DISCURSO Sobre La Incredulidad Moderna

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DISCURSO

Pronunciado por su autor en la distribución de premios de las escuelas primarias de Autlán.

Al Ilmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva, Arzobispo de Michoacán, dedica este discurso en testimonio
de su alto respeto y antigua amistad. El autor.

La humanidad, mezcla absurda de grandeza y pequeñez, recorre trabajosamente el sendero de la


vida, dejando a su tránsito huellas de dolor y estelas de luz, ruinas que revelan las miserias y
monumentos que cantan su grandeza; sarcófagos que recogen el polvo de la nada y torres de
Babel que levantan su orgullo queriendo escalar los cielos.

¿A dónde va el hombre sobre la tierra? ¿Qué busca ese gusano perdido en la noche de la vida, en
la inmensidad de los mundos? ¿Qué secreto resorte agita su febril actividad y lo impulsa a la lucha
por su existencia? ¿Qué luz ilumina los oscuros horizontes de su destino?

La eterna sabiduría del Creador, abandonó el mundo a las disputas de los hombres, para que estos
no conocieran la obra que hizo desde el principio, (1) y corrió el velo de sus misterios a la entrada
del santuario de las ciencias, para

Y el mismo hombre, si era mal conformado o pobre, debía desaparecer como un obstáculo para la
felicidad del rico, pues había hombres dotados por la misma naturaleza para el trabajo y otros
para el placer: los primeros nacían para obedecer, los otros para mandar. La virtud era sinónimo
de valor, y éste era la fuerza. He aquí el derecho.

La ciencia de aquellas remotas edades que alcanzaron la infancia del mundo, partía en sus
afirmaciones de las tradiciones prehistóricas, qué recogió el gran Moisés en su Pentateuco; Pero a
medida que se alejaba de su origen genuinamente divino, se infiltraron en ella los más groseros
errores.

Fue necesario un hecho grandioso que conmoviera profundamente los espíritus, un verdadero
cataclismo que trastornara en lo absoluto los fundamentos de la moral antigua, y señalando
nuevas rutas a la inteligencia, hicieron surgir ciencias nuevas en sociedades nuevas: revistiera de
esplendentes formas el arte y escribiera en los códigos de los pueblos, nuevos principios e
instituciones. Tal fue el cristianismo.

Apenas nacido a las márgenes de los azules lagos de Galilea y consolidado sobre las desnudas
rocas del Calvario, se difunde por el globo, penetra hasta la choza desmantelada del proletario,
cruza el dintel de los alcázares, repitiendo las sublimes máximas que predicara en vida, el Inmortal
ajusticiado del Gólgota. “Amaos los unos a los otros".

Desde entonces el pobre esclavo se sintió igual a su señor, y la libertad e igualdad fueron un hecho
sobre la tierra.

Desde entonces, la filosofía pudo resolver los grandes enigmas humanos, y las ciencias todas se
dignificaron al volverse cristianas. Se iluminaron los horizontes en la inteligencia, produciendo el
genio: el Crisóstomo, Jerónimo, Agustín, Orígenes, Tertuliano, Bossuet, Lacordaire, asombraron al
mundo con la pureza de su filosofía y la arrebatadora elocuencia de sus discursos.
El arte se revistió de grandiosas formas y las sublimes concepciones de Miguel Ángel, Rafael y
Murillo, derramaron la unción celestial que es prende como aureola " de luz en las miradas de sus
vírgenes".

Pero la falsa ciencia de nuestros días es la ciencia de las negaciones y también de las paradojas. la
filosofía positivista reniega del origen divino del hombre para demostrar que desciende del bruto;
duda de la existencia del alma y tiene que atribuir caracteres espíritu a la materia, no pudiendo
discernir qué cosa sea lo que dentro de nosotros siente, quiere y piensa; echa por tierra la
perpetuidad de "yo" después de la muerte y nivela nuestro destino al de los brutos, que, vienen
también a sentarse como nosotros al banquete de la vida y desaparecen después del escenario del
mundo sin esperanza de inmortalidad.

¿Qué significado tienen para semejante filosofía, palabras "moral", "virtud", "libre arbitrio",
"premio", "castigo", "bien" y "mal"?. ¡Huecas declamaciones de espíritus apocados, hipótesis
proahijadas por rancias doctrinas! aceptables apenas en el período álgido de la ciencia en que
vivieron nuestros padres!.

Niños, amigos: vosotros, que sintetizáis todas las futuras grandezas de la patria, todas las mas
santas aspiraciones de la sociedad; vosotros que al amparo maternal de la iglesia nutriz vuestra
inteligencia con la sana doctrina que informa a la verdadera ciencia, vosotros, digo, si podéis
contestar estos problemas que me propuse al principio: A dónde va el hombre sobre la tierra? qué
busca perdido en la noche de la vida? qué secreto resorte mueve sus actividades? qué luz ilumina
los horizontes de su destino?...

El hombre camina hacia el progreso, hacia su perfeccionamiento moral, intelectual inmaterial;


Busca su felicidad por la virtud y el bien obrar, y la esperanza del premio debido al bien, impulsa
sus energías para luchar durante la vida por su perfeccionamiento: la luz de la razón en armonía
con la fe en las grandes verdades reveladas, iluminan su paso por el sendero del mundo, y se dirige
tranquilo a su último destino, la eternidad.

Sólo la ciencia cristiana resuelve los grandes problemas humanos, " las luces sin moral son fuego
que devasta" y no hay moral que merezca tal nombre, fuera de la que está informada por los
principios augustos del Evangelio.

Señores:

Nosotros hemos visto morir un siglo que legó a los venideros, como blasones de su orgullo, altares
derrocados, templos profanados y al Cristo arrojado de las escuelas e Institutos.

Los Dioses del Antiguo Olimpo han descendido a la Tierra y nuestra juventud le rinde culto, porque
ella es sabia y niega las viejas creencias que en su corazón grabaron sus padres. Ya no hay Dios, la
fe se convirtió en quimera, la virtud no existe y "el becerro de oro" ocupa ahora las profanadas
aras del Dios de otros tiempos.

¡Salvemos a la niñez de ese escepticismo desconsolador, y habremos salvado todo lo que tiene de
más querido el corazón, de más sagrado la Religión y de más amable la humanidad¡ Ojalá y qué,
sobre las ruinas de una sociedad cuya moral se rebaja y cuya juventud tuerce el sendero del bien y
de la virtud, no tengamos que exclamar con un poeta contemporáneo:
¡Dichosos nuestros padres que creían¡

Dichosos nuestros padres que esperaban ¡

Mauro H. González

1) Manuel F. Othón. poesías. Ed. 1880

DISCURSO

LA INCREDULIDAD MODERNA

Que el hombre por la condición actual de su naturaleza, esté sujeto a mil debilidades y miserias,
de que todos sus esfuerzos no podrían librarlo nunca, es cosa bien triste y lamentable; pero que
en vez de empeñarse en atenuar, en cuanto esté a su alcance, un mal tan grave, se quiera gloriar
de su existencia y hacer alarde de la extensión que voluntariamente les da, es el signo
desconsolador de la más profunda abyección.

Esto precisamente es lo que pasa con los modernos incrédulos. Entre las miserias a que el hombre
quedó sujeto por la caída de nuestros primeros padres, la más profunda y la que acarrea más
terribles consecuencias, consiste en esa dificultad con que nuestro entendimiento se libra del
error y nuestro corazón se sustrae del dominio de las pasiones.

