DISCURSO Sobre La Incredulidad Moderna
DISCURSO Sobre La Incredulidad Moderna
DISCURSO Sobre La Incredulidad Moderna
Al Ilmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva, Arzobispo de Michoacán, dedica este discurso en testimonio
de su alto respeto y antigua amistad. El autor.
¿A dónde va el hombre sobre la tierra? ¿Qué busca ese gusano perdido en la noche de la vida, en
la inmensidad de los mundos? ¿Qué secreto resorte agita su febril actividad y lo impulsa a la lucha
por su existencia? ¿Qué luz ilumina los oscuros horizontes de su destino?
La eterna sabiduría del Creador, abandonó el mundo a las disputas de los hombres, para que estos
no conocieran la obra que hizo desde el principio, (1) y corrió el velo de sus misterios a la entrada
del santuario de las ciencias, para
Y el mismo hombre, si era mal conformado o pobre, debía desaparecer como un obstáculo para la
felicidad del rico, pues había hombres dotados por la misma naturaleza para el trabajo y otros
para el placer: los primeros nacían para obedecer, los otros para mandar. La virtud era sinónimo
de valor, y éste era la fuerza. He aquí el derecho.
La ciencia de aquellas remotas edades que alcanzaron la infancia del mundo, partía en sus
afirmaciones de las tradiciones prehistóricas, qué recogió el gran Moisés en su Pentateuco; Pero a
medida que se alejaba de su origen genuinamente divino, se infiltraron en ella los más groseros
errores.
Fue necesario un hecho grandioso que conmoviera profundamente los espíritus, un verdadero
cataclismo que trastornara en lo absoluto los fundamentos de la moral antigua, y señalando
nuevas rutas a la inteligencia, hicieron surgir ciencias nuevas en sociedades nuevas: revistiera de
esplendentes formas el arte y escribiera en los códigos de los pueblos, nuevos principios e
instituciones. Tal fue el cristianismo.
Apenas nacido a las márgenes de los azules lagos de Galilea y consolidado sobre las desnudas
rocas del Calvario, se difunde por el globo, penetra hasta la choza desmantelada del proletario,
cruza el dintel de los alcázares, repitiendo las sublimes máximas que predicara en vida, el Inmortal
ajusticiado del Gólgota. “Amaos los unos a los otros".
Desde entonces el pobre esclavo se sintió igual a su señor, y la libertad e igualdad fueron un hecho
sobre la tierra.
Desde entonces, la filosofía pudo resolver los grandes enigmas humanos, y las ciencias todas se
dignificaron al volverse cristianas. Se iluminaron los horizontes en la inteligencia, produciendo el
genio: el Crisóstomo, Jerónimo, Agustín, Orígenes, Tertuliano, Bossuet, Lacordaire, asombraron al
mundo con la pureza de su filosofía y la arrebatadora elocuencia de sus discursos.
El arte se revistió de grandiosas formas y las sublimes concepciones de Miguel Ángel, Rafael y
Murillo, derramaron la unción celestial que es prende como aureola " de luz en las miradas de sus
vírgenes".
Pero la falsa ciencia de nuestros días es la ciencia de las negaciones y también de las paradojas. la
filosofía positivista reniega del origen divino del hombre para demostrar que desciende del bruto;
duda de la existencia del alma y tiene que atribuir caracteres espíritu a la materia, no pudiendo
discernir qué cosa sea lo que dentro de nosotros siente, quiere y piensa; echa por tierra la
perpetuidad de "yo" después de la muerte y nivela nuestro destino al de los brutos, que, vienen
también a sentarse como nosotros al banquete de la vida y desaparecen después del escenario del
mundo sin esperanza de inmortalidad.
¿Qué significado tienen para semejante filosofía, palabras "moral", "virtud", "libre arbitrio",
"premio", "castigo", "bien" y "mal"?. ¡Huecas declamaciones de espíritus apocados, hipótesis
proahijadas por rancias doctrinas! aceptables apenas en el período álgido de la ciencia en que
vivieron nuestros padres!.
