Barbara Cartland - La Reina de Corazones
Barbara Cartland - La Reina de Corazones
Barbara Cartland - La Reina de Corazones
La reina de corazones
Título original: The queen of hearts
Colección: Barbara Cartland nº 380
Protagonistas: Princesa Sola y el rey Ivan de Arramia
Argumento:
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Capítulo 1
1876
2
Y lo mismo sucedía respecto al palacio, salvo con su hija Zelie.
- Yo ya casi tengo veinte años – le decía ésta una docena de veces al día –
y ya es hora de que cumplas con tu deber y me encuentres un esposo.
- No es fácil, ya te he dicho que no es fácil – le respondía el gran duque.
- ¡No puedo quedarme aquí, convertida en una solterona durante el resto
de mi vida! – se quejaba Zelie. En este país no hay nada qué hacer, y los
hombres que tú invitas al palacio, por lo general, ya tienen un pie en la tumba.
Aquello no era justo, pero Zelie utilizaba cualquier arma con la que
pudiera atacar a su padre al respecto.
El gran duque miró a su hija Sola y se preguntó por qué las dos serían
tan diferentes.
Sola nunca se quejaba y parecía muy feliz.
Montaba sus maravillosos caballos, la mayoría de los cuales procedía de
Hungría.
Se sentía contenta de poder pasear por el bosque y los jardines,
conversando con la gente que trabajaba en ellos.
Todos lo adoraban, al igual que adoraban a su madre.
- Supongo que tu sangre irlandesa es lo que hace que seas tan feliz en el
campo – le había dicho su padre – mientras que tu hermana sólo desea poder
viajar a las capitales de otros países.
- A mí me gustar estar aquí – había respondido Sola.
No obstante, continuamente tenía que escuchar a su hermana gemela
insinuar que deberían visitar Viena o al rey de Rumania.
O, mejor aún, visitar París o San Petersburgo.
- ¿Por qué tenemos que estar enterrada en este agujero? – preguntó Zelie
furiosa. ¿Sin nada qué hacer ni nadie que nos admire?
En realidad, sí había un buen número de personas que las admiraban.
Pero Sola sabía que su hermana quería conocer hombres apuestos y
atrevidos con los que bailar; hombres que le dijeran halagos y que se casaran
con ella si procedían de alguna casa real.
El problema era que el gran duque apenas gozaba de prestigio entre los
soberanos de Europa.
A todos ellos, sin lugar a dudas, sólo les interesaba emparentar con la
todopoderosa reina Victoria de Inglaterra.
La gran duquesa había sido prima lejana de ésta.
Por ello le permitieron al gran duque contraer matrimonio con ella.
El gran duque se había enamorado locamente, por lo que había decidido
casarse, aun cuando hubiera tenido que hacerlo en un matrimonio morganático.
Afortunadamente, la reina Victoria les dio su bendición.
La pareja fue enormemente feliz en su pequeño principado, que, como
Zelie dijera en cierta ocasión, no era más grande que la isla de Wight.
Ahora, por fin, después de muchas consultas, el gran duque había
encontrado un rey para Zelie.
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- No me parece que sea muy importante – le estaba diciendo Zelie.
Tenía los brazos sobre la mesa y la cara apoyada sobre las manos.
Al observarla, el gran duque pensó que no era posible que alguien no
pensara que era muy bella.
El rey debería sentirse muy afortunado de poder tenerla como esposa,
pensó.
En cualquier caso, sabía que la dote que él pudiera adjudicarle no se
equiparaba a la que podría esperarse de monarcas de otros países.
- No conozco al rey Ivan – dijo el gran duque – pero me han informado
que es un joven muy inteligente y bien parecido. Su reino, como tú sabrás, es
importante, ya que está situado entre Albania y Grecia, y ha ayudado a
asegurar la independencia de estos dos países.
- No creo que pueda ser muy grande – dijo Zelie – o recordaría haberlo
visto en el mapa.
- ¿Quieres que traiga uno? – preguntó Sola.
- No hay prisa – respondió Zelie. Deja que papá nos diga todo lo que sabe
acerca de este rey.
El gran duque dudó un momento.
- Nuestro canciller – dijo después – estuvo el año pasado en Arramia. Fue
él quien insinuó a su primer ministro la posibilidad de una unión matrimonial
entre nuestros dos países.
- ¡El año pasado! – exclamó Zelie. ¡Se ha tomado mucho tiempo para llegar
a una decisión!
