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X Latinoamérica

Situación política: Nacionalismo burgués y frentepopulismo en


América Latina

Brasil: Un balance de la reelección de Lula

Paraguay: La lucha por un instrumento político de los


trabajadores

Bolivia: Hacia una caracterización del gobierno de Evo Morales


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X Latinoamérica Situación política

El ciclo de rebeliones populares

Nacionalismo burgués
y frentepopulismo
en América Latina
Roberto Sáenz

I. El contexto internacional
CRISIS DE HEGEMONÍA , EMPANTANAMIENTO EN MEDIO ORIENTE Y “DESOBEDIENCIA ”

E l primer elemento para el análisis de la actual situación latinoamericana es


el hecho de que se está viviendo una coyuntura mundial de fuerte crisis
hegemónica de EEUU. Hay una crisis política en el gobierno de Bush que tiene
mucha importancia, porque es evidente que Bush pasa por un momento de
enormes dificultades producto del empantanamiento en Iraq y Medio Oriente.
Es por esta razón que crecen las manifestaciones de “desobediencia” al amo del
norte.
La crisis hegemónica de Estados Unidos tiene dos planos, el coyuntural y
estructural. Este último hace a la declinación de su posición en el mundo: el
hecho de que hoy su PBI no supere el 20-25 % del mundial, cuando en la pos-
guerra llegaba al 50%; su transformación en país deudor neto; la ausencia de
diferencias cualitativas en lo que hace a niveles de productividad respecto de
los demás imperialismos; el debate alrededor de China como potencia emer-
gente, etc. El aspecto coyuntural alude al desmanejo por parte de la adminis-
tración Bush de la intervención en Medio Oriente, que a su vez pone más en
evidencia los problemas estructurales.
De este modo, el proyecto de “nuevo siglo americano” hace agua por los
cuatro costados, agravado por la derrota de Israel ante Hezbollah. Como seña-
la Wallerstein, “Ahora EEUU está en visible decadencia. Más y más analistas
comienzan a decirlo abiertamente (...) los realistas con claridad de pensamien-

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to reconocen que la estrella estadounidense va apagando su luz. La cuestión


que subyace en todos los pronósticos serios es, entonces, ¿de quién será el siglo
XXI?”
En ese sentido, la derrota de EEUU-Israel en el Líbano es el primer elemen-
to de la situación mundial. No todos los días las masas del mundo tienen una
imagen tan contundente de cómo uno de los principales agentes de los Estados
Unidos, como el Estado de Israel, recibe una paliza como la que recibió en el
sur del Líbano. Casi se lo podría llamar “el Vietnam del estado sionista”, su pri-
mera derrota contundente, quizás con un mayor impacto político y “psicológi-
co” que estrictamente militar.
Desde ya que, al mismo tiempo, se trata sólo de un round, y para nada se
puede descartar que gobiernos como el de Bush y el israelí, cual fuga hacia
adelante, vuelvan a la carga con redoblada furia destructiva. Pero no hay duda
de que este golpe ha servido para reforzar la coyuntura de crisis y de inusual
imagen pública de debilidad del “imperio”.
En estas condiciones, se ha abierto un espacio para la apertura de una
coyuntura de crisis hegemónica mundial y para el surgimiento de gobiernos
con rasgos “desobedientes”: “los líderes políticos de todas partes hacen cálcu-
los en torno a esta realidad y formulan sus políticas en concordancia a cómo
creen que se resolverá la crisis” (Wallerstein).
¿Cómo entender, si no, el alcance del desafío de Irán a la “comunidad inter-
nacional” alrededor de su plan nuclear; que Chávez se pasee por el mundo y
amenace con comprarle armas nucleares a Irán, o que Evo Morales intente for-
zar una renegociación de contratos gasíferos y petroleros que, aunque de nin-
guna manera representa una auténtica nacionalización, rompe con el modelo
de saqueo de los 90? En vez de las “relaciones carnales” con EEUU, se busca
colocar al Estado como “socio” de las multinacionales. ¿Cómo se entiende todo
esto?
Creemos que se comprende, precisamente, en el marco de esta coyuntura
de crisis hegemónica, que empezó como crisis de “legitimidad” a comienzos
del siglo XXI. Muchos comentaristas destacan que la valoración de los Estados
Unidos en la opinión pública mundial es la más baja en décadas. Y esto hoy ha
dado un salto ante la crisis, el descontrol y el fracaso en Irak; ante la reciente
derrota de EEUU-Israel en el Líbano y, más en general, frente al hecho de que
en todo Medio Oriente el “policía del mundo” no logra imponer el orden que
pretendía. Graficando esto, un analista internacional señala: “al poder global
de Estados Unidos le están saliendo enormes agujeros. Junto con la otra gran
realidad asiática, la ASEAN, la OCS recuerda urbi et orbi que el mundo se orga-
niza al margen de Estados Unidos”. Algo que, aun con una cuota de exagera-
ción, no deja de expresar una de las tendencias de la realidad internacional.
Esta crisis desafía una lectura esquemática de la mundialización del capita-
lismo, que podría llevar a perder de vista la vigencia renovada de la ley del
devenir histórico apuntada por León Trotsky: el desarrollo desigual y combina-
do, que permite explicar por qué comienzan a aparecer en el momento actual
ciertos rasgos y tendencias característicos de otros períodos.

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Por ejemplo, en la economía mundial hay tendencias a la homogeneiza-


ción(en el sentido de la tendencia a la igualación de las condiciones de explo-
tación y al libre movimiento de los capitales), pero también a la fragmentación
y heterogeneidad, con la reaparición de rasgos “estatistas” y medidas de un
relativo proteccionismo económico. O el hecho de que junto con una propen-
sión al reforzamiento brutal de las relaciones de desigualdad y opresión entre
naciones imperialistas y semicoloniales, emergen situaciones de “desobedien-
cia” y un período con mayores tensiones interimperialistas en el terreno eco-
nómico-comercial o político-diplomático (no así militares), además de realida-
des económicas y geopolíticas nuevas, como China.
Dice al respecto el economista marxista Michel Husson:
“La mundialización capitalista apunta esencialmente a la constitución de un
mercado mundial y a poner a los trabajadores en competencia directa. La ten-
dencia es al establecimiento de normas universales que actúan a la vez sobre
los salarios y la rentabilidad. Poner en competencia a los trabajadores ejerce
una presión para igualar a la baja las condiciones de existencia (...). Esta igua-
lación a la baja de los salarios y al alza de las tasas de ganancia conduce a
fenómenos de expulsión de los asalariados más costosos y de los capitales insu-
ficientemente rentables (...).
“Es necesario, sin embargo, insistir en el carácter contradictorio de este pro-
ceso, que permite comprender por qué no podría conducir a una configuración
estable de la economía mundial (...). La historia del capitalismo no es, por lo
tanto, lineal: la fase inicial de mundialización corresponde a un retorno a una
suerte de estado salvaje. (...) la configuración actual de la economía mundial
está acompañada de una profundización de las contradicciones ligadas al pro-
ceso de mundialización capitalista. El «Imperio» está en realidad profunda-
mente dividido, y se puede ver en esto la expresión moderna de la ley del des-
arrollo desigual y combinado. En efecto, se ve aparecer una doble línea de frac-
tura en el seno de las zonas de esta economía mundial: entre Estados Unidos y
las otras economías dominantes, alrededor de la baja del dólar, y entre las eco-
nomías dominantes y los «países emergentes». Estos últimos amenazan la esta-
bilidad del conjunto de la economía mundial, ganando partes del mercado y
logrando aumentar el precio de las materias primas, especialmente el del petró-
leo” (La mundialización desequilibrada).
Es en este contexto que se explica la aparición de gobiernos y movimientos
con rasgos nacionalistas burgueses. Es decir, con elementos de “desobediencia”
o “desafío” al imperialismo yanqui. Es importante subrayar que esta “desobe-
diencia” se expresa fundamentalmente en relación con el gobierno de Bush, y
de ninguna manera respecto del conjunto de los países imperialistas. El histo-
riador marxista argentino Milcíades Peña señalaba con su habitual brillantez
cómo los gobiernos nacionalistas de su época (mediados del siglo XX) se
enfrentaban a uno u otro imperialismo sólo para entregarse a uno más “bené-
volo”:
“Existen roces –que pueden llegar a la lucha militar– entre la burguesía nati-
va y el imperialismo (...). Pero, en todo momento, las diferencias entre la bur-

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guesía nacional y el imperialismo se insertan dentro de una unidad fundamen-


tal de intereses económicos y sociales. De ahí que todos los roces entre la bur-
guesía y el imperialismo tienen un carácter ficticio porque no se proponen
liquidar al imperialismo, sino llegar a un acuerdo más provechoso con él, y son,
en esencia, la lucha del competidor más débil” (Industria, burguesía industrial
y liberación nacional).
Es el caso de Chávez en Venezuela y Ahmadinejad en Irán (uno “progresis-
ta” y otro ultra reaccionario desde el punto de vista político-ideológico).1 Y más
allá de éstos, hay una emergencia de “nacionalismos energéticos”, en los que
regímenes de naturaleza política muy distinta se afirman en la arena interna-
cional a partir del manejo monopólico o semimonopólico de recursos natura-
les estratégicos como el gas o el petróleo. Dice el economista marxista Claudio
Katz:
“La resolución adoptada por el gobierno de Morales constituye la antítesis
simbólica de las privatizaciones de los 90 (...). Esta nacionalización se inscribe
en un giro estatizante a escala internacional. Con el precio del barril por enci-
ma de los 70 dólares y Estados Unidos embarcados en guerras imperialistas
para asegurarse el abastecimiento de combustible, todos los países productores
tienden a incrementar la participación del Estado en la renta petrolera. Esta ape-
tencia se comprueba en los gobiernos de cualquier signo y en países tan diver-
sos como Rusia, Irán, Arabia Saudita o Nigeria. Actualmente, las empresas
públicas controlan el 80% de las reservas y el 40% de la producción petrolera
global, y se observa una reconstitución del cartel de productores semejante al
proceso que potenció a la OPEP en los años 70 y 80” (“América Latina: El tor-
bellino de la integración”).
El trasfondo económico en determinados países o regiones es que crece el
cuestionamiento a determinados aspectos del neoliberalismo hegemónico en
los últimos 20 años, y que –cabe ser categóricos al respecto– sigue siendo la
tónica mundial. Y sobre una base material que los gobiernos “nacionalistas bur-
gueses” no cuestionan, sino que por el contrario usufructúan: la superexplota-
ción de la clase obrera sobre la premisa del desmonte de las conquistas de la
segunda posguerra, de las contrarreformas en el terreno de las relaciones labo-
rales.2
Habrá que ver qué alcances históricos tiene el periodo en el que estamos
entrando, lo que dependerá, evidentemente, del desarrollo de la lucha de cla-
ses. Pero ya se perfila un panorama menos lineal y con más heterogeneidad. El

1
Dice un analista respecto de Irán: “Por el momento, la bolsa (petrolera) iraní es la que va más
avanzada (...). Irán juega a ella consciente de que está en una posición de fuerza (...). La defensa
del derecho de Irán a desarrollar su programa nuclear, aparte de que cumple los requisitos del
Tratado de No Proliferación, encierra también una búsqueda de prestigio e influencia regional. Irán
busca ser considerado el factor imprescindible en esa zona del mundo (...). Hoy se puede decir, sin
miedo a equivocarse, que Irán ha sido el principal beneficiario de la invasión de Iraq”.
2
Morales en Bolivia prometió “revertir” la famosa ley 21.060 de privatización de la minería, que
dejó el tendal de 30.000 mineros en la calle. Todavía se está esperando que cumpla con esta pro-
mesa...

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elemento “homogéneo” es la voluntad de descargar todo el peso de la econo-


mía sobre la superexplotación de la clase obrera, pero hay más heterogeneidad
desde el punto de vista de las mediaciones políticas y económicas burguesas,
de la aparición de gobiernos capitalistas con rasgos más “estatistas” y “protec-
cionistas”, que buscan (y en esta coyuntura logran) confundir a amplios secto-
res de masas.
Este fenómeno plantea, precisamente, la necesidad de no encandilarse y
reafirmar una orientación de intransigente independencia de clase. Esto es: no
capitular a ellos, como es el caso de muchas tendencias de la izquierda que,
en su “embelesamiento” por Hugo Chávez o Evo Morales, pierden el punto de
vista de clase y socialista.

LATINOAMÉRICA EN ESTADOS UNIDOS Y SURGIMIENTO DE UNA NUEVA CLASE OBRERA

Decía Trotsky: “Cuanto más coloca Estados Unidos a todo el mundo bajo su
dependencia, tanto más depende del resto del mundo, con todas sus contra-
dicciones y convulsiones amenazadoras (...) esto introduce en su economía
más y más elementos de desorden europeo y asiático”. (Sobre Europa y Estados
Unidos)
En efecto, el segundo elemento a subrayar es la situación política al interior
de los propios Estados Unidos, incluidas las repercusiones allí de las convul-
siones de la situación mundial y regional. Aquí sólo queremos destacar un
hecho de características históricas ocurrido en la primera mitad de 2006: la
irrupción del movimiento de inmigrantes, que puede interpretarse como la
irrupción de Latinoamérica en EEUU. El ciclo de rebeliones populares pareció
estar metiéndose dentro de EEUU por la vía de la puesta en pie de los 41 millo-
nes que constituyen la comunidad latina del país. En ese sentido, fue un hecho
cargado de simbolismo que el paro latino haya tenido lugar el 1º de Mayo. Lo
que, junto con ayudar a recuperar el Día Internacional de los Trabajadores
como día de lucha en EEUU, tiene una significación potencial de clase de
inmenso valor, más allá de los vaivenes concretos del movimiento. Porque se
trató de una jornada de paro de un sector muy importante de la nueva clase
obrera norteamericana, uno de los sectores más oprimidos en su doble condi-
ción de explotados y sin papeles.
Esta irrupción configura un dato de enorme importancia, cuyos alcances
habrá que medir. La posibilidad de un “nivelamiento” de la situación política
de EEUU con la regional, obviamente, sería de importancia incalculable para
todo el continente.3 Porque no hay que perder de vista que EEUU ha venido
siendo el elemento más reaccionario de la situación internacional. Si los ele-
mentos de crisis política y posible irrupción desde abajo se desarrollaran, en
combinación con las dificultades de EEUU en el orden internacional, servirían

3
Últimamente se ha agregado la cuestión de la enfermedad de Castro y la apertura de posibles
escenarios en Cuba, cuya definición en uno u otro sentido hará al signo político del impacto sobre
la situación latinoamericana en su conjunto. Ya veremos esto más abajo.