La verdad es la luz del alma, el alimento de la inteligencia y la norma de conducta; y esa verdad,
que en el orden religioso, es el título de honor del hombre sobre la tierra, porque sólo ella lo
distingue en dignidad de los brutos con quienes comparte la sensibilidad y otras circunstancias
interiores, es hoy atacada con esfuerzo supremo.

Al hablar de la incredulidad, observamos desde luego una cosa digna de atención. Lo que se quiere
significar con esa palabra y que en la moderna nomenclatura se halla encerrada en otras
semejantes, como filosofía, libre pensamiento, fuerza de espíritu, etc... Que es la falta de creencias
religiosas, sólo es el triste signo de una crasa ignorancia o de un inexcusable abandono en la
materia más grave y trascendental para todo hombre. No hay duda: la incredulidad de que hacen
profesión los libres pensadores, o es meramente afectada o significa la falta absoluta de
conocimientos en cuanto atañe al orden religioso.

Con plena convicción les podemos decir que para hacer el papel que representan, lejos de buscar
la luz y de ser llevados por el amor de la verdad, cierran los ojos o vuelven la vista para otra parte,
para no ver lo que tanto hiere sus miradas, que en su mayor parte conservan en el fondo de su
corazón esas creencias que niegan con sus labios: que en ciertos intervalos lúcidos en que sus
pasiones les otorgan alguna libertad, se complacen ellos mismos, en evocar sus recuerdos de
infancia, sus sentimientos juveniles y una época de fe y de paz interior de que ahora no pueden
gozar; que a veces y en la hora menos pensada hacen con satisfacción intima el panegírico de esa
religión que tan sistemáticamente combaten que sobre todo, cuando la adversidad llame a sus
puertas, la evocan como la única fuente de consuelo, y por último, que cuando se sienten
asaltados por el recuerdo de la muerte, que es el mejor consejero del hombre, forman el
propósito de replegarse y acogerse a ella, principalmente si es llegada la hora de tan terrible lance.

Esto demuestra que una incredulidad sólo cabe en quien ignora por completo ese conjunto de
sublimes verdades que constituyen las doctrinas de la Iglesia católica porque cuando la verdad se
halla frente a la inteligencia, está, por una necesidad de la naturaleza, se apodera de ella y se
forma aquellas convicciones que podrán ofuscarse por el desorden de las pasiones, pero que no
llegará a perderse por completo.

La incredulidad jamás es ilustrada, porque nunca es el resultado de la meditación concienzuda, ni


del estudio profundo de las doctrinas de la religión verdadera. La experiencia nos demuestra todos
los días, que sólo un carácter versátil, lecturas frívolas, ciencias superficiales o un corazón
corrompido, son los que forman el antecedente necesario de esa lamentable enfermedad del alma
humana; lamentable, porque constituye un mal intenso y desagradable y que en su carácter
negativo, huele a ignorancia, a falta de criterio, a defecto de sazonado juicio.

No tener creencias o carecer de convicciones sobre un punto, y esta carencia de convicciones que
presupone la falta de ideas, es, sustancialmente, la falta de conocimientos y de ciencia, o sea, la
ignorancia en la materia de que se trata. El incrédulo, es por lo mismo, un ignorante en religión, y
sobre presentarse como ignorante, carece de criterio y de juicio, porque en su indiferencia ve con
desdén cosas tan graves, que nada menos encierran en sí toda su suerte futura.

Pero también sucede que muchas veces, la incredulidad no es desinteresada. A la vista de un


incrédulo, el hombre de menos mundo, descubre bien pronto los motivos que lo determinan a
tomar ante la sociedad aquella extraña y violenta posición; porque en efecto, es situación violenta
aquella en que se expresa una cosa distinta de la que se siente y en la que se hace servir lo más
noble que el hombre tiene, que es su inteligencia y sus convicciones morales, a mezquinos
intereses materiales. La observación nos descubre a cada paso, a la ambición que eleva a los
puestos que se apetecen, la codicia que se procura los bienes materiales a toda costa, el orgullo
que siempre anhela una posición notable bajo algún aspecto o quizá pasiones más ruines, son la
causa determinante de tan lastimoso estado.

Al poner nuestra mano sobre la llaga que en la época constituye el mal dominante, debemos
confesar, en honor de nuestro país, que esa profesión completa de incredulidad, que en otras
partes se ha puesto de moda, no ha tomado entre nosotros considerable difusión y que es vista
con suma repugnancia en nuestra sociedad. Si las leyes están impregnadas de ese espíritu
moderno, las costumbres lo repelen vigorosamente, y el sentimiento religioso, que es la única
salvaguardia de la moral y del orden social, opone siempre un dique a su irrupción.

Una prueba y por cierto muy palmaria de nuestro aserto, la miramos en estos días, en que los
sentimientos de fe y religión rebosantes en el alma de nuestro sabio y virtuosísimo Prelado,
forman un eco sublime en el corazón de todos los michoacanos, que aclaman durante este mes,
ante todo el mundo, y con gran entusiasmo la soberanía de Jesús. Ante su trono de gloria hoy se
postran todas las clases sociales, desde las más elevadas e ilustradas hasta la más humildes de
nuestro pueblo, y sus oraciones por la felicidad del país entero, son también una valiente y
vigorosa protesta contra la impiedad o la incredulidad de unos cuantos.

Así, pues, entre nosotros, los sistemas anticatólicos, los ataques a la religión del país, se hallan en
abierta pugna con la opinión general, que mil veces, de mil maneras y ahora más que nunca está
demostrando que no quiere cambiar de creencias y que sólo desea el libre ejercicio de la única
religión que profesa y siempre ha profesado.

¡Márchese en el sentido de la opinión general, porque sólo así se consolidaran las instituciones y
se obtendrá la paz y bienestar duraderos!.

Progreso Cristiano Tomo IV. Núm. 24.

POESÍA

Leída por su autor en la solemne distribución de los premios a los alumnos de las Escuelas
Católicas de esta ciudad.

Niñez querida que jubilosa


En horizontes color de rosa
Miras alzarse bella ilusión,
Niñez querida que en tu inocencia
Vas por las sendas de la existencia
Extraña al duelo del corazón;

Niñez que miras en lontananza


Al ángel bello de la esperanza
Que te sonríe lleno de amor,
Y que en tu frente con embeleso
Sientes el dulce, bendito beso
Que en sus ternuras te brinda Dios;

Hoy por los caminos llenos de flores,


Donde no crecen los punzadores
Fieros abrojos de la aflicción,
Marchas alegre cortando rosas
Y persiguiendo las mariposas,
las mariposas de la ilusión.

Hoy en tu limpio cielo fulgura


Radiante el astro de la ventura,
Llenando todo de claridad.
¡Oh, cuán hermoso!, es en mi memoria
Al contemplarte, surge la historia
De mi primera, feliz edad.

Niñez querida, hoy en tu alma


Todo respira contento y calma,
Todo refleja dicha y candor;
Oh si esas horas, niñez bendita,
Siempre durarán mientras se agita
Lleno de empujes el corazón.

Más ¡ay! Las flores de la existencia


Pronto, muy pronto, por la inclemencia
De los dolores se secarán;
Y por camino triste y desierto
Caminarase con paso incierto,
Viendo entre brumas el ideal.

Y al astro hermoso que sus fulgores


Derrama ahora, de los dolores
La densa nube lo ocultará;
Y al alma quieta, ¡ay! Los turbiones
Desenfrenados de las pasiones
Con saña ruda la azotarán.

Más ¡ah! Que el alma cuando en la lucha


De la existencia, bramar escucha
Llena de enojos la tempestad,
Tiene un seguro, bendito abrigo,
Donde acogida, del enemigo
Todas la furias desafiará.

