Schaufler Tesis Doctoral
Schaufler Tesis Doctoral
Schaufler Tesis Doctoral
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RESUMEN EN INGLÉS
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PREFACIO
Agradecimientos
Este trabajo de investigación, realizado en el marco del Doctorado en
Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, contó con el valioso apoyo
de CONICET, mediante el otorgamiento de becas Tipo 1 y Tipo 2, sin las cuales
hubiera sido mucho más arduo continuar esta carrera. Además, la investigación
fue albergada en el Centro de Investigaciones en Mediatizaciones asentado en
dicha facultad, como espacio de discusión y debate pero también de sostenimiento
de la labor investigativa.
En cuanto a la recopilación de los materiales que componen el referente
empírico de este trabajo, debo agradecer la colaboración de muchas personas que
me acercaron revistas femeninas de sus tías, madres o abuelas. He conversado el
tema de mi tesis con muchas personas que no podría aquí contabilizar, de diversas
proveniencias académicas y no académicas, y en cada intercambio logré
enriquecer el proceso de investigación.
Dejo aquí un especial agradecimiento a mis directoras, que me han bancado
con su alegría característica: a Sandra Valdettaro, por impulsar este deseo por la
investigación y a Florencia Rovetto por su gran acompañamiento y dedicación a la
lectura. Gran parte de esta tesis fue escrita en el marco de una estancia doctoral en
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el Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura de la Universidad de Costa
Rica, con el apoyo del director del programa, el Dr. Alexander Jiménez Matarrita.
No quiero dejar de agradecer a mis viejos, quienes nunca saben bien qué hago
cuando investigo, a los docentes de la Universidad Nacional de Entre Ríos que me
han formado, especialmente a Rubén Sergio Caletti que instigó mi pasión por
investigar, por interrogar los sentidos sociales y cuestionar los sentidos comunes.
Junto a él aprendí que el trabajo de investigación era justamente un trabajo, de
hormiga, pero también de autocrítica constante, de puesta en discusión con los
otros, de marchas y retrocesos a contracorriente. A Juan Pablo Gauna por su
acompañamiento, a Luisina Zitelli por su ayuda, a Leandro Drivet por señalarme
algunos caminos, a mis compañeros de la cátedra Investigación en Comunicación,
Leila Passerino, Sebastián Rigotti y Carina Muñoz, con quienes aprendí a
investigar en equipo. A mis compañeros de doctorado, Mariana Busso, Irene
Gindin y Elías Fernández, con quienes tuve el agrado de transitar este derrotero,
festejando cada encuentro. Sin su compañerismo, este trabajo hubiera sido mucho
más dificultoso. Junto a todos ellos y siguiendo lo dicho por Barrancos, hemos
transpirado la camiseta pero sin olvidar la alegría y el placer por este trabajo.
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ÍNDICE
Resumen…………………………………………………………………………..….2
Resumen en inglés…………………………………………………………………....2
Prefacio………………………………………………………………………………...3
Índice………………………………………………………………………...….6
Índice de ilustraciones………………………………………………………………….9
Introducción……………………………………………………………………..…..13
6
3. Feminidades renovadas………………………………………...…..…………….127
4. Malestares femeninos……………………………………….……………………133
5. El feminismo de los ’60 en el país………………………………………..……...140
6. Un cuarto propio: una resignificación de la soltería……………………………..154
Conclusiones………………………………………………………………………..361
Referencias bibliográficas………………………………………………………....371
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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
Capítulo I
Figura 1: “La gran tentación o la gran ilusión”, Antonio Berni (1962).
Figura 2: Portada Vosotras Nº1244, 08/10/59.
Figura 3 “A todo color”, Gente Nº179, 26/12/68: portada.
Figura 4: “¿Adónde llegará esto?”, Gente Nº73, 15/12/66: 8-9.
Figura 5: “Qué hacen, qué piensan, qué hablan, qué comen”, Gente Nº 194, 10/04/69: 38-
39.
Figura 6: “Pasémonos al Suavegom”, Publicidad Suavegom, 1969.
Figura 7: “Para que Usted sea libre, cómodamente libre”, Publicidad Siambretta, 1960.
Figura 8: “Música en movimiento”, Publicidad Tonomac, 1969.
Figura 9: “Para un mundo joven, divertido, feliz”, Publicidad Renault, 1968.
Figura 10: “Un día, un auto”, Publicidad Citröen, 1968.
Figura 11: “Terriblemente frizzante”, Publicidad Moscatel Esmeralda, 1967.
Capítulo II
Figura 12: “Experimentos matrimoniales”, Life en español Vol. 34, Nº 7, 06/10/69: 38.
Figura 13: “Experimentos matrimoniales”, Life en español Vol. 34, Nº 7, 06/10/69: 47.
Figura 14: “Experimentos matrimoniales”, Life en español Vol. 34, Nº 7, 06/10/69: 40.
Capítulo III
Figura 15: “El que ríe con psicoanálisis, ríe mejor”, Gente Nº199, 15/05/69: 42.
Figura 16: “Conception Days Indicator”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 60.
Capítulo IV
Figura 17: “Lo único más femenino que Warner’s es Usted!”, Publicidad Warner’s,
Femirama, Nº extraordinario, 06/69: 71.
Figura 18: “El perfume que dice cómo es Ud”, Publicidad Miss France, Femirama, Nº
extraordinario, 06/69: 16.
Figura 19: “Las intuitivas”, Publicidad Citröen 2CV, 1968.
Figura 20: “Margarita Palacios, cocinando a la criolla” Cristina, Nº 854, 08/65: portada.
Figura 21: “Platero y yo”, Publicidad Citroen 2 CV, 1968.
Figura 22: “Moderna, actual, muy femenina”, Publicidad Evanol, 1968.
Figura 23: “Moderna, activa, muy femenina”, Publicidad Evanol, Femirama Nº
extraordinario, 04/68: 221
Figura 24: “Naturalmente…”, Publicidad Evanol, Claudia Nº 87, 08/64: 10.
Figura 25: “El algodón femenino”, Publicidad Delsa, Maribel Nº 1640, 08/64: 21.
Figura 26: Sumario, Maribel N°1637, 21/07/64: 3.
Figura 27: “Marcela”, Publicidad Phillips, Para Ti Nº 2339, 08/05/67: 111.
Figura 28: “Qué sucede en lo más profundo de nuestro ser?”, Publicidad Karina, Gente
Nº 193, 03/04/69: 5.
Figura 29: “¿Te sientes culpable?”, Maribel Nº 1479, 20/06/61: 62.
Figura 30: “Mujeres en el poder”, Maribel Nº1681, 08/06/65: portada.
Figura 31: “La mujer toma las armas”, Maribel Nº 1640, 08/64: portada.
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Figura 32: “La mujer decide?”, Publicidad Celulosa Argentina, 1967.
Figura 33: “Proceso a la soltería”, Maribel s/n, 1964: 18-19.
Capítulo V
Figura 34: “Como ella…”, Publicidad Pond’s, Claudia Nº 87, 08/64: 11.
Figura 35: Publicidad Torino, 1967.
Figura 36: Publicidad “Renault 4, te quiero”, Femirama, 06/69: 167.
Figura 37: “Si le escribe: te amo”, Maribel Nº 1521, 17/04/62: 30.
Figura 38: “Una heroica prueba de amor”, Femirama, 03/68: 34-35.
Figura 39: “Cuando el otoño es adiós…”, Maribel Nº 1627, 12/05/64: 31.
Figura 40: “¿Son felices las mujeres blancas casadas con hombres de color?, Maribel Nº
1637, 21/07/64: portada.
Figura 41: “Una mujer con pasado”, Maribel Nº1656, 08/12/64: 32.
Figura 42: “Los infieles” Publicidad Master 91, Gente Nº 158 19/08/68: contratapa.
Figura 43: “Los infieles” Publicidad Master 91, 1968.
Figura 44: “El salto”, Maribel Nº1656, 08/12/64: 26.
Capítulo VI
Figura 45: “…audaces”, Publicidad Le Mans, Gente Nº 282, 17/12/70: contratapa.
Figura 46: “La ginebra del que ‘sabe’”, Publicidad Ginebra Llave, Maribel s/n, 1962:
contratapa.
Figura 47: “Telón tras un largo acto”, Maribel Nº 1438, 30/08/60: 13.
Figura 48: “El primer casamiento ‘hippie’”, Femirama Nº extraordinario, 04/68: 206.
Figura 49: “¿Para esto me casé?”, Publicidad Palmolive, 1961.
Figura 50: “Crisis en la vida de dos”, Maribel s/n, 1964: 24.
Capítulo VII
Figura 51: Publicidad Vogue. Femirama, Nº extraordinario, 06/69: contratapa.
Figura 52: “Chicas Divito”, Gente Nº 208, 17/07/69: 17.
Figura 53: “Con un detalle de crochet”, Chabela Nº 384, 01/68: 23.
Figura 54: Publicidad Woolite, Para Ti Nº 2366, 13/11/67: 56.
Figura 55: “Yo soy una cámara”, Para Ti Nº 2339, 08/05/67: 109.
Figura 56: “En su rostro la natural audacia del maquillaje joven”, Publicidad Miss Ylang,
Femirama Nº extraordiario, 04/68: 259.
Figura 57: “¿Qué es una mujer bella?”, Maribel Nº 1640, 08/64: 50-51.
Figura 58: “Charme”, Maribel s/n, 1964: 58-59.
Figura 59: “Glamour de Verano”, Publicidad Angel Face, Maribel Nº 1415, 22/03/60: 21.
Figura 60: “Si lo que Ud. busca es la mejor calidad…”, Publicidad Parliament, Para Ti
Nº 2283, 11/04/66: contratapa.
Figura 61: “La mujer tiene además, una boca, dos ojos y una cara bonita”, Publicidad
Coty, Claudia Nº 87, 08/64: 34.
Figura 62: “El último secreto de Sarah Bernhardt”, Maribel 28/04/64: portada.
Figura 63: “El secreto de Olga”, Maribel Nº 1461, 14/02/61: 10-11.
Figura 64: “Misterio…Seducción…Tul…”, Publicidad Noveltex, Maribel Nº 1521,
17/04/62: 79.
Figura 65: “Así de fascinante…”, Publicidad Angel Face, Maribel Nº 1430, 05/07/60: 29.
Figura 66: “¡La mujer no quiere envejecer!”, Maribel Nº 1637, 21/07/64: 50-51.
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Figura 67: “Moda: vidriera de ideas”, Femirama Nº extraordinario, 06/69: portada.
Figura 68: “Brava!” Publicidad Chevrolet, Gente Nº160, 15/08/68: 37.
Figura 69: “…la audacia de un guerrillero y la solvencia de un play-boy” Publicidad
“Sportline”, Gente Nº 205, 26/06/69: 73.
Figura 70: “…la última moda”, Publicidad Renault, 1968.
Figura 71: “Permanente juventud en sus cabellos” Publicidad Helene Curtis, Maribel Nº
1640, 08/64: 53.
Figura 72: Portada Vosotras Nº 1332, 15/06/61.
Figura 73: “¡Oh!...¡Es ella!”, Publicidad Tangee, Maribel s/n, 1964: 23.
Figura 74: “Sus ojos son… atractivos?”, Publicidad Elisabeth Arden, Para Ti Nº 2339,
08/05/67: 29.
Figura 75: “La belleza de su busto”, Publicidad Cremas Indígena Montenegro, Maribel
Nº 1627, 12/05/64: 63.
Figura 76: “Sta-up-top”, Publicidad Warner’s, Maribel Nº 1430, 05/07/60: 34.
Figura 77: “El pelo es el único vestido personal-natural de la mujer…”, Publicidad
Panten, Para Ti Nº2339, 08/05/67: 19.
Figura 78: “La verdad vestida…”, Publicidad Singer, Para Ti Nº 2452, 25/08/69: 71.
Figura 79: “Dan que hablar”, Publicidad Subell, Femirama Especial Navidad, 12/67: 43.
Figura 80: “Jabón de tocador”, Publicidad Prosan, Femirama, Tomo 8, 05/66: 4.
Figura 81: “Diviértase al sol sin temor…”, Publicidad Coppertone, Para Ti Nº 2375,
15/01/68: 51.
Figura 82: “Crema fluida y veraniega”, Publicidad Kareen Horn, Femirama Nº
extraordinario, 06/69: 125.
Figura 83: “Llaman la atención”, Publicidad Medias Evelina, Maribel Nº1521, 17/04/62:
33.
Figura 84: “Botas anchas”, Publicidad Good Year, 1968.
Capítulo VIII
Figura 85: “Claudia Cardinale: la mujer que no supo interpretar su mejor papel: el de
madre”, Para Ti Nº 2329, 08/05/67: 6.
Figura 86: “Brigitte Bardot: Pasarán más de mil hombres, muchos más”, Gente Nº 160,
15/08/68: 18.
Figura 87: “Catherine Deneuve, operación sonrisa en Hollywood”, Femirama Nº
extraordinario, 06/69: 40-41.
Figura 88: “La turbulenta vida de Jane Fonda”, Maribel, s/n, 1964: 42-43.
Figura 89: “Liz Taylor. Dominada y dichosa”, Maribel Nº 1681, 08/06/65: 4.
Figura 90: “Ellas sienten latir al hombre en el Playthompson”, Gente Nº217, 18/09/69:
23.
Figura 91: “Cuatro veces 007”, Gente Nº75, 29/12/66: 40-41.
Figura 92: “Bill Blass”, Femirama, Tomo 8, 05/66: 154.
Figura 93: “¡Delon… Delon… que lindo sos!”, Gente Nº217, 18/09/69: 86-87.
Figura 94: “Ventajas y desventajas de los 40 años”, Femirama, 06/69: 120.
Capítulo IX
Figura 95: Publicidad ‘Ann Dey’, Para Ti Nº 2339, 08/05/67: 34.
Figura 96: “El licor que se toma ‘juntos’” Publicidad Liquore Strega, Para Ti Nº 2329,
08/05/67: 3.
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Figura 97: “El ‘Dr. Kildare’ teme al mal de amores”, Maribel s/n, 1964: 65.
Figura 98: “Remolino de pasiones”, Maribel Nº 1430, 05/07/60: 59.
Figura 99: “Encantador, sugestivo… y francés”, Publicidad Carven, Femirama, 03/67:
30.
Figura 100: “El beso prohibido”, Maribel Nº 1646, 22/09/64: 36.
Figura 101: “Historia prohibida”, Maribel Nº 1451, 06/12/60: 11.
Figura 102: “La turbulenta vida de Jane Fonda”, Maribel s/n, 1964: 45.
Figura 103: “La hiedra”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 26-27.
Figura 104: “Otra vez…”, Publicidad Cremestick Coty, Femirama Nº extraordinario,
04/68: 223.
Figura 105: “Si usted quiere morir en sus brazos”, Publicidad Colonia Valet Gillette,
Femirama, Especial Navidad, 12/67: 185.
Figura 106: “Un momento…!” Publicidad Pond’s, Femirama Nº extraordinario, 04/68:
225.
Figura 107: “Castigame, maltratame, explotame, soy todo tuyo”, Publicidad Falcon,
1969.
Figura 108: “Ella y la muerte”, Maribel s/n, 1965: 28.
Figura 109: “Mi placer” Publicidad, Maribel Nº1438, 30/08/60: 12.
Figura 110: “¿A plena vida?”, Maribel Nº 1656, 08/12/64: 34.
Figura 111: “Ni diosa, ni monstruo...”, Maribel Nº 1415, 22/03/60: 4.
Figura 112: “Déjese tentar”, Publicidad Windsor, Para Ti Nº2366, 13/11/67: 31.
Figura 113: Publicidad Régé Dama, Claudia Nº 87, 08/64: 20-21.
Figura 114: “Casi Pecado”, Vosotras Nº1324, 20/04/61: 18-19.
Figura 115: “Lo más excitante de Brillantina Palmolive… es el hombre que la usa”,
Publicidad Brillantina Palmolive, 1964.
12
INTRODUCCIÓN
1
Cabe aquí comprender la historia a la manera que indica Michel Foucault (1992):
“Claro está que la historia desde hace mucho tiempo no busca ya comprender los
acontecimientos por un juego de causas y efectos en la unidad informe de un gran devenir,
anteriores, ajenas, hostiles al acontecimiento. Es para establecer series diversas,
entrecruzadas, a menudo divergentes, pero no autónomas, que permiten circunscribir el
«lugar» del acontecimiento, los márgenes de su azar, las condiciones de su aparición”
(Foucault, 1992: 47).
13
en que estos cambios en la sexualidad supusieron resignificaciones del erotismo,
bajo el presupuesto de que sexualidad y erotismo suponen diferentes
construcciones discursivas.
La investigación se inició traccionada por un presupuesto: en caso de haber
acontecido una liberación erótica en la década, ésta habría tenido sus ecos en la
prensa femenina de masas. Si bien las revistas femeninas en Argentina han sido
abordadas por investigaciones de géneros y sexualidades (Cosse, 2011; Ballent,
2011; Eidelman, 2015; Bontempo, 2011), esta tesis apuesta a analizarlas con la
clave de lectura de la construcción simbólica del erotismo, especialmente en la
dimensión nodal de este problema: la del placer y el deseo.
En una época signada también por políticas de censura en el país, las
transformaciones en las vidas eróticas de muchas mujeres se posicionaban como
antagónicas con los sentidos dominantes en décadas anteriores. Nuevas tramas de
sentido se tejían en torno al amor, las relaciones de género, las sexualidades, los
cuerpos, y los placeres y deseos feminizados, que en conjunto formaban parte de
una cultura erótica. De ahí que las revistas femeninas debieron actualizarse e
incluir entre sus páginas estas temáticas convocantes en medio de una renovación
periodística.
La indagación se centró en identificar los discursos y figuraciones acerca de los
placeres y deseos eróticos, como así también de las sexualidades y géneros, el
amor y los cuerpos eróticos. La reconstrucción del espectro de significaciones e
interrogantes de época en torno al erotismo en los elementos textuales y visuales
de las revistas permitió abordar las disputas simbólicas sobre la definición del
mismo. En sus diversas dimensiones, la categoría suscitaba debates que colmaban
las páginas de la prensa femenina.
En este contexto histórico de producción discursiva, lo instituido
ideológicamente como tácita normativa -la sexualidad como procreación, los roles
de género dentro del modelo familiar hegemónico, la maternidad y el cuidado del
hogar como mandatos femeninos y el matrimonio indisoluble- se veía amenazado
por nuevos discursos y prácticas de una cultura erótica asociada a las
posibilidades de disfrute del cuerpo (Barrancos, 2011; Traversa, 2007), junto a la
difusión de nuevos modelos de feminidad y masculinidad (Preciado, 2010), de
14
modos de interpretar las sexualidades (Barrancos, 2001, 2007, 2008; Felitti, 2010)
y las relaciones de pareja (Cosse, 2010, Torrado, 2003).
Radicada en el área de conocimientos de los estudios culturales y de
comunicación; la indagación tuvo como punto de partida la construcción de un
enfoque transdisciplinario con la intención de echar luz sobre las transformaciones
culturales del erotismo a través del análisis de sus configuraciones simbólicas en
revistas femeninas.
El enfoque teórico involucra conceptos y categorías provenientes de distintas
áreas de estudios como la filosofía, la historia, la sociología, la teoría crítica, la
historia de las ideas, el psicoanálisis, los estudios de géneros y sexualidades, los
estudios de la comunicación y la cultura, las teorías del análisis del discurso y la
semiótica. De esta manera, el informe de esta investigación cuenta con una trama
de teorizaciones de distintos niveles y alcances, a partir de la cual se tejen los
argumentos conceptuales junto con el análisis empírico.
El tejido teórico fue articulado con una perspectiva metodológica destinada a
interpretar al fenómeno cultural de los cambios en torno al erotismo como un
proceso de producción de sentido. Desde un análisis crítico-interpretativo, este
abordaje teórico y metodológico integra una trama conceptual en torno a la
categoría de erotismo con teorías del discurso y la semiótica (Foucault, 1992;
Verón, 1984, 2004; Barthes, 1986, 2001, 2009; Arnoux, 2010; Traversa, 1997,
2007). Bajo esta lupa no se trata de analizar enunciaciones individuales sino de
realizar un análisis de la discursividad social; es decir, no interesa indagar sobre la
autoría de los enunciados sino abordar el carácter social, anónimo y colectivo de
las significaciones puestas en juego en las publicaciones analizadas. Sin pensar
que existe una simple relación determinista entre los textos y lo social, se
considera que todo discurso es un objeto históricamente producido, situado en el
tiempo y el espacio, entretejido con otros; que no refleja simplemente la realidad
que enuncia sino que participa en su construcción.
En este sentido, si bien no se desconocen las diferencias entre las teorías del
análisis de los discursos y de la semiótica-semiología utilizadas, en conjunto éstas
abonan a la construcción de una mirada acerca de la producción de sentidos
sociales del erotismo en la época para abordar los materiales propuestos. Cabe
destacar aquí que no se trata de una tesis de análisis del discurso ni de semiótica, sino que
15
las teorías provenientes de estas áreas de estudios organizan la perspectiva metodológica
de la presente investigación.
El erotismo se define como un proceso de producción de sentido, cuyas
simbolizaciones en las revistas femeninas de la época pueden ser recuperadas
mediante su análisis. El abordaje de las discursividades acerca de los placeres en
relación a los cuerpos, la sexualidad y las relaciones amorosas comprende tanto
textos como imágenes, entendiendo a estas últimas como figuraciones (Traversa,
1997, 2007), resultados de procesos de semiotización de una cultura y una época
determinada. Sin caer en una idea de transparencia semiótica, donde una
representación aparecería como un signo que se instaura como el doble de una
presunta realidad, lo que importa es su carácter estratégico y político, en el marco
de un régimen perceptivo (Caletti, 2009) y en la lucha simbólica por la definición
de un erotismo propio de la especificidad cultural de la época.
A través del análisis se reconstruye la variabilidad de significaciones del
erotismo, junto a la indagación de las condiciones de producción de los discursos
mediante su contextualización histórica. También se recuperan los interrogantes
de época acerca de la temática, reconociendo las posiciones discursivas, de saber
y poder, que se erigían como voces autorizadas para emitir un discurso público
acerca del erotismo. Los discursos recuperados para el análisis involucran
diversos géneros: narrativas, notas periodísticas, correos de lectoras, publicidades.
Sin desconocer las diferencias formales entre ellos, en su conjunto y en tanto
producciones de sentido, permiten arribar al análisis e interpretaciones del mismo
objeto: la construcción del erotismo en las revistas femeninas de los ‘60.
En este marco, las revistas -en tanto artefactos culturales- son concebidas
como parte del escenario de disputa por los sentidos del erotismo de la época,
con su productividad política en torno a la construcción performativa de géneros
y sexualidades, y los modos de comprender el amor, los cuerpos, la sensualidad,
los placeres y deseos.
El extenso corpus está conformado por diferentes revistas. La mayoría de ellas
no han sido de las más trabajadas en estudios provenientes del campo de la
comunicación: Femirama de Editorial Codex, Maribel y Chabela de Editorial
Sopena; Vosotras, de Editorial Korn. También se incluyen las más reconocidas,
Para Ti de Editorial Atlántida, y Claudia, de Editorial Abril, abordadas por otras
16
investigaciones de corte histórico y desde un enfoque de géneros y sexualidades
(Cosse, 2010, 2011; Ballent, 2011; Bontempo, 2011). Como fuentes
complementarias se toman las revistas de actualidad Gente, de Editorial Atlántida
y la internacional Life en español, que abonan a la construcción de un panorama
de sentidos de época acerca de la problemática del erotismo. Este tipo de revistas
decían tomarle el pulso a la actualidad –de hecho, la primera se llamaba Gente y
la actualidad-, sosteniendo que lo más contemporáneo entonces pasaba por sus
páginas, vislumbrando las mutaciones sociales, culturales y políticas que hicieron
de los ‘60 una época.
El auge de las revistas femeninas formaba parte del desenvolvimiento de los
medios de comunicación en los ’60, como fenómeno especialmente relevante en
el plano cultural (Cosse, 2006). El lugar de los medios masivos de comunicación
llegó a concebirse como parte de los cambios que se estaban produciendo. El
crecimiento de la industria editorial tuvo una importancia notoria en las
innovaciones del campo cultural. La lectura de revistas estaba integrada a las
prácticas culturales de amplios sectores sociales, en especial de la clase media y
trabajadora (Cosse, 2010).
La década puede comprenderse como un momento de fuerte reconfiguración de
la cultura erótica cuyas construcciones simbólicas marcaron las décadas
subsiguientes hasta nuestros días. Pero entonces, para abordar un objeto tan
escurridizo y turbio como el erotismo fue preciso construir dimensiones de
análisis que albergaran conceptos capaces de asir e indagar los materiales. A partir
de las mismas se organizan los capítulos la presente tesis, a saber: el erotismo y su
relación con los problemas de géneros y sexualidades, el amor, los cuerpos y
especialmente, los placeres y deseos eróticos puestos en escena. Cada capítulo,
además, se asienta en una hipótesis interpretativa que dirige el recorrido por los
diversos conceptos analizados.
De modo introductorio, el capítulo I indaga las condiciones de producción de
los discursos a través de la contextualización histórico-cultural, lo cual permite
situar el problema del erotismo en la época y en la prensa femenina en el país. El
segundo capítulo aborda el erotismo en cuanto objeto teórico y los debates
suscitados frente a la problemática de la liberación sexual, en el contexto mundial.
En este sentido, se deslinda el erotismo del problema de la sexualidad y por tanto
17
se cuestiona la homologación entre liberación sexual y liberación erótica. El
capítulo recorre debates teóricos suscitados por Freud, Marcuse, Foucault en torno
a la problemática de la revolúción sexual y algunas publicaciones de la prensa de
actualidad de la época que abordaron dicho tópico. En este punto, un autor de
cabecera ha sido Georges Bataille (2010 [1957]), que comprende al erotismo
como transgresión. La pregunta que sobrevuela los análisis posteriores es: ¿cómo
se resignificaba el erotismo una vez liberado tras la supuesta ‘revolución sexual’?
El capítulo III responde a la búsqueda de diferenciación entre los discursos del
erotismo y los de la sexualidad que se hallaban en boga durante la década. El
tópico del sexo se difundía junto a la promoción de la anticoncepción femenina y
la educación sexual. Aquí, interesó especialmente apartar estos discursos de
pretensión científica y neutralidad valorativa de los discursos eróticos que ponían
en la superficie al lenguaje de las fantasías y el placer.
El cuarto capítulo está destinado a abordar los mandatos sexuales para el
género femenino divulgados en la época, en torno a la feminidad ‘natural’ y la
imposición del recato, cuestionados por nuevos modelos de feminidad más
erotizada, el derecho a la soltería y la autonomía sexual que se propagaba desde
unas prácticas que podrían ser consideradas más feministas.
El capítulo V analiza los discursos amorosos tan presentes en las revistas a
través de las narrativas ficcionales, con sus tópicos y figuras a modo de clichés y
las construcciones eróticas de sentido acerca del amor romántico y la pasión.
El capítulo siguiente deslinda los discursos amorosos de los que
problematizaban al amor en tiempos en que se resignificaba la pareja, los
noviazgos y la sexualidad. Así como los discursos de la sexualidad, este tipo de
textos no respondían a un registro erótico sino más bien a uno informativo,
argumentativo o polémico, destinado a cubrir los debates acerca de la crisis de la
conyugalidad, la cultura divorcista, con la resignificación y revalorización de los
vínculos amorosos, las uniones libres y una reconfiguración pública de lo íntimo.
El séptimo capítulo aborda la erotización del cuerpo durante la década, de la
mano con los discursos de la moda, la publicidad y la salud, en torno a las
significaciones de la belleza, la sensualidad, la desnudez, la exhibición y los
imperativos de juventud y cuidado del cuerpo.
18
El capítulo VIII analiza la construcción de figuraciones corporales seductoras
tanto femeninas como masculinas. Responde a la hipótesis acerca del mandato a
la erotización del género femenino en la época -o su construcción como objeto de
deseo que teorías feministas han criticado (De Beauvoir, 2007 [1957]; Bourdieu,
1999)- pero también de lo masculino que se realizaba a través de los íconos
sexuales en boga durante la década. Se analizan aquí las construcciones de la
sensualidad corporal, en medio de una reconfiguración de las feminidades y
masculinidades y su relación con el feminismo de la época (Preciado, 2010).
Tras deslindar las categorías de géneros y sexualidades, amor y cuerpos, el
último capítulo aborda la dimensión crucial: la del deseo y del placer erótico en
las revistas femeninas. Lo femenino no se construía sólo como objeto de deseo –
relacionado a la opresión de género- sino también como sujeto deseante y esto
hablaba del derecho al placer de las mujeres. Lo masculino se postulaba como
objeto de deseo al tiempo que se alimentaba discursivamente un deseo por
constituirse como objeto de deseo erótico o amoroso, tanto para uno como para
otro género. Este capítulo analiza además las escenas eróticas, las narraciones o
figuraciones de los placeres y deseos, los discursos del goce femenino y el
contacto corporal, las relaciones entre erotismo y muerte, placer y sufrimiento, la
liberación de las fantasías y la opresión del deseo obsesivo o los imperativos
hedonistas.
Al tratarse de una época de grandes cambios y tensiones culturales se ha hecho
hincapié en los debates que dirimieron la lucha simbólica en torno a lo erótico. En
este sentido, no se trata de un análisis contrastivo de discursos en torno a las
temáticas, aunque pueden distinguirse algunas posiciones ideológicas. Muchas
veces los discursos religiosos, científicos, amorosos, publicitarios se atravesaban
los unos a los otros, desdibujando sus fronteras. Esta es la razón por la cual la
escritura de esta tesis se ordena mediante tópicos de análisis y no por posiciones
ideológicas contrastivas de discurso ni por tipos de discursos. Las clasificaciones
esgrimidas sobre cada una de las revistas de acuerdo a sus perfiles editoriales
tampoco resultan demasiado útiles para pensar un movimiento cultural histórico,
pleno de paradojas, ya que la mayoría de estos medios de prensa fueron
introduciendo, de manera desordenada y contradictoria, ideas que cuestionaban
19
ciertos conservadurismos morales en materia de sexualidad y de relaciones
amorosas.
Los textos e imágenes funcionan como ejemplos ilustrativos para poner en
discusión la categoría de erotismo, y las de sexualidad, liberación sexual, géneros,
amor, cuerpos, placer y deseo. De esta manera, el corpus de análisis seleccionado
dentro de una multitud de ejemplares de revistas femeninas, no sólo soportó la
interrogación teórica sino que aporta nuevas miradas y respuestas que superan,
por mucho, las hipótesis iniciales. El camino de la investigación supone así la
apertura de nuevas sendas para interrogar el problema de la construcción del
erotismo en una época específica y abre las puertas para indagar las huellas
culturales de tal resignificación erótica en discursividades más contemporáneas.
20
CAPÍTULO I
EROTISMO Y REVISTAS FEMENINAS EN LOS ‘60
“El orden de los prejuicios no es sólo una
consecuencia del sentido común acrítico, sino que ha
sido una larga construcción científica”
(Barrancos, 2008: 21).
21
Los regímenes semióticos-discursivos indicaban no sólo qué podía y qué debía
ver la sociedad acerca de lo erótico sino también cómo debía verlo. Las
construcciones discursivas y semióticas en la prensa femenina configuraban una
visibilización moderada de este aspecto de la vida social.
Ahora bien, a diferencia del amor o de la sexualidad que han sido abordados
por investigaciones empíricas en torno a la prensa femenina de la década del ‘60,
especialmente desde los estudios de género (Cosse, 2011; Bontempo, 2011;
Ballent, 2011; Carrascal, 2010; Trebisacce, 2010), el problema del erotismo ha
quedado marginado de los estudios de las revistas femeninas. Específicamente, el
tópico se ha analizado en las publicaciones relacionadas al porno y su censura en
Argentina (Eidelman, 2015) y, de manera paradigmática, en Estados Unidos con
la producción del modelo semiótico de la revista Playboy (Preciado, 2010).
Frente a la escasez de argumentaciones teóricas que describan sus componentes
y permitan definir dimensiones, esta investigación requirió plantear categorías de
análisis a fin de indagar la construcción simbólica del erotismo en la prensa
femenina de la época. A través de la definición de conceptos, tras el rastreo de
antecedentes provenientes de la psicología, la filosofía, la historia de las ideas, los
estudios de géneros y sexualidades, se elaboraron dimensiones para abordar el
erotismo. Éstas son: la de los géneros y sexualidades, la del amor, la de los
cuerpos y, por último, la de los placeres y deseos en las escenificaciones eróticas.
Interrelacionadas, permiten responder al interrogante acerca de cómo se construía
el erotismo en las revistas femeninas de la época. Cada una de ellas compone un
capítulo de la presente tesis y se relaciona, en el marco de un contexto de análisis
de época, con una serie de tópicos y temáticas presentes en la prensa femenina,
susceptibles de indagación desde una mirada semiótica-discursiva.
23
Figura 1: “La gran tentación o la gran ilusión” Antonio Berni, 1962.
2
En momentos de la formación de los estudios de comunicación en Argentina y con un campo
intelectual atravesado por una dimensión fuertemente política (Gilman, 2003), se gestaron líneas
de investigación ligadas al problema de lo ideológico y lo político. Héctor Schmucler, Armand
Mattelart, Aníbal Ford, Heriberto Muraro, Oscar Masotta, Oscar Steimberg, Jorge Rivera fueron
exponentes de este desplazamiento de las inquietudes literarias o psicosociológicas de la conducta
hacia el interés por ciertos artefactos culturales relacionados a los medios masivos y los productos
simbólicos denominados populares y de masas. La ideología fue una preocupación central de los
estudios de esa época. Los estudios semiológicos de entonces, en vinculación con la filosofía, el
25
Con la renovación y expansión de las ciencias sociales, las críticas desde la
academia al sistema de medios no demoraron en llegar. En torno a la
comunicación de masas se desarrolló una perspectiva bastante apocalíptica que la
asociaba a la cultura norteamericana y opuesta a la cultura nacional, más
relacionada al arte o a una cultura popular auténtica. Juzgada como mediocre, la
cultura de masas parecía exigir una toma de posición por parte de los intelectuales
del campo cultural, “…así como la búsqueda de caminos alternativos o
directamente oposicionales a los medios de comunicación” (Varela, 2005: 212).
El proceso de trasnacionalización de la industria cultural fue criticado como
expresión de la dependencia de los países no desarrollados. No obstante, estos
movimientos también generaron relaciones complejas y nada lineales entre, por
ejemplo, las estrategias de mercado mundiales y los movimientos culturales
locales (Cosse, 2006; Varela, 2005).
La tendencia a pensar la comunicación de modo instrumental, en términos de
gestión y marketing, se remonta a esta década, cuando el concepto se extendió por
el mundo de los negocios, después de la Segunda Guerra Mundial. Una
concepción teleológica, apoyada en la concepción ‘ingenua’ de que ‘todo se
comunica’, implicó el auge de un enfoque instrumental que apostaba al dominio
de las herramientas como única garantía de la eficacia de la comunicación
(Mattelart, 1991). En este marco, el poder de los medios de comunicación también
fue mitificado. Las reflexiones se caracterizaron por interpretarlos desde una
concepción representacional, es decir, los medios eran entendidos como
instrumentos orientados a la comunicación que funcionaban como espejos, más o
menos deformantes, de un real exterior a ellos. Frente a esta interpretación, con la
década siguiente se afianzarían perspectivas semióticas como la de Eliseo Verón
(1984) que propondrían una visión de los medios como dispositivos de
producción de sentido. La comprensión veroniana de los medios de comunicación
como concepto sociológico y no tecnológico implicó entonces:
estructuralismo y el marxismo, daban un lugar central a la política, con las recepciones teóricas de
Althusser pero también de Gramsci (Verón, 1984). También había cobrado un fuerte valor el
trabajo empírico ligado a la expansión de las Ciencias Sociales y se habían incorporado lecturas de
la Mass Communication Research, también de Marshall McLuhan, donde los medios pasaban a ser
percibidos como ambientación antes que instrumento de información o difusión (Varela, 2005). En
décadas posteriores, una mirada reduccionista tendió a asociar los estudios de comunicación de los
’60 con la hipótesis de la manipulación. Devenida sentido común académico y con una perspectiva
evolucionista, criticó la inocencia e infantilidad de aquellas teorías.
26
“… distinguir definitivamente los soportes tecnológicos (que interesan a los
ingenieros de telecomunicaciones) de los medios que la sociedad construye
a partir de ellos, y de los dispositivos propiamente dichos, que sólo se
pueden definir por su modo de inserción en la semiosis social generalizada
por el medio” (Verón, 2004: 14).
27
Figura 2: Portada Vosotras, 1959.
30
mayor calidad, buscaba distinguirse de sus competidoras del mercado al
destinarse a lectoras de la clase media en ascenso.
Bajo este rango también se posicionaba Femirama, Enciclopedia Femenina de
editorial Codex, surgida en 1963 que alcanzaría los 140.000 ejemplares mensuales
en 1968 (ADCP, estadísticas - revistas de 1968, en Cosse, 2011). Autoproclamada
como un lugar de saber enciclopédico, científico, técnico, ilustrado, la revista
también se dirigía a ‘mujeres modernas’ ya no restringidas al ámbito del hogar
familiar. Mediante la promoción de un estilo de mujer sofisticadas, innovadoras,
descontracturadas; “… un desafío antes creado por la revista norteamericana
Cosmopolitan, artífice de la figura de la mujer hermosa y liberada, culta y frívola
y competidora de los hombres” (Ulanovsky, 1997: 274), Claudia y Femirama
buscaban distinguirse en función de criterios estéticos, culturales y actitudinales.
Ofrecían a las lectoras la posibilidad de sofisticarse en el consumo, los gustos y
las costumbres. Las editoriales apuntaban a un público de mujeres inquietas y,
simultáneamente, se proponían educar a ese público, ofreciéndole vías para
conocer y sumarse a las nuevas tendencias:
“Esto evidenciaba el prestigio adquirido por el argot cultural e intelectual,
así como el desconcierto que generaba en un público interesado en manejar
esos símbolos de estatus que le eran ajenos. De modo que las innovaciones
de las vanguardias culturales y políticas funcionaban como índices de
distinción que otros sectores sociales podían querer emular” (Cosse, 2010:
49).
31
En relación a las tematizaciones, puede pensarse que especialmente el rol de
Claudia ha sido sobreestimado por los estudios de historia de los medios
(Ulanovksly, 1997) y también por los estudios de géneros y sexualidades (Cosse,
2011). Las otras revistas femeninas, en distintos momentos, también iniciaron una
estrategia de recambio del estilo periodístico. Publicaciones menos prestigiosas como
Maribel, de editorial Sopena, surgida en la década del ’30 y destinada a un público de
menores recursos económicos, también se dirigía a la mujer moderna y publicaba
notas sobre temas controvertidos relativos a la sexualidad y las relaciones de
pareja, como la anticoncepción, el prototipo de mujer liberada, las nuevas pautas
de organización familiar, la extensión de las relaciones sexuales prematrimoniales
y los métodos anticonceptivos modernos, especialmente la píldora.
Revistas de corte más tradicionalista, como Para Ti, Vosotras o Cristina
podían dar batalla o silenciar los temas referidos a la sexualidad, pero no por ello
dejaban de estar plagadas de discursos con contenido erótico. Las narrativas rosas,
una sección que no podía faltar entre sus páginas, estaban inundadas de discursos
acerca del placer y el amor erótico. Y, en este sentido, asentadas en un ‘imperio de
los sentimientos’ (Sarlo, 2011 [1985]), estas publicaciones no eran más pacatas
que aquellas surgidas durante la renovación periodística.
El imperio de los sentimientos también era un área por donde se conducían
algunas revistas de actualidad como Gente, editorial Atlántida. Surgida en 1964,
se dedicaba a cubrir, de manera colorida y vivaz, la vida amorosa de los
personajes del espectáculo y de la farándula. Era una publicación de lectura ligera,
menos comprometida con la modernización cultural como Confirmado o Primera
Plana, dirigida a un público vasto y muy heterogéneo (Pujol, 2002)3. Si bien no
lideró la opinión periodística de los ‘60, contaba con un importante público
lector.4
En torno a la construcción semiótica y discursiva del erotismo, las editoriales
no marcaban una gran diferencia que justificara realizar un análisis contrastivo de
éstas. Este último quizás podría caber en el tratamiento de temas referidos a los
géneros y sexualidades. No obstante, por un lado, todas las revistas femeninas se
3
Así se exponía la revista en una editorial del 3 de abril de 1969, a cuatro años de su aparición:
“Nos entusiasmó la idea de mirar hacia adentro, ponernos en nuestro lugar, dejar de hacer la
‘crítica destructiva’ porque ‘es de inteligentes’” (“Editorial”, Gente, Nº193, 03/04/69: 7).
4
En 1969, vendía 196.000 ejemplares (Pujol, 2002).
32
dirigían a mujeres con intereses que excedían los del ámbito doméstico y que
pensaban en su realización personal, laboral o cultural. Por otro, las distinciones
dicotómicas entre publicaciones con discursos tradicionalistas y modernizados
tampoco eran tales; estas posiciones se enfrentaban pero también se entrelazaban
dentro de un mismo ejemplar de revista de cualquier marca. Con el auge porteño
del psicoanálisis y la ciencia sexual ninguna revista dejaba al margen las
discusiones sobre aspectos que hacían a la vida íntima asociada con lo femenino,
como la infidelidad o el divorcio.
Las revistas continuaban publicando los tradicionales tópicos asociados a las
preocupaciones propias de una ‘mística de la feminidad’ (Friedan, 2009 [1963]),
como la cocina, la moda, la astrología, la belleza, el hogar, la decoración y las
manualidades, pero ampliaban su registro hacia los respectivos a la sexualidad, la
psicología, las nuevas costumbres y el trabajo fuera del espacio doméstico. En
pequeña medida aparecían las notas de espectáculo y la cultura (música, libros,
cine, etc.), y algunas relativas a la política como las atinentes al sufragio
femenino. No obstante, la mayor parte de las páginas se las llevaban las narrativas
rosas que disputaban el espacio a las notas de modas.
Las revistas femeninas fueron un escenario central de la contienda por los
sentidos y los alcances de las transformaciones en el plano de las sexualidades y
las relaciones de género. Actuaban, de alguna manera, como mediación
pedagógica de una serie de cambios que resultaban desconocidos e
incomprensibles para muchas lectoras, educadas con principios menos liberales,
miedos y tabúes (Felitti, 2010). La puesta en debate informaba de temas silenciados
en otros espacios, mostraba también las cavilaciones, sentimientos y experiencias
por parte de sus lectoras a través de las cartas publicadas, las encuestas y las
opiniones de actores, profesionales, expertos o religiosos:
“La puesta en discusión, como efecto buscado o impensado, de temas
controvertidos como el aborto o el uso de las píldoras anticonceptivas,
colocó en la arena pública temas que habían estado resguardados a la
privacidad de las alcobas, los confesionarios y los consultorios médicos. En
las páginas de las revistas y en las pantallas, el público encontró la
posibilidad de ampliar la mirada, multiplicar los debates y dar lugar a
nuevas prácticas” (Felitti, 2010: 243).
33
La prensa femenina y de actualidad difundió la información sexual. En esta
área una publicación de actualidad distinguida internacionalmente como la revista
Life, reafirmaba su prestigio. Con notas que daban el tono de la época y creaban la
ilusión de estar al día con las tendencias de avanzada en el mundo, al que los
nuevos sectores medios deseaban pertenecer (Cosse, 2006), difundía modas
actuales y modernas de escala internacional que rara vez eran adjetivadas
negativamente y que podían ser entendidas, en todo caso, como excentricidades
de las sociedades avanzadas. La revista permitía a los lectores argentinos
enterarse, por ejemplo, de la educación sexual entre los niños y niñas daneses, la
tendencia unisex de los adolescentes en Estados Unidos, las bandas juveniles en
Alemania e Inglaterra, la moda nudista en Europa o la noche bohemia neoyorkina.
Pero, más acá de la revista Life, que estaba ubicada a la vanguardia en estos
temas, los debates en torno a la sexualidad y el amor en la prensa femenina
argentina se hallaban imbricados con viejos valores que al mismo tiempo se
actualizaban. En este punto, es posible pensar la productividad política de estos
discursos, si bien no eran catalogados como discursos políticos. Estas temáticas
conformaban la dimensión de lo político, es decir, formaban parte de la dimensión
conflictual de la vida social (Mouffe, 2009); y por esta misma politicidad fueron
focos de la censura o mesura periodística.
Al final de la década el avance del autoritarismo y la radicalización política
introdujeron una fisura en el programa de modernización editorial junto a una
censura más encarnizada frente a las expresiones del erotismo. Por otra parte, la
característica exclusión de la información expresamente política en las revistas
femeninas había hecho que, también a fines de la década, muchas mujeres
comprometidas con las movilizaciones políticas despreciaran estas publicaciones,
catalogadas como una lectura de peluquería, o las criticaran desde un punto de
vista feminista (Trebisacce, 2010).
34
pretensión de modernización enfrentada al tradicionalismo, que recorrió la
superficie de los discursos de los sesenta:
“Las polémicas imperaron en los 60 porque el valor máximo de la época fue
la negación crítica. Todo impulso creador se hizo a partir de la negación de
lo inmediatamente anterior o de lo contemporáneo diferente” (Gilman,
2003: 20).
Los nuevos mandatos traducían algunos impuestos por la tradición a una ética
de sí asentada en la autovigilancia: “…es necesario que mandes en tus
sentimientos y en tus actos a fin de ser una mujer cabal cuando dejes de ser una
adolescente. La mujer que yo quiero que seas” (: 28), decía la madre.
