Sheffield, Charles - La Caza de Nimrod
Sheffield, Charles - La Caza de Nimrod
Sheffield, Charles - La Caza de Nimrod
CAZA DE
Charles Sheffield
Título original: The Nimrod Hunt
Traducción: Rafael Marín
© 1986 by Charles Sheffield
© 1987 Ediciones B S.A.
Calle Rocafort 104 - Barcelona
ISBN: 84-7735-615-7
Edición digital: Luiwu
Revisión: Hybridvs
R6 10/03
PRESENTACIÓN
"Charles es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto
de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos.
De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también nosotros
somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la
capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y
la habilidad como constructor de universos de un Niven."
Spider Robinson.
Al leer un texto como el de Robinson, lo primero que se nos viene a la mente es que se
trata de una exageración. Pero en el caso de Charles Sheffield, parece ser que no es así.
Otros comentarios críticos en revistas famosas como Locus, Publishers Weekly,
Noumenon, etc. inciden en el mismo tono, presentando a Sheffield como uno de los
mayores autores de la ciencia ficción del futuro. Ha llegado el momento de que el lector
en castellano pueda finalmente juzgar por sí mismo.
En mi caso el primer contacto con Sheffield deriva de su colaboración en THRUST, un
buen critizine americano, donde Sheffield cubre una sección periódica sobre el trabajo
como escritor de ciencia ficción. Sus textos rezuman gran inteligencia e ironía y son muy
amenos.
Posteriormente leí THE McANDREW CHRONICLES, en su edición francesa. Se trata
del montaje o recopilación (fix-up) de relatos que tienen como protagonista a un científico,
el McAndrew del título, y que se basan en la extrapolación inteligente sobre premisas de
tipo científico. La calidad de la base científica del trabajo de Sheffield resultó avalada,
dentro del mundillo de la ciencia ficción, cuando el mismo Arthur C. Clarke reconocía a
Sheffield la paternidad de algunas de las ideas usadas en su novela "Cánticos de la
Lejana Tierra".
Pero esta calidad científica era, por otra parte, totalmente incuestionable. Charles
Sheffield se formó como físico teórico y obtuvo el doctorado en la Universidad de
Cambridge. Hoy día trabaja al frente de una división de investigación en la Earth Satellite
Corporation y es una autoridad mundial en el campo de la tecnología espacial. Ha sido
presidente de la American Astronáutica! Society y su libro EARTH WATCH, sobre la
observación de la Tierra desde los satélites, ha sido un gran éxito.
Hasta la aparición de LA CAZA DE NlMROD, se le ha caracterizado como un escritor
típico de la ciencia ficción hard, es decir, de aquella que se basa principalmente en las
ciencias naturales o en la tecnología. Para algunos comentaristas, el sub-género hard
presentaba habitualmente defectos en cuanto a la estructura narrativa de la novela, el
tratamiento y la psicología de los personajes y otras cualidades más estrictamente
literarias; que perdían fuerza ante la riqueza de las ideas científico-tecnológicas, que son
el eje central de las novelas de la ciencia ficción hard.
Ello era claramente cierto antes de la revolución que supuso la Nueva Ola que cambió
la ciencia ficción a finales de los sesenta, al exigir una mayor calidad en lo literario.
Afortunadamente, los nuevos autores como Charles Sheffield, Gregory Benford, David
Brin, etc. unen, a su formación de científicos y su afición como lectores de ciencia ficción,
la capacidad de utilizar las enseñanzas literarias que se desprenden del fenómeno de la
Nueva Ola, sin caer tampoco en alguno de sus extremismos.
Después de leer varias novelas de Sheffield, creo que la mejor presentación de este
autor a los lectores en castellano se logrará con su última novela: LA CAZA DE NlMROD.
Con ello no pretendo decir que otros de sus libros no sean de gran interés. Destacan
entre ellos "The Web Between the Worlds" y "Between the Stokes of the Night"; pero LA
CAZA DE NlMROD reúne de manera poco usual toda aquella fascinación y sentido de la
maravilla que son la esencia misma de la buena ciencia ficción.
Estoy convencido de que la novela de Sheffield sorprenderá a muchos por la ingente
capacidad inventiva de que hace gala en ella. La primera comparación que acude a la
mente es la vieja técnica que se decía usaba Van Vogt, uno de los clásicos autores del
género: "una idea nueva cada cinco páginas". Quizá Sheffield supera al viejo maestro en
riqueza de ideas en este libro que se lee de sorpresa en sorpresa.
La novela nos narra la historia de varias cazas o persecuciones. En una visión más
superficial se trata de la construcción, huida y captura de las Criaturas de Morgan, formas
de vida sintéticas creadas para proteger la Esfera de cincuenta y ocho años luz de radio
que constituye el Grupo Estelar ya descubierto. Por alguna razón desconocida, las
Criaturas han huido después de matar a los humanos de la estación espacial y deben ser
localizadas y capturadas por el peligro que suponen.
Pero ésa es tan sólo la línea central de un argumento repleto de otras sub-tramas de
gran interés que, en manos menos ambiciosas, habrían sido la inspiración de más de una
novela. El muestrario de maravillas es casi inagotable: los extraterrestres que comparten
la galaxia con los humanos, los laboratorios aguja de la Tierra y sus Artefactos o criaturas
procedentes de la manipulación genética, el Enlace Mattin como forma de viaje
instantánea en el seno de la galaxia, la misma Tierra como planeta marginado, la
simulación bélica de las miniaturas de Adestis, el Estimulador Mental, etc.
El conjunto supone una entretenida novela que se lee con gusto y atención y que
puede interesar o reconciliar con el género a más de un lector. La buena ciencia ficción
es así. Prepárense para una experiencia entretenida e inigualable.
MIQUEL BARCELÓ
Los otros dos hombres intercambiaron una brevísima mirada y luego asintieron.
—¡No se queden ahí moviendo la cabeza sin más! —exclamó Dougal Macdougal—.
¡Díganlo! Necesitamos grabar su compromiso explícito. Ya tenemos demasiados
problemas. No quiero añadir ningún otro.
—Comprendo perfectamente —dijo Luther Brachis.
Rivalizaba con Macdougal en altura, aunque era mucho más ancho. Incluso en la baja
gravedad de Ceres sus pisadas sacudían el suelo blanco y dorado de la Cámara Estelar.
En el pectoral izquierdo de su uniforme de combate llevaba una brillante falange de
condecoraciones militares; el resplandeciente cúmulo de estrellas de la Seguridad Solar
blasonaba su manga derecha. Sus ojos, de color gris azulado, miraron firmemente a
Dougal Macdougal. Su ancha boca se estiró apenas un milímetro hacia la mandíbula.
Para Luther Brachis, aquello era el equivalente a un estallido de furia.
—Lo describiré todo y no ocultaré nada —dijo por fin.
El embajador se volvió hacia el otro hombre.
—¿Y usted, Mondrian? Venga, dígalo. El Enlace se completará dentro de un par de
segundos.
Esro Mondrian alzó la mirada. Su altura era ligeramente inferior a la media. El
embajador y Luther Brachis le pasaban una cabeza y, en contraste con los otros dos
hombres, la constitución de Mondrian era frágil y angular. Contrariamente a ellos, iba
vestido de manera sencilla: El severo uniforme negro de la Investigación de Fronteras,
precisamente ajustado y meticulosamente limpio, sin medallas o insignias que revelaran
su rango. Un simple ópalo de fuego en el cuello izquierdo de su indumentaria servía como
identificación y escondía sus múltiples funciones de comunicador, computadora y arma.
Finalmente, Mondrian se encogió de hombros.
—Tranquilo, Dougal. Sabe que no suelo ocultar datos a nadie que tenga acceso
legítimo a ellos. En cuanto dispongamos de identificación completa de las partes
involucradas en este Enlace, les proporcionaré toda la información que poseo.
Su voz era grave y agradable, pero Macdougal no respondió a su tono conciliador.
Estaba a punto de replicar cuando las luces que anunciaban la operación de Enlace
Mattin empezaron a parpadear. Miró molesto a Esro Mondrian y se volvió hacia el pozo
instalado en medio de la sala. Delante de ellos, en el hemisferio del atrio central de la
Cámara Estelar, centellearon tres óvalos de luz. En su interior se formaron las imágenes
tridimensionales de los embajadores.
En el de la izquierda apareció una masa pulsante y sombría de un color púrpura
oscuro. Cuando la imagen se estabilizó, Brachis y Mondrian reconocieron la figura
cimbreante de un Compuesto Remiendo, emitida desde un sistema Mercantor en sistema
Formalhaut. El Remiendo se había agrupado para formar un ovoide simétrico con
apéndices de proporciones toscamente humanas. Junto a él (pero a cincuenta y ocho
años luz de distancia en el espacio real, casi al otro extremo del Grupo Estelar), se veía el
armazón verde oscuro de un Ángel. Y a la derecha, todavía emitiendo un abanico de arco
iris mientras se recibía la señal, revoloteaba el gran conjunto tubular de un Tubo-Rilla que
se unía al enlace desde su planeta natal en torno a Eta Casiopea, a dieciocho años luz de
distancia.
—ENLACE MATTIN COMPLETO —dijo la voz tintineante—. LA CONFERENCIA
PUEDE TENER LUGAR.
Era un momento histórico. Los cuatro representantes del Grupo Estelar contactaban de
forma simultánea audiovisual por primera vez en veintidós años terrestres. Dougal
Macdougal, consciente de que el hecho formaría parte de la historia del Grupo Estelar, se
dirigió a ellos, ignorando a Luther Brachis y Esro Mondnan.
—Saludos. Soy Dougal Macdougal, embajador solar ante el Grupo Estelar. ¿Pueden
oírme y verme correctamente y hacerlo entre ustedes?
La pregunta era una formalidad diplomática. El ordenador encargado del Enlace no
habría permitido el contacto completo audiovisual sin confirmar antes que ninguno de los
participantes tenía problemas para establecerlo.
—Sí —dijo el Tubo-Rilla, aproximándose bastante a la pronunciación humana.
—Sí —repitieron el Remiendo y la respuesta del embajador Ángel, generada por
ordenador.
—Hemos reunido este Congreso espacial para discutir... una situación difícil —
continuó Macdougal—. Un suceso reciente, aquí, en el sistema Sol, podría convertirse en
un problema importante que afectara al Grupo Estelar entero. Puede que tengamos que
tomar medidas de control inusitadas y tal vez sin precedentes. Naturalmente cualquier
decisión sobre tales medidas debe tomarla el Grupo Estelar al completo. Para describir el
trasfondo del problema, he dispuesto dos informes especiales de dos de las principales
personas que han estado implicadas desde el principio...
Mondrian y Brachis intercambiaron una mirada de desagrado.
—Está jugando sucio —murmuró Mondrian.
—Por supuesto —Brachis miró al embajador solar—. No pondrá el problema sobre la
mesa. Nos lo dejará a nosotros, el muy granuja. Y apuesto que ya ha decidido a quién
hay que echarle la culpa.
Dio un paso adelante y se colocó junto al Tubo-Rilla, y con ello todos los embajadores
parecieron estar en línea, observando a los testigos. Lámparas ocultas envolvieron a
Brachis en un óvalo de luces.
—Puede empezar —dijo Macdougal.
Brachis asintió ante las cuatro formas en sus crisálidas de luz. Su cara de león parecía
hosca y furiosa.
—El embajador ha citado correctamente mis obligaciones. La Seguridad es mi oficio,
desde la Estación Apolo y el Nexo de Vulcano hasta las Tortugas Áridas, pasando en el
borde de la Nube Oort —hubo un bufido de orgullo en su voz profunda—. Llevo cinco
años estándar en este cargo. Hace dos, recibí una propuesta para crear un proyecto de
seguridad en la Estación Tela de Araña. Ésa es una instalación dedicada a la
investigación, a doce mil millones de kilómetros del Sol, a medio camino entre las órbitas
de Neptuno y Perséfona. Ha servido como centro de investigación para actividades de
Seguridad durante más de setenta años estándar. El proyecto que empezó hace dos
años era secreto. Se le dio el nombre en clave de "Operación Morgan". Aprobé la
solicitud. Con su permiso, dejaré la descripción de los objetivos de este proyecto para el
posterior testimonio del comandante Mondrian.
Brachis sonrió, sombrío.
—Déjenme decir solamente esto: la Operación Morgan fue llevada a cabo con toda
clase de medidas de seguridad. Cuarenta de los guardias más experimentados de mi
departamento, gente en la que se podía confiar plenamente, fueron asignados al
proyecto, y se instalaron en la Estación Tela de Araña. La energía se les suministraba
desde el circuito general del Sistema Solar, controlada desde el Nexo de Vulcano y desde
el centro principal, aquí en Ceres. En dos años, no se notó anomalía de ninguna clase.
Los informes sobre el progreso de la Operación Morgan sugirieron resultados excelentes
y ninguna dificultad, hasta hace veinte días. Entonces una demanda de energía anómala
hizo saltar la alarma en nuestro sistema de rastreo.
Luther Brachis se detuvo.
—Esta es la primera parte de mi testimonio. ¿Alguna pregunta?
Las cuatro figuras frente a él permanecieron en silencio. Se oía el usual siseo típico del
Enlace Mattin. El Ángel movía sin descanso sus hojas superiores, mientras Dougal
Macdougal miraba de un lado a otro. Brachis no iba a recibir ningún apoyo por parte del
embajador solar.
—Continúe —dijo por fin.
—Muy bien. La demanda de energía a la que me refiero provino de la Estación Tela de
Araña. Llegó en un momento de calma, cerca de un cambio de turno. Me temo que el
aumento de la carga no fue advertido al principio por mi personal —masticó las palabras
como si su boca estuviera llena de arena—. A pesar de que el sistema de Enlace estaba
preparado para la acción, no reaccionamos inmediatamente. Acepto plena
responsabilidad sobre eso. Cuando respondimos y una sonda investigadora alcanzó la
Estación Tela de Araña, era demasiado tarde. La estación estaba desierta. El Enlace
Mattin había sido utilizado... diecisiete veces. Todos mis hombres estaban muertos —se
volvió para mirar acusadoramente a Esro Mondrian—. Y aprendí algo que debía haber
sabido hace mucho tiempo: la auténtica naturaleza de la Operación Morgan.
Se detuvo. Su actitud anunciaba claramente que su testimonio había concluido, pero
ahora hubo un murmullo en las filas de los embajadores.
—Usted... dice... que el Enlace fue... activado —era el embajador Tubo-Rilla y las
placas de su tórax vibraban suavemente—. ¿Hacia qué destinos?
—No lo sabemos aún. Pero la cantidad de energía empleada indica que a muchos
años luz.
Mientras Brachis había estado haciendo su declaración, nuevos componentes
individuales habían volado silenciosamente para sumarse al Compuesto Remiendo.
Ahora era mucho más grande que un ser humano. Un puñado de alitas negro-púrpuras
flameó, y un silbante facsímil de pronunciación humana surgió del Enlace.
—Los registros, por favor. Nos gustaría analizar sus posibles destinos. Y, para hacerlo,
debemos saber algo mas sobre la naturaleza del proyecto.
Brachis volvió la cabeza.
—Para eso, debo remitirles al comandante Mondrian. Mis registros les serán enviados
de inmediato. Estaré disponible para contestar cualquier pregunta posterior.
Dio un paso atrás. La mirada que dirigió a Esro Mondrian era una extraña mezcla de
antiguo antagonismo y nuevos problemas compartidos.
Mondrian había estado observando detenidamente a los embajadores. Sabía que no
tenía esperanza de reconocer ninguna estructura especial de un Compuesto Remiendo,
pero los Angeles y los Tubo-Rillas tenían ambos una estructura estable, y era posible que
hubiera conocido a alguno de ellos anteriormente en sus planetas natales. En cualquier
caso, tenía que olvidar a Dougal Macdougal e intentar conseguir apoyo de los otros
embajadores.
—Soy Esro Mondrian —empezó a decir—, jefe de las fuerzas de seguridad de
Investigación de Fronteras. He trabajado en el pasado con cada uno de sus grupos
locales de investigación, y he visitado sus planetas natales, en los que vivimos en
regiones estables y civilizadas, donde hay pocos peligros desconocidos. Pero la mayor
parte de mi trabajo tiene lugar cerca del Perímetro, en la región del Límite, a cincuenta
años luz del Sol.
Mondrian oyó algo procedente del atrio ante él: Dougal Macdougal se aclaraba la
garganta. El embajador estaba impacientándose. Mondrian se maldijo. El hecho de que
necesitara tiempo para explicar la razón de sus recientes acciones no significaba nada
para el embajador.
—En el Perímetro —se apresuró a continuar—, las distancias son enormes y nuestros
recursos limitados, y las incertidumbres son muchas. Hace pocos años, decidimos que
necesitábamos un nuevo tipo de instrumento de seguridad allí. Uno que pudiera funcionar
con apoyo mínimo de las bases, y en su operación fuera más duro y más flexible que los
cerebros paninorgánicos. Mientras sopesábamos las alternativas, la científica Livia
Morgan se puso en contacto conmigo. Tenía una proposición intrigante. Decía que podía
crear formas simbióticas que combinaran componentes orgánicos e inorgánicos,
perfectos para nuestras necesidades. —Sonrió, sombrío, y movió la cabeza ante las
figuras colocadas frente a él—. Conocía al menos un ejemplo natural que probaba que tal
cosa era posible.