Y tiene un faro que la ilumine


Con sus fulgores, cuando camine
Mirando todo negro en redor;
Tú con anhelo, niñez querida,
Busca ese faro, busca esa egida:
De Jesucristo la religión.

Sigue las sendas en donde luce


La fe cristiana que nos conduce
A las moradas de eterna luz;
Nunca reniegues de la creencia
Que los pesares de la existencia
Solo se endulzan junto a la cruz!
Busca la ciencia, la ciencia sana,
La que en torrentes de luz, dimana
Del pecho abierto del Salvador;
La ciencia hermosa que muestra un cielo
La que te ofrece, lleno de anhelo
Y de cariño, tu gran Pastor.

Niñez que vienes regocijada,


Tras las fatigas de la jornada,
Las recompensas a recibir,
Yo te suplico que al gran Prelado
Que en sus bondades Dios nos ha dado
Nunca te canses de bendecir!
Diac. Porfirio Moreno.
POESÍA
Recitada por su autor en la Velada Literaria celebrada en Pénjamo en obsequio de nuestro Ilmo. Y
Rvmo. Prelado. El 11 del corriente.

Surjan las notas, las gigantescas notas,


Esas que llegan hasta el alto cielo,
Y en sus cadencias, de mi pecho
Expresen todo el anhelo.

Vibre la estrofa, la del himno augusto


Que canta el alma en su entusiasmo ardiente
Y que de excelsa inspiración en alas
Se alza potente.

Hable la voz de mi filial cariño,


Y exprese todo lo que el pecho abriga,
Y al gran Mitrado, gloria de la Iglesia,
Tierna bendiga.

Mirad! Su nombre, de la Patria amada


Brilla en el cielo, como sol radioso;
¡Oh! Ya la Historia consagró ese nombre
Como glorioso.

Y los clarines áureos de la fama


Doquier que la gloria pregonando van
Del gran Prelado que la Iglesia rige
De Michoacán.

Su gran figura en pedestal excelso


Se alza nimbada por fulgor de gloria;
Y por doquiera, bendecida, amada,
Es su memoria.

En la sagrada Cátedra derrama


Raudal copioso de sublime ciencia;
Y arrebata, subyuga y enternece
Con su elocuencia!

Al pobre niño que en la vida cruza


Envuelto en las negruras del dolor,
Sin abrigo, sin pan, sin el materno
Bendito amor.

Lo consuela, sus lágrimas enjuga;


Alivia su orfandad, dándole abrigo,
Ángel de caridad, con toda el alma
Yo te bendigo!

Educar la niñez, guiarla en el mundo


Por la senda del bien y la virtud
Y alentarla, mostrándole del cielo
La excelsitud.

¡Oh qué bella misión! Misión grandiosa


Que los ángeles miran con cariño!
Y esa misión tú cumples: Padres amante
Lores del niño!

Nada hay que estorbe la energía de tu alma


Cuando salvar a la niñez anhela;
Y frente a frente de la escuela atea
Fundas tu escuela!

A la impiedad, a la impiedad artera


Tu le arrebatas, al humilde obrero,
Y cariñoso luego, le señalas
El buen sendero.

Oh Pastor! La grandeza de tu espíritu


Mi corazón con entusiasmo admira;
Quise cantarla… me olvide que pobre
Era mi lira.
Calla mi musa… de tu humilde plectro
Débiles, tibios, lo cantares son…
Más tengo un plectro que con fuerza vibra:
Mi corazón!

Ese que vibre! Y que el ardor gigante


Exprese de mi pecho conmovido;
Y en un himno que al cielo se levante
Mi corazón entusiasmado cante
Tu grandeza inmortal, Padre querido!
Pbro. Porfirio Moreno.

DOS CORONAS
Homenaje al Ilmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva

El guerrero que siembra su camino glorioso


Con los tristes despojos de su fiero enemigo,
Y que audaz e incansable, sin cesar victorioso,
Ha logrado salvarse de su escudo al abrigo;

Es muy grande por cierto! Las naciones le admiran.


Y la gloria lo aclama con trompa guerrera,
Y saludan su paso los soldados que espiran
Con su calma de estoicos, con su calma altanera!

Ha sembrado de luto numerosos hogares


Destrozando los campos con férrea cureña;
Le obedece la tierra, le respetan los mares
Y en las cumbres más altas, se dibuja su enseña.

Al volver a su campo, triunfador y sonriente,


La diadema de gloria colocada en sus sienes,
Le conquista los nombres de aguerrido y valiente,
Y los pueblos vencidos acrecientan sus bienes.

El apóstol que marcha sin temor y recelo,


Con la cruz por espada, con la fe por escudo,
Que camina buscando la conquista del cielo
En combate sin treguas, en combate tan rudo;

Es muy grande por cierto! Más el mundo le olvida


O le cubre de oprobio, le escarnece y le infama,
Y si en campo remoto le abandona la vida
El recuerdo tan sólo sus virtudes proclama.

Ha llevado venturas a los pobres hogares,


El trabajo bendice, los pesares consuela;
Es un héroe ignorado que atraviesa los mares
Y a los pueblos remotos las verdades revela.

Al volver a los suyos, apacible y sonriente,


La corona de espinas, colocada en sus sienes,
Es más grande que el héroe sanguinario y valiente
Que destroza los cuerpos y arrebata los bienes.

Sois, Señor, un apóstol: vuestro celo fecundo


Por el bien de los hombres y su dicha futura,
Ha triunfado glorioso y a despecho del mundo
Atrayendo las almas con su amor y dulzura.

Más feliz que los héroes, conquistasteis el cielo,


Para el triste que sufre, para el pobre que llora,
Y por vos han mirado, con insólito anhelo
En las noches del alma, despuntar una aurora.

Sois Señor, un apóstol! Padecéis venturoso,


Por sembrar en el pueblo las verdades divinas;
Vuestro lauro es tan regio, como puro y hermoso:
Vuestra sien ennoblece la corona de espinas!

15 de julio de 1906
A. Martínez Aréstegui.

HOMENAJE AL ILMO. Y RVMO. SR. ARZOBISPO Dr. DON ATENÓGENES SILVA

Señor:
Se riegan a vuestro paso
Multicolores flores de raso
Y hojas de egregio laurel triunfal.

Yo de opulentas rosas carezco…


¡Ay! Son bien pobres las que os ofrezco
En homenaje de amor filial.

¡Se os glorifica!... ¡también yo acudo!


Traigo la ofrenda de mi verso rudo,
Pero en el habla mi corazón.

Son vuestras obras grandes y santas…


En ellas pienso, y a vuestras plantas
Hoy se arrodilla mi adoración.

Salve al apóstol de cuyos labios


Brotan profundos conceptos sabios
Resplandecientes de caridad!

Os ven absortas las multitudes


Alzar, con épicas actitudes,
El estandarte de la verdad.

Salve, ¡Oh apóstol! Vuestra palabra


es un excelso poder que os labra
el privilegio de persuadir.

Compenetrado de un firme anhelo,


A vuestros hijos mostráis el cielo
Para animarlos a combatir.

Señor, el libro de vuestras glorias


Es pregonero de las victorias
Que habéis ignorado contra el error.

¡Cómo os admiro cuando os contemplo


Ir predicando con el ejemplo
La ley de Cristo, la ley del amor!

Amar a todos es vuestro lema,


Conforme siempre con la suprema
Ley del Maestro que dijo: ¡amad!

Y amáis al pueblo, y al pequeñuelo


Al que atraviesa por torvo duelo,
Y al que ha rendido la tempestad.

