Via Crucis

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Via Crucis

Con textos extraídos de los

libros del P. Luis M.ª

Mendizábal sj
1
INTRODUCCIÓN

La oración del viacrucis es una


práctica de piedad tradicional cuyo origen
se pierde en la historia: los lugares de
Jerusalén donde Jesucristo entregó su
vida fueron destino de peregrinación al
menos desde el siglo IV, y a mediados del
siglo XV ya se denominaban “estaciones”
los momentos que vivió el Señor en su
Pasión.

En este librito tienes las estaciones del


viacrucis comentadas brevemente por el
padre Luis M.ª Mendizábal, un jesuita
muy querido por su profunda bondad y
sólida espiritualidad. Él no escribió estos
textos para que fueran publicados de esta
manera,
sino que hemos ido extractando las
reflexiones de varios de sus libros1.

Agradecemos la tarea de Rodrigo


Rodríguez García, que ha buscado,
escogido y ordenado los párrafos que
componen este cuaderno de oración.
Quiera Dios que sirva a muchas personas
a descubrir el amor del Corazón de Cristo.

1 Estos son los libros, ordenados cronológicamente,


donde puedes encontrar el contexto original de los
textos: LUIS Mª MENDIZÁBAL SJ, “Líneas para una teología
de la Reparación”, en: INSTITUTO INTERNACIONAL DEL
CORAZÓN DE JESÚS (ed.), Cor
Christi. Historia – Teología – Espiritualidad y Pastoral
(Bogotá, 1980), 570-584; LUIS Mª MENDIZÁBAL SJ, Redentor
del hombre. Meditaciones de ejercicios espirituales
(BAC Popular: Madrid, 2013); I D., Los misterios de la
vida de Jesús. Misterio Pascual - Tercera parte (BAC:
Madrid, 2016); ID., Como el Corazón del Buen Pastor.
Meditaciones de ejercicios espirituales (BAC Popular:
Madrid, 2017); I D., En el Corazón de Cristo. La
consagración (Monte Carmelo: Burgos, 2019).
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es sentenciado a muerte

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 27,


22- 23.26

Pilato les preguntó: ¿y qué hago con Jesús,


llamado el Mesías? Contestaron todos: ¡Que
lo crucifiquen! Pilato insistió: pues ¿qué mal
ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte:
¡que lo crucifiquen! Entonces les soltó a
Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo
entregó para que lo crucificaran.
Jesús va de humillación en humillación.
Atado, del sanedrín a Pilato, le han
despreciado, le han escupido. Herodes lo
ha despreciado con toda su corte, Pilato
ha decidido que lo flagelará, y es
comparado con un malhechor […] Y no
solo eso, es rechazado, es preferido el otro,
el pueblo elige a Barrabás.

El pueblo, como tal, va a condenar al


Mesías, va a cargar con la responsabilidad
del deicidio. Así como estaba el pueblo en
el Sinaí, en el pacto con Dios, es el pueblo
el que va a rechazar al Mesías: Pueblo
mío, pueblo mío, me has desechado.

Jesús está desnudo bajo los azotes. Le


hieren con afrentas, con comentarios, con
insultos soeces. Los golpes van
amoratando el cuerpo, salta la sangre
donde los azotes se cruzan, se rasga la
piel. Los azotes
penetran en la carne con dolores
agudísimos, con sangre abundante.
Hieren todo su cuerpo. Y Él lo lleva
amorosamente, con las disposiciones del
huerto de los olivos, llevando en su
Corazón los pecados de todos los
hombres. A Jesús le parece poco con tal de
ganarnos a su amor, con tal de conseguir
nuestra pureza: “Ofrecí la espalda a los
que me golpeaban” (Isaías 50,6). Su
cuerpo queda destrozado, triturado, para
poder ser Pan de vida.

Si entramos en el Corazón de Cristo


vemos que tiene más amor que crueldad
tienen sus verdugos, que su amor es más
fuerte que todos los azotes. Él lo ofrece
por ti bajo el dolor intenso. Si te acercaras
a sus labios mientras está jadeante, oirías
que pronuncia tu nombre: -Por ti, por tus
pecados, por causa tuya, para que seas
santo. Te tiene presente, te salva.
Embriágate de esa Sangre de Cristo que es
ese vino fuerte, esa Sangre que bebes en la
Eucaristía… ¡Sangre de Cristo, embriágame!