Niños, amigos: vosotros, que sintetizáis todas las futuras grandezas de la patria, todas las mas
santas aspiraciones de la sociedad; vosotros que al amparo maternal de la iglesia nutriz vuestra
inteligencia con la sana doctrina que informa a la verdadera ciencia, vosotros, digo, si podéis
contestar estos problemas que me propuse al principio: A dónde va el hombre sobre la tierra? qué
busca perdido en la noche de la vida? qué secreto resorte mueve sus actividades? qué luz ilumina
los horizontes de su destino?...
Sólo la ciencia cristiana resuelve los grandes problemas humanos, " las luces sin moral son fuego
que devasta" y no hay moral que merezca tal nombre, fuera de la que está informada por los
principios augustos del Evangelio.
Señores:
Nosotros hemos visto morir un siglo que legó a los venideros, como blasones de su orgullo, altares
derrocados, templos profanados y al Cristo arrojado de las escuelas e Institutos.
Los Dioses del Antiguo Olimpo han descendido a la Tierra y nuestra juventud le rinde culto, porque
ella es sabia y niega las viejas creencias que en su corazón grabaron sus padres. Ya no hay Dios, la
fe se convirtió en quimera, la virtud no existe y "el becerro de oro" ocupa ahora las profanadas
aras del Dios de otros tiempos.
¡Salvemos a la niñez de ese escepticismo desconsolador, y habremos salvado todo lo que tiene de
más querido el corazón, de más sagrado la Religión y de más amable la humanidad¡ Ojalá y qué,
sobre las ruinas de una sociedad cuya moral se rebaja y cuya juventud tuerce el sendero del bien y
de la virtud, no tengamos que exclamar con un poeta contemporáneo:
¡Dichosos nuestros padres que creían¡
Mauro H. González
DISCURSO
LA INCREDULIDAD MODERNA
Que el hombre por la condición actual de su naturaleza, esté sujeto a mil debilidades y miserias,
de que todos sus esfuerzos no podrían librarlo nunca, es cosa bien triste y lamentable; pero que
en vez de empeñarse en atenuar, en cuanto esté a su alcance, un mal tan grave, se quiera gloriar
de su existencia y hacer alarde de la extensión que voluntariamente les da, es el signo
desconsolador de la más profunda abyección.
Esto precisamente es lo que pasa con los modernos incrédulos. Entre las miserias a que el hombre
quedó sujeto por la caída de nuestros primeros padres, la más profunda y la que acarrea más
terribles consecuencias, consiste en esa dificultad con que nuestro entendimiento se libra del
error y nuestro corazón se sustrae del dominio de las pasiones.
La verdad es la luz del alma, el alimento de la inteligencia y la norma de conducta; y esa verdad,
que en el orden religioso, es el título de honor del hombre sobre la tierra, porque sólo ella lo
distingue en dignidad de los brutos con quienes comparte la sensibilidad y otras circunstancias
interiores, es hoy atacada con esfuerzo supremo.
Al hablar de la incredulidad, observamos desde luego una cosa digna de atención. Lo que se quiere
significar con esa palabra y que en la moderna nomenclatura se halla encerrada en otras
semejantes, como filosofía, libre pensamiento, fuerza de espíritu, etc... Que es la falta de creencias
religiosas, sólo es el triste signo de una crasa ignorancia o de un inexcusable abandono en la
materia más grave y trascendental para todo hombre. No hay duda: la incredulidad de que hacen
profesión los libres pensadores, o es meramente afectada o significa la falta absoluta de
conocimientos en cuanto atañe al orden religioso.
Con plena convicción les podemos decir que para hacer el papel que representan, lejos de buscar
la luz y de ser llevados por el amor de la verdad, cierran los ojos o vuelven la vista para otra parte,
para no ver lo que tanto hiere sus miradas, que en su mayor parte conservan en el fondo de su
corazón esas creencias que niegan con sus labios: que en ciertos intervalos lúcidos en que sus
pasiones les otorgan alguna libertad, se complacen ellos mismos, en evocar sus recuerdos de
infancia, sus sentimientos juveniles y una época de fe y de paz interior de que ahora no pueden
gozar; que a veces y en la hora menos pensada hacen con satisfacción intima el panegírico de esa
religión que tan sistemáticamente combaten que sobre todo, cuando la adversidad llame a sus
puertas, la evocan como la única fuente de consuelo, y por último, que cuando se sienten
asaltados por el recuerdo de la muerte, que es el mejor consejero del hombre, forman el
propósito de replegarse y acogerse a ella, principalmente si es llegada la hora de tan terrible lance.