Por su parte, desde la psicología, Giberti instaba a los padres a comprender que
las melenas y los ritmos frenéticos eran expresiones de la vida instintiva de los
jóvenes que estaban creando un mundo propio, con gustos y demandas
particulares (Cosse, 2006). Afirmaba que los adolescentes estaban sufriendo una
aceleración, “…un adelanto en la maduración biológica” (“Los adolescentes
acelerados”, Femirama, Tomo 8, 05/66: 150), referida a sus vidas sexuales y sus
cuerpos:
“… los científicos y los técnicos de diversos países han probado que, comparados
con los de hace años, son más grandes, más precoces en el desarrollo sexual,
maduran más temprano que hace treinta años” (: 151).
36
sexualidad, pero también la música o las drogas (Bruckner, 2011). Las
transformaciones tuvieron su epicentro en la ciudad de Buenos Aires y en el área
metropolitana, dentro de los círculos más dinámicos, como los intelectuales,
artísticos, del rock y del hipismo. Aunque especialmente trasvasaron a la clase
media, las mutaciones fueron transversales a toda la sociedad. A diferencia de lo
sucedido en otros períodos históricos, los impulsos de cambio no se restringieron
a determinados círculos sociales ni se acotaron sólo a las vanguardias.
En el plano de la experimentación artística, emergió el ‘happening’, un tipo de
performance que, según la revista Gente, nadie entendía: “¿Adónde llegará esto?”,
se preguntaba:
“Podemos asegurar que tiene un destino: la locura. Aunque a ellos esto quizás les
atraiga aún más. El último se llevó a cabo en el instituto Di Tella y el público,
azorado, vio peces, ‘amor’ y pintura. Júzguelos” (Gente Nº73, 15/12/66: 9).
37
nerviosa, se aferró a la cartera y musitó: ‘Oh, se está desnudando’. […] se quitaban
los pantalones. Todos quedaron en bikinis y se fueron contra la pared.
Un viejito indignado me dijo: ‘¿No sería oportuno fusilarlos?’
Los Beatles seguían bramando […] muchachos y chicas comenzaron a arrojarse pintura.
Y después, todos embadurnados comenzaron una extraña danza del amor” (: 9).
38
Figura 5: “Qué hacen, qué piensan, qué hablan, qué comen”, Gente, 1969.
39
Figura 6: “Pasémonos al Suavegom”, Publicidad Suavegom, 1969.
40
sobre la ruptura generacional”. Mead apostaba al poder de la juventud, pero se
encargaba de diferenciar su postura de las ideas de Marcuse:
“… no tengo nada que ver con Marcuse ni puede haber ninguna coincidencia entre
él y yo. Estoy en completo desacuerdo con él. Es un nihilista. La imaginación irá al
poder gracias a las preguntas imaginativas de los jóvenes. Es a base de imaginación
que los jóvenes proponen preguntas que los adultos no entienden, porque viven con
los viejos esquemas. En ese sentido me refiero al poder que tienen los jóvenes”
(:102).
41
las diferentes revistas5 mostraban el avance de la informalidad y de la implicación
afectiva. Hasta las marcas más tradicionales agregaban un tinte juvenil a sus
imágenes.
Un anuncio de motos Siambretta, presentaba jóvenes danzando, tocando la
guitarra, de picnic, cerca del río, con atuendos coloridos, bajo el slogan: “Para que
Usted sea libre… cómodamente libre” (Publicidad Siambretta, 1960).
Figura 7: “Para que Usted sea libre, cómodamente libre”, Publicidad Siambretta, 1960
5
Estos anuncios como parte de las campañas publicitarias aparecían en diferentes revistas. No
interesa tanto aquí todas las editoriales que los publicaban sino la construcción de sentidos de estos
anuncios como partes de un contexto cultural de época.
42
Figura 8: “Música en movimiento”, Publicidad Tonomac, 1969.
6
La noción de teenager, acuñada en los años ’40, describía un nuevo segmento demográfico del
mercado de consumo. Beatriz Preciado (2010) sostiene que desde este enfoque, lo importante de la
adolescencia no era la edad sino su capacidad de consumir sin restricciones morales.
43
Figura 9: “Para un mundo joven, divertido, feliz”, Publicidad Renault, 1968
44
Figura 10: “Un día, un auto”, Publicidad Citröen, 1968.
La juventud debía ‘dar la nota’, ser móvil, inquieta, colorida. Una bebida
alcohólica se vendía con la imagen de una muchacha saltando y sosteniendo un
vaso, descalza, con sus cabellos sueltos color rojo, unos pantalones largos y una
pequeña blusa que mostraba su vientre. El texto exponía:
“Hay muchas maneras de dar la nota. Por ejemplo, anotarse en F3… u organizar un
happening en Florida, en Playa Brava o Acapulco… o invitar con Frizzante. Ojo!
Con Moscatel Esmeralda… terriblemente Frizzante! Poco alcohol… mucho
sabor… (sabor a uvas moscatel)… y un maravilloso espíritu de fiesta!” (Publicidad
Moscatel Esmeralda, 1967).
45
Figura 11: “Terriblemente frizzante”, Publicidad Moscatel Esmeralda, 1967.
46
gestó la nueva ola juvenil nacional se gestó como una traducción autóctona de la
nouvelle vague.
De esta manera, los medios gráficos y los empresarios del entretenimiento
buscaron contener al rock y hacerlo un estilo musical aceptable para los jóvenes
en la familia. El twist también había llegado al país a principios de la década, pero
a diferencia de lo sucedido con el rock, su baile nunca fue prohibido.
Con las estrategias de contención centradas en integrar el rock en una serie de
ritmos bailables o cantables, que no entraran en colisión con las tradiciones, se
promovió el exitoso Club del Clan. En un paisaje mediático en expansión, la
nueva ola juvenil transmitía cierto optimismo edulcorado, reforzando un
imaginario tradicional sobre los roles de género, celebrando el amor romántico,
mientras ocluía toda referencia a la sexualidad y desdibujaba la percepción de
rebelión asociada a la juventud. Prevalecía el conservadurismo cultural, apenas
escondido tras una pátina de renovación juvenil. Los mandatos explícitos de esa
propuesta se centraban en la adecuación a los roles de género, valores familiares
establecidos y en el deseo de divertirse ordenadamente, con decoro sexual
(Varela, 2005; Manzano, 2010).
No obstante estas estrategias de contención, otros jóvenes talentos hicieron su
irrupción en la escena mediática. Uno de ellos, Roberto Sánchez –alias Sandro- se
aventuró por senderos más arriesgados en términos estéticos y sexuales, probando
los límites de lo permisible en la cultura pública argentina de los primeros años de
los ’60. Las evocaciones a la pasión y el desborde, tanto musical como sexual, con
lo excesivo de sus movimientos corporales tildados de obscenos, constituyeron las
marcas con las que Sandro se presentó durante la década. El baile se inscribía
como un acto corporal subversivo, asociado, como ritual social, a una forma de
conquista y cortejo con fines sexuales (Lenarduzzi, 2012).
48
El campo cultural fue un foco de intervención de la represión estatal. Fueron
perseguidos los hippies, la barba y el cabello largo, las faldas cortas, los albergues
transitorios, el rock. Se detenía a mujeres por llevar polleras excesivamente cortas
o a jóvenes acusados de tener sexo en espacios públicos. Se organizaban cortes de
pelo a la fuerza, cobro de multas a los melenudos, excursiones de los policías por
los albergues transitorios; se clausuraban locales de diversión nocturna. La
cruzada moral había generado un ‘pánico sexual’ (Rubin, 1989) generando
temores sociales, olas de rumores y versiones alarmistas, que llevaron a los
funcionarios municipales a desmentir que se estuviera practicando un falso
puritanismo en algunas medidas, como la prohibición de las minifaldas, del uso de
pantalones por las mujeres o de la circulación de los menores de edad después de
las 22 horas (Eidelman, 2015).
El Onganiato “…preparó sus linternas contra la inmoralidad y habilitó los
calabozos para detenciones más ‘culturales’ que políticas” (: 60)7. En este sentido,
la represión era en gran parte una respuesta violenta a la expansión de
posibilidades sexuales.
La cruzada moralizante censuraba los discursos eróticos en los medios de
comunicación durante el régimen. La censura legitimaba al Estado en tanto
evaluador de las expresiones culturales, condicionando a la producción editorial a
mesurar sus publicaciones relacionadas a temas eróticos:
“Para una sociedad fuertemente vigilada por la Iglesia católica y el Ejército,
tocar estos temas no era poca cosa. En ciertos ámbitos, hablar o escribir
sobre sexo podía resultar más transgresor que elogiar al Che Guevara y la
Revolución Cubana o hacer referencias a la figura de Perón, el gran exiliado
nacional. Después del ’66, bajo el régimen de Onganía, la censura moral fue
tan fuerte o más que la censura política” (Pujol, 2002: 61).
7
Al frente de un organismo ad hoc de la Policía Federal dedicado a este tipo de persecución, la
permanencia del comisario Luis Margaride en los gobiernos de Frondizi (1959-1962), Guido
(1962-1963), Onganía (1966-1970) y Perón (1973-1974), demostraba que el clima represivo en
este área de la vida social excedía las distinciones entre gobiernos civiles y militares, democráticos
o golpistas (Felitti, 2012).
49
2002: 209), puesto que el sexo era mostrado de un modo que, para los criterios
imperantes en la época, podía considerarse explícito. También la película Blow
up, de Michelangelo Antonioni, fue truncada, así como Sexus de Henry Miller,
Lolita de Vladimir Nabokov, Ojo mágico de Asimov.
Mientras la censura cinematográfica era algo corriente, en la prensa, el Instituto
Verificador de Circulaciones monitoreaba las publicaciones. La autocensura
funcionaba aceitadamente dentro de las redacciones y los autocondicionamientos
se justificaban bajo el argumento de que pocos empresarios editoriales podían
arriesgar el costo de inversión de un producto que luego no podría ingresar al
mercado. Mediante la mesura la prensa intentaba no traspasar los límites de lo que
consideraba aceptable para su público y para su gobierno.
No obstante los recaudos que tomaban las editoriales, los sectores más
conservadores seguían viendo en ellas potenciales peligro. De acuerdo con el
Secretariado Central de Moralidad dependiente de la Acción Católica Argentina,
entre las revistas femeninas, Claudia estaba dentro de la categoría de
publicaciones desaconsejables, mientras que Vosotras, Idilio y Anahí calificaban
directamente como malas. Para Ti era la única que se consideraba apropiada para
las mujeres adultas (Felitti, 2010).
La censura habilitaba las detenciones de periodistas, las querellas con los
medios y las clausuras temporarias o definitivas de revistas y diarios como
Cristianismo y Revolución, Inédito, Azul y Blanco, Así, Crónica, Primera Plana,
Ojo, Prensa Confidencial y sus sucesoras Prensa Libre y Prensa Nueva. La
revista Adán (un estilo de revista Playboy argentina) no fue clausurada, pero su
éxito duró corto tiempo en medio de condiciones represivas. Resultaba claro que
el contexto político no era el más adecuado para una revista que establecía, casi
como una declaración de principios, el disfrute hedonista de los placeres del
cuerpo. Una publicación de este tipo debía discutir con los censores del gobierno
militar “…cuántos centímetros de piel libre podían exhibir las modelos”
(Ulanovsky, 1997: 27). Frente a estos inconvenientes, la revista dejó de
publicarse.
Los materiales gráficos calificados de inmorales y obscenos eran censurados y
secuestrados de los lugares de venta. En su mayoría eran publicaciones para
hombres provenientes de Estados Unidos que incluían una gran cantidad de
50
fotografía erótica o considerada pornográfica, con desnudos femeninos,
semidesnudos o fotos con gestos, poses y actitudes sexualmente insinuantes.8
Varias de esas publicaciones tenían más de una década de existencia, surgidas en
los ’50 con el mercado de masas para las revistas pornográficas y de fotografía
erótica y pin-up. El mayor ejemplo era la revista Playboy, surgida de 1953,
convertida rápidamente en la revista más vendida e importante del género.
Paradójicamente, en nombre de la defensa contra la subversión comunista se
prohibía material pornográfico proveniente de la principal potencia capitalista,
asociado a la mercantilización del sexo y no a la penetración del comunismo
(Eidelman, 2015).
En cuanto a las editoriales locales, desde el Ministerio del Interior, a comienzos
de marzo de 1969, se les solicitó morigerar la exhibición de todo tipo de
expresiones e imágenes eróticas calificadas como un ‘reflejo’ de la “…alarmante
evolución de las costumbres” (Ulanovsky, 1997: 189). La campaña de moralidad
buscaba recuperar los valores religiosos tradicionales y el lugar de la familia como
institución fundamental de la sociedad. para enfrentar lo que se consideraba la
degradación cultural y moral de la sociedad y, en especial, de la juventud,
fuertemente asociada por los sectores conservadores a una sexualidad más liberal
y con menos prejuicios. En las manifestaciones de libertad sexual veían la semilla
de la subversión a los valores occidentales y cristianos, y en nombre de la moral,
encontraban la justificación de sus intervenciones.
El ideal de familia promovido por el Estado tenía como pilar el matrimonio
monógamo y heterosexual y sostenía una clara división de los roles de género –un
varón proveedor y una mujer, madre, ama de casa y una descendencia numerosa
educada en los valores de la cristiandad. Los mensajes que subvirtieran este
modelo podían ser considerados como un ataque a la identidad nacional, la moral
y las buenas costumbres. Así iba construyéndose una definición de cultura
legítima, verdadera, nacional que debía defenderse de la penetración ideológica
extranjera y su modelo de sexualidad, que inducía a la perversión, al adulterio y al
desamor filial (Felitti, 2012).
8
De 69 revistas prohibidas entre julio y diciembre de 1966, 63 –un 90%- eran norteamericanas
(Eidelman, 2015).
51
En un contexto de complejas conexiones entre los cambios culturales en torno
al erotismo y el refuerzo de la censura, ésta última instaba a reconocer la
dimensión política de la vida erótica, visible en momentos en que se desatan
conflictos en torno a los discursos e imágenes eróticas.
La cruzada moral buscaba censurar la conducta erótica para proteger las
fronteras de la conducta sexual aceptable. En este marco, como sostiene Gayle
Rubin (1989), la “…vinculación que la ideología de derechas establece entre el
sexo fuera de la familia, el comunismo y la debilidad política no es nada nuevo” (:
10). Pero además, la censura reforzaba el poderoso tabú sobre la puesta en
discurso o la puesta en escena de las actividades eróticas; un problema que
involucraba tanto una teoría de la imagen como una teoría de la comunicación.
Aunque la idea de un público fácilmente manipulable estaba en plena revisión
en el campo de los estudios de comunicación, buena parte de la sociedad seguía
considerando que los medios eran capaces de influir de manera determinante en
las conductas sociales. Bajo este presupuesto se justificaba una censura que no
dejaba de dar preeminencia al poder de los medios. Como teoría de la manipulación
mediática, partía de un muy difundido sentido común académico apoyado en una
cierta lectura del conductismo y de la teoría de los efectos mediáticos masivos. Pero
entonces, hay que decir que ni siquiera los investigadores conductistas de los años
’30 suponían que había un efecto directo por parte de los medios de comunicación
capaz de condicionar a sus receptores en un necesario mismo sentido. Esta
simplificación era impensable desde la misma teoría conductista pues ella suponía
una suerte de lugar de mediación para que se diera respuesta a un estímulo
(Homans, 1990); nunca se trataba de una respuesta automática.
La convicción sobre el poder manipulatorio de los medios de comunicación y
los productos de la industria cultural para generar cambios en la conducta guiaba
la censura estatal. La desconfianza también caló hondo en intelectuales y
pedagogos, políticos y sacerdotes, proclives a una postura apocalíptica respecto de
los medios. Las críticas se hicieron oír tanto en el pensamiento progresista –con
todos los matices de la izquierda- como de la derecha conservadora que veía en
ellos unos propagadores de la perversión y la deformación de los valores del ser
nacional (Pujol, 2002).
52
Los niños fueron el objeto privilegiado de los discursos de educadores,
psicólogos, sacerdotes que alertaban sobre esta influencia. El problema de ‘la
seducción del inocente’ (Spigel, 1992) funcionaba como presupuesto para
habilitar la censura mediática por parte de un aparato de vigilancia estatal y así
proteger las fronteras de la conducta sexual aceptable:
“Comenzaron a multiplicarse los congresos y la bibliografía sobre la
influencia en los niños fue, sin duda, la más abultada de la época en el tema
de los medios, tanto en los grupos que provenían del catolicismo y el
conservadurismo –desde una mirada moralista- como en los sectores
progresistas –con los conceptos políticos claves de ‘alienación’ y
‘manipulación’” (Aguilar, 1999: 262).
53
4.1 El potencial erótico de la censura
El halo del erotismo atravesaba los discursos de la censura. Por el lado de los
censores puede presuponerse un goce, ya que, como Michel Foucault (2011a) ha
demostrado, hay placer tanto en el preguntar, vigilar, controlar, espiar, denunciar
los placeres prohibidos como en su transgresión, su resistencia, su escándalo.
La censura y la mesura empujaban al discurso sexual a la reticencia y al
eufemismo, conformándose una ‘negatividad sexual’ (Rubin, 1989) pero, por otro
lado, obligaban a potenciar el ejercicio de la capacidad, la inteligencia, la
curiosidad o la creatividad erótica para sortear las prohibiciones. Frente a estas el
erotismo, asentado en la transgresión (Bataille, 2010), tenía un campo de cultivo
que hacía uso del ingenio para legitimar el placer.
La censura no significó que la circulación de los discursos eróticos quedara
suspendida, pues más allá de las represiones de la coyuntura, había una dinámica
cultural imposible de frenar:
“No obstante los obstáculos puestos por el gobierno militar contra la agenda
de temas modernos, la sociedad argentina se fue abriendo cada vez más al
diálogo sobre lo prohibido y lo incómodo. Los silencios se fueron llenando
con los resultados de encuestas e informes” (Pujol, 2002: 62).
55
CAPÍTULO II
LIBERACIÓN ERÓTICA
58
Marcuse denunciaba la organización excesivamente represiva de la sexualidad
desde un punto de vista psicológico pero también político. La represión, en gran
parte inconsciente y automática, estaba además cargada de un excedente necesario
para la dominación política en la sociedad de clases:
“…las modificaciones y desviaciones de la energía instintiva necesarias para
la preservación de la familia patriarcal monogámica, o para la división
jerárquica del trabajo, o para el control público sobre la existencia privada
del individuo son ejemplos de represión excedente que pertenecen a las
instituciones de un principio de la realidad particular” (: 47).
59
reerotización del cuerpo. La resexualización del cuerpo, junto con una
resignificación del erotismo unido a una apreciación estética, haría florecer a Eros
en el amor comunicativo y la amistad constituiría el medio dominante de
sociabilidad.
La liberación transformaría a la sexualidad en Eros, como un fin en sí mismo y
no confinado a lo corporal, desarrollando todo un orden sensual. Al ceder, la
razón represiva dejaría el camino libre a una nueva racionalidad de la
gratificación, una razón sensual en la que convergerían razón y felicidad. Su
imaginario edificaba un mundo sustancialmente libre de culpa en el que la
sublimación y represión de la sexualidad dejaban paso a una acentuación del
placer, apostando a la fuerza revolucionaria del erotismo.
Aunque la represión del Eros no podía desaparecer del todo, pues, como
entendía Freud, la represión era suelo donde crecía la cultura, para Marcuse era
posible una civilización sobre una represión mínima de Eros, es decir, sin aquellos
grilletes necesarios para la explotación en el trabajo.
La transformación que proponía implicaba, desde un punto de vista marxista, la
exigencia de una modificación real de las relaciones materiales de existencia y la
ruptura con el continuum histórico de la dominación. Desde un enfoque
psicoanalítico suponía una nueva organización del placer, una resexualización del
cuerpo y la génesis de una moral que actuara como “…negación de la moral judeo-
cristiana, la cual ha determinado hasta ahora, en gran parte, la historia de la
civilización” (Marcuse, 1986: 12).
Entonces, no se trataría tanto de una liberación como de una transformación de
la organización –histórica- libidinal. A ella se llegaría por el camino de dos
capacidades infravaloradas por el principio de actuación que exigía el capitalismo:
la imaginación y la fantasía; y que, por ello mismo se habían conservado libres de
las condiciones de realidad, subordinadas sólo al principio del placer (Marcuse,
2010).
Pero además, el autor suponía que la poderosa represión sexual instalada en el
meollo de la civilización estaba cediendo terreno en los años sesenta. Si bien hay
que cuidarse de pensar en términos de un ciclo represivo único con un principio y
un final (Muchembled, 2008), la presente tesis se asienta en el presupuesto de
partida, de que durante la década, la sexualidad y el erotismo formaron parte de la
60
arena de lucha de sentidos sociales. Pero entonces, la tácita represión sexual y
erótica, en el país, pasó a ser organizada por el propio Estado.
En el juego entre la represión y la transgresión, en la época se produjo una
explosión de estimulantes escritos políticos y ensayos sobre el sexo. La amplia
difusión de ideas y opiniones de autores extranjeros incluía desde estudios
biológicos sobre la sexualidad de los animales a reseñas de libros filosóficos
polémicos en el extranjero, como la Historia del erotismo de Lo Duca (1965).
La obra de Marcuse, particularmente Eros y civilización, de 1953, pasó a
considerarse como uno de los escritos formativos de la época que aportaron ideas
a la rebelión sexual y moral de los jóvenes. En los ‘60 el libro se reeditó y el autor
fue considerado el filósofo de la nueva izquierda estudiantil, a la que se sumaron
obreros, y cuya mítica imagen sería cristalizada en el Mayo Francés de 1968.
En pos de una revolución sexual, los teóricos de la liberación depositaban
esperanzas en el terreno de la sexualidad como un reino potencial de libertad
(Giddens, 1998). Exaltada, la sexualidad aparecía como una herramienta de
transformación del mundo.
2.1 El desencanto
El programa teórico de la izquierda freudiana implicaba la esperanza de una
liberación sexual congruente con el fin de la sociedad de clases. Para estos autores
no había reforma sociopolítica sin liberación sexual.
En El hombre unidimensional (Marcuse, 1993 [1954]), obra posterior a Eros
y Civilización, las resonancias de Marx (1988 [1867]) eran más fuertes que las
de Freud. Con cierto aire de resignación, Marcuse denunciaba que, con las
mutaciones del capitalismo, no había lugar para una liberación total, ni para una
revolución que pusiera fin a la sociedad represiva afirmaba. El mismo sistema
deglutía o neutralizaba la oposición. La automatización en la sociedad industrial
avanzada dejaba tiempo para el placer y el ocio, pero lejos de aparecer como el
cimiento de la liberación erótica se erigía más bien como el principal apoyo de
una organización cada vez más irracional y represiva.
Ya en Eros y Civilización, había advertido que, comparada con los períodos
puritanos y victorianos, la libertad sexual había aumentado, pero observaba que la
moral sexual relajada dentro de un sistema firmemente atrincherado de controles
61
monopolistas servía al sistema (Marcuse, 2010). En una sociedad totalmente
administrada el placer tenía lugar a través de un tipo específico de satisfacción: la
identificación erótica con un mundo reificado. El sexo se transformaba en negocio
y en propaganda, postulaba Marcuse, en consonancia con las críticas a la industria
cultural de sus colegas de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer (1987
[1944]).
El sistema de administración total preestablecía los deseos, metas y
aspiraciones requeridos socialmente. En este marco, los medios de comunicación
tenían un papel de adoctrinamiento al transmitir los valores requeridos, los ideales
de personalidad, de romances, sueños y aspiraciones. Los periódicos y revistas, la
radio, el cine, exponían los mismos ideales, vendían imágenes que afirmaban el
orden establecido, donde las contradicciones coexistían “pacíficamente en la
indiferencia” (Marcuse, 1993: 91). El “quietismo acrítico” (: 44) que promovían
los medios se conjugaba con una apología del orden, en la cual las desviaciones
del modelo eran criticadas.
Si bien el grado de satisfacción socialmente permisible y deseable se ampliaba,
en una sociedad donde el confort era uno de los principales valores, la ‘liberación’
sexual cumplía una función conformista: libraba a los individuos de buena parte
de la infelicidad y el descontento que denunciarían al orden represivo. Se
desarrollaba entonces un proceso de satisfacción controlada; la sexualidad era más
desinhibida al tiempo que debilitaba la rebeldía contra el principio de realidad
establecido: “Lo que ocurre es sin duda salvaje y obsceno, viril y atrevido,
bastante inmoral y, precisamente por eso, perfectamente inofensivo” (Marcuse,
2010: 107).
Cuando a fines de los ’60, Marcuse se preguntaba por qué la revolución sexual
no había prosperado, afirmaba que ésta había sido traicionada. Los individuos se
hallaban ahora satisfechos bajo las libertades permitidas en una sociedad sin
libertad: “En sus relaciones eróticas, ellos ‘cumplen sus compromisos’ -con
encanto, con romanticismo, con sus anuncios comerciales favoritos” (: 91).
No obstante, el teórico seguía sosteniendo la bandera de la utopía.
Desencantado, pero no resignado, apostaba aún a una verdadera posibilidad de
liberación, tras una década en que las ideas y normas en torno a la sexualidad
habían cambiado. En 1967, en una conferencia titulada El final de la utopía
62
(1986) consideraba que ni la rebelión sexual y moral de los jóvenes, ni los hippies,
ni las luchas del Tercer Mundo podían hacer la revolución por sí mismos, pero
todos ellos denunciaban un orden represivo y veía en la oposición de la juventud,
el rechazo al confort estadounidense, en el movimiento hippie, la repulsión a la
vieja sociedad cerrada.
63
En sus otras dos historias de la sexualidad, El uso de los placeres (2006
[1984]) y La inquietud de sí (2011b [1984]), Foucault pone en discusión la idea de
una moral unificada9 que haría de la sexualidad una invariable atravesada por la
represión.
Los temas que dieron forma a la moral sexual judeo-cristiana fueron para el
autor: la pertenencia del placer al dominio peligroso del mal, la obligación de la
fidelidad monogámica y la exclusión de compañeros del mismo sexo. En esta
moral, la sustancia ética se definió por un dominio de los deseos, a través de la
regla de que el placer no debía ser una finalidad (Foucault, 2006).
Las investigaciones foucaultianas de textos filosóficos y médicos que abordaban
la problematización del comportamiento sexual en la cultura griega clásica del siglo
IV a.C., estaban destinadas a discutir la idea de un código represivo invariable de
comportamientos sexuales y la hipótesis de la reproducción de la moral culposa, al
afirmar que la moral cristiana del sexo no estaba preformada en el pensamiento
antiguo.10
Gayle Rubin (1989), seguidora de una línea foucaultiana para abordar la
sexualidad, ha remarcado, no obstante, la importancia de no abandonar la
reflexión acerca del sexo en términos de represión sexual postulada por el
psicoanálisis. Esta autora sostiene que es necesario reconocer los fenómenos
represivos sin caer por ello en las suposiciones esencialistas del lenguaje de la
9
Por moral Foucault (2006) entiende:
“…un conjunto de valores y de reglas de acción que se proponen a los individuos y a los
grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos, como pueden serlo la familia, las
instituciones educativas, las iglesias, etc. Se llega al punto en que estas reglas y valores
serán explícitamente formulados dentro de una doctrina coherente y de una enseñanza
explícita. Pero también se llega al punto en que son transmitidos de manera difusa y que,
lejos de formar un conjunto sistemático, constituyen un juego complejo de elementos que
se compensan, se corrigen, se anulan en ciertos puntos, permitiendo así compromisos o
escapatorias. Con tales reservas podemos llamar ‘código moral’ a este conjunto
prescriptivo” (: 26).
10
En los antiguos griegos, Foucault no encuentra nada que se parezca a esas largas listas de actos
posibles, propias de los penitenciales, los manuales de confesión o las obras de psicopatología, que
sirvan para definir lo legítimo, lo permitido o lo normal o para describir los gestos prohibidos.
Tampoco halla nada que trace una línea divisoria clara y definitiva entre lo que es del orden de la
naturaleza y lo que es ‘contra natura’ (Foucault, 2011b). Asimismo, discute con el sentido común
que establece una oposición entre “…un pensamiento pagano ‘tolerante’ hacia la práctica de la
‘libertad sexual’ y las morales tristes y restrictivas que le siguieron” (: 226). Lo que encuentra en
tales textos antiguos es una manera de ser, un estilo de relaciones y reglas para quienes quieran dar
a su existencia una forma honorable y bella “Es la universalidad sin ley de una estética de la
existencia que, de todas maneras, sólo es practicada por unos pocos” (Foucault, 2011b: 204).
64
libido: “Necesitamos una crítica radical de las prácticas sexuales que posea la
elegancia conceptual de Foucault y la pasión evocadora de Reich” (Rubin, 1989:
16).
Desde la perspectiva foucaultiana, que marcó el estado del arte de las
investigaciones de género y sexualidades, el deseo no se enfrenta al poder sino
que ambos se articulan. Por tanto, las luchas por la liberación sexual eran parte del
mismo aparato de poder que denunciaban. La liberación sexual con la que se
hallaba desencantado Marcuse a fines de los ’60 constituía, para Foucault, una
ironía del propio dispositivo:
“El hecho de que tantas cosas hayan podido cambiar en el comportamiento
sexual de las sociedades occidentales sin que se haya realizado ninguna de
las promesas o condiciones políticas que Reich consideraba necesarias,
basta para probar que toda la ‘revolución’ del sexo, toda la lucha
‘antirrepresiva’ no representaban nada más, ni tampoco nada menos –lo que
ya era importantísimo-, que un desplazamiento y un giro tácticos en el gran
dispositivo de sexualidad” (Foucault, 2011a: 126).
Indicaba que en los ‘60 había emergido una reivindicación del cuerpo frente al
poder disciplinador de la sexualidad y del placer contra las normas morales de la
sexualidad, del matrimonio, del pudor: “Frente al control, la vigilancia y la
persecución del cuerpo, se desarrolló una ‘sublevación del cuerpo sexual’” (:105).
Así, mientras Freud y Marcuse hallaban el malestar en la cultura, el primero
desesperanzado ante la posibilidad de cambio cultural, pero apostando a la fuerza
de Eros frente a Tánatos; el segundo imaginando una utopía de una sociedad que
rompiera con el régimen de dominación y represión; Foucault veía la posibilidad
de prácticas de libertad en las resistencias frente al dispositivo de sexualidad. Y
asociaba éstas últimas a los modos de subjetivación frente a los códigos morales
de los comportamientos sexuales, en el uso de los placeres y en el cuidado de sí
mismo.
4. La transgresión erótica
Georges Bataille, “…seminarista y pornógrafo, bibliotecario y poeta,
comunista y putero, místico y ateo, amante y filósofo” (Campillo, 1996: 9),
tradujo su paradójico modo de vivir en su escritura filosófica, ofreciendo un
abordaje teórico del problema del erotismo desde sus ambigüedades.
67
Su punto de vista diferencia claramente la actividad sexual o la sexualidad
física caracterizada como rudimentaria y “simplemente animal” (: 33) del
erotismo. Este último no necesariamente es actividad sexual, pues puede haber
actividad sexual que no sea erótica. Como problema, el erotismo no tiene que ver
con la reproducción:
“…la diferencia que separa al erotismo de la actividad sexual simple es una
búsqueda psicológica independiente del fin natural dado en la reproducción
y del cuidado que dar a los hijos” (Bataille, 2010: 15).
68
“La vía de la degradación, en la que el erotismo es arrojado al vertedero, es
preferible a la neutralidad que tendría una actividad sexual conforme a la
razón, que ya no desgarrase nada” (: 146).
Lo importante es que exista un ámbito, por limitado que sea, donde el aspecto
erótico sea impensable, y momentos de transgresión en que, como contrapartida,
el erotismo tenga el valor de una inversión radical.
Tanto en Bataille (2010) como en Foucault (2006) se encuentra la idea de una
transgresión que está ya organizada, en el juego entre la ley y el deseo, el eros y lo
prohibido. Desde estas miradas teóricas ni el placer ni el deseo serían impulsos,
movimientos o pulsiones libres que la prohibición vendría meramente a reprimir.
72
El juego erótico se presenta más bien como un ejercicio contenido y seguro, que
permite suspender durante algún tiempo y al menos de forma imaginaria, la
validez moral de las normas sociales. Y esta suspensión moral produce lo que
Beatriz Preciado (2010) denomina ‘una plusvalía erótica’.
11
“En voz baja” se denominaba una sección de correo del corazón en revista Maribel.
73
El confesor otorgaba respuestas que apelaban a leyes morales fundadas en
normas católicas. Desde un discurso moralista alertaba contra las prácticas ilícitas,
prescribiendo las conductas adecuadas.
Muchas veces, ese enunciador firmaba como ‘padre Iñaki de Aspiazu’. Desde
sus valores católicos e incluso desde una pretensiosa posición de profeta que
avizoraba el futuro de la consultante, intentaba revertir las situaciones enunciadas
por las lectoras que desafiaban sus preceptos. Gustaba de polemizar para reafirmar
la vigencia –en crisis- de los deberes morales en torno al amor y la sexualidad que
profesaba. Para ello ironizaba y descalificaba a las lectoras que desafiaban las
normas.
Erigía su voz como autoridad institucional que ordenaba y apuntaba a clausurar
el juego interpretativo, anulando derivaciones indeseadas o inadecuadas a su
posición ideológica y, a la vez, reclamando la recuperación del orden moral. La
dimensión religiosa y moral del discurso anclaba no tanto en un hacer-creer, sino,
fundamentalmente, en un hacer-hacer (Arnoux, 2010); se trataba de afirmar una
regla pero sobre todo, de persuadir para que se la aplique.
En cuanto a las confesadas, muchas veces eran mujeres que parecían buscar
escucha y/o socorro en los confesores y confidentes. En el caso de Maribel,
encontraban la respuesta, no de un confesor católico sino de una confidente
‘especialista’. ‘En voz baja’, tal como se denominaba el correo sentimental en esa
revista, se publicaban detalles íntimos sobre sus actos, pensamientos y fantasías
concernientes eminentemente al amor.
Así, el correo sentimental era el espacio para la confesión de la culpa,
especialmente en el caso de Para Ti, donde se respondía desde un discurso
católico y moralista; pero también en las otras revistas que reservaban estas
respuestas a sus ‘especialistas’, tal como se verá en el capítulo siguiente.
En una cultura moral que miraba al sexo con sospechas y juzgaba a la práctica
sexual como culpable mientras que no demostrara su inocencia, prácticamente toda
conducta erótica era considerada mala a menos que existiera una razón específica
que la salvase y las excusas más aceptables eran el matrimonio, la reproducción y el
amor.
Sin embargo, es posible pensar que en los ’60 sucedió una importante
desculpabilización en el ámbito erótico. Ya a fines de los ’50, cuando Bataille
escribía El erotismo advertía: “Hay en la actualidad una atenuación de la
prohibición” (: 257).
Por más represiva que fuera la sociedad, las mordazas no impedían las
transgresiones: “Más allá de lo que parecía inexpugnable, muchas personas se las
ingeniaban para tener libertad sexual” (Barrancos, 2010: 151). Pero en la época
abordada, la moral sexual vigente estaba viéndose públicamente cuestionada en la
prensa femenina o de actualidad. La normatividad sexual sufría entonces un fuerte
embate que exigía repensar qué era correcto, adecuado y deseable en torno a la
sexualidad. El tratamiento público de estos temas llevaba a numerosas contiendas
por la redefinición de la moral sexual.
Mientras tanto, las fuerzas tradicionalistas en el país también se estructuraban
de manera más consistente, junto a las organizaciones embanderadas con la
represión moralista. A mediados de la década, la familia aparecía como un
significante decisivo para luchar contra la supuesta descomposición del orden
político y moral. Mediante una serie de oposiciones –legítimo/ilegítimo,
nacional/extranjero, verdadero/falso, se asociaba la subversión moral con la
subversión política.
75
Dentro del propio espectro católico existieron escisiones en las que los
renovadores se veían enfrentados a los defensores del orden moral establecido. En
este marco, las propuestas progresistas de la teología de la liberación se
enfrentaban a la influencia reactiva del cristianismo más conservador. Allí
también el cuestionamiento de las costumbres y la represión moralista
compusieron una dupla que, como un oxímoron, definió las contradicciones que
signaron los años sesenta (Cosse, 2010).
Estas luchas adquirieron un inmenso valor simbólico en un período en que el
dominio de la vida erótica estaba siendo renegociado. Los ‘60 conformaron así
uno de esos períodos en que las batallas libradas trazan sus huellas culturales, “…
dejan un residuo en forma de leyes, prácticas sociales e ideologías de la
sexualidad que a su vez afectarán a las maneras en que se perciba a la sexualidad
durante mucho tiempo después” (Rubin, 1989: 12).
Los conflictos sobre los valores sexuales y la conducta erótica adquirían un
inmenso valor simbólico, demostrando así la dimensión política de la vida sexual:
“…el sexo es siempre político, pero hay períodos históricos en los que la
sexualidad es más intensamente contestada y más abiertamente politizada. En
tales períodos, el dominio de la vida erótica es, de hecho, renegociado” (Rubin,
1989: 2).
76
6. Liberación sexual mediatizada
La década del ‘60 fue clave en el proceso en el que la sexualidad fue ganando
reconocimiento y nuevos derechos concomitantes, como el de la no-reproducción.
Fue una época en que también comenzaron a cuestionarse con más fuerza las
obturaciones al deseo sexual. El placer parecía ser uno de los lugares desde donde
la rebelión frente a los mandatos instituidos en torno a la sexualidad era posible
(Barrancos, 2011).
En este sentido, el erotismo también fue conquistado por las mujeres, como un
derecho al placer y el deseo. Robert Muchembled (2008) denominó a este
movimiento como la “Revolución erótica de los sixties” (: 60), a partir de la cual:
“…la sexualidad occidental ha inventado un nuevo equilibrio. La
modificación se ha producido tan rápidamente y con tanto vigor que es
posible preguntarse si la década de 1960 no ha visto iniciarse una verdadera
revolución. Por primera vez la balanza se ha inclinado del lado de las
mujeres, ofreciéndoles, si así lo quieren, el orgasmo sin riesgo, separado de
la reproducción” (: 60).
77
de género, mediante el rechazo, por ejemplo, de la asociación entre la decencia y
la virginidad femenina.
La libertad sexual de las mujeres se franqueó mucho más y, junto a la difusión
de las técnicas anticonceptivas, se inauguró “…la era de la sexualidad
independizada de la obligación de procrear” (Barrancos, 2012: 214).
Algunos historiadores como Dora Barrancos (2008), Michelle Perrot (2008) o
Robert Muchembled (2008) coinciden en que, si se habla en términos de revolución
sexual, esta concernía sobre todo a las mujeres, liberadas de “…la tiranía de la
sexualidad obligatoriamente fecundante” (Muchembled, 2008: 340).
Las mujeres gozaban de una nueva emancipación sexual que les otorgaba un
derecho a la voluptuosidad, antaño contenida en el recato obligado:
“… por primera vez se extendía entre las muchachas de las clases medias la
experiencia de relaciones sexuales prematrimoniales. Y aunque no pocas se
obligaron a casarse con quien las había desflorado, muchas no sintieron
ninguna obligación al respecto. También se inauguraba de manera extensa el
hacerse de amantes ocasionales, aunque se estuviera casada, recurrir a la
separación matrimonial cuando las cosas no andaban bien –aunque el
divorcio hubiera sido suspendido por un decreto- y no obedecer al ‘qué
dirán’ en materia de relaciones masculinas” (Barrancos, 2008: 138).
78
Prácticas que hasta hace pocos años eran consideradas malas, o por lo menos
discutibles, hoy parecen razonables. Comediógrafos y novelistas no vacilan en
describir actos sexuales de cualquier índole imaginable con las palabras que les
parecen apropiadas. Libros que antes sólo se podían obtener haciéndolos enviar por
correo envueltos y sin etiqueta de la editorial abundan ahora en las librerías y hasta
en las farmacias de barrio. Las escenas sexuales de la pantalla dejan muy poco a la
imaginación. Y si se habla hoy mucho más abiertamente de las relaciones sexuales
no hay razón para dudar de que se las practica con muchas menos inhibiciones. En
la universidad, donde el beso de despedida a la puerta del dormitorio de niñas era
antes considerado un tanto pecaminoso, las relaciones sexuales premaritales se
toman ahora como algo corriente, si bien no es de uso universal” (“Desafío al
Milagro de la Vida”, Life en español, Vol. 34, 28/07/69: 51).
Las notas exponían comportamientos de géneros que rompían con los sentidos
comunes acerca de los roles de las mujeres y varones dentro de las parejas:
“Tanto en Suecia como en Dinamarca, los largos años de legislación social progresista y de
agitación en pro de los derechos de la mujer han dado por resultado que las madres solteras
79
sean aceptadas por la sociedad y subvencionadas por el Estado, y además han creado el
fenómeno de hemmaman o ‘amo de casa’, que cuida del hogar y de los niños mientras su
esposa trabaja. Aunque estas innovaciones parezcan perturbadoras, los interesados las
consideran completamente morales y lógicas. ‘Queremos crearnos una vida mejor –dice
uno de ellos- y transformar la sociedad” (: 39).
82
“…hemos experimentado dos grandes cambios sexuales: vemos ahora un franco y creciente
énfasis en lo erótico y lo genital en la literatura, la televisión, el cine y la propaganda
publicitaria; y hemos visto también una extraordinaria evolución de la mujer no sólo como
individuo sino también sexualmente. A este período se le ha llamado en los EE.UU. la era
de la resexualización de la mujer, en que es justo que las mujeres lleguen a experimentar la
sexualidad erótica como parte aceptada del hecho de ser mujer” (“Nacemos ya sexuales”,
Life en español Vol. 32, Nº8, 07/10/68: 58).
83
CAPÍTULO III
SEXUALIDADES SESENTISTAS
1. La sexualidad descarnada
La literatura del área de estudios de géneros y sexualidades ha tendido a
confundir sexualidad y erotismo, como así también las categorías de sexo y
género. Este tercer capítulo está destinado a trabajar sus distinciones analíticas en
relación con el problema del erotismo, en el contexto mediático de las revistas
femeninas de la década del ’60 en el país.
La sexualidad como categoría ha sido rastreada por Foucault, quien procuró
demostrar que, si bien, muchas culturas y civilizaciones tradicionales
desarrollaron artes de sensibilidad erótica; sólo la moderna sociedad occidental ha
inventado una ciencia de la sexualidad. Distingue así la scientia sexualis –ciencia
de lo sexual- propia de la civilización occidental de la ars erotica –arte erótica-
con la cual se dotaron sociedades numerosas, como China, Japón, India, Roma, y
las sociedades árabes musulmanas (Foucault, 2006).
A diferencia del erotismo que para sobrevivir necesita jugar a las escondidas,
escabullirse, como un objeto esquivo (Bataille, 2010), el sexo se ha discutido
públicamente y ha sido investigado como una preocupación de la sociedad moderna
(Foucault, 2011a).
La ciencia de lo sexual se ubica en la teoría foucaultiana dentro de un análisis
del poder, de una historia y unos saberes específicos. El autor afirma
taxativamente que la sexualidad –así como el hombre- fue inventada en el siglo
XIX, a través de discursos que la multiplicaron. Lejos ser una naturaleza
84
invariable, acallada, censurada y reprimida, su invención -y aquí invención se
entiende en términos nietzscheanos-12, supuso una producción discursiva, de
saberes y quizás también de los propios placeres, enmarañada con mecanismos de
poder sobre los cuerpos. El sexo como noción permitió agrupar en una unidad
artificial elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones,
placeres.
La sexualidad se fue desarrollando desde los discursos de la medicina, la
psiquiatría, el psicoanálisis; junto al establecimiento de reglas y normas, apoyadas
en instituciones religiosas, judiciales, pedagógicas, médicas (Foucault, 2006).
Como experiencia, como discurso y como figura histórica singular, se desarrolló
mediante la diferencia de la experiencia cristiana de la carne. Sin ser totalmente
independiente de la temática del pecado, procuró escapar en lo esencial de la
institución eclesiástica, aunque los saberes de la sexualidad retomaron métodos ya
formados por el cristianismo:
“Continuidad visible, pero que no impide una transformación capital: la
tecnología del sexo, a partir de ese momento, empezó a responder a la
institución médica, a la exigencia de normalidad, y más que al problema de
la muerte y el castigo eterno, al problema de la vida y la enfermedad. La
‘carne’ es proyectada sobre el organismo” (Foucault, 2011a: 113).
12
Foucault retoma en La verdad y las formas jurídicas (1996) a Friedrich Nietzsche para plantear
que el conocimiento es producto de una invención y no supone un origen:
“A la solemnidad del origen es necesario oponer siguiendo un buen método histórico, la
pequeñez meticulosa e inconfesable de esas fabricaciones e invenciones. El conocimiento
fue, por lo tanto, inventado. Decir que fue inventado es decir que no tuvo origen, o lo que
es lo mismo y de manera más precisa aunque parezca paradójico, que el conocimiento no
está en absoluto inscrito en la naturaleza humana. El conocimiento no constituye el instinto
más antiguo del hombre, o a la inversa, no hay en el comportamiento humano, en apetitos,
en el instinto humano, algo que se parezca a un germen del conocimiento” (: 22).
Siguiendo esta línea, puede decir que tanto el hombre como la sexualidad fueron inventadas en el
siglo XIX, pues antes no habían sido postulados como objetos de conocimiento.
85
La gestión de la vida sexual alertó sobre la necesidad de vigilar el sexo,
apelando al socorro de técnicas científicas para su corrección. El control de la
natalidad, las campañas de educación sexual, las políticas sexuales, regimentaron
sus prácticas en relación a lo normal y lo patológico. Los controles pedagógicos,
médicos, morales, psicológicos emprendieron la tarea de prevenir, educar,
proteger, señalando peligros, llamando la atención, exigiendo diagnósticos.
