Capitulo 03
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Capitulo 03
Finalmente, para bien las categorías del materialismo histórico hay que considerar
que este último, a diferencia de las otras ciencias sociales, es una ciencia
filosófica, metodológica, o sea, una ciencia que no se limita a estudiar unos y otros
aspectos o procesos de la vida social sino la sociedad y la vida social como
proceso único, en interacción y conexión de todos sus aspectos y es, por tanto,
una teoría y un método general de conocimiento dela sociedad. Por consiguiente,
las categorías del materialismo histórico tienen valor metodológico para conocer la
vida social y la actividad práctica de los hombres. Sin embargo, esto no quiere
decir que dichas categorías puedan servir de por sí como base para sacar
conclusiones teóricas concretas y adoptar acuerdos prácticos.
Las categorías y las leyes del materialismo histórico expresadas con ayuda de
aquéllas son el hilo que conduce a la madeja de la realidad concreta en su
conjunto y de ciertos aspectos de la misma. Por eso, se pueden sacar
conclusiones teóricas correctas que sirvan de guía para la labor práctica, no a
partir de las categorías mismas, sino sólo del análisis de la situación concreta,
investigada por el método del materialismo histórico, de sus categorías y leyes. A
ello se debe, precisamente, el que procuremos, en nuestra exposición del
materialismo histórico, caracterizar las categorías fundamentales de la ciencia
partiendo del punto de vista del contenido objetivo y del valor metodológico que
tienen para conocer y trasformar la vida social, para formular y estudiar las leyes
de la ciencias, para comprender la unidad y la diversidad las conexiones internas y
la integridad del proceso histórico.
Las categorías fundamentales, con las que la idea general del materialismo se
traduce al idioma de la teoría social son los conceptos de <ser social> y
<conciencia social>. No cabe identificarlas con los conceptos filosóficos generales
<ser> y <conciencia>. El ser social –la vida material de la sociedad-es una
categoría social específica. Al destacar el ser social desemejante del ser natural
en general, Marx enfoca la sociedad como objeto cualitativamente especial que no
puede reducirse al objeto físico, biológico o espiritual. Aunque la sociedad existe
en la naturaleza y es inseparable de ella, aunque el hombre vivo es una unidad
biológica, ni las leyes del mundo físico, ni las biológicas, de las que la sociedad y
el hombre no están libres, expresan el carácter específico de la sociedad, por lo
cual no pueden servir de explicación de la misma. Para comprender el ser social,
es preciso conocer sus propias leyes.
Ahora bien, por importante que sea el principio materialista del análisis de la vida
social, su aplicación consecuente no es posible sin poner en claro el problema de
si el objeto sometido a investigación es inmutable o se halla en proceso de
desarrollo y en qué conceptos –inmóviles, absolutos o variables, relativos y
flexibles-hay que reflejarlo. En nuestro dinámico siglo, cuando ante los ojos de una
generación se operan colosales cambios en la vida social, la respuesta a esta
pregunta aparece de por sí clara. Por supuesto, la sociedad se desarrolla, y hay
que reflejarlo en conceptos flexibles y variables. Sin embargo, no sólo en el
pasado, sino también en el presente, muchos sociólogos, historiadores y políticos
se valen de conceptos, convicciones y expresiones estereotipadas, ya plasmadas
y gratas para cada uno de ellos, a fin de comprender los acontecimientos que se
producen en la sociedad. Ellos operan con los conceptos de <sociedad>,
<naturaleza humana>, <personalidad>, <libertad>, etc., como términos
impregnados siempre de un mismo contenido; descubren el <capital>, la
<plusvalía>y otros fenómenos análogos ya en la antigüedad; consideran las
diversas sociedades, antiguas o modernas, desde el punto de vista de su
correspondencia a ideales abstractos; moralizan en torno a lo que ocurre en la
sociedad empleando categorías suprahistóricas de la moral. Todo esto los
incapacita para comprender el auténtico carácter de los cambios operados en la
sociedad y emprender un estudio objetivo de los mismos. En oposición a esta
postura, la premisa filosófica de la investigación efectivamente científica consiste
en el reconocimiento de los cambios objetivos que se operan en la sociedad, y de
su evolución progresiva, como también la elaboración de un método de manejo de
los conceptos científicos capaz de abarcar las alteraciones de la sociedad en toda
su profusión, en sus interconexiones multiformes, en su pasado y su futuro, en sus
tendencias y contradicciones. Este modo de abordar la vida social y sus
categorías se llama dialéctico.
Por cuanto la sociedad y sus componentes revisten en cada época concreta una
forma bien determinada, deben ser rigurosamente determinados y estables los
conceptos que lo reflejan. Al propio tiempo, por cuanto la sociedad y toda la
realidad que tratemos de conocer se hallan en constante evolución y modificación,
deben modificarse los conceptos que los reflejan y nuestros conocimientos acerca
de ellas. La dialéctica del conocimiento, el uso de conceptos sociales implica, por
consiguiente, el relativismo, es decir, reconoce el carácter relativo y variable de los
conceptos de la ciencia. Ahora bien, reducir la dialéctica al relativismo sería error
por principio, ya que en ella se reconoce, como señala Lenin, el carácter relativo
de los conocimientos humanos <no en el sentido de la negación de la verdad
objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los límites de la
aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad>.Dicho con otras palabras,
el conocimiento científico entraña la verdad objetiva que no se expresa en el
conocimiento de golpe, entera y completamente, sino en verdades relativas e
incompletas. El desarrollo, el progreso del saber, consiste en que arranca de las
verdades relativas para llegar a la verdad absoluta. Y el relativismo, reconociendo
sólo el carácter relativo de los conocimientos humanos, es decir, exagerando y
elevando al absoluto su variabilidad, y declarando que en el mundo todo es sólo
relativo, conduce, al fin y a la postre, al idealismo subjetivo, ala negación de la
verdad objetiva y del contenido objetivo no ya sólo de unas y otras teorías
científicas, sino de todo el conocimiento humano. En la esfera del conocimiento
histórico conduce también a negar la posibilidad de alcanzar el conocimiento
objetivo y de apreciar objetivamente unos y otros acontecimientos, a negar el
conocimiento objetivo de la sociedad, del contenido objetivo y estable de los
conceptos utilizados por la ciencia social, deben conjugarse dialécticamente la
exactitud, la precisión y la estabilidad con la flexibilidad, la variabilidad y la
relatividad.