El Ángel en la conexión se inclinó lentamente adelante y atrás agitando su follaje
verdiazulado. Era a su vez una criatura simbiótica, descubierta un siglo y medio antes de
que el frente expansor del Perímetro alcanzara Capella. La pane visible del Ángel era el
Chasselrosa, una forma vegetal sin mente y de lento movimiento. Escudado en su
pulposa sección central, vivía el Cantante cristalino sensible, confiado en el Chasselrosa,
en el que encontraba habitat, transporte y comunicación con el mundo externo.
—La imitación es... la forma más sincera de adulación —drjo la voz computerizada del
Ángel.
—Las Criaturas construidas por Morgan iban a ser diseñadas para patrullar el
Perímetro —continuó Mondrian, después de dirigir una dura mirada al Ángel. (Los
Angeles tenían el desconcertante hábito de emplear clichés y proverbios humanos. Nadie
estaba nunca seguro de si eso representaba una perversa modalidad de cortesía racial
por parte del simbionte o algún extraño sentido del humor)—. Teníamos especificaciones
bastante precisas sobre las Criaturas. Las unidades individuales serían móviles,
resistentes y altamente inteligentes. Livia Morgan dijo que serían "indestructibles". Ahora
tenemos razones para creer que estaba exagerando. Surcarían las áreas inexploradas
del Perímetro e investigarían formas de vida hostiles a las inteligencias del Grupo Estelar.
Sin embargo, no importaba lo que descubrieran, tendrían solamente una función
informativa. Bajo ninguna circunstancia podrían dañar a ninguna forma de vida
inteligente, ni forma alguna de vida que pudiera tener inteligencia.
"Estuve presente durante las demostraciones iniciales de las Criaturas de Livia
Morgan. Fueron expuestas a cada una de nuestras cuatro especies, a los otros siete
organismos posiblemente inteligentes conocidos en el Perímetro, y a una variedad de
simulacros de diferentes grados de inteligencia aparente. Las Criaturas de Morgan
reconocieron cada una de las formas y respondieron ante cada una amistosamente y sin
causarle daño. Trataron a los simulacros con apropiada cautela y respeto. Autoricé el
desarrollo del proyecto, permitiendo el pase de las Criaturas al siguiente nivel de
sofisticación. Livia Morgan empezó a trabajar. Pero en algún lugar de la Estación Tela de
Araña algo debe de haberse torcido —se volvió hacia Dougal Macdougal—. ¿Puedo
mostrar las imágenes obtenidas por nuestra sonda?
—Adelante —asintió el embajador—. Y espero que sea breve. No podemos mantener
el Enlace todo el día.
Mondrian no replicó. A sus espaldas empezó a formarse una esfera de oscuridad. En
su interior titiló el áspero ovoide de la Estación Tela de Araña mostrado desde el punto de
vista de una sonda de rastreo. Al principio, toda la estación fue visible. Entonces el campo
de visión se redujo, aumentando su resolución. Al poco rato, los objetos retorcidos y
aplastados más allá de las compuertas de aire fueron reconocibles: eran los restos de
seres humanos vestidos con trajes espaciales. Las cámaras se acercaron a ellos,
inmisericordes. Si estos cuerpos hubieran estado vivos cuando fueron expulsados por las
compuertas, no habrían sobrevivido mucho tiempo. Las imágenes mostraron miembros
arrancados, troncos y cuerpos sin cabeza. Las cámaras se acercaron a una figura, un
cadáver que giraba sin manos y sin pies.
—Éstos son los restos mortales de la doctora Livia Morgan —dijo Mondrian sin
expresión—. Aunque ni ella ni los guardias pudieron enviar ninguna señal de aviso desde
la Estación Tela de Araña, los monitores hicieron un registro completo de sus últimas
horas de vida. Sucedió sin previo aviso. Las Criaturas se volvieron locas de repente.
Acosaron a los guardias sin piedad, en el interior de la estación. Livia Morgan intentó
negociar con dos de ellas. Fue capturada y desmembrada sistemáticamente. A menos
que insistan, espero no tener que dar detalles de las escenas. Acepten mi palabra: las
Criaturas de Morgan son astutas, y mortíferas, y parecen completamente hostiles
respecto a la vida humana. Todo nos hace suponer que no se mostrarán más amistosas
con respecto a cualquier otra raza del Grupo Estelar.
Detrás de Mondrian, las imágenes se desvanecieron.
—Pero esto no es lo peor —continuó—. Las Criaturas fabricadas por Morgan han
desaparecido. Después de los sucesos que han visto, consiguieron de alguna manera
poner en funcionamiento el Enlace Mattin, algo que debiera haber sido completamente
imposible para ellas. Esto prueba su extraordinaria inteligencia. Las diecisiete se
transmitieron a través del Enlace con destinos desconocidos. Estamos poniendo todo
nuestro empeño en localizarlas, pero por el momento, nuestra hipótesis de trabajo es la
siguiente: Se encuentran en algún lugar en el radio de cincuenta y ocho años luz de la
Esfera Conocida. Esperamos que estén en los alrededores del Perímetro y no cerca de
ninguno de nuestros mundos natales. Sabemos que tenemos diecisiete amenazas
formidables, de magnitud desconocida. Añadiría que no creo que estemos, ninguno de
nosotros, en peligro inmediato. Puesto que las Criaturas fueron diseñadas y entrenadas
para trabajar cerca del Perímetro, es altamente probable que decidieran huir a ese lugar,
pero no tenemos idea de cuánto tiempo permanecerán en esa región. El propósito de la
reunión de hoy es informarles de los hechos, y considerar las formas de afrontar esta
situación.
Alzó la cabeza y miró intensamente a los cuatro seres ante él. Le devolvieron la mirada
sin expresión. El Remiendo, el Ángel y el Tubo-Rilla eran demasiado alienígenas para
que Mondrian pudiera leer sus emociones, y Dougal Macdougal parecía simplemente
irritado y ligeramente aburrido.
Esro Mondrian inspiró profundamente. Era improbable que resultara de su agrado lo
que fuera a decirse en las próximas horas. Dio un paso atrás para alinearse con Luther
Brachis.
—Honorables embajadores —dijo—, esto es el final de mi informe oficial.
Y también el final de la parte fácil, pensó. Ya había un zumbido premonitorio en el
circuito del Tubo-Rilla.
La alta figura se alzaba sobre sus piernas tubulares, con los miembros delanteros
agarrando el tronco cónico y las largas antenas ondeantes.
—¿Preguntas? —dijo—. Preguntas, si me permite.
—Por supuesto.
—Díganos algo más sobre la capacidad de las Criaturas de Morgan. Diecisiete
criaturas fuera de control parece algo realmente molesto, pero no un... asunto cósmico.
Diseñaron esas criaturas sin ningún síntoma de agresión. ¿Correcto?
—Me temo que no. —Esro Mondrian se volvió para ofrecer su lugar a Luther Brachis,
pero éste parecía más que dispuesto a dejarlo hablar—. Diseñamos esas criaturas para
que tuvieran considerables poderes de autodefensa. Recuerde que tenían que operar
solas, lejos de ningún apoyo, contra peligros desconocidos. Desafortunadamente, estas
mismas capacidades pueden ser utilizadas también de modo ofensivo, ya que su
generador de energía puede producir pequeñas armas de fusión; y contienen suficientes
láseres y cortadores para destruir cualquier nave. Por su diseño, contienen los últimos
equipos de detección que pudimos producir, ya que queríamos que fueran capaces de
detectar otras formas de vida desde la mayor distancia posible. Podría proporcionar
detalles completos, pero quizás un ejemplo sea más útil: cualquier Criatura fabricada por
Morgan puede destruir una ciudad o arrasar un planetoide de tamaño medio. En
combinación —algo que esperemos que nunca suceda—, podrían poner fuera de
combate a toda una flota de seguridad.
Mientras Mondrian respondía, hubo una leve sacudida en el interior del Compuesto
Remiendo. Al terminar de hacerlo, emitió un estallido de comunicación, casi demasiado
rápido para que pudieran descifrarlo.
—¿Por qué? —farfulló el Remiendo—. ¿Por qué, por qué, por qué? En nombre de la
Seguridad, ustedes los humanos han creado un peligro para ustedes y para todas las
otras especies del Grupo Estelar. ¿Qué falta hacía una Criatura de Morgan? Mírense.
Han estado explorando la región alrededor de su Sol durante más de seiscientos de sus
años. Hemos observado esa exploración durante más de tres siglos, desde que los
humanos descubrieron nuestro mundo. Ahora, el Perímetro cubre una esfera de más de
ciento dieciséis años luz de diámetro, más de dos mil sistemas solares, con ciento
cuarenta y tres planetas que pueden albergar vida. Y en ningún lugar en el interior de esa
esfera se han encontrado especies que sean peligrosas o agresivas... excepto la suya.
Están alzando un espejo ante el Universo y solamente ven sus propias caras. Nosotros,
los Remiendos, decimos dos cosas: primero, que hasta que ustedes crearon ese peligro,
no existía ningún peligro. Y segundo, dígannos por qué continúan esta loca carrera para
ampliar el Perímetro. Ahora se encuentra a cincuenta y ocho años luz de la estrella Sol.
¿Se darán los humanos por satisfechos cuando alcance ochenta años luz? ¿O cien? ¿O
mil? ¿Cuándo se detendrán?
Mondrian miró a Macdougal.
—Embajador, si quiere puedo intentar dar una respuesta a esa pregunta. Pero debo
señalar que vengo sugiriendo hace tiempo que el Perímetro se congele, o que se frene la
expansión. El avance humano debería suspenderse hasta que sepamos lo que hay a lo
largo del Perímetro, ya que la región fuera de nuestra área conocida puede contener
innumerables peligros. Para nosotros y para todo el Grupo Estelar. Así que, con todo
respeto, estoy completamente de acuerdo con el embajador Remiendo, en este punto.
También sé que una decisión como ésta se toma a niveles muy superiores al mío. Pero
mientras la expansión siga adelante, algo como las Criaturas es esencial. Debemos tomar
medidas para protegernos contra lo que podamos encontrar...
—¡Ya basta! —Dougal Macdougal había alzado las manos en signo de protesta—.
Comandante, ha sobrepasado su área de autoridad y competencia. Ha venido aquí para
presentar un informe de situación, no para ofrecer su propia visión sobre la evolución
humana. —Se volvió para mirar a los otros tres embajadores—. Estoy de acuerdo con
ustedes: estos dos hombres —señaló hacia Mondrian y Brachis— han cometido una falta
al permitir que se creara este problema. Han creado un peligro para el Grupo Estelar. Y
cuando esta reunión termine, les privaré inmediatamente de su empleo y les despojaré de
todos sus poderes. No se les permitirá...
—No-o-o —La palabra surgió del Ángel, lentamente, a través de su enlace
computerizado—. No permitiremos eso.
Macdougal se sintió desorientado.
—¿Quiere usted decir... que no despedirán a Mondrian y Brachis?
—Exactamente —la parte superior del Ángel empezó a oscilar muy despacio—. No
puede ser. El castigo debe estar en consonancia con el crimen. Nosotros, los Ángeles de
Sellora, pedimos ahora una Audiencia Cerrada..., cerrada completamente para todo el
mundo, excepto los cuatro embajadores presentes.
—Pero tiene que haber un registro...
—Sin registro. Es necesario discutir un tema tan seno y de tanta importancia en una
Audiencia Cerrada. Invocamos para esto el privilegio de los embajadores.
Mientras el Ángel hablaba, una campana opaca se colocó en posición alrededor del
atrio. Las zonas iluminadas en torno a los cuatro embajadores se vieron durante un
momento, y después sólo quedó, en el centro de la Cámara Estelar, una bola de
oscuridad centelleante.
Luther Brachis miró a Esro Mondrian y sacudió la cabeza. Los dos hombres se habían
quedado solos fuera de la esfera oscura. Era el primer encuentro audiovisual de los
cuatro embajadores del Grupo Estelar en veintidós años. Y la primera Audiencia Cerrada
en más de un siglo.
2 - LA FORMACIÓN DE LA ANABASIS
—¿Qué crees que estarán haciendo ahí dentro? —preguntó Brachis. Su cara estaba
cenicienta, y había empezado a comerse las uñas. Los dos hombres seguían de pie fuera
del atrio oscuro. Los embajadores llevaban más de dos horas en la sesión cerrada.
Mondrian sacudió la cabeza.
—¿Quién sabe? Tranquilízate, Luther. No te estás comportando como sueles. ¿No
viniste aquí dispuesto a hacerme trizas?
—Naturalmente —Brachis se acarició la hilera de condecoraciones—. No soy distinto
de ti. Te gustaría que mi grupo trabajara para tu departamento. No lo niegues. Sabes que
te gustaría. Y a mí me gustaría controlar tu zona. Pero, qué diablo, eso no tiene nada que
ver con esto. Tú y yo tenemos más cosas en común que con esos tres tipos. Me di cuenta
de ello cuando les hablaba. Son menos humanos que una medusa.
Mondrian sonrió, una pequeña mueca de satisfacción interna.
—Menos mal que tu responsabilidad se detiene a un año-luz de distancia. Resulta que
esos de los que hablas son nuestros amigos. ¿Y por qué excluyes a Macdougal? Me
gustan los Tubo-Rillas; al menos son divertidos, lo que no puedo decir de él. Preferiría
estar con un Tubo-Rilla, o incluso con un Remiendo, antes que con nuestro amigo el
embajador.
—Ni menciones a ese hijo de puta. ¿Oíste lo que dijo? Pretendía privarnos de nuestro
rango. —Brachis se tocó de nuevo las condecoraciones—. ¿Y qué me dices de los
Angeles? ¿Cómo reaccionarán ante todo esto?
—Esa es otra cuestión. No me encuentro muy a gusto con ellos. Por eso me pregunto
qué estará diciendo el Ángel con esa Audiencia Cerrada.
Inconscientemente, jugueteaba con el ópalo de fuego de su cuello, donde sus
condecoraciones al servicio y el valor, parte obligatoria del uniforme de la Investigación
de Fronteras, habían sido reducidas a puntos miniatunzados de luz dorada, que brillaban
y resplandecían en las profundidades de la gema.
Brachis lo vio y sonrió.
—Eres un comediante, Esro —dijo—. Estás tan orgulloso de tus condecoraciones
como yo de las mías. Pero no lo admites.
Mondrian suspiró.
—He trabajado para conseguirlas, como tú. Tal vez solamente valoro lo que estoy a
punto de perder.
Los dos hombres permanecieron en silencio. Sus preguntas no fueron contestadas
hasta pasada otra hora. Cuando finalmente la pantalla opaca se aclaró, Esro Mondrian y
Luther Brachis descubrieron que en el atrio sólo había ahora ocupadas dos plazas. El
Tubo-Rilla y Dougal Macdougal todavía estaban allí, pero el Ángel y el Remiendo habían
desaparecido. Y Macdougal parecía como si hubiera visto un fantasma.
El Tubo-Rilla hizo un gesto a Mondrian y Brachis para que se acercaran.
—Hemos llegado a un acuerdo —la voz aún sonaba alegre, pero era un accidente de
su mecanismo-productor de sonido. Los Tubo-Rillas siempre sonaban así, contentos,
pero la nerviosa agitación de sus miembros anteriores decía lo contrario—. Y ya que su
embajador parece encontrarse... indispuesto, recae sobre mí el deber de comunicarles el
resultado de nuestras deliberaciones.
El Tubo-Rilla les señaló los dos lugares vacíos, y la miserable figura de Dougal
MacDougal.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Brachis.
—Un foco de disputa surgió entre su embajador y el embajador de los Angeles. Los
Angeles tienen poderosos medios de persuasión, incluso a pesar de hallarse a tantos
años-luz de distancia. El embajador Macdougal se recuperará en cuestión de horas —el
Tubo-Rilla agitó un miembro delantero para descartar el asunto—. Comandante Brachis,
comandante Modrian: atención. Por favor, guarden silencio mientras resumo nuestras
deliberaciones y conclusiones. Primero, el tema de su responsabilidad.
Hubo una larga pausa. Mondrian y Brachis se petrificaron.
—Decidimos que ambos son responsables en este asunto —continuó el Tubo-Rilla—.
Esro Mondrian por iniciar y aprobar un proyecto con enorme potencial de peligro; Luther
Brachis por fallar al asegurarse que el seguimiento bajo su responsabilidad fuese llevado
a cabo convenientemente, y permitir con ello la huida de las Criaturas de Morgan. Ambos
son culpables en alto grado, pero Mondrian mucho más que Brachis. Su embajador
insistió en que deberían ser relevados de sus cargos, despedidos del servicio de
seguridad y desprovistos de sus privilegios.
Una vez más, Brachis se llevó la mano al pecho.
—Si pudiera añadir algo en nuestra defensa...
—Aún no —el Tubo-Rilla tenía problemas para conservar el autocontrol. Su modulador
vocal empezó a temblar y sacudirse—. Por supuesto, como el embajador Ángel... s-
señaló, no podíamos considerar semejante curso de acción. Sería absurdo. En cualquier
sociedad civilizada, es el individuo o el grupo que crea el problema quien debe asumir
naturalmente... la responsabilidad para re-ssolver el problema. La causa debe convertirse
en la cura. La creación de las Criaturas de Morgan y su subsiguiente huida se derivan de
sus acciones y de su inacción. Livia Morgan está... m-muerta. Y por tanto, la búsqueda de
las Criaturas de Morgan debe recaer también en sus manos. Sabemos que los humanos
tienen códigos de conducta bastante distintos de los del resto del Grupo Estelar, pero en
este caso había poco que discutir. Fuimos... inflexibles.