Padrenuestro…

V. Señor, pequé

R. Tened piedad y misericordia de mí.


SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús carga con la cruz

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 27,


27- 31

Los soldados del gobernador se llevaron a


Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él
a toda la compañía: lo desnudaron y le
pusieron un manto de color púrpura y
trenzando una corona de espinas se la
ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en
la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla,
se burlaban de él diciendo: “¡Salve, Rey de los
judíos!”. Luego lo escupían, le quitaban la
caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y
terminada la burla, le quitaron el manto, le
pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Con esas ceremonias: arrodillándose


delante, quitándole el cetro que le han
puesto de burla, dándole golpes con la
caña en la cabeza, escupiéndole en el
rostro, los soldados daban a entender que
tenían delante a un hombre que era
acusado de hacerse rey. Es como un
capitán enemigo derrotado. Si fuese rey
verdadero y hubiese triunfado perecerían
todos ellos. Pero ha fracasado y lo tienen
en sus manos. Burlonamente le saludan
como a un general vencedor.

Lo que no comprenden los soldados es


que cuanto más profundamente
humillado,
ensangrentado y más próxima la muerte,
tanto es de hecho, más vencedor.

El Padre lo está presentando ahora como


Rey del mundo en la humillación. Pero no
en la simple humillación, sino en el amor
que se expresa y se realiza hasta la
humillación. Es verdad lo que dicen los
judíos: -Salve, Rey de los judíos, Rey de
los hombres, Rey de la humanidad.

Acércate hasta el latido de su Corazón,


donde te ama y donde es Rey de amor. Y
ahí entonces, arrodíllate delante de Él, haz
la genuflexión de veras, y dile: Salve, Rey
mío, Rey del mundo. A través de tu
humillación reconozco tu amor, me rindo
a tu amor. Te amo por los que no te aman,
te reconozco por los que no te reconocen,
te adoro por los que se burlan de Ti.
Gloria al Padre…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

bajo el peso de la cruz

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó


nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. Nuestro
castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices
nos curaron. Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino, y el Señor
cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Jesús carga el leño de la cruz, va Él mismo
llevando su altar. Jesús es altar, sacerdote
y sacrificio. Él actúa sacerdotalmente en
ese sacrificio que hace de sí mismo, en ese
amor hasta el extremo. Abraza aquella
cruz que va a ser instrumento de su amor
supremo al mundo, y la toma con la fuerza
que le da la unción del Espíritu Santo, el
amor que lleva en su Corazón.

Sale por la Puerta de los Vergeles, da la


espalda a Jerusalén definitivamente.
Cuántas veces ha querido salvarla,
congregarla como la gallina a sus
polluelos bajo sus alas, y no ha querido.

Cristo representa la humanidad pecadora


y es Él el que, unido a nosotros, cabeza del
cuerpo del cual todos nosotros miembros,
hace posible nuestra reparación y le
comunica su amor a ellos; porque nuestros
pecados caen verdaderamente sobre Él.

Jesucristo no ha subido a la cruz para


eximirnos a nosotros, sino para hacer
posible que nosotros veamos nuestra cruz
y para darnos la fuerza de llevarla.

Padrenuestro…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su afligida Madre.

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-


35.51

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:


“Mira, éste está puesto para que muchos en
Israel caigan y se levanten; será bandera
discutida: así quedará clara la actitud de
muchos corazones. Y a ti, una espada te
traspasará el alma”. Su madre conservaba
todo esto en su corazón.
No nos consta en ninguno de los
evangelios, aunque es tradición, que en
este camino del Calvario, Jesucristo se
encontrara con la Virgen. Este encuentro,
si sucedió fue de sumo dolor para ambos,
porque siempre el mayor dolor de María
fue Jesús, como el mayor dolor de Jesús
fue María. Eso es lo propio de los grandes
amores.

La Virgen lo ve ahora tan distinto a como


lo vio el día anterior, o en los días de
Nazaret y Belén. Esta es también la hora
de la Virgen, la hora de la cruz. Es el
momento en el que se van a manifestar
todas las potencialidades de su misión en
la gran oscuridad del Calvario. –“Todavía
no ha llegado mi hora”, le dijo Jesús en
las bodas de Caná.