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para quebrar la situación política reaccionaria que sigue imperando hoy en


EEUU, lo que abriría a su vez una nueva situación internacional.
Otro elemento de importancia del último período ha sido el levantamiento
estudiantil en Francia. No es éste el lugar para desarrollarlo, pero queremos
retener aquí la simultaneidad de procesos donde emergieron, indirectamente,
sectores de la nueva clase trabajadora por la vía del reclamo inmigrante en
EEUU y, en Francia, de un movimiento estudiantil que no apareció con reivin-
dicaciones puramente estudiantiles, sino alrededor de reclamos vinculados a
las condiciones laborales. Los estudiantes secundarios chilenos, de manera
menos directa, también hicieron referencia en su lucha a su futuro laboral.
El impacto que representaron estos procesos mostró una tendencia a la
irrupción de contingentes de la nueva clase trabajadora, esto es, la emergencia
de luchas masivas en las que tienen mayor relevancia reivindicaciones de la
clase trabajadora, aunque estas luchas no hayan aparecido como, ni sean
directamente, luchas obreras, sino de inmigrantes y estudiantiles.
Por otra parte, esto no debe hacernos perder de vista que en lo que consti-
tuye hoy el centro de la situación mundial, el Medio Oriente, se trata de un pro-
ceso “popular”, con una marcada ausencia de rasgos de clase y con la hege-
monía de distintas variantes islámicas.
Pero esta tendencia que estamos subrayando tiene mucha importancia
estratégica para el análisis de la situación regional. Cabe recordar que pocos
años atrás, al calor del desempleo de masas y la desestructuración social, la
mayoría de los analistas se subieron al carro de la “muerte del proletariado”,
cantando loas a los “nuevos movimientos sociales”. Esto fue acompañado por
análisis económicos mecánicos y catastrofistas (en los que hace escuela el PO
en nuestro país) y/o la apología, como alfa y omega de la lucha social, de los
Sin Tierra en Brasil o los movimientos originarios en Bolivia.
Es cierto que el capitalismo mundial tiene marcadas tendencias a la deses-
tructuración social y la barbarie, pero, al mismo tiempo, es evidente también
cómo se renueva la acumulación de capital con el surgimiento de nuevas ramas
productivas y de nuevos países con peso industrial. Y si hay acumulación capi-
talista, hay posibilidades de desarrollo (relativo), de las cuales emerge una
nueva generación obrera. Este elemento es visible, incluso, en países donde se
sufrió un proceso de fuerte desindustrialización y primarización de la econo-
mía, como la Argentina y América Latina toda. La actual recuperación econó-
mica muestra no sólo que su parque industrial no ha sido totalmente liquidado,
sino que surgen nuevas ramas productivas. No es casual el desarrollo de un
proceso de recomposición de los trabajadores con expresiones como la UNT y
la C-CURA en Venezuela, Conlutas en el Brasil, las experiencias clasistas en
nuestro país y luchas del proletariado de importancia, como es el caso recien-
te de los mineros chilenos de La Escondida o la actual huelga contra los despi-
dos en la Volkswagen en Brasil.

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II. El ciclo político latinoamericano


EL CICLO DE LAS REBELIONES POPULARES Y LA LARGA
COYUNTURA DE MEDIACIÓN , “ ESTABILIZACIÓN ” Y EXTENSIÓN

Es en este contexto de crisis hegemónica y “desobediencia” que se ubica la


actual coyuntura latinoamericana. La sensibilidad que hay que tener, lo que no
hay que perder de vista, es que en América Latina, aun mediado por los nue-
vos gobiernos, sigue habiendo un proceso político-social riquísimo y de gran
importancia. Si Medio Oriente es hoy el centro de los acontecimientos interna-
cionales, Latinoamérica continúa siendo la región del mundo donde el proce-
so de lucha de masas y los motivos políticos que emergen de él son los más pro-
fundos y “clásicos” a nivel mundial. Como dice agudamente István Meszáros:
“es mucho más probable en un futuro no muy distante que se verifique el esta-
llido de una revolución social en América Latina más que en cualquier otra
región (...) con implicaciones de largo alcance para el resto del mundo”
(“Bolívar y Chávez: el espíritu de determinación radical”).
En este marco, lo que estamos viviendo es una (larga) coyuntura de media-
ción. Se trata de los nuevos gobiernos “centroizquierdistas”, surgidos tras los pro-
cesos de crisis y con más o menos elementos de continuidad con respecto a los
90. Pero la definición global que hay que retener es que el ciclo político abierto
a comienzos del siglo XXI continúa, y expresa una relación de fuerzas más favo-
rable para las masas trabajadoras respecto de las dos décadas anteriores.
Por proceso de “mediación” entendemos el hecho de que si hace pocos
años el punto de referencia para el análisis pasaba por la magnitud, desarrollo
y extensión de las rebeliones populares –en un contexto de inestabilidad que
configuraba situaciones de “crisis de gobernabilidad”–, hoy, el proceso apare-
ce “reabsorbido”, en el sentido de que todo lo que se manifestaba como poten-
cialidad desde abajo se presenta como capacidad desde arriba. Un ejemplo es
que los medios masivos están pendientes de cada gesto o reunión de Chávez,
Morales o Kirchner. Presidentes que se atribuyen, como si fueran un producto
exclusivamente propio, todas aquellas concesiones y cambios que se vieron
obligados a hacer en la perspectiva de ceder algo para mantener lo esencial, es
decir, el orden social capitalista imperante.
En este marco de estabilización política y recuperación económica, lo que
está a la orden del día no son las grandes irrupciones de lucha popular sino,
más bien, la reelección de los actuales mandatarios. Lula logró la reelección en
un país donde no hubo rebelión popular; el PT llegó al gobierno “preventiva-
mente” precisamente para evitarla. Sin embargo, le surgió una candidatura por
izquierda como la de Heloisa Helena. Chávez también busca de manera ple-
biscitaria la reelección en diciembre. En la Argentina, se adelantó la agenda
electoral. En Bolivia, el gobierno de Morales aparece consolidado, y aunque ha
habido fuertes roces en la Constituyente, los enfrentamientos no pasaron, hasta
ahora, a mayores.

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En síntesis, en varios países de la región que estuvieron cruzados por la


rebelión popular (Venezuela, Argentina y Bolivia) y otros de gran importancia
como Brasil, el proceso político aparece en lo inmediato relativamente estabi-
lizado. La excepción podría ser Ecuador, donde la perspectiva no aparece tan
clara, pero difícilmente pueda contrapesar las tendencias coyunturales latinoa-
mericanas de mediación y estabilización.
Sin embargo, junto con el actual proceso de “mediación”, se ha hecho pre-
sente otro de signo contrario: el de la extensión, esto es, el ingreso de nuevos
países en el proceso regional, en circunstancias de crisis políticas o ascensos en
la lucha popular (aunque sin llegar a configurar nuevas rebeliones). Ha sido el
caso de la gran movilización estudiantil que golpeó fuerte al recientemente asu-
mido gobierno de Bachelet en Chile, el caso de las elecciones en Perú y la vota-
ción de Ollanta Humala, que ganó la primera vuelta, o el escandaloso fraude
electoral en México y la movilización que desató, junto con el proceso de la
Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. Se trata de procesos que tienden
a “emparejar” el conjunto de la región con un signo a “izquierda”. En este
marco, la reelección de Uribe en Colombia –con un ausentismo del 60% del
padrón– configura una excepción reaccionaria a la norma del conjunto de la
situación regional, el “progresismo”.
En este sentido, el caso de Humala en el Perú es un ejemplo ilustrativo. Su
elección constituyó un terremoto político, aun cuando haya sido derrotado en
la segunda vuelta por Alan García, porque cabe recordar que en Perú reinó, por
más de una década, la paz de los cementerios. Hubo entre mediados de los 80
y la década del 90 la friolera de 80.000 desaparecidos o asesinados por la
represión del Estado. Es en ese contexto que se da la votación de Humala,
como reflejo distorsionado de que el ciclo de las rebeliones populares y el pro-
ceso regional andino mismo están entrando en el Perú. Decimos distorsionado
y no directo, porque no se dio en el terreno de la lucha de clases inmediata,
sino en el mismo terreno “mediado” electoral burgués, que hace parte de la
actual coyuntura regional. Pero expresa de todos modos agudas contradiccio-
nes. Aunque Humala sea una figura burguesa y tramposa, más parecida al ex
presidente de Ecuador Gutiérrez que a Morales o Chávez, no por eso ha deja-
do de tener un importante impacto como reflejo electoral de que incluso en el
Perú se empieza a abrir una nueva etapa más emparentada con la tónica del
resto de la región.
En línea con este proceso de “extensión” se encuentra el caso de Chile.
Bachelet ganó las elecciones en uno de los países más reaccionarios de la
región, donde el peso militar es omnipresente –producto de que no hubo
“ruptura” tras la caída de la dictadura– y donde el neoliberalismo y las “rela-
ciones carnales” con EEUU son políticas de Estado. Sin embargo, incluso en
este país, uno de los más estables de Latinoamérica y donde más cuesta supe-
rar la derrota de los trabajadores, se desató un movimiento de lucha estu-
diantil y popular de masas que categóricamente arruinó el inicio del manda-
to de la presidenta. En estos momentos, la coyuntura parece estabilizada,
aunque hay que tomar nota de la importancia de la reciente huelga de los

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obreros mineros del cobre. Pero la popularidad de Bachelet no se recupera,


y lo ocurrido podría estar configurando un cambio en la estabilidad del país
de la última década.
Por su parte, en México se desataron varios procesos que, lamentablemen-
te, no logran confluir, en lo que sus direcciones tienen una responsabilidad pri-
mordial. Se trata de a) la lucha democrática contra el fraude en las elecciones
presidenciales en perjuicio del candidato López Obrador, que se expresó en
manifestaciones multitudinarias; b) el peso que conserva el zapatismo y su “otra
campaña” en amplios sectores de la población; c) el reanimamiento de ciertos
sectores de la clase obrera, como los trabajadores de la electricidad, y d) el que
es en estos momentos el proceso de lucha más importante, el desarrollo de la
Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca –disparado, cabe recordarlo, por
una fuerte huelga de maestros– contra el gobernador del estado, perteneciente
al PRI. Es verdad que la “caída” del PRI se produjo de manera totalmente
mediada y por la vía electoral del triunfo del PAN (partido burgués de derecha),
reafirmándose el NAFTA con los Estados Unidos. Es decir, se trata de otro de los
grandes países “estables” de la región, que mantiene políticas de colaboración
estrecha con EEUU a la vez que de un régimen muy reaccionario con tremen-
dos problemas nacionales, democráticos y agrarios no resueltos.
En síntesis, más allá de la actual coyuntura regional de mediación, el mapa
político general latinoamericano muestra un flujo de fondo donde el ciclo de
rebelión, en lugar de terminar de reabsorberse, más bien parece estar exten-
diéndose, si bien de manera “acolchonada”. Parte de esto es el hecho que se
está esbozando una tendencia a una mayor profundidad, desde el punto de
vista social, del proceso de las luchas. Es decir, la propensión a una mayor cen-
tralidad en la pelea de los sectores de trabajadores asalariados.
En todo caso, es evidente la ausencia de derrotas categóricas del proceso de
la lucha. Más bien, la tendencia ha sido a la reabsorción democrático-burgue-
sa del proceso por la vía del mecanismo de conquistas-concesión-trampa.
La propia coyuntura económica mundial y regional contribuye fuertemente
a esta estabilización, pero la historia podría cambiar si la situación de la eco-
nomía diera un giro. Estamos en un período preparatorio donde tarde o tem-
prano, ante la magnitud de las crisis estructurales no resueltas y en ausencia de
derrotas de los trabajadores y las masas populares, pueden llegar a estallar nue-
vas crisis. Que plantearán la perspectiva estratégica de pasar del actual ciclo de
rebeliones populares a la pelea por auténticas revoluciones sociales que des-
borden por izquierda a los actuales gobiernos de mediación burguesa.
Ese ciclo político, que sigue abierto, le da un contexto a la fuerte media-
ción kirchnerista en la Argentina. Luego de las elecciones de octubre 2005,
habíamos definido el cierre del proceso revolucionario desde el punto de
vista de la crisis de dominación, lo que a esta altura resulta evidente. Pero
no por eso la Argentina deja de estar inscripta en ese ciclo político de con-
junto, lo que puede plantear, en el futuro, circunstancias de reapertura de
la crisis.

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ESTABILIZACIÓN ECONÓMICA Y CONTINUIDAD DE LA CRISIS ESTRUCTURAL

Aclaramos que en este punto nos concentraremos en la economía y no des-


arrollaremos otro aspecto de la crisis orgánica que marcó y marca la situación
regional: la crisis de los sistemas de partidos tradicionales y de las instituciones
de la “democracia”. Se trata de elementos de crisis de dominación que siguen
presentes, como lo muestra, por ejemplo, la agenda de la Constituyente en
Bolivia, por tomar sólo un caso.
Hay un importante sustrato material en los fundamentos de la actual coyun-
tura de mediación y estabilización: la recuperación de la economía regional,
luego de que varias de ellas se sumieran en situaciones catastróficas.
Hay que partir de subrayar que las convulsiones que se produjeron especial,
pero no únicamente, en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, dieron el tono
a los primeros años del siglo XXI en el marco de una difícil situación del conti-
nente por las transformaciones de la globalización y la imposición del llamado
Consenso de Washington. Un decálogo neoliberal puro y duro que, gracias a la
colaboración prácticamente incondicional de las burguesías latinoamericanas,
se aplicó con más profundidad que en otras regiones del mundo.
La década del 80 es conocida como la “década perdida” de América Latina,
por el estancamiento de las economías y las primeras crisis de la deuda exter-
na. Durante la primera mitad de los 90, con el pretexto de remediar la crisis de
la anterior, se aplicaron en todas partes, aunque desigualmente, las recetas del
Consenso de Washington. Eso significó cambios en la esfera de la producción
y de la inserción de cada país en la división internacional del trabajo.
En los primeros años de la década del 90, todo pareció ir sobre ruedas. Con
grandes desigualdades según los países, las aperturas y privatizaciones atraje-
ron una oleada tanto de inversiones directas como de préstamos e inversiones
de cartera (compras de acciones y otros valores en las bolsas). Fueron años de
“dinero fácil” para los gobiernos y gran parte de las burguesías de la región. Esto
permitió a muchos países, entre ellos Argentina y Brasil, sostener la estabilidad
de la moneda con una grotesca sobrevaluación respecto del dólar, y al mismo
tiempo darse el lujo de mantener déficits de la balanza de bienes y servicios
(importar más de lo que se exporta) y déficits del presupuesto del Estado. La
mayor parte de los países pasó así a depender, en mayor o menor medida, del
flujo de capitales del exterior. Esto produjo, entre otras consecuencias desas-
trosas, un crecimiento veloz del endeudamiento, haciendo que la deuda exter-
na latinoamericana llegara a su pico de 767.000 millones en 1998.
Pero ya desde mediados de los 90 las cosas comenzaron a complicarse. El
problema de fondo es que en la división mundial del trabajo impuesta por la
globalización, América Latina, si bien no se precipitó al pozo de África, tam-
poco logró la performance de China y otros países de Asia. La ola de inversio-
nes directas fue en buena parte a las empresas públicas privatizadas y no a sec-
tores que implicaran mejorar substancialmente la inserción en el mercado mun-
dial. Tampoco el capital “nacional”, en gran medida fusionado, subsidiario,
asociado o subcontratista de las corporaciones transnacionales, se encaminó en

