Keating Thomas El Misterio de Cristo

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“EL MISTERIO DE CRISTO”

La Liturgia Como una Experiencia


Espiritual

Thomas Keating, O.C.S.O


EL MISTERIO DE CRISTO
ÍNDICE GENERAL

PROLOGO
• EL PODER DEL RITO
• LA TRANSMISIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO
• LAS CINCO PRESENCIAS DE CRISTO EN LA LITURGIA.

I. MISTERIO DE LA NAVIDAD Y EPIFANÍA


• INTRODUCCIÓN
• EL MISTERIO DEL TIEMPO DE NAVIDAD HASTA EPIFANÍA
• LA ANUNCIACIÓN
• LA VISITACIÓN
• LA NAVIDAD
• EPIFANÍA
• EL SIGNIFICADO DE LAS BODAS DE CANA

II. EL MISTERIO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN


• INTRODUCCIÓN
• LA CUARESMA Y LA CONDICIÓN HUMANA
• LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO
• LA TRANSFIGURACIÓN
• EL HIJO PRODIGO
• MARTA Y MARIA
• LA UNIÓN EN BETANIA
• EL PADRE Y YO SOMOS UNO
• LA PASIÓN
• ¿CÓMO PUEDO YO, TU HIJO, CONVERTIRME EN PECADO?
• LA SEPULTURA
• LA UNCIÓN DEL CUERPO DE CRISTO
• LAS MUJERES VISITAN EL SEPULCRO

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• MARIA MAGDALENA SE ENCUENTRA CON CRISTO RESUCITADO
• EN EL CAMINO DE EMAÚS
• LA APARICIÓN EN EL APOSENTO DE LA ÚLTIMA CENA
• CRISTO SATISFACE LAS DUDAS DE TOMÁS
• CRISTO SE LES APARECE A SUS AMIGOS EN GALILEA
• LA ASCENSIÓN

III. EL MISTERIO DE PENTECOSTÉS


• INTRODUCCIÓN
• LA FIESTA DE PENTECOSTÉS.

IV. TIEMPO ORDINARIO


• INTRODUCCIÓN

• LAS BIENAVENTURANZAS
LA FELICIDAD VERDADERA
UN NUEVO TIPO DE CONCIENCIA
EXTENDERSE HACIA LOS DEMÁS
LOS NIVELES MÁS ALTOS DE FELICIDAD
LA MÁXIMA BIENAVENTURANZA

• LAS PARÁBOLAS
EL REINO DE DIOS
PARÁBOLA DE LOS TALENTOS

• INCIDENTES EN EL MINISTERIO DE JESÚS


PEDRO EN CAFARNAÚN
LANZARSE HACIA LAS AGUAS PROFUNDAS
PEDRO EN EL LAGO DE GENESARET
LA MISIÓN DE LOS SETENTA Y DOS
APÉNDICE 1: EL ROSARIO
APÉNDICE 2: LA LITURGIA CONTEMPLATIVA

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PROLOGO

La espiritualidad y la teología cristianas no pueden separarse. Dios las ha unido con


un lazo indisoluble. La liturgia compendia y manifiesta esta unificación vital. Está
diseñada, ante todo, para trasmitir "la mente de Cristo", la conciencia que Jesús manifestó
la Suprema Realidad llamándola "ABBA", el Dios de Compasión infinita.
Este "ABBA" es, desde siempre y para siempre, totalmente trascendente. Su interés
gira alrededor de la condición humana. Cuando las personas participan en la liturgia están
en una disposición de ánimo adecuada porque se han preparado debidamente y porque la
entienden perfectamente, Dios les trasmite esta experiencia con una intensidad que va
aumentando continuamente.
La transmisión puede tener lugar cuando se vislumbra el Misterio de Cristo, o con
una infusión de Amor Divino, o cuando se dan las dos cosas a la vez. Puede ir más allá de
cualquier percepción de orden psicológico, en la oscuridad y presencia inmediata de la fe
pura. Si es este el caso, sólo se manifestará por los frutos de nuestras vidas. En cualquier
forma que se trasmita el Misterio de Cristo, siempre se reconoce como un regalo de la
Gracia Santificante. En el Misterio de Cristo, y en nuestra participación en él, la Gracia de
Dios es la Presencia y la Acción de Cristo, no solo en los sacramentos de la Iglesia y en la
Oración, sino también en la vida cotidiana.
La oración Contemplativa es la preparación ideal para la liturgia. A su vez, a
liturgia, cuando se celebra en forma debida, fomenta la oración contemplativa. Unidas
impulsan el proceso continuo de la conversión a la cual nos llaman los evangelios.
Despiertan en nosotros la certeza, de que nosotros mismos, como miem5bros que somos del
cuerpo de Cristo, somos la línea de donde parte la Nueva Creación iniciada por la
Resurrección y Ascensión de Cristo.
Durante los retiros de los cuales formaron parte estas conferencias, se dedicaron de
cuatro a seis horas diarias a la oración contemplativa comunitaria, siguiendo el método de
la Oración Centrante. La Oración Contemplativa en comunidad es una experiencia que
vincula poderosamente a los participantes, a la vez que se convierte en una especie de
liturgia profunda. La práctica diaria de la oración contemplativa, ya sea en comunidad o en
privado, agudiza la capacidad de escucha de la Palabra de Dios con una atención cuyos
niveles se hacen cada vez más profundos y más receptivos. Cuando los ritos sacramentales
y la Palabra de Dios a través de las Escrituras llegan a tocar nuestros sentidos y nuestra
capacidad de reflexión y penetran nuestro ser por medio del nivel intuitivo que poseemos,
se desborda la energía inmensa del Espíritu Santo, y nuestra conciencia se transforma
gradualmente en la mente de Cristo.
Cabe hacer aquí una aclaración sobre el significado de los términos que se han
usado al titular este libro. La palabra griega "mysterion", cuya traducción al latín es
"sacramentum", en español se conoce como "misterio" o "sacramento". En el contexto de la
liturgia estas dos palabras son sinónimas y representan un signo o símbolo sagrado. Este
símbolo puede ser una persona, un sitio o un objeto de una realidad espiritual que
trasciende más allá de los sentidos y más allá de los conceptos racionales que dependen de
los sentidos y de la razón.

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Por ejemplo, la vida histórica y la actividad de Jesús son indicaciones de la
Presencia del Verbo Eterno de Dios, a ese Padre con el cual su humanidad estaba
indisolublemente unida. El hecho de que esta unión en efecto tuvo lugar, es el meollo de la
fe cristiana. Como fue que tuvo lugar, es el misterio de la Encarnación. Al referirnos a los
"misterios" de Cristo, estamos hablando de sus acciones redentoras, especialmente su
pasión, muerte y resurrección, y de los sacramentos que prolongan dichos actos a través de
los tiempos, por medio de los ministerios de la iglesia. Estos actos, que fueron visibles y
que pueden verificarse, son el indicio de Su Presencia y Acción, y están contenidas en el
momento presente. En cualquier momento o sitio en que tenga lugar la Acción de Cristo, se
trasmite la vida de Dios.

EL PODER DEL RITO.

―Jesús se fue con Jairo en medio de un gentío que lo apretaba. Se encontraba ahí
una mujer que padecía desde hace dos años de un derrame de sangre. Había sufrido
mucho en manos de varios médicos y gastado en ello todo lo que tenía sin ningún
resultado. Al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído lo que se decía de Jesús, se
acercó por detrás, en medio de la gente, y le tocó el manto. La mujer pensaba: <Si logro
tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré>.
Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana. Pero
también Jesús se dio cuenta del poder que había salido de él, y dándose vuelta, preguntó:
<¿Quién me tocó el manto?>. Sus discípulos contestaron: <Cuando ves a tanta gente que
te aprieta, ¿cómo puedes preguntar quién te tocó? Pero él seguía mirando a su alrededor,
para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, que sabia muy bien lo que había
ocurrido, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
<Hija tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sana de tu enfermedad>". (Marcos 5,24-34)
La mujer que padecía la hemorragia, formaba parte de una inmensa multitud en la
que se empujaban los unos a los otros para acercarse a Jesús. Este incidente nos lleva al
significado de lo que es un rito. Los ritos son símbolos, gestos, palabras, lugares y objetos
que tienen un significado sagrado. Podría decirse que son como el ropaje de Dios, saturado
del poder sanativo de Dios. Dios, claro está, no usa ropa. Pero Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre, sí usaba ropa. Y así vemos que esta mujer, que llevaba muchos años padeciendo su
enfermedad, en virtud de haber tocado el borde del manto de Jesús quedo curada.
Hay una analogía muy intrigante entre su humilde fe y lo que nosotros hacemos
cuando celebramos la liturgia. Nótese que cuando la mujer tocó el borde del manto de
Jesús, el poder sanativo emanó de Él. Igualmente emana el poder sanativo de Jesús cuando
uno se acerca a los ritos sagrados con fe, puesto que se está tocando a la puerta de dicho
poder sanativo y se esta expresando cuanta fe tiene cada uno. Por supuesto que el rito puede
convertirse en una simple rutina. Entonces renovar la fe en el poder sanativo de los
sacramentos se convierte en un verdadero esfuerzo.
También es posible que se exageren las ceremonias con la multiplicación excesiva
de ritos. Demasiado o muy poco ropaje puede impedir la transmisión del poder sanativo
propio del uso discreto de ritos. Los ritos sagrados, al igual que la ropa de Jesús, no tienen
poder sanativo propio. Simplemente disfrazan la realidad que cubren. Para poder tocar a

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Jesús, no debemos tratar de evitar o evadir los rituales, sino usarlos como medios para
llegar a la realidad de su presencia. Cuando el rito se tiene como disciplina hace que
nuestras facultades despierten al sacramento de toda realidad.
Existe una inmensa variedad de ritos en que expresamos nuestra adoración de
acuerdo a las enseñanzas oficiales de la iglesia. El año litúrgico es el más extenso y
profundo de todos. El Año Litúrgico enfoca las tres grandes ideas teológicas que forman el
corazón de la revelación cristiana: la luz, la vida y el amor divinos. Constituyen el
desdoblamiento gradual de lo que llamamos gracia santificante, o sea, la manera en que
Dios comparte gratuitamente su propia naturaleza con nosotros. Como fuentes primordiales
de la actividad divina, cada idea enfatiza un aspecto o una etapa especial en la forma en que
Dios se da a conocer y se comunica con nosotros. Todas estas ideas teológicas están
contenidas en forma condensada cada vez que celebramos la Eucaristía. En el año litúrgico
se amplían para que uno pueda estudiarlas y saborearlas y para poder investigar mejor y
asimilar las riquezas divinas que contienen cada una de ellas. Este arreglo maravilloso
refuerza el poder que tiene la Eucaristía para transmitirlas. La luz divina se experimenta
entonces como sabiduría, la vida divina como fuerza interior, y el amor divino como poder
transformador.

LA TRANSMISIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO

En el principio era el Verbo, y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él
estaba frente a Dios al principio. Por El se hizo todo y nada llegó a ser sin El. Lo que llegó
a ser, tiene vida en El, y para los hombres esta vida es la luz. La luz brilla en las tinieblas y
las tinieblas no pudieron vencer la luz.
Vino un hombre de parte de Dios. Este se llamaba Juan. Vino para dar testimonio.
Vino como testigo de la luz, para que, por él, todos creyeran. No era él la luz, pero venía
como testigo de la luz. Porque la luz llegaba al mundo, la luz verdadera que ilumina a todo
hombre. Ya estaba en el mundo y por El se hizo el mundo, pero este mundo no lo conoció.
Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron, pero a todos los que lo recibieron, les
concedió ser hijos de Dios. Estos son los que creen en su Nombre. Pues aquí se nace sin
unión física, ni deseo carnal, ni querer de hombre. Estos han nacido de Dios. Y el Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo
Único cuando su Padre lo glorifica." (Juan 1:1-14.).
El prólogo del Evangelio de Juan nos presenta el plan eterno de Dios, en el cual
Cristo ocupa la posición más importante. El Verbo Eterno, el silencio del Padre expresado a
plenitud, ha entrado al mundo y se ha manifestado como un ser humano. Por su poder
infinito, el Verbo Eterno ha abarcado la humanidad entera para incluirla en Su relación
divina con el Padre. Nosotros, que somos seres incompletos, confundidos y agobiados por
las consecuencias del pecado original, constituimos la familia humana de la cual el Hijo de
Dios se ha hecho cargo. La fuerza básica del mensaje de Jesús es su invitación a la unión
divina, que es el único remedio para la situación tan precaria en que se encuentra la
humanidad.
Al no experimentar la unión divina, nos sentimos apartados de nosotros mismos, de
Dios, de los demás y del cosmos. Por lo tanto, buscamos substitutos para la felicidad para la
cual fuimos predestinados y que no sabemos cómo ni dónde encontrar. Esta equivocada

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búsqueda de felicidad es la condición a la cual está dirigido el mensaje del Evangelio. La
primera palabra que Jesús pronuncia cuando comienza su ministerio público es
"Arrepentíos", con lo cual quiere decir, "Cambiad la ruta que habéis escogido para buscar la
felicidad." Esta no puede hallarse utilizando los programas que se originaron en la tierna
infancia y que fueron basados en las necesidades instintivas de seguridad y supervivencia,
de afecto y estima, y de poder y control sobre todo lo que esta al alcance. Estos programas
no pueden funcionar en la vida adulta, aunque todo el mundo trata de hacerlos funcionar.
La verdadera felicidad sólo se puede experimentar en la unión con Dios, que es algo que
simultáneamente nos une con los demás miembros de la familia humana y con toda la
realidad que nos rodea.
Este regreso a la unificación es la buena nueva que proclama la liturgia. Nos busca
donde sea que estemos. Hace que nuestro ser participe con todas sus facultades y todo su
potencial en un compromiso que nos lleve a un desarrollo personal y a un desarrollo
corporativo de la humanidad entera, conduciéndonos a estados más elevados de conciencia.
La madurez plena de este proceso de desarrollo es lo que Pablo llama pleroma. La liturgia
es el vehículo máximo para transmitir la vida divina que se manifiesta en Jesucristo, el ser
divino y humano. Cuando Jesús dejó esta vida y entró en su vida post-histórica, la liturgia
se convirtió en la extensión de su humanidad en tiempos venideros. Las fiestas del año
litúrgico son los ropajes que hacen visible la Realidad oculta que nos es transmitida en los
ritos sacramentales.
El Año Litúrgico fue desarrollado durante los primeros cuatro siglos, bajo la
influencia de la visión contemplativa del Evangelio que disfrutaron los Padres de la Iglesia.
Es un programa completo que fue diseñado para permitirle a la cristiandad asimilar las
gracias especiales que fluyen de los sucesos principales de la vida de Jesús. El plan divino,
según Pablo, es compartir con nosotros el conocimiento del Padre que pertenece al Verbo
Eterno por naturaleza, y al hombre Jesucristo, que se convirtió en dicho Verbo.
Esta conciencia se cristaliza en forma expresa con la maravillosa expresión "Abba,"
que usó Jesús, cuya traducción es "Papá." El nombre "Abba" implica una relación de
admiración, afecto e intimidad. La experiencia personal a que se refiere Jesús cuando llama
a su Padre "Abba," es el corazón del Misterio que se transmite por medio de la liturgia. El
año litúrgico comunica al máximo esta conciencia. Cada año presenta, revive y transmite el
Misterio de Cristo en toda su extensión. A medida que el proceso continúa año tras año,
nosotros vamos creciendo en nuestra madurez en Cristo, así como el árbol cada año añade
anillos a su tronco. Y la expansión de nuestra experiencia de fe individual se expresa en la
personalidad corporativa de la Nueva Creación que Pablo llama "el cuerpo de Cristo".
El ―cuerpo de Cristo‖, o simplemente ―el Cristo‖, es para Pablo el símbolo del
desdoblamiento de la familia humana en la conciencia de Cristo, es decir, en la experiencia
de Cristo de esa Suprema Realidad llamada ―Abba‖. Cada uno de nosotros, como células
vivientes que somos del Cuerpo de Cristo, contribuye a este plan cósmico a través del
crecimiento de nuestra propia fe y nuestro propio amor, así como también cuando servimos
de instrumento para que crezca la fe y el amor de los demás. Es esto lo que da un valor
inmenso a la adoración comunitaria y a la participación y celebración de la experiencia del
Misterio de Cristo en la comunidad de fe.
El cuadro completo de los misterios de Cristo se condensa en una simple
celebración de la Eucaristía. El Año Litúrgico divide el contenido de esa explosión única de

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luz, vida y amor divinos con el fin de permitirnos asimilar el significado de estas ideas
teológicas cuando las experimentamos una por una. En el tiempo que se extiende desde la
Navidad hasta la Epifanía, se le da el enfoque a la idea teológica de luz. En el tiempo de
Pascua de resurrección, se enfoca la idea teológica de la vida. En el tiempo de Pentecostés,
se enfoca la idea teológica del amor. Cada una de estas ideas teológicas se comunica por
medio de un largo período de preparación que culmina en la celebración de la fiesta
principal. Cada tema importante se continúa desarrollando en las festividades que le siguen,
y terminan con la fiesta mayor de esa temporada, que viene a coronar la fiesta principal.
Percibimos la fuerza de la luz divina, de vida divina y el amor divino cuando estos temas
dejan de ser simplemente ideas teológicas y se convierten en nuestra experiencia personal.
Es este el objetivo final de la liturgia. A diferencia de otras formas de enseñanza, la liturgia
transmite el conocimiento que expone. Cada año, el Año Litúrgico nos brinda un curso
completo en moral, dogma, ascetismo y teología mística, y lo que es más importante, nos
vigoriza para que vivamos la dimensión contemplativa del evangelio, esa relación estable y
madura con el Espíritu de Dios que hace que adquiramos la costumbre de comportarnos
inspirados por los dones del Espíritu, tanto en la oración como en la acción.
El Año Litúrgico es una producción extraordinaria. Se dirige simultáneamente a
cada uno de los niveles de nuestro ser, y nos pide una respuesta. Los textos litúrgicos de las
varias festividades y temporadas se han yuxtapuesto para resaltar el significado de la vida,
y pasión y muerte de Jesucristo. Teniendo en cuenta que el año litúrgico es un curso de
instrucción cristiana, se podría llamar más acertadamente "las Escrituras aplicadas", debido
a su carácter eminentemente práctico.
El Año Litúrgico nos presenta los sucesos de la vida de Jesús en forma dramática.
Los conmemora, como si fuera una película documental. Lo mismo que un documental, nos
presenta situaciones de la vida real y nos involucra más que en un drama. La televisión
ofrece una analogía bastante curiosa a la manera en que la liturgia conmemora el desarrollo
de la vida de Jesús como si estuviera ocurriendo en el presente. Por ejemplo, vemos en la
televisión noticias y juegos deportivos, que a pesar de estar sucediendo al otro lado del
mundo, se hacen presentes en nuestro propio techo.
Una celebración litúrgica, no es un evento en vivo, puesto que Jesús ya no está con
nosotros, sino que nos hace revivir espiritualmente los eventos de su vida al comunicarnos,
la gracias que santifica y va unida a cada uno de esos eventos cuando los celebramos
sacramentalmente. Lo que sucedió hace veinte siglos se hace presente en nuestros
corazones. Esto es algo que no puede lograr la televisión.
Para continuar con esta analogía, la televisión acerca y aleja el foco de la
cámara al filmar. Por ejemplo, al mostrar un evento deportivo, por lo general la cámara
inicia la filmación con una vista panorámica del estadio, y luego se aproxima a algún
jugador en particular para que podamos ver sus jugadas y movimientos. Luego aleja el foco
y vemos a la multitud aclamando y aplaudiendo. Con este alternar de lo distante y lo
cercano es como la liturgia enfoca nuestra atención a la principal idea teológica de cada
temporada. Cada temporada nos da un repaso de la idea teológica correspondiente, mientras
que las fiestas específicas dentro de la temporada nos muestran más de cerca la acción de
Jesús en nosotros y en el mundo.

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Tomemos un ejemplo: El Misterio de Navidad-Epifanía comienza con el tiempo de
adviento, un período extenso de preparación que culmina en la fiesta de Navidad. En el
primer domingo de adviento, la "cámara fotográfica de la liturgia" nos da una perspectiva
general de las tres venidas de Cristo. En los domingos siguientes se nos presentan los tres
personajes más importantes de Adviento: María, la Madre Virgen del Redentor; Juan
Bautista, quien presentó a Jesús a aquellos que oyeron su mensaje primero; e Isaías, quien
anunció la venida de Cristo con una precisión extraordinaria setecientos años antes del
evento. La disposición de ánimo y la conducta de estos tres personajes son el modelo que
debemos de imitar. De esta manera la liturgia despierta en nosotros la misma espera ansiosa
con que lo profetas anhelaron la venida del Mesías. A través de nuestra participación en el
desenvolvimiento del Misterio de Navidad-Epifanía nos preparamos para el nacimiento
espiritual de Jesús en nosotros.
La serie de fiestas que le siguen a la celebración de la Navidad acentúan su profunda
trascendencia. La gracia que conlleva a la Navidad es de tal magnitud que no se puede
captar con una sola ráfaga de luz. Solo cuando se celebra la Epifanía, la fiesta que la
corona, es cuando se revela plenamente toda la idea teológica de la Luz Divina. El alcance
del misterio de Cristo se experimenta a niveles cada vez más profundos de asimilación a
medida que celebramos los tiempos litúrgicos y sus diversas fiestas, año tras año. La
liturgia no es que nos sitúe simplemente en la gradería del estadio, así sea en primera fila,
sino que nos invita a que participemos en el suceso mismo, a absorber su significado y a
establecer una relación con Cristo en cada nivel de su Ser y en cada en cada nivel del
nuestro. Esta relación con Cristo es la fuerza principal que impulsa a los tiempos litúrgicos
y que hacen que todas nuestra facultades se sientan involucradas; la voluntad, el intelecto,
la memoria, la imaginación, los sentidos y el cuerpo. La transmisión de esta relación
personal con Cristo, y a través de Cristo con el Padre, es lo que Pablo llama Mysterion, que
significa misterio o sacramento en Griego, y que es un signo exterior que contiene y
comunica la Realidad Sagrada. La liturgia nos enseña y nos capacita para que, al celebrar
los misterios de Cristo, los percibamos no solo como eventos históricos, sino como
manifestaciones reales de Cristo aquí y ahora. Por medio de este contacto viviente con
Cristo, nos transformamos en iconos de Cristo, o sea, en manifestaciones del Evangelio a
través de formas cambiantes, así como varían las formas y los colores de vida.
La liturgia nos trasmite la conciencia de Cristo de acuerdo a nuestra preparación. La
mejor forma de prepararnos para recibir esta transmisión es la práctica regular de la oración
contemplativa, porque agudiza y refina nuestra capacidad para Escuchar y para responder al
mensaje de Dios en la Escritura y en la liturgia. También se caracteriza la oración
contemplativa por el deseo de identificarnos con la mente de Cristo, de asimilar y ser
asimilados en la experiencia interior de Cristo para que Él nos muestre la Realidad Suprema
como Abba.
La liturgia es el medio por excelencia para trasmitir la conciencia de Cristo. ES el
lugar principal donde esto sucede. Usa el ritual para preparar las mentes y los corazones de
los que participan en su celebración. Cuando estamos debidamente preparados, cautiva
nuestra atención en todos los niveles de nuestro ser y nos comunica la gracia especial de la
fiesta que celebra.

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Las Cinco Presencias de Cristo en la Liturgia.

―Por su parte los once discípulos partieron para Galilea, el cerro donde Jesús los
había citado. Cuando vieron a Jesús se postraron ante él, aunque algunos todavía
desconfiaban. Entonces Jesús acercándose, les habló con estas palabras: <Todo poder se
me ha dado en el cielo y en la tierra. Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles
a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el
fin del mundo>.‖ (Mateo 28: 16-20).

En este pasaje Jesús comisiona a sus apóstoles para que extiendan a través de todo
el mundo y a través de todos los tiempos lo que Él les ha enseñado y la forma en que han
experimentado al Padre celestial.
Como se ha dicho, la liturgia expresa en su totalidad el Misterio de Cristo en una
sola celebración Eucarística. Durante el Año Litúrgico, los tesoros contenidos en una sola
celebración Eucarística se separan de esta profunda unidad y se celebran individualmente a
lo largo del ciclo anual. En la Liturgia, el tiempo eterno penetra cada instante del tiempo
cronológico. Los valores eternos, al irrumpir en el tiempo cronológico se nos hacen
accesibles en el momento presente. En este sentido Cristo está presente a través del tiempo,
pasado, presente y venidero. El se hace presente mientras nosotros estemos atentos al
momento presente. El momento presente transciende el tiempo y simultáneamente nos
manifiesta la eternidad en tiempo cronológico. El Kairos es el momento en que la eternidad
y nuestras vidas temporales se cruzan. Mirado bajo la perspectiva del kairos, el tiempo fue
hecho para crecer y para ser transformado, e igualmente para que la comunidad cristiana se
disperse por el mundo entero y se convierta en el pleroma, la plenitud del tiempo en que
Cristo lo será todo y estará en todo.
El momento presente, como un encuentro con Cristo, se celebra de manera especial
en cada Eucaristía. Cada Eucaristía reúne todas las diferentes maneras en las que Cristo se
hace presente en nosotros a través de la evolución cronológica de nuestras vidas. La
Eucaristía es la celebración del desdoblamiento de nuestras vidas cronológicas en la
plenitud de la vida de Cristo en nosotros, así como también de nuestro potencial a
trascender y a convertirnos en divinos.
Cada vez que celebramos la Eucaristía tenemos a nuestra disposición las cinco
diferentes presencias de Cristo.
La primera presencia de Cristo se manifiesta cuando nos reunimos en Su Nombre
para adorarlo a Él y a Su Padre, que está presente en Él. Por el solo hecho de reunirse para
adorar a Cristo o dar testimonio de Él, la comunidad cristiana hace que Él esté presente.
Cualquier grupo que se reúna para invocar Su nombre, de hecho se convierte en el centro
de Su Divina Presencia: ―Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estaré yo en
medio de ellos‖. Esta verdad se manifiesta durante varias apariciones de Jesús después de
Su resurrección. En cierta ocasión en que los discípulos, a fin de esconderse de las
autoridades, se encontraban reunidos en una habitación con las puertas cerradas y las barras
puestas, Jesús se les apareció sorpresivamente. ¿De dónde salió? Quizás surgió del centro
de sus corazones y se materializó en forma humana. Al principio creyeron que era un

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fantasma y se asustaron. Quizás sentían más que este temor, el temor de que así como había
entrado Él, las autoridades también lograrían entrar. En todo caso, cuando nos reunimos
para orar y cuando entramos al lugar donde vamos a adorar a Dios, Jesús entra con nosotros
en su cuerpo glorificado, dispuesto a llenarnos individualmente con las riquezas de su luz,
de su vida y de su amor divino, en la medida en que estemos receptivos a su venida.
La segunda forma en que Jesús está presente en la Eucaristía es cuando se
proclama el Evangelio. Los lectores comunican no solo los sagrados textos, sino al mismo
Cristo. Esto lo corrobora la historia del cristianismo. Son muchas las personas que han
recibido un llamado directo de Cristo cuando han escuchado un determinado texto del
Evangelio durante la liturgia. Las palabras del Evangelio tienen el poder de tocar los
corazones.
Cada vez que se proclama el Evangelio, su texto contiene algo que el Espíritu está
tratando de comunicarnos en medio de nuestras vidas. Cuando nos conectamos con ese
mensaje, experimentamos lo que Pablo llama ―una palabra de sabiduría‖. Una palabra de
sabiduría no es simplemente algo sabio, sino que va más allá: penetra nuestros corazones de
tal forma que tendremos la certeza que Dios se está dirigiendo a nosotros. Nos guste o no,
sentiremos que la palabra de Dios, como una espada, ha atravesado lo más profundo de
nuestro ser. Dependiendo de la situación, nos puede llenar de alegría o puede ser un reto
para nosotros. Para que la proclamación del Evangelio pueda transmitir la presencia y la
acción de Cristo con todo su poder, se requiere que esté rodeada de una actitud que le rinda
el honor y la veneración que se merece.
La tercera presencia de Cristo tiene lugar durante la oración Eucarística en la cual
la pasión, muerte y resurrección de Cristo se hacen presentes. Las ofrendas de pan y vino
también llevan incorporado el regalo de nuestro propio ser. La consagración de estas
ofrendas que pasan a ser el cuerpo y sangre de Cristo significa nuestra incorporación como
células individuales en el cuerpo de Cristo, la Nueva Creación de la humanidad redimida
que gradualmente madura a través del tiempo hasta llegar al pleroma, la plenitud de Cristo.
La cuarta presencia de Cristo la encontramos en el servicio de la comunión. El
pan y el vino consagrados se nos ofrecen a cada uno de nosotros para que los consumamos
y podamos así convertirnos en un organismo mayor en el Cuerpo de Cristo. El Espíritu
hace que nos integremos con el Cuerpo de Cristo así como nosotros asimilamos las
especies de pan y vino en nuestro cuerpo físico. Así, al recibir la Eucaristía estamos
adquiriendo el compromiso de estar abiertos al proceso de transformación para asemejarnos
a Cristo. Cristo viene a nosotros en su forma humana y en su naturaleza divina durante la
Comunión en forma de Eucaristía, no sólo por un momento pasajero (mientras las sagradas
especies permanecen sin disolverse en nuestro sistema digestivo), sino para siempre. Es
más, cada recepción de la Eucaristía sostiene y aumenta la Presencia ya existente y
reforzada a raíz de las recepciones previas. La presencia de Cristo que germinó en la
comunidad, que se proclamó en el Evangelio y que se hizo presente en la oración
Eucarística, ahora penetra nuestros cuerpos, nuestras mentes y lo más íntimo de nuestro ser
cuando asimilamos el Misterio de Fe.
Fijémonos en la estructura ascendente de estas presencias. Cada una es más sublime
que la anterior. Con todo lo maravilloso que son estos dones de la presencia de Cristo,

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sirven únicamente para alertarnos de la *Presencia Suprema, la Presencia que está ya
presente.
Aún cuando esta Presencia no se menciona específicamente en la ―Constitución de
la Sagrada Liturgia‖ parece considerarse algo sobreentendido. Todo tipo de oración y de
rito y los sacramentos están diseñados para despertar en nuestro interior la naturaleza de
Cristo, de la cual nosotros y todas nuestras facultades emergen en cada momento
microcósmico, Jesús parece estarse refiriendo a esta experiencia cuando comisiona a los
apóstoles, ―¡Andad y haced discípulos de todas las naciones!‖ El Evangelio de Marcos lo
expresa aún más claramente con la palabras ―¡Salid por todo el mundo a predicar el
Evangelio y hacedlo conocer por toda la creación!‖.
¿Se refiere acaso este texto exclusivamente al mundo geográfico?. Esa es la
interpretación común; pero no es ese el significado completo de esta frase. Se nos está
invitando, o mejor dicho, se nos está ordenando que nos introduzcamos en los mundos que
se expanden cada vez más delante de nosotros cuando alcanzamos un nuevo nivel de fe. Es
como si Jesús nos quisiera decir, ―¡Debéis dejar atrás las angostas limitaciones de vuestras
ideas preconcebidas y de vuestras escalas de valores prefabricadas!
¡Penetrad todos los niveles imaginables de la conciencia humana!. Entrad en la
plenitud de la unión divina y una vez que la hayáis experimentado, predicad el evangelio a
toda la creación y transformadla con el poder que os dará vuestra unión e integración
conmigo.‖
El Amor divino nos hace apóstoles en lo más hondo de nuestro ser, es de allí que
nace la presencia y el ejemplo irresistible que puede transformar el mundo.

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CAPÍTULO 1

“E L M I S T E R I O D E N A V I D A D--E P I F A N Í A”

―Zacarías, el padre de Juan, lleno del Espíritu Santo pronunció esta profecía:
―Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a Su pueblo…‖ (Lucas
1: 67-68)
La ‗Visitación de Dios‘ es la experiencia de la presencia de Dios, el Misterio
Supremo, haciéndose conocido en la Palabra hecha carne. Este es el significado de la
celebración de Navidad – Epifanía.

INTRODUCCIÓN

El Misterio de Navidad-Epifanía es la celebración de la transmisión de la divina luz.


La estación litúrgica comienza con el Adviento, un período de intensa preparación para
entender y aceptar las tres venidas de Cristo. La primera es su histórica llegada en humana
debilidad y la manifestación de Su divinidad al mundo; la segunda es su llegada espiritual a
nuestro ser interno a través de la celebración litúrgica del Misterio de Navidad-Epifanía; la
tercera es su llegada definitiva al final de los tiempos en Su humanidad glorificada.
En las fiestas de Navidad, la gozosa espera ejemplificada por la Virgen María, Juan el
Bautista e Isaías—y compartida por nosotros en la Liturgia de Adviento—llega a su
culminación. Cristo nace de nuevo en nuestros corazones a través del aumento de Su luz
dentro de nosotros, y las consecuencias de nuestra unión con Él comienzan a desdoblarse.
En las fiestas que siguen, todo lo que está contenido en la explosión de la divina Luz
en Navidad, es gradualmente revelado, culminando en la fiesta de Epifanía, la cual es la
plenitud y la celebración cumbre del Misterio de Navidad-Epifanía. A la clara luz de la
Epifanía, la fe en la divinidad de Jesús y en nuestra incorporación en Él como miembros de
Su cuerpo místico, es la luz (nuestra estrella guía) que nos faculta a seguirlo y a ser
transformados en Él.
Mientras la idea teológica de la Luz aún predomina en la fiesta de Epifanía, las ideas
teológicas del amor y la vida divina también aparecen, apuntando a los grandes misterios de
Pascua y Pentecostés, aún por venir. Experimentamos por anticipación la vivificante gracia
de la Pascua y las transformantes gracias de Pentecostés. La liturgia conmemora, junto con la
venida de los Magos, otros dos eventos, los cuales simbolizan las gracias de Pascua y
Pentecostés: el Bautismo de Jesús en el Jordán y el cambio del agua en vino en la fiesta de
las bodas de Caná.
Jesús vio el Bautismo en las manos de Juan no para sí mismo, sino para nosotros, los
miembros de Su cuerpo místico. Su inmersión en las aguas del río Jordán prefigura Su pasión
y muerte; su salida del Jordán y el descenso del Espíritu, prefiguran Su resurrección y su
obsequio del Espíritu en Pentecostés. Así, en el Bautismo de Jesús, los sacramentos del
Bautismo y la Confirmación están prefigurados y concedidos de antemano. Él purifica a Su
gente y la prepara para la unión con Él mismo.

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La unión establecida entre Cristo y nosotros en el Bautismo y profundizada en la
Confirmación, es consumada en la Eucaristía, el sacramento de la divina unión. La Eucaristía
y sus transformantes efectos son prefigurados por Jesús en el cambio del agua en vino en las
fiestas de Caná , mientras que la fiesta de bodas simboliza el gozo de la divina unión, la fruta
madura de las transformantes gracias de Pentecostés.
He aquí un sumario de las enseñanzas de la liturgia en el Misterio de Navidad-
Epifanía:
1. La naturaleza humana está unida a la Palabra Eterna, el Hijo de Dios, en el
útero de la Virgen María: Adviento.
2. La Palabra Eterna aparece en forma humana como ‗luz del mundo‘: Navidad.
3. Él manifiesta Su divinidad a través de Su humanidad: Epifanía.
4. Por Su bautismo en el Jordán, Él purifica a la Iglesia--la extensión de su
cuerpo en el tiempo--, y santifica las aguas del Bautismo: Epifanía y el
domingo siguiente.
5. Él toma para Sí a su pueblo en matrimonio espiritual, transformándolo en Él
mismo: Epifanía y el segundo domingo siguiente.
6. Nos son enseñadas las consecuencias prácticas de ser miembros del cuerpo
místico de Cristo: la segunda lectura para los domingos del Tiempo Ordinario
siguientes a la Epifanía.

