarre-
te, 1990; Gordones, 1995). En este sentido: “la definición o utilización
de códigos simbólicos completos por parte de un artesano no puede ser
producto del azar histórico. Para que un creador, en este caso un alfarero
introduzca en la tradición de las vasijas elementos estilísticos que suponen
códigos simbólicos, los cuales son compartidos por los miembros de una
comunidad, en tanto integrantes de una etnia, debe existir en tal alfarero
un sentido de pertenencia étnica.” (Vargas, 1987: 358). La conformación
de la etnicidad es pues producto y efecto de los elementos que los grupos
sociales crean en la transformación de su entorno y de los contenidos
valorativos-simbólicos que estos les asignen en la reflexión cotidiana de su
proceso productivo.
El análisis del material arqueológico cerámico es una herramienta

64
Cerámica y etnicidad

que le permite al investigador/a acceder a los elementos fenoménicos de


la cultura material de una sociedad determinada, de tal modo que se pueda
establecer el desarrollo socio-histórico de la sociedad en cuestión. En tal
sentido, el dato arqueológico – en nuestro caso el cerámico– constituye
un testigo silencioso que da cuenta de las variables tecnológicas y socio-
culturales, así como de las ideológicas que dieron lugar al objeto, siendo
éstas el resultado del conocimiento, aceptación e identificación por parte
de los miembros del grupo, cuestión sumamente importante a la hora de
hablar de los procesos étnicos -identitatarios de sociedades ya extintas.
Con la finalidad de establecer relaciones de los materiales obte-
nidos en trabajos arqueológicos, hemos considerado necesario establecer
comparaciones en el ámbito de los “tipos” y sus atributos, con los reporta-
dos en trabajos realizados anteriormente en la región de Mérida y fuera de
ella. En este orden, para la clasificación del material arqueológico cerámi-
co, nos hemos basado en la creación de “tipos” a partir de la combinación
de los atributos de color, desgrasante, decoración y forma, infiriendo la
función por ser estos los más significativos.
La cerámica y las relaciones que ésta guarda con otras expresiones
de la vida social se convierte en una de las mejores exponentes de la etni-
cidad de los grupos que la producen.
Clasificación y descripción del material cerámico
Los materiales descriptos provienen de nuestras propias investi-
gaciones de campo y de otros trabajos arqueológicos llevados a cabo en
distintos momentos, por diferentes investigadores/as en la Cordillera An-
dina de Mérida.
El objetivo específico es establecer sus elementos característicos,
su ubicación en la región y las relaciones que guardan tanto en el ámbito
espacial, como en el temporal.

ONIA

El yacimiento de Onia, ubicado en la zona sur del piedemonte


andino que colinda con el Lago de Maracaibo, fue excavado en la década
de los 60 por Mario Sanoja e Iraida Vargas, en el marco del Proyecto de

65
Cerámica y etnicidad

Arqueología del Occidente de Venezuela (1967 y 1970).


Hemos considerado para este trabajo hacer un análisis previo de
dicho material, resguardado por el Museo Arqueológico de la Universidad
de Los Andes, con la finalidad de lograr establecer una comparación con
otros de la región.
Del total del material correspondiente al sitio arqueológico de
Onia se trabajaron 2.923 fragmentos, de los cuales 78 presentan un engo-
be blanco sobre la superficie externa; 43 a una decoración plástica y 199
corresponden a fragmentos de bordes.

Entre las características distintivas de la muestra tene-


mos:

A. Presencia de un engobe blanco sobre la superficie externa, con


un color grisáceo en la cara interna.
B. Grosor de las paredes que oscila entre 0.5 cm a 1.3 cm.
C. Recubrimiento grueso de arcilla en la parte externa de las piezas
que al parecer cubría toda la parte externa de las mismas.
D. Las asas tienden a ser acintadas, colocadas de manera vertical o
en forma de orejeras.
E. La decoración, cuando se encuentra presente, consiste en inci-
sión lineal corta, punteado inciso y acanalado.
F. Las bases tienden al parecer a ser planas o redondeadas.
G. Presencia de bases anulares, frecuentes en el tipo anaranjado
liso, y en ocasiones presenta decoración incisa punteada.

La decoración consiste en:

A. Cintas aplicadas con o sin incisión.


B. Mamelones aplicados, modelados con incisión o punteado in-
ciso.
C. Punteado.
D. Incisión corta paralela vertical u oblicua.
E. Los elementos decorativos se ubican en la zona del borde y

66
Cerámica y etnicidad

labio o en la parte media de las vasijas.


A partir de la combinación de los atributos de color, decoración
y textura, hemos establecido los tres tipos cerámicos para esta muestra.

1. Tipo engobe blanco


1. 1. Pasta:
1.1.1. Color: De grisáceo, 2.5YR6/1 a anaranjado claro 2.5YR7/6.
1.1.2. Textura: Compacta y jabonosa.
1.1.3 Cocción: Oxidación completa, no presentando núcleos en
general.
1.1.4. Antiplástico: Arena fina y mica como inclusión natural.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Varía en relación con la aplicación del engobe blanco
y las formas. En general las vasijas globulares presentan engobe en la parte
externa, mientras que hay unos fragmentos de vasijas de boca ancha, poco
profundas, que presentan engobe blanco tanto en la parte interna como
externa. El color de la superficie sobre la cual fue aplicado el engobe varía
de marrón claro, 5YR6/2, a un anaranjado claro, 5YR7/6.
1.2.2. Tratamiento: Alisado.
1.3. Formas:
1.3.1. Bordes: Directos rectos, ligeramente entrantes o salientes.
1.3.2. Labio: Aplanados o redondeados.
1.3.3. Bases: Posiblemente planas o redondeadas.
1.4. Formas reconstruidas: Vasijas globulares de cuello alto y boca
ligeramente restringida; vasijas de boca ancha y cuerpo poco profundo y
vasijas de boca ancha paredes entrantes y cuerpo medianamente profundo
(Ver lámina Nº1).
1.5.Función: Posiblemente para contener o almacenar alimentos.

2. Tipo engobe de arcilla grueso:


2.1. Pasta:
2.1.1. Color: varía de anaranjado claro 2.5YR7/6, a un anaranjado
oscuro, 2.5YR6/6.
2.1.2. Textura: Compacta.

67
Cerámica y etnicidad

2.1.3. Cocción: Oxidación completa, no presentando núcleos en


general.

2.1.4. Antiplástico: Arena fina y mica por inclusión natural.


2.2. Superficie: Se caracteriza por presentar una gruesa capa de
arcilla del mismo color de la superficie.
2.3. Tratamiento: Presenta una superficie externa muy agrietada
o siguiendo un patrón de impresión que puede estar relacionado con la
referencia de impresión de tejidos referidas por Sanoja y Vargas (1963).
2.4. Formas: No se han podido establecer formas en este tipo de-
bido a que no se encontraron fragmentos correspondientes a inflexiones
o bordes.
2.5. Decoración: No se encuentra presente.

3. Tipo anaranjado liso:

68
Cerámica y etnicidad

3.1. Pasta:
3.1.1. Color: Varían de anaranjado claro 2.5YR7/6 a un anaranja-
do oscuro 2.5YR6/6.
3.1.2. Textura: Compacta.
3.1.3. Cocción: Oxidación completa.
3.1.4. Antiplástico: Arena fina y mica por inclusión natural.
3.2. Superficie:
3.2.1. Color: Varía de anaranjado claro 2.5YR7/6 a 5YR6/6.
3.2.2. Tratamiento: Presenta una superficie externa alisada que en
algunos casos puede estar decorada.
3.3. Formas:
3.3.1. Bordes: Directos rectos, ligeramente entrantes o salientes,
con engrosamiento o no en la cara interna.
3.3.2. Labios: Aplanados, redondeados o ligeramente biselados.
3.3.3. Bases: posiblemente planas o redondeadas, circulares cortas.
3.4. Formas reconstruidas: Vasijas globulares de cuello alto y boca
ligeramente restringida, vasijas de boca ancha y cuerpo poco profundo,
vasijas de boca ancha paredes entrantes y cuerpo medianamente profundo
y bol (ver lámina de formas y bordes).

69
Cerámica y etnicidad

4. Decoración:
4.1. Técnica: Plástica, que consiste en la aplicación de cintas del-
gadas, modeladas, con o sin incisión lineal corta o punteado, mamelones
aplicados, modelados con incisión lineal o punteado e incisión corta para-
lela vertical u oblicua. La presencia de decoración pintada sobre la cual se
ejecuta frecuentemente el punteado inciso también se encuentra presente
en este tipo, pero en menos frecuencia, así como los apliques zooantro-
pomorfos.
Los elementos decorativos se encuentran ubicados en la zona del
borde y labio de las vasijas en la zona media del cuerpo y en las bases
anulares.
5. Función: Preparación y almacenamiento de alimentos.