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ese sentido. La “apertura” arrasó con muchos sectores calificados de ineficien-


tes, pero no los reemplazó en la misma medida por otros “competitivos” en el
mercado mundial. Al mismo tiempo, dejó millones de desocupados, lo que
agravó la miseria mientras supuestamente “crecía la economía”.
La renuncia –de raíces históricas– de las burguesías latinoamericanas a cual-
quier proyecto de industrialización autónoma e integral, la liquidación de
buena parte de la industria sustitutiva de importaciones y la adopción del
modelo de armaduría-montaje conectado mundialmente han sido la principal
causa de que la tasa de desempleo en las ciudades latinoamericanas casi se
duplicara entre 1994 y 2002.
A medida que se fueron agotando las empresas estatales a privatizar o las
empresas privadas “nacionales” a adquirir, la rueda empezó a girar en sentido
opuesto. Ya no era cuestión de recibir inversiones directas o de cartera, sino de
enviar ganancias al exterior de las inversiones ya realizadas. Al mismo tiempo,
crecía el servicio de la deuda. En el comercio exterior también las cosas se iban
complicando, por la sobrevaluación de las monedas locales cuyos extremos
fueron la convertibilidad de Argentina o la dolarización de Ecuador. Y en esos
años, a su vez, el dólar se había sobrevaluado respecto del yen y las monedas
europeas. Todo eso contribuía a restar competitividad a las exportaciones lati-
noamericanas.
Otro factor grave fue que desde 1998 al 2002 los países no petroleros de
América Latina habían sufrido un deterioro de los términos del intercambio
(relación entre los precios de los productos de exportación y los que se impor-
tan) del 15%. Y además, desde 1997 al 2002, Latinoamérica padeció una caída
absoluta del 25% de los precios de sus productos básicos no petroleros.
Estos y otros motivos (las crisis de 1997 del sudeste de Asia y el default de
Rusia en 1998, la amenaza de un colapso de Brasil el mismo año, el imán de
la “burbuja” de Wall Street de 1995 al 2000, etc.) llevaron a un “no va más”.
Los gobiernos y las burguesías latinoamericanas no podían seguir con el meca-
nismo de cubrir los distintos déficits con más emisión de deuda y/o inversiones
directas del exterior o de cartera.
El fenomenal endeudamiento y la nueva división mundial del trabajo, por
un lado, y el desmonte de cualquier barrera defensiva, por el otro, condujeron
no sólo a una caída generalizada de la economía sino también a una explosión
de miseria y a una ampliación de la brecha que las separa de los países cen-
trales, que se transformó en abismo.
América Latina retrocedió en todos los terrenos. Perdió relevancia industrial,
decayó su participación en el comercio internacional y fue desplazada por el
sudeste asiático como principal destino periférico de las inversiones extranje-
ras. Estas transformaciones reaccionarias aumentaron el desempleo, redujeron
los salarios y provocaron una terrorífica expansión de la pobreza.
Así, al iniciarse el siglo XXI, la economía de América Latina estaba signa-
da por la combinación explosiva de “cuatro desequilibrios” (Katz): el endeu-
damiento externo, la especialización exportadora en productos de baja ela-
boración, intercambio comercial deficitario y la erosión del poder adquisiti-

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vo, que desencadenaron las periódicas turbulencias de la economía latinoa-


mericana.
Pero en la actual coyuntura de “bonanza” de la economía mundial, crisis de
hegemonía e irrupción de los “nacionalismos energéticos”, esto parece haber
variado. Hoy, las principales economías latinoamericanas están creciendo
(aunque a ritmos muy desiguales) y sobre todo se registran superávits (algunos
importantes) en el comercio exterior.
Sin embargo, esto no significa que haya cambiado ni mejorado cualitativa-
mente su inserción estructural en la economía mundial, ni que se hayan resuel-
to las causas más de fondo de la crisis económica y social que afecta a toda la
región. Las razones de la actual “mejoría” son, en primer lugar, consecuencia
de una coyuntura mundial que puede variar en plazos relativamente cortos, lo
que para las vulnerables y dependientes economías latinoamericanas se tradu-
ciría inevitablemente en estallidos y convulsiones.
En segundo lugar, se ha producido una adaptación de las economías regio-
nales al fin de las condiciones que marcaron la borrachera de privatizaciones
e ingreso de capitales de los primeros años de la década del 90. Y esto, en algu-
nos países, ha implicado ciertos cambios en relación con el neoliberalismo sal-
vaje de los primeros tramos de los 90.
Del dólar barato, el remate de las empresas públicas, los déficits comercia-
les y fiscales, y el crecimiento galopante del endeudamiento externo, se fue
pasando al dólar caro, a las devaluaciones de las monedas sudamericanas, a los
superávits fiscales y del comercio exterior logrado mediante un importante
aumento de las exportaciones (a lo que colabora el actual salto fenomenal en
el precio de las materias primas), así como gracias a una cierta caída de las
importaciones manteniéndose deprimido el consumo popular.
Así, Argentina, Brasil, Chile o Uruguay registran no sólo superávits comer-
ciales sino también excedentes fiscales inéditos. El estado impone –incluso en
el caso de los gobiernos que se venden como más “progresistas”– una severa
restricción del gasto público que va al pago de la deuda. El campeón de este
nuevo esquema del siglo XXI es Lula, con récords de superávit primario supe-
riores al 5% del PBI. No es necesario explicar las consecuencias en el empleo,
el salario y los sistemas de educación, salud y seguridad social.
En síntesis: la base estructural de la “recuperación” regional es una “econo-
mía de la miseria”, donde el crecimiento económico coyuntural no se refleja en
una disminución equivalente de la pobreza y la indigencia. Esto tiene sus razo-
nes: en la actualidad, todas las economías son “exportadoras”. Esto es más pro-
nunciado, incluso, en los países “periféricos”. El gran comprador mundial es,
obviamente, los Estados Unidos, que es el que acumula también los mayores
déficits fiscales, de balanza comercial y de endeudamiento externo.
En estas condiciones, junto con la devaluación de las monedas, es funda-
mental mantener lo más bajo posible el nivel de los salarios, para hacer “com-
petitivos” los precios de las mercancías exportadas. De allí que se mantenga
estructuralmente –más allá de cierta recuperación del empleo y de la batería de
asistencia social estatal– esta “economía de miseria” que afecta a la mayoría de

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las capas trabajadoras. Aquí es donde mueren las palabras de los nuevos gobier-
nos “populares”: un festival de planes sociales para “contener la pobreza”, a la
vez que se remachan las peores condiciones de esclavitud laboral y superex-
plotación del proletariado industrial y los trabajadores heredadas de los 90.
Al mismo tiempo, esto hoy incluye –en situaciones de mayor o menor con-
tinuidad neoliberal– una mayor posición de arbitraje del Estado en el ciclo de
la economía y ciertos regateos con el imperialismo. Eso explica, por ejemplo,
la “nacionalización” del gas de Evo Morales, la recuperación de la gerencia de
PDVSA por parte de Chávez o, incluso, los muy tímidos avances de Kirchner
respecto del reclamo de participación estatal en algunas privatizadas (el regre-
so del Correo Argentino y de Aguas Argentinas a manos del Estado, o la deman-
da de recuperación de la “acción de oro” en Aerolíneas Argentinas). En el plano
regional, el rechazo del ALCA, la firma de Tratados de Libre Comercio y la afir-
mación del Mercosur expresan de diversas maneras estas pujas regionales entre
capitalistas.
En este retorno de las disputas entre Estados y sectores capitalistas –que no
expresan ningún interés popular y donde los trabajadores no tienen nada que
ganar– muchas veces los gobiernos actúan de “agentes de negocios” de sus
empresarios amigos o de los capitales radicados en la región. Esta realidad, que
se manifiesta más claramente en Venezuela y Bolivia, aunque hay elementos de
esto en Kirchner o incluso Lula, depende también del grado de radicalidad de
los procesos que han dado origen a los nuevos gobiernos, lo que constituye un
cierto violentamiento del decálogo neoliberal puro y duro imperante en los 90.
Por último, tampoco hay que perder de vista que dentro de estas transforma-
ciones generales se producen desarrollos desiguales con consecuencias sociales.
Surgen o se recrean ramas de la producción y los servicios, que implican la apa-
rición de nuevos sectores de trabajadores asalariados. De esa manera va des-
puntando, sobre todo, pero no solamente, en los países más desarrollados de la
región, una nueva clase trabajadora y una nueva generación obrera.

LA MEDIACIÓN REFORMISTA Y EL PROCESO DE RECOMPOSICIÓN DE LOS TRABAJADORES

Las calamidades sociales, el descontento, las protestas y rebeliones, por un


lado, y la crisis de alternativa socialista frente al capitalismo –y de otra forma
de poder político frente a la democracia burguesa–, por el otro, abren en esta
coyuntura un amplio espacio para corrientes (y gobiernos) que prometen mejo-
ras dentro de los marcos del capitalismo y la democracia burguesa.
Estas mediaciones no se presentan fáciles de superar, sobre todo en los casos
donde estos gobiernos impulsan “reformas”, como Chávez y Morales, pero
tampoco incluso allí donde el “reformismo” es una estafa lisa y llana (el caso
de Lula). La llegada al gobierno de estas corrientes permite comenzar a hacer
la experiencia con ellas (es decir, comprobar que nada cambia en lo esencial),
pero esta experiencia en ningún caso tiene ritmos acelerados. Esto ocurre por
una variedad de razones, en las cuales tiene un peso no menor la coyuntura
económica favorable que vive la región.

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El caso quizá más evidente es el gobierno del PT en Brasil, presentado como


el gran experimento de alcances mundiales del “reformismo del siglo XXI”.
Pocas veces se han visto al principio tantas expectativas en las masas y, al final,
un espectáculo como el del continuismo neoliberal y la corrupción del gobier-
no petista.
Sin embargo, el PT, consiguió en segunda vuelta la reelección de Lula, aun-
que esto ocurre no sin pagar un gran costo: la elección de Heloisa Helena (más
allá de todos los límites reformistas de su discurso) alcanzó un nivel muy impor-
tante para una votación de la extrema izquierda, incluso tomando parámetros
internacionales.
Como ya hemos señalado, también Chávez y Kirchner buscan la reelección.
Y Morales domina el escenario político de su país. Si en Chávez y Morales esto
responde a las “reformas” que han hecho, o se han visto obligados a hacer, en
Kirchner se observa que se ha beneficiado de la estabilización y la recupera-
ción económica del país.
Asimismo, esto remite a un hecho que se percibe en muchos países. En los
últimos años, los socialistas revolucionarios y otros sectores más o menos radi-
calizados hemos estado frecuentemente al frente de importantes luchas y de
grandes movimientos sociales. Pero nuestra influencia política sobre sectores
de las masas en general es sensiblemente menor que el peso de los movimien-
tos que encabezamos; una brecha nada fácil de salvar. A esto se suma un défi-
cit estratégico: la escasa penetración entre los “núcleos duros” del proletariado
industrial generalmente dirigidos por la burocracia sindical, en los cuales la
mayoría de las corrientes revolucionarias somos extremadamente débiles o
marginales.
Sin embargo, al tiempo que actúan estas tendencias a la “estabilización”,
también comienzan a percibirse tendencias de signo opuesto. Hay un flujo de
fondo, una corriente más profunda, que tiende a desarrollar procesos de recom-
posición del movimiento obrero y de los trabajadores asalariados; más allá de
la incidencia de la propia coyuntura de mediación, como ocurre hoy en
Argentina. Este flujo de fondo se manifiesta principalmente en dos terrenos: el
de la recomposición sindical y el propiamente político (si bien la separación no
es siempre tan nítida).
En el plano sindical, se destacan la UNT y la C-CURA de Venezuela, el sur-
gimiento de Conlutas en Brasil y el desarrollo de las nuevas direcciones y orga-
nismos combativos y clasistas que dirigieron parte de los principales conflictos
en Argentina de los últimos tres años. Este proceso de recomposición, en la
actual coyuntura, incluye el desarrollo de una serie de luchas obreras de carac-
terísticas diversas.
Se ha verificado desde una tendencia más ofensiva a la recuperación de
conquistas perdidas en el período anterior, como la pelea por la jornada de 6
horas en el subte de Buenos Aires o por el pase a planta permanente de secto-
res enteros de trabajadores contratados, hasta peleas más defensivas, en la
actual coyuntura de estabilización, contra los despidos. Un ejemplo es la fuer-
te pelea en la Volkswagen de San Pablo contra 1.500 despidos, que debe ser la

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más importante del proletariado industrial en años en ese país. Recientemente


tuvo lugar la triunfante huelga de los mineros del cobre de La Escondida (Chile)
al calor del astronómico aumento del precio de ese metal en el mercado mun-
dial, así como las peleas de los mineros en México. En el caso de Bolivia bajo
Evo Morales, está en curso, entre otras, una importante pelea de los docentes
urbanos de La Paz. Y en Venezuela hubo y hay una serie de importantes luchas
reivindicativas. En la Argentina, en medio de la actual coyuntura estabilizada,
hay más bien una serie de peleas defensivas, de tipo más molecular.
Esto indica que aun en medio de esta larga coyuntura de mediación y de
cierto apogeo de los gobiernos centroizquierdistas en la región, la profundiza-
ción social del proceso de la lucha, al compás de la recuperación económica,
es expresa una tendencia al ingreso a la pelea de importantes sectores obreros
y de trabajadores. Este proceso, si bien hoy no configura un ascenso obrero de
conjunto y tiene rasgos más reivindicativos que políticos, tiene inmensa impor-
tancia estratégica hacia el futuro.
En este marco, la coyuntura ha planteado una tarea central en la agenda de
los socialistas revolucionarios: la pelea contra la cooptación y/o estatización de
las organizaciones obreras. En Venezuela, contra el intento de Chávez de liqui-
dar la independencia de la UNT. En Bolivia sucede lo mismo respecto de Evo
Morales y la COB. Es clásico que los gobiernos “bonapartistas sui generis” o de
frente popular, que se asientan muchas veces en movilizar sectores de masas en
sus regateos o peleas con el imperialismo, necesitan de un movimiento de tra-
bajadores y sus organizaciones absolutamente dependiente de ellos; esto es,
necesitan la estatización de las organizaciones obreras y populares.
De ahí que la pelea por su independencia –ya subrayada por Trotsky en sus
escritos sobre estos gobiernos– se trata de una tarea estratégica que está hoy a
la orden del día. Porque mantener la independencia hoy es lo que puede per-
mitir que mañana la clase obrera cumpla un rol mucho más central que el que
cumplió en la primera oleada de las rebeliones.
En el plano más estrictamente político, también hay un proceso en curso: la
tendencia en la vanguardia de las luchas y de esos procesos de recomposición
a adoptar posiciones políticas más a la izquierda. Sucede que las mediaciones
reformistas son ampliamente mayoritarias e, incluso, hasta se recrean relativa-
mente después de sus crisis. Sin embargo, simultáneamente y a su izquierda,
comienzan a aparecer corrientes en disidencia que les ofrecen pelea. Esto cons-
tituye un fenómeno objetivo, si bien muy heterogéneo, y que trasciende la rela-
tiva fuerza o debilidad de quienes las componen.
Así, la crisis con el PT en Brasil llevó a la constitución del PSOL (y al fren-
te electoral con el PSTU), que ante todo expresa ese fenómeno objetivo, a
pesar de los grandes límites electoralistas y reformistas de los que adolece esta
experiencia.
En Venezuela, a la izquierda del chavismo “oficial”, se expresa –de manera
aún demasiado incipiente– el Partido Revolución y Socialismo, encabezado
por caracterizados dirigentes de la nueva central obrera, la UNT, y de la
corriente C-CURA. En este caso, se trata de una expresión de independencia