Al observar a su padre, Sola pensó que éste ocultaba algo.
Por fin, para ayudarlo, dijo:
- Yo he leído algo acerca de Arramia, y tengo entendido que es un país
muy bello, con montañas y valles, como Albania, aunque más pequeño. Me
parece que en cierta ocasión hubo la posibilidad de una revolución, pero el
problema se solucionó cuando el rey Ivan subió al trono.
El gran duque le sonrió.
- Estás muy bien enterada, querida.
- Papá, tú sabes que siempre me ha interesado la historia de esta parte de
Europa, y siempre he tenido miedo de que los más pequeños sean absorbidos
por los grandes.
- Tienes mucha razón – admitió el gran duque – y Zelie debe asegurarse
de que Arramia conserve su independencia y de que sus reyes ocupen el lugar
que les corresponde entre la realeza europea.
- Eso es exactamente lo que yo quiero hacer – intervino Zelie – aunque me
hubiera gustado poder tener a un rey de un país mayor.
Suspiró antes de continuar:
- ¿Por qué tenían que haberse casado ya los reyes de Rumania, de Serbia,
de Montenegro y de Grecia?
La familia ya había escuchado aquello antes, por lo que el gran duque
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manifestó:
- Bueno, ya tienes a tu rey. Ahora, el siguiente paso es que vayas a
conocerlo.
Zelie se enderezó.
- ¿Quieres decir que él no va a venir aquí?
- Me informan que es imposible que él salga de su país en estos
momentos, de modo que nosotros le haremos una visita de Estado, al final de la
cual anunciaremos el compromiso.
Zelie permaneció en silencio, ya que todo aquello sonaba impresionante.
Luego, dijo:
- Hay una cosa segura, y se que voy a necesitar ropa nueva.
- Por supuesto – estuvo de acuerdo su padre. Puedes mandar a buscar a
los modistos de la ciudad.
- ¿De la ciudad? – gritó Zelie. No pensarás que ellos puedan hacerme un
ajuar que valga la pena. Tendré que ir a Viena, a menos que tú prefieras que
vaya a París.
- No habrá tiempo para ninguna de las dos cosas – objetó el gran duque
con satisfacción. Saldremos para Arramia dentro de diez días.
Zelie emitió una exclamación de horror.
- ¿Y tengo que estar lista para entonces? ¡Eso es imposible, papá!
- Entonces, tendrás que decirle al rey Ivan que has cambiado de parecer, o
que has recibido una oferta mejor – dijo el gran duque con impaciencia.
Y se levantó de la mesa, como si ya estuviera cansado de las quejas de su
hija.
Puso su mano sobre el hombro de Sola y le pidió:
- Ven a ayudarme con mis orquídeas, querida. Me parece que la que llegó
de Nepal está comenzando a florecer.
- ¡Qué emocionante! – exclamó Sola.
Se levantó de la mesa para seguir a su padre cuando Zelie la detuvo.
- Necesito que me ayudes, Sola, a menos que quieras que vaya a Arramia
medio desnuda.
Sola sonrió.
- No lo creo posible. Tú ya tienes muchos vestidos bonitos, y la señora
Blanc es maravillosa. Sus vestidos tienen un auténtico aire parisino.
Zelie pareció tranquilizarse.
- Supongo que tienes razón – asintió. A mamá siempre le pareció que
cobraba muy caro, pero papá tendrá que pagarlo.
- Estoy segura de que querrá que te veas muy bonita – dijo Sola – y así
será.
Estaba a punto de reanudar la marcha cuando Zelie comentó:
- Un rey es un rey, ya sea grande o pequeño, así que supongo que debo
sentirme agradecida.
- Todavía no lo hemos visto – indicó Sola – pero he oído decir que es muy
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atractivo.
Zelie se estaba mirando en uno de los largos espejos de marco dorado.
- ¿Crees que se nos describirá como la pareja real más bien parecido del
mundo? – preguntó.
- Estoy segura de que así será – dijo Sola – y estarás encantadora con tu
vestido de novia y la tiara de mamá encima del velo.
- La tiara de mamá está bien para un baile – opinó Zelie – pero es
demasiado pequeña para una boda, en la que supongo que seré coronada.
Se volvió a mirar en el espejo y prosiguió diciendo:
- Si el rey no tiene algo mejor y más grande en sus arcas creo que me
sentiré defraudada.