Relaciones:

De la muestra trabajada no hemos encontrado fragmentos con


desgrasante de tiestos molidos, ni el correspondiente al tipo con pintura
negra sobre blanco que definen Sanoja y Vargas (1963), lo cual se puede
deber a pérdidas del material, antes de su ubicación final en la sede del
Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”.
El material de Onia está relacionado con la tradición plástica es-
tablecida para el Occidente de Venezuela y norte de Colombia (Sanoja y
Vargas, 1967: 1969), la cual se caracteriza por un predominio de la incisión,
el punteado, el modelado y la impresión. Los apliques se caracterizan por
representar figuras antropomorfas y zoomorfas, vasijas Tetrápode y trípo-
des, la presencia de figurinas y vasijas funerarias.
También, la tradición plástica de Onia estaría relacionada con la
Fase Zancudo (Sanoja, 1969) y la Fase El Guamo (Sanoja y Vargas, 1967
y 1970), con las cuales compartiría la variedad de desgrasante de tiestos
molidos y arena fina, así como el engobe blanco y la decoración basada
en la incisión, punteado y modelado. Para este tipo, Sanoja y Vargas (1967
y 1969), establecen una relación con la Fase El Guamo a partir de la pre-
sencia de pintura blanca, la cual habría penetrado en Onia y luego pasaría
a la Fase Zancudo, dando origen al tipo Zancudo Blanco para después

70
Las fronteras etnolingüísticas

decaer al final del primer período, que abarca desde 864 a. C. a 1168 d.C,
lo que estaría, según estos autores, marcando un desplazamiento de los
grupos portadores de la alfarería del occidente de Maracaibo hacia el Pie
de Monte Andino.
Este cuadro se ve reforzado por el establecimiento de relaciones
de los materiales de Onia y Zancudo con la Serie Berlinoide (Arvelo y
Wagner 1986) y sus estilos Berlín, El Diluvio y Sirapta, planteados por
Arvelo y Wagner (1986) y Arvelo (1987 1996). La Serie Berlinoide (Arvelo
y Wagner, 1986) comparte con Onia la variedad de desgrasante (arena fina,
arena gruesa, piedras molidas y tiestos molidos), una decoración funda-
mentalmente plástica con predominio de la incisión, el punteado, el mode-
lado y el aplique. La Serie Berlinoide (Arvelo y Wagner, 1986) comprende
una gran tradición plástica que abarca desde 500 a.C al 1500 d.C, asociada
a la pintura Negro sobre Blanco, Rojo sobre Blanco y Rojo sobre Natural
con combinaciones de decoración plástica.
Así mismo, Onia guarda relación con los sitios de Lagunillas de
Mérida (Ramos, 1990), Estanquez (Gordones, 1995) y La Matica en Santa
Cruz de Mora ubicados en la Cordillera Andina de Mérida, y con las cua-
les comparte el predominio de la decoración plástica con líneas incisas,
el punteado y la aplicación de figuras antropomorfas y zoomorfas en la
parte externa de las vasijas. También comparte los entierros secundarios
en urnas, la presencia de pintura roja combinada con decoración plástica,
las bases pedestales y la presencia de un pequeño número de fragmentos
con engobe blanco y rojo sobre blanco.

MATICA

La Matica, ubicado Santa Cruz de Mora, municipio Antonio Pinto


Salinas del estado Mérida, en la cuenca del río Mocotíes, hacia los límites
con Onia, corresponde a un yacimiento habitacional, el cual fue perturba-
do por la construcción de una vía de penetración. El mismo fue excavado
durante el año 1997, lográndose obtener 608 fragmentos cerámicos de los
cuales 106 corresponden a bordes.
Entre las características distintivas de la muestra tene-

71
Las fronteras etnolingüísticas

mos:

A. Desgrasante de arena gruesa, arena fina y piedras molidas.


B. Decoración fundamentalmente plástica, predominando la inci-
sión de líneas anchas poco profundas, oblicuas o semicirculares, el pun-
teado y la aplicación de figuras antropomorfas y zoomorfas en la zona del
borde.
C. Presencia de engobe rojo situado en la zona del borde y parte
media de las vasijas en la cara externa.
D. Bases planas redondeadas o pedestales cortas.
E. Vasijas globulares de cuello corto con decoración incisa y
apliques modelados en la zona del borde. Vasijas de boca abierta poco
profundas, boles y vasijas semi globulares de paredes ligeramente rectas,
formando un cuerpo interno relativamente rectangular, con presencia de
decoración incisa lineal y apliques modelados zoomorfos en la zona del
borde (ver lámina Nº 2).
A partir de las características presentes en la muestra hemos esta-

72
Cerámica y etnicidad

blecido dos tipos cerámicos:

1. Tipo marrón
1.1. Pasta
1.1.1.Color: Varía de un marrón oscuro 2.5YR25/4 a un marrón
rojizo 2.5YR3/6.
1.1.2.Textura: Compacta.
1.1.3. Cocción: Varía de una oxidación completa a incompleta,
con un porcentaje menor que presenta núcleo en el interior.
1.1.4. Antiplástico: Arena, piedras molidas y esquito micáceo.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Varía según la cocción de un marrón claro 2.5YR5/
4 a un marrón rojizo 2.5YR3/6.
1.2.2. Tratamiento: La superficie externa fue alisada y en algunos
casos presenta un pulido, así como manchas negras debido a la cocción
por lo que podemos suponer que no se tenía un buen control sobre la
misma.
1.3. Formas (ver lámina Nº 2):
1.3.1. Bordes: Directo recto, ligeramente saliente con engrosa-
miento externo o ligeramente entrante, engrosados o no.
1.3.2. Labio: Redondeado, aplanado o ligeramente biselado.
1.3.3. Bases: Planas, redondeadas o circulares pedestales cortas.
1.3.4. Formas reconstruidas:
1.3.4.1. Vasijas globulares con cuello corto y boca ancha condeco-
ración incisa semi-circular o lineal en la zona del borde y apliques modela-
dos, zoomorfos o asas acintadas cortas.
1.3.4.2. Boles.
1.3.4.3. Vasijas semi-globulares de paredes salientes y boca an-cha.
4. Decoración: Plástica, caracterizada por la incisión lineal semi-
circular y apliques modelados ubicados en la zona del borde.

2. Tipo engobe rojo

2.1. Pasta: Igual a la anterior.

73
Cerámica y etnicidad

2.2.Superficie: La superficie externa fue alisada y en algunos casos


presenta un cierto pulido con una pintura roja muy delgada ubicada en la
zona del borde y el labio de las vasijas o hasta la parte media de la cara
externa de éstas.
2.3. Formas (ver lámina de formas y bordes)
2.3.1. Bordes: Directo, ligeramente recto o saliente, con engrosa-
miento externo.
2.3.2. Labios: Aplanados, redondeados o ligeramente biselados.
2.3.3. Bases: Planas, redondeadas, circulares pedestales cortas.
2.4. Formas reconstruidas:
2.4.1. Vasijas semi-globulares con base circular pedestal corto, de-
coración incisa semi-circular y aplique modelado.
2.4.2. Vasijas de cuerpo ligeramente recto u borde ligeramentesa-
liente con decoración incisa corta triangular paralela y pintura roja en la
zona del borde y parte media de las vasijas.
2.4.3. Boles.
2.5. Decoración: Plástica, caracterizada por la incisión lineal semi-
circular y apliques modelados ubicados en la zona del borde.

74
Cerámica y etnicidad

Relaciones:

El material cerámico del sitio de La Matica en Santa Cruz de


Mora, se relaciona con el material de Lagunillas (Ramos, 1990) y Estan-
quez (Gordones, 1995), en la cuenca del río Chama, así como también con
los tipos Ranchón Naranja Inciso, Zancudo Inciso y Zancudo Rojo Inciso,
pertenecientes a la Fase Zancudo (Sanoja, 1969), con los cuales comparte
el desgrasante de arena y piedras molidas, la decoración plástica, incisa y el
modelado aplicado, la presencia de pintura roja en la zona del borde de las
vasijas. El material cerámico de La Matica se encuentra relacionado con la
tradición plástica alfarera del Occidente del país que describimos en líneas
anteriores.

CHIGUARÁ

El yacimiento arqueológico de Chiguará, situado en la cuenca me-


dia del río Chama, estado Mérida, fue excavado a finales de los años 60 por
Mario Sanoja, en el marco del Proyecto de Arqueología del Occidente de
Venezuela (Sanoja y Vargas, 1967, 1970). La muestra del material arqueo-
lógico consta de 2.186 fragmentos, entre los cuales tenemos 146 bordes.

Entre las características distintivas de la muestra tene-


mos:

A. Desgrasante de arena gruesa, arena fina y piedra molida.


B. Decoración fundamentalmente plástica predominando la inci-
sión de líneas anchas, poco profundas, oblicuas o semi-circulares.
C. Presencia de engobe rojo situado en la zona del borde y parte
media de las vasijas en la cara externa.
D. Bases planas o redondeadas.
E. Vasijas globulares de cuello corto con decoración incisa en la
zona del borde. Vasijas de boca abierta poco profundas y boles.(ver lámina
Nº 3).

