Alfaro Oscar - El Pajaro de Fuego Y Otros Cuentos
Alfaro Oscar - El Pajaro de Fuego Y Otros Cuentos
© ÓSCAR ALFARO
©EDITORIAL ANDRÉS BELLO
Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile
Inscripción N" 75.120
Se terminó de imprimir esta primera edición de 15.000 ejemplares en el mes de octubre de 1990
IMPRESORES: Salesianos
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
I.S.B.N. 956-13-0913-K
ÍNDICE
1. El pájaro de fuego
2. El sapo que quería ser estrella
3. La lámpara voladora
4. La reina de las mariposas
5. La pompa de jabón y las hormigas
6. El circo de la araña
7. El cantor de la raza negra
8. El barco Primavera
9. El tigre y las hormigas
10. El cuento del hilo de agua
11. Cuando marchaban las montañas
12. La madre lejana
13. Ruperta
14. Topa, corderito
15. El traje encantado
16. Oscar Alfaro, príncipe de la poesía para niños, por Manuel Peña Muñoz
EL PÁJARO DE FUEGO
Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el aire.
Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía gritando:
-¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa!... -Y al punto le arrojaban chorros de agua, con
lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo.
Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida.
-¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el
incendio!... -Y escapaban despavoridos.
Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo. Entonces
se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la
virtud de volar.
Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y más bien
él soñaba con parecerse a una flor, que él conceptuaba como la encarnación de la belleza.
-Yo soy la flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir
adonde quiero -decía alegremente.
Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de que sus formas no
tenían nada de común con la flor.
-¿Dónde se ha visto una flor con pico? -decían.
-¿Y una flor que cante?...
El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo,
por los aires.
Un día se dijo:
"Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una
flor." Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo.
Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió las dos alas radiantes
y las elevó a los cielos semejando entonces una flor bipétala.
Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre
unas flores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un largo rato.
Cuando se consideró suficientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y
adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre una sola patita, que
semejaba muy bien el tallo de una flor.
Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una
mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta flor. El pájaro se la tragó en un santiamén
y volvió a quedar inmóvil.
-¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? -dijeron las demás
mariposas, asombradas.
-Vamos a averiguar lo que pasa. -Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la
misma suerte.
Todos los insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se alimentaba de
mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después de saciar su apetito cogió a una
mariposa azul y se la colocó al cuello de collar. Luego se puso a cantar alegremente,
olvidándose de su oficio de flor.
—¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! —dijo una avispa.
He visto pasar a una víbora con el cuerpo lleno de luces. Parecía una cadena de
estrellas y era porque se tragó a las luciérnagas del huerto.
Así decía el sapo oculto bajo el rosal, que aquella noche estaba constelado de bichitos de
luz.
-Pensar que si yo me trago a las luciérnagas de este rosal brillaré, igual que la víbora. Y
mejor aún, seré un sapo convertido en estrella. Y todos los seres que hoy me desprecian por
mi fealdad se morirán de envidia al verme tan hermoso. Me comeré, pues, a todas estas
luciérnagas doradas.
En ese instante sopló el viento y sacudió el rosal, que derramó una lluvia de luces... El
sapo abrió la boca y la primera luciérnaga le pintó de oro el gaznate y fue a situarse, como
una chispa, al fondo de su panza.
-¡Bravo...! ¡Ya empiezo a brillar!
Siguió lamiendo, una tras otra, las manchitas de luz que salpicaban el césped, hasta que
no quedó una sola.
-¡Esto es maravilloso! Ya nadie brilla en el huerto. ¡El único que brilla soy yo!
Y, en efecto, parecía un sapo de cristal, un hermoso sapo verde, con fuego interior. Loco de
orgullo y de contento se miró en el espejo del agua.
-¡Soy el ser más bello de la naturaleza! -dijo, y se tiró al estanque.
Amanecía, las niñas mariposas despertaban recostadas sobre las flores. Aún no tenían
colores sobre las alas y esperaban que sus padres se las colorearan. En efecto, llegaron
las mariposas adultas y cogiendo pinceles de rayos, empezaron a pintar en la mejor
forma posible las alitas de sus hijas.
-Tenemos que arreglar a nuestras pequeñas, para que asistan al desfile que esta tarde
cruzará los aires, celebrando la llegada de la Primavera.
-Yo quiero llevar en mis alas la bandera de mi patria -dijo una mariposa nacionalista y
su madre le pintó encima la enseña del país de las mariposas.
-Yo quiero vestirme de geisha del Japón -dijo otra. Y después de ser convenientemente
pintada, abriendo su kimono radiante, se puso a bailar en el aire como la más graciosa
de las japonesitas.
—Yo quiero ser la obra maestra del pintor de los aires —dijo una mariposa, hija de
artistas.
Llegó su padre, arrastrando una hoja en forma de paleta, sobre la cual había manchas
de todos los colores y, con unas cuantas pinceladas, le dibujó un cuadro surrealista en
cada ala.
—Yo quiero llevar un paisaje brasileño, con lunas y palmeras. Además ponme una gran
moña en la cabeza —dijo la hija menor de la artista. Y en el acto fue complacida.
-Yo quiero ser india boliviana. Llevaré un aguayo de colores flotando al viento -dijo otra
mariposita.
Apenas terminadas de colorear, las pequeñas salían volando. Y aquello era como una
exposición aérea de acuarelas. Solamente quedaba por pintar una mariposa negra, de ojos
blancos, pero nadie quiso ocuparse de ella.
-Esta negra que se quede de cocinera -dijeron y la abandonaron.
—Llévenme, por favor —rogó la pobrecita, que sin duda era la Cenicienta de las mariposas,
pero nadie accedió a su ruego. Quiso seguirlas, la descubrieron, la cogieron de las antenas
y la arrojaron al suelo. Allí se quedó llorando su triste suerte. Sin embargo su curiosidad
era tanta que, al poco rato, se levantó y voló silenciosamente tras el cortejo.
El jurado calificador que debía nombrar a la "Reina de las Mariposas" estaba
convenientemente instalado sobre una flor de lirio. Y desde tan espléndido balcón, veía
pasar a las bellezas voladoras. Mucho les costaba ponerse de acuerdo sobre la
ganadora del certamen, porque cada una era parienta de una concursante.
Poco después de mucho discutir, el pintor surrealista impuso su criterio y su hija fue
elegida reina. Ahora solamente faltaba coronar a la soberana y todas buscaban
afanosamente el lugar más apropiado para tan solemne acto.