¡Ahora sí que ha llegado su hora! En los


triunfos de Jesús no aparece la Virgen.
Aquí
sí aparece, y participa en la cruz de su
Hijo no solo por fuera, sino con sus
mismos sentimientos.

Ave María…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


QUINTA ESTACIÓN
El cirineo ayuda a Jesús a llevar la
cruz

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según Mateo 27,32;


16,24

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene,


llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la
cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: “el
que quiera venir conmigo, que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz y me siga.

Los soldados habían notado en Jesús, sin


duda, señales de agotamiento. Temían que
muriese por el camino. Y por eso
quisieron que alguien le ayudase a cargar
con el patíbulo hasta el lugar de la
crucifixión.

El Señor quiere llevar la cruz con amor, en


plena conciencia, en plena vigilia de su
mente y de sus sentidos. Su oblación ha de
ser digna del Redentor en total libertad y
amor. Quiere que el amor sea el que haga
suave el yugo del dolor. El gran atenuante
del dolor es el amor. Él nos dice: Tomad
mi yugo sobre vosotros porque mi yugo
es llevadero y mi carga ligera (Mt 11,29-
30). Esto no es porque quite el peso de la
carga sino porque añade fuerza al corazón
que lo lleva. La verdadera superación del
dolor viene de la plenitud del amor. Así el
dolor se convierte en descanso en el
trabajo y alivio en los sufrimientos. Y
puede ser tan grande que, asumiendo el
dolor, conserve
un cierto gozo, porque el amor produce
alegría.

Es lo que veneramos en Cristo, el amor que


da la vida.

Gloria al Padre…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


SEXTA ESTACIÓN
La Verónica limpia el rostro de Jesús

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del libro del profeta Isaías 53,2-3

No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin


aspecto atrayente, despreciado y evitado por
los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se
ocultan los rostros; despreciado y desestimado.

La compasión a veces se expresa con esas


formulas: ¡Pobre Jesús!, ¡Cuánto le hacen
sufrir!, ¡Como le tratan! Es un sentimiento
muy primario y muy incipiente, muy
humano, tener lástima. Lo produce en
nosotros el corazón noble, el ver el
sufrimiento de alguien. Pues bien, no
consiste en tener lástima, […] es
compadecer con, compadecer con Cristo,
que es distinto. Para compadecer con,
primero tengo que tener una
compenetración con esa persona, tengo
que haberla tenido ya; segundo, esa
persona padece conscientemente,
deliberadamente; y tercero, en ese
compadecer, yo le acompaño.

Por lo tanto, la gracia que se busca en la


Pasión es la de compadecer con él, con él
que ha querido compadecer al hombre en
su miseria.
Nuestros pecados son la causa de los
dolores físicos de Jesús, de su cruz. Él
tomó sobre sí nuestros pecados, sabiendo
bien que eran nuestros, de cada uno de
nosotros. Nuestros pecados son el
sufrimiento más terrible que padeció su
Corazón. Un Corazón tan sensible debe
haber sufrido inmensamente por nuestra
ingratitud. Él, que se lamentó de la
ingratitud de los nueve leprosos…

Nuestros esfuerzos por seguir a Jesús dan


consuelo a su Corazón en la Pasión:
viendo nuestro arrepentimiento, nuestra
buena voluntad y de ayudarle y consolarle,
se alegrará de ello.

Ave María…
V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del libro de las Lamentaciones 3,1-


2.9.16

Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo


el látigo de su furor. El me ha llevado y me
ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha
cercado mis caminos con piedras sillares, ha
torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes
con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
El cristianismo no venera el dolor, no
promueve el dolor, no sacraliza el dolor
como tal, sino que ve bien los esfuerzos
que se hacen por superarlo. Jesús en su
vida pública sanaba a los enfermos,
consolaba a los tristes; y la Iglesia, como
oficio, se inclina a todo el que sufre y trata
de aliviar su sufrimiento.

