Concordia

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Tiempo de Gestión

Antecedentes de la hotelería y la gastronomía


en Concordia

Por Ricardo Marcó Muñoa

1. Sus modestos orígenes

El puerto de San Antonio del Salto Chico, levantado por


decisión del Cabildo de Yapeyú en 1769, fue el segundo
asentamiento en la provincia de Entre Ríos y la primera
población formal en suelo entrerriano sobre el río Uruguay.
Fue asimismo el germen de la actual ciudad de Concordia,
ARTÍCULO III

que renació como tal por imperio de una ley de 1831 (Poenitz,
1981). Lugar obligado de posta, allí se alojaron D. Santiago
de Liniers, D. Juan de San Martín con su familia, el gobernador
de Buenos Aires D. Mauricio Bruno de Zabala y el obispo de
Buenos Aires D. Benito Lue y Riega durante su visita pastoral
de 1805, además de numerosos jesuitas.
En una crónica de 1796 (Francisco de Aguirre) leemos
que era un pueblito regular, (que) tiene administrador desde
1781. Había allí una capilla con paredes de piedra y techo de
paja, con altar de piedra; un cementerio cercado, un depósito
o almacén grande para las haciendas, seis casas para
alojamientos, veintitrés casas de naturales, una cárcel, entre

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otras construcciones. Las seis casas para alojamientos, fueron sin duda
las que recibieron a los ilustres visitantes antes nombrados.
Medio siglo después un viajero inglés (William Mc Cann, edic. de
1969), en su segunda visita, anota que Concordia está “destinada a
adquirir mucha importancia, (...) y apunta que doce años atrás algunos
pocos ranchos bastaban para contener a toda la población, que al
presente suman unos mil habitantes”. Describe luego las casas y enumera
algunos edificios destacados: “un establecimiento para la manufactura
del sebo, que ha cesado de trabajar, una iglesia modesta y una escuela
bastante grande y bien edificada”, pero nada dice de fondas, posadas o
lugares para alojarse.
La escuela citada ocupó el predio de las actuales calles Urquiza y
Mitre, donde después estuvo el primer edificio municipal. Era aquel
“un buen edificio de material, lujo en la época, (y) como era la mejor
casa de la Villa, allí se celebraban todas las grandes fiestas de la
población (...) Allí se dio el gran baile (…) el 9 de Agosto de 1850, con
motivo de la erección de la pirámide en la Plaza de Mayo en homenaje
al gobernador general Urquiza y que constituyó el más grande
acontecimiento social de Concordia desde su fundación” (Antonio
Castro), que comenzó con una cena fría y concluyó con un baile hasta
las primeras horas de la madrugada, durante el cual las damas tomaron
refrescos y los caballeros jerez y oporto. Por décadas este salón de la
escuela siguió siendo lugar de bailes, banquetes y reuniones sociales y
políticas, ante la carencia de otros más aptos.
Sin embargo, desde mediados del siglo XIX funcionó también frente
a la plaza, en la esquina SO de calles Urquiza y 1º de Mayo, el “Club de
Francisco Miret”. “Un club con fonda, billares y pulpería, algo así como
un salón de entretenimientos de aquella época”, que ocupó un rancho
con piezas interiores y fondo (Arena, 1995, pp. 95, 96), y cerró sus puertas
en 1870, por quiebra. Durante esas décadas fue alojamiento obligado de
viajeros, casa de comidas y lugar de tertulia vespertina de los hombres
de la villa.
Aquel año el hotel “La Provincia”, propiedad del coronel uruguayo
Aberastury, ubicado en la actual calle Entre Ríos Nº 526, fue escenario
de un trágico suceso. Este “hotel” era lugar de reunión de vecinos y
parroquianos al caer la tarde, para compartir la tertulia, una copa y el
juego de cartas, a la vez que fonda donde comían los escasos viajeros
que llegaban a la ciudad. La noche del 11 de abril de 1870, tras haber
sido asesinado el general Urquiza en San José, un grupo de conjurados