Esto demuestra que una incredulidad sólo cabe en quien ignora por completo ese conjunto de
sublimes verdades que constituyen las doctrinas de la Iglesia católica porque cuando la verdad se
halla frente a la inteligencia, está, por una necesidad de la naturaleza, se apodera de ella y se
forma aquellas convicciones que podrán ofuscarse por el desorden de las pasiones, pero que no
llegará a perderse por completo.
No tener creencias o carecer de convicciones sobre un punto, y esta carencia de convicciones que
presupone la falta de ideas, es, sustancialmente, la falta de conocimientos y de ciencia, o sea, la
ignorancia en la materia de que se trata. El incrédulo, es por lo mismo, un ignorante en religión, y
sobre presentarse como ignorante, carece de criterio y de juicio, porque en su indiferencia ve con
desdén cosas tan graves, que nada menos encierran en sí toda su suerte futura.
Al poner nuestra mano sobre la llaga que en la época constituye el mal dominante, debemos
confesar, en honor de nuestro país, que esa profesión completa de incredulidad, que en otras
partes se ha puesto de moda, no ha tomado entre nosotros considerable difusión y que es vista
con suma repugnancia en nuestra sociedad. Si las leyes están impregnadas de ese espíritu
moderno, las costumbres lo repelen vigorosamente, y el sentimiento religioso, que es la única
salvaguardia de la moral y del orden social, opone siempre un dique a su irrupción.
Una prueba y por cierto muy palmaria de nuestro aserto, la miramos en estos días, en que los
sentimientos de fe y religión rebosantes en el alma de nuestro sabio y virtuosísimo Prelado,
forman un eco sublime en el corazón de todos los michoacanos, que aclaman durante este mes,
ante todo el mundo, y con gran entusiasmo la soberanía de Jesús. Ante su trono de gloria hoy se
postran todas las clases sociales, desde las más elevadas e ilustradas hasta la más humildes de
nuestro pueblo, y sus oraciones por la felicidad del país entero, son también una valiente y
vigorosa protesta contra la impiedad o la incredulidad de unos cuantos.
Así, pues, entre nosotros, los sistemas anticatólicos, los ataques a la religión del país, se hallan en
abierta pugna con la opinión general, que mil veces, de mil maneras y ahora más que nunca está
demostrando que no quiere cambiar de creencias y que sólo desea el libre ejercicio de la única
religión que profesa y siempre ha profesado.
¡Márchese en el sentido de la opinión general, porque sólo así se consolidaran las instituciones y
se obtendrá la paz y bienestar duraderos!.
POESÍA
Leída por su autor en la solemne distribución de los premios a los alumnos de las Escuelas
Católicas de esta ciudad.
DOS CORONAS
Homenaje al Ilmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva
15 de julio de 1906
A. Martínez Aréstegui.
Señor:
Se riegan a vuestro paso
Multicolores flores de raso
Y hojas de egregio laurel triunfal.
“Señor:
De ricas flores carezco.. Tomad, empero,
las que os ofrezco en homenaje de amor filial”.
ODA
Recitada por su autor en la solemne
Inauguración de la sociedad
de las obreras católicas.
REDENCIÓN
Al Ilmo. Y Rvmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva
I
¿Te acuerdas, Madre…? Agonizaba el día
Yo llevaba rugiendo en el alma mía
Terrible pena, desgarrante duelo...
De pronto en una iglesia no lejana
La suave y dulce voz de una campana
Me habló de Dios, de dicha y de consuelo.
II
Perdona, Oh Madre, mi pasada vida
Mis dudas y mis faltas, todo olvida;
Te ama ya ves, mi corazón de hombre
Y bendice al Pastor lleno de celo
Que quiere guiarme hasta llegar al cielo
Y que también me perdonó en tu nombre.
I/20/1902
Alfredo Iturbide.
POESÍA
Recitada por su autor en la solemne
Inauguración del Instituto Científico
del Sagrado Corazón.
I
¡Adelante marchemos!