No debemos presentar la imagen de Dios


como enemigo de la felicidad del hombre,
como competidor de su felicidad; no dar
esta impresión, pero ni por comparación
ni por imagen […] ¡Dios quiere la felicidad
del hombre! Dios quiere, no puede no
querer.
¡Lo ha creado para ser feliz!, lo quiere
feliz. Otra cosa es que yo conciba la
felicidad a mi manera, es ya otra cuestión,
y en ciertas ocasiones no es la felicidad lo
que yo imagino o como yo la pretendo.
Todo redimido tiene que ser redentor,
todo el que ha sido salvado por la cruz de
Cristo tiene que subir con Cristo a la cruz
para redimir con Él […] Nunca faltarán
cruces en nuestra vida, vendrán. Y cuando
venga la cruz, entonces el que no se ha
preparado en docilidad a la gracia, se
hunde. Cuántas veces esa falta de
preparación viene de haber imaginado
que cuando uno sirve a Dios, todo tiene
que salirle bien a la manera humana.
Cuánto error. Es la manera materialista de
la vida cristiana misma. El Señor decía:
“No hagáis de la casa de mi Padre una
casa de negocios”.

Padrenuestro…

V. Señor, pequé

R. Tened piedad y misericordia de mí.


OCTAVA ESTACIÓN
Las mujeres de Jerusalén
lloran por Jesús

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Lucas 23,28-


31

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de


Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras
y por vuestros hijos, porque mirad que
llegará el día en que dirán: “dichosas las
estériles y los vientres que no han dado a luz
y los pechos que no han criado”. Entonces
empezarán a decirles a los montes:
“desplomaos sobre nosotros”; y a las colinas:
“sepultadnos”; porque si así tratan al leño
verde, ¿qué pasará con el seco?
Estas mujeres lloran por Jesús y parece
que Él las reprende porque lo veían solo
como hombre, sin penetrar en el sentido
profundo de su dolor. No era para ellas el
Dios hecho Hombre en cuyo sufrimiento
estaba enraizado el pecado de los
hombres, el que se había hecho pecado
siendo Hijo de Dios. La profundidad del
sufrimiento de Jesús está en esa
conciencia de ser Hijo de Dios, y en la
densidad personal de su dolor. Jesús les
habla al estilo de los profetas:
“Bienaventuradas las estériles”. En su
misma humillación, en la que por
debilidad le tienen que dar una ayuda, se
muestra de nuevo como Mesías. Cita a
Oseas indicando el cumplimiento de lo
que allí oscuramente se predecía.
Para compadecer con una persona yo
tengo que haberla conocido y haberme
compenetrado con ella; si no, no
compadezco con ella. Jesús, a aquellas
mujeres de Jerusalén que lloraban por Él,
las reprendió: “No lloréis por Mí, llorad
por vosotras”; ¿por qué? Porque no
compadecían con ÉL, sino que se habían
quedado en tenerle lástima. Entonces
Jesús les dice: -Más dignas de lástimas
sois vosotras, veréis lo que os viene. “Si en
el árbol verde se hace esto, en el seco
¿Qué se hará?”. Indudablemente hay este
doble paso: tener lástima y compadecer
con Dios. El compadecer presupone
compenetración con esa persona con la
que yo compadezco.

La Virgen al pie de la Cruz no tiene


simplemente lástima de Jesús, sino que
compadece con Él. María ofrece con Él,
Ella está, como en la Eucaristía,
ofreciendo a
Cristo y ofreciéndonos a sí misma con
Cristo al Padre por la Redención del
mundo. Compadece con un sufrimiento
intenso, profundo, pero compadece con
Él.

Ave María…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del libro de las Lamentaciones 3,27-32

Bueno es para el hombre soportar el yugo


desde su juventud. Que se sienta solitario y
silencioso, cuando el Señor se lo impone; que
ponga su boca en el polvo: quizás haya
esperanza; que tienda la mejilla a quien lo
hiere, que se harte de oprobios. Porque el
Señor no desecha para siempre a los
humanos: si llega a afligir, se apiada luego
según su inmenso amor.
El Señor no ha venido a este mundo para
quitarnos la cruz. Cuántas veces soñamos
con ello: ¿por qué el Señor no nos quita la
cruz? ¿Por qué el Señor permite esto en
mí? […] No confundamos nunca el ser un
fiel servidor del Señor con el no tener
cruz, cristianamente es lo contrario. Por
eso tenemos que acercarnos a esa cruz de
Cristo, y por eso es tan importante la
contemplación de la Pasión. La
mansedumbre y humildad de Corazón
destacan sobre todo en la cruz. La
mansedumbre y humildad se manifiestan,
se expresan precisamente cuando nos
están haciendo daño; con los que nos
hacen favores no hace falta paciencia y
mansedumbre.