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más organizativa que política ante la realidad que sus principales dirigentes (en
varios casos bajo la influencia de ambos MSTs de Argentina) vienen defendien-
do una política de apoyo político a Chávez y de voto acrítico a su candidatura
electoral. Esta postura y las presiones oportunistas que sufren dirigentes obreros
como O. Chirino o S. Pérez Borges de parte de corrientes como el MES de Brasil
o el MST-Unite argentino, entre otras, dejan latente el peligro de una involución
en esta experiencia. Sin embargo, hasta ahora el PRS expresa una dinámica pro-
gresiva en cuyo seno hay que luchar.
En Bolivia, lamentablemente, se ha frustrado por ahora, dada la absoluta
inconsecuencia de los dirigentes de la COB que se mantienen independientes
del MAS, la conformación de un Instrumento Político de los Trabajadores. Sin
embargo, a medida que avance la experiencia con el gobierno de Evo Morales,
el proyecto del IPT se podría replantear.
Con sólo pasar revista a estas tendencias objetivas al surgimiento de corrien-
tes a la izquierda del reformismo, salta a la vista su heterogeneidad y las carac-
terísticas peculiares que asume en cada país. En ese sentido, no es viable inten-
tar establecer modelos válidos para todos los países, como absurdamente pre-
tende el MST-Unite de Argentina en relación con el PSOL.
Sin embargo, se plantea en la vanguardia latinoamericana y en las corrien-
tes socialistas revolucionarias un trascendental debate: ¿alrededor de qué ejes
delimitadores y fundacionales hay que luchar por agrupar políticamente a la
vanguardia que, con mayor o menor claridad y conciencia, tiende a ubicarse a
la izquierda de los reformistas?
Para los marxistas sólo puede haber un criterio nítido de diferenciación. Y
ese criterio es de clase. Es decir, si se está o no por la más absoluta indepen-
dencia de la clase trabajadora y sus organizaciones de todo gobierno o corrien-
te burguesa. Es sobre esos sólidos cimientos sociales que hay que asentar la
construcción política de organizaciones y partidos a la izquierda de las grandes
corrientes reformistas.
Los dos planos de la recomposición se relacionan con otro elemento que
venimos subrayando: la clase trabajadora está volviendo a escena. En buena
medida se trata de una nueva clase trabajadora, tanto generacionalmente como
por los sectores de la producción y los servicios en las que hoy existe. Y junto
con ese regreso a escena de los trabajadores, se han venido desinflando los
mitos sobre los “nuevos sujetos sociales” desarrollados en los 90.
Es falso, por ejemplo, que las rebeliones de Bolivia hayan sido estallidos
puramente “indígenas”. El centro insurreccional ha sido la comuna proletaria
de El Alto, cuyos habitantes son, a su vez, originarios. Por supuesto, esa com-
binación no se puede ignorar. Pero en ella es fundamental no perder de vista el
carácter de trabajadores de los luchadores alteños. En Argentina, en el centro
del último ciclo de luchas –hasta abril de 2006– en su centro estuvieron los tra-
bajadores ocupados. Los conflictos en el subte, telefónicos, petroleros, hospita-
les (también a nivel de contratados y/o precarizados como en Taym) tuvieron
una enorme repercusión pública. Por primera vez en años, hubo meses en que
los conflictos en el sector privado superaron a los del sector estatal. En 2005,

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en Panamá, un gran movimiento de huelga generalizada durante varios días


obligó al gobierno a dar marcha atrás en sus planes de reformas neoliberales.
En Venezuela, el surgimiento de la UNT se produjo a partir de la centralidad
que adquirió la clase obrera en la lucha contra el paro-sabotaje en PDVSA.
La realidad es que ninguno de los “movimientos sociales” ha podido reem-
plazar la centralidad de la clase trabajadora urbana, y en especial del proleta-
riado industrial, en los países más avanzados de la región. Con todos los cam-
bios de la globalización, esa centralidad estructural no sólo se mantiene sino
que se ha visto reafirmada. Si esa centralidad estructural no logra traducirse en
movilización social y hegemonía política, ningún movimiento de sectores
socialmente “marginales” (sin tierra de Brasil, desempleados de Argentina,
comunarios de Bolivia, indígenas de Chiapas, etc.), por más progresivo que sea,
podrá sustituir esa carencia.
Esto se relaciona con la respuesta a la pregunta de con qué ejes delimitado-
res hay que luchar para agrupar políticamente a la vanguardia y con qué pro-
yecto. Contestamos: alrededor de partidos o movimientos de la clase trabaja-
dora! Sólo contando con su propio instrumento político independiente, separa-
do y distinto de todas las corrientes burguesas de derecha o de “izquierda”, la
clase trabajadora podrá hegemonizar el más amplio bloque de todos los explo-
tados y oprimidos (las clases medias empobrecidas, las masas excluidas y en la
miseria, los pueblos originarios, los campesinos, etc.).
Tanto la experiencia de las revoluciones del siglo XX como ahora de las
luchas y rebeliones con que despunta el siglo XXI nos dicen que la lucha por
el socialismo y la revolución socialista sólo puede plantearse desde la movili-
zación y la hegemonía de la clase trabajadora.
Entonces, hoy la gran tarea es ganar a la vanguardia, a los activistas obre-
ros y sociales, para luchar por esa perspectiva política y para impulsar ese
estratégico proceso de recomposición. Esa es la tarea central de este período
“preparatorio”.4

4
A veces se suele contraponer esta tarea central e inmediata del período, la tarea de ganar a la van-
guardia, a la lucha por conquistar influencia en sectores de masas. En ese tren, se suele pontificar
solemnemente contra los peligros del “vanguardismo”. Se trata de una falsa disyuntiva porque si no
conquistamos políticamente a la mayor parte de la vanguardia, tampoco vamos a poder ganar
influencia orgánica en sectores de masas. A lo sumo, puede ser posible tener una cuota de simpa-
tía (electoral o de otro tipo) en sectores de masas; es el problema que plantea la elección de Heloisa
Helena en Brasil. Pero la experiencia histórica demuestra que las relaciones de “simpatía” con sec-
tores de masas, si no se transforman en orgánicas, suelen ser flor de un día. Y relación orgánica sig-
nifica gente de carne y hueso que establezca esa relación (la vanguardia) y organismos de distinto
carácter y nivel (partidos, movimientos, organizaciones de sectores de masas, organismos de poder,
etc.) alternativos a las instituciones del estado y de la “democracia”.

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III. Los nuevos gobiernos


NACIONALISMO BURGUÉS Y FRENTE POPULISMO . POR UNA DELIMITACIÓN DE CLASE

Salvo excepciones como la reelección de Uribe en Colombia, lo que pre-


domina en América Latina es una variedad de gobiernos y movimientos políti-
cos que se presentan como “de izquierda” y/o “progresistas”. Bajo esta deno-
minación hay sin embargo una variedad de posiciones y situaciones políticas.
Se trata de un debate de inmensa importancia estratégica: la caracterización y
ubicación que debemos tener los socialistas revolucionarios respecto de los
nuevos gobiernos en Latinoamérica.
Tenemos gobiernos burgueses normales, como es el caso de Bachelet,
Tabaré Vázquez y Lula, con rasgos extremadamente “conservadores”, conti-
nuistas y neoliberales. En un lugar “intermedio” hay otros gobiernos burgueses
“más o menos normales”, como Alan García en Perú (de retórica populista) y
más característicamente el de Kirchner. En el caso de éste, como “hijo burgués”
del Argentinazo, la línea continuista es “post-neoliberal”. Es decir, matizada
con una serie de concesiones y cambios en la regulación del capitalismo argen-
tino, en última instancia subproducto de la rebelión popular.
Sin embargo, cuando nos desplazamos hacia la izquierda, aparecen gobier-
nos también burgueses “anormales”, como los de Chávez y Evo Morales, con
diferencias respecto de su procedencia. Chávez es un gobierno nacionalista
burgués en condiciones de crisis hegemónica de los Estados Unidos. En el caso
de Morales, estamos ante un gobierno de frente popular.
Sobre las características especificas de este tipo de gobiernos burgueses
“anormales”, veamos una clásica definición de Trotsky que conserva toda su
actualidad:
“En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol
decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación con
el proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El
gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente
débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al
gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por
así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien con-
virtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado
con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado,
llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad
de disponer de cierta libertad en relación con los capitalistas extranjeros” (“La
industria nacionalizada y la administración obrera”).
Aclaremos que estos gobiernos del siglo XXI se apoyan, más que en el pro-
letariado, en los sectores populares en general. En verdad, es en su política
hacia la clase obrera donde más se manifiesta su carácter de clase burgués.
En el caso de Chávez, se trata del surgimiento, en las condiciones específi-
cas del siglo XXI y de la propia Venezuela, de un gobierno nacionalista burgués

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con muchos de los rasgos marcados por Trotsky respecto del “bonapartismo sui
generis” de su época. Es decir, con “condiciones especiales de poder estatal”
que le permiten maniobrar por “encima” de las clases, apoyándose en las
masas populares, haciéndoles concesiones y “disponiendo de cierta libertad”
respecto del imperialismo.
Sin embargo, aunque Chávez gusta definir al suyo como un gobierno “obre-
rista”, debe estar absolutamente claro que no estamos ante un “gobierno de los
trabajadores”. Se trata de un gobierno burgués, asentado en una de las institu-
ciones principales del Estado burgués, el ejército, y que viene cerrando cre-
cientes acuerdos con sectores de la gran burguesía y las multinacionales que
operan en su país (ver al respecto, por ejemplo, el ilustrativo artículo de Flor
Beltrán enel periódico Socialismo o Barbarie 86)
Por otra parte, es evidente que el de Chávez es un gobierno burgués “anor-
mal”, en el sentido de que si la subordinación al imperialismo en la caracterís-
tica distintiva de los gobiernos latinoamericanos, su afirmación como gobierno
independiente es una característica política evidentemente propia. No es acci-
dental que se haya intentado derrocarlo mediante el golpe de abril del 2002, ni
que haya sufrido el paro-sabotaje de principios del 2003. Al salir triunfante de
ambos eventos, así como del referéndum revocatorio del 2004, esas instancias
afirmaron la independencia de su gobierno respecto del imperialismo yanqui.
El retiro del embajador en Israel durante la agresión sionista al Líbano es otra
expresión de esta independencia.
La base material de este comportamiento se asienta en lo que definimos
como el actual desarrollo de los “nacionalismos energéticos”: el manejo mono-
pólico –que no excluye, sino más bien presupone, acuerdos de asociación
“mixta” con las multinacionales– por parte del estado de la extracción de petró-
leo y de una parte importante de la renta petrolera.
Pero nada de esto niega que se trata de un nacionalismo burgués que sigue
manteniendo fraternales relaciones con los demás países imperialistas, que
paga puntualmente la deuda externa y que no ha tocado nada de la gran pro-
piedad industrial, agraria, comercial, financiera y de medios de comunicación,
por lo que Venezuela sigue siendo un país 100% capitalista. En todo caso, se
trata de un capitalismo con fuertes rasgos de capitalismo de Estado, muy lejos
de la prédica de Chávez del “socialismo en el siglo XXI” y más emparentado
con los nacionalismos burgueses que jalonaron la región hacia mediados del
siglo pasado.
En efecto: a semejanza de Chávez, “los gobiernos «bonapartistas sui gene-
ris», como los de Perón, Nasser, Getulio Vargas, Paz Estensoro, etc., caracterís-
ticos de la segunda posguerra, consiguieron apoyo en las masas haciéndoles
concesiones. Estas, en ocasiones, chocaron con los mezquinos intereses inme-
diatos de las burguesías nativas, aunque esas concesiones fueron hechas con
vistas a los intereses históricos y de más largo plazo de desarrollo capitalista
nacional independiente (...). Una característica fundamental de estos regímenes
es que expropiaron políticamente a la clase trabajadora y las masas populares.
Hicieron todo lo posible para que no tuviesen una expresión política propia e

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independiente” (Roberto Ramírez, “¿«Revolución bolivariana»?”, en AA.VV.,


Rebeliones en América Latina).
En el caso de Bolivia, ya hemos señalado que se trata de un gobierno de
frente popular. Esto es, un gobierno que tiene la particularidad de que la que
llega al gobierno del Estado capitalista es una organización de masas, no bur-
guesa, y adquiere necesariamente el carácter de un gobierno de conciliación
de clases. En última instancia, por el contexto del Estado y de las relaciones de
producción capitalistas, se trata de un gobierno burgués. Sin embargo, la orga-
nización que llega al gobierno no es burguesa: es obrera, campesina o peque-
ño burguesa.
Es el caso de Evo Morales: porque el MAS de Bolivia es un “movimiento-
partido” pequeño burgués y campesino reformista, que llega al gobierno a
gestionar el Estado burgués boliviano y sacarlo de su crisis mortal. Es un
movimiento-partido de base campesina con un funcionariado pequeño bur-
gués y una intelectualidad con aspiraciones burguesas. Un gobierno clásico
de frente popular, con la diferencia de que su base social no es obrera, sino
campesina.
La discusión acerca del carácter de los actuales gobiernos supone todo un
debate al interior de la izquierda. Hay extremos de capitulación, como aque-
llos que se mofan de la izquierda que considera que Chávez es un gobierno
burgués. Pero si no lo es, ¿qué es? ¿Un “gobierno del pueblo”? ¿“Nuestro
gobierno”? Este tipo de posiciones, que configuran una bancarrota total, son
típicas de algunos de los grupos que giran en torno al MST-Unite en la
Argentina.
Por su parte, los compañeros del MST-El Socialista plantean que “todos los
gobiernos de la región son de frente popular”, incluso Kirchner. Esto es directa-
mente disparatado. Kirchner es el emergente de un partido burgués tradicional
como el PJ, no de una organización independiente de masas, y el suyo es el
gobierno del principal partido burgués tradicional, el peronista. Esta diferen-
ciación tiene su importancia porque frente a un gobierno burgués normal y uno
“anormal” de frente popular hay matices a la hora de hacer política.
Pero también tenemos diferencias con los compañeros del PO, el PSTU y el
PTS. Por ejemplo, para los dos últimos, el gobierno de Lula es de frente popu-
lar. A nuestro modo de ver, el caso de Lula tiene su especificidad, dado que el
PT fue en su momento un partido de trabajadores reformista. Pero a estas altu-
ras nos parece evidente que ha perdido completamente ese carácter y se ha
consumando su transformación en un típico partido burgués.
Con el PO, las diferencias son más amplias: sigue sosteniendo la equivoca-
da estrategia del “Frente Único Antiimperialista”, en este caso frente al gobier-
no de Evo Morales, al que llamaron públicamente a apoyar.
Este debate es tan apasionante como complejo, porque en varios casos
amplios sectores de masas tienden a considerarlos como “su gobierno” (como
es visible con Chávez y Evo Morales). En otros, al menos, gozan de un amplio
(aunque pasivo) apoyo popular, como ocurre con Kirchner. A esta dificultad se
suman sus veleidades de “desobediencia” y “antiimperialismo” en el contexto

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de la actual crisis hegemónica, que les permiten opacar aún más su carácter de
gobiernos 100% capitalistas.
Esta es la razón por la cual es tan importante hacer una clara definición de
clase de estos gobiernos: es la única manera de dar sustento a una estrategia de
intransigente independencia de clase frente a ellos.