Hubo un nuevo cambio en la figura del Tubo-Rilla. Cuando habló de nuevo, su voz era
vibrante y ya no empleaba la pronunciación humana. Dominus tuvo que cortar y
suministrar traducción por ordenador.
—A partir de hoy —dijo el Tubo-Rilla— se creará un nuevo grupo dentro de su
departamento de Seguridad del Sistema. Su forma será conocida en la historia humana...,
una "expedición militar", lo que su especie llama —hubo una pausa infinitesimal en la que
Dominus buscó la palabra adecuada—, una Anabasis.
—¿Una qué? —estalló Brachis.
—Anabasis. No es una proposición muy halagüeña —dijo suavemente Mondrian—.
Según recuerdo, la anabasis original fue derrotada y retirada. Mejor será que
verifiquemos la traducción.
El Tubo-Rilla no prestó atención. Tenía algún problema, pues sus miembros se movían
espasmódicamente y su tórax se agitaba.
—La Anabasis —continuó— será dirigida por Esro Mondrian, que tiene la
responsabilidad principal del programa que nos ocupa ahora. Será ayudado por Luther
Brachis. Su misión será simple: adiestrarán a Grupos Perseguidores para localizar las
Criaturas fabricadas por Morgan y... seguirlas hasta sus... escondites.
Ahora ni siquiera el ordenador servía de ayuda. El discurso del Tubo-Rilla se hacía
cada vez más fragmentado y desorganizado. La voz se convirtió en un chillido agudo y la
gigantesca figura empezó a temblar y a sacudirse.
—Cada equipo perseguidor de la Anabasis contendrá... un miembro entrenado de cada
una de las especies inteligentes... del Grupo Estelar... Ángel... Humano... y Tubo-Rilla.
Los equipos perseguidores encontrarán a las Criaturas de Morgan y... si es necesario —
la voz se convirtió en un chirrido—, las destruirán. Destruirán...
Y de repente el Tubo-Rilla desapareció. El Enlace se había roto. Brachis se volvió
hacia Mondrian, perplejo.
—¿Qué demonios pasa aquí?
Mondrian se frotaba la mandíbula, acariciando con los dedos la fina línea de su barba.
—El Tubo-Rilla no ha podido soportarlo. ¡Claro que no! Debí haberlo imaginado.
Ninguno de ellos puede. No me extraña que necesitaran una sesión a puerta cerrada con
voto secreto.
—Pero ¿por qué? —se quejó Brachis.
Tener que verse bajo las órdenes de su rival Esro Mondrian había lastimado su orgullo.
—¡Piensa, Luther! Conoces tan bien como yo las reglas del Grupo Estelar. Primera
Regla: la vida inteligente debe ser preservada y no ser destruida nunca, por ninguna
razón. Esto es estricto a nivel individual y aún más estricto a nivel de especies. Y sin
embargo, nos ordenan que busquemos a las Criaturas de Morgan y las destruyamos... a
las únicas criaturas de su clase en todo el universo. Debe de haber sido una agonía para
los embajadores alienígenas llegar a esa conclusión. ¿No has advertido en cómo se
transformaron al contemplar las imágenes de la sonda en la Estación Tela de Araña? Nos
han dicho hoy que somos la raza más agresiva que conocen..., pero deben de temer que
somos bastante menos sanguinarios que las Criaturas de Morgan.
—Pero si no pueden soportar la violencia... ¿por qué insisten en que haya un miembro
de cada raza en cada Equipo Perseguidor? ¿Qué sucederá cuando un equipo localice a
una Criatura de Morgan y tenga que destruirla? Las otras especies se derrumbarán.
—Sí. Pero eso también tiene sentido para su forma de pensar. ¿Recuerdas la leyenda
sobre los antiguos pelotones de fusilamiento, cuando a uno de los tiradores se le daba un
cartucho de fogueo en lugar de una bala real? Es el mismo principio. Ninguna especie
sabrá con seguridad si fue la responsable de la muerte de una Criatura de Morgan.
Luther Brachis se encogió de hombros.
—No nos comprenden. Nos preocupamos por las especies inteligentes, pero volaría en
pedazos a cien de esas Criaturas de Morgan sin pensarlo dos veces, por el bien de la
seguridad del Sistema. Ahora no sé si tendré la oportunidad. ¡Maldición, Mondrian! ¿Te
das cuenta de lo que has sacado de esto? Lo que siempre has estado buscando. Estás
más implicado que yo, así que me ponen a tu disposición. ¿Has visto alguna vez una
lógica más absurda? Deberías estar sentado, quejándote de tus problemas, en vez de
sonreír de oreja a oreja. Aunque la verdad es que no parece que sonrías demasiado.
—Me conoces, Luther. Podría estar sonriendo por dentro y nunca lo sabrías.
Y excepto por un factor —pensó Mondrian— podría estar sonriendo. Los embajadores
están demasiado asustados por la existencia de las Criaturas de Morgan. Han dicho que
las encontremos y las destruyamos. Eso no entra en mis planes. Las necesito con vida.
A: La Anabasis (Oficina del Director) De: La Oficina del embajador solar. Asunto:
Instrucciones para la selección y creación de los Grupos Perseguidores.
Item uno: Los Grupos Perseguidores: Como se acordó en la reunión entre los
embajadores, el 6/7/38, se establecerá un total de veinticinco grupos. La selección final
de cada equipo la determinará la Anabasis en consulta con los embajadores.
ítem dos: Composición de los Grupos de Persecución: Como se acordó en la reunión
entre los embajadores, cada grupo contendrá cuatro miembros: un Humano, un
Compuesto Remiendo, un Ángel y un Tubo-Rilla. Los miembros de cada especie serán
propuestos por esa misma especie. La Anabasis tendrá derecho a rehusar a los
candidatos en base a incompatibilidad con otros miembros. Estos rechazos, sin embargo,
deberán ser confirmados y aprobados por la oficina del embajador solar.
El capitán Kubo Flammarion frunció el ceño, se rascó la oreja izquierda con una uña
sucia, gruñó, y subrayó la última frase que acababa de leer en el documento. Dougal
Macdougal, una vez más, intentaba ponerse en medio. ¿Por qué tenían que pasar los
rechazos de solicitudes por la oficina del embajador?
Resopló, se frotó la oreja con el lápiz y continuó leyendo.
ítem tres: Selección de candidatos a los Equipos Perseguidores del Sistema Solar. Los
candidatos humanos deben ser voluntarios, de menos de veinticuatro años estándar de
edad, en buenas condiciones físicas, y libres de compromisos sociales o matrimonio.
Item cuatro: Las especies. Los candidatos humanos deben ser homo sapiens,
masculinos o femeninos, sin alterar. Quedan excluidas las formas sintéticas, pan sapiens,
delphinus sapiens y las modulaciones Capman.
ítem cinco: Cualificaciones: Los miembros de los Equipos Perseguidores deben tener
al menos una educación de Clase Cuatro (que debe conseguirse durante el
entrenamiento). Los candidatos serán excluidos si tienen entrenamiento militar previo, o
han suspendido pruebas psíquicas de interacción con alienígenas.
ítem seis: Entrenamiento...
Flammanon se detuvo y volvió a leer el punto anterior.
Imposible. ¿Qué demonios intentaba hacer Macdougal? Se encasquetó la gorra sobre
la calva y se encaminó a la puerta contigua, la oficina de Esro Mondrian. Dio un golpecito
con la palma de la mano en la puerta abierta y entró sin esperar respuesta.
—¿Ha visto esto? —colocó la hoja sobre la mesa, delante de su superior, con la
seguridad que da la familiaridad—. Ha llegado hace menos de una hora. Se supone que
tengo que reclutar a los candidatos para los equipos perseguidores, ¿no? Eche un
vistazo. Macdougal ha puesto tantas condiciones que creo que no vamos a encontrar a
nadie aceptable en todo el sistema.
Su cara mustia estaba contraída. Un largo servicio fuera del Perímetro había creado en
él tres síntomas permanentes: envejecimiento prematuro, total falta de interés en su
higiene personal y una ira permanente contra los procedimientos burocráticos. Durante
cuatro años había sido el ayudante principal de Esro Mondrian. Otros se preguntaban por
qué soportaba Mondrian su aspecto desaliñado, su actitud poco respetuosa y sus
periódicos estallidos de cólera. Mondrian tenía dos buenas razones: Kubo Flammarion se
dedicaba totalmente a su trabajo y, aún mejor, sabía dónde enterrar los cadáveres. No
conservaba archivos escritos, pero cuando Mondrian necesitaba mover los hilos para
arrancar un permiso especial de Transportes o una respuesta rápida de Cuarentena,
Flammarion podía remover la suciedad. Algún administrador o secretario recibía una
llamada y el permiso aparecía mágicamente. A veces, Mondrian se preguntaba qué
extraños hechos sobre su persona había archivado Kubo Flammarion en el interior de su
cerebro. Era demasiado inteligente para preguntárselo.
—Ya he visto el documento —dijo tranquilamente—. Y el comandante Brachis ya le ha
echado un vistazo. Por una vez, no es culpa de Macdougal. Las condiciones proceden de
los otros miembros del Grupo Estelar.
—Sí, pero ¿con qué fuerza protestó Macdougal? —señaló la página—. Aquí está la
cuestión. Tenemos que encontrar candidatos sin entrenamiento. ¡Eso excluye a todo el
mundo! Todo el mundo en la Federación Solar, hombre o mujer, cumple el servicio
estándar.
—Todo el mundo por encima de los dieciséis años, capitán —dijo Mondrian.
—Sí, pero antes de tener los dieciséis están protegidos por el estatuto paterno —
Flammarion se enfurecía cada vez más—. No podemos tocarlos antes de esa edad, y
entonces se van derechos a la reserva de seguridad. Estas instrucciones hacen que el
asunto sea completamente imposible.
—No del todo. Encontraremos los candidatos.
Mondrian volvió la mirada hacia el modelo tridimensional de la Esfera, pensativo,
mientras se echaba hacia atrás. El modelo mostraba la situación y la identificación de
cada estrella en su interior, coloreadas siguiendo un código de tipo espectral. Las
colonias eran magenta, y las estaciones de seguridad estaban marcadas con brillantes
puntos azules.
La Esfera tenía ahora un radio de casi cincuenta y ocho años luz, con su centro en el
Sol. Marcaba el territorio en que podía cumplirse la transmisión instantánea de mensajes
o de materiales. Las sondas principales contenían sus propios Enlaces Mattin. A través
de ellas, podía transferirse más equipo, incluyendo otros Enlaces. Cada siglo, las sondas
extendían el Perímetro en casi diez años luz. Y en alguna parte, alrededor de ese
Perímetro, en la esfera de tres años luz que contenía el poco explorado Estrato
Fronterizo, se encontraban ahora las Criaturas de Morgan.
—¿Dónde, por el amor de Shannon? —estalló Flammarion—. ¿Quiere decir que los
encontraremos ahí fuera —había malinterpretado la mirada de Mondrian—. ¿Piensa que
podremos encontrar candidatos en las colonias? Yo creo que no. Necesitan toda la ayuda
posible para sus propios proyectos.
—Eso es muy cierto, capitán. No me refiero a las colonias.
—¿No? —Flammarion se rascó la barbilla—. ¡Entonces es imposible!
Mondrian se dio la vuelta para mirar otra pared de la oficina, donde una pantalla
mostraba a Ceres orbitando alrededor del Sol.
—No imposible. Sólo muy difícil. No olvide que un planeta del sistema solar aún rehusa
formar parte de la Federación. Y la gente de allí siempre parece dispuesta a comerciar
con sus servicios... si el precio es adecuado.
Presionó un control de su mesa y la pantalla cambió.
—¡La Tierra! —En la baja gravedad, Kubo Flammarion casi flotaba a fuerza de
incredulidad—. ¿Se refiere a la Tierra? ¡No puede hablar en serio!
—¿Ha estado alguna vez allí, capitán?
—Claro, dos veces. Pero hace mucho tiempo, antes del servicio. Y ahora se supone
que es aún peor que entonces. ¿Sabe cómo la llama Luther Brachis? ¡El mundo de los
locos!
—¿De verdad? —Mondrian le dirigió una mirada larga y extraña. No elevó la voz, pero
lo dijo en un tono frío y amargo que requirió atención completa por parte del otro
hombre—. El mundo de los locos. ¿Debo asumir que está de acuerdo con él? Veo que sí.
Muy bien, capitán. Déjeme decírselo de esta forma. Es usted libre para reunirse con el
comandante Brachis para discutir los requerimientos de la oficina del embajador. Si
puede traerme dentro de veinticuatro horas una propuesta que garantice el suministro de
los candidatos humanos que necesitamos para los grupos perseguidores, la consideraré.
Pero, a menos que eso suceda, hará los preparativos —preparativos inmediatos— para
que usted, yo y el comandante Brachis visitemos ese "mundo loco". No aceptaré excusas
ni retrasos.
Dio media vuelta de un modo tan brusco e inequívoco que Flammarion sintió como si la
presencia de Mondrian se hubiera desvanecido de la sala.
—Muy bien, señor.
Kubo Flammarion se frotó la nariz con la manga y salió de la habitación casi de
puntillas. En la puerta, echó un largo vistazo a la pantalla centelleante que ahora cubría el
globo blanco y azul, cubierto de nubes, que era la Tierra.
—¡Mundo Loco! —murmuró—. Vamos a ir a Mundo Loco. ¡Que Shannon nos ayude!
3 - EN LA GRAN CANICA
Pero, por otra parte, Mondrian no era un extraño en la Tierra. Posiblemente ya habría
desarrollado sus propias necesidades, y, por la forma en que le miraba, Tatty Snipes le
había ayudado a conseguirlas en el pasado.
Cuando llegaron al apartamento subterráneo de Tatty, Bester dejó de escuchar a
Mondrian. Se sirvió comida y bebida —la princesa Tatiana tenía decididamente gustos
reales— y se acercó un poco más a Kubo Flammarion, dispuesto a iniciar una
conversación más privada. Los placeres del hombre sucio se podrían adivinar fácilmente,
pero había que confirmarlos antes de que empezara a vaciarle los bolsillos.
—¿No te gustaría asistir a una decapitación pública? —dijo Bester tranquilamente—.
Decorado completo, hacha de acero, cadalso auténtico, verdugo encapuchado. Es un
simulacro absolutamente de primera, y el líquido del cuello resulta exactamente igual que
la sangre.
—¡Puah! —Flammarion le miró con cara de asco y sacudió la cabeza. Soltó el filete
crudo que tenía en la mano—. ¿Intentas hacerme vomitar?
—¿No? ¿Y él, entonces? —Rey señaló a Mondrian, que continuaba conversando con
Tatty—. ¿Piensas que le interesaría?
Kubo Flammarion se rascó la cabeza.
—No. Para que le interesara, la víctima y la sangre tendrían que ser auténticas.
Se separó un par de pasos de Bester, que se volvió hacia Luther Brachis.
—¿Y tú? ¿Te gustaría conocer algunas de nuestras diversiones? Me refiero a las
especialidades de la Gran Canica, las que no están en los catálogos.
4 - EN LOS GALLIMAUFRIES
5 - EL LABORATORIO AGUJA
—No seas loco —dijo Rey Béster—. Nadie en su sano juicio vive en la superficie.
Un "apartamento de superficie" en la ciudad de Delmarva se definía,
convencionalmente, como cualquier cosa a menos de un kilómetro bajo tierra. La última
capa exterior, cuyo techo tocaba ya al aire libre, se reservaba para la agricultura y el
cultivo automatizado de la tierra. Humanos, prohibido el paso. Si alguien sentía la extraña
urgencia de saborear la vida "natural" podía satisfacerla fácilmente viajando a África
Central o Sudamérica. Allí, las reservas de superficie, donde se incluían especies
salvajes protegidas, se extendían a lo largo de miles de kilómetros cuadrados.
La superficie de Delmarva era un buen lugar para la agricultura. Y era también el lugar
perfecto donde visitar un laboratorio Aguja ilegal... para aquellos que pudieran soportar la
idea. Luther Brachis y Rey Bester intentaban ocultar su mutua incomodidad mientras
salían del último tubo elevador y subían por una escalera de acero. Brachis odiaba
aquellas brisas impredecibles. Todavía le hacían reaccionar como si hubiera un fallo en el
sistema de aire y anunciaran vacío absoluto. Y Rey Bester, a gusto en los sótanos de la
ciudad, temblaba bajo el cielo cuajado de estrellas y su frío resplandor.
Caminaron muy juntos, apresurados, por tres campos cubiertos de juncos mutados de
color verde oscuro. Rey Bester conocía su destino con exactitud. Después de sólo unos
minutos bajo cielo abierto, se sintió a salvo bajo techo. Descendieron un corto tramo de
escalones y desembocaron en una puerta cerrada, más allá de la cual había una
habitación oscura. En su interior había un hombre alto y encorvado, calvo, de nariz roja y
barba larga y desordenada.
—El margrave de Fujitsu —dijo Bester con tono formal—. El comandante Luther
Brachis.