Esto no es pesimismo, no es negrura. Es


gozo, es alegría. El cristianismo es religión
de gozo, es religión de alegría. Pero no
porque nos quite la cruz, sino porque nos
enseña el valor de la cruz, no me hunde,
sino que la asumo con vigor, porque sé
que es útil. En cambio a quien no tiene fe,
una enfermedad le hunde; se desespera,
se suicida, hace cualquier cosa. ¿Por qué?
Porque se le ha hundido todo. El cristiano
sabe que su cruz tiene sentido, y ahí es
donde se manifiesta la grandeza de la
gracia de Dios.

Cuando hayamos encontrado el valor de


todas las cosas de este mundo, habremos
comprendido sobre todo el valor de
nuestra existencia. Entonces nos parecerá,
como es en realidad, que el motivo de
nuestras acciones es dar una respuesta
positiva a Jesucristo, proporcionándole así
una alegría nueva.
Padrenuestro…

V. Pequé Señor, pequé

R. Tened piedad y misericordia de mí.


DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 27,33-


36

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que


quiere decir La Calavera), le dieron a beber
vino mezclado con hiel; Él lo probó, pero no
quiso beberlo. Después de crucificarlo, se
repartieron su ropa echándola a suertes y
luego se sentaron a custodiarlo.
Llega así al Calvario, al lugar del suplicio.
Aquí vemos la lección suprema de su
Corazón: “Aprended de Mí que soy manso
y humilde de Corazón”, que doy la vida
por vosotros.

Jesús se encuentra sediento. Después de


la noche anterior pasada entre insultos,
entre bofetadas y burlas, después de la
flagelación, en la que había perdido tanta
sangre, y de la coronación de espinas,
Jesús tenía sed ardiente, estaba febril. Y le
ofrecen esta bebida. Era un gesto de
compasión hacia los que iban a ser
ajusticiados. Se trataba de una bebida
embriagante, que tenía la cualidad de
mitigar un poco sus dolores […] pero para
mitigar el dolor adormecía el amor. No
sufre, pero tampoco siente. El amor es
una realidad personal y cuando la persona
entra
en un estado de embriaguez, el amor se
amortigua.

Este detalle […] podría parecer una mera


anécdota, pero no suelen recogerse en el
evangelio anécdotas sin importancia, sino
las que contienen un mensaje. Es una
gran lección para nosotros. Jesús tiene
algo más poderoso para calmar su dolor,
que es su propia divinidad […] Él para sí
no quiere eso, Él está allí como víctima
[…] si no deja que la divinidad proteja su
humanidad, mucho menos toma otras
bebidas tan poco fuertes, tan
relativamente ineficaces. Jesús libremente
asume el dolor. Pudiendo mitigarlo no lo
hace.

Le arrancan sus vestidos con violencia, sin


miramientos, adheridos como estaban a
las llagas de la flagelación, con nuevo
dolor, con nueva sangre. Jesús se
encuentra
desnudo ante la multitud, en pleno día. Es
el Cordero que va a ser inmolado.
Vergüenza inmensa del Señor encontrarse
así entre los comentarios, las burlas de la
multitud hostil. Es el Siervo de Dios
inocente, expuesto a las miradas de todos,
despojado de todo. Lo ha entregado todo,
no se reserva nada. Está solo con su
inocencia ante el Padre sobre el Calvario,
ante la humanidad que le contempla,
revestido con los pecados del mundo, que
no cubren su desnudez sino que la
acentúan más todavía.

Gloria al Padre…

V. Pequé Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 27,37-


42

Encima de la cabeza colocaron un letrero con


la acusación: “Este es Jesús, el Rey de los
judíos”. Crucificaron con Él a dos bandidos,
uno a la derecha y otro a la izquierda. Los
que pasaban, lo injuriaban y decían meneando
la cabeza: “Tú que destruías el templo y lo
reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo;
si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Los sumos
sacerdotes con los letrados
y los senadores se burlaban también diciendo:
“A otros ha salvado y Él no se puede salvar.
¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la
cruz y le creeremos”.

Esos martillazos resuenan en el Corazón


de la Virgen que está presente, que los oye
con dolor […] mirándole con un amor
infinito, solidarizándose con Él, fundiendo
su Corazón al de Hijo. Le mira penetrando
en la profundidad de su Misterio.
También Juan está a su lado, captando la
palabra dolorosa de la cruz, entrando en el
océano infinito del amor de Cristo.