EL MISTERIO DE NAVIDAD-EPIFANÍA

―Por aquel tiempo, Dios hablo a Juan, hijo de Zacarías en el desierto y Juan pasó por toda
la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados,
para que Dios les perdonara sus pecados. Esto sucedió como el profeta Isaías había
escrito:
―Se oye la voz de alguien que grita en el desierto:
‗¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto!‖
(Luc.3:2-4) (Evangelio del 2° Dom. de Adviento)

El Adviento es la celebración de las tres venidas de Cristo: su venida en la carne, que


es la atención primaria de la fiesta de Navidad; su venida al final de los tiempos, que es uno
de los temas subyacentes del Adviento; y su venida en gracia, que es su llegada espiritual en
nuestros corazones a través de la celebración Eucarística del Misterio de Navidad-Epifanía.
Su venida en gracia, es su nacimiento dentro de nosotros. Esta llegada enfatiza el
impulso primario de la liturgia, el cual es la transmisión de la gracia, no sólo la
conmemoración de un evento histórico. Así, la liturgia comunica las gracias rememoradas en
las fiestas y estaciones litúrgicas. Estas se centran alrededor de las tres grandes ideas
teológicas contenidas en la revelación de Jesús: Luz Divina, Vida y Amor. Cada estación del
año litúrgico—Navidad-Epifanía, Pascua-Ascensión, Pentecostés—enfatizan un aspecto

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particular del misterio de la salvación, la gratuita auto-comunicación de Dios. El resto del
año litúrgico fluye desde estos grandes temas y escudriña sus implicaciones prácticas.
El año litúrgico comienza con la idea teológica de la divina Luz. ¿Y qué es esto? Tú
lo encontrarás, atendiendo a la liturgia, asumiendo que estás debidamente preparado y que la
liturgia sea sensitiva y reverentemente ejecutada.
Cada estación litúrgica tiene un período de preparación que nos alista para la
celebración de la festividad culminante. La fiesta de Navidad es el primer estallido de luz
en la evolución del Misterio de Navidad-Epifanía. Teológicamente, Navidad es la revelación
de la Palabra Eterna hecha carne. Pero toma tiempo celebrar y penetrar todo lo que este
evento contiene e involucra verdaderamente. Lo más que podemos hacer en la noche de
Navidad, es quedarnos sin aliento en admiración y regocijo con los ángeles y los pastores
quienes primero lo experimentaron. Los variados aspectos del Misterio de la divina luz, son
examinados uno a uno en los días siguientes a Navidad. La liturgia cuidadosamente
desempaca los maravillosos tesoros que están contenidos en el estallido de luz inicial. En
realidad, nosotros no captamos el pleno significado del Misterio, hasta que nos movemos a
través de los otros dos ciclos. A medida que la divina luz se hace más brillante, revela lo
que contiene, esto es, la vida divina; y la vida divina revela que la Realidad Suprema es
amor.
La Epifanía es la fiesta cumbre de la Navidad. Tendemos a pensar en la Navidad
como la fiesta más grande, pero en verdad, es tan sólo el comienzo. Aquella agudiza nuestro
apetito por los tesoros que serán revelados en las fiestas por venir. La gran iluminación del
Misterio de Navidad-Epifanía es cuando nosotros percibimos que la divina luz manifiesta no
sólo que el Hijo de Dios se ha convertido en ser humano, sino que estamos incorporados
como miembros vivos a Su cuerpo. Esta es la gracia especial de la Epifanía. En vista de
su divino poder y majestad, el Hijo de Dios recoge dentro de Sí el pasado completo de la
familia humana, el presente y el futuro. El momento en que la Palabra Eterna es
pronunciada fuera del seno de la Sma. Trinidad y toma la condición humana, la Palabra se da
a Sí misma a todas las criaturas. En el acto de la creación, Dios, en un sentido muere. Él cesa
de estar solo, y llega a estar por virtud de su actividad creadora, totalmente involucrado
en la aventura humana. No puede ser indiferente. Cualquier teología que sugiera que Él
no está preocupado, no es la revelación de Jesús. Por el contrario, el significado y el
mensaje de la vida de Jesús, es que el Reino de Dios “está cerca y a la mano”: Dios en su
todo, está ahora disponible para cada ser humano que así lo quiera.
La Epifanía es entonces la manifestación de todo lo que está contenido en la luz de
Navidad; es una invitación a volvernos divinos. La Epifanía revela el matrimonio entre la
divinidad y la naturaleza huma de Jesucristo. También revela el llamado de Dios a la Iglesia
(a nosotros, por supuesto) a ser transformada al introducirse dentro del matrimonio espiritual
con Cristo y llegar a ser plenamente humana.
La venida de Cristo a nuestras vidas conscientes es el fruto maduro del Misterio
de Navidad-Epifanía. Esto presupone una presencia de Cristo que ya está dentro de
nosotros, aguardando a ser despertada. Podría llamarse la cuarta venida de Cristo, excepto
que en estricto sentido, no es una llegada, sino que ya está aquí. El Misterio de Navidad-
Epifanía nos invita a tomar posesión de lo que ya es nuestro. Como dice Thomas Merton,
―llegamos a ser lo que realmente somos‖. El Misterio de Navidad-Epifanía, como la venida

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de Cristo a nuestras vidas, nos hace tener conciencia del hecho de que Él está realmente
aquí como nuestro „auténtico-yo‟—la más profunda realidad en nosotros y en cada uno.
Toda vez que Dios tomó para Sí la condición humana, cada uno es potencialmente
divino. A través de la Encarnación de Su Hijo, Dios inunda a toda la familia humana—
pasado, presente y futuro--con Su majestad, dignidad y gracia. Cristo habita en nosotros de
una forma misteriosa pero real. El propósito principal de toda la liturgia, oración y ritual,
es hacernos conscientes de Su presencia interior y unión con nosotros. El potencial para
esta conciencia es innato en nosotros por virtud de ser humanos, pero no hemos aún caído en
cuenta de ello. Las tres venidas de Cristo están basadas en el hecho de que nosotros
estamos en Dios, y Dios está en nosotros; ellas nos invitan a evolucionar más allá de
nuestras limitaciones humanas hacia la vida en Cristo. Cristo ha venido, pero no
completamente: este es el predicamento humano. La consumación del Reino de Dios (el
pleroma) tendrá lugar mediante la evolución gradual de los cristianos hacia una desarrollada
era de Cristo. Entretanto, cada ser humano y cada institución humana, aún santos, están
incompletos.

LA ANUNCIACIÓN

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado a una joven virgen que vivía en una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, y que era prometida de José, de la familia de David. Y
el nombre de la virgen era María.
Entró el ángel a su presencia y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está
contigo.» María quedó muy conmovida por lo que veía y se preguntaba que querría decir
ese saludo.Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de
Dios. Vas a quedar embarazada y dará a luz a un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús.
Será grande, y con razón lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de David, su
antepasado. Gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún
hombre?
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso tú hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu parienta Isabel esperando un hijo, y la que no podía tener familia se
encuentra ya en el sexto mes de embarazo aquella que porque para Dios, nada será
imposible. Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor; hágase en mí lo que has dicho.»
Después de estas palabras el ángel se retiró. (Lc 1: 26 – 38)

El tiempo de Adviento es como el momento del embarazo en el que se manifiesta la


nueva vida. La luz de la Navidad crece en cada uno de nosotros a medida que progresa la
temporada de Adviento, y se manifiesta a través de iluminaciones reveladoras que anticipan
la luz deslumbrante del misterio de la Navidad y la Epifanía.
María es la figura clave en Adviento. En este texto escuchamos el anuncio que le
hace el Arcángel Gabriel de su futura maternidad. Hasta donde sabemos, María era una
muchacha de catorce o quince años que vivía en un pueblito sin importancia. Nazaret no
tenía muy buena reputación, a juzgar por lo que dijo Nataniel más adelante: "¿Acaso puede
algo bueno provenir de ese sitio?"

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Al parecer, María había recibido un llamado de Dios de dedicar su vida a Él en un
compromiso al celibato. Por otro lado, se encontraba en la difícil situación de "ser la
prometida de un hombre llamado José". No sabemos detalles de este compromiso, ni el
acuerdo que existía entre ellos. El celibato era una opción rara en aquellos tiempos,
especialmente para una mujer. El hecho de que María se tomara la libertad de introducir
esta novedad y de ser flexible con respecto a las expectativas populares y los reglamentos
de su tiempo nos da una idea de su madurez espiritual. Su elección de permanecer virgen
presupone un convencimiento de lo que Dios esperaba de ella.
Aparentemente había podido persuadir a José que la apoyara en esta idea. De
acuerdo a la tradición judía de aquellos tiempos, ella ya estaba obligada a convertirse en su
esposa en virtud de su compromiso.
Llega entonces la visita sorpresiva del mensajero de Dios. Como lo enseñan muchas
parábolas más adelante, la acción de Dios es siempre inesperada. A veces la sorpresa puede
ser algo que deleita, como cuando se encuentra un tesoro escondido en un campo. Otras
veces, cuando Dios nos da un reto o nos exige un sacrificio, esa sorpresa nos parece el fin
de nuestro mundo; nuestro pequeño nido se hace añicos. Estos eventos ocurrieron con
regularidad en las vidas de María y de José. Esta es la primera vez que Dios, sin ser
invitado, irrumpe en sus vidas y las voltea al revés. Lo que Jesús predica más tarde es
precisamente la aceptación de lo que Él llama el Reino de Dios, que incluye nuestro
consentimiento de que Dios irrumpa en nuestras vidas de cualquier manera y en cualquier
momento, incluyendo el momento presente. ¡No mañana, sino ahora! El Reino de Dios es
lo que sucede; estar abierto a ese Reino es estar preparado a aceptar lo que suceda. Eso no
quiere decir que comprendamos lo que está sucediendo.
La mayoría de las pruebas consisten en no tener ni idea de lo que está pasando, ni
por qué. Si nosotros supiésemos que estamos haciendo la voluntad de Dios, las pruebas no
nos mortificarían tanto.
Aquí nos encontramos frente a María en uno de los guiones favoritos de Dios, lo
que podríamos llamar una encrucijada. No se trata de tener que elegir entre algo
obviamente bueno y algo obviamente malo (eso se llama tentación) sino de no poder
distinguir si lo uno es bueno y lo otro no lo es. El dilema surge de otra manera: aparecen
dos alternativas buenas, y uno no puede decidir cual es la voluntad de Dios, puesto que
ambas son buenas. Esto inquieta sobremanera a una conciencia delicada. El desasosiego
viene de desear hacer la voluntad de Dios y no poderla precisar. Como consecuencia, uno
se siente atraído a ir en dos direcciones opuestas al mismo tiempo. Dos cosas buenas, pero
opuestas, que exigen cada una nuestra adhesión total, y que ambas parecen ser la voluntad
de Dios. Aquellos que andan por el camino espiritual se encuentran a menudo en frente de
estas encrucijadas, que se vuelven más difíciles a medida que se avanza en el camino. Este
es el tipo de dilema que se suscita en una crisis de vocación, dando lugar a preguntas tales
como "¿Debería yo meterme en una comunidad contemplativa? Sé que tengo mis
obligaciones con los demás, sin embargo siento un llamado constante a la vida solitaria".
La atracción a la soledad en un ministerio activo es una de las encrucijadas clásicas en que
se encuentran aquellos que están en ministerios activos. Por su parte, los que llevan una
vida de claustro, experimentarán lo contrario.

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A continuación citamos un ejemplo de las Escrituras que nos muestra cuán
inquietante puede volverse esta prueba. Juan Bautista había basado su integridad de profeta
en señalar a Jesús como el Mesías, el que redimiría a su pueblo de sus pecados. Después de
haber tenido su encuentro con Herodes, este condena a Juan a la prisión. Juan simboliza a
todos los que sufren por las causas de justicia y de verdad. En su reclusión solitaria,
separado de sus discípulos, es posible que haya caído en una depresión. Comienza a dudar
de sí ese hombre llamado Jesús, que él había estado pregonando era el Mesías, sería el
verdadero. Jesús comía y bebía con pecadores públicos. Ni él ni sus discípulos observaban
los ayunos acostumbrados. ¿Acaso podía Jesús, que se hacía amigo de las prostitutas y de
los cobradores de impuestos, y que alentaba la forma de vida libre y fácil de sus discípulos,
ser realmente el Mesías? ¿Habrá sucumbido acaso Juan a la tentación de pensar que había
cometido un terrible error? Aquí tenemos a un hombre santo, cuya vida se aproximaba a su
fin, pasando por la peor crisis que jamás había tenido que afrontar.
Nótese aquí la agonizante encrucijada. Juan había enseñado que Jesús era el Mesías,
pero Jesús no se estaba comportando como era de esperarse del Mesías. Por consiguiente,
Juan envía a sus discípulos para que le pregunten a Jesús, -¿Eres tú el Mesías o debemos
esperar a otro? - La pregunta nos da un indicio del tremendo problema de conciencia que
estaba sufriendo Juan. ¿Sería su obligación ahora negar a aquel mismo al que antes había
aclamado? Esa es su gran duda. No sabe qué hacer. Así es como decide mandar a sus
discípulos a interrogar a la misma persona en cuya identidad el había entroncado su misión
profética, esa persona de quien él mismo había dicho, "cuyas sandalias no soy digno de
desatar."
En presencia de los discípulos de Juan, Jesús hizo unos cuantos milagros que El
sabía, tranquilizarían a Juan, cumpliendo la profecía del profeta Isaías de que los ciegos
recuperarían la vista y los pobres oirían la proclamación del Evangelio. Esa fue la solución
a la encrucijada de Juan.
¿Cuál fue la razón por la cual Juan pasó por una prueba tan terrible cuando su vida
llagaba a su fin? A veces las encrucijadas tienen como fin liberarnos de los últimos
vestigios del acondicionamiento cultural, incluyendo nuestro acondicionamiento cultural
religioso. Los medios que fueron necesarios al principio de nuestra jornada espiritual (de
los cuales a veces llegamos a depender demasiado), van desapareciendo poco a poco. Una
forma clásica de eliminarlos es por medio de una encrucijada en la que nos vemos
obligados a crecer más allá de las limitaciones de nuestro ambiente cultural, de las
influencias de la infancia y de nuestros primeros antecedentes religiosos. La familia, la raza
y los valores religiosos son importantes y nos sostienen por un período y un lugar
determinado en nuestro camino espiritual, pero no nos llevan al lugar de libertad total al
que Dios aspira para cada uno de nosotros. Quizá eran esas ideas preconcebidas de Juan
acerca del ascetismo de Dios las que Dios quería demoler para liberarlo, y que en los
últimos días de su vida aceptara la venida de Dios de cualquier manera, incluyendo que el
Mesías comiera y bebiera y mostrara compasión.
La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan fue expresada sin palabras por medio
de milagros, con los cuales dijo a Juan en respuesta a su pregunta, - Amigo mío, tú no te
equivocaste. Yo soy el Mesías, pero el Mesías no puede estar limitado a tus ideas de lo que
debe hacer y de cómo se debe comportar. Esto resolvió el dilema de Juan. Hasta los más
santos pueden estar sujetos a ideas preconcebidas o a escalas de valores que les fueron

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transmitidas y que son muy difíciles de hacer a un lado. Pueden tener grandes expectativas
acerca de cómo debería comportarse Dios o acerca de cómo deberían desarrollarse el
camino espiritual y la vida de oración. Guerras, persecución, bancarrota, la pérdida de un
ser querido, divorcio, cambio de vocación, enfermedad y muerte son todas experiencias que
Dios usa para hacer añicos ciertas ideas o expectativas.
Cuando estás completamente seguro de que Dios quiere de ti dos cosas totalmente
opuestas, te encuentras en la típica encrucijada. El mismo Jesús tuvo esa experiencia en el
huerto de Getsemaní. A Él, el inocente, se le pedía que se convirtiera en pecado por
nosotros; Él, que conoció la infinita bondad de Dios como nadie jamás la conoció ni la
conocerá, tenía que aceptar el resultado inevitable de identificarse con nuestros pecados,
que era una separación total de Dios. María, como ya vimos anteriormente, llegó a la
encrucijada de su camino a la edad de catorce o quince años. Ella había planeado su vida de
acuerdo con lo que ella creía firmemente que era la voluntad de Dios. Luego se le aparece
el Arcángel Gabriel y le dice: "Dios quiere que tú seas la madre del Mesías". A María le
inquietó sobremanera este mensaje. Los cimientos de todo su camino espiritual se
estremecieron. Ella no podía entender cómo era posible que Dios enviara Su mensajero
para decirle, "Yo quiero que seas madre," después de haberle hecho creer que su voluntad
era que ella permaneciera virgen.
¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre? - responde.
Nótese la discreción de las palabras de María. No dice que no, sino que con gran delicadeza
presenta el problema de cómo va a tener lugar ese evento si en sus propias palabras, "no
tengo relación (ni pienso tenerla en el futuro) con ningún hombre." Mejor dicho, ella toma
su dilema y con gran respeto lo pone en el regazo de Dios. Parece estarle diciendo, "Tú
creaste este problema, por favor, resuélvelo. No estoy diciendo Sí, pero tampoco estoy
diciendo No. Por favor dime cómo piensas solucionarlo".
A continuación el ángel le explica, - El Espíritu Santo descenderá sobre ti -. En
otras palabras, su maternidad va a provenir de una fuente que no es la normal en el proceso
de la procreación. Dios hace que sea posible que ella consienta a Su pedido porque está
inventando algo sin precedentes en la experiencia humana: una Madre Virgen. La noticia
que le trajo el ángel y sus consecuencias desbarataron totalmente los planes que María
había hecho para su vida. Su madre se enteró muy pronto de su misterioso embarazo. José
se alteró tanto que planeó abandonarla. En otras palabras, este extraño embarazo cambió su
vida totalmente. Su posición de joven respetable, prometida de José, ahora quedaría
reducida a la de alguien que había tenido relaciones prematrimoniales. Se convertiría en
una de las muchas personas de mala fama en un pueblo de mala fama. El mismo Dios que
la había inspirado a vivir el celibato la había elegido y convertido en la madre del Mesías.
Como seres humanos, no podemos dar por sentado que Dios va a hacer algo que
nunca se ha hecho antes, aunque el ángel haya dicho, ―Para Dios nada será imposible‖.
Pero podemos estar segurísimos de que si permitimos que las energías creativas de una
encrucijada se desenvuelvan, el resultado será que en algún momento nos encontraremos en
un estado más elevado de conciencia. De repente percibiremos una forma nueva de ver la
realidad. Nuestra antigua manera de ver el mundo terminará. Surgirá una nueva relación
con Dios, con nosotros mismos y con los demás, basada en el nuevo nivel de comprensión,
percepción y unión con Dios que nos ha sido otorgado.

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La encrucijada nos libera para crecer en una relación expandida con toda realidad,
comenzando con Dios. Durante el tiempo de Adviento, al celebrar la venida renovada de la
Luz divina, se nos alienta a que seamos receptivos al advenimiento de Dios en cualquier
forma que El elija. Esta es la disposición que nos abre completamente a Su Luz.

LA VISITACIÓN
Por esos días, María partió apresuradamente y se fue con prontitud a una ciudad
de ubicada en los cerros de Judá. Entró a la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír
Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y
exclamó en voz alta: «!Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Cómo he merecido yo que venga a mí que la madre de mi Señor?. Apenas llegó tu saludo
a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de
cualquier manera se cumplirán las promesas cosas del Señor!» (Lucas 1: 29-35)

Observamos que María, después de preguntarle cautelosamente al ángel, superó la


encrucijada dando un salto de confianza. Su dilema se resolvió de una manera totalmente
inesperada al convertirse sorpresivamente en Virgen y Madre, demostrando que para Dios
no hay nada imposible. Como vemos, ni siquiera Juan Bautista y María pudieron escapar de
dilemas que los haría aún más santos. Las dificultades le dan a Dios la oportunidad de
refinar y purificar nuestra motivación, y nos dan a nosotros una oportunidad de entregarnos
a Dios más incondicionalmente.
Dios nos prepara para la recepción de su palabra en la misma forma como un
granjero
ara un campo para prepararlo para la semilla. La preparación de Dios hace las veces de un
tractor arando el campo. Yendo en un sentido remueve la tierra y la voltea, yendo en
sentido opuesto hace lo mismo, surcando el campo. Pero dondequiera que va, desentierra
rocas sepultadas en la tierra, que podrían destruir la semilla que va germinando.
El adviento es tiempo de preparación. Dios preparó el terreno del corazón de María
con gracias increíbles que culminaron con en esa encrucijada que le permitió alcanzar un
nuevo nivel de entrega. Para dar vida física en su cuerpo al Verbo de Dios, primero tenía
que concebir y dar a luz ese Verbo espiritualmente. Si vemos a alguien desempeñando una
acción virtuosa, esto presupone una enorme cantidad de preparación. Dios llevó a María
hasta el punto en que le permitiera a EL cumplir su plan eterno. Pablo dijo, "En el momento
propicio, Dios mandó a su Hijo, nacido de una mujer".
La unión de María con Dios era tan grande que fue capaz de traer a Dios al mundo
físicamente. Todas las imágenes del antiguo testamento que se refieren a la presencia de
Dios se cristalizan en ella. Habiendo recibido la Palabra de Dios físicamente en su cuerpo,
María contribuyó con su persona humana a la formación de la nueva persona humano-
divina. El nacimiento de Jesús fue también el advenimiento de una nueva era. La palabra
griega para "el tiempo apropiado" es kairos. El kairos es el tiempo eterno irrumpiendo en el
tiempo cronológico; es el tiempo vertical que corta a través del tiempo horizontal. Como
resultado, el Misterio de Cristo completo está disponible en todo momento.

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La Liturgia celebra ciertos acontecimientos especiales para podernos sensibilizar al
hecho de que cada momento es sagrado. El tiempo es tiempo para crecer, nada más. El
tiempo es tiempo para transformar todos los elementos de la vida de manera que podamos
manifestar a Cristo en nuestras vidas cronológicas. El ejemplo de María está saturado de
símbolos tan cautivadores que hace que abramos los ojos y demos la respuesta humana
apropiada para que la Palabra Eterna venga al tiempo cronológico y lo transforme. El
pleroma o plenitud de los tiempos del que nos habla Pablo, cuando Cristo sea "todo en
todos," depende de nuestra contribución personal como células vivas del cuerpo de Cristo.
El momento presente es el momento en que la eternidad (tiempo vertical) irrumpe en
nuestras vidas. Por lo tanto, la vida ordinaria, tal como es, contiene la invitación para
convertirse en divina.
María muestra, a través de la venida del Verbo Eterno a su cuerpo, qué es lo que
hay que hacer con el tiempo vertical. Una vez que captamos el hecho de que la Palabra
Eterna vive en nosotros, nos damos cuenta de que no estamos solos, Dios vive en nosotros.
Mora en nosotros, no como una estatua o un cuadro, sino como energía, lista a dirigir todos
nuestros actos, momento a momento. De aquí la necesidad de una disciplina de oración y
de acción que nos haga sensibles a la energía divina que Pablo llama Espíritu o pneuma y
que nosotros traducimos como Dios.
¿Cuál es la primera respuesta de María al don de la maternidad Divina? Se va a
visitar a su prima Isabel quien está esperando un hijo y que necesita ayuda en todo lo que
debe de prepararse para la llegada de un bebé: hacer pañales, preparar la canastilla, tejer
zapatitos y gorritos. Eso es lo que ella se imaginó que Dios quería que hiciera. Nunca se le
ocurrió contarle a nadie del increíble privilegio que Dios la había otorgado. Sencillamente
hizo lo que ordinariamente hacía: se fue a servir a alguien necesitado. Esto es lo que la
acción Divina nos sugiere siempre: ayuda a alguien cercano de manera sencilla pero
práctica. A medida que aprendes a amar más, puedes ayudar más.
María no fue a aconsejar a Isabel; no fue a Evangelizar a Isabel, fue a preparar los
pañales. Esa es la verdadera religión: manifestar a Dios de manera apropiada en el
momento presente. El ángel había dicho que Isabel estaba por tener un niño. María dijo,
"¿De verdad?, ha de necesitar ayuda voy enseguida‖. Se fue "de prisa" manifestando su
afán de ayudar, sin ponerse a pensar en su propia condición, incluyendo me imagino, lo que
José y su madre pensarían acerca de su embarazo inesperado.
María entró en casa de Isabel y la saludó. La Presencia que llevaba en su interior fue
trasmitida a Isabel por el sonido de su voz. En respuesta, el niño en el seno de Isabel saltó
de gozo; fue santificado por el sencillo saludo de María. Las obras más grandes de Dios se
realizan sin que nosotros hagamos nada espectacular. Casi son como efectos colaterales que
nacen de hacer lo que se cree que se debe de hacer. Si te transformas tú, todo el que forma
parte de tu vida cambiará también. Hay una sensación que nosotros creamos en el mundo
en que vivimos. Si estás esparciendo amor dondequiera que vas, ese amor empieza a
regresar a ti, no puede ser de otra manera. Cuanto más des, más recibirás.
Siguiendo el ejemplo de María, la práctica fundamental para sanar las heridas del
falso yo es la de cumplir las responsabilidades de nuestro trabajo en la vida. Esto incluye
ayudar a las personas que cuentan con nosotros. Si la oración nos estorba, es que hay un
malentendido. Algunas personas devotas piensan que si las actividades en su casa o en su
trabajo entorpecen su vida de oración, es que algo anda mal en éstas sus actividades,
cuando es lo contrario, y es que algo anda mal en su oración.

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La oración contemplativa nos capacita para ver los tesoros de santificación y las
oportunidades de crecimiento espiritual que están presentes, día a día en la vida cotidiana.
Si uno está realmente transformado, puede estar caminando por la calle, tomándose una
taza de té o saludando a alguien y estar vertiendo amor divino en el mundo. En el cristiano
la motivación lo es todo. Cuando el amor a Jesús es la motivación fundamental, las
acciones comunes trasmiten amor divino. Este es el testimonio cristiano básico. Esta es la
evangelización en su forma primaria.
Los primeros cristianos parecen haber interpretado la evangelización en forma muy
literal, predicando la Palabra de Dios como sí está fuera un fin en sí misma. Como eran
santos, sus enseñanzas tuvieron gran resultado, pero nunca igual al derramamiento de
sangre de los mártires y más tarde, el de los mártires de conciencia. Lo esencial, si uno
quiere propagar el Evangelio, es la transformación de la propia conciencia. Si eso sucede, y
en el grado en que suceda, nuestras acciones ordinarias pasan a ser un medio efectivo de
comunicar el Misterio de Cristo a cualquiera que pase por nuestras vidas.
Una persona santificada es como una estación de radio o de televisión enviando
señales. El que tenga el aparato receptivo puede recibir la transmisión. Lo que María nos
enseña en su visita a Isabel es que el sonido de su voz despertó el potencial trascendente de
otra persona sin que Ella tuviera que hacer nada especial. Ella fue simplemente María, el
Arca de la Alianza, esto es, alguien en quien Dios habita. Por lo tanto, cuando María saludó
a Isabel, el niño saltó de gozo en su seno. Su potencial Divino fue despertado plenamente.
También lo fue el de Isabel. Ella fue llena del Espíritu Santo. Este es el tipo de
comunicación más sublime. La transmisión no consiste en la predicación como tal. La
transmisión es la capacidad para despertar en los demás su propio potencial para
convertirse en divinos.

LA NAVIDAD.
En el principio era el Verbo, y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él
estaba frente a Dios al principio. Él se hizo todo y nada llegó a ser sin Él. Lo que llegó a
ser, tiene vida en Él, y para los hombres esta vida es la luz. La luz brilla en las tinieblas y
las tinieblas no pudieron vencer la luz.
Porque la luz llegaba al mundo, la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Ya estaba en el mundo y por Él se hizo el mundo, pero este mundo no lo conoció.
Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les
concedió ser Hijos de Dios.
Estos son los que creen en su Nombre. Pues aquí se nace sin unión física, ni deseo
carnal, ni querer de hombre: estos han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; hemos visto su gloria, la que
corresponde al Hijo Único cuando su Padre lo Glorifica. En Él estaba la plenitud del
Amor y de la Fidelidad. (Juan 1: 1-14)
La fiesta de Navidad es la celebración de la luz divina, irrumpiendo en la conciencia
humana. La luz es tan brillante que es imposible, a primera vista, captar su significado
completo. Sólo un entendimiento intuitivo como el que tuvieron los pastores, nos hace
posible disfrutarla. Más tarde, a medida que nuestros ojos se adaptan a la luz, percibimos
poco a poco todo lo que está contenido en este Misterio, culminando en la fiesta cumbre de
la Epifanía, la manifestación del Niño Divino en Belén.

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Intentemos captar el significado del Verbo hecho Carne. La palabra en el Nuevo
Testamento griego para carne es sarx. El significado de sarx es la condición humana, esos
niveles incompletos, inmaduros, no evolucionados de la conciencia humana. Es la
conciencia humana en su sumisión al pecado. Jesús no asumió solamente el cuerpo y alma
humanos; asumió la condición humana integra, incluyendo las necesidades instintivas de la
naturaleza humana y los acondicionamientos culturales de su época.
Sarx es la condición humana encerrada en sí misma; caída y sin deseos de
levantarse. Es la condición humana entregada a la supervivencia biológica en si misma, ya
sea de su propia persona, del clan, de la nación o de la raza.
La palabra griega soma se refiere al cuerpo cuando se abre a una evolución
superior: es la condición humana abierta al desarrollo. "El Verbo se hizo carne" significa
que al tomar la condición humana sobre si mismo con todas sus consecuencias, Jesús
introdujo el principio de trascendencia a toda la familia humana, dando al proceso evolutivo
un empuje decisivo hacia la conciencia divina.
En la Epístola a los Romanos, Adán es el símbolo de solidaridad con la carne
(sarx). Todo el mundo comparte el sarx de Adán y por lo tanto forma una personalidad
corporativa con él. Cristo, al asumir la condición humana exactamente como es, la penetra
hasta sus raíces y se convierte en el origen de una nueva personalidad corporativa abierta a
la trascendencia. El Espíritu, el principio de trascendencia, libera la condición humana
(sarx) para que se mueva hacia la nueva personalidad corporativa que Pablo llama el
Cuerpo de Cristo. Nuestra participación en el Cuerpo de Cristo tiene un significado
corporativo y cósmico. Decir que no a esa participación es el significado primario de
pecado en el Nuevo Testamento. Es la elección de seguir siendo solamente carne (sarx),
esto es, de ser dominado por las programaciones de felicidad centradas en uno mismo. Es
optar por salirse del plan divino de transformación de la conciencia humana en la
conciencia de Cristo. De esta transformación es de lo que se trata la Navidad, es el proceso
de crecimiento que inaugura el Evangelio y al cual todos estamos llamados. La naturaleza
humana centrada en sí misma busca cada vez más y mejores maneras de permanecer tal
cual está, porque eso parece garantizar su supervivencia. Pero optar por el status quo es
solidarizarse con Adán y rechazar a "el Cristo".
"A todos aquellos que lo recibieron, les dio el poder de convertirse en hijos de
Dios", esto es, de conocer su Origen divino. Este es el Misterio de la Palabra de Dios hecha
carne. Carne no sólo significa piel y huesos, significa los valores mundanos de las
programaciones para la felicidad centradas en uno mismo que están fuertemente arraigadas
en nuestros hábitos conscientes e inconscientes y en una sobreidentificación con la propia
familia, tribu o nación. Cristo, al unirse a la familia humana, se ha sometido a las
consecuencias de la carne y, a la vez ha introducido en ella el principio de redención de
todos los niveles pre-racionales de conciencia. Nuestro propio desarrollo hacia niveles más
altos de conciencia es la punta de lanza de la personalidad corporativa de "el Cristo". el
desdoblamiento gradual en tiempo del nuevo Adán. Todo acto está motivado por esa visión;
toda la curación de cuerpo, de alma o de males sociales, está contribuyendo al crecimiento
del Cuerpo de Cristo y por lo tanto al pleroma. Esto ocurrirá cuando suficientes individuos
hayan entrado a la conciencia de Cristo y la hayan hecho suya.

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El gozo de la Navidad es la intuición de que han sido superadas todas las
limitaciones de crecimiento hacia estados más elevados de conciencia. La luz divina
traspasa toda oscuridad, prejuicio, ideas preconcebidas, valores preestablecidos,
expectativas falsas, hipocresía y falsedad. Nos presenta la verdad. Actuar sobre la base de
la verdad es hacer que Cristo crezca, no solo en nosotros mismos, sino en los demás. Así,
los acontecimientos y los trabajos tediosos de nuestra vida cotidiana se vuelven
sacramentales, inyectados con implicaciones eternas. Esto es lo que celebramos en la
liturgia. El Kairos, el "tiempo preciso", es ahora. Según Pablo "el tiempo de la salvación es
ahora", esto es, el tiempo en el que está disponible toda la misericordia de Dios. El tiempo
de arriesgarse a un mayor crecimiento es ahora. Seguir creciendo es estar en la frontera de
la evolución humana y del camino espiritual. La acción divina puede voltear nuestras vidas
al revés, puede llamarnos a distintas formas de servicio. La disponibilidad para cualquier
acontecimiento inesperado es la actitud de alguien que ha entrado en la libertad del
Evangelio. Compromiso con el mundo nuevo que Dios está creando, la nueva personalidad
corporativa de la humanidad redimida, requiere flexibilidad y desprendimiento: la
disponibilidad para ir a cualquier parte o a ninguna, para vivir o para morir, para descansar
o para trabajar, para hacerse cargo de un servicio o para dejar otro. Todo es importante
cuando uno se está abriendo a la conciencia de Cristo. Esta percepción transforma nuestros
conceptos mundanos de seguridad hasta convertirlos en la aceptación, por amor a Dios, de
un futuro incierto. La mayor seguridad es la derivada de tomar ese riesgo. Todo lo demás es
peligroso.
La luz de Navidad es una explosión de intuición que cambia toda nuestra idea de
Dios. Nuestras ideas infantiles sobre Dios son dejadas atrás. Cuando dirigimos nuestra
mirada fascinada hacia el Niño en la cuna, lo más íntimo de nuestro ser se abre a la nueva
conciencia que el Niño Jesús ha traído al mundo.

LA EPIFANÍA
El primer texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a los paganos.
Después de esta entrevista, los Magos prosiguieron su camino. La estrella que habían visto
en Oriente iba adelante de ellos, hasta que se paró sobre el lugar en que estaba el niño. Al
ver la estrella se alegraron mucho, y, habiendo entrado en la casa, hallaron al niño que
estaba con María, su madre. Se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. (Mateo 2: 9-12)
El segundo texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a los judíos en
el río Jordán.
En esos días, Jesús vino de Nazaret, pueblo de Galilea, y se hizo bautizar por
Juan en el río Jordán. Cuando salió del agua, los Cielos se rasgaron para él y vio al
Espíritu Santo que bajaba sobre él como paloma. Y del Cielo llegaron estas palabras: 'Tú
eres mi Hijo, el Amado: tú eres mi Elegido.
El tercer texto nos recuerda cómo Jesús revela su persona divina a sus discípulos
durante las Bodas de Caná".
A los tres días se celebraron unas bodas de Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba en la fiesta. También fue invitado a las bodas Jesús con sus discípulos. Se acabó el

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vino de las bodas y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: < No tienen
vino.> Jesús respondió: <Mujer, ¿cómo se te ocurre? Aún no ha llegado mi hora>."Su
madre dijo a los sirvientes: <Hagan todo lo que él les mande>. Había allí seis jarrones de
piedra, de los que sirven para los ritos de la purificación de los judíos, de unos cien litros
de capacidad cada uno. Jesús indicó a los sirvientes: <llenen de agua esas tinajas>. Y las
llenaron hasta el borde. <Sáquenlo ahora,> les dijo, <y llévenlo al mayordomo>. Y ellos
se lo llevaron. El mayordomo probó el agua cambiada en vino, sin saber de dónde lo
habían sacado; los sirvientes sí que lo sabían, pues habían sacado el agua. Llamó al
esposo y le dijo: <Todo el mundo pone al principio un vino inferior; pero tú has dejado el
mejor vino para el final>.
Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así
manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Después de esto, Jesús bajó a Cafarnaún y con él su madre, sus hermanos y sus
discípulos. Y permanecieron allí solamente algunos días. (Juan 2:1-12)
Estas tres lecturas ( Los Magos del Oriente, el Bautizo de Jesús y las Bodas de
Caná) son una parte integral de la celebración de la Epifanía, la fiesta cumbre del Misterio
de la Navidad y Epifanía y la plena revelación de todo lo que contiene la luz de la Navidad.
La revelación de Jesús en su divinidad a los gentiles representados por los Magos se
complementa con los otros dos sucesos que son revelaciones de la naturaleza divina de
Jesús en un período posterior de su vida. La liturgia es ante todo una parábola de los efectos
de la gracia que santifica en ese momento; ignora las consideraciones históricas y junta los
textos para traer a colación el significado sublime de lo que se está transmitiendo en forma
invisible a través de las señales visibles.
El primer texto describe la manifestación de la divinidad de Jesús a los Reyes
Magos. Ellos habían venido desde todos los confines del mundo y por lo tanto simbolizan a
todas las personas que sinceramente buscan la verdad.
El bautizo de Jesús en el río Jordán y la fiesta de las Bodas de Caná están
integrados en la celebración con el objeto de ampliar la perspectiva desde la cual
percibimos la divinidad de Jesús. El Bautizo de Jesús administrado por Juan Bautista
representa la manifestación pública de la divinidad de Jesús a los judíos, el momento
histórico en que Jesús entra plenamente en su misión de redimir a la familia humana. Su
bautizo en el río Jordán simboliza la resurrección, y la aparición del Espíritu Santo en
forma de paloma prefigura la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Todas las aguas han sido santificadas por su contacto con el cuerpo de Cristo en el
río Jordán. Es más, cada gota de agua en el universo entero, a raíz del bautismo de Jesús, ha
sido convertida en un vehículo transmisor de gracia. Todo tipo de aflicción, que es lo que
simboliza el agua del río Jordán, se ha convertido en un vehículo de gracia. Hasta los
sufrimientos, que son consecuencia directa del pecado, se han convertido en una fuente
inagotable de gracia. Esto no quiere decir que el sufrimiento en sí debe considerarse como
un fin, sino que debe aceptarse, experimentarse y transformarse. Es el toque de la presencia
de Jesús el que transforma el sufrimiento en un vehículo de santificación
El tercer texto describe la fiesta de las Bodas de Caná, durante la cual Jesús
manifestó su divinidad a los discípulos.

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En la Epifanía se celebra la unión, por decirlo así, de la iglesia y Cristo; nosotros,
por supuesto, somos la iglesia. Por lo tanto, las Bodas de Caná son un símbolo de las
nupcias divinas en las almas de aquellos que han experimentado la luz divina, y la vida
divina y el amor que contiene esa luz. El vino nuevo es el principio trascendente que Cristo
ha introducido en el mundo al tomar él mismo la forma de ser humano. La humanidad
entera se eleva a esta nueva vida, que ha sido introducida de una vez por todas en el
corazón de Dios en virtud de la Encarnación y la obra redentora de Jesús. El vino nuevo es
el mensaje del Evangelio, un mensaje que anuncia el proceso que está teniendo lugar. ¡Esta
es la buena nueva más importante que jamás existió! ¡La familia humana se ha convertido
en divina! Aceptamos nuestra invitación personal por medio de nuestro bautismo, y al
luchar constantemente con nuestro falso yo, vamos entrando gradualmente en la cámara
nupcial, un reconocimiento permanente, a través de nuestra fe y de nuestra unión con
Cristo, quien a su vez nos lleva al seno de la Santísima Trinidad. Puesto que los seres
humanos fueron hechos de barro, la tierra misma, representada por nosotros y en nosotros,
es absorbida en el Verbo Eterno. Dios obtiene en los seres humanos el nivel más alto de
auto-comunicación concebible y recoge todo lo que Él ha creado y lo une consigo mismo.
La consumación final, en la cual "Dios lo será todo en todo," es el momento en
que el nuevo vino les será servido a todos. El jefe de meseros le dijo al joven: ―Tú
guardaste el mejor vino hasta ahora‖.Este el vino del Espíritu que llena de gozo los
corazones de todos los que lo toman.