Sola no esperó más y corrió tras su padre, ya que estaba tan interesada
como él por ver florecer aquella orquídea rara que le habían enviado desde
Nepal el año anterior.
Sin embargo, no podía dejar de sentirse agradecida, porque, por fin, y
después de tantas quejas, su hermana contraería matrimonio.
Zelie no había hablado de otra cosa desde que cumplió los dieciocho
años.
El año anterior había sido como una pesadilla, pues no dejaba de repetir
una y otra vez que tenían que encontrarle un rey.
Sola entró casi corriendo en el invernadero, donde encontró a su padre
que observaba fascinado el pequeño botón que había aparecido entre las hojas
de la orquídea.
- Mañana sabremos exactamente que clase de orquídea es ésta y si aparece
en mi libro – le dijo a su hija.
- Es muy emocionante, papá – repuso Sola – aunque todavía me parece
muy extraño que te la hayan enviado sin un nombre.
- Eso, ciertamente, nos ha llenado de curiosidad, ¿no es así? – admitió el
Gran duque. Bueno, ya son dos cosas buenas que han ocurrido hoy. ¿Me
pregunto cuál será la tercera?
Sola se rió.
- Fuiste muy hábil al encontrar al rey Ivan como esposo para Zelie – dijo
en voz baja.
- Te aseguro que fue muy difícil – manifestó el gran duque. El canciller me
informó que su majestad estaba decidido a no casarse, y no le hacía caso a sus
ministros, que le exigían un heredero.
Sola miró a su padre, consternada.
- ¿Quieres decir que no desea casarse con Zelie?
- ¡No se lo vayas a decir, por amor de Dios! – respondió el gran duque. Sin
embargo, tengo entendido que todos los miembros de su gabinete casi se
tuvieron que poner de rodillas para suplicarle que aceptara la sugerencia del
canciller.
Sola suspiró.
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- Oh, papá, ¿cómo va a poder ser feliz Zelie en tales circunstancias? Sería
mejor si ella esperara a que tú le encontraras otro rey.
- No le vayas a meter esa idea en la cabeza – comentó el gran duque. Me
he pasado mucho tiempo ante el mapa del mundo tratando de encontrarle un
rey a tu hermana, y te aseguro que éste es el único disponible.
Su voz se tornó más grave cuando añadió:
- Si él es un novio difícil, ahora dependerá de ella hacerlo cambiar de
parecer.
Sola permaneció en silencio.
Sabía muy bien lo impertinente que podía resultar su hermana si no
conseguía lo que deseaba.
El gran duque le acarició los bucles de sus cabellos, como si supiera lo
que estaba pensando.
- Eres un gran consuelo para mí, Sola – dijo – y no puedo evitar pensar
que vamos a ser mucho más felices cuando dejemos de escuchar los eternos
quejidos de tu hermana acerca de quedarse solterona.
Sola besó la mano de su padre.
- Te quiero mucho, papá – musitó. Tú has sido muy bueno con las dos
desde la muerte de mamá.
El gran duque se volvió hacia el otro lado.
Siempre le resultaba doloroso hablar de su esposa.
Cada vez que miraba a sus hijas le era imposible olvidarla.
Fue una mujer muy bella, exactamente como una rosa inglesa, según
opinaban sus admiradores.
Tenía los cabellos rubios, los ojos azules y un cutis perfecto.
Era extraño que ninguna de sus hijas se pareciese a su padre.
El único hijo del gran duque, Alejandro, sí era su viva imagen.
Pero, aunque pareciese ruso, Alejandro era muy inglés en muchas cosas.
Había asistido a una escuela inglesa y ahora cursaba su segundo año en
Oxford.
Su padre se sentía muy orgulloso de él y sus hermanas lo adoraban.
Durante el último año apenas le vieron, ya que, a causa de sus estudios,
no disfrutó de vacaciones.
- Tienes que escribir a Alejandro y contarle esto – indicó Sola.
- Por supuesto – estuvo de acuerdo el gran duque. Estoy seguro de que se
alegrará.
- ¿Por qué tienes que ir a Arramia con tanta prisa? – preguntó Sola.
El gran duque dudó un momento antes de decir la verdad.
- Creo – señaló – que el primer ministro y todo el gabinete temen que el
rey cambie de parecer. De modo que, cuanto más pronto se comprometa, mejor.
Aquello hizo reír a Sola.
