Disertación

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JULIANA CIFUENTES MARIN

1006317113
SEMINARIO INVESTIGACION FILOSOFICA (ANTEPROYECTO)
PROF. LUIS GUILLERMO QUIJANO RESTREPO
PROGRAMA DE LICENCIATURA EN FILOSOFÍA
FACULTAD DE BELLAS ARTES Y HUMANIDADES
UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA

CAMUS ¿CÓMO INFLUYE LA ACTITUD DEL OTRO EN LA DECISIÓN SUICIDA?

Cuando hablamos de suicidio, debemos tener presente que el suicidio es muerte,


pero evocada de manera voluntaria. El suicidio no es una prá ctica nueva, por el
contrario, es algo que se ha venido realizando desde épocas inmemoriales, nada
má s y por mencionar un caso pensemos en la Biblia, especialmente en la muerte
que tuvo Judas Iscariote quien asediado por la culpa de haber traicionado a su
maestro decide desembarazarse de ella recurriendo al acto suicida. Hay que tener
presente que la noció n de suicidio es reciente, pues si antes se daba este acto, no
recibía el nombre estrictamente de suicidio, sin embargo, es de aclarar que no nos
adentraremos en estos temas por ahora.

Ahora, si bien hay mú ltiples razones por las que un individuo se acoge a la idea de
suicidarse y lo lleva a la acció n, como bien puede ser la incompresibilidad del
mundo y la carencia de sentido de la vida, Camus advierte que todo esto hace parte
e impulsa a que alguien se quite la vida. sin embargo, podríamos atrevernos a
decir que esto resulta ser un empujó n o la gota que termina de llenar la copa, má s
no la razó n principal. El suicidio es algo que pertenece al pensamiento individual,
es en soledad donde realmente se toma la decisió n, que en algunos casos puede
resultar inicialmente de manera inconsciente.

La muerte voluntaria sería el paso a una mejor vida, la solució n a un mal que
aqueja y agobia al individuo. No basta entonces la invitació n forzosa o persuasiva
para dar el paso para terminar con la vida, se requiere de ciertas condiciones
personales para caminar de frente de manera voluntaria hacia la muerte, con el
propó sito de liberarse de todos los males que perturban al individuo. Es pertinente
señ alar que, si bien el suicidio no es un fenó meno social, sí está estrechamente
relacionado con él, pues segú n Durkheim la vida está ligada al nexo social de cierta
manera, lo cual establece una conexió n con lo individual, entonces cuando el nexo
entre el sujeto y la sociedad se hacen débiles, de igual forma ocurre con la vida, se
debilita el sentido de la existencia, dando lugar al afloramiento del “sin sentido de
la vida”. La muerte voluntaria es vista por el individuo como salida a la encrucijada
del sinsentido de la existencia.

El suicidio es el reflejo del hombre que se abandona así mismo, conoce el límite de
sus deseos, pero también conoce la frustració n. Hay una predisposició n psicoló gica
que desemboca en lo patoló gico, sin embargo, se demuestra la presencia de un
evento real en la mente del individuo, relacionado con la pérdida del sentido de la
vida. Pérdida real objetual que el propio sujeto no puede tolerar ni soportar, se
siente rebasado, colmado de males a los cuales no es capaz de enfrentar, ni cuenta
con la fuerza para ello y opta por poner fin a su vida. Esta pérdida es netamente
real para el individuo, él la vive o la revive en el momento presente, y es ahí donde
se fragiliza el apego a la vida y las relaciones que tiene con la sociedad. El
sentimiento de vacío, frustració n, resultan ser má s fuertes que el amor a la vida,
entonces el individuo se derrumba, se desploma al no hallar opciones vá lidas que
le den aliento y lo impulsen a continuar.