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mató aquí a Justo Carmelo de Urquiza, jefe político de Concordia, en


medio de una partida de naipes, mientras otro hijo del general, el coronel
Waldino de Urquiza, Comandante militar del Departamento, era tomado
prisionero en su casa (frente a la plaza principal donde años después se
construyó el Hotel Colón) y asesinado poco después en los alrededores
de la ciudad.
En 1874, Sarmiento, presidente de la República, viajó a Concordia
para inaugurar el tramo de Ferrocarril a Federación. Llegó por barco
desde Buenos Aires, en un viaje que mereció una crónica periodística
publicada en 1878, en la que elogia el paisaje y emplazamiento de la
ciudad para la que vislumbra un futuro “turístico”. Pero opina que las
posibilidades de alojamiento en los hoteles locales son limitadas: “Las
comodidades domésticas que los actuales hoteles ofrecen o las casas de
alquiler en la villa, bastarían hoy para la escasa concurrencia, la que
aumentándose, haría que nada faltase, que ese es por fortuna el don de
creación de la demanda, donde hay vapores por mensajerías y una gran
ciudad por almacén de depósito. (...)”
Finaliza su crónica diciendo que La Concordia, como lugar de
recreo, sería (…) un complemento de la existencia de Buenos Aires, con
algo que parece un viaje, aunque lo sea de horas, mucho y muy bello de
navegación fluvial por país accidentado y al extremo una verdadera
vida de campo con agua, bosques, excursiones y verdadero cambio de
escena y de vida.” (Sarmiento, 1953)
La observación de Sarmiento sobre los alojamientos es sin duda
acertada ya que el Hotel La Provincia y otros de entonces dejaban mucho
que desear. Así fue que cuando un año después el presidente Nicolás
Avellaneda visitó la ciudad para inaugurar el tramo de ferrocarril desde
Federación a Monte Caseros, se alojó en una casa en “los altos” del
edificio de la firma Coll y Sardá, en calle 1º de Mayo nº 15, ante la falta
de alojamientos dignos de tan ilustre visitante, mientras que la comida
en su honor fue servida en la escuela de varones ya nombrada.
Desde 1882 los sucesivos locales del Casino Comercial fueron sede
de banquetes y reuniones sociales y desde 1905 en sus salones se celebró
la cena y baile de gala con que se inauguraba la muestra anual de la
Sociedad Rural, de gran relevancia regional económica y social.
Transformado en Club Progreso a partir de 1910, en su gran salón del
primer piso se celebraron banquetes, bailes, conciertos y veladas artísticas
para celebrar las fiestas patrias y para agasajar a visitantes ilustres, artistas
y funcionarios, que por años fueron alojados en casas de familias

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pudientes de la ciudad.
Claude Boudot, (1878-1961) inmigrante francés llegado a
Concordia en 1890, anotó en su cuaderno de viaje que esta “no era más
que una triste ciudad de una decena de miles de habitantes y calles
estrechas cuyo pavimento en muchos lugares dejaba crecer el pasto;
casas bajas, infortunada línea de tranvías tirados por caballos flacos.
(…)En una palabra, una ciudad sin un encanto de ninguna especie. Y
agrega: Había algunos hoteles, pero ninguno podía ser considerado en
esa categoría.” El mismo cronista narra treinta años más tarde:
“Concordia es una ciudad limpia en el centro, bien adornada, de grandes
construcciones, y el lujo -cosa desconocida entonces- comienza a invadir
un poco todas las clases de la escala social.”
En 1902 Evaristo Carriego (hijo del coronel homónimo que fue
uno de los impulsores de la fundación de Concordia), integrante de la
comitiva que acompañó al gobernador Leónidas Echagüe, relata un viaje
de Paraná a Concordia, en una nota de ácido tono crítico, que se torna
meloso y fatuo lenguaje cuando asume el rol de cronista oficial. Durante
el viaje en tren la comitiva disfrutó de “un excelente almuerzo en el que
no escasearon ni los buenos manjares, ni los buenos vinos, ni los buenos
cigarros”, relata, sin nombrar los platos servidos. (Carriego, 1967).
Al arribar, mientras que las autoridades fueron hospedadas por el
Coronel Anderson en su residencia particular, el resto de la comitiva se
alojó en el Hotel Colón, por entonces el mejor establecimiento hotelero
de la ciudad, donde a la noche participaron de una cena.
Anota Carriego: “Aproveché la ocasión que se me ofrecía de ir a
conocer la ciudad más comercial y progresista de Entre Ríos. Había
sido invitado a la inauguración del ferrocarril a Concordia (...)
Terminado el acto de la inauguración, subimos a los carruajes que la
comisión encargada de hospedarnos tenía allí para conducirnos al Hotel
“Colón”, donde debíamos alojarnos. (...) El hotel está situado en una
esquina de la plaza principal, frente al oeste. Es un vasto edificio de dos
pisos, con galerías al óleo (...) Sus habitaciones son bastante cómodas y
regularmente amuebladas, pero no en número suficiente como para
hospedar a todo un regimiento.(...) A la noche, llegada la hora de cenar,
la comida fue servida en una de las galerías altas, donde estábamos
alojados. Más de ochenta lamparitas de luz eléctrica la alumbraban
profusamente. Los comensales que se sentaron a la mesa eran unos
sesenta.” (Carriego, op.cit)).
Pero el menú decepciona a Carriego, que había imaginado que

