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Capitulo 03

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PREMISAS FILOSÓFICAS PARA LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Hemos establecido que el conocimiento científico y multilateral de la sociedad


incluye necesariamente la teoría social general. Sin embargo, se corre siempre el
peligro de convertir esta teoría en cierto esquema suprahistórico que se impone
por la fuerza a la realidad histórica concreta y lleva a construcciones
especulativas, a veces incluso lógicamente armoniosas y atrayentes, pero muy
ajenas a la marcha real de la historia.

Por eso, al exponer el materialismo histórico, queremos recalcar desde el


comienzo que es más bien una guía para el estudio de la sociedad y que no es un
modo de construcción de la marcha de la historia, no es una llavecita mágica que
nos libre de la necesidad de estudiar los secretos de esta última. El materialismo
histórico no se plantea explicar la marcha concreta de la historia en una u otra
época, en uno u otro país. El materialismo histórico estudia las leyes generales del
desarrollo de la sociedad y ofrece únicamente principios orientadores y generales,
no aplicables, por ejemplo, del mismo modo para Inglaterra que para Francia o los
Estados Unidos, para los países capitalistas o los socialistas, los de industria
desarrollada o los que se hallan en desarrollo, puesto que son muy específicas las
condiciones concretas y toda la marcha de la historia de cada uno de estos países
o grupos de países.

El materialismo histórico es una parte orgánica de toda la concepción del


marxismo y está ligado inseparablemente a su filosofía general. Pero los principios
filosóficos se traducen en él al idioma de la teoría social, sirviendo de base para
toda investigación social.

Fijamos la atención en estos principios filosóficos porque, asentada precisamente


sobre ellos, la teoría social general puede servir de método científico para
investigar la vida social.

El principio más importante que constituye la base de la teoría científica dela


sociedad, expresa su esencia y la distingue de las diversas concepciones
sociofilosóficas de antes y de ahora, es el principio materialista, la comprensión
materialista de la vida social.

El sentido del materialismo en la concepción de la historia consiste en reconocer


que la vida material de la sociedad y, ante todo, el proceso social de la producción
material no es simplemente uno de tantos factores necesarios de la vida social,
sino la base material de la interacción de todos los fenómenos sociales,que
determina, en última instancia, la esfera espiritual, lo mismo que todas las demás
manifestaciones de la vida de la sociedad.
La idea del materialismo en la historia ha suscitado siempre diferentes actitudes
hacia ella. Unos la consideran como algo que se cae de su peso, para otros es
algo primitivo y absolutamente estéril en la ciencia; algunos estiman que esta idea
está presente en todas las teorías sociales, otros la rechazan en absoluto. Lenin
calibró con la mayor exactitud y acierto el principio del materialismo en la historia,
calificando de genial la idea misma del materialismo en la sociología.

Al igual que la renuncia a las ingenuas <explicaciones>mitológicas y religiosas de


los fenómenos naturales y el paso a la investigación de los mismos sirvieron de
premisa lógica para las ciencias naturales, la superación de los intentos de
explicar la historia a partir de la conciencia humana o sobrehumana y el paso a las
posiciones del materialismo son condiciones indispensables y base de la
comprensión científica objetiva de los procesos que se producen en la sociedad.
Pero, el materialismo debe concretarse aquí y expresarse mediante un sistema de
conceptos que permita hacerlo realidad.

La elaboración de este sistema de conceptos es una gran realización de la ciencia.


Hasta en la mecánica, que estudia el movimiento de partículas materiales, el
movimiento de los cuerpos en el espacio, es decir, el movimiento más sencillo y
elemental de cuantos el hombre conoce, con el que tiene que tratar a diario,
hubieron de pasar miles de años para que se pudieran elaborar conceptos
científicos del movimiento mecánico y se descubrieran sus leyes. La mecánica
clásica, establecida por Galileo, Newton, La grange y otros grandes sabios,
descansa en conceptos tan conocidos como la velocidad, aceleración, masa,
inercia, fuerza, etc. Mediante las relaciones recíprocas entre estos conceptos, la
ciencia expresa las leyes de la naturaleza, cuyo conocimiento permite utilizar las
fuerzas naturales en la actividad práctica del hombre. Ocurre lo mismo con los
conceptos del materialismo histórico, que se denominan categorías.