El margrave le miró ausente, cerró la puerta, se volvió y encendió la luz. Al otro
extremo de la habitación había una planta bulbosa de unos cinco metros de alto y dos de
ancho. Cuando la luz incidió en ella, sus hojas superiores empezaron a abrirse. En menos
de treinta segundos apareció una gran flor. Su parte central parecía una cara humana,
con las mejillas sonrosadas, la boca roja y curva, y los ojos azules y ciegos. Después de
un momento, la boca se abrió y emitió un sonido cristalino, de pura soprano, que
entonaba un lamento sin palabras. El tema empezó a desarrollarse desde el grado más
simple hasta adquirir una complejidad sorprendente.
—Una de mis creaciones más celebradas —dijo el margrave en un excelente solar
estándar—. La llamo Sorudan, el espíritu de la canción. La melodía nunca se repetirá a
menos que yo lo desee. Lamentaré mucho si alguna vez me veo obligado a venderla.
Redujo la intensidad de la luz. La voz se hizo más baja, y el tema entonó una sublime
cadencia de semitonos hasta su cadencia final. Los ojos ciegos se cerraron. Poco
después, los pétalos empezaron a curvarse en torno a la cara silenciosa.
El margrave les condujo a la habitación de al lado. Luther Brachis le siguió lentamente.
Aunque Sorudan había sido creada sólo para su propio placer, el feo artista había dado
vida a una obra de sorprendente belleza.
Las paredes de la otra habitación estaban llenas de jaulas, dibujos, fotografías y
modelos. Brachis comprobó satisfecho que el campo de trabajo Aguja era diverso y
aparentemente ilimitado. Unas acuaformas, tras asomarse a sus tanques de agua verde,
se sentaron para tomar forma de grifos. En una holografía, un canguro esqueléticamente
delgado se acercó a una jirafa y saltó por encima de ella. En otra, una criatura similar a
un oso, de tres centímetros de longitud, caminaba sobre un lirio. Y por todas partes
plantas móviles temblaban y serpenteaban entre las jaulas, siguiendo el movimiento de la
luz.
El margrave de Fujitsu señaló con la mano.
—Rey me ha dicho que no le interesan los simples productos artísticos. ¿Por qué no
me explica lo que quiere? Entonces le diré si puede hacerse y cuánto puede costarle.
Luther Brachis asintió.
—Necesito algo especial, y estoy dispuesto a pagar bien. Pero Rey tendrá que esperar
fuera mientras lo explico. Tiene que ser confidencial.
Rey Bester pareció molestarse, empezó a objetar y después se encogió de hombros.
—Buena idea —dijo, no del todo convencido—. Me va a pagar de todas formas, así
que no me importa nada.
Bester se fue malhumorado a la otra habitación y vio cómo Luther Brachis cerraba la
puerta con sumo cuidado. Pegó la oreja tras ella, pero no pudo oír nada. Esperó
impaciente durante quince minutos, e incluso se subió a una banqueta intentando ver
algo por encima de la puerta. Fue inútil. Cuando la puerta volvió a abrirse y los otros dos
hombres salieron, saltaba arriba y abajo lleno de frustración y curiosidad.
—Enviaré los detalles en cuanto regrese a Ceres —dijo Brachis.
El margrave asintió solemnemente y abrió la puerta.
—Déme dos semanas antes de esperar resultados. Para entonces, ya podré decirle si
puedo hacer lo que quiere. Y necesitará un intermediario apropiado. No me arriesgaré a
volver a verlo.
—Comprendo. Lo prepararé todo.
La pesada puerta se cerró. La luz se desvaneció y Brachis y Bester se encontraron en
la oscuridad, bajo la noche sin luna.
—¿Por qué los llaman "Agujas"? —preguntó Brachis mientras se dirigían a la
superficie—. He visto todo el laboratorio del margrave y no he visto ningún sitio donde
inyecten nada.
—No inyectan —dijo Rey Bester en un extraño solar estándar—. Al menos, ya no.
Hacían cuando empezó técnica, años atrás. Primeros días, todos biólogos. Jugaban con
animales hembra, producían retoños, sin padre.
—¿Quieres decir partenogénesis? Hay muchos organismos que se reproducen así.
—Sí, partoeso. Sabía que era palabra larga. Biólogos calentaban huevo, ponen huevos
en ácido, dan descarga eléctrica, juegan con agujas... huevo se desarrolla. Entonces
luego empezó otro juego: si usaban aguja muy fina, pueden inyectar materia en mitad de
células. Pueden poner nuevo ADN en núcleo.
—Rey, cuando te enseñaron solar estándar, ¿no te mencionaron los artículos? ¿Por
qué no hablamos el idioma de la Tierra? Me das dolor de cabeza.
Rey Bester enarcó las cejas, sonrió y se encogió de hombros.
—Muy bien, caballero. Muchos extranjeros no lo entienden, así que tiendo a no
emplearlo. Me alegra cambiar. Después de aprender la inyección de ADN y depurar la
técnica, las Agujas nunca miraron atrás. Aprendieron a poner el ADN de un pato en un
águila, ADN de araña en un mosquito... Cualquier cosa. Tecnología muy depurada, claro.
Si nosotros lo intentáramos, el cigoto moriría. Pero ellos eran realmente buenos... como el
viejo Fujitsu. Lo que quieras, lo hará. —Rey miró a Luther con curiosidad—. ¿Te dijo lo
que haría?
Brachis no contestó inmediatamente. Se encontraban en lo alto de las escaleras,
esperando que sus ojos se ajustaran a la oscuridad. Rey Bester le tomó del brazo.
—No tanta prisa, caballero. Puede haber Carroñeros por aquí. Salen de sus escondites
por la noche, a ver qué encuentran. Son duros y malignos, y te cortarán en rodajas para
quitarte la ropa... o sólo por la diversión de hacerlo.
Permanecieron allí un par de minutos. Ninguno de los dos se sentía con ganas de
internarse de nuevo en la superficie. Finalmente, Brachis dio unos cuantos pasos
adelante y se obligó a mirar a su alrededor. Si tenía que volver a visitar la Tierra, mejor
aprender a sentirse cómodo en ella.
Miró y escuchó. La constante brisa en la cara le resultaba ya menos desconcertante. El
olor a podrido —debía de haber plantas y animales muertos disolviéndose sin que
existiera un plan de control ni de limpieza—, le hizo arrugar la nariz de puro disgusto. Los
juncos se movieron, mecidos por el viento. Alzó la mirada. En el cielo, en un claro
formado por las nubes, pudo ver las estrellas. Parecían moverse y fluctuar mientras las
miraba.
Se encaminó hacia la entrada de los niveles inferiores.
—El trabajo que el margrave está haciendo para mí no es de tu incumbencia —dijo,
respondiendo por fin a la pregunta de Bester. El anzuelo estaba dispuesto. Ahora sólo
faltaba asestar el golpe final. Si algo podía hacer que Rey Bester picara, sería su enorme
curiosidad—. Te lo aseguro, las cosas serían muy distintas si estuviera seguro de que
estás de mi parte. Te podría decir muchas cosas sobre mis planes, y también podrías
intervenir en ellos. Habría trabajo para ti, aquí abajo y fuera de la Tierra.
Bester empezó a chasquear los dedos, excitado.
—Ponme a prueba... sólo ponme a prueba.
Luther Brachis sacudió la cabeza.
—Es demasiado arriesgado. Primero, tendría que estar seguro de que trabajas para mí
y no para Esro Mondrian.
—No trabajo para él. Juro que no. No lo conocía de nada.
—Ya veremos. Pero tenemos que trabajar despacio y con mucho cuidado. Puedo decir
muchas cosas sobre Esro Mondrian, pero nunca diré de él que no sea inteligente.
—Me asusta —dijo Bester—. No me gusta mirarle a los ojos.
—Mantente así. Es más seguro. ¿Crees que estás dispuesto a hacer un trabajo para
mí, entonces?
—Tú pídelo, caballero —Rey Bester estaba ansioso—. Yo lo haré.
—Muy bien. Para empezar, quiero que vigiles el producto que el margrave de Fujitsu
creará para mí —Brachis sonrió—. Querías saber qué es lo que ordené. Lo sabrás. Te
enviaré las instrucciones para que se las entregues al margrave dentro de unos pocos
días. No se lo digas a nadie. Y quiero que vigiles atentamente lo que se fabrica allí abajo.
—¿Crees que puede hacerlo?
—Estoy seguro. Su orgullo no le permitirá renunciar. Verás el resultado y sabrás si lo
hace bien incluso antes que yo.
Ya casi habían llegado al nivel donde vivía Tatty Snipes. Ella había dispuesto que
ambos se instalaran en sendos apartamentos grandes y lujosos. Rey Bester abrió los ojos
cuando los vio, y agradeció de viva voz que no tuviera que pagar por ellos.
—Pero no comprendo todavía por qué no se permite a un Aguja negociar legalmente
—continuó Brachis cuando llegaron por fin a la puerta de su apartamento—. Sus
productos son maravillosos. Podríais exportarlos a todo el Grupo Estelar.
Rey Bester se agitó dentro de su ropa remendada y sacudió la cabeza.
—Bueno... Tienen un problema. Los laboratorios Aguja hacen todo tipo de Artefactos,
pero todos los buenos tienen una cosa en común: su ADN es principalmente humano. No
está permitido, pero lo hacen, pues de otro modo no podrían competir con los otros.
¿Recuerdas a Sorudan? Ése era más humano que los monos inteligentes de los sistemas
de transporte. Lo mismo pasa con todo lo que vist'e en el laboratorio de Fujitsu.
Luther Brachis no respondió. Pero, por la expresión de su cara, Bester tuvo la extraña
sensación de que no podría haberle dado al gran comandante de Seguridad una noticia
mejor.
Esro Mondrian estaba ya completamente despierto una hora antes del amanecer.
Había dormido aproximadamente unas tres horas después de la media noche, y luego
había despertado temblando y sudando. Tatiana yacía a su lado. El suave zumbido del
comunicador no la despertó.
Dormía abrazada a él. Mondrian se movió lentamente y con mucho cuidado para
liberarse, y entonces anduvo de puntillas hasta la habitación de al lado. Cerró la puerta,
encendió una suave luz y conectó el altavoz.
—¿Comandante Mondrian?
Como esperaba, era Kubo Flammarion. El sucio hombrecito bebía demasiado, pero
comía poco y dormía aún menos. Los dos hombres permanecían despiertos veinte horas
al día.
—Soy Mondrian. Llama temprano, Kubo. ¿Dónde está?
—En las instalaciones del Enlace —la voz de Flammarion sonaba nerviosa—.
Dispuesto a llevarme a Ceres a los dos que encontramos en los Gallimaufries. Pero
tenemos un auténtico problema, y pensé que debería llamarle antes de hacer nada más.
—Informe.
—La mujer está bien. Se llama Leah Buckingham Rainbow. Su título es libre y claro,
tiene veintidós años y sus condiciones físicas y mentales son de primera. Es buen
material para los entrenamientos. Es el hombre... —se detuvo—. Es... mmm...
—¡Informe!
—Se llama Chancellor Vercingetorix Dalton. Es un espécimen físico maravilloso:
veintidós años, y su título está también claro —se aclaró la garganta—. El único problema
es que... es... retrasado.
—¿Qué?
Mondrian no elevó la voz porque no quería despertar a Tatiana, pero su intensidad se
transmitió a lo largo del enlace comunicador.
—Retrasado. ¿Recuerda que cuando los vimos por primera vez la mujer parecía llevar
la voz cantante? Bien, cuando los cogimos, ella hablaba siempre. El parecía escuchar y
asentía. Pero no decía mucho; solamente su nombre cuando le preguntábamos. Cuando
vea los resultados de los tests psicológicos verá por qué. Eso es casi la única cosa que
sabe decir y comprende. Ella lo guía en todo.
—Por eso Bozzie parecía tan contento de hacer el trato.
Mondrian se llevó la cabeza a las manos y se encorvó hacia el comunicador—. Maldito
sea, ¡lo sabía! ¡El gordo mentiroso! Kubo, ¿en qué condiciones está Dalton? ¿Tiene un
informe?
—Bastante desesperanzador. Edad mental de dos años. El y la chica se criaron juntos,
y ella siempre ha cuidado de él. Eso no le ha ayudado mucho.
—¿Quién sabe todo esto?
—¿Ahora mismo? Nadie. Pero los informes llegarán a Seguridad. Supongo que eso
significa que llegarán... —Flammarion titubeó.
—¿A Luther Brachis? Claro que llegarán. No podemos evitarlo —la furia había
desaparecido de la voz de Esro Mondrian. Ahora sonaba como si se abriera paso a través
de un muro de hielo—. Pensará que ha ganado la apuesta. Pero no estoy dispuesto a
admitirlo. Kubo, mire ese informe cuidadosamente e intente responder a esta pregunta.
¿Podríamos introducir a Dalton en un Estimulador Tolkov?
El otro lado permaneció en silencio.
—¿Kubo?
—Sí..., lo siento. Supongo... —hubo un nuevo silenció—. Supongo que sí. El informe
parece en regla. Podría haber una oportunidad. Pero, comandante, el Estimulador... es
para uso de alta seguridad. No es... quiero decir que se supone que no...
—No me lloriquee. Cuando quiera un mono entre el personal, puedo encontrar uno
aquí en la Tierra. Conozco mejor que nadie las restricciones del uso del Estimulador.
Pero creo que podremos arreglárnoslas. El entrenamiento de los equipos perseguidores
es materia de alta seguridad. La Anabasis tiene poderes especiales.
—Lo sé. Pero comandante, no es cuestión de permisos. Es el Estimulador. Sólo
funciona una vez de cada diez.
—Correremos el riesgo. No olvides que cuando el Estimulador Tolkov sale bien, hay un
cambio de subnormal a supranormal. El sujeto se vuelve extremadamente inteligente.
—Pero, comandante, si no funciona... entonces el sujeto muere.
—Cierto. Y entonces la apuesta con Brachis habría terminado. Kubo, no pierda el
tiempo diciéndome cómo funciona el estimulador. Siga con el trabajo.
—Sí señor. Como ordene. Excepto que... Comandante, necesitamos a alguien que se
encierre y trabaje con Chancellor Dalton durante un tiempo. Meses, tal vez un año. Y por
lo que he oído, es un absoluto infierno para ambos. Es como torturar a la persona a la
que se utiliza. Después de aplicar el estimulador varias veces, la persona que lo hace
suele renunciar. Nunca encontrará a nadie que quiera utilizarlo con Dalton. Será una
tortura tanto para uno como para el otro. A menos que quiera que yo...
Flammarion advirtió adonde conducía su lógica y se calló, horrorizado.
—Tranquilo, Kubo. No es usted el candidato. Conozco tan bien como usted los
problemas que entraña usar un Estimulador Tolkov. Ya encontraré a alguien —se echó
hacia atrás, calculando—. De acuerdo. Haga esto, inmediatamente: Lleve al hombre y a
la mujer al centro de confinamiento de Horus. Máxima seguridad. Disponga allí lo
necesario para educar y entrenar a un grupo perseguidor. Y asegúrese de que haya un
Estimulador disponible. ¿Está claro?
—Así lo haré, señor.
—Gracias, Kubo. Sé que puedo confiar en usted. Una cosa más. Tenga preparado en
Horus todo lo necesario para que se establezca allí quien vaya a trabajar con Dalton.
—Sí, señor. ¿Quién será, señor?
—No se preocupe por eso. Seguro que encontraré a alguien.
—Sí, señor. Pero...
Mondrian estaba ya a punto de cortar la conexión.
—¿Qué más, Kubo?
—Las habitaciones... ¿serán para un hombre o una mujer?
Mondrian guardó unos segundos de silencio.
—Asuma que será una mujer —dijo suavemente.
Desconectó y volvió silenciosamente a la habitación.
Tatiana aún dormía. Mondrian se colocó a su lado y empezó a acariciarla lentamente.
Ella le atrajo hacia sí medio despierta, y murmuró, complacida por lo que él hacía.
Hicieron el amor largo rato, suavemente y en total oscuridad. Después, ella
permaneció abrazada a él.
—Ha sido diferente —le susurró al oído—. Normalmente, te marchas al terminar, pero
esta vez te has quedado conmigo. Esro, fue maravilloso.
—Fue fantástico. Tatiana, te quiero mucho. Sé que me has dicho que no te haga las
mismas viejas promesas, y no lo haré. Pero te haré una nueva. Princesa, necesito tu
ayuda. Hay un trabajo importante por hacer. Es fuera de la Tierra y puede exigir tiempo,
pero necesito a alguien en quien pueda confiar plenamente. Si accedes a ayudarme, te
prometo que saldremos de la Tierra... juntos.
—¿Hablas en serio, Esro? Quiero decir, después de tanto tiempo vas y me pides que
me marche contigo, así? Apenas puedo creerlo.
—Hablo en serio. Nos iremos... si tú quieres.
Ella empezó a abrazarlo de nuevo, con todas sus fuerzas.
—¡Claro que quiero!
—Piénsatelo. No creo que pudieras conseguir Paradox fácilmente una vez estuvieras
fuera de la Tierra. Ésa es una de las prohibiciones más fuertes de la Cuarentena.
Ella se calló y se pasó la lengua por los labios. Había miedo y hambre en sus ojos
marrones.
—Me da igual —dijo por fin. Se rió nerviosa—. Me está matando, de todas formas;
hace años que lo sé. ¿Cuándo nos iremos?
—Muy pronto. Necesito obtener un permiso especial de Cuarentena y un visado de
salida, pero Flammarion puede empezar a trabajar en eso por la mañana. Espero
marcharme de la Tierra dentro de tres o cuatro días. ¿Estarás dispuesta?
Tatty se echó a llorar.