El verdadero Cordero está ya entre el cielo


y la tierra. Jesús calla, lo soporta en
silencio, con la mirada puesta en el cielo.
Es el momento de la glorificación de
Jesús:
“Cuando levantéis en alto al Hijo del
hombre, sabréis que Yo soy” (Jn 8,28).

Era normal poner la causa por la que se


ajusticiaba. Por parte de Pilato el título
expresaba la razón verdadera de la
condenación […] Es Jesús de Nazaret
entronizado Rey. Ahí se da testimonio de
la verdad.

“Lo crucificaron; y con Él otros dos, uno


a cada lado, y en medio, Jesús”. La
expresión más bella de este juicio tan
especial es el tribunal de la Penitencia, es
el acercamiento de la cruz de Cristo,
donde el sacerdote es juez, pero juez que
administra misericordia.

El sacrificio más perfecto en el Corazón


Sacerdotal de Cristo es, al mismo tiempo,
la crueldad más grande, un hecho cruel de
la vida real, un ajusticiamiento.
Jesús, manso y humilde de Corazón, no
solo bebe el cáliz que le ofrece el Padre y
que le viene de la maldad de los hombres,
sino que abraza a esos hombres en su
Corazón y ofrece por ellos esa humillación
suprema. Los abraza, los ama, los hace su
prójimo predilecto. Mientras ellos se
obstinan en su pecado, en su dureza, Él se
obstina en la oración. Y arrancará del
Padre una misericordia suprema,
haciéndose silenciosa y dolorosamente
instrumento de misericordia. Es la actitud
de Jesús con sus compañeros de dolor.

Padrenuestro…

V. Señor, pequé

R. Tened piedad y misericordia de mí.


DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Juan 19, 25-


30

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la


hermana de su madre, María, de la Cleofás,
y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su
madre y junto a ella al discípulo al que
amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a
tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a
tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo
la recibió como algo propio. Después de esto,
sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido,
para que se cumpliera la
Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro
lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo, se
la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la
cabeza, entregó el espíritu.

Ahora llega el momento culminante y


María está viviendo esta escena con la luz
que le da su Corazón materno, en la
sencillez total, sin hablar mucho. Ella
contempla este misterio no como un
asesinato, sino como la obra de amor y la
revelación de amor de Dios. Jesús le
puede decir esa misma palabra de
entonces: -“¿No sabías que debo estar en
las cosas de mi Padre?”. Está en el Padre
y el Padre en Él, en la donación de la vida
que el Padre le ha llevado a hacer.
Abre sus ojos y ve a su Madre, que está
ahí, sin poder hacer nada. Es la hora de
Jesús y también la hora de la Madre. Su
actitud no es la de deshacerse en lágrimas
y desvanecerse, sino que estaba de pie
junto a la cruz de Jesús, […] en su oficio
de Madre, ofreciendo a su Hijo. Está al pie
de la cruz y […] ofrece el tesoro de su
Corazón que es Jesús y en Él, a sí misma.
María fue perfeccionada en su Maternidad
por la Pasión. Al buen ladrón le ofrece el
paraíso, a Juan le da otro paraíso: el
Corazón de su Madre.

Jesús, gritando “tengo sed”, grita otra sed


más profunda: la sed ardiente de que Dios
sea conocido, de que le amen, de dar el
agua viva, el don del Espíritu Santo […]
sed de que los hombres tengan sed de Él,
sed de que su sangre sea recogida, esa
sangre que está cayendo gota a gota de la
cruz,
haciéndose barro porque no hay quien la
recoja, porque no interesa. La sed de
Cristo es la sed de la fuente: si una fuente
tuviera sed, tendría sed de que vinieran a
beber del agua que mana de ella.

“Todo está cumplido”. La manifestación


del amor de Dios culmina en este
momento supremo para abrirse a una vida
nueva. Es la coronación de toda la
Historia de la Salvación: se cumple la
promesa de Abrahán, la figura de Isaac; la
Pascua con el cordero, la sangre puesta en
las puertas de los hebreos; la Alianza del
Sinaí, lo escrito en las profecías. ¡Todo
culmina en Cristo crucificado, en el que se
abre la vida Nueva!