¡Es preciso arrancar a la victoria
Un lauro esplendoroso, que luchemos
Y luego con orgullo le brindemos
Siquiera un estandarte a nuestra historia.
II
¡Oh padre del amor, ya bien te veo
Con los brazos abiertos y sonriente,
Que brotan de tu pecho, como fuente,
Rayos de luz de resplandor febeo!
Tu amante corazón, dime ¿qué anhela?
¿Qué ambiciona en su amor, su amor sublime?
¿No nos diste tu sangre que redime
Y la plegaria que a tu trono vuela?
Juan N. Ojeda.
LA SANTA CRUZ
Poesía recitada por su autor en la velada
Literario musical que, en honor del Ilmo. Sr. Arzobispo
Dr. D. Atenógenes Silva, tuvo lugar en esta ciudad
la noche del 30 de enero de 1902.
Señor: cuando medito
En la bondad inmensa del inmutable Ser;
Al ver que por salvarnos se abate el Infinito,
Convulso alza mi pecho de admiración el grito
Y tan sublime arcano no llego a comprender.
“Callo la teogonía
Científico-cristiana, del mundo ante la luz;
La estulta fe no importa, y esplende claro el día
¡Y así, cadáver casi, la insana Teología
Ostenta por escudo la derribada cruz!”
“¡Gocemos en la tierra,
Dejando allá en los cielos a Dios y al serafín!
Y, en tanto que a otros mundos el hado nos destierra,
O que en su obscuro seno la nada nos encierra,
Ornemos nuestras sienes con rosas y jazmines”
No es el Divino Verbo
Un mito, cual pregonas, y existe “el más allá”
Un “más allá” de penas sin fin para el protervo
Que, insano, en aurea copa bebió licor acerbo,
Como Luzbel gritando: “Retírate, Jehová!”
En lúbricos amores
Del vicio en la sentina pondráse a la mujer,
Quitando de sus sienes las virginales flores
La escupirán la frente y en báquicos horrores
El estertóreo grito se oirá de Lucifer.
Tacambaro, 1902
Manuel García Rojas.
COMPOSICIÓN
Recitada por su autor el día de la solemne
Distribución de premios, a los alumnos del Instituto
Científico del Sagrado Corazón de Jesús.
DISCURSO
Señores:
Cosa es muy sabida la natural propensión del hombre a la ciencia conocimiento de lo que le
rodea. Propensión es ésta que advertimos se desarrolla, aunque con diferente intensidad y
carácter, en las diferentes edades de la vida: el niño no obstante la inquietud propia de sus
años, aprende las verdades que le proporciona su madre y las enseñanzas que más tarde
oye en la escuela; el joven que empieza a entrever horizontes de risueña alborada, devora
con pasmosa rapidez, los libros que a sus manos caen y las lecciones que escucha de sus
maestros; el hombre y el anciano, experimentados por los años, también aprenden,
porque está fiebre de conocimiento, Señores, no concluye sino con la vida, digo mal,
nosotros los católicos profesamos la verdad de que cualquiera que sea nuestra suerte
futura, eternamente seguiremos conociendo.
Pero estás se de conocimiento, la razón y la experiencia nos enseñan, que para que sea
satisfecha en cuanto sea posible, debe sujetarse a la enseñanza: y está, para que de ningún
modo perjudique al individuo, debe regirse por determinados principios, ajustarse a cierto
método, sobre todo, ser influenciada por la Religión católica.
Bien sé señores, qué acerca del último inciso de la proposición que acabo de enunciar, no
están de acuerdo los racionalistas y libre pensadores, y desgraciadamente la práctica,
muchos de los que así mismos se llaman católicos.
Largo, enfadoso e inútil sería, señores, referir todos los argumentos, y despropósitos de la
escuela positivista para demostrar lo contrario de lo que asegura el catolicismo, sobretodo
dirigiéndome a un auditorio, en que según creo, no sé encontrará alguno que profese tal
doctrina. Sí así no sucediese, necesidad habría de remontar la prueba a los mismos
fundamentos y principios de la religión católica; demostrar la divinidad de su origen y sus
enseñanzas; patentizar sus excelencias y bellezas, todo sobre humanas en una palabra:
convertir a nuestra religión al que no la profese, empeño enfadoso e inútil, repito, para los
que afortunadamente tiene a honra pertenecer al catolicismo y deberás profesan sus
máximas y mandatos.