Categorías son los conceptos fundamentales de la ciencia que reflejan los


diversos aspectos esenciales del objeto que ésta estudia. El objeto de la
investigación de cualquier ciencia, y con más razón la sociedad, constituye la
unidad de distintos aspectos y multiformes conexiones. Por eso es natural que no
se pueda reproducir en el pensamiento el objeto de la investigación en toda la
riqueza de aspectos y conexiones valiéndose de una sola noción o de un solo
concepto. Tan sólo un sistema de conceptos o nociones, cada uno de los cuales
brinda un conocimiento unilateral o, como suele decirse, abstracto del objeto,
permite reproducir en el pensamiento la realidad concreta en toda su diversidad,
en proceso de movimiento y desarrollo. Las categorías son fruto del análisis, del
desmembramiento del objeto y sirven de fases del conocimiento del mismo. No
son creaciones arbitrarias de la razón humana, sino el reflejo en la conciencia del
hombre de determinados aspectos, propiedades y conexiones del objeto que se
investiga.

La necesidad de elaborar categorías en el proceso histórico del desarrollo del


conocimiento viene precisamente condicionada por el hecho de que no se puede
dar una idea integral y concreta del objeto investigado sin desmembrarlo y sin
clasificar sus distintos aspectos por categorías. Sin embargo, esto no es más que
un aspecto de la cuestión.

La necesidad de elaborar categorías la condiciona, además, la importancia que


tienen para el conocimiento de las leyes del mundo objetivo. La misión del
conocimiento no consiste en sólo reproducir el objeto en el pensamiento, sino en
descubrir sus leyes, conexiones y relaciones esenciales. Pero la esencia del
objeto sus leyes no se hallan en la superficie de los fenómenos, están ocultas y se
encuentran fuera del alcance de los sentidos. Por eso es preciso pasar de los
fenómenos a la esencia, penetrar mediante la teoría en la esencia del objeto y
clasificar en las correspondientes categorías el grado alcanzado en el
conocimiento. Las leyes objetivas expresan la relación entre esencias. Se reflejan
en el pensamiento como leyes de la ciencia expresadas mediante la relación de
categorías. Por consiguiente, elaborar categorías es un requerimiento lógico para
definir las leyes de la ciencia.

El objeto del materialismo histórico debe reflejarse también en las categorías


científicas. En la sociedad, en tanto que objeto material, existen y rigen también
leyes objetivas. En este sentido, dicho objeto no se diferencia en absoluto de los
demás objetos materiales. No obstante, la sociedad es un objeto de investigación
muy especial. Las categorías de las ciencias naturales, elaboradas sobre la base
de los fenómenos naturales, y los conceptos filosóficos más generales no pueden
reflejar y expresar el carácter específico de la vida social. Por eso, en el proceso
del conocimiento de la vida social, el materialismo histórico elabora sus propias
categorías, recurriendo, con ese fin, a los adelantos de todas las ciencias sociales.