75
Cerámica y etnicidad

1. Tipo Marrón
1.1. Pasta:
1.1.2. Color: Color marrón 7.5R4/1.
1.1.3. Textura: Compacta, rugosa.
1.1.4. Cocción: En general presenta oxidación incompleta, con
núcleos.
1.1.5. Antiplástico: Arena, cuarzo y mica por inclusión natural.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Entre anaranjado claro 5YR5/6 y anaranjado oscuro
10R4/8.
1.2.2. Tratamiento: Alisada en la cara externa.
1.3. Formas:
1.3.1.Bordes: Directos salientes, ligeramente rectos con engrosa-
miento interno e indirectos salientes.
1.3.2. Labios: Aplanados, redondeados y ligeramente biselados.

76
Cerámica y etnicidad

1.3.3. Bases: Planas y redondeadas.


1.4. Formas reconstruidas (ver lámina Nº 3 de formas y bordes):
1.4.1. Vasijas de boca ancha poco profundas.
1.4.2. Bol.
1.4.3. Vasijas globulares y boca ancha.
1.4.4. Vasijas semi globulares de boca restringida.

1.5. Decoración: La tendencia decorativa es plástica, caracterizán-


dose fundamentalmente por la presencia de la incisión lineal y en menor
grado por cintas aplicadas con impresión de dedos ubicadas en la zona
media del cuerpo de las vasijas.

Relaciones:

Las características de una decoración fundamentalmente plástica


combinada con pintura roja en zona o cubriendo toda la pieza, relacio-
nan a Chiguará con el material de Lagunillas (Ramos, 1990), Estanquez

77
Cerámica y etnicidad

(Gordones, 1995) y La Matica, aunque los diseños incisos del primero no


lleguen a tener la contundencia que tiene en los otros sitios nombrados.
Chiguará se relaciona también con Zancudo (Sanoja y Vargas,
1967, 1970), específicamente con el tipo Zancudo Rojo (Sanoja 1969) con
el cual comparte el desgrasante y la decoración plástica superficial con
engobe rojo. Además, comparte con Lagunillas, los entierros directos en
posición flexionada en tumbas circulares recubiertas de piedra y la presen-
cia de urnas funerarias (Ramos, 1990), características éstas compartidas
también con la Fase El Guamo, Onia y la Fase Zancudo (Sanoja y Vargas,
1967 1970).
En menor grado, Chiguará comparte con los sitios arqueológicos
de la cuenca alta del río Chama la presencia de una cerámica con paredes
gruesas y decoración incisa, cintas aplicadas con impresiones de dedos si-
tuadas en la parte media de las vasijas, lo que permitiría plantear a Chigua-
rá como uno de los sitios de confluencia de la alfarería de grupos ubicados
en la cuenca media y baja del Chama y grupos asentados en la cuenca alta
de este mismo río.

CUEVA JEREMÍAS

El material arqueológico de la Cueva Jeremías, ubicada en Las


Mercedes, entre las poblaciones de Jají y La Sabana, Municipio Campo
Elías, fue recolectado en el año de 1984 por Antonio Niño, investigador
del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez. De esta zona con-
tamos con un total de 91 fragmentos cerámicos correspondientes a 17
bordes y 56 fragmentos decorados.

Entre las características distintivas de la muestra tene-


mos:

A. Desgrasante de arena y cuarzo de granos con diferentes tama-


ños.
B. Decoración fundamentalmente plástica predominando la inci-
sión en líneas poco profundas y punteado triangular.

78
Cerámica y etnicidad

C. Presencia de engobe rojo situado en la zona del borde y parte


media de las vasijas en la cara externa.
D. Bases planas o redondeadas.
E. Vasijas con cuello corto y decoración incisa en la zona del bor-
de. Vasijas de boca abierta poco profundas y boles (Ver lámina Nº 4).

La preponderancia de las vasijas de pequeño diámetro de cuello


corto y decoración plástica y pintada, se asocia a Lagunillas, cuenca baja
del Chama y en menor proporción a las vasijas localizadas en los sitios fu-
nerarios (mintoyes) de la cuenca alta del río Chama, más específicamente,
en las zonas de La Pedregosa (Gordones y Meneses, 1992) y Loma de La
Virgen (Ramos, 1988), del municipio Libertador, San Gerónimo (Vargas,
1969) y Tabay, del municipio Santos Marquina. Por lo típico de esta cerá-

79
Cerámica y etnicidad

mica en la cuenca baja del Chama, creemos que estamos en presencia de


una relación de comercio, como cerámica votiva.
A partir de la combinación de los atributos de color y decoración
hemos establecido dos tipos cerámicos para la muestra:

1. Tipo anaranjado
1.1. Pasta:
1.1.1. Color: Anaranjado claro, 2.5YR7/6
1.1.2. Textura: Compacta.
1.1.3. Cocción: Oxidación completa.
1.1.4.Antiplástico: Arena, piedra molida y mica por inclusión na-
tural.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Anaranjado 2.5YR7/6.
1.2.2. Tratamiento: Alisado en la cara interna.
1.3. Formas:
1.3.1. Bordes: directos salientes o ligeramente entrantes.
1.3.2. Labios: Redondeados o aplanados.
1.3.3. Bases: Planas o redondeadas.
1.4. Formas reconstruidas (ver lámina de formas y bordes):
1.4.1.Vasijas semi-globulares de borde ligeramente recto y boca
ancha.
1.4.2.Vasijas globulares de borde ligeramente entrante o saliente y
boca ancha.
1.4.3.Vasijas de boca ancha poco profundas.
1.4.4. Boles.
1.4.5.Vasijas globulares con bordes ligeramente salientes y boca
restringida.
1.4.6. Vasijas globulares con cuellos salientes y paredes ligeramen-
te entrantes.
1.4.7. Decoración: Se caracteriza por la presencia de incisión lineal
vertical, paralela o semi-circular, en la zona del borde y parte media de las
vasijas, la incisión lineal vertical y la presencia de mamelones aplicados.

80
Cerámica y etnicidad

2. Tipo marrón claro


2.1. Pasta:
2.1.1. Color: Marrón 2.5YR4/1.
2.1.2. Antiplástico: Arena, cuarzo y mica por inclusión na-
tural.
2.2. Superficie.
2.2.1. Color: Marrón 2.5YR4/1.
2.2.2. Tratamiento: La superficie externa se encuentra alisada y al-
gunas piezas presentan pulimento con muestras de estrías dejadas por el
instrumento, posiblemente un canto rodado. Esta característica recuerda
al material de Timotes fundamentalmente el de carácter votivo.
2.3. Formas:
2.3.1. Bordes: Directos rectos, ligeramente entrantes o salientes con
engrosamiento interno o externo.
2.3.2. Labios: Aplanados, redondeados o ligeramente bislados
2.3.3. Bases: Planas o redondeadas.

81
Cerámica y etnicidad

2.4. Formas reconstruidas:


2.4.1.Vasijas con borde salientes y boca ancha.
2.4.2.Vasijas globulares con cuello corto y boca ancha.
2.4.3. Vasijas con cuello corto y boca restringida.
2. 5. Decoración: La decoración se caracteriza por la presencia de la
incisión lineal vertical y paralela y la incisión semi-circular. Se presentan las
cintas aplicadas en la parte media de las vasijas.

Relaciones:

En lo que se refiere al desgrasante, técnica de superficie y formas


cerámicas, el material de Cueva Jeremías presenta similitudes con los otros
sitios arqueológicos localizados en la cuenca alta del río Chama, con los
cuales comparte las formas de vasijas globulares de boca ancha, los boles,
las vasijas de cuerpo saliente poco profundas y de boca ancha. La decora-
ción plástica se caracteriza por la presencia de cintas aplicadas con impre-
sión de dedo, el punteado, la incisión lineal corta y mamelones aplicados.
En la Cueva Jeremías también se encuentra presente una vasija de
tamaño mediano, cuello corto y con decoración incisa en la zona del borde
que se relaciona con el material de Lagunillas que, como ya hemos dicho
anteriormente, se relaciona con un material destinado a uso votivo.
La asociación de vasijas de pequeño diámetro asociadas como ele-
mento votivo a sitios de santuarios, como cuevas y a sitios de enterramien-
to, ha sido reportada por Erika Wagner (1988) para las Fases Miquimú y
Mirinday.

AGUAS CALIENTES

La colección de Aguas Calientes, municipio Santos Marquina, reco-


lectada por Arturo Falcón y José A. Gil, en el año 2000, está formada por
94 fragmentos cerámicos provenientes de una recolección superficial, de
los cuales 24 corresponden a bordes.