Ahora bien, aunque el individuo pierda el sentido a la vida, de manera paradó jica
también conoce el sentido de esta. Quitarse la vida de manera voluntaria como
punto de fuga a la existencia, aun conociendo el sentido mismo de esta, es caer en
el absurdo, viendo esta salida como signo de esperanza, pero a la vez cayendo en la
nada como diría Sartre, en la negació n de la existencia misma. El hombre absurdo
reconoce el absurdo de la vida, el sufrimiento, la vulnerabilidad y la presencia de la
muerte como el fin de la existencia misma; pero aun reconociendo esto, proyecta
una mejor vida después de la muerte, aunque esta le resulte desconocida. El
individuo que se suicida no concibe la muerte como un fin de la vida, sino como un
punto de fuga a todo aquello que lo agobia.

El hombre, entonces, poco a poco se inserta en el mundo, ingresa al mundo


absurdo y comienza a configurar su vida y su existencia. Su voluntad personal
pierde fuerza, su vida pierde sentido. La resultante es el sujeto incompleto
lacaniano, que siempre buscará la completud para ser feliz, pero esto nunca se da.
Para Camus el hombre que se suicida es incompatible con la ló gica de la razó n
humana, pues el suicidio no responde a ninguna cuestió n, dejando así la
contradicció n del absurdo sin repuesta. El individuo que se quita la vida
voluntariamente es incapaz de resolver el absurdo, de rebelarse, hacer frente a sus
males, de encontrarle sentido a la vida y ser feliz. El individuo suicida revela
incompletud, sumisió n al absurdo.

Ahora bien, el suicidio no está bien visto moralmente y hay una resistencia por
parte de la sociedad hacia él. Quitarse la vida no es compatible con la ló gica
humana, incluso durante la historia siempre ha habido un espíritu de rechazo
frente a este acto, ha sido inaceptable. Algunos filó sofos como Plató n, Aristó teles,
San Agustín se han mostrado apá ticos con la idea de suicidio al momento de
exponer su pensamiento, unos se han aferrado a lo espiritual, otros a lo político. En
el caso de San Agustín, argumenta que la vida es propiedad de Dios, incluso se
considera como un préstamo o regalo como bien lo expone en La ciudad de Dios,
Libro I. Por otra parte, también se han inclinado por lo que confiere al Estado, en lo
que concierne a Aristó teles en la Ética a Nicómaco, libro I, (116ª) donde la muerte
de un individuo representa la perdida de fuerza del Estado. En el caso de Plató n y
parafraseando un poco el apartado del Fedón 61c, encontramos que por má s que el
filó sofo deba encarar la muerte, no debe hacerse violencia así mismo, es decir, no
debe quitarse la vida por sus propias manos. La antigü edad considera ilícito que un
individuo atente contra su propia vida, y en lo que confiere al Estado, entre má s
ciudadanos comporte, mayor será su fuerza para desempeñ ar las diferentes
labores, por lo que la pérdida de un individuo tiene un calificativo negativo.

Por otro lado, encontramos que la sociedad también muestra recelo frente al
suicido, tanto que se empeñ ó en construir instituciones para tratarlo. Con el
nacimiento de la clínica, la prisió n, el hospital psiquiá trico, se empiezan a
establecer de manera concomitante una serie de discursos que apuntan al
tratamiento de problemas mentales, entre ellos los suicidas. Estas instituciones
pretenden enderezar la conducta de aquellos que se salen del campo que la
sociedad considera normal. Como ya hemos mencionado anteriormente, el suicidio
está mal visto por la sociedad, sea desde el campo político, moral o religioso, lo que
ha llevado a la emergencia de una serie de relaciones de fuerza y de poder que
permiten hacer frente a esta prá ctica. Foucault menciona en La voluntad de saber I,
que los llamados anormales, son acogidos por ciertos discursos con el fin de
controlarlos, llevarlos por un buen camino, enderezar su manera de comportarse
para que sean sujetos ú tiles a una sociedad.