—El trono lo colocaremos sobre una amapola gigante. Será un trono digno de una
mariposa.
-Las princesas de la corte tomarán asiento en las demás flores, formando semicírculo.
Ya estaban procediendo a la coronación, cuando el cielo relampagueó y todas temieron que
se les aguara la fiesta. Felizmente en ese preciso instante se abrieron las puertas del Palacio
Azul, que se alzaba allá cerca y su dueño dijo:
-Yo brindo mi palacio para la coronación...
-¡Maravilloso! ¡Vamos allá! ¡Viva el príncipe del Palacio Azul!...
Y con gran alborozo entraron por la ventana.
-Colóquense sobre esta cartulina de colores -
dijo el príncipe.
Todas lo hicieron así y se posaron sobre los
lugares donde, de antemano, habían sido
diseñadas las siluetas de las mariposas.
-Muy bien. Ahora colocaré la banda real a Su
Majestad -dijo el príncipe.
Hizo una gran reverencia, tomó la hermosa banda y la aseguró con un alfiler de oro sobre
el pecho de la reina. Ésta sintió un dolor tan agudo, que en el acto quedó desmayada.
Pero nadie se dio cuenta y la ceremonia siguió adelante.
-Voy a imponer las bandas a las princesas de la corte -agregó el príncipe,
solemnemente.
Y una tras otra las fue traspasando con alfileres y clavándolas sobre la cartulina.
Entonces se retiró, restregándose las manos de contento y dijo:
-¡Qué colección! ¡Son las mariposas más lindas del mundo!...
Sólo la humilde mariposita negra se había librado de caer en sus manos; por ser tan fea,
el príncipe no la quiso para su colección.
-¡Tengo que salvar a mis hermanas! -dijo ésta con los ojos llenos de lágrimas.
Pero, ¿cómo iba a poder arrancar los alfileres? Se precisaba una fuerza muy superior a la
suya, y pensó en su amigo, el escarabajo, que siempre andaba tras ella, haciéndole
proposiciones matrimoniales.
-Él tiene unas tenazas muy fuertes y podrá libertarlas.
Se dio vuelta y allí estaba el escarabajo, mirándola.
-Si es verdad que me quieres, ayúdame a salvar a mis hermanas -le suplicó, secándose
los ojos con un pañuelito que era el pétalo de una flor.
El escarabajo dudó un instante, y por fin dijo:
-Las salvaré, aunque se portaron tan mal contigo.
Se movió pesadamente, subió a la pared y llegó al lugar donde agonizaban las diminutas
bellezas.
-Primero libertaré a Su Majestad -dijo, cerrando un ojo. Y con su tremenda tenaza
desprendió el alfiler que aprisionaba a la reina.
-Ahora voy a desclavar a las princesas de la corte -agregó, echando una mirada a las
pobrecillas, que se estremecían de dolor, y con la mayor facilidad les fue arrancando los
alfileres de oro. Luego anunció:
-Sus altezas pueden levantar el vuelo, que ya están libres. Y jamás vuelvan a maltratar
a la hermanita negra, que les salvó la vida. Si ella no me lo pide, ustedes hubieran
muerto crucificadas... -dijo y depositó todos los alfileres de oro, como una ofrenda de
amor, a los pies de su prometida.
Y de nuevo las mariposas volaron hacia la mañana primaveral.
LA POMPA DE JABÓN Y LAS HORMIGAS
Una pompa de jabón volaba sobre el pueblo de las hormigas y las pobrecitas gritaban,
espantadas:
-¡Socorro! ¡Esta bomba hará trizas nuestra ciudad!...
-¡Nada de saqueos! ¡La primera que abuse de la confusión morirá! —dijo la hormiga
presidenta, mostrando sus enormes pinzas. Y agregó-: Salgan de a una en fondo.
Y las demás hormigas, perfectamente formadas, empezaron a salir, llevando sus cestas
de huevos y sus hijos en brazos...
-Primero las mujeres -dijo de nuevo la hormiga capitana-. Las madres de familia
adelante.
Y éstas salían seguidas de sus chiquillos, que eran tan pequeños y morenos, como
verdaderos hijos de hormiga.
Ahora el campo ofrecía exactamente el aspecto de una ciudad en plena evacuación. Lo más
difícil fue sacar a las hormigas hospitalizadas. Las graves eran llevadas en camillas por las
hormigas enfermeras que vestían mandil blanco con una cruz roja. Las más sanas iban
rengueando por el camino.
Cuando todas salieron y marchaban en interminable fila por el campo, la pompa de jabón
cayó sobre la ciudad desierta. Las hormigas, que se hallaban lejos, cerraron los ojos, se
taparon los oídos y fueron alcanzadas por diminutas gotas de agua. Dieron un grito
horrible creyendo que esos fragmentos las pulverizarían, pero luego se levantaron
sanas y salvas, se palparon asombradas todo el cuerpo y volvieron sus cabecitas hacia el
hormiguero. Este seguía completamente intacto.
-¡Nada ha pasado! -exclamó una hormiga vieja.
-Pero qué iba a pasar... ¡Si era una pompa de jabón! -dijo una hormiga doctora.
-No es posible.
-Claro que sí. Por eso el agua nos salpicó a todas.
—Pero qué ridiculez. Asustarnos de eso.
—Es la psicosis de guerra...
—Nos parecemos a no sé qué pueblo que imagina ver bombas atómicas hasta en las
pompas de jabón que lanzan los niños desde los rascacielos...
-¡A volver de inmediato!
Y todas regresaron en perfecto orden hacia la ciudad abandonada.
EL CIRCO DE LA ARAÑA
-¡ Oh, qué hermosa red para dar saltos mortales!... -dijo la mosca, mirando la tela de
la araña.
-Ven conmigo que yo te enseñaré. Yo soy la dueña de este circo -contestó la araña.
-No, tengo miedo.
-¿Pero acaso no ves tantos moscardones trapecistas, que ensayan a dar saltos sobre la
red?
Y en efecto, varias moscas brincaban sin descanso, haciendo temblar la telaraña.
-Anímate, que te voy a enseñar el salto mortal con triple vuelta -insistió la dueña.
-¿Pero qué veo allí? ¡Hay moscas muertas sobre la red!...
-No, tonta. Son trapecistas que están descansando.