El objeto de la investigación determina también la composición de las categorías


del materialismo histórico. Las categorías fundamentales de éste son las que
reflejan, bien los aspectos esenciales de la vida social, comunes a todas las fases
del desarrollo histórico (ser social, conciencia social, modo de producción, base,
superestructura, etc.), bien la unidad interna y la integridad de la sociedad en cada
una de sus etapas (formación socioeconómica, régimen de la comunidad primitiva,
formación esclavista, formación feudal, capitalismo, socialismo). Además, en el
materialismo histórico existen categorías que reflejan unos y otros aspectos de la
vida social propios sólo de algunas y no de todas las formaciones, pero
importantes para comprender el desarrollo de éstas (clases, Estado, política,
guerra, etc.).La sociedad se presenta ante la visión mental del hombre como una
red de fenómenos, acontecimientos y procesos concatenados. Lenin escribía:
<Las categorías son peldaños de la escala de conocimiento del mundo, son los
nudos dela red que ayudan a conocerla y a dominarla>.Resultado del análisis de
la vida social y de la penetración de la esencia de ésta, las categorías del
materialismo histórico vienen a ser un determinado balance del proceso de
conocimiento. Al propio tiempo sirven de puntos de apoyo en el avance del
conocimiento partiendo de lo conocido para descubrir la incógnita, de medio para
asimilar la diversidad real de la vida social y para dominar la compleja red de
fenómenos sociales. Dicho en pocas palabras, las categorías son resultado y
medio del proceso de conocimiento.

Finalmente, para bien las categorías del materialismo histórico hay que considerar
que este último, a diferencia de las otras ciencias sociales, es una ciencia
filosófica, metodológica, o sea, una ciencia que no se limita a estudiar unos y otros
aspectos o procesos de la vida social sino la sociedad y la vida social como
proceso único, en interacción y conexión de todos sus aspectos y es, por tanto,
una teoría y un método general de conocimiento dela sociedad. Por consiguiente,
las categorías del materialismo histórico tienen valor metodológico para conocer la
vida social y la actividad práctica de los hombres. Sin embargo, esto no quiere
decir que dichas categorías puedan servir de por sí como base para sacar
conclusiones teóricas concretas y adoptar acuerdos prácticos.

Las categorías y las leyes del materialismo histórico expresadas con ayuda de
aquéllas son el hilo que conduce a la madeja de la realidad concreta en su
conjunto y de ciertos aspectos de la misma. Por eso, se pueden sacar
conclusiones teóricas correctas que sirvan de guía para la labor práctica, no a
partir de las categorías mismas, sino sólo del análisis de la situación concreta,
investigada por el método del materialismo histórico, de sus categorías y leyes. A
ello se debe, precisamente, el que procuremos, en nuestra exposición del
materialismo histórico, caracterizar las categorías fundamentales de la ciencia
partiendo del punto de vista del contenido objetivo y del valor metodológico que
tienen para conocer y trasformar la vida social, para formular y estudiar las leyes
de la ciencias, para comprender la unidad y la diversidad las conexiones internas y
la integridad del proceso histórico.

Las categorías fundamentales, con las que la idea general del materialismo se
traduce al idioma de la teoría social son los conceptos de <ser social> y
<conciencia social>. No cabe identificarlas con los conceptos filosóficos generales
<ser> y <conciencia>. El ser social –la vida material de la sociedad-es una
categoría social específica. Al destacar el ser social desemejante del ser natural
en general, Marx enfoca la sociedad como objeto cualitativamente especial que no
puede reducirse al objeto físico, biológico o espiritual. Aunque la sociedad existe
en la naturaleza y es inseparable de ella, aunque el hombre vivo es una unidad
biológica, ni las leyes del mundo físico, ni las biológicas, de las que la sociedad y
el hombre no están libres, expresan el carácter específico de la sociedad, por lo
cual no pueden servir de explicación de la misma. Para comprender el ser social,
es preciso conocer sus propias leyes.

En todos los fenómenos y procesos materiales existen y rigen leyes objetivas


específicas. El destacar el ser social como base material de toda la vida social
tiende el camino para dominar las leyes del mismo, es decir, las leyes a que
obedece la historia. En ello se manifiesta igualmente la significación del
materialismo para el conocimiento del proceso social.

Sobre la base de la vida material de la sociedad, a partir de la diversidad de las


relaciones sociales y de la actividad de los hombres, nace la conciencia social, o
sea las distintas ideas, concepciones, teorías, representaciones, sentidos sociales,
etc., mediante la cual el hombre, los grupos y la sociedad entera asimilan
espiritualmente el mundo circundante, adquieren conciencia de su propio ser y
resuelven los problemas que se les plantean. La conciencia es un elemento
indispensable de la vida social, ya que esta última es, en todas sus
manifestaciones, fruto de la actividad del hombre, ser consciente. Y el carácter, el
nivel y las tendencias del desarrollo de la conciencia social vienen condicionados,
a la postre, por el ser social, aunque la interacción real entre ellos, como veremos
más adelante, es muy compleja y multiforme.