Amáis al débil y al miserable


Y, generoso, para el culpable
Tenéis la dulce miel del perdón.

Y los inermes, y los caídos,


Los derrotados, los desvalidos,
En vos encuentran consolación,
A los cansados del sufrimiento
Hacéis que fijen el pensamiento
En las regiones de eterna luz,

Y que mitiguen su mal presente


Pidiendo fuerzas al Dios clemente
Que abre sus brazos sobre la cruz.

¡Cuán luminoso vuestro destino!


Holláis un amplio, feliz camino,
Satisfaciendo vuestra misión.

Porque os ha dado la Providencia


Con un tesoro de inteligencia
Otro tesoro de abnegación.

Por demostraros su amor se afana,


En vuestro día, la grey cristiana
Que dirigida por vos está.

Es que comprende la fe profunda


Que alienta en la alta labor fecunda
Que vuestro nombre perpetuará.

Es que os ha visto por todas partes


Dar a las ciencias, dar a las artes
Vuestra magnánima protección.

Es que os venera porque os ha visto


Llevar en triunfo de Jesucristo
El amantísimo Corazón.

Se os glorifica, noble Prelado,


Porque al humilde y al potentado
Ha conmovido vuestra virtud.

Y, realizando misión gloriosa,


Hoy a buscaros llega impetuosa
Una oleada de gratitud.

También que llegue mi huraña musa,


Que se arrodille toda confusa
Y palpitante por la emoción,

Y que se olvide de su tristeza,


Para que escuche Vuestra Grandeza
Lo que ha dictado mi corazón.
Y que se olvide de su fatiga
Y de sus duelos, para que os diga
En la rudeza de su cantar:

“Señor:
De ricas flores carezco.. Tomad, empero,
las que os ofrezco en homenaje de amor filial”.

Donato Arenas López.


Tomo IV. 1906

ODA
Recitada por su autor en la solemne
Inauguración de la sociedad
de las obreras católicas.

Allá... la ciega multitud que grita


con la fuerza de todos sus dolores
la bestia humana que feral se agita,
porque en su pecho siente que palpita
un corazón henchido de rencores.

Allá... la turba que con ansia loca


se revuelve y se choca
en confusión caótica y macabra;
porque en su ambiente negro y apostado
con genesiaca fuerza no ha vibrado
la creadora palabra, sublime y poderosa,
que haga surgir la aurora venturosa
en su cielo fatídico y nublado.

Allá... la mano encallecida y recia


del rudo proletario
con el puñal armado del sicario,
para segar la vida del magnate
que en su orgullo lo oprime y lo desprecia.
convertidos los hijos del trabajo
en muchedumbre estulta
que explota el prócer y el burgués insulta
y que al sentirse herido,
junta todas las fuerzas de su vida,
y grita y ruge: ¡ abajo propiedad!
y empuñando sucio andrajo
por pabellón, avanza
implacable, terrorífica, salvaje...
Cómo potente y furibundo oleaje
qué contra el dique del cantil lanza.

Allá... las hambres sin remedio alguno,


sin piedad las angustias,
desafiando la hambrienta muchedumbre
cargando con su fardo de dolores...
ah!.. no derrama allá sus esplendores
ni alienta con su lumbre
la divina creencia
que endulza y dignifica la existencia,
que brinda sus consuelos al obrero,
que enjuga sus sudores,
y que llena de férvidos amores
le evita el golpe fiero
de los crueles y negro sin sabores.

Aquí… el trabajo convertido en gloria;


el obrero ceñido de laureles,
y ritmando cantares de victoria
A golpe del martillo y los cinceles.

Aquí… el hogar modesto y venturoso,


templo de bienestar y de alegría,
donde encuentra el esposo,
amor, dicha y reposo,
tras la ruda labor de cada día,

Aquí… la esposa convertida en ángel


la mujer, respetada,
reinando en el hogar por el cariño,
y guiando al cielo la oración alada
que brota inmaculada
de los labios purísimos del niño.

Cuán distinguido el hogar en donde esplende


de la cristiana fe la claridad,
del hogar miserable, donde extiende
sus alas pavorosas la impiedad!
mujer trabajadora,
del hijo del trabajo compañera,
mira!... tus horizontes hoy colora
nueva, triunfante aurora,
de bendición y dicha mensajera.

Tu amante Padre con celoso anhelo


te llama en torno suyo y te congrega!
Acércate a su lado! llega! llega!...
qué quiere guiarte al esplendor del cielo!

Y tú, ínclito Apóstol,


Infatigable siempre en tu tarea
de Caridad, de bien y de progreso
al final de tu espléndida odisea,
recibirás el perfumado beso
con que consagra el inmortal la historia,
y triunfarás del tiempo, tu memoria
venerada y querida
palpitará por siempre con la vida
soberana y augusta de la gloria!

Diác. Porfirio Moreno

REDENCIÓN
Al Ilmo. Y Rvmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva

A dónde iba?... No sé… en mi cerebro


Se anidaban las sombras de la duda,
Marchaba solo y ciego, me olvidaba
De la Madre de Dios, a quién de niño
En los transportes de infantil cariño
Al lado de mis padres le rezaba.

¿Cómo pude olvidarte, Madre mía?


En las borrascas de la vida impía
Naufragaron mi culto y tu memoria!
Perdón, porque hoy mi anhelo
Sólo se cifra en alcanzar tu cielo!
Sólo se cifra en obtener tu gloria!

Oh Madre del Creador, óyeme! Escucha


De mi existencia en la penosa lucha
Murieron cual la flor muere en la tarde
Las creencias al llegar a mi negra noche;
Más hoy llenas de vida abren su broche
Al nuevo sol que en mi existencia arde!

I
¿Te acuerdas, Madre…? Agonizaba el día
Yo llevaba rugiendo en el alma mía
Terrible pena, desgarrante duelo...
De pronto en una iglesia no lejana
La suave y dulce voz de una campana
Me habló de Dios, de dicha y de consuelo.

Al templo penetré: en la polvosa


Pared hallé una tierna Dolorosa
Que me miró con honda compasión,
Y al recordar que aquél Santuario era
Dónde pasó mi comunión primera
Cuando aún puro tenía el corazón,
Dios sabe que mi llanto corrió a mares
Y que al llorar al pie de tus altares
Hallé santo consuelo, en mis dolores;
Al invocarte, Madre, hallé la calma,
¡Fuiste otra vez la Reina de mi alma
Otro templo te alzaron mis amores!

II
Perdona, Oh Madre, mi pasada vida
Mis dudas y mis faltas, todo olvida;
Te ama ya ves, mi corazón de hombre
Y bendice al Pastor lleno de celo
Que quiere guiarme hasta llegar al cielo
Y que también me perdonó en tu nombre.

I/20/1902
Alfredo Iturbide.
POESÍA
Recitada por su autor en la solemne
Inauguración del Instituto Científico
del Sagrado Corazón.

I
¡Adelante marchemos!
¡Es preciso arrancar a la victoria
Un lauro esplendoroso, que luchemos
Y luego con orgullo le brindemos
Siquiera un estandarte a nuestra historia.

Es preciso avanzar por el sendero


De la penosa vida
Con la mirada en la brillante egida;
Los que no hacen titánicos alardes
Es que son descreídos o cobardes.

Adelante marchemos, que soldados


Del sublime Profeta Galileo,
Jamás hemos caído fatigados;
Bien podrá sucumbir el necio ateo,
Más en lucha tenaz nunca se ha visto
Que ceda el que ama con amor de Cristo.

