Keating Thomas El Misterio de Cristo
Keating Thomas El Misterio de Cristo
Keating Thomas El Misterio de Cristo
PROLOGO
• EL PODER DEL RITO
• LA TRANSMISIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO
• LAS CINCO PRESENCIAS DE CRISTO EN LA LITURGIA.
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• MARIA MAGDALENA SE ENCUENTRA CON CRISTO RESUCITADO
• EN EL CAMINO DE EMAÚS
• LA APARICIÓN EN EL APOSENTO DE LA ÚLTIMA CENA
• CRISTO SATISFACE LAS DUDAS DE TOMÁS
• CRISTO SE LES APARECE A SUS AMIGOS EN GALILEA
• LA ASCENSIÓN
• LAS PARÁBOLAS
EL REINO DE DIOS
PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
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PROLOGO
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Por ejemplo, la vida histórica y la actividad de Jesús son indicaciones de la
Presencia del Verbo Eterno de Dios, a ese Padre con el cual su humanidad estaba
indisolublemente unida. El hecho de que esta unión en efecto tuvo lugar, es el meollo de la
fe cristiana. Como fue que tuvo lugar, es el misterio de la Encarnación. Al referirnos a los
"misterios" de Cristo, estamos hablando de sus acciones redentoras, especialmente su
pasión, muerte y resurrección, y de los sacramentos que prolongan dichos actos a través de
los tiempos, por medio de los ministerios de la iglesia. Estos actos, que fueron visibles y
que pueden verificarse, son el indicio de Su Presencia y Acción, y están contenidas en el
momento presente. En cualquier momento o sitio en que tenga lugar la Acción de Cristo, se
trasmite la vida de Dios.
―Jesús se fue con Jairo en medio de un gentío que lo apretaba. Se encontraba ahí
una mujer que padecía desde hace dos años de un derrame de sangre. Había sufrido
mucho en manos de varios médicos y gastado en ello todo lo que tenía sin ningún
resultado. Al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído lo que se decía de Jesús, se
acercó por detrás, en medio de la gente, y le tocó el manto. La mujer pensaba: <Si logro
tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré>.
Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana. Pero
también Jesús se dio cuenta del poder que había salido de él, y dándose vuelta, preguntó:
<¿Quién me tocó el manto?>. Sus discípulos contestaron: <Cuando ves a tanta gente que
te aprieta, ¿cómo puedes preguntar quién te tocó? Pero él seguía mirando a su alrededor,
para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, que sabia muy bien lo que había
ocurrido, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
<Hija tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sana de tu enfermedad>". (Marcos 5,24-34)
La mujer que padecía la hemorragia, formaba parte de una inmensa multitud en la
que se empujaban los unos a los otros para acercarse a Jesús. Este incidente nos lleva al
significado de lo que es un rito. Los ritos son símbolos, gestos, palabras, lugares y objetos
que tienen un significado sagrado. Podría decirse que son como el ropaje de Dios, saturado
del poder sanativo de Dios. Dios, claro está, no usa ropa. Pero Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre, sí usaba ropa. Y así vemos que esta mujer, que llevaba muchos años padeciendo su
enfermedad, en virtud de haber tocado el borde del manto de Jesús quedo curada.
Hay una analogía muy intrigante entre su humilde fe y lo que nosotros hacemos
cuando celebramos la liturgia. Nótese que cuando la mujer tocó el borde del manto de
Jesús, el poder sanativo emanó de Él. Igualmente emana el poder sanativo de Jesús cuando
uno se acerca a los ritos sagrados con fe, puesto que se está tocando a la puerta de dicho
poder sanativo y se esta expresando cuanta fe tiene cada uno. Por supuesto que el rito puede
convertirse en una simple rutina. Entonces renovar la fe en el poder sanativo de los
sacramentos se convierte en un verdadero esfuerzo.
También es posible que se exageren las ceremonias con la multiplicación excesiva
de ritos. Demasiado o muy poco ropaje puede impedir la transmisión del poder sanativo
propio del uso discreto de ritos. Los ritos sagrados, al igual que la ropa de Jesús, no tienen
poder sanativo propio. Simplemente disfrazan la realidad que cubren. Para poder tocar a
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Jesús, no debemos tratar de evitar o evadir los rituales, sino usarlos como medios para
llegar a la realidad de su presencia. Cuando el rito se tiene como disciplina hace que
nuestras facultades despierten al sacramento de toda realidad.
Existe una inmensa variedad de ritos en que expresamos nuestra adoración de
acuerdo a las enseñanzas oficiales de la iglesia. El año litúrgico es el más extenso y
profundo de todos. El Año Litúrgico enfoca las tres grandes ideas teológicas que forman el
corazón de la revelación cristiana: la luz, la vida y el amor divinos. Constituyen el
desdoblamiento gradual de lo que llamamos gracia santificante, o sea, la manera en que
Dios comparte gratuitamente su propia naturaleza con nosotros. Como fuentes primordiales
de la actividad divina, cada idea enfatiza un aspecto o una etapa especial en la forma en que
Dios se da a conocer y se comunica con nosotros. Todas estas ideas teológicas están
contenidas en forma condensada cada vez que celebramos la Eucaristía. En el año litúrgico
se amplían para que uno pueda estudiarlas y saborearlas y para poder investigar mejor y
asimilar las riquezas divinas que contienen cada una de ellas. Este arreglo maravilloso
refuerza el poder que tiene la Eucaristía para transmitirlas. La luz divina se experimenta
entonces como sabiduría, la vida divina como fuerza interior, y el amor divino como poder
transformador.
En el principio era el Verbo, y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él
estaba frente a Dios al principio. Por El se hizo todo y nada llegó a ser sin El. Lo que llegó
a ser, tiene vida en El, y para los hombres esta vida es la luz. La luz brilla en las tinieblas y
las tinieblas no pudieron vencer la luz.
Vino un hombre de parte de Dios. Este se llamaba Juan. Vino para dar testimonio.
Vino como testigo de la luz, para que, por él, todos creyeran. No era él la luz, pero venía
como testigo de la luz. Porque la luz llegaba al mundo, la luz verdadera que ilumina a todo
hombre. Ya estaba en el mundo y por El se hizo el mundo, pero este mundo no lo conoció.
Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron, pero a todos los que lo recibieron, les
concedió ser hijos de Dios. Estos son los que creen en su Nombre. Pues aquí se nace sin
unión física, ni deseo carnal, ni querer de hombre. Estos han nacido de Dios. Y el Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo
Único cuando su Padre lo glorifica." (Juan 1:1-14.).
El prólogo del Evangelio de Juan nos presenta el plan eterno de Dios, en el cual
Cristo ocupa la posición más importante. El Verbo Eterno, el silencio del Padre expresado a
plenitud, ha entrado al mundo y se ha manifestado como un ser humano. Por su poder
infinito, el Verbo Eterno ha abarcado la humanidad entera para incluirla en Su relación
divina con el Padre. Nosotros, que somos seres incompletos, confundidos y agobiados por
las consecuencias del pecado original, constituimos la familia humana de la cual el Hijo de
Dios se ha hecho cargo. La fuerza básica del mensaje de Jesús es su invitación a la unión
divina, que es el único remedio para la situación tan precaria en que se encuentra la
humanidad.
Al no experimentar la unión divina, nos sentimos apartados de nosotros mismos, de
Dios, de los demás y del cosmos. Por lo tanto, buscamos substitutos para la felicidad para la
cual fuimos predestinados y que no sabemos cómo ni dónde encontrar. Esta equivocada
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búsqueda de felicidad es la condición a la cual está dirigido el mensaje del Evangelio. La
primera palabra que Jesús pronuncia cuando comienza su ministerio público es
"Arrepentíos", con lo cual quiere decir, "Cambiad la ruta que habéis escogido para buscar la
felicidad." Esta no puede hallarse utilizando los programas que se originaron en la tierna
infancia y que fueron basados en las necesidades instintivas de seguridad y supervivencia,
de afecto y estima, y de poder y control sobre todo lo que esta al alcance. Estos programas
no pueden funcionar en la vida adulta, aunque todo el mundo trata de hacerlos funcionar.
La verdadera felicidad sólo se puede experimentar en la unión con Dios, que es algo que
simultáneamente nos une con los demás miembros de la familia humana y con toda la
realidad que nos rodea.
Este regreso a la unificación es la buena nueva que proclama la liturgia. Nos busca
donde sea que estemos. Hace que nuestro ser participe con todas sus facultades y todo su
potencial en un compromiso que nos lleve a un desarrollo personal y a un desarrollo
corporativo de la humanidad entera, conduciéndonos a estados más elevados de conciencia.
La madurez plena de este proceso de desarrollo es lo que Pablo llama pleroma. La liturgia
es el vehículo máximo para transmitir la vida divina que se manifiesta en Jesucristo, el ser
divino y humano. Cuando Jesús dejó esta vida y entró en su vida post-histórica, la liturgia
se convirtió en la extensión de su humanidad en tiempos venideros. Las fiestas del año
litúrgico son los ropajes que hacen visible la Realidad oculta que nos es transmitida en los
ritos sacramentales.
El Año Litúrgico fue desarrollado durante los primeros cuatro siglos, bajo la
influencia de la visión contemplativa del Evangelio que disfrutaron los Padres de la Iglesia.
Es un programa completo que fue diseñado para permitirle a la cristiandad asimilar las
gracias especiales que fluyen de los sucesos principales de la vida de Jesús. El plan divino,
según Pablo, es compartir con nosotros el conocimiento del Padre que pertenece al Verbo
Eterno por naturaleza, y al hombre Jesucristo, que se convirtió en dicho Verbo.
Esta conciencia se cristaliza en forma expresa con la maravillosa expresión "Abba,"
que usó Jesús, cuya traducción es "Papá." El nombre "Abba" implica una relación de
admiración, afecto e intimidad. La experiencia personal a que se refiere Jesús cuando llama
a su Padre "Abba," es el corazón del Misterio que se transmite por medio de la liturgia. El
año litúrgico comunica al máximo esta conciencia. Cada año presenta, revive y transmite el
Misterio de Cristo en toda su extensión. A medida que el proceso continúa año tras año,
nosotros vamos creciendo en nuestra madurez en Cristo, así como el árbol cada año añade
anillos a su tronco. Y la expansión de nuestra experiencia de fe individual se expresa en la
personalidad corporativa de la Nueva Creación que Pablo llama "el cuerpo de Cristo".
El ―cuerpo de Cristo‖, o simplemente ―el Cristo‖, es para Pablo el símbolo del
desdoblamiento de la familia humana en la conciencia de Cristo, es decir, en la experiencia
de Cristo de esa Suprema Realidad llamada ―Abba‖. Cada uno de nosotros, como células
vivientes que somos del Cuerpo de Cristo, contribuye a este plan cósmico a través del
crecimiento de nuestra propia fe y nuestro propio amor, así como también cuando servimos
de instrumento para que crezca la fe y el amor de los demás. Es esto lo que da un valor
inmenso a la adoración comunitaria y a la participación y celebración de la experiencia del
Misterio de Cristo en la comunidad de fe.
El cuadro completo de los misterios de Cristo se condensa en una simple
celebración de la Eucaristía. El Año Litúrgico divide el contenido de esa explosión única de
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luz, vida y amor divinos con el fin de permitirnos asimilar el significado de estas ideas
teológicas cuando las experimentamos una por una. En el tiempo que se extiende desde la
Navidad hasta la Epifanía, se le da el enfoque a la idea teológica de luz. En el tiempo de
Pascua de resurrección, se enfoca la idea teológica de la vida. En el tiempo de Pentecostés,
se enfoca la idea teológica del amor. Cada una de estas ideas teológicas se comunica por
medio de un largo período de preparación que culmina en la celebración de la fiesta
principal. Cada tema importante se continúa desarrollando en las festividades que le siguen,
y terminan con la fiesta mayor de esa temporada, que viene a coronar la fiesta principal.
Percibimos la fuerza de la luz divina, de vida divina y el amor divino cuando estos temas
dejan de ser simplemente ideas teológicas y se convierten en nuestra experiencia personal.
Es este el objetivo final de la liturgia. A diferencia de otras formas de enseñanza, la liturgia
transmite el conocimiento que expone. Cada año, el Año Litúrgico nos brinda un curso
completo en moral, dogma, ascetismo y teología mística, y lo que es más importante, nos
vigoriza para que vivamos la dimensión contemplativa del evangelio, esa relación estable y
madura con el Espíritu de Dios que hace que adquiramos la costumbre de comportarnos
inspirados por los dones del Espíritu, tanto en la oración como en la acción.
El Año Litúrgico es una producción extraordinaria. Se dirige simultáneamente a
cada uno de los niveles de nuestro ser, y nos pide una respuesta. Los textos litúrgicos de las
varias festividades y temporadas se han yuxtapuesto para resaltar el significado de la vida,
y pasión y muerte de Jesucristo. Teniendo en cuenta que el año litúrgico es un curso de
instrucción cristiana, se podría llamar más acertadamente "las Escrituras aplicadas", debido
a su carácter eminentemente práctico.
El Año Litúrgico nos presenta los sucesos de la vida de Jesús en forma dramática.
Los conmemora, como si fuera una película documental. Lo mismo que un documental, nos
presenta situaciones de la vida real y nos involucra más que en un drama. La televisión
ofrece una analogía bastante curiosa a la manera en que la liturgia conmemora el desarrollo
de la vida de Jesús como si estuviera ocurriendo en el presente. Por ejemplo, vemos en la
televisión noticias y juegos deportivos, que a pesar de estar sucediendo al otro lado del
mundo, se hacen presentes en nuestro propio techo.
Una celebración litúrgica, no es un evento en vivo, puesto que Jesús ya no está con
nosotros, sino que nos hace revivir espiritualmente los eventos de su vida al comunicarnos,
la gracias que santifica y va unida a cada uno de esos eventos cuando los celebramos
sacramentalmente. Lo que sucedió hace veinte siglos se hace presente en nuestros
corazones. Esto es algo que no puede lograr la televisión.
Para continuar con esta analogía, la televisión acerca y aleja el foco de la
cámara al filmar. Por ejemplo, al mostrar un evento deportivo, por lo general la cámara
inicia la filmación con una vista panorámica del estadio, y luego se aproxima a algún
jugador en particular para que podamos ver sus jugadas y movimientos. Luego aleja el foco
y vemos a la multitud aclamando y aplaudiendo. Con este alternar de lo distante y lo
cercano es como la liturgia enfoca nuestra atención a la principal idea teológica de cada
temporada. Cada temporada nos da un repaso de la idea teológica correspondiente, mientras
que las fiestas específicas dentro de la temporada nos muestran más de cerca la acción de
Jesús en nosotros y en el mundo.
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Tomemos un ejemplo: El Misterio de Navidad-Epifanía comienza con el tiempo de
adviento, un período extenso de preparación que culmina en la fiesta de Navidad. En el
primer domingo de adviento, la "cámara fotográfica de la liturgia" nos da una perspectiva
general de las tres venidas de Cristo. En los domingos siguientes se nos presentan los tres
personajes más importantes de Adviento: María, la Madre Virgen del Redentor; Juan
Bautista, quien presentó a Jesús a aquellos que oyeron su mensaje primero; e Isaías, quien
anunció la venida de Cristo con una precisión extraordinaria setecientos años antes del
evento. La disposición de ánimo y la conducta de estos tres personajes son el modelo que
debemos de imitar. De esta manera la liturgia despierta en nosotros la misma espera ansiosa
con que lo profetas anhelaron la venida del Mesías. A través de nuestra participación en el
desenvolvimiento del Misterio de Navidad-Epifanía nos preparamos para el nacimiento
espiritual de Jesús en nosotros.
La serie de fiestas que le siguen a la celebración de la Navidad acentúan su profunda
trascendencia. La gracia que conlleva a la Navidad es de tal magnitud que no se puede
captar con una sola ráfaga de luz. Solo cuando se celebra la Epifanía, la fiesta que la
corona, es cuando se revela plenamente toda la idea teológica de la Luz Divina. El alcance
del misterio de Cristo se experimenta a niveles cada vez más profundos de asimilación a
medida que celebramos los tiempos litúrgicos y sus diversas fiestas, año tras año. La
liturgia no es que nos sitúe simplemente en la gradería del estadio, así sea en primera fila,
sino que nos invita a que participemos en el suceso mismo, a absorber su significado y a
establecer una relación con Cristo en cada nivel de su Ser y en cada en cada nivel del
nuestro. Esta relación con Cristo es la fuerza principal que impulsa a los tiempos litúrgicos
y que hacen que todas nuestra facultades se sientan involucradas; la voluntad, el intelecto,
la memoria, la imaginación, los sentidos y el cuerpo. La transmisión de esta relación
personal con Cristo, y a través de Cristo con el Padre, es lo que Pablo llama Mysterion, que
significa misterio o sacramento en Griego, y que es un signo exterior que contiene y
comunica la Realidad Sagrada. La liturgia nos enseña y nos capacita para que, al celebrar
los misterios de Cristo, los percibamos no solo como eventos históricos, sino como
manifestaciones reales de Cristo aquí y ahora. Por medio de este contacto viviente con
Cristo, nos transformamos en iconos de Cristo, o sea, en manifestaciones del Evangelio a
través de formas cambiantes, así como varían las formas y los colores de vida.
La liturgia nos trasmite la conciencia de Cristo de acuerdo a nuestra preparación. La
mejor forma de prepararnos para recibir esta transmisión es la práctica regular de la oración
contemplativa, porque agudiza y refina nuestra capacidad para Escuchar y para responder al
mensaje de Dios en la Escritura y en la liturgia. También se caracteriza la oración
contemplativa por el deseo de identificarnos con la mente de Cristo, de asimilar y ser
asimilados en la experiencia interior de Cristo para que Él nos muestre la Realidad Suprema
como Abba.
La liturgia es el medio por excelencia para trasmitir la conciencia de Cristo. ES el
lugar principal donde esto sucede. Usa el ritual para preparar las mentes y los corazones de
los que participan en su celebración. Cuando estamos debidamente preparados, cautiva
nuestra atención en todos los niveles de nuestro ser y nos comunica la gracia especial de la
fiesta que celebra.
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Las Cinco Presencias de Cristo en la Liturgia.
―Por su parte los once discípulos partieron para Galilea, el cerro donde Jesús los
había citado. Cuando vieron a Jesús se postraron ante él, aunque algunos todavía
desconfiaban. Entonces Jesús acercándose, les habló con estas palabras: <Todo poder se
me ha dado en el cielo y en la tierra. Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles
a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el
fin del mundo>.‖ (Mateo 28: 16-20).
En este pasaje Jesús comisiona a sus apóstoles para que extiendan a través de todo
el mundo y a través de todos los tiempos lo que Él les ha enseñado y la forma en que han
experimentado al Padre celestial.
Como se ha dicho, la liturgia expresa en su totalidad el Misterio de Cristo en una
sola celebración Eucarística. Durante el Año Litúrgico, los tesoros contenidos en una sola
celebración Eucarística se separan de esta profunda unidad y se celebran individualmente a
lo largo del ciclo anual. En la Liturgia, el tiempo eterno penetra cada instante del tiempo
cronológico. Los valores eternos, al irrumpir en el tiempo cronológico se nos hacen
accesibles en el momento presente. En este sentido Cristo está presente a través del tiempo,
pasado, presente y venidero. El se hace presente mientras nosotros estemos atentos al
momento presente. El momento presente transciende el tiempo y simultáneamente nos
manifiesta la eternidad en tiempo cronológico. El Kairos es el momento en que la eternidad
y nuestras vidas temporales se cruzan. Mirado bajo la perspectiva del kairos, el tiempo fue
hecho para crecer y para ser transformado, e igualmente para que la comunidad cristiana se
disperse por el mundo entero y se convierta en el pleroma, la plenitud del tiempo en que
Cristo lo será todo y estará en todo.
El momento presente, como un encuentro con Cristo, se celebra de manera especial
en cada Eucaristía. Cada Eucaristía reúne todas las diferentes maneras en las que Cristo se
hace presente en nosotros a través de la evolución cronológica de nuestras vidas. La
Eucaristía es la celebración del desdoblamiento de nuestras vidas cronológicas en la
plenitud de la vida de Cristo en nosotros, así como también de nuestro potencial a
trascender y a convertirnos en divinos.
Cada vez que celebramos la Eucaristía tenemos a nuestra disposición las cinco
diferentes presencias de Cristo.
La primera presencia de Cristo se manifiesta cuando nos reunimos en Su Nombre
para adorarlo a Él y a Su Padre, que está presente en Él. Por el solo hecho de reunirse para
adorar a Cristo o dar testimonio de Él, la comunidad cristiana hace que Él esté presente.
Cualquier grupo que se reúna para invocar Su nombre, de hecho se convierte en el centro
de Su Divina Presencia: ―Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estaré yo en
medio de ellos‖. Esta verdad se manifiesta durante varias apariciones de Jesús después de
Su resurrección. En cierta ocasión en que los discípulos, a fin de esconderse de las
autoridades, se encontraban reunidos en una habitación con las puertas cerradas y las barras
puestas, Jesús se les apareció sorpresivamente. ¿De dónde salió? Quizás surgió del centro
de sus corazones y se materializó en forma humana. Al principio creyeron que era un
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fantasma y se asustaron. Quizás sentían más que este temor, el temor de que así como había
entrado Él, las autoridades también lograrían entrar. En todo caso, cuando nos reunimos
para orar y cuando entramos al lugar donde vamos a adorar a Dios, Jesús entra con nosotros
en su cuerpo glorificado, dispuesto a llenarnos individualmente con las riquezas de su luz,
de su vida y de su amor divino, en la medida en que estemos receptivos a su venida.
La segunda forma en que Jesús está presente en la Eucaristía es cuando se
proclama el Evangelio. Los lectores comunican no solo los sagrados textos, sino al mismo
Cristo. Esto lo corrobora la historia del cristianismo. Son muchas las personas que han
recibido un llamado directo de Cristo cuando han escuchado un determinado texto del
Evangelio durante la liturgia. Las palabras del Evangelio tienen el poder de tocar los
corazones.
Cada vez que se proclama el Evangelio, su texto contiene algo que el Espíritu está
tratando de comunicarnos en medio de nuestras vidas. Cuando nos conectamos con ese
mensaje, experimentamos lo que Pablo llama ―una palabra de sabiduría‖. Una palabra de
sabiduría no es simplemente algo sabio, sino que va más allá: penetra nuestros corazones de
tal forma que tendremos la certeza que Dios se está dirigiendo a nosotros. Nos guste o no,
sentiremos que la palabra de Dios, como una espada, ha atravesado lo más profundo de
nuestro ser. Dependiendo de la situación, nos puede llenar de alegría o puede ser un reto
para nosotros. Para que la proclamación del Evangelio pueda transmitir la presencia y la
acción de Cristo con todo su poder, se requiere que esté rodeada de una actitud que le rinda
el honor y la veneración que se merece.
La tercera presencia de Cristo tiene lugar durante la oración Eucarística en la cual
la pasión, muerte y resurrección de Cristo se hacen presentes. Las ofrendas de pan y vino
también llevan incorporado el regalo de nuestro propio ser. La consagración de estas
ofrendas que pasan a ser el cuerpo y sangre de Cristo significa nuestra incorporación como
células individuales en el cuerpo de Cristo, la Nueva Creación de la humanidad redimida
que gradualmente madura a través del tiempo hasta llegar al pleroma, la plenitud de Cristo.
La cuarta presencia de Cristo la encontramos en el servicio de la comunión. El
pan y el vino consagrados se nos ofrecen a cada uno de nosotros para que los consumamos
y podamos así convertirnos en un organismo mayor en el Cuerpo de Cristo. El Espíritu
hace que nos integremos con el Cuerpo de Cristo así como nosotros asimilamos las
especies de pan y vino en nuestro cuerpo físico. Así, al recibir la Eucaristía estamos
adquiriendo el compromiso de estar abiertos al proceso de transformación para asemejarnos
a Cristo. Cristo viene a nosotros en su forma humana y en su naturaleza divina durante la
Comunión en forma de Eucaristía, no sólo por un momento pasajero (mientras las sagradas
especies permanecen sin disolverse en nuestro sistema digestivo), sino para siempre. Es
más, cada recepción de la Eucaristía sostiene y aumenta la Presencia ya existente y
reforzada a raíz de las recepciones previas. La presencia de Cristo que germinó en la
comunidad, que se proclamó en el Evangelio y que se hizo presente en la oración
Eucarística, ahora penetra nuestros cuerpos, nuestras mentes y lo más íntimo de nuestro ser
cuando asimilamos el Misterio de Fe.
Fijémonos en la estructura ascendente de estas presencias. Cada una es más sublime
que la anterior. Con todo lo maravilloso que son estos dones de la presencia de Cristo,
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sirven únicamente para alertarnos de la *Presencia Suprema, la Presencia que está ya
presente.
Aún cuando esta Presencia no se menciona específicamente en la ―Constitución de
la Sagrada Liturgia‖ parece considerarse algo sobreentendido. Todo tipo de oración y de
rito y los sacramentos están diseñados para despertar en nuestro interior la naturaleza de
Cristo, de la cual nosotros y todas nuestras facultades emergen en cada momento
microcósmico, Jesús parece estarse refiriendo a esta experiencia cuando comisiona a los
apóstoles, ―¡Andad y haced discípulos de todas las naciones!‖ El Evangelio de Marcos lo
expresa aún más claramente con la palabras ―¡Salid por todo el mundo a predicar el
Evangelio y hacedlo conocer por toda la creación!‖.
¿Se refiere acaso este texto exclusivamente al mundo geográfico?. Esa es la
interpretación común; pero no es ese el significado completo de esta frase. Se nos está
invitando, o mejor dicho, se nos está ordenando que nos introduzcamos en los mundos que
se expanden cada vez más delante de nosotros cuando alcanzamos un nuevo nivel de fe. Es
como si Jesús nos quisiera decir, ―¡Debéis dejar atrás las angostas limitaciones de vuestras
ideas preconcebidas y de vuestras escalas de valores prefabricadas!
¡Penetrad todos los niveles imaginables de la conciencia humana!. Entrad en la
plenitud de la unión divina y una vez que la hayáis experimentado, predicad el evangelio a
toda la creación y transformadla con el poder que os dará vuestra unión e integración
conmigo.‖
El Amor divino nos hace apóstoles en lo más hondo de nuestro ser, es de allí que
nace la presencia y el ejemplo irresistible que puede transformar el mundo.
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CAPÍTULO 1
“E L M I S T E R I O D E N A V I D A D--E P I F A N Í A”
―Zacarías, el padre de Juan, lleno del Espíritu Santo pronunció esta profecía:
―Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a Su pueblo…‖ (Lucas
1: 67-68)
La ‗Visitación de Dios‘ es la experiencia de la presencia de Dios, el Misterio
Supremo, haciéndose conocido en la Palabra hecha carne. Este es el significado de la
celebración de Navidad – Epifanía.