Así, en los conceptos del ser social y de la conciencia social se resuelve el


problema fundamental de toda teoría filosófico-sociológica: el problema de qué
principio –el material o espiritual-es el primario, principal y determinante en la vida
social. La solución materialista del problema implica el reconocimiento de la
primacía del ser social respecto de la conciencia social; es la base de la
concepción materialista de la historia, y las categorías mencionadas son de valor
básico para todo el sistema de conceptos del materialismo histórico.

Ahora bien, por importante que sea el principio materialista del análisis de la vida
social, su aplicación consecuente no es posible sin poner en claro el problema de
si el objeto sometido a investigación es inmutable o se halla en proceso de
desarrollo y en qué conceptos –inmóviles, absolutos o variables, relativos y
flexibles-hay que reflejarlo. En nuestro dinámico siglo, cuando ante los ojos de una
generación se operan colosales cambios en la vida social, la respuesta a esta
pregunta aparece de por sí clara. Por supuesto, la sociedad se desarrolla, y hay
que reflejarlo en conceptos flexibles y variables. Sin embargo, no sólo en el
pasado, sino también en el presente, muchos sociólogos, historiadores y políticos
se valen de conceptos, convicciones y expresiones estereotipadas, ya plasmadas
y gratas para cada uno de ellos, a fin de comprender los acontecimientos que se
producen en la sociedad. Ellos operan con los conceptos de <sociedad>,
<naturaleza humana>, <personalidad>, <libertad>, etc., como términos
impregnados siempre de un mismo contenido; descubren el <capital>, la
<plusvalía>y otros fenómenos análogos ya en la antigüedad; consideran las
diversas sociedades, antiguas o modernas, desde el punto de vista de su
correspondencia a ideales abstractos; moralizan en torno a lo que ocurre en la
sociedad empleando categorías suprahistóricas de la moral. Todo esto los
incapacita para comprender el auténtico carácter de los cambios operados en la
sociedad y emprender un estudio objetivo de los mismos. En oposición a esta
postura, la premisa filosófica de la investigación efectivamente científica consiste
en el reconocimiento de los cambios objetivos que se operan en la sociedad, y de
su evolución progresiva, como también la elaboración de un método de manejo de
los conceptos científicos capaz de abarcar las alteraciones de la sociedad en toda
su profusión, en sus interconexiones multiformes, en su pasado y su futuro, en sus
tendencias y contradicciones. Este modo de abordar la vida social y sus
categorías se llama dialéctico.

El enfoque dialéctico del conocimiento de todos los fenómenos sociales, el estudio


de la sociedad sirve de punto de partida filosófico fundamental para la
investigación social. Impone el deber de estudiar la sociedad en proceso de
desarrollo a través de las contradicciones, el deber de explicar cómo se ha dado
uno u otro fenómeno social, por qué etapas ha pasado en su evolución, a qué
grado ha llegado en el presente y qué gérmenes entraña para el porvenir. De este
modo, la dialéctica se manifiesta en las investigaciones sociales, ante todo en
forma de enfoque histórico de la sociedad, de los fenómenos sociales, lo que se
llama brevemente principio del historicismo.