Nosotros no queremos abismarnos


En el piélago negro de la duda
Que atrae y mata con placer terrible;
El cielo nos escuda;
Si queremos luz para guiarnos,
Luz que al alma ilumina
Con destellos que besan,
Cual miradas que lloran y rezan
Una plegaria de la Luz Divina.

¡Luchar hasta morir, he ahí la gloria!


Pero luchar por la verdad del cielo:
Allí está nuestra fuerza y el consuelo
Y el que nos ciña un lauro de victoria.
¡Miradle sonreír! ¡Cuánto nos ama!
Y de sus ojos con la dulce lumbre,
De nuestro pecho la esperanza inflama
Que nos ha de llevar hasta la cumbre.

No importa que el error quiera altanero


Envolver con su sombra aterradora
De nuestra vida el áspero sendero;
Antes los cielos se verán derruidos que nosotros vencidos
O que nos falte perennal aurora,
Luchar hasta morir, sea lema nuestro!
Que el que sabe luchar hasta la tumba,
Por siempre reinará con el Maestro
Aunque en la brega exánime sucumba.

II
¡Oh padre del amor, ya bien te veo
Con los brazos abiertos y sonriente,
Que brotan de tu pecho, como fuente,
Rayos de luz de resplandor febeo!
Tu amante corazón, dime ¿qué anhela?
¿Qué ambiciona en su amor, su amor sublime?
¿No nos diste tu sangre que redime
Y la plegaria que a tu trono vuela?

¿Qué más quieres hacer de lo que has hecho?


Yo bien lo sé! Ambicionas que en tu pecho
Un nido lleno de ternuras busquen
Donde encuentren consuelo a sus dolores!
Por eso, mi Jesús, yo te contemplo
Con los brazos abiertos y sonriente
Y nos muestras ardiente
El corazón como de amor ejemplo
Y de allí hemos de beber aliento
Para luchar contra el error impío;
Tu sangre que nos diste es el rocío
Que nos dará ardimiento
Cuando caigamos en la lid, sin brío.

Y por eso quisiste mi Jesús,


Traer un buen Pastor a esta mi tierra,
Que nos conduzca a la terrible guerra,
Empuñando por lábaro tu cruz.
Pero antes quiere que tu nombre santo
Grabemos con amor en nuestro pecho;
Que unidos todos con un lazo estrecho
Nos cobijemos con tu rojo manto.

Te trae a la niñez, blanca azucena


Que esparce sus aromas hasta el cielo,
Para que sepa que en humano duelo
No se debe rendir bajo la pena.
Protégelo, Señor, has que el infierno
Rendido sea por su cayado fuerte
Y que la luz de tu fulgor eterno
Alumbre su camino hasta la muerte.
Protégelo, Señor, yo te lo pido
A nombre de los niños que te aman
A quienes Tú, piadoso, has prometido
Escuchar sus palabras si a ti claman.

La gratitud es una flor divina


Que embriaga el universo con su aroma;
Es una blanca y tímida paloma
Que nunca el lodo impuro contamina,
Y por esto, oh Pastor, te la ofrecemos
Como una ofrenda inmaculada y santa;
Somos pobres Señor, y no tenemos
Más que una estrofa que el amor te canta.

Morelia, Enero 19, 1902.

Juan N. Ojeda.

LA SANTA CRUZ
Poesía recitada por su autor en la velada
Literario musical que, en honor del Ilmo. Sr. Arzobispo
Dr. D. Atenógenes Silva, tuvo lugar en esta ciudad
la noche del 30 de enero de 1902.
Señor: cuando medito
En la bondad inmensa del inmutable Ser;
Al ver que por salvarnos se abate el Infinito,
Convulso alza mi pecho de admiración el grito
Y tan sublime arcano no llego a comprender.

“Un mito es el Dios-Hombre”


La falsa ciencia exclama, “No existe más allá”
“Filósofo es Cristo, de colosal renombre,
Que aunque con mil portentos al universo asombre
¡Jamás sobre lo humano su talle se alzará!”

“Natura está completa:


Mentida es del apóstol la estólida visión;
Falaces son y absurdos los sueños del profeta,
Y es fábula el milagro, fantasma que al asceta
Fascina, al extinguirse la luz de la razón”

“Callo la teogonía
Científico-cristiana, del mundo ante la luz;
La estulta fe no importa, y esplende claro el día
¡Y así, cadáver casi, la insana Teología
Ostenta por escudo la derribada cruz!”

“¡Gocemos en la tierra,
Dejando allá en los cielos a Dios y al serafín!
Y, en tanto que a otros mundos el hado nos destierra,
O que en su obscuro seno la nada nos encierra,
Ornemos nuestras sienes con rosas y jazmines”

¡Oh, cual mintió tu boca,


Prosélito insolente del cínico Voltaire!
La cólera divina tu obcecación provoca,
Del humanado Verbo te aplastará la roca
Y opacará tu brillo la lumbre del saber!

No es el Divino Verbo
Un mito, cual pregonas, y existe “el más allá”
Un “más allá” de penas sin fin para el protervo
Que, insano, en aurea copa bebió licor acerbo,
Como Luzbel gritando: “Retírate, Jehová!”

Cumplióse del profeta,


En bien de los mortales, la santa predicción,
Y el Dios que en su salterio cantara el rey-poeta,
El Dios del Calvario, que es labio del asceta
En éxtasis pronuncia, clamando su perdón.

Del culto verdadero


En las judaicas tribus brilló la intensa luz:
Rasgárnosle la nieblas, y sobre el mundo entero,
Teñida con la sangre del celestial Cordero,
Radiante alzose y bella la redentora Cruz.

Empero, del abismo


Desatase la furia con ciego frenesí…
Feroz la Media Luna vendrá del Islamismo,
Y, con el libre examen, vendrá el Racionalismo,
Sacrílego pisando la ley del Sinaí.

En lúbricos amores
Del vicio en la sentina pondráse a la mujer,
Quitando de sus sienes las virginales flores
La escupirán la frente y en báquicos horrores
El estertóreo grito se oirá de Lucifer.

Más qué rumor sonoro


Del llanto y la miseria se extiende sobre el mar?
Serena y majestuosa, más fúlgida que el oro,
Las bravas olas hienden, con célico decoro,
La nave de la Iglesia, que boga sin cesar.

¡Que brame el océano,


Que el cielo se obscurezca, que ruja el aquilón!
La excelsa nave avanza, regida por la mano
del Redentor Divino, que Eterno y Soberano
del universo mundo palpita en la extensión.

¡Oh tú, Prelado insigne, que, atleta vigoroso,


Arbolas con denuedo la venerada Cruz!
¡Desata de tu numen el vuelo poderoso;
Y el bello sol de Aquino que brilla esplendoroso
Fulguren en nuestra patria con deslumbrante luz!

Grandilocuente y puro, es tu inspirado acento,


Más grato que las auras del perfumado Abril
¡Perdona, amado Padre, perdón si un momento
A ti sus rotas alas alzo mi pensamiento,
A ti que rosas tienes del célico pensil!

Tacambaro, 1902
Manuel García Rojas.

COMPOSICIÓN
Recitada por su autor el día de la solemne
Distribución de premios, a los alumnos del Instituto
Científico del Sagrado Corazón de Jesús.

¡Ya se mira en los campos de mi tierra


Del cano invierno fecundante nieve,
Y se asemeja el ramaje de la sierra,
Mallas de plata que la brisa mueve.

Las flores que en el bosque solitario


En los tallos cimbrábanse gallardas,
Cómo en el blanco suelo yacen pálidas
Cual envueltas en fúnebre sudario.

¡Todo está por la escarcha entristecido!


¡Y hasta las aves de lucientes alas
En busca de calor en otro nido!