—¿Dispuesta? ¿Dispuesta.? Esro, si quieres, estaré dispuesta dentro de un minuto.
Ahora mismo.
Afortunadamente, ella no podía verle la cara.
Los asteroides del Grupo Egipcio son una anomalía en el sistema solar. Las órbitas de
los miembros que lo componen comparten una inclinación común y una distancia de su
perihelio de unos trescientos millones de kilómetros, por lo que dan la idea de que son en
efecto un grupo, aunque bastante disperso en el espacio. También comparten el hecho
de que son los cuerpos silícicos más pequeños del sistema solar. Y sin embargo cada
uno de ellos resulta anómalo. En lugar de moverse en su órbita como planetoides bien
educados, su plano orbital común está inclinado en un ángulo de casi cincuenta y nueve
grados.
Los datos físicos del Grupo Egipcio se citan en el Apéndice de las Efemérides
Generales del Sistema Solar: una medida de su importancia en el gran esquema de las
cosas. Pero incluso dentro de un grupo menor existe un orden natural. Horus, de veinte
kilómetros de largo, es un asteroide bajo en ese orden, un espécimen poco distinguido.
No es más que una roca puntiaguda que carece de atmósfera, forma regular, minerales
útiles y órbita fácilmente accesible, sin tener ninguna otra característica interesante.
Es el lugar ideal para una instalación de máxima seguridad. Conscientes de esto,
generaciones de excavadores lo han convertido en un queso lleno de agujeros, de silicato
negro, hueco y surcado por túneles y cámaras. Las cavidades interiores, con sus
corredores de acceso, que paradójicamente siguen una serie de vueltas y contravueltas,
son el lugar perfecto para asegurar intimidad y seguridad.
O para encarcelar a alguien.
En una de las cámaras centrales de Horus, confortablemente acomodados, se
hallaban sentados dos hombres y dos mujeres: Kubo Flammarion, Chancellor Dalton,
Tatiana Snipes y Leah Rainbow.
Flammarion llevaba largo rato hablando, mientras las otras tres personas escuchaban
con distintos grados de atención. Chancellor Dalton se impacientaba y jugaba con el plato
y el tenedor que tenía delante. Tatty Snipes miraba con la cara absorta, del color de la
tiza sucia, mientras sus manos temblaban cada vez que cogía algo de la mesa. Leah era
la única que seguía atentamente lo que decía Flammarion.
—Pero no puede —repitió. Su cara estaba contraída y furiosa, y hablaba el solar
estándar tan mal y tan airadamente que Flammarion apenas pudo entenderla—. No
puede. ¿No lo comprende? He cuidado a Chan desde que tenía cuatro años, cuando su
madre lo vendió en los Gallimaufries. Si no estoy a su lado, se sentirá perdido.
Completamente perdido.
—Al principio —Kubo Flammarion parecía terriblemente incómodo; no le gustaba en
absoluto lo que estaba haciendo—. Pero después se encontrará bien. La princesa
Tatiana cuidará de él.
—Chan quiere a Tatty —dijo Dalton, orgulloso.
Era lo más complicado que Flammarion le había oído decir desde que llegaron a
Horus.
—¿Cómo va a cuidarlo? —estalló Leah—. ¡Mírela! Apenas puede cuidar de sí misma.
Tatty se enderezó en su asiento.
—¿Crees que quiero estar aquí? ¿Crees que me gusta la idea de hacer de niñera de
ese bebé crecido, de ese... ese retrasado"? No. Quiero volver a la Tierra, lo más lejos
posible de este maldito lugar abandonado de la mano de Dios.
Se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar.
—¡Retrasado! —gritó Leah—. ¿Qué quieres decir con eso de retrasado'?
Flammarion la interrumpió.
—No hostigues a Tatty ahora. No es ella. ¿No ves que es la falta de Paradox? En lo
único que puede pensar es en que necesita una dosis.
—Dosis para Tatty —dijo Chan—, Tatty mi amiga.
Se acercó a ella y la abrazó alegremente.
Flammarion le miró desconcertado. Los tests que asignaban a Chan Dalton la
inteligencia de un niño de dos años eran imprecisos en muchos aspectos, y su conclusión
era sólo la media de muchos factores. A veces, Chan no parecía entender nada de lo que
se le decía. Otras veces, miraba fijamente a quien le hablaba y asentía de modo
inteligente, como si siguiera y comprendiera hasta la última palabra. Leah le había
asegurado a Flammarion que aquello no era más que una medida protectora, algo que le
había enseñado meticulosamente a Chan para que pudiera desenvolverse en el duro
entorno de los Gallimaufries. Pero era difícil creer que alguien que parecía escuchar
inteligentemente no lo hiciera así. Su explicación había convencido a Flammarion sólo a
medias.
—No voy a dejar a Chan, ténganlo por seguro —dijo Leah por fin, levantándose de la
mesa—. ¿Dice que me quieren para que forme parte de uno de sus estúpidos equipos
perseguidores? Inténtelo y obligúeme. Si me obliga a marchar de aquí, no cooperaré en
nada.
Flammarion sacudió los hombros, incómodo. Había sido aleccionado en la parte
siguiente por Esro Mondrian, pero no estaba seguro de poder llevarla adelante.
—¿Te importa mucho Chan?
Leah dio la vuelta para ponerse junto al joven rubio.
—Más que nada y más que nadie —dijo fieramente—. Es todo lo que me preocupa.
Más que nadie en la Tierra o en el Grupo Estelar. ¿No se da cuenta de que ésa es una
pregunta estúpida? —Y colocó los brazos, posesivamente, alrededor de la cintura de
Chan.
—Eso pensé —dijo Flammarion—. En todos estos años de cuidarle y amarle, ¿no te
entristecía pensar que Chan no sería nunca normal? No hablo de su aspecto físico. Me
refiero a su madurez mental. ¿No te apenaba pensar que siempre sería así y nunca
conocería el mundo que nosotros conocemos?
Flammarion se había sentido muy incómodo al principio, al hablar así de Chancellor
Dalton en su presencia, como si no estuviera allí. Pero en seguida se dio cuenta de que
su incomodidad no tenía sentido. Chan no se daba cuenta de la mayoría de las
referencias a su persona. En cierto modo, Chan no tenía consciencia de sí mismo.
Las preguntas de Flammarion desataban un visible efecto en Leah Rainbow. Parecía
triste y furiosa, y sus ojos parpadeaban, al borde de las lágrimas.
—Claro que sí, viejo estúpido. He llorado más que Chan que por mí. A menudo he
pensado que daría todo lo que tengo, vendería mi cuerpo como esclava, me uniría a un
Tubo-Rilla, cualquier cosa, con tal de conseguir que Chan adquiriera inteligencia adulta.
Todavía pienso así... Si pudiera hacer algo. Pero ahora sé que es un deseo sin
esperanza.
—Entonces escúchame ahora —Flammarion se echó hacia adelante y bajó el tono de
su voz, ignorando el hecho de que no había ninguna otra persona en setenta millones de
kilómetros, excepto ellos cuatro—. Hace unos pocos años, se inventó un artilugio en la
Estación Oberon. Lo diseñaron para utilizarlo con las formas alienígenas diseminadas por
la Esfera Conocida, formas que podrían ser inteligentes, pero que eran casos límites,
borderlines. Se llama el Estimulador Tolkov. Se han construido sólo unos pocos, y su uso
está prohibido a los humanos, excepto en casos de emergencia para el Grupo Estelar. Un
Estimulador aumenta el nivel de actividad mental y cuando funciona produce en el
individuo un cambio permanente. ¿Me comprendes?
—¿Quiere eso decir que vuelve a la gente más inteligente?
—A veces. A alguna gente. Vuelve locos a otros. Por eso está prohibido su uso
general. En cualquier caso, Esro Mondrian, mi jefe, tiene acceso a un Estimulador y
podemos utilizarlo para la Anabasis. En las presentes circunstancias —Flammarion se
inclinó hacia Leah—, podría hacer que estuviera disponible... Disponible para Chan.
—Para Chan —repitió Dalton, felizmente. Todavía seguía abrazado a Tatty Snipes—.
Para Chan.
—¿Ves? —dijo Flammarion—. Lo sabe. Pero estoy seguro de que el comandante
Mondrian no lo pondrá a disposición de Chan si tú rehusas cooperar con nosotros y no
llevas a cabo tu entrenamiento en los grupos perseguidores. Por eso te lo pregunto: ¿es
muy importante Chan para ti?
Flammarion se detuvo. Había llegado al final del discurso preparado por Mondrian.
Ahora sólo tenía que esperar la reacción de Leah. Dio un paso hacia Chan y esperó,
inseguro.
La respuesta de Leah le sorprendió. La muchacha rompió a llorar y se abrazó a Chan
Dalton.
—Chan, ¿le has oído? Chan, vas a crecer... a leer y escribir, y conocer los animales y
las flores y los días de la semana, y aprenderás a vestirte solo, y sabrás el nombre de tus
amigos. ¿No será maravilloso?
—¿Quiere eso decir que estás de acuerdo? —dijo Flammarion, alisándose las arrugas
del uniforme.
Ella se dio la vuelta. Las lágrimas cedieron paso a la furia.
—Claro que sí, grandísimo bobo. Sabe apretar sus clavijas, ¿no? Sabe dónde tiene
que probar y presionar para conseguir lo que quiere. Lo haré. Me marcharé y me
entrenaré, y estudiaré, y lo haré lo mejor que pueda en un grupo perseguidor. Pero con
las siguientes condiciones: tiene que prometerme que le darán a Chan un tratamiento
completo, el mejor que puedan; y en cuanto se vuelva normal tiene que hacérmelo saber.
—Si se vuelve normal —dijo Flammarion—. El Estimulador no es seguro. Puede fallar.
Incluso si funciona, no lo sabremos inmediatamente. Es un proceso curioso, lento al
principio, pero al final la capacidad de comprensión aparece de golpe. No podemos
garantizarte que alcance la normalidad. Chan puede seguir siendo un retrasado el resto
de su vida.
Y entonces no durará mucho, pensó, pero eso no puedo decírselo.
—Pero no estará peor ahora —dijo Leah—. ¿Podré visitarle mientras le administran el
tratamiento?
—Tal vez un par de veces —Flammarion carraspeó, como si lo que iba a decir a
continuación se hubiera quedado adherido a su garganta—. El periodo en que se aplica el
Estimulador es... muy intenso. Es muy duro, para la persona que es tratada, y también
para el que le suministra el tratamiento. Por el bien de Chan, tiene que relacionarse con
una sola persona hasta el final. Y esa persona será Tatty.
—¿Durante cuánto tiempo?
—No lo sé. Tal vez unos cuantos meses, o algo más. Para cuando haya terminado tu
entrenamiento y te hayan asignado a un grupo perseguidor. Mira, Leah, ¿podrías hacerle
comprender algo de todo esto a Chan? Si supiera de qué se trata, el trabajo de Tatty
sería mucho más fácil.
—No sé —Leah había recuperado el control de sí misma—. Es un poco abstracto para
él. Pero puedo intentarlo —se volvió hacia Chan—. Channy, ¿por qué no nos vamos a
jugar a la piscina? Podemos dejar a Tatiana y al capitán aquí.
Chan asintió.
—Capitán huele mal. Vamos.
—Vea —dijo Leah fieramente—. Chan puede que no sea listo, pero le está diciendo
algo que debieran haberle dicho hace mucho tiempo. Ojalá lo hubiera hecho yo. Huele,
capitán. Para ser más preciso, Apesta. Vamos, Chan, salgamos de aquí.
Se dirigió a la puerta antes de que Flammarion pudiera replicar, llevándose a Chan de
la mano. Kubo Flammarion la miró, perplejo, y luego se encogió de hombros, se rascó la
cabeza, se frotó la nariz con la manga y se volvió hacia Tatty Snipes. Sacó una ampolla
púrpura de su bolsillo y la presionó con fuerza contra el brazo de ella.
—Sólo media dosis, Tatty. Es mejor que nada. Espera un minuto o dos y empezarás a
sentirte mejor.
Ella gimió al sentir la inyección, pero poco después alzó la cabeza y el color empezó a
volver a sus mejillas.
—Gracias, Kubo. Creí que iba a morirme cuando Esro me dijo que no habría más
dosis... que tendría que valerme por mí misma. ¿Estás desobedeciendo sus órdenes?
—Supongo que sí —Flammarion se sentó junto a ella—. Verás, Tatty, conozco a Esro
Mondrian. No se comporta como un ser humano normal. A veces creo que es tan duro
que puede aguantar cualquier cosa, y que asume que los demás son igual que él. Pero
yo no. Tengo mis propios problemas y sé lo mal que lo debes estar pasando. Pero si poco
a poco podemos liberarte del Paradox, tendrás la oportunidad de conseguirlo.
Tatty levantó el brazo y le mostró la línea de puntitos oscuros del codo al hombro.
—Eres un optimista, Kubo. Ochocientos pinchazos dicen que te equivocas. Le odio —
dijo de repente— por haberme sacado de la Tierra para traerme aquí de esta manera y
no decirme cuándo vendría.
Volvió a acurrucarse y a sollozar.
—Estará aquí dentro de unos cuantos días. —Flammarion tendió una mano para
tocarle el pelo, pero no llegó a hacerlo—. Está increíblemente ocupado intentando hacer
que el programa de entrenamiento funcione. Y seguimos teniendo problemas con la
oficina del embajador. Macdougal quiere entrometerse en todo. Y la única persona que
puede tratar con él es el comandante Mondrian.
—No le busques excusas; eso no forma parte de tu trabajo. Kubo, crees que conoces a
Esro. Hazme caso, yo le conozco mucho mejor, probablemente mejor que nadie que
trabaje para él. Si fuera útil para sus intereses, Esro nos vendería al diablo a ti, a mí y a
todo el mundo que conoce. Pero eso no es lo que más me molesta. Lo vergonzoso es
que lo sabía, lo he sabido hace años, y aquí estoy, en medio de ninguna parte, haciendo
lo que él quiere que haga. No debería estar echándole la culpa a él, sino a mí —se
levantó lentamente, enderezando sus músculos doloridos—. Se acabó, Kubo. No más
lástima. Dame el resto de las malas noticias. Le dijiste a Leah Rainbow que el
Estimulador resulta duro para la persona que es tratada y para la persona que ejecuta el
tratamiento. Esro nunca mencionó eso. ¿Qué problemas voy a encontrarme?
Flammarion suspiró y se sentó, resentido. Sucedía otra vez: Mondrian creaba el lío y le
dejaba a él las explicaciones.
—Déjame explicarte cómo funciona el Estimulador Tolkov —dijo.
Mientras hablaba, no despegó la mirada de la mesa; de esa forma, podía pretender
que no veía a Taty Snipes y desconocía su creciente expresión de horror ante lo que iba
descubriendo.
7 - EL SALTAFREUD
—¡No! —el grito resonó, increíblemente violento, a lo largo de las cámaras talladas en
la roca—. ¡No, no, no, no, no!
—¡Chan! ¡Chan! ¡No corras! ¡Espérame!
Tatiana intentaba inútilmente correr tras él. Los gritos se perdían en la distancia. Había
conseguido escaparse otra vez, y ahora corría a ciegas, llorando, por el laberinto de los
túneles internos. No podría mantenerse fuera de su alcance mucho tiempo, no con el
trazador para descubrir su dirección y a qué distancia se encontraba, pero la complejidad
de Horus hacía que la búsqueda resultara larga y tediosa. Diez generaciones horadando
y excavando habían dejado un vestigio de escombros: viejos sintetizadores, herramientas
rotas, equipos de comunicación ya obsoletos, montones de contenedores de
suministros... pocas cosas del Grupo Egipcio merecían ser empleadas de nuevo en otra
parte del sistema.
Tatiana continuó la persecución. Ella misma estaba a punto de llorar, y aún quedaba lo
peor. Cuando alcanzara a Chan Dalton, tendría que darle la medicación y usar el
Estimulador Tolkov. Cada vez más, parecía un ejercicio sin sentido.
Continuó, ceñuda y cansada. Antes de que Flammarion se marchara de Horus, Chan
había sido difícil de tratar. Era mayor, más fuerte y mucho más rápido que Tatty. A
menudo, sólo podía manejarle usando el aturdidor, deteniéndolo y debilitándolo para
poder reducirlo.
—¿Chaaan? —gritó, su voz a punto de quebrarse—. Chan, vuelve con Tatty.
Silencio. ¿Habría encontrado un nuevo escondite? Tal vez se volvía más inteligente,
poco a poco; o tal vez eso era lo que ella quería creer. Todos los días miraba aquellos
brillantes ojos azules con la esperanza de que en ellos apareciera algún rastro de
comprensión, y todos los días se sentía defraudada. La inocencia de un niño de dos años
le devolvía la mirada, siempre incapaz de comprender por qué la mujer que le alimentaba,
vestía y arrullaba por la noche le torturaba también.
Muchos de los túneles del interior de Horus terminaban en un callejón sin salida.
Después de un rato, no importaba cómo intentara escapar, Chan acabaría en uno de
ellos. Casi siempre en los mismos. No tenía la memoria ni la inteligencia necesarias para
aprender. Tatty miró el trazador y siguió adelante, fatigada. No se encontraba más que a
unos pocos metros de él. Tenía que estar escondido en la siguiente cámara. Vio una pila
de sábanas de plástico sobre una roca. Chan debía estar detrás de ellas, agachado
insensatamente y con la cara contra la suciedad. Tatty alzó el aturdidor y camino los
últimos metros, sintiéndose despreciable. Él estaba allí. Llorando.