Por cuanto la sociedad y sus componentes revisten en cada época concreta una
forma bien determinada, deben ser rigurosamente determinados y estables los
conceptos que lo reflejan. Al propio tiempo, por cuanto la sociedad y toda la
realidad que tratemos de conocer se hallan en constante evolución y modificación,
deben modificarse los conceptos que los reflejan y nuestros conocimientos acerca
de ellas. La dialéctica del conocimiento, el uso de conceptos sociales implica, por
consiguiente, el relativismo, es decir, reconoce el carácter relativo y variable de los
conceptos de la ciencia. Ahora bien, reducir la dialéctica al relativismo sería error
por principio, ya que en ella se reconoce, como señala Lenin, el carácter relativo
de los conocimientos humanos <no en el sentido de la negación de la verdad
objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los límites de la
aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad>.Dicho con otras palabras,
el conocimiento científico entraña la verdad objetiva que no se expresa en el
conocimiento de golpe, entera y completamente, sino en verdades relativas e
incompletas. El desarrollo, el progreso del saber, consiste en que arranca de las
verdades relativas para llegar a la verdad absoluta. Y el relativismo, reconociendo
sólo el carácter relativo de los conocimientos humanos, es decir, exagerando y
elevando al absoluto su variabilidad, y declarando que en el mundo todo es sólo
relativo, conduce, al fin y a la postre, al idealismo subjetivo, ala negación de la
verdad objetiva y del contenido objetivo no ya sólo de unas y otras teorías
científicas, sino de todo el conocimiento humano. En la esfera del conocimiento
histórico conduce también a negar la posibilidad de alcanzar el conocimiento
objetivo y de apreciar objetivamente unos y otros acontecimientos, a negar el
conocimiento objetivo de la sociedad, del contenido objetivo y estable de los
conceptos utilizados por la ciencia social, deben conjugarse dialécticamente la
exactitud, la precisión y la estabilidad con la flexibilidad, la variabilidad y la
relatividad.

No es difícil advertir que el principio del materialismo y el principio dialéctico del


historicismo en el estudio de la sociedad ayudan a converger en un mismo
objetivo: el conocimiento del objeto que se investiga tal y como es de por sí. En
eso reside la unidad orgánica de los dos principios.

La sociedad es un sistema que existe y evoluciona objetivamente. No obstante,


esta definición de la sociedad no la destaca como objeto específico del
conocimiento; separándola de la naturaleza, por cuanto en ambos casos se
investigan las leyes a que obedecen el funcionamiento y los cambios de sistemas
materiales.

Pero, como hemos dicho en el capítulo precedente, la sociedad es un objeto que


se distingue por principio de la naturaleza, por cuanto contiene, además, el sujeto.
Por eso, la ciencia social debe investigar la sociedad no sólo como sistema de
relaciones sociales, y estudiar al hombre no sólo como una unidad dentro de dicho
sistema, como átomo del organismo social, sino también como sujeto de estas
relaciones, como personalidad activa y creadora, con su propio mundo espiritual,
vida emocional, amor y odio. La ciencia social que hace abstracción del sujeto se
vuelve indiferente respecto a los valores humanistas y puede emplearse en
perjuicio del hombre. Pero hay, además, otro aspecto importante: la ciencia no se
limita a reconocer la necesidad de investigar los problemas humanos, debe
también elaborar el principio y los procedimientos de tal investigación. Y aquí
surge, ante todo, una pregunta: ¿puede la ciencia social, por principio, hacer del
hombre objeto de su investigación en tanto que sujeto de la historia, la actividad
de éste, su mundo espiritual interno, sus sufrimientos y alegrías, sus aspiraciones
y pasiones? ¿No será todo eso objeto sólo del arte y de la literatura? En efecto, la
ciencia social no se ocupa del mundo interno del hombre sólo como tal, pero
puede y debe estudiarlo en lo externo, ante todo en los modos de proceder, en las
acciones. Ahora bien, el principio de la actividad reviste un carácter más amplio y
filosófico. El hombre no es un ser contemplativo sino activo. Precisamente a través
de la actividad es cómo el hombre social transforma el mundo y a sí mismo. En la
actividad se manifiestan y se materializan las fuerzas de la esencia humana.
Según expresión de Carlos Marx, la propia historia es el devenir del hombre a
través del trabajo humano, es decir, a través de su propia actividad. Al margen de
la actividad no existe historia ni sociedad, ni el propio hombre. En esencia, la vida
social reviste un carácter práctico. Esta es la razón por la que sólo se puede
analizar al hombre como sujeto a través de su actividad debe considerarse como
una de las más importantes premisas filosóficas para la investigación social.