INTRODUCCIÓN
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La unión establecida entre Cristo y nosotros en el Bautismo y profundizada en la
Confirmación, es consumada en la Eucaristía, el sacramento de la divina unión. La Eucaristía
y sus transformantes efectos son prefigurados por Jesús en el cambio del agua en vino en las
fiestas de Caná , mientras que la fiesta de bodas simboliza el gozo de la divina unión, la fruta
madura de las transformantes gracias de Pentecostés.
He aquí un sumario de las enseñanzas de la liturgia en el Misterio de Navidad-
Epifanía:
1. La naturaleza humana está unida a la Palabra Eterna, el Hijo de Dios, en el
útero de la Virgen María: Adviento.
2. La Palabra Eterna aparece en forma humana como ‗luz del mundo‘: Navidad.
3. Él manifiesta Su divinidad a través de Su humanidad: Epifanía.
4. Por Su bautismo en el Jordán, Él purifica a la Iglesia--la extensión de su
cuerpo en el tiempo--, y santifica las aguas del Bautismo: Epifanía y el
domingo siguiente.
5. Él toma para Sí a su pueblo en matrimonio espiritual, transformándolo en Él
mismo: Epifanía y el segundo domingo siguiente.
6. Nos son enseñadas las consecuencias prácticas de ser miembros del cuerpo
místico de Cristo: la segunda lectura para los domingos del Tiempo Ordinario
siguientes a la Epifanía.
EL MISTERIO DE NAVIDAD-EPIFANÍA
―Por aquel tiempo, Dios hablo a Juan, hijo de Zacarías en el desierto y Juan pasó por toda
la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados,
para que Dios les perdonara sus pecados. Esto sucedió como el profeta Isaías había
escrito:
―Se oye la voz de alguien que grita en el desierto:
‗¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto!‖
(Luc.3:2-4) (Evangelio del 2° Dom. de Adviento)
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particular del misterio de la salvación, la gratuita auto-comunicación de Dios. El resto del
año litúrgico fluye desde estos grandes temas y escudriña sus implicaciones prácticas.
El año litúrgico comienza con la idea teológica de la divina Luz. ¿Y qué es esto? Tú
lo encontrarás, atendiendo a la liturgia, asumiendo que estás debidamente preparado y que la
liturgia sea sensitiva y reverentemente ejecutada.
Cada estación litúrgica tiene un período de preparación que nos alista para la
celebración de la festividad culminante. La fiesta de Navidad es el primer estallido de luz
en la evolución del Misterio de Navidad-Epifanía. Teológicamente, Navidad es la revelación
de la Palabra Eterna hecha carne. Pero toma tiempo celebrar y penetrar todo lo que este
evento contiene e involucra verdaderamente. Lo más que podemos hacer en la noche de
Navidad, es quedarnos sin aliento en admiración y regocijo con los ángeles y los pastores
quienes primero lo experimentaron. Los variados aspectos del Misterio de la divina luz, son
examinados uno a uno en los días siguientes a Navidad. La liturgia cuidadosamente
desempaca los maravillosos tesoros que están contenidos en el estallido de luz inicial. En
realidad, nosotros no captamos el pleno significado del Misterio, hasta que nos movemos a
través de los otros dos ciclos. A medida que la divina luz se hace más brillante, revela lo
que contiene, esto es, la vida divina; y la vida divina revela que la Realidad Suprema es
amor.
La Epifanía es la fiesta cumbre de la Navidad. Tendemos a pensar en la Navidad
como la fiesta más grande, pero en verdad, es tan sólo el comienzo. Aquella agudiza nuestro
apetito por los tesoros que serán revelados en las fiestas por venir. La gran iluminación del
Misterio de Navidad-Epifanía es cuando nosotros percibimos que la divina luz manifiesta no
sólo que el Hijo de Dios se ha convertido en ser humano, sino que estamos incorporados
como miembros vivos a Su cuerpo. Esta es la gracia especial de la Epifanía. En vista de
su divino poder y majestad, el Hijo de Dios recoge dentro de Sí el pasado completo de la
familia humana, el presente y el futuro. El momento en que la Palabra Eterna es
pronunciada fuera del seno de la Sma. Trinidad y toma la condición humana, la Palabra se da
a Sí misma a todas las criaturas. En el acto de la creación, Dios, en un sentido muere. Él cesa
de estar solo, y llega a estar por virtud de su actividad creadora, totalmente involucrado
en la aventura humana. No puede ser indiferente. Cualquier teología que sugiera que Él
no está preocupado, no es la revelación de Jesús. Por el contrario, el significado y el
mensaje de la vida de Jesús, es que el Reino de Dios “está cerca y a la mano”: Dios en su
todo, está ahora disponible para cada ser humano que así lo quiera.
La Epifanía es entonces la manifestación de todo lo que está contenido en la luz de
Navidad; es una invitación a volvernos divinos. La Epifanía revela el matrimonio entre la
divinidad y la naturaleza huma de Jesucristo. También revela el llamado de Dios a la Iglesia
(a nosotros, por supuesto) a ser transformada al introducirse dentro del matrimonio espiritual
con Cristo y llegar a ser plenamente humana.
La venida de Cristo a nuestras vidas conscientes es el fruto maduro del Misterio
de Navidad-Epifanía. Esto presupone una presencia de Cristo que ya está dentro de
nosotros, aguardando a ser despertada. Podría llamarse la cuarta venida de Cristo, excepto
que en estricto sentido, no es una llegada, sino que ya está aquí. El Misterio de Navidad-
Epifanía nos invita a tomar posesión de lo que ya es nuestro. Como dice Thomas Merton,
―llegamos a ser lo que realmente somos‖. El Misterio de Navidad-Epifanía, como la venida
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de Cristo a nuestras vidas, nos hace tener conciencia del hecho de que Él está realmente
aquí como nuestro „auténtico-yo‟—la más profunda realidad en nosotros y en cada uno.
Toda vez que Dios tomó para Sí la condición humana, cada uno es potencialmente
divino. A través de la Encarnación de Su Hijo, Dios inunda a toda la familia humana—
pasado, presente y futuro--con Su majestad, dignidad y gracia. Cristo habita en nosotros de
una forma misteriosa pero real. El propósito principal de toda la liturgia, oración y ritual,
es hacernos conscientes de Su presencia interior y unión con nosotros. El potencial para
esta conciencia es innato en nosotros por virtud de ser humanos, pero no hemos aún caído en
cuenta de ello. Las tres venidas de Cristo están basadas en el hecho de que nosotros
estamos en Dios, y Dios está en nosotros; ellas nos invitan a evolucionar más allá de
nuestras limitaciones humanas hacia la vida en Cristo. Cristo ha venido, pero no
completamente: este es el predicamento humano. La consumación del Reino de Dios (el
pleroma) tendrá lugar mediante la evolución gradual de los cristianos hacia una desarrollada
era de Cristo. Entretanto, cada ser humano y cada institución humana, aún santos, están
incompletos.
LA ANUNCIACIÓN
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado a una joven virgen que vivía en una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, y que era prometida de José, de la familia de David. Y
el nombre de la virgen era María.
Entró el ángel a su presencia y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está
contigo.» María quedó muy conmovida por lo que veía y se preguntaba que querría decir
ese saludo.Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de
Dios. Vas a quedar embarazada y dará a luz a un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús.
Será grande, y con razón lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de David, su
antepasado. Gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún
hombre?
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso tú hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu parienta Isabel esperando un hijo, y la que no podía tener familia se
encuentra ya en el sexto mes de embarazo aquella que porque para Dios, nada será
imposible. Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor; hágase en mí lo que has dicho.»
Después de estas palabras el ángel se retiró. (Lc 1: 26 – 38)
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Al parecer, María había recibido un llamado de Dios de dedicar su vida a Él en un
compromiso al celibato. Por otro lado, se encontraba en la difícil situación de "ser la
prometida de un hombre llamado José". No sabemos detalles de este compromiso, ni el
acuerdo que existía entre ellos. El celibato era una opción rara en aquellos tiempos,
especialmente para una mujer. El hecho de que María se tomara la libertad de introducir
esta novedad y de ser flexible con respecto a las expectativas populares y los reglamentos
de su tiempo nos da una idea de su madurez espiritual. Su elección de permanecer virgen
presupone un convencimiento de lo que Dios esperaba de ella.
Aparentemente había podido persuadir a José que la apoyara en esta idea. De
acuerdo a la tradición judía de aquellos tiempos, ella ya estaba obligada a convertirse en su
esposa en virtud de su compromiso.
Llega entonces la visita sorpresiva del mensajero de Dios. Como lo enseñan muchas
parábolas más adelante, la acción de Dios es siempre inesperada. A veces la sorpresa puede
ser algo que deleita, como cuando se encuentra un tesoro escondido en un campo. Otras
veces, cuando Dios nos da un reto o nos exige un sacrificio, esa sorpresa nos parece el fin
de nuestro mundo; nuestro pequeño nido se hace añicos. Estos eventos ocurrieron con
regularidad en las vidas de María y de José. Esta es la primera vez que Dios, sin ser
invitado, irrumpe en sus vidas y las voltea al revés. Lo que Jesús predica más tarde es
precisamente la aceptación de lo que Él llama el Reino de Dios, que incluye nuestro
consentimiento de que Dios irrumpa en nuestras vidas de cualquier manera y en cualquier
momento, incluyendo el momento presente. ¡No mañana, sino ahora! El Reino de Dios es
lo que sucede; estar abierto a ese Reino es estar preparado a aceptar lo que suceda. Eso no
quiere decir que comprendamos lo que está sucediendo.
La mayoría de las pruebas consisten en no tener ni idea de lo que está pasando, ni
por qué. Si nosotros supiésemos que estamos haciendo la voluntad de Dios, las pruebas no
nos mortificarían tanto.
Aquí nos encontramos frente a María en uno de los guiones favoritos de Dios, lo
que podríamos llamar una encrucijada. No se trata de tener que elegir entre algo
obviamente bueno y algo obviamente malo (eso se llama tentación) sino de no poder
distinguir si lo uno es bueno y lo otro no lo es. El dilema surge de otra manera: aparecen
dos alternativas buenas, y uno no puede decidir cual es la voluntad de Dios, puesto que
ambas son buenas. Esto inquieta sobremanera a una conciencia delicada. El desasosiego
viene de desear hacer la voluntad de Dios y no poderla precisar. Como consecuencia, uno
se siente atraído a ir en dos direcciones opuestas al mismo tiempo. Dos cosas buenas, pero
opuestas, que exigen cada una nuestra adhesión total, y que ambas parecen ser la voluntad
de Dios. Aquellos que andan por el camino espiritual se encuentran a menudo en frente de
estas encrucijadas, que se vuelven más difíciles a medida que se avanza en el camino. Este
es el tipo de dilema que se suscita en una crisis de vocación, dando lugar a preguntas tales
como "¿Debería yo meterme en una comunidad contemplativa? Sé que tengo mis
obligaciones con los demás, sin embargo siento un llamado constante a la vida solitaria".
La atracción a la soledad en un ministerio activo es una de las encrucijadas clásicas en que
se encuentran aquellos que están en ministerios activos. Por su parte, los que llevan una
vida de claustro, experimentarán lo contrario.
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A continuación citamos un ejemplo de las Escrituras que nos muestra cuán
inquietante puede volverse esta prueba. Juan Bautista había basado su integridad de profeta
en señalar a Jesús como el Mesías, el que redimiría a su pueblo de sus pecados. Después de
haber tenido su encuentro con Herodes, este condena a Juan a la prisión. Juan simboliza a
todos los que sufren por las causas de justicia y de verdad. En su reclusión solitaria,
separado de sus discípulos, es posible que haya caído en una depresión. Comienza a dudar
de sí ese hombre llamado Jesús, que él había estado pregonando era el Mesías, sería el
verdadero. Jesús comía y bebía con pecadores públicos. Ni él ni sus discípulos observaban
los ayunos acostumbrados. ¿Acaso podía Jesús, que se hacía amigo de las prostitutas y de
los cobradores de impuestos, y que alentaba la forma de vida libre y fácil de sus discípulos,
ser realmente el Mesías? ¿Habrá sucumbido acaso Juan a la tentación de pensar que había
cometido un terrible error? Aquí tenemos a un hombre santo, cuya vida se aproximaba a su
fin, pasando por la peor crisis que jamás había tenido que afrontar.
Nótese aquí la agonizante encrucijada. Juan había enseñado que Jesús era el Mesías,
pero Jesús no se estaba comportando como era de esperarse del Mesías. Por consiguiente,
Juan envía a sus discípulos para que le pregunten a Jesús, -¿Eres tú el Mesías o debemos
esperar a otro? - La pregunta nos da un indicio del tremendo problema de conciencia que
estaba sufriendo Juan. ¿Sería su obligación ahora negar a aquel mismo al que antes había
aclamado? Esa es su gran duda. No sabe qué hacer. Así es como decide mandar a sus
discípulos a interrogar a la misma persona en cuya identidad el había entroncado su misión
profética, esa persona de quien él mismo había dicho, "cuyas sandalias no soy digno de
desatar."
En presencia de los discípulos de Juan, Jesús hizo unos cuantos milagros que El
sabía, tranquilizarían a Juan, cumpliendo la profecía del profeta Isaías de que los ciegos
recuperarían la vista y los pobres oirían la proclamación del Evangelio. Esa fue la solución
a la encrucijada de Juan.
¿Cuál fue la razón por la cual Juan pasó por una prueba tan terrible cuando su vida
llagaba a su fin? A veces las encrucijadas tienen como fin liberarnos de los últimos
vestigios del acondicionamiento cultural, incluyendo nuestro acondicionamiento cultural
religioso. Los medios que fueron necesarios al principio de nuestra jornada espiritual (de
los cuales a veces llegamos a depender demasiado), van desapareciendo poco a poco. Una
forma clásica de eliminarlos es por medio de una encrucijada en la que nos vemos
obligados a crecer más allá de las limitaciones de nuestro ambiente cultural, de las
influencias de la infancia y de nuestros primeros antecedentes religiosos. La familia, la raza
y los valores religiosos son importantes y nos sostienen por un período y un lugar
determinado en nuestro camino espiritual, pero no nos llevan al lugar de libertad total al
que Dios aspira para cada uno de nosotros. Quizá eran esas ideas preconcebidas de Juan
acerca del ascetismo de Dios las que Dios quería demoler para liberarlo, y que en los
últimos días de su vida aceptara la venida de Dios de cualquier manera, incluyendo que el
Mesías comiera y bebiera y mostrara compasión.
La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan fue expresada sin palabras por medio
de milagros, con los cuales dijo a Juan en respuesta a su pregunta, - Amigo mío, tú no te
equivocaste. Yo soy el Mesías, pero el Mesías no puede estar limitado a tus ideas de lo que
debe hacer y de cómo se debe comportar. Esto resolvió el dilema de Juan. Hasta los más
santos pueden estar sujetos a ideas preconcebidas o a escalas de valores que les fueron
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transmitidas y que son muy difíciles de hacer a un lado. Pueden tener grandes expectativas
acerca de cómo debería comportarse Dios o acerca de cómo deberían desarrollarse el
camino espiritual y la vida de oración. Guerras, persecución, bancarrota, la pérdida de un
ser querido, divorcio, cambio de vocación, enfermedad y muerte son todas experiencias que
Dios usa para hacer añicos ciertas ideas o expectativas.
Cuando estás completamente seguro de que Dios quiere de ti dos cosas totalmente
opuestas, te encuentras en la típica encrucijada. El mismo Jesús tuvo esa experiencia en el
huerto de Getsemaní. A Él, el inocente, se le pedía que se convirtiera en pecado por
nosotros; Él, que conoció la infinita bondad de Dios como nadie jamás la conoció ni la
conocerá, tenía que aceptar el resultado inevitable de identificarse con nuestros pecados,
que era una separación total de Dios. María, como ya vimos anteriormente, llegó a la
encrucijada de su camino a la edad de catorce o quince años. Ella había planeado su vida de
acuerdo con lo que ella creía firmemente que era la voluntad de Dios. Luego se le aparece
el Arcángel Gabriel y le dice: "Dios quiere que tú seas la madre del Mesías". A María le
inquietó sobremanera este mensaje. Los cimientos de todo su camino espiritual se
estremecieron. Ella no podía entender cómo era posible que Dios enviara Su mensajero
para decirle, "Yo quiero que seas madre," después de haberle hecho creer que su voluntad
era que ella permaneciera virgen.
¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre? - responde.
Nótese la discreción de las palabras de María. No dice que no, sino que con gran delicadeza
presenta el problema de cómo va a tener lugar ese evento si en sus propias palabras, "no
tengo relación (ni pienso tenerla en el futuro) con ningún hombre." Mejor dicho, ella toma
su dilema y con gran respeto lo pone en el regazo de Dios. Parece estarle diciendo, "Tú
creaste este problema, por favor, resuélvelo. No estoy diciendo Sí, pero tampoco estoy
diciendo No. Por favor dime cómo piensas solucionarlo".
A continuación el ángel le explica, - El Espíritu Santo descenderá sobre ti -. En
otras palabras, su maternidad va a provenir de una fuente que no es la normal en el proceso
de la procreación. Dios hace que sea posible que ella consienta a Su pedido porque está
inventando algo sin precedentes en la experiencia humana: una Madre Virgen. La noticia
que le trajo el ángel y sus consecuencias desbarataron totalmente los planes que María
había hecho para su vida. Su madre se enteró muy pronto de su misterioso embarazo. José
se alteró tanto que planeó abandonarla. En otras palabras, este extraño embarazo cambió su
vida totalmente. Su posición de joven respetable, prometida de José, ahora quedaría
reducida a la de alguien que había tenido relaciones prematrimoniales. Se convertiría en
una de las muchas personas de mala fama en un pueblo de mala fama. El mismo Dios que
la había inspirado a vivir el celibato la había elegido y convertido en la madre del Mesías.
Como seres humanos, no podemos dar por sentado que Dios va a hacer algo que
nunca se ha hecho antes, aunque el ángel haya dicho, ―Para Dios nada será imposible‖.
Pero podemos estar segurísimos de que si permitimos que las energías creativas de una
encrucijada se desenvuelvan, el resultado será que en algún momento nos encontraremos en
un estado más elevado de conciencia. De repente percibiremos una forma nueva de ver la
realidad. Nuestra antigua manera de ver el mundo terminará. Surgirá una nueva relación
con Dios, con nosotros mismos y con los demás, basada en el nuevo nivel de comprensión,
percepción y unión con Dios que nos ha sido otorgado.
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La encrucijada nos libera para crecer en una relación expandida con toda realidad,
comenzando con Dios. Durante el tiempo de Adviento, al celebrar la venida renovada de la
Luz divina, se nos alienta a que seamos receptivos al advenimiento de Dios en cualquier
forma que El elija. Esta es la disposición que nos abre completamente a Su Luz.
LA VISITACIÓN
Por esos días, María partió apresuradamente y se fue con prontitud a una ciudad
de ubicada en los cerros de Judá. Entró a la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír
Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y
exclamó en voz alta: «!Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Cómo he merecido yo que venga a mí que la madre de mi Señor?. Apenas llegó tu saludo
a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de
cualquier manera se cumplirán las promesas cosas del Señor!» (Lucas 1: 29-35)
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La Liturgia celebra ciertos acontecimientos especiales para podernos sensibilizar al
hecho de que cada momento es sagrado. El tiempo es tiempo para crecer, nada más. El
tiempo es tiempo para transformar todos los elementos de la vida de manera que podamos
manifestar a Cristo en nuestras vidas cronológicas. El ejemplo de María está saturado de
símbolos tan cautivadores que hace que abramos los ojos y demos la respuesta humana
apropiada para que la Palabra Eterna venga al tiempo cronológico y lo transforme. El
pleroma o plenitud de los tiempos del que nos habla Pablo, cuando Cristo sea "todo en
todos," depende de nuestra contribución personal como células vivas del cuerpo de Cristo.
El momento presente es el momento en que la eternidad (tiempo vertical) irrumpe en
nuestras vidas. Por lo tanto, la vida ordinaria, tal como es, contiene la invitación para
convertirse en divina.
María muestra, a través de la venida del Verbo Eterno a su cuerpo, qué es lo que
hay que hacer con el tiempo vertical. Una vez que captamos el hecho de que la Palabra
Eterna vive en nosotros, nos damos cuenta de que no estamos solos, Dios vive en nosotros.
Mora en nosotros, no como una estatua o un cuadro, sino como energía, lista a dirigir todos
nuestros actos, momento a momento. De aquí la necesidad de una disciplina de oración y
de acción que nos haga sensibles a la energía divina que Pablo llama Espíritu o pneuma y
que nosotros traducimos como Dios.
¿Cuál es la primera respuesta de María al don de la maternidad Divina? Se va a
visitar a su prima Isabel quien está esperando un hijo y que necesita ayuda en todo lo que
debe de prepararse para la llegada de un bebé: hacer pañales, preparar la canastilla, tejer
zapatitos y gorritos. Eso es lo que ella se imaginó que Dios quería que hiciera. Nunca se le
ocurrió contarle a nadie del increíble privilegio que Dios la había otorgado. Sencillamente
hizo lo que ordinariamente hacía: se fue a servir a alguien necesitado. Esto es lo que la
acción Divina nos sugiere siempre: ayuda a alguien cercano de manera sencilla pero
práctica. A medida que aprendes a amar más, puedes ayudar más.
María no fue a aconsejar a Isabel; no fue a Evangelizar a Isabel, fue a preparar los
pañales. Esa es la verdadera religión: manifestar a Dios de manera apropiada en el
momento presente. El ángel había dicho que Isabel estaba por tener un niño. María dijo,
"¿De verdad?, ha de necesitar ayuda voy enseguida‖. Se fue "de prisa" manifestando su
afán de ayudar, sin ponerse a pensar en su propia condición, incluyendo me imagino, lo que
José y su madre pensarían acerca de su embarazo inesperado.
María entró en casa de Isabel y la saludó. La Presencia que llevaba en su interior fue
trasmitida a Isabel por el sonido de su voz. En respuesta, el niño en el seno de Isabel saltó
de gozo; fue santificado por el sencillo saludo de María. Las obras más grandes de Dios se
realizan sin que nosotros hagamos nada espectacular. Casi son como efectos colaterales que
nacen de hacer lo que se cree que se debe de hacer. Si te transformas tú, todo el que forma
parte de tu vida cambiará también. Hay una sensación que nosotros creamos en el mundo
en que vivimos. Si estás esparciendo amor dondequiera que vas, ese amor empieza a
regresar a ti, no puede ser de otra manera. Cuanto más des, más recibirás.
Siguiendo el ejemplo de María, la práctica fundamental para sanar las heridas del
falso yo es la de cumplir las responsabilidades de nuestro trabajo en la vida. Esto incluye
ayudar a las personas que cuentan con nosotros. Si la oración nos estorba, es que hay un
malentendido. Algunas personas devotas piensan que si las actividades en su casa o en su
trabajo entorpecen su vida de oración, es que algo anda mal en éstas sus actividades,
cuando es lo contrario, y es que algo anda mal en su oración.
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La oración contemplativa nos capacita para ver los tesoros de santificación y las
oportunidades de crecimiento espiritual que están presentes, día a día en la vida cotidiana.
Si uno está realmente transformado, puede estar caminando por la calle, tomándose una
taza de té o saludando a alguien y estar vertiendo amor divino en el mundo. En el cristiano
la motivación lo es todo. Cuando el amor a Jesús es la motivación fundamental, las
acciones comunes trasmiten amor divino. Este es el testimonio cristiano básico. Esta es la
evangelización en su forma primaria.
Los primeros cristianos parecen haber interpretado la evangelización en forma muy
literal, predicando la Palabra de Dios como sí está fuera un fin en sí misma. Como eran
santos, sus enseñanzas tuvieron gran resultado, pero nunca igual al derramamiento de
sangre de los mártires y más tarde, el de los mártires de conciencia. Lo esencial, si uno
quiere propagar el Evangelio, es la transformación de la propia conciencia. Si eso sucede, y
en el grado en que suceda, nuestras acciones ordinarias pasan a ser un medio efectivo de
comunicar el Misterio de Cristo a cualquiera que pase por nuestras vidas.
Una persona santificada es como una estación de radio o de televisión enviando
señales. El que tenga el aparato receptivo puede recibir la transmisión. Lo que María nos
enseña en su visita a Isabel es que el sonido de su voz despertó el potencial trascendente de
otra persona sin que Ella tuviera que hacer nada especial. Ella fue simplemente María, el
Arca de la Alianza, esto es, alguien en quien Dios habita. Por lo tanto, cuando María saludó
a Isabel, el niño saltó de gozo en su seno. Su potencial Divino fue despertado plenamente.
También lo fue el de Isabel. Ella fue llena del Espíritu Santo. Este es el tipo de
comunicación más sublime. La transmisión no consiste en la predicación como tal. La
transmisión es la capacidad para despertar en los demás su propio potencial para
convertirse en divinos.
LA NAVIDAD.
En el principio era el Verbo, y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él
estaba frente a Dios al principio. Él se hizo todo y nada llegó a ser sin Él. Lo que llegó a
ser, tiene vida en Él, y para los hombres esta vida es la luz. La luz brilla en las tinieblas y
las tinieblas no pudieron vencer la luz.
Porque la luz llegaba al mundo, la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Ya estaba en el mundo y por Él se hizo el mundo, pero este mundo no lo conoció.
Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les
concedió ser Hijos de Dios.
Estos son los que creen en su Nombre. Pues aquí se nace sin unión física, ni deseo
carnal, ni querer de hombre: estos han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; hemos visto su gloria, la que
corresponde al Hijo Único cuando su Padre lo Glorifica. En Él estaba la plenitud del
Amor y de la Fidelidad. (Juan 1: 1-14)
La fiesta de Navidad es la celebración de la luz divina, irrumpiendo en la conciencia
humana. La luz es tan brillante que es imposible, a primera vista, captar su significado
completo. Sólo un entendimiento intuitivo como el que tuvieron los pastores, nos hace
posible disfrutarla. Más tarde, a medida que nuestros ojos se adaptan a la luz, percibimos
poco a poco todo lo que está contenido en este Misterio, culminando en la fiesta cumbre de
la Epifanía, la manifestación del Niño Divino en Belén.
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Intentemos captar el significado del Verbo hecho Carne. La palabra en el Nuevo
Testamento griego para carne es sarx. El significado de sarx es la condición humana, esos
niveles incompletos, inmaduros, no evolucionados de la conciencia humana. Es la
conciencia humana en su sumisión al pecado. Jesús no asumió solamente el cuerpo y alma
humanos; asumió la condición humana integra, incluyendo las necesidades instintivas de la
naturaleza humana y los acondicionamientos culturales de su época.
Sarx es la condición humana encerrada en sí misma; caída y sin deseos de
levantarse. Es la condición humana entregada a la supervivencia biológica en si misma, ya
sea de su propia persona, del clan, de la nación o de la raza.