Le partía el corazón tener que llevarle otra vez al centro de entrenamiento. Sabía que
no necesitaría el aturdidor. En cuanto le alcanzó, su resistencia desapareció y se dejó
llevar de la mano, pasivo y sin esperanza, pero cuando vio el Estimulador, empezó a
llorar de nuevo, en silencio. Ella le sentó y le ató firmemente la cabeza y los brazos y se
dio la vuelta para incrementar la energía. Los gritos de dolor cuando se alcanzaba la
intensidad máxima eran malos, pero podía soportarlos. Era cuando el tratamiento
terminaba y liberaba a Chan y le daba de comer cuando se sentía a punto de
desmayarse. El se apretujaba en la silla, sudoroso y dolorido, y la miraba suplicante. Su
cara no era la de un ser humano. Pertenecía a un animal atormentado, torpe, resignado,
incomprensivo. Estaba torturando a una bestia sin remisión, castigándole una y otra vez
por un motivo que no comprendía.
Kubo Flammanon la había instruido en el uso del Estimulador antes de marcharse. Le
había dicho que Mondrian le daría más detalles cuando viniera a Horus, pero Mondrian
no vino nunca. Ni siquiera había enviado un mensaje. Día tras día, ella hacía todo lo
posible por seguir pacientemente las instrucciones de Flammarion. La regla de las tres
emes —Máquina, Medicación, Motivación— tenía que ser seguida con escrupuloso
cuidado.
—El Estimulador no funcionará a menos que lo complementes con otras dos cosas —
le había dicho—. Tienes que seguir la medicación que hemos dispuesto, noche y día, sin
fallos. Pero, más importante que eso, tienes que conseguir que Chan Dalton quiera
aprender.
—¿Cómo, por el amor de Shannon? No parece que comprenda ni siquiera la idea de lo
que es aprender.
Flammarion se encogió de hombros y se rascó la cabeza.
—Que me maten si lo sé, Tatty. Todo lo que puedo decirte es lo que me han dicho a mí
antes. Si no tiene motivación, no se desarrollará nunca. Y cuando existe motivación,
nueve de cada diez veces el Estimulador hace el milagro. ¿Qué te parece usar la imagen
de Leah?
Flammarion sacó una sonriente imagen de su uniforme, una copia de la identificación
oficial de Leah cuando fue reclutada para el equipo perseguidor.
—Chan la quiere más que a nadie en el mundo. Muéstrasela cada vez que utilices el
Estimulador, dile que cuando el tratamiento termine podrá ver a Leah de nuevo.
Tatty tomó la foto. Cada día, después de las inyecciones y las sesiones de
estimulación, hacía su discurso.
—Chan, mira qué bonita foto. Vamos, Chan. ¡Vuélvete listo! Tienes que querer ser más
inteligente, sólo un poquito más cada día. Entonces podrás volver a Leah. Mira, aquí está.
Vendrá y te verá.
Chan miraba la imagen. Sonreía, y parecía reconocer quién era, pero ése era el único
nivel de respuesta. Los días seguían pasando. Tatty por fin decidió renunciar. No tenía
sentido. Chan no aprendería nunca.
También se sentía más y más desesperada por su propia situación. Ninguna visita de
Mondnan. Ninguna llamada. Ningún mensaje. La había engañado para sacaria de la
Tierra e hiciera lo que él quería, como siempre, y entonces la había olvidado. Intentó
llamarle. No pudo ponerse en contacto con él. Finalmente, después de muchos intentos,
consiguió enviar una señal desde Horus que pasó los escudos de guardias y asistentes y
llegó a la oficina privada de Mondrian en Ceres.
—Lo siento —uno de los ayudantes personales de Mondrian atendió la llamada—. El
capitán Flammarion está reunido, y el comandante Mondrian no se encuentra aquí.
—Entonces ¿dónde demonios está? —estalló Tatty. Se le había acabado la paciencia.
Hubo una breve pausa.
—De acuerdo con el itinerario que dejó en la oficina, el comandante Mondrian está
haciendo una visita a la Tierra. Estará allí durante dos días.
—¿Qué?
Tatty desconectó el comunicador, llena de fría cólera. Arrastrarla a Horus para que le
hiciera el trabajo sucio era bastante malo. Pero utilizarla y olvidarla y volver luego a la
Tierra sin ni siquiera decírselo... Tatty sintió la amargura recorriendo su cuerpo,
quemándole el estómago. Entró en la otra habitación donde Chan Dalton seguía
conectado al Estimulador. La sesión casi había terminado. Sudaba copiosamente y movía
la cabeza de un lado a otro. Tatty se acercó a él.
—Chan, ¿puedes oírme?
Los ojos se abrieron un poco. Estaban inyectados en sangre. Aún había inflamación en
las meninges y un poco de exceso de presión en el cerebro, pero escuchaba. Ella le
rodeó con los brazos.
—Nos está utilizando, Chan. A los dos —las lágrimas corrían por las mejillas de
Tatty—. Oh, Channy. Haría cualquier cosa por él, cualquier cosa en el mundo. Pensé que
era maravilloso. Pude incluso soportarlo cuando descubrí que me quedaría atrapada
aquí, porque pensé que le estaría ayudando. Incluso lo haría sin Paradox, si tenía que
hacerlo... Pero es inútil. No le importamos. No le importa nadie más que él. Chan, está
loco y es despiadado. Es un demonio. Te destruirá, si tiene que hacerlo, de la misma
forma en que me destruyó a mí. No le dejes hacerlo, Chan.
Tatty rebuscó en el bolsilhto de su pecho. Sacó una delgada cartera y de ella una
holografía en miniatura. Colocó la imagen ante la cara de Chan Dalton.
—Mira, Chan. Mira esto. Ésta es la persona que nos sacó de casa. Es la persona que
te separó de Leah. Mírale, Chan. Es él quien hace que tengas que sufrir el Estimulador.
¿Lo ves, Chan? Debes salir de aquí y encontrarle. Mira con cuidado, Chan. Si terminas
con esto, te dejaré marchar y encontrarlo.
Hubo una larga pausa. Los ojos se abrieron un poquito más. Chan Dalton tomó una
intensa bocanada de aire. Miró el holograma y la cara sonriente de Esro Mondrian. Y por
fin una débil chispa de comprensión y astucia pareció brillar durante un momento tras
aquellos ojos inocentes.
El margrave de Fujitsu se detuvo un momento, levantando su fea cabeza de la
pequeña pantalla.
—¿Y qué esperaba ver? —dijo. Su voz sonaba sorprendida.
Luther Brachis gruñó y se encogió de hombros.
—Bueno, ésa es una pregunta difícil. Pero algo más que esto. —Agitó la mano
abarcando toda la habitación, desde la ventana que mostraba la superficie de la Tierra
hasta el monstruoso monitor del ordenador que cubría toda una pared—. Aparte de los
microscopios, casi todo lo que hay aquí podría formar parte de un laboratorio estándar. Si
no me lo hubiera dicho, no creería que es un laboratorio Aguja.
—Ah, ya veo —el margrave se inclinó de nuevo hacia el microscopio de Efecto Casimir
y ajustó algo en él. Se rió sin levantar la vista—. Por supuesto. Esperaba ver a los
técnicos, ¿no? ¿Hombres de bata blanca, quizás, introduciendo agujas en las células? Lo
siento, pero llega setecientos años demasiado tarde —se enderezó y levantó una pila de
listados de la mesa junto a él—. En los viejos tiempos, sí. Se usaban métodos extraños
para estimular el desarrollo del embrión por partenogénesis. Radiación ultravioleta,
soluciones acidas y alcalinas, calor, frío, inyecciones, radiactividad... se intentaba casi
todo, y sorprendentemente muchas cosas funcionaban. Pero esos métodos producían
solamente copias exactas del organismo paterno y no variaciones interesantes. E incluso
cuando las mutaciones aparecían como efecto lateral de la estimulación, resultaban
bastante aleatorias. Como medio de producir obras de arte sería inútil... igual que tirar un
bloque de mármol por un acantilado esperando encontrar una obra maestra de la
escultura cuando llegue abajo. Hoy, todo está planificado. Mire estos listados.
Brachis tomó las hojas y miró sin interés la primera de ellas.
—No me dicen nada, Margrave.
—Margrave no. Soy simplemente Fujitsu. Mi linaje era imperial cuando la mayoría de
esos advenedizos subterráneos llevaban pieles de animales y comían carne cruda.
—Lo siento, Fujitsu. De todas formas, no veo mucho aquí. Sólo página tras página de
letras aleatorias repetidas.
—Ah, sí, aleatorias —el margrave señaló la página superior con su largo índice—. Más
o menos, es aleatorio en el mismo sentido en que lo somos nosotros, usted y yo. Lo que
tiene en la mano es la secuencia completa del ADN de un organismo vivo en correcto
orden. Aquí se indican los nucleótidos en cada cromosoma, con las letras en código; T
para la timina, G para la guanina, C para la citosina y A para la adenina. Toda la lista
completa se construye —igual que nosotros— a partir de estas cuatro letras. Juntas,
constituyen el molde exacto para la producción de un... un animal —miró a Luther
Brachis—. Lo siento. No le insultaré tratándole como a un inocente. Seré más específico.
El molde para producir un ser humano.
—Pero el ADN tiene estructura en espiral. No veo aquí ninguna. Y, de todas formas, no
queremos producir un ser humano.
—Una espiral doble es topológicamente equivalente a una línea recta, y la
presentación en línea recta de una serie de datos es más fácil de comprender y analizar.
No debe preocuparle que esto sea el código de un humano. Es sólo el punto de partida.
Es, si lo quiere, el tema a partir del que construiremos nuestras sublimes variaciones.
Cualquiera de estos nucleótidos puede ser cambiado por cualquiera de los otros.
Tenemos control químico absoluto de la secuencia. La cadena puede ser ampliada,
acortada, dividida y modificada en cualquier forma que queramos. —Palmeó el fajo con
su innumerable mezcla de letras—. Me preguntó antes cuál era mi oficio. Ya que estoy
evaluando simplemente los posibles efectos de insertar diferentes cadenas fracciónales
de ADN en este código, ¿qué puedo hacer que no haga mejor y más rápido un
ordenador? Me lo han preguntado muchas veces. Sólo puedo darle una respuesta a
través de una analogía. ¿Juega usted al ajedrez?
—Un poco. Se requiere para adquirir el Sexto Nivel de educación.
Luther Brachis no vio motivo alguno para mencionar que era un Gran Maestro. Era
difícil saber cómo el hecho de retener esa información podría tener algún valor futuro,
pero el hábito de mantener su reserva estaba hondamente enraizado en él.
—Entonces sabe posiblemente que, a pesar de muchos siglos de trabajo, los mejores
programas de ajedrez no consiguen derrotar a los mejores jugadores humanos. ¿Cómo
es posible esto? El ordenador puede almacenar millones de movimientos en su memoria.
Puede evaluar todos los movimientos posibles, hasta ver cuál es el mejor. No se cansa y
no comete errores. Y, sin embargo, los humanos ganan. ¿Cómo? Porque de alguna
manera pueden fijar en el interior de su lento cerebro orgánico la posición completa del
tablero de una manera holística que va más allá de las jugadas individuales. Los
ordenadores juegan mejor cada año, ¡pero lo mismo hacen los humanos! Los mejores
jugadores de ajedrez sienten el tablero en su integridad, y pueden extrapolar sus
potenciales a más niveles que ningún ordenador. —El margrave se volvió hacia la
pantalla donde aparecía una larga secuencia de letras codificadas—. Los mejores Agujas
poseen esa misma habilidad. En una cadena de cien mil millones de bases nucleótidas,
intercambiar, sustituir aleatoriamente o suprimir provocaría un desastre total. Ningún
animal o planta posible resultaría. Pero es mi talento especial —y le aseguro,
comandante, que en mi terreno no admito iguales—, sentir el impacto definitivo y total de
los cambios de las secuencias. Calcular el modelo, completo. Más aún, puedo estimar
qué cambios interactuarán con cuáles otros. Por ejemplo, suponga que invirtiera el orden
de la sección de la mitad de la pantalla y no hiciera ningún cambio más. ¿Qué saldría?
No estoy absolutamente seguro y por esta razón hago esto como arte y no como ciencia,
pero creo que sería un individuo perfectamente formado, un poco más hirsuto de lo
normal. En realidad, un cambio muy pequeño. Todos disponemos de un diseño genético
sorprendentemente robusto. Hay muchas repeticiones en la cadena de ADN, y ellas nos
estabilizan contra errores menores al copiar los códigos genéticos.
—Entonces, ¿quién es ese de la pantalla, Fujitsu? —dijo Brachis bruscamente. Se
sentía más incómodo de lo que esperaba con el margrave, más que nada porque el otro
trataba su profesión con el frío entusiasmo de un auténtico fanático. Luther Brachis
sospechó que, para el margrave de Fujitsu, no era más que otra sección de un código
genético interesante.
El margrave sonrió directamente a Brachis por primera vez, mostrando sus dientes
torcidos.
—No es nadie que conozca, comandante. Y no se preocupe; cuando haya terminado,
no verá más que su Artefacto, y nada de lo que hay debajo de él. Ya contiene en su
interior parte de mi diseño general para su proyecto. Rey Bester me entregó sus
especificaciones hace una semana. Es un desafío tan intrigante que desde entonces no
he trabajado en otra cosa.
—¿Eso quiere decir que ya casi ha terminado?
—Todavía no. Como dije, es un desafío, y también un misterio, lo que me hace
formular una pregunta. Si no desea contestarla, lo aceptaré, pero no puedo evitar el
preguntarme por la forma que me ha proporcionado. Hay elementos aquí, aquí y aquí —
se volvió hacia la pantalla y señaló la parte inferior de la imagen— que considero
enormemente difíciles de repetir usando componentes orgánicos. ¿Se trata quizá de
alguna especie de cyborg, inorgánicamente ampliado?
La pantalla mostró una forma oblonga de cuatro metros, con la cabeza bien definida,
ojos compuestos y boca pequeña. El cuerpo era azul plateado, terminado en un trípode
de gruesas piernas. Una serie de muescas dentadas regulares corrían por sus flancos,
junto con unas estructuras aladas, como la celosía.
Brachis pensó por un momento antes de asentir.
—No veo razón para que no lo sepa. Es parcialmente inorgánico.
—Entonces sabe que no puedo copiarlo con componentes orgánicos. Lo mejor que
podré hacer será construir una apariencia exterior muy similar y buscar que el perfil
psicológico sea igual que el que me dio. Eso será suficiente para engañar a cualquiera
que no sea un experto absoluto.
—Eso bastará. Recuerde que lo que cuenta, más que la apariencia física, es el estado
mental.
—Ésa es la parte más fácil.
—¿Entonces cuándo espera que estén listos los Artefactos?
Por primera vez, Luther Brachis traicionaba su impaciencia. Se había puesto en pie y
miraba su cronómetro.
—Dentro de otras dos semanas —Fujitsu se alisó la barba—. ¿Le parece bien?
—¿Las veinticinco copias?
—A menos que me diga lo contrario. Después de la primera, las demás son fáciles.
Necesitaré el resto de mis honorarios, en cristales de comercio, entregados en mano
apenas los Artefactos salgan de la Tierra.
—¿Entrega antes de cobrar? Es usted confiado.
—Encuentre a alguien en la Tierra que esté de acuerdo con eso, comandante, y le
enviaré el pedido gratis —el margráve sonrió mostrando los dientes—. Nunca le
amenazaría, pero, como decimos en mi familia, tengo un brazo largo. Llega muy lejos,
más allá del tiempo y del espacio. Todos mis clientes pagan... de una forma o de otra. —
Fujitsu condujo a Brachis a la puerta—. Otra cosa. Este proyecto es el mayor desafío que
he conocido en muchos años. Nadie me había pedido hasta ahora que reprodujera un
organismo tan complicado. ¿Puede decirme quién los creó? Me gustaría mucho
conocerlo.
—Puedo darle un nombre, si eso es lo que quiere. —Brachis se detuvo, a punto de
alcanzar la puerta—. Los artefactos que está construyendo para mí se llaman Criaturas
de Morgan. Los creó una mujer, Livia Morgan. Desgraciadamente, ahora está muerta.
Llovía en la superficie, un denso chaparrón bajo las nubes negras. Brachis se apresuró
hacia la entrada de los túneles. ¿Exploraría ahora Fujitsu la naturaleza de las Criaturas
de Morgan? Pensó que no. Y merecería la pena el riesgo de decirle su nombre para ver si
Rey Bester permanecía fiel. Rey seguramente espiaría la información del margrave. La
pregunta auténtica era: ¿lo sabría entonces alguien más?
Brachis se apresuró, mostrando menos cautela que de costumbre. Advirtió su error
cuando notó que su pie se enganchaba con algo y que bruscamente caía al suelo. Intentó
levantarse, pero se dio cuenta de que un lazo le ataba los tobillos.
—Lo tenemos —dijo una voz. Una linterna brillaba ante sus ojos.
Brachis se levantó despacio y con cuidado. Había cinco. Cuatro vestían ropas oscuras
y moteadas que los confundían con la vegetación de la superficie. El quinto hombre,
obscenamente grueso, llevaba una túnica de lentejuelas y una maza ornada. Los
cuchillos y los dientes brillaron a la luz de las linternas. Rodearon en un círculo a Luther
Brachis, y éste recordó las palabras de Rey Bester: No lo olvides nunca. La superficie es
peligrosa. Hay Carroñeros y patrullas locales.