La sexualidad mal administrada acarrea peligros, por eso debe ser ordenada
mediante un régimen. Dentro de éste, indica Rubin (1989), que cada área de
conocimientos y prácticas sostiene un ideal de sexualidad:
“Para la religión, el ideal es el matrimonio procreador. Para la psicología, la
heterosexualidad madura […] Aunque su contenido varía, el formato de una
única norma sexual se reconstituye continuamente en otros marcos
retóricos, incluidos el feminismo y el socialismo” (Rubin, 1989: 23).
86
psicoanalítica que presenta su teoría de la regulación muestra no sólo cómo
funcionan las leyes regulatorias sino cómo fracasan, ya que el deseo no logra ser
completamente organizado por esa normativa. Por el contrario, muchas veces nace
de -o es instigado a- transgredirla.
88
puestos en tela de juicio, hasta por teólogos, de modo que más y más laicos han
llegado a pensar que en lo sexual pueden obrar a su albedrío.
Pero si ya no hay que temer más la cólera divina, ¿qué se ha de temer? Tal vez
llegue pronto el día en que las enfermedades venéreas no constituyan una amenaza
y en que los anticonceptivos sean tan baratos y sencillo que alejen todo peligro de
un embarazo no deseado. Una vez asegurada así la inmunidad fisiológica, podemos
suponer que al cambiar las costumbres se llegará también a la inmunidad social. Es
decir, si alguien es descubierto en infracción a nadie le importaría y, por tanto, no
habrá motivo para guardar secreto” (“Desafío al Milagro de la Vida”, Life en
español, Vol. 34, 28/07/69: 51).
13
En esta línea, Gastón Bachelard (1984 [1938]) y Louis Althusser (1990 [1969]) han compartido
la crítica a la operación de lectura inmediata-ideológica fundada en una pretendida transparencia
de la visión en la cual los ‘hechos’ tienen la evidencia de datos absolutos que toma como se ‘dan’,
sin pedirles cuenta.
89
El auténtico conocimiento de la vida sexual del hombre no podía deducirse de
los informes, y las estadísticas, las frecuencias semanales, los promedios que sólo
tenían sentido en la medida en que se era consciente del exceso del que se
trataba.14
La sexualidad reducida a las cosas, a lo consciente dejaba de considerar los
aspectos confusos, incompatibles con una claridad que distingue, propios del
erotismo. El autor advertía la existencia de:
“…un elemento irreductible de la actividad sexual: el elemento íntimo
(opuesto a la cosa) más allá de las gráficas y de las curvas dejan entrever los
Informes. Este elemento permanece inaccesible, ajeno a las miradas
externas interesadas en la frecuencia, la modalidad, la edad, la profesión y la
clase: todo lo que, efectivamente, se percibe desde fuera” (: 160).
14
A Bataille le resultaba irrisorio el discurso de los informes sobre sexualidad llevados a cabo por
Alfred Kinsey: Comportamiento sexual del hombre (1948) y Comportamiento sexual de la
mujer (1953). Con encuestas a más de 20 000 hombres y mujeres, había creado una base de datos
que buscaban describir el comportamiento sexual en el ser humano, sacando a la luz
comportamientos que hasta entonces habían permanecido en la más estricta intimidad y de los
cuales no se hablaban ni en la comunidad científica ni en la sociedad. Frente a estos, decía Bataille
(2010):
“Por ejemplo, si nos reímos (por la aparición de la incongruencia, que sin embargo
parecería posible) al leer al pie de las diez columnas de un gráfico este título: Fuentes del
orgasmo en la población de Estados Unidos, y debajo de la columna de cifras las siguientes
palabras: masturbación, juegos sexuales, relaciones conyugales o no, bestialismo,
homosexualidad… Hay una profunda incompatibilidad entre estas clasificaciones
mecánicas, que habitualmente anuncian cosas (como toneladas de acero o de cobre), y las
verdades íntimas” (: 160).
90
“Bello, trascendente, digno de respeto y reverencia, tierno; con estos y miles de
adjetivos más se ha descrito el tema de la sexualidad en miríadas de versiones. Pero
gradualmente, por todo el mundo, las personas reflexivas empiezan a percatarse
que no bastan los términos poéticos para satisfacer una honda necesidad general: la
de entender mejor qué es la facultad sexual y qué significa para el hombre
moderno” (“Educación Sexual”, Life en español, Vol. 32, Nº8, 07/10/68: 51).
15
Algunas unidades de análisis no contaban con todas sus páginas, en este caso no se halló la
página donde figurase el número de la publicación.
92
tensión entre un nuevo clima de ideas y las concepciones tradicionales sobre lo
moralmente permitido, adelantando profundas transformaciones en las formas de
considerar el cuerpo, la sexualidad y el placer que desligaban irremediablemente
el sexo a la procreación.
Los discursos de la sexualidad gestaban nuevos sentidos que pasaban a ser
comunes, y buscaban borrar el halo pecaminoso y prohibido del sexo. A
diferencia de la renuncia al placer predicada por los moralistas a través de una
descalificación de la carne, bregaban por la salud del cuerpo, en una comunión
solemne entre el sexo y el discurso razonable:
“Frente a la caótica confusión sobre la sexualidad y su papel en la vida, tenemos
ahora claras pruebas de que por todo el mundo muchos pensadores y pensadoras
están tratando de someter esta grande y central faceta de la vida humana a un
estudio racional y constructivo. […] Los conceptos y costumbres sobre la
sexualidad están cambiando universalmente, porque en todo el mundo hombres y
mujeres están cambiando en sí, en sus papeles respectivos y en sus relaciones
recíprocas […] para observar, tratar y dar sentido a estos cambios, a fin de que las
nuevas generaciones puedan conocer el papel de la sexualidad en la vida, clérigos,
maestros, médicos y otros profesionales de los EE.UU. coadyuvan en un esfuerzo
sin precedentes para educar tanto a los jóvenes como a los viejos en materia de
sexualidad, y el papel que ésta desempeña en la vida” (“Nacemos ya sexuales”,
Life en español Vol. 32, Nº8, 07/10/68: 52).
93
“Estos debates formaron parte de un amplio dominio público, pero también
han servido para alterar las opiniones iletradas sobre los actos sexuales y sus
implicaciones. No cabe duda de que el balance científico de estas
investigaciones ayuda a neutralizar el malestar moral relativo a la índole
específica de las prácticas sexuales particulares. Mucho más importante, sin
embargo, ha sido el hecho de que el surgimiento de tales investigaciones
indica y contribuye a acelerar la reflexividad sobre el nivel de las prácticas
sexuales ordinarias y cotidianas” (Giddens, 1998: 21).
Figura 15: “El que ríe con psicoanálisis, ríe mejor”, Gente, 1969.
96
mientras la intervención del análisis buscaba tornar a los individuos sexualmente
integrables al dispositivo familiar.
98
Se calificaba a la educación sexual como anti-represiva, combatiendo la noción
de pecado y el uso del sexo como explotación. Se decía que la sexualidad
entendida como “…instinto animal, reprochable y pecaminoso” (“No sólo el
instinto animal mueve al hombre”, Life en español Vol. 34, Nº 2, 28/07/69: 33),
había hecho que ésta cayera bajo el dominio de empresas que la explotaban:
“…cine, literatura, centros recreativos, prostitución, trata de blancas, comercio de
estimulantes (: 33).
El discurso antirrepresivo hacía uso también de la noción de ideología, tan en
boga por aquellos tiempos en las ciencias sociales:
“En suma, una ideología producto de determinados factores económicos y sociales,
de doctrinas y pautas definidas, y de una moral restrictiva y poco comprensiva, ha
dado a Latinoamérica y al resto del mundo una visión negativa y reprochable de la
sexualidad. Sólo con una nueva ideología, basada en un nuevo concepto de la
sexualidad, puede intentarse una educación adecuada” (: 33).
16
Las notas de Giberti presentaban una gran diversidad de perspectivas teóricas y metodológicas
aún cuando las marcas conceptuales más fuertes provenían del psicoanálisis, el culturalismo
norteamericano y el funcionalismo. Resumía las ideas de los autores para adecuarlos al gran
público, al espacio de una nota y al registro periodístico (Cosse, 2006).
99
“Porque lo que la hija no aprende por medio de la madre, lo adquirirá por boca de
una amiga; en las páginas de cualquier libro o revista o a través de su experiencia
con el otro sexo. A veces, con mucha suerte; en otras oportunidades, marcando esa
experiencia con la desdicha, la confusión o el resentimiento” (: 26).
17
Karina Felitti (2012) ha recalcado en su obra La revolución de la píldora: sexualidad y política
en los sesenta que el Estado argentino mostró una conducta ambivalente frente a la educación
sexual y, si bien patrocinó algunos programas piloto, no originó una política a largo plazo. Ésta
quedó en manos privadas, a través de asociaciones y personas comprometidas con estos temas,
generalmente profesionales provenientes del campo médico y la psicología, que con su trabajo en
los consultorios y organizaciones, la publicación de libros y sus colaboraciones en la prensa y la
televisión, acercaron a la sociedad una información que no formaba parte de la formación médica
ni de su protocolo de atención.
100
significaba un cambio de envergadura en un contexto en el cual estos temas eran
tabú. Giberti alertaba que debía resguardarse a los niños de ‘toda información
clandestina’:
“A los niños había que hablarles de otra manera. La educación sexual fue
más clara y sincera. Basta de fábulas y enfoques elípticos para decir las
cosas. Se acabaron los repollos y las cigüeñas. París dejó de ser la
incubadora de la Humanidad. Los padres intentaron hablar más
directamente de temas antes silenciados o deformados” (Pujol, 2002: 29).
A la madre cabía educar la sexualidad de sus hijos pero para ello también tenía
que estar satisfecha sexualmente. Respecto de este punto, la revista Life remarcaba
que, así como la sexualidad, el orgasmo femenino también se aprendía:
“Es sin duda la función fisiológica que se manifiesta con mayores diferencias entre
hombres y mujeres: en los hombres la capacidad para el orgasmo aparece
espontáneamente; en cambio una gran proporción de las mujeres tienen que
aprender a experimentarlo” (“Nacemos ya sexuales”, Life en español Vol. 32, Nº8,
07/10/68: 52).
101
obligaciones hogareñas y las nuevas responsabilidades profesionales, que llenaba
de culpa a las mujeres, su valoración como principal protagonista del hogar se
actualizó.
La maternidad se convirtió en una responsabilidad más compleja y exigente.
Por empezar, la maternidad fue comprendida en términos de elección y no de
destino, en especial tras la popularización de la píldora anticonceptiva que
contribuyó a la disociación entre sexualidad y procreación (Villalta, 2010). Por
oposición a la figura de la madre sacrificada de antaño, el nuevo ideal de una
mujer equilibrada y satisfecha era el único que podía cumplir adecuadamente con
la tarea elegida de criar un niño sano, integrado y feliz. Para ello, era necesario
que la mujer fuera un ser completo: sonriente, tierno, sereno y consolador, pero
también satisfecho sexualmente y ávido de conocimientos que la orientasen, ya
que cargaba con la responsabilidad de la educación sexual de sus hijos.
Se destacaba también la importancia de la realización de la mujer por fuera de
la maternidad. A la función de madre se le sumaba la de esposa, que implicaba la
satisfacción sexual como mujer, oponiéndose a la figura de la madre virginal que
relegaba al marido frente al hijo y resaltando asimismo la realización de la madre
en planos extradomésticos.
El discurso psicoanalítico en boga contribuía a la legitimación y difusión de un
nuevo estilo de maternidad pleno de satisfacciones. Había un consenso acerca de la
relevancia de lo maternal pero también sobre la importancia del propio deseo
femenino.
Pero además, en la época también se resignificaba el rol de las abuelas. Una
nota publicada en Maribel en 1963, hablaba de una nueva problemática: ‘las
abuelas demasiado jóvenes’:
“Usted, que ya es abuela y todavía se siente joven, no puede resignarse a encarnar
el papel de la ‘abuelita’ que, junto a la chimenea, pasa el día tejiendo escarpines
para sus nietos” (“Las abuelas demasiado jóvenes, Maribel Nº 1583, 02/07/63: 68).
102
En tono prescriptivo se daba una serie de consejos prácticos para las abuelas
jóvenes. La moral de la juventud presuponía la de la apariencia y aquí cobraban
protagonismo las prácticas del cuidado del cuerpo, la vestimenta y el maquillaje.
La prohibición se asentaba en la utilización de fantasías de tonos fuertes sobre
zonas llamativas –o erógenas-, como la boca. Se resaltaba la importancia de la
belleza, para “…que cuando su nieto comience a pensar, llegue a la conclusión de
que tiene la abuela más bonita de todas” (: 68). La abuela ya no debía adaptarse a
aquella imagen bondadosa sino que debía ser bonita. Un nuevo deber ser se
instalaba para las mujeres de toda edad: el por siempre joven y bella.
18
Ahora bien, la anticoncepción que aparece como novedosa en los ’60 era una práctica muy
extendida en Occidente y en las sociedades indígenas americanas, previamente a la Inquisición y la
‘Caza de Brujas’ que hizo desaparecer a las ‘mujeres sabias’, quienes acumulaban y difundían los
saberes contraceptivos (Edelstein, 2009).
103
La sexualidad por placer sin temor a la gestación contaba ahora con una técnica
aliada, y podía relacionarse con los nuevos horizontes femeninos:
“No hay dudas de que se instalaban también, con el cálculo de una
maternidad medida, sensaciones y emociones que se referían a una nueva
experiencia de sí, a proyectarse con algo más de autonomía aunque sólo fuera
para quedarse en las cuatro paredes de la casa” (Barrancos, 2010: 152).
104
No obstante, supeditar los encuentros sexuales al rigor de un almanaque y de
un termómetro, para tomarse la temperatura rectal y analizar el flujo cervical antes
de una relación sexual, no parecía ser tan ‘natural’ (Felitti, 2012), y menos aún
espontáneo. Además implicaba un período de abstinencia que no todas las parejas
estaban dispuestas a cumplir.
Pero entonces, el método de Billings promovió el autoconocimiento del cuerpo,
desde la experiencia. El método asignaba a las mujeres la capacidad para conocer
el funcionamiento de sus cuerpos de una manera mucho más activa de la que
suponía tomar todos los días una pastilla. A la vez, incentivó la participación de
los varones en este proceso ya que los cursos eran pensados para parejas. Extrajo
también a la anticoncepción de la órbita exclusivamente médica: cualquier
persona que se capacitara podía volverse entrenadora del Billings.
En esta línea de la planificación sexual autogestionada, también se promovían
los aparatos técnicos para calcular los días de infertilidad, como el “Conception
Days Indicator”. ‘La maternidad no es un accidente’, era su slogan:
“… aparato de precisión importado de Suiza, calcula con facilidad y sin necesidad
de contacto, los días fértiles o no, aún en casos irregulares. Basado en el único
método más seguro, más científico y aprobado por las autoridades religiosas”
(“Conception Days Indicator”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 60).
105
El aparato prometía resolver: “El problema más íntimo de la vida conyugal…”
(“Conception Days Indicator”, Maribel Nº 1461, 14/02/61: 68), como el método
‘más natural’. Pero el acceso a este tipo de aparatos era limitado y estaba plagado
de problemas debido a su inseguridad.
Por un lado, estas técnicas promovían una prosecución disciplinada del placer.
Por otro, los condones eran de mala calidad y los obstructores mecánicos, muy
poco fiables. El coito interrumpido no era un método seguro. Los diafragmas y
dispositivos intrauterinos eran aún rudimentarios y por sus costos no eran
accesibles para todas (Barrancos, 2010).
En este escenario, la anticoncepción hormonal femenina se difundió
rápidamente a través de estrategias de mercado de los laboratorios, las
recomendaciones médicas y los debates en los medios de comunicación. El boca
en boca fe muy importante para su expansión, como también lo fue el papel de los
medios que, incluso criticándola, ofrecían una información que estaba ausente en
otros espacios.
Las pautas más flexibles en el terreno de la moral sexual habilitaban
comportamientos como las relaciones sexuales prematrimoniales que demandaban
también prácticas anticonceptivas eficientes.
Los anticonceptivos se difundían en medio de debates públicos por su
aceptación y su concreta puesta en práctica, lo cual en muchas ocasiones estaba
lejos de suceder a causa del peso de los modelos familiares, sociales y culturales
dominantes. Sobre el cuerpo de las mujeres abundaban las presiones.
El control de la natalidad aparecía como un tema mediático insoslayable de los
cambios que traía la vida moderna. Ante el silencio estatal frente al desafío de la
educación sexual y las pautas de control de la natalidad, la prensa femenina y de
actualidad ofrecía un repertorio de educación moral, científica y sentimental. Se
difundían notas periodísticas que informaban sobre los beneficios y las
contraindicaciones de los métodos, desde la píldora hasta los aprobados por la
Iglesia católica. Mediante el correo, las lectoras contaban con un espacio donde
manifestar sus opiniones y preguntas. En las notas informativas solía no faltar el
panorama geopolítico del control de la natalidad, las cuestiones de salud y los
dilemas morales.
106
La anticoncepción no era presentada como un tema específico de las mujeres,
ni desde la óptica de los derechos femeninos, sino como una cuestión de las
familias, con un discurso marcadamente atravesado por los mandatos de la moral
católica (Felitti, 2010). ‘¿Es lícito evitar los hijos?’ se interrogaba en revista
Maribel de 1964. Las respuestas estaban dadas por un médico, un sacerdote y un
sociólogo, además de las palabras papales que se ofrecían como medios de
orientación para las lectoras.
Enfocada desde la salud, las voces de la medicina aparecían como las
principales autorizadas para opinar públicamente acerca de la anticoncepción. En
ese discurso, prevalecía la idea de que la planificación familiar ayudaba a
disminuir el problema del aborto, era un derecho de las parejas y en particular de las
mujeres, una posibilidad para decidir con conocimiento y libertad sobre su
fecundidad (Felitti, 2012). Resultaba evidente que la abstinencia sexual no se
cumplía y que aún dentro de la moral católica, debían permitirse los
anticonceptivos, como un mal menor para evitar un mal mayor:
“… casi el 75% de la población femenina es homicida con premeditación.
¿Condenamos o aceptamos la solución de la ciencia? […] Si ahora nos arriesgamos
a tomar el toro por los cuernos, nos encontraremos con estas dos realidades:
Primera, que el 85% de los embarazos frustrados lo son voluntariamente, y
segunda, que –aparte de las estériles, las religiosas y las solteras integrales, que
apenas representan el 15% de la población femenina funcional- 8 de cada diez
mujeres se han provocado algún aborto en su vida, y 5 de cada diez, varios. Esto es
un hecho innegable […]: ¿quiere decir que la mujer, más aun, la madre,
universalmente idealizada en la religión, la historia y la literatura, es un homicida
con premeditación en más de ¾ partes de su población total? Tomando el hecho en
forma absoluta, habría que decir que sí” (“¿Es lícito evitar los hijos?”, Maribel Nº
1637, 21/07/64: 42).
107
Un halo de desconocimiento sobre sus efectos cubría la difusión de la
anticoncepción a través de comprimidos. Con este argumento, la Iglesia arremetía.
En 1968, la encíclica Humanae Vitae anunciada por el Papa Pablo VI, admitía la
abstinencia sexual periódica como único método de planificación familiar
legítimo, clausurando un tiempo de indecisión que había permitido especular
sobre un cambio de doctrina (Felitti, 2012). Desde este discurso, los métodos de
regulación de la natalidad atentaban contra el don divino de la procreación, abrían
las puertas a la infidelidad conyugal, a una degradación de la moral, a una pérdida
del respeto hacia la mujer y facilitaban la intervención de los poderes públicos
sobre decisiones de las parejas.
El Papa reconocía los esfuerzos que implicaba la abstinencia y por eso llamaba
a los medios de comunicación social, a las autoridades públicas, a los hombres de
ciencia y a todos los miembros de la Iglesia a colaborar para que los matrimonios
pudieran cumplir con esta obligación. No obstante, aclaraba que la encíclica no
constituía una ciega carrera hacia la superpoblación, ni disminuía la
responsabilidad de los cónyuges (Felitti, 2012).
Así, la Iglesia deseaba inculcar en los jóvenes y sobre todo, en los recién
casados, el ejercicio de una paternidad responsable, pero sólo permitía llegar a ella
practicando la abstinencia sexual:
“-Como sacerdote me atengo a las palabras de Su Santidad el Papa, cuando ha
dicho que, desde ningún punto de vista, debe controlarse la natalidad. […] la
Iglesia Católica no se aleja de ninguna necesidad humana, permite la aplicación del
método Ogino-Knaus y las relaciones entre esposos los días en que,
científicamente, la mujer no puede ser fecundada. Inclusive aconseja la abstinencia
antes que el uso de métodos anticonceptivos. Creo que el control de la natalidad es
antinatural y antihumano porque: ¿con qué derecho podemos decir: ‘este ser nace y
este otro no’? ¿Por qué la mujer rica puede disfrutar de numerosa prole y la
indigente no tiene el mismo derecho? (“¿Es lícito evitar los hijos?”, Maribel Nº
1637, 21/07/64: 43).
19
En 1966, en Argentina había sido creada la Asociación Argentina de Protección Familiar que
reconocía a la planificación familiar como un derecho humano, y difundía materiales y folletos.
108
Como argumento para avalar el control de la natalidad se postulaban asimismo
las problemáticas en torno al crecimiento de la población mundial (Felitti, 2012).
Ahora bien, en torno a esta problemática poblacional, los discursos de la
demografía y la sociología de la población, se hallaban inundados de prejuicios de
clase:
“…una mayor cultura y un nivel de vida superior hace que la población desee
mantenerlos y superarlos, evitando el exceso de hijos. En cambio, en el ambiente
rural, la falta de comodidad y de diversiones lleva a la pareja a la práctica del amor,
casi como único aliciente vital. Esto y la falta de información, o las molestias que
pueden ocasionarles los métodos anticonceptivos, hacen que, en este medio, las
familias sean muy prolíficas” (“¿Es lícito evitar los hijos?”, Maribel Nº 1637,
21/07/64: 43).
110
El correo sentimental de Para Ti publicaba este tipo de cartas que cuestionaban
los valores morales que profesaba la revista por intermedio del padre Iñaki de
Azpiazu. Tal elección no era inocente. Se publicaban casos que mostraban un
conflicto con la norma que abrían interrogantes y la cuestionaban, demostrando
una inadecuación de las prácticas cotidianas respecto a ellas. Como operación
discursiva, los casos planteaban problemas y apelaban a una solución (Arnoux,
2010). En el marco del correo de lectoras, ello no dejaba de otorgarle autoridad al
cura para responder desde una posición de verdad-poder.
Pero es importante recalcar que posiblemente algo se convierte en caso cuando
la norma ya ha perdido vigencia. El caso exponía la necesidad de transformación:
las normas morales respecto a la anticoncepción estaban entrando en crisis. Las
prácticas cotidianas enunciadas por las lectoras demostraban que ellas se
transgredían y exigían ser revisadas. Ante estos casos, las respuestas del padre
Iñaki reafirmaban la norma y condenaban tales prácticas:
“Si todos los matrimonios argentinos participaran de su idea de felicidad (pleno
placer sin molestas consecuencias) y si todos pudieran adquirir en cualquier
farmacia la píldora correspondiente, lindo clima se crearía para que todas las hijas
‘bien educadas’, animadas por el ejemplo de sus madres, se dedicaran también a
hacer tan interesantes compras farmacéuticas y a satisfacer ‘las exigencias de su
amor’. Por cierto que la lección va siendo muy bien aprendida en los países
‘contraceptivos’” (“Secreto de Confesión”, Para Ti Nº 2420, 25/10/68: 62).
111
Las revistas de actualidad se hacían eco de estos debates. Gente presentaba en
1967 una nota titulada “Proceso a la píldora anticonceptiva” (Nº78, 19/01/67: 12),
donde una ginecóloga, especialista en anticoncepción y tratamiento de la pareja
infértil sostenía:
“Yo suelo recomendar su uso, porque lo contrario sería absurdo. No sólo lo hago con
mujeres casadas, sino que extiendo la recomendación a jóvenes no casadas,
atendiendo de este modo una realidad o intentando mejorarla. Pero del mismo modo
veo diariamente casos de trastornos de personas que comenzaron a ingerir las
píldoras porque sí, porque de pronto les pareció que aquello era directamente la
esencia de lo maravilloso” (: 13).
Desde el otro lado del espectro, la esposa del comodoro Juan José Güiraldes -
de cuyo matrimonio nacieron siete hijos- proclamaba:
“Pienso que en todo lo de las píldoras anticonceptivas hay mucho de eso de querer
‘estar al día’. La gente las consume porque constituyen la última novedad y en
consecuencia hay que usarlas. También hay mucho egoísmo en esta situación. Un
deseo de prosperar cueste lo que cueste, aunque haya que dejar hijos por el camino.
[…] Se buscan pretextos para proceder contra la concepción, para moverse
fuera de los límites morales. Se habla de crecimiento demográfico, de que dentro
de poco no va a haber lugar para vivir. Eso puede ser cierto en otros países, en la
India o en Japón. Pero no es una realidad que se ajuste a la Argentina, porque aquí
hay inmensas zonas despobladas” (: 13).
En esta línea, un sacerdote jesuita instaba a ‘No olvidar el fin del matrimonio’,
y a desenmascarar el verdadero fin de estas pastillas:
“… no hay que engañarse. No se usan para aliviar dolores menstruales o
regularizar ciclos, salvo en extrañas excepciones. El uso más difundido es el de
provocar la esterilidad. Y eso atenta contra el edificio de la moral […] hay que
apuntar en la correcta dirección, alertando contra los peligros orgánicos, y contra
aquellos que provienen de proceder enmascarando la circunstancias de apartarse
del fin verdadero del matrimonio cristiano” (: 14).
112
también el orden de la sexualidad. En 1969, Life en español lanzaba una edición
cuya portada estaba dedicada eminentemente a ‘Ciencia y Sexualidad’ sobre ‘Los
futuros bebés de laboratorio’:
“Ante los nuevos métodos de reproducción humana se abren estos interrogantes:
¿Sobrevivirá la familia? ¿Aumentará la infidelidad en el matrimonio? ¿Declinará el
amor entre padres e hijos? ¿Quisiera usted un hijo de probeta’?” (Life en español,
Vol. 34, 28/07/69: portada).
113
reproductivas en manos de la ciencia y la técnica. Sin embargo, a pesar de esos
cambios, el orden de género no se veía alterado de igual manera.
114
desequilibrio, que puede extenderse, y tener como consecuencia última el deterioro
de la pareja […] Hay depresiones, desequilibrios, verdaderos complejos de
castración” (: 14).
115
Si bien durante la época, algunas feministas comenzaron a reclamar la creación
de un anticonceptivo hormonal masculino, la idea no logró el apoyo de los
laboratorios, ni de los médicos, que consideraron poco factible que los varones
aceptaran tomar una píldora que inhibiera su fertilidad, dada la asociación que se
establecía entre ésta y la virilidad (Felitti, 2012).
El uso de los anticonceptivos hormonales femeninos propiciaba la falta de
implicación de los hombres en el control de la fecundidad, perpetuando el rol de
género atribuido a las mujeres como las únicas responsables de las relaciones
sexuales seguras. En este sentido, desde posiciones moralistas se asociaba la
píldora al peligro sexual de hacer que los varones, aliviados de separar el sexo de
la procreación, consideraran a las usuarias como meros receptáculos de sus deseos
carnales. Se remarcaban otros peligros como el abuso de la libertad, la generación
de noviazgos eternos o de mujeres muy exigentes que podían frustrar al sexo
opuesto.
Desde un discurso psicoanalítico, se desconfiaba de la difusión de la píldora en
detrimento del uso del diafragma:
“Un método como el diafragma, que no impide la plenitud del acto, tiene menos
difusión. Está rodeado de un halo de pecado, de cosa prohibida. Habría que
sospechar que en todo eso están jugando los intereses de los laboratorios. Es
demasiado raro el ‘boom’ de la píldora, la publicidad abierta u oculta que se hace
de sus virtudes, sin mencionar para nada sus defectos […] Freud dijo una vez que
el hombre que descubriese el anticonceptivo perfecto iba a conseguir hacer felices
a los demás. Estoy segura que no hubiera pensado que ese hombre es el
descubridor de estos productos” (“Proceso a la píldora anticonceptiva”, Gente
Nº78, 19/01/67: 14).
20
A partir de 1974, con el decreto 659 que firmaron Perón y López Rega, la planificación familiar
pasó a las sombras y dependió del compromiso de los médicos con el derecho de las parejas y su
voluntad de arriesgarse a las posibles consecuencias de ir en contra de una norma. El decreto ponía
límites a la venta de anticonceptivos y prohibía las actividades de planificación familiar en
dependencias públicas. Esto repercutió en el quehacer de la corporación médica, sobre todo en
ginecólogos y obstetras (Felitti, 2012).
117
los adultos ante la sexualidad de los adolescentes” (“Los adolescentes acelerados”,
Femirama, Tomo 8, 05/66: 151).
La autora sostenía que ‘el adelanto en la maduración sexual’ coincidía con ‘un
nuevo tipo de vida sexual para los dos sexos’. Julio Mafud, en un libro de la época
llamado “La revolución sexual argentina”, señalaba que las revistas, el cine y la
televisión imponían los modelos de mujer libre y de pareja que seguía la juventud.
Para él, estos discursos forjaban el gusto masculino y obligaba a las mujeres a
comportarse de determinada manera, llevándolas a innovar en el vestir, los usos y
también en la técnica amorosa y sexual (Felitti, 2010).
El tema de la juventud y el sexo era candente y se replicaba en el cine. Un filme
llamado “El sexo y las adolescentes”, promocionado por revista Gente, se asentaba
en la historia de “Una señorita de 16 años descubre que está esperando a la cigüeña
y ahí se arma el gran lío. Los padres no toman bien la cosa y la expulsan del
colegio” (“Cine Guía”, Gente Nº 82, 16/02/67: 31).
Tanto en revista Femirama como en Maribel, Giberti, resaltaba la problemática
de las adolescentes aparentemente muy liberales, con múltiples experiencias
sexuales y falta de inhibiciones, sus ‘aventuras con Fulano, con Mengano, con
Perengano…’. Las chicas modernas y liberales no se avergonzaban de besar a un
muchacho, y aducían: “…si encontramos un muchacho que nos gusta y nos
entendemos, ¿por qué vamos a esperar a casarnos?... ¿Y si nos equivocamos?...
Mejor es probar primero…” (Giberti, E. “Adolescencia liberal”, Maribel Nº1637,
21/07/64: 24).
Aparentemente muy seguras de su vida sexual, arriesgadas, presentaban para la
psicóloga, otros conflictos al estar ‘desafiando claramente a los adultos’, ‘en un
intento de asustar’ y de demostrar que no estaban atadas a prejuicios.
Esa audacia y desprejuicio, el lenguaje suelto y ‘desfachatado’ podían
desmoronarse y terminar por mostrar ‘un problema realmente grave’, la
“…angustia por el uso que está dando a su sexo. Y que trata de encubrir una culpa
muy honda” (: 24), relativa a desafiar los principios de su familia, especialmente
de sus madres, acerca de la decencia de una chica, del bien y del mal, con sus
sermones, prohibiciones y sanciones respectivos. Desde la psicología y los
cánones de normalidad sexual y de salud/enfermedad, diagnosticaba:
118
“…se trata de un comportamiento enfermo; pero de ningún modo infrecuente entre
las adolescentes. Esta especie de desafío a la madre era un decirle,
inconscientemente: ‘Yo me atrevo a ser mujer aunque vos te opongas…’” (: 24).
La autora advertía que las chicas muchas veces no tenían “…la menor idea de lo
que significaba ser mujer, ni mucho menos ser libre sexualmente” (: 24). Estaban
encadenadas “…a su promiscuidad, muy lejos de usar libre y noblemente su sexo”
(: 24).
A fin de evitar esos conflictos Giberti proponía el diálogo y la comprensión de las
madres con las hijas, para apoyar y ayudar a formar el comportamiento sexual de las
hijas. Instaba así al nuevo deber materno que a través de un diálogo ‘transparente’, con
un dejo de inocencia y romance, evitaría que lo promiscuo y lo innoble inundasen las
experiencias sexuales. De lo contrario se mostraba “a la madre su fracaso como tal” (:
24).
Los mandatos de género se actualizaban. La mujer a la que se dirigían los
discursos de las revistas femeninas ahora podía trabajar fuera del hogar, estudiar
alguna carrera, pero no podía olvidar resaltar su ‘feminidad’, agudizar su
intuición, mantenerse bella, saber ser una madre comprensiva y una esposa
satisfecha sexualmente. El próximo capítulo está destinado a abordar los
mandatos sexuales para el género femenino divulgados durante la década en la
prensa femenina analizada.
119
CAPÍTULO IV
CONSTRUCCIÓN DE FEMINIDADES Y FEMINISMOS
1. Sexualidad degenerada
En los `60 la noción de género aún no estaba difundida entre los discursos
sociales. Desarrollada en las décadas subsiguientes, tendería a confundirse con la
de sexualidad. Esta confusión dio paso a la idea de que una teoría de la sexualidad
podía derivarse de una teoría del género. Frente a este solapamiento, Gayle Rubin
(1989) ha buscado distinguir ambas nociones, aduciendo que si bien el desarrollo de
este sistema sexual se ha producido en el contexto de las relaciones entre géneros -
donde el género afecta al funcionamiento del sistema sexual y éste ha poseído
siempre manifestaciones de género específicas-, constituyen dos áreas distintas de
la práctica social.
Pero en los ’60, cuando la noción de género no se hallaba aún tan difundida, la
revista Life intentaba explicar las diferencias sexuales:
“… nacido con un determinado sexo biológico, el bebé debe al fin y al cabo
adquirir conciencia del sexo a que pertenece y eso generalmente ocurre para
cuando llega a los 3 años, edad en que orgullosamente puede decir ‘soy niño’ o
‘soy niña’. Este proceso de identificación individual con el sexo a que uno
pertenece continúa y se intensifica consciente o inconscientemente de acuerdo con
lo que se considere la masculinidad o feminidad en el medio ambiente cultural en
que vive el niño. Y a medida que éste adquiere mayor conciencia en este sentido,
debe ir aprendiendo a reconocer y aceptar el papel sexual que su sociedad
particular ha asignado a los varones y a las hembras” (“Nacemos ya sexuales”, Life
en español Vol. 32, Nº8, 07/10/68: 56).
120
Desde un discurso pedagógico, Giberti explicaba la construcción social de las
diferencias sexuales:
“Desde sus primeros años la niña oye: ‘Una nena no debe hacer esto… Una niña no
debe sentarse de ese modo…’. Y el varón lo mismo: ‘Esas son cosas de mujeres…
No te portes como una mujer…’. Es decir, existe una calificación social del sexo.
Se es hombre o mujer desde la primera definición social que se aprende en la
familia. No se trata de poseer órganos femeninos o masculinos solamente, sino de
acompañarlos con determinados comportamientos culturalmente definidos: hay
conducta para hombres y para mujeres, por lo menos entre nosotros. Y la sociedad
sanciona verbalmente, por medio de la crítica o la burla, a aquellos que actúan de
manera que no coinciden con su ubicación sexual […] Todo ser humano nace con
un sexo definido (excluyendo los estados intersexuales que constituyen un caso
aparte) y ese sexo comienza a ejercitarse desde el primer día de la vida” (:14).
2. Naturalidad femenina
Así como se difundía en los ‘60 una determinada idea del ser joven, también
emergía una serie de prototipos femeninos aunque, a diferencia del juvenil,
trabajada más sobre continuidades que sobre rupturas (Pujol, 2002). Por un lado,
todo un elenco de nuevos símbolos viabilizaban la renovación de modelos
femeninos; y por otro lado, se mantenían argumentos que insistían en sostener los
roles tradicionales adjudicados a lo femenino.
Un tipo de discurso de corte biologicista cristalizaba, universalizaba y
eternizaba la diferencia entre el macho y la hembra, junto a una determinación
121
cultural de hábitos sexuados femeninos y masculinos. Pero entonces de Beauvoir
había argumentado ya que ni en la naturaleza nada estaba nunca completamente
claro: los tipos, macho y hembra, no siempre se distinguían con nitidez:
“Su oposición no es, como se ha pretendido, la de una actividad y una
pasividad: no solamente el núcleo ovular es activo, sino que el desarrollo del
embrión es un proceso vivo, no un desenvolvimiento mecánico” (De
Beauvoir, 2007: 36).
Criticaba el punto de vista que definía a la mujer con fórmulas simples, ‘datos’
supuestamente incuestionables e inmutables, como la matriz o los ovarios.
Después de la difusión su obra, El segundo sexo, las feministas comenzaron a
emplear la categoría de género como forma de referirse a la organización social de
las relaciones entre sexos (Scott, 2000). Esta noción había surgido junto a la
invención de nuevas técnicas de modificación hormonal y quirúrgica de la
morfología sexual (Preciado, 2010), pero recién se difundiría en los años setenta y
ochenta del siglo XX, dando origen a una gran diversidad de estudios, cuyo punto
de partida sería la crítica al esencialismo biológico y a la naturalización de rasgos
relacionados con lo masculino y lo femenino (Szurmuk y McKee, 2009).
La categoría permitió construir una perspectiva relacional entre las feminidades
y las masculinidades. Rechazaba el determinismo biológico implícito en el
empleo de términos tales como sexo o diferencia sexual.
En décadas siguientes, el uso de este término también supuso una búsqueda de
legitimidad académica por parte de las feministas (Scott, 2000) y sería criticado
en los ’90, principalmente tras la difusión de la obra de Judith Butler, El género
en disputa (2007 [1990]), por su definición como categoría social impuesta a un
cuerpo sexuado.
Inaugurando los estudios de teoría Queer, Butler ha sostenido que la noción de
género continuó por mucho tiempo atada a un paradigma naturalista que
determinaba una continuidad entre sexo, género y deseo:
“Esta concepción del género no sólo presupone una relación causal entre
sexo, género y deseo: también señala que el deseo refleja o expresa al
género y que el género refleja o expresa al deseo” (: 80).
En ese sentido, los géneros inteligibles parecían ser los que instauraban y
mantenían ciertas relaciones de coherencia y continuidad entre sexo, género,
122
práctica sexual y deseo. Y las variables para estas dimensiones eran lo masculino
y lo femenino, que feminizaban o masculinizaban al deseo o la práctica sexual.
Así se interpretaba que el sexo necesitaba del género, y éste último generizaba a la
vez al deseo en una relación de oposición heterosexista.
Enfrentada a este marco interpretativo, Butler (2007) introdujo la categoría de
performatividad para pensar los modos conductuales en que un género se sostiene
y se repite en relación con los discursos normativos que erigen tipos ideales de
masculinidad y feminidad adecuadas e inadecuadas, relacionados con una ley del
deseo basada en la complementariedad heterosexual de los cuerpos. Para la autora,
la repetida puesta en acto de normas genéricas -que a través de la ideología como
práctica material interpela a los sujetos (Althusser, 1984 [1970])-, performa los
cuerpos, generizándolos. Desde esta postura, el género es un efecto de discursos y
de prácticas: lo masculino y lo femenino no son disposiciones sino logros que se
alcanzan dentro de la heterosexualidad.
Pero entonces, así como existen prácticas sexo-genéricas normativas, existen
las que las resisten o resignifican, haciendo visible la dimensión política de estas
normas y la posibilidad de su alteración.
En las revistas femeninas de la época, la afirmación de la ‘identidad’ masculina
y femenina era considerada de vital importancia. Betty Friedan (2009 [1963])
denominó como ‘la mística de la feminidad’ a esa imagen de lo esencial
femenino, de lo cual hablaban y hacia lo cual se dirigían las revistas femeninas y
las publicidades gráficas. Se enseñaba cómo vestirse, qué imagen dar y cómo
actuar para resultar más femeninas.
El término parecería ser unívoco: lo femenino y ‘la personalidad femenina’
servían para vender productos, como por ejemplo, camisones: “No en vano
Warner’s es tan mujer”, “Lo único más femenino que Warner’s es Usted!”
(Publicidad Warner’s, Femirama, Nº extraordinario, 06/69: 71).
123
Figura 17: “Lo único más femenino que Warner’s es Usted!”, Publicidad Warner’s, Femirama, 1969.
Figura 18: “El perfume que dice cómo es Ud”, Publicidad Miss France, Femirama, 1969.
124
tomar decisiones siempre y cuando les hicieran creer al marido que eran ellos
quienes ejercían la autoridad. Esta audacia era contrarrestada con una explícita
referencia a la necesidad de respetar el orden de género familiar. En este sentido,
según Pierre Bourdieu (1999), incluso las alabanzas a la agudeza o la intuición
femenina responden a la relación de dominación.
La intuición femenina era parte de un slogan de Citröen 2CV en 1968, cuya
publicidad estaba, justamente, destinada a ‘las intuitivas’. El coche, de manejo
supersencillo, podía ser dirigido despreocupadamente por la intuición femenina.
Además permitía que el peinado viajara seguro y tenía lugar para los chicos y las
compras del supermercado. Estos discursos aunaban coquetería y domesticidad.
125
su delantal de volados y brazos fuertes de amasar (Varela, 2005).21 A este
estereotipo también correspondía Margarita Palacios, modelo de portada de la
revista Cristina en agosto de 1965. La imagen mostraba una cocinera robusta, de
pelo recogido, ofrecía una fuente de empanadas a las lectoras (Cristina, Nº 854,
08/65: portada).
21
Petrona Carrizo de Gandulfo era una cocinera proveniente de Santiago del Estero, hija de una
familia numerosa, que conocía los secretos de la cocina tradicional. Su madre le había enseñado a
cocinar como un método para atraer a los hombres. Sus recetas circulaban por la radio y en una
enciclopedia de cocina: El Libro de Doña Petrona, que incluía no sólo secretos culinarios, sino
también consejos para la mujer moderna acerca de la organización del hogar y las tareas de
mantenimiento.
126
cualidades lo confortable, simpático, dócil y fácil de entender que era: “De
mañana me acompaña a llevar los chicos al colegio y luego me espera obediente,
mientras hago las compras en el mercado” (Publicidad “Platero y yo”, 1968).
3. Feminidades renovadas
La prensa femenina era un escenario de las contiendas por el sentido de las
transformaciones en la vida de las mujeres. Una posición moderada y moderadora
situaba el eje de disputa en el campo del nuevo modelo de femineidad. Se discutía
127
el valor de la libertad, la independencia o la emancipación y se intervenía sobre el
significado de estos conceptos.
Una nueva feminidad se propagaba identificada con las jóvenes modernas,
difundida desde tiempo atrás en el ámbito publicitario. Bajo esta figura, Evanol,
‘el calmante femenino’ se vendía en 1968 con el slogan: ‘moderna, actual, muy
femenina y natural’. Presentaba la imagen de una joven blonda, que usaba ropas
coloridas y ojos muy maquillados, pintando risueña, leyendo el diario en la calle,
o en una pose más romántica con una rosa cerca de su rostro.
128
Figura 23: “Moderna, activa, muy femenina”, Publicidad Evanol, Femirama, 1968.
Cuatro años antes la marca mostraba a una imagen similar de mujer vestida de
traje, con gafas, peinado alto y mirada pícara hacia la cámara: “Porque la mujer
moderna necesita vivir plenamente todos sus días […] segura de sí” (Claudia Nº 87,
08/64: 10).
129
La publicidad instaba a la mujer a ser feliz, moderna, segura, plena, activa. Las
publicidades de productos ‘íntimos’, como ‘el algodón femenino’, apelaban a la
búsqueda de complicidad con las lectoras. La marca Delsa presentaba la ilustración
de una mujer guiñando un ojo a la espectadora y mostrando su espalda desnuda
(Maribel Nº 1640, 08/64: 21).
El significante ‘mujer moderna’ había sido usado desde hacía décadas por la
prensa femenina. La tradicional Para Ti estaba también destinada a la mujer
moderna. La polisemia de estos términos implicaba diferentes sentidos según las
editoriales, y aún dentro de una misma revista, suponía una diversidad semiótica
que ponía de relieve en los estilos de mujeres construidos en las notas, las
narrativas y las publicidades.
Mientras se naturalizaba la condición femenina en términos de esposa, madre y
ama de casa, se ofrecía un amplio panorama del mundo no doméstico donde no
faltaban elogios a mujeres intelectuales como Simone de Beauvoir o reportajes
sobre la discriminación salarial y profesional de las mujeres. Con frecuencia, las
contradicciones a los mandatos domésticos remitían a estándares extranjeros que
podían considerarse excentricidades curiosas, válidas en otras latitudes o en los
círculos más ilustrados de la Argentina. En ese vaivén quedaba definido el
130
carácter moderno de la mujer, con una actualización del modelo femenino. Las
notas sobre los patrones femeninos vigentes en el extranjero eran
contrabalanceadas cuidadosamente por opiniones que, sin ubicarse en las
antípodas, rechazaban expresamente la impugnación corrosiva a la condición
doméstica femenina.
La publicidad apuntaba a ubicarse en la vanguardia, interpelando a la mujer de
manera provocadora pero, obviamente, sin asumir una posición por completo
disruptiva. Buscaba cautivar al segmento de público de las mujeres que parecía
especialmente interpelado por el nuevo estilo femenino sin que eso significase una
radicalización que cuestionara el género en sí mismo de las revistas femeninas.
La revista Maribel, destinada a “la mujer nueva y fuerte”, hacía un uso
prolífico de ilustraciones de mujeres jóvenes, que se mostraban felices, con
vestimentas coloridas, descontracturadas pero con un dejo de inocencia (Sumario,
Maribel Nº1637, 21/06/64: 3).
132
Figura 27: “Marcela”, Publicidad Phillips, Para Ti, 1967.