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durante la estadía en Concordia estarían de banquete corrido y que


además serían mantenidos a cuerpo de rey, según sus palabras. Al respecto
apunta: “La comida, iniciada con unos fiambres más viejos que el hambre,
fue muy mediana. No había más que dos clases de vinos, Ponte Canet y
Sauterne. Nada de Oporto, nada de Jerez, nada de Champagne. Los
postres reducidos a unas cuantas naranjas y otras pocas bananas. El
café bien malo. Ni una tagarnina (cigarro pequeño) para los fumadores.”
(Carriego, op. cit).
Al día siguiente se inauguró la muestra de la Sociedad Rural y allí
fue Carriego, a cumplir con su misión de cronista gubernamental. Tras
los discursos, que elogia con generosidad, hubo una mesa servida con
vinos y masitas, disfrutada con fruición por Carriego tras la cuestionada
cena de la noche anterior. Por la noche la comitiva gubernamental fue
agasajada con un baile en el Casino Comercial, que incluyó un buffet
froid y bebidas.
Al emprender el regreso a Paraná, este cronista escribe: “Concordia
es una población bastante extensa y bien edificada. Sus calles son anchas
y están pavimentadas de pequeñas piedritas mezcladas con arena. La
ciudad está iluminada a luz eléctrica. (...) los alrededores son bellísimos.
Un terreno accidentado donde se ostenta a cada paso el trabajo del
hombre, (…). ¡Y qué vegetación exuberante! El naranjo, el olivo y la
viña parece que hubieran encontrado allí el terreno más apropiado para
el desarrollo.” (Carriego, op. cit.). Nótense las coincidencias con la
crónica sarmientina.

Ex casino Comercial (1919)

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2. Del Hotel Colón a la nueva hotelería

Como en otras ciudades que contaban con puerto y ferrocarril,


medios de transporte masivos durante décadas, en torno a fines del siglo
XIX y principios del XX se construyeron en Concordia varios hoteles.
El más antiguo, de mayor importancia y calidad de servicios fue el Gran
Hotel Colón, aún en uso como tal. Ubicado en la esquina nordeste de
calles Pellegrini y 1º de Mayo, es un edificio de dos plantas de carácter
italianizante, también considerado un ejemplo tardío de la arquitectura
confederal (Gutiérrez y otros, 1968). Mantiene intacta su fachada lateral,
pero la principal, sobre la plaza, ha desaparecido en planta baja por
irreverentes alteraciones, a excepción de su puerta de ingreso, bajo un
gran balcón de mampostería y una importante marquesina.
Fue mandado construir en 1880 por Federico Zorraquin, primer
intendente municipal de Concordia, en un lote fundacional (un sexto de
la manzana) que había comprado un año antes a la sucesión de Waldino
de Urquiza. Terminado en 1885, su planta alta fue usada como vivienda
familiar y la planta baja la ocuparon los escritorios de la firma Zorraquin
& Cía. Años después ocupó su planta alta el Casino Comercial, mientras
en la planta baja se instaló un establecimiento de café y billares propiedad
de Juan Chaumineaux, que al poco tiempo lo vendió a Santiago De
Donatis y éste lo traspasó a Francisco Luchetti. En 1897 Serafín Garasino
compra el edificio y lo destina a hotel. Otros dueños sucesivos fueron
Sebastián Vila (1900); Manuel Molaguero (1902), quien hizo techar el
patio central convirtiéndolo en gran salón de banquetes con palco para
la orquesta; Luis Larigoitia (1911); Sanguinetti Hnos. (1919); Moratoria,
Bergman y Cía (1939); Luisa A. L. De Metzger y la Sucesión de Domingo
Isthilart.
En sus habitaciones se alojaron, entre otros, Carlos Gardel (1917);
y los presidentes Marcelo T. de Alvear (1923), Roberto M. Ortiz, Pedro
P. Ramirez y Juan D. Perón. (Marcó Muñoa y otros, 2001).
Se construyeron por entonces otros hoteles en la ciudad. Todos
ubicados en lotes de esquina, mantienen un esquema similar: tienen dos
plantas, con la recepción, comedor y bar en planta baja y las habitaciones
en la planta superior.
Encajan en esta tipología el ex Hotel España, en calles Buenos
Aires y La Rioja, cercano a la estación de Ferrocarril, que ha sido
reciclado y se mantiene en uso como hotel; el Imperial Hotel, en Urquiza
y Roque Sáenz Peña, propiedad de Antonio Baez, que tuvo un comedor