LA SITUACIÓN DE CUBA

Aunque más no sea sumariamente, tiene una especial relevancia para la


situación latinoamericana el actual momento político que vive Cuba. En primer
lugar, se puede decir que el proceso restauracionista, que avanzó varios pasos
durante la década del 90 con el cambio de aires mundiales y regionales, está
en cierto modo “detenido”: Cuba no es –no aún, en todo caso– un estado capi-
talista, y mantiene las progresivas características de independencia del impe-
rialismo yanqui que distinguen a ese país desde 1959. Por esto mismo, el ciclo
de rebelión popular inaugurado a principios del siglo, junto con la situación en
Bolivia y, sobre todo, Venezuela, han vuelto a poner a Cuba en el debate de la
izquierda.
A todo esto se le suma que el país se ha visto últimamente beneficiado por
los acuerdos con Venezuela en el marco del ALBA, que le garantizan no sólo
la provisión que necesita de petróleo, sino incluso un excedente que puede
reexportar para hacerse de divisas.
Nada de esto niega que, al mismo tiempo, no siga presente en Cuba un con-
junto de inversiones de multinacionales en distintas ramas de la economía
como el turismo, la industria farmacéutica en general y la medicina en particu-
lar, ni que la hostilidad con Estados Unidos no implique, al mismo tiempo, rela-
ciones de mucha proximidad con otros países imperialistas como España y el
actual gobierno de Zapatero. Asimismo, se mantiene o se amplía la brecha
social entre la capa burocrática y los trabajadores que se fue creando en las ulti-
mas décadas y que pegó un salto en los 90.
Sin embargo, el “lustre revolucionario” que conserva Castro en la región
sirve como otro elemento de legitimación de estos nuevos gobiernos latinoa-
mericanos con los que tiene relaciones más estrechas, sobre todo Chávez y
Morales. El primero se ha mostrado como el mandatario más cercano durante
la enfermedad de Castro, precisamente en momentos en que la política interior
de Venezuela apunta más bien a la “estabilización” y al estrechamiento de
lazos con las multinacionales.
Cuba no es un estado socialista –ni siquiera en el sentido más lato del
término, ya que, estrictamente, la existencia efectiva del socialismo exclu-
ye la del Estado–, pero tampoco lo consideramos un estado obrero, como
lo hace la mayoría de las corrientes socialistas revolucionarias de nuestro
continente. Lejos de ser un “modelo” a seguir por los procesos revolucio-
narios en curso en la región, es el retorno a métodos más “clásicos” de
lucha de clases y los elementos de democracia de bases, aun en ausencia
del desarrollo de elementos de radicalización socialista y con una limitada

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centralidad obrera, lo que constituye un punto de apoyo imprescindible


para la perspectiva de auténtica revolución socialista. Esta centralidad con-
ciente de la clase obrera es imprescindible para abrir la transición al socia-
lismo, que quedó abortada en la isla casi desde el inicio de la experiencia
revolucionaria.
Esto no significa que Cuba sea un estado burgués: ya hemos señalado que
la restauración del capitalismo aún no se ha consumado. A nuestro modo de
ver, con las especificidades del caso que vienen de su proximidad con e inde-
pendencia del imperialismo yanqui, es uno de los últimos Estados burocráti-
cos sobrevivientes de la caída del estalinismo. Allí, por una serie de circuns-
tancias históricas y políticas que aquí no podemos desarrollar, la clase obrera
cubana de la ciudad y el campo no es la que tiene en sus riendas el poder, ni
en el terreno político ni en el de la gestión de la economía. Para que esto ocu-
rra, debería desarrollarse un proceso de lucha y movilización desde abajo que,
sin dejar de defender de manera incondicional a Cuba del imperialismo,
impusiera una revolución política y social que desplace a la burocracia cas-
trista del poder. Esto es, una revolución antiburocrática y auténticamente
socialista, que si bien no debería cambiar el aspecto meramente jurídico de la
propiedad, sí debería hacer pasar los medios de producción efectivamente a
manos de los trabajadores.
La experiencia de Cuba nos debe servir también para explicar por qué
no se puede esperar la estatización generalizada de los medios de produc-
ción de parte de gobiernos como el Chávez, contra las ilusiones comparti-
das también, lamentablemente, por muchos que se consideran parte de la
izquierda revolucionaria. Porque cabe recordar que en las nacionalizacio-
nes en Cuba a principios de los 60 influyeron dos factores políticos de peso,
hoy ausentes.
Por un lado, la presión producida por el choque con el imperialismo yanqui
que, en ese momento histórico, y a pesar de la existencia de la ex URSS, esta-
ba en el apogeo de su hegemonía. Se trató de un paso empírico y defensivo de
la dirección castrista frente al sabotaje y el bloqueo de las multinacionales y el
gobierno norteamericano. Sin duda, en el sentido antiimperialista y anticapita-
lista –pero no socialista–, estas estatizaciones configuraron un paso progresivo
respecto del imperialismo, aunque con la gran limitación de haber sido reali-
zadas “desde arriba”.5
Y en segundo lugar, hay que subrayar que Castro tomó estas medidas con-
tando con una “garantía social”: el hecho de que en la ex URSS (luego de su
degeneración), China y los países del Este europeo, las estatizaciones no signi-
ficaron automáticamente que los medios de producción quedaran bajo el con-
trol directo de los trabajadores. Por el contrario, quedaron en manos de una
burocracia que se aseguró así su posición social como capa privilegiada, y que

5
En un trabajo sobre la revolución china de 1949, hemos definido este tipo de estatizaciones gene-
ralizadas de la propiedad privada capitalista como medidas “anticapitalistas burocráticas”, para
diferenciarlas de la expropiación obrera. Ver Socialismo o Barbarie 19, diciembre 2005.

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usufructuó la parte del león del plustrabajo social generado por los trabajado-
res y arrebatado a la burguesía y el imperialismo.
Ante la desaparición de la ex URSS (guardiana mundial de la burocracia
estalinista), esta última condición hoy no existe: en caso de una expropiación
generalizada de los medios de producción, se adelgazan las mediaciones para
que los trabajadores no le pasen por encima a estas direcciones. Así, no sor-
prende que la dirección castrista asesore a Chávez en el sentido de descartar de
plano cualquier curso similar: todo va en el sentido del capitalismo de Estado
y de la conformación de empresas mixtas estatales-privadas con los grandes
grupos capitalistas.
Pruebas al canto: consultada respecto de en qué estadio se encontraría
la “revolución bolivariana”, una conocida intelectual castrista y asesora de
Chávez, Marta Harnecker, contestó: “en el estadio de profundizar la revo-
lución, en el esfuerzo de hacer más eficiente el aparato de estado, de pele-
ar contra la corrupción, purificar la policía y los órganos estatales de segu-
ridad, y de trabajar por profundizar la democracia participativa e imple-
mentar una lógica económica diferente: una lógica humanista basada en la
solidaridad”.
El paralelo con la falsa prédica de la “humanización del capitalismo” es evi-
dente, y lo demuestra el hecho de que al ser consultada sobre “el más impor-
tante paso en el proceso político desde que Chávez definió la «dirección socia-
lista» de la Revolución Bolivariana”, Harnecker responde con toda franqueza:
“Seguramente lo sorprenderé cuando afirme que no ha habido ningún paso
relevante hacia esa dirección. Lo que está ocurriendo (...) es una lógica huma-
nista basada en la solidaridad (...) en realidad, lo que está pasando en
Venezuela no es socialismo”.
Y cuando el entrevistador observa que “la insistencia en el socialismo como
la única vía viene, paradójicamente, al mismo tiempo que los esfuerzos que se
están haciendo para incorporar al sector privado en los planes económicos del
gobierno”, Harnecker remata reconociendo que “esto es algo contradictorio
para la visión clásica del socialismo como una sociedad en la cual todos los
medios de producción deben estar en manos del estado, eliminando las raíces
de la propiedad privada. En esta visión, el énfasis está puesto en la propiedad
y no en el control de los medios de producción. Cuando Chávez habla del
socialismo que intenta construir en Venezuela, siempre deja claro que habla
del «socialismo en el siglo XXI» y no de una copia de modelos socialistas ante-
riores. Lo que es central en Venezuela hoy es acabar con la pobreza” (tomado
de International Socialist 109, pp. 32-34).
En síntesis, el “nuevo” socialismo del que habla el caribeño no supone
expropiar a los capitalistas ni acabar con la ley del valor. En realidad, de autén-
tico socialismo no tiene nada, sino que se trata a lo sumo, como hemos dicho,
de elementos de capitalismo de Estado. Hasta allí llega todo el “socialismo” del
que Chávez es capaz.

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REFORMISMO EN EL SIGLO XXI Y LA “NACIONALIZACIÓN” DEL GAS EN BOLIVIA

En todo caso, son fuentes de confusión no sólo la prédica “socialista” de


Chávez, sino también las limitadas y tibias reformas que efectivamente llevan
adelante algunos de los nuevos gobiernos de la región.
Desde hace varios años, sobre todo en el contexto de los Foros Sociales
Mundiales, se viene hablando de un “nuevo reformismo”. Tras el fiasco de Blair
y su “Tercera Vía”, el experimento “reformista” volvió a la palestra al asumir
Lula en 2003; pasados casi cuatro años, se constata que se trata de una de las
experiencias de mayor permanencia neoliberal en la región. En ambos casos,
se trataba de un “reformismo sin reformas”: pura retórica acompañada de con-
tinuismo neoliberal en los hechos.
Pero con Chávez y, sobre todo, con la reciente “nacionalización” del gas en
Bolivia, se abrió el debate sobre la existencia de un reformismo que sí lleva
adelante ciertas reformas.
En el caso boliviano, el más complejo de la actual coyuntura, lo primero a
señalar respecto de la “nacionalización” de Evo Morales es que estos gobier-
nos, bajo la presión de la lucha de clases y de las rebeliones populares, para
poder cabalgar sobre ellas y administrarlas, reabsorbiéndolas garantizando la
gobernabilidad capitalista, se ven obligados a adoptar una serie de limitadas
reformas, dentro del ya citado mecanismo de conquista-concesión-trampa.
Desmenuzar esto es de enorme importancia estratégica para no perder los
parámetros.
Es un hecho que hay ciertas “reformas”, muy circunscriptas, por parte de
algunos gobiernos (Chávez y Morales son los ejemplos más claros, pero no los
únicos) que se han visto obligados a conceder una serie de limitadas concesio-
nes para frenar, desviar y mediar el proceso de la lucha.
En ese sentido, no se trata de “puro continuismo”. Hay ciertos cambios en
la regulación del capitalismo e incluso cierto tipo de reformas, aunque en
general de carácter más político que económico. Pero incluso en el terreno
económico, cambian ciertas reglas de juego, y desde ese punto de vista no es
ilícito hablar de cierto “reformismo”: no todo es retórica hueca; hay auténti-
cas concesiones, en mayor o menor grado. Lo que hay que subrayar es que
toda la “audacia” de estas medidas tiene su origen en la acción de las masas,
y todos sus límites provienen del carácter 100% burgués de los nuevos
gobiernos.
Lo que queda entonces es un muy limitado tipo de reformas, con cambios
en la regulación estatal pero con escasas consecuencias materiales favorables
a las masas. Porque a comienzos del siglo XXI, las condiciones económicas no
tienen nada que ver con las “vacas gordas” del boom capitalista de la posgue-
rra (Estado benefactor). Más bien, son lo opuesto: continúa, de conjunto, el
período neoliberal de la economía capitalista mundial, con casi cero espacio
para concesiones significativas a las masas. De paso, esa diferencia de contex-
to económico es uno de los elementos más importantes para distinguir el actual
ciclo de los gobiernos nacionalistas del de la segunda posguerra.

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Asimismo, es clave comprender y hacer entender, frente a la demagogia de


los gobiernos de la “causa nacional”, que éstos de ninguna manera van a
lograr un desarrollo sostenido de las fuerzas productivas, sin lo cual no puede
haber reversión estructural y estratégica de las condiciones de vida de las
amplias masas. Porque una condición esencial de ese desarrollo es tomar
medidas estructurales anticapitalistas: la expropiación de los grandes mono-
polios burgueses, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, impo-
ner el no pago de la deuda externa, impulsar la unidad latinoamericana com-
binada con la planificación socialista de las principales ramas de la economía
a escala continental, etc., nada de lo cual, evidentemente, estos gobiernos
están dispuestos a hacer.
Por el contrario: Chávez dilapida parte importantísima de la renta petrolera
extraordinaria de la que hoy goza Venezuela. O los subsidios K a los empresa-
rios y la política del “desendeudamiento”, que da mayores márgenes de manio-
bra a su gobierno (como ocurre también con Lula) pero a partir de la orienta-
ción totalmente capitalista de destinar los ahorros nacionales a cancelar las
deudas con la banca imperialista.
Lo propio ocurre incluso con la “nacionalización” del gas en Bolivia, a
cargo del Estado burgués sin ningún tipo de control obrero. Es sabido que en el
país andino –como en el resto– hay una larga tradición de parasitismo, corrup-
ción e ineficiencia en el aparato estatal. Por ejemplo, Evo Morales ya se ha visto
obligado a remover al presidente de la YPFB “refundada” por un desfalco de 35
millones de dólares, y el nuevo presidente designado por el gobierno del MAS
viene de desempeñarse nada menos que como gerente de ¡Petrobras! Además,
tras el desplazamiento del ministro de Hidrocarburos Soliz Rada a instancias de
las petroleras, el proceso de “nacionalización”, cumplidos los seis meses desde
el anuncio del 1o de mayo, se encamina al carril de una renegociación de los
términos de explotación del receso entre el recurso entre el Estado y las com-
pañías privadas.
Al respecto, alerta muy bien Claudio Katz:
“El alcance efectivo de la nacionalización es por ahora una incógnita (...)
constituye un importante paso adelante, cuya afirmación depende tanto del
monto como de la utilización de la nueva renta estatal. Si los fondos públicos
se destinan a favorecer a los grupos capitalistas, la nacionalización reproduci-
rá todos los vicios del estatismo petrolero que se han verificado desde México
hasta Kuwait. Una capa de burócratas reciclará el excedente para enriquecer-
se y facilitar la acumulación subsidiada de los empresarios afines al gobierno
de turno (...). Una larga experiencia de estatizaciones burguesas demuestra que
el número de empresas traspasadas al sector público no es sinónimo de mejo-
ras populares. Sólo la presencia, control e intervención directa de los movi-
mientos sociales en la administración de los nuevos fondos permitirá asegurar
su utilización en beneficio de la población” (“El torbellino de la integración”).
Otro ejemplo de derroche de recursos escasos es el proyecto de “capitalis-
mo andino-amazónico” fogoneado por García Linera, vice de Morales. No
podría haberse imaginado idea más romántica y despilfarradora de fondos, ya