EL SIGNIFICADO DE LAS BODAS DE CANÁ"


A los tres días se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús
estaba en la fiesta. También fue invitado a las bodas Jesús con sus discípulos. Se acabó el
vino de las bodas y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: <No tienen
vino>. Jesús respondió: <Mujer, ¿cómo se te ocurre? Aún no ha llegado mi hora>
Su madre dijo a los sirvientes: <Hagan todo lo que él les mande>.
Había allí seis jarrones de piedra, de los que sirven para los ritos de la
purificación de los judíos, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús indicó a los
sirvientes: <Llenen de agua esas tinajas>. Y las llenaron hasta el borde. <Saquen ahora>,
les dijo, <y llévenlo al mayordomo>. Y ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua
cambiada en vino, sin saber de dónde lo habían sacado; los sirvientes sí que lo sabían,
pues habían sacado el agua. Llamó al esposo y le dijo: <Todo el mundo pone al principio
el vino mejor, y cuando todos han bebido bastante, se sirve un vino inferior; pero tú has
dejado el mejor vino para el final>.
Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así
manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, Jesús bajó a
Cafarnaún y con él su madre, sus hermanos y sus discípulos. Permanecieron allí solamente
algunos días. (Juan 2:1-12).
La Epifanía, que es la celebración nupcial del Hijo de Dios con la naturaleza
humana, revela el significado más profundo del Verbo Eterno convertido en ser humano. Es
más, nuestro llamado personal es no sólo a que nos entreguemos a la fe, sino a la
transformación en vida divina y en amor. La fiesta de bodas, celebrada en un pueblito
remoto, se convierte en el símbolo del evento más fantástico de la historia humana, el

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ejemplo más impresionante de cómo el tiempo eterno se introduce en el tiempo cronológico
y lo transforma. Lo que sucede cuando el vino se está acabando y los recién casados están a
punto de verse avergonzados frente de sus amistades, se convierte en un evento cósmico.
Lo que hace Jesús en la fiesta es el símbolo de lo que más adelante logrará por medio de su
pasión, muerte y resurrección. El agua almacenada en las tinajas simboliza al viejo Adán, la
solidaridad en el ser incompleto y pecador. Jesús toma esa misma agua y la convierte en
vino--¡no en agua nueva, sino en algo totalmente diferente! La cualidad espumante y
embriagadora del vino, corresponde al efecto refrescante y al entusiasmo y euforia que
traen consigo los frutos del Espíritu.
De acuerdo a la tradición judía, las tinajas de agua eran necesarias para la
purificación de las personas antes, durante y después de cenar. Nótese que cada jarrón
cuando se llenaba hasta el borde contenía de veinte a treinta galones, que equivalen como a
mil litros. Después del milagro, había vino suficiente como para satisfacer a un ejército!. La
implicación aquí es que, al igual que el vino, no hay límite para la buena nueva del
Evangelio.
¿Y quiénes son los invitados? Tú y yo, por supuesto. Vemos en este milagro la
revelación de la unión de Cristo con la familia humana, una unión nupcial que se consuma
en la Eucaristía y que transporta a los invitados a la Nueva Creación. La personalidad
corporativa de la nueva humanidad es lo que se llama El Cuerpo de Cristo. Este Cuerpo de
Cristo crece por medio de nuestro despertar personal a la vida divina. De este modo, todo el
mundo está invitado a este banquete nupcial. Si aceptamos la invitación y participamos,
recibimos la infusión del Espíritu en forma ilimitada, comparable a la excesiva abundancia
de vino que Jesús proporcionó a la avergonzada pareja.
Los tres sucesos históricos que han sido escogidos como parte de la liturgia de la
Epifanía, expresan perfectamente este movimiento de incorporación en el Cuerpo de Cristo
y en la transformación del consciente.
1) La manifestación de la naturaleza divina del Infante a los Magos significa que
cada persona, en el pasado, en el presente y en el futuro, está llamada a la unión divina, en
virtud de que Cristo se convirtió en un ser humano como nosotros.
2) La manifestación de la naturaleza divina de Jesús a los judíos cuando se oyó
una voz desde lo alto después de su bautismo en el Jordán, representa nuestro llamado
inminente a la unión divina. La familia humana y cada uno de nosotros son purificados por
las aguas del bautismo, y preparado para la boda espiritual con el Hijo de Dios.
3) Finalmente, la manifestación de la naturaleza divina de Jesús a sus apóstoles
cuando transforma el agua en vino durante las bodas de Caná, significa la consumación de
las nupcias espirituales de Cristo con la familia humana y con cada uno de nosotros en
particular.
Cada una de las invitaciones, cada vez más elevadas, dependen, por supuesto, de
nuestro consentimiento. Como células vivientes del Cuerpo de Cristo, estamos metidos en
el proceso que se mueve hacia el pleroma. Este término define la maduración del desarrollo
de la conciencia cristiana compartida por cada una de la células individuales del Cuerpo de
Cristo. Este movimiento trascendente es como la levadura en la masa, llevándonos desde
nuestra sensación de ser una unidad separada, hasta la vida del Espíritu, simbolizada por el
vino nuevo.

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Podemos aferrarnos al viejo Adán y solidarizarnos con él, o podemos aceptar al
Espíritu invitándonos a un crecimiento personal y corporativo en Cristo, el nuevo Adán.
Esta increíble invitación nos la cuentan como una broma:
María, la madre de Jesús, nota la vergüenza que están a punto de pasar los
desposados, y les dice a su hijo: <No tienen vino>. Jesús le responde, <Mi hora (kairos) no
ha llegado aún>. Es como si dijera ―El reconocimiento mío como el Hijo de Dios no ha
llegado aún, y este acto lo anticiparía‖.
Ella se dirige a los sirvientes y les instruye, <Hagan lo que él mande>. Jesús
condesciende y le dice a los meseros que llenen los jarrones de agua y que se los lleven al
mayordomo. Cuando el mayordomo prueba el agua convertida en vino, se queda
maravillado. Era, sin duda, el mejor vino que había probado. Tanto le impresionó esto, que
se dirigió adonde estaba la pareja y les comentó, <¡Todo el mundo acostumbra servir el
mejor vino primero y luego, cuando los invitados han tomado suficiente sirve el vino de
menos categoría. Pero ustedes han reservado el mejor vino para servirlo ahora!>
Esta broma es más que divertida. Nos debería hacer tanta gracia que deberíamos
reír a carcajadas durante el resto de nuestras vidas y luego por toda la eternidad.
¡Deberíamos de estar saltando, haciendo piruetas, parándonos de cabeza!. Ni una danza
litúrgica llena los requisitos de esta fiesta. El Amor Divino nos pertenece en
sobreabundancia. Esta es la luz revelada como los regalos de los Reyes Magos,
representando los tesoros interiores de Cristo que están a nuestra disposición. Todos estos
regalos son nuestros, ahora mismo, en la liturgia Eucarística. Se está sirviendo el nuevo
vino del Espíritu….

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CAPÍTULO 2

EL MISTERIO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN


Y ASCENSIÓN

―En ese día ustedes comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mi, y
yo en ustedes.
El que conoce mis mandamientos y los guarda es el que me ama. Y mi Padre amará al que
me ama a mí, y yo también lo amaré y me mostraré a él‖(Juan 14: 20-21).

INTRODUCCIÓN

Claramente se enfocan aquí las ideas teológicas de vida divina y de amor divino,
que nos anticipó la Epifanía, celebración cumbre del misterio de Navidad y Epifanía. De
nuevo hay un largo período de preparación (Cuaresma) antes de la festividad principal, que
es la Pascua de Resurrección. Los domingos que le siguen desarrollan la importancia y los
frutos de la resurrección de Cristo, culminando en la festividad cumbre de la temporada, la
Ascensión.

LA CUARESMA Y LA CONDICIÓN HUMANA

―Enseguida el Espíritu lo empujó al desierto. Allí permaneció cuarenta días y fue


tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes, pero los ángeles le servían.
Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a la provincia de Galilea y empezó a
proclamar la Buena Nueva de Dios. Hablaba en esta forma: ―El plazo está vencido, El
Reino de Dios se ha acercado. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva‖ (Marcos 1;
12-15)

La Pascua de Resurrección, con su gracia de resurrección interior, es la sanación


radical de la condición humana. La Cuaresma, que nos prepara para esta gracia, trata lo que
necesita sanación.

De acuerdo con la evidencia que nos proporciona la psicología de desarrollo, cada


ser humano recapitula los estadios pre-racionales del desarrollo hacia la plena consciencia
reflexiva, por las cuales ha pasado la humanidad entera en su ascenso evolutivo. Durante
sus primeros seis meses el infante está sumergido en la naturaleza y no tiene noción de ser
una entidad independiente. A medida que el infante comienza a diferenciar su propio
cuerpo de lo que le rodea, su vida emotiva se concentra alrededor de sus impulsos por
obtener seguridad y supervivencia; afecto y estima; poder y control. Las imágenes,

29
reacciones emotivas y el comportamiento gravitan alrededor de estas necesidades
instintivas y crean programas que el ser humano ha elaborado y defiende a toda costa
porque cree que le traerán la felicidad (o le evitarán la infelicidad). Esto es lo que llamamos
los centros de energía. Cuando el niño recibe el don de expresarse verbalmente, empieza a
internalizar los valores de los padres, de sus compañeros y de la sociedad que lo rodea,
llegando a imaginarse, a valorarse y a apreciarse a sí mismo de acuerdo a los valores y
expectativas del grupo. Este proceso de socialización combina todas las complejas
conexiones de los centros de energía.

Cuando más el infante o niño se sienta privado de la satisfacción de sus necesidades


instintivas, tanto más empleará su energía en elaborar programas emotivos diseñados para
satisfacer alguna o todas esas necesidades. Cuando estos programas de felicidad se frustran,
surgen instantáneamente emociones aflictivas que pueden ser tristeza, apatía, avaricia,
codicia, lujuria, orgullo o ira. Si estas emociones son lo suficientemente dolorosas, uno está
dispuesto a pisotear tanto los derechos y necesidades de los demás como el bienestar propio
con tal de escaparse del dolor. Esto es lo que conduce al comportamiento que llamamos
pecado personal. Es el síntoma de una enfermedad. La enfermedad es el sistema del falso
yo, o sea la acumulación de los programas emotivos de felicidad que fueron iniciados en la
tierna infancia y que se expandieron hasta llegar a ser centros de energía alrededor de los
cuales giran los pensamientos, sentimientos, reacciones, maneras de pensar, motivación y
comportamiento de cada uno. Cuando se desdobla cada nueva etapa de la conciencia
humana en desarrollo, surge una creciente sensación de distanciamiento, con sus
correspondientes sentimientos de miedo y de culpa. Llegamos a la plena consciencia
autoreflexiva invadidos por una sensación de estar separados de nosotros mismos, de los
demás y de Dios. Nos sentimos más o menos solos en medio de un universo potencialmente
hostil. Hasta nos sentimos inclinados a mirar con nostalgia el pasado con sus niveles de
consciencia más primitivos, la nostalgia y por aquellos momentos en que éramos capaces
de disfrutar la vida sin mucha reflexión interior y por consiguiente sin sentimientos de
culpabilidad.

Al aproximarnos a la edad del razonamiento, nuestra consciencia se enfrenta con


una encrucijada: de una parte, un deseo vehemente de madurar y de aceptar las
obligaciones que esto trae consigo; de otra, el temor a un aumento de responsabilidad y a
los sentimientos de culpa que estas conllevan. Pero en lugar de hacer una evaluación
constructiva de nuestros programas emotivos de felicidad, nuestras facultades racionales los
justifican, los razonan y hasta los glorifican. Jesús se dirige precisamente a ese dilema de la
humanidad, cuando en la temporada litúrgica de cuaresma proclama: ―Arrepentíos, que el
reino de Dios está aquí‖.

La palabra ―arrepentirse‖ significa cambiar la ruta donde se está buscando la


felicidad. El llamado al arrepentimiento es una invitación para que reconozcamos nuestros
programas de felicidad basados en necesidades instintivas, y cambiarlos. Este es el
programa fundamental de la Cuaresma. Año tras año, a medida que se avanza en el camino
espiritual, se hacen más notorias las influencias destructivas que ejercen esos programas de
felicidad, y en la misma proporción aumenta el deseo de cambiarlos. Así es que se inicia y
se lleva a cabo el proceso de conversión. La culminación de este proceso es la experiencia

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de la resurrección interior que se celebra en el misterio de la Pascua de Resurrección y la
Ascensión.

La liturgia de Cuaresma comienza con las tentaciones de Jesús en el desierto, que se


dirigen a las tres áreas de necesidades instintivas que todo ser humano experimenta durante
su crecimiento. Jesús es tentado a que recurra a la magia, un símbolo de seguridad, para
satisfacer su apetito carnal, en lugar de recurrir a Dios; a tirarse del pináculo del templo que
le daría fama de milagroso; y a postrarse y a adorar a Satanás con el fin de recibir en
recompensa el poder absoluto sobre todas las naciones del mundo. Seguridad, admiración,
poder – esas son las tres áreas donde las tentaciones típicamente atacan nuestros programas
falsos de felicidad.

El verdadero crecimiento humano incorpora todo lo bueno del nivel más primitivo
de consciencia cuando asciende a niveles más elevados. Lo único que queda atrás son las
limitaciones de los niveles anteriores. Por ejemplo, la necesidad de seguridad y
supervivencia, que es una necesidad biológica del infante, debe integrarse con los otros
valores que se desarrollan en su potencial humano. Para un ser humano en el que el deseo
no ha sido moderado por la razón, nunca tendrá suficiente seguridad, por más que acumule
riqueza y poder. De la misma manera, la persona que no ha ajustado su deseo de ser
querido y admirado, puede llegar a necesitar una semana de vacaciones y muchos
tranquilizantes para recuperarse de la herida de un comentario o de una crítica a su persona
que llegue a sus oídos.

A continuación se cita una parábola que viene de otra tradición religiosa, que puede
dar una luz a lo que es el arrepentimiento desde el punto de vista cristiano.

A un maestro de la religión Sufi se le había extraviado la llave de su casa, y la


buscaba ansiosamente en el jardín frente a su casa, revisando cuidadosamente cada hojita
de la hierba. Llegaron sus discípulos y le preguntaron al maestro qué le sucedía. –He
perdido las llaves de mi casa -, respondió el maestro. –¿Quiere que le ayudemos a
encontrarla? -, le preguntaron. -Encantado de que me ayuden – contestó él. Al oír esto, los
discípulos se hincaron de rodillas y comenzaron también a repasar la hierba, hoja por hoja,
para ver si encontraban la llave. Al cabo de varias horas uno de los discípulos preguntó, -
Maestro, ¿tiene idea del lugar donde pudo haber perdido la llave? – Él respondió, - Claro
que sí, la perdí dentro de la casa -. Los discípulos se miraron con gran asombro.- Entonces,
¿Por qué la está buscando aquí? – exclamaron. El maestro les respondió, -¡Porque acá
afuera hay más luz! –

Esta parábola está dirigida a la condición humana. A todos se nos ha extraviado la


llave de la felicidad y la estamos buscando fuera de nosotros, donde es imposible
encontrarla. Y la buscamos por fuera porque es más fácil, más placentero, y hay más luz,
aparte de que estamos más acompañados. Cuando nos proponemos encontrar felicidad por
medio de los símbolos de seguridad y sobrevivencia, aprecio y afecto, y poder y control,
podemos estar seguros de que muchas personas nos ayudarán, por la sencilla razón de que
todo el mundo está haciendo lo mismo. Pero cuando buscamos la llave en donde realmente
existe la posibilidad de encontrarla, nos vamos a hallar muy solos, abandonados por amigos
y parientes que perciben algo amenazante en la búsqueda en que estamos empeñados. Una

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de las pruebas más duras en el camino espiritual es no tener el apoyo de nadie, o lo que es
peor, encontrar oposición.

Cuando oímos el llamado de Cristo y nos decidimos a seguir sus huellas, muy
pronto vamos a descubrir que aquellos programas que creemos que nos van a traer felicidad
son totalmente opuestos a la escala de valores contenida en el evangelio que deseamos
adoptar. El sistema del falso yo no se desploma cuando se lo exigimos. Pablo describe su
experiencia en forma penetrante cuando escribe,

Puedo querer el bien, pero no realizarlo. De hecho, no hago el bien que quiero,
sino el mal que no quiero. Por lo tanto, si hago lo que no quiero, no soy yo quien está
haciendo el mal, sino el pecado que está dentro de mí.
Descubro entonces esta realidad: queriendo hacer el bien, se me pone delante el
mal que está en mí. Cuando me fijo en la Ley de Dios, se alegra lo íntimo de mi ser; pero
veo en mis miembros otra ley que está en guerra con la ley de mi mente, y que me entrega
como preso a la ley del pecado inscrita en mis miembros.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de mí mismo y de la muerte que llevo en mí?
¡A Dios demos gracias, por Cristo Jesús, nuestro Señor! (Rom. 7: 18-24)

La batalla entre el viejo Yo y el nuevo Yo es un tema constante en el Nuevo


Testamento. El falso yo puede adaptarse muy rápidamente a nuevas circunstancias, siempre
y cuando no tenga que cambiar. Lo que hace entonces es manifestarse en un egocentrismo
radical que se expresa pro medio de diversas actividades humanas: en bienes materiales
tales como riquezas y poder; en satisfacciones de orden emotivo tales como amistades; en
objetivos intelectuales tales como un doctorado; en objetivos sociales tales como prestigio y
posición social; en aspiraciones religiosas tales como la oración, la práctica de las virtudes
y muchos ministerios de diversa índole.

El Evangelio nos invita a que nos responsabilicemos totalmente de nuestra vida


emotiva. Tenemos la tendencia de culpar a otras personas o a circunstancias exteriores por
el torbellino que experimentamos, cuando en verdad las emociones aflictivas mismas nos
comprueban que el problema lo llevamos adentro. Si no nos responsabilizamos de nuestros
programas equivocados de felicidad en el ámbito de nuestro subconsciente y tomamos
medidas para cambiarlos, nos van a dominar hasta el fin de nuestras vidas. Mientras estos
programas estén funcionando dentro de nosotros, nos impedirán oír los gemidos de los
demás pidiendo ayuda, puesto que los filtramos a través de nuestras propias necesidades
emotivas, reacciones y valores preconcebidos. Ninguna cantidad de estudios teológicos,
espirituales o litúrgicos podrán sanar el sistema del falso yo, porque mientras nuestros
programas emotivos estén firmemente arraigados, escabullirán los estudios con gran
facilidad.

El corazón del ascetismo cristiano – y la labor de la Cuaresma – es enfrentarse con


los valores inconscientes que están ocultos detrás de los programas emotivos y cambiarlos.
De ahí la necesidad de la disciplina de la oración contemplativa y de la acción que le sigue.

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LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO

Luego el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el
diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
Entonces se le acercó el tentador y le dijo: ―Si eres el Hijo de Dios, ordena que
esas piedras se conviertan en panes‖. Pero Jesús respondió: ―Dice la Escritura que el
hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios‖.
Después de esto, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, y lo puso en la parte más alta
del Templo, y le dijo: ―Si eres hijo de Dios tírate de aquí para abajo. Puesto que la
Escritura dice: <Dios ordenará a sus ángeles que te lleven de sus manos para que tus pies
no tropiecen en piedra alguna>‖. Jesús replicó: ―Dice también la Escritura: <No tentarás
al Señor tu Dios>‖.
En seguida lo llevó el diablo a un cerro muy alto, le mostró todas las naciones del
mundo con todas sus riquezas y le dijo: ―Te daré todo esto si te hincas delante de mí y me
adoras‖. Entonces Jesús le respondió: ―Aléjate de mí, Satanás, porque dice la Escritura:
<Adorarás al Señor tu Dios, a Él solo servirás>‖.
Entonces lo dejó el diablo y acercándose los ángeles se pusieron a servir a Jesús.
(Mt. 4: 1-11).

El tiempo de Cuaresma es la época en que la iglesia entera entra en un retiro


extenso. Jesús se fue al desierto durante cuarenta días y cuarenta noches. Tomar parte
activa y observar la Cuaresma es una participación en la soledad, en el silencio y en las
privaciones de Jesús.

Los cuarenta días de cuaresma enfocan una antigua tradición bíblica que comienza
con el Diluvio Universal en el Libro de Génesis, que nos dice que llovió sobre la tierra
durante cuarenta días y cuarenta noches. Mas delante leemos que Elías caminó cuarenta
días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb, la montaña de Dios. Leemos que el
pueblo de Israel anduvo errante durante cuarenta años antes de llegar a la Tierra prometida.
El desierto bíblico es considerado ante todo un lugar de purificación, un lugar de tránsito.
El desierto bíblico es, no tanto un sitio geográfico como tal, con arena, rocas y maleza, sino
un proceso de purificación interior que culmina en la liberación del sistema el falso yo con
sus programas de felicidad inservibles que no funcionan.

Jesús deliberadamente se hizo cargo de la condición humana, frágil, dolida, alejada


de Dios y del prójimo. Todo un conjunto de preocupaciones egoístas se han acumulado
alrededor de nuestras necesidades instintivas hasta convertirlas en centros de energía –
fuentes de motivación, alrededor de las cuales giran nuestras emociones, pensamientos y
patrones de comportamiento como los planetas giran alrededor del sol. Ya sea consciente o
inconscientemente, estos programas de felicidad influyen visión del mundo y nuestra
relación con Dios, con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. Esta es la
situación que Jesús vino a sanar en el desierto. Durante la Cuaresma nuestra labor consiste
en enfrentarnos con estos programas de felicidad y desprendernos de ellos. Los pasajes de
la Biblia que se leen durante esta época junto con el ejemplo que nos da Jesús, nos dan
ánimo para luchar por nuestra liberación interior y por nuestra conversión.

33
Jesús nos redimió de las consecuencias de nuestros programas de felicidad cuando
las experimentó en carne propia. Como ser humano, atravesó todas las etapas pre-racionales
de la consciencia humana en su desarrollo: la inmersión total en lo material; el surgimiento
de un cuerpo independiente de lo demás; y el desarrollo de una consciencia conformista,
con lo cual quiere decir una exagerada identificación con el clan, con la nación, con la raza
y con la religión de uno. Él tuvo que lidiar con cada uno de los limitados valores en cada
etapa del desarrollo humano, desde la infancia hasta la edad del razonamiento; la única
diferencia, por supuesto, es que nunca apoyó con su voluntad sus promesas ilusorias de
felicidad.

Jesús aparece en el desierto como el representante de la humanidad entera. Sufre en


carne propia la experiencia de los dilemas humanos en la más cruda intensidad. Por lo
tanto, se vuelve vulnerable a las tentaciones de Satanás.

Satanás en el Nuevo Testamento significa Enemigo o Adversario, un espíritu


misterioso y malvado que aparece como algo más que una mera personificación de nuestras
propias tendencias malignas. Dios permite las tentaciones de Satanás para que podamos
confrontar nuestras propias tendencias malignas. Si los familiares y amigos no logran la
pero de las reacciones en nosotros, Satanás siempre anda por los alrededores para terminar
el trabajo. Se llega al conocimiento de si mismo por experiencia; así se llega a conocer las
profundidades de su debilidad como ser humano.

Jesús en el desierto es tentado por medio de los instintos primitivos del ser humano.
Primero Satanás ataca la necesidad de seguridad y supervivencia, o sea, el primero de los
centros de energía. ―Si eres el Hijo de Dios, ordena que esas piedras se conviertan en
pan‖.

Después de un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, podemos estar seguros de


que Jesús estaba muerto de hambre. Su respuesta a la sugerencia de Satanás es que él no es
el que debe preocuparse por protegerse y salvarse; es problema de Su Padre que tiene que
proveer lo necesario para él. ―Dice la Escritura que el hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios‖. Dios promete cuidar todo el que confié
en Él. Jesús rehusa hacerse cargo de su propio rescate y espera que Dios venga a rescatarlo.

El diablo luego traslada a Jesús a la ciudad santa, lo pone sobre el parapeto del
Templo y le sugiere ―Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí para abajo. Puesto que la
escritura dice: <Dios ordenará a sus ángeles que te lleven de sus manos para que tus pies
no tropiecen de piedra alguna>‖. Lo que le está diciendo en otras palabras es que si Jesús
verdaderamente es el Hijo de Dios, que manifieste su poder con algo milagroso, que se tire
de ese rascacielos, y que cuando se levante y salga andando, todos se deslumbrarán y lo
verán como un hombre extraordinario. Esta tentación es la obtener fama, amor y
admiración pública.

El efecto y la estima constituyen el centro de gravedad del segundo centro de


energía. Todo el mundo necesita una cierta dosis de aceptación y respaldo. Si en el
transcurso de los años que lo llevan a uno de la infancia a la edad adulta no se le presta la
debida atención a estas necesidades, una busca satisfacciones que compensen la falta de

34
aquello de lo que uno se vio privado en la tierna infancia, lo cual puede ser real o
imaginario. Cuanto mayor haya sido la privación, tanto mayor será el dinamismo neurótico
para compensarla.

En este texto Satanás sutilmente menciona el Salmo 90, el gran tema de la


Cuaresma y que expresa una confianza ilimitada en Dios, desde el pináculo del Templo,
Dios tendrá que protegerlo. La respuesta de Jesús es ―No tentarás al Señor tu Dios‖. Lo que
esto quiere decir es que por mucho que Dios nos haya dado pruebas de su amor sin límites,
no podemos obtener la salvación por nuestros propios medios. Jesús rechaza el programa de
felicidad que busca la glorificación del yo, de aparecer como un mago que puede obrar
milagros, o como una lumbrera espiritual.

El tercer centro de energía es el deseo de controlarlo todo y dominar a los demás.


Satanás ahora se lleva a Jesús a lo más alto de una montaña y le muestra todos los reinos
del mundo, prometiéndole, ―Te daré todo esto si te hincas delante de mí y me adoras‖. La
tentación de adorar a Satanás a cambio de símbolos de poder ilimitado es el último esfuerzo
del falso yo para lograr inmortalidad e invulnerabilidad por sus propios medios. Jesús
responde, ―Aléjate de mi, Satanás, porque dice la Escritura: <Adorarás al Señor tu Dios, a
Él solo servirás>‖. Adorar a Dios es el antídoto para el orgullo y para la codicia de poder.
El camino de la verdadera felicidad es servir a los demás, no dominarlos.

Vemos entonces que Jesús, por amor a nosotros, experimentó personalmente las
tentaciones dirigidas a los primeros tres centros de energía. En cada Cuaresma Él nos invita
a que nos unamos a Él en el desierto y compartamos con Él las pruebas a que se vio
sometido. Los sacrificios durante la Cuaresma están encaminados a ayudarnos a reducir
nuestra inversión emotiva en los programas de nuestra tierna infancia. El objetivo final de
la observación de la Cuaresma es liberarse totalmente del sistema del falso yo. La meta de
este proceso culmina el día de la Pascua de Resurrección. La más importante de todas las
observaciones durante la Cuaresma es confrontar el falso yo. El ayuno, la oración y la
limosna están al servicio de este proyecto. A medida que desmantelamos nuestros
programas emotivos de felicidad, se van venciendo los obstáculos a la vida de Jesús
resucitado, y nuestros corazones estarán preparados para recibir la infusión de vida divina
que nos trae la Pascua de Resurrección.

LA TRASFIGURACION

Siete días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los
llevó a un cerro alto, lejos de todo. En presencia de ellos, Jesús cambió de aspecto: su cara
brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente como la luz. En ese momento se les
aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.
Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús: ―Señor, ¡Qué bueno que estemos aquí!. Si
quieres, voy a levantar aquí tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías‖.

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Pedro estaba todavía hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una
voz que salía de la nube decía: ―Este es mi hijo, el Amado; éste es mi Elegido; a él han de
escuchar‖.
Al oír la voz, los discípulos cayeron al suelo, llenos de temor. Jesús se acercó, los
tocó y les dijo: ―Levántense, no teman‖. Ellos levantaron los ojos, pero no vieron a nadie
más que a Jesús. Y, mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó: ―No hablen a nadie de lo
que acaban de ver hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos‖.
(Mt. 17: 1-9).

En el primer domingo de Cuaresma se nos invitó a acompañar a Jesús al desierto


para enfrentarnos con lo más básico de la condición humana: los programas emotivos de
felicidad que se desarrollan alrededor de las necesidades instintivas de la tierna infancia, y
que eventualmente se convierten en centros de energía. Continuamos reaccionando,
pensando, sintiendo y comportándonos de acuerdo a esos centros de motivación, a menos
que nos propongamos cambiarlos. Jesús, como un ser enteramente humano, tenía en su ser
las raíces de estos programas emotivos mientras pasaba de la infancia a la mayoría de edad.

Este texto es la continuación de la invitación de Cuaresma a emprender la


purificación interna que se necesita para llegar a la unión divina. En la montaña Jesús se
―transfigura‖, que puede interpretarse como que la Fuente Divina, en su personalidad
humana, se desbordó por cada uno de sus poros en forma de luz. Su faz se volvió
resplandeciente como el sol. Hasta su ropaje compartía el resplandor de gloria interna que
fluía a través de su cuerpo. Al escoger este texto en particular para la lectura del segundo
domingo de Cuaresma, la liturgia señala el fruto de la lucha contra las tentaciones que
surgen de nuestra programación emotiva, consciente o inconsciente, y de la muerte del
falso yo. El arrepentimiento conduce a la contemplación.

La transfiguración pone en evidencia la clase de conciencia de la que gozaba Jesús,


que no estaba atrapada por el mundo tridimensional. El inmenso espacio de su unidad con
la Suprema realidad le permitía permanecer en contacto con toda la creación, pasada,
presente y futura.

La transfiguración también nos revela la manera de pensar y la disposición de ánimo


de los apóstoles, que son paradigmas de la consciencia en formación de aquellos que están
creciendo en la fe. En esta experiencia, ellos han podido darle un vistazo al mundo, más
allá de las limitaciones de espacio y tiempo. Al principio se sienten sobrecogidos con una
alegría inmensa por el sensible consuelo que invade sus cuerpos y sus mentes en presencia
de la visión de la gloria de Cristo. A continuación se dan cuenta de las enormes exigencias
que los esperan en este nuevo mundo y la alegría se convierte en terror. Cuando termina la
visión, Jesús los toca y los tranquiliza con su presencia. Esa presencia sobrepasa la efímera
dulzura de su gozo inicial en la consolación de los sentidos ante la visión. Todos los
sentidos, tanto interiores como exteriores, se silencian ante la maravilla del Misterio que se
manifiesta al oírse una voz que sale de la nube. Una vez que sus sentidos se habían
sosegado e integrado con la experiencia espiritual de sus facultades intuitivas, recuperan la
paz y quedan preparados a responder a la dirección del Espíritu.

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Obsérvese cómo funciona en Pedro la influencia del sistema del falso yo. Estaba
deslumbrado con la luz que emanaba de la silueta de Jesús. Igual que los otros dos
apóstoles, sus sentidos estaban fascinados. Presenció la maravilla de la aparición de Moisés
y Elías hablando con Jesús. Ambos profetas habían padecido cuarenta días de purificación,
uno en el monte Sinaí, el otro en su larga jornada hacia el monte Horeb. En el campo
espiritual no existen las barreras de tiempo o espacio; todo el mundo está interrelacionado.

La reacción de Pedro ante las apariciones fue, - ¡Esto es fabuloso!. Hagámoslo


permanente. Hagamos tres chozas, una para Jesús, una para Moisés y una para Elías -. A
pesar de que con esto estaba demostrando una gran hospitalidad, no era lo apropiado para el
momento. Como era su costumbre, Pedro sube al tablado, toma posesión del mismo y
propones -¡Construyamos tres chozas!-.

Súbitamente una nube se posa encima de Jesús, los profetas y los tres apóstoles.
Esto silenció a Pedro. Se oye una voz que dice, - Este es mi bienamado. Escúchenle -. Los
apóstoles se postraron en el suelo en una actitud de reverencia, alabanza, gratitud y amor,
todo en uno.

En esta posición permanecieron los apóstoles hasta que Jesús los tocó. – No temáis -
, les dijo. Ellos alzaron la mirada y vieron solo a Jesús. La experiencia de Dios puede
infundir temor al principio, pero rápidamente se vuelve tranquilizadora. Realmente, no hay
nada que temer, porque fuimos creados para la unión divina con Dios.

Observamos aquí el patrón básico del camino cristiano. Jesús, con su ejemplo y
enseñanza, se nos acerca desde afuera para despertarnos a su Divina Presencia. El verbo
Eterno de Dios siempre nos ha hablado en lo más profundo de nuestro ser, pero no hemos
sido capaces de oír su voz. Tan pronto nos preparamos adecuadamente, empezamos a oír la
Palabra interior. La voz exterior de las Sagradas escrituras y la palabra que brota de nuestro
interior se convierten en una. Nuestra experiencia interior es confirmada por lo que oímos
en la liturgia y por lo que leemos en las Escrituras.

La disposición ideal para ese encuentro divino es el total recogimiento de todo


nuestro ser en una atención silenciosa y alerta. La práctica del silencio interior
gradualmente produce lo que la voz de la visión produjo instantáneamente: la capacidad de
escuchar. Retira al falso yo de su actitud egocéntrica y permite que el auténtico yo emerja a
nuestro nivel consciente ordinario.

El verdadero sentido de la palabra ―Revelación‖ es un total despertar a Cristo. La


palabra externa de Dios y la liturgia nos disponen a experimentar la vida de Cristo
resucitado dentro de nosotros. Es esto lo que se intenta con los ejercicios espirituales de la
Cuaresma. El despertar a la Presencia Divina surge de lo que Meister Eckhart llama ―la
razón del ser‖, ese nivel del ser humano en el que Cristo es divino por naturaleza y que nos
hace divinos por participación.

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EL HIJO PRODIGO

Todos, publicanos y pecadores, se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos,


pues, con los maestros de la Ley murmuraban y criticaban: ―Este hombre recibe a los
pecadores y come con ellos‖. Entonces Jesús les dijo esta parábola:
―Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: - Padre, dame la parte de la
propiedad que me corresponde -. Y el padre la repartió entre ellos.
Pocos días después, el hijo menor reunió todo lo que tenía, partió a un lugar lejano y allí
malgastó su dinero en una vida desordenada. Cuando lo gastó todo, sobrevino en esa
región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue a buscar trabajo y
se puso al servicio de un habitante de ese lugar que lo envió a sus campos a cuidar cerdos.
Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le
daba nada.
Fue entonces cuando entró en sí: - ¿Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan
de sobra, y yo aquí me muero de hambre? ¿Por qué no me levanto? Volveré a mi padre y le
diré: pequé contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno
de tus siervos -. Partió, pues de vuelta donde su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión, corrió a echarse a su
cuello y lo abrazó. Entonces el hijo habló: - Padre, pequé contra Dios y contra ti, ya no
merezco llamarme hijo tuyo -. Pero el padre dijo a sus servidores: - Rápido, tráiganle la
mejor ropa y póngansela, colóquenle un anillo en el dedo y zapatos en los pies. Traigan el
ternero más gordo y mátenlo, comamos y alegrémonos, porque este hijo mío estaba muerto
y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo he encontrado -. Y se pusieron a celebrar la
fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver llegó cerca de la casa, oyó la
música y el baile. Llamando a uno de los sirvientes le preguntó que significaba todo eso.
Este le dijo: - tu hermano está de vuelta y tu padre mandó matar el ternero gordo, por
haberlo recobrado con buena salud -. El hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Entonces el
padre salió a rogarle. Pero él le contestó: - Hace tantos años que te sirvo sin haber
desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y a mi nunca me has dado un cabrito para
hacer una fiesta con mis amigos: pero llega ese hijo tuyo, después de gastar tu dinero con
prostitutas, y para él haces matar el ternero cebado -.
El padre le respondió: - Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero
había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido encontrado -. (Lucas 15: 1-32)

Para comprender el dinamismo de esta notable parábola, es bueno recordar a quién


estaba dirigida. Los pecadores públicos se habían reunido para oír a Jesús, para ver qué
tenía que decir, para investigarlo. Algunos de los escribas y fariseos también estaban
presentes. Se quejaban de que Jesús se codeara y se juntara con las prostitutas y con los
cobradores de impuestos. En ese entonces, dedicarse a cobrar impuestos se consideraba la
manera más degradante de ganar dinero. Jesús nos presenta una imagen de Dios que debió
de haber sido un escándalo para todos. Jesús hablaba de Yaveh como ―Abba‖, Padre, el
Dios de la compasión infinita. Esta era una manera revolucionaria de hablar de Dios,
comparado con el concepto popular de Yaveh como el Dios de los ejércitos.

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El padre en esta parábola era rico y tenía dos hijos. El más joven parece que carecía
totalmente de cordura. Estaba interesado en su parte de la herencia porque quería gozar la
vida antes de envejecerse, y sabía que esto le costaría dinero. Así que negoció con su padre
para que le entregara su parte de la herencia. No dijo lo que haría con su dinero y su padre
no se lo preguntó; prefirió confiar en su hijo que ahora era un hombre. Le tomó solo tres
días después de echarle mano al dinero, el empacar sus cosas y marcharse a ver el mundo.
Se fue a un país lejano donde nadie lo vigilara y donde pudiera tener la máxima libertad
para hacer lo que le diera la gana. Los lujos que se daba pronto acabaron con su fortuna.
Por supuesto, la herencia no era algo que se le debía, sino algo que otra persona había
trabajado para conseguir; y que él había resultado heredando.