Entre las características distintivas de la muestra en-

82
Cerámica y etnicidad

contramos:
Decoración plástica caracterizada por cintas aplicadas con impre-
sión de dedos y mamelones aplicados modelados. Dicha decoración se
ubica en la zona de los bordes y en la parte media del cuerpo de las vasijas
(Ver lámina Nº 5).

1. Tipo Marrón
1.1. Pasta:
1.1.1. Color: Marrón oscuro 7.5R4/1 a marrón claro 5YR6/6.
1.1.2. Textura: Compacta.
1.1.3. Cocción: Oxidación completa, no presentando núcleos.
1.1.4. Antiplástico: Arena, cuarzo y mica por inclusión natural.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Anaranjado claro 5YR5/6 a marrón claro 5YR6/6.

83
Cerámica y etnicidad

1.2.2. Tratamiento: Alisada en la cara externa.


1.3. Formas:
1.3.1. Bordes: Directos ligeramente rectos, entrantes o salientes con
engrosamiento interno o externo.
1.3.2. Labios: Aplanados, redondeados o ligeramente biselados.
1.3.3. Bases: Planas o redondeadas.
1.4.4. Formas reconstruidas (ver lámina de formas y bordes):
1.4.1.Vasijas semi-globulares de borde ligeramente recto y bocaan-
cha.
1.4.2. Vasijas globulares con bordes ligeramente entrantes o sa-lien-
tes y boca ancha.
1.4.3. Vasijas con boca ancha poco profundas.
1.4.4. Boles.
1.4.5. Vasijas globulares con bordes ligeramente salientes y boca
restringida.
1.4.6.Vasijas globulares de cuello saliente y paredes ligeramen-te
entrantes.
1.5.Decoración: Incisión lineal vertical paralela o semi-circular, ma-
melones aplicados modelados y cintas aplicadas con incisión.

84
Cerámica y etnicidad

1.5.1. Ubicación: Zona del borde y parte media de las vasijas.


Relaciones:

Presenta las mismas relaciones que las ya establecidas para los otros
sitios situados en la cuenca alta del río Chama y la asociación de vasijas
votivas en sitios de entierro y santuarios.

TIMOTES

Hacia la zona de Timotes, Municipio Miranda, estado Mérida, tene-


mos en custodia del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez una
muestra de materiales provenientes de recolecciones superficiales llevados
a cabo en diferentes momentos.

Entre las características distintivas de la muestra te-


nemos:

A. Desgrasante de arena fina y arena gruesa.


B. Presencia de decoración plástica: incisión, punteado, aplicación
de cintas con impresión de dedo o no, con punteado o incisión, predomi-
nando la primera.
C. Decoración pintada.
D. Presencia de micro vasijas.
E. Presencia de vasijas incensarios, tetrápodas y trípodes.
F. Las asas tienden a ser acintadas, colocadas de manera vertical o
en forma de orejeras. Presencia de mamelones aplicados, incisos o no.
G. Los elementos decorativos se ubican en la zona del borde y labio
o en la parte media de las vasijas.
Por ser los más significativos, a partir de la combinación de los
atributos de color, decoración y textura hemos establecido dos tipos cerá-
micos para esta muestra.

85
Cerámica y etnicidad

1. Tipo anaranjado
1.1. Pasta:
1.1.1. Color: Anaranjado claro 2.5YR7/6.
1.1.2. Textura: Compacta.
1.1.3. Cocción: Oxidación incompleta, presentando núcleos.
1.1.4. Antiplástico: Arena, cuarzo y mica por inclusión natural.
1.2. Superficie:
1.2.1. Color: Anaranjado, 5YR7/6
1.2.2. Tratamiento: Alisada y en algunos casos presenta pulido en
la cara externa.
1.3. Formas:
1.3.1. Bordes: Directos rectos, ligeramente entrantes o salientes con
engrosamiento interno.

86
Cerámica y etnicidad

1.3.2. Labio: Aplanados o redondeados.


1.3.3. Bases: Planas, redondeadas o bulbosas macizas.
1.4. Formas reconstruidas (er lámina de formas y bordes):
1.4.1. Vasijas trípodes.
1.4.2. Vasijas tetrápodas.
1.4.3. Vasijas globulares con cuello saliente y paredes ligeramente
entrantes.

2.Tipo marrón claro


2.1. Pasta:
2.1.1. Color: Marrón 2.5YR4/1.
2.1.2. Textura: Compacta.
2.1.3. Cocción: Oxidación completa.
2.1.4. Antiplástico: Arena, cuarzo y mica por inclusión natural.
2. Superficie:
2.2.1. Color: Varía de un marrón claro 2.5YR4/1 a un marrón os-
curo 2.5YR5/3.
2.2.2. Tratamiento: Cara externa alisada.
2.3. Formas:
2.3.1. Bordes: Directos rectos, entrantes o salientes con engrosa-
miento interno.
2.3.2. Labio: Aplanados o redondeados.
2.3.3. Bases: Planas o redondeadas.
2.4. Formas reconstruidas (er lámina de formas y bordes)
2.4.1.Vasijas con borde saliente y boca ancha profundas.
2.4.2. Vasijas con borde saliente boca ancha y poco profundas.
2.4.3. Boles.
2.4.4. Vasijas globulares con boca ancha.

Relaciones:

El material arqueológico de Timotes se relaciona en general con


el material localizado en la cuenca alta del río Chama, fundamentalmente
en La Pedregosa (Ramos, 1988 y Gordones y Meneses, 1992), Tabay, San

87
Cerámica y etnicidad

Gerónimo (Vargas,1969), El Bolo (Niño 1990), Mucurubá (Meneses y


Gordones 1963), Mucuchíes (Wagner, 1970, 1980 y Meneses y Gordones,
1995) y Chipepe (Cruxent y Rouse, 1982). Comparte con ellos un desgra-
sante de arena fina, arena gruesa y piedra molida. La decoración es senci-
lla, predominando la incisión, el punteado y la aplicación de mamelones
modelados, incisos o no; prevalecen las cintas con impresión de dedos o
incisión. Tienden a predominar las formas de vasijas globulares con boca
ancha o boca restringida, los boles, las vasijas tetrápodas y trípodes de
patas sólidas y las bases anulares o cónicas.
La cerámica de Timotes también se relaciona con el material de
Miquimú y la Fase Mirinday (Wagner, 1988), por la presencia de vasijas
tetrápodas y trípodes, la decoración basada en la aplicación de cintas con
impresión de dedos, las formas simples de vasijas. Comparte también la
presencia de figuras antropomorfas y zoomorfas, los pectorales líticos,
los entierros en mintoyes y una muestra muy pequeña de pintura Negro
sobre Blanco.

88
Los grupos étnicos
de la Cordillera Andina de Mérida

F ray Pedro de Aguado relata que cuando llegan los españoles


hacia el año 1558, se distinguieron básicamente dos poblaciones para la
cuenca del Chama y valles laterales del mismo. Los colonizadores euro-
peos dividieron y apartaron entonces:

... dos maneras de gente; que la del pueblo para arriba toda
en la mas gente de tierra fría de buena disposición y muy
crecido, los cabellos cortados por junto a la oreja y los miem-
bros genitales sueltos (...) las mujeres traen ciertas vestiduras
sin costuras hecha a manera de saya que llaman los españo-
les samalayetas, que les cubre casi todo el cuerpo. (Aguado,
1987: 454).

Según Aguado, esta gente pobló:

... todo el valle para arriba del pueblo, hasta los páramos, con
otra población que está a mano izquierda del pueblo de la
otra banda de la quebrada o río que llaman de Albarregas,
con la población del valle de Pernia y los valles del Pabuey
y Escaguey y otros sus comarcanos, y el valle de Santo Do-
mingo y Corpus Christi y el de la Sal, con todas aquellas
vertientes de la laguna, por los altos hasta casi el pueblo de la
sabana” (cf. 454-455).

... La gente del pueblo para abajo es más menuda y muy aju-
diada: traen los cabellos largos, andan desnudos, como los

89
Los grupos étnicos

demás y son para menos trabajo; traen los genitales atados y


recogidos a un hilo que por pretina se ponen por la cintura, y
las mujeres tienen o traen vestidas las samalayetas que los de-
más de arriba he dicho, que son de algodón. Hay entre ellos
los principales, a los cuales llaman cepos, pero son de poca
estimación y respecto, que no son tan obedecido como en
otras partes, excepto aquellos que por su tiranía y valentía se
apoderaban con ayuda de sus parientes, en otras gentes, estos
eran de gran veneración entre ellos. (Aguado, 1987: 455).