Quizá por esto, pájaros pequeños,


Este nido dejáis abandonado
En pos siempre de aquél, nunca olvidado
En donde amasteis los primeros años.

Allá, donde entre arrullos y caricias


El nombre de Jesús os enseñaron,
Y besos vuestras lágrimas secaron
Cuando el dolor pagasteis las primicias.

Vais en busca de aquella primavera


Que siempre da calor a la esperanza,
Do el frío del invierno nunca alcanza
Matar la dicha de la edad primera

¡Oh y cuantas risueñas ilusiones


Lleváis en vuestras mentes juveniles
¿Serán rosas do esplendidos abriles
Que presto secarán los aquilones?...
BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN
En el magnífico banquete dado a dos mil
Pobres en el Colegio Teresiano

Los que sentís el alma atribulada


Bajo la negra cruz de la pobreza,
Y en vano busca ansiosa la mirada
En donde reclinar vuestra cabeza;

Los que miráis nacer a vuestros hijos


Sobre el césped húmedo del suelo,
Como la flor que nace entre los guijos,
Sin más antorcha que la luz del cielo;

Y ni un harapo conseguís a veces,


Con qué cubrir su cuerpo miserable,
Y vuestro llanto y afligidas preces
Solo un desdén reciben despreciable;

Los que sentís del hambre sus rigores


Y de los cierzos el contacto frío,
A quienes hieren todos los dolores
En abandono lúgubre y sombrío.

Recordad que en un mísero pesebre


Nació Jesús el dueño de lo creado,
Y ahí mostraba su semblante alegre,
Cual si estuviera en trono purpurado.

Pensad que Cristo en su terrible muerte


Tuvo hambre y sed y se mostró desnudo
Para enseñar al mundo, de esta suerte,
Lo que el amor y el sacrificio pudo.

Recordad que la Madre soberana


Del Redentor era tan pobrecita
Que prestaba su luz a la mañana
Desde una humilde y plácida casita.

Recordad que el más casto de los santos


Fue en Nazaret sencillo carpintero,
Y en trabajar cifraba sus encantos
Con su Jesús, espléndido lucero.

Enjugad vuestras lágrimas ardientes,


Apagad vuestros fúnebres gemidos,
Pensando que los pobres indigentes
Son de Jesús los hijos más queridos.

Si os niega suave pan en abundancia,


Si no os regala buen hogar y abrigo,
Es que del mundo en la fugaz estancia
Os acaricia como buen amigo

A las almas que escoge para el cielo


Y les prepara gozo sin medida,
No les da las riquezas de este suelo,
Sino hambre y sed y dolorosa vida.

Quiere Jesús que lo imitéis amantes,


En su vida tristísima y sangrienta,
Y que volváis los ojos anhelantes
Solo a Dios que os aguarda y os alienta.

Sed humildes, virtuosos, resignados,


Bendecid con el alma vuestra suerte;
Los ángeles de gozo engalanados
Vendrán a recibiros en la muerte.

Cada lágrima ardiente que destila


El corazón del pobre, resignado,
En su frente es estrella que cintila
Cuando muere, feliz, santificado.

Tened valor intrépido y cristiano,


La vida pasa rauda y transitoria,
Y al pedir la limosna con la mano
Pedid también con humildad la gloria.

Ved como acuden a enjugar el llanto


Que derramáis, almas generosas,
Y os dan vestido y alimento santo,
Y en vez de espinas os ofrecen rosas.

Ved a las niñas, jóvenes y ancianas


A quienes llena el cielo de favores,
Sirviéndose como angélicas hermanas
De caridad, brindando sus amores.

Es que la noble caridad enciende


Para vosotros su cariño tierno,
Y su piedad profunda se desprende
De todo, en nombre del Señor Eterno.

Que la pobreza humilde y resignada


Os salve y brinde sin igual consuelo;
Y a los demás ¡que su piedad sagrada
Para los pobres, los conduzca al cielo!

Morelia del Sagrado Corazón, octubre 12 de 1904.


Agustín G. Navarro

DISCURSO

Pronunciado por su autor en la distribución de premios de la escuelas católicas de


Salamanca. Dedicado al ilustrísimo y reverendísimo Señor arzobispo de Michoacán

Señores:

Cosa es muy sabida la natural propensión del hombre a la ciencia conocimiento de lo que le
rodea. Propensión es ésta que advertimos se desarrolla, aunque con diferente intensidad y
carácter, en las diferentes edades de la vida: el niño no obstante la inquietud propia de sus
años, aprende las verdades que le proporciona su madre y las enseñanzas que más tarde
oye en la escuela; el joven que empieza a entrever horizontes de risueña alborada, devora
con pasmosa rapidez, los libros que a sus manos caen y las lecciones que escucha de sus
maestros; el hombre y el anciano, experimentados por los años, también aprenden,
porque está fiebre de conocimiento, Señores, no concluye sino con la vida, digo mal,
nosotros los católicos profesamos la verdad de que cualquiera que sea nuestra suerte
futura, eternamente seguiremos conociendo.

Pero estás se de conocimiento, la razón y la experiencia nos enseñan, que para que sea
satisfecha en cuanto sea posible, debe sujetarse a la enseñanza: y está, para que de ningún
modo perjudique al individuo, debe regirse por determinados principios, ajustarse a cierto
método, sobre todo, ser influenciada por la Religión católica.
Bien sé señores, qué acerca del último inciso de la proposición que acabo de enunciar, no
están de acuerdo los racionalistas y libre pensadores, y desgraciadamente la práctica,
muchos de los que así mismos se llaman católicos.

Largo, enfadoso e inútil sería, señores, referir todos los argumentos, y despropósitos de la
escuela positivista para demostrar lo contrario de lo que asegura el catolicismo, sobretodo
dirigiéndome a un auditorio, en que según creo, no sé encontrará alguno que profese tal
doctrina. Sí así no sucediese, necesidad habría de remontar la prueba a los mismos
fundamentos y principios de la religión católica; demostrar la divinidad de su origen y sus
enseñanzas; patentizar sus excelencias y bellezas, todo sobre humanas en una palabra:
convertir a nuestra religión al que no la profese, empeño enfadoso e inútil, repito, para los
que afortunadamente tiene a honra pertenecer al catolicismo y deberás profesan sus
máximas y mandatos.

Sin embargo, como decía hace un momento, católicos hay que acerca de este punto en la
práctica, se apartan del verdadero espíritu de la religión católica. Si no, ver cómo se
expresan, en dado caso, tales personas; yo procuro que mis hijos -dice el padre de familia-
aprenda religión y todo aquello que ve a la moral cristiana, pero ¿qué necesidad hay de que
asiste a una escuela o a un colegio católico para que adquiera los demás conocimientos de
un plan de educación? ¿Qué relación tiene la Física, la Química, las Matemáticas, los
idiomas, etcétera con mi religión? Sí llegado el tiempo, mi hijo desea ser eclesiástico, bien,
que vaya a un seminario; pero sí ha de ser abogado, médico, ingeniero u otra cosa, ¿quién o
qué me impide que vaya adquirir esos conocimientos a escuela indiferente o en un colegio
laico?- Responder a tales personas, es el objeto del presente discurso, y para este fin siento
esta proposición: "Para los católicos la educación y la enseñanza ya sea primaria o
secundaria, ya sea acerca de Ciencias Naturales, Morales o de cualquier naturaleza debe ser
católica".
Desde luego, señores, no dejará de llamar vuestra atención lo extenso de la proposición que
he sentado, tratándose en la presente solemnidad, exclusivamente de los triunfos adquiridos
por los niños de la instrucción primaria, pero, pareciéndome que se encuentran aquí
congregados padres de familia, cuyos hijos se encuentran ya en las aulas de un colegio o
prontamente podrán llegar allá, no he vacilado en dar tal extensión a mi proposición. Tanto
más, si se considera, que los brillantes programas de la enseñanza moderna, aún primaria,
comprenden aunque superficialmente, materias que más atrás sólo correspondían a estudios
superiores ya preparatorios o profesionales. Suplico, pues, me prestéis por unos momentos
vuestra benévola atención.