El hijo menor no era un buen administrador. Bebía demasiado, se lo pasaba de


juerga y despilfarró el dinero. ¿Entonces que pasó? Como sucede generalmente con los
proyectos que se hacen sólo para obtener placer, sus planes no resultaron como lo esperaba.
Lo aporrearon las circunstancias de la vida. Este suele ser el único camino que queda para
que algunas personas aprendan que sus programas emocionales para lograr la felicidad son,
de hecho, programas que los llevan a la miseria humana. Se declaran en bancarrota, sufren
un doloroso divorcio, pierden un hijo en un accidente, son rechazados pro aquellos a
quienes aman, se vuelven alcohólicos o drogadictos y acaban yendo a parar a un mal barrio
o en un hospital psiquiátrico. Allí finalmente caen en cuenta de que sus proyectos para la
felicidad no están funcionando tan bien como ellos lo esperaban.

De manera similar, la única forma en que este joven descubrió su error fue al
encontrar el desastre. Se desató una racha de hambre en el país donde vivía. De pronto se
encontró muriéndose de hambre, y el único trabajo que pudo conseguir fue el de cuidador
de una manada de cerdos para calmar su hambre. En la opinión popular de esa sociedad,
nada podía ser peor que cuidar cochinos. El joven había tocado fondo. Comenzó a
reflexionar en la situación de los jornaleros de su hogar. Podía ser que no tuviesen derecho
a parte de la herencia, pero estaban bien alimentados. Le fue difícil dejar la tierra de sus
queridos sueños de placer sin límite, pero ahora todas sus fantasías se habían vuelto añicos
debido a la gran crisis en aquella comarca, por su ocupación vergonzosa y su propia hambre
insoportable. La realidad, como siempre, se había entrometido en sus proyectos emotivos
de felicidad. Decidió regresar donde su padre y comenzó el largo camino a casa. Mientras
andaba, preparó unas palabras para decírselas a su padre. – Padre, he pecado contra Dios y
contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus sirvientes -. Al
acercarse a la propiedad paterna, su padre lo divisó desde lejos. Evidentemente, desde hacía
mucho tiempo, el desconsolado padre había estado ansiando que su hijo perdido volviera.
Tan pronto como lo vio, corrió por el camino a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven
comenzó a recitar sus palabras cuidadosamente preparadas, pero su padre no le permitió
terminar. Tan sólo alcanzó a decirle al padre que no merecía ser llamado su hijo. Nunca
tuvo tiempo de decir, - Trátame como a uno de tus sirvientes -, porque el padre sólo estaba
interesado en abrazarlo y besarlo.

El padre llama inmediatamente a sus sirvientes y les ordena que traigan la ropa más
fina, un anillo precioso, sandalias para los pies ensangrentados del hijo, y que preparen el
becerro cebado, símbolo del epítome de una celebración. La fiesta comienza. Hay música,
bailes y todos la están pasando estupendo. El padre está radiante de felicidad y el Pródigo

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comienza a vislumbrar la restitución de su dignidad perdida. Todo está como antes de que
partiera, y hasta mejor.

La primera parte de la historia está claramente dirigida a los cobradores de


impuestos, a los pecadores públicos y a las prostitutas que estaban escuchando. A
continuación viene el relato acerca del hijo mayor que estaba trabajando en el campo. Oye
la celebración y le pregunta a uno de los sirvientes.- ¿Por qué todo este festejar?- Cuando
oye que la celebración es para el inservible de su hermano, que se largó con la mitad de la
herencia y la derrochó, monta en cólera. Se niega rotundamente a ir a la fiesta. Su padre se
entera de esto y sale a tratar de calmarlo. El hijo mayor se niega a oír al viejo, estalla y
ataca al padre con gritos de dureza contra su hermano y amargura contra su padre. – Esto es
injusto -, se queja, - este tipo se gastó su parte del dinero que tanto esfuerzo te costó. ¡Yo
me he esclavizado por ti toda mi vida y tú jamás me has dado ni siquiera un cabrito para
que celebre con mis amigos!-.

Su padre responde, - Hijo, todo lo que tengo es tuyo. Pero tenemos que celebrar y
regocijarnos. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida -.

La historia termina sin que sepamos si el hijo mayor entró y se unió a la celebración.
Pero de una cosa podemos estar seguros, y es que la parábola o se refiere a sólo al Hijo
Pródigo, sino a dos hijos amigos del dinero. El hermano mayor resulta siendo peor pecador
que el menor. Él es el hijo con más culpa, pues se niega a perdonar. Tiene tanto o tal vez
más interés en la herencia que el más joven, el cual se la gastó en divertirse. La herencia era
para él un símbolo de prestigio, seguridad y poder. Él pensó que podría garantizar su parte
ganándosela. Pero la salvación, la herencia sublime que es el punto central de esta parábola,
no puede ser ganada; sólo puede ser recibida. La herencia divina es el banquete del amor
del Padre. El Hijo Pródigo aceptó la invitación al banquete. El hijo mayor se negó. No
comprendió que la herencia divina consiste en la participación en el amor del Padre, un
amor cuya única condición es que lo aceptemos como un regalo. El hijo menor llegó a
comprender a través del desastre la inutilidad de sus proyectos egocéntricos para lograr
felicidad. El mayor tuvo la suerte de recibir un llamado silencioso al crecimiento espiritual
por medio del fiel cumplimiento de sus deberes como hijo mayor. Desafortunadamente, sus
proyectos egocéntricos para lograr felicidad le impidieron reconocer el regalo tan precioso
que se le ofrecía. Así, él despilfarró su herencia de igual manera que su hermano menor.
Esta parábola desconcierta algo más que tan solo la escala de valores prevaleciente en
aquellos tiempos. Los fariseos estaban convencidos de que a ellos pertenecía el favor
especial de Dios en vista de sus buenas obras. Desde ese punto de vista, era fácil despreciar
a aquellos que sucumbían a las debilidades de su naturaleza humana. Esta es la típica
actitud de las personas que sirven a Dios con miras de recompensa. Sienten que por su
servicio tienen indiscutiblemente el derecho a una remuneración adecuada. Los fariseos se
quejaban cuando Jesús ofrecía el perdón de Dios a los cobradores de impuestos y a los
pecadores. Esta parábola, así como la respuesta de Jesús a sus quejas, implica que tienen
más posibilidad de recibir el reino de Dios los pecadores rechazados por la sociedad que
ellos. A diferencia de los fariseos, los pecadores públicos no tienen la actitud de que Dios
les deba nada. Los escribas y los fariseos habían guardado todos los mandamientos, menos
el más importante, el de mostrar amor.

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La parábola nos invita a considerar nuestra propia apreciación de valores. La
Cuaresma nos habla del arrepentimiento, de dejar ir nuestra falsa escala de valores para
abrirnos a los valores del evangelio. El punto principal de esta parábola es la invitación a
cada uno de nosotros (sin importar con cual hijo te quieras identificar) a reconocer que el
reino de Dios es todo regalo. La herencia divina no es ni propiedad nuestra ni de nadie más.
Es el obsequio de nuestro Padre en su infinita bondad. El padre en esta parábola está
caracterizado por un amor incondicional hacia sus dos hijos, cada uno de los cuales abusa
de la herencia al querer tomar posesión de ella a su estilo. Ambos son igualmente culpables
al rechazar la bondad y el amor de este padre extraordinario, que no se deja desconcertar
por ninguno de los dos, ni la disipación descontrolada del menor, ni la farisaica amargura
del mayor. Al hijo mayor se le ofrece la misma clemencia que al menor, pero por su
fariseísmo le es más difícil recibirla. Su orgullo no le permite aceptar que la herencia es un
simple regalo.

De hecho, no se trata de una herencia, existe solamente la administración de lo que


gratuitamente se ha recibido. Como administradores, tenemos la obligación de compartir
con otros la piedad que hemos recibido gratuitamente. Esta es la escala de valores que
sacudió hasta las raíces esa piedad convencional en tiempos de Jesús.

MARTA Y MARIA

Yendo de camino, entró Jesús en un pueblo y una mujer llamada Marta lo recibió en su
casa. Tenía ésta una hermana de nombre María, que se sentó a los pies del Señor para
escuchar su palabra. Marta, en cambio estaba muy ocupada con los muchos quehaceres.
En cierto momento se acercó a Jesús y le preguntó, ―Señor, ¿no se te da nada que mi
hermana me deje sola para atender? Dile que me ayude‖. Pero el Señor le respondió:
―Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas. En realidad, una sola es
necesario. María escogió la parte mejor, que no le será quitada‖. (Lucas 10:38-42)

Este pasaje ha sido tema de exégesis a través de los siglos, y ha servido de base para
diferenciar dos estilos de vida evangélicos, el contemplativo y el activo. Sin embargo, al
mirarlo más a fondo, se aprecia que la finalidad de este relato no es determinar cuál estilo
de vida es más perfecto, sino que es sobre la calidad de la vida cristiana. No es que Jesús no
apruebe la conducta y el buen trabajo de Marta, de los cuales Él mismo será el beneficiario
en breves momentos; lo que no aprueba es la motivación detrás de ellos. La calidad del
servicio de uno no proviene de lo que uno haga, sino de la pureza de intención con que lo
haga. El Evangelio ve todo con amor, que es el deseo de agradar a Dios en todo lo que
hacemos, cualquiera que sea nuestra acción. Jesús, al defender a María, que estaba sentada
a sus pies, no está excusando a los perezosos que evaden los quehaceres. Pero tampoco está
justiciando que los que estén ocupados trabajando se alteren porque los que se dedican a la
vida contemplativa no vienen a ayudarlos.

El relato es una parábola acerca de la calidad de la vida cristiana, acerca del


crecimiento que proporciona, y acerca de la necesidad de que sea la dimensión
contemplativa del Evangelio la que lo origine todo. Cuando Jesús le dice a Marta que ella
debe encontrar lugar en su vida para esta parte contemplativa y que bajo esa perspectiva sus

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obras serán aún mejores. También está advirtiéndole a María que existe algo mejor aún, que
Él llama la mejor porción. Es la unión de la contemplación y la acción.

La pureza de intención que se desarrolla a través de la contemplación hace que el


don de amar se convierta en acción. En ausencia de la oración contemplativa, la acción
puede fácilmente volverse mecánica, rutinaria, desgastante, y llevar al agotamiento. Por
último, no permite sacarle provecho a la mina de oro que nos ofrece la vida cotidiana. La
rutina diaria es la práctica número uno para toda persona cristiana, pero fácilmente puede
dejar de ser una práctica si no va acompañada de la disciplina de la oración contemplativa.
la dimensión contemplativa del evangelio hace que se descubran a diario los tesoros de
santidad que se ocultan en cada evento, pro trivial y mundanal que sea.

Las palabras de Jesús son un llamado no solo para Marta, sino que están dirigidas
tanto a María como a Marta. La actividad de Marta era buena. La de María era mejor, pero
ninguna de las dos era perfecta, carecían de algo. Ambas tenían que moverse hasta llegar a
una unión y armonía, que es la dimensión contemplativa del Evangelio. A través de la
oración contemplativa nosotros estamos bajo la influencia del Espíritu Santo, tanto en la
oración como en la acción. La oración es una relación, y por lo tanto tiene la capacidad de
crecimiento infinito. Las relaciones pueden continuar creciendo siempre, especialmente una
relación con el Dios infinito. Oración es la relación en la cual la pureza de corazón a la cual
hemos llegado con la descarga del subconsciente y por el desmantelamiento del sistema del
falso yo, nos hace receptivos a la voluntad de Dios en todo y nos permite responder con
amor divino a los sucesos de la vida cotidiana.

Jesús le dijo a Marta, ―estás inquieta y preocupada pro muchas cosas‖. La palabra
clave es ―inquieta‖; nos indica que ella estaba muy pendiente de su actividad, o
posiblemente de la inactividad de María. Le estaba sirviendo al Señor para satisfacción
propia y no con la pureza de corazón que sólo busca complacer a Dios y hacer lo que el
amor divino haría en cada situación. Su agitación indica claramente que uno de sus
programas emotivos de felicidad había sido violado. Su actividad no tenía nada de malo
pero el hecho de estar inquieta o agitada indicaba que estaba influenciada por su falso yo y
separada de la inspiración divina.

Esta parábola nos anima para que tratemos de integrar la acción con la oración. El
tiempo dedicado a la oración contemplativa es el punto en que se unen la visión creativa de
unión con Cristo con su encarnación en la vida cotidiana. Sin esta confrontación diaria, la
visión contemplativa se puede estancar en un empeño de perfeccionismo, o sucumbir ante
el sutil veneno de buscar la satisfacción propia en la oración. Por otro lado, sin la visión
contemplativa la acción puede ser enfocada en sí mismo y olvidarse de Dios. La dimensión
contemplativa garantiza la unión de Marta y María. El símbolo de esta unión es Lázaro, el
tercer miembro de esta familia. Él simboliza la unión de la vida activa con la
contemplativa. la enfermedad misteriosa que lo llevó a la muerte fue el conocimiento de sí
mismo, el descubrimiento de su falso yo. Así como la vida de Cristo resucitado surge entre
las cenizas del falso yo muerto, así entra en la libertad y gozo de la vida divina.

Santa Teresa de Ávila dice que la unión transformadora se puede comparar a la


transformación que convierte a un gusano en mariposa. La vida de la mariposa trasciende

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completamente la del gusano, pero el gusano hace su contribución al hacer su capullo. Con
la práctica constante de la oración contemplativa y al desmantelar los programas
emocionales de felicidad, nosotros tejemos nuestro propio capullo, morimos a nuestro falso
yo, y esperamos el momento de la resurrección.

LA UNCION EN BETANIA

Seis días antes de la Pascua hebrea, Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón
el Leproso. Llegó una mujer con un frasco de alabrastro, lleno de un perfume muy caro, de
nardo puro. Lo quebró y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos, muy
enojados, se decían entre sí: ―¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber
vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres‖. Y clamaban
contra ella.
Pero Jesús dijo: ―Déjenla tranquila. ¿Por qué la molestan? Es una buena obra la que hizo
conmigo. En cualquier momento podrán ayudar a los pobres, puesto que siempre los hay
entre ustedes, pero a mi no me tendrán siempre. Esta mujer hizo lo que le correspondía. Yo
les aseguro que, en todas partes donde se anuncie el Evangelio en el mundo entero, se
contará también en su honor lo que acaba de hacer‖.
Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, fue donde los jefes de los sacerdotes para
entregarles a Jesús. Ellos, al oírlo, se alegraron y prometieron darle dinero y Judas
comenzó a buscar el momento oportuno para entregarlo. (Marcos 14: 3-9)

Este pasaje del Evangelio debe ser de gran importancia. Dondequiera que se
predique el Evangelio se ha de repetir este evento, para así divulgar la devoción de esta
mujer hacia Jesús. Juan, en su evangelio, la identifica como María de Betania, al relatar los
pormenores de este evento con las siguientes palabras: ―Seis días antes de la Pascua judía
Jesús vino a Betania‖. El hogar de Lázaro, Marta y María era un paradero favorito para
Jesús en sus viajes a Jerusalén.

María de Betania es uno de los pocos personajes que está claramente definido en el
Evangelio. Como ya vimos en el capítulo anterior, ella era contemplativa. Nos dice que ella
estaba sentada a los pies de Jesús escuchándoles – que es la práctica fundamental de la
oración contemplativa. Lo que nos dice el Evangelio es que ella escuchaba su palabra, no
sus palabras. En aquel momento María no atendía a las enseñanzas que salían de la boca de
Jesús, sino que escuchaba a El Maestro. Se identifica con el Verbo divino, más allá de lo
que sus palabras humanas podían expresar. Se movía hacia niveles más profundos de
identificación con Él, más allá de todo pensamiento, sensación o cualquier tipo de acción.
Es un magnífico ejemplo de lo que es la oración contemplativa; la asimilación interior de la
persona de Jesucristo, más que la de sus palabras y enseñanzas.

Por lo visto esto fue muy importante para Jesús puesto que no permitió que el
inoportuno comentario de su hermana inquietara a María. Pocas son las personas que se han
visto defendidas por el verbo mismo de esta manera. Fue a su petición a la que Jesús
respondió cuando había resucitado a Lázaro unos pocos días antes.

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La cena en Betania, con Jesús como huésped de honor, tuvo lugar seis días antes de
su pasión y muerte. Las autoridades judías estaban tramando con gran intensidad su
destrucción. Judas ya había tomado la decisión de traicionarlo y entregarlo en manos de sus
enemigos. El anfitrión del banquete era Simón, el leproso. Marta estaba cumpliendo con su
acostumbrado papel de anfitriona perfecta, y Lázaro era uno de los invitados a la mesa. Se
trataba de un grupo de personas nada ordinario: Jesús el Mesías, María la contemplativa,
marta la activa, Simón el leproso, Judas el ladrón, y Lázaro el cadáver resucitado – una
mezcla de diversos elementos que podría compararse con una típica congregación
dominical en una iglesia. Es un buen ejemplo de que Jesús no tiene por costumbre elegir
como invitados suyos al grupo de personas más selecto y respetable.

Todos los asistentes estaban reclinados sobre la mesa, excepto María. Cuando entró,
todos los ojos se fijaron en ella. Todos conocían su gran amor por Jesús. Llevaba un frasco
de alabastro que contenía una libra de perfume de nardo. Una libra de perfume de nardo era
algo extraordinariamente caro. Más adelante se nos informa que su costo era de trescientos
denarios, lo que representaba el salario de un año entero para un obrero.

María entró al cuarto con el recipiente que había llenado hasta el borde con perfume
de nardo, y se acercó al sitio donde estaba reclinado Jesús. Intempestivamente, sin
pronunciar una palabra, rompió el frasco y derramó el contenido entero sobre la cabeza de
Jesús. La libra completa del costosísimo perfume corrió profusamente y su delicioso aroma
se dispersó, llenando la casa con su fragancia. Juan agrega en su Evangelio que María
también ungió los pies de Jesús y que los secó con su cabello.

Los huéspedes estaban estupefactos. Nadie había jamás hecho cosa igual. ¿Se habría
vuelto loca está mujer? Poco a poco, los discípulos comenzaron a recuperar su presencia de
ánimo y empezaron a criticarla, diciendo, - ¿Por qué no se vendió este perfume para dar
dinero a los pobres? ¡Qué desperdicio! –

Jesús entonces intervino con las siguientes palabras – Déjenla en paz -. Goteaba
perfume desde la cabeza hasta los pies. Estaba saturado, ¡era toda una libra de perfume!

Una dama distinguida, cuando está invitada a un banquete importante y quiere dar
una buena impresión, usa un ligero toque de perfume en su cabello. Pero ¿qué cantidad
usa?. Seguramente una cantidad mínima. ¿Qué pensaría ella si su esposo se le acercara y le
dijera, - Querida quiero que estés perfumada -, y le echara encima una libra completa del
perfume más caro que se consiga?…

La casa ahora se había impregnado con el olor penetrante del delicioso perfume que
había invadido todas la habitaciones. El aroma era abrumador. Los discípulos seguían
quejándose. Nadie podía comer; la cena había llegado a su fin. El acto inusitado de María
había acabado con el ambiente festivo. Todos estaban alterados menos Jesús.
-¿Por qué la molestan?- continúo diciendo. – Ella ha expresado en forma hermosa la
devoción que me tiene -. El Maestro había percibido el significado del simbólico gesto de
María. Ella había penetrado el Misterio de la verdadera identidad de Jesús mucho antes que
sus discípulos.

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De acuerdo a la cultura de aquellos tiempos, era costumbre ungir con aceite la
cabeza del huésped de honor, lavar sus pies y saludarlo con un beso. Eran las cortesías
comunes que en un banquete se le dispensaban a todos los invitados importantes. Lo
grandioso de lo que está transmitiendo María con su gesto simbólico es ―¡Este no es un
invitado común y corriente! ¡No bastan las muestras de cortesía ordinarias!‖.

María estaba enterada de lo que las autoridades tramaban contra Jesús y deseaba
afirmar la profundidad de su fe en Él de una manera que no diera lugar a ninguna duda. Era
imprescindible tener algún gesto antes de que fuese demasiado tarde. Todos reconocieron
que al ungirlo con el costoso perfume, un símbolo de su amor por Él, estaba expresando
públicamente su devoción por Él y la entrega de su propio ser. Pero lo más significativo de
su gesto simbólico era que representaba algo más que el simple obsequio de sí misma; se
trataba de un obsequio sin reservar nada, era total. No se limitó a ungirlo con el costoso
perfume, sino que ¡rompió el frasco y derramó el contenido íntegro sobre la cabeza del
maestro! Se vertió a sí misma, podría decirse, vaciando hasta la última gota de perfume en
una expresión más que abundante de un acto de entrega total. Es esta la importancia del
significado de su extravagante gesto, que Jesús percibió y que tanto lo conmovió. –
Siempre tendrán a los pobres con ustedes -, dijo, - pero no siempre me tendrán a mí. Ella ha
hecho lo que ha podido: ungiendo mi cuerpo, lo ha preparado, justo a tiempo, para la
sepultura -.

La unción de los cuerpos para la sepultura era unos de los ritos que observaban los
judíos en tiempos de Jesús. Al referirse a esta práctica, Jesús introduce en el tema un
elemento más en tan extraordinario gesto. Más allá de la entrega total que ella expresa al
romper el frasco que contenía el precioso perfume, también está indicándonos el regalo que
nuestro Padre celestial nos hace en Cristo. Su acción predice el quebrantamiento del cuerpo
de Jesús en la cruz. Su cuerpo es como el recipiente de alabastro que contiene un perfume
de infinito valor, o sea, el Espíritu de Dios. Era necesario que se rompiera en mil pedazos
para que el espíritu que moraba en él pudiese ser derramado sobre el mundo entero en
forma ilimitada hasta inundar con amor divino a toda la familia humana.

La acción profética de María resalta claramente el quebrantamiento del cuerpo de


Jesús en la cruz como un símbolo de la infinita misericordia del Padre; es la señal visible de
la actitud fundamental de Dios hacia la familia humana: amor incondicional. En la pasión
de Jesús, podemos decir que Dios se sacrifica y muere por nosotros.

En este notable incidente, María hace manifiesta su intuición hacia lo que Jesús está
a punto de hacer. Es más, se identifica a tal extremo, y su intimidad con Él es tal, que
expresa su disposición de entrega total, tal como Él lo hará en la cruz. Había aprendido del
Maestro cómo hacer a un lado la propia identidad para adoptar la esencia divina. Es esta la
razón por la cual esta historia debe ser repetida por doquiera que se proclame el Evangelio.
―Perpetuar el recuerdo de María‖ es esparcir por el mundo entero el perfume del amor de
Dios, ese amor que se da incondicionalmente. En concreto, es ungir al pobre y al afligido,
los miembros predilectos del cuerpo de Cristo, con su amor.

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EL PADRE Y YO SOMOS UNO

―No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mi. En la Casa de mi Padre hay
muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar (si no fuera así, se los habría dicho).
Pero, si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para que,
donde yo estoy, estén también ustedes.
Para ir donde voy, ustedes saben el camino‖. Tomás le dijo: ―Señor, no sabemos a dónde
vas. ¿cómo vamos a conocer el camino?‖ Jesús contestó: ―Yo soy el camino, la verdad y la
vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al padre.
Desde ya ustedes lo conocen y lo han visto‖.
Felipe le dijo: ―Señor, muéstranos al padre y eso nos basta‖. Jesús respondió: ―Hace
tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a
mí ha visto al padre. ¿Cómo, pues, dices: Muéstranos al padre? ¿No crees que yo estoy
con el Padre, y que el Padre está en mí?
Las palabras que les he dicho no vienen de mí: el Padre, que está en mí, es el que hace sus
obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí; al menos créanlo por esas
obras.
Ahora me toca irme al padre, pero les digo: el que cree en mí hará las mismas cosas que
yo hago, y aún hará cosas mayores‖. (Juan 14: 1-12)

―El Padre y yo somos uno‖ es el texto que sirve de base para la práctica cristiana.
Cristo vino a redimirnos de nuestros pecados, pero solo como preparativo esencial para
nuestro destino final. El origen de todo pecado es el sentido de la separación del ser. En
parte el sentirse un ser separado es justamente el falso yo, pero hay algo más, como
veremos a continuación. Tenemos que hacer entrega del falso yo a Cristo con amor por su
humanidad sagrada y por persona divina que la posee. Cristo es el camino al Padre. Su
naturaleza humana y su personalidad son la puerta de acceso a su divinidad. Al identificarse
con Él en su ser humano, hallamos nuestro auténtico yo –la vida divina dentro de nosotros
–y comenzamos el proceso de integración con la vida del Padre, la del Hijo y la del Espíritu
Santo.

Cristo vino para compartir con cada uno de nosotros su propia experiencia personal
con Su Padre. Sin embargo, aún cuando el ser separado se una a Cristo, continúa siendo un
ser. El estado sublime final al cual hemos sido llamados se encuentra más allá de todo
punto de referencia que podamos conocer acerca del ese ser. Transciende la unión personal
con Cristo a la que se refería Pablo al decir, - Ya no soy yo el que existo sino Cristo quien
vive en mi -.

La muerte de Jesús en la cruz fue la muerte de su persona, que en su caso era un ser
divinizado. La resurrección y ascensión de Cristo es su tránsito a la Realidad Suprema: el
sacrificio y pérdida de su ser divinizado para convertirse en uno con Dios Todopoderoso.
Como toda la realidad es la manifestación de Dios Todopoderoso y Cristo ha pasado a
identificarse con Él, Cristo está presente en todo lugar y en todo lo creado. El cosmos se ha
convertido en el Cuerpo de Cristo glorificado que vive en todo.

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Nuestra unión con Cristo en la cruz – nuestra participación en su experiencia,
conduce a la muerte de ese ser nuestro que está separado de nuestra verdadera esencia.
Abrazar la cruz de Cristo es estar dispuestos a dejar atrás nuestro propio ser como punto de
referencia. Es morir a toda separación, incluyendo la separación del ser que ha sido
transformado. Es ser uno con Dios, y no simplemente experimentar a Dios.
La invitación de Jesús a ―cargar la cruz día tras día y seguirle‖ es una invitación para que
nosotros hagamos lo que Él hizo. Como Él es el Camino, Jesús nos invita a que sigamos su
ejemplo, paso a paso, hasta llegar al seno del Padre. Como Él es la verdad, comparte con
nosotros, a través de nuestra participación en Su muerte en la cruz, la experiencia del
aspecto transpersonal con el Padre. Y como Él es la Vida, nos conduce a la unidad con Dios
Todopoderoso más allá de las relaciones personales o impersonales. En el camino espiritual
cristiano se conoce a Dios, primero como el Dios personal, luego como el Dios más allá de
lo personal, y finalmente, como la Realidad Suprema, más allá de todas las categorías
personales e impersonales. Puesto que la existencia, la sabiduría y la actividad de Dios son
todas una. La Realidad Suprema se descubre como Lo que es.

LA PASION

Llevaron a Jesús al lugar llamado Gólgota o Calvario, que significa ―Sitio de la


calavera‖.
Le dieron vino mezclado con mirra, pero el no lo bebió. Lo crucificaron y se repartieron
sus ropas, sorteándolas entre ellos. Eran como las nueve de la mañana cuando lo
crucificaron. Pusieron una inscripción con el motivo de su condenación, que decía: ―El rey
de los judíos‖. Junto con Jesús crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Así se cumplió la Escritura, que dice: Y fue contado entre los malhechores.
Los que pasaban lo insultaban, moviendo la cabeza y diciendo: ―Tú, que destruyes el
Templo y lo levantas en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz‖. Asimismo, los jefes
de los sacerdotes y los maestros de la Ley se burlaban de él y decían entre ellos: ―Salvó a
otros, y a si mismo no puede salvarse. Que ese Cristo, ese rey de Israel, baje ahora de la
cruz para que lo veamos y creamos‖. Y también lo insultaban los que estaban crucificados
con él.
Llegado el mediodía, se oscureció todo el país hasta las tres de la tarde, y a esa hora Jesús
gritó con voz fuerte: ―Eloi, Eloi, ¿lamá sabactaní?‖, que quiere decir: ―Dios mío, Dios
mío ¿por qué me has abandonado?‖. Entonces algunos de los que estaban allí dijeron:
―Está llamando a Elías‖. Uno de ellos corrió a mojar una esponja en vino agridulce, la
puso en la punta de la caña y le ofreció de beber, diciendo: ―Déjenle, a ver si viene Elías a
bajarlo‖. Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

En seguida la cortina que cerraba el santuario del Templo se partió en dos, de arriba
abajo, y el capitán romano que estaba frente a él, al ver cómo había expirado, dijo:
―Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios‖. (Marcos 15: 22-38)

La encrucijada es una de las experiencias críticas del camino espiritual. Nadie jamás
experimentó esto al extremo como lo experimentó Jesús. Al hablar de ―encrucijada‖, me
refiero a una crisis de principios fundamentales que trae consigo un enorme problema de
conciencia. Dos deberes que requieren cada uno un seguimiento ciego, parecen ser

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totalmente opuestos. No es lo mismo que cuando se toca fondo, en donde la única opción es
subir. Es el dilema agonizante de enfrentarse a dos formas de proceder, ambas buenas, que
no pueden ser ni integradas ni resueltas. El dilema no es tener que escoger entre el bien y el
mal; eso es una tentación.

Es una elección entre dos actos aparentemente buenos. O podría suceder que
surgiese un evento que sea totalmente opuesto a nuestras más profundas convicciones a las
cuales profesamos lealtad, a nuestra tradición espiritual, a nuestra educación religiosa o a
nuestro ambiente cultural. Este tipo de elección o evento causa un sufrimiento
indescriptible, especialmente a aquellos que están más avanzados en la pureza de
conciencia. Decidirse por la ruta a seguir en ese momento causará un desasosiego inmenso,
especialmente en aquellas personas que tienen una conciencia pura. Para este tipo de crisis
no hay solución a nivel racional. La única forma de resolverlo es trasladándose a un nivel
más alto de consciencia en donde las dos alternativas que parecían imposibles de
reconciliar por medio del razonamiento, se resuelven, no por medio de ninguna explicación
sensata, sino bajo la luz de una nueva perspectiva que hace ver que los extremos que
parecían opuestos pueden complementarse en lugar de contradecirse.

Uno de los ejemplos clásicos de este tipo de crisis aparece en el libro de Job, uno de
los grandes escritos de sabiduría del Antiguo Testamento. A lo largo de la mayor parte de
este libro, Job lucha con el problema del sufrimiento del inocente. Él sabe que es inocente y
sin embargo está padeciendo inmensos sufrimientos a todo nivel de su ser. Termina sentado
en un muladar, cubierto de llagas de pies a cabeza. Se ha privado de todos sus bienes, de su
familia y de sus amigos, y está abrumado con enfermedades físicas, a pesar de que él nunca
había ofendido a Dios en forma alguna. Antes de caer en desgracia, era reconocido por
todos como un hombre justo. Los que lo consolaban, que representan las ideas
preconcebidas del ambiente cultural de aquellos tiempos, le decían, - Si tan solo admitieras
que has pecado, Dios te perdonaría y se acabaría tu sufrimiento -.

En los tiempos de Job, los reveses de fortuna eran considerados la consecuencia del
pecado; o como consecuencia de que uno tenía un pecado oculto. Job se vio enfrentado con
el dilema de dar testimonio de su propia integridad (puesto que él sabía que no había hecho
nada malo) o de acusar a Dios de injusticia al permitir que él tuviera que sufrir como si
hubiese cometido un crimen secreto. Job mantiene su inocencia durante todo el libro. Su
encrucijada consiste en tratar de acusar a Dios de injusto, y a la vez, de permanecer fiel a su
conciencia que le dice que no ha cometido ningún acto malo.

La solución al dilema la encontramos en el último capítulo del libro, cuando Dios le


revela un punto de vista más elevado a la realidad, sin explicarle el misterio del sufrimiento
inocente. Dios parece estar diciendo que el sufrimiento es uno de los aspectos
impenetrables de la vida, a la vez que se mantiene como parte ineludible de ella.

Los padecimientos de Job nos ayudan a comprender la encrucijada ante la cual se


halló Jesús durante su pasión. En el desierto Jesús había experimentado la condición
humana tan concretamente como la experimentamos nosotros, o sea, a la luz de nuestros
programas emotivos de la infancia. A medida que la vida de Jesús se desenvolvía, se iba
acrecentando la consciencia de su unión personal con el Padre. Al aproximarse el fin de su

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vida, nos reveló al Dios de Israel, no como el Dios de los ejércitos, Dios del miedo y
totalmente fuera de alcance, sino como el Dios de compasión, como una Presencia que se
inclina sobre sus criaturas con increíble ternura, afecto y deseo de proteger. A la vez, vemos
que Dios es firme en entrenar a sus hijos para que ellos puedan crecer y ser dignos del
destino trascendental que Él les ha preparado.
Nadie conoció jamás a Dios como lo conoció Jesús. Él penetró las profundidades de
la Suprema Realidad y reveló que esa vida interior del Ser Infinito es una relación: Una
comunidad de personas compartiendo la vida infinita y el amor. Jesús se metió de lleno en
esa relación, la adoptó como suya, y trató de transmitírsela a sus discípulos. Para él, el
padre, o Abba que significa Papá, lo era todo. Jesús llegó a la edad de la razón y de la
consciencia plena autoreflexiva, sin haber conocido nunca el sufrimiento de sentirse
separado de Dios como lo experimentamos nosotros al llegar a ese punto de nuestra
conciencia racional. Este sentimiento de separación es la fuente de nuestra profunda
sensación de seres incompletos, con nuestros sentidos de culpa y de enajenación.

Jesús, al avanzar en años, iba identificándose más y más concretamente con su


condición de ser humano. En el Huerto de Getsemaní tomó sobre sí el peso de todos los
pecados del mundo con todas sus consecuencias. Experimentó todos y cada uno de los
niveles de soledad, culpa y ansiedad que ustedes, yo, o cualquier ser humano haya podido
experimentar jamás. La totalidad inconcebible de toda la miseria humana acumulada,
incluyendo el pecado y la culpa, vinieron a pesar sobre Él. Se dio cuenta que el padre le
pedía que se identificara con esa bajeza miserable en toda su horripilante inmensidad. Esto
es lo que Jesús tan gráficamente expresa en palabras en el Huerto de Getsemaní cuando,
después de pedirle a los apóstoles que hiciesen una hora de vigilia con Él, se alejó de ellos
unos pasos y se postró al exclamar, - ¡Padre, si fuese posible, aparta de mí este cáliz! – Al
comprender de lleno la magnitud de los que el padre pedía de Él, que se alejase de Su
presencia a una distancia mayor de lo que cualquier otro ser humano lo hubiese hecho
jamás, su agonía rebasó todos los límites imaginables. Al absorber esa sensación de
separación de Dios en su propio ser, Jesús se convirtió en pecado. Así lo describe Pablo
cuando no dice, ―El que no había conocido pecado, se convirtió en pecado para nuestra
salvación‖.

Jesús no sabía cuál de las dos alternativas escoger de la encrucijada ante la cual se
encontraba, y se preguntaba, -¿Debo acaso convertirme en pecado y renunciar a mi a mi
relación personal con Abba? -. O bien, -¿He de convertirme en pecado y así experimentar la
separación del Ser que es mi vida entera? – Y su oración continúa, - Pero, que se haga tu
voluntad, Padre, no la mía -.

Tres veces repitió Jesús esta petición, y mientras oraba sudó gotas de sangre
manifestando la agonía increíble que le producía esta encrucijada. El origen del temor de
Jesús no era tanto la perspectiva de su sufrimiento físico, sino la inminente perdida de su
relación personal con Aquel que lo era todo par Él.

Padre -, pregunta, -¿cómo puedo yo, tu Hijo, convertirme en pecado? – Ese era el
trago amargo que Jesús, a toda costa, quería evitar. Sin embargo, por su amor sin límites

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por el Padre y por nosotros, seguía repitiendo con desesperación que aumentaba minuto a
minuto, - ¡Hágase Tu voluntad, no la mía! –

- Padre mío, si fuese posible, aparte este cáliz de mí -. Es la expresión de la


debilidad humana que intenta alcanzar lo infinito, la voz del pecado con que Jesús tuvo que
identificarse al tomarlo sobre sus hombros en el huerto de Getsemaní.

¡Hágase Tu voluntad, no la mía! -, es la voz del amor infinito que Dios nos profesa,
latiendo en el corazón de Cristo, perdonándolo todo y a todos. La debilidad humana
infinita y el amor infinito divino se unieron en la pasión y muerte de Jesús. Nuestra
angustia pasó a ser su angustia.

Jesús se incorporó después de orar y regresó donde estaban sus discípulos, y los
encontró dormidos. No habría ningún apoyo humano para Él en su momento supremo de
abandono y de necesidad. En breves momentos todos los discípulos huirían, con excepción
de uno. Pronto sería rechazado por su propio pueblo, condenado por las autoridades civiles
y religiosas, víctima de insultos y de burla, y crucificado entre dos criminales. En sus
últimos momentos vería desintegrarse delante de sus propios ojos la ojos la labor de su
vida.

Cuando ya Jesús legaba al límite de su resistencia física en la cruz, exclamó, - Dios


mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? – Con estas palabras nos reveló que el acto
de cargar con los pecados de toda la humanidad le había costado perder su relación
personal con el Padre. En la etapa final del camino espiritual de Jesús. La resolución de ese
dilema en el momento de la resurrección, catapultó a Jesús en un estado más allá de la
unión personal con el Padre que había sido su vida hasta el momento de su separación.
Mientras que Su sacrificio le abrió las puertas a toda la humanidad para que pudiese
disfrutar de la posibilidad de compartir la experiencia de la unión personal de Él con el
padre, a Él lo llevó a un nivel totalmente diferente. Su humanidad se glorificó hasta tal
punto que pudo penetrar el corazón de todo lo creado desde su Fuente. Ahora se encuentra
presente en todas partes, en lo más recóndito de la creación, trascendiendo límites de
tiempo y de espacio y haciendo posible la transmisión de la vida divina hasta llegar a su
realización final.