Las evidencias arqueológicas y lingüísticas discutidas en los capí-


tulos anteriores nos permiten establecer, sin duda alguna, que la Cordillera
Andina de Mérida no estaba poblada para el período de contacto con los
europeos por un sólo grupo étnico. Los datos arqueológicos actuales de
la Cordillera merideña y los territorios que les rodean, nos sugieren que
la primera fue ocupada por distintas oleadas poblacionales provenientes
de la región nor-central del país, de la cuenca Sur-occidental del Lago de
Maracaibo, y por grupos humanos provenientes de Los Llanos altos occi-
dentales (Ver Mapa Nº 1).
Los resultados obtenidos hasta el presente nos permiten estable-
cer diferencias claras entre el grupo étnico que habitó la parte alta del valle
del Chama, la cuenca del río Motatán y la cuenca del río Nuestra Señora,
con respecto a otros grupos que habitaron, por un lado, la parte baja del
Chama y la cuenca del río Mocotíes; y por el otro, la vertiente sur-occiden-
tal de la Cordillera de Mérida.
Los fechados arqueológicos que oscilan entre 1500 y 450 años
antes del presente y los antroponímicos y toponímicos del siglo XVI y
XVII, analizados en el capítulo “Fronteras etnolingüísticas de la Cordillera
Andina de Mérida”, nos permiten correlacionar, con bastante seguridad,
los grupos de lengua Timote (Jahn, 1973; Arrieta, 1992) con los sitios ar-
queológicos de Chipepe (Cruxent y Rouse, 1982), San Gerónimo (Vargas,
1969), la Fase Mucuchíes (Wagner, 1970), Mucurubá (Meneses y Gordo-
nes, 1993), Escagüey (Niño, 1990), Loma de la Virgen (Ramos, 1988a)
Loma de San Rafael (Ramos, 1988b), Hacienda San Antonio (Gordones

90
Los grupos étnicos

y Meneses, 1992), Cerro las Flores (Niño, 1988ª-1988b), Motocuaró, los


Cardones, los Antiguos (Meneses y Gordones, 2003), Tabay, La Culata y
Timotes, ubicados todos en la cuenca alta del río Chama, la cuenca del río
Motatán y el valle del río Nuestra Señora (Ver mapa Nº 2). Todos estos
sitios se correlacionan dado a las numerosas similitudes que presentan
entre sí. La cerámica se caracteriza por una decoración plástica basada en
la incisión corta en forma piramidal, cadenetas aplicadas con impresión
de dedos, vasijas trípodes e incensarios; la presencia de construcciones de
piedra ya sean como terrazas agrícolas y/o estructuras de uso habitacio-
nal; la presencia de talleres líticos donde se elaboraban pectorales o placas
aladas y las prácticas funerarias asociadas a cámaras subterráneas conoci-
das como mintoyes (Vargas, 1969; Wagner, 1980; Niño, 1990; Gordones,
1993)

Las Fragmentos con decoración plástica incisa, cadeneta y priramidal


La pedregosa, Mérida, estado Mérida.
Colección Museo Arqueológico ULA. Foto: Lino Meneses Pacheco.

91
Los grupos étnicos

Vasija Trípode. Timotes, estado Mérida


Coleción Museo Arqueológico ULA. Foto: Enrique Granados.

Reconstucción tipológica de cámaras funerarias subterráneas (mintoy), Mérida.


Izquierda: Chimenea lateral.Derecha: Chimenea central.
Fuente: Niño, Antonio, 1997.

Las características descritas para los sitios arqueológicos meride-


ños en cuestión, nos permiten correlacionar a Miquimú (Wagner, 1988),
en el área de Carache, estado Trujillo, con los mismos. Esta relación nos
lleva a considerar a Miquimú como la ocupación más temprana relacio-

92
Los grupos étnicos

nada con los contextos arqueológicos merideños vinculados con la lengua


timote.
La penetración hacia la Cordillera de Mérida de los grupos de len-
gua timote se debió a la expansión desde los territorios del valle de Quíbor
y Barquisimeto de otro grupo étnico hablante de la lengua arawak porta-
dores de una cerámica polícroma que está representada en Carache por
los tipos Chao Plástico, Mirinday pintado y el Chao Pintado-Plástico, per-
tenecientes a la Fase Mirinday (Wagner, 1988; Sanoja, 1986; Vargas, 1986).
La Fase Mirinday, relacionada con la Tradición Tierra de los In-
dios originaria del estado Lara, se corresponde a nuestra manera de ver
con la expansión de grupos arawakos portadores de una alfarería pintada
que se localizaban en el valle de Barquisimeto y Quíbor en el estado Lara.
Las evidencias arqueológicas de la Cordillera de Mérida nos per-
miten plantear que los portadores de alfarería polícroma relacionada con
Tierra de los Indios no llegan a penetrar todo el territorio merideño. A
nuestra manera de ver, la expansión de este grupo étnico de lengua arawak,
tendría como límite fronterizo la zona de Mucuchíes, pasando, desde lue-
go, por las poblaciones actuales de Timotes, Pueblo Llano y Piñango, don-
de también se han encontrado evidencias cerámicas relacionadas con la
Fase Mirinday y, por ende, con Tierra de los Indios.
En la zona de Mucuchíes, cuenca alta del río Chama, Wagner
(1970 1988), encontró en sus excavaciones un porcentaje bastante consi-
derable de tiestos relacionados con el tipo Mirinday Pintado, perteneciente
a la Fase Mirinday. La presencia de esta muestra cerámica en Mucuchíes
nos sugiere que esta zona se convirtió en un espacio de contrastación y
confrontación del uno frente al otro, que permitía el mantenimiento de las
relaciones interétnicas entre los grupos que ocuparon la zona, actuando
como zona de frontera.
Tomando en cuenta lo anterior, compartimos la tesis de Sanoja
(1986) según la cual:

Las áreas de distribución de la alfarería deco-


rada con técnicas plásticas y la de la alfarería
polícroma en el norte de la región andina, pa-

93
Los grupos étnicos

recen sugerir una gradual ocupación de los va-


lles bajos y el piedemonte norandino por los
fabricantes de esta última y un repliegue de los
fabricantes de la alfarería decorada con técnicas
plásticas hacia las regiones altoandinas. (Sanoja,
1986: 13).
Las movilizaciones de los grupos hacia Los Andes

... estarían dadas por los requerimientos te-


rritoriales de los cacicazgos en general, y del
cacicazgo noroccidental en particular. Esta ne-
cesidad de obtener territorios y de someter a
los grupos que los ocupan, es intrínseca a este
modo de vida, e incluso, a la formación econó-
mico -social como un todo. (Vargas, 1986: 28).

Todo este cuadro socio-histórico explicaría, por un lado, la in-


fluencia del arawak que presenta la lengua timote, según el análisis sobre
la fonética y morfosintaxis del timote realizado por Arrieta (1992) y, por
el otro la presencia en el ámbito geográfico de diferencias léxicas de los
grupos que hemos considerado pertenecientes a la lengua timote en la re-
gión de Mérida. Para el timote hemos determinado en el capítulo sobre las
fronteras etnolingüísticas la presencia de los radicales /mu/ y /mo/ como
característico de la lengua, así como una variación entre la frecuencia de
uno y otro que reflejaría la presencia de dialectos locales pertenecientes
a dicha lengua y que estaría reflejando diferencias en la conformación de
grupos étnicos dentro de un mismo territorio (Ver mapa Nº 1).
Un segundo grupo se asienta en la cordillera, tiene que ver con
otra oleada migratoria que penetra desde la zona sur-occidental del Lago
de Maracaibo en una época anterior al siglo V de nuestra era. Este grupo
étnico se corresponde con la Fase Chiguará (Sanoja y Vargas, 1967), Llano
Seco (Ramos, 1990), Estanques (Gordones, 1995), en la cuenca baja del río
Chama y La Matica, en la cuenca baja del río Mocotíes.
Desde el punto de vista arqueológico estos sitios se caracterizan,

94
Los grupos étnicos

por un lado; por una cerámica que presenta una decoración plástica con
incisiones lineales que en su conjunto forman motivos geométricos, apli-
ques antropomorfos en los bordes de las vasijas, pintura roja en los bor-
des y labios de las piezas; la presencia de entierros secundarios en urnas
funerarias con apliques antropomorfos y entierros directos flexionados; y
por el otro, por una ausencia de vasijas trípodes, figurinas antropomorfas
y entierros en cámaras funerarias, elementos característicos en la zona alta
andina de Mérida y Trujillo.

Las Fragmentos con decoración plástica, motivos geométricos,


apliques antropomorfos y pintura roja, Lagunillas, estado Mérida.
Colección Museo Arqueológico ULA. Foto: Lino Meneses Pacheco.