4. Malestares femeninos
La mujer moderna se construía también como problema. Su naturaleza, su
conducta, los sentimientos que inspiraba o experimentaba, las relaciones
permitidas o prohibidas que podía vivir, eran temas de reflexión, de análisis y
prescripciones. Al mismo tiempo, las ciencias sociales y naturales posicionaban a
la mujer como objeto de estudio (Perrot, 2008).
“¿Qué sucede en lo más profundo de nuestro ser?”, interrogaba la revista
Karina (Gente Nº 193, 03/04/69: 5). La imagen mostraba el rostro de una mujer
rubia, de mirada negra y profunda, sin sonrisa.
133
Figura 28: “Qué sucede en lo más profundo de nuestro ser?”, Publicidad Karina, Gente, 1969.
134
Se aconsejaba la terapia psicoanalítica para resolver estas tensiones, cuyo
tratamiento suponía un recorte de clase: ‘La clase media es la que mejor se
adapta’ (: 6), cuyas mujeres ahora tenían tiempo para reflexionar acerca de su
situación:
“La mujer, más dedicada a las tareas domésticas, no ha tenido tanto tiempo para
reflexionar, y a menudo ha constituido un enigma para el hombre y también para sí
misma.
Parece una de las características de los tiempos actuales la intensificación de la
curiosidad de las mujeres por su propio yo, el deseo de adentrarse en su
personalidad oculta. En cierto modo, es una compensación por el largo tiempo en
que no se la ha considerado un ser pensante. Ahora, la mujer quiere saber el cómo
y el por qué de su situación respecto del hombre y de la sociedad y por eso busca
ayuda en el psicoanálisis” (: 7).
Desde un discurso psicoanalítico, los conflictos que presentaban las mujeres eran
“…sexuales (frigidez absoluta y relativa, sobre todo); afectivos e intelectuales
(dificultades de estudio o rendimiento en el trabajo)” (: 22); pero también
“…‘generacionales’, entre madres e hijas fundamentalmente” (: 22). Y en las
mujeres solteras, decía hallarse una “…conducta masoquista (que se hace daño a sí
misma) con respecto a la sexualidad” (: 22).
Las notas sobre malestares psicológicos de las mujeres se replicaban en las
revistas. “¿Te sientes culpable?”, preguntaba Maribel (Nº 1479, 20/06/61: 62).
Con un discurso que naturalizaba el sentimiento de culpabilidad, se alegaba que
éste enviciaba el encanto femenino, impidiendo el desarrollo de la autoestima:
“Una mujer bien centrada no debe subestimarse […] Es evidente que nadie va a
quererte, a menos que sientas alguna clase de afecto por ti misma” (: 63).
Desde el difundido enfoque freudiano, se asociaba el sentimiento de culpa a la
sexualidad ‘natural y universal’:
“No es posible ocuparnos de la culpabilidad sin considerar sus implicaciones con el
sexo. Freud fue el primero en descubrir los enormes alcances de esta fuerza
poderosa. Parece inexplicable que hayan sido necesarios tantos siglos para que
pudiéramos admitir con libertad que el sexo es algo natural” (: 63).
135
El discurso alentaba la legitimación del placer sexual, sin culpa, en pos del
encanto femenino:
“Ciertas posiciones extremistas que se producen en cualquier secta religiosa, son
responsables de que muchos sean incapaces de disfrutar los placeres que la vida les
ofrece sin hacerse algún íntimo reproche […] Pero no te olvides que dentro del
cuadro general de tu vida, el placer desempeña un papel importante y que debes
disfrutarlo libre de culpa, porque él también contribuye a madurarte
emocionalmente y, en consecuencia, aumenta tu encanto” (: 74).
Frente al sentimiento de culpa ante los errores del pasado, aconsejaba: “No te
ocupes más de ellos, aunque –por qué no decirlo- eso te reporte cierto placer
masoquista” (: 63).
Las revistas también hablaban de los malestares de las jóvenes de cara a los
nuevos horizontes vitales. Lectoras adolescentes de Maribel escribían al consultorio
sentimental:
“…tenemos un problema muy común entre nosotras […] Y del futuro, ¿qué?...
Nos casaremos, tendremos un hogar, hijos y… todo será igual. Si permanecemos
solteras y trabajamos, también todo será igual […]. Europa u otros continentes nos
interesan, pero jamás los visitaremos, porque nuestra posición social no es tan
elevada como para permitirnos viajar” (“En voz baja”, Maribel Nº 1438, 30/08/60:
28).
136
Ante las aspiraciones de las adolescentes, la consejera respondía: “Sin ánimo
de prejuzgar, me inclino a pensar que están ustedes bajo la influencia de un grupo
‘existencialista’, de cabellos desgreñados y gastados ‘blue-jeans’ de lustrina” (:
28). Se criticaba la rebeldía y se difundían preconceptos frente a los nuevos
modos de comprender la vida de algunos sectores juveniles.
Friedan (2009 [1963]) denunciaba que en la época: “…la sociedad estaba
menos interesada en saber lo que aquellas mujeres estaban haciendo como
personas en el mundo que en preguntar: ‘¿Por qué una chica tan simpática como
tú todavía no se ha casado?’” (: 42).
Pero entonces, en las mismas casadas, había percibido un malestar sin nombre:
“Tal malestar no llegaba a ser depresión; era una especie de insatisfacción
creciente. Y, sin embargo, aquellas mujeres ‘lo tenían todo’, una carrera,
una casa en las afueras con su barbacoa en el jardín, marido, tres o cuatro
hijos… Y un porvenir de más de lo mismo: más camas por hacer, más cenas
por preparar, más listas de la compra para anotar… La vida completa en ese
mismo marco y las revistas femeninas para instruirlas en cómo vivirla. Ellas
no tenían otro horizonte. ¿Era eso todo? Daba la impresión de que la vida, la
de verdad, quedaba un poco más allá” (Valcárcel, en Friedan, 2009: 10).
La autora exponía que muchas mujeres en la época se sentían mal, sabían que
algo no iba bien en su matrimonio o que algo les pasaba a ellas, pero a la vez
pensaban que las demás mujeres estabas satisfechas con sus vidas:
“¿Qué clase de mujer era ella si no sentía aquella misteriosa plenitud
encerando el suelo de la cocina? Estaba tan avergonzada de tener que
reconocer su insatisfacción que nunca llegaba a saber cuántas mujeres más
la compartían. Si intentaba contárselo a su marido, éste no tenía ni idea de lo
que estaba hablando. En realidad, ella misma tampoco lo entendía
demasiado” (: 55).
137
Con el farmacocapitalismo en desarrollo, los malestares comenzaban a
medicalizarse. Las mujeres insatisfechas tomaban tranquilizantes, pensaban que se
trataba de un problema con el marido o con los hijos, o que necesitaban volver a
decorar la casa, trasladarse a un barrio mejor, tener una aventura amorosa o un
nuevo bebé. La tesis de Friedan sostenía que, del mismo modo que la cultura
victoriana no había permitido a las mujeres aceptar o satisfacer sus necesidades
sexuales básicas, en la década estudiada, la cultura no permitía a las mujeres
aceptar o satisfacer la necesidad básica de crecer y desarrollar su potencial como
seres humanos, “…necesidad que no se define exclusivamente a través de su rol
sexual” (: 115). El malestar se asociaba a la ansiedad propia del hastío vital,
patente en la esposa que:
“’Espera todo el día que su marido vuelva a casa para que la haga sentir
viva. Y ahora es el marido el que no tiene interés. Es terrible para una mujer
estar allí tumbada, noche tras noche, a la espera de que el marido la haga
sentirse viva’. ¿Por qué hay semejante oferta de libros y artículos que
ofrecen asesoramiento sexual? El tipo de orgasmo sexual del que Kinsey
halló un dato estadístico revelador en las recientes generaciones de mujeres
estadounidenses al parecer no ha acabado con el malestar” (: 66).
138
Para Ti documentaba uno de estos malestares femeninos: “…algunas mujeres
que después de años de dedicarse por entero a los demás, se sienten solas y
desorientadas” (Publicidad Para Ti, Gente Nº222, 23/10/69: 83). Mientras tanto,
Life analizaba lo que consideraba una neurosis femenina:
“La mayoría de las mujeres se ponen neuróticas porque creen que su deber es
complacer a los hombres. Si una mujer resiste, le sobreviene una depresión nerviosa
y el psiquiatra le dice que es una frustrada sexual. Frustrada sólo es, pero no por
culpa de su vida sexual” (“Experimentos matrimoniales”, Life en español Vol. 34, Nº
7, 06/10/69: 49).
140
americano, en Europa y otras partes del mundo, dando inicio a un proceso de
conquista de derechos en un momento de avance y luchas políticas de las mujeres.
El feminismo latinoamericano de la época era urbano, de clase media e ilustrado.
Articulado alrededor del principio ético y político de la igualdad, había nacido
vinculado a la izquierda, a los movimientos de liberación de la mujer y la teología
de la liberación. Tales vinculaciones fueron una fuente inagotable de debates en el
propio movimiento y de tensiones con una izquierda que muchas veces no supo
entender políticamente las vindicaciones feministas y negó la especificidad de su
lucha política.
En este marco, la radicalidad política no suponía necesariamente radicalidad
sexual (Cosse, 2010). En algunos discursos del pensamiento de izquierda se
juzgaba con conservadorismo la anticoncepción o la diversidad en las relaciones
de pareja. La radicalidad política no implicaba una posición semejante respecto
del orden de género y la moral familiar, y por ello la izquierda no asumió las
demandas de liberación sexual como propias. Por el contrario, muchas veces las
asoció al imperialismo, las aspiraciones pequeñoburguesas y la sociedad de
consumo:
“Desde esas claves, la revolución sexual fue concebida por un amplio
espectro de actores, entre ellos la iglesia católica y la izquierda
revolucionaria, como expresión de una dependencia cultural de la cual el
pueblo argentino debía liberarse” (Cosse, 2010: 212).
141
El feminismo, profundamente marcado –y en ocasiones, ahogado- por la
politización, se superpuso en Argentina, a los movimientos de resistencia a los
gobiernos de facto. También se relacionó al proceso de modernización de los
centros urbanos del país (Trebisacce, 2010). Las feministas y los discursos
modernos establecieron una relación de la que supieron nutrirse y rechazarse
mutualmente. Los medios masivos muchas veces ironizaban respecto del
feminismo mientras que las feministas denunciaban las ambigüedades del
discurso modernista.
Las denuncias al devenir de la mujer como pasivo objeto de consumo
compartía algunos aspectos con los discursos modernizadores que pugnaban por
una mujer activa (Trebisacce, 2010). Las reivindicaciones feministas dialogaban
con los discursos modernizadores, incluso con los de la prensa femenina, al
proclamar que querían actuar, moverse, investigar, ser independientes, poder
manejar sus propios cuerpos y ser dueñas de sus sexualidades. Pero a la vez, se
oponían al ‘ser femenino’ pasivo, hogareño, algo tonto, que vivía para ‘pescar
marido’, que también construían las revistas.
Las feministas de los ‘60 fueron un actor político que no se inscribió
completamente ni en el proceso de radicalización política ni en el de
modernización, pero que habitó conflictivamente ambos. Batalló desde la propia
prensa femenina y también fue parte de la modernización, sin procurar -o sin
conseguir- ubicarse en una externalidad radical (Trebisacce, 2010).
Las primeras organizaciones en el país, como la Unión Feminista Argentina, se
formarían recién a comienzos de la década de 1970. No obstante, en los ’60, se
difundían consignas feministas en la prensa, infiltradas por ciertos sectores
progresistas. En varias revistas femeninas –no sólo en Claudia-, los reportajes y
notas periodísticas daban muchas veces una visión amable del feminismo y
compensaban las posturas más radicales con la exposición de discursos más
conservadores, en torno a temáticas convocantes como la difusión de la píldora o
los cambios en las relaciones de pareja.
La vinculación entre las mujeres y el poder era un tópico de época, que, por
ejemplo, ocupaba la portada de Maribel en junio de 1965 (Nº1681, 08/06/65). Con
el titular ‘Mujeres en el poder’, acompañado, paradójicamente por la ilustración
142
de una chica de sonrisa inocente, con flequillo y cachetes inflados, y una gorrita
de lana cubriendo su pelo al estilo de Caperucita Roja.
La misma paradoja entre los sentidos construidos por el texto de corte político
y la imagen inocente -incluso del color naif de la tipografía (rosado)-, sucedía con
otra portada de la revista, cuyo titular era: “La mujer toma las armas” (Maribel Nº
1640, 08/64), cuya ilustración mostraba una chica sonriente y simpática.
143
Figura 31: “La mujer toma las armas”, Maribel, 1964.
Silvina Bullrich era una de las encargadas de promover los discursos feministas
en Maribel. “El voto como símbolo de responsabilidad” (Maribel Nº 1583,
02/07/63: 3) era una nota de su autoría que discutía con las reticencias de algunas
mujeres para asumir deberes y derechos políticos, al tiempo que formulaba un
discurso evolucionista:
“Nosotras hemos venido cuatro siglos después para luchar por la dignidad humana.
[…] La lucha de razas, la lucha de clases o la lucha de sexos podían aparecer
inexistentes mientras estaban adormecidas, pero ahora es tarde para echarse atrás.
Ya se acabaron las épocas en que el hombre podía mantener solo un hogar; en que
un padre, un hijo, un hermano, hasta un miembro lejano de la familia, si era
hombre, se sentía con la obligación de alimentar y proteger a las mujeres de su
casta. Ahora, cualesquiera sean las vicisitudes que una mujer tenga que pasar,
aunque el marido la abandone sin un centavo, aunque tenga que mantener hijos
menores, aunque esté mal preparada, mal educada, aunque su instrucción sea
deficiente y su salud precaria, la sociedad considera que debe trabajar para bastarse
a sí misma. Lo que la mujer todavía no sabe, porque no se lo han inculcado, en
cambio, es que trabajar sin porvenir y sin aspiraciones es un castigo; trabajar bien
preparada, con un título en la mano, con capacidad y con vocación es una dicha mil
veces más intensa que la ociosidad” (: 3).
144
doméstico y la función de la esposa se reivindicaba como trabajo y no como
‘labores’:
“No es justo que los hijos y el marido puedan cargar sobre la mujer los trabajos
más oscuros, más pesados, más cotidianos, y todavía darse el lujo de afirmar que
ellos trabajan y que ella en cambio no hace nada. ¿Qué haría un obrero con una
mujer que no supiera cocinar, lavar, fregar, que no tuviera salud para trajinar de la
mañana a la noche, de la hornalla a la batea y a la cuna y al colegio? ¿Qué haría un
embajador con una mujer que no supiera mantener el pesado rango de
embajadora?” (: 4).
Bullrich sostenía que en Estados Unidos, Israel y los países nórdicos existía
“… una igualdad total e indiscutible entre el hombre y la mujer” (: 5); lo cual
estaba en desacuerdo con la descripción de la vida de las mujeres casadas que
daba Friedan en La mística de la feminidad de 1963. Bullrich exaltaba el poder de
la mujer en aquellos países diferenciándolas de las latinas:
“El error de la mujer latina, la española, la francesa, la sudamericana en general, la
italiana, en fin, como acabo de decirlo, de la latina, es exigir derechos sin asumir
deberes. Y eso no está bien. Ningún derecho debe llegar a nosotros sin ir
hermanado con un deber, de lo contrario, la libertad pierde su sentido sagrado y
reverencial para convertirse, la mayoría de las veces, en libertinaje” (: 5).
Más allá, o más acá, del feminismo, era notorio que el horizonte de
expectativas de muchas jóvenes argentinas se diferenciaba del de las mujeres de la
146
generación anterior22:
“Es cierto que no todas conocieron las tesis de El segundo sexo de Simone
de Beauvoir -libro que llegó a figurar en las listas de best-séllers de Buenos
Aires-, pero la idea de que la vida de una mujer no estaba trazada de
antemano dejó para siempre el reducto exclusivo de damas como Victoria
Ocampo para extenderse por toda la sociedad. Al fin y al cabo, la cultura de
los jóvenes también removió la cuestión de género” (Pujol, 2002: 65).
22
En este sentido, el comic de Mafalda cristalizó una perdurable ilustración de la modernización
cultural relacionada a nuevas expectativas femeninas. La creación de Quino (Joaquín Salvador
Lavado), que comenzó a publicarse en Primera Plana en 1964, representaba a las nuevas
generaciones para las cuales jugar a limpiar, lavar, planchar, coser y cocinar era una invitación a
repetir la mediocridad de sus madres. Susanita, en cambio, su mejor amiga, era la antítesis de la
niña intelectualizada, que deseaba casarse y tener hijos.
147
Las revistas femeninas buscaban diferenciarse del feminismo al tiempo que
reclamaban a los varones que acompañaran a los cambios de las mujeres. En
Maribel, como contrapeso de las notas firmadas por feministas, se publicaban
críticas a los avances en los derechos femeninos. Por ejemplo, en la nota titulada
“La mujer 1963” (Maribel Nº 1573, 23/04/63: 50), un ‘argentino medio’
expresaba su ‘opinión masculina’ sobre la mujer de época. El texto despotricaba
contra los avances del feminismo, ya no en el marco de la igualdad de los sexos
sino en ‘la guerra de los sexos’, luchando por reubicar a la mujer en su reino, el
doméstico:
“Mientras que en el pasado se contentaban con ejercer su poder en forma
subrepticia y mediante procedimientos sutiles, hoy han entrado en la lid y
reivindican las formas exteriores de ese poder con sus estatutos y sus
responsabilidades. Al mismo tiempo, según la falta de lógica característica en el
sexo débil, desean seguir siendo en forma absoluta el objeto de las atenciones y
miradas que anteriormente el hombre les prodigaba cuando su falta de defensa era
evidente. Es como si un gato se comportara como un tigre y exigiera ser tratado
como un dulce animalito doméstico al cual se le sirve leche en un platito” (: 50).
Denunciaba que: “El hombre ha soportado este ridículo estado de cosas con
una docilidad sorprendente” (: 50), puesto que la docilidad era una cualidad
femenina, no masculina. Además presentaba la amenaza de la contraofensiva viril
ante los cambios en el modo de vivir de las mujeres:
“El movimiento masculinista crece por debajo de la superficie, y no sería de
extrañar que un día ‘los derechos del hombre’ llegaran a ser un grito de batalla. Los
mártires harán guerra de hambre antes que empujar los cochecitos de niños por los
paseos públicos, mientras que los héroes se harán encadenar a las verjas de los
edificios públicos para llamar la atención sobre las torturas que debe experimentar
el sexo fuerte de parte de estas mujeres arrogantes que reclaman simultáneamente
un abrigo de visón y una banca en el parlamento” (: 50).
148
‘camouflado’23, colocado en una situación dominante, y he aquí que deciden
descender al llano para atacar a las fuerzas de una artillería más poderosa” (: 50).
23
El error ortográfico al escribir esta palabra, derivada de camuflaje, se presenta en varias
ocasiones. El vocablo estaba de moda entonces. De hecho aparece en otras ocasiones escrito como
‘camouflage’.
149
Porque ninguna mujer que no sea frustrada o acomplejada podría, normalmente,
haberle dicho que no” (: 9).
El texto actualizaba el peligro para las jóvenes de traspasar la línea del orden
sexual y moral; pero a la vez miraba con simpatía estas nuevas liberaciones
eróticas:
“…la idea original de mostrar cómo la juventud ‘mod’, ‘pop’, ‘beat’, o lo que sea,
está demoliendo con el pico, con la pala, con las uñas y los dientes la protestante,
rígida y maloliente moral victoriana, quizá para peor, pero con la chance de que la
de ellos traiga un gran viento fresco que sople sobre las cenizas que durante siglos
ha acumulado la hipocresía. […] Meta y ponga, hacha y tiza, desde antes de los
151
títulos un espectáculo enceguecedor salta desde la pantalla para golpear con
imágenes eróticas, teñidas de humorismo, los ojos bizcos del espectador,
llenándolos de color, música golpeada y ritmo de montaje” (: 23).
Ante semejantes escenas, el cronista d relataba con gracia que los ‘viejos de
más de 60 años’ se iban del cine poco después del comienzo de la película: “Los
miré y eran viejos y viejas que nacieron con barba blanca y rodetes sobre las
orejas” (: 23). Lo viejo, lo joven, la libertad y los tabúes se enfrentaban en la
crónica.
Para el feminismo, la autonomía sexual era un tema de debate. Parte del cauce
feminista abogaba por la agencia de los derechos sexuales a diferencia del
feminismo en sus inicios que había estado canónicamente asociado a la moral
convencional y no habilitaba el registro erótico. Las feministas de principios de
siglo XX no pensaban en los derechos de las sexualidades, de la misma manera
que no se permitían ninguna perspectiva sobre lo erótico personal (Barrancos,
2015b).
Con la llegada de la segunda ola, el feminismo comenzaba a alentar el derecho
al uso erótico de su cuerpo (Barrancos, 2015b). Se debatía el derecho de la mujer
al placer sexual separado de la reproducción, mientras a la par se denunciaba la
opresión sexual. Ambas miradas implicaban reconocer que la sexualidad era un
campo de limitaciones, represión y peligro pero a la vez de exploración, libertad y
autonomía para las mujeres:
“Este doble enfoque es importante, creemos, porque hablar únicamente de
placer y gratificación es ignorar la estructura patriarcal en que se mueven las
mujeres; pero hablar únicamente de violencia y opresión sexual equivale a
ignorar la experiencia de las mujeres como agentes de sexualidad con
opciones sexuales, y sin quererlo incrementa el terror y desengaño sexual en
que viven las mujeres” (Vance, 1989: 219).
152
Pero entonces, cierto feminismo continuaría asociando la sexualidad al peligro,
como un terreno propicio para la opresión de género no sólo a través de la
violencia, la brutalidad y la coacción masculinas sino también de la represión del
deseo femenino a través de la ignorancia, la invisibilidad y el miedo (Vance,
1989). En detrimento de la investigación sobre los temas del placer sexual, la
libertad de elección y la autonomía sexual de la mujer, se daría paso al enfoque de
la opresión sexual.
El erotismo ha constituido una temática escabrosa dentro del movimiento.
Después de los ’70, las categorías de sexualidad y género serían ampliamente
abordadas y discutidas, pero la de erotismo quedaría muchas veces solapada tras
la de sexo o asociada a la pornografía. En tanto nudo problemático, la erótica
dividió aguas dentro las posiciones teórico-políticas dentro del propio feminismo,
que brindó respuestas complejas y contradictorias al respecto.
Gayle Rubin (1989) ha sostenido que, si bien el movimiento feminista ha sido
una fuente de reflexiones interesantes sobre el sexo, ello no supone que haya sido
o deba ser el lugar privilegiado de una teoría sobre la sexualidad. Una tendencia
teórica y política ha respondido tenazmente a las manifestaciones eróticas,
analizándolas (y juzgándolas) desde el marco interpretativo de la opresión de
género o de la dominación masculina y ha considerado la liberalización sexual de
los ‘60 como una mera extensión de los privilegios masculinos. Otra corriente, en
la cual se inscriben Vance y Rubin, se ha opuesto a la primera, caracterizándola
como ‘antipornográfica’:
“El movimiento antipornografía ha pretendido hablar en nombre de todo el
feminismo. Afortunadamente no es así. La liberación sexual ha sido y
continúa siendo uno de los objetivos feministas. Aunque el movimiento de
las mujeres haya quizá producido parte del pensamiento sexual más
regresivo a este lado del Vaticano, ha elaborado también una defensa clara,
innovadora y apasionante del placer sexual y la justicia erótica” (Rubin,
1989: 47).
La tesis de Woolf reaparecía en estas notas que exaltaban los espacios para la
soledad: “El dormitorio es el lugar donde la joven puede dar salida a todas sus
ideas, ya que le pertenece a ella sola” (: 11).
155
No obstante esta valorada independencia, la soltería femenina se cuestionaba
en las revistas femeninas. El desarrollo laboral, intelectual de la mujer la alejaba
del varón y, por ende, del matrimonio:
“… un tema bastante candente: La mujer de veinticinco años de edad (edad media,
que varía según las circunstancias), que ha logrado, por el trabajo o el estudio, una
posición sólida y estable, ¿encuentra en el hombre una serie de defectos que la
alejan cada vez más del matrimonio?” (“Proceso a la soltería”, Maribel s/n, 1964:
18-19).
Se analizaban las razones por las cuales la mujer se alejaba del matrimonio.
Una de ellas era ‘el egoísmo del hombre’:
“…el principal reproche dirigido al hombre es su egoísmo. Y algunas agregan su
vanidad, su petulencia, su presunción de ‘sexo fuerte y dominante’.
Otras coincidieron en decir que hay una cierta diferencia entre los sexos, que molesta
a la mujer, pero de la que el hombre no es culpable, porque no la percibe” (:19).
Otra razón de alejamiento de la boda era ‘la elección difícil’ entre la carrera
propia y el matrimonio, encrucijada en que los varones no se hallaban pues no los
vivían como incompatibilidades, ya que las demandas domésticas no les atañían:
“El problema de la elección, la eterna elección entre el matrimonio y la carrera,
suscitó respuestas dispares, pero la gran mayoría apoyó el matrimonio: ‘El
matrimonio es una lotería, pero estoy dispuesta a jugarme’, dijo la secretaria de una
gran empresa comercial. Varias se volcaron por la carrera, y las menos dijeron que
el futuro económico era demasiado importante, y el ‘contigo pan y cebolla’ era una
frase demasiado romántica para el materialismo que nos toca vivir” (: 19).
156
Figura 33: “Proceso a la soltería”, Maribel, 1964.
Se alegaba que el papel que les tocaba cumplir a las mujeres modernas era, en
el fondo, demasiado pesado e iba disminuyendo su femineidad. Ante la
profesionalización femenina, se postulaba que: “La solución ideal sería tratar de
integrar a un mismo nivel los nuevos derechos sociales con su condición de madre
y esposa” (:19). Pero finalmente, se aducía que el ‘paralelismo profesional’, más
que producir nuevas barreras y celos de realización entre ambos sexos, llevaría a
un mayor entendimiento recíproco, renovando la esperanza en la conyugalidad.
A veces sucedía la soltería se presentaba como una opción deseable. No
obstante, seguían predominando las descalificaciones a las solteronas. Pero
además, las costumbres estaban muy lejos de otorgar posibilidades sexuales
equivalentes a los varones y mujeres solteras. A ello se sumaban los peligros de
ser una madre soltera: “…en particular la maternidad le está poco menos que
prohibida, puesto que la madre soltera es piedra de escándalo” (De Beauvoir,
2007: 134).
Hasta entonces, no era fácil ser una muchacha, tan poco libre para tomar
decisiones sobre el futuro o tener proyectos amorosos, tan expuesta a la
seducción, al hijo no deseado, a la soledad y al abandono (Perrot, 2008).
Paulatinamente, estos sentidos iban cambiando y la soltería se presentaba como
una opción posible para las mujeres y no tan sólo como una fatalidad. La difusión
157
de los anticonceptivos ahuyentaba el peligro de una maternidad soltera y no
deseada.
Pero entonces, aunque la soltería se presentaba como una posibilidad, lo
deseable seguía siendo la constitución de una pareja, asentada en el amor. Para
llegar a este final feliz, las historias de amor en las revistas femeninas ilustraban
toda una serie de pasos que debían cumplirse antes de la boda: el enamoramiento,
la conquista, el sufrimiento amoroso, el romance, la pasión, las ‘pruebas de amor’
y hasta las infidelidades –masculinas.
La erótica del amor contaba con una posición jerarquizada entre los tópicos
característicos de las revistas femeninas, en medio de una época de
transformaciones conyugales. A esta dimensión del erotismo en la prensa para la
mujer se destina el próximo capítulo.
158
CAPÍTULO V
UNA ERÓTICA DEL AMOR
159
“Si bien se distancia de la materialidad del erotismo de los cuerpos, procede
de él por el hecho de que a menudo es sólo uno de sus aspectos, estabilizado
por la afección recíproca de los amantes” (: 24).
El amor difiere del erotismo sensual, pero “…se sitúa en el movimiento por el
cual la sensualidad da como pretexto al desorden del deseo una razón de ser
benéfica” (: 247). El amor recubría de un halo bondadoso al erotismo.
Erotismo y amor pueden o no entrar en confluencia pero no pueden ser
superpuestos (Bleichmar, 2014). Ahora bien, como sostiene Octavio Paz (1994):
en esta conexión íntima entre sexo, erotismo y amor, las fronteras entre la
sexualidad animal, el erotismo humano y el dominio más restringido del amor son
a veces difíciles de trazar.
Con esta intención se realizará en este capítulo un recorrido por el tópico del
amor, comprendido como arte, como discurso y prácticas, en las revistas
femeninas, especialmente en las narrativas ficcionales con sus tópicos y figuras
prototípicas del amor romántico y la pasión.
160
“La idealización del sentimiento soñado comporta la depreciación del
sentimiento vivido. En lo cual se reconoce la antigua división cristiana entre
el ágape divino, don gratuito, sin límites, y el eros humano, totalmente
manchado de egoísmo, que debe alejarse de sí mismo, con un movimiento
ascensional, para ser digno de Dios. En nombre de una finalidad inaccesible,
se nos invita a calumniar nuestras uniones torpes, en lugar de admitir que el
amor no es otra cosa que lo que experimentamos, en el humilde presente, a
la vez precario y magnífico” (Bruckner, 2011: 213).
161
triviales que hablan del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay algo
que aprender acerca del amor” (Fromm, 1966: 11).
162
Algo de esa misma transgresión suscitaba el deseo de lectura de novelas rosas,
pero a la vez, era una transgresión completamente domesticada. Comercializadas
y masificadas, las narrativas rosas se publicaban en las revistas femeninas,
destinadas, sin embargo, a ser leídas en la intimidad.
163
2. Romance para ellas: narrativas rosas o ficciones
pedagógicas
El mayor espacio dedicado al tópico del amor en las revistas femeninas era el
de las historias de amor con todo su “imperio de los sentimientos” (Sarlo, 2011):
“…un mundo cerradamente femenino, donde el tema casi excluyente son los
hombres y las historias de amor” (Varela, 2005: 139).
Se trataba por lo general de relatos convencionales: “…tipo chica conoce a
chico o chica caza a chico” (Friedan, 2009: 76), minados de clichés. Las ficciones
requerían una mujer protagonista y se asentaban, por lo general, en pequeños
dramas cotidianos y no en tragedias. Sus personajes no eran héroes o heroínas,
sino mujeres y hombres comunes, aunque a veces algunos relatos contaban con
alguna secuencia trágica. Desplegados en pequeños incidentes dramáticos de la
vida, los dramas amorosos instaban a seguir las peripecias de la historia para saber
cuál sería el final (Barthes, 1986)24. No obstante, el romance podía concluir en
tragedia y ser alimentado con la transgresión. Una nota en Maribel marcaba esta
distinción oponiendo los pequeños dramas cotidianos a las narraciones de los
amores eternos:
“Un mito moderno –y antiguo- es el del amor eterno. ¿Qué hubiera sucedido si la
fatalidad no signada a los amores más respetables de la literatura y de la leyenda?
¿Qué ocurriría con una Julieta aburguesada, con una Eloísa menos decidida, con
una Isolda que no habitara en Germania? Esas mujercitas, tal vez, hubieran
presenciado que sus amantes se convertían en algo menos heroico… y, quizás, más
cómodo. Si el suplicio, el veneno, la estocada no alentaran entre los pliegues
terribles de la historia de los grandes amores de la humanidad, si una invisible
jornada fuera empalideciendo tantas frases de amor, si la cuenta del alquiler, los
impuestos, el club, los regalos de cumpleaños fueran los acontecimientos que
ocuparan las horas de Werther y Carlota, de César y Cleopatra, ¿no se parecerían
los integrantes de estos binomios famosos a nuestros vecinos o a nosotros
mismos?” (“¿Cuánto dura el amor eterno?”, Maribel Nº 1640, 08/64: 12).
Se advertía que esa ficción era peligrosa pues conducía a buscar lo inexistente,
y por lo tanto, se encontraba con la frustración. La búsqueda del Príncipe Azul –o
la de su fórmula femenina- producía decepciones: lo real nunca soportaba las
comparaciones con el ideal. La voluntad de completud generaba el dolor de la
incompletitud, salvo que se pusieran en marcha los mecanismos de defensa, como
la negación, que impedían asumir que los amores lejos estaban de la perfección.
Una decepción propia del bovarismo se hacía presente al comparar los amores
concretos con los ilusorios.25
De carácter inicialmente subversivo, el amor romántico era domesticado por su
asociación con el matrimonio y la maternidad; momento en que las historias por
lo general concluían. Era la muerte del romance, tanto en el caso del final feliz - la
pareja consolidada- o del de la separación: “… reunidos tras haber logrado
25
Se ha llamado bovarismo al estado de insatisfacción crónica de una persona, producido por el
contraste entre sus ilusiones y aspiraciones (a menudo desproporcionadas respecto a sus propias
posibilidades) y la realidad, que suele frustrarlas. El término refiere a la novela Madame Bovary de
Gustave Flaubert (2007 [1856]), cuya protagonista, Emma Bovary, se ha convertido en el
prototipo de la insatisfacción conyugal.
165
derribar todos los obstáculos se besaban en un fin interminable de película” (“¿Es
suficiente amar?”, Para Ti Nº 2400, 08/07/68: 23).
El amor romántico se asocia a un amor feminizado (Giddens, 1998) como el
triunfo de lo femenino en la pareja. Suponía una apuesta al futuro y,
especialmente para las mujeres, un paso idealizado en la búsqueda de la finalidad
del matrimonio.
En publicidad el romance vendía todo tipo de mercancías. Por ejemplo,
productos relativos al tacto, como las cremas que se investían de sentidos
románticos.
166
Figura 35: Publicidad Torino, 1967.
167
protagonistas e impedir, hasta último momento, el matrimonio y la consumación
de la felicidad.
Ahora bien, el amor romántico no hablaba de relaciones igualitarias, todo lo
contrario. Indicaba que el verdadero amor es ciego, incondicional, irrenunciable,
con roles de género bien definidos. A él, la mujer debía de entregar la vida entera
y no aceptaba cuestionamientos, dudas o traiciones.
168
“’Se suele leer en las novelas: ‘…no se conocían, pero se reconocieron al
encontrarse’.
Palabras que parecen triviales y que, sin embargo, describen un choque, una
conmoción pasional profunda, la emoción más inexplicable que puede producirse
en la vida de un hombre o de una mujer: el amor a primera vista.
El amor a primera vista existe realmente, no obstante el escepticismo de las gentes
cuyos sentimientos son regidos más por la razón que por la emoción. Sucede
realmente que entre dos seres, que hasta ese momento nunca se habían visto, se
produce ese fenómeno extraordinario, y surge, avasallador, ese deseo de no
separarse nunca más, de compartirlo todo.[…] el amor a primera vista, el amor-
choque, no necesita ni de una semana, ni siquiera de una hora para trastornar a dos
seres. Es como un incendio, como una explosión que no da tiempo a las víctimas
de preguntarse: ‘¿Es linda?’ ‘¿Es un hombre para mí?’ ‘¿Le gustará vivir en el
campo?’ No, no hay tiempo para plantearse problemas ni cuestiones; nada tiene
importancia. Es por sí mismo una felicidad que anula todas las diferencias, todos
los obstáculos. Es como es y nada puede hacerse contra él” (“El amor a primera
vista”, Maribel Nº1438, 30/08/60: 7).
Se decía que reunía a veces a seres de caracteres opuestos, que no tenían las
mismas ideas ni gustaban de las mismas cosas; que nada compartían fuera de ese
amor. Y por ello, también, podía ser efímero:
“A los ojos de los demás puede parecer a veces una pareja ‘despareja’, pero ellos no
lo advierten, porque están deslumbrados por sus propios sentimientos. Y es posible
que físicamente nada tengan de atractivo; que ella no sea ni elegante ni bonita, que él
sea feo. Pero cuando surge el amor a primera vista no se necesita ninguna seducción,
porque nadie piensa en juzgar cómo son los ojos, ni cómo es la boca, ni la nariz o el
perfil” (: 7).
169
En la reflexión sobre este tipo de amor a primera vista no podía faltar el
discurso médico, aunque, a diferencia de la sexualidad, se matizaba su autoridad
para referirse a la temática:
“Los médicos opinan que hay un cierto tipo de hombres y un cierto tipo de mujeres
más propensos a sufrir el amor a primera vista. Según ellos, se trataría de una
cuestión de secreciones glandulares, de hormonas, de actividad circulatoria, la que
determinaría la posibilidad de bruscos choques emotivos. Pero en este capítulo de
los sentimientos y las pasiones, de haber sido seguidas las opiniones de médicos y
filósofos, hace largo rato que los corazones estarían sin trabajo, y que el amor
habría sido jubilado” (: 8).
170
2.2 Namorar26
El enamoramiento era un tópico feminizado: “…el enamorado –el que ha sido
raptado- es siempre implícitamente feminizado” (Barthes, 2001: 205). Para los
sujetos, enamorarse daba relieve a las cosas, hacía al mundo más rico y feliz, si
era un amor correspondido, claro. En esta esfera, el mundo quedaba atónito, se
desrealizaba, en un: “Sentimiento de ausencia, disminución de realidad
experimentado por el sujeto amoroso frente al mundo” (: 97).
También se relacionaba con el recuerdo, con la rememoración feliz y/o
desgarradora de un objeto, un gesto, una escena, vinculados al ser amado
(Barthes, 2001). La enamorada o el enamorado estaba entregado al culto de las
pequeñas imperfecciones arrebatadoras, de los defectos conmovedores que
emocionaban más que un cuerpo sexual (Bruckner, 2011).
El enamoramiento también se relacionaba con la juventud. Y aquí un tópico
narrativo de importancia era el del primer amor:
“Dominaba a Andrea una extraña sensación, dulce y amarga a la vez. No sabía qué
era. Sospechaba apenas que era el amor que llamaba por primera vez en su
corazón” (“Andrea”, Para Ti Nº 2339, 08/05/67: 20).
“Su corazón latía más fuerte, pero no tenía miedo. La dominaba una extraña
sensación, dulce y amarga a la vez, mezcla de deseo, temor, un poco de tristeza y
otro poco de felicidad. Lo mismo que experimentamos cuando llega la primavera,
durante los primeros días cálidos, cuando todo parece renacer en la tierra. No sabía
qué era. Sospechaba apenas que era el amor que por vez primera llamaba a su
corazón” (: 102).
26
Es interesante notar que en portugués, la situación de enamoramiento supone un verbo, una
acción: la de ‘namorar’.
171
intercambio” (1966: 14). Así, “…dos personas se enamoran cuando sienten que
han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites
impuestos por sus propios valores de intercambio” (: 14).
Fromm cuestionaba la espontaneidad del enamoramiento e introducía la
importancia de aprender el arte de amar. Era erróneo suponer que no había nada
que aprender sobre el amor y también era errónea “…la confusión entre la
experiencia inicial del ‘enamorarse’ y la situación permanente de estar
enamorado, o, mejor dicho, de ‘permanecer’ enamorado” (: 14).
Mercantizada, la figura del enamoramiento se usaba para vender automóviles a
las mujeres. “Renault 4, te quiero”, proclamaba un slogan, mientras una chica
joven de cabellera rubia y vestido amarillo se recostaba sobre él, acariciándolo
con sus manos y piernas:
“Sí, ella está enamorada de su Renault 4. Antes de tenerlo era una chica distinta.
Ahora descubrió que todo es diferente, que vivía encerrada, aburrida.
Gracias a su Renault 4, conquistó un mundo nuevo y mucho más divertido.
Halló la felicidad de visitar lugares hasta hoy desconocidos, viajar por sierras,
playas y montañas” (Publicidad “Renault 4, te quiero”, Femirama, 06/69: 167).
173
Muchas veces eran maltratadas por sus amados: “… amaba a su marido y todo
lo hacía para sacarle de la cárcel, aunque éste la repudiara y por celos la insultase
brutalmente” (“Una mujer inmoral”, Maribel Nº 1415, 22/03/60: 54).
El amor femenino, con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega
podía generar angustia y sometimiento total a la pareja, en una relación de
vulnerabilidad ante la violencia. La relación de maltrato podía extenderse ya que
se consideraba que el amor (y la relación de pareja) era lo que daba sentido a la
vida de la mujer y que romper con él era el fracaso de su vida.
Con este prisma, el amor romántico permitía mirar con mucha tolerancia los
defectos masculinos. Como el amor todo lo podía, las mujeres debían de ser
capaces de allanar cualquier dificultad que surgiera en la relación, lo que las
llevaba a perseverar en esa relación violenta. En este marco, violencia y amor eran
compatibles; incluso se comprendía que ciertos comportamientos violentos eran
una prueba de amor, como los celos. El afán de posesión y los comportamientos
de control ejercidos por el maltratador podían ser considerados como una muestra
de amor. Llegaba incluso a sugerirse que el amor sin celos no era amor,
trasladando la responsabilidad del maltrato a la víctima por no ajustarse a dichos
requerimientos. De esta manera, ciertos discursos en las propias revistas
femeninas habilitaban la misoginia, en textos que llegaban a justificar la violencia
de género:
“… las mujeres han perfeccionado la técnica de explotar su situación frente al
hombre. Si bien la mayoría de ellas posee una notable resistencia física y nerviosa,
han sabido usar el impacto que produce su fragilidad y extrema sensibilidad.
Cuando llegan a exasperar a un hombre hasta el punto en que éste se ve obligado a
tratarlas con justificada violencia, conocen el arte de extraer el máximo de ventajas
al demostrarle el sentimiento de su propia culpa” (“La mujer 1963”, Maribel Nº
1573, 23/04/63: 50).
174
La diferencia se instalaba entre el razonamiento, la argumentación, la lógica y
la explicación como capacidades masculinas, frente a la dulzura y las
contradicciones irreductibles femeninas, que, no obstante, ganaban la batalla
desde su propia debilidad:
“¿Debería encadenarse a las mujeres como se hace con los animales salvajes? La
idea no es mala, pero aún en el caso de poder llevarla a cabo, el resultado sería
inútil. Ellas encontrarían sin mucho trabajo un hombre dispuesto a librarlas de sus
cadenas, o, lo que es más, a aceptar que lo encadenaran con ellas. Hasta el sistema
oriental que consiste en cubrir a las mujeres con velos y recluirlas en un serrallo, no
deja de ser un engaño, porque el rostro oculto por el velo no hace sino atraer la
atención sobre los ojos. Actualmente, es posible afirmar, sin temor a incurrir en
error, que en ningún período de la civilización y cualquiera que ella sea, se ha
creado un sistema de protección que ponga un freno al poder de la mujer” (: 51).
No obstante, las narrativas el amor o las notas acerca de los amores famosos
vivían de la alimentación de los dramas, que, en algunos casos, llegaban a ser
comprendidos como tragedia. `Ya no lo quiero’ decía la actriz nacional Pinky:
“Siento un vacío de amor que no se puede llenar con un ramo de flores o con un
nuevo intento. Ya no lo quiero más, no puedo quererlo más. Él mató mi amor de a
poco, ese amor que no tenía límites y que ni siquiera podía medirse de tan grande
que era” (“Quiero ser libre y no sufrir otra vez”, Gente Nº74, 22/12/66: 2).
176
las intimidades y los nuevos romances de las estrellas eran valorizados y tenían
lugar en cada ejemplar. Liz Taylor era una celebridad internacional envuelta en
renovados dramas:
“Te daré un hijo aunque muera. Estas dramáticas palabras las pronunció Liz Taylor
al casarse con Richard Burton, a pesar de que los médicos advirtieron a la actriz
que una nueva maternidad podría serle fatal” (“Una heroica prueba de amor”,
Femirama, 03/68: 35).
178
Las historias hablaban reiteradamente de sentimientos de celos que se
apoderaban del sujeto amoroso cuando veía el interés del ser amado captado y
desviado por personas, objetos u ocupaciones que actuaban a sus ojos como
rivales (Barthes, 2001). Definidos como “insidiosos, atormentadores” (“Los
frágiles paraísos”, Maribel Nº 1627, 12/05/64: 28), los celos construían otro
tópico: el de la rivalidad entre mujeres que disputaban el amor de un varón:
“Junto a su amor en peligro –un peligro sin nombre ni rostro todavía- crecía su
furia por la audacia de quien intentaba robarle el marido. Su vanidad, lesionada
hasta la exasperación, imaginaba tremendas venganzas. Y hundida en esa butaca de
raso color de guinda, fumando nerviosamente, repasaba agravios” (“Murallas de
angustia”, Maribel Nº 1625, 28/04/64: 12).
“… él ansiaba escapar, tener la oportunidad de verse con ‘la otra’” (“Los frágiles
paraísos”, Maribel Nº 1627, 12/05/64: 28).
“Después de verla pasar, altiva, segura de sí misma, se quedó un largo rato sentada
frente a la mesa del café, junto a la ventana que daba a la calle, pensando en esa
mujer que parecía la dueña del universo.
Con que es ella –murmuró, apurando el cigarrillo-. Con que es esa mujer contra la
cual tengo que luchar” (“Casi pecado”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 19).
“¡Qué mujeres había en el mundo! Su patrona, tan fina, bonita y elegante, parecía
celosa de una solterona tan insignificante como la secretaria de su marido… En fin,
¡los hombres eran tan diablos! Capaces de enamorar a una escoba con polleras por
puro capricho” (“Los frágiles paraísos”, Maribel Nº1627, 12/05/64: 27).
Las narrativas también hablaban de celos y rivalidad entre varones: “¿Por qué
tenía que pasarle a él esa eterna historia de los dos amigos y una misma chica?”
(“Rivales”, Maribel Nº 1521, 17/04/62: 10), se preguntaba un protagonista varón.
Y agregaba: “Había querido fraternalmente a su amigo Guillermo desde la
infancia. Y ahora Silvia, con su cabellera casi roja, se había interpuesto, como una
llamarada, entre los dos” (: 11).
Fuera de las narrativas, los celos eran sometidos a diagnóstico psicológico.