Entonces, y cambiando de tono, dijo:
- ¡Pobre Zelie! Todo eso me parece horrible y poco natural. Yo no quisiera
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casarme si no estoy enamorada, papá.
Su padre le puso el brazo alrededor de los hombros.
- Quizá tú seas tan afortunada como lo fuimos tu madre y yo – dijo. En
cuanto la vi, me dije a mí mismo: “¡Esa es la mujer con la que deseo casarme!”.
Calló por un momento, como si estuviera recordando el éxtasis de aquel
momento.
- Y cuando ella me conoció – continuó diciendo – dijo que sabía que yo era
su destino y que temía que, cuando abandonara Inglaterra, me olvidara de ella.
- Pero tú corriste a San Petersburgo para obtener el permiso del zar – dijo
Sola, que conocía perfectamente la historia.
- ¡Eso fue aterrador! – respondió el gran duque. No obstante, cuando
enfaticé el parentesco de tu madre con la reina Victoria, él consintió.
- ¡Y vivisteis por siempre felices! – exclamó Sola. Eso es lo que yo también
deseo, papá, así que no te molestes en buscar un esposo para mí. Si el destino
está de mi parte, nos conoceremos de alguna manera y en alguna parte, y no
habrá necesidad de consultas entre primeros ministros. Nos habremos
encontrado uno al otro.
Sola se expresó con voz soñadora y emotiva.
El gran duque no respondió.
Se limitó a llevarla hacia la puerta del invernadero.
- Tengo una delegación que me está esperando – indicó – por lo que
será mejor que vayas a ayudar a tu hermana.
- Sí, claro está, papá – repuso Sola.
Y regresó corriendo al palacio.
Sabía que su hermana estaría en su habitación, revisando su ropa.
Cuando llegó a ella, Zelie se estaba restregando las manos y diciendo que
no tenía nada que ponerse.
- Esas son tonterías – la reprochó Sola. Tienes ese precioso vestido que
compraste para el baile de Pascua. También tienes dos vestidos de tarde que la
señora Blanc nos aseguró eran la última moda en París. Estarás preciosa con
cualquiera de ellos.
Zelie pareció apaciguarse.
- Supongo que pasarán – concedió. Además, supongo que la gente de
Arramia no sabrá distinguir si algo viene de París o de la Cochinchina.
Sola pensó que era un error comenzar a menospreciar a la gente sobre la
cual iba a reinar, aun antes de conocerla.
- Estoy seguro de que los arrameos te admiraran, sin importar que te
pongas – opinó – pero si no han viajado todos, el rey sí lo ha hecho, de modo
que deberás estar muy bonita para él.
- Si me lo preguntas – dijo Zelie – te diré que me parece que me están
estafando. Sí, como sospecho, Arramia tiene las dimensiones de nuestro país,
entonces no habrá mucho sobre qué reinar.
- Es más grande y mucho más importante. Además, siempre se ha dicho
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que su gente es encantadora y muy amistosa – señaló Sola.
Aquello era un invento, ya que, en realidad, ella sabía muy poco a
propósito de Arramia.
Pero, al mismo tiempo, suponía que era esencial que Zelie pensara que
iba a ser feliz en el país en el que iba a reinar.
- Te diré lo que voy a hacer, Zelie – dijo entonces. Voy a buscar entre los
libros de la biblioteca. Y cuando la señora Blanc te esté probando los vestidos
que le encargues, yo te los leeré.
Zelie no pareció muy entusiasmada con la idea.
- Muy bien, pero lo único que me interesa saber es si en el país hay
ciudades grandes; si hay teatros y lugares que yo pueda visitar como reina, y
cómo es el palacio y si está bien amueblado.
- Creo que el canciller puede informarte de eso mejor que yo – opinó Sola.
Después de todo, él ya ha estado allí.
- No creo que ese viejo tonto tenga una sola idea inteligente dentro de su
cabeza calva – comentó Zelie. Si tuviera algo que decirme, le llevaría horas el
hacerlo, y haría que hasta el cielo pareciera un lugar poco deseable.
Sola se rio.
- Eres muy poco amable, Zelie – dijo. A mí me parece que el canciller es un
hombre agradable y muy bueno con sus hijos.
Sin embargo, Sola sabía que le hablaba a unos oídos sordos.
Zelie estaba sacando sus vestidos de verano del armario y arrojándolos
sobre la cama.