Su unión con el Poder Infinito de Dios fue lo que le dio la respuesta a Jesús en su
dilema. Existe una solución para toda la encrucijada. Sea como sea, sigue siendo una
terrible crisis. En vista de una crisis así, uno puede optar por regresar a un nivel inferior de
la consciencia. Pero el que busca a Dios no caerá en esta tentación. La energía acumulada
por vivir en situaciones aparentemente imposibles, eventualmente generará la resolución
que sólo Dios conoce y que sólo Dios puede dar.

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¿CÓMO PUEDO YO TU HIJO
CONVERTIRME EN PECADO?

Él, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que
se despojó, tomando la condición de servidor, y llegó a ser semejante a los hombres. Más
aún, al verlo, se comprobó que era hombre.
Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. (Filipenses 2:6-9)

Convertirse en pecado es dejar de ser hijo de Dios – o al menos se pierde la noción


de que es hijo de Dios. Al no estar consciente de que se es hijo de Dios, se deja de
experimentar a Dios como Padre. La cruz de Jesús representa la máxima experiencia de que
Dios ha muerto, de ahí la frase – Dios mío, Dios mío ¿por que me has abandonado? – La
crucifixión es mucho más que la simple muerte corporal de Jesús y la angustia emocional y
mental que la acompañó. Es la muerte de su relación íntima con Su Padre. No se puede
decir que la crucifixión fue la muerte de su falso yo porque nunca lo tuvo. Fue más bien la
muerte de su ser divinizado y la aniquilación de la unión inefable de que Él disfrutaba con
su Padre, en medio de sus facultades humanas. Esto era algo más que una muerte espiritual;
era morir a ser Dios y por consiguiente morir como Dios, ―se despojó, tomando la
condición de servidor…y se hizo obediente hasta la muerte, muerte en cruz‖. La pérdida de
la identidad personal (kenosis) es lo máximo en renunciación que puede experimentar
cualquiera.

Con la crucifixión, su relación con el padre desaparece, acompañado lo anterior con


la pérdida de Su conocimiento de quien es el Padre. En su resurrección y ascensión, Jesús
descubre todo lo que es el Padre, y a través de ello, se convierte en uno con la Suprema
realidad: todo lo que Dios es, surgiendo eternamente de todo lo que Dios es.

Este paso trascendental de Jesús de la subjetividad humana a la divina es lo que en


la tradición cristiana se llama Misterio Pascual. Participamos en este Misterio cuando el ser
transformado llega a la experiencia de no ser, o sea, de dejar de tomar el propio ser como
punto fijo de referencia, de no ver quien es Dios sino todo lo que Dios es. El
desmantelamiento del falso yo y la penetración interior hasta alcanzar nuestro auténtico yo,
es la primera fase de esta transición. El experimentar que nuestro auténtico yo como punto
de referencia fijo ha desaparecido, es la segunda fase. La primera etapa culmina con la
certeza de haber logrado una unión personal con la Santísima trinidad. La segunda etapa
consiste en vaciarse de esta unión y de identificarse con el nada absoluto del cual surge
todo y al cual regresa todo, y que manifiesta Su Identidad como Aquello que es.

LA SEPULTURA

Como al mediodía, se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la
tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy
fuerte: ―Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu‖, y, al decir estas palabras, expiró.

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El capitán, al ver lo que había pasado, reconoció la obra de Dios diciendo: ―Realmente,
este hombre era un justo‖. Y toda la gente que se había reunido para este espectáculo, al
ver lo sucedido, comenzó a irse golpeándose el pecho.
Estaban a lo lejos todos los conocidos de Jesús y también las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea; todo esto presenciaron ellos.
Intervino entonces un hombre del Consejo Supremo de los judíos que se llamaba José. Era
un hombre bueno y justo que no había estado de acuerdo con los planes ni actos de los
otros. Este hombre, de Arimatea, pueblo de Judea, esperaba el Reino de Dios. Fue a
presentarse a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Habiéndolo bajado de la cruz, lo
envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había
sido enterrado aún.
Era el día de la Preparación de la Pascua y ya estaba por comenzar el día sábado.
Entonces las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José para
conocer el sepulcro y ver cómo ponían su cuerpo. Después volvieron a sus casas a
preparar pomadas y perfumes, y el sábado cumplieron con el reposo ordenado por la Ley.
(Lucas 23:44-56)

Jesús murió el día antes del Sábado. Su cuerpo fue bajado apresuradamente de la
cruz y colocado en el sepulcro. El sábado conmemora el séptimo día de la creación, el día
en que Dios descansó de su trabajo. En honor de la creación, y también para cumplir con la
orden explícita de Dios, los judíos observaban el sábado en completo reposo. Pero el
significado más profundo de esto es que ese sábado en particular el día en que Jesús, el Hijo
de Dios, después de haber sacrificado su propia vida por la humanidad, descansó.

En el Sábado Santo no se celebra la liturgia en señal de respeto por la muerte del


redentor. En honor al cuerpo de Jesús reposando en el sepulcro, su iglesia también
descansa. No hay nada más que hacer, nada más que decir. Es el día en que cesa toda
actividad.

En la cosmología judía de aquel tiempo, se creía que las almas de los justos, después
de la muerte, descendían a través de las aguas del Gran Abismo a un lugar de descanso
llamado Sheol, donde esperarían a que viniera el Mesías para su salvación. Por lo tanto,
cuando Jesús murió en el día que llamamos Viernes Santo, los primeros cristianos
adoptaron la creencia de que había pasado a través de las aguas del Gran Abismo al lugar
de Sheol en donde había liberado las almas de los justos. El Evangelio de Mateo nos relata
que ―después de la resurrección de Jesús, ellos salieron de sus tumbas y entraron la ciudad
sagrada, y se le aparecieron a muchas personas‖.

En el Antiguo Testamento, el agua se menciona a menudo como símbolo de


destrucción: destruyó a los malvados en el tiempo de Noé; aniquiló a los egipcios en el Mar
Rojo cuando trataban de perseguir a los Israelitas. Pero igualmente encontramos en el
Antiguo Testamento pasajes en que el agua aparece como símbolo de vida. En el libro de
génesis leemos que el Espíritu sopló sobre las aguas del caos primitivo, y de las aguas
surgieron criaturas vivas.

A medida que Jesús descendía por las aguas del Gran Abismo, los pecados del
mundo que Él acarreaba se destruían completamente. En medio de la ceremonia bautismal,

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usamos el rito de descender a las aguas del Gran Abismo junto con Jesús, con lo cual nos
identificamos con su divinidad, así como Él se identificó con nuestra humanidad pecadora.
La totalidad de nuestros pecados quedan destruidos en las aguas bautismales.

El que sale de la pila bautismal después de haber sido sumergido en ella, se une a
Jesús en su ascenso a través del Sheol y a su entrada a la Nueva Creación. La resurrección
de Jesús es algo más que la simple resurrección de un cadáver ó la vindicación de un
hombre justo. Se trata de una existencia totalmente nueva. En la unificación del cuerpo
resucitado de Cristo con su alma, a través del calor generado por la energía ilimitada del
Espíritu, jesús resucitado se mueve en forma triunfante hacia el Centro de la creación. La
respuesta del Padre al dilema de Jesús fue la participación total é ilimitada en la gloria del
Padre.

Toda la creación se renueva bajo la luz de la resurrección. El sábado pasa a


pertenecer al mundo viejo del pecado, que ha desaparecido con la destrucción del cuerpo
físico de Jesús en la cruz. La Nueva Creación, el octavo día, el día que le sigue al sábado,
se convierte en el primer día de la vida eterna en unión con Cristo, un día que no tendrá fin.

Es en esta nueva vida en la que radica la importancia de la muerte de Jesús, junto


con su descenso al mundo de Sheol y junto a su descanso en la tumba. La revelación de la
Nueva Creación con su enorme energía está a la expectativa de su resurrección, y la
primera frase de ―!Haya luz!‖ que pronunció Dios al principio de todos los tiempos, ahora
es ―!Haya vida!‖
LA UNCION DEL CUERPO DE CRISTO

―Después de esto, José, del pueblo de Arimatea, se presentó a Pilato. Era discípulo de
Jesús, pero en secreto, por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el
cuerpo de Jesús, y Pilato se le concedió. Vino y retiró el cuerpo de Jesús.
También vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús. Trajo como cien libras
de mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo de Jesús con lienzos perfumados con
esta mezcla de aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos. Cerca del lugar
donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie
había sido enterrado. Aprovecharon entonces este sepulcro cercano para poner ahí el
cuerpo de Jesús, porque estaban en la preparación de la fiesta de los judíos‖ (Juan 19:38-
42)

Este pasaje describe a Nicodemo y a las santas mujeres que ungieron el cuerpo de
Cristo con mirra, áloe y aceites perfumados, de acuerdo a la costumbre judía.

Ya hemos aprendido lo que simboliza el aceite perfumado a través del relato sobre
María de Betania y cómo ella ungió el cuerpo de Cristo seis días antes de su muerte. El
aceite es uno de los símbolos que aparecen a menudo no sólo en el Antiguo Testamento
sino también en el Evangelio de San Juan. En el Antiguo Testamento se ungía a los
enfermos con aceite, y a los reyes y profetas con carisma o aceite perfumado. Al celebrarse
el sacramento de bautismo, se unge al catecúmeno con aceite; y en el de la confirmación, la
unción se confiere con aceite perfumado ó carisma. Esto último representa no solo la

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imposición del espíritu Santo que es lo que la unción del aceite simboliza, sino también el
reconocimiento de la presencia interior y acción de dicho Espíritu, simbolizados por el
delicioso aroma del perfume.

En el acto de ungir a Jesús con un perfume extremadamente costoso, rompiendo el


frasco y vaciando su contenido entero sobre ÉL, María de Betania estaba afirmando que se
trataba de un huésped fuera de lo común. Estaba expresando lo que ella había llegado a
captar en Jesús, que el espíritu estaba en Él no solo parcialmente, como en el caso de los
reyes y los profetas, sino en su totalidad. Ella había percibido que el cuerpo santo de Jesús
estaba lleno del perfume más preciado que jamás nadie pudo imaginar, el del Espíritu
Santo. Igual que el pomo de alabastro que ella había quebrado y cuyo contenido completo
había vaciado sobre Su cabeza, así mismo Su cuerpo sería quebrantado y su sagrado
contenido vaciado sobre la humanidad entera para su redención.

Es así como el derramamiento del espíritu como fruto del sacrifico de Cristo en la
cruz es expresado espléndidamente por el gesto extravagante de María. El texto anterior nos
dice que el cuerpo de Jesús fue ungido con cien libras de mirra, áloe y aceites perfumados,
cumpliéndose así la profecía de Jesús cuando alabó la acción de María y dijo, - Lo que ella
acaba de hacer es anticiparse a lo que sucederá ante mi sepultura -.

En Cristo, la materia ha pasado a ser divina. En el instante mismo de la resurrección


de Cristo de entre los muertos, el Espíritu Santo desciende apresuradamente sobre su
cuerpo, ungiéndolo con el fuego del amor divino, impregnándolo y penetrando, su sagrada
carne hasta transformarla totalmente y convertirla en espíritu puro a la vez que en
naturaleza totalmente divina. Toda la materia creada es ahora el cuerpo de Cristo. Cuando
celebramos la Eucaristía, estamos en realidad celebrando la glorificación del cuerpo de
Cristo. Es tan sólo cuestión de tiempo el que la plenitud de esa revelación se haga
manifiesta.

En la vigilia pascual se usa el elemento de fuego extensamente como fuente de luz,


calor y energía, que en efecto lo es. Al comienzo de la vigilia pascual se bendice el Nuevo
Fuego, simbolizando el derramamiento del Espíritu Santo sobre el mundo entero con el
verter de la sangre de Cristo. Se usa ese fuego para encender el Cirio Pascual que simboliza
al cuerpo inerte de Cristo que espera su resurrección. Cuando el celebrante toca el Cirio
Pascual con la llama que se tomado del Nuevo Fuego y lo enciende, este símbolo de Cristo
glorificado, el suceso eterno de la resurrección de Jesús, se convierte para cada uno de
nosotros en una experiencia interior y personal.

La congregación que asiste a la vigilia pascual camina a oscuras hasta el santuario,


detrás del Cirio Pascual. Esta procesión es una representación viva de la liberación del
pueblo de Dios del yugo de sus opresores, en el Mar Rojo. Dios envió a Moisés para que
rescatara a su gente de la esclavitud en Egipto, cuando le dijo, - He visto la aflicción de mi
pueblo en Egipto y he oído sus gemidos…por lo tanto, he venido a rescatarlos -.

En forma semejante, Jesús nos dice por medio de su pasión, He visto la aflicción de
la familia humana, y he descendido para liberarles, para que puedan recibir el Espíritu a

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plenitud, y para que puedan ser transformados hasta que su naturaleza, cuerpo, alma y
espíritu, se conviertan en divinos.

Por medio de esa sagrada procesión, al revivir con fe la travesía de los israelitas por
el Mar Rojo e identificarnos con el descenso de Cristo a Sheol a través de las aguas del
Gran Abismo, nuestros pecados son una vez más destruidos sin dejar rastro. Al entrar en la
iglesia, recibimos una fracción de la candela del Cirio Pascual, como símbolo de nuestra
participación en el Espíritu divino. Al escuchar el Exultet que es el antiguo himno en acción
de gracias que canta un representante de la comunidad, la vela en nuestras manos
representa la luz de la fe en la resurrección de Cristo, que se levanta como convicción
invencible dentro de nuestros corazones. Y es en ese momento que se canta el Aleluya.

El Aleluya es el canto en que se reúnen el amor extático, el regocijo, la alabanza, la


adoración y la gratitud, todos en uno. Proclama el triunfo de Dios sobre la muerte en todas
sus formas. Es nuestra respuesta a la solución que Cristo le dio a la encrucijada con que se
vio enfrentado. Al pasar a su glorificación, Él nos incorpora en su propio cuerpo glorificado
y comparte con nosotros su propia dicha, la de gozar de la vida eterna. El Aleluya es el
cántico de la resurrección. Es el grito de todos aquellos en los cuales está teniendo lugar la
resurrección interior. La fe y confianza en Cristo explotan para dar lugar a la experiencia de
la unión divina.

LAS MUJERES VISITAN EL SEPULCRO

Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María, madre de Santiago y Salomé


compraron aromas para embalsamar el cuerpo. Y muy temprano, en ese primer día de la
semana, llegaron al sepulcro apenas salido el sol. Se decían unas a otras: ―¿Quién no
removerá la piedra del sepulcro?‖. Pero, cuando miraron, vieron que la piedra había sido
echada a un lado, y eso que era una piedra muy grande.
Al entrar en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido enteramente de
blanco, y se asustaron. Pero él les dijo: ―No se asusten. Ustedes buscan a Jesús Nazareno,
el que fue crucificado. Resucitó; no está aquí; éste es el lugar donde lo pusieron, no es
cierto?. Ahora bien, vayan a decir a Pedro y a los otros discípulos que Jesús se les
adelanta camino de Galilea. Allí lo verán tal como él se los dijo‖.
Entonces las mujeres salieron corriendo del sepulcro. Estaban asustadas y asombradas y
no dijeron nada a nadie, de tanto miedo que tenían. (Marcos 16:1-8)

El padre pidió a Jesús en sus últimos momentos que se identificara totalmente con la
humanidad, incluyendo el asumir todas las consecuencias del pecado. Al aceptar, Jesús
experimentó al máximo ese sentimiento de enajenamiento de Dios que resulta cuando se
llega a la plena consciencia reflexiva sin experimentar la unión divina. Por este proceso
pasan todos los seres humanos, y en la tradición cristiana, es llamado pecado original.

Este enajenamiento que Jesús experimentó en su pasión fue la causa de que expirara
sin la sensación de unión personal con su Padre de la cual había disfrutado en toda su vida
terrenal. Su alma santa, cargando con todos nuestros pecados, descendió a las aguas
destructivas del Gran Abismo con el fin de que nuestra pecaminosidad fuese aniquilada

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totalmente. A raíz del divino poder de Cristo, en el mismo instante en que el pecado fue
destruido en las aguas del Gran Abismo, estas mismas aguas quedaron convertidas en aguas
de vida eterna. Cristo le dio al agua la capacidad de corres para siempre, en su misericordia
infinita, y hacer brotar criaturas capaces de participar en su luz, en su vida y en su amor
divinos.

Cuando el alma de Cristo salió de esas aguas, que por el hecho de haber sido
tocadas por su sagrada persona habían quedado convertidas en aguas generadoras de vida, y
entro nuevamente en su cuerpo humano, el sacrificio que había ofrecido hizo que del seno
del Padre se derramase un torrente increíble de luz, vida y amor divinos. El fuego del
espíritu Santo, explotando con la fuerza de la energía divina, penetró apresuradamente los
sagrados restos. El aceite perfumado, con su inmenso peso y valor monetario, simboliza al
Espíritu, y nos sugiere el incalculable poder que ese Espíritu ejerció cuando el alma de
Cristo volvió a entrar en su cuerpo inerte. En esta reunión el padre instila en Jesús
resucitado la totalidad de la esencia divina – las inconmensurables riquezas, la gloria y las
prerrogativas de la naturaleza divina – de una manera que es imposible concebir para
nuestras limitadas mentes humanas.

En el libro del la Apocalipsis, San Juan, relata su visión de Cristo como Señor del
Universo cuando dice, ―Sus pies brillaban como cobre pulido y refinado en un horno‖. Esta
frase sugiere que el Espíritu glorificó la carne en Jesús y la fundió hasta convertirla en
divinidad, usando los términos del Evangelio. Es esta carne glorificada, unida al Verbo
Eterno de Dios, lo que ha penetrado el corazón de la creación entera y se ha unificado con
todo lo que es realidad.

La unión del cuerpo y el alma de Jesús tuvo lugar durante las horas misteriosas de la
noche, justo antes del amanecer, un momento que nadie vio y del cual nadie es testigo. Es
ese evento que se celebra durante la vigilia de Pascua. El primer rito, como se dijo antes, es
la bendición del Nuevo Fuego, símbolo del Espíritu descendiendo sobre la sangre preciosa
de Cristo derramada sobre el suelo. Se toma una chispa del Nuevo Fuego para encender el
Cirio Pascual, como celebración del momento en que Cristo resucitó en su gloria de entre
los muertos. El Cirio Pascual es el símbolo de la columna de fuego que usó Dios para
liberar a los israelitas del yugo esclavizante de Egipto y guiarlos hacia la Tierra Prometida.
Esa misma Presencia ahora nos sirve de guía para sacarnos de nuestra pecaminosidad e
incredulidad y llevarnos a niveles mas elevados de fe y consciencia. La travesía del Mar
Rojo por los israelitas es representada en vivo cuando los feligreses caminan a oscuras en la
iglesia hasta el altar. El Cirio Pascual es el símbolo de Cristo resucitado guiando a su
pueblo hacia la tierra prometida de la transformación divina. Cuando la llama toma
posesión de una fracción de la misma, el interior de la iglesia comienza a iluminarse
paulatinamente, sin que disminuya la luz de la llama original. La caridad, el amor divino
que es el fruto que ha madurado con la resurrección de Cristo, jamás disminuye; por el
contrario, aumenta a medida que se comparte. En virtud del poder intrínseco del misterio
pascual, la Vigilia de Pascua es algo más que una simple conmemoración de la resurrección
de Cristo; nos alerta a apercibirnos de que Cristo resucita en lo más íntimo de nuestro ser y
esparce el fuego de su amor a través de todas nuestras facultades humanas.

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A estas alturas de la celebración de la Vigilia de Pascua, el díacono entona el gran
pregón pascual. Las palabras de este espléndido himno que honra la resurrección de Cristo
despiertan en nosotros el mismo entusiasmo que sintió la cristiandad de todos los tiempos.

¡Exulten por fin los coros de los ángeles,


exulten las jerarquías del cielo!,
y por la victoria del Rey tan poderoso,
que las trompetas anuncien la salvación.

¡Goce también la tierra,


inundada de tanta claridad,
y que radiante con el fulgor del rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero!…

Porque estas son las fiestas de Pascua,


en las que se inmola el verdadero Cordero…

Esta es la noche en que sacaste de Egipto,


a los israelitas nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el Mar Rojo.

Esta es la noche en la que, por toda la tierra,


los que confiesan su fe en Cristo,
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia y son agregados a los santos.

Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte,


Cristo asciende victorioso del abismo,
¿de qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!


¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,


Que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!…

Y así, esta noche santa, ahuyenta los pecados,


Lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos…

¡Qué noche tan dichosa,


en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

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Una vez finalizado el canto del Pregón Pascual (Exultet), todos toman asiento. Se
explican entonces las lecciones que contienen los símbolos bíblicos resaltados en el himno.
A continuación se canta el Aleluya y la presencia y fuerza redentoras de Cristo se aplican
concretamente a la comunidad cuando se bautizan los catecúmenos que estén presentes.

Debe notarse que en el himno hay una parte que revela que en esta noche se
―restaura la inocencia perdida‖. Esta frase, por supuesto, se refiere al Jardín del Paraíso y al
relato de Adán y Eva. Conmemora la pérdida de la intimidad con Dios de la cual ellos
disfrutaban. El meollo del misterio pascual es que personalmente descubramos esa
intimidad con Dios que las Sagradas Escrituras llaman ―inocencia‖. Esta inocencia es la que
se deriva de tener con Dios una interacción fácil y continua, algo exquisito y encantador.
Cuando se tiene este tipo de relación con Dios, no hay cabida para el miedo.

Para poder entender mejor el significado de esta inocencia bíblica, hay que recalcar
la diferencia con la inocencia que nace de la ignorancia. La inocencia por ignorancia es la
falta de concentración o atención que caracteriza al reino animal, la incapacidad de
reflexionar sobre sí mismo o de asumir responsabilidad por las acciones de uno. Cuando se
pierde ese tipo de inocencia no cabe sentir pena. Por el contrario, la consciencia racional es
el logro más importante del proceso evolucionario hasta la fecha.

Al mismo tiempo, existe una sensación de que se ha conocido a Dios anteriormente,


que proviene del inconsciente ontológico que podríamos describir como Dios recordándose
a si mismo en nosotros. Nos acompaña una intuición que llevamos grabada en lo más
recóndito de nuestro ser, de que falta algo indispensable, de que está ausente relación
esencial para nuestro bienestar y felicidad. El camino espiritual es una forma de recordar
nuestra Raíz, lo que Meister Eckhart llama ―la raíz de inconsciente‖. Cuando ese
inconsciente pasa a ser consciente es cuando despertamos al misterio de la presencia de
Dios en nuestro interior. Esta es la inocencia a la cual se refieren las Escrituras y el Exultet
que se canta en la pascua.

La Pascua es el despertar de la vida divina en nosotros. ―¡Cristo ha resucitado!‖ es


algo más que simplemente el grito de los testigos históricos. Es el grito de todos los pueblos
de Dios que a través de los siglos han reconocido a Cristo resucitado dentro de ellos, y no
solo en forma de un entusiasmo emotivo, sino en forma de una convicción que es
indestructible. La luz de Cristo revela el hecho de nuestra unión indisoluble con Él y tiene
el potencial de transformar cada uno de los aspectos de nuestras vidas.

MARIA MAGDALENA SE ENCUENTRA


CON CRISTO RESUCITADO.

María estaba llorando afuera, cerca del sepulcro. Mientras lloraba, se agachó sobre el
sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y el otro a los pies, en
donde había estado el cuerpo de Jesús.

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Ellos le dijeron: ―Mujer, ¿por qué lloras?‖. Les respondió: ―Porque han tomado a mi
Señor y no sé donde lo han puesto‖. Al decir esto, miró por atrás y vio a Jesús de pie, pero
no lo reconoció.
Le dijo Jesús: ―Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?‖. Ellas creyendo que sería el
cuidador del huerto, le contestó: ―Señor, si tú lo has sacado, dime dónde lo pusiste y yo me
llevaré‖.
Jesús le dijo: ―María‖. Entonces ella se dio vuelta y le dijo: ―Rabboni‖, que en hebreo
significa ―maestro mío‖. ―Suéltame‖, le dijo Jesús, ―pues aun no he vuelto donde mi
Padre. Anda a decirles a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es padre de ustedes;
donde mi Dios, que es Dios de ustedes‖.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: ―He visto al Señor y me ha dicho tales y
tales cosas‖. (Juan 20:11-18)

La resurrección de Jesús marca el primer día de la Nueva Creación. Los sucesos que
tienen lugar después de la resurrección y las repetidas apariciones de Jesús a sus discípulos
y amigos son los que se usan en la liturgia para ayudarnos a entender la importancia de este
Misterio, punto céntrico de nuestra fe.

Vimos cómo Jesús murió sin haber hallado la respuesta a la encrucijada entre la
identificación con la condición humana y la pérdida de la unión personal con el padre,
consecuencia inevitable de dicha identificación. En la resurrección de Jesús está la solución
a este dilema. Es la respuesta del Padre al sacrificio del Hijo. Da paso, tanto para Él como
para nosotros, a una vida enteramente nueva. Es el momento decisivo en la historia de la
humanidad; de allí se deriva la unión divina accesible ahora a todo ser humano.

La primera de las escenas de la resurrección está diseñada en un contexto que podría


llamarse cósmico. Desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras, el huero en donde
estaba el sepulcro de Jesús nos recuerda al huerto de Edén. Los dos jardines están
juxtapuestos: en el primero, el ser humano, representado en las personas de Adán y Eva,
perdió la intimidad y amistad con Dios; en el segundo, María Magdalena, de quien Jesús
había expulsado siete demonios, aparece como la primera receptora de la nueva de que la
intimidad y unión con Dios están nuevamente a la disposición del ser humano.

Ella arribó a la tumba muy alterada. La enorme piedra, símbolo del inmenso peso
del pecado y de la inclinación que fuertemente nos hunde a los niveles más bajos de la
consciencia, había sido removida. Cuando la mujer se asomó y miró dentro, sólo vio en la
tumba los lienzos con que se había envuelto a Jesús para darle sepultura. Esto dio lugar a
que María pensase que su cuerpo había sido robado. En su gran amor por Jesús, se quedó
llorando afuera de la tumba después de que las demás mujeres se habían ido. Para estar
segura, se asomó de nuevo y descubrió que ahora había dos ángeles con túnicas blancas. Se
sorprendieron de ver a alguien derramando lágrimas en una ocasión tan gozosa, y le dijeron
- ¿Por qué lloras, mujer? –

Aparentemente ella no captó que los que le habían dirigido la palabra eran ángeles.
Estaba totalmente absorta en lo único que le interesaba, y lo cual no esta allí. Les contestó:
- Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto -. Sin prestar más atención
a estos personajes tan poco comunes, comenzó a mirar a su alrededor en el jardín y vio a

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Jesús, quien a su vez le preguntó, - Mujer ¿por qué lloras?, ¿a quien buscas? – Pensando
que era el cuidador del huerto, le dijo, - Si te has llevado su cuerpo, dime dónde lo has
puesto para podérmelo llevar -, sin darse cuenta de lo absurdo que era pretender que ella
podía mover el cuerpo de Jesús, por su peso. Había sido ungido con cien libras de mirra,
áloes y aceites perfumados y por lo tanto pesaba más que antes de ser sepultado. Pero la
intensidad de su dolor era tan grande que no le permitía razonar ni considerar estos factores.

No se equivocaba. Jesús es el cuidador del jardín de la Nueva Creación. Ella no lo


reconoce por el estado emotivo tan alterado en que se halla. Esto es característico de las
apariciones que siguen a la resurrección de Cristo. Jesús suele manifestarse en forma
gradual, poco a poco. Esto nos lleva a pensar que había adquirido una nueva apariencia.
Aparentemente Jesús no pasó a disfrutar de su gloria en forma inmediata; esto quedó
pospuesto para permitirle pasar un tiempo con sus discípulos. Sólo en su ascensión entra de
lleno en su gloria que inició el Espíritu Santo en el momento de la resurrección.

La pregunta del ―jardinero‖ hecha con un poco de ironía, - ¿A quién buscas mujer?
¿Por qué lloras? – parece haber petrificado el inmenso dolor de María, y balbucea las
palabras que su corazón le dicta – Dime dónde lo has puesto para llevármelo -.

Jesús la llama por su nombre, ¡María! – cómo sólo Él podía hacerlo.


Instantáneamente lo reconoció con todo su ser, y en ese momento comprendió que Jesús
había resucitado de entre los muertos.

En las Sagradas Escrituras, el ser llamado por su nombre tiene un significado


especial. Llamar a alguien o algo por su nombre es identificar quién o qué es. En el paraíso,
Adán pronunció un nombre para cada animal y cada flor, de acuerdo con su propia esencia.
A menudo Dios le cambió el nombre a los profetas para que este estuviera más de acuerdo
con su misión. Al llamarla por su nombre, Jesús está manifestando que tiene completo
conocimiento de toda su vida y que la acepta tal cómo ella es. Este es el momento en que
María reconoce el amor que Jesús le tiene. Es el primer paso de su transformación.

En el esquema del camino cristiano, el movimiento desde la condición humana


hacia la transformación divina requiere como primer medida que exista una relación
personal con Dios. El amor personal de Jesús facilita que esta relación crezca. Al
experimentar que se es amado por Jesús, la persona cristiana deja atrás su propio egoísmo
para introducirse en niveles más profundos de entrega total. ¿Hubiese podido ocurrir este
tránsito sin la convicción de ser personalmente amada por Él?. La simple expresión verbal
de una palabra, ―¡María!‖ sacó a flote todos sus anhelos. Su respuesta fue abalanzarse en
los brazos de Jesús a la vez que exclamaba en su inmenso gozo, - Maestro! –

Él llegar a comprender que se es amado por Dios es la primera etapa de la oración


contemplativa. hace que veamos a Dios en todas las cosas. La aceptación de esa gracia por
parte de María la lleva a otro descubrimiento: se da cuenta que ella también ama a Jesús.
No titubea en arrojarse en sus brazos y asirse a Él. No nos relata la narración cuánto duró
este abrazo, pero fue por medio de esta experiencia que ella fue elevada al siguiente nivel
de la oración contemplativa, o sea, la capacidad de reconocer a Dios en todas las cosas.

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En esta conversación, Jesús está elevando a María paso a paso a través de las
diferentes etapas de la oración contemplativa, hasta llevarla a la unión divina. Finalmente le
dice, - Suéltame, pues aún no he ascendido a mi Padre. Anda a decirles a mis hermanos que
subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes -.

¡Estas palabras resumen el manifiesto de la Nueva Creación!. Dios ha dejado de ser


exclusivamente el Padre de Jesucristo, el ―Papá‖ que Jesús reveló basado en su experiencia
personal de la unión divina, ¡para convertirse en nuestro ―Papá‖ ¡Esa experiencia que Jesús
tuvo de su Padre ahora nos pertenece por completo!. Es así como esa misma relación con el
Padre de que Jesucristo disfrutó brota en María Magdalena – y en cada uno de nosotros
cuando asimilamos las gracias de la Pascua de resurrección.

En virtud de estas palabras, María es enviada como apóstol de apóstoles. Lo que


hace que alguien sea apóstol, es el amor divino, nada más y nada menos. Ahora que había
experimentado en su interior la intimidad con el Padre que le había otorgado Jesús, es ella
la que proclama a los apóstoles el mensaje de la Pascual de Resurrección. Jesús parece
usarla a ella para decirles – ustedes, mis hermanos, han sido introducidos al reino de Dios, a
mi experiencia con el Padre como Papá, el Dios de compasión infinita -.

Jesús, de acuerdo a los planes de Dios, ha abierto el camino que lleva a alcanzar los
estados de consciencia más elevados imaginables. El dolor y la agonía de la consciencia de
sí mismo, con su sentido de responsabilidad cargado de sentimientos de culpa, han sido
reemplazados por la invitación a participar en el potencial del ser humano para su ilimitado
crecimiento. El Jardín del Edén combina el recuerdo de lo que pudo haber sido con la
visión anticipada de lo que será. En el jardín de la resurrección se descubre con toda
claridad la revelación del Misterio de Cristo a plenitud. Ya en este nivel de conocimiento y
experiencia, María alcanza el tercer niel de la oración contemplativa, el estado permanente
de unión divina, que consiste en ver a Dios dándose sin reservas, en todo. Esta es la
consciencia que nace de la resurrección interior. Y esta es la Buena Nueva que Jesús pidió a
María que fuese a anunciar a los apóstoles.

Adán y Eva fueron arrojados del paraíso cuando nació en ellos la consciencia propia
sin unión divina. En María se arraigó de tal manera la experiencia de esta unión divina que
llevaba adentro el jardín del paraíso y no lo abandonaría nunca. Debe mirarse el jardín del
Edén como un estado de consciencia, y no como un sitio geográfico. María fue enviada
fuera de aquel jardín; pero con un estado interior permanente de loa que el jardín
representa: la certeza de ser amada por Dios, de retribuir ese amor, y de que Dios se hace
presente en toda circunstancia y en todo momento, tanto interior como exteriormente.
Cuando se está en este estado, lo interior y lo exterior armonizan; se han unido para
siempre y son uno sólo. En el curso de la conversación que nos relata este pasaje, el
Supremo Misterio pasa a ser en María la Suprema Presencia, y la Suprema presencia pasa a
ser la Suprema Realidad.
El derrame de gracia que vemos en esta primera aparición de Jesús después de Su
resurrección es la contestación de Dios al sacrificio de Cristo; es su glorificación como
respuesta a su indecible humillación.

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Igual que María Magdalena, Cristo nos llama a cada uno, con nombre propio, para que
celebremos la festividad de su resurrección.

EL CAMINO DE EMAÚS

Ese mismo día, dos discípulos iban de camino a un pueblecito llamado Emaús, a unos
treinta kilómetros de Jerusalén, conversando de todo lo que había pasado.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar a su
lado, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Jesús les dijo: ―¿Qué es lo que van
conversando juntos por el camino?‖ Ellos se detuvieron, con la cara triste.
Uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó: ―Cómo, ¿así qué tú eres el único peregrino en
Jerusalén que no sabe lo que pasó en estos días?‖. ―¿Qué pasó?‖ preguntó Jesús. Le
contestaron: ―Todo ese asunto de Jesús Nazareno. Este hombre se manifestó como un
profeta poderoso en obras y en palabras, aceptado tanto por Dios como por un pueblo
entero. Hace unos días, los jefes de los sacerdotes y los jefes de nuestra nación lo hicieron
condenar a muerte y clavar en la cruz. Nosotros esperábamos, creyendo que él era el que
ha de liberar a Israel; pero a todo esto van dos días que sucedieron estas cosas. En
realidad, algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron sorprendidos. Fueron muy de
mañana al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, volvieron a contarnos que se les habían
aparecido unos ángeles que decían que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron al
sepulcro y hallaron todo tal como habían dicho las mueres; pero a él no lo vieron‖.
Entonces Jesús les dijo: ―¡Qué poco entienden ustedes y cuánto les cuesta creer todo lo
que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Cristo padeciera para entrar en
su gloria?‖.
Y comenzando por Moisés y recorriendo todos los profetas, les interpretó todo lo que las
Escrituras decían sobre él. Cuando ya estaban cerca del pueblo al que ellos iban, él
aparentó seguir adelante. Pero le insistieron, diciéndole: ―Quédate con nosotros, porque
cae la tarde y se termina el día‖. Entró entonces para quedarse con ellos. Una vez que
estuvo a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. En ese momento se
les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero ya había desaparecido. Se dijeron uno al otro:
―¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba
las escrituras?‖.
Y en ese mismo momento se levantaron para volver a Jerusalén. Allí encontraron reunidos
a los Once y a los de su grupo. Esto les dijeron: ―¡Es verdad! El señor resucitó y se dejó
ver por Simón‖.
Ellos por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al
partir el pan. (Lucas 24: 13-35)

Este relato nos muestra a dos de los discípulos de Jesús, quienes demuestran el
estado de ánimo generalizado en el que se encontraban la mayoría de los discípulos en el
día de la resurrección. Estaban completamente desanimados. Ningún mensaje ni vocación
había sido tan derrotado y desacreditado ante el público como lo había sido el mensaje de
Jesús. Hasta sus discípulos y amigos íntimos lo habían dejado solo y habían huido; más
aún, uno de sus amigos más cercanos lo había traicionado y puesto en manos de los
oficiales eclesiásticos y civiles. Las esperanzas de sus seguidores estaban destrozadas.

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En este texto queda claro que las esperanzas de estos dos discípulos no estaban de
acuerdo con el mensaje que Jesús les había estado tratando de comunicar durante su vida.
Una de las cosas que le dijeron cuando pidió una explicación de la tristeza que mostraban
fue – Nosotros estábamos esperando que él sería el que liberaría a Israel -. En otras
palabras, estos discípulos, y éste pudo haber sido el problema de Judas también, tenían
ideas preconcebidas acerca de quien era el que tenía que ser el Mesías para que encajara en
las aspiraciones nacionalistas del pueblo judío de entonces. Una de sus expectativas era que
Jesús liberaría a Israel del yugo del imperio romano. Aunque Jesús había dejado muy claro
que Él no tenía nada que ver con ese tipo de programas políticos, no pudo sacarle esta idea
de la cabeza a sus discípulos. Por consiguiente, cuando Él predijo con mucha anticipación
que sería entregado a manos de los paganos, y condenado a muestre, ellos no escucharon.

Nuestra programación emocional es tal, que raramente oímos lo que no queremos


oír. Los discípulos habían imaginado el reino de Dios como un triunfo político, no como el
misterio de la intervención de Dios en sus vidas personales.

Estos dos discípulos habían escuchado rumores acerca de que las mujeres habían
ido a la tumba y no habían encontrado el cuerpo de Jesús. No parece habérseles ocurrido
que si las noticias acerca de la tumba vacía eran verdaderas, la noticia de que Jesús había
resucitado de entre los muertos también podía serlo. Los confusos y contrariados discípulos
estaban paralizados por el dolor y el desencanto.

Escondiendo su identidad, Jesús se le presentó como un extraño, como un


compañero de viaje en el camino, y preguntó, - Amigos, ¿de qué hablan, por qué están tan
tristes? -. Su actitud respetuosa y amistosa hizo que se abrieran al diálogo, y vertieran las
causas de su desasosiego.