“¿Cómo pueden curarse los celos?, se preguntaba en Femirama (“El veneno de
los celos”, Femirama, 06/69: 130). El problema se discriminaba por géneros:
“Para el hombre los celos son siempre un atentado y una amenaza a su
masculinidad y, para la mujer, están más ligados al amor” (: 133).
Un discurso amparado en la ginecología afirmaba que la mujer era más celosa
que el hombre porque ‘su arquitectura fisiológica y psíquica’ era más ‘fina’ y
desarrollaba más fácilmente ‘sentimientos de inseguridad’ con respecto a la
estabilidad de las ‘situaciones afectivamente importantes y significativas’:
179
“¿Los celos, entonces, son patrimonio femenino? Parecería que sí. Aun dentro de la
sociedad moderna actual, la mujer tiene asignado un rol de espera, de pasividad.
Para ella la solución de los problemas afectivos está, en cierto sentido, relacionada
a la aparición del hombre en su vida y la importancia que este hecho reviste en su
plano emotivo es notablemente más relevante que para el hombre” (: 133).
3. Pasión masculinizada
El erotismo formaba parte de las narrativas amorosas, identificado con la
pasión y asociado al amor como fin teleológico. En este sentido, los encuentros
sexuales eran considerados como episodios en el camino de una relación amorosa
final. En ocasiones, las historias habilitaban al sexo destinado a la relación
amorosa. La actividad sexual se justificaba en pos de la consumación del amor.
180
La pasión mantenía una relación particular con el sexo: era un amor sexual que
contenía dentro de sus cauces particulares a la fuerza del erotismo. Entendida
como una atracción mutua entre personas que se deseaban y se ligaban, asociaba
amor y conexión sexual. Mientras en el amor romántico, el afecto y el lazo
tendían a predominar sobre el ardor sexual, la pasión invertía los factores.
En el imperio de la pasión, las emociones suponían escalofríos sagrados, de
seres que se buscaban y nunca se cansaban de devorarse. Aquí jugaban su papel
las metáforas caníbales. Justificada especialmente en los varones, involucraba a
las sensaciones del cuerpo. Buscaba el contacto con el cuerpo del ser deseado, y
más precisamente la piel, apuntando a la fusión mutua:
“La pasión nos repite sin cesar: si poseyeras al ser amado, ese corazón que
la soledad oprime formaría un solo corazón con el del ser amado. Ahora
bien, esta promesa es ilusoria, al menos en parte” (Bataille, 2010: 25).
La pasión era liberadora, pero sólo en el sentido de generar una ruptura con la
rutina y el deber. La urgencia del amor apasionado rompía los relojes, no tenía
horarios y entraba en conflicto con la vida cotidiana. Era desorganizadora,
excesiva, perturbadora del orden:
“…la pasión comienza induciendo desavenencia y perturbación. Hasta la
pasión feliz lleva consigo un desorden tan violento, que la felicidad de la
que aquí se trata, más que una felicidad de la que se puede gozar, es tan
grande que es comparable con su contrario, con el sufrimiento” (: 25).
Por ello podía ser considerada peligrosa; más aún si se trataba de ‘pasiones
prohibidas’. Era delirante, “… pero el delirio no es extraño; todo el mundo habla
de él, está ya domesticado” (Barthes, 2001: 127):
“Él le había dado días de embriaguez, de felicidad exaltada. Mary supo qué era el
amor de su mano. Aquella llama pasional, aquella ola envolvente que la poseyó la
primera vez, que lo sintió cerca se repetía siempre, como una magia, un hechizo. Si
Gavin la amaba el resto perdía importancia” (“Hechizo hacia el amor”, Maribel Nº
1665, 16/02/65: 53).
181
Fervorosa y a la vez, fulminante, tanática: “La pasión, dicen, es irresistible; por
desgracia, lo resiste todo menos a sí misma” (Bruckner, 2011: 104). Unida
muchas veces a la tragedia, podía suponer un ‘choque’ ‘fatal’ (“El amor a primera
vista”, Maribel Nº1438, 30/08/60), estando destinada a perecer, según Fromm
(1966):
“Ese milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si se combina o
inicia con la atracción sexual y su consumación. Sin embargo, tal tipo de
amor es, por su misma naturaleza, poco duradero. Las dos personas llegan a
conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso,
hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo,
terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No
obstante, al comienzo no saben todo esto: en realidad, consideran la
intensidad del apasionamiento, ese estar ‘locos’ el uno por el otro, como una
prueba de la intensidad de su amor, cuando sólo muestra el grado de su
soledad interior” (: 15).
182
Figura 39: “Cuando el otoño es adiós…”, Maribel, 1964.
“-En todo caso, hijita, tendrás que contentarte con tu doctor Leclerc. No deja de ser
un muchacho con un excelente porvenir. Y yo no voy a dejar que te cases con un
aventurero de los negocios que, al fin y al cabo, nadie sabe de dónde ha salido…”
(: 22).
“Ellos tenían dinero. Y debían amar, como consecuencia de ello, en función de ese
dinero, esto es, con lujo, brillo y esplendor” (“Historia prohibida”, Maribel Nº
1451, 06/12/60: 10).
183
interrogaba: “¿Son felices las mujeres blancas casadas con hombres de color?
(Maribel Nº1637, 21/07/64: portada).
Figura 40: “¿Son felices las mujeres blancas casadas con hombres de color?”, Maribel, 1964.
La amada de otra raza era definida como ‘criatura’, casi como un animalito. Y
aunque se enarbolaba la bandera del amor, el racismo asentado en la importancia
del color de la piel clara se fomentaba en estos discursos: “Gastón y Tetua
184
contrajeron enlace en la catedral cuatro días después. A la ceremonia asistió una
reducida cantidad de personas de piel bronceada y ninguna blanca” (: 7).
El amor también trasgredía la variable de la edad: “¿Concibe el amor entre un
hombre maduro y una muchacha adolescente?”, preguntaba una narrativa de
Maribel (“Las diez en punto de la noche”, Maribel Nº1611: 71). Este era, sin
embargo, un prototipo de pareja: el del varón mayor, confiado, protector y la
mujercita débil, insegura, que necesitaba de su guía. Por lo general, la muchacha
se ubicaba en una posición de inferioridad y el hombre poseía una mejor posición
laboral.
Transgresoras eran las parejas compuestas por una mujer madura y un joven.
En las mujeres famosas tal inversión estaba permitida: “La edad no tiene
importancia cuando se está enamorada”, declaraba Sofía Loren (Maribel Nº1438,
30/08/60: 33). Las publicaciones femeninas de la década iban construyendo un
atractivo de las ‘mujeres con pasado’.
Los especialistas analizaban el caso de “La mujer de hoy y el novio más joven”
(Maribel Nº 1521, 17/04/62: 88):
“Durante mucho tiempo el marido, y, por consiguiente, también el novio, debía ser
de más edad que la mujer. Era una costumbre perfectamente lógica. Como la mujer
estaba considerada inferior al hombre, pasaba de la dependencia del padre a la del
185
marido. […] un número cada vez más creciente elige un novio más joven. Pero en
tal caso la oposición es general. La familia, los amigos, los conocidos, lanzan
gritos, protestan, se indignan o se burlan […] la mujer es tratada de vieja loca y el
marido de gigoló” (: 88).
5. Eros infiel
La transgresión del principio monopólico que rige el lazo conyugal (nada de
relaciones sexuales fuera del matrimonio) rompe con la norma de fidelidad. El
engaño tiene un potencial erótico inconfesable: “... el miedo de dejarse sorprender,
las citas improvisadas y los secretos compartidos dan a algunas uniones
clandestinas una densidad que ya no tiene la anodina relación conyugal”
(Bruckner, 2011: 114). Asociada a lo prohibido, implica a la tentación, tan
comentada en las narrativas rosas de la época:
“Tenía que terminar con esa tentación que Nina significaba para él. La suya era una
vida ordenada, feliz. […] Un nudo de compromisos morales e intereses materiales;
el amor, todavía intenso, que profesaba a Valeria… Sus fortunas, unidas. Toda ella
186
formaba su existencia. La existencia de un hombre maduro” (Vivir y morir,
Maribel N° 1618 10/03/64: 56).
Aunque, por lo general, esa ira estaba destinada a ‘la otra’ mujer y no al
marido infiel:
“Un minuto antes, la voz desconocida, ronca y nasal –una voz desfigurada, sin
duda.-, habíale hecho saber con datos precisos la traición de su marido.
-Si quiere cerciorarse, diríjase a calle Venezuela número 411. En el piso catorce,
departamento B, encontrará instalada a Nina Azcárate, la amante de su marido.
[…] –Iré allá… -dijo en voz alta, y sus labios dibujaron un gesto despreciativo y
cruel-. Sí; iré… Y esa pequeña ramera maldecirá el día y la hora en que se le
ocurrió ponerse en mi camino” (“Los frágiles paraísos”, Maribel Nº1627, 12/05/64:
30).
188
El paraíso romántico femenino, caído en la rutina y la costumbre, se
derrumbaba a los pies de una pasión ‘masculina’ asentada en la infidelidad: “Su
hombre es su mundo y descubrir la infidelidad significa sentir hundirse la tierra
bajo sus pies, como si se derrumbara el universo” (“El veneno de los celos”,
Femirama, 06/69: 133).
Ante esta situación, algunas notas venían en socorro de la mujer. El discurso de
la psiquiatría analizaba el caso: “Cuando el marido es un donjuán” (Femirama,
Tomo 8, 05/66: 80). Pero también se estudiaba el caso en que, no siendo un
donjuán: “Su existencia conyugal puede parecerle monótona y se concede
aquellas ‘escapadas’ que ponen en crisis los matrimonios” (“Crisis en la vida de
dos”, Maribel s/n, 1964: 30).
Un marco regulatorio delineaba una doble moral, pues la obligación
monogámica era, sobre todo, femenina. El adulterio condenable era el de la mujer
casada. En cuanto a los varones, las relaciones extramatrimoniales se objetaban
sobre todo para evitar los inconvenientes de las descendencias ilegítimas.
Dentro de esta doble moral, sin embargo, se esperaba de un hombre que se
casaba, un determinado cambio de su conducta sexual. Se toleraba una cierta
variedad e intensidad de placeres en la juventud que era necesario restringir
después del matrimonio. El hombre casado podía llegar a tener una amante y
frecuentar prostitutas. A la mujer se le imponía que comprendiera esta situación y
la mantuviera entre lo no dicho. Se daba así una cierta bipolaridad masculina que
tendía a idealizar a la esposa para humillar mejor a la prostituta;
“…con la primera, abrazos caseros de una gran brevedad, sobre todo
teniendo en cuenta que la ausencia de anticoncepción colocaba a las mujeres
bajo la amenaza de una fertilidad intempestiva con la segunda, travesuras
sensuales, toda la gama de posiciones de lo más inconvenientes. Una madre
de familia no podía explayarse como una vulgar buscona. El culto
romántico a la pureza femenina conducía a la explosión del burdel, el
angelismo era el padre de la putería” (Bruckner, 2011: 98).
Se daba a entender que la búsqueda de otros placeres era para el marido una
falta acaso bastante frecuente, pero también bastante nimia. Muchas veces se
decía que era en el interior del lazo del matrimonio, en función de lo que eran las
relaciones afectivas entre los dos –y no en función de los derechos y de las
prerrogativas- como debía resolverse la cuestión. En este sentido, los placeres
189
exteriores del hombre no eran efecto de su superioridad, sino de cierta debilidad
masculina que la mujer debía tolerar haciendo una concesión que, a la vez que
salvaguardara su honor, probara también su afecto:
“Estaba convencida de que el esposo la quería aún, después de largos años de
matrimonio, y que jamás había pensado en dejarla; mas de pronto lo vio
aprisionado en una aventura de amor fácil e intrascendente, transformada en
urgente urgencia” (“Telón tras un largo acto”, Maribel Nº 1438, 30/08/60: 12).
Una certeza tranquilizadora amparada en esta doble moral delineaba, tanto para
los maridos como para las esposas, una frontera entre la relación conyugal y la
aventura. Esto diferenciaba dos tipos de mujeres: la esposa que revestía la
obligación de respeto y la ‘aventura’, como lugar de la transgresión erótica. Las
historias podían valorizar finalmente de manera positiva el adulterio,
minimizándolo e idiotizando el error del marido:
“…convertido en don Juan y que estuvo a punto de destruir su vida… ¡Qué idiota!
¡Qué idiota! […] Me río de la mujer joven que me devolvió a mi hombre, después
de una experiencia ingrata que multiplica el valor de lo nuestro” (“Telón tras un
largo acto”, Maribel Nº 1438, 30/08/60: 70).
191
pruébelos” (op. cit). Otra imagen de la campaña mostraba a varios de estos
‘millonarios infieles’, observando a una bailarina que se contoneaba sobre una
mesa, para su placer.
La doble vida de los casados era un asunto repetido. Para las mujeres era
mucho más difícil mantener una doble vida, y las que podían ejercitar el adulterio
sin mortificaciones morales eran probablemente una minoría (Cosse, 2006). Las
propias mujeres se mostraban más tolerantes con la infidelidad del varón que con
las de sus congéneres. Tal era el mandato de fidelidad femenina que estaba bien
visto que la mujer siguiera rindiendo lealtad aún cuando su esposa hubiese
muerto:
“Veinte años hacía que Ernestina, la viuda, vestía de riguroso luto. Veinte años
cabales que usaba un precioso medallón colgado en el cuello. Veinte años que venía
repitiendo, cada día, a quien quisiera oírla, la misma historia.
-Mi pobre marido…
[…] La viuda se me aparecía como la imagen acabada de la fidelidad conyugal.
Había amado tierna e incondicionalmente al elegido de su corazón y amaba, después
de haberlo perdido, su imagen diluida en el tiempo” (“El medallón”, Maribel s/n,
1964: 54).
195
el Registro Civil, veían en sus esposas, con ojos ingenuos y confiados, una mera
procreadora y guardiana del hogar.
Se aducía que los maridos engañados eran cada vez más y una de las causas era
que el hombre confundía el matrimonio con un puerto de descanso. Los deseos
eróticos de las esposas se hallaban insatisfechos.
La duplicidad que ubicaba a la esposa en el lugar del respeto y el recato y a la
amante en el lugar de la lujuria se iba desmoronando. Las amas de casa
reconocían estar ávidas de sensaciones eróticas, de pasión, que su marido no
satisfacía. Y en ese espacio vacío que dejaba el esposo entraba a jugar el amante
que reintroducía la pasión en sus vidas. Las narrativas hablaban de mujeres
casadas que se permitían flirtear con otros para sentirse admiradas: “A los
cuarenta años, Odile había hecho su mejor conquista de mujer casada que, sin
dejar de ser fiel a su marido, no puede vivir sin sentirse admirada por los demás”
(“El flirt de la señora Lanvin”, Maribel Nº 1451, 06/12/60: 26).
Una nota en Maribel analizaba el caso. Sostenía que las mujeres que se casaban
alrededor de los veinticinco –veintiocho años: “… (siempre según las estadísticas)
casi siempre hacia los treinta y dos- treinta y cinco años, o sea hacia el séptimo
año de matrimonio, puede advertir el deseo de sentirse más libre” (“Crisis en la
vida de dos”, Maribel s/n, 1964: 30). Pero entonces se reimponía el recato de la
esposa:
“Lo importante es no concederse ‘evasiones sentimentales’ –aunque fueran sólo
platónicas, inocentes- fuera de casa.
Una mujer casada no tiene derecho de buscar la amistad o comprensión de otros
hombres: porque de la amistad al ‘flirt’ el paso es muy pequeño” (: 30).
196
barrera siga creciendo” (“Mi marido no es el mismo”, Maribel Nº1677, 11/05/65:
25). Al mismo tiempo, las esposas decepcionadas en sus expectativas eróticas,
daban sus testimonios:
“Un día terminé por decirme: Se acabó la luna de miel […] Ahora él me besa
pensando en las facturas que tiene que revisar al día siguiente, en la llamada
telefónica para ir al club […] Antes Pablo me besaba como si no nos quedara más
que un solo día de vida. Pablo decía ‘mi mujer’ con un tono de protección, como
queriéndome preservar de todo peligro. Hoy no puedo recuperar ese tiempo que se
ha ido… Seguramente, esta noche también miraremos televisión” (: 25).
Mientras las revistas entregaban en mano a la lectora, por un lado, toda una
serie de narrativas rosas que poetizaban el cortejo, el romance y la pasión, por
otro, les decían a las esposas que no esperen eso de sus maridos:
“¿Qué no besa a su mujer como antes? Primera razón. La muchachita a quien él
festejaba ardorosamente se ha convertido en su mujer. El beso ha dejado de ser un
fin en sí. Hay otras maneras de demostrar su amor. Para la mujer cuentan otros
razonamientos: no la besa como antes, luego, no la quiere como antes… Empieza
la etapa de las actividades de compensación: novelas o televisión, hasta restaurar la
imagen fallida del galán romántico, de ese galán que su marido ha dejado de ser” (:
32).
197
Pero entonces, en los sesentas, estos parámetros estaban cambiando. Las
parejas exigían una re-erotización del vínculo conyugal. El erotismo se extendía a
los noviazgos, pero también a los famosos ‘flirts’. Acerca de estos cambios trata
el capítulo siguiente.
198
CAPÍTULO VI
NUEVAS REGLAS DE JUEGO AMOROSO
199
desengaña de forma brutal al hablar de feromonas, ley de la especie, destino
ciego de la naturaleza que apunta a la homeostasis del redil de los
mamíferos con neocórtex” (Onfray, 2010: 114).
El discurso científico pretendía destapar el velo ilusorio del problema del amor.
La naturaleza codificada en vibraciones magnéticas y fluidos rompía con la
retórica amorosa.
Pero entonces, los consejeros sentimentales muchas veces se ubicaban en un
intermedio entre los discursos de la ciencia y la retórica amorosa de las narrativas
más edulcoradas, construyendo unos sentidos del amor más cercanos al arte
amatorio:
“El amor no es deslumbramiento. Ni milagro. El amor se conquista día a día y,
como toda empresa de conquista, tiene sus reveses. Es necesario dar tiempo al
tiempo. Es preciso acostumbrar al hombre, como es preciso que el hombre se
acostumbre a la mujer. Un amor se construye con la misma pasión y la misma
paciencia que una catedral” (“¿Me lanzo o no me lanzo?”, Maribel s/n, 1965: 63).
200
El correo sentimental era una sección obligada en las revistas femeninas,
entendida como un espacio destinado al tratamiento de conflictos amorosos
particulares de las lectoras que apuntaba a regular las conductas ligadas su
intimidad.
Las mujeres parecían adorar las confidencias amorosas: “¿Hombres o mujeres
son más propensos a las confidencias sentimentales?”, se preguntaba en Maribel
(“¿Cuánto dura el amor eterno?”, Maribel Nº 1640, 08/64: 12). Un médico, como
voz autorizada, respondía:
“No he llevado estadísticas, pero he observado en las mujeres un mayor recato y en
los hombres una mayor exuberancia y vanidad. Acerca de la calidad de la
confidencia diré que las mujeres tratan el tema por el lado del sentimiento puro,
mientras los hombres más bien por el de lo contingente, lo pasional o lo
aventuroso” (: 12).
201
Las asesoras más cómplices y amigables, postulaban que los sentimientos
tenían un estatuto preferencial para la toma de decisiones. La solución a los
problemas era, muchas veces, la que dictaba el corazón, para contribuir a la
felicidad de la consultante o apaciguar su angustia.
La dicha se hallaba inevitablemente ligada al amor, de modo que todo aquello
que se hacía en pos de este sentimiento era válido:
“En este universo las ‘leyes del corazón’ desplazan a las leyes morales, se
configura así un espacio dominado por el “Imperio de los sentimientos”,
donde las verdades de la fe o la certidumbre de la ciencia no poseen valor
universal. Se instaura entonces una lógica pasional donde quedan
relativizadas las razones que no provengan de los sentimientos” (Garis,
2010: 142).
202
revalorización de los vínculos amorosos, las uniones libres y una reconfiguración
pública de lo íntimo.
2. La ‘prueba de amor’
A pesar de la vigencia de los tradicionales tópicos de los discursos amorosos, la
juventud de la época estaba cambiado sus conductas respecto del amor y las
relaciones de pareja. Nuevas convenciones sexuales se vertebraban sobre el
rechazo de las formalidades (Cosse, 2010). Los jóvenes comenzaban a manifestar
públicamente que tenían relaciones sexuales sin estar casados. Los noviazgos se
flexibilizaban y el divorcio era un destino que podía tener un vínculo conyugal y
el consultorio sentimental constituía un espacio testimonial de estas
problemáticas.
En las nuevas parejas el sexo estaba legitimado por el amor, tanto como prueba
del matrimonio o como modo de expresar el amor. Los controles de la familia se
iban distendiendo a medida que corrían los años, al difundirse la idea de que las
relaciones sexuales ‘prematrimoniales’ podían no ser convenientes pero no eran
pecaminosas, y lo más importante era la felicidad de los jóvenes en materia de
amor (Barrancos, 2010).
Las posiciones modernizantes aceptaban las relaciones sexuales en el marco de
una relación auténtica y profunda. La expresión ‘prueba de amor’ era una
metáfora frecuente para hacer referencia al primer acto sexual en el marco de un
noviazgo.
El derecho de los novios a tener intimidad con el tiempo iba a dar paso a un
nuevo mandato de normalidad que suponía una manera de alcanzar el
conocimiento mutuo, otorgando a los noviazgos un carácter menos definitivo y
más sujeto a la experiencia. Esta idea que inicialmente contrariaba las
convenciones instituidas, fue legitimada en defensa del matrimonio. Se
argumentaba que una menor rigidez en el plano sexual llevaba a que los novios
realizaran una correcta elección. La colección de algunas experiencias se
presentaba como un medio para lograr la mejor selección matrimonial. Sin
embargo, la búsqueda del compañero adecuado podía prolongarse demasiado y
volverse peligrosa para el orden moral.
203
Un nuevo paradigma amoroso condenaba a la pareja por conveniencia buscaba
garantizar la corrección social de la elección. El amor era el único fundamento de
las uniones. Ahora bien, este sentimiento podía ser confuso y debía ser regulado
en pos de la elección correcta.
Los referentes de la renovación sexológica daban importancia al sexo para la
felicidad matrimonial. Esto condujo a desacreditar la luna de miel como espacio
para la iniciación sexual de la mujer y de la pareja. Desde el paradigma
psicológico, se consideraban los traumas y temores de las recién casadas al
desenfreno sexual del marido, producido por el supuesto deseo contenido durante
el noviazgo, a los limitados conocimientos sobre la fisiología y las técnicas
amorosas y la falta de comunicación en la pareja. Para conocerse, era necesaria la
práctica sexual. Se planteaba que tener relaciones sexuales antes del matrimonio
permitía discernir si una pareja sentía mera atracción física o estaba unida por el
amor, una diferencia sustancial en una época en la cual todavía se escuchaba que
los hombres se casaban en buena parte para satisfacer el deseo sexual.
204
Las propias feministas del siglo XIX habían desarrollado una idea de
asexualidad como opción para las mujeres respetables, utilizando la contención
para enfrentarse a las prerrogativas sexuales masculinas (Vance, 1989).
Con este rasero normativo se estigmatizaban las experiencias de numerosas
jóvenes que se apartaban del mandato. La inexperiencia juvenil, el peligro que
representaban los engaños de los ‘Donjuanes’, la debilidad ante los dictados de su
corazón, podían llevar a caer en la tentación de las relaciones sexuales
prematrimoniales y las uniones no del todo legales, fantasmas que amenazaban a
la moral de una sociedad que controlaba constantemente la relación entre ambos
sexos (Garis, 2010).
Pero entonces, al tiempo en que se rendía culto a la virginidad femenina en su
juventud, sucedía lo contrario con la virginidad masculina. Las llamadas
manifestaciones o exteriorizaciones amorosas masculinas eran consideradas lícitas
en función de una doble moral sexual: “Las exigencias de la castidad son distintas
en las relaciones generales de hombre y mujer, en las que establece el noviazgo y
en las que surgen del estado matrimonial”, sostenía el padre Iñaki de Aspiazu en
“Secreto de Confesión” (Para Ti Nº 2375, 15/01/68: 66). Ciertamente, para el
varón, el mandato era la rápida iniciación sexual, mientras que para la mujer se
exigía virginidad hasta el casamiento.
Estos mandatos de género aceptaban, y hasta a veces glorificaban, la
satisfacción del deseo sexual de los varones, pero ordenaban represión o recato en
las mujeres, es decir, un control del deseo sexual o, por lo menos, de las actitudes
que lo delataban (Barrancos, 2010; Cosse, 2010).
El catolicismo toleraba el desacato de mandatos religiosos por parte de los
varones, siempre que se mantuviera en un reducto íntimo: “Ello significaba la
normalización de la contradicción entre la moral pública y los actos privados”
(Cosse, 2010: 73), manteniendo una moral de las apariencias y de la discreción al
buscar el placer sexual.
Mientras una muchacha soltera quedaba ‘deshonrada’ al cometer una ‘falta’ en
su conducta sexual, aunque no quebrase ninguna ley, la ‘mala conducta’ del varón
se miraba con indulgencia. Esta doble norma se asentaba también en la idea de
que los varones necesitaban experiencia sexual para su salud física.
205
Las mujeres habitualmente llegaban al matrimonio con su ‘virtud’ intacta,
mientras que los flirteos masculinos estaban incluidos en la categoría de una
sexualidad episódica aceptada (Giddens, 1998). La mujer no tenía derecho, por
principio, a semejante desdoblamiento de la personalidad.
El deseo sexual femenino debía constreñirse al matrimonio tradicional y la
familia nuclear. Bajo la idea de que una mujer decente no conocía deseo ni placer,
se eludían los lenguajes vinculados con el cuerpo, con excepción, claro está, de la
celebración excluyente de la maternidad, que parecía incontaminada, como si la
concepción hubiera prescindido del contacto carnal:
“El sexo era una prenda que la mujer entregaba al varón cuando, al
desposarla, le permitía acceder a la realización completa de su condición
como esposa, madre y ama de casa, proyecto dentro del cual la satisfacción
sexual de las chicas carecía de importancia” (Cosse, 2010: 75).
Entre las pautas sexuales que regían el cortejo y el noviazgo, el respeto del
hombre implicaba que no hubiera contacto sexual. Los novios no debían alcanzar
la completa intimidad que pudiera enturbiar la valoración social de la joven. Los
sectores sociales preocupados por cumplir con los estándares de decencia vivían
sus experiencias amorosas en esta duplicidad, que asumía especial significación
durante el noviazgo cuando introducía el problema de limitar el grado de
conocimiento que les estaba permitido a los novios.
Las convenciones limitaban la experimentación sexual entre los novios y,
como contrapartida, legitimaban la tolerancia con las relaciones sexuales de los
varones con otras mujeres, siempre que no estuvieran en situación de reclamar
derechos matrimoniales. Pero entonces, de la misma manera en que la reputación
social de las muchachas descansaba sobre su habilidad para resistir o contener los
acosos sexuales, la de los chicos dependía de las conquistas sexuales que podían
lograr.
Para las mujeres casadas, el discurso moralista imponía un modelo de
abstención que obligaba a un esquema de comportamiento asentado en el temor.
En Para Ti, las respuestas del Padre Iñaki de Aspiazu ordenaban castidad, recato,
vergüenza y pudor, valores erigidos como virtudes. El cura les advertía que el
descuido de estas virtudes femeninas podía acarrear la infidelidad por parte del
206
marido (“Secreto de confesión”, Para Ti Nº 2375. 15/01/68: 66). Así, cuando el
moralista hablaba de y a la mujer, se trataba siempre de deberes y no de placeres.
La intimidad sexual tenía significaciones diferentes para cada género: entre los
varones reforzaba la imagen viril ante sí mismo y sus congéneres; y entre las
mujeres representaba un riesgo para la sacralizada virginidad femenina y, por lo
tanto, para la concreción del ideal de mujer de la domesticidad.
También existía una preocupación por la correcta canalización del
supuestamente incontenible deseo sexual masculino que conducía a aceptar
veladamente la estimulación sexual sin consumar la relación, en los noviazgos. Y se
daba un código de honor viril que imponía reserva cuando los contactos con una
207
chica considerada ‘seria’ habían alcanzado el acto sexual completo (Cosse, 2010).
Las jóvenes aparecían como víctimas del deseo sexual de sus novios, pero esto
ocultaba que ellas disfrutaban de los contactos eróticos, aun cuando lo viviesen
con culpas y temores.
Detrás de los mandatos, los jóvenes tenían convenciones propias mediante las
cuales aceptaban contactos sexuales, pero la interdicción impedía hablar en
público sobre el tópico. De este modo se favorecía un modo de comunicación
elusivo.
La virginidad de las mujeres hasta el matrimonio era apreciada por los dos
sexos. Las muchachas más activas sexualmente eran desprestigiadas por las
demás y también por los muchachos que trataban de ‘aprovecharse’ de ellas. Si se
permitían algún intercambio sexual, pocas chicas pregonaban el hecho. Muchas
permitían que esto sucediese sólo una vez comprometidas con el chico en
cuestión, como ‘prueba de amor’.
A los consultorios sentimentales llegaban cartas que demostraban los conflictos
ante las pautas de la doble moral sexual. Las lectoras exponían las vacilaciones y
temores que supuestamente les producían los requerimientos de los novios.
Preocupadas por contactos sexuales que no pusieran en riesgo su virginidad,
indicaban que la mutua estimulación sexual era una convención implícita en la
propia duplicidad de la moral sexual. Tras los eufemismos, la reiteración de las
consultas sobre el tópico traslucía que con frecuencia las chicas quebrantaban el
mandato de contención sexual. En las cartas, eso era considerado como un
avasallamiento de los novios sobre su voluntad, lo que les producía fuertes
temores. En su carácter de ‘prueba de amor’, el pedido ponía a las chicas en la
encrucijada entre aceptar los requerimientos o rechazarlos, con el peligro de que el
casamiento se frustrara.
Una lectora exponía su disgusto por la doble moral masculina en el “Correo del
Corazón” de Maribel: “Me sentiría lastimada, postergada, si él fuera uno de esos
muchachos que ‘respetan’ a la novia abusando de la dignidad de otras mujeres”
(“Correo del corazón”, Maribel N° 1627, 12/05/64: 16). Con este pretexto
justificaba haber mantenido relaciones íntimas con su novio. Ante lo cual, la
consejera, desde un rol de ‘amiga’, respondía:
208
“…lamentablemente, más de una mujer arrastra la pesada carga de una ‘prueba de
amor’ a destiempo, sin garantías… Las chicas que piensan como tú están en un
error, en un gravísimo error. Da la casualidad de que las intransigentes, las ‘de una
sola pieza’, son acusadas de mojigatería, pero son también las que se casan más
pronto… Sí, por no perder el novio, se corre el riesgo de perder a un futuro
marido” (:16).
210
entender que no era la mujer quien decidía acerca de su vida sexual, ella estaba
influenciada. El discurso respondía a la creencia de que, tendientes a inclinarse
hacia el ‘pecado’, las mujeres debían ser aconsejadas a fin de enderezar su camino
(Morant, 2006).
Las prácticas sexuales designadas como una ‘precoz práctica de la vida sexual’,
‘relaciones prematrimoniales’, ‘esas relaciones’, ‘vida prematrimonial íntegra’, se
asociaban en el discurso moralista a lo ‘inadmisible’, lo ‘moralmente condenable’,
por ser una vida ‘psicológicamente relajadora, socialmente anárquica y
reprobable’. Se condenaba tal ‘falta de frenos’, que perjudicarían la fidelidad en el
matrimonio, al ‘relajar los resortes morales’ y los discursos y prácticas que se
contraponían a la ‘función procreadora’, asociada a una ‘existencia digna’.
Nuevamente, para defender su postura, el enunciador religioso apelaba a una
ciencia, la psicología -que como disciplina había ganado terreno y publicidad en los
medios de comunicación-, resaltando la importancia de ‘preparación psicológica’
para el matrimonio, y remarcaba, como poseedor de ‘el punto de vista
psicológico’ los problemas de la ‘precoz vida sexual’. Utilizaba como recurso
argumentativo el decir que ‘la experiencia’ enseñaba que estas prácticas
acarreaban la falta de fidelidad de los futuros casados, desde una presunta
capacidad para predecir el futuro, en función de una cierta experiencia que,
aunque imprecisa y vaga, hablaba a través de hechos o casos que tampoco
enunciaba. Este tipo de discurso ponía de manifiesto una modernización de los
argumentos para defender los valores católicos tradicionales.
Aunque las declaraciones, las campañas normalizadoras y la lucha contra la
pornografía de la iglesia católica bregaban por la castidad prematrimonial, el
argumento pragmático basado en la adecuada elección matrimonial junto al
paradigma afectivo iban ganaba posiciones en la habilitación del sexo fuera del
matrimonio.
Con la resignificación de la iniciación sexual, cuestionada la importancia de la
virginidad femenina, también se criticaba el debut sexual de los varones con
prostitutas. El psicoanálisis contribuyó al descrédito de la prostitución para la
iniciación sexual masculina, desde un paradigma amoroso que buscaba convertir
al debut en la ‘primera vez’: el amor legitimaba al sexo más que cualquier otro
argumento.
211
Aunque se criticaba que la virginidad fuese necesaria para la respetabilidad
femenina y requisito para el matrimonio, ésta no dejaba de ser un valor. Para las
chicas, siguió siendo comprendida por varias décadas más como una entrega
(Giddens, 1998).
La ceremonia del compromiso matrimonial todavía seguía en uso durante los
años ‘60. Si bien no autorizaba públicamente a tener sexo, la pareja comprometida
‘hacía el amor’ con el discreto consentimiento de la familia (Barrancos, 2010).
Ahora bien, los varones aceptaban las relaciones con la novia, pero en caso de que
ellas ya no fueran vírgenes, les exigían explicaciones.
También comenzaba a criticarse el término ‘prematrimonial’ en tanto que
antesala de un casamiento. En 1965, la extensión a las mujeres del examen
prenupcial obligatorio contenía, implícitamente y tal como lo ha señalado Valeria
Manzano (2010), un reconocimiento de los cambios en los comportamientos
sexuales prematrimoniales de las jóvenes. Desde un paradigma afectivo como
‘prueba de amor’, o con denominaciones más ligadas a los discursos de la
sexualidad (intimidad sexual, relaciones prematrimoniales, acto sexual), los
contactos eróticos no directamente ligados a la conyugalidad se habían habilitado.
La castidad comenzó a ser descalificada aduciendo que podía aparejar
trastornos psicológicos. Ante este panorama, los consejeros siguieron defendiendo
el valor de la virginidad pero cambiaron los argumentos para hacerlo. La idea de
la pureza sexual retrocedió frente a la importancia adjudicada a la edad, el carácter
de la relación y a los problemas de un posible embarazo.
La cuestión comenzó a ser considerada desde un ángulo subjetivo, lo cual
facilitó que la norma se relativizara al hacerla depender de la concordancia con los
principios propios, de la llamada ‘tranquilidad de conciencia’.
La virginidad también comenzó a discutirse en el plano fisiológico, planteando
que muchas mujeres carecían de himen (y otras lo perdían antes de la iniciación
sexual) y rechazando que simbolizase el honor masculino.
Los noviazgos se ataban a nuevas regulaciones para establecer una relación y
comprometerse afectivamente. Las pautas sexuales que regían el cortejo entre un
varón y una mujer desde que se conocían hasta que formaban una pareja: el curso
socialmente esperable de la relación entre un hombre y una mujer: la atracción, la
unión y la procreación (Cosse, 2010) se resignificaban. Ya en los años ’50, las
212
pautas rígidas en las relaciones de noviazgo, organizadas en estadios en función
del matrimonio, habían comenzado a ser erosionadas por la aparición de una
sociabilidad más distendida, un trato más desenvuelto y relaciones más flexibles
(Cosse, 2010).
3. Sexo o amor
En la década se otorgó importancia a la sexualidad unida a la afectividad y esto
colaboró en la construcción de una nueva moral sobre el comportamiento erótico.
El sexo con compromiso afectivo era un patrón legitimado pero no sucedió lo
mismo con el sexo integrado al flirteo. Se advertía sobre los efectos negativos de
las relaciones sexuales desde lo genital y sin contenido afectivo.
Pero entonces, el movimiento de la nouvelle vague27 había derrumbado tabúes
al disociar al sexo del amor. El sexo fuera de la pareja constituida fue una pauta
que se expandió en ciertos círculos sociales, como los estudiantes politizados y la
cultura del rock.
El cine de la nouvelle vague, reseñado por el nuevo periodismo28, provocaba
discusiones sobre las convenciones instituidas en las relaciones de pareja.
Mostraba nuevas formas de relación marcadas por la incertidumbre, los vínculos
fugaces, rápidos y espontáneos, circunstanciales, forjados por una atracción
casual.
Las revistas femeninas hacían frente al discurso de esta nueva ola construyendo
relatos sobre los íconos eróticos que vivían en la vacuidad de relaciones sexuales
sin compromiso afectivo.29 Las lecciones resultaban obvias: la pureza era la mejor
arma de seducción de las chicas, y nada valía, ni siquiera para los varones, el sexo
sin amor.
27
Nueva ola, denominación que la crítica utilizó para designar a un nuevo grupo de cineastas
franceses surgido a finales de los ’50.
28
Asistir a este tipo de películas en el cine demarcaba una pertenencia sociocultural y un rechazo a
la censura y las cruzadas moralistas en el escenario autoritario del país. Las notas sobre literatura y
arte en las cuales se retrataba un clima cultural de nuevos modelos de sexualidad y de relación de
pareja construían nuevos sentidos en torno a las relaciones que las dotaban de cierto glamour
(Cosse, 2006).
29
Para revistas del estilo Playboy, como Adán, en cambio, el sexo ocasional reforzaba la virilidad
ante los congéneres y se asociaba a círculos de artistas, ejecutivos, intelectuales y periodistas
presentados como una especie de nuevo jet-set (Cosse, 2010).
213
No obstante estos esfuerzos por contenerlo, el paradigma de relaciones
contingentes, no destinado al matrimonio, se iba difundiendo:
“Disociar, definitivamente, el sexo de la procreación fue una de las grandes
proezas de la década. Desde la minifalda hasta la moda unisex, desde las
ideas de Herbert Marcuse a favor del ‘fortalecimiento de los instintos
vitales’ hasta la consigna del ‘amor libre’ de los hippies, el sexo ya no fue
entendido como la mojigatería de antaño: bastaba entrar en una boite a
media noche o el cine nuevo que llegaba de Europa –si bien algunas veces
sesgado por la censura- para percibir una sensibilidad erótica diferente,
aunque no necesariamente condujera a una consumación más libre del sexo”
(Pujol, 2002: 63).
Las narrativas rosas hablaban de una nueva espontaneidad construida entre los
jóvenes modernos: “Me gustó tu naturalidad de muchacha moderna, tu falta de
esos prejuicios que ahogan la espontaneidad, que mecanizan” (“Y sé que
comprenderás”, Para Ti Nº 2375, 15/01/68: 7).
Se construían nuevos escenarios de contactos sexuales entre los jóvenes, como
los automóviles y los albergues transitorios. Los hoteles alojamiento se
convirtieron en el espacio paradigmático del sexo furtivo:
“En 1960, en la ciudad de Buenos Aires se aprobó una ordenanza que
habilitaba a los hoteles para alquilar habitaciones por horas, lo que dio lugar
al surgimiento de emprendimientos dedicados exclusivamente a ofrecer
cuartos por hora para tener sexo. Tal habilitación contó con el rechazo de las
organizaciones católicas, cuya movilización logró que los hoteles debieran
estar alejados de las escuelas y las iglesias, pero no la derogación de la
norma. La pidieron una y otra vez, explicando que los albergues se usaban
para ‘algo’ que era contrario a la ‘moral natural’, fomentaban las uniones
por ‘el mero goce sexual’ y sustituían el ‘fin noble del matrimonio por la
sola satisfacción de las pasiones’. Los enconos moralistas no tuvieron éxito”
(Cosse, 2010: 112).
216
sociales, del ‘qué dirán’. La exaltación de la naturalidad no significaba la ausencia
de regulaciones sobre lo que era esperable y adecuado. Las nuevas costumbres
sexuales conmovían a la sociedad y el flirt también era condenado en las revistas
femeninas: “Conformarse con aventuras pasajeras porque no se tiene suficiente
paciencia o empeño, es elegir el peor de los caminos”, se decía en Maribel (“¿Me
lanzo o no me lanzo?”, Maribel s/n, 1965: 63).
Las nuevas reglas contaban con muchos discursos opositores. Los discursos
católicos más tradicionalistas asociaban estas costumbres a la subversión y a las
frivolidades de los nuevos ricos: eran resultado de la pérdida de la espiritualidad
cristiana y el avance del individualismo. Desde posiciones menos religiosas
también se advertía acerca de la peligrosidad del flirteo, especialmente para las
jóvenes:
“Siempre hemos dicho que el flirt, por el flirt mismo, es peligroso […] no hace
sino ‘abaratar’ y disminuir una relación honesta. […] tanto ellas como la mayoría
de los hombres desean construir sus vidas sobre algo más sólido que un pasajero y
efímero placer” (: 62).
Pero aunque los discursos opositores a los amores contingentes aducían que la
felicidad de las uniones irregulares era efímera, ya se había legitimado eso que
Roland Barthes (2001) denominó como “Errabundeo”, la “suerte de difusión del
deseo amoroso” (:110), errante, de amor en amor, que resignificaba el noviazgo,
ya no comprendido únicamente como antesala del casamiento.
Con la habilitación de los noviazgos transitorios, los casamientos se
postergaban y las rupturas se integraban al horizonte de posibilidades de una
relación.
Las declaraciones de amor sin compromiso matrimonial se relacionaban a las
transformaciones del código amoroso y la renegociación del pacto sexual. El amor
se separaba del matrimonio, aunque muchas veces estas nuevas convenciones
quedaban asociadas a círculos famosos y de la vanguardia o el populismo: “-¿Y
Rubartelli? -Es mi amado. -¿Y por qué no se casan? -Porque nos amamos.” (“184
centímetros de fama y elegancia”, Gente Nº190, 13/03/69: 70), respondía una
modelo extranjera, actriz de Blow-up a un reportero de Gente.
Estos nuevos estilos de parejas no estaban exentos de compromisos. Las
nuevas reglas acarreaban también inseguridades para las mujeres. La seriedad del
217
vínculo era un problema reiterado en las cartas de lectoras que apuntaban a la
concreción del contrato matrimonial. Si bien las experiencias de noviazgos se
habían relajado, la boda continuaba siendo el horizonte esperado por la mayoría
de las chicas.
219
al modelo doméstico basado en las condiciones de esposa, ama de casa y madre.
Éste se había renovado y habilitaba que las jóvenes solteras trabajaran y
estudiaran, con nuevas formas de sociabilidad y experiencias renovadas, pero la
importancia de la pesca de marido persistiría por décadas.
Tanto el discurso moral religioso como el discurso especialista coincidían en
pensar al matrimonio y la maternidad como destinos de la mujer, que daban
sentido a su papel en la familia y la sociedad, y permitía la asunción plena de la
condición femenina. Cuando en una entrevista a una actriz -Mary Santpere-, se le
preguntaba: “-¿Cuál es la mayor justificación de su vida”; ésta respondía: “-La de
toda mujer: casarse, tener hijos” (“Mary Santpere: Los hombres las prefieren
simpáticas” Para Ti, Nº 2400, 08/07/68: 52).
La boda seguía siendo un objetivo vital en el horizonte femenino, los expertos
enseñaban a las lectoras cómo cazar y conservar a un hombre: “Todo lo que tenían
que hacer era dedicar su vida desde su más tierna adolescencia a encontrar un
marido y a traer hijos al mundo” (Friedan, 2009: 52). En esta cacería, ironizaba
Friedan (2009):
“Las mujeres pasaban de un club político a otro, se matriculaban en cursos
nocturnos de contabilidad o navegación, aprendían a jugar al golf o a
esquiar, se apuntaban sucesivamente a distintas congregaciones religiosas e
iban solas a los bares, en su incesante búsqueda de un hombre” (: 61).
220
conservado la mística de la virginidad, implicaba el derecho del esposo que se
adueña de su esposa en la noche de bodas, un verdadero rito de toma de posesión
(Perrot, 2008).
La imagen de la pareja casándose era prototípica. Una ilustración en Maribel a
principios de la década mostraba el rostro de la novia, llena de asombro e
inocencia, mientras el novio observaba su boca.
Las bodas entre famosos eran notas de suma importancia para las revistas. Por
ejemplo, el casamiento de Violeta Rivas y Néstor Fabián, dos exponentes de la
nueva ola juvenil, era anunciaba que finalmente la actriz alcanzaría la felicidad
completa: “El triunfo estaba alcanzado, pero algo le faltaba. De pronto conoció a
Néstor Fabián… y su felicidad fue completa” (“Violeta Rivas, en la jaula del amor”,
Maribel Nº 1665, 16/02/60: 20-21).
Hasta los hippies apostaban a contratar el amor y se casaban en la época: “Un
casamiento como cualquier otro… pero ¡con más pelo y más color!” (“El primer
casamiento ‘hippie’, Femirama Nº extraordinario, 04/68: 206).
221
Figura 48: “El primer casamiento ‘hippie’, Femirama, 1968.
El lazo conyugal proclamaba la eternidad del amor: la pareja debía estar junta
para toda la vida. Pero entonces, el modelo que se estructuraba en los ’60 exaltaba
un ideal de compañerismo, aunque sin olvidar la jerarquía de roles y la
organización doméstica, bajo la figura patriarcal de un varón protector y
proveedor. Cuando la división de roles de género no cumplía con este mandato,
era sancionada:
“No había previsto cuánto costaba una familia, aun de dos personas. Todo había
sido suficiente para ella, y ahora nada alcanzaba. Julio no pedía nada, había que
reconocerlo. Inclusive, era ella la que, los domingos, insistía para que entraran en
un cine o en una confitería. Luisa hacía el papel del marido, y aquél era el gran
equívoco. Lo había sido desde el primer día” (“Una casa para dos”, Maribel Nº
1573, 23/04/63: 18).
