Concordia
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que renació como tal por imperio de una ley de 1831 (Poenitz,
1981). Lugar obligado de posta, allí se alojaron D. Santiago
de Liniers, D. Juan de San Martín con su familia, el gobernador
de Buenos Aires D. Mauricio Bruno de Zabala y el obispo de
Buenos Aires D. Benito Lue y Riega durante su visita pastoral
de 1805, además de numerosos jesuitas.
En una crónica de 1796 (Francisco de Aguirre) leemos
que era un pueblito regular, (que) tiene administrador desde
1781. Había allí una capilla con paredes de piedra y techo de
paja, con altar de piedra; un cementerio cercado, un depósito
o almacén grande para las haciendas, seis casas para
alojamientos, veintitrés casas de naturales, una cárcel, entre
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otras construcciones. Las seis casas para alojamientos, fueron sin duda
las que recibieron a los ilustres visitantes antes nombrados.
Medio siglo después un viajero inglés (William Mc Cann, edic. de
1969), en su segunda visita, anota que Concordia está “destinada a
adquirir mucha importancia, (...) y apunta que doce años atrás algunos
pocos ranchos bastaban para contener a toda la población, que al
presente suman unos mil habitantes”. Describe luego las casas y enumera
algunos edificios destacados: “un establecimiento para la manufactura
del sebo, que ha cesado de trabajar, una iglesia modesta y una escuela
bastante grande y bien edificada”, pero nada dice de fondas, posadas o
lugares para alojarse.
La escuela citada ocupó el predio de las actuales calles Urquiza y
Mitre, donde después estuvo el primer edificio municipal. Era aquel
“un buen edificio de material, lujo en la época, (y) como era la mejor
casa de la Villa, allí se celebraban todas las grandes fiestas de la
población (...) Allí se dio el gran baile (…) el 9 de Agosto de 1850, con
motivo de la erección de la pirámide en la Plaza de Mayo en homenaje
al gobernador general Urquiza y que constituyó el más grande
acontecimiento social de Concordia desde su fundación” (Antonio
Castro), que comenzó con una cena fría y concluyó con un baile hasta
las primeras horas de la madrugada, durante el cual las damas tomaron
refrescos y los caballeros jerez y oporto. Por décadas este salón de la
escuela siguió siendo lugar de bailes, banquetes y reuniones sociales y
políticas, ante la carencia de otros más aptos.
Sin embargo, desde mediados del siglo XIX funcionó también frente
a la plaza, en la esquina SO de calles Urquiza y 1º de Mayo, el “Club de
Francisco Miret”. “Un club con fonda, billares y pulpería, algo así como
un salón de entretenimientos de aquella época”, que ocupó un rancho
con piezas interiores y fondo (Arena, 1995, pp. 95, 96), y cerró sus puertas
en 1870, por quiebra. Durante esas décadas fue alojamiento obligado de
viajeros, casa de comidas y lugar de tertulia vespertina de los hombres
de la villa.
Aquel año el hotel “La Provincia”, propiedad del coronel uruguayo
Aberastury, ubicado en la actual calle Entre Ríos Nº 526, fue escenario
de un trágico suceso. Este “hotel” era lugar de reunión de vecinos y
parroquianos al caer la tarde, para compartir la tertulia, una copa y el
juego de cartas, a la vez que fonda donde comían los escasos viajeros
que llegaban a la ciudad. La noche del 11 de abril de 1870, tras haber
sido asesinado el general Urquiza en San José, un grupo de conjurados
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pudientes de la ciudad.
Claude Boudot, (1878-1961) inmigrante francés llegado a
Concordia en 1890, anotó en su cuaderno de viaje que esta “no era más
que una triste ciudad de una decena de miles de habitantes y calles
estrechas cuyo pavimento en muchos lugares dejaba crecer el pasto;
casas bajas, infortunada línea de tranvías tirados por caballos flacos.
(…)En una palabra, una ciudad sin un encanto de ninguna especie. Y
agrega: Había algunos hoteles, pero ninguno podía ser considerado en
esa categoría.” El mismo cronista narra treinta años más tarde:
“Concordia es una ciudad limpia en el centro, bien adornada, de grandes
construcciones, y el lujo -cosa desconocida entonces- comienza a invadir
un poco todas las clases de la escala social.”
En 1902 Evaristo Carriego (hijo del coronel homónimo que fue
uno de los impulsores de la fundación de Concordia), integrante de la
comitiva que acompañó al gobernador Leónidas Echagüe, relata un viaje
de Paraná a Concordia, en una nota de ácido tono crítico, que se torna
meloso y fatuo lenguaje cuando asume el rol de cronista oficial. Durante
el viaje en tren la comitiva disfrutó de “un excelente almuerzo en el que
no escasearon ni los buenos manjares, ni los buenos vinos, ni los buenos
cigarros”, relata, sin nombrar los platos servidos. (Carriego, 1967).
Al arribar, mientras que las autoridades fueron hospedadas por el
Coronel Anderson en su residencia particular, el resto de la comitiva se
alojó en el Hotel Colón, por entonces el mejor establecimiento hotelero
de la ciudad, donde a la noche participaron de una cena.
Anota Carriego: “Aproveché la ocasión que se me ofrecía de ir a
conocer la ciudad más comercial y progresista de Entre Ríos. Había
sido invitado a la inauguración del ferrocarril a Concordia (...)
Terminado el acto de la inauguración, subimos a los carruajes que la
comisión encargada de hospedarnos tenía allí para conducirnos al Hotel
“Colón”, donde debíamos alojarnos. (...) El hotel está situado en una
esquina de la plaza principal, frente al oeste. Es un vasto edificio de dos
pisos, con galerías al óleo (...) Sus habitaciones son bastante cómodas y
regularmente amuebladas, pero no en número suficiente como para
hospedar a todo un regimiento.(...) A la noche, llegada la hora de cenar,
la comida fue servida en una de las galerías altas, donde estábamos
alojados. Más de ochenta lamparitas de luz eléctrica la alumbraban
profusamente. Los comensales que se sentaron a la mesa eran unos
sesenta.” (Carriego, op.cit)).
Pero el menú decepciona a Carriego, que había imaginado que
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Bibliografía
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