- Éste no quiero ni verlo. Ése otro podría servir si tuviera un poco más de
encaje. Y éste …
Sola comprendió que Zelie sólo deseaba hablar acerca de su ropa.
Trató de ayudar, buscando cosas que pudieran incluirse en el equipaje de
su hermana.
Ciertamente, tenían muy poco tiempo para comprar algo nuevo.
Cualquiera que las observara habría encontrado muy difícil distinguir a
una de la otra, a no ser por sus voces.
Zelie hablaba con voz dura, a menos que estuviera tratando de
congraciarse con la persona con la que conversaba.
La voz de Sola era muy suave.
Se comportaba muy delicadamente con la gente mayor y con los niños,
los cuales confiaban en ella de inmediato.
Ninguna de las dos muchachas sabía que en cierta ocasión su madre le
había dicho a su esposo:
- Boris, yo no puedo entender como tú y yo pudimos procrear a dos niñas
de carácter tan diferente. Parece casi imposible, teniendo en cuenta que son tan
parecidas en lo físico.
- ¿Qué quieres decir con diferentes? – había preguntado el gran duque,
aunque ya sabía la respuesta.
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- Zelie es como muchos de tus súbditos: ambiciosa, impaciente, egoísta y
centrada en ella misma – respondió la gran duquesa.
- ¡No eres muy amable! – protestó su esposo.
- No me refiero a ti, querido. Tú sabes que me pareces maravilloso. Sola
tiene lo mejor de ti, y creo que un poco también de mí.
- Todo de ti, mi amor – había respondido el gran duque. Ella tiene tu
generosidad y tu manera de amar todas las cosas, desde las flores del jardín
hasta las estrellas del cielo.
La gran duquesa puso su mejilla sobre el hombro de su esposo.
- Sólo tú podías haber dicho algo tan romántico – comentó.
El gran duque la besó y preguntó:
- ¿Cómo puede un hombre ser tan afortunado de tener a dos mujeres tan
perfectas, que parecen ángeles bajados del cielo?
Su esposa no respondió y él continuó:
- Zelie es muy humana, pero siento decir que también tiene mucho del
demonio dentro de ella.
La gran duquesa suspiró.
Amaba a sus hijas, pero, desde el momento en que nacieron, Zelie había
sido siempre la más difícil.
Siempre quería ser la primera en todo, aun cuando su madre se
comportaba de manera muy imparcial con las dos.
En el piso inferior, el canciller había sido recibido por el gran duque.
- Me siento muy complacido de que la confirmación oficial haya llegado
de Arramia al fin – decía el canciller. Yo tenía miedo de que, después de tantas
gestiones, su majestad insistiera en permanecer soltero.
- ¿Conoce usted alguna razón por la cual esté tan en contra del
matrimonio? – preguntó el gran duque. Después de todo, el rey Ivan ya pasa de
los treinta, y las costumbre entre las familias reales es que los soberanos se
casen tan pronto como llegan al trono, si no es que antes.
El canciller permaneció en silencio un momento.
Luego, dijo:
- Alteza, creo que la respuesta está en el hecho de que el rey disfruta de la
compañía de las mujeres y, en su opinión, cuantas más, mejor.
El gran duque se echó a reír.
- Muchos hombres piensan así, aunque yo no sabía que el rey Ivan fuera
uno de ellos.
- Debo ser honesto con su alteza – dijo el canciller – e informarle que, a su
edad, su majestad tiene fama de ser un calavera y un libertino. Espero que su
alteza, la princesa Zelie, no se espante cuando llegue a palacio.
- No creo que eso suceda – opinó el gran duque. Debemos suponer que el
rey se comportará con propiedad ante su futura esposa.
El gran duque comprendió que el canciller dudaba antes de responder:
- Eso espero, alteza.
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El gran duque se sintió intrigado.
Y cuando el canciller se retiró, mandó a buscar a un hombre más joven,
que formaba parte del gabinete, y el cual también fue integrante de la
delegación que había viajado a Arramia.
El joven en cuestión se trataba de un noble a quien consideraba como un
amigo.
Había nacido en Kessel y también tenía sangre rusa.
Cuando atravesó la puerta, hizo una reverencia y el gran duque le
extendió la mano.
- Quiero hablar contigo, Vaslav – dijo.
- Creo saber acerca de qué, señor – fue su respuesta.
- Por supuesto – asintió el gran duque. Quiero saber la verdad acerca del
Rey Ivan.