La palabra griega soma se refiere al cuerpo cuando se abre a una evolución
superior: es la condición humana abierta al desarrollo. "El Verbo se hizo carne" significa
que al tomar la condición humana sobre si mismo con todas sus consecuencias, Jesús
introdujo el principio de trascendencia a toda la familia humana, dando al proceso evolutivo
un empuje decisivo hacia la conciencia divina.
En la Epístola a los Romanos, Adán es el símbolo de solidaridad con la carne
(sarx). Todo el mundo comparte el sarx de Adán y por lo tanto forma una personalidad
corporativa con él. Cristo, al asumir la condición humana exactamente como es, la penetra
hasta sus raíces y se convierte en el origen de una nueva personalidad corporativa abierta a
la trascendencia. El Espíritu, el principio de trascendencia, libera la condición humana
(sarx) para que se mueva hacia la nueva personalidad corporativa que Pablo llama el
Cuerpo de Cristo. Nuestra participación en el Cuerpo de Cristo tiene un significado
corporativo y cósmico. Decir que no a esa participación es el significado primario de
pecado en el Nuevo Testamento. Es la elección de seguir siendo solamente carne (sarx),
esto es, de ser dominado por las programaciones de felicidad centradas en uno mismo. Es
optar por salirse del plan divino de transformación de la conciencia humana en la
conciencia de Cristo. De esta transformación es de lo que se trata la Navidad, es el proceso
de crecimiento que inaugura el Evangelio y al cual todos estamos llamados. La naturaleza
humana centrada en sí misma busca cada vez más y mejores maneras de permanecer tal
cual está, porque eso parece garantizar su supervivencia. Pero optar por el status quo es
solidarizarse con Adán y rechazar a "el Cristo".
"A todos aquellos que lo recibieron, les dio el poder de convertirse en hijos de
Dios", esto es, de conocer su Origen divino. Este es el Misterio de la Palabra de Dios hecha
carne. Carne no sólo significa piel y huesos, significa los valores mundanos de las
programaciones para la felicidad centradas en uno mismo que están fuertemente arraigadas
en nuestros hábitos conscientes e inconscientes y en una sobreidentificación con la propia
familia, tribu o nación. Cristo, al unirse a la familia humana, se ha sometido a las
consecuencias de la carne y, a la vez ha introducido en ella el principio de redención de
todos los niveles pre-racionales de conciencia. Nuestro propio desarrollo hacia niveles más
altos de conciencia es la punta de lanza de la personalidad corporativa de "el Cristo". el
desdoblamiento gradual en tiempo del nuevo Adán. Todo acto está motivado por esa visión;
toda la curación de cuerpo, de alma o de males sociales, está contribuyendo al crecimiento
del Cuerpo de Cristo y por lo tanto al pleroma. Esto ocurrirá cuando suficientes individuos
hayan entrado a la conciencia de Cristo y la hayan hecho suya.
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El gozo de la Navidad es la intuición de que han sido superadas todas las
limitaciones de crecimiento hacia estados más elevados de conciencia. La luz divina
traspasa toda oscuridad, prejuicio, ideas preconcebidas, valores preestablecidos,
expectativas falsas, hipocresía y falsedad. Nos presenta la verdad. Actuar sobre la base de
la verdad es hacer que Cristo crezca, no solo en nosotros mismos, sino en los demás. Así,
los acontecimientos y los trabajos tediosos de nuestra vida cotidiana se vuelven
sacramentales, inyectados con implicaciones eternas. Esto es lo que celebramos en la
liturgia. El Kairos, el "tiempo preciso", es ahora. Según Pablo "el tiempo de la salvación es
ahora", esto es, el tiempo en el que está disponible toda la misericordia de Dios. El tiempo
de arriesgarse a un mayor crecimiento es ahora. Seguir creciendo es estar en la frontera de
la evolución humana y del camino espiritual. La acción divina puede voltear nuestras vidas
al revés, puede llamarnos a distintas formas de servicio. La disponibilidad para cualquier
acontecimiento inesperado es la actitud de alguien que ha entrado en la libertad del
Evangelio. Compromiso con el mundo nuevo que Dios está creando, la nueva personalidad
corporativa de la humanidad redimida, requiere flexibilidad y desprendimiento: la
disponibilidad para ir a cualquier parte o a ninguna, para vivir o para morir, para descansar
o para trabajar, para hacerse cargo de un servicio o para dejar otro. Todo es importante
cuando uno se está abriendo a la conciencia de Cristo. Esta percepción transforma nuestros
conceptos mundanos de seguridad hasta convertirlos en la aceptación, por amor a Dios, de
un futuro incierto. La mayor seguridad es la derivada de tomar ese riesgo. Todo lo demás es
peligroso.
La luz de Navidad es una explosión de intuición que cambia toda nuestra idea de
Dios. Nuestras ideas infantiles sobre Dios son dejadas atrás. Cuando dirigimos nuestra
mirada fascinada hacia el Niño en la cuna, lo más íntimo de nuestro ser se abre a la nueva
conciencia que el Niño Jesús ha traído al mundo.
LA EPIFANÍA
El primer texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a los paganos.
Después de esta entrevista, los Magos prosiguieron su camino. La estrella que habían visto
en Oriente iba adelante de ellos, hasta que se paró sobre el lugar en que estaba el niño. Al
ver la estrella se alegraron mucho, y, habiendo entrado en la casa, hallaron al niño que
estaba con María, su madre. Se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. (Mateo 2: 9-12)
El segundo texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a los judíos en
el río Jordán.
En esos días, Jesús vino de Nazaret, pueblo de Galilea, y se hizo bautizar por
Juan en el río Jordán. Cuando salió del agua, los Cielos se rasgaron para él y vio al
Espíritu Santo que bajaba sobre él como paloma. Y del Cielo llegaron estas palabras: 'Tú
eres mi Hijo, el Amado: tú eres mi Elegido.
El tercer texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a sus discípulos
durante las Bodas de Caná".
A los tres días se celebraron unas bodas de Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba en la fiesta. También fue invitado a las bodas Jesús con sus discípulos. Se acabó el
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vino de las bodas y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: < No tienen
vino.> Jesús respondió: <Mujer, ¿cómo se te ocurre? Aún no ha llegado mi hora>."Su
madre dijo a los sirvientes: <Hagan todo lo que él les mande>. Había allí seis jarrones de
piedra, de los que sirven para los ritos de la purificación de los judíos, de unos cien litros
de capacidad cada uno. Jesús indicó a los sirvientes: <llenen de agua esas tinajas>. Y las
llenaron hasta el borde. <Sáquenlo ahora,> les dijo, <y llévenlo al mayordomo>. Y ellos
se lo llevaron. El mayordomo probó el agua cambiada en vino, sin saber de dónde lo
habían sacado; los sirvientes sí que lo sabían, pues habían sacado el agua. Llamó al
esposo y le dijo: <Todo el mundo pone al principio un vino inferior; pero tú has dejado el
mejor vino para el final>.
Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así
manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Después de esto, Jesús bajó a Cafarnaún y con él su madre, sus hermanos y sus
discípulos. Y permanecieron allí solamente algunos días. (Juan 2:1-12)
Estas tres lecturas ( Los Magos del Oriente, el Bautizo de Jesús y las Bodas de
Caná) son una parte integral de la celebración de la Epifanía, la fiesta cumbre del Misterio
de la Navidad y Epifanía y la plena revelación de todo lo que contiene la luz de la Navidad.
La revelación de Jesús en su divinidad a los gentiles representados por los Magos se
complementa con los otros dos sucesos que son revelaciones de la naturaleza divina de
Jesús en un período posterior de su vida. La liturgia es ante todo una parábola de los efectos
de la gracia que santifica en ese momento; ignora las consideraciones históricas y junta los
textos para traer a colación el significado sublime de lo que se está transmitiendo en forma
invisible a través de las señales visibles.
El primer texto describe la manifestación de la divinidad de Jesús a los Reyes
Magos. Ellos habían venido desde todos los confines del mundo y por lo tanto simbolizan a
todas las personas que sinceramente buscan la verdad.
El bautizo de Jesús en el río Jordán y la fiesta de las Bodas de Caná están
integrados en la celebración con el objeto de ampliar la perspectiva desde la cual
percibimos la divinidad de Jesús. El Bautizo de Jesús administrado por Juan Bautista
representa la manifestación pública de la divinidad de Jesús a los judíos, el momento
histórico en que Jesús entra plenamente en su misión de redimir a la familia humana. Su
bautizo en el río Jordán simboliza la resurrección, y la aparición del Espíritu Santo en
forma de paloma prefigura la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Todas las aguas han sido santificadas por su contacto con el cuerpo de Cristo en el
río Jordán. Es más, cada gota de agua en el universo entero, a raíz del bautismo de Jesús, ha
sido convertida en un vehículo transmisor de gracia. Todo tipo de aflicción, que es lo que
simboliza el agua del río Jordán, se ha convertido en un vehículo de gracia. Hasta los
sufrimientos, que son consecuencia directa del pecado, se han convertido en una fuente
inagotable de gracia. Esto no quiere decir que el sufrimiento en sí debe considerarse como
un fin, sino que debe aceptarse, experimentarse y transformarse. Es el toque de la presencia
de Jesús el que transforma el sufrimiento en un vehículo de santificación
El tercer texto describe la fiesta de las Bodas de Caná, durante la cual Jesús
manifestó su divinidad a los discípulos.
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En la Epifanía se celebra la unión, por decirlo así, de la iglesia y Cristo; nosotros,
por supuesto, somos la iglesia. Por lo tanto, las Bodas de Caná son un símbolo de las
nupcias divinas en las almas de aquellos que han experimentado la luz divina, y la vida
divina y el amor que contiene esa luz. El vino nuevo es el principio trascendente que Cristo
ha introducido en el mundo al tomar él mismo la forma de ser humano. La humanidad
entera se eleva a esta nueva vida, que ha sido introducida de una vez por todas en el
corazón de Dios en virtud de la Encarnación y la obra redentora de Jesús. El vino nuevo es
el mensaje del Evangelio, un mensaje que anuncia el proceso que está teniendo lugar. ¡Esta
es la buena nueva más importante que jamás existió! ¡La familia humana se ha convertido
en divina! Aceptamos nuestra invitación personal por medio de nuestro bautismo, y al
luchar constantemente con nuestro falso yo, vamos entrando gradualmente en la cámara
nupcial, un reconocimiento permanente, a través de nuestra fe y de nuestra unión con
Cristo, quien a su vez nos lleva al seno de la Santísima Trinidad. Puesto que los seres
humanos fueron hechos de barro, la tierra misma, representada por nosotros y en nosotros,
es absorbida en el Verbo Eterno. Dios obtiene en los seres humanos el nivel más alto de
auto-comunicación concebible y recoge todo lo que Él ha creado y lo une consigo mismo.
La consumación final, en la cual "Dios lo será todo en todo," es el momento en
que el nuevo vino les será servido a todos. El jefe de meseros le dijo al joven: ―Tú
guardaste el mejor vino hasta ahora‖.Este el vino del Espíritu que llena de gozo los
corazones de todos los que lo toman.
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ejemplo más impresionante de cómo el tiempo eterno se introduce en el tiempo cronológico
y lo transforma. Lo que sucede cuando el vino se está acabando y los recién casados están a
punto de verse avergonzados frente de sus amistades, se convierte en un evento cósmico.
Lo que hace Jesús en la fiesta es el símbolo de lo que más adelante logrará por medio de su
pasión, muerte y resurrección. El agua almacenada en las tinajas simboliza al viejo Adán, la
solidaridad en el ser incompleto y pecador. Jesús toma esa misma agua y la convierte en
vino--¡no en agua nueva, sino en algo totalmente diferente! La cualidad espumante y
embriagadora del vino, corresponde al efecto refrescante y al entusiasmo y euforia que
traen consigo los frutos del Espíritu.
De acuerdo a la tradición judía, las tinajas de agua eran necesarias para la
purificación de las personas antes, durante y después de cenar. Nótese que cada jarrón
cuando se llenaba hasta el borde contenía de veinte a treinta galones, que equivalen como a
mil litros. Después del milagro, había vino suficiente como para satisfacer a un ejército!. La
implicación aquí es que, al igual que el vino, no hay límite para la buena nueva del
Evangelio.
¿Y quiénes son los invitados? Tú y yo, por supuesto. Vemos en este milagro la
revelación de la unión de Cristo con la familia humana, una unión nupcial que se consuma
en la Eucaristía y que transporta a los invitados a la Nueva Creación. La personalidad
corporativa de la nueva humanidad es lo que se llama El Cuerpo de Cristo. Este Cuerpo de
Cristo crece por medio de nuestro despertar personal a la vida divina. De este modo, todo el
mundo está invitado a este banquete nupcial. Si aceptamos la invitación y participamos,
recibimos la infusión del Espíritu en forma ilimitada, comparable a la excesiva abundancia
de vino que Jesús proporcionó a la avergonzada pareja.
Los tres sucesos históricos que han sido escogidos como parte de la liturgia de la
Epifanía, expresan perfectamente este movimiento de incorporación en el Cuerpo de Cristo
y en la transformación del consciente.
1) La manifestación de la naturaleza divina del Infante a los Magos significa que
cada persona, en el pasado, en el presente y en el futuro, está llamada a la unión divina, en
virtud de que Cristo se convirtió en un ser humano como nosotros.
2) La manifestación de la naturaleza divina de Jesús a los judíos cuando se oyó
una voz desde lo alto después de su bautismo en el Jordán, representa nuestro llamado
inminente a la unión divina. La familia humana y cada uno de nosotros son purificados por
las aguas del bautismo, y preparado para la boda espiritual con el Hijo de Dios.
3) Finalmente, la manifestación de la naturaleza divina de Jesús a sus apóstoles
cuando transforma el agua en vino durante las bodas de Caná, significa la consumación de
las nupcias espirituales de Cristo con la familia humana y con cada uno de nosotros en
particular.
Cada una de las invitaciones, cada vez más elevadas, dependen, por supuesto, de
nuestro consentimiento. Como células vivientes del Cuerpo de Cristo, estamos metidos en
el proceso que se mueve hacia el pleroma. Este término define la maduración del desarrollo
de la conciencia cristiana compartida por cada una de la células individuales del Cuerpo de
Cristo. Este movimiento trascendente es como la levadura en la masa, llevándonos desde
nuestra sensación de ser una unidad separada, hasta la vida del Espíritu, simbolizada por el
vino nuevo.
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Podemos aferrarnos al viejo Adán y solidarizarnos con él, o podemos aceptar al
Espíritu invitándonos a un crecimiento personal y corporativo en Cristo, el nuevo Adán.
Esta increíble invitación nos la cuentan como una broma:
María, la madre de Jesús, nota la vergüenza que están a punto de pasar los
desposados, y les dice a su hijo: <No tienen vino>. Jesús le responde, <Mi hora (kairos) no
ha llegado aún>. Es como si dijera ―El reconocimiento mío como el Hijo de Dios no ha
llegado aún, y este acto lo anticiparía‖.
Ella se dirige a los sirvientes y les instruye, <Hagan lo que él mande>. Jesús
condesciende y le dice a los meseros que llenen los jarrones de agua y que se los lleven al
mayordomo. Cuando el mayordomo prueba el agua convertida en vino, se queda
maravillado. Era, sin duda, el mejor vino que había probado. Tanto le impresionó esto, que
se dirigió adonde estaba la pareja y les comentó, <¡Todo el mundo acostumbra servir el
mejor vino primero y luego, cuando los invitados han tomado suficiente sirve el vino de
menos categoría. Pero ustedes han reservado el mejor vino para servirlo ahora!>
Esta broma es más que divertida. Nos debería hacer tanta gracia que deberíamos
reír a carcajadas durante el resto de nuestras vidas y luego por toda la eternidad.
¡Deberíamos de estar saltando, haciendo piruetas, parándonos de cabeza!. Ni una danza
litúrgica llena los requisitos de esta fiesta. El Amor Divino nos pertenece en
sobreabundancia. Esta es la luz revelada como los regalos de los Reyes Magos,
representando los tesoros interiores de Cristo que están a nuestra disposición. Todos estos
regalos son nuestros, ahora mismo, en la liturgia Eucarística. Se está sirviendo el nuevo
vino del Espíritu….
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CAPÍTULO 2
―En ese día ustedes comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mi, y
yo en ustedes.
El que conoce mis mandamientos y los guarda es el que me ama. Y mi Padre amará al que
me ama a mí, y yo también lo amaré y me mostraré a él‖(Juan 14: 20-21).
INTRODUCCIÓN
Claramente se enfocan aquí las ideas teológicas de vida divina y de amor divino,
que nos anticipó la Epifanía, celebración cumbre del misterio de Navidad y Epifanía. De
nuevo hay un largo período de preparación (Cuaresma) antes de la festividad principal, que
es la Pascua de Resurrección. Los domingos que le siguen desarrollan la importancia y los
frutos de la resurrección de Cristo, culminando en la festividad cumbre de la temporada, la
Ascensión.
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reacciones emotivas y el comportamiento gravitan alrededor de estas necesidades
instintivas y crean programas que el ser humano ha elaborado y defiende a toda costa
porque cree que le traerán la felicidad (o le evitarán la infelicidad). Esto es lo que llamamos
los centros de energía. Cuando el niño recibe el don de expresarse verbalmente, empieza a
internalizar los valores de los padres, de sus compañeros y de la sociedad que lo rodea,
llegando a imaginarse, a valorarse y a apreciarse a sí mismo de acuerdo a los valores y
expectativas del grupo. Este proceso de socialización combina todas las complejas
conexiones de los centros de energía.
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de la resurrección interior que se celebra en el misterio de la Pascua de Resurrección y la
Ascensión.
El verdadero crecimiento humano incorpora todo lo bueno del nivel más primitivo
de consciencia cuando asciende a niveles más elevados. Lo único que queda atrás son las
limitaciones de los niveles anteriores. Por ejemplo, la necesidad de seguridad y
supervivencia, que es una necesidad biológica del infante, debe integrarse con los otros
valores que se desarrollan en su potencial humano. Para un ser humano en el que el deseo
no ha sido moderado por la razón, nunca tendrá suficiente seguridad, por más que acumule
riqueza y poder. De la misma manera, la persona que no ha ajustado su deseo de ser
querido y admirado, puede llegar a necesitar una semana de vacaciones y muchos
tranquilizantes para recuperarse de la herida de un comentario o de una crítica a su persona
que llegue a sus oídos.
A continuación se cita una parábola que viene de otra tradición religiosa, que puede
dar una luz a lo que es el arrepentimiento desde el punto de vista cristiano.
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de las pruebas más duras en el camino espiritual es no tener el apoyo de nadie, o lo que es
peor, encontrar oposición.
Cuando oímos el llamado de Cristo y nos decidimos a seguir sus huellas, muy
pronto vamos a descubrir que aquellos programas que creemos que nos van a traer felicidad
son totalmente opuestos a la escala de valores contenida en el evangelio que deseamos
adoptar. El sistema del falso yo no se desploma cuando se lo exigimos. Pablo describe su
experiencia en forma penetrante cuando escribe,
Puedo querer el bien, pero no realizarlo. De hecho, no hago el bien que quiero,
sino el mal que no quiero. Por lo tanto, si hago lo que no quiero, no soy yo quien está
haciendo el mal, sino el pecado que está dentro de mí.
Descubro entonces esta realidad: queriendo hacer el bien, se me pone delante el
mal que está en mí. Cuando me fijo en la Ley de Dios, se alegra lo íntimo de mi ser; pero
veo en mis miembros otra ley que está en guerra con la ley de mi mente, y que me entrega
como preso a la ley del pecado inscrita en mis miembros.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de mí mismo y de la muerte que llevo en mí?
¡A Dios demos gracias, por Cristo Jesús, nuestro Señor! (Rom. 7: 18-24)
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LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO
Luego el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el
diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
Entonces se le acercó el tentador y le dijo: ―Si eres el Hijo de Dios, ordena que
esas piedras se conviertan en panes‖. Pero Jesús respondió: ―Dice la Escritura que el
hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios‖.
Después de esto, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, y lo puso en la parte más alta
del Templo, y le dijo: ―Si eres hijo de Dios tírate de aquí para abajo. Puesto que la
Escritura dice: <Dios ordenará a sus ángeles que te lleven de sus manos para que tus pies
no tropiecen en piedra alguna>‖. Jesús replicó: ―Dice también la Escritura: <No tentarás
al Señor tu Dios>‖.
En seguida lo llevó el diablo a un cerro muy alto, le mostró todas las naciones del
mundo con todas sus riquezas y le dijo: ―Te daré todo esto si te hincas delante de mí y me
adoras‖. Entonces Jesús le respondió: ―Aléjate de mí, Satanás, porque dice la Escritura:
<Adorarás al Señor tu Dios, a Él solo servirás>‖.
Entonces lo dejó el diablo y acercándose los ángeles se pusieron a servir a Jesús.
(Mt. 4: 1-11).
Los cuarenta días de cuaresma enfocan una antigua tradición bíblica que comienza
con el Diluvio Universal en el Libro de Génesis, que nos dice que llovió sobre la tierra
durante cuarenta días y cuarenta noches. Mas delante leemos que Elías caminó cuarenta
días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb, la montaña de Dios. Leemos que el
pueblo de Israel anduvo errante durante cuarenta años antes de llegar a la Tierra prometida.
El desierto bíblico es considerado ante todo un lugar de purificación, un lugar de tránsito.
El desierto bíblico es, no tanto un sitio geográfico como tal, con arena, rocas y maleza, sino
un proceso de purificación interior que culmina en la liberación del sistema el falso yo con
sus programas de felicidad inservibles que no funcionan.
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Jesús nos redimió de las consecuencias de nuestros programas de felicidad cuando
las experimentó en carne propia. Como ser humano, atravesó todas las etapas pre-racionales
de la consciencia humana en su desarrollo: la inmersión total en lo material; el surgimiento
de un cuerpo independiente de lo demás; y el desarrollo de una consciencia conformista,
con lo cual quiere decir una exagerada identificación con el clan, con la nación, con la raza
y con la religión de uno. Él tuvo que lidiar con cada uno de los limitados valores en cada
etapa del desarrollo humano, desde la infancia hasta la edad del razonamiento; la única
diferencia, por supuesto, es que nunca apoyó con su voluntad sus promesas ilusorias de
felicidad.
Jesús en el desierto es tentado por medio de los instintos primitivos del ser humano.
Primero Satanás ataca la necesidad de seguridad y supervivencia, o sea, el primero de los
centros de energía. ―Si eres el Hijo de Dios, ordena que esas piedras se conviertan en
pan‖.
El diablo luego traslada a Jesús a la ciudad santa, lo pone sobre el parapeto del
Templo y le sugiere ―Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí para abajo. Puesto que la
escritura dice: <Dios ordenará a sus ángeles que te lleven de sus manos para que tus pies
no tropiecen de piedra alguna>‖. Lo que le está diciendo en otras palabras es que si Jesús
verdaderamente es el Hijo de Dios, que manifieste su poder con algo milagroso, que se tire
de ese rascacielos, y que cuando se levante y salga andando, todos se deslumbrarán y lo
verán como un hombre extraordinario. Esta tentación es la obtener fama, amor y
admiración pública.
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aquello de lo que uno se vio privado en la tierna infancia, lo cual puede ser real o
imaginario. Cuanto mayor haya sido la privación, tanto mayor será el dinamismo neurótico
para compensarla.
Vemos entonces que Jesús, por amor a nosotros, experimentó personalmente las
tentaciones dirigidas a los primeros tres centros de energía. En cada Cuaresma Él nos invita
a que nos unamos a Él en el desierto y compartamos con Él las pruebas a que se vio
sometido. Los sacrificios durante la Cuaresma están encaminados a ayudarnos a reducir
nuestra inversión emotiva en los programas de nuestra tierna infancia. El objetivo final de
la observación de la Cuaresma es liberarse totalmente del sistema del falso yo. La meta de
este proceso culmina el día de la Pascua de Resurrección. La más importante de todas las
observaciones durante la Cuaresma es confrontar el falso yo. El ayuno, la oración y la
limosna están al servicio de este proyecto. A medida que desmantelamos nuestros
programas emotivos de felicidad, se van venciendo los obstáculos a la vida de Jesús
resucitado, y nuestros corazones estarán preparados para recibir la infusión de vida divina
que nos trae la Pascua de Resurrección.
LA TRASFIGURACION
Siete días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los
llevó a un cerro alto, lejos de todo. En presencia de ellos, Jesús cambió de aspecto: su cara
brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente como la luz. En ese momento se les
aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.
Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús: ―Señor, ¡Qué bueno que estemos aquí!. Si
quieres, voy a levantar aquí tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías‖.
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Pedro estaba todavía hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una
voz que salía de la nube decía: ―Este es mi hijo, el Amado; éste es mi Elegido; a él han de
escuchar‖.
Al oír la voz, los discípulos cayeron al suelo, llenos de temor. Jesús se acercó, los
tocó y les dijo: ―Levántense, no teman‖. Ellos levantaron los ojos, pero no vieron a nadie
más que a Jesús. Y, mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó: ―No hablen a nadie de lo
que acaban de ver hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos‖.
(Mt. 17: 1-9).
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Obsérvese cómo funciona en Pedro la influencia del sistema del falso yo. Estaba
deslumbrado con la luz que emanaba de la silueta de Jesús. Igual que los otros dos
apóstoles, sus sentidos estaban fascinados. Presenció la maravilla de la aparición de Moisés
y Elías hablando con Jesús. Ambos profetas habían padecido cuarenta días de purificación,
uno en el monte Sinaí, el otro en su larga jornada hacia el monte Horeb. En el campo
espiritual no existen las barreras de tiempo o espacio; todo el mundo está interrelacionado.
Súbitamente una nube se posa encima de Jesús, los profetas y los tres apóstoles.
Esto silenció a Pedro. Se oye una voz que dice, - Este es mi bienamado. Escúchenle -. Los
apóstoles se postraron en el suelo en una actitud de reverencia, alabanza, gratitud y amor,
todo en uno.
En esta posición permanecieron los apóstoles hasta que Jesús los tocó. – No temáis -
, les dijo. Ellos alzaron la mirada y vieron solo a Jesús. La experiencia de Dios puede
infundir temor al principio, pero rápidamente se vuelve tranquilizadora. Realmente, no hay
nada que temer, porque fuimos creados para la unión divina con Dios.
Observamos aquí el patrón básico del camino cristiano. Jesús, con su ejemplo y
enseñanza, se nos acerca desde afuera para despertarnos a su Divina Presencia. El verbo
Eterno de Dios siempre nos ha hablado en lo más profundo de nuestro ser, pero no hemos
sido capaces de oír su voz. Tan pronto nos preparamos adecuadamente, empezamos a oír la
Palabra interior. La voz exterior de las Sagradas escrituras y la palabra que brota de nuestro
interior se convierten en una. Nuestra experiencia interior es confirmada por lo que oímos
en la liturgia y por lo que leemos en las Escrituras.