-Y esas otras. ¿Por qué aletean tan desesperadamente?
-Están probando la resistencia de la red, antes de atreverse a realizar las pruebas. Ven
tú, que te haré debutar esta noche.
La mosca entró en sospechas ante tanta insistencia. Y comenzó a volar, trazando círculos
sobre la telaraña. De pronto escuchó una vocecita muy débil que decía:
-¡Socorro! ¡Sálvame de la araña! ¡Es una asesina!...
-¿Eh? ¿Cómo dices? -preguntó la mosquita, frenando el vuelo.
-¡Auxilio! ¡La araña me comerá esta noche!...
Y la pobre prisionera pataleaba con toda la desesperación de una condenada a
muerte.
—¿Pero no eres acaso una trapecista del circo?
—¡Esto no es ningún circo! ¡Es la tela mortal de la araña!
—¡Socorro!... ¡Socorro!... —empezaron a gritar las demás.
—¡Sálvanos! ¡Ahora mismo!... ¡O será tarde!... —dijo la primera.
La mosca libre no esperó más y huyó volando. Pero, ¿a dónde iba? ¿Qué podía hacer
ella? No la dejó hallar la respuesta un pájaro que la vio de lejos y se le vino encima.
-No me comas, que soy demasiado pequeñita y no te hartarás conmigo. Ven y te
llevaré al circo de la araña, donde hay una docena de moscas trapecistas, que te las
puedes comer, una tras otra, amén de comerte a la dueña del circo.
-¡Vamos! -dijo el pájaro entusiasmado. Y salieron volando en esa dirección. Allá lejos
se divisaba la red luminosa.
-¡Allí están! Primero tienes que matar a la araña, para que no te pique.
-Déjala por mi cuenta -dijo el pájaro y saltó sobre la araña. La tomó por la espalda y la
levantó pataleando. Entretanto, la red se hizo pedazos y todas las prisioneras
escaparon.
-Gracias por habernos salvado -dijo entonces la mosquita astuta—; cuando tengas
hambre de nuevo, búscame para que te presente a las empresarias de otros circos.
Adiós y ¡buen provecho!
El pájaro no intentó perseguirla más y se quedó pensando que le convenía mucho
aquel negocio.
El barco Primavera iba flotando sobre el río. Estaba cargado de mariposas, que bailaban
alegremente en la cubierta. Los músicos negros, o sea los grillos, tocaban una orquesta de
jazz y las mariposas bailaban pieza tras pieza. De pronto, dos de ellas se marearon de
tanto bailar y cayeron al agua.
La alegría era tan grande en el barco que todas las demás continuaron danzando, sin
darse cuenta de lo ocurrido.
-¡Socorro!... -gritaban las pobres náufragas. Pero el barco, lleno de música, siguió
adelante, sin que nadie las oyera.
-¡Socorro!... -Y sus alas empapadas, en vez de ayudarlas a levantar el vuelo, las arrastraban
hacia el fondo.
Ya se hundían definitivamente, cuando una de ellas alcanzó a ver una isla redonda y roja
como un rubí. En realidad era una gran flor que flotaba en el agua, pero ellas dijeron:
-¡Qué suerte! ¡Hay una isla en la distancia!...
-¡Nademos hacia allí!...
Claro está que las pobrecillas no podían nadar, pero hizo la casualidad que la corriente
arrastrara la flor hasta donde ellas estaban.
-Ya llegamos.
-¡Arriba!...
Y las dos náufragas se prendieron de la flor con todas sus patas. Un esfuerzo más y
estuvieron arriba.
-¡Pero qué isla más bella! ¡Está llena de fragancia!... -dijo una de ellas aspirando con
deleite el aroma de la flor.
-Y no sólo de fragancia. ¡Si esta isla está llena de miel!... Basta chupar en cualquier lugar y
la miel sale a chorros...
—No hay mal que por bien no venga.
-Vale la pena haber perdido el barco si vinimos a dar a una isla que es un pedazo de
paraíso.
A lo lejos se perdía el barco lleno de luces.
-¡Qué pronto llegó la noche!...
-¿Quién alumbrará la embarcación?
-¿No lo sospechas?
-Francamente, no.
—Pues son las luciérnagas marinas. Nadie como ellas para dirigir un barco en la noche.
Y nuestras amigas clavaron la vista en la embarcación hasta que se perdió en la lejanía. En
ese momento salió la Luna y el agua se tino de luces y colores. El paisaje era bellísimo y
una de las mariposas se puso romántica y dijo, lanzando un suspiro:
-¡Soy un ser tan feliz...!
-No somos náufragas sino veraneantes-contestó la otra.
—Verdad, estamos en la isla de las delicias...
—¿Pero no has notado una cosa? ¡La isla se mueve!...
En ese instante la flor giró sobre sí misma, impulsada por la corriente.
-¿Y eso?...
-Lo que te dije. ¡La isla se mueve!...
-¡Qué horror! ¿Y qué hacemos ahora?
-Nada. Esperar...
-¿Y si se hunde?
—Una isla no se hunde tan fácilmente.
-Pero ésta debe ser de origen volcánico, por eso tiene el color de fuego. ¿Y si arroja lava y
nos carboniza?
-No seas exagerada, que eso no ocurrirá.
-¿Y si ocurre?
-Mira, duérmete tranquila, que mañana trataremos de hallar un lugar más seguro.
-Creo que tienes razón.
Y las dos mariposas cerraron los ojos. Al otro día el Sol brilló sobre el río y las náufragas
despertaron dulcemente.
-¡Mira! ¡La isla se hunde! ¡Apenas queda una porción de ella sobre el agua!...
-¡Vámonos pronto!...
-¿Pero cómo?
-Pues, volando. ¿No ves que ya tenemos las alas secas?
-Es cierto. ¡A volar, pues!...
Y las dos desplegaron las alas y se remontaron al cielo. En ese momento una gran ola del
río acabó de hundir a la flor.
-¡Nos salvamos por milagro!... -exclamó la más tímida, estremeciéndose al ver aquella
catástrofe.
-¿En qué dirección volamos?
-Espera, que me voy a orientar... Pero... ¿Qué veo?... ¡Si allá cerca está el barco!...
-¡Imposible!
-Sí, es nuestro barco.
-¿Pero cómo puede estar tan cerca si anoche lo perdimos de vista?
-Ha debido regresar a buscarnos.