En otro tiempo, Señores, la proposición qué ocasiona el presente discurso, enunciada


delante de una auditorio católico como éste, causaría hilaridad y no se escaparía del
ridículo, el que entonces se propusiera demostrarla; más ahora, supuestas las tristísima
circunstancias porque atraviesan los sociedades del siglo XX, no me extrañaría encontrar
entre los que me escuchan, personas que afirmaran como cosa indudable, qué los católicos
pueden, no siendo acerca de Religión, beber sus conocimientos en fuentes no iluminadas
por la antorcha de la fe. Y a la verdad, señores, soplando por una parte vientos de
desenfrenada libertad que llegan hasta la humilde choza, y por otra, teniendo en cuenta la
decadencia de la enseñanza religioso- familiar, me explico perfectamente y disculpo en
parte, a los que defienden eso error. Veamos si puede o no calificarse así esa doctrina.

Tenemos un niño de siete u ocho años de edad, del que se desprende su tierna y cariñosa
madre, concibiendo para el pedazo de su corazón risueñas esperanzas en el porvenir. Lo
pone en la escuela. Los sentidos y la imaginación de que el pequeño se van desarrollando
progresivamente y suministrando datos a su virgen entendimiento. Las impresiones de la
vida son entonces a su delicada inteligencia como las brisas matutinas al rosal de
primavera; recibe con avidez su entendimiento todo lo que en él se deposita, sí permitís que
así me explique; todo lo que escucha parece así mirarlo y servir para su continuo
desenvolvimiento, las enseñanzas son para él lo que el aire y el agua a la planta que crece,
sí aquellos son puros y buenos, la planta llegará a ser lozana y robusta, si no, la veremos
endeble y enfermiza. Su voluntad, como la cera en manos del artista, se doblega fácilmente,
no se encuentra aquella resistencia vigorosísima, que opone más tarde con el uso o el abuso
de su libertad; El sí o no en los labios el niño depende por completo de su maestro,
podemos entonces fijar el rumbo, que con probidad moral, seguirá en adelante el individuo,
en una palabra, podemos influir de tal manera en la educación o formación de aquel
corazón que llegaríamos, hasta oscurecer, pero nunca borrar algunos principios de la ley
natural. ¿Queréis pruebas? Allí tenéis a los corrompidos habitantes de la opulenta Roma,
encenegados en su vicio hasta desoír o ahogar la voz de la naturaleza. Allí tenéis a los
sectarios o el terrible anarquismo gritando a voz en cuello que el asesinato es la acción más
honrada del mundo. Ver a los jovenzuelos de nuestros días: no cuentan aún quince
primaveras y ya en su prematuro desarrollo advertimos las tristes e inequívocas huellas que
en un rostro, no sombreado por la barba, dejan la ebriedad, el garito, la prostitución... ¿ Por
qué tales extravíos? ¿Será acaso porque la ley natural sufre excepciones? ¿Llegarán por
ventura, esos desdichados a situación tan lamentable en un momento? No, señores, la
naturaleza, ya sea en el orden físico ya en el orden moral, no camina a saltos, ni se
desenvuelve precipitadamente. ¿Habéis visto alguna vez que el árbol sembrado hoy, de
frutos mañana? ¿Qué el verdadero criminal se ha formado ya en un día?...
Por las mismas leyes de la naturaleza se rigen la educación y la enseñanza. Alimentad la
inteligencia de ese niño, no digo ya con enseñanzas netamente malas o corruptoras, sino
con aquellos conocimientos que únicamente tienen a la razón por regla; que observé tan
sólo ejemplos de moral racional o legal, como ahora se estila; quién no tenga quien ponga
un dique al desenfreno de nobles pasiones, prematuramente desarrolladas, y palpareis los
funestos resultados.
Ahora, Señores, volvamos a la solícita madre que ha abandonado al querido de su corazón
en manos de un maestro que no se preocupa de Dios ni de su religión. En vez de un hijo
sumiso y obediente, a tanto, los que le dieron el ser, como aquellos que la religión y la ley
mandan respetar, encuentra al verdugo que así acibara de continuo su existencia y será
cliente constante de cárceles y presidios. En vez de aquel hijo de corazón de oro, que ella
soñaba en mejores días, le encuentra frío, indiferente, repulsivo, cuando no ya
sistemáticamente opuesto a todo lo bueno. Y es que aquél maestro cultivó la planta sin
podarla, crecieron nudos ahí torcida; enseñó, es cierto, pero sin advertir la corrupción de su
inteligencia por aquellas doctrinas vacías. Y aquella madre desgraciada, Señores, recibirá a
su hijo, que únicamente ha oído hablar de libertad, a quién tan sólo se han enseñado los
derechos y prerrogativas del hombre, y nada, nada sabe de las grandezas, magnificencias, y
sublimidad de Dios, de su sabiduría infinita e inalienables derechos.

Cuál será, Señores, el porvenir de esa madre, de ese hijo, de esa familia que más tarde, tal
vez formará? Vosotros bien lo sabéis y bastante he pretendido bosquejarla en todo lo que ha
precedido. Mi voz es menos elocuente que esos cuadros desgarradores que a diario
presenciamos, no ya en los suburbios de nuestras poblaciones, sino aún en su mismo centro.
Bien, diréis aún, que los niños asistan a escuelas católicas ¿ pero qué necesidad hay de que
se perfeccionen y formen en carrera en un colegio católico, si no sólo ha aprendido ya
religión, sino cristianamente las asignaturas de la enseñanza primaria? nosotros, añadiréis,
no vemos qué relación tengan con la Religión, la Física, la Química, las Matemáticas, los
Idiomas, ni nada de ese brillante programa de materias que vienen a formar hoy la
enseñanza superior, ya sea preparatoria o profesional. Por otra parte, están ya echados los
fundamentos religiosos, y esto basta; sabe ya lo que necesita para ser buen cristiano, lo
demás son beaterías, nosotros no queremos a nuestros hijos unos benditos...

¡Ah!, Señores, ruego detengáis por un momento vuestras reflexiones. Vosotros mismos
resolvéis la segunda objeción que presentáis. Decís que se han echado ya los fundamentos y
que esto basta. ¿Qué opinaríais, pregunto yo, del arquitecto que debiendo construir un
edificio, echa tan sólo los cimientos, y da por terminado el edificio, o espera impasible que
la mano del tiempo haga lo demás? ¿Qué juzgaríais, de labrador que habiendo sembrado la
simiente, vase a descansar, dejando que la naturaleza haga sus veces? ya adivino vuestra
contestación, diríais, que el arquitecto y labrador, si así se encontraran, andarían
desatinados.
Y a la verdad, Señores, qué no habría quién, tratándose de un edificio que hay que levantar,
de una tierra que cultivar o de otra cosa semejante, se expresará de esa manera. Pero
tratándose de Religión, Señores, la cuestión cambia y no tenemos reparo en asentar tales
pensamientos y caer en tan palmarias contradicciones. ¡Asegurar, señores, que en el
desarrollo de la inteligencia bastan solamente los escasos conocimientos religiosos que se
toman en la escuela! ¿Es esto pensar como buen católico? o ¿Cómo católico que olvidado
la magna extensión e importancia, la incomparable trascendencia de su excelsa religión en
todos los actos de su vida? ¿Se olvida, por ventura, de la sentencia de aquel impío que dijo,
que el hombre es un animal religioso por naturaleza?
Suponerlo en la edad y bajo la influencia que queráis, que estudie para ingeniero, abogado,
que resuelva las arduas cuestiones en la política o gane el sustento exponiéndose a todas las
intemperies, siempre tendrá religión, aunque sea la de sí mismo.