“Es terrible eso de dar a un hombre cuando es él quien está hecho esencialmente
para gastar a manos llenas protección y ternura. Así ha sido y será siempre el
mundo, y, por eso mismo, es quizá un nuevo error el que está cometiendo Luisa” (:
29).
Se difundían en las revistas test del tipo: “¿Es usted buena compañera de
‘ellos’? […] Sepa usted si es la compañera ideal de un hombre” (Maribel s/n,
1965: 64). El compañerismo, con los tintes políticos de su significación suponía
una reciprocidad en el acto de amar, con relaciones sexuales asentadas en el afecto
y el consentimiento mutuo. La relación sexual en la vida conyugal debía servir de
instrumento para la formación y el desarrollo de relaciones afectivas. Así, el
matrimonio era susceptible de integrar las relaciones de placer y de darles un valor
positivo, como parte del juego de las expresiones afectivas entre los esposos.
223
matrimonio. El placer sexual era en sí mismo una mancha que sólo la forma
legítima del matrimonio, con la eventual procreación, podía hacer aceptable:
“…el nexo entre relación sexual y matrimonio se justifica por el hecho de
que la primera lleva en sí misma las marcas del pecado, de la caída y del
mal, y de que el segundo puede darle una legitimidad sobre la que incluso
debemos preguntarnos si la absuelve enteramente” (Foucault, 2011b: 202).
225
y ganaba importancia la intimidad. Las mujeres esperaban recibir, así como
proporcionar, placer sexual, llegando a considerarse una vida sexual plena como
un requisito clave para un matrimonio satisfactorio. Del marido se esperaba que
sea, también, un buen amante. Este ideal de pareja tenía como prototipos a los
romances famosos: “Liz ha encontrado en Burton lo que nunca conoció. Marido y
amante. Un hombre que la mima y ama, pero no como a una muñeca sino como a
una adorable mujer” (“Liz Taylor. Dominada y dichosa”, Maribel Nº 1681,
08/06/65: 3-5).
Las revistas femeninas presentaban fantasías de matrimonio ideal con su cuota
de sensualidad y erotismo. El momento sublime era el de la boda, pero luego
había que esmerarse por disfrutar de las delicias del hogar y de la pareja. Cuando
esto no sucedía una serie de recomendaciones eran ofrecidas por las revistas
femeninas a sus lectoras para recuperar el amor en la conyugalidad.
226
“La púdica cónyuge ideal, casi santa, maternal, asegura el reposo del
guerrero capitalista exhausto, encerrándose en el hogar, rechazando
cualquier pasión culpable y usando muy lícitamente, pero con moderación,
su propio cuerpo” (Muchembled, 2008: 253).
Pero la felicidad conyugal también dependía de los cuidados del esposo. Una
publicidad de crema de afeitar Palmolive, de 1961, mostraba cómo la barba de un
marido podía arruinar un matrimonio. Ante la desatención de su mujer, el
protagonista se interrogaba: ‘¿Para esto me casé?’. Pero entonces ella le
recomendaba la crema de afeitar que usaba su ‘papá’.
Podía aconsejarse que ‘una mesa bien servida’ era “el estimulante más efectivo
que su marido conoce” (:56). Un discurso amparado en el habla de los astros, le
227
decía a la esposa: “Téngalo presente y recuérdelo en algunas ocasiones: él es el
amo y señor de la casa” (: 56). Daba además otras recomendaciones, dependientes
del signo del marido, como:
“…póngase sus mejores galas, repase el esmalte de sus uñas, compruebe la
verticalidad de sus tacos y la pulcritud de sus medias […] le gustan las mujercitas
despiertas y bien informadas. Lea, entérese y discuta […] cocine, señora, cocine
[…] Muéstrese siempre elegante, que no la descubra con la cara encremada o los
ruleros puestos” (: 56).
Este tipo de textos que, tras la boda como final feliz de tantas historias de
amor, en la realidad, la felicidad no era espontánea y costaba esfuerzos:
“Mucha gente (sobre todo las mujeres) se casa con la convicción de que su caso es
del todo particular y su amor distinto al de los demás. Por consiguiente, esperan que
el futuro se revele como una perpetua novela rosa, basada sobre un sentimentalismo
que tiene poco que ver con el sentimiento” (“Crisis en la vida de dos”, Maribel s/n,
1964: 25).
Pero sucedía también, que las mujeres olvidaban sus supuestos deberes, les
hacían recriminaciones a los maridos, descuidaban seducirlo diariamente, se
quejaban del tedio de la vida conyugal y del trabajo hogareño (Cosse, 2010) y
vociferaban este malestar en las revistas femeninas.
Los nuevos tiempos traían interrogantes acerca de la felicidad matrimonial. En
228
las páginas de las revistas proliferaban los test para evaluar el matrimonio,
revelando una creciente preocupación por los placeres y las obligaciones de la
vida privada (Pujol, 2002).
Las revistas femeninas daban cuenta de la infelicidad que podía acarrear
también el matrimonio: “Casarse… el sueño de tantas mujeres, ¿significa siempre
ser feliz?”, interrogaba Para Ti (“Tener un marido”, Para Ti Nº 2452, 25/08/69:
23). La revista incluía testimonios que demostraba que felicidad y conyugalidad
no eran sinónimos:
“Cuando yo era soltera casi me habían convencido de que era la mayor felicidad de
una mujer el tener un marido… por lo menos esa era la suprema aspiración de
nuestras madres, la mía y la de mis amigas; no es que quisieran casarnos en cualquier
forma, ni con cualquiera, no confundamos… sino que, para darles a ustedes un
ejemplo, se hubieran muerto de desesperación al vernos renunciar firmemente al
matrimonio” (: 23).
230
Figura 50: “Crisis en la vida de dos”, Maribel, 1964.
Las mujeres querían ‘sentirse conformes’: “Tengo más de lo que alguna vez
soñé, pero no me siento conforme… A veces pienso si no sería mejor que me
independizara y me fuera a vivir a otro lado con mi hijo” (“Los especialistas
contestan”, Femirama, Tomo 6, 03/68: 183). Una década atrás, el modelo de
mujer pregonado por la prensa femenina era el de un ama de casa sacrificada. No
importaba su conformidad, sino la de su marido. Separarse tampoco estaba entre
el horizonte de sus expectativas, por el contrario, ‘ser separada’, como definición
identitaria, era vergonzoso.
Pero entonces, ante la crisis conyugal, la especialista Delia del Solar en
Femirama instaba a la lectora a ‘aceptar lo que le tocaba’ si se sentía descontenta
con su matrimonios. Frente a la infelicidad conyugal, aún se negaba la posibilidad
de quebrar el vínculo y rehacer otro. Si bien la sacramentalidad del matrimonio
iba perdiendo vigencia, la imagen del matrimonio como obligatorio e indisoluble,
seguía presente, y ello implicaba un esfuerzo por parte de las mujeres para su
mantenimiento. Se apelaba a la resignación para sobrellevar el matrimonio. El
estatus de la mujer casada que predicaba este discurso era el de una mujer
dependiente:
“La felicidad no está en relación directa con las comodidades materiales ni con el
dinero. A veces consiste solamente en tener un compañero bueno y un hijo sano, a
231
quienes tenemos la obligación de brindar un verdadero hogar… No persiga usted
lejos de su hogar lo que tiene al alcance de la mano” (:183).
232
Las celebridades estaban habilitadas para las sucesiones de matrimonios y
divorcios.
Brigitte Bardot, ícono erótico internacional de la época, parecía liderar esta
escena de amores y desamores de la farándula. Los repasos sobre sus múltiples
relaciones amorosas la caracterizaban como una mujer con necesidad de un varón
protector (“Pasarán más de mil hombres, muchos más…”, Gente Nº150, 15/08/68:
16-18).
Gente también cubría los divorcios entre los famosos locales: “Quiero ser libre
y no sufrir otra vez”, decía Lidia Elsa Satragno –Pinky- (Gente Nº74, 22/12/66:
portada). Entre las razones del divorcio, la actriz exponía la necesidad de sentirse
deseada:
“Me sentía tan mal que cada día le preguntaba a mis amigos si ellos me veían linda
aún […] Yo era fea, me sentía fea. Un día fuimos a una fiesta y al acercarme a un
grupo vi cómo un señor de unos cuarenta años, muy buen mozo, dejaba de hablar
de pronto y me miraba. ¿Sabe qué pasó? Me di cuenta que hacía mucho tiempo que
no me miraban así y me fui” (: 2).
El discurso proferido por Pinky era un ejemplo de que las mujeres se volvían
exigentes con los maridos en el plano erótico. Betty Friedan había registrado esta
problemática en Estados Unidos:
“He oído hablar a muchos médicos de la existencia de nuevos problemas
sexuales entre marido y mujer –un apetito sexual en las esposas tan grande
que sus maridos no consiguen satisfacerlo. ‘Hemos convertido a la mujer en
una criatura sexual’ dijo un psiquiatra en la clínica de asesoramiento
matrimonial Margaret Sanger” (Friedan, 2009: 65).
Las revistas desplegaban notas que analizaban los motivos de las separaciones.
En este marco, el adulterio era comprendido como ‘la causa más grave del
divorcio’ y una de las más frecuentes:
“Adulterio, al margen de su significación jurídica –quebrantamiento de la fidelidad
conyugal- tiene otra, honda y humana. Es el fin de muchos sueños. La muerte de
una confianza y el descubrimiento o la evidencia de una traición […]
Lamentablemente, es común en esta época. Existió siempre; pero ahora, con el
‘vivir desesperado’, a ritmo vertiginoso, ha proliferado en exceso” (“La causa más
grave del divorcio: el adulterio”, Maribel Nº 1637, 21/07/64: 20).
30
La introducción del divorcio vincular en la Argentina llegó recién en 1987, cuando se sancionó
la ley de divorcio: “…mucho más tarde que a casi todo el resto del mundo” (Torrado, 2003: 277).
Tan tarde, que para la época, ya se había generalizado la práctica de la cohabitación ‘de prueba’
respecto a la primera unión y de la cohabitación permanente respecto a las uniones subsiguientes:
“O sea, cuando se le otorgó la oportunidad de divorciarse, una gran parte de la población había
llegado a la conclusión de que era mejor no casarse” (: 277). Esta práctica ya había sido
largamente adoptada de hecho por parejas desavenidas “…que preferían vivir de acuerdo a sus
sentimientos más bien que de acuerdo a prescripciones legales” (: 277).
234
17/12/70: 102). Desde el argumento cuantitativo de la cantidad de años de
casados, la psicóloga sostenía la posibilidad de “…aceptar un nuevo tipo de
familia donde el divorcio fuese una alternativa y no una catástrofe” (: 102).
Al hilo de estos cambios el concepto de felicidad conyugal se había
resignificado y se aceptaban las separaciones ante la infelicidad del matrimonio.
Hasta Para Ti, la revista femenina de perfil más tradicionalista, manifestaba que
el aumento del divorcio era una tendencia mundial y no podía dejar de debatirlo
entre sus páginas.
Las cartas de lectoras mostraban las vacilaciones femeninas ante el divorcio.
Las mujeres hablaban de su preocupación por dejar a un hombre al que se creía
que ya no se amaba pero que garantizaba comodidad y seguridad. El divorcio
implicaba cuestionar valores instituidos que en muchos casos habían regido la
estructura familiar de origen y era vivido con vergüenza en muchos círculos
sociales, entendido incluso como un fracaso social femenino.
Podía considerarse un desenlace posible del matrimonio, pero la separación
seguía siendo difícil. En este punto también persistían las diferencias de género y
los prejuicios. Los divorcios acarreaban problemas especialmente para las
mujeres, tal como exponía Silvina Bullrich en Maribel:
“En la Argentina no hay ninguna ley que obligue a la mujer a llevar en sus
documentos públicos el nombre del marido, prueba de ello la libreta cívica; sin
embargo, aún divorciada por culpa de él, encuentra infinitos escollos de leguleyos
caprichosos cuando desea suprimirlo de su pasaporte o de otros papeles, o para
firmar con su propio e irrenunciable nombre de soltera” (“El voto como símbolo de
responsabilidad”, Maribel Nº 1583, 02/07/63: 5).
239
Los ’60 fueron testigos tanto de un proceso de politización como de
mercantilización de la vida privada, con la “extensión del ámbito de mercado, de
la información y de lo político hacia el interior doméstico” (Preciado, 2010: 44).
Lo privado mercantilizado se asoció a las cualidades hedonistas del confort y el
bienestar, con tintes de un american way of life.
En un plano político, las condiciones culturales que separaban lo visible de lo
invisible y que habían fundado el régimen de lo privado y lo público estaban
cambiando. Lo íntimo, aquello que sólo se compartía con las personas en quienes
se confiaba; como “…un asunto de comunicación emocional” (Giddens, 1998:
81), había sido por mucho tiempo definido como un acotado reino femenino. Por
ejemplo, el diario íntimo había estado destinado a una escritura eminentemente
femenina, como un reducto propio de la joven soltera que permitía una expresión
personal (Perrot, 2008) vedada en el ámbito de lo público.
Pero el reino femenino de la intimidad y la vida privada estaba siendo
cuestionado por las feministas, tras las obras de Betty Friedan o Simone de
Beauvoir, que denunciaban al paraíso doméstico como una arquitectura
penitenciaria en que las mujeres se encontraban encerradas, mantenidas a
distancia de la esfera pública.
Las revistas femeninas habían sabido cooptar esta intimidad y tematizarla. Los
discursos en torno a las transformaciones que afectaban al matrimonio y la vida
personal, los vínculos afectivos y sexuales aparecían como preocupaciones
principalmente de las mujeres (Giddens, 1998).
Las cartas de lectoras detallaban problemas y tornaban públicas las cuestiones
íntimas. Las intimidades espectaculares ganaban espacios. La visibilidad de lo
privado en la vida de los famosos suponía una producción pública y mediática y
una espectacularización de la domesticidad.
Aún con cierto recato, la cama se iba tornando pública: “El sexo y la
privacidad doméstica que un día habían sido sólidos, por decirlo con Marx,
empezaban ahora a desvanecerse en el aire” (Preciado, 2010: 37). Herbert
Marcuse (1993), observaba con alarma esta situación y sostenía que se
desarrollaba una “…invasión del hogar privado por la proximidad de la opinión
pública, abriendo la alcoba a los medios de comunicación de masas” (: 49). La
240
habitación aparecía cada vez más como un espacio a la vez íntimo y
sobreexpuesto.
Las revistas femeninas y de actualidad se posicionaban como una pequeña
ventana a través de la cual acceder a la privacidad de los famosos. Desde cierto
voyerismo, sus intimidades eran uno de los tópicos más preciados en revistas
como Gente.
En los textos, los detalles psicológicos permitían bucear la región íntima de los
personajes y en un proceso de exhibición pública de lo privado, un striptease
asentado en una técnica periodística retrataba a través de entrevistas y fotografías
la vida privada (Preciado, 2010).
La producción y exhibición de la intimidad era una construcción discursiva
recubierta de ficción y distancia a la vez. Las espectacularizaban una intimidad
que aparecía como lejana. Ésta venía de la mano de una exhibición de los cuerpos.
Un erotismo asentado en la mostración fotográfica de la desnudez ganaba terreno.
A esta dimensión erótica se destina el próximo capítulo. Tras analizar los
discursos de la sexualidad y el amor, en las próximas páginas se abordan las
construcciones semióticas de los cuerpos eróticos en los discursos de la moda, la
publicidad y la salud, en torno a las significaciones de la belleza, la sensualidad, la
desnudez, la exhibición y los imperativos de juventud y cuidado del cuerpo.
241
CAPÍTULO VII
EL EROTISMO EN LOS CUERPOS
242
este juego cobraban relevancia las poses del cuerpo, las posturas seductoras. La
sugestión pasaba por los modos de sentarse, de pararse; pues, como dice Bruckner
(2011): “No basta con quitarse la ropa para desencadenar la confusión erótica, se
necesita una gracia, un arte que no todos poseen” (: 78).
En los ’60, la prohibición de la desnudez iba siendo cuestionada. Podía
aparecer como fragilidad o como turbación (Bruckner, 2011), como en el caso de
la publicidad de Vogue, aparecida en Femirama (Nº extraordinario, 06/69:
contratapa).
243
1.1 Norma erótica o transgresión normada en los cuerpos femeninos
El cuerpo de las mujeres ha sido vigilado y normado: “Aunque deseado, a lo
largo de la historia el cuerpo de las mujeres también es un cuerpo dominado,
sometido, a menudo apropiado incluso en su sexualidad” (Perrot, 2008: 98).
Pierre Bourdieu (1999) ha caracterizado lo femenino como un hábito que hace
de la experiencia femenina del cuerpo, un cuerpo-para-otro, incesantemente
expuesto a la objetividad operada por la mirada y el discurso de los otros. El
cuerpo femenino atractivo, disponible a la mirada del otro, se presenta como
“…una forma de complacencia respecto a las expectativas masculinas, reales o
supuestas” (: 86). Esta afirmación es discutible pues divide a los géneros en tanto
sujetos y objetos de deseo; olvidando asimismo que la propia posición de objeto
supone deseo. De todos modos, no puede desconocerse esta objetualización e
instrumentalización del cuerpo como posesión -el ‘tener un cuerpo’- y vigilarlo.
En este punto, la vigilancia y autorregulación no son lo mismo que el cuidado del
cuerpo:
“El sistema mediático y publicitario promueve, por medio de la
estimulación sensual, modelos corporales idealizados— modelos que, por lo
demás, son presentados como la clave de acceso a la felicidad y la plenitud;
concomitantemente, se promocionan, en un registro avalado por la autoridad
experta, las técnicas disponibles para alcanzar dichos ideales. El dispositivo
médico, en cuanto mecanismo de subjetivación, converge así con la lógica y
el poder de interpelación del espectáculo” (Córdoba, 2010: 162).
244
“La imagen puede ser una tiranía, porque las confronta a un ideal físico y
vestimentario al que deben someterse. Pero también es la celebración de ellas
mismas, fuente posible de placeres, de juegos sutiles” (Perrot, 2008: 31).
31 José Antonio Guillermo Divito (1914 -1969) fue un dibujante, humorista, caricaturista,
historietista y editor argentino. Ícono del humor gráfico argentino en las décadas de 1940 a 1960,
fue fundador y director de la famosa revista Rico Tipo.
245
Figura 52: “Chicas Divito”, Gente, 1969.
246
Figura 53: “Con un detalle de crochet”, Chabela, 1968.
247
Pero entonces cobraba forma un nuevo valor: la audacia. Los textos la
centraban en la personalidad y las imágenes la asociaban a lo provocativo y lo
desafiante. Las audaces miraban a la cámara de frente, con una pose llamativa.
248
Figura 56: “En su rostro la natural audacia del maquillaje joven” Publicidad Miss Ylang, Femirama, 1968.
Las chicas y sus costumbres juveniles eran una arena de confrontaciones entre
la apertura al cambio y el encono moralista. Las innovaciones expresadas en las
formas de vestirse, de actuar en público y de manejar el cuerpo, que desafiaban las
convenciones instituidas, se asociaban a la intención de conquistar nuevos
espacios de libertad y romper con las ideas de recato y pudor de los mayores
(Cosse, 2010).
El pudor obligaba a cuidar las apariencias. Las moralejas de las diversas notas
periodísticas destinadas a analizar los comportamientos de las jóvenes en torno a
su sexualidad ponían en evidencia toda ambigüedad de aquellos años: las mujeres
jóvenes solas debían divertirse, pero con cierta prudencia.
La audacia se comprendía como un modo de desafiar al pudor desde una cierta
convocatoria sexual. Los discursos moralistas hallaban a la sensualidad audaz
como culpable por la posibilidad de conllevar una degradación, y encarnar, por
ello, un peligro (Bataille, 2010) para el orden sexual.
Relacionado al sentimiento de obscenidad, el pudor buscaba reglamentar la
exhibición del cuerpo y lo no mostrable (Bleichmar, 2014). Pero entonces, el
pudor dependía de las circunstancias; indicaba Bataille (2010): “…el escote,
incorrecto al mediodía, es correcto por la noche. Y la desnudez más íntima no es
obscena en la consulta de un médico” (: 223).
249
Las narrativas rosas también instalaban el pudor frente a lo voluptuoso
considerado como obsceno del cuerpo femenino:
“Pagó el café y el mozo clavó los ojos en su escote, sin el menor respeto.
[…] recordó los gritos de su madre, ya lejanos, atrás, apilados en un montón de
sucesos que no quería remover.
‘¡Te contoneas como una bataclana!’ ‘¡No te ajustes tanto la cintura!’ ‘¡Ese
corpiño!’ ‘¡Haces tan evidente tu pecho que nadie puede alejar sus ojos de allí!’.
Instintivamente se llevó una mano al escote, tratando de taparse púdicamente. Y
tuvo ganas de salir corriendo, de correr y correr hasta llegar a un lugar desolado y
desierto, lejos de los ojos que la asediaban, que la cercaban, que la envolvían en
una red transparente de la que rara vez podía escapar sin la sensación tremenda de
haber sido acariciada, golpeada, manoseada” (“Casi pecado”, Vosotras Nº 1324,
20/04/61: 19).
Sin embargo, lo que ofendía al pudor estaba cambiando en los ’60. Al tiempo
en que se trastocaba la moral de la exhibición, el cuerpo femenino se transformaba
en un campo de batalla. Se cuestionaba la vieja moral burguesa que rechazaba
toda exhibición de desnudez y se ruborizaba ante cualquier alusión a la
sexualidad. En los intentos por recobrar aquella moral, los ímpetus censuradores
atacaban la visión del cuerpo desvestido y la osadía erótica.
La exhibición iba ganando terreno. Sus estrategias ofrecían a la mirada el
objeto de deseo, produciendo una ficción de realismo y proximidad (Preciado,
2010). Se ornamentaba un espectáculo de la exhibición corporal. El uso de
primeros planos anatómicos parcelaba los cuerpos y las manipulaciones
fotográficas construían ópticamente cuerpos ideales. Las imágenes del cuerpo
erótico jugaban con la regulación de la mirada y la figuración estetizada del
cuerpo, como estrategias de seducción. La retórica del striptease (Preciado, 2010)
tenía lugar como técnica de construcción de estas imágenes, con el auxilio de
nuevas técnicas fotográficas a colores que se aliaban para producir un efecto de
realismo e inmediatez desconocido hasta entonces.
Pero para que ese espectáculo revistiera la cualidad de sensual, debía suponer
algún halo de mística asociada a lo bello.
250
que lo designa para el deseo” (Bataille, 2010: 148). El papel de la belleza en el
erotismo torna al cuerpo poético, divino, fascinante.
La importancia dada a la estética erótica lograba que tanto mujeres como
varones se dedicaran a cultivar su atractivo. En el marco de lo que Pascal
Bruckner llamó como una “ingeniería erótica añadida a una empresa altamente
moral de mejora de uno mismo” (Bruckner, 2011: 153), la tendencia no haría sino
incrementarse a través de las décadas subsiguientes: “En suma, no hay derecho a
ser fea. La estética es una ética” (Perrot, 2008: 63).
La belleza instauraba una jerarquía estética y moral, centrada en un canon de
juventud y culto a la personalidad. Cuando “…lo ‘personal’ se convirtió en moda”
(Pujol, 2002: 221), la belleza también se individualizó. Se exaltaba la delgadez de
la modelo Twiggy o la gran nariz de Barbra Streisand.
La teoría de Erich Fromm (1966) ligaba la belleza a la potencialidad para ser
amado:
“Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste
fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de
amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame,
cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos.
Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan
poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición.
Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por
medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc.” (Fromm 1966: 12).
Para la cultura de la época, lo que equivalía a ser digno de ser amado era una
mezcla de popularidad y sex –appeal:
“Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir.
‘Atractivo’ significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son
populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad.
Las características específicas que hacen atractiva a una persona dependen
de la moda de la época, tanto física como mentalmente” (: 13).
251
A mediados de la década, se preguntaba en Maribel: “¿Qué es una mujer
bella?” (Nº 1640, 08/64: 50-53):
“Una mujer hermosa no es siempre poseedora de líneas perfectas clásicas o
proporcionadas. En cambio, una mujer bella es siempre algo más: es como la
pincelada final que ilumina la obra maestra de un pintor. La belleza será siempre
más un sentimiento que una idea, de ahí que sea difícil definirla con conceptos y
tengamos que recurrir a la ayuda de las metáforas” (: 51).
253
Figura 59: “Glamour de Verano”, Publicidad Angel Face, Maribel, 1960.
Figura 60: “Si lo que Ud. busca es la mejor calidad…”, Publicidad Parliament, Para Ti, 1966.
254
Resultaba claro el signo de estatus de esta aspiración glamorosa, que apostaba
a diferenciarse a través del valor otorgado a los estándares de consumo y el gusto
estético para cierta clase media-alta con aspiraciones de ilustración y ascenso
social.
La elegancia se asociaba a una imagen de éxito e independencia, sin que esto
resultara perturbador para el orden de género. El prototipo se encarnaba en
mujeres que trabajaban fuera de la casa, directivas, profesionales o artistas que
seguían su vocación. No eran obreras, maestras u oficinistas, aquellas para
quienes el trabajo constituía una obligación (Ballent, 2011).
Para las mujeres que no eran ‘naturalmente’ elegantes, las revistas daban
consejos para conseguir este charme, a través del uso del maquillaje, las tinturas
para el pelo, el culto al cuerpo, la juventud y la esbeltez:
“…dejemos este plano de lo abstracto y vayamos a las realidades. Y una primera
realidad concreta para alcanzar la belleza, como ya lo sabemos, son el maquillaje y
el peinado. Precisamente el mensaje del Consultorio intenta convertir a cada mujer
en una hábil maquilladora, capaz de crear una nueva cara sobre la suya, haciendo
resaltar los mejores rasgos y disimulando aquellos que quitan belleza y atractivo”
(“¿Qué es una mujer bella?”, Maribel Nº 1640, 08/64: 51).
255
Figura 61: “La mujer tiene además, una boca, dos ojos y una cara bonita”, Publicidad Coty, Claudia, 1964.
Para aumentar sus encantos, se recomendaba a las mujeres ser ‘auténticas’, una
receta infalible para convencer y seducir (“El secreto de la fascinación en el
amor”, Maribel Nº 1640, 08/64: 65). Las narrativas ponían en relato estos
encantos:
“…Nina: su manera de hablar; de moverse; de sonreír; de entornar los ojos… Su
cuerpo largo, lleno de sugestión. Cualquier trapo quedaba bien sobre ese cuerpo.
Pensó que había visones que parecían baratos cuando los llevaban ciertas mujeres y
algodones que resultaban suntuosos cubriendo figuras como las de Nina”
(“Murallas de angustia”, Maribel Nº 1625, 28/04/64: 14).
“La joven que avanzaba por entre las mesas no parecía darse cuenta de las miradas
de admiración que su paso suscitaba. Acostumbrada a recibir el homenaje que
todos rendían a su belleza, las consideraba sin duda como algo absolutamente
trivial. Alta, rubia, con una silueta esbelta, modelada por uno de esos vestidos que
sólo saben cortar los modistas parisienses, su entrada causó sensación” (“El secreto
de Olga”, Maribel Nº 1461, 14/02/61: 10).
256
No obstante, el aspecto seductor acarreaba un peligro: la vanidad, contra la cual
advertían las revistas femeninas. Se decía que la belleza femenina podía verse
menguada por “…una seguridad en sí misma, un airecito de suficiencia… Algo
que la empaña” (“Una mujer irresistible”, Cristina Nº 854, 08/65: 40). La vanidad
era considerada un pecado:
“Tenía un hermoso par de ojos negros, una espesa cabellera sedosa y un bien
formado esqueleto que recubría con una piel fina, y delicada […] Su inteligencia
era aguda y su atracción absoluta. Podría haber sido una excelente chica, pero
pecaba cada cinco minutos… de vanidad” (: 40).
257
Figura 62: “El último secreto de Sarah Bernhardt”, Maribel, 1964.
258
Figura 63: “El secreto de Olga”, Maribel, 1961.
259
Figura 64: “Misterio…Seducción…Tul…”, Publicidad Noveltex, Maribel, 1962.
3. La moral de la exhibición
Una condición sobreexpuesta iba alcanzando al cuerpo y a la sexualidad que
eran, al mismo tiempo, publicitados. Preciado (2010) asocia esta exhibición a los
regímenes de control sobre el cuerpo propios del, por entonces, emergente
capitalismo farmacopornográfico:
“El cuerpo y la sexualidad, producidos y representados por las tecnologías
visuales y de la comunicación, se ven también convertidos en dígito, al
mismo tiempo información, valor y número” (Preciado, 2010: 195).
261
La coquetería era, para De Beauvoir (2007), una atadura a la belleza, un
mandamiento. En esta línea reflexiona Perrot (2008):
“La belleza es un capital en el intercambio amoroso o en la conquista
matrimonial. Un intercambio desigual en el que se supone que el hombre, el
cautivador, es el único activo, mientras que su compañera debe contentarse
con ser cautivante, pero ¡qué ingeniosa en su supuesta pasividad!” (: 63).
Para evitar las marcas en el cuerpo de los años, las notas daban consejos para
mantenerse siempre jóvenes y evitar el envejecimiento. Se recomendaba ‘alternar
reposo y movimiento’, usar cremas y hacer dieta, cuidar la vista y el uso de
anteojos, visitar al dentista, llevar una alimentación justa y no ponerse ninguna
limitación para los deportes (“Ventajas y desventajas de los 40 años”, Femirama,
06/69: 116-122).
263
(“Ventajas y desventajas de los 40 años”, Femirama, 06/69: 116-122). Para
mantenerse joven, la mujer moderna debía ser feliz, lo cual implicaba ser activa,
juvenil y sensual como condiciones si no suficientes, al menos necesarias de la
felicidad.
264
Figura 67: “Moda: vidriera de ideas”, Femirama, 1969.
265
hijas. Así, el fenómeno de la moda, considerado superficial, daba cuenta de
prácticas cargadas de una sutil politicidad (Carrascal, 2010).
Con el acortamiento de las faldas, la moda se hacía más osada. Las jóvenes se
exhibían. Si bien la mayoría de los argentinos seguía apegada a un estilo más
tradicional, el impacto visual de la minifalda, los hot pants, los pantalones a rayas
y los vestidos de terciopelo hacía notoria la velocidad de los cambios en la moda:
“Bajo el modelo Beatle, con la elegancia londinense levemente transgresora,
los 60 iniciaron su parábola juvenil para internarse, ya sobre el final del
decenio, en un estilo más desalineado y barbudo, en el que las sandalias, las
camisas con volados, las botas, los chalecos de gamuza, las blusas tejidas
con la técnica africana batik y las vinchas impusieron entre los jóvenes los
aspectos externos del movimiento hippie” (Pujol, 2002: 59).
266
Figura 68: “Brava!” Publicidad Chevrolet, Gente, 1968.
267
Figura 69: “…la audacia de un guerrillero y la solvencia de un play-boy” Publicidad Sportline, Gente,
1969.
268
Figura 70: “…la última moda”, Publicidad Renault, 1968.
Figura 71: “Permanente juventud en sus cabellos”, Publicidad Helene Curtis, Maribel, 1964.
270
maquillaje de moda por esos años: la tez pálida, labios rojos, delineado de ojos de
un negro intenso y pestañas postizas.
271
Figura 73: “¡Oh!...¡Es ella!”, Publicidad Tangee, Maribel, 1964.
272
Figura 74: “Sus ojos son… atractivos?”, Publicidad Elisabeth Arden, Para Ti, 1967.
La mostración de la piel en ciertas partes del cuerpo era una de las principales
estrategias en el juego visual erótico del mostrar y el ocultar. El escote femenino
era resaltado como un punto erótico corporal. Por ello, en caso de que el pecho de
la lectora no se viera bien, la industria cosmética ofrecía cremas mágicas que
prometían embellecerlo.
273
Figura 75: “La belleza de su busto”, Publicidad Cremas Indígena Montenegro, Maribel, 1964.
Figura 77: “El pelo es el único vestido personal-natural de la mujer…”, Publicidad Panten, Para Ti, 1967.
274
Figura 78: “La verdad vestida…”, Publicidad Singer, Para Ti, 1969.
La conjunción de la espalda desnuda y la sugerencia de un escote descubierto
era una estrategia replicada en los anuncios, de alta carga erótica.
275
Figura 80: “Jabón de tocador”, Publicidad Prosan, Femirama,1966.
Figura 81: “Diviértase al sol sin temor…”, Publicidad Coppertone, Para Ti, 1968.
276
Figura 82: “Crema fluida y veraniega”, Publicidad Kareen Horn, Femirama, 1969.
277
Figura 84: “Botas anchas”, Publicidad Good Year, 1968.
Con todos estos detalles de la moda que realzaban eróticamente ciertas partes
del cuerpo, la seducción se complejizaba y se sofisticaba. Mientras tanto, la
ceremonia de la seducción iba cambiando, sus tareas eran asumidas tanto por
varones como por mujeres. Las figuraciones de la seducción femenina contaban
con prototipos corporales. Entre los estereotipos seductores se encontraban el ama
de casa cada vez más erotizada, la joven rebelde, la playmate, la glamorosa, la
misteriosa o la peligrosa, hasta la diva escandalosa. Las revistas femeninas los
proponían y ofrecían así parámetros para las jóvenes, interesadas en ser populares
o atractivas para conseguir gustar a los chicos (Friedan, 2009).
El próximo capítulo analiza la construcción de figuraciones corporales
seductoras tanto femeninas como masculinas, bajo la hipótesis del mandato a la
erotización del género femenino en la época, pero también la construcción erótica
de lo masculino que realizaban las revistas femeninas a través de los íconos
sexuales en boga durante la década.
278
CAPÍTULO VIII
FIGURACIONES CORPORALES ERÓTICAS
“La liberación de las costumbres ha
favorecido, pues, la emancipación de las
mujeres, los cuerpos circulan más
fácilmente, bajo reserva de ser ‘deseables’”
(Bruckner, 2011: 36).
1. Erotismo doméstico
La seducción iba ganando terreno en el ámbito doméstico y también se iba
tornando un deber, tanto para ellas como para ellos. Con el tiempo, nadie estaría
exento del deber de gustar, incluso después de veinte años de matrimonio.
Las revistas femeninas enseñaban que dentro de la vida doméstica, el ama de
casa podía enfatizar su glamour y estar perfectamente maquillada mientras pasaba
la lustra-aspiradora. La mujer doméstica, identificada con la condición de hija,
esposa o madre, era un agente anónimo de resexualización que participaba de una
resignificación erótica de la vida cotidiana. En esta órbita, la joven esposa era uno
de los personajes más típicos, prototipo de las chicas jóvenes y lindas, que podían
ser seductoras, pero que ya no tenían necesidad de serlo todo el tiempo porque ya
habían cumplido su objetivo en la vida: se habían casado por amor y quizás ya
estaban realizadas a través de la maternidad.
Una mirada antierótica sobre la maternidad imponía que hasta una femme
fatale, al convertirse en madre, debía perder a menos en parte sus encantos
seductores. Caso contrario, se la condenaba:
“Así era la Claudia Cardinale que empezó a sofisticarse cuando, una vez que había
tenido su hijo en Londres, decidió que el dinero y la fama podían llenar más su
vida que el amor de su hijo” (”Claudia Cardinale: la mujer que no supo interpretar
su mejor papel: el de madre”, Para Ti Nº 2329, 08/05/67: 6).
279
Figura 85: “Claudia Cardinale: la mujer que no supo interpretar su mejor papel: el de madre”, Para Ti,
1967.
280
“-Fuerte y tierna para que nos ayude a enfrentar y vencer las duras vicisitudes de la
vida, con esa potencia materna que la auténtica mujer tiene siempre latente no sólo
para sus hijos, sino para ese primer y último hijo que es su compañero. Y,
paradójicamente, con esa indefensidad32 que en otros momentos de la existencia la
hace necesitar el apoyo y la fuerza de su hombre. En suma, esa alternativa
capacidad de fortaleza y debilidad que nos ayuda a sobrevivir en la adversidad y a
protegerla en sus momentos de desamparo. Y sensible, inteligente, sutil,
comprensiva. Capaz de comprender que los hombres somos en buena medida como
los niños: disparatados, fantásticos, exploradores, huidizos, aventureros. ¿Es
mucho pedir? No, si se tiene presente que nos preguntan por la mujer ideal” (: 51).
32
Se trata de una cita textual.
281
No obstante, se marcaba que la inteligencia de la mujer no debía superar la del
varón:
“Las muy inteligentes son peligrosas; las tontas, hartantes. Inteligencia sí, pero no
superlativa. Inteligencia para saber interpretar, comprender, aconsejar con criterio
pero sin suficiencia. La necesaria para saber demostrar que ‘no es más’, aunque lo
sea. Compañera, amiga, comprensiva y consejera cuando se recurra a ella. ¿Culta?
Sí, muy culta y educada sin hacer ostentación de sus conocimientos. Agradable
para uno y para los demás. La mujer debe ser algo así como la jefa de relaciones
públicas del hogar. Coqueta también. Es uno de los atributos femeninos” (: 53).
Ese nacionalismo distinguía entre las mujeres de la capital con las del interior.
Se decía que las ‘chicas del interior’ eran “más espontáneas, más cariñosas y
mucho más amables” (: 71). Cuando se le preguntaba a este actor: “-¿Con ‘chicas’
de qué edad sale preferentemente?”; él respondía: “-No mayores de 18 años” (:
71); una afirmación que décadas más tarde, dada la importancia creciente de la
división entre la adolescencia y la adultez, podría escandalizar a muchos, pues se
trataba de menores de edad.
Del otro lado del espectro de la mujer doméstica comprensiva o de la
adolescente inocente y cariñosa, se hallaban las femmes fatales, prototipos por
excelencia de una erótica del peligro.
283
“…las brujas tienen fama de montar a los hombres –algo que en la
cristiandad es contrario a la posición considerada natural-, o de tomarlos
desde atrás: en definitiva, de hacer el amor como no se debe” (Perrot, 2008:
84).
284
estética melodramática acerca de la vida personal de las celebridades. Cuando una
estrella aparecía en las revistas, nunca se la presentaba haciendo o disfrutando su
trabajo como actriz, cantante o lo que fuere: “…a menos que al final hubiera
pagado por ello perdiendo a su marido o a su hijo, o admitiendo de alguna otra
manera su fracaso como mujer”, alegaba Betty Friedan (2009: 91), quien se había
desempeñado como periodista.
La figura de la diva, encarnada en nuevos íconos que importaba el star system
estadounidense y europeo, era la de una provocadora, también denominada ‘vamp’.
En el país, el sistema de estrellas con ‘la criollización del glamour holliwoodense’
(Varela, 2010) permitía dosis de desenfado y transgresión a algunas divas sexuales
como Libertad Leblanc. Pero entonces, cuando las revistas deseaban hablar de
escándalos eróticos, preferían a las celebridades extranjeras, alejando a las
transgresiones del territorio nacional.
En primer plano se ubicaba Brigitte Bardot o ‘B.B.’, como la denominaban
sintéticamente –no casualmente era ‘bebé’, un vocablo que se utiliza como
piropo-. Bardot no era una modelo tradicional, tenía más de 30 años, había pasado
por varios matrimonios y amantes:
“Brigitte Bardot, ese monstruo rubio, fascinante, arbitrario, acabó de archivar su
penúltimo romance, Gunther Sachs, para lanzar al mundo otro desafío: el de su
futuro matrimonio con Luiggi Rizzi, un italiano 8 años menor que ella y dueño de la
fábrica de los Rolls Royce. Este es el último, pero no el definitivo, así al menos lo
prueba esta galería de romances” (“Brigitte Bardot: Pasarán más de mil hombres,
muchos más”, Gente Nº 160, 15/08/68: 16).
285
Figura 86: “Brigitte Bardot: Pasarán más de mil hombres, muchos más”, Gente, 1968.
286
Figura 87: “Catherine Deneuve, operación sonrisa en Hollywood”, Femirama, 1969.
Los críticos la denostaban por su belleza sin talento: “Ella también pone la cara
y chau” (“¡Delon… Delon… qué lindo sos!”, Gente Nº217, 18/09/69: 86)33. Pero
al mismo tiempo valoraban su faz enigmática y por ello mismo, erótica: “La
Catherine no es una gran actriz, pero es otra tipa misteriosa, enigmática,
indescifrable” (: 86).
Al mismo tiempo se promocionaban otras famosas bellezas del cine
norteamericano como Jane Fonda y Raquel Welch. “La turbulenta vida de Jane
Fonda” era publicada por Maribel (s/n, 1964: 42-43), con una imagen a doble
página de la diva recostada boca abajo en una cama, su torso desnudo y su rostro
con el característico maquillaje de la época: ojos y pestañas muy delineadas y una
boca roja.
33
El análisis de esta nota sobre Alain Delon se amplía en el próximo apartado.
287
Figura 88: “La turbulenta vida de Jane Fonda”, Maribel, 1964.
Otra que había causado escándalo en la época era Verushka, modelo que
protagonizó las escenas catalogadas como eróticas en Blow up, el filme censurado
de Michelangelo Antonioni. “184 centímetros de fama y elegancia”, eran las
288
palabras que elegía la revista Gente (Nº190, 13/03/69: 66) para definirla, al
tiempo que mostraba fotografías de la actriz blonda de larguísimas piernas, de
frente y de cuerpo entero: “La más alta, la más bella, la más todo” (: 66); con su
rostro de ojos fuertemente delineados:
“Tiene la cintura al aire. El pantalón caído sobre la cadera. El escote amplio
enredado entre cadenas. Y cadenas sobre la camisa de mangas largas, violetas y
sobre la cintura. Verushka camina como Verushka. Como una reina normanda. Los
fotógrafos se inclinan a su lado, la rodean […] mujer agresiva, felina, casi brutal,
que se contorsiona en las fotografías del ‘Vogue’. No parece a pesar de todo la
misma mujer-pantera de la secuencia de ‘Blow-up’. Aunque tenga exactamente la
misma cara o la misma figura. Cuando el flash no la bombardea tiene la expresión
dulce y un aire juvenil. Casi parecería ser más joven” (: 69).
290
El mundo femenino podía quedarse tranquilo, estaba a salvo si una mujer como
Liz Taylor había sido domada: “…he vivido años de capricho en capricho, ahora
me encanta descubrir e incluso manifestar que es él quien decide, quien domina”
(“Liz Taylor. Dominada y dichosa”, Maribel Nº 1681, 08/06/65: 3). La novela de
amor, finalmente, triunfaba:
“Es la Gran Leyenda, una fábula, una novela. La bellísima muchacha que se hace
grande y se casa con el príncipe encantador. Y que, como estamos en los tiempos
modernos, se casa con varios príncipes. Y vive feliz con cada uno (al comienzo) y
luego se siente desgraciada. La muchacha fabulosa que, además, triunfa de todas
las enfermedades, vence a la propaganda adversa, supera los papeles equivocados y
a los tiránicos dueños de los estudios. Siempre bella, siempre fuerte, siempre
triunfadora. Que ha encontrado al verdadero príncipe. Tal vez para siempre” (“La
mujer domada”, Gente Nº83, 23/02/67: 9).
El cuento del príncipe azul seguía vigente, aunque actualizado: los príncipes
podían ser varios y las historias de amor no eternas. Taylor, casada, domada,
entraba en la órbita de las mujeres virtuosas: “‘Se imaginan a Liz una mujer fatal.
Es un ama de casa, tranquila sentimentalmente. Las ‘fatales’ tienen un ejército
secreto de amantes. Liz se casó con los hombres que amó” (: 9). La mujer fatal se
fusionaba con la inocencia requerida para la doméstica. Pero entonces, por el
camino inverso, las domésticas se iban uniendo cada vez más a las filas de las
provocadoras.
El temido encanto femenino reunía dos modelos: el de la adolescente inocente
y el de la incitadora, la juventud y la experiencia. Las que sabían usar ambos
prototipos a su antojo eran definidas como coquetas, que tejían estrategias para
manejar a sus enamorados o para atraerlos con el fin de rechazarlos. En esta área,
el poder femenino se unía a la seducción entendida como manipulación:
“Ahí es donde se oculta la gran reserva del poder femenino. Las mujeres no extraen
su fuerza del talento […] las mujeres saben que el mejor proceder para atraerlos y
convertirlos en instrumento de sus designios es, precisamente, el hacer valer su
femineidad” (“La mujer 1963”, Maribel Nº 1573, 23/04/63: 50).
292
Figura 90: “Ellas sienten latir al hombre en el Playthompson”, Gente, 1969.
Pero entonces, durante la década el ideal viril también estaba mutando.
Mientras en años anteriores cabía esperar que un hombre se casara y mantuviera a
una mujer –como varón proveedor y reproductivo- y quien no lo hiciera así era
considerado sospechoso, en determinado momento, los hombres se hicieron más
prudentes respecto a asumir las cargas matrimoniales. La figura masculina
nacional del guapo ya no se estilaba:
“La guapeza, entendida como documento de hombría, ya no se estila. El guapo de
hoy, si existe, ya no se estila. El guapo de hoy, si existe, asume otras
particularidades, de postura, de procedimientos y de ambiente” (“Guapos”, Gente
Nº 89, 06/04/67: 32).