Sin embargo, como decía hace un momento, católicos hay que acerca de este punto en la
práctica, se apartan del verdadero espíritu de la religión católica. Si no, ver cómo se
expresan, en dado caso, tales personas; yo procuro que mis hijos -dice el padre de familia-
aprenda religión y todo aquello que ve a la moral cristiana, pero ¿qué necesidad hay de que
asiste a una escuela o a un colegio católico para que adquiera los demás conocimientos de
un plan de educación? ¿Qué relación tiene la Física, la Química, las Matemáticas, los
idiomas, etcétera con mi religión? Sí llegado el tiempo, mi hijo desea ser eclesiástico, bien,
que vaya a un seminario; pero sí ha de ser abogado, médico, ingeniero u otra cosa, ¿quién o
qué me impide que vaya adquirir esos conocimientos a escuela indiferente o en un colegio
laico?- Responder a tales personas, es el objeto del presente discurso, y para este fin siento
esta proposición: "Para los católicos la educación y la enseñanza ya sea primaria o
secundaria, ya sea acerca de Ciencias Naturales, Morales o de cualquier naturaleza debe ser
católica".
Desde luego, señores, no dejará de llamar vuestra atención lo extenso de la proposición que
he sentado, tratándose en la presente solemnidad, exclusivamente de los triunfos adquiridos
por los niños de la instrucción primaria, pero, pareciéndome que se encuentran aquí
congregados padres de familia, cuyos hijos se encuentran ya en las aulas de un colegio o
prontamente podrán llegar allá, no he vacilado en dar tal extensión a mi proposición. Tanto
más, si se considera, que los brillantes programas de la enseñanza moderna, aún primaria,
comprenden aunque superficialmente, materias que más atrás sólo correspondían a estudios
superiores ya preparatorios o profesionales. Suplico, pues, me prestéis por unos momentos
vuestra benévola atención.
Tenemos un niño de siete u ocho años de edad, del que se desprende su tierna y cariñosa
madre, concibiendo para el pedazo de su corazón risueñas esperanzas en el porvenir. Lo
pone en la escuela. Los sentidos y la imaginación de que el pequeño se van desarrollando
progresivamente y suministrando datos a su virgen entendimiento. Las impresiones de la
vida son entonces a su delicada inteligencia como las brisas matutinas al rosal de
primavera; recibe con avidez su entendimiento todo lo que en él se deposita, sí permitís que
así me explique; todo lo que escucha parece así mirarlo y servir para su continuo
desenvolvimiento, las enseñanzas son para él lo que el aire y el agua a la planta que crece,
sí aquellos son puros y buenos, la planta llegará a ser lozana y robusta, si no, la veremos
endeble y enfermiza. Su voluntad, como la cera en manos del artista, se doblega fácilmente,
no se encuentra aquella resistencia vigorosísima, que opone más tarde con el uso o el abuso
de su libertad; El sí o no en los labios el niño depende por completo de su maestro,
podemos entonces fijar el rumbo, que con probidad moral, seguirá en adelante el individuo,
en una palabra, podemos influir de tal manera en la educación o formación de aquel
corazón que llegaríamos, hasta oscurecer, pero nunca borrar algunos principios de la ley
natural. ¿Queréis pruebas? Allí tenéis a los corrompidos habitantes de la opulenta Roma,
encenegados en su vicio hasta desoír o ahogar la voz de la naturaleza. Allí tenéis a los
sectarios o el terrible anarquismo gritando a voz en cuello que el asesinato es la acción más
honrada del mundo. Ver a los jovenzuelos de nuestros días: no cuentan aún quince
primaveras y ya en su prematuro desarrollo advertimos las tristes e inequívocas huellas que
en un rostro, no sombreado por la barba, dejan la ebriedad, el garito, la prostitución... ¿ Por
qué tales extravíos? ¿Será acaso porque la ley natural sufre excepciones? ¿Llegarán por
ventura, esos desdichados a situación tan lamentable en un momento? No, señores, la
naturaleza, ya sea en el orden físico ya en el orden moral, no camina a saltos, ni se
desenvuelve precipitadamente. ¿Habéis visto alguna vez que el árbol sembrado hoy, de
frutos mañana? ¿Qué el verdadero criminal se ha formado ya en un día?...