- Me pareció encantador – comentó el barón Vaslav – pero me sorprendió
su comportamiento cuando el canciller le presentó nuestra proposición.
- ¿Hablaste con él a solas? – preguntó el gran duque.
- Salimos a montar en sus magníficos caballos – respondió el barón Vaslav.
Fue entonces cuando me dijo: “Por amor de Dios, dígame si la princesa que me
están ofreciendo como esposa es realmente atractiva, o simplemente una
parienta regordeta de la terrible reina Victoria”.
El gran duque no tuvo más remedio que echarse a reír.
- Por lo menos fue sincero. ¿Qué le respondiste tú?
- Yo le dije que la princesa Zelie era preciosa y que muy difícilmente
podría encontrar en su reina una mujer que se le comparara.
- ¿Y él que respondió?
El barón dudó un momento y el gran duque insistió:
- Vamos, Vaslav, tú sabes que quiero saber la verdad.
- Dijo lo que cualquier hombre en su posición hubiera dicho.
El barón hizo una pausa ante de continuar:
- El rey dijo que su vida era suya y disfrutaba de ella cuanto quería. Y
añadió que era injusto que el gabinete le obligara a casarse y a tener hijos.
- ¿Y tú que le respondiste? – inquirió el gran duque.
- Yo le dije: “Me perdonarás su majestad si le recuerdo que ningún trono
está completamente seguro. Como su majestad bien sabe, siempre hay
elementos dispuestos a sublevar a la población, y no creo que Arramia sea la
excepción”.
- Muy inteligente – corroboró el gran duque. Y por supuesto que es
verdad.
- Cien por ciento verdad – replicó el barón – y el rey lo aceptó.
Dudó un momento antes de continuar diciendo:
- En realidad, su majestad conoce bien su deber. Yo creo que lo que teme
es tener que dejar a las damas exóticas y sofisticadas que lo divierten, a cambio
de una jovencita de pocas palabras que sabe muy poco a propósito de casi nada,
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y menos acerca de Arramia.
El barón terminó de hablar, miró nervioso, al gran duque.
Se preguntó si habría hablado demasiado o sido excesivamente franco.
Sin embargo, el gran duque comentó:
- Gracias, Vaslav. Te lo pregunté como amigo y tú me respondiste como
tal. Voy a hablar con Sola, para ver si ella puede poner algo de sentido común
en la mente de su hermana. Tú sabes tan bien como yo que la princesa Zelie no
es una buena lectora, pues confía solo en su belleza para lograr lo que quiere en
la vida.
Aquello era hablar con sinceridad, y el barón lo sabía.
- Ella es muy bella, tal y como se lo aseguré al rey una y otra vez.
- Entonces, esperemos que eso sea suficiente – dijo el gran duque.
Pero ni sus propias palabras lo convencieron.
Capítulo 2
Capítulo 1
Capítulo 4
Capítulo 1
Capítulo 6
Capítulo 7
71
El rey entró en la habitación.
Sola se dio cuenta de que se había cambiado de ropa; ahora llevaba una
bata larga y oscura.
Entonces comprendió su tardanza.
- ¿Qué ha sucedido? – preguntó. ¿Ha salido algo mal?
El rey llegó hasta la cama y se sentó en el borde de la misma, frente a
ella.
- Siento haber tardado tanto – dijo. Tenía miedo de que estuviera
preocupada.
- ¿Qué ha sucedido?
- Nada, excepto que recibí un mensaje del oficial al mando de las tropas,
diciendo que habían encontrado las bombas con las que los revolucionarios
planeaban volar el palacio y el parlamento.
Sola emitió un grito de horror.
- Ciertamente – continuó diciendo el rey – si usted no hubiera pensado
en subir a esos chicos al carruaje con nosotros, es posible que nos hubieran
arrojado alguna granada.
- ¿Ahora ya … no explotarán? – preguntó Sola.
- Por órdenes mías, serán destruidas, y yo me aseguraré de que en el
futuro nadie pueda introducir ningún tipo de arma en el país.
En su voz había una cierta amargura que le hizo comprender a Sola que
todavía estaba molesto como consecuencia de no haber podido organizar al
Ejército.
Y como si sintiera que debía consolarlo, Sola dijo:
- Ahora ya todo va a estar bien.
- Eso espero – repuso el rey – así que ha llegado el momento de pensar en
nosotros … en ti y en mí.