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EL HIJO PRODIGO
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El padre en esta parábola era rico y tenía dos hijos. El más joven parece que carecía
totalmente de cordura. Estaba interesado en su parte de la herencia porque quería gozar la
vida antes de envejecerse, y sabía que esto le costaría dinero. Así que negoció con su padre
para que le entregara su parte de la herencia. No dijo lo que haría con su dinero y su padre
no se lo preguntó; prefirió confiar en su hijo que ahora era un hombre. Le tomó solo tres
días después de echarle mano al dinero, el empacar sus cosas y marcharse a ver el mundo.
Se fue a un país lejano donde nadie lo vigilara y donde pudiera tener la máxima libertad
para hacer lo que le diera la gana. Los lujos que se daba pronto acabaron con su fortuna.
Por supuesto, la herencia no era algo que se le debía, sino algo que otra persona había
trabajado para conseguir; y que él había resultado heredando.
De manera similar, la única forma en que este joven descubrió su error fue al
encontrar el desastre. Se desató una racha de hambre en el país donde vivía. De pronto se
encontró muriéndose de hambre, y el único trabajo que pudo conseguir fue el de cuidador
de una manada de cerdos para calmar su hambre. En la opinión popular de esa sociedad,
nada podía ser peor que cuidar cochinos. El joven había tocado fondo. Comenzó a
reflexionar en la situación de los jornaleros de su hogar. Podía ser que no tuviesen derecho
a parte de la herencia, pero estaban bien alimentados. Le fue difícil dejar la tierra de sus
queridos sueños de placer sin límite, pero ahora todas sus fantasías se habían vuelto añicos
debido a la gran crisis en aquella comarca, por su ocupación vergonzosa y su propia hambre
insoportable. La realidad, como siempre, se había entrometido en sus proyectos emotivos
de felicidad. Decidió regresar donde su padre y comenzó el largo camino a casa. Mientras
andaba, preparó unas palabras para decírselas a su padre. – Padre, he pecado contra Dios y
contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus sirvientes -. Al
acercarse a la propiedad paterna, su padre lo divisó desde lejos. Evidentemente, desde hacía
mucho tiempo, el desconsolado padre había estado ansiando que su hijo perdido volviera.
Tan pronto como lo vio, corrió por el camino a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven
comenzó a recitar sus palabras cuidadosamente preparadas, pero su padre no le permitió
terminar. Tan sólo alcanzó a decirle al padre que no merecía ser llamado su hijo. Nunca
tuvo tiempo de decir, - Trátame como a uno de tus sirvientes -, porque el padre sólo estaba
interesado en abrazarlo y besarlo.
El padre llama inmediatamente a sus sirvientes y les ordena que traigan la ropa más
fina, un anillo precioso, sandalias para los pies ensangrentados del hijo, y que preparen el
becerro cebado, símbolo del epítome de una celebración. La fiesta comienza. Hay música,
bailes y todos la están pasando estupendo. El padre está radiante de felicidad y el Pródigo
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comienza a vislumbrar la restitución de su dignidad perdida. Todo está como antes de que
partiera, y hasta mejor.
Su padre responde, - Hijo, todo lo que tengo es tuyo. Pero tenemos que celebrar y
regocijarnos. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida -.
La historia termina sin que sepamos si el hijo mayor entró y se unió a la celebración.
Pero de una cosa podemos estar seguros, y es que la parábola o se refiere a sólo al Hijo
Pródigo, sino a dos hijos amigos del dinero. El hermano mayor resulta siendo peor pecador
que el menor. Él es el hijo con más culpa, pues se niega a perdonar. Tiene tanto o tal vez
más interés en la herencia que el más joven, el cual se la gastó en divertirse. La herencia era
para él un símbolo de prestigio, seguridad y poder. Él pensó que podría garantizar su parte
ganándosela. Pero la salvación, la herencia sublime que es el punto central de esta parábola,
no puede ser ganada; sólo puede ser recibida. La herencia divina es el banquete del amor
del Padre. El Hijo Pródigo aceptó la invitación al banquete. El hijo mayor se negó. No
comprendió que la herencia divina consiste en la participación en el amor del Padre, un
amor cuya única condición es que lo aceptemos como un regalo. El hijo menor llegó a
comprender a través del desastre la inutilidad de sus proyectos egocéntricos para lograr
felicidad. El mayor tuvo la suerte de recibir un llamado silencioso al crecimiento espiritual
por medio del fiel cumplimiento de sus deberes como hijo mayor. Desafortunadamente, sus
proyectos egocéntricos para lograr felicidad le impidieron reconocer el regalo tan precioso
que se le ofrecía. Así, él despilfarró su herencia de igual manera que su hermano menor.
Esta parábola desconcierta algo más que tan solo la escala de valores prevaleciente en
aquellos tiempos. Los fariseos estaban convencidos de que a ellos pertenecía el favor
especial de Dios en vista de sus buenas obras. Desde ese punto de vista, era fácil despreciar
a aquellos que sucumbían a las debilidades de su naturaleza humana. Esta es la típica
actitud de las personas que sirven a Dios con miras de recompensa. Sienten que por su
servicio tienen indiscutiblemente el derecho a una remuneración adecuada. Los fariseos se
quejaban cuando Jesús ofrecía el perdón de Dios a los cobradores de impuestos y a los
pecadores. Esta parábola, así como la respuesta de Jesús a sus quejas, implica que tienen
más posibilidad de recibir el reino de Dios los pecadores rechazados por la sociedad que
ellos. A diferencia de los fariseos, los pecadores públicos no tienen la actitud de que Dios
les deba nada. Los escribas y los fariseos habían guardado todos los mandamientos, menos
el más importante, el de mostrar amor.
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La parábola nos invita a considerar nuestra propia apreciación de valores. La
Cuaresma nos habla del arrepentimiento, de dejar ir nuestra falsa escala de valores para
abrirnos a los valores del evangelio. El punto principal de esta parábola es la invitación a
cada uno de nosotros (sin importar con cual hijo te quieras identificar) a reconocer que el
reino de Dios es todo regalo. La herencia divina no es ni propiedad nuestra ni de nadie más.
Es el obsequio de nuestro Padre en su infinita bondad. El padre en esta parábola está
caracterizado por un amor incondicional hacia sus dos hijos, cada uno de los cuales abusa
de la herencia al querer tomar posesión de ella a su estilo. Ambos son igualmente culpables
al rechazar la bondad y el amor de este padre extraordinario, que no se deja desconcertar
por ninguno de los dos, ni la disipación descontrolada del menor, ni la farisaica amargura
del mayor. Al hijo mayor se le ofrece la misma clemencia que al menor, pero por su
fariseísmo le es más difícil recibirla. Su orgullo no le permite aceptar que la herencia es un
simple regalo.
MARTA Y MARIA
Yendo de camino, entró Jesús en un pueblo y una mujer llamada Marta lo recibió en su
casa. Tenía ésta una hermana de nombre María, que se sentó a los pies del Señor para
escuchar su palabra. Marta, en cambio estaba muy ocupada con los muchos quehaceres.
En cierto momento se acercó a Jesús y le preguntó, ―Señor, ¿no se te da nada que mi
hermana me deje sola para atender? Dile que me ayude‖. Pero el Señor le respondió:
―Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas. En realidad, una sola es
necesario. María escogió la parte mejor, que no le será quitada‖. (Lucas 10:38-42)
Este pasaje ha sido tema de exégesis a través de los siglos, y ha servido de base para
diferenciar dos estilos de vida evangélicos, el contemplativo y el activo. Sin embargo, al
mirarlo más a fondo, se aprecia que la finalidad de este relato no es determinar cuál estilo
de vida es más perfecto, sino que es sobre la calidad de la vida cristiana. No es que Jesús no
apruebe la conducta y el buen trabajo de Marta, de los cuales Él mismo será el beneficiario
en breves momentos; lo que no aprueba es la motivación detrás de ellos. La calidad del
servicio de uno no proviene de lo que uno haga, sino de la pureza de intención con que lo
haga. El Evangelio ve todo con amor, que es el deseo de agradar a Dios en todo lo que
hacemos, cualquiera que sea nuestra acción. Jesús, al defender a María, que estaba sentada
a sus pies, no está excusando a los perezosos que evaden los quehaceres. Pero tampoco está
justiciando que los que estén ocupados trabajando se alteren porque los que se dedican a la
vida contemplativa no vienen a ayudarlos.
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obras serán aún mejores. También está advirtiéndole a María que existe algo mejor aún, que
Él llama la mejor porción. Es la unión de la contemplación y la acción.
Las palabras de Jesús son un llamado no solo para Marta, sino que están dirigidas
tanto a María como a Marta. La actividad de Marta era buena. La de María era mejor, pero
ninguna de las dos era perfecta, carecían de algo. Ambas tenían que moverse hasta llegar a
una unión y armonía, que es la dimensión contemplativa del Evangelio. A través de la
oración contemplativa nosotros estamos bajo la influencia del Espíritu Santo, tanto en la
oración como en la acción. La oración es una relación, y por lo tanto tiene la capacidad de
crecimiento infinito. Las relaciones pueden continuar creciendo siempre, especialmente una
relación con el Dios infinito. Oración es la relación en la cual la pureza de corazón a la cual
hemos llegado con la descarga del subconsciente y por el desmantelamiento del sistema del
falso yo, nos hace receptivos a la voluntad de Dios en todo y nos permite responder con
amor divino a los sucesos de la vida cotidiana.
Jesús le dijo a Marta, ―estás inquieta y preocupada pro muchas cosas‖. La palabra
clave es ―inquieta‖; nos indica que ella estaba muy pendiente de su actividad, o
posiblemente de la inactividad de María. Le estaba sirviendo al Señor para satisfacción
propia y no con la pureza de corazón que sólo busca complacer a Dios y hacer lo que el
amor divino haría en cada situación. Su agitación indica claramente que uno de sus
programas emotivos de felicidad había sido violado. Su actividad no tenía nada de malo
pero el hecho de estar inquieta o agitada indicaba que estaba influenciada por su falso yo y
separada de la inspiración divina.
Esta parábola nos anima para que tratemos de integrar la acción con la oración. El
tiempo dedicado a la oración contemplativa es el punto en que se unen la visión creativa de
unión con Cristo con su encarnación en la vida cotidiana. Sin esta confrontación diaria, la
visión contemplativa se puede estancar en un empeño de perfeccionismo, o sucumbir ante
el sutil veneno de buscar la satisfacción propia en la oración. Por otro lado, sin la visión
contemplativa la acción puede ser enfocada en sí mismo y olvidarse de Dios. La dimensión
contemplativa garantiza la unión de Marta y María. El símbolo de esta unión es Lázaro, el
tercer miembro de esta familia. Él simboliza la unión de la vida activa con la
contemplativa. la enfermedad misteriosa que lo llevó a la muerte fue el conocimiento de sí
mismo, el descubrimiento de su falso yo. Así como la vida de Cristo resucitado surge entre
las cenizas del falso yo muerto, así entra en la libertad y gozo de la vida divina.
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completamente la del gusano, pero el gusano hace su contribución al hacer su capullo. Con
la práctica constante de la oración contemplativa y al desmantelar los programas
emocionales de felicidad, nosotros tejemos nuestro propio capullo, morimos a nuestro falso
yo, y esperamos el momento de la resurrección.
LA UNCION EN BETANIA
Seis días antes de la Pascua hebrea, Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón
el Leproso. Llegó una mujer con un frasco de alabrastro, lleno de un perfume muy caro, de
nardo puro. Lo quebró y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos, muy
enojados, se decían entre sí: ―¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber
vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres‖. Y clamaban
contra ella.
Pero Jesús dijo: ―Déjenla tranquila. ¿Por qué la molestan? Es una buena obra la que hizo
conmigo. En cualquier momento podrán ayudar a los pobres, puesto que siempre los hay
entre ustedes, pero a mi no me tendrán siempre. Esta mujer hizo lo que le correspondía. Yo
les aseguro que, en todas partes donde se anuncie el Evangelio en el mundo entero, se
contará también en su honor lo que acaba de hacer‖.
Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, fue donde los jefes de los sacerdotes para
entregarles a Jesús. Ellos, al oírlo, se alegraron y prometieron darle dinero y Judas
comenzó a buscar el momento oportuno para entregarlo. (Marcos 14: 3-9)
Este pasaje del Evangelio debe ser de gran importancia. Dondequiera que se
predique el Evangelio se ha de repetir este evento, para así divulgar la devoción de esta
mujer hacia Jesús. Juan, en su evangelio, la identifica como María de Betania, al relatar los
pormenores de este evento con las siguientes palabras: ―Seis días antes de la Pascua judía
Jesús vino a Betania‖. El hogar de Lázaro, Marta y María era un paradero favorito para
Jesús en sus viajes a Jerusalén.
María de Betania es uno de los pocos personajes que está claramente definido en el
Evangelio. Como ya vimos en el capítulo anterior, ella era contemplativa. Nos dice que ella
estaba sentada a los pies de Jesús escuchándoles – que es la práctica fundamental de la
oración contemplativa. Lo que nos dice el Evangelio es que ella escuchaba su palabra, no
sus palabras. En aquel momento María no atendía a las enseñanzas que salían de la boca de
Jesús, sino que escuchaba a El Maestro. Se identifica con el Verbo divino, más allá de lo
que sus palabras humanas podían expresar. Se movía hacia niveles más profundos de
identificación con Él, más allá de todo pensamiento, sensación o cualquier tipo de acción.
Es un magnífico ejemplo de lo que es la oración contemplativa; la asimilación interior de la
persona de Jesucristo, más que la de sus palabras y enseñanzas.
Por lo visto esto fue muy importante para Jesús puesto que no permitió que el
inoportuno comentario de su hermana inquietara a María. Pocas son las personas que se han
visto defendidas por el verbo mismo de esta manera. Fue a su petición a la que Jesús
respondió cuando había resucitado a Lázaro unos pocos días antes.
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La cena en Betania, con Jesús como huésped de honor, tuvo lugar seis días antes de
su pasión y muerte. Las autoridades judías estaban tramando con gran intensidad su
destrucción. Judas ya había tomado la decisión de traicionarlo y entregarlo en manos de sus
enemigos. El anfitrión del banquete era Simón, el leproso. Marta estaba cumpliendo con su
acostumbrado papel de anfitriona perfecta, y Lázaro era uno de los invitados a la mesa. Se
trataba de un grupo de personas nada ordinario: Jesús el Mesías, María la contemplativa,
marta la activa, Simón el leproso, Judas el ladrón, y Lázaro el cadáver resucitado – una
mezcla de diversos elementos que podría compararse con una típica congregación
dominical en una iglesia. Es un buen ejemplo de que Jesús no tiene por costumbre elegir
como invitados suyos al grupo de personas más selecto y respetable.
Todos los asistentes estaban reclinados sobre la mesa, excepto María. Cuando entró,
todos los ojos se fijaron en ella. Todos conocían su gran amor por Jesús. Llevaba un frasco
de alabastro que contenía una libra de perfume de nardo. Una libra de perfume de nardo era
algo extraordinariamente caro. Más adelante se nos informa que su costo era de trescientos
denarios, lo que representaba el salario de un año entero para un obrero.
María entró al cuarto con el recipiente que había llenado hasta el borde con perfume
de nardo, y se acercó al sitio donde estaba reclinado Jesús. Intempestivamente, sin
pronunciar una palabra, rompió el frasco y derramó el contenido entero sobre la cabeza de
Jesús. La libra completa del costosísimo perfume corrió profusamente y su delicioso aroma
se dispersó, llenando la casa con su fragancia. Juan agrega en su Evangelio que María
también ungió los pies de Jesús y que los secó con su cabello.
Los huéspedes estaban estupefactos. Nadie había jamás hecho cosa igual. ¿Se habría
vuelto loca está mujer? Poco a poco, los discípulos comenzaron a recuperar su presencia de
ánimo y empezaron a criticarla, diciendo, - ¿Por qué no se vendió este perfume para dar
dinero a los pobres? ¡Qué desperdicio! –
Jesús entonces intervino con las siguientes palabras – Déjenla en paz -. Goteaba
perfume desde la cabeza hasta los pies. Estaba saturado, ¡era toda una libra de perfume!
Una dama distinguida, cuando está invitada a un banquete importante y quiere dar
una buena impresión, usa un ligero toque de perfume en su cabello. Pero ¿qué cantidad
usa?. Seguramente una cantidad mínima. ¿Qué pensaría ella si su esposo se le acercara y le
dijera, - Querida quiero que estés perfumada -, y le echara encima una libra completa del
perfume más caro que se consiga?…
La casa ahora se había impregnado con el olor penetrante del delicioso perfume que
había invadido todas la habitaciones. El aroma era abrumador. Los discípulos seguían
quejándose. Nadie podía comer; la cena había llegado a su fin. El acto inusitado de María
había acabado con el ambiente festivo. Todos estaban alterados menos Jesús.
-¿Por qué la molestan?- continúo diciendo. – Ella ha expresado en forma hermosa la
devoción que me tiene -. El Maestro había percibido el significado del simbólico gesto de
María. Ella había penetrado el Misterio de la verdadera identidad de Jesús mucho antes que
sus discípulos.
44
De acuerdo a la cultura de aquellos tiempos, era costumbre ungir con aceite la
cabeza del huésped de honor, lavar sus pies y saludarlo con un beso. Eran las cortesías
comunes que en un banquete se le dispensaban a todos los invitados importantes. Lo
grandioso de lo que está transmitiendo María con su gesto simbólico es ―¡Este no es un
invitado común y corriente! ¡No bastan las muestras de cortesía ordinarias!‖.
María estaba enterada de lo que las autoridades tramaban contra Jesús y deseaba
afirmar la profundidad de su fe en Él de una manera que no diera lugar a ninguna duda. Era
imprescindible tener algún gesto antes de que fuese demasiado tarde. Todos reconocieron
que al ungirlo con el costoso perfume, un símbolo de su amor por Él, estaba expresando
públicamente su devoción por Él y la entrega de su propio ser. Pero lo más significativo de
su gesto simbólico era que representaba algo más que el simple obsequio de sí misma; se
trataba de un obsequio sin reservar nada, era total. No se limitó a ungirlo con el costoso
perfume, sino que ¡rompió el frasco y derramó el contenido íntegro sobre la cabeza del
maestro! Se vertió a sí misma, podría decirse, vaciando hasta la última gota de perfume en
una expresión más que abundante de un acto de entrega total. Es esta la importancia del
significado de su extravagante gesto, que Jesús percibió y que tanto lo conmovió. –
Siempre tendrán a los pobres con ustedes -, dijo, - pero no siempre me tendrán a mí. Ella ha
hecho lo que ha podido: ungiendo mi cuerpo, lo ha preparado, justo a tiempo, para la
sepultura -.
La unción de los cuerpos para la sepultura era unos de los ritos que observaban los
judíos en tiempos de Jesús. Al referirse a esta práctica, Jesús introduce en el tema un
elemento más en tan extraordinario gesto. Más allá de la entrega total que ella expresa al
romper el frasco que contenía el precioso perfume, también está indicándonos el regalo que
nuestro Padre celestial nos hace en Cristo. Su acción predice el quebrantamiento del cuerpo
de Jesús en la cruz. Su cuerpo es como el recipiente de alabastro que contiene un perfume
de infinito valor, o sea, el Espíritu de Dios. Era necesario que se rompiera en mil pedazos
para que el espíritu que moraba en él pudiese ser derramado sobre el mundo entero en
forma ilimitada hasta inundar con amor divino a toda la familia humana.
En este notable incidente, María hace manifiesta su intuición hacia lo que Jesús está
a punto de hacer. Es más, se identifica a tal extremo, y su intimidad con Él es tal, que
expresa su disposición de entrega total, tal como Él lo hará en la cruz. Había aprendido del
Maestro cómo hacer a un lado la propia identidad para adoptar la esencia divina. Es esta la
razón por la cual esta historia debe ser repetida por doquiera que se proclame el Evangelio.
―Perpetuar el recuerdo de María‖ es esparcir por el mundo entero el perfume del amor de
Dios, ese amor que se da incondicionalmente. En concreto, es ungir al pobre y al afligido,
los miembros predilectos del cuerpo de Cristo, con su amor.
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EL PADRE Y YO SOMOS UNO
―No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mi. En la Casa de mi Padre hay
muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar (si no fuera así, se los habría dicho).
Pero, si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para que,
donde yo estoy, estén también ustedes.
Para ir donde voy, ustedes saben el camino‖. Tomás le dijo: ―Señor, no sabemos a dónde
vas. ¿cómo vamos a conocer el camino?‖ Jesús contestó: ―Yo soy el camino, la verdad y la
vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al padre.
Desde ya ustedes lo conocen y lo han visto‖.
Felipe le dijo: ―Señor, muéstranos al padre y eso nos basta‖. Jesús respondió: ―Hace
tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a
mí ha visto al padre. ¿Cómo, pues, dices: Muéstranos al padre? ¿No crees que yo estoy
con el Padre, y que el Padre está en mí?
Las palabras que les he dicho no vienen de mí: el Padre, que está en mí, es el que hace sus
obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí; al menos créanlo por esas
obras.
Ahora me toca irme al padre, pero les digo: el que cree en mí hará las mismas cosas que
yo hago, y aún hará cosas mayores‖. (Juan 14: 1-12)
―El Padre y yo somos uno‖ es el texto que sirve de base para la práctica cristiana.
Cristo vino a redimirnos de nuestros pecados, pero solo como preparativo esencial para
nuestro destino final. El origen de todo pecado es el sentido de la separación del ser. En
parte el sentirse un ser separado es justamente el falso yo, pero hay algo más, como
veremos a continuación. Tenemos que hacer entrega del falso yo a Cristo con amor por su
humanidad sagrada y por persona divina que la posee. Cristo es el camino al Padre. Su
naturaleza humana y su personalidad son la puerta de acceso a su divinidad. Al identificarse
con Él en su ser humano, hallamos nuestro auténtico yo –la vida divina dentro de nosotros
–y comenzamos el proceso de integración con la vida del Padre, la del Hijo y la del Espíritu
Santo.
Cristo vino para compartir con cada uno de nosotros su propia experiencia personal
con Su Padre. Sin embargo, aún cuando el ser separado se una a Cristo, continúa siendo un
ser. El estado sublime final al cual hemos sido llamados se encuentra más allá de todo
punto de referencia que podamos conocer acerca del ese ser. Transciende la unión personal
con Cristo a la que se refería Pablo al decir, - Ya no soy yo el que existo sino Cristo quien
vive en mi -.
La muerte de Jesús en la cruz fue la muerte de su persona, que en su caso era un ser
divinizado. La resurrección y ascensión de Cristo es su tránsito a la Realidad Suprema: el
sacrificio y pérdida de su ser divinizado para convertirse en uno con Dios Todopoderoso.
Como toda la realidad es la manifestación de Dios Todopoderoso y Cristo ha pasado a
identificarse con Él, Cristo está presente en todo lugar y en todo lo creado. El cosmos se ha
convertido en el Cuerpo de Cristo glorificado que vive en todo.
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Nuestra unión con Cristo en la cruz – nuestra participación en su experiencia,
conduce a la muerte de ese ser nuestro que está separado de nuestra verdadera esencia.
Abrazar la cruz de Cristo es estar dispuestos a dejar atrás nuestro propio ser como punto de
referencia. Es morir a toda separación, incluyendo la separación del ser que ha sido
transformado. Es ser uno con Dios, y no simplemente experimentar a Dios.
La invitación de Jesús a ―cargar la cruz día tras día y seguirle‖ es una invitación para que
nosotros hagamos lo que Él hizo. Como Él es el Camino, Jesús nos invita a que sigamos su
ejemplo, paso a paso, hasta llegar al seno del Padre. Como Él es la verdad, comparte con
nosotros, a través de nuestra participación en Su muerte en la cruz, la experiencia del
aspecto transpersonal con el Padre. Y como Él es la Vida, nos conduce a la unidad con Dios
Todopoderoso más allá de las relaciones personales o impersonales. En el camino espiritual
cristiano se conoce a Dios, primero como el Dios personal, luego como el Dios más allá de
lo personal, y finalmente, como la Realidad Suprema, más allá de todas las categorías
personales e impersonales. Puesto que la existencia, la sabiduría y la actividad de Dios son
todas una. La Realidad Suprema se descubre como Lo que es.
LA PASION
En seguida la cortina que cerraba el santuario del Templo se partió en dos, de arriba
abajo, y el capitán romano que estaba frente a él, al ver cómo había expirado, dijo:
―Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios‖. (Marcos 15: 22-38)
La encrucijada es una de las experiencias críticas del camino espiritual. Nadie jamás
experimentó esto al extremo como lo experimentó Jesús. Al hablar de ―encrucijada‖, me
refiero a una crisis de principios fundamentales que trae consigo un enorme problema de
conciencia. Dos deberes que requieren cada uno un seguimiento ciego, parecen ser
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totalmente opuestos. No es lo mismo que cuando se toca fondo, en donde la única opción es
subir. Es el dilema agonizante de enfrentarse a dos formas de proceder, ambas buenas, que
no pueden ser ni integradas ni resueltas. El dilema no es tener que escoger entre el bien y el
mal; eso es una tentación.
Es una elección entre dos actos aparentemente buenos. O podría suceder que
surgiese un evento que sea totalmente opuesto a nuestras más profundas convicciones a las
cuales profesamos lealtad, a nuestra tradición espiritual, a nuestra educación religiosa o a
nuestro ambiente cultural. Este tipo de elección o evento causa un sufrimiento
indescriptible, especialmente a aquellos que están más avanzados en la pureza de
conciencia. Decidirse por la ruta a seguir en ese momento causará un desasosiego inmenso,
especialmente en aquellas personas que tienen una conciencia pura. Para este tipo de crisis
no hay solución a nivel racional. La única forma de resolverlo es trasladándose a un nivel
más alto de consciencia en donde las dos alternativas que parecían imposibles de
reconciliar por medio del razonamiento, se resuelven, no por medio de ninguna explicación
sensata, sino bajo la luz de una nueva perspectiva que hace ver que los extremos que
parecían opuestos pueden complementarse en lugar de contradecirse.
Uno de los ejemplos clásicos de este tipo de crisis aparece en el libro de Job, uno de
los grandes escritos de sabiduría del Antiguo Testamento. A lo largo de la mayor parte de
este libro, Job lucha con el problema del sufrimiento del inocente. Él sabe que es inocente y
sin embargo está padeciendo inmensos sufrimientos a todo nivel de su ser. Termina sentado
en un muladar, cubierto de llagas de pies a cabeza. Se ha privado de todos sus bienes, de su
familia y de sus amigos, y está abrumado con enfermedades físicas, a pesar de que él nunca
había ofendido a Dios en forma alguna. Antes de caer en desgracia, era reconocido por
todos como un hombre justo. Los que lo consolaban, que representan las ideas
preconcebidas del ambiente cultural de aquellos tiempos, le decían, - Si tan solo admitieras
que has pecado, Dios te perdonaría y se acabaría tu sufrimiento -.