—¿Carroñeros, verdad? —gruñó Brachis, en la lengua de la Tierra—. ¿Qué es lo que
queréis? ¿Dinero, cristales de comercio? Lo tengo.
—Un poco más que eso, caballero —contestó el gordo, sonriendo en el círculo de luz.
—¿Un trato? Tengo amigos.
—Lo sé —el hombre levantó un brazo y señaló con la maza a Brachis—. Le conozco.
Hay gente importante que pagaría por rescatarle... especialmente cuando les envíe unos
cuantos dedos suyos para probar que hablo en serio.
Brachis pensó que reconocía la forma y la voz le confirmó sus sospechas.
—¿Bozzie? —dijo rápidamente—. Escuche, señor. Podemos cerrar un trato. Puedo
hacer que...
—Para usted no es Bozzie ni señor —dijo el otro hombre, con acento maligno.— La
basura como usted me llama Su Majestad. Muy bien, muchachos, a por él.
Los cuatro se abalanzaron sobre él. Luther Brachis conectó el uniforme en modalidad
comando. Aplastó la laringe del hombre a su izquierda con el borde de la mano, y al
mismo tiempo propinó a otro una patada en los testículos. Giró a la derecha, y golpeó con
la mano izquierda al tercer hombre en los ojos. Dio un giro de trescientos sesenta grados.
Su brazo derecho barrió como una maza. La manga de su uniforme de combate,
endurecida por la rápida aceleración, rompió la mandíbula del cuarto hombre.
El duque de Bosny presenció la derrota instantánea de su grupo de carroñeros. Dejó
caer la linterna y corrió hacia el campo oscuro. Brachis le alcanzó con unas cuantas
zancadas, le puso boca abajo en el suelo y se arrodilló sobre su espalda. Cerró los dedos
en torno a su cuello.
—Ahora, Vuestra Majestad, ha llegado el turno de las respuestas. Si me mientes,
pensarás que tus carroñeros lo tuvieron fácil.
—¡Lo diré todo! ¡Lo diré todo! —El duque de Bosny temblaba, aplastado contra el suelo
como una medusa monstruosa—. No me lastime. ¡Por favor! ¡Llévese lo que quiera!
—Quiero una respuesta. Me estabais esperando ¿Sabíais que era yo, o era una
emboscada al azar?. Recuerda, ahora, que quiero la verdad.
Bozzie dudó. Brachis apretó su tenaza, aplastando la laringe.
—¡No! —Bozzie dejó escapar un alarido—. Se lo diré. Le vimos cuando llegó a la
superficie. Le reconocí entonces. Vimos que entraba en el laboratorio del margrave y
decidimos esperar hasta que saliera.
—¿Es la verdad?
—Lo es, lo es. Por el amor de Dios, no me haga daño. Es la verdad.
Brachis asintió.
—Te creo. Lo siento, Bozzie. Fue la respuesta equivocada.
Cambió la presa, cerró las manos sobre sus brazos y le retorció el cuello hasta hacerlo
crujir. Bozzie dio un brinco, se estremeció y guardó silencio. Luther Brachis no se volvió a
mirarlo. Se dirigió a cada uno de los cuatro hombres y repitió la operación con cada uno,
de modo limpio y sin esfuerzo. Todo el episodio no le había llevado más de un par de
minutos.
Pensó en arrojar los cuerpos a una acequia, pero luego decidió no hacerlo. Las luchas
de los carroñeros en la superficie eran algo corriente, y ésta parecería una de tantas,
quizás un poco más notable que de ordinario, ya que el duque de Bosny era una de las
víctimas.
Brachis se dio prisa en alcanzar el túnel de entrada. Dio comienzo a los ejercicios de
autodisciplina para sacar el incidente de su mente. No quería que interfiriera con lo que le
esperaba a continuación.
Podía decirse, con una especie de conciencia irónica, que sabía muy bien que se
estaba comportando de manera ilógica. Debería preocuparse más por la posibilidad de
haber dejado huellas en alguno de los cuerpos, pero esto le parecía ahora poco
importante. Tenía que llegar a un apartamento en el nivel 55.
Después de sólo dos encuentros, ansiaba tanto reunirse con Godiva Lomberd como si
fuera una virgen inocente, como si éste fuera su primer amorío. No había duda sobre lo
que iban a hacer, ni peligro de que lo rehusaran. Sería una transacción comercial, un
encuentro controlado por la lujuria, la sórdida persecución del cuerpo de una mujer.
Brachis podía decirse todo eso y no ver ninguna diferencia. Iba a ver otra vez a Godiva
Lomberd, y por el momento nada más era importante.
Las anillas eran de colores y formas diferentes; el cono se iba ampliando desde un
punto romo en la parte superior hasta una gruesa base, y las anillas sólo encajarían en él
si se colocaban en el orden adecuado, de mayor a menor.
Chan Dalton estaba sentado en el suelo, encorvado sobre su juguete. Su hermoso
rostro aparecía contraído y tenso por el esfuerzo. Tomó las anillas una a una,
estudiándolas, para luego colocarlas entre sus piernas. Toda la habitación estaba
decorada alegremente en tonos azul y rosa, con pinturas y dibujos en las paredes y una
gruesa alfombra en el suelo.
Chan se había colocado exactamente en el centro de la habitación. Después de
pensarlo mucho, levantó la anilla roja y la colocó en el cono. Poco después, hizo lo mismo
con la naranja. A continuación, con la amarilla.
—¡Lo está haciendo bien! —susurró Tatty, aunque no había posibilidad alguna de que
Chan pudiera oírla, pues lo estaban observando a través de un cristal unidireccional que
había en la pared—. ¿Podía hacerlo cuando estaba contigo?
Leah Rainbow sacudió la cabeza.
—Nunca..., no habría sabido.
Su voz reflejaba su excitación. Cuando llegó a Horus, le había resultado difícil hablar
con Tatty, y a la princesa le había sucedido lo mismo. Por fin, ambas se dieron cuenta de
por qué. Las dos eran para Chan como madres y tanto la antigua como la nueva se
sentían celosas una de otra. Tatty lo notó cuando Chan corrió a abrazar a Leah en cuanto
la vio, lanzando un alarido de alegría y excitación; Leah odiaba ver a Tatty organizar la
vida de Chan, como si fuera su dueña, diciéndole lo que tenía que hacer a continuación,
qué debía hacerse con sus ropas, y qué tenía que comer. Leah pensaba que aquello era
su prerrogativa.
La sesión diaria con el Estimulador Tolkov fue otra causa de tensiones entre las dos.
Leah juzgó despiadada la firme insistencia de Tatty en que Chan tenía que someterse
diariamente al tratamiento, hubiera visita o no. No estaba dispuesta a ayudarle a cogerlo
ni a atarlo. La presencia de su propia foto junto a la de Esro Mondrian, para que Chan
pudiera verlos a ambos mientras estaba en el Estimulador, la sumió en la perplejidad.
¿Qué estaba haciendo Tatty?
Pero cuando empezó el tratamiento, no pudo ignorar la angustia y la aflicción de Tatty
mientras Chan se revolvía en el asiento. Lo que finalmente la había ganado fue el
dormitorio y el cuarto de juegos que Tatty había montado para él. Éstos habían sido
preparados con mucho cuidado, y eran toda una evidencia de amor y cariño.
Recordaba muy bien a Horus desde su breve estancia allí antes de partir para
entrenarse. Había sido horrible; sombrío, sucio, depresivo, más parecido a un barracón
que a un lugar donde educar a un niño (y Chan era un niño para Leah, a pesar de su
edad física y su aspecto). Ahora el lugar estaba transformado.
—¿Cómo has podido hacer todo esto? —preguntó, después de enseñarle Tatty una
habitación tras otra, todas ellas decoradas y amuebladas elegantemente y diseñadas
para aprovechar al máximo las características naturales y artificiales del interior de Horus.
Tatty se echó a reír. Era maravilloso tener a alguien que supiera apreciar sus
esfuerzos. Chan no se daba cuenta, y Kubo Flammarion parecía encontrarse más a gusto
con la antigua suciedad y el desorden.
—Me cansé de vivir en una cueva —respondió—. No sabía cuánto tiempo tendría que
quedarme en este sitio. Pero todos los robots de servicio siguen aquí, porque nadie cree
que merezca la pena trasladarlos a otro lugar. Encontré la manera de reprogramarlos. Me
llevó tiempo, pero tenía todo el que quisiera por delante, y les hice limpiar la basura y que
convirtieran este lugar en algo habitable. Uno de ellos podía incluso producir alfombras y
tapices bastante buenos. Así que, una vez empecé, supongo que el resto vino por
añadidura. ¡Pobre Kubo Flammarion! —sonrió al recordarlo—. Estuvo aquí hace un par
de semanas, y no le dejé entrar en las habitaciones de Chan hasta que se dio un baño y
se limpió el uniforme. Lo hizo, pero estaba destrozado. Y Chan hizo que se sintiera peor.
"Kubo cambiado, —dijo—. Ya no apesta más, menos el sombrero." Y le robó la gorra y la
arrojó a la basura... Kubo no se había molestado en limpiarla; supongo que pensó que no
nos daríamos cuenta. Pero Chan lo notó. Está mejorando, ¿verdad? —su voz rebosaba
alivio—. Me preguntaba si me imaginaba el cambio sólo porque lo deseaba con tanta
fuerza... Pero tú también lo notas. Es un poco más listo. Estoy segura.
—Claro que sí. Míralo ahora.
Chan había montado lenta y cuidadosamente todo el conjunto de anillas. Ahora, con el
mismo esfuerzo, procedía a desmontarlas. Las dos mujeres lo observaron hasta que
terminó de hacerlo, y entonces aplaudieron. A continuación, Chan cogió un juego de
bloques de plástico rojo. Tenía figuras bastante complejas, pero juntas podían formar un
cubo perfecto. Jugueteó con ellas un rato, ausente, y después las arrojó al suelo.
—Eso todavía es demasiado complicado para él —dijo Leah—. Está progresando, pero
es terriblemente lento. A este ritmo, se necesitarán años.
—No sigue un desarrollo lineal. Según Kubo, si funciona, cuanto podemos esperar es
ver lentos progresos al principio. Entonces todo aparecerá de golpe, quizás en una sola
sesión en el Estimulador. No sabemos cuándo puede suceder, ni hasta dónde llegará
Chan, porque desde el comienzo ignoramos qué hay malo en su cerebro. Podría terminar
como retardado, mediano o incluso superinteligente, supongo, aunque esa probabilidad
es muy pequeña. Todo lo que podemos hacer es esperar. —Miró a Chan—. Bueno, ésa
es la teoría. Tenemos cosas más prácticas de las que preocuparnos antes. Tengo que
prepararle la cena. Si quieres, puedes ayudarme. Es un poco guarro, aunque no mucho
más que Kubo. Tendrías que haberlos visto a los dos... era repulsivo. ¿Quieres venir
conmigo a la cocina? Todavía no me has dicho lo que has estado haciendo en ese
programa de entrenamiento.
—Acostumbrarme a él. ¿Sabes?, cuando Bozzie nos vendió en la Tierra pensé que era
lo peor que podría haberme sucedido. Estaba muerta de miedo. Y ahora estoy en el
entrenamiento... ¡y me encanta! Acabamos de terminar la primera fase, y por eso me
dieron un pequeño permiso. Pero tendré que marcharme de nuevo pasado mañana y
regresar a la Estación Tela de Araña. Nos reuniremos con algunos de los miembros
alienígenas, y empezaremos a formar un equipo auténtico. Ya he conocido a un
Remiendo. No son tan extraños como la gente dice. El nuestro incluso hace chistes.... ¡en
solar estándar! Y nadie ha conseguido hacer ningún progreso con su lenguaje. No tiene
verbos, ni nombres, ni adjetivos, ni nada que se le parezca. Sólo zumbidos. ¡Y la lengua
de los Ángeles se supone que es aún más complicada que la de los Remiendos!
Tenemos que dejar en manos de los ordenadores la traducción, aunque al parecer ellos
nos comprenden. Es preocupante. Me dijeron durante el entrenamiento que los humanos
somos la especie más inteligente, pero estoy empezando a albergar serias dudas...
La actuación ante las anillas había puesto a las dos mujeres de buen humor.
Parloteaban felices mientras se dirigían a la cocina. Chan se quedó jugando solo. Durante
cinco minutos, permaneció sentado en el suelo, sin moverse. Entonces se levantó, corrió
rápidamente a la puerta, subió por la estrecha rampa que conducía al espejo
unidireccional. Se aseguró de que no había nadie detrás y volvió corriendo al cuarto de
juegos.
Primero se dirigió a la sonriente fotografía de Esro Mondrian que Tatty había colgado
en la pared, entre todos los dibujos de animales, plantas, personas y planetas. La miró
intensamente. Entonces regresó al centro de la habitación, a la pila de bloques de
plástico rojo. Recogió cuatro de ellos y rápidamente empezó a unirlos. En menos de
treinta segundos, había ensamblado todo el cubo. Lo miró durante unos segundos y
entonces, con la misma rapidez, lo desmontó y arrojó las piezas al suelo. Por fin, alzó los
ojos y volvió a contemplar la imagen de Mondrian.
Sonrió. Y la suya fue una copia perfecta de la sonrisa que había en la cara de Esro
Mondrian.
A cuatrocientos millones de kilómetros de distancia, esa misma cara estaba bañada en
sudor. Mondrian yacía en la oscuridad sobre un duro diván, apretando los dientes y
respirando a través de una serie de rápidos jadeos.
No podía ver nada, ni oler nada, ni sentir nada. Ni siquiera los electrodos colocados en
su cuerpo producían ya sensación alguna. Después de un rato, la oscuridad se tragaba
toda posible voluntad. Sentía que estaba solo, que no había nada más en el universo. La
interminable serie de preguntas no servía de nada. Parecían venir de dentro, del interior
de los rincones ocultos de su cerebro. Se esforzó por dar respuestas que acabaran con
las preguntas, y hacerlo fue una agonía que le traspasaba el cráneo. Gritó.
—Se resiste de nuevo —dijo la suave voz de Skrynol—. Cada vez que nos
aproximamos a esa zona, empieza a evadirse. Creo que debemos terminar por hoy.
Hubo un gentil contacto en el cuerpo sudoroso de Mondrian; los electrodos le estaban
siendo retirados.
—No vamos a ninguna parte —dijo ásperamente—. Estoy perdiendo mi tiempo y el
suyo.
—Al contrario, estamos progresando. A medida que vayamos definiendo la zona en la
que no me permite entrar, podré deducir su naturaleza más y más. Ya tengo ciertos
hechos. Por ejemplo, sé que oculta el resultado de una experiencia muy temprana, algo
que ocurrió antes de que tuviera tres años. Ha pasado toda la vida construyendo barreras
mentales alrededor de ese hecho. Por eso son difíciles de romper. Segundo, sus sueños
recurrentes están todos relacionados con esa experiencia. Hay un modelo. Hay siempre
una recreación de su trauma, o una huida de él. La visión es siempre la misma; usted
como figura central, rodeada por una región cálida, iluminada, segura.
—Eso no es nada nuevo. Otros saltafreuds me han dicho lo mismo. Dicen que
simboliza el vientre materno.
—Claro que dicen eso —la voz de Skrynol se tornó más aguda—. Es una conclusión
barata. Y equivocada. Puedo reconocer los simbolismos de esa clase, y éste es bastante
diferente. Déjeme continuar. Siente que lo controla todo dentro de esa región... pero la
región se encoge. Cada día, la oscuridad se ha aproximado un poco más. Siente que hay
demonios en esa oscuridad. Pero no hay lugar donde esconderse, pues siempre está en
el centro de esa región iluminada. Si corre, en cualquier dirección, el peligro quedará aún
más cerca. Por tanto, no puede huir, y no se atreve a quedarse quieto. Ésa es la fuente
de sus pesadillas.
—Suponiendo que tuviera razón, ¿cómo puede ayudarme?
—Debemos ir aún más atrás..., más profundamente. Y debe usted ayudarme a
hacerlo.
Mondnan guardó silencio.
—Tiene miedo —continuó por fin Skrynol—. Lo comprendo. Nuestros miedos secretos
son siempre sagrados. Se le puede ayudar. Pero sólo si realmente lo quiere. Debe confiar
más en mí, contarme sus secretos, dejar que sienta con usted y por usted —hubo una
risa en la oscuridad—. Le horroriza la idea. Lo sé. Pero nuestros secretos nunca están
tan bien guardados como nos gustaría imaginar. Déjeme contarle uno de esos secretos,
pues hasta que no se lo diga nunca podremos retroceder lo suficiente.
Mondnan permaneció absolutamente quieto.
—¿Cree que tengo secretos?
—Tiene al menos uno. Según su archivo oficial, nació en Oberón, hijo de una ingeniero
de minas que estaba ya embarazada cuando fue enviada allí. ¿Correcto?
—Eso es.
—Hábleme de su madre. ¿Qué clase de mujer era?
—Se lo he dicho vanas veces. No la recuerdo. Murió en un accidente poco después de
que yo naciera.
—Eso es lo que me ha dicho. Y ha mentido —la mano de Skrynol tomó a Mondrian por
el hombro—. Su madre está muerta, eso es cierto, pero recuerda muy bien cómo era. Y
no nació usted en Oberón, sino en la Tierra. Cuando era niño, le vendieron en la Tierra.