Por las mismas leyes de la naturaleza se rigen la educación y la enseñanza. Alimentad la
inteligencia de ese niño, no digo ya con enseñanzas netamente malas o corruptoras, sino
con aquellos conocimientos que únicamente tienen a la razón por regla; que observé tan
sólo ejemplos de moral racional o legal, como ahora se estila; quién no tenga quien ponga
un dique al desenfreno de nobles pasiones, prematuramente desarrolladas, y palpareis los
funestos resultados.
Ahora, Señores, volvamos a la solícita madre que ha abandonado al querido de su corazón
en manos de un maestro que no se preocupa de Dios ni de su religión. En vez de un hijo
sumiso y obediente, a tanto, los que le dieron el ser, como aquellos que la religión y la ley
mandan respetar, encuentra al verdugo que así acibara de continuo su existencia y será
cliente constante de cárceles y presidios. En vez de aquel hijo de corazón de oro, que ella
soñaba en mejores días, le encuentra frío, indiferente, repulsivo, cuando no ya
sistemáticamente opuesto a todo lo bueno. Y es que aquél maestro cultivó la planta sin
podarla, crecieron nudos ahí torcida; enseñó, es cierto, pero sin advertir la corrupción de su
inteligencia por aquellas doctrinas vacías. Y aquella madre desgraciada, Señores, recibirá a
su hijo, que únicamente ha oído hablar de libertad, a quién tan sólo se han enseñado los
derechos y prerrogativas del hombre, y nada, nada sabe de las grandezas, magnificencias, y
sublimidad de Dios, de su sabiduría infinita e inalienables derechos.
Cuál será, Señores, el porvenir de esa madre, de ese hijo, de esa familia que más tarde, tal
vez formará? Vosotros bien lo sabéis y bastante he pretendido bosquejarla en todo lo que ha
precedido. Mi voz es menos elocuente que esos cuadros desgarradores que a diario
presenciamos, no ya en los suburbios de nuestras poblaciones, sino aún en su mismo centro.
Bien, diréis aún, que los niños asistan a escuelas católicas ¿ pero qué necesidad hay de que
se perfeccionen y formen en carrera en un colegio católico, si no sólo ha aprendido ya
religión, sino cristianamente las asignaturas de la enseñanza primaria? nosotros, añadiréis,
no vemos qué relación tengan con la Religión, la Física, la Química, las Matemáticas, los
Idiomas, ni nada de ese brillante programa de materias que vienen a formar hoy la
enseñanza superior, ya sea preparatoria o profesional. Por otra parte, están ya echados los
fundamentos religiosos, y esto basta; sabe ya lo que necesita para ser buen cristiano, lo
demás son beaterías, nosotros no queremos a nuestros hijos unos benditos...
¡Ah!, Señores, ruego detengáis por un momento vuestras reflexiones. Vosotros mismos
resolvéis la segunda objeción que presentáis. Decís que se han echado ya los fundamentos y
que esto basta. ¿Qué opinaríais, pregunto yo, del arquitecto que debiendo construir un
edificio, echa tan sólo los cimientos, y da por terminado el edificio, o espera impasible que
la mano del tiempo haga lo demás? ¿Qué juzgaríais, de labrador que habiendo sembrado la
simiente, vase a descansar, dejando que la naturaleza haga sus veces? ya adivino vuestra
contestación, diríais, que el arquitecto y labrador, si así se encontraran, andarían
desatinados.
Y a la verdad, Señores, qué no habría quién, tratándose de un edificio que hay que levantar,
de una tierra que cultivar o de otra cosa semejante, se expresará de esa manera. Pero
tratándose de Religión, Señores, la cuestión cambia y no tenemos reparo en asentar tales
pensamientos y caer en tan palmarias contradicciones. ¡Asegurar, señores, que en el
desarrollo de la inteligencia bastan solamente los escasos conocimientos religiosos que se
toman en la escuela! ¿Es esto pensar como buen católico? o ¿Cómo católico que olvidado
la magna extensión e importancia, la incomparable trascendencia de su excelsa religión en
todos los actos de su vida? ¿Se olvida, por ventura, de la sentencia de aquel impío que dijo,
que el hombre es un animal religioso por naturaleza?