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que el proyecto afirma que parte importante de la renta petrolera no debe ser
destinada a la industrialización del país, sino al “fortalecimiento de las econo-
mías familiares” tal cual son hoy. Es decir, operar una transferencia de recursos
no en la perspectiva del desarrollo de la gran producción sino para el sosteni-
miento de la pequeña propiedad. Según el vice boliviano, es necesario cons-
truir “un Estado fuerte que regule la expansión de la economía industrial, extrai-
ga sus excedentes y los transfiera al ámbito comunitario para potenciar formas
de autoorganización y de desarrollo mercantil propiamente andino y amazóni-
co (...) Es una falsa utopía pensar que todos se convertirán en empresarios for-
malizados. Seguirán trabajando familiarmente y a nivel doméstico por lo menos
por los próximos 50 años. La idea es que tengan soporte económico, acceso a
insumos, a mercados, que generen en su régimen económico (artesanal y fami-
liar) procesos de bienestar. Quizás la movilidad social sea pequeña y la mayo-
ría siga en la economía familiar de pequeña y mediana escala, pero con mejo-
res condiciones de vida y productividad” (en Le Monde diplomatique 79, edi-
ción argentina).
Aclaramos que no se trata de oponerse, ni siquiera en el caso de la transi-
ción socialista, a subsidiar por un período a la pequeña propiedad: la reivindi-
cación de “créditos baratos” para estos casos hace parte del programa de la
revolución socialista. Pero algo muy distinto es destinar el centro de los recur-
sos naturales y de generación de divisas a este sector y no a la inmediata indus-
trialización del país.
Por eso, resulta clave, estratégico, comprender y explicar que se trata de
“reformas” muy limitadas –a veces incluso ficticias– y no de transformaciones
revolucionarias reales anticapitalistas, porque las hacen gobiernos burgueses,
desde el Estado burgués, en un contexto capitalista y sin romper realmente con
el imperialismo, lo que hace que resulten socavadas desde el momento mismo
en que se toman.
El marco teórico más general para entender medidas como la nacionaliza-
ción parcial del gas es, creemos, el que estableciera de manera tan brillante
como educativa Milcíades Peña hace años:
“No todo el capitalismo argentino es privado. Pero las empresas pertene-
cientes al Estado –el «capitalismo de Estado»– se comportan exactamente igual
que las empresas privadas, sólo que empeorando las deficiencias de éstas. La
burocracia que dirige las empresas estatales se encuentra orgánicamente ligada
a la burguesía por la naturaleza de sus actividades mediadoras y reguladoras
(...). Como resultado, en la medida en que la burocracia de las empresas esta-
tales tiene poder de decisión, lo emplea con los mismos criterios burgueses que
guían a los empresarios privados. Y en un país como la Argentina, estos son los
criterios de una burguesía atrasada, dependiente del capital extranjero, que por
el hecho mismo de no poder sobrepasar el horizonte del régimen capitalista es
incapaz de formular una política apta para superar el atraso y la dependencia.
El atraso argentino, la baja productividad del trabajo nacional, son realimenta-
dos diariamente por el accionar de este capitalismo de Estado que, dilapidan-
do sin cesar recursos escasos, refuerza la dependencia del país frente a las

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metrópolis del capital. Lejos de ser un «instrumento de crecimiento económi-


co» (...), el «capitalismo de Estado» en la Argentina constituye un factor de
estancamiento tanto por lo que hace como por lo que deja de hacer, por el con-
tinuo despilfarro de recursos escasos en que incurre, así como por la completa
inoperancia en el sentido de planificar su acción con vistas a elevar la produc-
tividad” (Industria, burguesía industrial y liberación nacional, pp. 102-103).
En síntesis, lo que cabe retener es la idea de que, por un lado, se patea el
tablero respecto de las normas de los 90. Esto no es “continuista”, sino algo dis-
tinto: son medidas de “capitalismo de Estado”, diferentes al neoliberalismo puro
y duro, en condiciones de rebelión popular, de mediación electoral y crisis
hegemónica. Pero lo que ocurre como contracara es que se trata de “reformas”
enteramente capitalistas, que no van a dar soluciones de fondo.
En el caso de la “nacionalización” del gas, por ejemplo, lo que hay es más
bien un regateo entre el capitalismo de Estado boliviano y las multinacionales.
La renta petrolera y gasífera ha pegado un salto espectacular, acompañando el
precio del barril de 20 dólares a entre 60 y 75 dólares el barril. El negocio petro-
lero está en plena expansión, ya que explotaciones costosas como la offshore,
casi inviables con un barril a 20 dólares, a 70 u 80 dólares es negocio puro, una
inversión de retorno asegurado.
¿Qué es lo que está por detrás del nuevo evangelio de las empresas mixtas?
¿Cuál es el mensaje implícito del capitalismo de Estado? Un establecimiento de
nuevas condiciones a empresas que de todas maneras siguen haciendo grandes
negocios, con márgenes de ganancia altísimos. Eso es lo que hizo Chávez en
Venezuela, en el marco de asociaciones empresarias mixtas que le den “sólo”
el 10% de la producción a las multinacionales. Pero se trata igualmente de
ganancias que significan fortunas. Porque en la abrumadora mayoría de los
casos las multinacionales no invirtieron un peso en la exploración petrolera, la
parte más costosa del negocio. Los dos mayores yacimientos gasíferos de
Bolivia ya estaban descubiertos y puestos a funcionar por YPFB cuando
Petrobras asumió su administración.
Entonces, lo que tenemos son nuevas reglas de reparto de la renta con los
privados para mejor gestionar el Estado capitalista, en condiciones de rebelión
popular latente.

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IV. Los debates estratégicos


LA POLÍTICA FRENTE A LAS MEDIDAS “PROGRESIVAS”

El ya señalado carácter “anormal” de algunos gobiernos burgueses de la


región y la emergencia de un nuevo “reformismo” que adopta medidas “pro-
gresistas” plantean el problema de la política a adoptar por los socialistas revo-
lucionarios frente a ellas. Se trata de una discusión estratégica.
Tomaremos, nuevamente, el ejemplo de la “nacionalización” del gas en
Bolivia. Aunque esta medida tenga cierto costado de “pateo de tablero”, es
enteramente burguesa respecto de la perspectiva de la transformación social de
Bolivia. Entonces, no podemos apoyarla, porque va en el sentido de “resolver”
esta tarea de manera burguesa, es decir, parcial, inconsecuente y limitada, lo
que equivale a no resolverla. Da concesiones al movimiento de masas, pero en
la perspectiva de salvar al Estado burgués boliviano, no de liquidarlo. Los socia-
listas revolucionarios no podemos apoyar políticamente una medida que tenga
esa perspectiva y que no cuestiona de fondo las reglas de juego del capitalis-
mo, por más “antiimperialista” que parezca.
En la tradición marxista revolucionaria, el criterio de principios es que no se
pueden apoyar medidas políticas burguesas porque son parte de un todo polí-
tico: el mantenimiento del sistema capitalista. Y éste es, justamente, el caso de
la “nacionalización” del gas de Evo: es parte de una política global, de con-
junto, de liquidar la rebelión popular boliviana.
Por supuesto, sí es una obligación utilizar estas medidas, planteando, por
ejemplo, “queremos que se vaya hasta el final, que se expropie todo el gas, que
pase a manos de los trabajadores, no de los militares”. Y, frente a posibles
encontronazos con el imperialismo, enfrentamientos con las empresas multina-
cionales o intentos de reprivatización total, es una obligación la defensa de
Bolivia; como también, en la pelea por los contratos petrolíferos, defendemos
el derecho soberano del Estado boliviano de resolver los contratos bajo su pro-
pia jurisdicción. Como señala la declaración de SoB Bolivia sobre el gas, en
todo conflicto entre la nación opresora y la oprimida, nos colocamos en el
terreno de la oprimida.
Pero el punto de partida es que cada medida que toma un gobierno burgués,
sea “nacionalista” o de frente popular, es parte de una totalidad, del carácter
burgués del gobierno y del Estado. Y el otro elemento fundamental, estratégico
y decisivo, es que siempre sostenemos la independencia de clase de los traba-
jadores y su autodeterminación. Una renegociación de los contratos significa
un reparto distinto de la renta en condiciones más ventajosas para el Estado
boliviano. Pero nuestro ángulo es de clase: ¿qué tanto de esa renegociación va
a ir a parar de manera efectiva a la clase trabajadora? Por eso nuestro progra-
ma es que las empresas deben ser efectivamente expropiadas y pasar a manos
de los trabajadores.
Decía Milcíades Peña:

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“Un largo siglo después del Manifiesto Comunista, los sembradores de con-
fusiones afirman que es «estrecha y egoísta» la reivindicación que postula solu-
ciones «de clase» para el barco que se hunde. Toda la política marxista –en la
cuestión nacional tanto como en la esfera económica o en cualquier otro
aspecto de la realidad social– es una política de clase. Está dictada por los inte-
reses históricos del proletariado, que lucha para liberar a la humanidad de
todas las formas de opresión (...). El partido proletario puede y debe resolver el
problema nacional por sus propios métodos” (cit., p. 164).
¿Qué significa, entonces, que las empresas pasen a manos del Estado?
Obviamente, no somos “liberales” en el sentido de que apoyemos que estén en
manos privadas. Pero ¿qué significa que pasen a manos del Estado burgués? ¿En
qué se diferencia una nacionalización burguesa de una anticapitalista? ¿Quién
debe controlar y dirigir esas empresas? En esta discusión está el núcleo de nues-
tra posición respecto de las nacionalizaciones burguesas, porque las estatiza-
ciones capitalistas (como categóricamente señalara Trotsky en sus valiosos tex-
tos sobre Latinoamérica) no configuran formas de “socialismo” sino de capita-
lismo de Estado. Es por esto que hay que luchar por la expropiación total de las
empresas bajo control y/o administración obrera, como parte de la lucha por el
poder de la clase trabajadora.
Respecto de las medidas “progresistas” de los gobiernos nacionalistas bur-
gueses o de frente popular, creemos que tiene total actualidad la ubicación que
al respecto defendiera Nahuel Moreno –apoyándose en Trotsky– en su polémi-
ca con la OCI francesa, y que citáramos en nuestro debate con corrientes como
el MES de Brasil6:
“La pregunta es: ¿es posible apoyar los pasos o medidas progresivas de un
gobierno burgués y no apoyar a dicho gobierno? Nosotros creemos, con
Trotsky, que no: que apoyar los «pasos/medidas» de un gobierno burgués es
solidarizarse políticamente con él (...). En cuanto a los «pasos/medidas», jamás
los apoyamos, pero sí tenemos la obligación de utilizarlos, cualquiera sea el
carácter del gobierno burgués que los otorgue (...). Como marxistas revolucio-
narios no podemos juzgar cada medida de un gobierno por separado: «ésta es
buena, la apoyo; ésta es mala, la rechazo», sino en el marco de su política de
conjunto. Si un gobierno es burgués (...) por lo tanto también lo son todas sus
medidas, por «progresivas» que parezcan. En síntesis, juzgamos cada medida
de un gobierno en el marco de su política general, y en relación a la lucha de
clases, jamás aisladamente (...). Nada de eso significa que no luchemos por
medidas reformistas, pero entendiendo siempre que éstas son un subproducto
de la movilización revolucionaria de la clase obrera” (La traición de la OCI).

6
Citamos a Moreno recordando que no nos consideramos una corriente “morenista”. Sin embargo,
siempre hemos reivindicado textos como La traición de la OCI (1981) por su enorme valor educa-
tivo. En todo caso, tampoco nos consideramos “antimorenistas”; por el contrario, creemos que esta
corriente ha sido una de las más valiosas del trotskismo en la segunda posguerra, más allá de las
inercias teóricas y organizativas que la hicieron estallar. El morenismo dejó muy importantes expe-
riencias y enseñanzas positivas que, paradójicamente, parecen haber sido olvidadas por muchos
de los que hoy se dicen fervientes “morenistas”.

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En síntesis: frente a eventuales embates del imperialismo, defendemos el


derecho de la nación boliviana e, incluso, del gobierno de Evo Morales, a fijar
soberanamente su política. Pero nunca lo apoyamos políticamente. Sí creemos
que la clase obrera debe utilizar estas medidas, a las que defendemos incondi-
cionalmente frente al imperialismo, para ir más allá, en un sentido anticapita-
lista y socialista.

FRENTE ÚNICO ANTIIMPERIALISTA Y ESTRATEGIA INDEPENDIENTE

Hay una segunda discusión estratégica respecto de la política frente a estos


gobiernos. Como ya ha ocurrido en otras oportunidades en la historia del movi-
miento trotskista, la vía de la capitulación a ellos se pavimenta con la táctica
del “Frente Único Antiimperialista” (FUA). Corrientes como el MES de Brasil
(dentro del PSOL), el MST-Unite o incluso el PO, en el caso de Bolivia, sostie-
nen que en las condiciones de enfrentamientos con el imperialismo de algunos
de estos nuevos gobiernos (sobre todo el de Chávez, pero también Morales res-
pecto del gas), lo que se impone es “no ser sectarios” y “trabajar con la políti-
ca del FUA”.
Por ejemplo, los compañeros del MES afirman: “La situación latinoamerica-
na nos pone cuestiones y nuevos procesos que tenemos que abordar a partir de
nuestro punto de vista socialista revolucionario. Con relación a Venezuela: ¿la
política es sólo la defensa del país frente al imperialismo, o también apoyamos
al ALBA contra el ALCA y las medidas antiimperialistas de integración latinoa-
mericana del gobierno de Chávez? Si respondemos afirmativamente a esta
tarea, se trata de una política de frente único antiimperialista” (revista
Movimiento Nº 12). A lo que se agrega: “eso exige, para los revolucionarios
latinoamericanos, una política audaz, una política de apoyo al ALBA, a las
medidas progresistas del gobierno venezolano, y, al mismo tiempo la defensa
de la nación venezolana frente al imperialismo. No se trata sólo de un apoyo
circunstancial; para el imperialismo, la derrota del proceso bolivariano es una
cuestión estratégica. Ser parte de ese frente antiimperialista es la mejor –o la
única– manera de construir la organización socialista revolucionaria indepen-
diente también en la propia Venezuela” (idem).
Como se ve, los compañeros sostienen la tesis de que no se trata sólo “de
la defensa de la nación venezolana frente al imperialismo”, respecto de lo
cual estamos incondicionalmente a favor. Tampoco de la defensa circuns-
tancial del propio gobierno de Chávez ante cualquier nuevo intento golpis-
ta o ataque militar del imperialismo, que sostenemos también de manera
incondicional.
Por el contrario, lo que exigen es una estrategia de apoyo político a las
medidas de Chávez que se consideran “progresistas”. Es decir, reclaman a los
socialistas revolucionarios una capitulación total a gobiernos como el de Chá-
vez (o el de Morales), presentando esta renuncia escandalosa a la independen-
cia de clase como “la mejor o única” manera de construir organizaciones revo-
lucionarias en esos países.

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Esto es un desastre por donde se lo mire y representa la antítesis de las


posiciones que hemos presentado de Trotsky, Milcíades Peña y el propio
Moreno. Pareciera que lo vivido décadas atrás como tragedia (el apoyo del
trotskismo boliviano al gobierno burgués del MNR en oportunidad de la revo-
lución de 1952) pretende ser ahora reeditado como farsa. Porque la orienta-
ción del “apoyo a las medidas progresivas” de un gobierno burgués y la apli-
cación de las “tácticas” de FUA han jalonado toda una historia de capitula-
ción a gobiernos enemigos de la clase obrera, no sólo por parte del estalinis-
mo sino, lamentablemente, también de corrientes provenientes de la tradi-
ción del trotskismo.
A sabiendas de este antecedente acusador, los compañeros intentan justifi-
car “teóricamente” el paso a esta estrategia capituladora y etapista: “Nosotros,
revolucionarios latinoamericanos formados en el trotskismo, hemos abordado
históricamente las tareas antiimperialistas con ejes claros que nos diferencia-
ron de las corrientes que defendían la revolución por etapas (...). Sosteníamos
y sostenemos que las tareas democráticas y antiimperialistas son reivindica-
ciones que la burguesía no puede resolver hasta el final (...) que es la clase
obrera (...) quien puede llevar adelante un enfrentamiento consecuente con el
imperialismo y hacer un puente con las tareas socialistas” (Movimiento Nº 12,
pp. 17-18).
Hasta aquí, si bien suena a letanía, los compañeros parecieran mantenerse
dentro de la tradición del marxismo revolucionario. Pero inmediatamente des-
pués, se lee: “Mientras tanto, afrontamos situaciones donde gobiernos burgue-
ses o pequeño burgueses mantuvieron importantes embates con el imperialis-
mo y en determinado momento desempeñaron un papel progresista. Trotsky
apoyaba entusiastamente la nacionalización del petróleo realizada por el
gobierno de Lázaro Cárdenas”. Y a continuación se reitera, esgrimiendo las
Tesis de Oriente de la III Internacional, que “es indispensable forzar a los parti-
dos burgueses nacionalistas a adoptar la mayor parte posible de este programa
agrario y nacionalista”.
Estas definiciones concentran graves problemas que sintetizan buena parte
del debate estratégico planteado en la región. Uno no menor es que “mientras
tanto” se lleva a cabo una estrategia completamente incongruente con nuestra
perspectiva socialista general.
Por un lado, hay que dejar sentado que la estrategia “etapista” para Oriente
y el mundo semicolonial fue dejada de lado por los revolucionarios a partir de
la experiencia de la segunda revolución china y la formulación final de las Tesis
de la Revolución Permanente por Trotsky. En el III Congreso de la III
Internacional (1922), cuando fueron redactadas y votadas las famosas “Tesis de
Oriente”, la estrategia para los países coloniales era todavía explícitamente eta-
pista: la revolución burguesa en el Oriente se combinaba con la socialista en el
occidente capitalista. De ahí que se postulara la táctica del “frente único
antiimperialista” para realizar (en Asia, África o Latinoamérica), primero, la
revolución burguesa, que despejaría, luego, la vía para la maduración de los
elementos de la próxima revolución obrera y socialista.

