Hermanos Grimm - Caperucita Roja

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Caperucita Roja

Hermanos Grimm

textos.info
Biblioteca digital abierta

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Texto núm. 1145

Título: Caperucita Roja


Autor: Hermanos Grimm
Etiquetas: Cuento infantil

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 23 de agosto de 2016

Edita textos.info

Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

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Caperucita Roja
Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la
conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le
hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito
de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra
cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le
dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino,
llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le
ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el
camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas
a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando
entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes
curioseando por todo el aposento.”

“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y
se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un
kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el
bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo.
Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no
tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo.
“Buenos días, amable lobo.” — “¿A dónde vas tan temprano, Caperucita
Roja?” — “A casa de mi abuelita.” — “¿Y qué llevas en esa canasta?” —
“Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma
va a tener algo bueno para fortalecerse.” — “¿Y adonde vive tu abuelita,
Caperucita Roja?” — “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque.
Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos.
Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita
Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué
buen bocadito — y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar
con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a
Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira
Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y
recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo
dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como

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si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de
maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando
aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros,
pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi
abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá
problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así,
ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía
otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el
bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la
casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita.
“Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por
favor.” — “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil
y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin
decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un
bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro,
se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y


cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su
abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al
encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño
presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me
siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.”
Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al
dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro
cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!Oh,
abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” — “Es para oírte mejor,
mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que
tienes.” — “Son para verte mejor, querida.” — “Pero abuelita, qué brazos
tan grandes que tienes.” — “Para abrazarte mejor.” — “Y qué boca tan
grande que tienes.” — “Para comerte mejor.” Y no había terminado de
decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a
Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y


una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por
casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos
y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda.

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Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo
tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él. “¡Hacía
tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él,
cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún
podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas
tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había
hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más
y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada
que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió
también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente,
Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del
lobo. Y cuando el lobo despertó, quiso correr e irse lejos, pero las piedras
estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y


se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo
Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó:
“Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el
bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”

También se dice que otra vez que Caperucita Roja llevaba pasteles a la
abuelita, otro lobo le habló, y trató de hacer que se saliera del sendero. Sin
embargo Caperucita Roja ya estaba a la defensiva, y siguió directo en su
camino. Al llegar, le contó a su abuelita que se había encontrado con otro
lobo y que la había saludado con “buenos días”, pero con una mirada tan
sospechosa, que si no hubiera sido porque ella estaba en la vía pública, de
seguro que se la hubiera tragado. “Bueno,” dijo la abuelita, “cerraremos
bien la puerta, de modo que no pueda ingresar.” Luego, al cabo de un rato,
llegó el lobo y tocó a la puerta y gritó: “¡Abre abuelita que soy Caperucita
Roja y te traigo unos pasteles!” Pero ellas callaron y no abrieron la puerta,
así que aquel hocicón se puso a dar vueltas alrededor de la casa y de
último saltó sobre el techo y se sentó a esperar que Caperucita Roja
regresara a su casa al atardecer para entonces saltar sobre ella y
devorarla en la oscuridad. Pero la abuelita conocía muy bien sus malas
intenciones. Al frente de la casa había una gran olla, así que le dijo a la
niña: “Mira Caperucita Roja, ayer hice algunas ricas salsas, por lo que trae
con agua la cubeta en las que las cociné, a la olla que está afuera.” Y
llenaron la gran olla a su máximo, agregando deliciosos condimentos. Y
empezaron aquellos deliciosos aromas a llegar a la nariz del lobo, y
empezó a aspirar y a caminar hacia aquel exquisito olor. Y caminó hasta
llegar a la orilla del techo y estiró tanto su cabeza que resbaló y cayó de

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bruces exactamente al centro de la olla hirviente, ahogándose y
cocinándose inmediatamente. Y Caperucita Roja retornó segura a su casa
y en adelante siempre se cuidó de no caer en las trampas de los que
buscan hacer daño.