Suponerlo en la edad y bajo la influencia que queráis, que estudie para ingeniero, abogado,
que resuelva las arduas cuestiones en la política o gane el sustento exponiéndose a todas las
intemperies, siempre tendrá religión, aunque sea la de sí mismo.
¡Oh! Señores, la educación y enseñanza cristianas, el hombre desde que puede recibirlas
hasta que es capaz de gobernarse, dirigirse a sí mismo, son de tal manera necesarias, que no
solamente depende de ellas el porvenir tranquilo y dichoso del individuo y familia,
aisladamente tomados, sino especialmente el de las colectividades. De ellas dependen el
engrandecimiento material y moral de las sociedades y de los pueblos.
Réstame para concluir, Señores, aunque sea brevemente y según lo permitan mis aptitudes,
haceros ver la íntima relación que tienen las ciencias con la religión. Me referiré,
especialmente a aquellas que por su naturaleza o su necesidad, se han popularizado más.
Para el verdadero católico, Señores, bastaría como la demostración de que Dios es, no sólo
Autor de las ciencias y causa primera de todo lo que existe, sino también Creador y
Conservador del entendimiento y de las cosas que esté conoce; pero en el presente caso,
descendamos a presenciar el cuadro que presentan las ciencias, y sus resultados, cuando se
les separa de Dios.
¿Por qué todo esto, señores? por qué los que esto enseñan, que no son otros que los
materialistas y los librepensadores, no comprenden que si hay Geología, es porque Dios
creó la tierra; si hay innumerables sustancias de poder químico sorprendente, es porque
Dios les ha dotado de ese poder al crearlas. ¿Quién sino Él, es el que ha dado este delicado
y suave color a las flores que alfombran nuestros jardines; esa maravillosa constitución a
las plantas y a los animales que son la hermosura de nuestros bosques? todas ellas requieren
la omnipotencia creadora de un ser inteligente. ¡El hombre! ¡Oh! el hombre, la criatura más
perfecta que ha salido de las manos de Dios al mundo visible; qué ha superado a la
naturaleza, encauzando los ríos, surcando los mares, combinando y utilizando sus fuerzas
hasta parecer burlar sus leyes; que modela el mármol infundiéndole su vida, que remeda los
incomparables cuadros de la naturaleza, nos hace derramar lágrimas o llegar hasta el
delirio; que parece transparentarse en el pecho su alma al ser objeto de las dulces
impresiones y arrobamientos de amor en su corazón; reíos señores, ese hombre, es nieto del
orangután. No alcanzan, los defensores del Positivismo que un ser inteligente y libre por
naturaleza, no puede ser efecto sino de un Ser cuya inteligencia y libertad sean infinitas,
cuya belleza exceda a toda belleza y cuyo amor sea creador y conservador.
Es pues inconcuso, señores, que la religión y las ciencias tienen íntima relación y que
aquella influye grandemente en el desarrollo Moral e intelectual del individuo. Ni podía ser
de otro modo, puesto que la religión, las ciencias y el hombre proceden de Dios y no
podrán oponerse en sus mutuas relaciones.
Señores, los principios están sentados, las conclusiones deducidas, a vosotros toca la
acción.
Vosotros debéis suministrar a vuestros niños y a vuestros jóvenes el pan de la inteligencia y
la educación moral que le son necesarias. La experiencia os ha enseñado, que las
ocupaciones y el demasiado afecto qué tenéis a vuestros hijos, os impiden que en casa
aprendan todos los conocimientos que le son indispensables. Habrá, pues, que enviarlos a
una escuela o a un colegio. Yo he pretendido patentizar los funestos y tristísimos, pero muy
elocuentes resultados, que el Positivismo obtiene en escuelas y colegios sin Dios, como los
quieren muchos padres cristianos para sus hijos. Enumerar y describir los magníficos
efectos de una educación y enseñanza verdaderamente cristianas, no seré yo quien los
encalque, ni mi débil voz la que los refiera. Abrid la historia, observar los monumentos,
consultad la estadística, estableced las comparaciones que gustéis... y elegid. He dicho!
L. D. ET B. V. M. DE G.