En los tiempos de Job, los reveses de fortuna eran considerados la consecuencia del
pecado; o como consecuencia de que uno tenía un pecado oculto. Job se vio enfrentado con
el dilema de dar testimonio de su propia integridad (puesto que él sabía que no había hecho
nada malo) o de acusar a Dios de injusticia al permitir que él tuviera que sufrir como si
hubiese cometido un crimen secreto. Job mantiene su inocencia durante todo el libro. Su
encrucijada consiste en tratar de acusar a Dios de injusto, y a la vez, de permanecer fiel a su
conciencia que le dice que no ha cometido ningún acto malo.
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vida, nos reveló al Dios de Israel, no como el Dios de los ejércitos, Dios del miedo y
totalmente fuera de alcance, sino como el Dios de compasión, como una Presencia que se
inclina sobre sus criaturas con increíble ternura, afecto y deseo de proteger. A la vez, vemos
que Dios es firme en entrenar a sus hijos para que ellos puedan crecer y ser dignos del
destino trascendental que Él les ha preparado.
Nadie conoció jamás a Dios como lo conoció Jesús. Él penetró las profundidades de
la Suprema Realidad y reveló que esa vida interior del Ser Infinito es una relación: Una
comunidad de personas compartiendo la vida infinita y el amor. Jesús se metió de lleno en
esa relación, la adoptó como suya, y trató de transmitírsela a sus discípulos. Para él, el
padre, o Abba que significa Papá, lo era todo. Jesús llegó a la edad de la razón y de la
consciencia plena autoreflexiva, sin haber conocido nunca el sufrimiento de sentirse
separado de Dios como lo experimentamos nosotros al llegar a ese punto de nuestra
conciencia racional. Este sentimiento de separación es la fuente de nuestra profunda
sensación de seres incompletos, con nuestros sentidos de culpa y de enajenación.
Jesús no sabía cuál de las dos alternativas escoger de la encrucijada ante la cual se
encontraba, y se preguntaba, -¿Debo acaso convertirme en pecado y renunciar a mi a mi
relación personal con Abba? -. O bien, -¿He de convertirme en pecado y así experimentar la
separación del Ser que es mi vida entera? – Y su oración continúa, - Pero, que se haga tu
voluntad, Padre, no la mía -.
Tres veces repitió Jesús esta petición, y mientras oraba sudó gotas de sangre
manifestando la agonía increíble que le producía esta encrucijada. El origen del temor de
Jesús no era tanto la perspectiva de su sufrimiento físico, sino la inminente perdida de su
relación personal con Aquel que lo era todo par Él.
Padre -, pregunta, -¿cómo puedo yo, tu Hijo, convertirme en pecado? – Ese era el
trago amargo que Jesús, a toda costa, quería evitar. Sin embargo, por su amor sin límites
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por el Padre y por nosotros, seguía repitiendo con desesperación que aumentaba minuto a
minuto, - ¡Hágase Tu voluntad, no la mía! –
¡Hágase Tu voluntad, no la mía! -, es la voz del amor infinito que Dios nos profesa,
latiendo en el corazón de Cristo, perdonándolo todo y a todos. La debilidad humana
infinita y el amor infinito divino se unieron en la pasión y muerte de Jesús. Nuestra
angustia pasó a ser su angustia.
Jesús se incorporó después de orar y regresó donde estaban sus discípulos, y los
encontró dormidos. No habría ningún apoyo humano para Él en su momento supremo de
abandono y de necesidad. En breves momentos todos los discípulos huirían, con excepción
de uno. Pronto sería rechazado por su propio pueblo, condenado por las autoridades civiles
y religiosas, víctima de insultos y de burla, y crucificado entre dos criminales. En sus
últimos momentos vería desintegrarse delante de sus propios ojos la ojos la labor de su
vida.
Su unión con el Poder Infinito de Dios fue lo que le dio la respuesta a Jesús en su
dilema. Existe una solución para toda la encrucijada. Sea como sea, sigue siendo una
terrible crisis. En vista de una crisis así, uno puede optar por regresar a un nivel inferior de
la consciencia. Pero el que busca a Dios no caerá en esta tentación. La energía acumulada
por vivir en situaciones aparentemente imposibles, eventualmente generará la resolución
que sólo Dios conoce y que sólo Dios puede dar.
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¿CÓMO PUEDO YO TU HIJO
CONVERTIRME EN PECADO?
Él, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que
se despojó, tomando la condición de servidor, y llegó a ser semejante a los hombres. Más
aún, al verlo, se comprobó que era hombre.
Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. (Filipenses 2:6-9)
LA SEPULTURA
Como al mediodía, se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la
tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy
fuerte: ―Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu‖, y, al decir estas palabras, expiró.
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El capitán, al ver lo que había pasado, reconoció la obra de Dios diciendo: ―Realmente,
este hombre era un justo‖. Y toda la gente que se había reunido para este espectáculo, al
ver lo sucedido, comenzó a irse golpeándose el pecho.
Estaban a lo lejos todos los conocidos de Jesús y también las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea; todo esto presenciaron ellos.
Intervino entonces un hombre del Consejo Supremo de los judíos que se llamaba José. Era
un hombre bueno y justo que no había estado de acuerdo con los planes ni actos de los
otros. Este hombre, de Arimatea, pueblo de Judea, esperaba el Reino de Dios. Fue a
presentarse a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Habiéndolo bajado de la cruz, lo
envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había
sido enterrado aún.
Era el día de la Preparación de la Pascua y ya estaba por comenzar el día sábado.
Entonces las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José para
conocer el sepulcro y ver cómo ponían su cuerpo. Después volvieron a sus casas a
preparar pomadas y perfumes, y el sábado cumplieron con el reposo ordenado por la Ley.
(Lucas 23:44-56)
Jesús murió el día antes del Sábado. Su cuerpo fue bajado apresuradamente de la
cruz y colocado en el sepulcro. El sábado conmemora el séptimo día de la creación, el día
en que Dios descansó de su trabajo. En honor de la creación, y también para cumplir con la
orden explícita de Dios, los judíos observaban el sábado en completo reposo. Pero el
significado más profundo de esto es que ese sábado en particular el día en que Jesús, el Hijo
de Dios, después de haber sacrificado su propia vida por la humanidad, descansó.
En la cosmología judía de aquel tiempo, se creía que las almas de los justos, después
de la muerte, descendían a través de las aguas del Gran Abismo a un lugar de descanso
llamado Sheol, donde esperarían a que viniera el Mesías para su salvación. Por lo tanto,
cuando Jesús murió en el día que llamamos Viernes Santo, los primeros cristianos
adoptaron la creencia de que había pasado a través de las aguas del Gran Abismo al lugar
de Sheol en donde había liberado las almas de los justos. El Evangelio de Mateo nos relata
que ―después de la resurrección de Jesús, ellos salieron de sus tumbas y entraron la ciudad
sagrada, y se le aparecieron a muchas personas‖.
A medida que Jesús descendía por las aguas del Gran Abismo, los pecados del
mundo que Él acarreaba se destruían completamente. En medio de la ceremonia bautismal,
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usamos el rito de descender a las aguas del Gran Abismo junto con Jesús, con lo cual nos
identificamos con su divinidad, así como Él se identificó con nuestra humanidad pecadora.
La totalidad de nuestros pecados quedan destruidos en las aguas bautismales.
El que sale de la pila bautismal después de haber sido sumergido en ella, se une a
Jesús en su ascenso a través del Sheol y a su entrada a la Nueva Creación. La resurrección
de Jesús es algo más que la simple resurrección de un cadáver ó la vindicación de un
hombre justo. Se trata de una existencia totalmente nueva. En la unificación del cuerpo
resucitado de Cristo con su alma, a través del calor generado por la energía ilimitada del
Espíritu, jesús resucitado se mueve en forma triunfante hacia el Centro de la creación. La
respuesta del Padre al dilema de Jesús fue la participación total é ilimitada en la gloria del
Padre.
―Después de esto, José, del pueblo de Arimatea, se presentó a Pilato. Era discípulo de
Jesús, pero en secreto, por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el
cuerpo de Jesús, y Pilato se le concedió. Vino y retiró el cuerpo de Jesús.
También vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús. Trajo como cien libras
de mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo de Jesús con lienzos perfumados con
esta mezcla de aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos. Cerca del lugar
donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie
había sido enterrado. Aprovecharon entonces este sepulcro cercano para poner ahí el
cuerpo de Jesús, porque estaban en la preparación de la fiesta de los judíos‖ (Juan 19:38-
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Este pasaje describe a Nicodemo y a las santas mujeres que ungieron el cuerpo de
Cristo con mirra, áloe y aceites perfumados, de acuerdo a la costumbre judía.
Ya hemos aprendido lo que simboliza el aceite perfumado a través del relato sobre
María de Betania y cómo ella ungió el cuerpo de Cristo seis días antes de su muerte. El
aceite es uno de los símbolos que aparecen a menudo no sólo en el Antiguo Testamento
sino también en el Evangelio de San Juan. En el Antiguo Testamento se ungía a los
enfermos con aceite, y a los reyes y profetas con carisma o aceite perfumado. Al celebrarse
el sacramento de bautismo, se unge al catecúmeno con aceite; y en el de la confirmación, la
unción se confiere con aceite perfumado ó carisma. Esto último representa no solo la
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imposición del espíritu Santo que es lo que la unción del aceite simboliza, sino también el
reconocimiento de la presencia interior y acción de dicho Espíritu, simbolizados por el
delicioso aroma del perfume.
Es así como el derramamiento del espíritu como fruto del sacrifico de Cristo en la
cruz es expresado espléndidamente por el gesto extravagante de María. El texto anterior nos
dice que el cuerpo de Jesús fue ungido con cien libras de mirra, áloe y aceites perfumados,
cumpliéndose así la profecía de Jesús cuando alabó la acción de María y dijo, - Lo que ella
acaba de hacer es anticiparse a lo que sucederá ante mi sepultura -.
En forma semejante, Jesús nos dice por medio de su pasión, He visto la aflicción de
la familia humana, y he descendido para liberarles, para que puedan recibir el Espíritu a
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plenitud, y para que puedan ser transformados hasta que su naturaleza, cuerpo, alma y
espíritu, se conviertan en divinos.
Por medio de esa sagrada procesión, al revivir con fe la travesía de los israelitas por
el Mar Rojo e identificarnos con el descenso de Cristo a Sheol a través de las aguas del
Gran Abismo, nuestros pecados son una vez más destruidos sin dejar rastro. Al entrar en la
iglesia, recibimos una fracción de la candela del Cirio Pascual, como símbolo de nuestra
participación en el Espíritu divino. Al escuchar el Exultet que es el antiguo himno en acción
de gracias que canta un representante de la comunidad, la vela en nuestras manos
representa la luz de la fe en la resurrección de Cristo, que se levanta como convicción
invencible dentro de nuestros corazones. Y es en ese momento que se canta el Aleluya.
El padre pidió a Jesús en sus últimos momentos que se identificara totalmente con la
humanidad, incluyendo el asumir todas las consecuencias del pecado. Al aceptar, Jesús
experimentó al máximo ese sentimiento de enajenamiento de Dios que resulta cuando se
llega a la plena consciencia reflexiva sin experimentar la unión divina. Por este proceso
pasan todos los seres humanos, y en la tradición cristiana, es llamado pecado original.
Este enajenamiento que Jesús experimentó en su pasión fue la causa de que expirara
sin la sensación de unión personal con su Padre de la cual había disfrutado en toda su vida
terrenal. Su alma santa, cargando con todos nuestros pecados, descendió a las aguas
destructivas del Gran Abismo con el fin de que nuestra pecaminosidad fuese aniquilada
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totalmente. A raíz del divino poder de Cristo, en el mismo instante en que el pecado fue
destruido en las aguas del Gran Abismo, estas mismas aguas quedaron convertidas en aguas
de vida eterna. Cristo le dio al agua la capacidad de corres para siempre, en su misericordia
infinita, y hacer brotar criaturas capaces de participar en su luz, en su vida y en su amor
divinos.
Cuando el alma de Cristo salió de esas aguas, que por el hecho de haber sido
tocadas por su sagrada persona habían quedado convertidas en aguas generadoras de vida, y
entro nuevamente en su cuerpo humano, el sacrificio que había ofrecido hizo que del seno
del Padre se derramase un torrente increíble de luz, vida y amor divinos. El fuego del
espíritu Santo, explotando con la fuerza de la energía divina, penetró apresuradamente los
sagrados restos. El aceite perfumado, con su inmenso peso y valor monetario, simboliza al
Espíritu, y nos sugiere el incalculable poder que ese Espíritu ejerció cuando el alma de
Cristo volvió a entrar en su cuerpo inerte. En esta reunión el padre instila en Jesús
resucitado la totalidad de la esencia divina – las inconmensurables riquezas, la gloria y las
prerrogativas de la naturaleza divina – de una manera que es imposible concebir para
nuestras limitadas mentes humanas.
En el libro del la Apocalipsis, San Juan, relata su visión de Cristo como Señor del
Universo cuando dice, ―Sus pies brillaban como cobre pulido y refinado en un horno‖. Esta
frase sugiere que el Espíritu glorificó la carne en Jesús y la fundió hasta convertirla en
divinidad, usando los términos del Evangelio. Es esta carne glorificada, unida al Verbo
Eterno de Dios, lo que ha penetrado el corazón de la creación entera y se ha unificado con
todo lo que es realidad.
La unión del cuerpo y el alma de Jesús tuvo lugar durante las horas misteriosas de la
noche, justo antes del amanecer, un momento que nadie vio y del cual nadie es testigo. Es
ese evento que se celebra durante la vigilia de Pascua. El primer rito, como se dijo antes, es
la bendición del Nuevo Fuego, símbolo del Espíritu descendiendo sobre la sangre preciosa
de Cristo derramada sobre el suelo. Se toma una chispa del Nuevo Fuego para encender el
Cirio Pascual, como celebración del momento en que Cristo resucitó en su gloria de entre
los muertos. El Cirio Pascual es el símbolo de la columna de fuego que usó Dios para
liberar a los israelitas del yugo esclavizante de Egipto y guiarlos hacia la Tierra Prometida.
Esa misma Presencia ahora nos sirve de guía para sacarnos de nuestra pecaminosidad e
incredulidad y llevarnos a niveles mas elevados de fe y consciencia. La travesía del Mar
Rojo por los israelitas es representada en vivo cuando los feligreses caminan a oscuras en la
iglesia hasta el altar. El Cirio Pascual es el símbolo de Cristo resucitado guiando a su
pueblo hacia la tierra prometida de la transformación divina. Cuando la llama toma
posesión de una fracción de la misma, el interior de la iglesia comienza a iluminarse
paulatinamente, sin que disminuya la luz de la llama original. La caridad, el amor divino
que es el fruto que ha madurado con la resurrección de Cristo, jamás disminuye; por el
contrario, aumenta a medida que se comparte. En virtud del poder intrínseco del misterio
pascual, la Vigilia de Pascua es algo más que una simple conmemoración de la resurrección
de Cristo; nos alerta a apercibirnos de que Cristo resucita en lo más íntimo de nuestro ser y
esparce el fuego de su amor a través de todas nuestras facultades humanas.
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A estas alturas de la celebración de la Vigilia de Pascua, el díacono entona el gran
pregón pascual. Las palabras de este espléndido himno que honra la resurrección de Cristo
despiertan en nosotros el mismo entusiasmo que sintió la cristiandad de todos los tiempos.
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Una vez finalizado el canto del Pregón Pascual (Exultet), todos toman asiento. Se
explican entonces las lecciones que contienen los símbolos bíblicos resaltados en el himno.
A continuación se canta el Aleluya y la presencia y fuerza redentoras de Cristo se aplican
concretamente a la comunidad cuando se bautizan los catecúmenos que estén presentes.
Debe notarse que en el himno hay una parte que revela que en esta noche se
―restaura la inocencia perdida‖. Esta frase, por supuesto, se refiere al Jardín del Paraíso y al
relato de Adán y Eva. Conmemora la pérdida de la intimidad con Dios de la cual ellos
disfrutaban. El meollo del misterio pascual es que personalmente descubramos esa
intimidad con Dios que las Sagradas Escrituras llaman ―inocencia‖. Esta inocencia es la que
se deriva de tener con Dios una interacción fácil y continua, algo exquisito y encantador.
Cuando se tiene este tipo de relación con Dios, no hay cabida para el miedo.
Para poder entender mejor el significado de esta inocencia bíblica, hay que recalcar
la diferencia con la inocencia que nace de la ignorancia. La inocencia por ignorancia es la
falta de concentración o atención que caracteriza al reino animal, la incapacidad de
reflexionar sobre sí mismo o de asumir responsabilidad por las acciones de uno. Cuando se
pierde ese tipo de inocencia no cabe sentir pena. Por el contrario, la consciencia racional es
el logro más importante del proceso evolucionario hasta la fecha.
María estaba llorando afuera, cerca del sepulcro. Mientras lloraba, se agachó sobre el
sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y el otro a los pies, en
donde había estado el cuerpo de Jesús.
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Ellos le dijeron: ―Mujer, ¿por qué lloras?‖. Les respondió: ―Porque han tomado a mi
Señor y no sé donde lo han puesto‖. Al decir esto, miró por atrás y vio a Jesús de pie, pero
no lo reconoció.
Le dijo Jesús: ―Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?‖. Ellas creyendo que sería el
cuidador del huerto, le contestó: ―Señor, si tú lo has sacado, dime dónde lo pusiste y yo me
llevaré‖.
Jesús le dijo: ―María‖. Entonces ella se dio vuelta y le dijo: ―Rabboni‖, que en hebreo
significa ―maestro mío‖. ―Suéltame‖, le dijo Jesús, ―pues aun no he vuelto donde mi
Padre. Anda a decirles a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es padre de ustedes;
donde mi Dios, que es Dios de ustedes‖.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: ―He visto al Señor y me ha dicho tales y
tales cosas‖. (Juan 20:11-18)
La resurrección de Jesús marca el primer día de la Nueva Creación. Los sucesos que
tienen lugar después de la resurrección y las repetidas apariciones de Jesús a sus discípulos
y amigos son los que se usan en la liturgia para ayudarnos a entender la importancia de este
Misterio, punto céntrico de nuestra fe.
Vimos cómo Jesús murió sin haber hallado la respuesta a la encrucijada entre la
identificación con la condición humana y la pérdida de la unión personal con el padre,
consecuencia inevitable de dicha identificación. En la resurrección de Jesús está la solución
a este dilema. Es la respuesta del Padre al sacrificio del Hijo. Da paso, tanto para Él como
para nosotros, a una vida enteramente nueva. Es el momento decisivo en la historia de la
humanidad; de allí se deriva la unión divina accesible ahora a todo ser humano.
Ella arribó a la tumba muy alterada. La enorme piedra, símbolo del inmenso peso
del pecado y de la inclinación que fuertemente nos hunde a los niveles más bajos de la
consciencia, había sido removida. Cuando la mujer se asomó y miró dentro, sólo vio en la
tumba los lienzos con que se había envuelto a Jesús para darle sepultura. Esto dio lugar a
que María pensase que su cuerpo había sido robado. En su gran amor por Jesús, se quedó
llorando afuera de la tumba después de que las demás mujeres se habían ido. Para estar
segura, se asomó de nuevo y descubrió que ahora había dos ángeles con túnicas blancas. Se
sorprendieron de ver a alguien derramando lágrimas en una ocasión tan gozosa, y le dijeron
- ¿Por qué lloras, mujer? –
Aparentemente ella no captó que los que le habían dirigido la palabra eran ángeles.
Estaba totalmente absorta en lo único que le interesaba, y lo cual no esta allí. Les contestó:
- Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto -. Sin prestar más atención
a estos personajes tan poco comunes, comenzó a mirar a su alrededor en el jardín y vio a
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Jesús, quien a su vez le preguntó, - Mujer ¿por qué lloras?, ¿a quien buscas? – Pensando
que era el cuidador del huerto, le dijo, - Si te has llevado su cuerpo, dime dónde lo has
puesto para podérmelo llevar -, sin darse cuenta de lo absurdo que era pretender que ella
podía mover el cuerpo de Jesús, por su peso. Había sido ungido con cien libras de mirra,
áloes y aceites perfumados y por lo tanto pesaba más que antes de ser sepultado. Pero la
intensidad de su dolor era tan grande que no le permitía razonar ni considerar estos factores.
La pregunta del ―jardinero‖ hecha con un poco de ironía, - ¿A quién buscas mujer?
¿Por qué lloras? – parece haber petrificado el inmenso dolor de María, y balbucea las
palabras que su corazón le dicta – Dime dónde lo has puesto para llevármelo -.
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En esta conversación, Jesús está elevando a María paso a paso a través de las
diferentes etapas de la oración contemplativa, hasta llevarla a la unión divina. Finalmente le
dice, - Suéltame, pues aún no he ascendido a mi Padre. Anda a decirles a mis hermanos que
subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes -.
Jesús, de acuerdo a los planes de Dios, ha abierto el camino que lleva a alcanzar los
estados de consciencia más elevados imaginables. El dolor y la agonía de la consciencia de
sí mismo, con su sentido de responsabilidad cargado de sentimientos de culpa, han sido
reemplazados por la invitación a participar en el potencial del ser humano para su ilimitado
crecimiento. El Jardín del Edén combina el recuerdo de lo que pudo haber sido con la
visión anticipada de lo que será. En el jardín de la resurrección se descubre con toda
claridad la revelación del Misterio de Cristo a plenitud. Ya en este nivel de conocimiento y
experiencia, María alcanza el tercer niel de la oración contemplativa, el estado permanente
de unión divina, que consiste en ver a Dios dándose sin reservas, en todo. Esta es la
consciencia que nace de la resurrección interior. Y esta es la Buena Nueva que Jesús pidió a
María que fuese a anunciar a los apóstoles.
Adán y Eva fueron arrojados del paraíso cuando nació en ellos la consciencia propia
sin unión divina. En María se arraigó de tal manera la experiencia de esta unión divina que
llevaba adentro el jardín del paraíso y no lo abandonaría nunca. Debe mirarse el jardín del
Edén como un estado de consciencia, y no como un sitio geográfico. María fue enviada
fuera de aquel jardín; pero con un estado interior permanente de loa que el jardín
representa: la certeza de ser amada por Dios, de retribuir ese amor, y de que Dios se hace
presente en toda circunstancia y en todo momento, tanto interior como exteriormente.
Cuando se está en este estado, lo interior y lo exterior armonizan; se han unido para
siempre y son uno sólo. En el curso de la conversación que nos relata este pasaje, el
Supremo Misterio pasa a ser en María la Suprema Presencia, y la Suprema presencia pasa a
ser la Suprema Realidad.
El derrame de gracia que vemos en esta primera aparición de Jesús después de Su
resurrección es la contestación de Dios al sacrificio de Cristo; es su glorificación como
respuesta a su indecible humillación.
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Igual que María Magdalena, Cristo nos llama a cada uno, con nombre propio, para que
celebremos la festividad de su resurrección.
EL CAMINO DE EMAÚS
Ese mismo día, dos discípulos iban de camino a un pueblecito llamado Emaús, a unos
treinta kilómetros de Jerusalén, conversando de todo lo que había pasado.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar a su
lado, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Jesús les dijo: ―¿Qué es lo que van
conversando juntos por el camino?‖ Ellos se detuvieron, con la cara triste.
Uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó: ―Cómo, ¿así qué tú eres el único peregrino en
Jerusalén que no sabe lo que pasó en estos días?‖. ―¿Qué pasó?‖ preguntó Jesús. Le
contestaron: ―Todo ese asunto de Jesús Nazareno. Este hombre se manifestó como un
profeta poderoso en obras y en palabras, aceptado tanto por Dios como por un pueblo
entero. Hace unos días, los jefes de los sacerdotes y los jefes de nuestra nación lo hicieron
condenar a muerte y clavar en la cruz. Nosotros esperábamos, creyendo que él era el que
ha de liberar a Israel; pero a todo esto van dos días que sucedieron estas cosas. En
realidad, algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron sorprendidos. Fueron muy de
mañana al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, volvieron a contarnos que se les habían
aparecido unos ángeles que decían que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron al
sepulcro y hallaron todo tal como habían dicho las mueres; pero a él no lo vieron‖.
Entonces Jesús les dijo: ―¡Qué poco entienden ustedes y cuánto les cuesta creer todo lo
que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Cristo padeciera para entrar en
su gloria?‖.
Y comenzando por Moisés y recorriendo todos los profetas, les interpretó todo lo que las
Escrituras decían sobre él. Cuando ya estaban cerca del pueblo al que ellos iban, él
aparentó seguir adelante. Pero le insistieron, diciéndole: ―Quédate con nosotros, porque
cae la tarde y se termina el día‖. Entró entonces para quedarse con ellos. Una vez que
estuvo a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. En ese momento se
les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero ya había desaparecido. Se dijeron uno al otro:
―¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba
las escrituras?‖.
Y en ese mismo momento se levantaron para volver a Jerusalén. Allí encontraron reunidos
a los Once y a los de su grupo. Esto les dijeron: ―¡Es verdad! El señor resucitó y se dejó
ver por Simón‖.
Ellos por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al
partir el pan. (Lucas 24: 13-35)
Este relato nos muestra a dos de los discípulos de Jesús, quienes demuestran el
estado de ánimo generalizado en el que se encontraban la mayoría de los discípulos en el
día de la resurrección. Estaban completamente desanimados. Ningún mensaje ni vocación
había sido tan derrotado y desacreditado ante el público como lo había sido el mensaje de
Jesús. Hasta sus discípulos y amigos íntimos lo habían dejado solo y habían huido; más
aún, uno de sus amigos más cercanos lo había traicionado y puesto en manos de los
oficiales eclesiásticos y civiles. Las esperanzas de sus seguidores estaban destrozadas.
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En este texto queda claro que las esperanzas de estos dos discípulos no estaban de
acuerdo con el mensaje que Jesús les había estado tratando de comunicar durante su vida.
Una de las cosas que le dijeron cuando pidió una explicación de la tristeza que mostraban
fue – Nosotros estábamos esperando que él sería el que liberaría a Israel -. En otras
palabras, estos discípulos, y éste pudo haber sido el problema de Judas también, tenían
ideas preconcebidas acerca de quien era el que tenía que ser el Mesías para que encajara en
las aspiraciones nacionalistas del pueblo judío de entonces. Una de sus expectativas era que
Jesús liberaría a Israel del yugo del imperio romano. Aunque Jesús había dejado muy claro
que Él no tenía nada que ver con ese tipo de programas políticos, no pudo sacarle esta idea
de la cabeza a sus discípulos. Por consiguiente, cuando Él predijo con mucha anticipación
que sería entregado a manos de los paganos, y condenado a muestre, ellos no escucharon.