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Cualquier trotskista formado sabe que tras la trágica experiencia de la


segunda revolución china y de la redacción final de las Tesis de la Revolución
Permanente (1927), Trotsky pasó a un punto de vista permanentista en todo el
mundo. En esas condiciones, la táctica del FUA y la causa común con movi-
mientos políticos burgueses o pequeño-burgueses quedaba descartada en bene-
ficio de un curso de independencia de clase.
En el mismo sentido se pronuncia Moreno:
“Una de las expresiones específicas más importantes de la teoría de los cam-
pos burgueses progresivos fue formulada por la propia Internacional
Comunista: es el frente único antiimperialista. Posteriormente, esta teoría fue
desarrollada de manera oportunista por Stalin y Mao y por las corrientes revi-
sionistas del marxismo y el trotskismo (...). El contenido principal de esta teoría
puede sintetizarse así: el eje estratégico del partido revolucionario en los países
atrasados es la conformación de un frente único antiimperialista con la bur-
guesía nacional (...). El eje de la política (...) no es lograr la independencia de
clase del proletariado y, en ese marco, estudiar la conveniencia táctica de hacer
tal o cual acuerdo limitado y circunstancial con algún sector de la burguesía,
sino exactamente lo contrario. Lo permanente, lo estratégico, es el acuerdo con
la burguesía” (La traición de la OCI, cap. 3).
Esto parece escrito para la polémica de hoy, porque precisamente corrien-
tes como el MES acusan de sectarismo a los que sostenemos la tesis del frente
único sólo “circunstancial”, esto es, en caso de ataque golpista o militar al
gobierno de Chávez. Esto es así porque para ellos “lo permanente, lo estratégi-
co” es el acuerdo –el “frente único antiimperialista”– con el chavismo, y no
“lograr la independencia de clase del proletariado”.
Todo esto, por supuesto, no implica negar el uso de tácticas –políticas y de
construcción– para ayudar a las masas a hacer la experiencia con estos gobier-
nos e impulsar hacia delante el proceso de recomposición. Este aspecto es obli-
gatorio, porque como señalara Lenin en El izquierdismo, enfermedad infantil
del comunismo, no hay nada que pueda reemplazar la experiencia que deben
hacer las masas trabajadoras por sí mismas (cuestión que suelen olvidar
corrientes con fuertes rasgos de secta, como es el caso del PTS argentino u
otras). En palabras de Lenin, “si somos el partido de la clase revolucionaria y
no simplemente un grupo revolucionario, y si queremos que las masas nos
sigan (...), debemos ayudar a las mayoría de la clase obrera a convencerse por
experiencia propia de que tenemos razón” (Obras completas, tomo 33, p. 192).
Esta necesidad de “colaborar a que las masas hagan la experiencia por sí mis-
mas” plantea complejos problemas tácticos. Por ejemplo, el planteo que la COB,
los mineros y los docentes urbanos de La Paz deberían levantar un pliego de rei-
vindicaciones hacia la Constituyente. O la participación en el PSOL (aun con
enormes límites reformistas) por el significado independiente que ha tenido la
ruptura de Heloisa Helena con el PT. Incluso la eventualidad de la táctica de un
voto crítico a Chávez que, al mismo tiempo, se separe del apoyo político al líder
bolivariano que en su momento planteó el PRS venezolano y que, lamentable-
mente, parece haber mutado en un voto acrítico, casi sin condiciones.

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Pero todos estos pasos tácticos deben ser congruentes con y estar subordi-
nados a una orientación no de apoyo político al gobierno burgués, sino de la
más intransigente independencia política y organizativa respecto de él.

POR LA UNIDAD SOCIALISTA DE LATINOAMÉRICA

El tercer debate estratégico que queremos desarrollar es el problema de la


“unidad latinoamericana”, tan pregonada por Chávez. Este debate no es senci-
llo porque, a priori, el ALBA impulsado por el venezolano contiene medidas
que aparecen como “progresistas”: por ejemplo, un intercambio basado en cri-
terios no mercantiles con Cuba. Eso hay que defenderlo, porque saca en parte
a Cuba del aislamiento. Pero, al mismo tiempo, el ALBA no se funda en reivin-
dicaciones anticapitalistas ni mucho menos obreras: ni aumento real de sala-
rios, ni expropiación de las principales ramas de la economía, ni el rechazo al
pago de la deuda externa.
Todo el debate respecto de la unidad latinoamericana y el ALBA tiene
mucha importancia, dado que las corrientes oportunistas se manejan con una
lógica de rendirse ante los hechos consumados. Afirman que “no hay que
manejarse con abstracciones”; que “hay que apoyar el ALBA” porque “es una
alternativa concreta frente al ALCA y el Mercosur”; que “el ALBA ubica la inte-
gración latinoamericana como un proceso que ya es objetivo”, etc.
Además, la prédica del chavismo pesa sobre la vanguardia, y no se resuel-
ve afirmando que es todo “más de lo mismo”. Hay que explicar por qué no apo-
yamos el ALBA y demostrar que no es una alternativa porque, si bien tiene ele-
mentos “alternativos” al ALCA, el Mercosur y los TLCs, en el fondo, es un cami-
no inconducente al no tener una perspectiva anticapitalista. Configura, más
bien, una serie de medidas aisladas y gestos, no un plan alternativo y coheren-
te a los dominantes del capitalismo en la región, como lo demuestra palmaria-
mente el reciente ingreso a todo vapor de Venezuela al Mercosur.
Nuevamente, los compañeros del MES son el punto de referencia más níti-
do en esta polémica:
“El proceso bolivariano pone a la izquierda revolucionaria frente a un de-
safío. Defensora de la idea de una Federación de Repúblicas Socialistas, tiene
el desafío de posicionarse –o no– en ese terreno concreto frente al imperialis-
mo y a los gobiernos entreguistas. La Federación Socialista fue una consigna
aplicada en la época del apogeo de la revolución cubana, cuando Fidel y el
Che habían puesto en marcha la OLAS (Organización Latinoamericana de
Solidaridad) y después la Tricontinental. Ahora existe un contexto diferente,
nuevo, sobre el cual es preciso actuar y que obliga a pensar una política con-
creta para este momento concreto. Política que permita incidir en el proceso de
lucha de clases, y esto no se puede hacer repitiendo las mismas consignas del
pasado de manera litúrgica. El ALBA ubica a la integración latinoamericana de
manera objetiva, y está dando pasos concretos en ese sentido (...). El ALBA sig-
nifica también un paso importante para la toma de conciencia antiimperialista
de las masas latinoamericanas, ya que no existe otra alternativa que llegue a

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ellas. Hoy es posible establecer un nuevo diálogo con el movimiento de masas


de cada país, presentar una opción frente al imperialismo (...). A partir de esta
situación y con esta política es que se puede presentar de manera más clara la
idea de la Federación de Repúblicas Latinoamericanas” (Movimiento Nº 12).
Como se puede apreciar, en esta formulación que apela a consideraciones
“concretas” ha desaparecido el carácter socialista de la Federación. Esta des-
aparición no es un mero error de redacción, sino el pasarse con armas y baga-
jes al programa del chavismo. Porque el planteo del ALBA, con todos los ele-
mentos “antiimperialistas” que, al menos en los papeles, tiene respecto de las
orientaciones centrales de EEUU, no configura una propuesta anticapitalista.
Y no se trata sólo del MES. En Argentina, el MST-Unite levanta la consigna
de “Segunda Independencia” a secas, algo que viene de una equivocada for-
mulación ya en el programa del viejo MAS de 1985. El MST-El Socialista tam-
bién la utiliza, sin tener en cuenta que, sin definición de clase, la consigna
queda esterilizada: no puede haber “segunda independencia” –por otra parte,
la “primera” fue completamente inconsecuente– ni “unidad latinoamericana”
en frente con la burguesía y sin romper con el capitalismo.
Volviendo al MES, su planteo “concreto” termina expresando la utopía reac-
cionaria de una estrategia que viene fracasando en la región desde hace 200
años: la unidad latinoamericana de la mano de las corrientes burguesas o
pequeño burguesas. Desde su formación, la ascendente burguesía latinoameri-
cana fue incapaz de resolver esa elemental tarea democrática y nacional, y el
propio proceso independentista de ninguna manera configuro una auténtica
“revolución social”. Ni siquiera obtuvo una verdadera independencia como la
de Paraguay hasta la Guerra de la “Triple Infamia” (1865-1870): se pasó del
carácter colonial respecto del decadente imperio español a la semicoloniza-
ción por parte del ascendente imperio inglés. Decía M. Peña:
“El movimiento que independizó a las colonias latinoamericanas no traía
consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de clases de
la sociedad colonial. Las clases dominantes continuaron siendo los terratenien-
tes y comerciantes hispano-criollos, igual que en la colonia. Sólo que la alta
burocracia enviada de España por la Corona fue expropiada de su control sobre
el Estado. La llamada «revolución» tuvo pues, desde luego, un carácter esen-
cialmente político (...) la independencia no fue (no quiso ser) una revolución
democrático-burguesa (...) la independencia de América Latina facilitó su plena
incorporación al mercado mundial y su subordinación sin intermediarios al
capitalismo inglés” (Antes de Mayo, pp. 76 ss.).
Si hace 200 años la burguesía no pudo ni quiso resolver la unificación del
continente... ¿cómo es posible que compañeros que se consideran socialistas
revolucionarios puedan creer que hoy Chávez deje planteada la integración
como proceso que ya es “objetivo”? En el colmo del éxtasis chavista, afirman:
“frente a la continuada supeditación de nuestros países al interés extranjero lle-
vada a cabo por gobiernos que, en esencia, son bisnietos de los Santander, La
Mar, Rivadavia, que traicionaron a Bolívar, hoy los pueblos de Cuba,
Venezuela y Bolivia nos muestran el camino de la anfictionía bolivariana.

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Frente al saqueo continuado, ahora bajo la forma de ALCA o los TLCs, ahí está
el ALBA para mostrarnos que otra Hispanoamérica es posible” (Olmedo
Beluche, “A 180 años del Congreso Anfictiónico de Panamá. La unidad latino-
americana: ¿utopía bolivariana o posibilidad real?”).7
Si fuera así, se trataría de una perspectiva que rompería con la lógica misma
de la revolución permanente en nuestro continente, en beneficio de una
“nueva” estrategia etapista.
En este contexto, no es casual que en este planteo aparezca –tal como en el
caso del FUA– la lógica del “mientras tanto”, que supone la necesidad de ubi-
carse “táctica” y “concretamente” en un terreno capitalista hasta nuevo aviso.
La molesta estrategia socialista, que nos alejaría de la “conciencia actual de las
masas”, queda siempre postergada para un futuro indefinido. Con razonamien-
tos ad hoc de este tipo sólo se busca justificar el apoyo político al gobierno cha-
vista. A esto se resume todo el posicionamiento “en el terreno concreto”.
Revisemos ahora el argumento de que el ALBA estaría planteando la inte-
gración latinoamericana “de manera objetiva”. La cruda verdad es que el ALBA
no ha dado un solo paso concreto en hacer avanzar la integración latinoame-
ricana como un proceso que ya es “objetivo”. De hecho, el ingreso de
Venezuela al Mercosur representa indiscutiblemente un paso atrás incluso res-
pecto de las limitadas medidas que propone el ALBA.8 Y no es casual que la
mayoría de los acuerdos comerciales establecidos por Chávez a lo sumo hayan
servido como cobertura para acuerdos económicos de Estados o para negocios
regionales con grupos capitalistas “amigos”.
Sin duda, Chávez tiene todo el derecho a hacer acuerdos que tiendan a evi-
tar el aislamiento económico de su país o a establecer medidas económicas de
“protección recíproca” con Cuba (o Bolivia) que no estén basadas en un crite-
rio directamente mercantil. Pero no es esto lo que da el tono y contenido real
al conjunto de la política exterior y las relaciones económicas de Chávez con
los demás países. Que Chávez mande a Cuba petróleo a cambio de la brigada
de médicos y alfabetizadores de las “misiones” atenúa los efectos del bloqueo
yanqui y el aislamiento económico de la isla. Pero la cosa no pasa de ahí: hace
décadas que Castro practica la misma política reaccionaria de acuerdos de
Estados que de ninguna manera impulsa un curso desde abajo, anticapitalista,
en los países de la región.
Para el marxismo, la política exterior no es más que la continuidad de la
interior, y en ese sentido no es casual que Venezuela no sea estructuralmente
distinta al resto de Sudamérica. Padece el mismo nivel de inequidad social,
subdesarrollo agrario y raquitismo industrial que el resto de la región; la pobre-

7
De paso, señalemos que Milcíades Peña advierte que Bolívar, al convocar el Congreso
Anfictiónico, de ninguna manera tenía en mente la unidad real del continente, sino sólo una serie
de planteos limitados que tampoco pudieron ser llevados a cabo en virtud de la configuración ya
centrífuga de las proto-burguesías del continente.
8
Lo mismo señala Katz: “la visibilidad y el protagonismo del ALBA han quedado ensombrecidos
por una decisión que socava la concreción del proyecto: el ingreso de Venezuela al Mercosur” (“El
torbellino de la integración”).