Fue entonces cuando Sola sintió que no podía seguir engañándolo.
- Yo … yo tengo algo que … decirte – musitó.
- Te escucho – dijo el rey.
- Quizá te parezca muy mal, pero … lo que tu primer ministro y nuestro
canciller convinieron fue que te casarías con mi hermana mayor, Zelie.
El rey guardó silencio y, después de un momento, Sola continuó:
- Nadie te informó que papá tenía dos hijas gemelas, pero lo cierto es que
yo tengo una hermana que es idéntica a mí.
- Lo sé – dijo el rey.
Sola lo miró sorprendida.
- Tú … ¿tú lo sabías? ¿Pero cómo es posible? Papá me dijo que no te lo
había comentado.
- Yo lo sabía antes de vuestra llegada.
- El canciller estaba seguro de que tu primer ministro no lo sabía.
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- Eso quizá sea cierto – dijo el rey – pero yo tengo un amigo con quien a
menudo salgo a la mar, y que hace poco estuvo en tu país y practicó la vela con
tu padre.
Sola pareció confundida.
- Yo nunca supe que un arramio hubiera hecho vela con papá.
- Mi amigo es griego – explicó el rey.
- ¡Oh! – exclamó Sola. ¡Eso es diferente!
- Mi amigo me dijo que tu padre tenía dos hijas gemelas – continuó
diciendo el rey – y mientras que una de ellas era un pequeño demonio, la otra,
llamada Sola, era un ángel.
Sola se quedó con la boca abierta.
- No … no puedo … creerlo.
- Es la verdad – asintió el rey. Y también me dijo que Zelie, aunque muy
bella, era extremadamente coqueta, y se decía que tenía relaciones con un
hombre casado.
Sola levantó las manos horrorizada.
No podía soportar la humillación de saber que la gente comentara el
comportamiento de su hermana.
- Comprenderás – continuó diciendo el rey – que cuando tú llegaste, yo
pensaba que eras tu hermana, y eso me enojó aún más de lo que ya lo estaba.
¿Por qué habría de casarme con una mujer que, posiblemente, coquetearía con
mis ayudantes o con cualquier otro hombre disponible?
- Por favor, Zelie no es tan mala como eso – protestó Sola. Ella se aburre
en casa, porque, en realidad, son muy pocos los jóvenes que acuden a palacio.
Pese a sus palabras, se dio cuenta de que el rey se mostraba poco
convencido.
Y como para cambiar de tema, Sola dijo:
- Lo que estoy tratando de decirte es que Zelie no pudo venir a la visita
oficial ya que contrajo sarampión, y …
- Tú ocupaste su lugar – terminó de decir el rey.
- Yo pensé que venía con papá sólo para … conocerte y para anunciar el
… compromiso, pero que el matrimonio se llevaría a cabo con mi … hermana.
- Imaginé que eso era lo planeado – dijo el rey – razón por la cual, cuando
el primer ministro me instó a que nuestro matrimonio se llevara a efecto de
inmediato, yo acepté sin protestar.
Sola lo miró, sorprendida.
- ¿Tú … tú querías casarte conmigo? – tartamudeó.
- Yo quería casarme contigo – confirmó el rey.
- Pero yo pensé que tú preferías casarte con alguien como …
- ¡Yo no quiero a nadie que no seas tú! – la interrumpió el rey. Tú eres un
ángel y, aunque quizá un hombre se pueda sentir atraído por una mujer exótica
y sofisticada, eso no es lo que él desea en una esposa.
- Pero … tú te hubieras casado con Zelie si todo hubiera salido según lo
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planeado.
- Después de haberte conocido, me hubiera negado a hacerlo – dijo el rey.
Sola lo miró fijamente antes de preguntar:
- ¿De verdad querías casarte conmigo? ¡Todavía no lo … entiendo! Tú
sabías que yo no era mi hermana a pesar de que somos idénticas.
- Sólo en el aspecto físico. Cuando mis amigos te dedicaban elogios y
cumplidos, tú te mostrabas tímida y te sonrojabas. No creo que tu hermana
hubiera actuado así.
Sola permaneció callada y el rey continuó:
- Y cuando hablé contigo, estuve casi seguro de que eras Sola.
- ¿Por qué? – preguntó ésta.
- Porque mi amigo griego me dijo que Sola era muy inteligente y muy
culta.
- ¿Cómo pudo él saber todo eso?
El rey se rio.