También está cumplida la medida del


amor a los hombres: “los amó hasta el
extremo”.
Alma de Cristo…

V. Señor, pequé

R. Tened piedad y misericordia de mí.


DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y puesto en
los brazos de su Madre

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Juan 19, 31,38

Los judíos entonces, como era el día de la


Preparación […] pidieron a Pilato que les
quebraran las piernas y que los quitaran […]
pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que
uno de los soldados, con la lanza, le traspasó
el costado, y al punto salió sangre y agua. El
que lo vio da testimonio, y su testimonio es
verdadero, y
él sabe que dice verdad, para que también
vosotros creáis. Esto ocurrió para que se
cumpliera la Escritura: No le quebrarán un
hueso; y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron. Después de esto
José de Arimatea, que era discípulo de Jesús
aunque oculto por el miedo a los judíos, pidió
a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de
Jesús. Y Pilato lo autorizó.

Es el comienzo de la nueva creación, de un


pueblo nuevo, de un templo nuevo, de una
humanidad nueva, que nacen del Corazón
del Cordero inmolado glorioso, en el que
Él ha querido poner la firma a toda su
vida, abrirnos el secreto que ha movido
toda ella: su Corazón. Esa es la firma. El
sacerdote del sacrificio de Cristo no han
sido los verdugos, sino su amor.
Rasgado el pecho de Cristo encontramos
su amor […] y como respuesta brotan de
Dios las fuentes del amor, las fuentes de
Agua Viva. La lanzada es la ingratitud
humana que hiere el Corazón de Cristo y
el Corazón del Padre, […] que atraviesa
también el Corazón de la Madre, porque lo
que no hace daño ya en el Corazón del
Hijo porque está muerto, así duele al
Corazón de la Madre.

María no puede separarse de aquel cuerpo


que Ella había llevado en sus brazos. El
Corazón de la Virgen tiembla a cada
pequeño movimiento. Ella nos abre el
océano de su dolor y amor mostrándonos
a Cristo crucificado en sus rodillas. El
regazo de María es ahora el trono de
Jesús. María aprieta contra su Corazón la
cabeza santa de Jesús, lo recoge, y lo
repara todo con amor, con inmenso amor.
Ve la corona de espinas y se la quita con
amor; cuenta cada
herida y va quitando las espinas una a una
con mayor delicadeza y amor que odio
habían tenido al ponerlas los enemigos; ve
la moradura de la mejilla del golpe del
criado ante Anás; recorre la Pasión en
todos sus detalles; contempla sus ojos
semiabiertos llenos de sangre; la boca de
Cristo, de la Palabra de Dios; lava todo el
cuerpo de Jesús, lo unge y lo perfuma con
un perfume superior al nardo de Betania;
mira sus manos que han quedado abiertas
por los clavos, la espalda destruida por la
flagelación, su Costado abierto y el
Corazón que se entrevé allí; y,
contemplando la herida del Corazón de
Cristo, repara las blasfemias, gritos de
odio, insultos, la traición de Judas y las
negaciones de Pedro.

Cuando termina aquella piadosa obra,


Jesús está un poco más como antes, el
más hermoso de los hijos de los hombres.
Solo
que su rostro está blanco como la cera y ya
no respira. Está muerto.

Ave María…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 27,59-


60.62-66

José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en


una sábana limpia, lo puso en su sepulcro
nuevo que había excavado en la roca, rodó
una piedra grande a la entrada del sepulcro
y se marchó. A la mañana siguiente, pasado
el día de la Preparación, acudieron en grupo
los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y
le dijeron: “Señor, nos hemos acordado de
que aquél
impostor estando en vida anunció: “A los tres
días resucitaré”. Por eso ordena que vigilen
el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan
sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al
pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”.
La última impostura sería peor que la
primera”. Pilato contestó: “Ahí tenéis la
guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia
como sabéis”. Ellos aseguraron el sepulcro,
sellando la piedra y colocando la guardia.

En la serenidad de aquella tarde, como


después de los grandes dolores, está
volviendo la paz. Cuando regresan a
Jerusalén, pasando por la colina del
Calvario, ya no hay nada. Parece que ha
sido un sueño, ha desaparecido todo. Ya
no está la gente. Nadie. ¡Todo ha pasado
tan pronto! Hace un día nada más estaba
Jesús tan bien, tan lleno de hermosura y
de amor
instituyendo la Eucaristía. Ahora todo se
ha acabado.