Detengámonos en el hecho de que los discípulos iban saliendo de Jerusalén.


Evidentemente habían decidido, a pesar de los reporte de las mujeres, que su participación
en la comunidad de los discípulos había terminado.

La respuesta de Jesús a su triste relato fue, - ¡Qué insensatos! ¡Qué lentos son para
creer todo lo que los profetas anunciaron! – Luego, revelándoles las Escrituras, empezó a
poner en perspectiva el verdadero significado de la venida del Mesías. Cuando se acercaban
a las afueras de Emaús, Jesús indicó que él iba más lejos; y probablemente hubiera
continuado si ellos no hubieran insistido en que se quedara con ellos.

Él fue a la posada con ellos y se sentó a la mesa. Ya era tarde, la misma hora del
sacrificio vespertino y de la hora en que se había celebrado la Última Cena. Tomó el pan, lo
bendijo y lo partió. Luego les repartió el pan tal como ellos se lo habían visto hacer muchas
veces antes.

Más tarde los dos discípulos comentaron como sus corazones ardían mientras Jesús
les explicaba las Escrituras. Este ―ardor‖ les llevó a un alto nivel de concentración y
atención. De repente, mientras Jesús partía el pan, la información de sus sentidos externos
se conectó con su percepción interior. La intuición de la fe atravesó la apariencia exterior

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del extraño y vieron la realidad. ¡Frente a ellos estaba el Cristo Resucitado! Tan pronto
como lo reconocieron, Él desapareció de su vista.

―Ellos se devolvieron inmediatamente para regresar a Jerusalén‖. Allí supieron que


Jesús también se le había aparecido a Pedro. En el curso del día, los apóstoles habían
llegado a aceptar el hecho de la resurrección, ya sea porque habían ido a la tumba vacía o
porque Pedro había visto al Señor resucitado. Pero lo que es más importante, empezaban a
experimentar interiormente la gracia de la resurrección. El Cristo resucitado estaba
despertando en ellos, permitiéndoles ver los acontecimientos de los días pasados con los
rayos-x de la fe.

Como los discípulos de Emaús, nosotros también tenemos nuestras ideas sobre
Jesucristo, su mensaje y su iglesia. Nosotros también estamos condicionados por nuestra
educación, cultura y experiencia de la vida. Los discípulos no podía reconocer a Jesús
mientras estuvieran aferrados a sus conceptos previos acerca de quién era y de cómo debía
comportarse. Cuando Jesús demolió su ceguera con la explicación de las Escrituras, su
visión empezó a asumir un tono más realista. El precio de reconocer a Jesús es siempre el
mismo: nuestra idea de Él, de la iglesia, de la espiritualidad, de Dios mismo ha de ser
demolida. Para ver con los ojos de la fe debemos liberarnos de nuestras mentalidades
acondicionadas por nuestra cultura. Cuando liberamos nuestra visión limitada y privada,
aquel que había estado escondido para nosotros a causa de nuestros valores preestablecidos
y de nuestras ideas preconcebidas hace que de nuestros ojos se caigan las escamas que nos
cegaban, descubrimos que Él estaba allí todo el tiempo, y por fin percibimos su Presencia.
Con la visión transformada por la fe, regresamos a nuestras rutinas monótonas y a las tareas
cotidianas, pero ahora, como María Magdalena, reconocemos a Dios entregándosenos en
todas las personas y en todas las cosas.

LA APARICION EN EL APOSENTO
DE LA ÚLTIMA CENA

La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas
cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos. (Juan
20:19).

Les dijo: ―Paz a ustedes.‖ Estaban atónitos y asustados, pensando que veían a algún
espíritu.
Pero él les dijo: ―¿Por qué se asustan tanto, y por qué les vienen estas dudas? Miren mis
manos y mis pies, soy yo. Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos,
como ustedes en que yo tengo‖. Y al mismo tiempo les mostró sus manos y sus pies. Y
como, en medio de tanta alegría, no podían creer y seguían maravillados, les dijo:
―¿Tienen aquí algo que comer?‖
Ellos le ofrecieron un pedazo de pescado asado y él tomó y comió ante ellos.
Jesús les dijo: ―Todo esto se lo había dicho cuando estaba todavía con ustedes. Tenía que
cumplirse lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los salmos respecto
a mí‖.

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Entonces les abrió la mente para que lograran entender las Escrituras y les dijo: ―Esto
estaba escrito: los sufrimientos del Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer
día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando
por Jerusalén‖. (Lucas 24: 37-47)

Esta aparición de Jesús ocurrió después de que los dos discípulos habían regresado a
Jerusalén y habían escuchado a los demás discípulos decirles con enorme gozo - ¡Es cierto!
¡El Señor ha resucitado! ¡Se le ha aparecido a Simón!-

En medio de su conversación, Jesús se les apareció, poniendo a todo el grupo en un


estado de pánico total. Creyeron que se trataba de un fantasma, a pesar de que acababan de
enterarse de su aparición a Pedro. Las palabras que Jesús les dirige están impregnadas de
importancia.- ¡La paz sea con vosotros! – Paz es la tranquilidad que trae el orden. Paz es
seguridad auténtica. Y seguridad auténtica es la consecuencia directa de la unión divina.
Desear tener seguridad no tiene nada de malo. Todo el mundo la desea y todo el mundo la
necesita. El problema es que la buscamos en los sitios equivocados. Paz es el resultado del
beneficio principal de la resurrección de Cristo – la experiencia permanente de la Presencia
divina. Paz es el tesoro que Jesús, en forma triunfante y gozosa, desea otorgar, y se los
ofrece, a sus desmoralizados y derrotados discípulos.

-¡La paz sea con vosotros!- les dice de nuevo. Pero estas palabras no les hicieron
ningún impacto porque estaban preocupados y con miedo de que los fueran a aprehender y
a poner en la cárcel por haber sido sus discípulos. Habían quedado reducidos a un pequeño
grupo de personas asustadas que apenas se estaban reponiendo de su inmensa y aplastante
pena. Repentinamente, Jesús está en medio de ellos. Es probable que el primer pensamiento
de ellos haya sido - ¡Creí que habíamos cerrado la puerta con seguro!-.

Jesús había pasado a través de una puerta con cerrojo. O quizá estaba ya presente a otro
nivel de realidad invisible para los discípulos. Anteriormente les había dicho, -Dondequiera
que dos o tres estén reunidos en mi nombre, ahí estaré yo presente con ustedes -. De todos
modos, para gran asombro de sus discípulos, allí se encontraba en medio de ellos, y la
primera reacción natural de ellos fue, -¡Es un fantasma!-.

Les dijo, -¿Por qué están tan alterados? – Como de costumbre, Jesús se va
directamente al fondo de la motivación. A estas alturas, los programas emocionales de este
grupo de personas y sus imaginaciones estaban trabajando sobretiempo, y todo lo que veían
era un fantasma cuando obviamente se trataba de una persona de carne y hueso. Ni siquiera
por cortesía lo invitaron a sentarse.

Jesús, a quien quizá le divertía esto, les volvió a preguntar, -¿Por qué permiten que
les asalten estas dudas? – Estaba tratando de tranquilizarlos.

Dándose cuenta que con este enfoque no estaba teniendo ningún éxito, trató de
desafiarlos apelando a sus sentidos externos, y continúo diciendo, - Miren mis manos y mis
pies. ¿Soy Yo o no? – extendiendo las manos hacia ellos para satisfacer así su curiosidad,
les dijo, - Tóquenme y convénzanse ustedes mismos. ¡Soy de carne y hueso, y ningún
fantasma lo es! -.

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Pero todavía no podían aceptar el simple hecho de su presencia visible entre ellos.
¡Aquello era demasiado bueno para que fuese cierto! Mientras ellos se revolcaban en su
perplejidad y dudas, Él continuaba tratando de darles ánimo.
-¿Tienen algo de comer? -, les preguntó. Nada puede convencernos más rápidamente de
que los que parece un fantasma es un ser humano real que la solicitud de algo para comer.
Los discípulos buscaron ansiosamente algo que ofrecerle y encontraron un trozo de pescado
asado.

Este detalle no hay que pasarlo por alto como si no tuviese importancia. Todo lo que
aparece en las narraciones evangélicas acerca de la resurrección tiene tonalidades
simbólicas. Cuando se escribieron estos evangelios, el signo del pescado ya se había
convertido en el símbolo de Cristo o de sus seguidores. En el idioma griego las dos
primeras letras de las palabras Cristo y pescado son las mismas. Al usarse el pescado como
el símbolo de Cristo, un pescado asado viene a ser el símbolo de su humanidad
transformada. Jesús está de pie frente a ellos, pero en una humanidad transfigurada.

Una vez que consumió el pescado asado, los discípulos comenzaron a calmarse. Por
fin s encontraban dispuestos a recibir Sus instrucciones. – En estos eventos -, les dijo, - se
ha cumplido lo que Yo les anuncié que sucedería -. En numerosas ocasiones Él les había
predicho que sería aprehendido por las autoridades, condenado a muerte y que resucitaría al
tercer día, pero los bloqueos emocionales de los discípulos no les habían permitido
escuchar lo que Él les había estado diciendo.

-Todo lo que se escribió acerca de mí en la Ley de Moisés, en los escritos de los


profetas y en los salmos, tenía que cumplirse -, agregó Jesús. A continuación les dio la
clave para comprender las Escrituras. Esta llave para comprender las Escrituras le permite a
uno captar el significado espiritual que contiene el texto. Jesús les demostró a los discípulos
que el significado de ciertos escritos de los profetas había sido comprobado en los eventos
que acababan de suceder. ―El Mesías debe sufrir y resucitar en el tercer día de entre los
muertos, y en Su nombre deberá predicarse a todas las naciones la necesidad de un cambio
en el corazón y el perdón de los pecados‖. La necesidad de que el corazón cambie equivale
a la necesidad de cambiar la dirección en que buscamos la felicidad. La misma llave que
abre las escrituras abre la puerta de la felicidad.

El perdón de los pecados y la restauración de la amistad con Dios que esto trae
consigo, es el gran triunfo del sacrificio de Jesús. Es esta la verdadera seguridad que el
corazón humano anhela. El sacrificio de Jesús nos libera de considerarnos seres separados y
de la alienación que eso conlleva. Esta es la paz que el mundo no puede dar. La paz de
Cristo nace de la experiencia interior de su resurrección, de llegar a comprender la unión de
nuestro auténtico Yo con la Realidad Suprema.

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CRISTO SATISFACE LAS DUDAS
DE TOMAS

La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas
cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.
Les dijo: ―La paz sea con ustedes‖. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor.
Él les volvió a decir: ―La paz esté con ustedes. Así como el Padre me envió a mí, así los
envío a ustedes‖. Dicho esto, sopló sobre ellos: ―Reciban el Espíritu Santo: a quienes
ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden
atados‖.
Uno de los Doce no estaba cuando vino Jesús. Era Tomás, llamado el Gemelo. Los otros
discípulos, pues le dijeron: ―Vimos al Señor‖. Contestó: ―No creeré sino cuando vea la
marca de los clavos en sus manos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la
herida del costado‖.
Ocho días después, los discípulos estaban de nuevo reunidos dentro, y Tomás con ellos. Se
presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, y se puso de pie en medio de ellos,
Les dijo: ―la paz sea con ustedes‖. Después dijo a Tomás: ―Ven acá, mira mis manos;
extiende tu mano y palpa mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe‖.
Tomás exclamó: ―Tu eres mi Señor y mi Dios‖. Jesús le dijo: ―Tu crees porque has visto.
¡felices los que creen sin haber visto‖. (Juan 20: 19-31)

Los dos grandes obsequios que Jesús otorgó a sus discípulos el día de su
resurrección, el primer día de la Nueva Creación, fueron el perdón de los pecados y la
restauración de la unión divina. Pero un regalo aún mayor también estaba incluido: les dio
al Espíritu Santo, fuente del perdón de los pecados y de la unión divina.

Los eventos de la resurrección nos ponen frente a varios aspectos del Misterio
Pascual, incluyendo el significado de la Nueva creación. Démosle un vistazo al intrigante
relato del apóstol Tomás y a su peculiar respuesta a la noticia de la resurrección.

Tomás no se hallaba presente cuando los discípulos tuvieron su primer encuentro


con Cristo resucitado. Su historia nos da una idea del calibre de los discípulos escogidos
por Jesús. Aquí tenemos a un apóstol que había pasado tres años en compañía íntima con
Jesús, recibiendo entrenamiento espiritual en forma intensiva, escuchando sus enseñanzas a
diario, y siendo testigo de muchos milagros. Sin embargo, es obvio por este suceso que
todavía estaba fuertemente influenciado por sus programas emotivos de felicidad. Como
Jesús visitó a los apóstoles en un momento en que Tomás estaba ausente, la reacción de
Tomás fue - ¿Y como es esto que a mí me ha dejado por fuera? ¿ Qué tengo yo de malo?
¿Qué tienen de especial estos otros tipos? –

Cuanto más reflexionaba Tomás en lo sucedido, más aumentaba su indignación. Los


otros apóstoles continuaban diciéndole, -¡Hemos visto al Señor! – En lo profundo de su ser,
su respuesta era más de resentimiento que de alegría. Se sentía abandonado, rechazado,
frustrado, y, por último, enfurecido.

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¿Qué pensaba Tomás? – Si Jesús no piensa tenerme en cuenta a mí, yo tampoco lo
tendré en cuenta a Él. Si Él no me quiere, yo tampoco lo quiero -. Era la reacción infantil
ante el abandono. En otras palabras, él se ponía a un precio fuera de alcance. ¿Habrán
existido jamás condiciones más atrevidas que las que ponía un infeliz hombrecito de barro
ante el Todopoderoso a cambio de su fe? - ¡A menos que yo vea la marca de los clavos en
sus manos, y que yo ponga el dedo donde estuvieron los clavos, y yo ponga la mano sobre
el costado, no voy a creer! -.

Esto era igual a decirles - ¡Adiós! Todo ha terminado entre ustedes y yo -.

No sabemos cuanto tiempo estuvo Tomás alimentando su amargura, sus


sentimientos heridos y su sensación de rechazo. No le ayudaba para nada ver a los demás
apóstoles extáticos de alegría. De algún modo lo convencieron de que los acompañara a
cenar la semana siguiente. No sabemos por qué Tomás condescendió a unirse a ellos, pero
leemos: ―Ocho días después, los discípulos estaban de nuevo reunidos dentro, y Tomás con
ellos. Se presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, y se puso de pie en medio de
ellos. Les dijo: ―La paz sea con ustedes‖. Los ojos de Jesús recorrieron el recinto hasta
posarse en Tomás. Tomás, entre tanto, hubiera querido que se lo tragara la tierra. -¡Dios
mío! ¿Qué he dicho? – El atrevimiento de las condiciones que había puesto a cambio de su
fe lo impactó con toda claridad. Jesús lo miró de frente. Quizá Jesús sonreía. Tomás
presintió lo que iba a suceder.

Jesús le dijo, - Tomás, dame tu dedo y ponlo aquí en mis manos. ¡Y ahora dame tu
mano y ponla aquí en el costado! – Nótense los detalles al Jesús referirse a la inaudita
exigencia, punto por punto, palabra por palabra. – Y no seas incrédulo, sino ¡cree! -.

Esto último traspasó el corazón de Tomás. Reconoció la bondad infinita de Jesús al


someterse a sus exigencias. Su amoroso consentimiento a cada detalle de sus ridículas
exigencias puso a Tomás en estado de completa vulnerabilidad. Igual que Adán y Eva,
estaba recibiendo el llamado a salir del bosque, a salir de las zarzas donde su falso yo se
había refugiado huyéndole a la verdad, y a presentarse ante la realidad pura del amor de
Jesús. ¿Que podía responder? Su respuesta fue su entrega total. -¡Mi Señor y mi Dios! –

No sabemos si Tomás realmente puso la mono en el costado de Jesús. Lo que si


sabemos es que recibió toda la evidencia que necesitaba. Puso su fe en Jesús resucitado,
quizá más que los demás discípulos. Un efecto maravilloso de la misericordia divina es que
cuanto mayor sea tu caída, tanto mayor será tu elevación, siempre y cuando aceptes la
humillación. Una de las enseñanzas de Pablo es que ―Cuando estoy más débil es cuando
estoy mas fuerte‖.

Jesús agregó un comentario final, - ¡Felices lo que creen sin haber visto! – Es como
si dijera, ―Tomás, me alegro que hayas encontrado la fe. Pero el excluirte de mi primera
visita no fue un rechazo sino una invitación a una gracia mayor. Fue una invitación a que tu
fe en mi fuese basada en una experiencia personal tuya‖.

La resurrección de Jesús es algo más que un simple evento histórico. Así lo sugieren
las palabras que Jesús le dirige a Tomás. Podrían parafrasearse así: ―Tu basaste tu fe en

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verme, Tomás; pero existe una felicidad más grande – la de creer en mi resurrección porque
experimentas sus efectos dentro de ti‖.

Esto, por supuesto, es un mensaje importante para nosotros. Nos dice que es mucho
mejor relacionarse con el Cristo resucitado basándose en pura fe, que no depende de
apariciones, sensaciones, evidencia externa, o en el que dirán, sino en nuestra experiencia
personal del surgimiento y de la manifestación de la vida de Cristo dentro de nosotros. Esta
es la fe viva que nos da el poder de podernos manifestar bajo la influencia del Espíritu
Santo – ese mismo Espíritu que Jesús impartió en un soplo a los apóstoles en el atardecer
de su resurrección.

CRISTO SE LES APARECE


A SUS AMIGOS EN GALILEA

Después de esto, nuevamente Jesús se hizo presente a sus discípulos en la orilla del lago de
Tiberíades. Y se hizo presente como sigue.

Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Gemelo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos
de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: ―Voy a pescar‖. Le contestaron.
―Nosotros vamos también contigo‖.
Partieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús se presentó en la orilla. Pero los discípulos no podían saber que era él.
Jesús les dijo: ―Muchachos, ¿tienen algo de comer?‖. Le contestaron ―Nada‖. Entonces
Jesús les dijo: ―Echen la red a la derecha y encontrarán pesca‖.
Echaron la red y se le hicieron pocas las fuerzas para recoger la red, tan grande era la
cantidad de peces.
El discípulo a quien Jesús más quería dijo a Simón Pedro: ―Es el Señor‖. Cuando Pedro
oyó esto de ―es el Señor‖, se puso la ropa (se la había sacado para pescar) y se echó al
agua. Los otros discípulos llegaron a la barca, arrastrando la red llena de peces; estaban
como a cien metros de la orilla.
Cuando bajaron a tierra, encontraron un fuego prendido y sobre las brasas pescado y pan.
Jesús les dijo: ―Traigan de los pescados que acaban de sacar‖. Simón Pedro subió a la
barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Con todo, no se
rompió la red.
Jesús les dijo: ―Vengan a desayunar‖. Ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la
pregunta: ―¿Quién eres tú?‖, porque comprendían que era el Señor. Jesús se acercó a
ellos, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
Esta fue la tercera vez que se manifestó a sus discípulos después de haber resucitado de
entre los muertos. (Juan 21: 1-4).

Este texto contiene cierta nostalgia. Uno percibe un ambiente pausado en esta
tercera aparición de Jesús a los apóstoles.

Algunos de los apóstoles se habían reunido en su antigua ciudad natal. El maestro


les había anunciado, - Yo me les voy a adelantar a Galilea. Allí nos veremos -. Así que

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ellos habían regresado de acuerdo a Sus instrucciones y estaban matando tiempo en sus
viejas guaridas por el lago de Tiberíades, donde se habían ganado la vida antes de que Jesús
los llamara y los sacara de sus respectivos negocios para que se unieran a Él y proclamaran
el reino de Dios.

Jesús había dicho que se encontraría con ellos allí. Pero ¿dónde estaba? Pedro dijo a
los demás discípulos, - ¿Qué les parece si salimos a pescar? – a lo cual ellos le
respondieron. - Está bien, iremos contigo -.

Se subieron al bote y remaron hasta llegar al centro del lago. Todo el día se los
pasaron tirando anzuelos y carnadas sin pescar nada. Comenzó el atardecer, y nada. Cayó la
noche, y ellos seguían en medio del lago tratando de pescar algo. Tiraron las redes, primero
a un lado, luego al otro. Remaron de arriba abajo del lago. Poco a poco iba oscureciendo.
Salió la luna y se volvió a ocultar, y ellos seguían intentando. Fue una noche de mucho
esfuerzo y de ninguna pesca.
Mientras esperaban el amanecer, su contrariedad iba en aumento. Estaban cansados,
irritados y con frío. Nadie decía una palabra. Simplemente se reclinaban en el bote, y con el
ceño fruncido, miraban fijamente las aguas del lago. Se encontraban a solo unos doscientos
metros de la orilla. De repente en la playa, surgiendo lentamente de las sombras, apareció la
silueta de un hombre. Según iba saliendo el sol, el extraño se hacía más y más visible.
Después de mucho tiempo, les gritó de manera amistosa, - Muchachos ¿Han pescado algo?
-.

Se miraron unos a otros con miradas irónicas. ¿No entendía ese hombre que un bote
de pescadores no estaría allí a esa hora si no fuese porque estos no habían pescado nada?

Así es que le gritaron -¡No!- El desconocido, sin desanimarse por la forma poco
amistosa en que le habían respondido, les gritó también, - Prueben a tirar la red a la derecha
del bote y verán cómo van a pescar algo -.

El comentario entre ellos fue. -¿Quién es éste tipo, diciéndonos que es lo que
tenemos que hacer? Llevamos toda la noche aquí. Ya nos convencimos de que no hay peces
en el lago hoy -. Pero uno de ellos dijo, - No tenemos nada que perder -.

Así es que una vez más recogieron la red y la volvieron a tirar al lado derecho del
bote. Cuál no sería su sorpresa cuando sintieron un tirón muy fuerte. Todo un cardumen se
había metido en la red. En ese momento los hombres tuvieron que asir la res con todas sus
fuerzas para evitar que se hundiera el bote, que se inclinaba peligrosamente hacia la
derecha. Se oyó la exclamación de Juan, - ¡Es el Señor! -.

El Evangelio aquí nos presenta por segunda vez una noche sin pesca, una noche
llena de esfuerzo pero sin resultados. Es el símbolo vivo de nuestra interminable
experiencia de purificación, abriéndole paso al amanecer de la resurrección interior.

Tan pronto Pedro se dio cuenta de que el desconocido era Jesús, se tiró al agua y
nadó hacia la orilla. Los demás discípulos arrastraron el bote hasta la orilla y tendieron la
red en la playa. Notaron entonces que Jesús tenía preparada una fogata y encima del fuego

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estaba asando un pescado. Jesús, haciendo las veces de cocinero del desayuno, le dijo a
Pedro, - Trae algunos de los peces que han sacado -.

Mientras Pedro se fue a revisar la pesca, los demás apóstoles estaban en el proceso
de contarlos. Les tomó algún tiempo contar ciento cincuenta y tres pescados y seleccionar
los mejores para cocinarlos. Cuando todo esto estuvo listo, Jesús les dijo, - Vengan a
desayunar -. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar - ¿Quién eres tú? – porque
sabían que se trataba del Señor.

Todos se sentaron. Jesús tomó el pan en sus manos, lo bendijo y se los repartió. A
continuación hizo lo mismo con el pescado. Sentados silenciosamente mientras comían, se
fueron dando cuenta de un cambio inconfundible en su relación con el Maestro. Una
comida que se comparte es un símbolo de pertenencia. Antes había sido ocasión para
conversar, reír y cantar. Este era un nuevo nivel de pertenencia. Su relación anterior con
Jesús se estaba terminando para dar comienzo a una nueva relación a un nivel mucho más
profundo. Este compartir no era de palabras, ni de ideas, ni de sensaciones, sino que nacía
del Espíritu que vivía en lo más íntimo del ser, una forma de comunicación mucho mejor
que la que tenían antes. Esta era la relación a la cual Jesús se refería cuando regaño a
Tomás y le hizo ver que el creer basándose en la experiencia personal es un don mucho
mayor que cuando se basa en evidencia externa.

Los cincuenta días, durante los cuales Jesús se reveló a los discípulos, sirvieron para
sacarlos de su desaliento y para llevarlos a una relación íntima con el Espíritu Divino que
Él había prometido enviarles. Pasaron de tener una relación con Jesús meramente humana a
un intercambio interior, que es el que disfrutan aquellos que están avanzando en su
sensibilidad hacia las inspiraciones del Espíritu Santo.

LA ASCENSION

Así, pues, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la
derecha de Dios Padre. Y los discípulos salieron a predicar por todas partes con la ayuda
del Señor, el cual confirmaba su mensaje con las señales que lo acompañaban. (Marcos
16: 19-20).

Al convertirse en ser humano, Jesucristo aniquiló la dicotomía entre materia y


espíritu. En la Persona del ser divino-humano, se ha establecido una continuidad entre lo
divino y lo humano. De este modo el plan de Dios no es solo espiritualizar el universo
material, sino que es convertir la materia en divina, lo cual ha logrado con la humanidad
glorificada de su Hijo. La gracia que trae consigo la Ascensión de Jesús es la divinización
de nuestra humanidad. Nuestra individualidad se impregna con el espíritu de Dios por la
gracia de la Ascensión y más específicamente por la gracia de Pentecostés. Así nosotros, en
Cristo, también aniquilamos la dicotomía entre la materia y el espíritu. Nuestra vida es una
misteriosa penetración de la experiencia material, la realidad espiritual y la Presencia divina
en nosotros, conectadas entre sí.

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La clave para ser cristiano es conocer a Jesucristo en todo nuestro ser. Es muy
importante conocer Su humanidad sagrada por medio de nuestros sentidos y reflexionar
sobre ella con nuestro entendimiento, valorar sus enseñanzas y su ejemplo en nuestra
imaginación y guardarles como un tesoro en nuestra memoria, e imitarlo con una vida de
integridad moral. Pero esto es solo el comienzo. Es a éste potencial trascendental en
nosotros – a nuestras mentes que se abren a la verdad sin límite, y a nuestra voluntad que
quiere alcanzar un amor sin límite, al que Cristo se dirige con especial urgencia.

No sólo es importante conocer a Jesucristo con la totalidad de nuestro ser; también


es importante conocer a Jesucristo en la totalidad de Su ser. Debemos conocer a Cristo, ante
todo, en su humanidad sagrada y en su realidad histórica, y más concretamente, en su
Pasión, que fue el punto culminante de su vida en la tierra. La nota esencial de su Pasión es
el vaciamiento de su divinidad. Nosotros entramos en ese vaciamiento cuando aceptamos el
proceso de vaciamiento en nuestra propia vida, dejando a un lado nuestro falso yo y
viviendo en la presencia de Dios, la fuente de nuestro ser.

Sin embargo debemos conocer a Cristo, no solo en su naturaleza humana – su


pasión y vaciamiento – sino también en su divinidad. Esta es la gracia de la Resurrección.
Es lo que nos da la fortaleza para vivir su vida resucitada. Es la gracia para no pecar. Es la
gracia de expresar su resurrección al enfrentarnos con nuestra pobreza interior sin que esto
implique que la dejemos de reconocer.

La gracia de la Ascensión nos ofrece una unión aún más increíble, una invitación
aún más cautivadora a una vida y a un amor sin límite. Es la invitación para entrar en el
Cristo cósmico, en Su divina persona, en el Verbo de Dios, que siempre ha estado en el
mundo. Y su presencia ha sido siempre redentora porque Dios de antemano conocía su
encarnación, muerte y resurrección. Cristo es la ―luz que alumbra a todos‖(Juan 1:9) – el
Dios que está presente en la forma más inesperada y oculta. Este es el Cristo que
desapareció detrás de las nubes el día de la Ascensión, no para dirigirse a un sitio
geográfico, sino al corazón de toda la creación. Y específicamente ha penetrado lo más
profundo de nuestro ser, haciendo que nuestro ser, después de estar separado, se fusiones
con su Persona divina, capacitándonos para actuar bajo la influencia directa del Espíritu. De
esta manera, aún cuando nos estemos tomando un plato de sopa o estemos caminando por
la calle, es Cristo el que vive y actúa en nuestro interior, transformando nuestro mundo
desde adentro. Esta transformación aparece disfrazada en cosas ordinarias, en el disfraz de
las rutinas diarias que parecen insignificantes.

La Ascensión es el regreso de Cristo al corazón de toda la creación, en donde ahora


mora como humanidad glorificada. El misterio de su Presencia está oculto a través de toda
la creación y en cada una de sus partes. En algún momento de nuestra historia, que los
profetas han llamado el Día del Juicio Final, se abrirán nuestros ojos y veremos la realidad
tal como es, que ahora conocemos únicamente por medio de nuestra fe. Esa fe nos revela
que Cristo, desde su morada en el centro de toda la creación y en cada uno de sus miembros
individuales, une todo con su propio Ser, lo transforma y lo trae de nuevo al seno del Padre.
Es así como se glorifica al máximo la Trinidad, por medio de ese compartir de la vida
divina con cada criatura, de acuerdo a su capacidad. Este es el ―misterio oculto en Dios,
desde todos los tiempos‖ mencionado en Efesios 3:9.

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La gracias de la Ascensión es la fe triunfante que cree que la voluntad de Dios es la
que dirige todo, no importa lo que suceda. Cree que la creación ya está glorificada, aunque
en forma velada, mientras espera la revelación completa en los hijos de Dios.

La gracia de la Ascensión permite que percibamos el poder irresistible del Espíritu


transformándolo todo para que pase a formar parte de Cristo, a pesar de que todas las
apariencias digan lo contrario. En lo miserable de un ghetto, o de un campo de batalla, o de
un campo de concentración, o de una familia destrozada por desavenencias; en la
desolación del orfanato, o del asilo de ancianos, o del ala de un hospital – cualquiera que
sea el espectáculo que parece desplazarse en formas espantosas de maldad – en medio de
todo esto, la luz de la Ascensión brilla con poder irresistible. Esta es una de las mayores
intuiciones de la fe. Es la fe que ve a Cristo, no sólo en el esplendor de la naturaleza, en el
arte, en la amistad, y en el servicio hacia los demás, sino también en la malicia y en la
injusticia de ciertas personas o instituciones, y en el sufrimiento inexplicable del inocente.
Aún allí se encuentra ese mismo amor expresando el hambre de Dios por la humanidad, un
hambre de lo que Él desea y que está resuelto a satisfacer.

Vemos como Pablo, en su carta a los Colosenses, no vacila en proclamar


triunfalmente su fe en la Ascensión cuando escribe ―Cristo es todo y está en todo‖ con lo
que se está refiriendo al presente y no solo al futuro. En este preciso momento nosotros
también gozamos de la gracia para ver la luz de Cristo alumbrando nuestros corazones, para
sentir su Presencia absorbente dentro de nosotros, y para percibir en cada cosa creada – aún
en las que más nos desconcierten – que Su luz, amor y gloria están presente.

73
CAPÍTULO 3

“EL MISTERIO DE PENTECOSTÉS

―Si vosotros me amáis y guardáis los mandamientos que les doy, Yo le pediré a Mi
Padre, y Él os enviará a otro Paráclito—que estará con vosotros siempre: el Espíritu de
verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque ni lo ha visto, ni lo reconoce; pero
vosotros podéis reconocerlo a Él porque Él permanece con vosotros y estará dentro de
vosotros‖ (Juan 14: 15-17)
INTRODUCCIÓN
El período de preparación para la fiesta de Pentecostés es breve (justamente diez
días) porque las dos previas estaciones han servido como preparación remota y nos han
instruido concienzudamente para ello.
Pentecostés es al mismo tiempo la fiesta principal y cúspide de la idea teológica del
divino amor. Es de hecho, la fiesta cumbre de todo el año litúrgico. Durante el resto del
año se examinan las enseñanzas y ejemplos de Jesús a la luz de Pentecostés, esto es, desde
la perspectiva del amor divino.
La Fiesta de Pentecostés
―El último día de la fiesta, que era el más importante, Jesús, puesto en pie, dijo con
voz fuerte:
¡El que tenga sed, venga a Mí; el que cree en Mí, que beba! Como dice la
Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva‖. (Juan 13: 37-39)

En el día de Su resurrección, Jesús sopló su Espíritu sobre Sus discípulos, diciendo:


―Reciban el Espíritu Santo‖ (Juan 20:22). En el día de la Ascensión, cuarenta días después,
―Cuando todavía estaba con los apóstoles, Jesús les advirtió que no debían irse de
Jerusalén. Les dijo: –Esperad a que se cumpla la promesa que mi Padre os hizo… y de la
cual yo os hablé. Es cierto que Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días vosotros
seréis bautizados con el Espíritu Santo‖ (Hechos 1:4-5)

Entonces el Espíritu no solo fue dado una sola vez. Es una promesa continua, una
promesa eterna—una promesa que está siempre consumada y siempre está siendo
consumada, porque el Espíritu es infinito e ilimitado y nunca puede ser contenido
plenamente.

El Espíritu es la promesa suprema del Padre. Una promesa que es Don puro. Nadie
está obligado para hacer una promesa. Una vez que una promesa ha sido hecha, sin
embargo, uno queda atado. Cuando Dios se obliga a Sí mismo, es con absoluta libertad,
absoluta fidelidad. El Espíritu como promesa, es un don, no una posesión, es una promesa
que ha sido comunicada; así pues, nunca se retractará, ya que Dios es infinitamente fiel a
Sus promesas. Nótese que la comunicación es por la vía del regalo, no de la posesión.
Como el aire que respiramos, podemos tener todo el que queramos meter a nuestros
pulmones; pero no nos pertenece. Si tratamos de apropiarnos de él—como ponerlo en un

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ropero bajo custodia—nuestros esfuerzos serán en vano. El aire no fue hecho para ser
poseído, ni tampoco el Espíritu.

El Espíritu divino es todo don, pero no accederá a una actitud posesiva. Él es todo
nuestro a medida que lo dejemos ir. ―El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su
sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu‖
(Juan 3:8). Con estas palabras Jesús explicaba a Nicodemo y a nosotros que no podemos tener
control sobre el Espíritu. De hecho otorgándolo es como podemos manifestar que lo hemos
recibido. Es el Supremo Don, pero soberanamente Él mismo, soberanamente libre.

El Espíritu de Dios, la promesa del Padre, reúne en Sí mismo todas las promesas
de Cristo. Porque todas apuntan a Él. La Encarnación es una promesa, la Pasión y Muerte
de Jesús son promesas. Su Resurrección y Ascensión son cada una, promesa. Pentecostés,
la efusión del Espíritu, es en sí mismo una promesa. Todas son promesas y súplicas del
Divino Espíritu, presente y para ser recibido en cada momento. El es la última, la más
grande y completa de todas las promesas de Dios, el sumario viviente de todas ellas. La
fe en Él es la fe en toda la Revelación. La apertura y el abandono a Su guía son la
continuación de la revelación de Dios en nosotros y a través de nosotros. Es estar
involucrados en la redención del mundo y en la divinización del cosmos. Conocer que
Cristo es todo en todo y conocer Su Espíritu, la promesa viviente del Padre—esta es la
gracia de Pentecostés.

Entre Dios y nosotros, dos extremos se encuentran: Él que es el todo, y nosotros que
nada somos al fin. Es el Espíritu quien nos hace uno con Dios y en Dios, precisamente
como la Palabra está con Dios y es Dios—la Palabra por naturaleza, nosotros por
participación y comunicación. Jesús oró por esta unidad en la Última Cena. Muchas de Sus
palabras en esa ocasión, encontraron su consumación y pleno significado en la efusión del
Espíritu en nuestras mentes y corazones. Jesús dijo: ―La gloria que tú me has dado a Mí, Yo
se las he dado a ellos; que ellos sean uno, como Nosotros somos uno: yo en ellos y tú en
mí, para que lleguen a ser perfectamente uno…‖ (Juan 17: 22-23)

El Espíritu es el Don de Dios emanando en la Trinidad desde el corazón común del


Padre y el Hijo. Él es el desbordamiento de la vida divina dentro de la sagrada
humanidad de Jesús, y así, dentro del resto de nosotros, Sus miembros. ―¡El que tenga
sed, venga a mí; el que cree en mi, que beba! Como dice la Escritura, de su interior
brotarán ríos de agua viva‖ (Juan 7: 37-38). Juan nos dice que Jesús estaba hablando del
Espíritu cuando pronunció esas palabras. El Espíritu es el caudal de agua viva que brota
en aquellos que creen. Es el mismo Espíritu que ocasiona que nuestros corazones se
regocijen por la confianza en Dios como Padre que él inspira. Abá, la palabra que
espontáneamente brota en nosotros, resume nuestra intimidad con Dios. Nosotros somos
penetrados por Dios, y profundizados dentro de Dios, a través del Espíritu misterioso, todo
envolvente, todo absorbente, todo incluyente.

Jesús en su oración sacerdotal por sus discípulos rezaba: ―Te pido que todos ellos
estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros,
para que el mundo crea que tú me enviaste‖ (Juan 17: 21) Es el Espíritu quien origina que

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seamos uno con el Cuerpo de Cristo. Todos hemos recibido el mismo Espíritu
vivificándonos y ocasionando que estemos en Cristo, en el Padre en el Espíritu.

Nosotros estamos en Dios, y Dios está en nosotros, y la fuerza unificadora es el


Espíritu. Vivir en el Espíritu es la realización de cada ley y mandamiento, la suma de
cada deber hacia los demás, y el gozo de la unidad con todo lo que existe.

-oo-

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C A P Í T U L O IV
“T I E M P O O R D I N A R I O”

El tiempo ordinario es una temporada que debe mirarse desde la perspectiva de


Pentecostés, tiempo que ha sido transformado por los valores eternos introducidos por Jesús
en el continuo espacio temporal de la experiencia humana, por medio de Su entrada en éste.
Cada momento del tiempo cronológico pasa ahora a formar parte del precioso presente en
el cual los valores eternos están siendo ofrecidos, comunicados y transmitidos. El tiempo
cronológico y el eterno se reúnen en el misterio del momento presente y se hacen uno: los
caudales del tiempo y la eternidad se dirigen a la misma terminal. La liturgia, bajo la
influencia del Espíritu, examina las enseñanzas y el ejemplo de Jesús desde su perspectiva
contemplativa.