Estos dos discípulos habían escuchado rumores acerca de que las mujeres habían
ido a la tumba y no habían encontrado el cuerpo de Jesús. No parece habérseles ocurrido
que si las noticias acerca de la tumba vacía eran verdaderas, la noticia de que Jesús había
resucitado de entre los muertos también podía serlo. Los confusos y contrariados discípulos
estaban paralizados por el dolor y el desencanto.
La respuesta de Jesús a su triste relato fue, - ¡Qué insensatos! ¡Qué lentos son para
creer todo lo que los profetas anunciaron! – Luego, revelándoles las Escrituras, empezó a
poner en perspectiva el verdadero significado de la venida del Mesías. Cuando se acercaban
a las afueras de Emaús, Jesús indicó que él iba más lejos; y probablemente hubiera
continuado si ellos no hubieran insistido en que se quedara con ellos.
Él fue a la posada con ellos y se sentó a la mesa. Ya era tarde, la misma hora del
sacrificio vespertino y de la hora en que se había celebrado la Última Cena. Tomó el pan, lo
bendijo y lo partió. Luego les repartió el pan tal como ellos se lo habían visto hacer muchas
veces antes.
Más tarde los dos discípulos comentaron como sus corazones ardían mientras Jesús
les explicaba las Escrituras. Este ―ardor‖ les llevó a un alto nivel de concentración y
atención. De repente, mientras Jesús partía el pan, la información de sus sentidos externos
se conectó con su percepción interior. La intuición de la fe atravesó la apariencia exterior
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del extraño y vieron la realidad. ¡Frente a ellos estaba el Cristo Resucitado! Tan pronto
como lo reconocieron, Él desapareció de su vista.
Como los discípulos de Emaús, nosotros también tenemos nuestras ideas sobre
Jesucristo, su mensaje y su iglesia. Nosotros también estamos condicionados por nuestra
educación, cultura y experiencia de la vida. Los discípulos no podía reconocer a Jesús
mientras estuvieran aferrados a sus conceptos previos acerca de quién era y de cómo debía
comportarse. Cuando Jesús demolió su ceguera con la explicación de las Escrituras, su
visión empezó a asumir un tono más realista. El precio de reconocer a Jesús es siempre el
mismo: nuestra idea de Él, de la iglesia, de la espiritualidad, de Dios mismo ha de ser
demolida. Para ver con los ojos de la fe debemos liberarnos de nuestras mentalidades
acondicionadas por nuestra cultura. Cuando liberamos nuestra visión limitada y privada,
aquel que había estado escondido para nosotros a causa de nuestros valores preestablecidos
y de nuestras ideas preconcebidas hace que de nuestros ojos se caigan las escamas que nos
cegaban, descubrimos que Él estaba allí todo el tiempo, y por fin percibimos su Presencia.
Con la visión transformada por la fe, regresamos a nuestras rutinas monótonas y a las tareas
cotidianas, pero ahora, como María Magdalena, reconocemos a Dios entregándosenos en
todas las personas y en todas las cosas.
LA APARICION EN EL APOSENTO
DE LA ÚLTIMA CENA
La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas
cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos. (Juan
20:19).
Les dijo: ―Paz a ustedes.‖ Estaban atónitos y asustados, pensando que veían a algún
espíritu.
Pero él les dijo: ―¿Por qué se asustan tanto, y por qué les vienen estas dudas? Miren mis
manos y mis pies, soy yo. Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos,
como ustedes en que yo tengo‖. Y al mismo tiempo les mostró sus manos y sus pies. Y
como, en medio de tanta alegría, no podían creer y seguían maravillados, les dijo:
―¿Tienen aquí algo que comer?‖
Ellos le ofrecieron un pedazo de pescado asado y él tomó y comió ante ellos.
Jesús les dijo: ―Todo esto se lo había dicho cuando estaba todavía con ustedes. Tenía que
cumplirse lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los salmos respecto
a mí‖.
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Entonces les abrió la mente para que lograran entender las Escrituras y les dijo: ―Esto
estaba escrito: los sufrimientos del Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer
día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando
por Jerusalén‖. (Lucas 24: 37-47)
Esta aparición de Jesús ocurrió después de que los dos discípulos habían regresado a
Jerusalén y habían escuchado a los demás discípulos decirles con enorme gozo - ¡Es cierto!
¡El Señor ha resucitado! ¡Se le ha aparecido a Simón!-
-¡La paz sea con vosotros!- les dice de nuevo. Pero estas palabras no les hicieron
ningún impacto porque estaban preocupados y con miedo de que los fueran a aprehender y
a poner en la cárcel por haber sido sus discípulos. Habían quedado reducidos a un pequeño
grupo de personas asustadas que apenas se estaban reponiendo de su inmensa y aplastante
pena. Repentinamente, Jesús está en medio de ellos. Es probable que el primer pensamiento
de ellos haya sido - ¡Creí que habíamos cerrado la puerta con seguro!-.
Jesús había pasado a través de una puerta con cerrojo. O quizá estaba ya presente a otro
nivel de realidad invisible para los discípulos. Anteriormente les había dicho, -Dondequiera
que dos o tres estén reunidos en mi nombre, ahí estaré yo presente con ustedes -. De todos
modos, para gran asombro de sus discípulos, allí se encontraba en medio de ellos, y la
primera reacción natural de ellos fue, -¡Es un fantasma!-.
Les dijo, -¿Por qué están tan alterados? – Como de costumbre, Jesús se va
directamente al fondo de la motivación. A estas alturas, los programas emocionales de este
grupo de personas y sus imaginaciones estaban trabajando sobretiempo, y todo lo que veían
era un fantasma cuando obviamente se trataba de una persona de carne y hueso. Ni siquiera
por cortesía lo invitaron a sentarse.
Jesús, a quien quizá le divertía esto, les volvió a preguntar, -¿Por qué permiten que
les asalten estas dudas? – Estaba tratando de tranquilizarlos.
Dándose cuenta que con este enfoque no estaba teniendo ningún éxito, trató de
desafiarlos apelando a sus sentidos externos, y continúo diciendo, - Miren mis manos y mis
pies. ¿Soy Yo o no? – extendiendo las manos hacia ellos para satisfacer así su curiosidad,
les dijo, - Tóquenme y convénzanse ustedes mismos. ¡Soy de carne y hueso, y ningún
fantasma lo es! -.
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Pero todavía no podían aceptar el simple hecho de su presencia visible entre ellos.
¡Aquello era demasiado bueno para que fuese cierto! Mientras ellos se revolcaban en su
perplejidad y dudas, Él continuaba tratando de darles ánimo.
-¿Tienen algo de comer? -, les preguntó. Nada puede convencernos más rápidamente de
que los que parece un fantasma es un ser humano real que la solicitud de algo para comer.
Los discípulos buscaron ansiosamente algo que ofrecerle y encontraron un trozo de pescado
asado.
Este detalle no hay que pasarlo por alto como si no tuviese importancia. Todo lo que
aparece en las narraciones evangélicas acerca de la resurrección tiene tonalidades
simbólicas. Cuando se escribieron estos evangelios, el signo del pescado ya se había
convertido en el símbolo de Cristo o de sus seguidores. En el idioma griego las dos
primeras letras de las palabras Cristo y pescado son las mismas. Al usarse el pescado como
el símbolo de Cristo, un pescado asado viene a ser el símbolo de su humanidad
transformada. Jesús está de pie frente a ellos, pero en una humanidad transfigurada.
Una vez que consumió el pescado asado, los discípulos comenzaron a calmarse. Por
fin s encontraban dispuestos a recibir Sus instrucciones. – En estos eventos -, les dijo, - se
ha cumplido lo que Yo les anuncié que sucedería -. En numerosas ocasiones Él les había
predicho que sería aprehendido por las autoridades, condenado a muerte y que resucitaría al
tercer día, pero los bloqueos emocionales de los discípulos no les habían permitido
escuchar lo que Él les había estado diciendo.
El perdón de los pecados y la restauración de la amistad con Dios que esto trae
consigo, es el gran triunfo del sacrificio de Jesús. Es esta la verdadera seguridad que el
corazón humano anhela. El sacrificio de Jesús nos libera de considerarnos seres separados y
de la alienación que eso conlleva. Esta es la paz que el mundo no puede dar. La paz de
Cristo nace de la experiencia interior de su resurrección, de llegar a comprender la unión de
nuestro auténtico Yo con la Realidad Suprema.
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CRISTO SATISFACE LAS DUDAS
DE TOMAS
La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas
cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.
Les dijo: ―La paz sea con ustedes‖. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor.
Él les volvió a decir: ―La paz esté con ustedes. Así como el Padre me envió a mí, así los
envío a ustedes‖. Dicho esto, sopló sobre ellos: ―Reciban el Espíritu Santo: a quienes
ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden
atados‖.
Uno de los Doce no estaba cuando vino Jesús. Era Tomás, llamado el Gemelo. Los otros
discípulos, pues le dijeron: ―Vimos al Señor‖. Contestó: ―No creeré sino cuando vea la
marca de los clavos en sus manos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la
herida del costado‖.
Ocho días después, los discípulos estaban de nuevo reunidos dentro, y Tomás con ellos. Se
presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, y se puso de pie en medio de ellos,
Les dijo: ―la paz sea con ustedes‖. Después dijo a Tomás: ―Ven acá, mira mis manos;
extiende tu mano y palpa mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe‖.
Tomás exclamó: ―Tu eres mi Señor y mi Dios‖. Jesús le dijo: ―Tu crees porque has visto.
¡felices los que creen sin haber visto‖. (Juan 20: 19-31)
Los dos grandes obsequios que Jesús otorgó a sus discípulos el día de su
resurrección, el primer día de la Nueva Creación, fueron el perdón de los pecados y la
restauración de la unión divina. Pero un regalo aún mayor también estaba incluido: les dio
al Espíritu Santo, fuente del perdón de los pecados y de la unión divina.
Los eventos de la resurrección nos ponen frente a varios aspectos del Misterio
Pascual, incluyendo el significado de la Nueva creación. Démosle un vistazo al intrigante
relato del apóstol Tomás y a su peculiar respuesta a la noticia de la resurrección.
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¿Qué pensaba Tomás? – Si Jesús no piensa tenerme en cuenta a mí, yo tampoco lo
tendré en cuenta a Él. Si Él no me quiere, yo tampoco lo quiero -. Era la reacción infantil
ante el abandono. En otras palabras, él se ponía a un precio fuera de alcance. ¿Habrán
existido jamás condiciones más atrevidas que las que ponía un infeliz hombrecito de barro
ante el Todopoderoso a cambio de su fe? - ¡A menos que yo vea la marca de los clavos en
sus manos, y que yo ponga el dedo donde estuvieron los clavos, y yo ponga la mano sobre
el costado, no voy a creer! -.
Jesús le dijo, - Tomás, dame tu dedo y ponlo aquí en mis manos. ¡Y ahora dame tu
mano y ponla aquí en el costado! – Nótense los detalles al Jesús referirse a la inaudita
exigencia, punto por punto, palabra por palabra. – Y no seas incrédulo, sino ¡cree! -.
Jesús agregó un comentario final, - ¡Felices lo que creen sin haber visto! – Es como
si dijera, ―Tomás, me alegro que hayas encontrado la fe. Pero el excluirte de mi primera
visita no fue un rechazo sino una invitación a una gracia mayor. Fue una invitación a que tu
fe en mi fuese basada en una experiencia personal tuya‖.
La resurrección de Jesús es algo más que un simple evento histórico. Así lo sugieren
las palabras que Jesús le dirige a Tomás. Podrían parafrasearse así: ―Tu basaste tu fe en
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verme, Tomás; pero existe una felicidad más grande – la de creer en mi resurrección porque
experimentas sus efectos dentro de ti‖.
Esto, por supuesto, es un mensaje importante para nosotros. Nos dice que es mucho
mejor relacionarse con el Cristo resucitado basándose en pura fe, que no depende de
apariciones, sensaciones, evidencia externa, o en el que dirán, sino en nuestra experiencia
personal del surgimiento y de la manifestación de la vida de Cristo dentro de nosotros. Esta
es la fe viva que nos da el poder de podernos manifestar bajo la influencia del Espíritu
Santo – ese mismo Espíritu que Jesús impartió en un soplo a los apóstoles en el atardecer
de su resurrección.
Después de esto, nuevamente Jesús se hizo presente a sus discípulos en la orilla del lago de
Tiberíades. Y se hizo presente como sigue.
Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Gemelo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos
de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: ―Voy a pescar‖. Le contestaron.
―Nosotros vamos también contigo‖.
Partieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús se presentó en la orilla. Pero los discípulos no podían saber que era él.
Jesús les dijo: ―Muchachos, ¿tienen algo de comer?‖. Le contestaron ―Nada‖. Entonces
Jesús les dijo: ―Echen la red a la derecha y encontrarán pesca‖.
Echaron la red y se le hicieron pocas las fuerzas para recoger la red, tan grande era la
cantidad de peces.
El discípulo a quien Jesús más quería dijo a Simón Pedro: ―Es el Señor‖. Cuando Pedro
oyó esto de ―es el Señor‖, se puso la ropa (se la había sacado para pescar) y se echó al
agua. Los otros discípulos llegaron a la barca, arrastrando la red llena de peces; estaban
como a cien metros de la orilla.
Cuando bajaron a tierra, encontraron un fuego prendido y sobre las brasas pescado y pan.
Jesús les dijo: ―Traigan de los pescados que acaban de sacar‖. Simón Pedro subió a la
barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Con todo, no se
rompió la red.
Jesús les dijo: ―Vengan a desayunar‖. Ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la
pregunta: ―¿Quién eres tú?‖, porque comprendían que era el Señor. Jesús se acercó a
ellos, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
Esta fue la tercera vez que se manifestó a sus discípulos después de haber resucitado de
entre los muertos. (Juan 21: 1-4).
Este texto contiene cierta nostalgia. Uno percibe un ambiente pausado en esta
tercera aparición de Jesús a los apóstoles.
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ellos habían regresado de acuerdo a Sus instrucciones y estaban matando tiempo en sus
viejas guaridas por el lago de Tiberíades, donde se habían ganado la vida antes de que Jesús
los llamara y los sacara de sus respectivos negocios para que se unieran a Él y proclamaran
el reino de Dios.
Jesús había dicho que se encontraría con ellos allí. Pero ¿dónde estaba? Pedro dijo a
los demás discípulos, - ¿Qué les parece si salimos a pescar? – a lo cual ellos le
respondieron. - Está bien, iremos contigo -.
Se subieron al bote y remaron hasta llegar al centro del lago. Todo el día se los
pasaron tirando anzuelos y carnadas sin pescar nada. Comenzó el atardecer, y nada. Cayó la
noche, y ellos seguían en medio del lago tratando de pescar algo. Tiraron las redes, primero
a un lado, luego al otro. Remaron de arriba abajo del lago. Poco a poco iba oscureciendo.
Salió la luna y se volvió a ocultar, y ellos seguían intentando. Fue una noche de mucho
esfuerzo y de ninguna pesca.
Mientras esperaban el amanecer, su contrariedad iba en aumento. Estaban cansados,
irritados y con frío. Nadie decía una palabra. Simplemente se reclinaban en el bote, y con el
ceño fruncido, miraban fijamente las aguas del lago. Se encontraban a solo unos doscientos
metros de la orilla. De repente en la playa, surgiendo lentamente de las sombras, apareció la
silueta de un hombre. Según iba saliendo el sol, el extraño se hacía más y más visible.
Después de mucho tiempo, les gritó de manera amistosa, - Muchachos ¿Han pescado algo?
-.
Se miraron unos a otros con miradas irónicas. ¿No entendía ese hombre que un bote
de pescadores no estaría allí a esa hora si no fuese porque estos no habían pescado nada?
Así es que le gritaron -¡No!- El desconocido, sin desanimarse por la forma poco
amistosa en que le habían respondido, les gritó también, - Prueben a tirar la red a la derecha
del bote y verán cómo van a pescar algo -.
El comentario entre ellos fue. -¿Quién es éste tipo, diciéndonos que es lo que
tenemos que hacer? Llevamos toda la noche aquí. Ya nos convencimos de que no hay peces
en el lago hoy -. Pero uno de ellos dijo, - No tenemos nada que perder -.
Así es que una vez más recogieron la red y la volvieron a tirar al lado derecho del
bote. Cuál no sería su sorpresa cuando sintieron un tirón muy fuerte. Todo un cardumen se
había metido en la red. En ese momento los hombres tuvieron que asir la res con todas sus
fuerzas para evitar que se hundiera el bote, que se inclinaba peligrosamente hacia la
derecha. Se oyó la exclamación de Juan, - ¡Es el Señor! -.
El Evangelio aquí nos presenta por segunda vez una noche sin pesca, una noche
llena de esfuerzo pero sin resultados. Es el símbolo vivo de nuestra interminable
experiencia de purificación, abriéndole paso al amanecer de la resurrección interior.
Tan pronto Pedro se dio cuenta de que el desconocido era Jesús, se tiró al agua y
nadó hacia la orilla. Los demás discípulos arrastraron el bote hasta la orilla y tendieron la
red en la playa. Notaron entonces que Jesús tenía preparada una fogata y encima del fuego
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estaba asando un pescado. Jesús, haciendo las veces de cocinero del desayuno, le dijo a
Pedro, - Trae algunos de los peces que han sacado -.
Mientras Pedro se fue a revisar la pesca, los demás apóstoles estaban en el proceso
de contarlos. Les tomó algún tiempo contar ciento cincuenta y tres pescados y seleccionar
los mejores para cocinarlos. Cuando todo esto estuvo listo, Jesús les dijo, - Vengan a
desayunar -. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar - ¿Quién eres tú? – porque
sabían que se trataba del Señor.
Todos se sentaron. Jesús tomó el pan en sus manos, lo bendijo y se los repartió. A
continuación hizo lo mismo con el pescado. Sentados silenciosamente mientras comían, se
fueron dando cuenta de un cambio inconfundible en su relación con el Maestro. Una
comida que se comparte es un símbolo de pertenencia. Antes había sido ocasión para
conversar, reír y cantar. Este era un nuevo nivel de pertenencia. Su relación anterior con
Jesús se estaba terminando para dar comienzo a una nueva relación a un nivel mucho más
profundo. Este compartir no era de palabras, ni de ideas, ni de sensaciones, sino que nacía
del Espíritu que vivía en lo más íntimo del ser, una forma de comunicación mucho mejor
que la que tenían antes. Esta era la relación a la cual Jesús se refería cuando regaño a
Tomás y le hizo ver que el creer basándose en la experiencia personal es un don mucho
mayor que cuando se basa en evidencia externa.
Los cincuenta días, durante los cuales Jesús se reveló a los discípulos, sirvieron para
sacarlos de su desaliento y para llevarlos a una relación íntima con el Espíritu Divino que
Él había prometido enviarles. Pasaron de tener una relación con Jesús meramente humana a
un intercambio interior, que es el que disfrutan aquellos que están avanzando en su
sensibilidad hacia las inspiraciones del Espíritu Santo.
LA ASCENSION
Así, pues, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la
derecha de Dios Padre. Y los discípulos salieron a predicar por todas partes con la ayuda
del Señor, el cual confirmaba su mensaje con las señales que lo acompañaban. (Marcos
16: 19-20).
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La clave para ser cristiano es conocer a Jesucristo en todo nuestro ser. Es muy
importante conocer Su humanidad sagrada por medio de nuestros sentidos y reflexionar
sobre ella con nuestro entendimiento, valorar sus enseñanzas y su ejemplo en nuestra
imaginación y guardarles como un tesoro en nuestra memoria, e imitarlo con una vida de
integridad moral. Pero esto es solo el comienzo. Es a éste potencial trascendental en
nosotros – a nuestras mentes que se abren a la verdad sin límite, y a nuestra voluntad que
quiere alcanzar un amor sin límite, al que Cristo se dirige con especial urgencia.
La gracia de la Ascensión nos ofrece una unión aún más increíble, una invitación
aún más cautivadora a una vida y a un amor sin límite. Es la invitación para entrar en el
Cristo cósmico, en Su divina persona, en el Verbo de Dios, que siempre ha estado en el
mundo. Y su presencia ha sido siempre redentora porque Dios de antemano conocía su
encarnación, muerte y resurrección. Cristo es la ―luz que alumbra a todos‖(Juan 1:9) – el
Dios que está presente en la forma más inesperada y oculta. Este es el Cristo que
desapareció detrás de las nubes el día de la Ascensión, no para dirigirse a un sitio
geográfico, sino al corazón de toda la creación. Y específicamente ha penetrado lo más
profundo de nuestro ser, haciendo que nuestro ser, después de estar separado, se fusiones
con su Persona divina, capacitándonos para actuar bajo la influencia directa del Espíritu. De
esta manera, aún cuando nos estemos tomando un plato de sopa o estemos caminando por
la calle, es Cristo el que vive y actúa en nuestro interior, transformando nuestro mundo
desde adentro. Esta transformación aparece disfrazada en cosas ordinarias, en el disfraz de
las rutinas diarias que parecen insignificantes.
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La gracias de la Ascensión es la fe triunfante que cree que la voluntad de Dios es la
que dirige todo, no importa lo que suceda. Cree que la creación ya está glorificada, aunque
en forma velada, mientras espera la revelación completa en los hijos de Dios.
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CAPÍTULO 3
―Si vosotros me amáis y guardáis los mandamientos que les doy, Yo le pediré a Mi
Padre, y Él os enviará a otro Paráclito—que estará con vosotros siempre: el Espíritu de
verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque ni lo ha visto, ni lo reconoce; pero
vosotros podéis reconocerlo a Él porque Él permanece con vosotros y estará dentro de
vosotros‖ (Juan 14: 15-17)
INTRODUCCIÓN
El período de preparación para la fiesta de Pentecostés es breve (justamente diez
días) porque las dos previas estaciones han servido como preparación remota y nos han
instruido concienzudamente para ello.
Pentecostés es al mismo tiempo la fiesta principal y cúspide de la idea teológica del
divino amor. Es de hecho, la fiesta cumbre de todo el año litúrgico. Durante el resto del
año se examinan las enseñanzas y ejemplos de Jesús a la luz de Pentecostés, esto es, desde
la perspectiva del amor divino.
La Fiesta de Pentecostés
―El último día de la fiesta, que era el más importante, Jesús, puesto en pie, dijo con
voz fuerte:
¡El que tenga sed, venga a Mí; el que cree en Mí, que beba! Como dice la
Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva‖. (Juan 13: 37-39)
Entonces el Espíritu no solo fue dado una sola vez. Es una promesa continua, una
promesa eterna—una promesa que está siempre consumada y siempre está siendo
consumada, porque el Espíritu es infinito e ilimitado y nunca puede ser contenido
plenamente.
El Espíritu es la promesa suprema del Padre. Una promesa que es Don puro. Nadie
está obligado para hacer una promesa. Una vez que una promesa ha sido hecha, sin
embargo, uno queda atado. Cuando Dios se obliga a Sí mismo, es con absoluta libertad,
absoluta fidelidad. El Espíritu como promesa, es un don, no una posesión, es una promesa
que ha sido comunicada; así pues, nunca se retractará, ya que Dios es infinitamente fiel a
Sus promesas. Nótese que la comunicación es por la vía del regalo, no de la posesión.
Como el aire que respiramos, podemos tener todo el que queramos meter a nuestros
pulmones; pero no nos pertenece. Si tratamos de apropiarnos de él—como ponerlo en un
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ropero bajo custodia—nuestros esfuerzos serán en vano. El aire no fue hecho para ser
poseído, ni tampoco el Espíritu.
El Espíritu divino es todo don, pero no accederá a una actitud posesiva. Él es todo
nuestro a medida que lo dejemos ir. ―El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su
sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu‖
(Juan 3:8). Con estas palabras Jesús explicaba a Nicodemo y a nosotros que no podemos tener
control sobre el Espíritu. De hecho otorgándolo es como podemos manifestar que lo hemos
recibido. Es el Supremo Don, pero soberanamente Él mismo, soberanamente libre.
El Espíritu de Dios, la promesa del Padre, reúne en Sí mismo todas las promesas
de Cristo. Porque todas apuntan a Él. La Encarnación es una promesa, la Pasión y Muerte
de Jesús son promesas. Su Resurrección y Ascensión son cada una, promesa. Pentecostés,
la efusión del Espíritu, es en sí mismo una promesa. Todas son promesas y súplicas del
Divino Espíritu, presente y para ser recibido en cada momento. El es la última, la más
grande y completa de todas las promesas de Dios, el sumario viviente de todas ellas. La
fe en Él es la fe en toda la Revelación. La apertura y el abandono a Su guía son la
continuación de la revelación de Dios en nosotros y a través de nosotros. Es estar
involucrados en la redención del mundo y en la divinización del cosmos. Conocer que
Cristo es todo en todo y conocer Su Espíritu, la promesa viviente del Padre—esta es la
gracia de Pentecostés.
Entre Dios y nosotros, dos extremos se encuentran: Él que es el todo, y nosotros que
nada somos al fin. Es el Espíritu quien nos hace uno con Dios y en Dios, precisamente
como la Palabra está con Dios y es Dios—la Palabra por naturaleza, nosotros por
participación y comunicación. Jesús oró por esta unidad en la Última Cena. Muchas de Sus
palabras en esa ocasión, encontraron su consumación y pleno significado en la efusión del
Espíritu en nuestras mentes y corazones. Jesús dijo: ―La gloria que tú me has dado a Mí, Yo
se las he dado a ellos; que ellos sean uno, como Nosotros somos uno: yo en ellos y tú en
mí, para que lleguen a ser perfectamente uno…‖ (Juan 17: 22-23)
Jesús en su oración sacerdotal por sus discípulos rezaba: ―Te pido que todos ellos
estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros,
para que el mundo crea que tú me enviaste‖ (Juan 17: 21) Es el Espíritu quien origina que
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seamos uno con el Cuerpo de Cristo. Todos hemos recibido el mismo Espíritu
vivificándonos y ocasionando que estemos en Cristo, en el Padre en el Espíritu.
-oo-
76
C A P Í T U L O IV
“T I E M P O O R D I N A R I O”
LAS BIENAVENTURANZAS
LA FELICIDAD VERDADERA
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que significa ―Oh, qué feliz han de ser‖. Las primeras tres bienaventuranzas están dirigidas
a demoler los valores de los primeros tres centros de energía que han servido de base para
elaborar los programas de felicidad. Aquellos cuya motivación está basada en uno de
estos tres centros de energía, han diseñado para ellos mismos su propio programa
para la miseria humana.