En el marxismo, el principio de la actividad va ligado orgánicamente al


materialismo y la dialéctica. Tratase, en primer lugar, de la interpretación
dialéctico-materialista de la actividad misma y, en segundo lugar, de que el
principio de la actividad permite superar el enfoque pasivo y contemplativo de la
sociedad, orienta la ciencia a investigar tanto el objeto como el sujeto de la
actividad y hace que la emplee como instrumento de transformación de la realidad
y de fomento de la actividad social del sujeto.

La actividad no es una simple manifestación de la diligencia espontánea del


hombre, como estiman los pragmatistas, sino la interacción material del hombre
social con el mundo material, incluidas tanto la naturaleza como la sociedad. En el
proceso de la actividad material, el hombre ejerce determinado efecto en el objeto,
lo modifica con arreglo a la finalidad planteada. Por eso en la actividad se unen los
objetivos, las aspiraciones y los conocimientos del hombre con el mundo material,
es decir, se unen lo material y lo ideal. La actividad, la práctica del hombre social
es la encarnación de dicha unidad: el objeto es transformado y modificado en
consonancia con los fines que se plantea el hombre, y los fines, las aspiraciones y
los conocimientos adquieren un carácter objetivo y material en la actividad y sus
resultados.

El principio de la actividad es, además, importante para la investigación social


porque permite determinar los límites y comprender hasta qué punto es relativo
contraponer en la sociedad la materia y la conciencia, lo material y lo ideal. Esta
contraposición es indispensable por cuanto se plantea el problema de definir qué
es primario en la sociedad y qué es secundario. Como hemos visto, no es posible
crear una teoría social científica sin resolver antes este problema. Pero, fuera de
los límites de su solución, contraponer lo material y lo ideal es relativo, ya que
ambos se encuentran en unidad indestructible. Por eso, en la actividad, en la que
se encarna esta unidad, pierde todo sentido la contraposición absoluta de la
materia y la conciencia.

Al examinar el principio de la actividad, no se puede eludir, como es claro, el


problema de la relación entre la actividad y las condiciones y leyes objetivas que
rigen la historia de la sociedad. La teoría social del marxismo comprende dos
tesis, que diríase, son incompatibles y que pareciera se contradicen lógicamente:
la primera dice que el proceso histórico es producto de la actividad de los
hombres, la segunda afirma que la vida y el desarrollo de la sociedad obedecen a
leyes objetivas independientes de la voluntad, la conciencia y la activad de los
hombres. El que los hombres hagan la historia, el que su actividad posea un
carácter creador podría suscitar la idea de que los hombres pueden hacer la
historia de distintos modos, pueden hacerla avanzar en uno y otro sentido. ¿Acaso
era inevitable la victoria del fascismo en Alemania? ¿Acaso no podía haber sido
otra la marcha de los acontecimientos? Por ejemplo, antes de la guerra, el
fascismo no pudo vencer en Francia, pese a que se intentó implantarlo. ¿Acaso
era inevitable la <revolución cultural>maoísta en China? Se sabe que había en
ese país fuerzas capaces de impedir la caída de China en ese abismo de anarquía
y arbitrariedad. Todo eso quiere decir que, en cada caso concreto, la marcha de
los acontecimientos podía tanto haber sido ésa como otra. Todo dependía de los
hombres, de sus concepciones, aspiraciones, diligencia y fuerza. De reconocer
natural y lógico el curso de estos acontecimientos, la actividad de los hombres y
su iniciativa se reduciría a cero o, todo lo más, a algo insignificante. ¿Acaso el
reconocimiento de las leyes objetivas de la historia no descarta la significación
propia e independiente de la actividad? ¿Acaso es incompatible el principio de la
actividad con el reconocimiento de que la marcha de la historia obedece a la
acción de leyes objetivas?