Teniendo en cuenta que la sociedad se opone al suicidio, y que esta se compone de


individuos, resulta un tanto paradó jico decir que la actitud del otro tiene una
influencia marcada sobre la decisió n suicida. Los estereotipos, la manera de
comportarse o los comentarios que un sujeto pueda hacer sobre otro, ya sea de su
capacidad cognitiva o cualquiera que sea la circunstancia puede empujar a que se
caiga en la decisió n de suicidarse. El hecho de no sentirse perteneciente a un lugar
o grupo de personas, sumado con las actitudes de estos, genera en el suicida un
sentimiento de rechazo, que con el paso del tiempo puede ir aquejando al suicida,
llevá ndolo cada vez má s cerca del borde del abismo. Las situaciones que pueden
impulsar un acto suicida no son ajenas a la cotidianidad, por el contrario, es ahí
donde se teje toda una red de acontecimientos y relaciones de fuerza que recaen
sobre un individuo que se encuentra vulnerable o frustrado.

La actitud del otro frente a la decisió n suicida tiene un grado de importancia


bastante alto en cuanto acto suicida se refiere. Caer en el sinsentido de la vida, no
es tan complejo como parece, basta con que el individuo comience a sentirse vacío,
rechazado, frustrado. La decisió n suicida no es algo que se tome de un día para
otro, sino que va tomando forma con el pasar del tiempo, podría decirse para
ilustrar un poco, que la decisió n suicida es como una bola de nieve o una grieta,
que cada vez va creciendo y haciéndose má s grande, se alimenta de las actitudes de
los individuos con los que interactú a el suicida. La bola de nieve crece tanto como
el sujeto vulnerable la soporte, y el día en que no pueda má s con esa carga que lo
aqueja, decidirá dar el paso a quitarse la vida de manera voluntaria. Hay que
señ alar que el hecho de quitarse la vida de manera voluntaria, si bien está cargada
por diversas circunstancias y actitudes de los individuos, que recaen sobre un
sujeto vulnerable, es una decisió n tomada en soledad.

El otro se ve implicado de alguna u otra manera, en la decisió n suicida de aquel


individuo que es sobrepasado por la vida. El otro como aquel que hace parte de la
sociedad que rodea a un sujeto, es el encargado de generar situaciones en las que
un sujeto que se encuentra abrumado aumente cada vez má s el sentimiento de
vacío. Situaciones comunes del diario vivir que cualquier individuo se encuentra
expuesto, como el ir al trabajo, regresar a casa, cocinar, estudiar, lavar el carro o
tomar el bus, cosas tan comunes que por lo regular no son cuestionadas; pero
cuando se pregunta por ellas y sobremanera, por el sentido de ellas, al momento de
comenzar a sentirse rebasado por la existencia, el individuo camina hacia al
absurdo, es decir, en el sin sentido. Entonces el papel del otro, segú n Camus entra
en juego con el suicida con sus comportamientos, con su manera de actuar, puede
que en la mayoría de los casos lo haga de manera involuntaria, sin embargo, aun
así, tienen gran peso sobre el suicida que cada vez se siente má s afligido por la
existencia. El sentirse incomprendido por el otro, agregado a que el sujeto suicida
se encuentra dolido, vulnerable, hace que la decisió n por quitarse la vida de
manera voluntaria sea cada vez su mejor salida a todos sus males.

Ahora bien, a modo de conclusió n, el acto voluntario de morir va contra toda moral
y ló gica humana, ademá s se encuentra absurdo que, aun conociendo el sentido de
la vida, se desee terminar con ella. El acto suicida, debe ser la ú ltima opció n para
solucionar cualquier inconveniente, siguiendo a Albert Camus podríamos
atrevernos a decir que resulta ser un acto pusilá nime, es reconocer el cará cter
irrisorio de la vida carente de sentido, la insensatez de la agitació n cotidiana y la
inutilidad de los sufrimientos. Inicialmente, por complejo que resulte ser, se
debería recurrir a enfrentar el sin sentido, encarar la frustració n para recuperar el
sentido de la existencia, reparar los lapsus que la vinculan con la sociedad y evitar
el paso sutil hacia la muerte.

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