Los primeros tres centros de energía son el producto de ciertos programas de
felicidad que se desarrollaron en una edad pre-racional y que en años posteriores las
personas defienden a toda costa. De ahí que Jesús enfatizara tanto el arrepentimiento
durante su ministerio, con lo cual está diciendo: “Cambia la dirección donde estás
buscando la felicidad”. Las bienaventuranzas brotaron del corazón de Jesús cuando vio
con infinita compasión que las multitudes que lo seguían parecían ―como ovejas sin
pastor‖, cada una por su lado—es decir, sin rumbo, descarriadas. En lenguaje moderno los
proyectos de los primeros tres centros de energía podrían describirse como ―Volar en jet sin
saber a dónde‖ (‗Jetting to nowhere‘—frase coloquial en inglés). Las bienaventuranzas nos
dan algunas ideas de cómo desmantelar estos centros de energía, para así, podernos acercar
a la verdadera felicidad.
Las primeras tres bienaventuranzas pueden ser resumidas por el mandamiento
―Ama a tu prójimo como a ti mismo‖. Si ese mandamiento se viviera, desmantelaría
rápidamente el sistema del faso-yo. Es completamente imposible amar a nuestro prójimo
como a uno mismo mientras estemos actuando bajo el impulso de las fantásticas demandas
por seguridad y supervivencia, poder y control, afecto y estima.
Las siguientes cuatro bienaventuranzas están dirigidas a más elevados niveles de
conciencia. Una vez que el amor al prójimo se ha afianzado, el divino amor comienza a
desplegar sus secretos. Las últimas cuatro bienaventuranzas puede resumirse en el
mandamiento de Jesús: ―Amad a los demás como Yo os he amado‖. Esta dimensión del
amor es más profunda y más incluyente que el amar al prójimo como a uno mismo.
Consideremos la primera bienaventuranza: ―Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de Dios‖. ¿Cuál es el Reino de Dios? Es lo que Dios hace en
nosotros. No es ciertamente una regla de vida de nuestra propia hechura. Es la apertura
que permite a Dios entrar a nuestras vidas en cualquier tiempo. Consecuentemente,
presupone la flexibilidad para adaptarse a cualquier acontecimiento y circunstancia y a la
voluntad de dejar ir nuestros propios planes en favor de las inspiraciones que provienen del
Espíritu.
¿Quiénes son los pobres de espíritu? Los pobres de espíritu son los oprimidos, los
discriminados, los despreciados en una cultura particular. No cuentan para nada, son
insignificantes, la gente considerada como ‗don-nadie‘. El término abarca a aquellos que no
son necesariamente pobres en lo material, aunque esto puede ser uno de los factores que
hacen al indigente objeto de desdén de aquellos que están en mejor condición. La pobreza
evangélica se dirige a aquellos que sufren cualquier forma de privación humana. Las
palabras adicionales ―de espíritu‖, apuntan al hecho de que para experimentar la
bienaventuranza, no basta ser pobre materialmente y sufrir alguna aflicción, es necesario
aceptar esa dolorosa condición. Los pobres de espíritu son aquellos que están
anuentes a soportar la aflicción de cualquier clase por amor a Dios.
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La bienaventuranza final declara que aquellos que son perseguidos por abogar por
la justicia o la verdad, se sienten especialmente colmados de dicha porque tiene una
participación especial en el Reino de Dios, que es la felicidad plena. Uno no es
normalmente perseguido por su inactividad, sino por tratar de cambiar las injustas
estructuras sociales. Esto nos advierte que los pobres de espíritu no son simplemente
pasivos para enfrentar las circunstancias opresivas en las cuales ellos se encuentran.
Es verdad que su primera reacción o respuesta, es aceptar las cosas como son. Pero la
voluntad de Dios podría sugerirnos asimismo, que actuemos para corregir, mejorar, o
cambiar las estructuras injustas u opresivas situaciones de modo que estén de acuerdo con
la voluntad de Dios y como el Espíritu Santo inspire.
Aceptarlo todo pasivamente puede indicar una personalidad de dependencia
pasiva que se apoya demasiado fuertemente en agradar a los demás, especialmente a
figuras de autoridad con el objeto de apuntalar así el frágil sentido propio de seguridad. La
aceptación pasiva podría también resultar de años de sufrimiento a causa de algún tipo de
opresión psicológica, física, socioeconómica o religiosa que ha terminado por minar la
propia capacidad para seguir resistiéndose a la injusticia o para tener cualquier iniciativa
significativa para oponérsele. La opresión de cualquier clase, si continúa por un largo
período de tiempo, agota o aplasta el potencial de la voluntad para actuar, y relega a las
víctimas al enorme vertedero de inercia e indiferencia humana.
Los pobres de espíritu, entonces, son aquellos que aceptan la aflicción
activamente, no pasivamente. Ellos aceptan gustosamente la situación como lo que es--un
hecho de la vida—y luego tratan de mejorarla. Esto es cooperar con Dios y esta es la
vocación básica del ser humano. Es el mensaje del Jardín del Edén. [Gen 1:27-31]
De toda la gente que ha vivido en la tierra, Jesús, el Hijo de Dios, fue el más libre
de escoger dónde nacer, dónde vivir, y dónde morir. Sus elecciones son impactantes, por
decir lo menos. No tienen ningún parecido a los programas de los primeros tres centros de
energía que nos tienen plagados a nosotros los demás seres.
Primero que nada, Él vivió en un poblado que fue considerado como insignificante.
En un texto se lee: ―¿Puede acaso salir algo bueno de Nazareth?‖(Juan 1:46). Más adelante,
Jesús insiste en ser bautizado por Juan el Bautista. Cuando Juan objetó, Jesús replicó:
―Hemos de hacerlo si queremos cumplir con todo lo que Dios manda. El bautismo de Juan
era un llamado al arrepentimiento. Jesús quería reforzar ese llamado experimentando el
bautismo de Juan Él mismo. El Bautismo es un compromiso para liberarse uno de las
excesivas demandas de seguridad y supervivencia, afecto y estima, poder y control. La
bienaventuranza del pobre de espíritu se enfoca en el centro de seguridad que
constantemente demanda que todo abunde más y que sea mejor a fin de sentirse seguro.
Jesús pudo haber sido un austero asceta como Juan el Bautista, pero en vez de ello,
escogió un punto medio. Comía con pecadores y bebía vino, dos cosas que los discípulos
de Juan nunca pensarían hacer. Él habló en público con mujeres, algo que se supone, un
Rabí de ese tiempo nunca haría. Jesús estaba libre del conformista nivel de moralidad en
que sus contemporáneos estaban atrapados. Él no quiso someterse a las costumbres locales
que existían para satisfacer las sensibilidades religiosas de ese tiempo.
Al final, Jesús murió en medio de dos criminales, traicionado por un amigo, y
abandonado por Sus discípulos. Ningún benefactor público había estado alguna vez tan
79
profundamente afrentado desde cualquier punto de vista y rechazado tanto por las
autoridades civiles como las religiosas. En el ejemplo de la vida de Jesús, el ser es más
importante que el hacer; no es cuán exitoso es uno, sino quién es uno, lo que cuenta.
Como en el ejemplo de Jesús, una vida de trabajo puede ser completamente destruida y aún
así, la propia vida puede ser un inmenso éxito. Efectivamente, la destrucción de una vida de
trabajo es una de las formas clásicas a través de las cuales Dios conduce a sus siervos para
su entrega final. El camino espiritual se hace más exigente a medida que se avanza,
pero también, más liberador.
Toda la creación es nuestra, a condición de que no tratemos de poseerla. El
innato deseo de sentir seguridad, es un obstáculo para disfrutar de todo lo que existe. Esto
no significa que no podamos tener posesiones para nada, sino que necesitamos ser
desapegados de cualquier cosa que tengamos. De otra manera, perdemos la verdadera
perspectiva, y con ella, el gozo de esta bienaventuranza. Juan de la Cruz escribió, ―Si tú
quieres poseerlo todo, desea no poseer nada‖. Cultivando una actitud no-posesiva hacia
todo, incluyendo nosotros mismos, todo es experimentado como don. Entonces, es
cuando se es auténticamente pobre de espíritu y encontrará gozo en todo.
En este relato del Sermón de la montaña, se nos dijo que una gran multitud se había
reunido. Muchas de las personas habían venido a ser sanadas de sus enfermedades y
carecían de instrucción espiritual. Jesús simplemente presentó sus enseñanzas para todos
los que se encontraban presentes. Podemos estar seguros entonces, que Sus palabras
estaban igualmente dedicadas a nosotros.
Veíamos que los pobres de espíritu eran aquellos que estaban afligidos por causa de
su amor a Dios. La gente que está marginada de los símbolos normales de seguridad, tiene
la disposición ideal para el Reino de Dios porque nada tiene que perder. Alguien que
nada tiene que perder, obviamente está mucho más dispuesto a permitirle a Dios que
entre a su propia vida. Jesús en Su enseñanza sugiere que la sanación de nuestro centro de
seguridad llega cuando confiamos en que Dios se hará cargo de nuestras necesidades. En el
Sermón de la Montaña, Jesús amplía el significado de dejar ir la ansiosa búsqueda de más y
más posesiones para apaciguar nuestros sentimientos de seguridad:
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―No os preocupéis de qué comeréis o qué beberéis o qué ropa os pondréis.
¿Acaso no es la vida más preciosa que el vestido? Observen a esos pájaros, ellos no
siembran ni cosechan o almacenan provisiones en los graneros, así, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que estas aves?
Observen a los lirios del campo, cómo crecen ellos. No trabajan ni tejen, ni
Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.‖
―Bienaventurados sean los que sufren, porque ellos serán consolados‖. El amor
distorsionado por el egoísmo quiere aferrarse a los efímeros o ilusorios proyectos de
felicidad. Cuando dejamos ir tales cosas, seguramente sentiremos la pérdida y la
correspondiente emoción de pesar. Este pesar no es el mismo que proviene de la falta de
disposición para dejar ir lo que se nos pide o toma de nosotros y que podría dar lugar a
desánimo, depresión, y aún desesperación. La disposición para dejar ir y sobrellevar la
pérdida de lo que amamos, da lugar a una nueva libertad interior que nos capacita a
vivir sin lo que previamente pensábamos que era tan esencial. Esa libertad con su
acompañante paz es la consolación que es prometida en la bienaventuranza. Nosotros
debemos permitir que este aflictivo período siga su curso y no escapar del mismo. Ni
tampoco deberíamos pensar que hay algo mal si algunas veces echamos una mirada
retrospectiva a algo que dejamos atrás o somos alcanzados a veces por una reacción
violenta de agitación emocional. De hecho, nunca perdemos algo que verdaderamente
merece ser amado; simplemente entramos a una relación más madura con ello.
―Bienaventurados son los mansos, porque ellos heredarán la tierra‖. Los mansos
son aquellos que no se encolerizan al enfrentar los insultos e injurias y han comenzado
a desmantelar sus necesidades o demandas de control hacia otra gente, eventos y sus
propias vidas, cuando ellos experimentan un insulto o humillación, no lo sienten como una
pérdida de poder. Por lo tanto, están libres para continuar mostrando amor. Los mansos
rehúsan injuriar a otros a pesar de la provocación. Ellos no juzgan. Podrían no aprobar
la conducta o principios de alguien, pero rehúsan emitir juicios morales acerca de la
persona en cuestión. Mas bien, la libertad de sus centros de control-poder, les permite tener
gran compasión por aquellos que están aún atrapados en sus camisas de fuerza de
necesidades de poder que nunca descansan y que nunca podrán ser satisfechas.
La enseñanza de Ghandi quien practicó la abimsa (usualmente traducida como ¿la
práctica de la no-violencia), apunta a una nueva clase de conciencia, en la cual, en vez de
retornar ojo por ojo y diente por diente, uno va mostrando amor. Abimsa no es una actitud
pasiva sino una que activamente muestra amor sin importar lo que suceda. El amor es tan
delicado y sincero que rehúsa sacar ventaja del perseguidor cuando éste está
vulnerable.
La mansedumbre propuesta en esta bienaventuranza no es pasividad sino la
firme determinación de continuar amando sin importar cuánta maldad nos haga otra
persona. Se cree que mostrar amor es la verdadera naturaleza del ser humano. Esta
conducta socava la violencia en sus raíces. La violencia tiende a engendrar violencia.
Cuando la gente se siente atacada, se defiende. No existe final de la cadena de violencia
hasta que uno de los contendientes rehúsa responder de ese modo. La determinación de
continuar amando a pesar de la provocación inmensa, es la única manera de
conseguir paz entre las familias, las comunidades y las naciones. Esto presupone y
manifiesta la libertad interior a la cual nos invita el Evangelio.
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Extenderse hacia los demás
Jesús ahora entró a Jericó. A medida que caminaba por la ciudad, se registró un
gran revuelo. Un hombre llamado Zaqueo, que era un alto oficial entre los recaudadores
de impuestos y acaudalado a la vez, tenía curiosidad por averiguar quién era Jesús, pero
debido a la presión del gentío, no tenía oportunidad de hacerlo porque era de baja
estatura. Con el fin de poder observar a Jesús, corrió y se encaramó en un árbol de
higuera, ya que se esperaba que Jesús pasara por allí.
Cuando Jesús llegó al sitio, levantó la vista. ―Zaqueo‖, le dijo, ―baja rápido; hoy
debo hospedarme en tu casa‖. Descendiendo rápidamente, gozoso le dio la bienvenida a su
casa. Un murmullo corrió entre el gentío de espectadores, ―Él ha dado un giro‖,
comentaban, ―al aceptar la hospitalidad de un pecador‖. Entonces Zaqueo se irguió y dijo
estas palabras al Señor, ―Doy mi palabra, Señor, que daré a los pobres la mitad de mis
posesiones, y si algo obtuve por extorsión en agravio de cualquiera, le devolveré cuatro
tantos‖.
Entonces, en su presencia, Jesús dijo, ―Hoy, la salvación ha visitado esta casa,
porque él es también un hijo de Abraham. Después de todo, es la misión del Hijo del
Hombre, salvar aquello que estaba perdido‖. [Lucas 19:1-10] Evangelio del domingo 31 del tiempo
ordinario.
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ha estado escondido desde el comienzo del mundo y que ahora es revelado en Jesucristo.
Tener hambre y sed de justicia es manifestar el amor divino bajo cualquier
circunstancia. Esto es para lo que los seres humanos fueron creados. Es nuestra naturaleza.
Todo lo demás es no-natural; cualquier otra disposición es anormal.
La siguiente bienaventuranza, ―Bienaventurados sean los que muestren
misericordia, porque Dios tendrá misericordia con ellos‖, describe el resultado de ir más
allá del egoísmo hacia el amor que es total auto-entrega. Es la imitación de Cristo y el
cumplimiento del nuevo mandamiento, “Amen a los demás como Yo os he amado‖.
Esto significa amar a los demás no sólo en su belleza oculta como miembros de Cristo, en
su concreción e individualidad; esto es, no tan sólo en sus rasgos de personalidad,
idiosincrasia y opiniones que podríamos encontrar irritantes o insoportables. Aún
enfrentando persecuciones e injurias, si uno disfruta la libertad interior de esta
bienaventuranza, uno continúa mostrando amor.
¿Cómo mostramos amor concretamente? ¿Cómo podemos construir una sociedad
cuando tenemos nuestros propios problemas que escasamente nos dejan suficiente tiempo o
recursos para cuidar de nuestra propia familia, negocios o vida espiritual? A medida que
nuestra conciencia respecto de las inigualdades en el mundo se incrementa, la cuestión de la
responsabilidad personal emerge con cada vez mayor grado de urgencia. Las naciones de
occidente consumen la mayor parte de los recursos mundiales mientras el resto de éstas
tiene escasamente lo suficiente para subsistir. Como individuos podemos sentirnos
abrumados por la injusticia en el mundo. Estamos dolorosamente conscientes que la
avaricia de unos seres humanos es la causa de la hambruna de otros Comprendemos que si
hubiera orden adecuado en la comunidad mundial y se compartiera la tecnología
equitativamente, nadie estaría hambriento ni por un solo día. Preguntamos qué significa
mostrar amor cuando no sabemos cómo hacer equipo con los demás, que ayuden a cambiar
gobiernos, instituciones y economías que no demuestren interés en la distribución
equitativa de los bienes de la tierra. Nuestro nivel de frustración crece a medida que nos
sentimos incapaces de efectuar algún cambio.
El autor de Cuidando a la Sociedad, (Robert L. Kinast), cuenta la historia de una joven
pareja que administraba un servicio de comidas a domicilio. Mientras formaban parte del
ministerio en prisiones, escucharon el caso de un interno que estaba a punto de ser liberado,
y necesitaba un trabajo. Ellos lo platicaron entre sí y decidieron ofrecerle un puesto en su
negocio. Estaban preocupados respecto de cómo aquel se desempeñaría, pero se sentían
inspirados a ofrecerle esta oportunidad, así que lo contrataron para repartir comida a sus
clientes. Cuando se supo que éste era un ex-convicto, un número de clientes se mostraron
preocupados y decidieron cambiarse a otro proveedor. La pareja comenzó a perder dinero y
eventualmente tuvieron que cerrar. En vez de despedir a su empleado, comenzaron otro
negocio de comida y lo integraron a éste. El nuevo negocio se convirtió en un mayor éxito
que el anterior. Mostrar misericordia es verdaderamente el mejor negocio que uno
puede hacer. Las fallas y las pérdidas pueden ser la forma en que Dios nos conduzca a
una mejor situación.
Zaqueo era el representante de una profesión despreciable de recaudadores de
impuestos, generalmente considerados los peores pecadores. Cuando Jesús llegó a Jericó,
este pequeño hombre se subió a una higuera para poder verlo mejor. Jesús alzó la vista y le
dijo: ―Yo quiero hospedarme en tu casa‖. Zaqueo estaba embelesado. Él descendió del
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árbol y recibió a Jesús en su casa. Preparó una gran fiesta e invitó a sus amigos de dudosa
reputación.
Después de unas copas de vino, el hombrecito, complacido de tener a Jesús en su
casa, se puso de pie y exclamó, ―Doy mi palabra, Señor, que daré a los pobres la mitad de
mis posesiones, y si algo obtuve por extorsión en agravio de cualquiera, le devolveré cuatro
tantos‖. Así, él libremente admitió el carácter poco ético de algunos de sus éxitos
financieros. La respuesta de Jesús fue: ―Hoy, la salvación ha visitado esta casa…‖. Puesto
que Zaqueo no se limitó a verlo pasar, sino que Lo hospedó en su casa, había sido
cambiado. La acción redentora había entrado a su casa mediante el don de la
hospitalidad.
Esto es exactamente lo que la pareja hizo en esta historia. Ellos pudieron solamente
quedarse impávidos observando mientras otras personas trataban de encontrarle acomodo al
ex-convicto. Ellos escucharon la petición de Jesús a medida que pasaba, “¿Me
invitarán a su casa?” Y ellos lo invitaron.
El movimiento interno para extendernos hacia alguien en necesidad, es la
inspiración del Espíritu. Para responder, uno tiene que dar el primer paso y mostrar amor
de alguna pequeña, práctica pero concreta manera. Si tu hambre y sed son de santidad, las
oportunidades de practicar esta bienaventuranza se multiplicarán.
El encuentro de Jesús con Zaqueo, es una sabia enseñanza que significa, ―Si tú
quieres practicar amor, no dejes pasar las oportunidades que están enfrente de tus
narices‖.
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la transformación y la actual encarnación de esa visión día tras día. La práctica es la
traducción de la visión creativa en las circunstancias concretas de cada día.
Tenemos que enfatizar una y otra vez que la vida diaria es la práctica fundamental.
De aquí que, la encarnación de nuestra visión—como la vivimos—es de la máxima
importancia. Si no estamos disponibles para el diario encuentro con Dios en la O.
contemplativa, el diálogo dinámico entre la visión creativa y su encarnación práctica, estará
ausente en nuestras vidas; o al menos, no pasará por la íntima experiencia de
discernimiento de la O. contemplativa. Llevar a ambos, nuestra visión y nuestra actividad
juntos en diálogo vital, es percibir la recta manera de manifestar esa visión ahora. Tal vez
será un poco diferente mañana. No debemos responde a Cristo de una manera estática—
con el mismo conjunto de resoluciones o el mismo conjunto de herramientas al mismo
tiempo. Nuestra práctica debe ser ajustada a medida que escalamos la espiral ascendente
que la bienaventuranza describe. El águila vuela en círculos a medida que se levanta hacia
el sol. El mismo movimiento está presente en las Bienaventuranzas. A medida que damos
vueltas alrededor de la visión creativa, y vemos diferentes aspectos de ella, nuestro
entendimiento se enriquece. Adicionalmente a ir en círculos en el plano horizontal, a
medida que tratamos la espiral ascendente, también percibimos actualidad en el plano
vertical desde las siempre más elevadas perspectivas.
Enfatizar solamente la visión contemplativa es arriesgarse a estancarse en la propia
evolución espiritual. Enfatizar solamente su encarnación es correr el riesgo de agotarse, o
aún a perder la visión en sí misma. De aquí la necesidad de llevar a las dos juntas cada día
en confrontación y diálogo. Cada día es un nuevo despliegue de nuestra vida en Cristo. Las
sorpresas están siempre aconteciendo. Dios se reserva el derecho de inmiscuirse en nuestras
vidas en un instante, una que otra vez, dándoles la vuelta. Es esencial ser flexibles,
graduables, listos a ‗tirar nuestros planes‘ y ponerlos en el cesto de papeles a requerimiento
de Dios. Por ello, la visión contemplativa y su encarnación son esenciales, y el lugar
donde éstas se encuentran es la O. contemplativa. Esta es la clave para la preservación y
crecimiento de la visión creativa así como su apropiada encarnación en el día con día. Esto
es lo que conduce a la pureza de corazón, lo cual es la liberación del sistema del falso-
yo, y por consiguiente, la libertad de estar a la disposición de Dios y de aquellos a
quienes servimos.
La bienaventuranza de los pacificadores revela que estos son quienes han
establecido la paz dentro de ellos mismos. La paz no es una cándida simplicidad, sino la
perfecta armonía de inmensa complejidad. Es el delicado balance entre todas las facultades
de la naturaleza humana completamente sujetas a la voluntad de Dios y transformadas por
el divino amor en un bien afinado instrumento.
La pacificación es el normal desbordamiento de estar enraizado en Cristo. Los
pacificadores son aquellos que tienen la seguridad de ser los ‗niños de Dios‘. Ellos en
esencia son Dios actuando en el mundo. Ellos vierten en el mundo el ser que han
recibido de Dios, que es participar en Su divina naturaleza.
Hoy, Dios parece estar urgiéndonos a tomar más la iniciativa para ocuparnos de los
problemas globales y formar parte en la transformación de la sociedad, comenzando por
supuesto, en lo que está más cercano a nosotros. Una visión creativa libera un montón de
energía y puede transformar la sociedad más allá de nuestras fantasías. La divina
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transmisión de poder está más presente en aquellos que suben la escalera de las
bienaventuranzas más que en cualquier parte de la creación. El poder de las estrellas no es
nada comparado con la energía de una persona cuya voluntad ha sido liberada del sistema
del falso-yo y quien está de ese modo capacitado para co-crear el cosmos junto con Dios.
La alta prioridad de Dios es la creación de un mundo en el cual los bienes de la tierra
son equitativamente distribuidos, donde nadie es olvidado o dejado afuera, y donde
nadie puede descansar hasta que cada uno tenga suficiente comida, donde el oprimido
haya sido liberado, y la justicia y la paz sean la norma entre las naciones y religiones
del mundo. Hasta entonces, aún el gozo de la unión transformante está incompleto. El
compromiso de la travesía espiritual no es un compromiso de gozo puro, sino de tomar
responsabilidad por toda la familia humana, sus necesidades y destino. No nos
pertenecemos; pertenecemos a todos los demás.
―Jesús dijo a Sus discípulos: ―Pero a vosotros que me escucháis os digo: amad a
vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian; bendecid a quienes os maldigan,
y orad por quienes os maltraten. Cuando alguien te golpee en la mejilla, ofrécele la otra
mejilla; cuando alguien tome tu capa, ofrécele también la túnica. Al que te pida algo
dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Haced con los demás como
queréis que los demás hagan con vosotros.
Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los
pecadores se portan así! Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros,
¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así! Y si dais prestado
sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También
los pecadores se prestan entre sí esperando recibir unos de otros! Amad a vuestros
enemigos, haced el bien y dad prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los
desagradecidos y los malos. Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.
―No juzguéis a nadie y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie y Dios
no os condenará. Perdonad y Dios os perdonará. Dad a otros y Dios os dará a vosotros:
llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá
con la misma medida con que vosotros midáis a los demás‖. [Lucas 6:27-38]- Evangelio del 7
domingo del Tiempo Ordinario.
La humildad es una relación de honestidad hacia todo: hacia Dios, hacia uno
mismo, hacia las otras personas y toda realidad. Dios es amor desinteresado, llegando al
extremo de vaciarse de Sí mismo y tratar de no ser Dios. Es un gran don ser desapegado de
los bienes del mundo; es aún un mayor don ser desapegado de todos los bienes espirituales.
Esta es la manera en que Dios se relaciona con nosotros: sin interesarse en Su propia
majestad o trascendencia, sino tratando de ser nadie—sin, por supuesto, mucho éxito. Debe
ser divertido cuando tú lo eres todo, para tratar de ser nadie. En cualquier caso, Su
disposición para abandonar todo lo que tiene o Es, parece caracterizar a la divina bondad y
compasión.
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Esta es la disposición a la que Jesús nos invita a imitar en la ladera de la montaña en
Su aparentemente casual sermón. Jesús nos urge a tener la libertad, no a abrigar una actitud
posesiva hacia algo, incluido uno mismo; a ser, sin querer ser algo especial; y a ser uno con
todo lo que existe, en una actitud integradora de pertenencia y participación. Uno de los
ejemplos de esta actitud es prestar sin esperar el retorno de lo prestado. Realmente, desde la
perspectiva de las Bienaventuranzas, uno solamente se está prestando a sí mismo. De
nuevo, no tiene sentido juzgar a los demás, porque eso equivaldría a juzgarse a uno
mismo. Esta disposición a entregar todo—el propio tiempo, energía, espacio, virtudes,
espiritualidad, y finalmente uno mismo—no es realmente una entrega de algo, porque, en
sentido verdadero, lo que sea que entreguemos, nos lo estamos dando a nosotros mismos.
Es como el gesto que se hace de abrir una mano para dar, viene siendo el mismo que se
hace para recibir.
Este vaciamiento personal que se hace para el bien de los demás, es una
continuación del mismo movimiento de no reservarse nada—kenosis—del cual hablamos
en otro tema, y que tiene lugar en la Sma. Trinidad, donde el Padre regala (o suelta) todo lo
que es al Hijo, y viceversa, y cada uno recibe en retorno el amor infinito que emana de la
Tercera Persona, El Espíritu Santo. A medida que uno manifiesta este amor, uno está
regalándolo y recibiéndolo todo en retorno, una y otra vez, pero abarcando cada vez más y
más. El mismo amor que uno regala, continúa viniendo de regreso, que es lo que nos
expresa el pasaje: “Medida bien llena, apretada y rebosante” [Lucas 7:38]. En la misma
medida en que se envía el amor, así regresa para caer en nuestro regazo. Este amor
compasivo, desinteresado y que no condena, es la Fuente de todo lo que existe; la
máxima bienaventuranza es fundirse en él.