95
Los grupos étnicos

Los materiales cerámicos y las formas de enterramientos repor-


tados para estos sitios nos permiten establecer relaciones de estos con-
textos arqueológicos merideños con la Fase Onia y Fase Zancudo de la
cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo, más específicamente con los
tipos Zancudo Rojo, Ranchón Naranja, Zancudo Blanco (Sanoja y Vargas,
1967-1970; Sanoja, 1969; Vargas 1990). Chiguará, Llano Seco, Estanques
y La Matica, en la Cordillera de Mérida, comparten con Zancudo Rojo,
Ranchón Naranja, Zancudo Blanco y Zancudo Alisado del Lago de Ma-
racaibo, el antiplástico de arena, el predominio de la decoración plástica
basada en líneas incisas, el punteado, la aplicación de figuras antropomor-
fas y zoomorfas en la parte externa de las vasijas, los entierros secundarios
en urnas y la presencia de pintura roja combinada con decoración plástica.
La presencia de urnas funerarias desgrasadas con arena y apliques
antropomorfos, es un aspecto arqueológico sumamente importante en la
relación existente entre los materiales de Llano Seco en Lagunillas, cuya
cerámica guarda estrecha relación con la cerámica de Chiguará, Estanques
y La Matica, con los de los sitios ubicados en la cuenca sur-occidental
del Lago de Maracaibo (Sanoja, 1968; Sanoja y Vargas, 1970; Gordones,
1995). Las urnas funerarias con desgrasante de arena, también han sido re-
portadas, para los sitios de Zancudo (Sanoja, 1968) y el Diluvio (Arvelo y
Wagner, 1986), en la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo y hacia
el norte del territorio colombiano en el sitio de Ciénaga Grande (Angulo
Valdés, 1978). (Ver Mapa Nº 2)Según Vargas, la Fase Onia tiene corres-
pondencia con la penetración de grupos Barí en la cuenca sur-occidental
del Lago de Maracaibo y tiene una ocupación que abarca desde 1000 d.C.
hasta 1630 d. C. Las evidencias que le sugieren la existencia de viviendas
multifamiliares y la de vasijas de forma cónica de cuello alto y bases re-
cubiertas con arcilla e impresiones de tejidos, le permiten establecer una
relación directa con las viviendas multifamiliares, con las formas de vasijas
y con la elaboración de tejidos de los grupos Barí actuales (Vargas, 1990).

96
Los grupos étnicos

Vasija motivos geométricos y apliques antropomorfos.


La Matica, Santa Cruz de Mora, estado Mérida.
Colección Museo Arqueológico ULA. Foto: Enrique Granados.

Reconstucción de enterremientos en urna funeraria. Llano Seco, Lagunillas,


Mérida, estado Mérida. Fuente: Niño, Antonio, 1997.

97
Los grupos étnicos

Los sitios de Chiguará, Llano Seco, Estanques y La Matica, ubi-


cados en la cuenca baja del río Chama y del río Mocotíes (Ver mapa Nº 2)
estarían relacionados lingüísticamente con el Grupo 1, que establecimos
en el capítulo sobre las fronteras etnolingüísticas de Mérida. Este grupo
tiene como particularidad la presencia sufijada del morfema /ana/, que
constituye un elemento característico de la lengua Chibcha hablada por los
actuales Barí. Estas relaciones nos permiten establecer que la penetración
de grupos de lengua chibcha-Barí se realizó desde la cuenca sur-occidental
del Lago de Maracaibo a través de Onia pasando por el sitio de La Matica
en Santa Cruz Mora, Estanques y Lagunillas (Ver mapa Nº 1)
Ahora bien, hemos estado relacionando estos sitios andinos con
la cuenca sur-occidental del Lago Maracaibo. Desde el punto de vista ar-
queológico esta cuenca se nos presenta como un complejo mosaico cultu-
ral que pudiera estar reflejando la diversidad étnica que existió en tiempo
pre-colonial en esta región histórica. Es importante recordar aquí que en
la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo existía una multitud de
parcialidades étnicas de habla arawak, chibcha y caribe, estos últimos clasi-
ficados por la etnología de comienzos del siglo XX, como motilones y que
tuvieron que ver con el proceso de etnogénesis de los actuales Barí y los
Yukpa, hoy ubicados en la Sierra de Perijá en el estado Zulia. Las parciali-
dades de habla caribe y las de habla chibcha se encontraban en constante
guerra por el control del territorio y ocupaban uno más extenso que no
tiene relación alguna con los territorios ocupados en la actualidad y que
para ese entonces no estaban claramente delimitados entre ellos.
Antiguamente, los caribes poseían un territorio que iba desde el
río Palmar hasta las riberas del sur del lago de Maracaibo, los alrededores
del río Zulia y el río Uribante (Rivet y Armellada, 1961). Igualmente, los
grupos chibcha ocupaban los territorios ubicados entre los ríos Ariguaisá,
Santa Ana, Catatumbo, de Oro, Tarra y el caño Bubuki en El Vigía (Rivet
y Armellada, 1965; Lizarralde y Beckerman, 1982; Meneses y Gordones,
2019).
Los estudios léxico-estadísticos nos permiten plantear que los
grupos de habla chibcha penetraron la cuenca sur-occidental del Lago de
Maracaibo antes que los grupos de habla caribe. Hace 4.500 años, los ante-

98
Los grupos étnicos

pasados de los Barí iniciaron su penetración desde el territorio colombia-


no, específicamente desde Valledupar, en la cuenca occidental del Lago de
Maracaibo; en esa época se separaron de los antepasados de los tunebos, y
los muiscas que continuaron hacia el sur en dirección a la Sierra del Cocuy
(Constenla, 1995). Las parcialidades de habla caribe, en cambio, llegaron
a la región hace aproximadamente mil años antes del presente en diversas
oleadas migratorias provenientes, por un lado, de los llanos a través de la
depresión del Táchira, y por el otro, desde la costa norte, atravesando el
Lago de Maracaibo (Ruddle y Wilbert, 1983; Tarble, 1985).
Esta discusión tiene correspondencia con los datos arqueológicos
existentes para la región en cuestión. Hacia el 700 d. C y 1200 d. C. encon-
tramos diferenciados en la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo
dos tipos de antiplásticos: arena fina y tiestos molidos. (Sanoja y Vargas,
1967-1970; Arvelo y Wagner, 1986 y Vargas, 1990).
El desgrasante de arena fina comienza a ser utilizado por grupos
que se asentaron tempranamente (600 a de C.) en los alrededores del río
Catatumbo en la cuenca sur-occidental del Lago de Maracaibo. El mismo
se encuentra asociado a la Fase Caño Grande y relacionado con los tipos
Ranchón Naranja, Zancudo Rojo y Zancudo Blanco, ubicados en el área
de Caño Zancudo, más hacia el sur del Lago de Maracaibo. (Sanoja y Var-
gas, 1970; Vargas, 1990). Este tipo de desgrasante también lo podemos
conseguir más hacia el Norte, en la cabecera del río Palmar, en los sitios de
El Diluvio, San Martín y Caño Pescado, ubicados cronológicamente entre
700 y 1500 d. C. (Arvelo y Wagner, 1986).
Según Vargas (1990), el antiplástico de tiestos molidos comienza a
ser común en los sitios arqueológicos de la cuenca sur-occidental del Lago
a partir de 1000 d. C. en los sitios El Guamo (Guamo sencillo) y El Danto,
ubicados en las inmediaciones del río Zulia. Los tiestos molidos como des-
grasante también lo encontramos en los sitios de El Diluvio, San Martín
y Caño Pescado (Arvelo y Wagner, 1986); lamentablemente, las publica-
ciones que poseemos sobre estos últimos sitios no nos permiten definir
claramente la secuencia estratigráfica de los contextos, para establecer el
orden de aparición de ambos antiplásticos.
Aunque la mayoría de la cerámica del área en cuestión posee una

99
Los grupos étnicos

decoración plástica, cuando analizamos la distribución geográfica y las


cronologías, vemos que en la decoración existen matices y notamos que la
dispersión de los antiplásticos se corresponde con el modelo de expansión
y ocupación del territorio propuesto para los grupos étnicos de lengua
chibcha y de lengua caribe. A nuestra manera de ver, el antiplástico are-
na fina, mucho más temprano, se encuentra asociado también con urnas
funerarias, y se corresponde con grupos étnicos de habla chibcha; y el de
tiestos molidos, más tardío, se corresponde con grupos étnicos de habla
caribe (Meneses y Gordones, 2019).
La información aportada por Sanoja y Vargas (1970) sobre las fa-
ses Caño Grande y El Guamo, evidencia, según la información etnográfica
proveniente de los yukpa actuales (Ruddle y Wilbert, 1983), las posibles
luchas que tuvieron los caribes y chibchas por el control del territorio.
La aparición brusca en Caño Grande en un momento determinado de
su ocupación de elementos típicos del Guamo, es decir de cerámica con
antiplástico de tiestos molidos, podría indicar la penetración y control de
este territorio en un momento determinado por grupos étnicos de lengua
caribe (Meneses y Gordones,2019).
Los topónimos y antropónimos de la Cordillera de Mérida tam-
bién nos permitieron establecer la existencia de un grupo étnico relacio-
nado con la lengua arawak hacia la vertiente sur-oriental de la cordillera
(Ver mapa Nº 1). Hipotéticamente, la penetración de este grupo se pudo
producir desde los llanos de Barinas hacia esta porción de la Cordillera de
Mérida que colinda con el estado Táchira. Estuvieron asentados en el área
que ocupan las poblaciones actuales de: Santa María de Caparo, Guaima-
ral, Canaguá, Capurí, Guaraque y Bailadores.
Lamentablemente, hasta la fecha no contamos con trabajos ar-
queológicos sistemáticos sobre estas poblaciones andinas merideñas; sin
embargo, para el territorio tachirense tenemos contextos arqueológicos
muy cercanos con Santa María de Caparo, Guaimaral y Bailadores. El Pal-
mar, San Miguel y Los Monos en el municipio Libertador, El Porvenir
en el Municipio Uribante, Colinas de Queniquea en el municipio Sucre
y Angostura, municipio Jáuregui (Durán, 1998), nos permiten establecer
una caracterización general del área en cuestión que nos permite plantear

100
Cerámica y etnicidad

la posible existencia de grupos de lengua arawak en la zona.