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muy apreciado por concordienses y visitantes, y durante algún tiempo


funcionó como anexo del Hotel Colón, que está parcialmente reformado,
subdividido y desafectado de su uso original; el Hotel Londres (antes
Universal), también cercano a la estación de trenes, en Carriego e Hipólito
Irigoyen, que se convirtió en Residencial Colón hacia 1960 y permanece
casi inalterado exteriormente aunque reformado en su interior.
El viejo Hotel Continental, luego llamado Central, de principios
del siglo XX, en la esquina de calles 1º de Mayo y La Rioja, fue
remodelado y ampliado en los años ´40 con un lenguaje modernista, en
boga en esos años. Funcionó hasta la década de 1980 y era una amplia
casona de numerosas habitaciones en torno a un gran hall, mientras que
la esquina, de dos plantas, incluía el amplio comedor en planta baja, que
fue muy concurrido por décadas y funcionó luego en forma independiente
del Hotel.
En 1934 Manuel Joaquín García Torres, nativo de Galicia, fundó
el Hotel Buenos Aires, en un amplio edificio de principios de siglo de
una planta, en un lote fundacional ubicado en la esquina noroeste de
Pellegrini y Cnel. Espino. Tenía un comedor muy frecuentado por
personal del ferrocarril y viajeros que llegaban a Concordia, dada su
cercanía a la estación de trenes. Funcionó como hotel hasta 1975.
El Hotel Argentino, en la esquina de Pellegrini y Buenos Aires,
algo más reciente, ocupó una amplia casona de principios de ese siglo
adaptada para el nuevo uso. Su entrada, a través de un zaguán de piso de
mármol blanco y negro en damero, estaba resaltada exteriormente por
una gran marquesina de hierro y vidrio, aún existente, que le confería
una cierta nobleza al sencillo edificio italianizante de una sola planta.
La segunda mitad del siglo XX vio nacer hoteles bajo nuevos
conceptos: modernos y confortables edificios concebidos para satisfacer
las demandas del turista actual. Entre ellos el hotel Salto Grande, edificio
en altura con un comedor de variada carta, pileta y demás comodidades
en pleno centro de la ciudad. Cercano a éste el Hotel Palmar, que cuenta
desde su creación con casino y está construyendo un moderno edificio
en altura en un gran predio; el Hotel San Carlos, de cuatro plantas con
amplias habitaciones y pileta con vista panorámica al Río Uruguay,
ubicado en medio de suaves lomadas junto al Parque Rivadavia; y cercano
a la Represa de Salto Grande el Hotel Ayuí de singular enclave en un
gran parque de pinos, con vistas a la Represa y el lago, amplia pileta
climatizada y posibilidad de práctica de varios deportes.
Finalmente cabe destacar el Motel Concordia, primero en su tipo

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en la provincia, ubicado en la ruta nacional 14, acceso sur a la ciudad,


que cuenta con un comedor de generosas dimensiones y pileta en medio
de un amplio terreno parquizado.