El ‘auténtico’ guapo ‘legendario’, caracterizado por ‘la bravura’, ‘el coraje’ –lo
que luego se llamaría como violencia de género- sólo permanecía ‘en la memoria
del vecino más viejo de cualquier suburbio’ o yacía ‘arrinconado en la letra de
algún tango’, en anécdotas como:
“… cuando enardecido discutía con su concubina de turno se armaba de un martillo y
hacía trizas todos los espejos de los muebles del dormitorio. Después los mandaba a
reponer hasta la próxima divergencia […] asentaba su prestigio de implacable
déspota acomodándole a su cónyuge una ‘marimba’ cotidiana. Cuando la martirizada
falleció se hizo presente en el velorio luciendo al cuello un pañuelo de color rojo
insolente” (: 32).
295
aficionado pero con la perfección de un profesional: “Cuando después atraviesa la
sala moviéndose al ritmo del tango, las mujeres sólo tienen miradas para él” (: 142).
Mientras que el tango tenía su momento de fama como baile sensual, A Valentino
se lo caracterizaba como ‘gigoló’, abocado a la tarea de seducir a las damas:
“Elegantísimo, engominado, lanzando miradas lánguidas y sonrisas de propaganda
de dentífrico, se inclina con mucha distinción para invitar a las señoras. Rodolfo
gusta. Más de una bella y rica dama de la alta sociedad va al Bustanoby por él” (:
143).
El divo hasta había cumplido, en su vida ‘real’, el estereotípico rol erótico del
jardinero que seducía a la esposa de su empleador: “Rodolfo fue despedido
cuando el señor Bliss cuando éste se dio cuenta de que el bello jardinero, además
de cultivar sus terrenos, se ocupaba asiduamente de su mujer” (: 143).
Su mito se construía como el de un varón capaz de seducir y enamorar
instantáneamente a una mujer: “… bailó con Rodolfo, comió con él, se enamoró y
le propuso que la siguiera a Hollywood” (: 144). Así, el divo se tornaba un peligro
tanto para las mujeres como para el resto de la masculinidad.
Sus historias conyugales abonaban el mito transgresor: fracasos matrimoniales,
acusación de bigamia, divorcios y múltiples peripecias amorosas que eran
seguidas por la prensa. No obstante, el actor decía querer una mujer de estilo
doméstico y reproductivo: “-Yo no me casé para tener una socia, una directora
artística o técnica, sino para tener una mujer que no me diera guiones o
argumentos, sino hijos. Eso es lo que pretendo” (: 146).
Pero entonces, su masculinidad amenazante pasó a ser amenazada por una
aparente feminización: “Se murmuraban extrañas historias que ponían en duda sus
facultades masculinas” (: 145). El periódico ‘Chicago Tribune’ en 1926 lo había
acusado de utilizar cosméticos, pomadas, incluso el lápiz para labios y ojos: “Sin
duda alguna estos refinamientos se los debemos a ‘hombres’ como Valentino, ese
monigote que no se atreve a dar dos pasos sin usar la pinza para las cejas’” (:
146). Aparentemente, apabullado por aquella acusación, Valentino había muerto
muy angustiado.
No obstante, en los ’60, la revalorización del estilo gigoló o donjuán
heterosexual implicaba a varones que se entregaban cada vez más a las fauces de
la cosmetología, las peluquerías y la moda y el estilo unisex. En la década se iba
296
acentuando la idea de que la masculinidad no estaba en los bíceps ni en los
métodos tradicionales de seducción: “Así como el busto dejó de ser condición sine
qua non para la belleza femenina, los hombres (preferentemente los actores, claro)
pudieron ser atractivos sin hacer pesas” (Pujol, 2002: 221).
La masculinidad se encontraba en un brete ante las nuevas reglas en los juegos
de seducción, donde las mujeres comenzaban a estar más dispuestas a vivir su
sexualidad:
“Son seductores, sí, en la medida en que están preocupados —sobre todo—
con la conquista sexual y con el ejercicio del poder. ¿Pero qué premio
ofrece una victoria cuando la victoria es tan sencilla? ¿Qué se puede
saborear aquí cuando el otro no sólo consiente sino quizás busca la
experiencia sexual de forma igualmente impaciente? […] la afirmación del
poder en la seducción, allí donde las mujeres son vencidas o se las mata
simbólicamente, podría parecer superficialmente de lo más desafiante,
cuando el individuo se enfrenta con alguien que afirma su igualdad frente a
él” (Giddens, 1998: 53).
299
Figura 91: “Cuatro veces 007”, Gente, 1966.
302
“-¿No teme ser solterón?
-¡Si yo hubiera vivido todos los idilios que me han atribuido en las revistas, Don
Juan y Casanova serían dos ingenuos y tímidos adolescentes a mi lado! Las
publicaciones tienen una especie de monomanía en inventarme romances y hasta
en casarme.
-¿Y usted le teme al matrimonio?
-Temor, precisamente, no. Pero lo pensaré muy bien antes de dar el paso. No
quiero que me suceda como a muchos de mis amigos de Hollywood, que a los
pocos meses de casados descubren una ‘incompatibilidad de caracteres’ con su
mujer y… todo termina en divorcio.
-Pero si lo sigue pensando tanto, ¿no teme convertirse en solterón?
-Creo que aún me queda tiempo… Acabo de cumplir 28 años” (“El ‘Dr. Kildare’
teme al mal de amores”, Maribel s/n, 1964: 65).
En la prensa femenina, así como los galanes maduros eran reconocidas figuras
eróticas, los teenargers iban ganando lugar en la escena, como consumidores de la
nueva imagen masculina, urbana y juvenil:
“Ahora que parece haber terminado la época de la mujer-niña comienza la del
hombre-adolescente. La fantasía de la moda se ha centrado en ‘él’. El hombre de
gris con el saco cruzado de corte inglés, parece haberse convertido en una imagen
antigua y nostálgica, mientras el norteamericano deportivo, que dispone de todos
los colores para sus trajes es el nuevo ídolo de la elegancia masculina” (“Ventajas y
desventajas de los 40 años”, Femirama Nº extraordinario, 06/69: 120).
Ser y parecer joven era un imperativo de época tanto para ellas como para
ellos. Muchos actores buscaban congelarse en una imagen eternamente juvenil,
como James Dean, prontamente convertido en ícono teenager tras su muerte:
“El miedo de crecer, de cambiar, de comprometerse que atormenta a los jóvenes de
hoy tiene su mejor representante en este personaje insobornable. James Dean no
cambiará jamás, no crecerá ya más, no se comprometerá nunca porque está muerto.
Es el adolescente divinizado y exaltado. Y un detalle muy sugestivo: su cadáver no
quedó desfigurado a consecuencia del accidente que le costó la vida; es decir, se
tornó en una suerte de ser angélico, una imagen legendaria” (“James Dean”,
Maribel Nº1573, 23/04/63: 5).
El actor era un ícono de la joven rebeldía, del “…placer especial en romper las
reglas sociales” (: 5); “Modelo ideal de adolescente, Jimmy encarnaba todas sus
alegrías y todos sus complejos” (: 6). Contra la pulcritud en el vestir, abonó a una
moda desalineada:
“James Dean se ha convertido en un ser mítico, en un ídolo como lo fue Rodolfo
Valentino en su época. Detrás de las estatuas, los discos, los libros, la venta de
recuerdos personales, los 300 clubs ‘James Dean’ en el Japón, etc., está la imagen
imborrable de aquel muchacho delgado, cargado de espaldas, miope, despeinado,
que tartamudeaba ligeramente y se vestía con negligencia” (: 3).
304
Figura 93: “¡Delon… Delon… que lindo sos!”, Gente, 1969.
Delon era el galán del momento y Para Ti se sumaba a la moda del poster para
que las chicas colgaran la imagen de su rostro sus ‘cuartos propios’: “Respondiendo
a los insistentes pedidos de nuestras lectoras, con este número regalamos a usted un
poster en colores de Alain Delon” (“Alain Delon”, Para Ti Nº2452, 25/08/69:
poster).
Una legión de actores teenagers resaltaba su juventud para resultar atractivos. En
esta línea, el actor Dirk Bogarde, hipotetizaba que su semblante infantil: “Consigue
305
despertar el instinto maternal que hay en toda mujer. No olvidarse que todas las
niñas juegan con muñecas” (“Los hombres frente a mi cámara”, Maribel Nº 1474,
16/05/61: 28).
Se los construía como niños nada inocentes, más bien pícaros y traviesos, pero
también solitarios y enigmáticos o asediados por una pena de amor. Las notas
periodísticas en las revistas femeninas no dejaban de recalcar que los galanes, por
muy mujeriegos que fueran, no dejaban de ser sentimentales y por lo general no
gustaban de autodenominarse playboys. Así lo remarcaba George Hamilton quien
identificaba a éstos últimos como vagos y afeminados. Frente a ellos se definía
como “…ejemplo clásico de exuberante masculinidad” (“La historia de George
Hamilton”, Femirama, Especial Navidad, 12/67: 168). En un culto al
entretenimiento, se mostraba ocupado por diversas actividades conocidas por el
público: esquiaba, hacía ejercicios, comía en buenos restaurantes, salía a bailar:
“Soy parte de esta época en que se vive a ritmo rápido. Y eso no significa ser un
‘playboy’. Los ‘playboys’ que conozco, y he conocido muchos porque he actuado
siempre en los altos círculos, son básicamente muy desgraciados. No tienen amarras
ni seguridad. No funcionan […] No se puede ser ‘playboy’ y trabajar al mismo
tiempo. Yo trabajo mucho y me divierto mucho […] Admito que la definición
concuerda con mi imagen y el sello de ‘dandy’ que me han puesto. Ya le dije que me
gusta la ropa buena, lo cual no creo que sea un crimen. En realidad, en un mundo
donde se hace alarde de desprolijidad, es tiempo de que un hombre les recuerde que
‘el hábito hace al monje’. A mí al menos la apariencia me ayudó para probar lo que
valía” (: 168).
306
bombardeos y miseria. De ahí que tuviera un gran deseo de salir y divertirse, de
conocer mundo, mujeres, gente chic y centros nocturnos. En su hogar le soltaron
las riendas y Günther viajó. Así fue como descubrió la ciudad ideal, el lugar de
sus sueños, Saint Tropez. Y allí fue donde se convirtió en playboy.
Desde que finalizó la guerra no se ha oído hablar de playboys alemanes. Entre
otros motivos porque los alemanes no tienen ni la psicología, ni la mentalidad de
un playboy. Tampoco poseen las maneras galantes, el humorismo y la fantasía
necesaria. En una palabra, no tienen el ‘tipo’. Pero Günther sí. Con él nace el
primer playboy alemán de los años cincuenta, a pesar de que el tío le negó el
‘von’ que habría sido un arma muy útil” (“Günther Sachs sin máscara”,
Femirama, Nº extraordinario, 04/68: 85).
Su última conquista había sido nada menos que Brigitte Bardot. Por su fama
de gigoló y de vivir a costa de las mujeres que enamoraba, se decía que había
disfrutado de una luna de miel gratuita y que había vendido a buen precio la
exclusividad de las fotografías de su boda con Bardot. Parecía que los playboys
mantenían su vida hedonista desde las cuentas bancarias de sus conquistadas.
La moda juvenil iba convirtiendo los treinta años, y la cercanía de los 40, en
un motivo de angustia para ellos. Pero aún más para las mujeres, incluso para
una diva como Bardot:
“… se ha convertido en el marido de la legendaria Brigitte Bardot. Y se ha
casado precisamente con BB que ha pasado la barrera de los treinta años, los
contratos han disminuido, las fotos se tornan más esporádicas y la conquista de
los maridos se hace más difícil, por lo cual es también más difícil dejarlo escapar
(aunque Günther, naturalmente, no tienen ningún deseo de huir).
Günther tiene actualmente treinta y cuatro años y esto lo angustia. Realmente no
se puede tener todo: buena vida, hermosa mujer, espléndidos amigos, dinero sin
trabajar, un buen físico por el cual suspiran muchas mujeres… y además ser un
jovenzuelo” (: 85).
Los galanes se caracterizaban por sus legiones de admiradoras. Se decía que las
fanáticas eran chicas soñadoras que suspiraban frente a los astros de cine y
televisión, reflejo de “…una faceta del alma femenina, que erige ídolos para
admirar y hombres para amar” (: 50). El varón, en cambio, era construido como
más realistas, pues no amaba “…platónicamente la imagen inaccesible que se le
proyecta desde la pantalla” (“Los argentinos opinan sobre su mujer ideal”,
Femirama, Nº Especial Navidad, 12/67: 50).
Las estrellas debían contar con unas agitadas vidas sentimentales, reiterados
matrimonios, noviazgos y compromisos, para tener prensa en las revistas del
corazón. Muchas veces las celebridades eran construidas como aquellas que no se
atrevían a enfrentar la responsabilidad de los compromisos y por ello se separaban
307
reiteradamente. Por su parte, denunciaban la construcción mediática de su vida
íntima.
En esta escena también había lugar para los galanes feos con ‘personalidad’,
como uno de los nuevos cultos sesentistas. Tal era el caso de Belmondo, “un galán
feo” (“Belmondo, el inocente”, Maribel Nº 1656, 08/12/64: 21) que resaltaba por
su actitud ocurrente: “-¿Puedo preguntarle en qué piensa cuando filma una escena
de amor? -En mi cuenta del gas” (: 21).
Definido como la ‘antítesis’ de los playboys, decía no gastar su dinero “…en
los night clubs manteniendo queridas de rumbo” (: 21) o cambiando un automóvil
por semana. Alegaba que su vida era reposada y familiar.
Los galanes mayores de 40 años se veían obligados destacarse a pesar de su
falta de juventud: “La fascinación que ejerce a los cuarenta y tres años Paul
Newman entre el público femenino es envidiada por más de un galancito
veinteañero” (“Ventajas y desventajas de los 40 años”, Femirama, 06/69: 120).
308
En el país, el espectro de galanes nacionales cubría diferentes prototipos, con
un cariz más autóctono.
34
Isidoro Cañones es un personaje de historietas de Argentina, creado por Dante Quinterno.
Creado como personaje secundario de Patoruzú, pero con el tiempo ganó suficiente popularidad
como para tener su historieta propia. El personaje figuraba al playboy mayor de Buenos Aires y su
vida, conviviendo con su barra de amigos, su bella joven cómplice Cachorra, su tío autoritario, el
coronel Cañones.
309
“Veintinueve años y un rostro que conserva algo de adolescente. Tiene seguridad
en sus conceptos. Su manera de hablar y de sonreír no deja duda sobre su auténtica
sinceridad. Nacido y criado en un pueblo de la provincia de Buenos Aires (Juárez)
y radicado con un hermano en nuestra capital, a los 14 años, sin embargo, aún
conserva esa pátina inconfundible de quien, como él, respiró el aire del campo y
tuvo como cuna, el amor, la fe y el sacrificio” (“Atilio Marinelli, el galán de
moda”, Maribel Nº1586, 23/07/63: 26).
También cobraban fama aquí los galanes que nada tenían de aquella belleza
aniñada. Un ejemplo paradigmático era Sandro, quien se convertiría en un ícono
erótico nacional, con una horda de admiradoras que lo seguirían amando por
décadas. Roberto Sánchez era un tipo de galán que, ya desde el uso de un
seudónimo, desdoblaba su vida privada de su vida pública: “… creo que el
hombre, no el cantante, tiene derecho a que su intimidad no sea invadida”,
sostenía (“Sandro y el revés de la trama”, Para Ti Nº 2452, 25/08/69: 72). Las
mujeres se desataban con sus sensuales movimientos, expresado y poniendo en
escena al deseo femenino.
Desde diferentes estilos de seducción masculina, se desataban las pasiones
femeninas. Los galanes las conquistaban y enamoraban desde una lejanía que les
recordaba que no podrían tener a ese objeto de deseo.
310
4. Seducidas y abandonadas
Acuciadas por los relatos rosas en que la protagonista amansaba, suavizaba y
alteraba la masculinidad aparentemente intratable de su varón, muchas mujeres
soñaban con ser las domadoras de estos conquistadores compulsivos. Pero aún
seguían cayendo presas de la caza masculina.
Frente a los seductores sesentistas, Maribel advertía a las mujeres una serie de
cuidados frente al ritual de la cacería:
“El hombre es, delante de la mujer, un conquistador. Quiere hacerla suya,
pasajeramente o para siempre, y pues ya no se usa el que la rapte o la compre, le
hace la corte, la halaga, le promete el sol y la luna. La ame sinceramente o no, es él
quien actúa.
La mujer sufre su asedio. Es la presa y el botín. Ella puede sugerir que quisiera ser
conquistada; tiene incluso muchos medios para hacerlo, pero representa la parte
pasiva en este eterno duelo, y su victoria consiste en ser vencida.
Naturalmente, lo propio de cada sexo no tiene nada de absoluto, varía según el
carácter individual. Hay mujeres conquistadoras, como hay hombres que prefieren
ser conquistados. Sin embargo, la mayor parte de las mujeres quieren someterse; la
mayoría de los hombres, subyugar. Todo nuestro concepto de amor está basado en
la idea de que el hombre ataca y persigue, mientras que la mujer se deja atrapar.
El conquistador puede ser monógamo en el más amplio sentido de la palabra y
contentarse con la conquista de una sola mujer. Pero la convicción de que hacer
conquistas es signo de virilidad está tan enraizado en los hombres, que determina
toda su moral sexual. Consideran como un derecho y casi como un deber el ver en
la mujer el objeto de caza” (“La mujer de hoy y los conquistadores”, Maribel
Nº1583, 02/07/63: 73).
312
domésticas y familiaristas. Como subversores de la virtud, ponían en cuestión el
orden masculino de protección sexual y de control (Giddens, 1998). Eran temidos
por la competencia masculina, pues, en términos de conquista, las posiciones
ganadores-perdedores eran una constante donde los seductores triunfaban.
Maribel se oponía a que las mujeres asuman el rol de conquistadoras.
Distinguía roles de género en los juegos de la seducción, alegando que las mujeres
preferían amar a seducir:
“¿Hace falta, pues, que las mujeres los imiten y se transformen también ellas en
conquistadoras cínicas, para probar que hemos llegado a ser iguales a los hombres?
Aunque lo quisiéramos, pocas de entre nosotras serían capaces de ello. Somos
mujeres, y esto quiere decir que preferimos amar a seducir, ser buscadas que estar
al acecho. Corresponde a nuestra naturaleza (constitucional o adquirida) ser la
pieza que pisa la liga o cae en la trampa” (“La mujer de hoy y los conquistadores”,
Maribel Nº1583, 02/07/63: 73).
315
2. Hedonismo pop: imperativos de placer y consumo
En los años ‘60 del siglo XX, el hedonismo reverdecía. Esta corriente
trasladaba la felicidad al plano del placer, jerarquizando la satisfacción de las
necesidades sensibles bajo el imperativo del goce y renunciando a pensar en
términos de pecado, de culpa o vergüenza (Entel, 2008). Así lo documentaba la
revista Life:
“Lo que observamos actualmente es el desarrollo de una conducta sexual que se
agota en sí misma, cuyo fin es ella misma y las sensaciones placenteras que su
ejercicio provoca. La motivación, el carácter esencial de esta conducta es, pues,
hedonista: la producción del placer sexual individual” (“No sólo el instinto animal
mueve al hombre”, Life Vol. 34, Nº 2, 28/07/69: 40).
Una gran área de la vida social se vio beneficiada por estos cambios: el
mercado de la erotización. Junto a la liberación llegó, dice Foucault (1979): “…
una explotación económica (y quizás ideológica) de la erotización, desde los
productos de bronceado hasta las películas porno” (: 105). El sexo convertido en
mercancía declaró el matrimonio por conveniencia entre mercado y erotismo,
como también lo registró Giddens (1998):
316
“La sexualidad produce placer y el placer, o al menos la promesa del
mismo, proporciona una ventaja para los bienes del mercado, en una
sociedad capitalista. La imaginería sexual aparece, casi por doquier, en el
mercado como una especie de artimaña gigantesca para la venta” (: 107).
Marcuse no aceptaba, sin más, la perspectiva hedonista del goce que entendía a
la felicidad como entrega al placer inmediato, pues sostenía que ese punto de vista
era coherente con la sociedad antagónica de clases que aceptaba al mundo tal
como era. La entrega al placer efímero evitaba pensar en las posibilidades de una
transformación más profunda. Pero además, el hedonismo naturalizaba el placer
como algo dado y valioso en sí, e incluso lo cosificaba:
317
“Cuando la ‘rebelión amoral’ sólo pretende eludir el orden dado sin salir de
él, elude o esquiva las contradicciones, se sitúa más allá del bien y del mal.
Su astucia consiste en autoprohibirse la historia en función del instante del
goce. Pero resigna la posibilidad de felicidad como perduración” (Entel,
2008: 28).
Buena parte del movimiento feminista siguió esta división genérica de los
discursos pornográficos y eróticos, y se mantuvo hostil hacia lo pornográfico,
denunciado como una humillación machista y pública de la mujer. Esta postura
antipornográfica ha reaccionado y presionado por el control de estas expresiones.
En estas campañas militantes contra el porno, los argumentos feministas muchas
veces convergieron con los de la derecha política, puritana (Gubern, 2005; Vance,
1989; Rubin, 1989)36.
35
En su análisis de la revista Playboy, Preciado (2010) destaca que, curiosamente, el fotógrafo que
más influyó en la creación de un estilo propio en Playboy no fue un hombre, sino la fotógrafa
americana Bunny Yeager, rompiendo de esta manera con las críticas esencialistas contra el ‘ojo
masculino’ y el ‘sexismo masculinista’ de la revista.
36
Esta posición antipornográfica del feminismo tiene sus detractoras, que prefieren indagar el
origen del atractivo del porno, que apoya la pornografía, sosteniendo que puede enriquecer los
intercambios sexuales (Vance, 1989; Rubin, 1989). Aquí se ubica la cineasta Erika Lust, con su
Porno para mujeres (2008).
319
Frente a estos discursos, Preciado (2010) redefine lo pornográfico en relación
con la revista Playboy, como:
“… el modo en que hacía irrumpir en la esfera pública aquello que hasta
entonces había sido considerado privado. Lo pornográficamente moderno
era la transformación de Marilyn en información visual mecánicamente
reproducible capaz de suscitar efectos corporales” (Preciado, 2010: 27).
320
Ante la falta de grilletes para contenerla, la pornografía perdía en parte su
sentido transgresor. El amor iba pasando a ser un nuevo tabú y transgresión. Como
temática entraba perfectamente en la órbita del erotismo, ofreciendo no sólo una
puesta en discurso del deseo y el placer, sino también sentidos referentes a la pasión
o el romance.
321
El goce se relacionaba a lo voluptuoso, como deseo de exceso, irrefrenable:
“El aire, cálido y voluptuoso, desleía la voluntad, mandaba en las venas como si
fuera el más embriagador de los vinos… Los hombres eran como lobos… Y las
mujeres como ella, acababan por ser sus presas” (“Vivir y morir”, Maribel N° 1618
10/03/64: 41).
323
imposibilidad propia del deseo de ser verbalizado, tal como sostiene Butler
(2007):
“En su lugar aparece el signo que está apartado de manera parecida del
significante y que desea recuperar ese placer irrecuperable en lo que
significa. El sujeto, que se crea mediante esa prohibición, sólo habla para
trasladar el deseo hacia los reemplazos metonímicos de ese placer
irrecuperable en lo que significa. El lenguaje es el remanente y una
realización alternativa del deseo no saciado, la elaboración cultural variada
de una sublimación que nunca se sacia realmente. El hecho inevitable de
que el lenguaje nunca consiga significar es la consecuencia necesaria de la
prohibición que es el fundamento de la posibilidad del lenguaje y que
determina la futilidad de los gestos referenciales” (: 114).
Para Bataille (2010), el deseo es irreductible, por tanto hay una dificultad de
hablar de la experiencia erótica que, además, “…nos obliga al silencio” (: 258), al
secreto, para conservar su halo de fantasía.
En los ’60 el lugar de lo íntimo y lo secreto se desplazaba. La experiencia
erótica seguía situándose fuera de la vida corriente, pero ya no ocupaba un lugar
tan al margen de la comunicación de las emociones. Como tema prohibido
empezaba a ser cada vez más publicitado.
La perspectiva foucaultiana rebate esta idea del secreto. Foucault (2011a) ha
sostenido que del sexo se ha hablado prolíficamente, especialmente desde
mediados del siglo XIX pero al decir esto se refiere a la proliferación de discursos
de la sexualidad que no eran específicamente discursos eróticos, aunque no
dejaran de estar investidos por el placer y el deseo.
Los discursos eróticos ponen en palabras e imágenes al deseo y las fantasías, y
a la vez se construyen a sí mismos como objetos de deseo. En esa puesta en
discurso del deseo se producen efectos de desplazamiento, reorientación,
intensificación y modificación del deseo mediante la construcción de fantasías.
Éstas últimas se presentan como figuraciones o, más bien, fulguraciones del
deseo, ilusiones con las cuales se pretende suscitarlo.
El reino del erotismo es el de la sugestión o la alusión. En los discursos
eróticos, la producción de placer se relaciona con el placer de la mirada o de la
inmersión, desde la lectura, en una narrativa erótica que va desnudando aquellos
actos que deben mantenerse en secreto.
324
El erotismo juega con la fantasía, lo ilusorio: “El campo del erotismo está
condenado a la astucia. El objeto que provoca el trance de Eros se da por distinto
de lo que es” (Bataille, 2010: 275). Se relaciona con la fechoría y lo no dicho, se
deja entrever, como en esta nota periodística que relataba una historia de
Valentino: “La rubia y riquísima viuda lady Barrimore lo recibe en su dormitorio.
El diálogo dura dos horas. Luego, ambos descienden al hall. La lady se ve
rozagante y rejuvenecida” (“Rodolfo Valentino”, Femirama, Tomo 8, 05/66:
141).
Su juego se fundamenta en el ocultar y el mostrar (Perrot, 2008), por eso, las
imágenes que excitan el deseo suelen ser turbias y equívocas (Bataille, 2010), al
modo de figuraciones o fulguraciones donde el deseo se suscita en el intersticio
entre lo expuesto y lo que se esconde.
Las imágenes eróticas insinúan el deseo: “El licor que se toma ‘juntos’”,
proponía una marca licorera, con la mirada penetrante de una mujer con dos copas
en la mano (Publicidad Liquore Strega, Para Ti Nº 2329, 08/05/67: 3). El anuncio
sugería una escena íntima, como espacio para la imaginería erótica.
325
Figura 96: “El licor que se toma ‘juntos’”, Publicidad Liquore Strega, Para Ti, 1967.
Las fantasías se construyen mediante tópicos como los de la prohibición, la
tentación, el secreto, lo misterioso, lo peligroso. El placer que surge desde el
sentimiento de lo prohibido (Bataille, 2010), se sitúa en medio del complejo de
prohibiciones que lo limitan. Barthes (2001) comparte esta mirada al sostener que:
“…si es verdad que no hay deseo sin prohibición [...] es preciso, por un lado, que
esté presente como prohibido (sin lo cual no habría deseo válido)” (: 159). Por
supuesto, éste no está siempre prohibido, sino sólo en determinados casos.
En las revistas femeninas, la transgresión erótica se asentaba en el dejar
entrever lo secreto: “Lo que genera placer es el paso incesante de uno a otro de los
polos opuestos, la transformación de lo privado en público opera como un
mecanismo de excitación sexual” (Preciado, 2010: 59). Así se producía, se
difundía y se consumía en pequeñas dosis a través de esas páginas.
326
la imaginación erótica y hasta podían funcionar como una escuela de saberes y
técnicas de seducción, que quebrantaban algunas inhibiciones sexuales.
Algunas escenas estandarizadas transformaban al erotismo en cliché,
especialmente en relación a los espacios y situaciones donde tenían lugar, por
ejemplo, la noche, que formaba por lo general parte de la escena, como momento
erótico privilegiado.
La voluptuosidad se desplegaba en las narraciones e imágenes del contacto
corporal. Las escenas eróticas se resolvían por ejemplo, con el beso, que ocupaba
un lugar privilegiado. Se ponían en relato las sensaciones del cuerpo por ‘el roce
de unos labios’, en el marco de una escena: “Llovía, estaban en la bohardilla de él,
y se besaron…” (“Aquel roce de unos labios”, Maribel Nº 1438, 30/08/60: 6). Las
narrativas reiteraban una y otra vez los besos apasionados de los amantes: “El
espejo brillaba como un fanal pálido en la penumbra, sumiéndolos en una
oquedad densa y sombría de besos; de locas caricias que sofocaban las palabras”
(“Los frágiles paraísos”, Maribel Nº 1627, 12/05/64: 30). La secuencia podía
componerse de una sucesión de acciones esperadas como la de acariciarse,
quitarse la ropa, recostarse, dando preeminencia a la narración de las sensaciones
corporales:
“…sintió el tibio calor de su carne […] poniendo sobre los labios de la amada su
boca temblorosa. La muchacha se abandonó a la caricia, se estremeció entre los
robustos brazos que la estrechaban” (“El secreto de Olga”, Maribel Nº1461,
14/02/61: 22).
327
Figura 97: “El ‘Dr. Kildare’ teme al mal de amores”, Maribel, 1964.
El beso en espacios públicos era muchas veces una transgresión al orden público.
Un discurso progresista, no sin cierto romanticismo, abogaba por el besar como un
329
derecho: “…se trata del derecho de los novios a besarse en los bancos de los jardines
públicos a la hora borrosa y sentimental del crepúsculo” (“Besos en primavera”,
Maribel Nº 1474, 16/05/61: 70). Cuestionaba su censura y represión en los espacios
públicos:
“Algunas veces ha tenido el mal pensamiento de sospechar si los policías celosos
no serán simplemente envidiosos. ¡Hay tantos puritanos que no son sino
ayunadores del amor! Sin descartar a algunos de los voluntarios de esas ligas de
moralidad que se dedican a cachear rincones oscuros, bancos apartados, troncos de
árboles demasiado copudos, como detectives de la debilidad humana […]
Jovencitas y jovencitos de Palermo: en Londres, al menos, besarse nada más, y
abrazarse un poco, no es delito ni falta. Es… juventud” (“Besos en primavera”,
Maribel Nº 1474, 16/05/61: 70).
3.4 Lo prohibido
Las narrativas rosas se hallaban plagadas de amores prohibidos. Su fuerza
erótica radicaba en la transgresión de la veda, lo cual generaba gozo y angustia a
330
la vez: “… nadie sabría que ella se iba porque amaba a un hombre prohibido. El
mismo hombre que amaba a su hermana” (“Historia prohibida”, Maribel Nº 1451,
06/12/60: 11).
331
“Una ráfaga de aire caliente le golpeó la cara, se le deslizó por el cuello, por el
pecho. Toda su carne se estremeció. Pensó en las otras. Esas que como Nina
Azcárate conocían las caricias del hombre. Pero ella no. ¡Ella nunca! Si por lo
menos no fuese tan estúpidamente honesta… Quizá podría aún conocer los secretos
del amor… Había por las calles, de noche, tantos hombres solos, aburridos…
Imaginó perversas aventuras que le erizaron la piel” (“Los frágiles paraísos”,
Maribel Nº 1627, 12/05/64: 28).
333
siguiera profirió una queja cuando el dolor inauguró su carne, pues aquel dolor,
como el del alumbramiento, era un dolor vivo, casi alegre, un dolor de vida…”
(“La hiedra”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 27).
334
Figura 104: “Otra vez…” Publicidad Cremestick Coty, Femirama, 1968.
336
“Se darían el uno al otro perdidamente. Y desde ya, rendida, complaciente,
experimentaba esa misma fiebre que la envolvía cuando ella y Bernardo se
entregaban a su amor.
¡Qué largas las horas!
¿Cuándo palidecería el cielo y, apagándose las estrellas, comenzaría a surgir el
alba?
Y, entretanto, ella recordaba detalle por detalle, el placer y la angustia de que
estaban compuestos sus encuentros con el amante. La ansiedad, la ilusión… todo
ese bagaje de que se componía la aventura. La única de su corta vida, saboreada
con su piel, con todos sus sentidos. Por la que podía vivir o morir” (“Los frágiles
paraísos”, Maribel Nº 1627, 12/05/64: 29).
El goce erótico podía ser destructivo y las pasiones fervorosas pero a la vez
fulminantes. Esta dimensión fulminante de la pasión amorosa, que entrelazaba
lujuria, placer y defunción, se simbolizaba muchas veces con la imagen de la
mujer desnuda y desvanecida, como la cautiva que se desmaya para sobrellevar el
oprobio, actualizando la tradición del rapto, el sexo y la violencia:
“Tómame y llévame lejos. Lejos de Ricardo. Lejos de la vida…
Y Gabriel la miraría. Y la besaría. Y ella sentiría sobre sí aquella pasión húmeda,
falsa, casi fruto del instinto” (“Historia prohibida”, Maribel Nº 1451, 06/12/60: 30).
Figura 105: “Si usted quiere morir en sus brazos”, Publicidad Colonia Valet Gillette, Femirama, 1967.
337
En la idea de la conquista seguía presente la idea de la captura: “…aprisionó a
la joven entre sus brazos con tal fuerza que a Olga le fue imposible resistir por
más tiempo” (“El secreto de Olga”, Maribel Nº1461, 14/02/61: 22). Se sostenía
que las mujeres deseaban ser capturadas. Una imagen simpática del rapto era
utilizada por la publicidad de crema Pond’s (Femirama Nº extraordinario, 04/68:
225).
338
de ruegos masoquistas: “Castigame, maltratame, explotame, soy todo tuyo.
Falcon”.37
Figura 107: “Castigame, maltratame, explotame, soy todo tuyo”, Publicidad Falcon, 1969.
Una puesta en escena del juego entre violencia y erotismo, como parte de un
happening del Instituto Di Tella era registrada por una crónica de la revista Gente,
en 1966:
“Claro, los hombres se pusieron muy agresivos con las muchachas. Parecía que las
estaban castigando. Pero no: esa era la intención del espectáculo. Después del
placer viene el dolor. […] Lo cierto es que en la lucha entre hombres y mujeres
[…], bikinis y melenas, quedó un saldo de nada. ¿Qué se quiso demostrar? ¿Que el
hombre es más fuerte que la mujer?” (“¿Adónde llegará esto?”, Gente Nº73,
15/12/66: 9).
37
No casualmente durante la década siguiente, esta marca de automóviles sería signo de la
represión militar.
339
Una interpretación erótica del peligro implicaba un deseo desbordado e
incontrolable que no podía ser raptado, ni encerrado, ni comprendido. Las
historias de amor narraban este aspecto seductor de la muerte.
340
parámetros sociales que podían ser quebrados mediante la fusión e indistinción que
instalaba el erotismo.
341
las ganas de preguntarle ‘how do you do’ y sacar a relucir tu lastimoso ciclo básico,
aprenda inglés por correspondencia. Por lo menos con esta negrita…’
-Uno nunca sabe si están enfermas. Acostumbrados a dormir amontonados en esos
ranchos. No vaya a ser que nos meta la boca en los vasos. ¿Le dijiste que se lave la
boca aparte?
-Le dije.
-Los microbios se te pueden filtrar en cualquier momento.
‘Y el lápiz de labios de la inglesa seguramente venía esterilizado, ¿no?’
[…] Sabés que siempre fui delicado con estas cosas. Europeo che, ciento por ciento
europeo. No puedo evitarlo, me revientan los aborígenes. Debe ser una fijación
infantil. Desde que tuve la ‘nurse alemana’.
‘Sí, dale, empezá con la historia de tu niñez ahora. La institutriz alemana que te
bajaba los pantalones y te hacía cosquillas mientras tu madre se decía de todo con
tu padre en la habitación de al lado’” (“Linda”, Maribel Nº1640, 08/64: 27).
342
bajo el acoso de sus empleadores, o en la prostitución.
“… ella era distinta, era mucho más hermosa. Se lo decían los hombres por la calle.
Se lo decían los compañeros de trabajo.
Y se lo dijo el patrón, con la voz gangosa, con la voz ronca, cerca de la oreja, casi
besándola. Le dijo:
-Una chica como vos no tiene por qué doblarse sobre la máquina y arruinar así su
belleza” (“Casi pecado”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 24).
343
sobre los sauces como un redondel de sangre, y una música de guitarras enardecía
la atmósfera.
Todo marchaba como una máquina bien aceitada. El comisario, arreglado con un
tanto por mes, hacía la vista gorda. Se iba uno, nombraban otro, pero siempre se
entendía con ellos” (“Vivir y morir”, Maribel N° 1618, 10/03/64: 47).
344
dominación del modelo viril: “…es el acto masculino el que determina, regula,
atiza, domina. Él es el que determina el principio y el fin del placer” (Foucault,
2006: 121).
Estos sentidos en torno a un deseo masculinizado, asociado con la agresividad
y la posesión, como “…deseo agresivo de los hombres” (: 137) continuó vigente en
la cultura erótica. No dejaba de ser una ficción teatralizada de la sexualidad donde
existían dos polos: uno activo y uno pasivo.
La distinción entre el sujeto deseante y el objeto deseado, el Eros y el Anteros,
otorgó a cada posición una inscripción de género. La dicotomía sexualizó y
generizó al deseo, instaurando un binarismo a partir de un lugar biológico que
prescribió una dirección del deseo de supuesta complementariedad entre ambos
sexos (Butler, 2007; Lenarduzzi, 2012).
Esta feminización del objeto de deseo atraviesa la obra de Bataille (2010),
quien en 1957 escribía:
“Al ser los hombres quienes toman la iniciativa, las mujeres tienen poder
para provocar el deseo de los hombres. Sería injustificado decir de las
mujeres que son más bellas, o incluso más deseables que los hombres. Pero
con su actitud pasiva, intentan obtener, suscitando el deseo, la conjunción a
la que los hombres llegan persiguiéndolas. Ellas no son más deseables que
ellos, pero ellas se proponen al deseo” (: 137).
38
No cabría hablar aquí de la noción de violencia simbólica, de Pierre Bourdieu, como
“…violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce
esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del
conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término,
del sentimiento” (Bourdieu, 1999: 12). Desde el análisis de estos discursos los sentidos de la
violencia son la violencia, por tanto no valdría la distinción.
345
4.1 Encantada de ser sumisa
Bataille ligaba al objeto de deseo con una actitud pasiva y con la belleza, que
debía ser cuidada: “…una mujer se toma a sí misma como un objeto propuesto
continuamente a la atención de los hombres” (:137), decía. Al desnudarse, la
mujer se revelaba como objeto de deseo de un hombre; “…propuesto para ser
apreciado individualmente” (: 137). Y apreciarlas implicaba piropearlas. Se decía
que el piropo venía a “…rendir homenaje a la gracia femenina” (“Radiografía del
piropo”, Maribel Nº 1641, 18/08/64: 4) y se asociaba con una valoración de lo
local, del humor y la picardía:
“Tiene credenciales de porteño de ley. Las muchachas se sonríen al oírlo y, a
veces, hasta miran al piropeador. Nació en una esquina de barrio, acuñado por
algún compadrito que quiso conquistarse reputación galante. El piropo es el poema
del pueblo, ‘que tiene su corazoncito’” (: 4).
346
sobrellevar con dignidad sin dejar traslucir esa sonrisa involuntaria que
despiertan” (: 6).
Los vientos de cambios llegaban hasta la actividad del piropo: ahora las
mujeres se animaban a retrucarlos o bien a susurrarlos –o hasta gritarlos- ellas
mismas:
“Se ha dicho que las mujeres también deberían piropear a los hombres, pobrecitos,
que a veces se sienten tan elegantes con su nueva corbata angosta o su sombrero Bat
Masterson y nadie les dice nada. […] los piropos forman una institución que está
cayendo en desuso. O quizás la culpa la tenga esta ajetreada vida moderna que
poco tiempo deja a los hombres para holgazanear, y que además ha dado gran
emancipación a la mujer. Porque, ¿quién se va a animar a repetir un piropo si se lo
retrucan con ingenio?” (: 6).
Ante la pregunta que rige esta indagación acerca de cómo se construía el deseo
feminizado, desde Bourdieu (1999) debería decirse que éste se construía desde
una mirada dominante masculina que ubicaba a lo femenino como objeto. Pero
cabe cuestionar si existía como tal esa mirada masculina o si era parte de un haz
de relaciones que involucraba y construía toda una configuración del deseo.
En “La dominación masculina”, Bourdieu (1999) desarrolla los sentidos
comunes que diferencian al erotismo de la pornografía, en una distinción sexual y
generizada del deseo:
“A diferencia de las mujeres, que están socialmente preparadas para vivir la
sexualidad como una experiencia íntima y cargada de afectividad que no
incluye necesariamente la penetración sino que puede englobar un amplio
abanico de actividades (hablar, tocar, acariciar, abrazar, etc.); los chicos son
propensos a «compartimentar» la sexualidad, concebida como un acto
agresivo y sobre todo físico, de conquista, orientado hacia la penetración y
el orgasmo” (Bourdieu, 1999: 34).
348
La escena erótica desbordaba las categorías de sujeto-objeto, activo-pasivo, y
también masculino-femenino. En las narrativas, la feminidad se construía como
deseable y deseante a la vez, como objeto pero también como sujeto del placer:
“Amor desnudo. El deseo de él la vistió de deseo. Y se sintió vivir hasta la última
fibra de su cuerpo, sin esforzarse, sin tener nada que aprender, no como cuando
Gantine se empeñaba en despertar su sensualidad, y ella se quedaba a su lado más
por curiosidad que por pasión, como si la obsesionara el secreto poder de su
cuerpo.
Ese poder que fluía fácilmente cuando la tocaba Paolo y que le permitía sentirse
hermosa, perfecta, mágica en su capacidad de sentir y dar placer” (“La hiedra”,
Vosotras Nº 1324, 20/04/61: 27).
En los juegos del deseo, también se encontraban los papeles del gato y el ratón.
Las mujeres, en tanto objeto, debían resistir la seducción masculina, no dejarse
engañar ni poseer así sin más, debían ser esquivas. Esta histeria requerida a la
feminidad subrayaba su valor erótico.
349
Figura 111: “Ni diosa, ni monstruo...”, Maribel, 1960.
350
4.2 Fantasías liberadoras
Las fantasías podían asociarse a las ansias de autorrealización y placer, cuando
el goce se comprendía como liberador. A través de la transgresión erótica, las
fantasías sexuales podían dinamitar, al menos por unos instantes, distinciones
opresivas, entre lo activo y lo pasivo, lo dominante y lo sometido, lo masculino y
lo femenino.
En el imaginario erótico que se configuraba difusamente en las revistas
femeninas de los ’60, el placer de las mujeres no se minimizaba ni la exploración
de las experiencias placenteras tanto en las narraciones, como en las notas o en las
publicidades. La construcción de objetos de deseo desbordaba las prohibiciones y
tabúes, subrayando como deseable esta fascinación por la transgresión.
Las notas de opinión y las encuestas no hablaban del placer y el deseo erótico
sino más bien de la sexualidad o el sistema de alianza. No obstante, también en
éstas el placer se postulaba como afirmación vital, fuente de poder, deseoso de
contacto humano y no como aquello que debería temerse, o como algo
destructivo, debilitador o corrupto. Se iba afirmando como un derecho femenino
fundamental femenino.
La historiadora Dora Barrancos (2011) ha sostenido que en los '60 las mujeres
comenzaron a cuestionar con más fuerza las obturaciones al deseo sexual y
entonces el placer apareció como uno de los lugares desde donde la rebelión frente
a los viejos mandatos era posible. La autora también ha considerado al erotismo
como conquista feminista de aquella década, en torno a los derechos de las
mujeres al placer y al deseo. No obstante, cabe interrogarse si este movimiento del
placer y del deseo femenino puede relacionarse tan sólo con el feminismo.
La afirmación es discutible si se tiene en cuenta las respuestas contradictorias
que el movimiento ha brindado frente al problema del placer. Una corriente
dominante dentro del feminismo ha respondido muchas veces tenazmente a las
manifestaciones eróticas, analizándolas y juzgándolas desde el marco
interpretativo de la opresión de género o de la dominación.39
Textos e imágenes en las revistas femeninas de los ’60 reivindicaban el
derecho femenino al placer y las emociones eróticas. En las publicidades era
39
Es posible pensar, aquí, el propio placer de la denuncia o de la censura, el goce de la crítica y el
poder de la censura de cierto feminismo encargado de controlar la pornografía o las imágenes que
posicionan como objeto al cuerpo de la mujer.
351
posible encontrar la promoción del placer femenino y su expresión. El placer se
asociaba a la felicidad de las mujeres.
La prensa femenina era uno de los escenarios de las resignificaciones del
derecho femenino a lo erótico, junto a la construcción de nuevos modelos de
femineidad.
Pero el derecho también suponía responsabilidades. Por ejemplo, en el caso de
los besos en el espacio público que cargaban con el peso de la prohibición, y por
ello mismo de la transgresión, se cuestionaba las diferencias de género en torno a
sus responsabilidades:
“Prohibido, ¿para quién? Los hombres son culpables de sus arrebatos amorosos en
la vía pública… ¿Y las mujeres? ¿Hay que proclamar su inocencia? […] curioso
hecho de que todavía exista un hombre, y con más razón un juez, que en 1964
condena al hombre y absuelve a la mujer en casos de intercambio de besos en la vía
pública. Desde el momento que los besos prolongados y repetidos constituyen un
dar y un recibir, es preciso que la mujer consienta, más aún, que sea cómplice.
¿Cómo podría ser, luego, irresponsable?” (“El beso prohibido”, Maribel Nº 1646,
22/09/64: 37).
Las ficciones traducían el interés que despertaba el erotismo para las lectoras.
Si bien estas narrativas rechazaban las osadías contra el orden de género, también
se desestimaba a las jóvenes sin pulsiones pasionales. Dice Cosse (2010): “Cada
vez más, la actitud activa de las chicas en la seducción fue considerándose
natural” (: 52).
353
Figura 114: “Casi Pecado”, Vosotras, 1961.
354
Figura 115: “Lo más excitante de Brillantina Palmolive… es el hombre que la usa”, Publicidad, 1964.