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Hermanos Grimm

Los Hermanos Grimm es el nombre usado para referirse a los escritores


Jacob Grimm (4 de enero de 1785, Hanau (Alemania) - Berlín, 20 de
septiembre de 1863) y Wilhelm Grimm (24 de febrero de 1786, Hanau - 16
de diciembre de 1859, Berlín). Fueron dos hermanos alemanes célebres
por sus cuentos para niños y también por su Diccionario alemán, las
Leyendas alemanas, la Gramática alemana, la Mitología alemana y los
Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815), lo que les ha valido ser
reconocidos como fundadores de la filología alemana. La ley de Grimm

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(1822) recibe su nombre de Jacob Grimm.

Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en


la localidad alemana de Hanau (en Hesse). Criados en el seno de una
familia de la burguesía intelectual alemana, los tres hermanos Grimm (ya
que fueron tres, en realidad; el tercero, Ludwig, fue pintor y grabador) no
tardaron en hacerse notar por sus talentos: tenacidad, rigor y curiosidad en
Jacob, dotes artísticas y urbanidad en Wilhelm. A los 20 años de edad,
Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la
biblioteca. Antes de llegar a los 30 años, habían logrado sobresalir gracias
a sus publicaciones.

Fueron profesores universitarios en Kassel (1829 y 1839 respectivamente).


Siendo profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837
por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente
fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde
ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt. Tras las
Revoluciones de 1848, Jacob fue miembro del Parlamento de Fráncfort.

La labor de los hermanos Grimm no se limitó a recopilar historias, sino que


se extendió también a la docencia y la investigación lingüística,
especialmente de la gramática comparada y la lingüística histórica. Sus
estudios de la lengua alemana son piezas importantes del posterior
desarrollo del estudio lingüístico (como la Ley de Grimm), aunque sus
teorías sobre el origen divino del lenguaje fueron rápidamente
desechadas.

Los textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en


edición debido a su extrema dureza. Los Grimm se defendían de las
críticas argumentando que sus cuentos no estaban dirigidos a los niños.
Pero, para satisfacer las exigencias del público burgués, tuvieron que
cambiar varios detalles de los originales. Por ejemplo, la madre de Hansel
y Gretel pasó a ser una madrastra, porque el hecho de abandonar a los
niños en el bosque (cuyo significado simbólico no se reconoció) no
coincidía con la imagen tradicional de la madre de la época. También hubo
que cambiar o, mejor dicho, omitir alusiones sexuales explícitas.

Los autores recogieron algunos cuentos franceses gracias a Dorothea


Viehmann y a las familias Hassenflug y Wild (una hija de los Wild se
convertiría después en la esposa de Wilhelm). Pero para escribir un libro
de cuentos verdaderamente alemán, aquellos cuentos que llegaron de

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Francia a los países de habla alemana, como El gato con botas o Barba
Azul, tuvieron que eliminarse de las ediciones posteriores.

En 1812, los hermanos Grimm editaron el primer tomo de Cuentos para la


infancia y el hogar, en el cual publicaban su recopilación de cuentos, al
que siguió en 1814 su segundo tomo. Una tercera edición apareció en
1837 y la última edición supervisada por ellos, en 1857. Las primeras
colecciones se vendieron modestamente en Alemania, al principio apenas
unos cientos de ejemplares al año. Las primeras ediciones no estaban
dirigidas a un público infantil; en un principio los hermanos Grimm
rehusaron utilizar ilustraciones en sus libros y preferían las notas eruditas
a pie de página, que ocupaban casi tanto espacio como los cuentos
mismos. En sus inicios nunca se consideraron escritores para niños sino
folcloristas patrióticos. Alemania en la época de los hermanos Grimm
había sido invadida por los ejércitos de Napoleón, y el nuevo gobierno
pretendía suprimir la cultura local del viejo régimen de feudos y
principados de la Alemania de principios del siglo XIX.

Sería a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la


publicación de la Kleine Ausgabe (Pequeña Edición) de 50 relatos con
ilustraciones fantásticas de su hermano Ludwig. Esta era una edición
condensada destinada para lectores infantiles. Entre 1825 y 1858 se
publicarían diez ediciones de esta Pequeña Edición.

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