LAS BIENAVENTURANZAS

El fruto maduro de la gracia de Pentecostés es la práctica de las


Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas son actos de virtud inspirados por el
Espíritu, los cuales manifiestan la creciente vida de Cristo dentro de nosotros.

LA FELICIDAD VERDADERA

Cuando Jesús vio el gentío, subió a la ladera de la montaña. Después que Él se


sentó, sus discípulos se le acercaron y Él comenzó a enseñarles:

―Bienaventurados sean los pobres de espíritu, porque de ellos es el


Reino de los cielos‖.
―Bienaventurados sean los que sufren, porque ellos serán consolados‖.
―Bienaventurados sean los humildes, porque ellos heredarán la tierra‖.
―Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados‖.
―Bienaventurados sean los compasivos, porque Dios tendrá compasión
de ellos‖.
―Bienaventurados sean los de corazón limpio, porque ellos verán a
Dios‖.
―Bienaventurados sean los que trabajan por la paz, porque Dios los
llamará hijos suyos‖.
―Bienaventurados sean los perseguidos por causa de la justicia, porque
suyo es el Reino de los Cielos‖.
―Bienaventurados sean cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando
por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras…. ¡Alegraos,
estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa!
Así persiguieron también a los profetas que vivieron antes que vosotros‖.
(Mateo 5:1-12) Evangelio del IV domingo del Tiempo Ordinario.

La primera parte del Sermón del la Montaña contiene un número de afirmaciones


llamadas las bienaventuranzas que sumarizan las enseñanzas de Jesús acerca de la
naturaleza de la verdadera felicidad. Cada una comienza con el término ―bienaventurado‖,

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que significa ―Oh, qué feliz han de ser‖. Las primeras tres bienaventuranzas están dirigidas
a demoler los valores de los primeros tres centros de energía que han servido de base para
elaborar los programas de felicidad. Aquellos cuya motivación está basada en uno de
estos tres centros de energía, han diseñado para ellos mismos su propio programa
para la miseria humana.
Los primeros tres centros de energía son el producto de ciertos programas de
felicidad que se desarrollaron en una edad pre-racional y que en años posteriores las
personas defienden a toda costa. De ahí que Jesús enfatizara tanto el arrepentimiento
durante su ministerio, con lo cual está diciendo: “Cambia la dirección donde estás
buscando la felicidad”. Las bienaventuranzas brotaron del corazón de Jesús cuando vio
con infinita compasión que las multitudes que lo seguían parecían ―como ovejas sin
pastor‖, cada una por su lado—es decir, sin rumbo, descarriadas. En lenguaje moderno los
proyectos de los primeros tres centros de energía podrían describirse como ―Volar en jet sin
saber a dónde‖ (‗Jetting to nowhere‘—frase coloquial en inglés). Las bienaventuranzas nos
dan algunas ideas de cómo desmantelar estos centros de energía, para así, podernos acercar
a la verdadera felicidad.
Las primeras tres bienaventuranzas pueden ser resumidas por el mandamiento
―Ama a tu prójimo como a ti mismo‖. Si ese mandamiento se viviera, desmantelaría
rápidamente el sistema del faso-yo. Es completamente imposible amar a nuestro prójimo
como a uno mismo mientras estemos actuando bajo el impulso de las fantásticas demandas
por seguridad y supervivencia, poder y control, afecto y estima.
Las siguientes cuatro bienaventuranzas están dirigidas a más elevados niveles de
conciencia. Una vez que el amor al prójimo se ha afianzado, el divino amor comienza a
desplegar sus secretos. Las últimas cuatro bienaventuranzas puede resumirse en el
mandamiento de Jesús: ―Amad a los demás como Yo os he amado‖. Esta dimensión del
amor es más profunda y más incluyente que el amar al prójimo como a uno mismo.
Consideremos la primera bienaventuranza: ―Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de Dios‖. ¿Cuál es el Reino de Dios? Es lo que Dios hace en
nosotros. No es ciertamente una regla de vida de nuestra propia hechura. Es la apertura
que permite a Dios entrar a nuestras vidas en cualquier tiempo. Consecuentemente,
presupone la flexibilidad para adaptarse a cualquier acontecimiento y circunstancia y a la
voluntad de dejar ir nuestros propios planes en favor de las inspiraciones que provienen del
Espíritu.
¿Quiénes son los pobres de espíritu? Los pobres de espíritu son los oprimidos, los
discriminados, los despreciados en una cultura particular. No cuentan para nada, son
insignificantes, la gente considerada como ‗don-nadie‘. El término abarca a aquellos que no
son necesariamente pobres en lo material, aunque esto puede ser uno de los factores que
hacen al indigente objeto de desdén de aquellos que están en mejor condición. La pobreza
evangélica se dirige a aquellos que sufren cualquier forma de privación humana. Las
palabras adicionales ―de espíritu‖, apuntan al hecho de que para experimentar la
bienaventuranza, no basta ser pobre materialmente y sufrir alguna aflicción, es necesario
aceptar esa dolorosa condición. Los pobres de espíritu son aquellos que están
anuentes a soportar la aflicción de cualquier clase por amor a Dios.

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La bienaventuranza final declara que aquellos que son perseguidos por abogar por
la justicia o la verdad, se sienten especialmente colmados de dicha porque tiene una
participación especial en el Reino de Dios, que es la felicidad plena. Uno no es
normalmente perseguido por su inactividad, sino por tratar de cambiar las injustas
estructuras sociales. Esto nos advierte que los pobres de espíritu no son simplemente
pasivos para enfrentar las circunstancias opresivas en las cuales ellos se encuentran.
Es verdad que su primera reacción o respuesta, es aceptar las cosas como son. Pero la
voluntad de Dios podría sugerirnos asimismo, que actuemos para corregir, mejorar, o
cambiar las estructuras injustas u opresivas situaciones de modo que estén de acuerdo con
la voluntad de Dios y como el Espíritu Santo inspire.
Aceptarlo todo pasivamente puede indicar una personalidad de dependencia
pasiva que se apoya demasiado fuertemente en agradar a los demás, especialmente a
figuras de autoridad con el objeto de apuntalar así el frágil sentido propio de seguridad. La
aceptación pasiva podría también resultar de años de sufrimiento a causa de algún tipo de
opresión psicológica, física, socioeconómica o religiosa que ha terminado por minar la
propia capacidad para seguir resistiéndose a la injusticia o para tener cualquier iniciativa
significativa para oponérsele. La opresión de cualquier clase, si continúa por un largo
período de tiempo, agota o aplasta el potencial de la voluntad para actuar, y relega a las
víctimas al enorme vertedero de inercia e indiferencia humana.
Los pobres de espíritu, entonces, son aquellos que aceptan la aflicción
activamente, no pasivamente. Ellos aceptan gustosamente la situación como lo que es--un
hecho de la vida—y luego tratan de mejorarla. Esto es cooperar con Dios y esta es la
vocación básica del ser humano. Es el mensaje del Jardín del Edén. [Gen 1:27-31]
De toda la gente que ha vivido en la tierra, Jesús, el Hijo de Dios, fue el más libre
de escoger dónde nacer, dónde vivir, y dónde morir. Sus elecciones son impactantes, por
decir lo menos. No tienen ningún parecido a los programas de los primeros tres centros de
energía que nos tienen plagados a nosotros los demás seres.
Primero que nada, Él vivió en un poblado que fue considerado como insignificante.
En un texto se lee: ―¿Puede acaso salir algo bueno de Nazareth?‖(Juan 1:46). Más adelante,
Jesús insiste en ser bautizado por Juan el Bautista. Cuando Juan objetó, Jesús replicó:
―Hemos de hacerlo si queremos cumplir con todo lo que Dios manda. El bautismo de Juan
era un llamado al arrepentimiento. Jesús quería reforzar ese llamado experimentando el
bautismo de Juan Él mismo. El Bautismo es un compromiso para liberarse uno de las
excesivas demandas de seguridad y supervivencia, afecto y estima, poder y control. La
bienaventuranza del pobre de espíritu se enfoca en el centro de seguridad que
constantemente demanda que todo abunde más y que sea mejor a fin de sentirse seguro.
Jesús pudo haber sido un austero asceta como Juan el Bautista, pero en vez de ello,
escogió un punto medio. Comía con pecadores y bebía vino, dos cosas que los discípulos
de Juan nunca pensarían hacer. Él habló en público con mujeres, algo que se supone, un
Rabí de ese tiempo nunca haría. Jesús estaba libre del conformista nivel de moralidad en
que sus contemporáneos estaban atrapados. Él no quiso someterse a las costumbres locales
que existían para satisfacer las sensibilidades religiosas de ese tiempo.
Al final, Jesús murió en medio de dos criminales, traicionado por un amigo, y
abandonado por Sus discípulos. Ningún benefactor público había estado alguna vez tan

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profundamente afrentado desde cualquier punto de vista y rechazado tanto por las
autoridades civiles como las religiosas. En el ejemplo de la vida de Jesús, el ser es más
importante que el hacer; no es cuán exitoso es uno, sino quién es uno, lo que cuenta.
Como en el ejemplo de Jesús, una vida de trabajo puede ser completamente destruida y aún
así, la propia vida puede ser un inmenso éxito. Efectivamente, la destrucción de una vida de
trabajo es una de las formas clásicas a través de las cuales Dios conduce a sus siervos para
su entrega final. El camino espiritual se hace más exigente a medida que se avanza,
pero también, más liberador.
Toda la creación es nuestra, a condición de que no tratemos de poseerla. El
innato deseo de sentir seguridad, es un obstáculo para disfrutar de todo lo que existe. Esto
no significa que no podamos tener posesiones para nada, sino que necesitamos ser
desapegados de cualquier cosa que tengamos. De otra manera, perdemos la verdadera
perspectiva, y con ella, el gozo de esta bienaventuranza. Juan de la Cruz escribió, ―Si tú
quieres poseerlo todo, desea no poseer nada‖. Cultivando una actitud no-posesiva hacia
todo, incluyendo nosotros mismos, todo es experimentado como don. Entonces, es
cuando se es auténticamente pobre de espíritu y encontrará gozo en todo.

“UN NUEVO TIPO DE CONCIENCIA”

Bajando con ellos, Jesús se detuvo en un llano. Un gran grupo de sus


discípulos, además de un gran número de gentes de todo el país judío,
incluida Jerusalén y el litoral de Tiro y Sidón, habían acudido a escucharlo y
a ser curados de sus enfermedades. Cada uno en el gentío se esforzaban por
tocarlo y salía de Él un poder sanador que los curaba a todos. Así fue cuando
Él, levantando los ojos y fijándolos por encima de Sus discípulos, habló como
sigue: ―Bienaventurados sean los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino
de Dios; Bienaventurados son los mansos y humildes, porque ellos heredarán
la tierra. Bienaventurados sean los que sufren, porque ellos serán
consolados‖. (Lucas 6, 17-20 y Mateo 5, 3-5)

En este relato del Sermón de la montaña, se nos dijo que una gran multitud se había
reunido. Muchas de las personas habían venido a ser sanadas de sus enfermedades y
carecían de instrucción espiritual. Jesús simplemente presentó sus enseñanzas para todos
los que se encontraban presentes. Podemos estar seguros entonces, que Sus palabras
estaban igualmente dedicadas a nosotros.

Veíamos que los pobres de espíritu eran aquellos que estaban afligidos por causa de
su amor a Dios. La gente que está marginada de los símbolos normales de seguridad, tiene
la disposición ideal para el Reino de Dios porque nada tiene que perder. Alguien que
nada tiene que perder, obviamente está mucho más dispuesto a permitirle a Dios que
entre a su propia vida. Jesús en Su enseñanza sugiere que la sanación de nuestro centro de
seguridad llega cuando confiamos en que Dios se hará cargo de nuestras necesidades. En el
Sermón de la Montaña, Jesús amplía el significado de dejar ir la ansiosa búsqueda de más y
más posesiones para apaciguar nuestros sentimientos de seguridad:

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―No os preocupéis de qué comeréis o qué beberéis o qué ropa os pondréis.
¿Acaso no es la vida más preciosa que el vestido? Observen a esos pájaros, ellos no
siembran ni cosechan o almacenan provisiones en los graneros, así, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que estas aves?
Observen a los lirios del campo, cómo crecen ellos. No trabajan ni tejen, ni
Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.‖
―Bienaventurados sean los que sufren, porque ellos serán consolados‖. El amor
distorsionado por el egoísmo quiere aferrarse a los efímeros o ilusorios proyectos de
felicidad. Cuando dejamos ir tales cosas, seguramente sentiremos la pérdida y la
correspondiente emoción de pesar. Este pesar no es el mismo que proviene de la falta de
disposición para dejar ir lo que se nos pide o toma de nosotros y que podría dar lugar a
desánimo, depresión, y aún desesperación. La disposición para dejar ir y sobrellevar la
pérdida de lo que amamos, da lugar a una nueva libertad interior que nos capacita a
vivir sin lo que previamente pensábamos que era tan esencial. Esa libertad con su
acompañante paz es la consolación que es prometida en la bienaventuranza. Nosotros
debemos permitir que este aflictivo período siga su curso y no escapar del mismo. Ni
tampoco deberíamos pensar que hay algo mal si algunas veces echamos una mirada
retrospectiva a algo que dejamos atrás o somos alcanzados a veces por una reacción
violenta de agitación emocional. De hecho, nunca perdemos algo que verdaderamente
merece ser amado; simplemente entramos a una relación más madura con ello.
―Bienaventurados son los mansos, porque ellos heredarán la tierra‖. Los mansos
son aquellos que no se encolerizan al enfrentar los insultos e injurias y han comenzado
a desmantelar sus necesidades o demandas de control hacia otra gente, eventos y sus
propias vidas, cuando ellos experimentan un insulto o humillación, no lo sienten como una
pérdida de poder. Por lo tanto, están libres para continuar mostrando amor. Los mansos
rehúsan injuriar a otros a pesar de la provocación. Ellos no juzgan. Podrían no aprobar
la conducta o principios de alguien, pero rehúsan emitir juicios morales acerca de la
persona en cuestión. Mas bien, la libertad de sus centros de control-poder, les permite tener
gran compasión por aquellos que están aún atrapados en sus camisas de fuerza de
necesidades de poder que nunca descansan y que nunca podrán ser satisfechas.
La enseñanza de Ghandi quien practicó la abimsa (usualmente traducida como ¿la
práctica de la no-violencia), apunta a una nueva clase de conciencia, en la cual, en vez de
retornar ojo por ojo y diente por diente, uno va mostrando amor. Abimsa no es una actitud
pasiva sino una que activamente muestra amor sin importar lo que suceda. El amor es tan
delicado y sincero que rehúsa sacar ventaja del perseguidor cuando éste está
vulnerable.
La mansedumbre propuesta en esta bienaventuranza no es pasividad sino la
firme determinación de continuar amando sin importar cuánta maldad nos haga otra
persona. Se cree que mostrar amor es la verdadera naturaleza del ser humano. Esta
conducta socava la violencia en sus raíces. La violencia tiende a engendrar violencia.
Cuando la gente se siente atacada, se defiende. No existe final de la cadena de violencia
hasta que uno de los contendientes rehúsa responder de ese modo. La determinación de
continuar amando a pesar de la provocación inmensa, es la única manera de
conseguir paz entre las familias, las comunidades y las naciones. Esto presupone y
manifiesta la libertad interior a la cual nos invita el Evangelio.

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Extenderse hacia los demás

Jesús ahora entró a Jericó. A medida que caminaba por la ciudad, se registró un
gran revuelo. Un hombre llamado Zaqueo, que era un alto oficial entre los recaudadores
de impuestos y acaudalado a la vez, tenía curiosidad por averiguar quién era Jesús, pero
debido a la presión del gentío, no tenía oportunidad de hacerlo porque era de baja
estatura. Con el fin de poder observar a Jesús, corrió y se encaramó en un árbol de
higuera, ya que se esperaba que Jesús pasara por allí.
Cuando Jesús llegó al sitio, levantó la vista. ―Zaqueo‖, le dijo, ―baja rápido; hoy
debo hospedarme en tu casa‖. Descendiendo rápidamente, gozoso le dio la bienvenida a su
casa. Un murmullo corrió entre el gentío de espectadores, ―Él ha dado un giro‖,
comentaban, ―al aceptar la hospitalidad de un pecador‖. Entonces Zaqueo se irguió y dijo
estas palabras al Señor, ―Doy mi palabra, Señor, que daré a los pobres la mitad de mis
posesiones, y si algo obtuve por extorsión en agravio de cualquiera, le devolveré cuatro
tantos‖.
Entonces, en su presencia, Jesús dijo, ―Hoy, la salvación ha visitado esta casa,
porque él es también un hijo de Abraham. Después de todo, es la misión del Hijo del
Hombre, salvar aquello que estaba perdido‖. [Lucas 19:1-10] Evangelio del domingo 31 del tiempo
ordinario.

Este Evangelio sobre Zaqueo es un ejemplo práctico de dos de las


Bienaventuranzas. ―Bienaventurados sean los que tienen hambre y sed de justicia, porque
serán saciados‖, se refiere a la vida sin la tiranía del sistema del falso-yo. Presagia la
terminación de los programas emocionales de la niñez temprana, cuya fuerza o vanguardia
ha sido mermada por la disciplina de la oración contemplativa. Los frutos de esa disciplina
se manifiestan a sí mismos en la determinación de practicar lo que es característico de este
nivel de conciencia humana, que es mostrar amor. El divino amor no es meramente
sentimiento; es el amor que se manifiesta por los hechos.
El principal sacramento de la cristiandad es Jesús mismo. Un sacramento es un
signo visible de la presencia invisible de la Gracia; comunica y transmite lo que significa.
Jesús transmitió lo que Él significó, amor divino, por su enseñanza y ejemplo. Él
manifestó cómo funciona la divina naturaleza. Reveló que la vida interior de Dios es don
puro; auto-donación que tiende a vaciarse de uno mismo. La humildad de Dios es
cesar de ser Dios. Dentro de la Trinidad, hay el total vaciamiento del Padre en el Hijo, y
del Hijo en el Padre. Lo que los mantiene enlazados es el Espíritu, el mutuo amor del Padre
y el Hijo. Cada miembro de la Trinidad vive en los demás más que en Sí mismo. Esto es lo
que significa la ―Tri-unidad‖: una naturaleza divina poseída por tres diferentes Relaciones.
La filiación es la única distinción en Dios, pero es infinita. Así, en la Trinidad, hay infinita
Unidad e infinita diversidad debido a la exclusiva relación de cada Miembro con la divina
naturaleza. Jesús manifestó esta unidad hasta el grado en que puede ser manifestada en un
ser humano.
Después de Jesús, el más grande sacramento es otro ser humano. Estamos
hechos a la imagen y semejanza de Dios. Más aún, aquellos que han sido absorbidos a
través de la fe y el Bautismo dentro del Cuerpo de Cristo, están creciendo como una
personalidad corporativa dentro de la plenitud de Cristo. Pablo llama a esto el Misterio que

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ha estado escondido desde el comienzo del mundo y que ahora es revelado en Jesucristo.
Tener hambre y sed de justicia es manifestar el amor divino bajo cualquier
circunstancia. Esto es para lo que los seres humanos fueron creados. Es nuestra naturaleza.
Todo lo demás es no-natural; cualquier otra disposición es anormal.
La siguiente bienaventuranza, ―Bienaventurados sean los que muestren
misericordia, porque Dios tendrá misericordia con ellos‖, describe el resultado de ir más
allá del egoísmo hacia el amor que es total auto-entrega. Es la imitación de Cristo y el
cumplimiento del nuevo mandamiento, “Amen a los demás como Yo os he amado‖.
Esto significa amar a los demás no sólo en su belleza oculta como miembros de Cristo, en
su concreción e individualidad; esto es, no tan sólo en sus rasgos de personalidad,
idiosincrasia y opiniones que podríamos encontrar irritantes o insoportables. Aún
enfrentando persecuciones e injurias, si uno disfruta la libertad interior de esta
bienaventuranza, uno continúa mostrando amor.
¿Cómo mostramos amor concretamente? ¿Cómo podemos construir una sociedad
cuando tenemos nuestros propios problemas que escasamente nos dejan suficiente tiempo o
recursos para cuidar de nuestra propia familia, negocios o vida espiritual? A medida que
nuestra conciencia respecto de las inigualdades en el mundo se incrementa, la cuestión de la
responsabilidad personal emerge con cada vez mayor grado de urgencia. Las naciones de
occidente consumen la mayor parte de los recursos mundiales mientras el resto de éstas
tiene escasamente lo suficiente para subsistir. Como individuos podemos sentirnos
abrumados por la injusticia en el mundo. Estamos dolorosamente conscientes que la
avaricia de unos seres humanos es la causa de la hambruna de otros Comprendemos que si
hubiera orden adecuado en la comunidad mundial y se compartiera la tecnología
equitativamente, nadie estaría hambriento ni por un solo día. Preguntamos qué significa
mostrar amor cuando no sabemos cómo hacer equipo con los demás, que ayuden a cambiar
gobiernos, instituciones y economías que no demuestren interés en la distribución
equitativa de los bienes de la tierra. Nuestro nivel de frustración crece a medida que nos
sentimos incapaces de efectuar algún cambio.
El autor de Cuidando a la Sociedad, (Robert L. Kinast), cuenta la historia de una joven
pareja que administraba un servicio de comidas a domicilio. Mientras formaban parte del
ministerio en prisiones, escucharon el caso de un interno que estaba a punto de ser liberado,
y necesitaba un trabajo. Ellos lo platicaron entre sí y decidieron ofrecerle un puesto en su
negocio. Estaban preocupados respecto de cómo aquel se desempeñaría, pero se sentían
inspirados a ofrecerle esta oportunidad, así que lo contrataron para repartir comida a sus
clientes. Cuando se supo que éste era un ex-convicto, un número de clientes se mostraron
preocupados y decidieron cambiarse a otro proveedor. La pareja comenzó a perder dinero y
eventualmente tuvieron que cerrar. En vez de despedir a su empleado, comenzaron otro
negocio de comida y lo integraron a éste. El nuevo negocio se convirtió en un mayor éxito
que el anterior. Mostrar misericordia es verdaderamente el mejor negocio que uno
puede hacer. Las fallas y las pérdidas pueden ser la forma en que Dios nos conduzca a
una mejor situación.
Zaqueo era el representante de una profesión despreciable de recaudadores de
impuestos, generalmente considerados los peores pecadores. Cuando Jesús llegó a Jericó,
este pequeño hombre se subió a una higuera para poder verlo mejor. Jesús alzó la vista y le
dijo: ―Yo quiero hospedarme en tu casa‖. Zaqueo estaba embelesado. Él descendió del

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árbol y recibió a Jesús en su casa. Preparó una gran fiesta e invitó a sus amigos de dudosa
reputación.
Después de unas copas de vino, el hombrecito, complacido de tener a Jesús en su
casa, se puso de pie y exclamó, ―Doy mi palabra, Señor, que daré a los pobres la mitad de
mis posesiones, y si algo obtuve por extorsión en agravio de cualquiera, le devolveré cuatro
tantos‖. Así, él libremente admitió el carácter poco ético de algunos de sus éxitos
financieros. La respuesta de Jesús fue: ―Hoy, la salvación ha visitado esta casa…‖. Puesto
que Zaqueo no se limitó a verlo pasar, sino que Lo hospedó en su casa, había sido
cambiado. La acción redentora había entrado a su casa mediante el don de la
hospitalidad.
Esto es exactamente lo que la pareja hizo en esta historia. Ellos pudieron solamente
quedarse impávidos observando mientras otras personas trataban de encontrarle acomodo al
ex-convicto. Ellos escucharon la petición de Jesús a medida que pasaba, “¿Me
invitarán a su casa?” Y ellos lo invitaron.
El movimiento interno para extendernos hacia alguien en necesidad, es la
inspiración del Espíritu. Para responder, uno tiene que dar el primer paso y mostrar amor
de alguna pequeña, práctica pero concreta manera. Si tu hambre y sed son de santidad, las
oportunidades de practicar esta bienaventuranza se multiplicarán.
El encuentro de Jesús con Zaqueo, es una sabia enseñanza que significa, ―Si tú
quieres practicar amor, no dejes pasar las oportunidades que están enfrente de tus
narices‖.

“EL MÁS ALTO GRADO DE FELICIDAD”

―Bienaventurados sean los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.


Bienaventurados sean los pacificadores, porque Dios los llamará hijos
Suyos‖. (Mateo 5:6-9)
Las oportunidades para satisfacer el hambre de santidad, están inmediatamente a la
mano si somos sensibles a las necesidades de los demás. De vez en cuando somos
apremiados a ofrecer alguna clase de asistencia a considerable costo para nosotros. Esta
propuesta tiene que ser apropiada a nuestro estado de vida; al mismo tiempo, nos reta a ir
más allá de nuestras rutinas y pre-concepciones, y a extendernos hacia alguien que requiere
atención especial. Esta es la inspiración que conduce a la bienaventuranza de la
misericordia, la cual es poner en práctica nuestra visión contemplativa.
El diálogo entre nuestra visión contemplativa y cómo la encarnamos, es la materia
de la siguiente bienaventuranza, ―Bienaventurados sean los de corazón limpio, porque
ellos verán a Dios‖. Los de corazón limpio ven a Dios en ellos mismos, en los otros, y en
los eventos ordinarios de la vida. Jesús dijo, ―El Hijo, nada puede hacer por Sí mismo; Él
solamente hace lo que ve hacer al Padre‖. Por lo tanto, Él está viendo todo el tiempo al
Padre. Lo que Jesús hace es representar Su visión del Padre en Su vida diaria y enseñanzas;
a fin de cuentas, en Su pasión y muerte en la cruz. Este es un punto importante para nuestra
práctica. La oración contemplativa es el lugar del encuentro entre la visión creativa de

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la transformación y la actual encarnación de esa visión día tras día. La práctica es la
traducción de la visión creativa en las circunstancias concretas de cada día.
Tenemos que enfatizar una y otra vez que la vida diaria es la práctica fundamental.
De aquí que, la encarnación de nuestra visión—como la vivimos—es de la máxima
importancia. Si no estamos disponibles para el diario encuentro con Dios en la O.
contemplativa, el diálogo dinámico entre la visión creativa y su encarnación práctica, estará
ausente en nuestras vidas; o al menos, no pasará por la íntima experiencia de
discernimiento de la O. contemplativa. Llevar a ambos, nuestra visión y nuestra actividad
juntos en diálogo vital, es percibir la recta manera de manifestar esa visión ahora. Tal vez
será un poco diferente mañana. No debemos responde a Cristo de una manera estática—
con el mismo conjunto de resoluciones o el mismo conjunto de herramientas al mismo
tiempo. Nuestra práctica debe ser ajustada a medida que escalamos la espiral ascendente
que la bienaventuranza describe. El águila vuela en círculos a medida que se levanta hacia
el sol. El mismo movimiento está presente en las Bienaventuranzas. A medida que damos
vueltas alrededor de la visión creativa, y vemos diferentes aspectos de ella, nuestro
entendimiento se enriquece. Adicionalmente a ir en círculos en el plano horizontal, a
medida que tratamos la espiral ascendente, también percibimos actualidad en el plano
vertical desde las siempre más elevadas perspectivas.
Enfatizar solamente la visión contemplativa es arriesgarse a estancarse en la propia
evolución espiritual. Enfatizar solamente su encarnación es correr el riesgo de agotarse, o
aún a perder la visión en sí misma. De aquí la necesidad de llevar a las dos juntas cada día
en confrontación y diálogo. Cada día es un nuevo despliegue de nuestra vida en Cristo. Las
sorpresas están siempre aconteciendo. Dios se reserva el derecho de inmiscuirse en nuestras
vidas en un instante, una que otra vez, dándoles la vuelta. Es esencial ser flexibles,
graduables, listos a ‗tirar nuestros planes‘ y ponerlos en el cesto de papeles a requerimiento
de Dios. Por ello, la visión contemplativa y su encarnación son esenciales, y el lugar
donde éstas se encuentran es la O. contemplativa. Esta es la clave para la preservación y
crecimiento de la visión creativa así como su apropiada encarnación en el día con día. Esto
es lo que conduce a la pureza de corazón, lo cual es la liberación del sistema del falso-
yo, y por consiguiente, la libertad de estar a la disposición de Dios y de aquellos a
quienes servimos.
La bienaventuranza de los pacificadores revela que estos son quienes han
establecido la paz dentro de ellos mismos. La paz no es una cándida simplicidad, sino la
perfecta armonía de inmensa complejidad. Es el delicado balance entre todas las facultades
de la naturaleza humana completamente sujetas a la voluntad de Dios y transformadas por
el divino amor en un bien afinado instrumento.
La pacificación es el normal desbordamiento de estar enraizado en Cristo. Los
pacificadores son aquellos que tienen la seguridad de ser los ‗niños de Dios‘. Ellos en
esencia son Dios actuando en el mundo. Ellos vierten en el mundo el ser que han
recibido de Dios, que es participar en Su divina naturaleza.
Hoy, Dios parece estar urgiéndonos a tomar más la iniciativa para ocuparnos de los
problemas globales y formar parte en la transformación de la sociedad, comenzando por
supuesto, en lo que está más cercano a nosotros. Una visión creativa libera un montón de
energía y puede transformar la sociedad más allá de nuestras fantasías. La divina

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transmisión de poder está más presente en aquellos que suben la escalera de las
bienaventuranzas más que en cualquier parte de la creación. El poder de las estrellas no es
nada comparado con la energía de una persona cuya voluntad ha sido liberada del sistema
del falso-yo y quien está de ese modo capacitado para co-crear el cosmos junto con Dios.
La alta prioridad de Dios es la creación de un mundo en el cual los bienes de la tierra
son equitativamente distribuidos, donde nadie es olvidado o dejado afuera, y donde
nadie puede descansar hasta que cada uno tenga suficiente comida, donde el oprimido
haya sido liberado, y la justicia y la paz sean la norma entre las naciones y religiones
del mundo. Hasta entonces, aún el gozo de la unión transformante está incompleto. El
compromiso de la travesía espiritual no es un compromiso de gozo puro, sino de tomar
responsabilidad por toda la familia humana, sus necesidades y destino. No nos
pertenecemos; pertenecemos a todos los demás.

“LA MÁXIMA BIENAVENTURANZA”

―Jesús dijo a Sus discípulos: ―Pero a vosotros que me escucháis os digo: amad a
vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian; bendecid a quienes os maldigan,
y orad por quienes os maltraten. Cuando alguien te golpee en la mejilla, ofrécele la otra
mejilla; cuando alguien tome tu capa, ofrécele también la túnica. Al que te pida algo
dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Haced con los demás como
queréis que los demás hagan con vosotros.
Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los
pecadores se portan así! Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros,
¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así! Y si dais prestado
sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También
los pecadores se prestan entre sí esperando recibir unos de otros! Amad a vuestros
enemigos, haced el bien y dad prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los
desagradecidos y los malos. Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.
―No juzguéis a nadie y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie y Dios
no os condenará. Perdonad y Dios os perdonará. Dad a otros y Dios os dará a vosotros:
llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá
con la misma medida con que vosotros midáis a los demás‖. [Lucas 6:27-38]- Evangelio del 7
domingo del Tiempo Ordinario.

La humildad es una relación de honestidad hacia todo: hacia Dios, hacia uno
mismo, hacia las otras personas y toda realidad. Dios es amor desinteresado, llegando al
extremo de vaciarse de Sí mismo y tratar de no ser Dios. Es un gran don ser desapegado de
los bienes del mundo; es aún un mayor don ser desapegado de todos los bienes espirituales.
Esta es la manera en que Dios se relaciona con nosotros: sin interesarse en Su propia
majestad o trascendencia, sino tratando de ser nadie—sin, por supuesto, mucho éxito. Debe
ser divertido cuando tú lo eres todo, para tratar de ser nadie. En cualquier caso, Su
disposición para abandonar todo lo que tiene o Es, parece caracterizar a la divina bondad y
compasión.

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Esta es la disposición a la que Jesús nos invita a imitar en la ladera de la montaña en
Su aparentemente casual sermón. Jesús nos urge a tener la libertad, no a abrigar una actitud
posesiva hacia algo, incluido uno mismo; a ser, sin querer ser algo especial; y a ser uno con
todo lo que existe, en una actitud integradora de pertenencia y participación. Uno de los
ejemplos de esta actitud es prestar sin esperar el retorno de lo prestado. Realmente, desde la
perspectiva de las Bienaventuranzas, uno solamente se está prestando a sí mismo. De
nuevo, no tiene sentido juzgar a los demás, porque eso equivaldría a juzgarse a uno
mismo. Esta disposición a entregar todo—el propio tiempo, energía, espacio, virtudes,
espiritualidad, y finalmente uno mismo—no es realmente una entrega de algo, porque, en
sentido verdadero, lo que sea que entreguemos, nos lo estamos dando a nosotros mismos.
Es como el gesto que se hace de abrir una mano para dar, viene siendo el mismo que se
hace para recibir.
Este vaciamiento personal que se hace para el bien de los demás, es una
continuación del mismo movimiento de no reservarse nada—kenosis—del cual hablamos
en otro tema, y que tiene lugar en la Sma. Trinidad, donde el Padre regala (o suelta) todo lo
que es al Hijo, y viceversa, y cada uno recibe en retorno el amor infinito que emana de la
Tercera Persona, El Espíritu Santo. A medida que uno manifiesta este amor, uno está
regalándolo y recibiéndolo todo en retorno, una y otra vez, pero abarcando cada vez más y
más. El mismo amor que uno regala, continúa viniendo de regreso, que es lo que nos
expresa el pasaje: “Medida bien llena, apretada y rebosante” [Lucas 7:38]. En la misma
medida en que se envía el amor, así regresa para caer en nuestro regazo. Este amor
compasivo, desinteresado y que no condena, es la Fuente de todo lo que existe; la
máxima bienaventuranza es fundirse en él.

“LAS PARÁBOLAS”

Una cosa es comunicar a los demás las conclusiones y admoniciones basadas en la


propia experiencia espiritual profunda…otra cosa totalmente distinta es tratar de comunicar
esa experiencia en sí misma, o mejor, ayudar a la gente a encontrar su propio encuentro
máximo. Esto es lo que pretenden hacer las parábolas de Jesús: ayudar a los demás dentro
de sus propias experiencias del Reino de Dios, y basar en esas experiencias su propia forma
de vivir. (John Crossman, "In Parables," p. 52)

EL REINO DE DIOS

Jesús propuso al gentío otra parábola: ―El Reino de los Cielos puede
ser semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Cuando
todos estaban durmiendo, su enemigo vino y sembró cizaña entre el trigo, y
luego huyó. Cuando la cosecha comenzó a madurar y a producir grano, la
cizaña también hizo su aparición. Los esclavos del propietario vinieron pronto
a decirle, ‗Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ha
salido cizaña?‘ él contestó, ‗Yo veo la mano del enemigo en esto‘. El esclavo le
dijo, ‗¿No quieres que vallamos y la cortemos?‘ ‗No‘, replicó él, ‗no sea que
cuando arranquen la maleza, arranquen también el trigo. Déjenlos crecer
juntos hasta la cosecha; entonces, al tiempo de la cosecha, ordenaré a los

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segadores, ‗Primero colecten la cizaña, átenla y arrójenla al fuego. Entonces
reúnan el trigo en mi granero‖.
Él propuso entonces otro ejemplo: ―El Reino de Dios es como una
semilla de mostaza que alguien sembró en su campo. Es la más pequeña de las
semillas después de todo, pero cuando crece es la más grande de las plantas del
huerto. Se vuelve tan grande que los pájaros de cielo vienen y anidan en sus
ramas‖.
Y añadió esta parábola: ―El Reino de los Cielos es como la levadura
que una mujer toma y amasa en con tres medidas de harina, hasta que toda la
masa fermente.
Todo esto lo dijo Jesús al pueblo en forma de parábolas, y no les
hablaba sino en parábolas, para que se cumpliera lo que había dicho el
profeta: ―Yo abriré mi boca en parábolas; daré a conocer cosas que estaban
ocultas desde la creación del mundo‖. [Mateo. 13:24-35] Evangelio del domingo 16º del
Tiempo Ordinario.