3. De las viejas fondas y fonderos a los restaurantes

Escasos testimonios escritos o documentales hemos encontrado


sobre los lugares donde se servía comida en el siglo XIX. Quizás alguna
foto color sepia, un aviso publicitario en alguna vieja publicación o los
relatos de unos pocos memoriosos.
Vimos que Roberto Arena cita el “Club de Francisco Miret” que
ocupó un rancho frente a la Plaza. A este “club con fonda, billares y
pulpería” podemos asignarle el mérito de haber sido la primera casa de
comidas de la que se tiene registro documentado.
En 1870, cuando Miret vendió su “club”, era propietario de una
fonda y pulpería el vasco-navarro Juan José Michelena, quien poco
después se asentó en Villaguay. El primer Censo Nacional, de 1869, lo
registra con 42 años, de oficio pulpero y viviendo en Concordia junto a
su esposa María Micaela Castiarena, del mismo origen, que oficiaba de
cocinera, y sus cuatro hijos mayores. Su fonda estaba frente al lugar
donde en 1874 se construyó la primitiva estación de Ferrocarril de
Concordia. Lo sucedió en la explotación de la fonda otro matrimonio de
vascos: Pedro Arricaberri y María Ithurralde, hasta comienzos de 1890,
cuando tras la muerte de Don Pedro quedó su mujer al frente de la fonda,
que pasó a ser conocida como “la fonda de Doña María”. Era lugar de
reunión de obreros ferroviarios y viajeros que llegaban a la ciudad por
tren, y llegó a ser conocido por el bacalao «a la bizcaína” de Semana
Santa, los pucheros “a la española” de los lunes, las natillas y el arroz
con leche “quemado”, entre otros platos sencillos servidos por Doña
María, asistida por sus hijos y numeroso personal. Hubo después en la
zona varios hoteles, pensiones y comedores relacionados con la actividad
ferroviaria.
Cabe recordar que por entonces el grupo social que vivía en
Concordia, como en otras ciudades entrerrianas, estaba constituido por
criollos, muy sobrios en sus hábitos culinarios y de comida, y numerosos
extranjeros llegados en su mayoría de países europeos.
¿Y qué comían estos criollos sobrios? “La primordial alimentación
era carne asada o hervida, es decir, lo más abundante y barato. Mate

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amargo, algunas veces dulce, y entre la gente más acomodada


mazamorra, cuajada y algunas frutas silvestres con las cuales fabricaban
dulces. El vicio de los hombres era el trago de alcohol, ya fuera ginebra,
caña o anís y en ambos sexos, el consumo de tabaco.” (Bachini, 1973).
La llegada de inmigrantes modificará gradualmente esta alimentación e
incorporará platos diversos.
Durante gran parte del siglo XX los comedores de los hoteles fueron
los lugares más frecuentados por viajeros y concordienses, principalmente
los del Colón, el Imperial y el Continental, luego llamado Central. Hacia
1910, en la esquina sudoeste de calles Bartolomé Mitre y Córdoba (actual
Hipólito Yrigoyen) funcionaba el Hotel y Restaurant Ideal, de Pedro
Luchetti, en un edificio que aún está en pie, aunque reformado y adaptado
para alojar oficinas públicas. Durante varias décadas, desde fines de los
años ´30, el Restaurant Bazarelli, en calle Entre Ríos al 500, la arteria
principal de la ciudad, fue sinónimo de buen comer en la ciudad.
Permanecen en la memoria de viejos parroquianos sus platos de pastas y
salsas, así como su bien provista bodega. Contemporáneo de éste, el
Restaurant Granaroli ocupó una vieja casona ubicada también en calle
Entre Ríos entre las de Carriego y Coronel Espino, que tras años destinada
a otros fines renació como Restaurante Salto hacia 1960.
En 1952 se instaló en Concordia Mª Genara P. Cot de Ornetti, (Dª
Maruca) con un alojamiento y casa de comidas que llamó “El Refugio
del Viajante” por la clientela que atendía. Antes había desarrollado la
misma actividad en Chajarí junto a su esposo Julián Ornetti. Acompañada
por sus hijas y yernos, durante veinte años atendió personalmente el
negocio que funcionó en dos locales distintos (primero en H. Irigoyen
675 y luego en Pellegrini 377), y que llegó a ser conocido y apreciado
por su plato principal, que variaba cada día: lunes, puchero criollo;
martes, albóndigas con salsa; miércoles, zapallitos rellenos; jueves,
ravioles con tuco; viernes, arroz con azafrán y pollo; sábado, milanesas
y domingos, pastas. Todo elaborado en la casa, bajo la dirección de Dª
Maruca. Uno de sus nietos, Francisco Mazza Ornetti, continúa hoy al
frente de un restaurante en calle Roque Saenz Peña 119, donde se respeta
el espíritu de la comida casera de Dª Maruca.
También varios clubes mantuvieron por décadas comedores abiertos
a socios y no socios: el céntrico Centro Español y el Club Estudiantes,
caracterizados ambos por sus sencillas comidas caseras; el Club Regatas,
donde los días de llegada del hidroavión de Aerolíneas Argentinas
almorzaban los pasajeros al llegar de Buenos Aires o antes de partir; el