La verdad era que toda la noche la flor había corrido tras el barco, siguiendo la misma
corriente. Pero esto no lo sabían ni les interesaba a nuestras amiguitas, que siguieron
volando y, al poco rato, cayeron sobre el barco, locas de alegría.
Las demás las recibieron con júbilo indescriptible. La música volvió a sonar más alegre que
nunca y las dos se unieron a la danza. Y el barco Primavera siguió navegando por el río.
EL TIGRE Y LAS HORMIGAS
Una hormiga colorada caminaba por las zarpas de un tigre dormido, cuando éste
despertó y...
-¿Cómo te atreves a caminar por las garras del animal más feroz de la tierra?
—Perdóname, lo hice sin darme cuenta.
-Eso es todavía mayor delito, no darte cuenta de que estás frente a un tigre, no temblar
de terror ante su sola presencia.
—Es que no corro peligro frente a ti. Tú no me puedes devorar, en cambio yo...
-¿Qué ibas a decir?
-Que yo sí puedo devorarte.
-¡Qué insolencia sin nombre!... ¡Muere, insecto vil!...
Y el tigre lanzó una tremenda dentellada, pero sólo logró morderse la pata. Y la
hormiguita quedó ilesa.
-Yo y mis hermanas podemos vencer a todos los tigres del mundo -habló de nuevo la
hormiguita.
El tigre echó llamaradas por los ojos.
-¡Te mataré como a una pulga! -Unió sus poderosas zarpas, sin conseguir atrapar a su
pequeña enemiga.
—Me voy, ya ves que no puedes hacerme nada —dijo entonces la hormiga-, y no olvides que
mi desafío queda en pie. Las hormigas que constituimos la multitud podemos vencer a
cualquier tirano sanguinario
Y se fue, levantando la cabeza altivamente.
El tigre sufrió un ataque de nervios de pura rabia.
-¡No dejaré hormiga en pie sobre la tierra! -bramó. Y se fue siguiendo los pasos de nuestra
diminuta amiga, que muy dueña de sí misma caminaba hacia el hormiguero.
-Si dejo que una simple hormiga me falte el respeto, ¿ qué no harán los demás animales ? -
seguía razonando el tigre, mientras los ojos se le llenaban de sangre.
Era un hilo de agua que saltó de la roca y comenzó a corretear cuesta abajo. Un pájaro
bajó a bebérselo y él dijo:
-No me tomes todavía, que soy muy pequeño y me consumirás todo.
-¿Pero qué más quieres? Así te llevaré volando por el aire, mientras que, arrastrándote
como gusanillo, nunca llegarás a ninguna parte.
-Llegaré. Ahora mismo estoy en camino hacia el mar.
-¡Pero qué optimismo! No comprendes que el mar está a miles de kilómetros de aquí, que
hay que atravesar montañas, desiertos, en fin, casi toda la tierra?
-No importa, ya llegaré.
El pájaro no quiso escuchar más y echó a volar.
El hilo de agua siguió arrastrándose centímetro a centímetro. En todo el día sólo logró
avanzar unos metros y luego la tierra se lo chupó.
Sin embargo, él siguió tironeando hacia arriba para salir a la superficie. Tuvo que
humedecer el camino, que era el tributo pagado a la tierra, para que lo dejara seguir
adelante.
Así fue hilvanando el camino con reflejos plateados. Una puntada aquí y otra más allá.
Tenía que aprovechar las noches para caminar con mayor soltura.
Ya pasaba un mes que andaba por el camino, ya había crecido bastante, aunque estaba
tan delgado por el esfuerzo, que en algunas partes se cortaba. Un día encontró en el
campo a otro hilo de agua, que se detuvo a preguntarle:
-¿A dónde vas tan apurado?
-Voy al mar.
-¿Cómo te atreves a pensarlo siquiera? Si eres tan pequeño...
-Llegaré.
Iba a seguir adelante, cuando se detuvo y le dijo:
-¿Por qué no me acompañas tú? Unidos seremos más fuertes y llegaremos más pronto.
El nuevo hilito, después de unas cuantas vacilaciones, se unió. Y los dos continuaron el
camino. De pronto, retrocedieron, espantados, al borde de un precipicio.
—¡Cuidado, que nos desbarrancamos!...
—¡Adelante, que no hay otro camino!
-¡Entonces no voy contigo...!
-Ya es tarde..., ¡salta!
En efecto, ya era tarde. Y los dos hilos de agua, abrazados y temblando de susto,
cayeron barranca abajo, hasta tocar el fondo. Allá se quedaron toda la tarde, tratando
de encontrar una salida. Por fin la hallaron y se lanzaron al campo abierto.
Caminaron un día más y de pronto vieron un nuevo hilo que se adelantaba tímidamente
hacia ellos.
—¿Adonde es el viaje? -le dijeron.
-Vengo de la hacienda, perseguido por las ovejas, que me beben y no me dejan seguir
adelante.
-Te hemos preguntado adonde te diriges.
-A cualquier parte, pero quiero viajar...
—Pues no lo pienses dos veces y vente con nosotros.
Ahora eran tres y formaban una pequeña corriente. Más allá encontraron una ciénaga
negra.
-¿Qué haces aquí, perezosa?
—Me eché a descansar hace algunos años y no tengo deseos de ir a ninguna parte.
—Mira que por falta de actividad te estás quedando paralítica.
-Y te estás pudriendo en vida. Ven con nosotros, que la vida no es estancamiento sino
lucha y actividad.
Después de mucho esfuerzo, por fin movieron agua estancada, que se puso en camino
lentamente.
-¡Pero qué sucia estás y qué maloliente...! -le dijeron al poco de andar.
-Eso es por haber estado tanto tiempo ociosa.
Pero a medida que caminaban, el agua estancada se iba poniendo más ligera y pura, pues
dejaba todas las suciedades en el camino.
-Ahora veo que el trabajo purifica el espíritu -admitió ella.
Al otro día hallaron a todo un arroyo, que se dedicaba a saltar por entre las peñas.
-Si convencemos a éste de que nos acompañe, seremos invencibles.
Y el arroyo juguetón no se hizo de rogar para unirse a los viajeros. Y después del arroyo vino
un pequeño río. Luego otro más grande y otro más. Ahora formaban una corriente colosal
que pasaba rugiendo por los campos. De pronto todos los viajeros lanzaron un grito:
-¡¡El mar!!...
Y era el mar soberbio y majestuoso.