Consideramos que la presencia de una pequeña muestra de alfare-
ría con engobe blanco y pintura roja sobre blanco, presente en el material
de Estanques y Llano Seco, guardaría relación con la expansión de la Fase
El Guamo a Onia y hacia Estanques de donde posiblemente se despren-
de hacia Llano Seco. La penetración de esta alfarería bícroma en la zona
no llega a desarrollarse: la cerámica con decoración plástica se basa en la
incisión asociada a pintura roja en la zona del borde, elemento que podría
estar relacionado con la alfarería de los grupos chibchas que penetran en
la zona y se encuentra presente en el registro del material arqueológico de
Estanques, Llano Seco, La Matica, y en menor proporción de Chiguará.
La presencia de engobe blanco y pintura roja sobre blanco es rela-
cionada por Sanoja y Vargas (1967, 1970), con la Fase El Guamo a partir
de la presencia de pintura blanca, la cual habría penetrado en Onia y luego
pasaría a la Fase Zancudo, dando origen al tipo Zancudo Blanco para des-
pués decaer al final del primer período, que abarca de 864 a.C. a 1168 d.C,
y que estaría marcando, según Sanoja y Vargas, un desplazamiento de los
grupos portadores de la alfarería del occidente de Maracaibo hacia el pie
de monte andino.
Ahora bien, las diversas aldeas asentadas en la Cordillera de Méri-
da, tuvieron que implementar un conjunto de estrategias socioculturales y
productivas que le permitieran superar las limitaciones que les imponía el
medio geográfico, por ejemplo; las heladas y granizadas que todavía hoy
atentan contra los cultivos; y la escasez de agua; los suelos pobres debido a
los efectos de erosión producida por las lluvias y a los cambios bruscos de
la temperatura. Además, el tipo de cultivo que les imponían los distintos
pisos altitudinales de la región, se convirtieron seguramente en barreras
que los hombres y las mujeres originarios/as de la Cordillera de Mérida
tuvieron que superar.
La diversidad de los alimentos y materias primas utilizadas en la
vida cotidiana de estos habitantes provenían de los distintos pisos altitu-
dinales de la región. Estos recursos eran obtenidos por estas poblaciones
por medio de una organización sociocultural jerarquizada que les permitía
el control microvertical de los pisos térmicos y el intercambio comercial

101
Cerámica y etnicidad

con otras poblaciones de otras regiones. Ese control permitió que cada
familia tuviera acceso directo a otros tipos de recursos que lograban por
medio de parcelas agrícolas de las aldeas nucleadas, labranzas en los alre-
dedores y una red de intercambio con las tierras bajas. Esta estrategia pro-
ductiva todavía se observa hoy en las familias del páramo de Mucuchíes
y de Acequias que cultivan en parcelas ubicadas en las zonas del pueblo y
tienen otros espacios sembrados en los páramos y laderas cercanas a los
mismos pueblos.
El área de influencia de cada parcialidad o comunidad decrecía
indudablemente con la distancia. En el caso de una organización caracte-
rizada por un modo de vida jerárquico, el nivel de organización sociopo-
lítica superaba al de las comunidades domésticas autónomas. La relación
espacio-territorial y control sociopolítico del mismo guardaban una llave
crucial para garantizar el abastecimiento de distintos productos venidos de
las más diversas regiones térmicas de Los Andes.
La sociedad jerarquizada, gracias al control microvertical, logró
superar las limitaciones que les imponía el medio ambiental y geográfico.
Sin lugar a dudas, una sociedad productora de alimentos como ésta, logró
alcanzar los conocimientos técnicos suficientes para controlar la repro-
ducción de uno o varios recursos alimenticios.
La agricultura como eslabón fundamental para el sostén de estos
grupos, tuvo con esta estrategia una intensificación debido a la innovación
de algunos medios de trabajo, no tanto en lo que se refiere a los instru-
mentos, sino a la utilización de los suelos como objeto de trabajo.
La construcción de terrazas como las reportadas para Escagüey,
Los Maitines en El Valle del Chama (Puig, 1989) y Mucutirí, Los Cardo-
nes y Las Cruces en El Valle de Acequias (Meneses y Gordones, 2003);
la construcción, desde Moconoque hasta Mucuchíes en la parte alta del
Chama, de pequeños pozos alineados en las faldas de las montañas para
evitar la erosión producida por el agua de las lluvias y permitir su distribu-
ción como agua de regadío de manera uniforme a lo largo de las terrazas,
y a su vez, permitir el aprovechamiento inmediato del agua en las terrazas
inferiores y la introducción de un sistema hidráulico de riego relacionado
con la construcción, utilización y control político de las acequias o canales

102
Los grupos étnicos

de riego, como las conseguidas por los españoles en el Valle de Acequias,


son evidencias del conocimiento técnico y la organización sociopolítica
que tenían estas poblaciones para lograr optimizar el proceso agrícola.
La observación directa del campo nos ha permitido corroborar
que sin la compleja red de acequias y terrazas era imposible cultivar las
faldas escarpadas de las montañas merideñas, cuya capa delgada de tierra,
por cierto, muy pobre en nutrientes, se lava y erosiona con facilidad con el
agua de las lluvias. Este cuadro se observa en la época de la colonia cuan-
do los visitadores comentan que en Lagunillas: “yendo caminando por el
dicho camino real se vio sobre mano izquierda de la otra banda del rio
grande que llaman Chama en unas lomas altas del repartimiento de orca
de Francisco de Castro y más adelante como media legua al parecer se vio
otro asiento que dixeron ser de los indios de Mucumpu (...) y asimismo se
vio alli cerca otro asiento que dixeron ser de los indios del repartimiento
de Xucacuy (...) informaron todas la quales dichas tierras parecieron ser
de mucha aspereza y fragosidad y informaron que son secas y que todos
husan acequias de agua para regar sus labranzas. ” (BNTFC, Archivo His-
tórico de la Nación. Sección Traslados. Ciudades de Venezuela, Tomo R
17: 138-139).
El conocimiento técnico no se limitó a las actividades destinadas a
la producción de alimentos, sino que existió otra serie de procesos orienta-
dos a la producción de bienes no alimenticios usados para cubrir necesida-
des de vestido, suntuarias o ideológicas. En este sentido, cabe destacar los
talleres de placas aladas reportados en Mocao y Escagüey (Wagner, 1980;
Niño 1990), únicos en contextos arqueológicos venezolanos. En la socie-
dad jerarquizada o cacical la producción artesanal especializada de ciertos
bienes cobró gran importancia debido al papel que jugaron para obtener
recursos complementarios.
Las evidencias arqueológicas y etnohistóricas también nos sugie-
ren la existencia de un intenso comercio que adquirió forma de un conjun-
to de circuitos económicos (Velásquez, 1994), que permitían intercambiar
bienes entre las distintas aldeas de la cuenca alta del río Chama con los
llanos barineses y el Lago de Maracaibo.
La relación comercial con los llanos de Barinas se evidencia con la

103
Los grupos étnicos

presencia de placas aladas en los yacimientos de El Gaván y Cubartí (Red-


mond y Spencer, 1989) y por la presencia de restos de quelonios llaneros
en Mocao Alto, Mucuchíes (Wagner, 1980). Las rutas comerciales hacia
Barinas se cubrían a través de corredores naturales desde la población de
Mocao en Mucuchíes pasando por Micarache y El Carrizal para desem-
bocar en Nueva Bolivia en Barinas y también por el páramo de Los Aran-
gures para llegar al mismo sitio en Barinas (Meneses y Gordones, 1995).
Con respecto al Lago de Maracaibo, como parte del otro circuito
económico, habría que destacar la importancia de la sal minera para las
comunidades que habitaron la cuenca alta del río Chama. Las crónicas
de Fray Pedro de Aguado nos comentan que la población aborigen que
habitó la zona que hoy se conoce como Piñango, recibieron a Maldonado
con regalos de sal, que eran llamados para ese entonces: “adoretos”, lo que
llevó a los españoles a ponerle el nombre de “El Valle de la Sal” (Aguado,
1987).
Velásquez sostiene que la sal debió suponer un comercio bastante
activo:
... entre las poblaciones que habitaron pisos diferen-
tes. La vía seguida por la sal durante el período pre-
hispánico posiblemente fue la misma que siguió este
recurso posteriormente, durante el período colonial.
Que no fue otra que el camino real que comunicaba
a Mérida con Gilbraltar y en la que estaban entrelaza-
dos Tucaní, Torondoy, el Pueblo de la Sal (Piñango),
Mucuchíes, Mucurubá y Tabay. (Velásquez, 1987: 58).