“LAS PARÁBOLAS”
EL REINO DE DIOS
Jesús propuso al gentío otra parábola: ―El Reino de los Cielos puede
ser semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Cuando
todos estaban durmiendo, su enemigo vino y sembró cizaña entre el trigo, y
luego huyó. Cuando la cosecha comenzó a madurar y a producir grano, la
cizaña también hizo su aparición. Los esclavos del propietario vinieron pronto
a decirle, ‗Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ha
salido cizaña?‘ él contestó, ‗Yo veo la mano del enemigo en esto‘. El esclavo le
dijo, ‗¿No quieres que vallamos y la cortemos?‘ ‗No‘, replicó él, ‗no sea que
cuando arranquen la maleza, arranquen también el trigo. Déjenlos crecer
juntos hasta la cosecha; entonces, al tiempo de la cosecha, ordenaré a los
87
segadores, ‗Primero colecten la cizaña, átenla y arrójenla al fuego. Entonces
reúnan el trigo en mi granero‖.
Él propuso entonces otro ejemplo: ―El Reino de Dios es como una
semilla de mostaza que alguien sembró en su campo. Es la más pequeña de las
semillas después de todo, pero cuando crece es la más grande de las plantas del
huerto. Se vuelve tan grande que los pájaros de cielo vienen y anidan en sus
ramas‖.
Y añadió esta parábola: ―El Reino de los Cielos es como la levadura
que una mujer toma y amasa en con tres medidas de harina, hasta que toda la
masa fermente.
Todo esto lo dijo Jesús al pueblo en forma de parábolas, y no les
hablaba sino en parábolas, para que se cumpliera lo que había dicho el
profeta: ―Yo abriré mi boca en parábolas; daré a conocer cosas que estaban
ocultas desde la creación del mundo‖. [Mateo. 13:24-35] Evangelio del domingo 16º del
Tiempo Ordinario.
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recuperarlo. De aquí que no era nada extraordinario que alguien excavara en un
campo y se encontrara un tesoro escondido. La parábola concluye: ―Inmediatamente,
aquel hombre vendió todo cuanto poseía y compró mese campo‖. Yo supongo que él
se construyó una mansión en algún lado. Su buena suerte cambió su vida. Ya no sería
más un labriego.
En otra parábola, Jesús describe la historia de un hombre que estaba en el
negocio de la joyería. Un día éste encuentra una perla de gran valor, entonces va,
vende cuanto tiene y adquiere y compra esa perla [Mateo 13:45]. Esta compra cambió en
mucho su vida, de la misma forma en que sucede hoy cuando alguien se saca la
lotería y cambia completamente su estilo de vida. El Reino de Dios irrumpe en el
curso de nuestras ocupaciones habituales, negocios o vida familiar cambiando las
situaciones. La forma como reaccionamos ante esa irrupción, es lo que determina
si entramos o si pertenecemos al Reino de Dios. La disposición a permitir que Dios
transite en nuestras vidas, haga trizas nuestros planes y los tire al cesto de papeles, es
un buen comienzo.
Estas dos parábolas enfatizan el hecho de que el Reino de Dios es lo que
sucede. No es ninguna cosa que suceda. Es el hecho de la entrada de Dios a nuestras
vidas en cualquier momento, cambiando las cosas alrededor, y nuestro
consentimiento por la irrupción. Una vez que hemos hallado ‗la perla de gran valor‘,
o ‗el tesoro escondido en un campo‘, un conflicto surge entre nuestro deseo de estar
abiertos a las continuas intrusiones del Reino de Dios y nuestra habitual renuencia a
cambiar o ser cambiados. ¿Qué hacemos con esto? Las tres parábolas en el presente
texto ofrecen una perspectiva y un estímulo.
Un terrateniente de aparente solvencia sembró trigo en su campo. Muy pronto
apareció una maleza. Esta maleza no era cualquier hierba; era cizaña, que era la
apariencia misma del trigo. Es muy difícil distinguir uno de la otra. Los afanosos
labriegos preguntaban al dueño cómo pudo suceder tal infortunio. El dijo: ―Un
enemigo lo ha hecho‖; ellos le contestaron, ―¿podemos arrancarla?
―No‖, él replicó; ―Déjenlas crecer hasta su debido tiempo. Entonces
tendremos la cosecha y separaremos las dos, para evitar que al arrancar la cizaña,
perdamos algo de trigo‖.
Esta parábola es una advertencia a los excesos de celos reformistas para que al
ir de prisa no vayan a destruir lo bueno, aún si está mezclado con muchos malos.
Siempre habrá una mezcla de bueno y malo en todo hasta el fin de los tiempos. La
parábola nos recuerda que debemos tolerar al mal en nosotros mismos y tener
una actitud amigable hacia nuestras debilidades. Sentimos la atracción de la
Gracia para movernos a un siempre más profundo compromiso espiritual con Dios,
pero nuestras resoluciones suelen ser tan tenues a veces, que sentimos miedo de poder
perderlas.
Pero Jesús parece estar diciendo, ―No te preocupes‖. Dios espera que sintamos
confusión y debilidad. Podemos a veces ser incapaces de discernir de dónde
provienen nuestras actitudes y acciones, pero la parábola denota que el trigo es más
poderoso que la cizaña y eventualmente triunfará. En algún punto en nuestra travesía
espiritual nos encontraremos listos para separar el trigo de la cizaña. Dios nos
89
advierte sobre darle a los cultivos tiempo para madurar y dejarle a Él la
cosecha.
La parábola relativa al grano de mostaza sugiere un enfoque positivo del
conflicto. La semilla de mostaza es una de las más insignificantes y diminutas de
todas las semillas. Pero cuando es puesta en tierra y se le permite crecer y madurar, se
convierte en el mayor de todos los arbustos. Los pájaros vienen y hacen sus nidos en
él. El mensaje es que, el Reino de Dios, como un grano de mostaza germinado, es
increíblemente poderoso, aún y cuando su energía esté fuera del alcance de
nuestras facultades. Aunque nos parezca insignificante y nos sintamos abrumados
por la densidad de la cizaña, no deberíamos tener miedo. Con el tiempo la
maduración de la semilla vendrá a pesar de las dificultades que parezcan estar
abrumándola.
La tercera parábola es acerca de la levadura en la masa. La levadura es un
organismo vivo y requiere agua para estar activo. El principio activante en el Reino
de Dios es la fe. La acción divina está al principio escondida de nuestra psique.
Así también, la levadura es difícil de identificar cuando está escondida en la masa.
Pero su poder inherente, cuando es activado, gradualmente, causa que la masa
aumente. Similarmente el Reino de Dios con el consentimiento de la fe, tiene el
poder de transformar; nos convierte en algo nuevo.
Jesús dispone los principios, ofrece la invitación, estimula, y finalmente apela
a nuestra libertad: ―Si tú quieres, el Reino de Dios es tuyo. Pero tienes la
responsabilidad de decidirte. Si escoges entrar, no tienes nada de qué
preocuparte. El mal en ti no doblegará al bien que ha sido sembrado. En algún
punto, la vida que ahora experimentas con tanto conflicto será transformada, y
todos los males que te agobian desaparecerán”.
90
siervo bueno y fiel‖, le dijo el Dueño; ―Fuiste fiel al administrar algo pequeño,
Ahora yo te pongo a cargo de algo más importante. Ven a compartir el gozo de tu
Señor‖.
Finalmente el receptor de un talento, se presentó ante él y dijo: ―Señor, yo
se que eres exigente; cosechas donde no has sembrado, y almacenas lo que no has
segado. Así, yo evité hacer algo finalmente.
Pero el Señor tenía una respuesta para él: ―Tú, perezoso, siervo bueno
para nada‖, le dijo: ―tu sabías que cosecho donde no he sembrado, y almaceno
donde no he segado. Entonces, debiste haber puesto mi dinero en el banco, y a mi
regreso, al menos pude haber recuperado mi dinero mas los intereses. Quitadle el
talento que tenía y dénselo al que tiene diez. Así, el que tiene mucho, recibirá más
hasta que abunde en riqueza, pero aquel que sólo tiene poco, perderá aún lo que
tiene‖. [Mateo. 25:14-29] Evangelio del domingo 33 del T. Ordinario.
De acuerdo con los exegetas contemporáneos, las parábolas son la parte más
auténtica del Evangelio. Su carácter repetitivo ayuda a la memoria a retenerlas y repetirlas
con facilidad. Casi todas las parábolas están diseñadas para remover los valores de las
personas que estén escuchando, e invitarlas a reflexionar sobre lo que sus valores
realmente son.
En la parábola del Buen Samaritano, un sacerdote y un levita pasan de largo ante un
hombre que había sido golpeado y asaltado por los ladrones, y dejado a un lado del camino.
Ambos cruzaron al otro lado del camino para evitar estar cerca de él. El Buen Samaritano
cuida de la víctima, lo lleva a una hostería, paga por sus alimentos, le venda sus heridas, y
aún deja algo de dinero para que sea cuidado hasta que este samaritano regrese. En las
mentes de las personas que escuchan la historia, los samaritanos eran gente de la peor ralea.
La paradoja de un samaritano haciendo lo correcto, y dos respetables figuras religiosas
haciendo lo incorrecto, obliga a los escuchas a reflexionar. El trastocamiento de sus
expectativas los invita a plantear inquietudes respecto de sus propias motivaciones y
valores.
Podemos pensar que el servidor que escondió el talento en la tierra era alguien muy
listo. Después de todo, ¿no haríamos la misma cosa si sentimos que no somos muy astutos
en los negocios? Supongamos que el hombre hubiese invertido su único talento y lo
hubiera perdido en una mala inversión. No tendría nada. Él lo escondió en la tierra para que
al menos pudiere devolvérselo al dueño. Como él explicaba después, ―Yo tenía temor de
que no hubiera hecho una buena inversión con tu dinero. Conociendo que eres exigente; lo
escondí en la tierra para asegurarme de que lo tuviera para devolvértelo a tu regreso; aquí
está.‖
El Señor, en lugar de mostrase agradecido, le quitó el dinero de sus manos,
gritando: ―Tú flojo, siervo ¡bueno para nada! Aléjate de mi vista‖. Entonces le dio ese
talento a aquel que ya tenía diez. Nos quedamos pensando qué es lo que el hombre hizo
para merecer tal reacción. ¿Es mejor asumir algún riesgo o proteger lo que hemos recibido?
El Evangelio nos invita a la santidad y a un más alto nivel de conciencia. Esta
invitación involucra riesgo; significa crecer más allá de donde estamos. Nos pide
invertir nuestros talentos aún cuando sintamos que son inadecuados para una situación,
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ministerio o trabajo particulares. Significa que Dios, cuando nos llama a un ministerio,
no promete el éxito, especialmente el éxito inmediato.
La Parábola de los Talentos muestra lo que sucede a dos personas que aceptaron la
invitación. Ellas trabajaron duro y con la ayuda de Dios, doblaron su inversión inicial. El
hombre que enterró su talento es como aquellos quienes optan por el status quo porque
conocen cómo es éste; ellos están renuentes a abrirse a sí mismos al riesgo de la
travesía espiritual. Rehusan trabajar al potencial que Dios les ha dado, y entonces
obstruyen la evolución ascendente de la familia humana. Aún y cuando ellos no retrocedan
a más bajos niveles de conciencia, fallan en apoyar el desarrollo de la conciencia humana
hacia la conciencia de Cristo.
El hombre en la Parábola, escogió la seguridad como su proyecto personal de
felicidad, y al hacerlo, se cerró a sí mismo de la oportunidad de mayor crecimiento. Por
ello, el juicio: ―Quítenle este talento y dénselo a aquellos que ya están avanzados‖.
Nótese que esta parábola de los talentos está basada en el mundo de los negocios.
Todas las parábolas están basadas en eventos ordinarios: algunas en negocios, para
beneficio de la población urbana; algunos en actividades agrícolas, pesqueras, para
beneficio de la población rural. Cocinar, barrer, encender lámparas, sembrar, cosechar,
invertir, ir al banco—estos diarios acontecimientos forman la base de las parábolas. Esto
sugiere que la vida cotidiana es el lugar en donde el Reino de Dios tiene lugar. No
tenemos que ir a un monasterio, convento o ermita. No tenemos que ir a ninguna parte
porque el Reino de Dios está enfrente de nuestros ojos. Está “Cerca y a la mano”. La
unión divina está disponible para todos sobre la faz de la tierra. Nuestro potencial para
la divina unión está en el talento, por encima de cualquier cosa, que no debemos esconder
en la tierra.
La experiencia de tratar y fallar, es la forma de aprender a descartar los programas
auto-centrados de felicidad y abandonarnos al movimiento de transformación. El pecado es
el rechazo a continuar evolucionando. Al adherirnos a la mera seguridad y
supervivencia, nos privamos a nosotros mismos y a los demás de la oportunidad y la
aventura de seguir creciendo dentro del Cuerpo de Cristo.
92
ya el sol se ocultaba, le trajeron a todos los enfermos y poseídos. En breve,
todo el pueblo estaba reunido a las puertas. Él curó a muchos que sufrían de
diversas enfermedades.
Muy temprano a la mañana siguiente, mientras aún estaba oscuro, Él se
levantó, dejó la casa y se fue a un lugar retirado a orar. Simón y sus
compañeros partieron en Su búsqueda, y cuando lo encontraron le dijeron:
―Todos te están buscando‖.
Él respondió: ―Vayamos a otro lugar, y visitemos a las aldeas vecinas.
Yo deseo predicar allá también. Este el propósito de Mi misión‖. [Marcos 1:21,
29- 39 ] Evangelio del quinto domingo del Tiempo Ordinario.
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En consecuencia con lo anterior, una delegación con Pedro a la cabeza salió en
busca del Señor. Cuando ellos lo encontraron Pedro dijo agitadamente, ―Todos te están
buscando‖. Él pudo haber agregado: ―Si Tú regresas, ¡nosotros te construiremos una
sinagoga y una casa! Negociaremos concesiones y Tú obtendrán una parte de los
ingresos‖.
Jesús respondió: ―Vayamos a otra parte‖. Nótese la expresión, ―Vayamos”,
esto es, ―tú y Yo‖; es como si Jesús estuviera diciendo: ―No me importa lo que la
demás gente piense de Mí. En lo que Yo estoy interesado es ¿qué piensas tú de Mí?
¿Estás dispuesto a ir a donde Yo quiero ir más que a donde tú quieres llevarme?”
Pedro no estaba listo para dejar su ciudad natal y regresó a sus negocios de
pesca. Jesús, sin embargo, continuó mostrando interés en él. Un día Jesús estaba a la
orilla del lago enseñando a una gran multitud. Él volteó a Su alrededor y vio a varios
botes pesqueros a lo largo de la playa. Él pudo haberse metido en alguno de los
diversos botes, pero escogió aquel de Pedro y predicar desde allí.
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Después de haber predicado por un buen rato a la gente, se volvió a Pedro y Le
dijo, ―Pongámonos en marcha hacia aguas profundas y pídele a tu gente que bajen sus
redes para tirarlas‖. Esta, no era una sugerencia bienvenida. La pequeña empresa
pesquera había estado intentándolo toda la noche, pero nada obtuvieron.
Los pescadores tomaron sus remos, remaron hasta la mitad del lago y echaron
sus redes. De súbito, un banco de peces entró a las redes. El boté comenzó a inclinarse
hacia un lado, y ellos tuvieron que llamar en su ayuda a otros compañeros en otro bote.
Ambos botes se llenaron tanto de peces que estuvieron a punto de hundirse. Cuando
ellos alcanzaron finalmente la playa, lo que sucedió hizo entender plenamente a Pedro,
sus ojos se hicieron cada vez más grandes. Él se dejó caer a los pies de Jesús diciendo,
―Deja mi bote, porque yo soy un pecador‖. Un sentimiento de pavor se había
apoderado de él y Jesús le dijo: ―No temas, Yo te haré pescador de hombres‖.
Nótese que fue mientras ejercía su ocupación habitual que Pedro fue convertido
definitivamente. Dios se aproxima generalmente a nosotros en donde estamos: con
hijos que son inmanejables, con un cónyuge que llega tarde a cenar, o con
parientes que son insoportables.
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– ¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!‖.
[Mateo 14; 22-33] Evangelio del 19° domingo del Tiempo Ordinario.
Habiendo despedido a la gente, Jesús se alejó para orar a solas. Estaba tan
absorto en su tiempo con Dios, que no notó que se había iniciado una tormenta en el
lago, y que Sus discípulos, a quienes había enviado a la otra orilla, estaban rebotando
en medio de las olas y el viento. Los discípulos estaban remando con todas sus fuerzas
pero no lograban avanzar. Jesús comenzó a avanzar hacia ellos caminando sobre las
aguas. ¡Pensaron que era un fantasma! Jesús los tranquiliza, ―No teman, soy Yo‖.
Las palabras ―No teman‖, parecen haber servido como un ‗toque de clarín‘ a
los oídos de Pedro, y éste respondió, ―Maestro, si eres Tú, ¡mándame que vaya
caminando hacia Ti sobre las aguas!‖
Jesús pudo haber dicho: ―Permanece en el bote, no quiero que tengamos dos
fantasmas caminando sobre del agua‖. En vez de ello, Jesús le dijo: ―Ven‖. Cuando
Pedro, después de unos pasos comenzó a hundirse, Jesús lo alcanzó y lo sacó del agua.
Tan pronto como todos estuvieron en el bote, Jesús le dijo: ―¡Cuan pequeña es tu fe!
¿Por qué dudaste?‖ No hay nada como la humillación y la falla, especialmente cuando
es presenciada por nuestros iguales, para ayudarnos a enfrentar nuestra motivación y a
preguntarnos importantes cuestiones: ¿Por qué lo hiciste? Los excesivos deseos de
seguridad y supervivencia, afecto y estima, y poder y control son motivos
desactualizados en lo que respecta al Evangelio. Puesto que Pedro estaba
profundamente enredado en ellos, esta era una experiencia crucial para él. Lo retaba a
cambiar la dirección en la cual él estaba buscando la felicidad y en particular, a
dejar de buscar la estima de los demás.
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triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño. Pero no os
alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya
estén escritos en el cielo‖.
[Lucas 10: 1-9, 17-20] Evangelio del 14° domingo del Tiempo Ordinario.
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con poca o ninguna preparación. Uno se pregunta si deberíamos insistir en la
preparación adecuada o poner más fe a la manera en que Jesús envió a sus
discípulos—saltar y ver que pasa. Al menos no hubo peligro de que sus discípulos
pensaran que su éxito fue debido a que estudiaron la Escritura, teología, a todo lo largo
de su preparación. Los inexpertos discípulos conocieron que su éxito solamente
pudo haber provenido del otorgamiento de poder que Jesús les había concedido.
En nuestros días parece haber menos y menos tiempo para una preparación
prolongada sobre algún ministerio. Las demandas son grandes, la cosecha es
abundante, y algunos ministerios son tan difíciles que tomaría toda una vida prepararse
adecuadamente para ellos. La única elección es comenzar a ejercerlos.
Así pues, el Evangelio estimula a los ministerios de nuestro tiempo, pero con
esta precaución: No esperen obtener éxito. Los setenta y dos discípulos tuvieron éxito
inmediato. Tal vez a ellos les fue asegurado el éxito inmediato porque Jesús quería que
ellos cayeran en cuenta de su inhabilidad para manejarlo. En cada ministerio el éxito
viene normalmente acompañado tarde o temprano por pruebas, decepciones y
fallas.
En y a través de los altibajos en un ministerio, Dios purifica al ministro.
Como a los setenta y dos discípulos, Él podría lanzarnos a una demandante forma de
servicio para dejarnos encontrar de inmediato que no podemos hacerlo por nosotros
mismos. Una misión especial no es un signo de que somos santos; es un reto llegar a
ser santo. El sendero hacia la santidad es la experiencia de la falla; y fallar es seguro si
nosotros somos empujados a una forma de ministerio para la que no estamos
adecuadamente preparados. Si estuviéramos plenamente preparados, sería mucho más
fácil para nuestras familias, amigos, superiores y—sobre todo—para nuestra propia
imagen. Tal como es, la gente de seguro va a molestarse con nosotros—y nosotros
podríamos quedarnos completamente desmotivados con nosotros mismos.
Necesitamos entender que nosotros solamente crecemos en el ministerio a través de
la experiencia de fallas y humillación. Es volviéndonos humildes que uno es capaz
de practicar su ministerio correctamente, y la humillación es el camino a la
humildad.
A efectos de entender esta enseñanza de Jesús más concretamente, yo ofrezco
las siguientes pautas. Si tú quieres encontrar qué tan pobre monje o monja serías, únete
a un monasterio o convento. Si tú quieres encontrar qué tan pobre predicador serías,
ordénate. Si tú quieres encontrar qué tan pobre meditador serías, comienza a meditar.
Si tú quieres encontrar qué tan pobre oración harías, trata de orar. Si tú quieres
encontrar qué tan pobre esposo o esposa serías, encuéntrese un cónyuge.
Cuando las parejas casadas experimentan dificultades, ellos piensan que algo
anda mal con su cónyuge. Cuando un presbítero experimenta su incompetencia, piensa
que el obispo no es bueno. Cuando los mojes o monjas en un monasterio entran a la
noche de los sentidos, piensan que algo anda mal con la comunidad: ―Si la regla fuese
mejor observada, yo sería perfecto(a)‖, dicen; o, ―si los superiores fueran razonables,
yo estaría en la séptima morada con Sta. Teresa de Ávila‖.
El amor, nos hace vulnerables. El amor de otra persona (incluido Dios), nos
hace vulnerables. Tan pronto como confiamos en alguien, ya no tenemos que ser auto-
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protectores en su presencia, y nuestras defensas disminuyen. Entonces las fallas y
limitaciones que nunca hemos visto o que siempre tratamos de esconder, comienzan a
emerger tan claras como el cristal para beneficio de nuestros amigos, parientes,
colegas y cónyuges. Tales dificultades generalmente indican que nuestro ministerio
particular o relaciones, están yendo buen.
Una vez que aprendemos a aceptar las fallas, el amor crece. Nosotros no
crecemos a través de pensar en ello o por desearlo, sino solamente mediante la
experiencia de la falla.
Existen tres etapas de transformación que se repiten a sí mismas a medida que
subimos en la escalera espiritual. El primer peldaño es el esfuerzo humano—la
disposición a aceptar la invitación de Cristo para realizar un ministerio o una relación.
El segundo es el inevitable resultado de hacer algo para lo cual estamos
impreparados o somos inadecuados—la experiencia de la falla, la cual puede ser real
o aparente, privada o pública. El peldaño final es el triunfo de la gracia. Uno no
puede predecirlo; no puede demandarlo. De repente, después de que uno ha
perseverado por el camino de la humillación, las dificultades cesan y uno se encuentra
en un nuevo lugar. La experiencia de la falla nos ha enseñado cómo vivir y cómo
ejercer el ministerio, lo cual es actuar con completa dependencia en Dios.
No hay razón para entusiasmarse porquen tengamos un ministerio especial;
éste pudiera ser mayormente una cuestión de habilidades naturales. Más bien
deberíamos regocijarnos de que nuestros nombres estuvieran inscritos en el cielo.
Nosotros formamos parte del desarrollo del Plan de Dios para transformar la
conciencia humana. Nuestras fallas se convierten en la fuente de nuestra fortaleza,
de acuerdo con la fórmula de Pablo, ―Cuando soy débil, entonces soy fuerte‖ (1ª de
Corintios). Cristo entonces nos conferirá poder para ejercer nuestro ministerio con Su
gente de una manera que no conoce límites.
Por otra parte, si nosotros tenemos solamente un casual o inconstante
compromiso, bien sea con algún ministerio o con nuestro cónyuge en el matrimonio,
no le estamos dando tiempo suficiente a la dinámica del conocimiento propio para que
se desarrolle. Esa dinámica gradualmente muestra el lado oscuro de nuestra
personalidad y el sistema de nuestro falso-yo con sus auto-centrados programas de
felicidad que jamás pueden funcionar.
En cada vocación, los eventos y las otras personas, constantemente reactivan
nuestros programas emocionales de felicidad, al igual que la agitación que los
acompaña cuando estos programas se ven frustrados. Tal auto-conocimiento no es un
desastre, sino la condición necesaria para cambiar aquellos. Cuando estos programas
han sido desmantelados, veremos que nuestro ministerio u otro compromiso
comienzan a marchar solos, porque, toda vez libre de los obstáculos del orgullo y las
sutiles formas de egoísmo que mantienen al sistema del falso-yo, el Espíritu de Dios
puede trabajar en nosotros.
Los setenta y dos discípulos, turbados por el éxito obtenido, vinieron al Señor
esperando una palmada en el hombro, pero todo lo que Él dijo fue: “No se emocionen
por estos milagros que hicieron; cualquiera con un pequeño poder psíquico puede
hacer eso. Lo que realmente cuenta es que ustedes forman parte del plan de Dios.
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Por lo que hay que regocijarse es que han sido escogidos para llegar a ser divinos
y se unan a Mí en elevar la conciencia del mundo”.
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APÉNDICE 1
EL ROSARIO
Los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del rosario son los misterios de la luz
divina, la vida divina y el amor divino que la liturgia celebra desde Adviento hasta
Epifanía, desde Cuaresma hasta la Ascensión, y desde Pentecostés hasta el fin del año
litúrgico en los domingos del Tiempo Ordinario. La Navidad es la fiesta de la luz divina y
la Epifanía su culminación. Pascua de Resurrección es la fiesta de la vida divina y la
Ascensión es su culminación. Pentecostés es la fiesta del amor divino y el resto del año es
su expresión. La revelación de la luz, la vida y el amor divinos aumenta en proporción
directa al crecimiento de la fe, la esperanza y la caridad, y viceversa.
El rosario es la escuela para la oración contemplativa. Mientras que los labios y las
manos recitan las cuentas del rosario y la mente reflexiona sobre los misterios, la presencia
de Cristo en lo más profundo de nuestro ser despierta y descansamos en su presencia. Bien
sea que enfoquemos las palabras de cada oración en particular o que reflexionemos sobre
los misterios que se van desdoblando, es muy posible que nos sintamos atraídos a este
descanso. En ese punto dejamos atrás tanto las palabras como las reflexiones y tan sólo
disfrutamos la presencia de Cristo. Cuando Su presencia comienza a disolverse, retornamos
a las oraciones y reflexiones en el punto en que las dejamos. De esta manera estamos
subiendo y bajando por la escalera de la oración interior y permitiendo que se desarrolle el
hábito de la contemplación en nosotros.
Contemplación es algo que gradualmente penetra la vida cotidiana y se extiende para
que disfrutemos la presencia de Dios en la vida entera.
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APÉNDICE 2
LA LITURGIA CONTEMPLATIVA
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