—¡Éste es el triunfo soñado! —dijo el hilito inicial—. ¿Dónde estará ahora el pájaro que se
burló, cuando aprendía a caminar?
-Estoy aquí y confieso mi error -dijo el ave, apareciendo en el cielo-. Pero tienes que
reconocer que, sin unirte a los otros, jamás hubieras llegado,
-Claro que no. Sólo la unión hace las grandes cosas. Esto lo saben los hombres más que yo -
dijo el hilo de agua y se lanzó al mar.
CUANDO MARCHABAN LAS MONTAÑAS
Un tremendo ejército de gigantes había invadido las tierras del incario. Era tan
numeroso que una punta se hallaba en lo que hoy se llama el Estrecho de Bering y la
otra punta tocaba ya la Tierra del Fuego.
Todo el continente indio temblaba ante el paso de estos monstruos que cubrían
íntegramente la costa del gran mar conocido hoy como Océano Pacífico.
El inca estaba entonces a orillas del Lago Titicaca, tomando baños. Esto lo supieron los
invasores y dividieron su ejército en dos formidables columnas que cercaron
completamente la meseta altiplánica. El resto del ejército siguió adelante, hasta tocar,
como dijimos, la punta sur del continente.
Los jefes de las legiones invasoras, vestidos con toda la pompa oriental, iban
montados sobre hermosos camellos blancos, cuajados de pedrería que brillaba al sol.
Habían pasado de otro continente, hoy desaparecido, y estaban dispuestos a someter a
eterna esclavitud a los hijos del incario.
El soberano indio, completamente ajeno al peligro que corría su imperio, navegaba
tranquilo sobre una barca de oro, dirigiéndose a la isla donde se levantaba el Templo
del Sol, cuando los invasores llegaron a la orilla del lago.
Algunos de los gigantes se lanzaron al Titicaca para apresar la barca real. Estos
hombres eran tan grandes que podían cruzar a pie el lago, sin que sus cabezas se
perdieran bajo las olas. Ya estaban cerca de la barca... Ya estiraban sus manos enormes
para apresar al soberano... cuando ocurrió algo extraordinario: un volcán reventó en el
fondo del lago. El horizonte se llenó de llamaradas. Rocas ardiendo volaron hasta el Sol.
Todo el continente pareció romperse en mil pedazos. El lago íntegro fue suspendido
hasta alturas increíbles. Y los ejércitos invasores quedaron petrificados.
Cuando todo volvió a la calma se vio que la columna de gigantes que se extendían de
extremo a extremo de la América se había transformado en una cadena de montes.
Allí estaban los colosos de piedra, amarrados los unos a los otros, todavía forcejeando,
pero sin poder separarse. Formaban una cordillera de hombres-montanas que poco
a poco se fueron inmovilizando.
Los monstruos que iban a coger la barca real fueron transformados en islas que todavía
tienen la forma de cabezas saliendo del agua y adornan el Lago Titicaca.
Desde entonces se levanta en la América la Cordillera de los Andes, en cuyas cumbres
brillan aún los cabellos blancos cuajados de pedrería.
A veces la cordillera se estremece como si los gigantes quisieran seguir su marcha, pero ya no
pueden, pues hoy las montañas no caminan. Y estos colosos encadenados son eternos
prisioneros del Nuevo Mundo.
LA MADRE LEJANA
Rolito despertaba cada día y miraba el retrato de su madre, colgado de la pared. Los ojos
del retrato estaban posados sobre él con dulzura y melancolía. Durante toda la noche lo
habían estado contemplando mientras dormía. ¡Qué ojos más tiernos y dolorosos tenía su
madre lejana!
La verdad es que él nunca la había conocido. Desde muy pequeño le enseñaban el retrato y
le decían:
-Hijito, aquí tienes a tu madre.
¿Su madre? Si no era más que un cartón que él se empeñaba en llevar a la boca, como
todo lo que le daban.
-Pobrecito, quiere besar a su madre...
Más tarde recién distinguió los perfiles del retrato y sobre todo aquellos ojos tristísimos que
parecían mirarlo eternamente. Pero, en realidad, ¿dónde estaría su madre?... Nadie le daba
una idea concreta y él comenzó a sospechar que no la tenía. Entonces se volvía hacia el
retrato y se lo preguntaba.
El rostro de su madre se animaba, sus ojos derramaban ternura y hasta parecían
humedecerse. ¿Qué era aquello? ¿Simple impresión del chiquillo? Sólo él notaba los
cambios del retrato.
En las mañanitas saludaba a la imagen como si fuera una persona viva.
-Buenos días, mamá.
Y creía adivinar una respuesta en aquellos labios sin calor. Algunas mañanas
encontraba a su madre enormemente triste y otras, la hallaba bañada de una dulce
felicidad. En realidad, el retrato era un simple reflejo del alma del niño.
Apenas se dirigía a la puerta, aquellos ojos iban tras él. Tomaba el desayuno, regresaba y los
ojos de la madre estaban clavados en la puerta, esperando su regreso.
Una tarde, Rolito entró hecho un mar de lágrimas. La familia que hasta entonces lo había
tenido a su cargo, se iba y... lo dejaban solo. Sollozó largo rato, tirado en su cama. Todo el
dolor de la orfandad se le presentaba de golpe. Levantó los ojos, arrasados de lágrimas,
hacia su madre. ¡Ah, qué expresión la del retrato! Si parecía llorar junto con el hijo
abandonado.
Rolito se quedó en la casa todavía una semana. Estaba solo, completamente solo. Todo se lo
habían llevado, menos el retrato. A la siguiente semana llegó la nueva familia que ocuparía
la casa y Rolito tuvo que salir, con el retrato bajo el brazo.
Caminó toda la mañana, toda la tarde, toda la noche... Por fin al amanecer se durmió en
una plaza, pero al despertar... el retrato había desaparecido.
-¡Me han quitado a mi madre!... -gritó, sintiendo que el alma se le hacía pedazos-. ¡Mi
madre!...-Y corría de un lado para otro.
La gente se agolpó a su alrededor, pero nadie lo entendía.
Miraba a todos los rostros queriendo descubrir al ladrón, pero esto era imposible. Escapó
entonces calle abajo, derramando alaridos, como un perro azotado.
Al amanecer del siguiente día, lo hallaron tirado al final de la ciudad. Ardía en fiebre y
extendía las manos a todo el que pasaba por su lado, gritando con la fuerza del delirio:
-¡Devuélvame el retrato! ¡Devuélvamelo usted!...