¡Oh! Señores, la educación y enseñanza cristianas, el hombre desde que puede recibirlas
hasta que es capaz de gobernarse, dirigirse a sí mismo, son de tal manera necesarias, que no
solamente depende de ellas el porvenir tranquilo y dichoso del individuo y familia,
aisladamente tomados, sino especialmente el de las colectividades. De ellas dependen el
engrandecimiento material y moral de las sociedades y de los pueblos.

Réstame para concluir, Señores, aunque sea brevemente y según lo permitan mis aptitudes,
haceros ver la íntima relación que tienen las ciencias con la religión. Me referiré,
especialmente a aquellas que por su naturaleza o su necesidad, se han popularizado más.
Para el verdadero católico, Señores, bastaría como la demostración de que Dios es, no sólo
Autor de las ciencias y causa primera de todo lo que existe, sino también Creador y
Conservador del entendimiento y de las cosas que esté conoce; pero en el presente caso,
descendamos a presenciar el cuadro que presentan las ciencias, y sus resultados, cuando se
les separa de Dios.

Penetremos a un colegio de aquellos en que, despojada la ciencia de sus celestiales atavíos,


es enseñada con loco empeño y pomposas manifestaciones. Asistamos, por ejemplo, a la
primera que da el profesor de Ciencias Naturales y escuchemos su razonamiento: la sabia
naturaleza, dice, en sus múltiples manifestaciones, ha dado origen a diferentes ciencias;
observamos que los cuerpos sólidos caen, que aumentan de volumen cuando se eleva su
temperatura, que el sonido se propaga solamente en un medio que no conduzca, qué de la
flotación o mezcla de algunos cuerpos se produce misterioso fluido, que la moderna
civilización ha utilizado tan admirablemente, y tenemos creada por la maravillosa
percepción del hombre la Física; contemplemos, continúa el profesor, a la madre
naturaleza, presentándonos las diferentes líneas de sus cuerpos y la admirable combinación
que de ellas ha hecho; la multitud de sólidos, juntándose o separándose, todo esto enseñará
al ingenio humano a formar las Matemáticas. No ha acabado aún el profesor de extender su
extraña teoría a la Química, Zoología, Botánica, Geología, y demás ciencias naturales,
cuando un curioso adolescente, hijo por cierto de padres cristianos, objeta cándidamente a
su profesor: -¿De manera que el mejor y más sabio maestro es la naturaleza? Pues yo quiero
marcharme a mi casa a observar las plantas, los animales y los cuerpos. _ Tontuelo_
responde el profesor que no ve que en ese caso no podrá utilizar los métodos y
descubrimientos de hombres ilustres, que han entendido perfectamente la sabia naturaleza.
¿Pero cómo es- réplica con insistencia y cordura el joven- que la naturaleza sea sabia, sea
entendida, si hace veinte siglos que le buscan el cerebro y no se lo han encontrado? ...
nueva apuración del profesor. _Vaya, contesta enfáticamente, estoy viendo qué sois un
fanático y un retrógrado_ ( y aquí zurce un largo tejido de injurias al oscurantismo y el
clero). No pudiendo contestar, avergüenza a aquel joven delante de sus compañeros,
que no tardarán, aunque entienden que no entienden, en adherirse al flamante maestro. Y he
allí, qué en lugar de Dios que ha creado todas aquellas cosas y les da fuerza para que
produzcan aquellos fenómenos, pone a la naturaleza que ni ha entendido, ni nunca
entenderá, que ni fue, ni es, ni será sabia, porque no tiene inteligencia, que se encuentran
algunas verdades que están en oposición aparente con la religión. El microscópico
entendimiento de aquel hombre se yergue, y constituyéndose en juez de lo que no entiende,
condena aquellos dogmas y proclama el imperio de la razón. Entonces vienen las hipótesis,
las conjeturas sobre lo que Dios ya ciertamente determinó, quienes afirman que la materia
de que están formadas todas las cosas no tuvo principio; quienes con el mayor desplante del
mundo, nos emparentan con el mono. Otros, extremadamente admirados de las
maravillosas combinaciones de sustancias químicas, proclaman la omnipotencia de la
materia. Los más adelantados enseñan que nada hay más allá del mundo visible y sensible,
que todo se haya gobernado por fuerzas ciegas, inconscientes, por el acaso.

¿Por qué todo esto, señores? por qué los que esto enseñan, que no son otros que los
materialistas y los librepensadores, no comprenden que si hay Geología, es porque Dios
creó la tierra; si hay innumerables sustancias de poder químico sorprendente, es porque
Dios les ha dotado de ese poder al crearlas. ¿Quién sino Él, es el que ha dado este delicado
y suave color a las flores que alfombran nuestros jardines; esa maravillosa constitución a
las plantas y a los animales que son la hermosura de nuestros bosques? todas ellas requieren
la omnipotencia creadora de un ser inteligente. ¡El hombre! ¡Oh! el hombre, la criatura más
perfecta que ha salido de las manos de Dios al mundo visible; qué ha superado a la
naturaleza, encauzando los ríos, surcando los mares, combinando y utilizando sus fuerzas
hasta parecer burlar sus leyes; que modela el mármol infundiéndole su vida, que remeda los
incomparables cuadros de la naturaleza, nos hace derramar lágrimas o llegar hasta el
delirio; que parece transparentarse en el pecho su alma al ser objeto de las dulces
impresiones y arrobamientos de amor en su corazón; reíos señores, ese hombre, es nieto del
orangután. No alcanzan, los defensores del Positivismo que un ser inteligente y libre por
naturaleza, no puede ser efecto sino de un Ser cuya inteligencia y libertad sean infinitas,
cuya belleza exceda a toda belleza y cuyo amor sea creador y conservador.

Es pues inconcuso, señores, que la religión y las ciencias tienen íntima relación y que
aquella influye grandemente en el desarrollo Moral e intelectual del individuo. Ni podía ser
de otro modo, puesto que la religión, las ciencias y el hombre proceden de Dios y no
podrán oponerse en sus mutuas relaciones.

Señores, los principios están sentados, las conclusiones deducidas, a vosotros toca la
acción.
Vosotros debéis suministrar a vuestros niños y a vuestros jóvenes el pan de la inteligencia y
la educación moral que le son necesarias. La experiencia os ha enseñado, que las
ocupaciones y el demasiado afecto qué tenéis a vuestros hijos, os impiden que en casa
aprendan todos los conocimientos que le son indispensables. Habrá, pues, que enviarlos a
una escuela o a un colegio. Yo he pretendido patentizar los funestos y tristísimos, pero muy
elocuentes resultados, que el Positivismo obtiene en escuelas y colegios sin Dios, como los
quieren muchos padres cristianos para sus hijos. Enumerar y describir los magníficos
efectos de una educación y enseñanza verdaderamente cristianas, no seré yo quien los
encalque, ni mi débil voz la que los refiera. Abrid la historia, observar los monumentos,
consultad la estadística, estableced las comparaciones que gustéis... y elegid. He dicho!
L. D. ET B. V. M. DE G.

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