La historia de la ciencia social muestra que esta antinomia ha ocupado las mentes
de muchos pensadores, y éstos, por lo común, solían elegir una de sus partes.
Unos reconocían que la marcha de la historia era fatalmente inevitable y que los
hombres tenían la falsa idea de que hacían lo que querían, mientras que, en
realidad, hacían lo que les imponía la implacable necesidad (o la suerte, o las
fuerzas supremas). Otros, al contrario, dando prioridad a la actividad hacían caso
omiso de toda ley de la historia.
¿Dónde está, pues, la verdad? ¿Se descartan, efectivamente, estas dos tesis la
una a la otra o se las puede unir? Resulta que no sólo se puede, sino que se debe
unirlas. Ni la concepción fatalista de la historia, que lo proclama todo inevitable y
convierte al hombre en un títere, ni la concepción voluntarista y subjetivista
ofrecen las necesarias bases para conocer la realidad histórica. El fatalismo
conduce siempre al absurdo, ya que erige la casualidad en imperativo histórico. Y
el voluntarismo, para el que la marcha de la historia sólo es producto de la
creación libre de los hombres, de su voluntad libre y de la libre fijación de las
metas, tropieza también con muchos problemas que no puede resolver. Por
ejemplo, ¿qué explicación tienen, partiendo del voluntarismo, el hecho capital de
que los resultados de la actividad en la historia sean a menudo diametralmente
opuestos a los objetivos planteado por los hombres? El hombre procura el bien,
pero, a veces, hace el mal. Por algo se dice que de buenas intenciones está
empedrado el camino del infierno. La disparidad entre los objetivos planteados, y
los resultados de la actividad atestigua que en la historia actúan fuerzas no
controladas por los hombres, fuerzas que determinan, en última instancia, los
resultados concretos de la actividad. Las leyes objetivas existen tanto en el medio
exterior que rodea la sociedad como dentro de la misma. Ahora bien, para unir la
actividad de los hombres a las leyes del desarrollo social, sin privar de sentido
creador la actividad, se requiere la dialéctica, la cual permite superar el espíritu
unilateral del modo metafísico de pensar.
En segundo lugar, las leyes no determinan más que la dirección general del
proceso histórico, mientras que la marcha concreta de la historia, el <dibujo>
detallado de dicho proceso, así como las formas y el ritmo de desarrollo, los
determinan causas más concretas, comprendida la iniciativa creadora del hombre.
La sociedad se desarrolla con arreglo a leyes objetivas y la persona se ve limitada
en sus acciones por determinadas condiciones materiales. Pero dentro del marco
de la necesidad objetiva –que es bastante extenso-, el hombre puede adoptar
distintos acuerdos, tener las más diversas iniciativas en consonancia con sus
intereses, con su idea de las condiciones objetivas, con las circunstancias
concretas de la actividad, etc. El que los actos humanos estén determinados por
unas y otras condiciones no debe interpretarse como determinismo mecanicista,
ya que la persona no es una partícula mecánica, y sus actos no son idénticos al
movimiento de un cuerpo mecánico bajo el efecto de un impulso exterior. Cada
pueblo tiene su propia historia, aunque en todos los países de igual régimen
socioeconómico actúen leyes similares. Por eso no se puede contraponer el
reconocimiento de las leyes objetivas del desarrollo social carácter creador de la
actividad humana en la sociedad. Esta actividad es la fuerza que mueve el
desarrollo de la sociedad y crea, en el sentido estricto de la palabra, la historia en
toda su diversidad concreta.
Por tanto, los hombres son los que hacen la historia, pero no la hacen a su antojo,
sino con arreglo a las condiciones objetivas y las leyes sociales. Estas últimas
existen, indiscutiblemente, pero su acción no es fatal, ya que se manifiestan, a
través de la actividad, en el choque de las diversas fuerzas sociales, y no
prescriben, ni mucho menos, la marcha concreta de la historia.
Lenin subrayó con gran fuerza esta idea: <El marxismo se diferencia de todas las
demás teorías socialistas por la magnífica unión de una completa serenidad
científica en el análisis de la situación objetiva de las cosas y de la marcha objetiva
de la evolución, con el reconocimiento más decidido de la importancia de la
energía revolucionaria, de la creación revolucionaria y de la iniciativa
revolucionaria de las masas, así como, naturalmente, de los individuos, de los
grupos, organizaciones y partidos que saben hallar y establecer relaciones con
tales o cuales clases>.
El enfoque sensato y sereno de la realidad se opone al arbitrio aventurero de
izquierda; el reconocimiento del papel de la iniciativa creadora, de los propósitos
nobles y de la energía revolucionaria de las masas, se opone a la adaptación
oportunista a las condiciones con que se cuenta.