La historia de la ciencia social muestra que esta antinomia ha ocupado las mentes
de muchos pensadores, y éstos, por lo común, solían elegir una de sus partes.
Unos reconocían que la marcha de la historia era fatalmente inevitable y que los
hombres tenían la falsa idea de que hacían lo que querían, mientras que, en
realidad, hacían lo que les imponía la implacable necesidad (o la suerte, o las
fuerzas supremas). Otros, al contrario, dando prioridad a la actividad hacían caso
omiso de toda ley de la historia.

¿Dónde está, pues, la verdad? ¿Se descartan, efectivamente, estas dos tesis la
una a la otra o se las puede unir? Resulta que no sólo se puede, sino que se debe
unirlas. Ni la concepción fatalista de la historia, que lo proclama todo inevitable y
convierte al hombre en un títere, ni la concepción voluntarista y subjetivista
ofrecen las necesarias bases para conocer la realidad histórica. El fatalismo
conduce siempre al absurdo, ya que erige la casualidad en imperativo histórico. Y
el voluntarismo, para el que la marcha de la historia sólo es producto de la
creación libre de los hombres, de su voluntad libre y de la libre fijación de las
metas, tropieza también con muchos problemas que no puede resolver. Por
ejemplo, ¿qué explicación tienen, partiendo del voluntarismo, el hecho capital de
que los resultados de la actividad en la historia sean a menudo diametralmente
opuestos a los objetivos planteado por los hombres? El hombre procura el bien,
pero, a veces, hace el mal. Por algo se dice que de buenas intenciones está
empedrado el camino del infierno. La disparidad entre los objetivos planteados, y
los resultados de la actividad atestigua que en la historia actúan fuerzas no
controladas por los hombres, fuerzas que determinan, en última instancia, los
resultados concretos de la actividad. Las leyes objetivas existen tanto en el medio
exterior que rodea la sociedad como dentro de la misma. Ahora bien, para unir la
actividad de los hombres a las leyes del desarrollo social, sin privar de sentido
creador la actividad, se requiere la dialéctica, la cual permite superar el espíritu
unilateral del modo metafísico de pensar.

Cada nueva generación que se incorpora a la vida de la sociedad encuentra


condiciones sociales ya plasmadas y actúa sobre la base de ellas,
reproduciéndolas o modificándolas. Dichas condiciones crean determinadas
posibilidades para una u otra actividad y de ellas dependen los medios materiales
y espirituales de dicha actividad. El nivel de desarrollo antes alcanzado entraña
cierta suma de problemas sociales de los que los hombres adquieren conciencia y
cuya solución se convierte en tarea suya. Así se explica que no se pueda separar
la actividad de las condiciones objetivas en que se lleva a cabo. La presencia de
estas últimas no merma la importancia y la independencia de la actividad del
hombre, ni mucho menos. Muy al contrario, permite comprender mejor esta
actividad. La conexión de los tiempos históricos prueba también la existencia de
tendencias predominantes en los cambios que se operan en la sociedad, es decir,
de las leyes que presiden la marcha de la historia y expresan el aspecto esencial
de la realidad histórica. El planteamiento teórico general del problema de la
conexión entre las leyes sociales objetivas y la actividad de los hombres consiste
en lo siguiente. En primer lugar, la actividad de los hombres entra en la cadena
objetivamente necesaria de acontecimientos que integran el proceso histórico. Los
hombres producen lo indispensable para vivir, perfeccionan los instrumentos de
trabajo, se esfuerzan por lograr los objetivos planteados, luchan para mejorar las
condiciones de su existencia, etc., con lo cual crean su vida social, que corre
ininterrumpidamente, cada hora y cada minuto. Al margen de la actividad práctica
de los hombres ni siquiera cabe hablar de leyes del desarrollo social. Pero, la
dialéctica de la historia es tal que el hombre modifica las circunstancias bajo el
efecto de las propias circunstancias, que las leyes del desarrollo social
manifestándose sólo en la actividad práctica de los hombres, determinan también
el contenido y el sentido de dicha actividad. La victoria del socialismo en todo el
mundo es inevitable. La determina la acción de las leyes del desarrollo social en la
época contemporánea. Sin embargo, esa victoria sólo se puede lograr a través de
una lucha abnegada de las fuerzas sociales de vanguardia, que superan la
resistencia de la vieja sociedad, sólo a través de la actividad práctica de cientos de
millones de seres humanos.