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Concordia Golf Club, cuyo comedor se habilitaba los fines de semanas


y en días festivos; el Club Progreso, con amplias terrazas en verano y
sus elegantes salones donde en invierno arden los leños en sus estufas;
el Club Vasco Argentino, caracterizado por las carnes y pescados a la
parilla.
Lion d´Or fue la primera pizzería de la ciudad y por años la única,
ubicada en la esquina de Pellegrini y Buenos Aires, que inauguró su
nuevo local a principios de la década de 1960.
La segunda mitad del siglo XX trajo a Concordia restaurantes
modernos, de cartas variadas y con gran capacidad. Uno de los primeros
en su tipo fue El Ciervo, de Lapiduz Hnos., en un amplio quincho de
techo de paja con mucho confort interior, ubicado fuera del área central,
sobre el acceso norte a la ciudad. Este local albergó después un Salón de
Fiestas y el primer Casino de la ciudad. Años después La Capilla, de
Lorenzo Piñeyrúa, en un modernizado y muy confortable local céntrico,
ofrecía una variada carta de cocina internacional y una cocina esmerada.
En la avenida Costanera son numerosos los comedores que desde hace
décadas funcionan durante la temporada veraniega, entre los cuales los
más antiguos son el del Club de Viajantes, que ofrece parrilla y minutas,
y la Parrilla Ferrari, con una amplia oferta en carnes que va de los
pescados de río al cabrito serrano.

4. Concordia en las guías

En 1907 una guía comercial registra en la ciudad seis restaurantes


y ocho hoteles, además de seis agencias marítimas, un teatro, una
academia de Bellas Artes, siete salones de lustrar calzados, doce sastrerías
y diecisiete sombrererías, dos empresas telefónicas, una usina eléctrica
y setenta y tres vitivinicultores.
En una publicación de 1914 (cit. por Luis M Medina, 1977) que
incluye información sobre varias ciudades argentinas entre las que está
Concordia, leemos que al desembarcar en su puerto “ya se ven los
portavoces de la riqueza que se encierra tierra adentro (...): los
automóviles”. Se describe luego la plaza principal, alrededor de la cual
«se hallan las principales oficinas públicas, comercios y hoteles». Se
detiene en el edificio que ocupaba el Club Progreso, “provisto de muchos
salones que se destinan para varias reuniones. Entre estos salones hemos
admirado el que se reserva exclusivamente para bailes o saraos, cuya

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extensión es ostentosa”. Este Club tenía un comedor “exclusivo para