Las parábolas revelan a Jesús como a un sabio maestro de cualidades


extraordinarias. A fin de entender sus enseñanzas, necesitamos entender la naturaleza
de lo que Él llama ‗El Reino de Dios‘. Este reino no consiste en un lugar, una forma
de gobierno, o aún las normas de Dios para controlar nuestras acciones y vida
interior. No es una organización dentro de la cual podemos caber. Generalmente se
introduce por medio de algún suceso—o serie de eventos—que cambian nuestras
vidas. Muchas de las parábolas describen situaciones en las cuales la vida de alguien
es repentinamente trastocada. En estas parábolas Jesús parece decir que esta intrusión
en la vida de uno es como el Reino de Dios se manifiesta a sí mismo. Permitir que la
propia vida sea trastornada requiere un cambio en el corazón. Y un cambio en el
corazón presupone un cierto desencanto con lo que habíamos estado
considerando como felicidad.
Las parábolas estaban dirigidas a personas que apenas estaban
desprendiéndose de sus programas egoístas de felicidad y volviéndose conscientes de
existe una alternativa. No es fácil dejar ir a aquello que creemos es esencial para
nuestra felicidad, aún en beneficio de participar del Reino de Dios.
Al comienzo de nuestra conversión, la mayoría de nosotros experimentamos
la molesta sensación de querernos mover más y más profundo en el Reino de Dios y
ser capaces de encontrarlo en la vida cotidiana. Pero al mismo tiempo, nos contiene el
apego que les tenemos a nuestras rutinas emocionales, fijaciones, formas de mirar las
cosas, y los comentarios acerca de personas y eventos que nos exasperan. Estas tres
parábolas ofrecen aliento a aquellos que están comenzando la travesía espiritual o
luchan por seguirla.
El Reino de Dios no es tanto lo que hacemos bajo la inspiración de Dios,
como lo que la divina acción obra en nosotros con o sin nuestra cooperación. El
Reino de Dios es a menudo inquietante, a juzgar por muchas de las parábolas. Un día
Jesús contó la parábola acerca de un labriego que estaba excavando en un campo y
encontró un tesoro escondido [Mateo 13:44]. Con el sin fin de movimientos de ejércitos
a través de Tierra Santa durante el período pre-evangélico, la gente a menudo
escondía sus valores en campo abierto, con la esperanza de regresar después y

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recuperarlo. De aquí que no era nada extraordinario que alguien excavara en un
campo y se encontrara un tesoro escondido. La parábola concluye: ―Inmediatamente,
aquel hombre vendió todo cuanto poseía y compró mese campo‖. Yo supongo que él
se construyó una mansión en algún lado. Su buena suerte cambió su vida. Ya no sería
más un labriego.
En otra parábola, Jesús describe la historia de un hombre que estaba en el
negocio de la joyería. Un día éste encuentra una perla de gran valor, entonces va,
vende cuanto tiene y adquiere y compra esa perla [Mateo 13:45]. Esta compra cambió en
mucho su vida, de la misma forma en que sucede hoy cuando alguien se saca la
lotería y cambia completamente su estilo de vida. El Reino de Dios irrumpe en el
curso de nuestras ocupaciones habituales, negocios o vida familiar cambiando las
situaciones. La forma como reaccionamos ante esa irrupción, es lo que determina
si entramos o si pertenecemos al Reino de Dios. La disposición a permitir que Dios
transite en nuestras vidas, haga trizas nuestros planes y los tire al cesto de papeles, es
un buen comienzo.
Estas dos parábolas enfatizan el hecho de que el Reino de Dios es lo que
sucede. No es ninguna cosa que suceda. Es el hecho de la entrada de Dios a nuestras
vidas en cualquier momento, cambiando las cosas alrededor, y nuestro
consentimiento por la irrupción. Una vez que hemos hallado ‗la perla de gran valor‘,
o ‗el tesoro escondido en un campo‘, un conflicto surge entre nuestro deseo de estar
abiertos a las continuas intrusiones del Reino de Dios y nuestra habitual renuencia a
cambiar o ser cambiados. ¿Qué hacemos con esto? Las tres parábolas en el presente
texto ofrecen una perspectiva y un estímulo.
Un terrateniente de aparente solvencia sembró trigo en su campo. Muy pronto
apareció una maleza. Esta maleza no era cualquier hierba; era cizaña, que era la
apariencia misma del trigo. Es muy difícil distinguir uno de la otra. Los afanosos
labriegos preguntaban al dueño cómo pudo suceder tal infortunio. El dijo: ―Un
enemigo lo ha hecho‖; ellos le contestaron, ―¿podemos arrancarla?
―No‖, él replicó; ―Déjenlas crecer hasta su debido tiempo. Entonces
tendremos la cosecha y separaremos las dos, para evitar que al arrancar la cizaña,
perdamos algo de trigo‖.
Esta parábola es una advertencia a los excesos de celos reformistas para que al
ir de prisa no vayan a destruir lo bueno, aún si está mezclado con muchos malos.
Siempre habrá una mezcla de bueno y malo en todo hasta el fin de los tiempos. La
parábola nos recuerda que debemos tolerar al mal en nosotros mismos y tener
una actitud amigable hacia nuestras debilidades. Sentimos la atracción de la
Gracia para movernos a un siempre más profundo compromiso espiritual con Dios,
pero nuestras resoluciones suelen ser tan tenues a veces, que sentimos miedo de poder
perderlas.
Pero Jesús parece estar diciendo, ―No te preocupes‖. Dios espera que sintamos
confusión y debilidad. Podemos a veces ser incapaces de discernir de dónde
provienen nuestras actitudes y acciones, pero la parábola denota que el trigo es más
poderoso que la cizaña y eventualmente triunfará. En algún punto en nuestra travesía
espiritual nos encontraremos listos para separar el trigo de la cizaña. Dios nos

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advierte sobre darle a los cultivos tiempo para madurar y dejarle a Él la
cosecha.
La parábola relativa al grano de mostaza sugiere un enfoque positivo del
conflicto. La semilla de mostaza es una de las más insignificantes y diminutas de
todas las semillas. Pero cuando es puesta en tierra y se le permite crecer y madurar, se
convierte en el mayor de todos los arbustos. Los pájaros vienen y hacen sus nidos en
él. El mensaje es que, el Reino de Dios, como un grano de mostaza germinado, es
increíblemente poderoso, aún y cuando su energía esté fuera del alcance de
nuestras facultades. Aunque nos parezca insignificante y nos sintamos abrumados
por la densidad de la cizaña, no deberíamos tener miedo. Con el tiempo la
maduración de la semilla vendrá a pesar de las dificultades que parezcan estar
abrumándola.
La tercera parábola es acerca de la levadura en la masa. La levadura es un
organismo vivo y requiere agua para estar activo. El principio activante en el Reino
de Dios es la fe. La acción divina está al principio escondida de nuestra psique.
Así también, la levadura es difícil de identificar cuando está escondida en la masa.
Pero su poder inherente, cuando es activado, gradualmente, causa que la masa
aumente. Similarmente el Reino de Dios con el consentimiento de la fe, tiene el
poder de transformar; nos convierte en algo nuevo.
Jesús dispone los principios, ofrece la invitación, estimula, y finalmente apela
a nuestra libertad: ―Si tú quieres, el Reino de Dios es tuyo. Pero tienes la
responsabilidad de decidirte. Si escoges entrar, no tienes nada de qué
preocuparte. El mal en ti no doblegará al bien que ha sido sembrado. En algún
punto, la vida que ahora experimentas con tanto conflicto será transformada, y
todos los males que te agobian desaparecerán”.

“LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS”

Jesús presentó esta parábola a las gentes. Imaginen a un hombre, quien


antes de salir a un país lejano, llamó a sus funcionarios y les encargó a ellos su
dinero. Entonces le dio cinco talentos a uno, al otro le entregó dos, y a un tercero,
solamente uno; el monto entregado era en proporción a las habilidades de cada
uno. Él entonces se fue. Acto seguido, el receptor de cinco talentos fue a invertirlos
en una empresa y ganó otros cinco. De igual manera, el receptor de dos talentos,
fue y obtuvo otros dos. Pero el receptor de un talento, salió a escarbar un hoyo en
la tierra y allí enterró el dinero de su Señor. Después de un largo tiempo, el Señor
de aquellos funcionarios regresó y llamó a cuentas a aquellos. Así, el receptor de
cinco talentos se hizo presente y entregó cinco talentos adicionales. ―Señor‖, él
dijo, ―tú me entregaste cinco talentos ―Mira, he logrado otros cinco‖. ―Bien
hecho siervo bueno y fiel‖, díjole el Señor, ―Fuiste fiel en administrar cosas
pequeñas. Yo te pongo a cargo ahora de algo importante. Ven a compartir el gozo
de tu Señor‖.
Cuando el receptor de dos talentos se presentó, dijo, ―Señor, tú me
confiaste dos talentos; mira, yo he logrado otros dos talentos‖. ―Bien hecho,

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siervo bueno y fiel‖, le dijo el Dueño; ―Fuiste fiel al administrar algo pequeño,
Ahora yo te pongo a cargo de algo más importante. Ven a compartir el gozo de tu
Señor‖.
Finalmente el receptor de un talento, se presentó ante él y dijo: ―Señor, yo
se que eres exigente; cosechas donde no has sembrado, y almacenas lo que no has
segado. Así, yo evité hacer algo finalmente.
Pero el Señor tenía una respuesta para él: ―Tú, perezoso, siervo bueno
para nada‖, le dijo: ―tu sabías que cosecho donde no he sembrado, y almaceno
donde no he segado. Entonces, debiste haber puesto mi dinero en el banco, y a mi
regreso, al menos pude haber recuperado mi dinero mas los intereses. Quitadle el
talento que tenía y dénselo al que tiene diez. Así, el que tiene mucho, recibirá más
hasta que abunde en riqueza, pero aquel que sólo tiene poco, perderá aún lo que
tiene‖. [Mateo. 25:14-29] Evangelio del domingo 33 del T. Ordinario.
De acuerdo con los exegetas contemporáneos, las parábolas son la parte más
auténtica del Evangelio. Su carácter repetitivo ayuda a la memoria a retenerlas y repetirlas
con facilidad. Casi todas las parábolas están diseñadas para remover los valores de las
personas que estén escuchando, e invitarlas a reflexionar sobre lo que sus valores
realmente son.
En la parábola del Buen Samaritano, un sacerdote y un levita pasan de largo ante un
hombre que había sido golpeado y asaltado por los ladrones, y dejado a un lado del camino.
Ambos cruzaron al otro lado del camino para evitar estar cerca de él. El Buen Samaritano
cuida de la víctima, lo lleva a una hostería, paga por sus alimentos, le venda sus heridas, y
aún deja algo de dinero para que sea cuidado hasta que este samaritano regrese. En las
mentes de las personas que escuchan la historia, los samaritanos eran gente de la peor ralea.
La paradoja de un samaritano haciendo lo correcto, y dos respetables figuras religiosas
haciendo lo incorrecto, obliga a los escuchas a reflexionar. El trastocamiento de sus
expectativas los invita a plantear inquietudes respecto de sus propias motivaciones y
valores.
Podemos pensar que el servidor que escondió el talento en la tierra era alguien muy
listo. Después de todo, ¿no haríamos la misma cosa si sentimos que no somos muy astutos
en los negocios? Supongamos que el hombre hubiese invertido su único talento y lo
hubiera perdido en una mala inversión. No tendría nada. Él lo escondió en la tierra para que
al menos pudiere devolvérselo al dueño. Como él explicaba después, ―Yo tenía temor de
que no hubiera hecho una buena inversión con tu dinero. Conociendo que eres exigente; lo
escondí en la tierra para asegurarme de que lo tuviera para devolvértelo a tu regreso; aquí
está.‖
El Señor, en lugar de mostrase agradecido, le quitó el dinero de sus manos,
gritando: ―Tú flojo, siervo ¡bueno para nada! Aléjate de mi vista‖. Entonces le dio ese
talento a aquel que ya tenía diez. Nos quedamos pensando qué es lo que el hombre hizo
para merecer tal reacción. ¿Es mejor asumir algún riesgo o proteger lo que hemos recibido?
El Evangelio nos invita a la santidad y a un más alto nivel de conciencia. Esta
invitación involucra riesgo; significa crecer más allá de donde estamos. Nos pide
invertir nuestros talentos aún cuando sintamos que son inadecuados para una situación,

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ministerio o trabajo particulares. Significa que Dios, cuando nos llama a un ministerio,
no promete el éxito, especialmente el éxito inmediato.
La Parábola de los Talentos muestra lo que sucede a dos personas que aceptaron la
invitación. Ellas trabajaron duro y con la ayuda de Dios, doblaron su inversión inicial. El
hombre que enterró su talento es como aquellos quienes optan por el status quo porque
conocen cómo es éste; ellos están renuentes a abrirse a sí mismos al riesgo de la
travesía espiritual. Rehusan trabajar al potencial que Dios les ha dado, y entonces
obstruyen la evolución ascendente de la familia humana. Aún y cuando ellos no retrocedan
a más bajos niveles de conciencia, fallan en apoyar el desarrollo de la conciencia humana
hacia la conciencia de Cristo.
El hombre en la Parábola, escogió la seguridad como su proyecto personal de
felicidad, y al hacerlo, se cerró a sí mismo de la oportunidad de mayor crecimiento. Por
ello, el juicio: ―Quítenle este talento y dénselo a aquellos que ya están avanzados‖.
Nótese que esta parábola de los talentos está basada en el mundo de los negocios.
Todas las parábolas están basadas en eventos ordinarios: algunas en negocios, para
beneficio de la población urbana; algunos en actividades agrícolas, pesqueras, para
beneficio de la población rural. Cocinar, barrer, encender lámparas, sembrar, cosechar,
invertir, ir al banco—estos diarios acontecimientos forman la base de las parábolas. Esto
sugiere que la vida cotidiana es el lugar en donde el Reino de Dios tiene lugar. No
tenemos que ir a un monasterio, convento o ermita. No tenemos que ir a ninguna parte
porque el Reino de Dios está enfrente de nuestros ojos. Está “Cerca y a la mano”. La
unión divina está disponible para todos sobre la faz de la tierra. Nuestro potencial para
la divina unión está en el talento, por encima de cualquier cosa, que no debemos esconder
en la tierra.
La experiencia de tratar y fallar, es la forma de aprender a descartar los programas
auto-centrados de felicidad y abandonarnos al movimiento de transformación. El pecado es
el rechazo a continuar evolucionando. Al adherirnos a la mera seguridad y
supervivencia, nos privamos a nosotros mismos y a los demás de la oportunidad y la
aventura de seguir creciendo dentro del Cuerpo de Cristo.

“INCIDENTES DEL MINISTERIO DE JESÚS”

En el resplandor de Pentecostés, celebramos la vida histórica de Jesús a la luz de


nuestra experiencia en el Espíritu, quien nos introduce a la trans-histórica vida de Jesús. En
esta perspectiva, la gracia es la presencia y la acción de Cristo en nuestras vidas ahora
mismo, y los textos evangélicos son espejos reflejándonos la misma presencia y la acción
de Cristo en la vida de Sus discípulos
PEDRO EN CAFARNAÚM
Jesús y los discípulos llegaron a Cafarnaúm a donde el ya próximo
sábado, Él fue a la sinagoga a enseñar. Inmediatamente después, ellos fueron a
la casa de Simón y Andrés. La suegra de Pedro permanecía en cama por la
fiebre, y ellos apelaron a Él en su favor. Jesús aproximándose la tomó de la
mano y la puso de pie; la fiebre se fue y comenzó a servirlos. Después, cuando

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ya el sol se ocultaba, le trajeron a todos los enfermos y poseídos. En breve,
todo el pueblo estaba reunido a las puertas. Él curó a muchos que sufrían de
diversas enfermedades.
Muy temprano a la mañana siguiente, mientras aún estaba oscuro, Él se
levantó, dejó la casa y se fue a un lugar retirado a orar. Simón y sus
compañeros partieron en Su búsqueda, y cuando lo encontraron le dijeron:
―Todos te están buscando‖.
Él respondió: ―Vayamos a otro lugar, y visitemos a las aldeas vecinas.
Yo deseo predicar allá también. Este el propósito de Mi misión‖. [Marcos 1:21,
29- 39 ] Evangelio del quinto domingo del Tiempo Ordinario.

La travesía espiritual es idea de Dios. Nosotros no la inventamos. Ni nos


elegimos a nosotros mismos para ser candidatos a ella. Dios nos escoge. Por supuesto
Él no levanta el teléfono y dice: ―Fíjate que He hecho una reservación para ti‖. A
través de varias circunstancias en nuestras vidas, las puertas se abren y se cierran. No
somos nosotros quienes estamos persiguiendo a Dios, sino Él es quien nos
persigue. Cada esfuerzo que hacemos para ir a Dios es una mengua de nuestras
defensas contra la divina aproximación. Dios nos rodea con infinita misericordia como
la luz del sol. Pero nosotros tendemos a dejar las cortinas de nuestro cuarto cerradas;
ocasionalmente las dejamos entreabiertas para permitir apenas un tenue rayo de luz. Si
nos decidimos, podríamos abrir de un golpe las cortinas y así, ¡encontrarnos
bañados de luz!
Pedro es presentado en el Evangelio como uno de los seguidores de Jesús más
incumplidos e inestables. Solamente Jesús fue capaz de pensar en hacer de él un
apóstol. Pedro quería aquellas cosas que la gente de ordinario quería, solamente que
trasladado al terreno religioso.
Un día Jesús entro a la ciudad de origen de Pedro y comenzó a caminar por la
calle principal. Un hombre como Pedro quedó impresionado cuando Jesús se detuvo en
su casa y dijo: ―Permaneceremos aquí‖. Pero Pedro descubrió que su suegra estaba
enferma con fiebre. ―Dios mío‖, él pensó, ―tantos días tenía esta mujer para
enfermarse, y ¿por qué tenía que suceder ahora?‖
Jesús notó el malestar de Pedro, subió y tocó la mano de la mujer, y la puso de
pie. Después de los cual, ella bajó y preparó una comida que fue todo un éxito. Todo el
mundo estaba radiante con las celebraciones cuando el pueblo comenzó a agolparse a
las puertas de casa de Pedro, trayendo a sus enfermos para que sean sanados. Jesús
salió y los sanó a todos.
Todos se fueron a dormir muy edificados. Jesús se levanto muy temprano en la
mañana y se escabulló para orar en soledad. No le tomó mucho tiempo a Pedro darse
cuenta de que había desaparecido. El equivalente del Club Rotario local también notó
Su desaparición. Ellos apremiaron a Pedro diciéndole: ―¿Qué es lo que vamos a hacer?
¡No podemos perdernos a este hombre importante!‖ Piensa lo que significaría para
nuestra ciudad si Él hiciere aquí su cuartel general. Él realizó milagros a la puerta de tu
casa; sanó a tu suegra. Tú eres la persona adecuada para ir y traerlo de vuelta.‖

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En consecuencia con lo anterior, una delegación con Pedro a la cabeza salió en
busca del Señor. Cuando ellos lo encontraron Pedro dijo agitadamente, ―Todos te están
buscando‖. Él pudo haber agregado: ―Si Tú regresas, ¡nosotros te construiremos una
sinagoga y una casa! Negociaremos concesiones y Tú obtendrán una parte de los
ingresos‖.
Jesús respondió: ―Vayamos a otra parte‖. Nótese la expresión, ―Vayamos”,
esto es, ―tú y Yo‖; es como si Jesús estuviera diciendo: ―No me importa lo que la
demás gente piense de Mí. En lo que Yo estoy interesado es ¿qué piensas tú de Mí?
¿Estás dispuesto a ir a donde Yo quiero ir más que a donde tú quieres llevarme?”

“LANZARSE EN AGUAS PROFUNDAS”

―En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y


se sentía apretujado por la multitud que quería oír el mensaje de Dios. Vio
Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían
bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de
Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la
barca y comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar dijo a
Simón:
–Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.
Simón le contestó:
–Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada;
pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.
Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se
rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que
fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les
faltaba poco para hundirse. Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas
delante de Jesús y le dijo:
– ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!
Porque Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran
pesca que habían hecho. 10 También lo estaban Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:
–No tengas miedo. Desde ahora vas a pescar hombres.
Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con
Jesús‖.
[Lucas 5: 1-11] Evangelio del quinto domingo del Tiempo Ordinario.

Pedro no estaba listo para dejar su ciudad natal y regresó a sus negocios de
pesca. Jesús, sin embargo, continuó mostrando interés en él. Un día Jesús estaba a la
orilla del lago enseñando a una gran multitud. Él volteó a Su alrededor y vio a varios
botes pesqueros a lo largo de la playa. Él pudo haberse metido en alguno de los
diversos botes, pero escogió aquel de Pedro y predicar desde allí.

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Después de haber predicado por un buen rato a la gente, se volvió a Pedro y Le
dijo, ―Pongámonos en marcha hacia aguas profundas y pídele a tu gente que bajen sus
redes para tirarlas‖. Esta, no era una sugerencia bienvenida. La pequeña empresa
pesquera había estado intentándolo toda la noche, pero nada obtuvieron.
Los pescadores tomaron sus remos, remaron hasta la mitad del lago y echaron
sus redes. De súbito, un banco de peces entró a las redes. El boté comenzó a inclinarse
hacia un lado, y ellos tuvieron que llamar en su ayuda a otros compañeros en otro bote.
Ambos botes se llenaron tanto de peces que estuvieron a punto de hundirse. Cuando
ellos alcanzaron finalmente la playa, lo que sucedió hizo entender plenamente a Pedro,
sus ojos se hicieron cada vez más grandes. Él se dejó caer a los pies de Jesús diciendo,
―Deja mi bote, porque yo soy un pecador‖. Un sentimiento de pavor se había
apoderado de él y Jesús le dijo: ―No temas, Yo te haré pescador de hombres‖.
Nótese que fue mientras ejercía su ocupación habitual que Pedro fue convertido
definitivamente. Dios se aproxima generalmente a nosotros en donde estamos: con
hijos que son inmanejables, con un cónyuge que llega tarde a cenar, o con
parientes que son insoportables.

“PEDRO EN EL LAGO DE GENERARET”

―En Después de esto, (la milagrosa multiplicación de los panes y los


peces) Jesús hizo subir a sus discípulos a la barca, para que llegasen antes que
él a la otra orilla del lago, mientras él despedía a la gente. Cuando ya la hubo
despedido, subió Jesús al monte para orar a solas, y al llegar la noche aún
seguía allí él solo. Entre tanto, la barca se había alejado mucho de tierra firme
y era azotada por las olas, porque tenía el viento en contra. De madrugada,
Jesús fue hacia ellos andando sobre el agua. Los discípulos, al verle andar
sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo:
– ¡Es un fantasma!
Pero Jesús les habló, diciéndoles: – ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le respondió: –Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre
el agua.
–Ven –dijo Jesús.
Bajó Pedro de la barca y comenzó a andar sobre el agua en dirección a
Jesús, pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse,
gritó:
– ¡Sálvame, Señor!
Al momento, Jesús le tomó de la mano y le dijo:
– ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento.
Entonces los que estaban en la barca se pusieron de rodillas delante de
Jesús y dijeron:

95
– ¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!‖.
[Mateo 14; 22-33] Evangelio del 19° domingo del Tiempo Ordinario.

Habiendo despedido a la gente, Jesús se alejó para orar a solas. Estaba tan
absorto en su tiempo con Dios, que no notó que se había iniciado una tormenta en el
lago, y que Sus discípulos, a quienes había enviado a la otra orilla, estaban rebotando
en medio de las olas y el viento. Los discípulos estaban remando con todas sus fuerzas
pero no lograban avanzar. Jesús comenzó a avanzar hacia ellos caminando sobre las
aguas. ¡Pensaron que era un fantasma! Jesús los tranquiliza, ―No teman, soy Yo‖.
Las palabras ―No teman‖, parecen haber servido como un ‗toque de clarín‘ a
los oídos de Pedro, y éste respondió, ―Maestro, si eres Tú, ¡mándame que vaya
caminando hacia Ti sobre las aguas!‖
Jesús pudo haber dicho: ―Permanece en el bote, no quiero que tengamos dos
fantasmas caminando sobre del agua‖. En vez de ello, Jesús le dijo: ―Ven‖. Cuando
Pedro, después de unos pasos comenzó a hundirse, Jesús lo alcanzó y lo sacó del agua.
Tan pronto como todos estuvieron en el bote, Jesús le dijo: ―¡Cuan pequeña es tu fe!
¿Por qué dudaste?‖ No hay nada como la humillación y la falla, especialmente cuando
es presenciada por nuestros iguales, para ayudarnos a enfrentar nuestra motivación y a
preguntarnos importantes cuestiones: ¿Por qué lo hiciste? Los excesivos deseos de
seguridad y supervivencia, afecto y estima, y poder y control son motivos
desactualizados en lo que respecta al Evangelio. Puesto que Pedro estaba
profundamente enredado en ellos, esta era una experiencia crucial para él. Lo retaba a
cambiar la dirección en la cual él estaba buscando la felicidad y en particular, a
dejar de buscar la estima de los demás.

“LA MISIÓN DE LOS SETENTA Y DOS”

―Después de esto escogió también el Señor a otros setenta y dos, y los


mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde tenía
que ir.
Les dijo: ―Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos.
Por eso, pedidle al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla. Andad y
ved que os envío como a corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni
monedero ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie en el camino.
Cuando entréis en una casa, saludad primero diciendo: ‗Paz a esta casa.‘ Si
en ella hay gente de paz, vuestro deseo de paz se cumplirá; si no, no se
cumplirá. Y quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan,
pues el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa. Al llegar
a un pueblo donde os reciban bien, comed lo que os ofrezcan; y sanad a los
enfermos del lugar y decidles: ‗El reino de Dios ya está cerca de vosotros.‘
Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: ¡Señor, hasta los
demonios nos obedecen en tu nombre!
Jesús les dijo: ―Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes, y para que

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triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño. Pero no os
alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya
estén escritos en el cielo‖.
[Lucas 10: 1-9, 17-20] Evangelio del 14° domingo del Tiempo Ordinario.

La milagrosa redada de peces condujo a Pedro y a sus compañeros a dejarlo


todo y a seguir a Jesús. Así, Jesús comenzó a entrenar a sus discípulos para sus futuros
ministerios. En nuestro texto, Jesús reúne a un grupo de setenta y dos de ellos, y los
envía juntos de dos en dos, instruyéndoles a predicar el Reino de Dios y dotándoles de
poder para curar las enfermedades y expulsar a los demonios. El efectivo ejercicio de
estos dones de sanación debió haber sido sensacional. Quizás ustedes estén
familiarizados con los servicios de sanación que normalmente tienen lugar en el
movimiento carismático, algunas veces asistiendo miles de personas y a menudo
durando hasta cinco o seis horas. Numerosas personas son a menudo sanadas.
¡Imaginen la intensa emoción y el entusiasmo crecientes en estos servicios! Los
discípulos estaban evidentemente emocionados después de una breve iniciación dentro
del Reino de Dios; ellos eran capaces de sanar enfermedades y expulsar demonios.
Regresaron con el espíritu bien alto y contaron su exitosa experiencia al Maestro:
―¡Los demonios se nos someten en Tu Nombre!‖. Jesús, delicadamente puso fin a su
entusiasmo con estas palabras: ―Es bueno hacer milagros, pero no se emocionen
demasiados con estas cosas; alégrense más bien de que sus nombres están inscritos en
el cielo”. Con estas palabras, Él cambió el motivo de su entusiasmo, desde la
natural satisfacción por el éxito, a lo que verdaderamente está basado el
ministerio apostólico—el trabajo del Espíritu dentro de nosotros. Las virtudes
apostólicas vienen no por nuestros talentos naturales sino de un misterioso proceso de
vaciamiento en el cual nuestros talentos son puestos a la disposición del Espíritu
más que al orgullo.
Los discípulos no sabían qué hacer con la advertencia de Jesús; ellos tenían que
pensarlo. Es importante notar que Jesús envió a estos hombres con un ministerio
especial tan temprano en su formación; sus redes de pescar apenas salían fuera de sus
manos. En épocas anteriores, se creía generalmente que uno debería pasar largo tiempo
en preparación para un ministerio especial, quizás aún viviendo una vida de eremita
por algún rato. Al menos, parece necesario ir a un seminario o unirse a un monasterio
y sujetarse uno mismo a un austero régimen o a un altamente disciplinado estilo de
vida por un tiempo. Existe un gran mérito en tan estructurado medio ambiente.
Muchos famosos misioneros disfrutaron esa clase de preparación para sus ministerios.
Pero he aquí la paradoja. Cualquiera que sea el valor de tal enfoque sobre el
ministerio, no fue esta la manera en que Jesús preparó a sus discípulos. Su método fue
similar a aquel de un instructor de natación que suelta a sus estudiantes dentro del
agua. Jesús les confirió a sus discípulos un ministerio para el cual ellos estaban
completamente impreparados, conociendo que podrían disfrutar un éxito para el cual
estaban aún más impreparados. En nuestros días muchos ministerios han resurgido
para personas laicas que no habían existido durante siglos—consejeros,
administradores de parroquias, ministerios litúrgicos, testigos de justicia y paz,
trabajadores sociales. Estas personas a menudo tienen que comenzar sus ministerios

97
con poca o ninguna preparación. Uno se pregunta si deberíamos insistir en la
preparación adecuada o poner más fe a la manera en que Jesús envió a sus
discípulos—saltar y ver que pasa. Al menos no hubo peligro de que sus discípulos
pensaran que su éxito fue debido a que estudiaron la Escritura, teología, a todo lo largo
de su preparación. Los inexpertos discípulos conocieron que su éxito solamente
pudo haber provenido del otorgamiento de poder que Jesús les había concedido.
En nuestros días parece haber menos y menos tiempo para una preparación
prolongada sobre algún ministerio. Las demandas son grandes, la cosecha es
abundante, y algunos ministerios son tan difíciles que tomaría toda una vida prepararse
adecuadamente para ellos. La única elección es comenzar a ejercerlos.
Así pues, el Evangelio estimula a los ministerios de nuestro tiempo, pero con
esta precaución: No esperen obtener éxito. Los setenta y dos discípulos tuvieron éxito
inmediato. Tal vez a ellos les fue asegurado el éxito inmediato porque Jesús quería que
ellos cayeran en cuenta de su inhabilidad para manejarlo. En cada ministerio el éxito
viene normalmente acompañado tarde o temprano por pruebas, decepciones y
fallas.
En y a través de los altibajos en un ministerio, Dios purifica al ministro.
Como a los setenta y dos discípulos, Él podría lanzarnos a una demandante forma de
servicio para dejarnos encontrar de inmediato que no podemos hacerlo por nosotros
mismos. Una misión especial no es un signo de que somos santos; es un reto llegar a
ser santo. El sendero hacia la santidad es la experiencia de la falla; y fallar es seguro si
nosotros somos empujados a una forma de ministerio para la que no estamos
adecuadamente preparados. Si estuviéramos plenamente preparados, sería mucho más
fácil para nuestras familias, amigos, superiores y—sobre todo—para nuestra propia
imagen. Tal como es, la gente de seguro va a molestarse con nosotros—y nosotros
podríamos quedarnos completamente desmotivados con nosotros mismos.
Necesitamos entender que nosotros solamente crecemos en el ministerio a través de
la experiencia de fallas y humillación. Es volviéndonos humildes que uno es capaz
de practicar su ministerio correctamente, y la humillación es el camino a la
humildad.
A efectos de entender esta enseñanza de Jesús más concretamente, yo ofrezco
las siguientes pautas. Si tú quieres encontrar qué tan pobre monje o monja serías, únete
a un monasterio o convento. Si tú quieres encontrar qué tan pobre predicador serías,
ordénate. Si tú quieres encontrar qué tan pobre meditador serías, comienza a meditar.
Si tú quieres encontrar qué tan pobre oración harías, trata de orar. Si tú quieres
encontrar qué tan pobre esposo o esposa serías, encuéntrese un cónyuge.
Cuando las parejas casadas experimentan dificultades, ellos piensan que algo
anda mal con su cónyuge. Cuando un presbítero experimenta su incompetencia, piensa
que el obispo no es bueno. Cuando los mojes o monjas en un monasterio entran a la
noche de los sentidos, piensan que algo anda mal con la comunidad: ―Si la regla fuese
mejor observada, yo sería perfecto(a)‖, dicen; o, ―si los superiores fueran razonables,
yo estaría en la séptima morada con Sta. Teresa de Ávila‖.
El amor, nos hace vulnerables. El amor de otra persona (incluido Dios), nos
hace vulnerables. Tan pronto como confiamos en alguien, ya no tenemos que ser auto-

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protectores en su presencia, y nuestras defensas disminuyen. Entonces las fallas y
limitaciones que nunca hemos visto o que siempre tratamos de esconder, comienzan a
emerger tan claras como el cristal para beneficio de nuestros amigos, parientes,
colegas y cónyuges. Tales dificultades generalmente indican que nuestro ministerio
particular o relaciones, están yendo buen.
Una vez que aprendemos a aceptar las fallas, el amor crece. Nosotros no
crecemos a través de pensar en ello o por desearlo, sino solamente mediante la
experiencia de la falla.
Existen tres etapas de transformación que se repiten a sí mismas a medida que
subimos en la escalera espiritual. El primer peldaño es el esfuerzo humano—la
disposición a aceptar la invitación de Cristo para realizar un ministerio o una relación.
El segundo es el inevitable resultado de hacer algo para lo cual estamos
impreparados o somos inadecuados—la experiencia de la falla, la cual puede ser real
o aparente, privada o pública. El peldaño final es el triunfo de la gracia. Uno no
puede predecirlo; no puede demandarlo. De repente, después de que uno ha
perseverado por el camino de la humillación, las dificultades cesan y uno se encuentra
en un nuevo lugar. La experiencia de la falla nos ha enseñado cómo vivir y cómo
ejercer el ministerio, lo cual es actuar con completa dependencia en Dios.
No hay razón para entusiasmarse porquen tengamos un ministerio especial;
éste pudiera ser mayormente una cuestión de habilidades naturales. Más bien
deberíamos regocijarnos de que nuestros nombres estuvieran inscritos en el cielo.
Nosotros formamos parte del desarrollo del Plan de Dios para transformar la
conciencia humana. Nuestras fallas se convierten en la fuente de nuestra fortaleza,
de acuerdo con la fórmula de Pablo, ―Cuando soy débil, entonces soy fuerte‖ (1ª de
Corintios). Cristo entonces nos conferirá poder para ejercer nuestro ministerio con Su
gente de una manera que no conoce límites.
Por otra parte, si nosotros tenemos solamente un casual o inconstante
compromiso, bien sea con algún ministerio o con nuestro cónyuge en el matrimonio,
no le estamos dando tiempo suficiente a la dinámica del conocimiento propio para que
se desarrolle. Esa dinámica gradualmente muestra el lado oscuro de nuestra
personalidad y el sistema de nuestro falso-yo con sus auto-centrados programas de
felicidad que jamás pueden funcionar.
En cada vocación, los eventos y las otras personas, constantemente reactivan
nuestros programas emocionales de felicidad, al igual que la agitación que los
acompaña cuando estos programas se ven frustrados. Tal auto-conocimiento no es un
desastre, sino la condición necesaria para cambiar aquellos. Cuando estos programas
han sido desmantelados, veremos que nuestro ministerio u otro compromiso
comienzan a marchar solos, porque, toda vez libre de los obstáculos del orgullo y las
sutiles formas de egoísmo que mantienen al sistema del falso-yo, el Espíritu de Dios
puede trabajar en nosotros.
Los setenta y dos discípulos, turbados por el éxito obtenido, vinieron al Señor
esperando una palmada en el hombro, pero todo lo que Él dijo fue: “No se emocionen
por estos milagros que hicieron; cualquiera con un pequeño poder psíquico puede
hacer eso. Lo que realmente cuenta es que ustedes forman parte del plan de Dios.

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Por lo que hay que regocijarse es que han sido escogidos para llegar a ser divinos
y se unan a Mí en elevar la conciencia del mundo”.

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APÉNDICE 1

EL ROSARIO

Los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del rosario son los misterios de la luz
divina, la vida divina y el amor divino que la liturgia celebra desde Adviento hasta
Epifanía, desde Cuaresma hasta la Ascensión, y desde Pentecostés hasta el fin del año
litúrgico en los domingos del Tiempo Ordinario. La Navidad es la fiesta de la luz divina y
la Epifanía su culminación. Pascua de Resurrección es la fiesta de la vida divina y la
Ascensión es su culminación. Pentecostés es la fiesta del amor divino y el resto del año es
su expresión. La revelación de la luz, la vida y el amor divinos aumenta en proporción
directa al crecimiento de la fe, la esperanza y la caridad, y viceversa.
El rosario es la escuela para la oración contemplativa. Mientras que los labios y las
manos recitan las cuentas del rosario y la mente reflexiona sobre los misterios, la presencia
de Cristo en lo más profundo de nuestro ser despierta y descansamos en su presencia. Bien
sea que enfoquemos las palabras de cada oración en particular o que reflexionemos sobre
los misterios que se van desdoblando, es muy posible que nos sintamos atraídos a este
descanso. En ese punto dejamos atrás tanto las palabras como las reflexiones y tan sólo
disfrutamos la presencia de Cristo. Cuando Su presencia comienza a disolverse, retornamos
a las oraciones y reflexiones en el punto en que las dejamos. De esta manera estamos
subiendo y bajando por la escalera de la oración interior y permitiendo que se desarrolle el
hábito de la contemplación en nosotros.
Contemplación es algo que gradualmente penetra la vida cotidiana y se extiende para
que disfrutemos la presencia de Dios en la vida entera.

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APÉNDICE 2

LA LITURGIA CONTEMPLATIVA

Para los miembros de las comunidades contemplativas, la celebración de la


Eucaristía en un ambiente y una forma contemplativos, es extremadamente alentadora. El
silencio compartido es liturgia en todo el sentido de la palabra. La práctica del silencio
tanto exterior como interior como parte integral de la liturgia necesita volverse a establecer.
Tal como el Verbo de Dios surge del silencio del Padre, así los textos sagrados de la liturgia
deberían surgir del silencio de la comunidad. Es así como surten el efecto deseado.
Para preparar a la congregación a participar de esta manera, es de gran ayuda y hasta
necesario tener un vestíbulo que sirva para pasar de las actividades y preocupaciones
externas al santuario de nuestros corazones. La comunidad de Taizé ha creado una serie de
Cánticos que están a nuestra disposición. Si alguien el la congregación canta uno de estos
por 5 o 10 minutos al comenzar la liturgia (preferiblemente dividido en cuatro partes), se
creará una atmósfera adecuada de reverencia y de oración.
Después de cada lectura o serie de lecturas se podría guardar silencio por unos 10
minutos. Después de recibir la Eucaristía, podría compartirse otro período de silencio de
unos 20 minutos, si el tiempo de que dispone la gente presente lo permite. Se omiten los
himnos y los cantos y los movimientos se reducen al mínimo. Si el grupo es pequeño
podrían sentarse en un círculo alrededor del altar para ayudar a mantener una atmósfera de
reverencia y de silencio.
Los textos se leen despacio y con gran atención. Los gestos del que celebra la
liturgia y las oraciones eucarísticas se dicen con la máxima reverencia y sencillez. Una
breve homilía podría servir para invitar a los participantes a que se identifiquen y
comulguen con la presencia del Cristo resucitado presente en medio de ellos y dentro de
ellos.

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