Pero está la cruz de Jesús, y las otras dos


cruces de los dos ladrones. Está indicando
que no ha sido un sueño. Ha quedado la
cruz sobre el Gólgota y quedará para
siempre, mientras da vueltas la tierra, está
ahí, en pie.

María probablemente va hasta la cruz, que


queda como aviso en la noche de la
desolación, como una brújula, como punto
de referencia, como punto de apoyo. Y
María la saluda: ¡Ave, cruz fiel, entre
todos los árboles la más noble! ¡Dulce
leño, dulces clavos que han llevado tan
dulce peso!
Gloria al Padre2…

V. Pequé Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.

2 En caso de contemplar también la decimoquinta


estación, puede rezarse un Ave María a la Virgen.
DECIMOQUINTA ESTACIÓN
La Resurrección verdadera
del cuerpo de Cristo

V. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos

R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al


mundo

Lectura del Evangelio según San Mateo 28,1-10

Pasado el sábado, al alborear el primer día


de la semana, fueron María la Magdalena y
la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto
tembló fuertemente la tierra, pues un ángel
del Señor, bajando del cielo y acercándose,
corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto
era de relámpago y su vestido blanco como la
nieve; los centinelas temblaron de miedo y
quedaron como muertos. El ángel habló a las
mujeres: “Vosotras no
temáis, ya sé que buscáis a Jesús el
crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!,
como había dicho. Venid a ver el sitio donde
yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha
resucitado de entre los muertos y va por
delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”.
Mirad, os lo he anunciado”. Ellas se
marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas
de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo
a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al
encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se
acercaron, le abrazaron los pies y se
postraron ante Él. Jesús les dijo: “No temáis:
id a comunicar a mis hermanos que vayan a
Galilea; allí me verán”.

Jesús está deseoso de resucitar y poder


consolar a las almas, especialmente a las
más atribuladas por su Pasión. Está
deseoso de consolar a su Madre y a sus
apóstoles, y recogerlos como Buen Pastor.
Jesús hizo sentir a su Madre su presencia
resucitada.
Si Ella estuvo tan íntimamente asociada a
Jesús en el momento de su oblación en la
cruz, resultada difícil entender que no
fuese también Ella la primera asociada a
su Resurrección.

En su soledad, el Corazón de la Virgen era


como el sepulcro vivo del cadáver de
Cristo. Aquel Cuerpo deshecho latía en su
Corazón, llevaba en él la muerte de Cristo,
reflexionando sobre todo lo que había
acontecido. Pero al mismo tiempo, María
en su soledad tiene una fe absoluta en la
Resurrección. No sabe ni el momento
exacto ni el lugar, ni la manera, pero tiene
seguridad de fe cierta: al tercer día
resucitará. María es la lámpara de la fe en
medio de las tinieblas de la cruz.

Llegado el tercer día, el alma de Jesucristo


se transforma, es glorificada. Se vuelve
gloriosa, resplandeciente, y aquellas almas
de los justos son liberadas […] con suma
discreción, como Dios hace las cosas.
Cuando el Verbo se encarnó no fue nada
espectacular, no se enteró nadie. La
Virgen lo acogió con inmenso amor, pero
socialmente no había pasado nada. En la
Resurrección sucede así también, de una
manera discreta, solo quedan las vendas
en el sepulcro, pero ¡ya ha resucitado!

Sucede entonces el hecho más


fundamental de la historia, el big-bang de
la Nueva Creación, de la vida nueva: es el
momento de la Resurrección de Cristo. El
alma de Cristo ya gloriosa, informa su
Cuerpo deshecho y lo hace hermosísimo
con un resplandor, una gloria, sutilidad y
belleza indescriptibles. La Humanidad de
Cristo ha entrado en la gloria del Padre,
ahora todo
su ser está empapado en el gozo de la
Resurrección para siempre.

Gloria al Padre…

V. Señor, pequé.

R. Tened piedad y misericordia de mí.


CONTENIDO

Primera estación 1

Segunda estación 7

Tercera estación 11

Cuarta estación 15

Quinta estación 19

Sexta estación 23

Séptima estación 27

Octava estación 31

Novena estación 35

Décima estación 39

Undécima estación 43
Duodécima estación 47
Decimotercera estación 53

Decimocuarta estación 59

Decimoquinta estación 63

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