socios”.
Se atribuye a “los vascos, que es la raza que prevalece en Concordia,
la fuerza propulsora que ha realizado aquí toda esa gran obra de
bienestar: cómodos edificios, suntuoso centro social, dos teatros,
magníficos automóviles, varios salones de cinematógrafo, etc., etc.”
(Medina, op. cit).
En 1915 el Anuario Kraft consigna que la ciudad era «una de las
más importantes del litoral, con un puerto de gran movimiento”. Había
entonces cinco casas bancarias, tres diarios y siete hoteles: el España, el
Comercio, el Imperial, el Argentino, el Colón, único que ya ofrecía agua
fría y caliente en sus baños, según el aviso incluido en el Anuario, el
Victoria y el París, además de la Pensión Continental. Cuatro teatros
ofrecían una abundante oferta de espectáculos: frente a la plaza principal
el “Olegario V. Andrade”; el “Beñatena” ubicado en calle Alberdi, donde
hoy está el Club Vasco Argentino; el “Odeón” en calle Entre Ríos, después
transformado en Cine y el “Variedad» en calle Urquiza.
Como dato curioso, este Anuario comenta bajo el rótulo de «Otras
Obras”, que “en el momento actual Concordia atrae sobre sí la mirada
de los hombres de capital y de trabajo, con el colosal proyecto de la
Empresa Mollard, sobre aprovechamiento de la fuerza hidráulica del
Salto Grande, gran cascada de agua del Río Uruguay (...) que cuenta
ya con la aprobación de los gobiernos Argentino y Uruguayo.”
En 1922 se publicó bajo el pomposo título de El Libro de Oro, una
Guía Social de Concordia (Héctor Seriti, 1922) de pequeño formato,
con información útil para el viajero que llegaba a la ciudad. Se citan tres
bancos y cuatro consulados extranjeros que entonces había en la ciudad,
pero nada se dice sobre hoteles o casas de comidas.
Otra guía editada en 1929 (Arturo Mouliá, 1929) aporta datos sobre
la ciudad y otras localidades del Departamento, incluyendo información
sobre el comercio, la industria, la hotelería, sociedades civiles, oficinas
públicas nacionales y provinciales, y datos estadísticos varios.
La oferta de servicios de hotelería era ya abundante y variada. El
Gran Hotel Colón, de Carlos Sanguinetti y Hermano, frente a la Plaza
Principal, seguía siendo el establecimiento más prestigioso de la ciudad.
Tenía como anexo al Imperial Hotel, en la esquina nordeste de Urquiza
y Jujuy (hoy Roque Sáenz Peña) y ofrecía “departamentos con baños,
elegancia y confort, agua caliente y fría en todas las piezas”, además de
comedor á la carte y servicios de buffet froid para ágapes y fiestas

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familiares. Había entonces en la ciudad otros nueve hoteles. Ellos eran:


Hotel Federal, en Entre Ríos 732; Hotel 25 de Mayo, en Entre Ríos 357;
Hotel Comercio, en Urquiza 513; Hotel Internacional, en Urquiza 431;
Hotel Continental, en 1º de Mayo 185; Hotel Buenos Aires, en Pellegrini
408; Hotel Universal, en Córdoba (hoy Hipólito Irigoyen) y
Gualeguaychú (hoy Carriego); Hotel Ideal, en B. Mitre 143; Hotel La
Porteña, en Rivadavia 352 y Hotel Florida, en Rivadavia entre Jujuy (R.
Sáenz Peña) y Gualeguaychú.
La ciudad tenía dieciséis centros y clubes: Centro de Cultura
Femenina; Centro Español; Club Progreso; Club Social “San Martín”;
Concordia Cricket Club; Concordia Golf Club; Lawn Tennis Club; Club
Vasco Argentino; Club Unión Católica; Club Regatas Concordia; Club
Atlético Libertad; Club Atlético Victoria; Club A. Sarmiento; Club A.
Wanderer’s; Club A. Columbia; Club A. Peñarol y casi la mitad de ellos
tenían comedores en sus sedes, donde se servían comidas habitualmente,
siendo muy concurridas las cenas en vísperas de las fiestas patrias y
para la época navideña.
El menú de la Cena de Navidad servida en el Concordia Golf Club
el 24 de Diciembre de 1930 (Diner Dansant de Nöel) incluyó los
siguientes platos: como entrada Dindoneau Chatelaine, acompañado de
Créme Saint Germain, el plato de pescado de río fue Delices de Pejerey
au vin blanc, al que siguió un plato principal de carne: Tournedos Prince
Albert. En tanto los postres fueron dos: Desserts assortis y una Corbeille
de fruits. Las bebidas, incluyeron Vieux Vins, sin especificar marcas ni
tipos, y Champagne Perrier-Jouet, para terminar con Cognac junto con
el café de sobremesa. Ya en esos años y en una pequeña ciudad de
provincia lo francés era bien visto a la hora de cenar. Y aunque había un
plato de pescado de río, el ejemplar elegido no era común en el río
Uruguay a la altura de Concordia.

5. Dos iniciativas precursoras

Finalmente creemos oportuno citar dos tempranas acciones que


constituyen otros tantos antecedentes del futuro desarrollo de la actividad
turística en Concordia y su región. La primera data de fines del siglo
XIX y tuvo como protagonistas a un grupo de estudiantes del Histórico
Colegio del Uruguay, acompañados por el educador José B. Zubiaur,
mientras que la segunda, cuatro décadas más tarde, devino en la creación

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de la Comisión Pro-Turismo en el ámbito municipal y la celebración de


una Semana de Turismo.