Lo condujeron al hospital y allí continuó delirando.
-¡El retrato! ¡Mi madre!... -Y no sabía decir otra cosa.
Cuando volvió en sí, sus ojos buscaron con desesperación la imagen desaparecida y, al no
encontrarla, saltó de nuevo y corrió por la sala como un demente. Tomó el camino de la
calle, pero los enfermeros lo detuvieron en la reja. Otra vez ardía en fiebre y lo llevaron de
nuevo a la cama.
Estuvo en el hospital cerca de un mes. Una tarde un viejo mendigo se presentó queriendo
verlo.
-Mis hijos llevaron esto a la casa. Gran trabajo he pasado buscando al dueño —dijo el
limosnero. ¡Era el retrato!
Manuel tenía un corderito blanco. Apenas le asomaron las puntas de los cuernos, como
dos botones de oro, le enseñó algunas peligrosas travesuras.
—¡Topa! —le decía, golpeándole la frente con la palma de la mano y el corderito embestía con
la velocidad del relámpago arrojándole al suelo.
-No juegues así, que corres peligro -le advertían los campesinos; pero él los escuchaba
como quien oye llover y continuaba divirtiéndose locamente.
-Topa -le decía, señalando a un perro que cruzaba por el camino. -Y el corderito salía
como disparado y lo levantaba en las astas.
El blanco animalito se convirtió en el terror del vecindario. Las emprendía contra chicos y
grandes, contra perros y gatos, con todo lo que se movía. Esto, naturalmente, trajo más de
una enemistad al muchacho. Un chico del barrio se le acercó una tarde, cerrando los
puños:
—¡Tu maldito cordero me arrojó al suelo! ¡Y tú me las vas a pagar!...
-Yo no tengo la culpa.
Pero aquel muchacho era un conocido camorrero. No quiso oír disculpas y de un puñetazo
dio con Manuelito por el suelo. Iba a repetir la hazaña cuando... apareció el cordero y el
atacante voló como dos metros y aterrizó en medio camino. Se levantó acariciándose las
partes doloridas, crispó los puños y... la segunda embestida lo arrojó sobre el cercado del
frente.
Al poco rato se presentó el hermano mayor.
-Me contó mi hermano que lo golpearon entre dos...
-Yo nada hice. Fue sólo mi cordero.
-Pues toma por ti y toma por tu cor... -Alguien le cortó la frase y lo arrojó a la acequia del
camino.
Total, que desde entonces, nadie más agredió a Manuel y éste se pasaba los días
"toreando" a su blanco amiguito.
Pero el padre le dijo un día:
-Tienes que ocuparte de algo útil. Mañana te llevaré a la escuela.
-No, papá -contestó vivamente Manuel.
-¿Por qué no?
El "torero" no pudo explicar el porqué, pero se resistió tenazmente al deseo de su
padre.
Con su asentimiento o sin él, al día siguiente fue conducido a la escuela, pero ya en
presencia del maestro le acometió un miedo tan grande que tiró la mochila y escapó a
campo traviesa.
El padre lo condujo de nuevo, pero otra vez, en presencia del maestro, sintió tan
inexplicable terror que volvió a poner pies en polvorosa. Y no paró hasta llegar a la casa.
Allá se abrazó del corderillo y no hubo forma de separarlo de él. El padre llegó y dijo en
tono amistoso:
-Puedes llevártelo a la escuela. Jugarás con él en los recreos.
Esta idea le pareció muy buena y accedió a regresar. Pero algo tenía el maestro en la cara
que le inspiraba espanto y, apenas abrió la puerta de la clase, las pupilas se le dilataron de
miedo y comenzó a retroceder como un potrillo asustado. El padre le cogió una mano,
pero no logró hacerlo avanzar. El maestro le cogió la otra y tampoco.
Ambos estaban por perder la paciencia, cuando... zas. El cordero embistió furiosamente y
Manuelito fue a caer sentado en media clase, entre una estrepitosa carcajada de los niños.
Se levantó, muerto de vergüenza, y quiso escapar puerta afuera, pero... zas. Una nueva em-
bestida lo arrojó otra vez al mismo sitio.
Manuelito ya no intentó salir por tercera vez.
-Deje aquí al cordero, que será un buen regente para evitar que los niños huyan de clases
-dijo el maestro riendo.
El padre accedió y se fue, seguro de que Manuelito se quedaría en la escuela
definitivamente.
EL TRAJE ENCANTADO
El pequeño príncipe era caprichoso y cruel. En todo había que darle gusto, para no
contrariar a su real padre, quien afirmaba que nada se debe negar al hijo de un rey. Un día
el príncipe ordenó:
-Que me traigan el arco y las flechas.
-¿Para qué? -preguntó su padre.
-Para hacer puntería sobre aquel pastor que está parado en la colina.
Y no hubo quién lo disuadiera de su propósito. Felizmente aquella tarde estaba de muy
mala puntería y después de varios intentos fallidos tiró las armas. Y los sirvientes
lanzaron un suspiro de alivio.
Pero al poco rato los ojos del príncipe se fueron tras el mago del reino, que entraba al
palacio con su traje brillante.
-¡Quiero ese traje! -Y corrió a darle alcance.
-Es muy grande para ti -contestó el mago, disculpándose.
-A mí no me importa. Dámelo ahora mismo o pediré otra cosa, que será peor para ti.
-Pide más bien otra cosa.
-Pediré entonces tu piel, para hacerme unas botas.
-¿Qué dices?
—¡Te haré desollar y tendré unas botas de piel de hombre!...
El mago se puso pálido, pues sabía que el rey era capaz de complacer hasta en los
caprichos más locos a su vastago.
-Te daré mi traje -dijo, despojándose de él a toda velocidad.
Pero el príncipe ya no tenía interés en la prenda, sino que...
-¡Tendré las botas de piel de hombre! ¡Nada se le puede negar al hijo del rey! -Y comenzó a
dar unos gritos tan fuertes, que el soberano se presentó corriendo.
-¿Qué te ocurre ahora?
-Quiero la piel del mago para hacerme unas botas.
-Bueno, habrá que despellejarlo -dijo el rey con la mayor tranquilidad y tocó una
campana, llamando a los verdugos.
El mago no esperó más y escapó del palacio tirándose por una ventana. El susto le puso
alas en los pies y fue imposible darle alcance.