- La gente siempre critica o admira a la realeza – comentó. Somos un
tema fascinante de conversación, y mi amigo me informó de que, cuando estaba
practicando la vela con tu padre, casi todos hablaban a propósito de las
princesas y de lo que ocurría en palacio.
Rio una vez más y continuó diciendo:
- Ya aprenderás que los chismes viajan con el viento, sobre todo cuando
se refieren al portador de una corona.
- Supongo que eso es … es verdad – dijo Sola. Y quizá tu amigo se enteró
de que yo no deseaba casarme con nadie, a menos de que … estuviera
enamorada.
Su voz tembló en las últimas dos palabras y el rey comentó:
- Él no me informó de eso, pero cuando te dijeron que habías de casarte de
inmediato, me di cuenta de que no tenías el menor deseo de convertirte en
reina.
- ¿Cómo … pudiste saber eso? – preguntó Sola.
- Tus ojos son muy expresivos – respondió el rey – y creo que tu primera
reacción fue negarte a seguir adelante con la ceremonia.
- Así fue – estuvo de acuerdo Sola – pero yo no podía dejar que los
revolucionarios mataran a tanta gente, incluyéndote … a ti.
- ¿Te hubiera importado mucho si me hubieran matado? – inquirió el
rey.
- Esta noche, cuando entraste en la plaza, tenía miedo de ello, y recé con
más fervor que nunca porque no fuera así.
- Tus oraciones fueron escuchadas – dijo el rey. Y, ahora, Sola, todos los
horrores han terminado, de modo que quiero saber qué es lo que
verdaderamente sientes por mí.
Su forma de expresarse hizo que Sola sintiera como si el corazón le
hubiera dado un vuelco dentro del pecho.
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Sintió que las mejillas se le llenaban de color y que los ojos le brillaban,
por lo que no pudo mirarlo directamente.
El rey la estaba observando.
Entonces, dijo:
- Quiero decirte que, aunque me disgustaba la idea de tener que casarme
por conveniencia de mi país, cuando te conocí me enamoré.
Sola contuvo la respiración.
- ¿De … mí?
- De ti – afirmó el rey. Tú eres todo cuanto yo pienso que debe ser una
mujer, y más bonita que cualquier ángel que jamás haya bajado a la tierra, no
solo por tu rostro, sino también por tu alma.
- Ojalá que eso fuera cierto – dijo Sola. En cualquier caso, yo quiero
ayudarte. Yo quiero que este país sea todo lo que tú dijiste esta noche en la
plaza.
- Lo haremos juntos – manifestó el rey con una sonrisa.
- ¿Y ya no estás resentida como consecuencia de que te hayan obligado a
casarte tan pronto?
- No, porque te amo – contestó el rey. Te deseo como esposa. Quiero
enseñarte muchas cosas acerca del amor, del amor entre un hombre y una
mujer, que es algo de lo que imagino sabes muy poco.
Sola se ruborizó.
Pero dijo:
- Suena … maravilloso.
- Lo será – estuvo de acuerdo el rey – pero yo le prometí a tu padre que,
después de todo lo que has padecido, sería muy gentil contigo. Por lo tanto, esta
noche dejaré que te duermas. Mañana iniciaremos nuestra vida matrimonial.
Su voz tenía un tono grave.
Y se incorporó de la cama.
- Buenas noches, mi querida y preciosa esposa – dijo. Nadie pudo haber
sido más valerosa ni más extraordinaria de lo que lo has sido hoy tú. Sin duda
alguna hay un mañana para nosotros.
El rey apagó la vela y se volvió hacia la luz de la luna que entraba por la
ventana.
Casi había llegado al centro de la habitación, cuando Sola le dijo con voz
tan suave que casi no pudo escucharla:
- ¿Me … darás un … beso de buenas noches?
El rey regresó junto a la cama.
Por un momento, su silueta quedó recortada contra el cielo.
Entonces, se acercó a ella.
E, inclinándose, la envolvió con sus brazos.
Inmediatamente, sus labios se atraparon.
Fue un beso muy tierno.
Y, de pronto, todo el palacio pareció girar alrededor de Sola.
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Las estrellas cayeron del firmamento y la luz de la luna pareció
introducirse en sus cuerpos, convirtiéndose en llamas.
El éxtasis los llevó al cielo y dejaron de tratarse de seres humanos,
pasando a constituir parte de la deidad.
El rey había hecho suya a Sola.
FIN
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