5.1. Turismo estudiantil

Del 14 al 16 de abril de 1892 Concordia recibió «la primera


excursión escolar argentina», según relata Antonio P. Castro. Un grupo
de estudiantes y profesores del Colegio Nacional de Concepción del
Uruguay, encabezado por su rector, el Dr. José Benjamín Zubiaur, llegó
por tren desde la ciudad histórica el día 14.
La delegación vivió tres jornadas de intensa actividad. El primer
día visitó la fábrica de alcoholes de Magriñá y Comas y el establecimiento
anexo donde se fabricaban aceites de tártago y maní; la fábrica de hielo
de Oliver, Budge y Compañía; la fábrica de conservas de lenguas de
cordero de Stuart A. Kelly y la gran fideera a vapor de J. Tealdo. El día
15 el grupo viajó por tren a Federación, donde visitó viñedos y una
curtiembre y regresó a Concordia por la tarde; y el tercero por la mañana
visitó Salto, República Oriental del Uruguay, donde recorrió los viñedos
del vasco Harriague. Por la tarde, ya de regreso en Concordia, visitó el
astillero de Domingo Giuliani y culminó su estadía en la ciudad con una
velada literario-musical en el teatro Beñatena, primera sala teatral de
Concordia, tras lo cual al día siguiente emprendieron el retorno por tren
a su lugar de origen. La excursión mereció encomiosos comentarios del
Dr. Zubiaur, quien sin embargo no da noticia sobre el lugar en que se
alojó el grupo ni dónde tomaron sus comidas.

5.2. La Comisión pro turismo de Concordia

El 11 de mayo de 1936, cuando la ciudad tenía 52.000 habitantes,


fue creada la Comisión Pro Turismo de Concordia, mediante decreto
firmado por el entonces intendente municipal, Dr. Domingo A. Larocca.
La presidió el coronel Arturo Rawson y la integraron el Dr. Pedro Sauré
y los señores Yorio, Pierri, Zavalía, Costa, Arruabarrena, De Donatis y
Thompson.
Esta Comisión editó un folleto ilustrado sobre las bellezas de la
zona, el que fue distribuido en todo el país. Al describir los recursos y
atractivos turísticos de la ciudad y alrededores se enumeran los servicios
públicos “de primer orden, calles bien pavimentadas, edificios de bella
arquitectura, obras sanitarias, tranvías eléctricos, bibliotecas, museos,

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parques públicos hermosos, ómnibus (...) 80 bodegas con un rinde de


más de 3.000.000 de litros de vino anuales, y la plantación (de cítricos)
de la llamada Pampa de Soler, considerada la mayor del mundo hecha
por la mano del hombre (...).”
Se instituyó la Semana de Turismo del 26 de septiembre al 4 de
octubre de aquel año, en coincidencia con la celebración de la muestra
anual de la Sociedad Rural que “constituye el más grande acontecimiento
social, comercial e industrial de esta población”. Durante esa semana
se inauguró un tramo de la Avenida Costanera que se denominó Julio A.
Roca y se corrieron en el Hipódromo de Cambá Paso Las Mil Millas de
Concordia, organizadas por la Asociación Automovilística creada en
aquel año.

Bibliografía

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de Estudios Regionales, Concordia, 1981.
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Tiempo de Gestión

Seriti, Héctor: El Libro de Oro – Guía Social de Concordia, Año


II, 1922.
Mouliá, Arturo: Nueva Guía de Concordia, Imprenta Seguí,
Concordia, 1929.

Sobre el autor

Ricardo Aníbal Marcó Muñoa es Arquitecto (Universidad Nacional


de Buenos Aires).
Docente en la Facultad de Ciencias de la Gestión de la Universidad
Autónoma de Entre Ríos, en la Facultad de Arquitectura de la
Universidad Católica de Santa Fe y en la Facultad de Arquitectura y
Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral. Es Responsable del
Area de Infraestructura del Consejo General de Educación de la Provincia
de Entre Ríos. Asesor Honorario de la Comisión Nacional de Museos y
de Monumentos y lugares Históricos.

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