El príncipe tuvo una pataleta que casi lo llevó al otro mundo. Felizmente, a las pocas
horas, volvió a interesarse por la ropa del prófugo. Se la puso y aunque le quedaba muy
grande se paseó con ella por el corredor de los espejos, haciendo gestos de mago.
Pero, ¡cosa rara!, la ropa se estaba encogiendo. Fue en busca de su padre y le comunicó su
observación. El rey también se dio cuenta de que el traje se contraía visiblemente.
-¡Quítatelo! No olvides que es el traje de un mago...
El príncipe tuvo miedo y trató de desvestirse, pero fue imposible. Su padre quiso
ayudarlo, pero tampoco pudo. Ahora el traje le ajustaba tanto que apenas lo dejaba
respirar. Y seguía encogiéndose. El príncipe comenzó a dar gritos. La extraña prenda se
había tornado de una dureza de acero. Y le penetraba ya en las carnes.
El rey, desesperado, tocó de nuevo la campana. Llamó a los hombres más forzudos de la
guardia, y les ordenó desvestir al príncipe, pero ninguno logró su intento.
-¡Rompan el traje! -gritó el rey.
Pero nadie fue capaz de romperlo.
-Yo lo rasgaré con mi espada -dijo un oficial de la guardia. Pero la espada se hizo pedazos
y el traje continuó encogiéndose, sin sufrir ni una rasgadura. Finalmente el príncipe cayó
desmayado y la ropa siguió contrayéndose.
-¡Mi hijo se muere!... ¡Auxilio! -gritaba el rey,
con lágrimas en los ojos.
Cuando todo parecía perdido, llegó el consejero
del monarca y dijo:
-Hagan volver al mago. Es el único que puede salvarlo.
Mil servidores, montados a caballo, partieron entonces hacia los cuatro puntos
cardinales. No tardaron en dar alcance al fugitivo y lo trajeron encadenado al palacio.
-¡Maldito hechicero, quita ese traje al príncipe, o te haré cortar la cabeza!... -rugió el rey.
Pero el traje se encogió más y el príncipe pareció lanzar su último suspiro.
-¡Trátame en otra forma, si no quieres ver morir a tu hijo! -respondió el mago
altivamente.
El rey se puso fuera de sí. Sacó su espada y apuntó con ella a la garganta del mago.
-¡Por las malas nada conseguirás! ¡Mira cómo se encoge el traje!...
En efecto, el traje se encogió tanto, que crujieron los huesos del príncipe.
-¡Piedad! -gritó el rey, al ver aquello-. ¡Salva a mi hijo y te haré el hombre más rico del
reino!...
-Está bien que cambies de tono -dijo el mago, sin inmutarse-. Pero las riquezas que me
ofreces no salvarán al príncipe.
-Di entonces, hombre cruel, ¿qué debo hacer para salvarlo?
-Debes remediar todo el daño que él hizo y las injusticias que tú cometiste por
complacerlo.
-Lo haré -dijo el rey-, pero sálvalo.
-Yo no puedo salvarlo, todo depende de ti -repuso el mago.
El rey llamó entonces a sus ministros.
-Ordeno que se reparen todos los daños que causó el príncipe a la gente del reino.
El traje dejó de encogerse, pero no volvió a su estado normal.
—¿Por qué no se estira, si ya ordené lo que pedías?
-Es que algunos males son irreparables.
-¿Entonces mi hijo morirá estrangulado por esa maldita prenda?
-No morirá. El traje se irá abriendo con cada buena obra que realices.
ÓSCAR ALFARO, PRÍNCIPE DE LA POESÍA PARA NIÑOS
En los últimos años se ha visto una creciente valoración de la literatura infantil. A los
cuentos clásicos europeos se han incorporado nuevas temáticas y, sobre todo, se ha
hecho evidente la necesidad de comprensión entre los niños del mundo a través de los
cuentos y la poesía. Por este motivo, ha surgido una corriente que pretende divulgar la
cuentística oral de las raíces en un intento de poner al alcance del niño la tradición de
sus antepasados.
En América esto se ha hecho evidente, pues se están publicando hermosas series para
nuestros niños en las que aparecen historias legendarias de Perú, de Ecuador, de
Paraguay, de Honduras o de Venezuela. Y esto es valiosísimo, porque desde niño hay
una iniciación a nuestros orígenes por medio de la literatura.
Ya es hora de difundir a nuestros autores hispanoamericanos que escriben para niños.
Y si es necesario conocer a Charles Perrault, a los hermanos Grimm y a Collodi, el autor
de Pinocho, también debemos compenetrarnos del estilo y de la poesía de Rafael Pombo,
en Colombia, el autor de los encantadores cuentos versificados de Rin, Rin, Renacuajo, o
de César Vallejo, en Perú, el autor de un hermoso cuento para niños peruanos, de
trasfondo social, que se titula Paco Yunque.
Hemos puesto al alcance de los niños a un autor de nacionalidad boliviana, nacido en
Tarija, poco apreciado en nuestro medio, porque no se le había publicado. Y, sin
embargo, es preciso leer estos cuentos finos que tienen el perfume del viento que sopla en
el altiplano y la profundidad humana de un poeta sudamericano que ha sido llamado
"maestro elemental de la ternura".
El escritor es Osear Alfaro y su nombre hace esbozar una tierna sonrisa a los adultos
bolivianos que lo han leído cuando niños. ¿Cómo olvidarse del cuento del hilo de agua
o del traje encantado?
Ciertamente en estos cuentos sobreflota el ambiente poético de los cuentos de Óscar
Wilde y de Hans Christian Andersen. Hay sensibilidad semejante, universalidad
profunda y observación minuciosa de detalles que, de pronto, alcanzan honda
significación.
Por esta razón, sus cuentos han perdurado y se consideran clásicos dentro de la
literatura infantil boliviana. Por lo demás, en Solivia existe un interés real en la
literatura para niños y ello se traduce en la edición de una revista infantil llamada
Chaski, cuyo título ya nos pone en la intención reivindicadora de la cuentística
vernácula para niños. Relatos orales de Oruro, leyendas campesinas en las que
aparecen llamas y alpacas, cuentos de vicuñas y de indígenas constituyen la base de
esta revista infantil hecha con modestia, pero con profunda honestidad.