355
4.3 Obsesiones de deseo
Los discursos analizados en este capítulo pueden interpretarse como partes de
la resignificación del placer y el deseo femenino que operó en los '60 y tuvo una
de sus concreciones en la prensa de masas destinada a la mujer.
Una cierta multiplicidad de vivencias y placeres eróticos se difundían al tiempo
que se desinscribían de un lugar más tradicional y dominante que ubicaba a lo
femenino como objeto de deseo. Las posiciones deseantes y objetos de deseo eran
tanto masculinizadas como feminizadas.
Pero además iba cobrando relevancia un placer acerca de los saberes eróticos.
Los conocimientos de la ciencia de lo sexual como así también del arte erótico se
difundirían cada vez más en la prensa femenina. Más allá de que se aconsejara
usar el placer con moderación, los saberes y experiencias eróticas ya no se
confiaban en secreto sino que se exponían, reconfiguraban el lugar de lo dicho y
lo no dicho.
Se propagaba una sensibilidad erótica que tenía como eje al ejercicio de la
sexualidad, aunque quizás sea pretencioso definir este movimiento como el inicio
de la libertad sexual. Sin caer en los términos de revolución erótica, mientras
Marcuse (2010) invitaba a pensar que en la década se estaba gestando una nueva
sensibilidad, menos centrada en la genitalidad, que erotizaba al cuerpo en otras
direcciones, la prensa femenina mostraba algunas transformaciones que
trastocaban la simbolización del erotismo e intervenían en la reconfiguración del
deseo y los placeres.
La década abría nuevos horizontes a partir de una resignificación erótica en
torno a las exploraciones sexuales, corporales, amorosas y las relaciones de
géneros.
La época fundó para Giddens (1998) una sexualidad más plástica o un eros más
liviano según Onfray (2010), donde la relación sexual se descargaba de la
gravedad y seriedad. No obstante, este erotismo ‘liviano’ desarrollaba nuevos
tabúes asociados al cuerpo como la vejez o la fealdad, excluyendo o desestimando
a muchos del derecho al placer.
Lo erótico se iría tornando una obsesión junto a los nuevos mandatos de la
pareja feliz y recíprocamente satisfecha o de los cuerpos que debían ser eróticos:
356
“La insatisfacción es tanto más fuerte cuanto que se impone el hedonismo
como norma. Se organiza el mercado de la frustración para revendernos el
embeleso y la intrepidez en forma de consejos, cuidados, enredos. Nuestra
época ‘liberada’ hace más amarga la suerte de los solitarios, de los
segundones reenviados a su anonimato cuando todo el mundo se supone que
goza” (Bruckner, 2011: 47).
359
El erotismo se volvía casi obligatorio, con la caída de algunos tabúes y la
creación de otros, el derecho de las mujeres a disponer en mayor medida de su
cuerpo. El retroceso de las reticencias eróticas se compensaba con un aumento de
las exigencias; sería cada vez más necesario ‘garantizar’ un buen sexo si no se
quería ser rechazada o rechazado: “Fin de la culpabilidad, principio de la
ansiedad” (: 154).
Los nuevos mandatos exigían juventud, cuerpos esbeltos, mujeres libidinosas,
varones capaces de satisfacerlas, amores que garantizaran buen sexo.
Tornado una actividad recreativa, el erotismo perdía toda su fantasmagoría
asociada a la prohibición: “Una manera de convertir a la sexualidad en algo tan
inofensivo como un vaso de agua” (: 165). Las teorías de la liberación sexual
habían olvidado pensar la compulsividad del placer y el deseo ‘liberados’. El
soñado deseo liberado también implicaba sufrimiento, puesto que se aspiraba a lo
que no se tenía:
“… la emancipación no ha hecho menos problemática la vida erótica de
nuestros contemporáneos, que se ha degradado en ansiedad, en comercio
pornográfico, en terapia, el amor sigue siendo un pueblo encantado del que se
excluye a los viejos, los feos, los deformes, los que no tienen dinero, la crisis
de la identidad masculina sólo ha agitado un poco el poder del primer sexo, la
tiranía de las apariencias y de la juventud persiste más que nunca” (: 37).
360
A MODO DE CONCLUSIONES
Los discursos están destinados a una existencia transitoria, según una duración
que a nadie pertenece (Foucault, 1992), pero esa existencia puede marcar huellas
que indiquen derroteros a discursos venideros. Durante los ‘60, los cambios
culturales que afectaron desde distintos frentes a las concepciones del erotismo
dejaron fuertes rastros en la cultura erótica desde las relaciones sexo-génericas,
los modos de interpretar el amor y la sexualidad o la puesta en escena de los
cuerpos, los deseos y placeres. En este sentido, la tesis constituye un aporte para
los estudios de la prensa femenina, abordada ampliamente por investigaciones de
géneros y sexualidades (Pauwels, 2010; McRobbie, 1998; Greco, 2005; Dillon, 2011;
Muñoz Ruiz, 2002; Cosse, 2011; Bontempo, 2011), pero escasamente indagada
desde el punto de vista de la construcción del erotismo y su relación con el
derecho al placer.
Para la realización de este trabajo de análisis fue necesaria una definición
contextual histórico-cultural del erotismo y de la prensa femenina, a fin de situar
las fluctuaciones de sentidos en las dimensiones de análisis propuestas. Si bien los
cambios no pueden ubicarse linealmente en una progresión cronológica, en
conjunto y a manera de espiral, fueron resignificando los modos de comprender el
erotismo.
En la selección del corpus estuvo implicada la decisión de no analizar
contrastivamente los discursos ideológicos de cada editorial, sino abordar el
problema del erotismo anclado en una época y un espacio donde los sentidos del
mismo fueron reconfigurados en conjunto. El foco estuvo puesto en interpretar
analíticamente y construir dimensiones teóricas para abordarlo en las revistas
361
femeninas de los ’60. La variedad y cantidad de revistas demostraron que las
diferencias entre unas y otras editoriales, en torno a estas problemáticas, no
revestían una distinción significativa en la construcción de los sentidos de época
en torno a lo erótico. La mayoría de los ejemplos fueron seleccionados de una
revista como Maribel que, a diferencia de la rimbombante Claudia -caracterizada
como una publicación femenina a la vanguardia- no ha sido analizada por otras
investigaciones del campo de estudios de los géneros y sexualidades o de la
historia de los medios.
Las revistas femeninas de la época no eran inocentes o reticentes en relación al
erotismo ni tampoco eran voceras de la liberación sexual. Por tanto, es forzoso
ubicar a las diversas editoriales en uno u otro lado del espectro. Esas clasificaciones
no resultan demasiado útiles para pensar un movimiento cultural histórico, pleno de
cambios, resistencias, contradicciones y paradojas, relacionado al erotismo y la
femineidad.
En medio de una ruptura cultural, las resignificaciones del erotismo en la época
supusieron una importante desculpabilización en el ámbito erótico. Si bien mucho
se ha hablado de la liberación sexual durante la década, no se la define como una
liberación erótica. Estos términos resultan, con todo, problemáticos, si se
comprende con Bataille (2010) que el erotismo supone una actividad de
transgresión -que sin embargo no deja de estar organizada-. Cabría pensar si este
concepto de liberación no termina ganando terreno al propio erotismo que necesita
de la prohibición para transgredirla, y ahogando la posibilidad de concretar sus
manifestaciones. No obstante, es claro que el erotismo se las ingenia para
sobrevivir. La época acallaba algunos viejos tabúes o prohibiciones sexuales
asociados al puritanismo pero construía varios nuevos como los relativos a la
vejez, la fealdad o la gordura del cuerpo.
Las nuevas libertades acarreaban innumerables paradojas. Las permisividades
albergaban otras esclavitudes que ponían en cuestión la mentada liberación, pues,
como ha señalado Foucault (2006): “Ser libre en relación con los placeres no es
estar a su servicio, no es ser su esclavo” (: 77). La liberación conformista, con la
que se hallaba desencantado Marcuse (2010), suponía una sexualidad más
desinhibida; pero entonces, el autor notaba con tristeza que las nuevas
generaciones no dejaban de cumplir ‘compromisos’ en sus relaciones eróticas:
362
“…con encanto, con romanticismo, con sus anuncios comerciales favoritos” (:
91).
Al respecto, se ha podido constatar que en la prensa femenina y de actualidad
proliferaban los discursos de la ciencia de lo sexual y la educación sexual. En el
área de la sexualidad, la difusión de las píldoras llegaba para separar el problema
de la reproducción. Las mujeres podían liberar al placer sexual del miedo al
embarazo, aunque en años venideros resurgiría el peligro por las infecciones de
transmisión sexual que las píldoras no prevenían. Pero además, con la
anticoncepción femenina, el cuidado de la sexualidad reforzaba la idea de que era
exclusiva responsabilidad de ellas. En esta línea, la tecnología médica centró el
problema de la anticoncepción en el control del cuerpo de la mujer; el estudio de
las hormonas masculinas, en cambio, se dirigió desde entonces a virilizar y
sexualizar a los varones.
Las fronteras entre los discursos de la sexualidad y los discursos cristianos de
la carne se desdibujaban con el uso frecuente de remisiones a la medicina o la
psicología por parte del discurso religioso, o el marco moral en que se postulaban
los discursos de la ciencia positivista en torno al sexo. Pero entonces, la mística
del erotismo se resquebrajaba en discursos colmados de ‘datos’ de pretendida
neutralidad ideológica, asentados en la razón o la empiria, que predecían
comportamientos sexuales y nuevas técnicas de reproducción de la especie.
Las normas de género también eran trastocadas. Las revistas femeninas
hablaban de comportamientos afectivos y eróticos que estaban cambiando el
orden de las relaciones de género y de la sensibilidad, que siempre es relacional
(Lenarduzzi, 2012). Los correos de lectoras mostraban la difusión de nuevas
significaciones acerca de las relaciones eróticas. Entre sus páginas convivían
discursos de heterogéneas experiencias femeninas en torno al erotismo, alternando
notas de corte feminista con narrativas rosas desarrolladas a partir de moralejas
convencionales acerca de los roles de género en el amor y las relaciones sexuales.
En medio de un proceso cultural modernizador, estos medios de prensa iban
introduciendo, de manera desordenada y contradictoria, ideas que cuestionaban
ciertos conservadurismos morales en materia de sexualidad y relaciones amorosas.
Las mujeres, tradicionalmente llamadas al decoro, vieron exhibidos distintos
aspectos de sus mundos privados en tapas de revistas o en notas de opinión de
363
psicoanalistas u otros expertos autorizados para analizar (y producir) las
transformaciones de las vidas de las mujeres.
En este sentido, las revistas también se colmaban de ambigüedades. Por
ejemplo, mientras celebraban la inserción de la mujer en el mundo del trabajo, no
se cuestionaban las ‘naturales’ obligaciones femeninas en el hogar. Al tiempo que
se festejaba la liberación sexual y la aparición de píldora anticonceptiva, no se
discutía la responsabilidad desigual de géneros frente a la sexualidad; y menos
aún se ponía en cuestión la heterosexualidad obligatoria.
Los cimbronazos de la modernización en materia de sexualidad acarreaban
nuevas libertades y obligaciones. Para ser atractivas, las jovencitas debían ser
encantadoras e infantiles criaturas pero también estaban compelidas a superarse
para entrar al soberbio mundo laboral dominado por los varones. A las más
adultas se les exigía el cuidado de su atractivo, aunando la femme fatale con la
cuidadora del hogar familiar. La educación sexual construía un nuevo paradigma
materno: a la madre cabía educar la sexualidad de sus hijos, pero para ello
también tenía que estar satisfecha sexualmente. Desculpabilizado, el placer sexual
de las casadas se legitimaba. Hasta se recomendaba la satisfacción sexual para
conservar el encanto femenino, asentada en discursos de la salud sexual.
La soltería se postulaba como un horizonte ya no denostado, sobre todo para
ellos. Las chicas solteras podían gozar de espacios propios y una mayor libertad a
la hora de decidir acerca de su sexualidad. Junto a la difusión de las uniones
libres, se prolongaban los años en que tenían derecho a estar solas aunque lo ideal
era, claro, el matrimonio antes de los 30 años.
Ante este horizonte de cambios, De Beauvoir ya había cuestionado la libertad
abstracta, la conquista de igualdad de derechos, mientras las mujeres eran libres
‘para nada’. En este sentido, el análisis de los discursos de la década impele a
distinguir entre libertad, independencia, disponibilidad sexual, soberanía corporal
y responsabilidad para asumir las consecuencias de los actos sexuales.
Con el erotismo traducido y ahogado en datos del discurso de la sexualidad, el
sexo se tornaba mera información y actualidad, vestido de neutralidad valorativa.
Pero al mismo tiempo, las narrativas reintroducían el amor en el corazón del
erotismo, asociándolo a la pasión, la ternura, el dolor, la muerte, desde una
escritura minada de clichés acerca de las emociones.
364
En esta área, los conceptos del amor también estaban siendo perturbados.
Mientras se trivializaban las diferencias de edad o raza, se postergaban
casamientos por planes de carrera. Las mujeres parecían distinguir ahora
fácilmente entre la búsqueda del disfrute carnal y el deseo de tener hijos, con
ayuda de las modernas técnicas de anticoncepción. El deseo erótico se desligaba
del amor; se admitía que las mujeres podían desear sin amar o amar sin desear. Se
abría un nuevo abanico de posibilidades en relación al erotismo para ellas que
marcaría a sus herederas.
No obstante, la ´pesca de marido´ persistía. La salvación por medio del
matrimonio era un destino conflictivo –que podía terminar en divorcio- pero
finalmente deseable. Mientras tanto, el poder y la fortuna seguían erotizando,
acercando el cuento de hadas a la cuenta bancaria, confirmando, como sostiene
Bruckner (2011): “…amamos sobre todo en nuestra clase social y nuestro medio y, si
es posible, en un medio superior” (:37).
Las casadas e incluso las abuelas abandonaban el papel rígido de madona casta
o de matrona. Al mismo tiempo se labraba todo un campo nuevo en torno a la
intimidad conyugal que buscaba fusionar el sexo y el sentimiento, de modo de
subordinar el primero al segundo para disculparlo, o enmendarlo.
En el ámbito íntimo, la pareja se erotizaba e integraba la sensualidad como
elemento esencial del enlace. El ars erótica intersectado con los saberes de la
sexualidad se introducía en el núcleo de la relación conyugal con la meta de
obtener un placer sexual recíproco, clave para la relación amorosa. Los consejos
para la sexualidad conyugal no tardarían en llegar a las revistas femeninas de
décadas venideras. El cultivo de las habilidades sexuales, la capacidad de dar y
experimentar satisfacción sexual, por parte de ambos sexos, se organizaría cada
vez más reflexivamente por la vía de la información, los consejos y la formación
sexual (Giddens, 1998).
Los ’60 sembraron nuevos mandatos femeninos y masculinos acerca de hacer
disfrutar sexualmente a sus parejas. Las amas de casa reclamaban las sensaciones
eróticas que sus maridos no les ofrecían. Obligadas al recato en el hogar conyugal
algunas se animaban a practicar sus actividades eróticas fuera de éste. Mientras
tanto, las narrativas románticas en las revistas femeninas buscaban estremecerlas
con aventuras prohibidas y pasiones eróticas inaccesibles.
365
Con la conjunción de la erótica, la sexualidad, el romance y los cuidados del
cuerpo, se exigía a las esposas “…demostrar de continuo su amor con una fantasía
que le permite tener conquistado al hombre” (“El veneno de los celos”, Femirama
Nº extraordinario, 06/69: 133); y se reclamaba a los maridos un mejor desempeño
sexual puertas adentro. La sexualidad se volvía una fuente de placer en sí, cierto
erotismo era obligado para conservar la conyugalidad ante las amenazas de las
crisis y los divorcios. La cultura erótica había mutado en este sentido: a la
intimidad conyugal se le pedirían cada vez más proezas eróticas. Los cónyuges ya
no se debían tanta fidelidad como goce recíproco, de lo contrario, este déficit
sexual podría ser causa de divorcio.
Al mismo tiempo se producían frustraciones eróticas puesto que las uniones
descansaban mucho más que antes en las “tiranías del orgasmo” (Muchembled,
2008: 62). La masculinidad comenzaba a jugarse también en la capacidad de hacer
gozar a la compañera sexual. Con el tiempo, el mercado del farmacocapitalismo
(Preciado, 2010) le ofrecería toda una serie de productos para recobrar su
potencial viril y su narcisismo apegado a lo sexual. De la mujer casada o casadera
también se esperarían cada vez más competencias sexuales.
Mientras el placer femenino ya no se avergonzaba de mostrarse, por el
contrario, debía ser exhibido, la mujer tenía que saber seducir y no mostrarse
torpe o zopenca ante la actividad erótica requerida. Con el sexo erigido a la cabeza
de los comportamientos humanos, la honorable ama de casa comenzó a verse
compelida a ataviarse de provocadora (Bruckner, 2011). Pero mientras se
afirmaba como sujeto deseante y seductor debía conservar las apariencias frente a
los mandatos tradicionales.
Además, los imperativos eróticos se asociaban a ofertas del mercado. Para
ellas, se desarrollaba toda una serie de productos y servicios para el
embellecimiento erótico. Para ellos también, ya que las figuras del dandy o el
playboy demandaban cuidados estéticos a este hedonista supuestamente
despreocupado e irrespetuoso.
El mercado tenía preparadas sus tijeras para recortar los cuerpos y la
sensualidad según moldes definidos. Se producían cuerpos deseantes pero a la vez
disciplinados. De las mujeres modernas se esperaba un cuidado excelso de sus
366
cuerpos a fin de conservar sus encantos eróticos, relativos a la juventud, la forma
y la venustez.40
La liberación devenía sometimiento a la construcción y mantenimiento de un
cuerpo seductor a través de toda una “ingeniería erótica” (Bruckner, 2011: 153) -a
diferencia de un arte erótico como fin en sí mismo-, que no haría sino
incrementarse a través de las décadas subsiguientes. Se ofrecía a las lectoras
productos de bronceado, de realce del busto, las piernas, los ojos, etcétera.
Además, la moda vendía nuevos ‘lujos’ -como los automóviles- que podía darse la
mujer moderna, aumentando su nivel de consumo tras su inserción en el mercado
laboral.
Los ‘60 habían abierto una “era del placer” (Muchembled, 2008: 315).
Mientras los discursos de la sexualidad buscaban descubrir las fuentes de los
placeres, un hedonismo de nuevo tipo cobraba publicidad, asociado al consumo:
un placer de consumir y un placer que se consumía.
El goce dejaba de ser un tabú o una vergüenza. Las revistas femeninas
habilitaban y narraban el disfrute sexual femenino. Los orgasmos eran puestos en
relato e imágenes que jugaban con las elipsis. Con el paso de las décadas el
orgasmo femenino se tornaría un imperativo, las revistas femeninas de fin de siglo
pasarían a describirlo, explicarlo y considerarlo indispensable para ´sentirse
mujer´.
El llamado a la rebelión a través del placer fue prontamente cooptado por el
capitalismo farmacopornográfico en ciernes (Preciado, 2010). Pero más allá de
esta puesta en caja, las liberaciones desbordaban la industria publicitaria, las
recomendaciones de la ciencia de la sexualidad o los clichés de las narrativas
románticas, como las escenas eróticas excedían a las categorías de sujetos y
objetos de deseo.
Lo que Muchembled (2008) llamó “la herencia de los sixties” (: 307) fue un
giro cultural erótico que en Occidente se dio por aquellos años y que algunos
denominaron como una “revolución sexual” (Perrot, 2008) inconclusa, cuyas
40
A principios de la década del ’70, un clásico volante de la Unión Feminista Argentina
caricaturizaba a una mujer agobiada por las tareas del hogar y por los imperativos de la sociedad
moderna. La mujer era dibujada presa de unos toscos ruleros, de tres demandantes niños, de una
cacerola al fuego y de una televisión que la interpelaba para ofrecerle una crema para ser una
mujer más sexy (Trebisacce, 2010).
367
dimensiones se han intentado medir desde las ciencias de la sexualidad: “A decir
verdad es interminable. Tampoco en este terreno hay ‘fin de la historia’.
Imposible, por lo tanto, clausurar su relato” (: 218).
Los ‘60 supusieron una apertura de sendas de sentidos en relación a lo erótico y
cumplieron un papel histórico, con una década de conflictos en torno al sexo, de
conquistas en materia de derechos de las mujeres en relación a sus libertades
individuales y su realización personal. La década siguiente acarrearía toda una
contraofensiva represora, tanto en el país como en el ámbito internacional, cuando
ante la liberación cultural se reajusten los dispositivos de represión y censura.
Para Preciado (2010) la época desarrolló una mutación del erotismo de la
sociedad disciplinaria y sus dispositivos de producción de placer a un erotismo de
la sociedad farmacopornográfica por venir. La promulgación de una vida
hedonista asociada al consumismo se asociaba a una producción de información
de la que el cuerpo, el sexo y el placer formaban parte. El mercado del deseo y de
los placeres feminizados se acrecentaría desde entonces, cristalizados en nuevos
consumos farmacopornográficos en un capitalismo cuyas fuentes de producción
se asentarían cada vez más en el placer y la comunicación.
Caminando con estos grilletes, el erotismo como transgresión organizada se
volvía conformista e izaba las banderas de una liberalización de las costumbres
sexuales que se volvían banales, conciliándose, tal como auguraba Marcuse, el
éxtasis con los productos de la sociedad mercantil.
Cuestionada la familia tradicional y doméstica, se revalorizaba la soltería pero
también el individualismo. El amor resignificado como unión libre, a través de
parejas que no respondían al mandato reproductivo planteaba nuevos horizontes
que albergaban también la separación cuando la pareja no funcionaba y generaba
sufrimiento a los cónyuges.
La época abonó si no a la liberación, a la independencia erótica femenina. Se
reivindicaba el derecho al placer femenino y las mujeres iban tomando cada vez
más el mando de la relación carnal (Muchembled, 2008). Esta conquistada
independencia no tornaba menos problemática la vida erótica, que también se
degradaba en ansiedad. El amor entraba a terapia. La tiranía de las apariencias y
de la juventud ganaba el podio en las simbolizaciones del erotismo, estructurando
368
al campo erótico como uno sectario del que se excluían todos aquellos que no
entrasen dentro de los parámetros de sensualidad reinantes.
Mientras el desarrollo de un nuevo modelo hedonista y capitalista redefinía las
sensualidades y promovía la independencia erótica creciente de las mujeres, una
visión puritana de la sexualidad centrada en la hegemonía indiscutida de los
varones, seguiría dando batalla, denunciando no sólo lo pecaminoso sino también
la trivialización de las transgresiones.
La mitificada década y su mítica revolución sexual albergaban entonces
innumerables paradojas en relación a una cultura erótica en torno a las relaciones
amorosas, sexuales, pero también los vínculos de sentido con los cuerpos, los
placeres y deseos. Ante los cambios en las costumbres eróticas, tanto los discursos
más partidarios de la liberación como los más conservadores se trenzaban en
debates y construían diversos tabúes o prohibiciones, campos fértiles para las
transgresiones eróticas. El feminismo se repartía entre ambas posiciones, más o
menos liberal o conservador. En las décadas siguientes, dentro del movimiento el
erotismo seguiría constituyendo una temática escabrosa: mientras que las
categorías de sexo y género serían ampliamente discutidas, la de erotismo
quedaría muchas veces solapada tras la de sexualidad o asociada a la pornografía.
Asimismo, mientras el feminismo debatía deseo u opresión y lograba nuevas
libertades e independencias eróticas, el sexo era traducido en cifras, el mercado
preparaba productos y servicios para la erotización del consumo. El amor era
problematizado pero la vieja dramaturgia del flechazo, la pareja, la fidelidad y los
amores prohibidos seguirían vigentes. En este sentido, asociado al discurso
amoroso, el erotismo poco tenía que ver con la modernización de los ’60. Ésta
última se relacionaba a los discursos de la sexualidad, pero los discursos eróticos
asociados al amor y la seducción se difundían desde hacía décadas en las
narrativas rosas o en las publicidades sugestivas.
El amor, una dimensión que se fue desligando de lo erótico era criticado desde
el feminismo que veía en el amor romántico una opresión de género. Pero también
era un reducto donde el erotismo vivía a través de la transgresión organizada. Más
allá de los clichés, se hallaba fuertemente ligado a las narrativas amorosas en las
revistas femeninas.
369
Con los cambios en la moral y las costumbres sexuales, el amor iría quedando
apartado de las definiciones eróticas, asociadas cada vez más fuertemente a los
discursos de la sexualidad. Se volvería no tanto una temática represiva para el
género sino una temática reprimida, cuando los discursos sobre el amor iban
ganando terreno a los discursos amorosos. La sentimentalidad del amor se tornaría
una fuerte transgresión, quedando éste “…censurado en nombre de lo que no es, en
el fondo, más que otra moral” (Barthes, 2001: 193). En este sentido, la liberación
sexual iba en detrimento del ‘erotismo de los corazones’ (Bataille, 2010). El
romance ya no era necesario para la conquista tecnificada. Mientras se censuraban
las narrativas rosas, ganaba terreno la ingeniería erótica, una ética estética en torno a
los cuerpos sensuales.
Así se resquebrajaba la fe marcusiana en las capacidades creativas de la fantasía
erótica para revolucionar el orden social y sexual. Los teóricos de la liberación
habían olvidado el potencial de la creación imaginaria y fantasiosa del erotismo
dentro del capitalismo y su industria cultural.
La cultura erótica mutó en los ’60 y abrió horizontes paradojales en torno a las
problemáticas intersectadas de la sexualidad, las relaciones de género, el amor, los
cuerpos, placeres y deseos eróticos, que no pueden diferenciarse clara y
tajantemente entre una posición liberada y otra conservadora en materia sexual. Las
liberaciones sexuales y de género fueron cooptadas por un mercado versátil a los
cambios, los ímpetus conservadores ganaban la batalla de la mano de la censura,
algunos avances científicos acarreaban obligaciones para el género femenino, las
resignificaciones del amor abrían un sinnúmero de paradojas con los nuevos
mandatos conyugales y para la liberación de los cuerpos estaban preparados algunos
grilletes estéticos.
Un proceso cultural en torno al erotismo, pleno de contraluces, se desarrollaba en
los ’60 y abría sendas a la cultura erótica de décadas venideras. Cabe preguntarse
cómo estas transformaciones respecto de los sentidos de lo erótico en sus diversas
dimensiones se han resignificado en los tiempos contemporáneos.
La cultura erótica, tanto liberadora como opresora y un deseo que se unía
tanto al Eros como al Tánatos, habían erigido la importancia del placer femenino
como derecho y también como mandato, en el marco de una nueva moral del
embellecimiento, de mostración del cuerpo, de relaciones amorosas ‘livianas’ y de
una prolífica información sexual.
370
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“La mujer tiene además, una boca, dos ojos y una cara bonita”, Publicidad Coty, Claudia
Nº 87, 08/64. Buenos Aires: Abril; año 8, p. 34.
Publicidad Régé Dama, Claudia Nº 87, 08/64. Buenos Aires: Abril; año 8, pp. 20-21.
“Como ella…”, Publicidad Pond’s, Claudia Nº 87, 08/64. Buenos Aires: Abril; año 8,
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Cristina
“Margarita Palacios cocinando a la criolla”, Cristina Nº 854, 08/65. Buenos Aires;
portada.
“Una mujer irresistible”, Cristina Nº 854, 08/65. Buenos Aires; p. 40-42.
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“Con un detalle de crochet”, Chabela Nº 384, 01/68. Buenos Aires: Sopena; p. 23.
Femirama
“Bill Blass”, Femirama, Tomo 8, 05/66. Buenos Aires: Codex. Año 1, p. 154.
“Cómo deben ser ella y él para ser felices”, Femirama Nº extraordinario, 04/68. Buenos
Aires: Codex. Año 3, pp. 74-81.
“Crema fluida y veraniega”, Publicidad Kareen Horn, Femirama Nº extraordinario,
06/69. Buenos Aires: Codex. Año 4, p. 125.
“Cuando el marido es un donjuán”, Femirama, Tomo 8, 05/66. Buenos Aires: Codex.
Año 2, pp. 80-83.
“Dan que hablar”, Publicidad Subell, Femirama Especial Navidad, 12/67. Buenos Aires:
Codex. Año 2, p. 43.
“El perfume que dice cómo es Ud”, Publicidad Miss France, Femirama Nº
extraordinario, 06/69. Buenos Aires: Codex. Año 4, p. 16.
“El primer casamiento ‘hippie’, Femirama Nº extraordinario, 04/68. Buenos Aires:
Codex. Año 3, pp. 206-207.
“El veneno de los celos”, Femirama Nº extraordinario, 06/69. Buenos Aires: Codex. Año
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“En su rostro la natural audacia del maquillaje joven”, Publicidad Miss Ylang, Femirama
Nº extraordiario, 04/68. Buenos Aires: Codex. Año 3, p. 259.
“Encantador, sugestivo… y francés”, Publicidad Carven, Femirama s/n, 03/67. Buenos
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“Günther Sachs sin máscara”, Femirama, Nº extraordinario, 04/68. Buenos Aires: Codex.
Año 3, pp. 82-85.
“Jabón de tocador”, Publicidad Prosan, Femirama, Tomo 8, 05/66. Buenos Aires: Codex.
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“La habitación de la joven soltera”, Femirama, s/n, 03/67. Buenos Aires: Codex. Año 2,
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“La historia de George Hamilton”, Femirama, Especial Navidad, 12/67. Buenos Aires:
Codex. Año 2, pp. 162-168.
“Lo único más femenino que Warner’s es Usted!”, Publicidad Warner’s, Femirama Nº
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“Los adolescentes acelerados”, Femirama, Tomo 8, 05/66. Buenos Aires: Codex. Año 1,
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“Moda: vidriera de ideas”, Femirama Nº extraordinario, 06/69. Buenos Aires: Codex.
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04/68. Buenos Aires: Codex. Año 3, p. 221.
“Otra vez…”, Publicidad Cremestick Coty, Femirama Nº extraordinario, 04/68. Buenos
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“Si usted quiere morir en sus brazos”, Publicidad Colonia Valet Gillette, Femirama,
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Publicidad Vogue. Femirama Nº extraordinario. 06/69. Buenos Aires: Codex. Año 4,
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Gente
“...audaces”, Publicidad Le Mans, Gente Nº 282, 17/12/70. Buenos Aires, Atlántida. Año
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“¡Delon… Delon… que lindo sos!”, Gente Nº217, 18/09/69. Buenos Aires, Atlántida.
Año 5, pp. 86-87.
“¿Adónde llegará esto?”, Gente Nº73, 15/12/66. Buenos Aires: Atlántida. Año 1, p. 9-10.
“¿Qué ven en usted las extranjeras?”, Gente Nº215, 04/07/69. Buenos Aires, Atlántida.
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“Qué sucede en lo más profundo de nuestro ser?”, Publicidad Karina, Gente Nº 193,
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“…la audacia de un guerrillero y la solvencia de un play-boy”, Publicidad Sportline,
Gente Nº 205, 26/06/69. Buenos Aires, Atlántida. Año 4, p. 73.
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“184 centímetros de fama y elegancia”, Gente Nº190, 13/03/69. Buenos Aires, Atlántida.
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“A todo color”, Gente Nº179, 26/12/68. Buenos Aires, Atlántida. Año 4, portada.
“Brava!”, Publicidad Chevrolet, Gente Nº160, 15/08/68. Buenos Aires, Atlántida. Año 4,
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“Chicas Divito”, Gente Nº 208, 17/07/69. Buenos Aires, Atlántida. Año 5, p. 17.
“Cine Guía”, Gente Nº82, 16/02/67. Buenos Aires, Atlántida. Año 3, p. 31.
“Cuatro veces 007”, Gente Nº75, 29/12/66. Buenos Aires, Atlántida. Año 2, pp. 40-41.
“Editorial”, Gente, Nº193, 03/04/69. Buenos Aires, Atlántida. Año 4, p. 7.
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“Ellas sienten latir al hombre en el Playthompson”, Gente Nº217, 18/09/69. Buenos
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“Guapos”, Gente Nº 89, 06/04/67. Buenos Aires, Atlántida. Año2, p. 32.
“Las tocables. Con gusto no pica”, Gente Nº193, 03/04/69. Buenos Aires, Atlántida. Año
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“Lidia Elsa Satragno: Seré más Pinky que nunca”, Gente Nº74, 22/12/1966. Buenos
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“Los infieles” Publicidad Master 91, Gente Nº 158 19/08/68. Buenos Aires, Atlántida.
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“Pasarán más de mil hombres, muchos más…”, Gente Nº150, 15/08/68. Buenos Aires,
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“Proceso a la píldora anticonceptiva”, Gente Nº78, 19/01/67. Buenos Aires, Atlántida.
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“Qué hacen, qué piensan, qué hablan, qué comen”, Gente Nº 194, 10/04/69. Buenos
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“Quiero ser libre y no sufrir otra vez”, Gente Nº74, 22/12/1966. Buenos Aires, Atlántida.
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Publicidad Karina, Gente Nº199, 15/05/69. Buenos Aires, Atlántida. Año 4. p. 24
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Maribel
“¡La mujer no quiere envejecer!”, Maribel Nº 1637, 21/07/64. Buenos Aires: Sopena.
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“¡Oh!...¡Es ella!”, Publicidad Tangee, Maribel s/n, 1964. Buenos Aires: Sopena. Año 33,
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“¿A plena vida?”, Maribel Nº 1656, 08/12/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, p. 34.
“¿Cuánto dura el amor eterno?”, Maribel Nº 1640, 08/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33,
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“¿Es lícito evitar los hijos?”, Maribel Nº 1637, 21/07/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33,
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“¿Es usted buena compañera de ‘ellos’?”, Maribel s/n, 1965. Buenos Aires: Sopena. Año
34, p. 64.
“¿Me lanzo o no me lanzo?”, Maribel s/n, 1965. Buenos Aires: Sopena. Año 34, pp. 62,
63.
“¿Por qué va la mujer al psicoanalista?”, Maribel Nº 1646, 22/09/64. Buenos Aires:
Sopena. Año 33, pp.6-7.
“¿Qué es una mujer bella?”, Maribel Nº 1640, 08/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp.
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“¿Son desgraciados los matrimonios sin hijos?”, Maribel s/n, 1964. Buenos Aires:
Sopena. Año 33, pp. 18-19, 81.
“¿Son felices las mujeres blancas casadas con hombres de color?, Maribel Nº 1637,
21/07/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, portada.
“¿Te sientes culpable?”, Maribel Nº 1479, 20/06/61. Buenos Aires: Sopena. Año 30, pp.
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“Amanecer de amor”, Maribel Nº 1415, 22/03/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29, p. 13.
“Aquel roce de unos labios”, Maribel Nº 1438, 30/08/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29,
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“Atilio Marinelli, el galán de moda”, Maribel Nº 1586, 23/07/63. Buenos Aires: Sopena.
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“Hoy se confiesa: Pablo Moret”, Maribel, Nº 1415, 22/03/60. Buenos Aires: Sopena.
Año29, pp.70-71.
“James Dean”, Maribel Nº 1573, 23/04/63. Buenos Aires: Sopena. Año 32, pp. 3-7.
“La belleza de su busto”, Publicidad Cremas Indígena Montenegro, Maribel Nº 1627,
12/05/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, p. 63.
“La causa más grave del divorcio: el adulterio”, Maribel Nº 1637, 21/07/64. Buenos
Aires: Sopena. Año 33, pp. 20-21.
“La edad no tiene importancia cuando se está enamorada”, Maribel Nº 1438, 30/08/60.
Buenos Aires: Sopena. Año 29, pp. 32-34.
“La ginebra del que ‘sabe’”, Publicidad Ginebra Llave, Maribel s/n, 1962. Buenos Aires:
Sopena. Año 31, contratapa.
“La modelo y el príncipe”, Maribel Nº 1665, 16/02/65. Buenos Aires: Sopena. Año 34,
pp. 6-7.
“La mujer 1963”, Maribel N° 1573, 23/04/63. Buenos Aires: Sopena. Año32, pp. 50-51.
380
“La mujer de hoy y el materialismo”, Maribel Nº 1586, 23/07/63. Buenos Aires: Sopena.
Año 32, p.76.
“La mujer de hoy y el novio más joven”, Maribel Nº 1521, 17/04/62. Buenos Aires:
Sopena. Año 31, p. 88.
“La mujer de hoy y los conquistadores”, Maribel Nº1583, 02/07/63. Buenos Aires:
Sopena. Año 31, p. 73.
“La publicidad, un mundo conquistado”, en Maribel Nº1656, 08/12/64. Buenos Aires:
Sopena. Año 33, p. 8.
“La tercera llave”, Maribel Nº 1625, 28/04/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp. 18-21.
“La turbulenta vida de Jane Fonda”, Maribel s/n, 1964. Buenos Aires: Sopena. Año 33,
pp.42-45.
“Las abuelas demasiado jóvenes”, Maribel Nº 1583, 02/07/63. Buenos Aires: Sopena.
Año 31, p. 68.
“Las diez en punto de la noche”, Maribel Nº 1611, 21/01/64. Buenos Aires: Sopena. Año
32, pp. 64-65, 71, 72.
“Linda”, Maribel Nº1640, 08/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp. 26-30.
“Llaman la atención”, Publicidad Medias Evelina, Maribel Nº1521, 17/04/62. Buenos
Aires: Sopena. Año 31, p. 33.
“Los frágiles paraísos”, Maribel Nº 1627, 12/05/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp.
26-30.
“Los hombres frente a mi cámara”, Maribel Nº 1474, 16/05/61. Buenos Aires: Sopena.
Año 30, p. 28
“Mi marido no es el mismo”, Maribel Nº 1677, 11/05/65. Buenos Aires: Sopena. Año 34,
pp. 24, 25, 32.
“Mi placer”, Publicidad, Maribel Nº1438, 30/08/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29, p.12.
“Misterio… Seducción… Tul…”, Publicidad Noveltex, Maribel Nº1521, 17/04/62.
Buenos Aires: Sopena. Año 31, p. 79.
“Mujeres en el poder”, Maribel Nº1681, 08/06/1965. Buenos Aires: Sopena. Año 43,
portada.
“Murallas de angustia”, Maribel Nº 1625, 28/04/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp.
10-14.
“Ni diosa, ni monstruo...”, Maribel Nº 1415, 22/03/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29,
pp.4-5, 10, 24, 29, 34.
“Operativo departamento: pesos y m2 para la libertad”, Maribel Nº 1665, 16/02/65.
Buenos Aires: Sopena. Año 34, pp. 3-5.
“Permanente juventud en sus cabellos”, Publicidad Helene Curtis, Maribel Nº 1640,
08/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, p. 53.
“Proceso a la soltería”, Maribel s/n, 1964. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp.18-19.
“Radiografía del piropo”, Maribel Nº 1641, 18/08/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33, pp
4-7.
“Remolino de pasiones”, Maribel Nº 1430, 05/07/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29, pp.
58-59.
“Rivales”, Maribel Nº 1521, 17/04/62. Buenos Aires: Sopena. Año 31, pp. 10-11, 14.
“Si le escribe: te amo”, Maribel Nº 1521, 17/04/62. Buenos Aires: Sopena. Año 31, pp.
30-31.
“Sta-up-top”, Publicidad Warner’s, Maribel Nº 1430, 05/07/60. Buenos Aires: Sopena.
Año 29, p. 34.
381
“Sumario”, Maribel N°1637, 21/07/64. Buenos Aires: Sopena. Año33, p.3.
“Telón tras un largo acto”, Maribel Nº 1438, 30/08/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29,
pp. 12,13, 64, 70.
“Tener una nueva figura… es fácil”, Maribel Nº 1583, 02/07/63. Buenos Aires: Sopena.
Año 31, pp. 6-7.
“Una casa para dos”, Maribel Nº 1573, 23/04/63. Buenos Aires: Sopena. Año 32, pp.12-
13, 18, 29, 70.
“Una mujer con pasado”, Maribel Nº 1656, 08/12/64. Buenos Aires: Sopena. Año 33,
p.32.
“Una mujer inmoral”, Maribel Nº 1415, 22/03/60. Buenos Aires: Sopena. Año 29, p. 54.
“Una novia en cada puerto”, Maribel Nº 1665, 16/02/65. Buenos Aires: Sopena. Año34,
p. 26.
“Violeta Rivas, en la jaula del amor”, Maribel Nº 1665, 16/02/65. Buenos Aires: Sopena.
Año 34, pp. 20-21.
“Vivir y morir”, Maribel N° 1618, 10/03/64, Buenos Aires: Sopena. Año33, pp. 10-11,
41, 47, 56, 65.
Bullrich, Silvina, “¡Qué miedo nos tienen los hombres!”, Maribel, Nº 1637, 21/07/64.
Buenos Aires: Sopena. Año 33, p. 8.
Bullrich, Silvina. “El voto como símbolo de responsabilidad”, Maribel Nº 1583,
2/07/1963. Buenos Aires: Sopena. Año 31, p.3.
Giberti, Eva. “Adolescencia liberal”, Maribel Nº1637, 21/07/64. Buenos Aires: Sopena.
Año 33, p. 24.
Giberti, Eva. “El primer silencio ante lo sexual”, Maribel, s/n, 1964. Buenos Aires:
Sopena. Año 33, pp.26, 27.
Para Ti
“Mary Santpere: Los hombres las prefieren simpáticas”, Para Ti Nº 2400, 08/07/68.
Buenos Aires: Atlántida. Año 47, p. 52.
”Claudia Cardinale: la mujer que no supo interpretar su mejor papel: el de madre”, Para
Ti Nº 2329, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 45, pp. 4-8.
“Sus ojos son… atractivos?” Publicidad Elisabeth Arden, Para Ti Nº 2339, 08/05/67.
Buenos Aires: Atlántida. Año 45, p. 29.
“Diviértase al sol sin temor…”, Publicidad Coppertone, Para Ti Nº 2375, 15/01/68.
Buenos Aires: Atlántida. Año 46, p. 51.
“El licor que se toma… juntos”, Publicidad Liquore Strega, Para Ti Nº 2329, 08/05/67.
Buenos Aires: Atlántida. Año 45, p. 3.
“El pelo es el único vestido personal-natural de la mujer…”, Publicidad Panten, Para Ti
Nº2339, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 45, p. 19.
“Si lo que Ud. busca es la mejor calidad…”, Publicidad Parliament, Para Ti Nº 2283,
11/04/66. Buenos Aires: Atlántida. Año 44, contratapa.
“Andrea”, Para Ti Nº 2339, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 45, pp. 20, 21, 22,
24, 191, 102.
“Yo soy una cámara”, Para Ti Nº 2339, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 45, p.
109.
Publicidad ‘Ann Dey’, Para Ti Nº 2339, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 45, p.
34.
382
“Marcela”, Publicidad Phillips, Para Ti N°2339, 08/05/67. Buenos Aires: Atlántida. Año
45, p.111.
“Déjese tentar”, Publicidad Windsor, Para Ti Nº2366, 13/11/67. Buenos Aires: Atlántida.
Año 46, p. 31.
Publicidad Woolite, Para Ti Nº 2366, 13/11/67. Buenos Aires: Atlántida. Año 46, p. 56.
“Secreto de confesión”, Para Ti Nº 2375, 15/01/68. Buenos Aires: Atlántida. Año 46, p.
66.
“Y sé que comprenderás”, Para Ti Nº 2375, 15/01/68. Buenos Aires: Atlántida. Año 46,
pp. 6-9.
“¿Es suficiente amar?”, Para Ti Nº 2400, 08/07/68. Buenos Aires: Atlántida. Año 47, p.
22-25.
“Secreto de confesión”, Para Ti Nº 2420, 25/10/68. Buenos Aires: Atlántida. Año 46, p.
62.
“El amor de un hombre”, Para Ti Nº 2420, 21/11/68. Buenos Aires: Atlántida, p. 6-9.
“Los límites de la libertad”, Para Ti Nº 2420, 21/11/68. Buenos Aires: Atlántida. Año
46, p. 28.
“Secreto de confesión”, Para Ti, Nº 2420, 21/11/68. Buenos Aires: Atlántida. Año 47, p.
74
“¿Dónde estás mi amor?”, Para Ti Nº 2459, 25/08/69. Buenos Aires: Atlántida. Año 48,
pp.6-9, 16-17, 20.
“Alain Delon”, Para Ti Nº2452, 25/08/69. Buenos Aires: Atlántida. Año 48, poster.
“Sandro y el revés de la trama”, Para Ti Nº 2452, 25/08/69. Buenos Aires: Atlántida.
Año 48, p. 72.
“Tener un marido”, Para Ti Nº 2452, 25/08/69. Buenos Aires: Atlántida. Año 48, p. 22-
23, 28-29.
“La verdad vestida…”, Publicidad Singer, Para Ti Nº 2452, 25/08/69. Buenos Aires:
Atlántida. Año 48, p. 71.
Vosotras
“El amor y los fantasmas del ‘tiro-corto’”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61. Buenos Aires:
Korn. Año 24, pp. 64-65.
“Ese muchacho era mi novio”, Vosotras Nº 1244, 08/02/59. Buenos Aires: Korn. Año 24,
p. 14.
Portada Vosotras Nº1244, 08/10/59. Buenos Aires: Korn. Año 24.
“Conception Days Indicator”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61. Buenos Aires: Korn. Año 24,
p. 60.
“La hiedra”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61. Buenos Aires: Korn. Año 24, pp. 26-30, 32.
“Casi pecado”, Vosotras Nº 1324, 20/04/61. Buenos Aires: Korn. Año 24, pp. 19, 20, 24,
40, 52.
“¿Sabe Ud. por qué se ama…?” Vosotras Nº 1332, 15/06/61. Buenos Aires: Korn. Año
24, p.27.
“Nunca más”, Vosotras Nº 1332, 15/06/61. Buenos Aires: Korn. Año 24, p. 19
Portada Vosotras Nº 1332, 15/06/61. Buenos Aires: Korn. Año 24.
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ANEXOS
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