Ahora bien, hemos hablado de control microvertical de los suelos,


la intensificación de la agricultura, la producción artesanal especializada y
las redes de intercambio, pero las mismas no se hubiesen podido realizar
si dentro de la organización societal no hubiese existido una división de
trabajo para la ejecución de estos procesos. Y éste es uno de los rasgos
más importantes de una organización social de esta naturaleza, ya que nos
permite establecer una distinción entre los procesos de trabajo y hablar de
una especialización de los miembros de estas comunidades. En este senti-
do, habría que resaltar la figura de “mohan” como personaje intermediario

104
Los grupos étnicos

entre lo terrenal y lo divino.


Según Aguado, la gente de más reputación entre los indígenas eran
los mohanes:
... los cuales son dedicados y criados desde pequeños para
este efecto; y éstos no labran ni siembran ni tienen cuida-
do de cosa alguna de estas, porque de todo lo necesario les
proveen los demás indios, y si ven en alguna necesidad de
temporales o enfermedades, acuden a ellos que los remedien
(Aguado, 1987: 476).

Los mohanes jugaron un papel fundamental en la cohesión ideo-


lógica de la sociedad a la cual hacemos mención, de allí su representa-
ción iconográfica en las evidencias arqueológicas aparecidas en la zona
comprendida entre Mucuchíes, Piñango y parte de Timotes. La figura ico-
nográfica del Mohan como lo plantea Delgado: “En tanto que icono de
carácter mágico-religioso, debió tener por función trasmitir y comunicar
contenidos regulados por mojanes y caciques.” (Delgado, 1986: 57).
Para concluir, las investigaciones arqueológicas, etnohistóricas y
lingüísticas nos permiten afirmar que existió en la Cordillera de Mérida
una organización social jerarquizada multiétnica que se expandió por to-
dos los pisos altitudinales de la región. Cada centro poblado de esta orga-
nización social conservaba características particulares que le daban perfil
propio, pero estos a su vez se correspondían con una organización social
y económica que les permitía complementarse entre sí.

105
Los grupos étnicos

Iconografía del Mohan, San Rafael de Mucuchíes, estado Mérida


Colección Museo Arqueológico ULA. Foto: Enrque Granados.

106
Los grupos étnicos

Mapa Nº 1. Penetración de los grupos etnolingüísticos a la Cordillera de Mérida


Elaborado por: Lino Eduardo Meneses Gordones.

107
Los grupos étnicos

Mapa Nº 2. Ubicación de los sitios Arqueológicos de la Cordillera de Mérida


Elaborado por: Lino Eduardo Meneses Gordones.

108
BIBLIOGRAFÍA
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Venezuela. Instituto de Antropología y Geografía, Facultad
de Humanidades y Educación, Universidad Central de Ve-
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Gladys Gordones Rojas
Investigadora del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón
Gutiérrez desde el año de 1992, donde se desempeña en la actualidad
como Coordinadora del Laboratorio de Arqueología y Arqueobotánica.
Antropóloga egresada de la UCV en el año de 1991. Magister Scientiae
en Etnología de la Universidad de Los Andes en el año de 2002. Doctora
en Antropología de la ULA en el año 2015. Desde el 2017 se desempeña
como Coordinadora de la Maestría en Etnología de la Universidad de Los
Andes. Se ha desempeñado como Docente en el Doctorado en Antro-
pología y Maestría en Etnología de la Universidad de los Andes, Mérida-
Venezuela. Investigadora B del Programa de Estímulo a la Investigación e
Investigación (PEII) del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e
Innovación. Clasificada desde el año de 1997 en el Programa de Estímulo
al Investigador del CDCHT-ULA. Ha ejecutado investigaciones arqueo-
lógicas en la Cordillera Andina de Mérida, Península de la Guajira y en el
Orinoco medio. Ponente en diversos congresos nacionales e internacio-
nales. Autora y co-autora de más de 35 artículos de corte antropológico
y arqueológico publicados en revistas nacionales e internacionales. Au-
tora y coautora de más de 11 capítulos de libros de corte arqueológico y
antropológico publicados en Venezuela y el extranjero. Es co-editora de
los libros: “Hacia la antropología del siglo XXI” (1999), “La arqueología
Venezolana del nuevo milenio” (2001), “Lecturas antropológicas de Ve-
nezuela” (2007), “El Mercado Principal de Mérida a 20 años de su que-
ma” (2007) y co-autora de los libros: “Arqueología de la Cordillera Andina
de Mérida: timote, Chibcha y arawako”, mención honorífica del Premio
Nacional de Libro del año 2005, “Historia gráfica de la arqueología en
Venezuela” (2007), “De la Arqueología en Venezuela y de las colecciones
arqueológicas” (2009), galardonada en el concurso de Publicación convo-
cado por el Centro Nacional de Historia y, “El Lago de Maracaibo y su
gente. Arqueología e historia de los pueblos originarios” (2019).
Lino Meneses Pacheco
Investigador del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gu-
tiérrez desde el año de 1992, donde se desempeña en la actualidad como Di-
rector. Antropólogo egresado de la UCV en el año de 1991. Magister Scien-
tiae en Etnología de la Universidad de Los Andes en el año de 1999. Doctor
en Antropología de la ULA en el año 2015. Desde el 2018 se desempeña
como Coordinador del Doctorado en Antropología de la Universidad de Los
Andes y desde el 2017 es miembro de las Junta Directiva de la Maestría en
Etnología de la Universidad de Los Andes. Se ha desempeñado como Docen-
te en el Doctorado en Antropología y Maestría en Etnología de la Universi-
dad de los Andes, Mérida-Venezuela, en el Doctorado en Ciencias Sociales,
Colegio de Michoacán, México, Licenciatura en Antropología y Maestría en
Antropología, Universidad del Zulia, Maracaibo-Venezuela. Investigador B
del Programa de Estímulo a la Investigación e Investigación (PEII) del Ob-
servatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Clasificado desde
el año de 1997 en el Programa de Estímulo al Investigador del CDCHT-
ULA. Coordinador del Comité Editorial del Boletín Antropológico, revista
arbitrada e indizada editada por el Museo Arqueológico-ULA. Ha ejecutado
investigaciones arqueológicas en la Cordillera Andina de Mérida, cuenca del
Lago de Maracaibo y los Llanos de Cojedes. Ponente en diversos congresos
nacionales e internacionales. Autor y co-autor de más de 34 artículos de corte
antropológico y arqueológico publicados en revistas nacionales e internacio-
nales. Autor y coautor de más de 14 capítulos de libros de corte arqueológico
y antropológico publicados en Venezuela y el extranjero. Es co-editor de los
libros: “Hacia la antropología del siglo XXI” (1999), “La arqueología Vene-
zolana del nuevo milenio” (2001), “Lecturas antropológicas de Venezuela”
(2007), “El Mercado Principal de Mérida a 20 años de su quema” (2007) y co-
autor de los libros: “Arqueología de la Cordillera Andina de Mérida: timote,
Chibcha y arawako”, mención honorífica del Premio Nacional de Libro del
año 2005, “Historia gráfica de la arqueología en Venezuela” (2007), “De la
Arqueología en Venezuela y de las colecciones arqueológicas” (2009), galar-
donada en el concurso de Publicación convocado por el Centro Nacional de
Historia y, “El Lago de Maracaibo y su gente. Arqueología e historia de los
pueblos originarios” (2019).
Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez

Dr. Lino Meneses Pacheco


Director
Lic. Lissette Sarmiento
Administradora
Lic. Lenín Contreras
Coordinador de Registro e Inventario
Dra. Gladys Gordones Rojas
Coordinadora del Laboratorio de Arqueología y Arqueobotánica
Antrop. Elimar Rojas Bencomo
Investigadora / Laboratorio de Arqueología
Br. Ana Rondón
Asitente de la Biblioteca
Br. Aidee Quintero
Sala de Exposición
Lic. María Eugenia Rondón
Analista de Control e Información Estudiantil
Maestría en Etnología y Doctorado en Antropología
Br. Ramón Ibarra
Asistente de campo
Br. Yuleidi Chacón Vergara
Mantenimiento

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