En Cochabarnba existe el Centro Portales, perteneciente a la Fundación Simón
Patino, que, entre otras muchas actividades destinadas a difundir la buena literatura
para niños, publica una revista de literatura infantil y promoción de la lectura
titulada El Duende Viajero.
Muchos son los nuevos investigadores y escritores de la literatura infantil boliviana, y
todos ellos coinciden en la idea de que quienes escriben para niños en Bolivia deben
saber identificar y reconocer los rasgos socioculturales, lingüísticos y
antropológicos de aquellos grupos étnicos que, en su diversidad, configuran la
bolivia-nidad.
En este sentido se destaca una nueva actitud creadora que hoy día se refleja en la
escritora Gaby de Bolívar, autora del libro Mi Primo es mi Papá. Ésta es una activa
escritora y promotora de la literatura infantil boliviana.
Aunque también hay que mencionar a Hugo Molina Viaña, de reconocido prestigio,
autor de hermosos cuentos y poesías para niños. Entre sus más destacados libros se
pueden mencionar Vicunce-la, la historia de una vicuña que alterna con otros
personajes de la flora y fauna bolivianas, y Ratónela, conjunto de poemas que inclu-
yen animales vernáculos.
De todos estos autores es Óscar Alfaro, no obstante, el más difundido. El libro El
Pájaro de Fuego reúne algunos de sus cuentos más representativos. El primero de
ellos, que da título al libro, muestra la belleza de un pájaro multicolor que gracias a
una piadosa mentira logra hacer florecer a un ceibo viejo. Aquí, todo es un crisol de
elementos poéticos: las mariposas, las libélulas, las avispas, el pájaro de plumas
bellísimas que se hace pasar por flor...
El Sapo que Quería ser Estrella muestra la vanidad castigada. Por querer parecerse a
una estrella, un sapo se ha tragado todas las
luciérnagas del huerto y con ellas revoloteando en su interior vuela hasta el firmamento.
Óscar Alfaro toca sus cuentos con la varita mágica de la fantasía. Todo lo que toca -las
aves de corral, los insectos más humildes- aparece nimbado de una aureola poética. Y
con breves trazos logra perfilar un argumento, con sus personajes bien delimitados y
hasta con un contenido moral, subyacente tácitamente en el texto.
En La Lámpara Voladora hay una reminiscencia de El Ruiseñor y la Rosa, de Wiíde. Aquí, una
golondrina está clavada en las espinas de un rosal y una luciérnaga logra salvarla. El
final, suavemente poético, deja la lección de que una buena acción en la vida siempre es
recompensada y que, al final, siempre triunfa el bien sobre e! mal.
La Reina de las Mariposas muestra cómo la mariposa humilde, gracias a la ayuda del
escarabajo, logra salvar a las mariposas orgu-llosas. Otra vez, el gesto de bondad recae
sobre los personajes insignificantes. Óscar Alfaro, como poeta, logra extraer la belleza
interna de los desamparados en este hermoso relato escrito con la brillantez de los
colores de una acuarela.
Como lectores, vemos a los diminutos insectos y oímos sus diálogos. En La Pompa de.Jabón y
las Hormigas podemos ver la iridiscencia de las burbujas y sentir el miedo infundado -y
tan humano- de las hormigas ante el posible estallido del peligro.
El Circo de la Araña es uno de los más divertidos. Y ello porque a la poesía Óscar Alfaro une
el sentido del humor. Desde las primeras líneas, sonreímos: "-¡Oh, qué hermosa red
para dar saltos mortales!... -dijo la mosca, mirando la tela de la araña"... Del escondite
sale la horrible araña que le dice a la mosca: "-Ven conmigo, que yo te enseñaré. Yo soy la
dueña de este circo"...
Por cierto que en la "red" hay varios moscardones trapecistas que ensayan saltos
mortales... La mosca confiada revolotea mirando la tela y de pronto ve a una mosquita
columpiándose en la red: "-¿Pero no eres acaso una trapecista del circo?", pregunta
ingenuamente..., hasta que descubre el engaño.
El Barco Primavera es una fantasía cromática con toques modernistas, como todos los relatos
de Óscar Alfaro, en tanto que El Tigre y las Hormigas une al hechizo de la narración, el
concepto de que la unión hace la fuerza. Cuando las insignificantes hormigas logran -
unidas- matar al tigre, le dicen: "-Comprende ahora que tu poder no es ilimitado. Y
que la multitud enfurecida puede acabar con el monarca más poderoso de la tierra".
Igual sentido de solidaridad aparece en El Cuento del Hilo de Agua. Aquí, la simple gota
de agua en la cumbre de la montaña logra llegar al mar gracias a su perseverancia, a su
fuerza para vencer los obstáculos y, sobre todo, a la ayuda mutua. El débil hilillo de agua
es ahora un río poderoso que finalmente desemboca en el mar. Otra vez, es la unión la
que triunfa.
Cuando marchaban las montañas es uno de los cuentos más notables del conjunto, porque, a
diferencia de los otros, ambientados en lugares universales, éste se desarrolla a orillas
del lago Titicaca, donde un inca se encontraba bañándose. La remota leyenda narra el
origen de la cordillera de los Andes "en cuyas cumbres brillan aún los cabellos blancos
cuajados de pedrería".
De corte más realista es La Madre Lejana, que narra la relación de un niño con el retrato
de su madre. Como en la literatura de Edmundo d'Amicis, el autor de Corazón, vemos
en este cuento un marcado acento sentimental y emotivo que conduce hacia un her-
moso final.
Topa, Corderito es la relación entre un niño y su cordero. Aquí, gracias a las travesuras
enseñadas al cordero, el niño aprende que es bueno ir a la escuela....
Al cerrar el libro queda en el fondo del joven lector un sedimento de bondad. Es como si
la lectura de estos sencillos y profundos cuentos nos hubiera purificado. Difundirlos
entre los niños chilenos y latinoamericanos es una de las más hermosas tareas que
podemos acometer, sobre todo si consideramos el trasfondo humano y cristiano que se
encuentra en estas bellas parábolas sobre la vida, el amor, la solidaridad y la amistad.
¿No hay acaso una hermandad latinoamericana en el espíritu de estas narraciones?
Todos los niños de nuestro continente están unidos por principios comunes que de-
bemos fortalecer, parece decirnos este poeta de la infancia, que, por un hermoso azar, y
acaso ratificando su integridad cristiana, murió la Nochebuena del año 1964 en la
ciudad de La Paz.