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za sigue afectando, luego de siete años de gobierno chavista, al 80% de la


población, y el empleo informal abarca a las tres cuartas partes de los trabaja-
dores. El asistencialismo social, la distribución de tierras improductivas y los
créditos al cooperativismo podrían ayudar a una redistribución progresiva del
ingreso. Pero remontar la regresión social y revertir el desempleo estructural
presupone inversiones estatales (bajo control de los trabajadores) de grandes
dimensiones y, sobre todo, la expropiación de los grandes capitalistas. No
alcanza con el “desarrollo endógeno” en las ciudades (formas cooperativas que
nivelan a la baja las condiciones de trabajo y sueldos de los asalariados), ni con
la erradicación sólo de las tierras improductivas en el campo, mientras las más
productivas siguen en manos de los grandes capitalistas agrarios.
Producto de la lucha obrera contra el “paro-sabotaje”, se dio un gran paso
con la expulsión de la gerencia transnacionalizada que controlaba PDVSA.
Pero inmediatamente la empresa fue declarada “estratégica” y el control obre-
ro fue sumariamente desmontado. La experiencia histórica ha demostrado a lo
largo de todo el siglo XX que las conquistas congeladas se diluyen. Chávez ha
declarado varias veces su admiración por la revolución cubana, pero, como ya
señalamos, en modo alguno implementa las medidas de ruptura con el capita-
lismo que se adoptaron en Cuba en los 60.
En este marco, las convocatorias regionalistas no sólo no han tenido gran
recepción entre sus colegas centroizquierdistas, sino que el ingreso de
Venezuela al Mercosur está pensado para actuar de mecanismo de contención
del presidente “díscolo” de Latinoamérica. Y respecto de la multiplicación de
reuniones, foros y convenios internacionales de los presidentes de la región,
muchas de las medidas y acuerdos sirven básicamente para brindar cobertura
a los negocios que ya entrelazan a varios grupos capitalistas y a la mera bús-
queda de una mejor inserción en la globalización:
“De estos convenios no surge la «integración autónoma» que ambicionaría
Chávez. Porque este objetivo (en contrario con el ingreso y sometimiento a las
reglas del Mercosur) requeriría implementar transformaciones estructurales que
ningún gobierno centroizquierdista está dispuesto a llevar a cabo. Por ejemplo,
para que Petrosur revierta la sumisión energética de la región, habría que re-
estatizar el petróleo en Argentina y Brasil (...). Pero es evidente que ni Kirchner
ni Lula están dispuestos a esto. Por el contrario, mantienen alianzas estratégi-
cas con Repsol u otras multinacionales que preservan la privatización del sec-
tor (...). El gobierno argentino no sólo preserva los intereses de los grupos pri-
vados petroleros del país, sino que actúa como gran mediador para asociar a
estas compañías a los proyectos de integración energética regional. El eje de
estos planes es la creación de una red de gasoductos (...) Kirchner insiste en
otorgar un papel gravitante en este proyecto a todos los grupos privados que
acompañan su gestión (especialmente a Techint)” (C. Katz, “El torbellino de la
integración”).
En estas condiciones, la supuesta intención de Chávez de contagiar el “espí-
ritu bolivariano” a los gobiernos centroizquierdistas choca con un elemental
obstáculo estructural: las clases dominantes de la región preservan la confor-

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mación centrífuga (hacia afuera) que históricamente bloqueó su asociación. El


sueño de la unidad latinoamericana no podrá concretarse mientras los grandes
grupos capitalistas, asociados íntimamente al imperialismo, manejen la econo-
mía y el poder. Más allá de las palabras y los gestos altisonantes, la política de
Estado por arriba, sin el impulso real a una orientación de lucha de clases, de
liquidación de la gran propiedad privada, en nada puede modificar la confor-
mación estructural del continente.
Es aquí donde mueren las palabras del “comandante” y el ALBA, cuyo con-
tenido y lógica última no excede los acuerdos de Estados. Y éstos, tal como se
pretenden implementar, resultan o una cobertura a negocios con sectores capi-
talistas o un callejón sin salida, sin ninguna viabilidad histórica.
Esta situación no es algo que el “contexto diferente” del que habla el MES
haya cambiado; más bien al contrario. No es ninguna novedad teórica que no
hay posibilidad estructural de “integración latinoamericana” sin un curso anti-
capitalista. En todo caso, lo realmente “diferente” en el actual contexto de mun-
dialización del capital es que una “patria grande” latinoamericana capitalista es
aún menos posible que en el pasado. La fuerte transnacionalizacion de las eco-
nomías de todos los países de la región y los vínculos que ya mantienen con el
mercado mundial hacen completamente irreal e ilusoria la prédica “latinoame-
ricanista” sin ruptura con el imperialismo.
La unidad regional es una aguda necesidad de los pueblos del continente:
buena parte del atraso y sometimiento de la región se deben a que –a diferen-
cia de Estados Unidos– en Sudamérica nació una miríada de estados relativa-
mente pequeños que impidió el desarrollo de economías de escala y, por tanto,
de sus fuerzas productivas. Paralelamente, la emancipación sólo política de un
imperio en decadencia como España llevó a una renovada dependencia eco-
nómica respecto de las potencias imperialistas en ascenso: Inglaterra en el siglo
XIX; Estados Unidos desde mediados del XX.
Pero si la unidad latinoamericana no pudo lograrse entonces, si las burgue-
sías emergentes sólo comandaron un proceso de lucha política y militar pero
no social, que no conquistó verdaderamente la independencia de la región,
¿cómo podría lograrse ahora, cuando prácticamente no quedan burguesías pro-
piamente “nacionales”?
La conclusión es que, más que nunca, un proceso revolucionario que
supere las fronteras y estados nacionales dando lugar al desarrollo de las fuer-
zas productivas y verdaderas economías de escala no vendrá de un “frente
único antiimperialista” con Chávez ni de acuerdos de Estados con Kirchner,
Lula o Evo Morales. Sólo puede venir de un curso independiente, de la mano
de la clase obrera que, encabezando una alianza con el resto de los explotados
y oprimidos, imponga con su lucha los Estados Unidos Socialistas de
Latinoamérica. Ya 50 años atrás, Milcíades Peña insistía:
“No es la «unidad nacional de nuestros pueblos» por sí sola la que enterra-
rá el atraso y la opresión imperialista, sino la unidad latinoamericana más la
planificación socialista de la economía, producto de esa revolución permanen-
te sin la cual no es viable la unidad de América Latina. Cuando el sembrador

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de confusiones [Abelardo Ramos] afirma frívolamente que «la unidad nacional


de América Latina», por sí misma y con abstracción de su contenido social,
traerá la emancipación y la superación del atraso, desempeña dos funciones
políticas bien definidas. Primera, ocultar el carácter necesariamente socialista
de las bases sobre las cuales se asentará la unidad de América Latina, desper-
tando y fomentando así la ilusión fatal de que esa unidad es posible y probable
como unidad de naciones capitalistas. Segunda, ocultar que la unidad de
América Latina, admitiendo por un instante que fuera posible sobre bases capi-
talistas, resultaría en sí misma incapaz de superar el atraso del continente (...).
La unión de veinte países capitalistas atrasados haría simplemente un país atra-
sado de dimensión continental” (Industria, burguesía industrial y liberación
nacional, pp. 171-172).
Cincuenta años después, no hay nada que agregar a esta categórica defini-
ción. En todo caso, la pelea por la Unidad Socialista de Latinoamérica tiene una
condición ineludible: avanzar hacia gobiernos obreros, campesinos y popula-
res que desborden por izquierda las actuales experiencias “postneoliberales”,
nacionalistas burguesas y frente populistas. Es sólo por la vía de la federación
obrera y socialista que se podrá alcanzar la ansiada unidad latinoamericana. Y
trabajar en esta perspectiva requiere hoy no depositar ninguna confianza en los
actuales gobiernos de mediación.

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V. La construcción de organizaciones
revolucionarias
¿CHAVISMO O PELEA POR LA INDEPENDENCIA DE CLASE ?

Del marco anterior se desprende una importantísima discusión respecto de


las estrategias de construcción de los revolucionarios en el actual período. Hay
todo un debate sobre si subirse o no a la ola chavista continental. Algunas
corrientes afirman que el chavismo es un “proceso objetivo” en el cual “no se
puede no estar”. Pero hay procesos y procesos, porque en primer lugar, hay que
verificar si se trata de procesos de organización de los trabajadores o de otra
índole de clase.
En la Argentina, por ejemplo, y más allá de sus grandes limitaciones, el
movimiento de desocupados constituyó un proceso real, objetivo, social más
que político, pero esencialmente de trabajadores. Y, por lo tanto, desde el
nuevo MAS consideramos necesario insertarnos en él. Pero hay una diferencia
de clase con el caso del chavismo: el movimiento “piquetero” es –en términos
generales– de trabajadores y emergió desde abajo: se trataba de un movimien-
to independiente, más allá de las tremendas y crecientes presiones que ha veni-
do sufriendo de parte del Estado.
En cambio, el chavismo no es un movimiento independiente: es un movi-
miento dirigido aunque más no sea por la “sombra de la burguesía” y desde el
Estado. Es un movimiento burgués o pequeño burgués, no independiente, no de
clase. También están los casos del MAS en Bolivia (movimiento-partido cam-
pesino pequeño burgués) o el partido de Humala en el Perú (nacionalista bur-
gués o pequeño burgués).
Las corrientes más oportunistas, con la excusa de la búsqueda de “un vehí-
culo para llegar a las masas”, despliegan una orientación de construcción que,
de conjunto, configura una perspectiva de renuncia a la independencia políti-
ca de clase y revolucionaria respecto de varios de estos nuevos gobiernos y
movimientos que claramente no son de la clase trabajadora.
Como ejemplo de esta ubicación tenemos, una vez más, el caso del MES:
“Sería un gravísimo error no participar de este proceso. No es posible
excusarse usando como argumento que Hugo Chávez no sea representante
de la clase trabajadora (...). La resolución de la III Internacional afirma: «los
partidos comunistas en los países coloniales o semicoloniales de Oriente, que
todavía están en un estado más o menos embrionario, deben participar de
cualquier movimiento apto para abrirle un acceso a las masas». Exactamente
de eso se trata: las corrientes socialistas revolucionarias, que hoy son una
minoría, deben participar del movimiento bolivariano que se va a expandir
en nuestro continente y puede provocar nuevos procesos similares al de
Venezuela (...). Sólo si formamos parte de este frente único, que va a tomar
formas regionales y continentales, podremos «abrir el acceso a las masas»”
(Movimiento, cit.).

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Por el contrario, precisamente el surgimiento de este “nuevo reformismo”


liderado por corrientes o movimientos burgueses o pequeño burgueses plantea
llevar adelante una estrategia de construcción desde un criterio de clase opues-
to. Es decir, la necesidad de redoblar los esfuerzos por intervenir en el proceso
de la lucha y recomposición de los trabajadores desde el ángulo de la total
independencia e intransigencia respecto de la ola centroizquierdista, naciona-
lista y frentepopulista en curso.
Hay que utilizar la situación que se nos presenta no para “participar en el
movimiento bolivariano continental”, sino para dar pasos cualitativos en la
construcción –aun cuando esto sea hoy “contra la corriente”– de alternativas de
clase e independientes a partir del desarrollo de la experiencia de amplios sec-
tores de la vanguardia y franjas de las masas trabajadoras con los límites de
clase de estos gobiernos.
Esto supone en el actual período una pelea en dos frentes: contra las corrien-
tes oportunistas pero también contra las autoproclamatorias, que sólo miran su
propio ombligo y no participan en los procesos independientes de frente único
de tendencias.
Porque este proceso de recomposición ya está dando lugar a la aparición de
corrientes más o menos independientes a la izquierda de estos gobiernos en las
que hay que participar y pelear por una orientación socialista revolucionaria
consecuente. Se trata de experiencias de movimientos más amplios que el
puñado de socialistas revolucionarios que somos en varios países: movimientos
políticos y sociales de la clase obrera, no burgueses o pequeño-burgueses como
es el caso de los “bolivarianos” o el MAS boliviano, que gobiernan el Estado
capitalista.
Esto significa participar en e impulsar desde Instrumentos Políticos de
Trabajadores hasta fuertes corrientes y/o partidos socialistas revolucionarios
insertos en la clase obrera, según corresponda al estadio de construcción en
cada caso. Porque aunque la fase de mediación sea más o menos larga, es
precisamente frente a este tipo de gobiernos cuando mayores son las posibi-
lidades de desbordarlos por izquierda en una perspectiva de revolución
socialista.
Esto requiere una condición: mantener la máxima independencia política
y organizativa, aun cuando esta independencia necesariamente deba incluir
la mayor audacia y flexibilidad táctica a la hora de participar en los movi-
mientos de clase que emerjan, con todas las limitaciones reformistas que pue-
dan tener.
Así, por ejemplo en Bolivia sigue planteada una dura pelea por la construc-
ción de un Instrumento Político de Trabajadores sobre la base de mineros,
docentes urbanos de La Paz y la COB, no la militancia dentro del MAS de
Morales (como es la postura del PO argentino para ese país). También está el
impulso a la experiencia de la C-CURA y el PRS en la propia Venezuela, preci-
samente por fuera del “movimiento bolivariano”, al mismo tiempo que se de-
sarrolla una polémica en el sentido de que esta experiencia, todavía muy
embrionaria, tiene más elementos de independencia “organizativa” que de

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auténtica independencia política. Alguna forma de IPT es también lo que está


planteado poner de pie en Paraguay, frente a la posible candidatura del ex
monseñor Lugo.
Finalmente, en Brasil, tuvo lugar la experiencia del Frente Clasista entre el
P-SOL, el PSTU y el PCB, al que consideramos muy progresivo, más allá de sus
serias limitaciones programáticas. Incluso en nuestro país sería de gran impor-
tancia la puesta en pie de un Movimiento Político de Trabajadores. Claro que
no es ésta la perspectiva del MST-Unite, que busca reconstruir Izquierda Unida
con Cafiero y el PC.

INDEPENDENCIA DE CLASE Y PARTIDO REVOLUCIONARIO

Es este tipo de orientación independiente, este tipo de movimientos de clase


más amplios en los que los socialistas revolucionarios somos una minoría o par-
ticipamos en frentes únicos de tendencias y buscamos construirnos como ala
revolucionaria socialista consecuente, lo que está a la orden del día en varios
países.
Construirnos como corriente socialista revolucionaria consecuente alrede-
dor de procesos objetivos de independencia de clase es decisivo, además, por-
que en la mayoría de los casos estas experiencias están dirigidas por las
corrientes más oportunistas, y cualquier sacudón fuerte de la lucha de clases,
inevitablemente, las hará entrar en crisis en tanto que organizaciones inde-
pendientes.
Por otro lado, la perspectiva no es sólo alcanzar la independencia políti-
ca de clase: ese es sólo el primer paso. Es absolutamente imprescindible,
como lo demuestra toda la experiencia histórica del siglo XX, la construc-
ción de fuertes partidos obreros socialistas y revolucionarios. La construc-
ción del nuevo MAS y de los núcleos fundacionales en los países en los que
estamos comenzando a actuar se lleva a cabo precisamente en esta pers-
pectiva estratégica, que da a las enseñanzas de Lenin una vigencia aún
mayor, si cabe, en este nuevo siglo que en el anterior. Porque si el proceso
“espontáneo” de la lucha no podía en el pasado llevar, mecánicamente, al
desarrollo de la conciencia socialista de la clase obrera, menos aún puede
hacerlo en un contexto de continuidad de una seria crisis de subjetividad de
los trabajadores.
Sin duda, el grado de progreso en esta tarea decisiva de la construcción par-
tidaria depende del estadio de construcción en cada país. En general se trata,
en el caso de nuestra corriente, de una muy inicial “acumulación primitiva”
hacia la constitución de ligas socialistas revolucionarias. Además, de ninguna
manera tenemos la concepción de que la mera acumulación numérica de mili-
tantes nos pueda llevar de manera lineal al crecimiento hacia una acumulación
de “partido”. Esta concepción es antidialéctica y autoproclamatoria: siempre ha
sido imprescindible, y lo es hoy más que nunca, la confluencia con compañe-
ros, corrientes, agrupamientos y partidos provenientes de otras tradiciones o
experiencias.

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Pero esto no quita que renunciemos a la tarea fundamental que tenemos


hoy: la acumulación y formación de cuadros que nos permita alcanzar, en un
próximo período, una base y objetivos superiores a los que nos podemos trazar
hoy, sobre todo en Brasil (pero también en Paraguay y Bolivia), que es la for-
mación de sólidos núcleos fundacionales.

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