Instrumentos de Herrero

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La fragua y el oficio de herrero en Quintanilla de

Tres Barrios.
                  El oficio de herrero fue tan primordial en los pueblos como son los
talleres mecánicos en las ciudades. Sin él hubiera sido imposible mantener el
equipamiento de labranza en buenas condiciones evitando situaciones difíciles
y transcendentales para muchos labradores del pueblo. A él acudían en ayuda,
como lo hacemos con el médico cuando nos encontramos pachuchos, para
arreglar cualquier instrumento o utensilio de labranza o para ponerle “zapatos”
nuevos a las sufridas caballerías. El trabajo del herrero consistía, además, en
elaborar objetos de hierro utilizando para ello herramientas manuales para
martillar, doblar, modelar o cualquier otro método utilizado para dar forma al
hierro cuando se encuentra en estado maleable por el efecto del calentamiento
incandescente para
posteriormente someterlo al
proceso del forjado. 

       El herrero trabajaba con


hierro negro, color que se
debía a la capa de óxido que
se depositaba sobre la
superficie del metal durante el
calentamiento. Aún
permanece en la mente de las
generaciones de su tiempo los
trozos de hierro de formas
curiosas y diversas que
quedaban esparcidos por los
alrededores de la Fragua. El
modo de operar era calentar
las partes del hierro que tenía
que dar forma para lo cual
hacía uso del martillo,
golpeando la masa en el
yunque. El calentamiento lo
hacía en una forja de leña de
chaparro, de la cual en
Quintanilla siempre hemos
estado bien abastecidos. Para
ello, algún herrero se
desplazaba a Valdeosma a por
brezo, con el que hacía el
carbón.    

       Según la primicia o las buenas manos que tuviera, el herrero fabricaba sus
propias herramientas que usaba para su oficio. El tiempo y las tradiciones han
variado los utensilios y hoy tan sólo quedan algunas de aquellas. No obstante
lo básico persiste y sobre ello recae el trabajo de su oficio. Un oficio que nunca
ha necesitado demasiada infraestructura para llevarlo a cabo. Siempre se ha
dicho que el oficio de herrero todo lo que necesita es algo donde calentar el
metal, algo donde golpearlo y algo con qué golpearlo. En consecuencia sus
necesidades para realizar el trabajo eran:

La forja, lugar donde el herrero aplicaba calor al hierro en la Fragua.


Aquí iba manteniendo el fuego, echando más o menos leña o carbón en función
del trabajo que tenía que realizar.

El fuelle, inmenso soplador que avivaba el fuego y el rescoldo de las


ascuas para mantenerlas siempre vivas.

El yunque, es un bloque compacto de hierro. Con el tiempo ha sufrido


algunas variaciones en cuanto a la forma, pero siempre acabado en punta para
facilitar el forjado y para adaptar o sostener algunas herramientas de formas
un tanto especiales.

El martillo, más de uno, que podía ser de bola o de cuña.

Las tenazas, usadas para agarrar el hierro incandescente. También


utilizaba más de una y variaba en la forma y el tamaño.

Los moldes eran los instrumentos que tenía el herrero para dar forma al
metal. Se calentaban de modo que el metal se derretía y salía a través de las
aberturas marcadas en el molde. Por los orificios se introducía el metal fundido
de manera que al enfriarse podía romperse el molde y se reproducía la forma
deseada. Pero no era habitual en el trabajo, y menos diario, del herrero del
pueblo, excepto las cotidianas herraduras, rejas y quizá algún otro utensilio
excepcional que como queda dicho todo dependía de las manos que tuviera.
De todo ha pasado por la Fragua del pueblo.  

       En Quintanilla, el
herrero tenía su trabajo
en la Fragua de la Poza,
que acaba de ser
restaurada
recientemente como
patrimonio etnológico. En
ella han venido ocupando
su tiempo algunas
personas con oficio
consabido, otras no
tanto, que se ocupaban
de hacer las rejas, las
herraduras, otro tipo de
herramientas, utensilios
de cocina y algunos otros
de diversa índole, como podían ser romanas grandes o pequeñas. De todas las
tareas, la más habitual era la de “sacar boca a las rejas”, es decir añadir un
trozo de hierro a la punta cuando estaba ya muy desgastada. Otro de los
trabajos que más tiempo le ocupaba era el de herrar a las caballerías: ponerle
calzado nuevo y hacerle un poco la manicura a la pezuña para que caminasen
con más placer por los dificultosos caminos y por las tierras de labor.

       Al herrero se le
ajustaba anualmente
sólo para realizar el
trabajo de “sacar boca a
las rejas” y se le pagaba
en grano, normalmente
trigo o cebada. Cada
usuario sufragaba su
parte. El resto de los
trabajos quedaban a
merced del coste que el
herrero pedía por ello, no
solía hablarse de una
cantidad estipulada.
Teniendo en cuenta que
el dinero apenas se
dejaba ver, lo normal era
que se llegase a un
acuerdo en cuanto a la
forma y manera de
cobrar el trabajo prestado. No era extraño que el cobro fuese una merienda en
la bodega, una cantidad de vino, hacerle alguna labor de sembradura, o
buenamente lo que uno pudiera y el otro necesitara. Más que de dinero casi se
trataba de trueque. Ciertos servicios eran gratuitos, como por ejemplo afilar,
pero a veces se le premiaba con alguna cosilla que necesitara. Eran más bien
un pacto entre las partes en base a la situación en que se encontraran y la
necesidad que más apremiara.

       Por Quintanilla, como queda dicho, han pasado herreros de todo diverso
pelaje, malos y muy buenos. De alguno, como el tío Cabrera, no se guarda
buen recuerdo porque trabajaba sin apenas conocimientos y no prestaba un
buen servicio. Hay quien le recuerda más bien por el hambre canina que
pasaba que por su destreza en la Fragua. Tal era la necesidad, que se dedicaba
a desollar los machos muertos para comérselos. 
       Del último herrero
habido en Quintanilla se
tiene un buen gran
concepto: Gregorio
Santos (padre del
popular periodista y
presentador deportivo JJ
Santos). Quienes le
conocieron le presentan
como un “gran herrero
que trabajaba muy bien”.
Se le daba bien todo lo
que hacía y cualquier
utensilio que se
propusiera hacer no se le
resistía. Suyas son
algunas de las romanas
tanto grandes como
pequeñas que aún hoy se
ven por el pueblo. Se debía a su trabajo y cumplía con él a la perfección. 

A mediados de los años 60, la Fragua dejó de  funcionar. A Gregorio Santos no
le sustituyó ningún otro  herrero porque el campo comenzó a sufrir un
paulatino proceso de mecanización que fue relegando poco a poco los aperos
de labranza utilizados hasta entonces. La finalidad para la que fue creada la
tradicional Fragua tenía sus días contados. El taller fue tomando auge a
medida que la maquinaria agrícola se fue imponiendo en el paisaje agrario. En
la actualidad, la Fragua es un recuerdo ligado a un modo de vida y a un
sistema de producción que tuvo su protagonismo en un
 

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