En segundo lugar, las leyes no determinan más que la dirección general del
proceso histórico, mientras que la marcha concreta de la historia, el <dibujo>
detallado de dicho proceso, así como las formas y el ritmo de desarrollo, los
determinan causas más concretas, comprendida la iniciativa creadora del hombre.
La sociedad se desarrolla con arreglo a leyes objetivas y la persona se ve limitada
en sus acciones por determinadas condiciones materiales. Pero dentro del marco
de la necesidad objetiva –que es bastante extenso-, el hombre puede adoptar
distintos acuerdos, tener las más diversas iniciativas en consonancia con sus
intereses, con su idea de las condiciones objetivas, con las circunstancias
concretas de la actividad, etc. El que los actos humanos estén determinados por
unas y otras condiciones no debe interpretarse como determinismo mecanicista,
ya que la persona no es una partícula mecánica, y sus actos no son idénticos al
movimiento de un cuerpo mecánico bajo el efecto de un impulso exterior. Cada
pueblo tiene su propia historia, aunque en todos los países de igual régimen
socioeconómico actúen leyes similares. Por eso no se puede contraponer el
reconocimiento de las leyes objetivas del desarrollo social carácter creador de la
actividad humana en la sociedad. Esta actividad es la fuerza que mueve el
desarrollo de la sociedad y crea, en el sentido estricto de la palabra, la historia en
toda su diversidad concreta.

Por tanto, los hombres son los que hacen la historia, pero no la hacen a su antojo,
sino con arreglo a las condiciones objetivas y las leyes sociales. Estas últimas
existen, indiscutiblemente, pero su acción no es fatal, ya que se manifiestan, a
través de la actividad, en el choque de las diversas fuerzas sociales, y no
prescriben, ni mucho menos, la marcha concreta de la historia.

Lenin subrayó con gran fuerza esta idea: <El marxismo se diferencia de todas las
demás teorías socialistas por la magnífica unión de una completa serenidad
científica en el análisis de la situación objetiva de las cosas y de la marcha objetiva
de la evolución, con el reconocimiento más decidido de la importancia de la
energía revolucionaria, de la creación revolucionaria y de la iniciativa
revolucionaria de las masas, así como, naturalmente, de los individuos, de los
grupos, organizaciones y partidos que saben hallar y establecer relaciones con
tales o cuales clases>.
El enfoque sensato y sereno de la realidad se opone al arbitrio aventurero de
izquierda; el reconocimiento del papel de la iniciativa creadora, de los propósitos
nobles y de la energía revolucionaria de las masas, se opone a la adaptación
oportunista a las condiciones con que se cuenta.

El enfoque dialéctico materialista de la historia es la unión del realismo sensato


con la visión revolucionaria y clara del objetivo.

Este enfoque impone, por una parte, la necesidad de desarrollar constantemente


la teoría y de ponerla a tono con la cambiante situación histórica y, por otra, la
necesidad de sostener una lucha intransigente contra los distintos enemigos del
materialismo histórico, que se valen de cada nuevo zigzag de la historia, de cada
dificultad del conocimiento, para atacar la teoría científica del desarrollo social.
Precisamente este enfoque de la historia es inherente al movimiento global
progresista que pretende superar el actual ordenamiento social capitalista,
guiándose por el conocimiento que nos brinda la ciencia de la sociedad y, además,
haciendo todo lo posible por seguir desarrollándola, ocupándose intensamente de
los problemas teóricos y del desarrollo creador de la teoría.

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