No intente negarlo. Vivió en la Tierra los primeros dieciocho años de su vida, como
común, en la pobreza y la miseria, hasta que tuvo oportunidad de escapar. Hoy, es usted
un hombre educado, sofisticado. Tiene gustos refinados. Aprecia la belleza, la
inteligencia, la buena literatura, la buena música, el arte, la comida y la bebida. Y sin
embargo, fue formado en la Tierra. Una parte de usted continúa aún encerrada en la
suciedad, ignorancia y estupidez donde empezó. Su pesadilla empieza aquí, en este
planeta.
Mondrian se revolvió bajo el contacto de Skrynol, reaccionando más a las palabras que
a la presión en su hombro.
—Maldito sea, Skrynol. Podría investigar en todo el sistema solar y no encontraría eso
en ningún registro. Sólo una persona lo sabía. ¿Cómo, por el amor de Shannon, hizo que
Tatiana se lo dijera?
—No me lo dijo, Mondrian. Lo deduje. Su autocontrol es formidable, pero no puede ser
perfecto. Cada vez que el tema de la Tierra y la gente nacida aquí aparecía, media
docena de variables físicas en su sistema variaban un punto o dos. Poca cosa, pero
suficiente. Añadí otras preguntas e integré las respuestas. La conclusión estaba clara.
—Maldito sea. ¿A quién va a decírselo?
—No lo sé. Quizás a nadie.
Mondrian rebuscaba a oscuras en uno de los bolsilíos de su uniforme. Sacó un
paquete delgado y lo sacudió a ciegas ante él.
—Entonces, tome un incentivo por su silencio. Mire dentro.
El paquete desapareció de sus manos. Hubo un largo silencio, y después un suave
sonido tintineante. La luz empezó a iluminar lentamente la habitación.
—La oscuridad es esencial durante el interrogatorio —dijo Skrynol—. Pero ahora ya no
tiene ningún sentido.
Mondrian se enderezó en el asiento. Encogido ante él había una gigantesca forma
tubular. El color amarillo claro de la bifurcación de su cuerpo mostraba que Skrynol era un
Tubo-Rilla femenino. No tenía la forma habitual. El largo tórax mostraba cambios, y un
par de miembros delanteros habían sido aumentados por apéndices carnosos que
recordaban manos y brazos humanos. Skrynol guardó el paquete que Mondrian le había
dado.
—Para satisfacer mi curiosidad —dijo—, ¿dónde y cuándo consiguió estas fotografías?
—En mi primera visita —Mondrian se tocó el ópalo del cuello—. Aquí guardo un
captador de imágenes de longitud de onda múltiple. Probé con varias regiones
espectrales; los infrarrojos y las microondas fueron satisfactorios.
—Ah —Skrynol se alzó tranquilamente sobre sus piernas negro anaranjadas,
asintiendo—. Un fallo por mi parte. Observé su aparente manipulación nerviosa de la
gema. Advertí que era una variante de su control general, pero no supe sacar ninguna
conclusión. Mondrian, su capacidad para sorprenderme es fascinante. ¿Me dirá por qué
pensó que sería necesario tomar imágenes?
—Quise saber cuál era la forma de alguien que decía ser demasiado horrible para ser
visto. Quizá no fuera demasiado extraño, sino demasiado familiar. Pensé que tal vez
estuviera ocultando algo, no sabía qué.
—¿Y cuando vio el resultado? —Skrynol se alzó hasta casi alcanzar el techo. Sus ojos
oscuros y compuestos miraron a Mondrian—. Seguro que podría sacar mejor partido de
sus hallazgos cumpliendo su trabajo e informando, que trayendo las fotos aquí.
—¿Informar a quién? ¿A mí mismo, como jefe de Segundad? —Mondrian sacudió la
cabeza—. Había demasiadas preguntas sin contestar. Habría creado un alboroto y al final
habría quedado como un idiota. Su aspecto se parecía al de un Tubo-Rilla, pero había
diferencias. Me había dicho que era un Artefacto, un producto de un laboratorio Aguja.
Eso podría haber sido verdad.
—¿Podría? —Skrynol ladeó la cabeza—. ¿Rechaza esa hipótesis?
—Sí. Ahora estoy convencido de que no es un Artefacto, sino un Tubo-Rilla modificado
quirúrgicamente para adaptarse al entorno terrestre y hablar la lengua humana. Y eso
eliminaba mi segunda posibilidad... la de que fuera un Tubo-Rilla renegado que se
escondiera aquí de sus amigos.
Hubo una risa sibilante a tres metros por encima de la cabeza de Mondrian.
—¿Quiere decir un "criminal", como lo llaman ustedes, refugiado en este mundo?
Vamos, Mondrian. ¿Qué crimen podría haber cometido para que me castigaran con el
destierro en este planeta y me desfiguraran quirúrgicamente? —Skrynol agitó los
miembros delanteros—. Como dice su gente: "Si esto es el infierno, yo no estoy fuera de
él." ¿Tiene una tercera conjetura?
—Sí. La que debe ser correcta. Le modificaron y le enviaron aquí con el conocimiento y
la aprobación de su gobierno. La Tierra es el único planeta del sistema solar donde tal
cosa es posible. Es usted un espía y un observador de los Tubo-Rillas.
Skrynol redujo lentamente su tamaño, replegando sus largos miembros
multicompuestos hasta que una vez más estuvo a la altura de Esro Mondrian.
—Todos los miembros del Grupo Estelar sienten la necesidad de observar a los
humanos. Son ustedes demasiado violentos, demasiado impredecibles. Pero si admito
que tiene razón, ¿no está entonces en peligro? Debo proteger mi secreto.
Mondrian sacudió la cabeza.
—Ha sido modificado físicamente, pero sigue siendo mentalmente un Tubo-Rilla. No es
capaz de generar violencia. Mientras que yo...
—Una aguda observación que no puedo discutir. Pero no estoy desprovisto de medios
de persuasión. Tiene usted sus propias necesidades. Podría revelar mi presencia aquí,
cierto, pero si lo hiciera su tratamiento terminaría. Y estamos haciendo progresos,
aproximándonos al corazón de su problema. ¿Lo admite?
—Estoy seguro —Mondrian se rió sin ganas—, ¿Por qué si no continuaría estas
sesiones con usted?
—En ese caso, debe hacer su propia evaluación. Soy un peligro tan grande para los
humanos que debe revelar mi existencia ahora, ¿o su necesidad personal domina la
situación? —Skrynol se echó hacia atrás sobre sus juntas traseras y chirrió divertida—. El
término humano para esto es único para su especie, pero resulta apropiado. Lo llaman un
"conflicto de intereses". Como ve, siempre piensan en términos de pugna, guerra, batalla,
lucha...
—¿Cómo lo llamaría un Tubo-Rilla?
—Tal situación no existiría. Para nosotros, el bien de muchos siempre tiene prioridad
sobre la necesidad del individuo. No es algo que tenga mérito. Está dentro de nosotros
desde la primera meiosis. Esa es la razón por la que me encuentro aquí, sola y
deformada, a muchos años luz de mi casa y mis compañeros. Pero los humanos se dejan
dominar por las necesidades individuales. Y por eso, Esro Mondrian, debe tomar una
decisión. Me descubre o continúa el tratamiento. ¿Qué será?
Mondrian guardó silencio un momento.
—¿Cuál es su nombre? ¿Su nombre Tubo-Rilla?
—Podría decírselo. No es ningún secreto. Pero usted no podría pronunciarlo, a menos
que quisiera aprender a rechinar —la Tubo-Rilla se rió—. Puede seguir llamándome
Skrynol. Es similar a una palabra en nuestra lengua que significa "el loco". Una Tubo-Rilla
loca viviendo en Mundo Loco, es apropiado. Lo repito, estamos en tablas. Conozco su
secreto. Conoce usted el mío. ¿Qué hacemos a continuación?
Esro Mondrian hizo un gesto a Skrynol para que se acercara. Cuidadosamente, se
alisó el uniforme.
—Lo que ya intenté cuando vine aquí hoy. ¿Por qué razón piensa que he traído las
fotografías? Es cierto, los dos tenemos necesidades. Y al saberlo, podemos negociar.
Las oficinas de Dougal Macdougal, Gran Embajador Solar ante el Grupo Estelar,
formaban un dodecaedro enorme y perfecto. Con sus quinientos metros de lado, se
enraizaban profundamente en la superficie de Ceres, y se accedía a ellas por una docena
de entradas situadas en cada una de sus doce caras.
La magnífica oficina privada de Dougal Macdougal estaba en el centro mismo del
dodecaedro. Sólo tenía un acceso, al que se llegaba bajando un largo corredor. A medio
camino a lo largo de éste, había una pequeña oficina, apenas lo suficientemente grande
para una persona. Allí, aparentemente durante veinticuatro horas al día, se sentaba Lotos
Sheldrake, una mujer diminuta, casi una muñequita, con la cara sin rasgos de una niña
pequeña, que guardaba el acceso al espacioso santuario interior como una hormiga
soldado protegiendo la cámara de la reina. Macdougal no veía a nadie hasta que ella
había aprobado la visita; nada entraba en su oficina, ni siquiera los robots del servicio de
limpieza, a menos que ella los hubiera inspeccionado.
11 - EL DESPERTAR
Los días buenos, Tatty no podía contener las ganas de abrazar a Chan. Era un hombre
crecido, grande, ágil y poderoso, pero también un niño pequeño. Y, como un niño
pequeño, estaba orgulloso de todo lo nuevo que podía hacer, y corría ansioso para
mostrárselo a Tatty.
Los días malos, el niño sencillo y encantador desaparecía. Chan no decía nada, no
cooperaba en nada, no se interesaba por nada. Ella deseaba cogerlo y sacudirlo hasta
que se diera cuenta.
Y éste era un día malo. Uno de los peores. Tatty se dijo que tenía que mantenerse en
calma y no perder los estribos. Con otra sesión de Estimulador dentro de una hora, tenía
que conseguir confortar a Chan y tranquilizarle a través de la agonía y la desesperación.
Pero por el momento...
—¡Chan! Vamos, mira la pantalla. Mira, eso es la Tierra. Naciste en la Tierra, como yo.
Estas son imágenes de la Tierra. ¡Chan! Mira... ¡mira la pantalla!
Chan contempló ausente la pantalla tridimensional durante un segundo, y después
volvió a estudiar el fino vello que cubría su brazo y su muñeca. Tatty juró, y golpeó el
mando para adelantar la presentación. Fuera útil o no, tenía que ejecutar todo el
programa.
Ni una palabra de todo esto se le mete en la cabeza, se dijo. Es demasiado abstracto
para él, demasiado. ¿De quién fue la estúpida idea de darle lecciones de astronomía, si ni
siquiera es capaz de distinguir las letras del alfabeto? Se supone que tiene que
absorberlas a nivel inconsciente, ¿no? Claro. Vaya esperanza. Nunca recuerda las
lecciones... y no parece interesado ni mínimamente en ellas. Pérdida de tiempo. Para él y
para mí también. ¿Qué más puedo hacer?... Debería estar en la Tierra... si solamente
pudiera marcharme de este lugar. La Tierra. ¡Oh, Dios! mira esas maravillosas imágenes.
Mares y cielos y ríos y bosques y ciudades. Ojalá estuviera allí ahora, de nuevo en mi
apartamento... sólo yo y... si Esro Mondrian estuviera aquí ahora, le mataría...
Despiadado, impasible, traicionero, monstruoso, sin escrúpulos...
Mientras sus pensamientos la consumían, la lección continuó. Chan viajó por todo el
sistema solar, poco a poco, a través de maravillosas imágenes tridimensionales. El centro
de entrenamiento de Horus era caro. Quienes se entrenaban en él entraban en la
pantalla, viendo, oyendo y sintiéndolo todo como si estuvieran presentes en cada
escenario. Chan y Tatty flotaban juntos sobre la superficie de Venus, donde la atmósfera
corroía y abrasaba y cada piedra temblaba en el calor eterno. No obstante las cúpulas de
superficie albergaban cuatrocientos millones de personas. Después, viajaron hacia
dentro, hacia la órbita de Mercurio, camino del Nexo de Vulcano, donde la fotosfera solar
llameaba y eructaba en salvajes tormentas de luz. La superficie parecía tan cercana que
sentían como si pudieran tocarla. Tatty se encogió, llena de auténtico pavor, aunque
sabía que solamente era una imagen. Chan la contempló impasible, sin ningún rastro de
emoción.
Siguieron moviéndose, dejaron atrás la Tierra y se encaminaron hacia las colonias de
Marte, donde había una enorme excitación. La hora Cero estaba a unas pocas horas de
distancia... el momento mágico en que los gases volátiles suficientes serían enviados a
través del sistema de Enlace Mattin y los humanos podrían vivir en la superficie sin
equipo respirador. La atmósfera era ya casi tan densa como en la cima de las montañas
más altas de la Tierra. Desafiando la biología básica, jóvenes atrevidos se aventuraron en
la superficie cada día, sin máscaras de oxígeno. Los más afortunados eran rescatados a
tiempo, sufriendo una anoxia extrema.
Chan y Tatty se alejaron del Sol, más allá del Cinturón de Asteroides donde un
centenar de planetas menores componían el centro de poder comercial y político del
sistema solar. A partir de aquí, se dirigieron a las grandes bases industriales emplazadas
en Europa, Titán y Oberón. Provistos de cascos monitores, Chan y Tatty se internaron en
el fango helado bajo la profunda atmósfera de Urano, donde las Criaturas
Ergatandromorfas construían sin descanso sus plantas de fusión y el sistema de Enlace
Urano. Aún faltaban tres siglos para que el trabajo terminara allí. Chan, sin interesarse en
nada, contempló impasible a los Ergas.
Cuando el viaje por el viejo sistema solar terminó, Tatty miró a Chan. Todavía ninguna
reacción. Suspiró y dejó que la lección continuara. Juntos, saltaron cuatrocientos mil
millones de kilómetros y se internaron en la oscuridad exterior. Contemplaron la masa
gigantesca del Cosechador Ooor trabajando, un gigantesco cilindro que explotaba los
miles de millones de miembros de la nube cometaria. Lento y sin descanso, a un cuarto
de año-luz del sol, atrapaba los cuerpos ricos en moléculas orgánicas simples, las
convertía en millones de toneladas de azúcares, grasas y proteínas y enviaba los
productos, a través de los Enlaces, al sistema interior.
Finalmente, Chan y Tatty volvieron a saltar y alcanzaron la tranquila avanzadilla del
sistema solar. A un año luz de distancia, se encontraron en las Tortugas Áridas, los
fragmentos rocosos libres de gases que marcaban la frontera de los dominios del sistema
Sol. Más allá de este punto, cualquier masa era compartida gravitacionalmente con otras
estrellas. El sol era un puntito de luz helado, menos brillante que Venus visto desde la
Tierra. Las temperaturas se alzaban unos pocos grados sobre el cero absoluto. Juntos,
Chan y Tatty miraron los tetaedros metálicos de millones de años de edad, reliquias
enigmáticas dejadas por una raza que era vieja antes de que el Hombre fuera joven.
Hasta ahora, la lección había sido general, diseñada para mostrar a Chan la estructura,
economía e infraestructura del sistema solar. Ahora se convirtió en específica para el
entrenamiento de los equipos perseguidores. El monitor cambió de nuevo la escala. Se
movió más allá del sistema solar para considerar la geometría del Grupo Estelar. La
región del espacio accesible era una vasta esfera de cincuenta y ocho años luz de
diámetro, cuyo centro era el Sol. El Perímetro marcaba su frontera exterior. Las naves
sonda, limitadas a un décimo de la velocidad de la luz, expandían la esfera unos diez
años luz cada siglo. Los humanos no habían encontrado ninguna otra especie que
poseyera el Enlace Mattin, así que el Perímetro continuaba centrado en el Sol. La
comunicación con algo o alguien fuera del perímetro era impracticable... al menos hasta
que la burbuja esférica del Perímetro se encontrara con una segunda burbuja impulsada
por otra especie que también hubiera aprendido el secreto del Enlace Mattin.
(Los humanos habían hablado de esto durante siglos. Se habían escrito miles de
papeles y millones de palabras, intentando analizar las implicaciones de tal encuentro.
Igual que, en una etapa mucho más primaria, los escritores habían discutido el primer
contacto con seres extraterrestres inteligentes. Como aquellos análisis, muchos de los
nuevos escritos eran persuasivos y estaban bien argumentados... y se contradecían
mutuamente.)
En la última parte de la lección, aparecieron en el interior de la esfera las estrellas
natales de las otras tres especies inteligentes conocidas. Los Tubo-Rilla habían sido
descubiertos, primero, en el sistema binario de Eta Cassiopea, a dieciocho años luz del
Sol. A continuación, el Perímetro había alcanzado a los Metálicos, a veintitrés años luz de
distancia. Su mundo natal era Mercantor, que circundaba la estrella Formalhaut. Y por fin,
los recién llegados al Grupo Estelar, los Angeles, vivían en un planeta que orbit aba
Capella, a cuarenta y cinco años luz de la Tierra. Habían sido descubiertos por las
sondas hacía solamente un siglo y medio. El lenguaje, civilización y procesos de
pensamiento de los Angeles continuaban siendo un misterio para los humanos.
En el último medio minuto de la lección, se añadieron imágenes de cada una de las
especies. Habían sido proporcionadas por Kubo Flammarion, en un optimista intento
encaminado a lograr que Chan se sintiera cómodo con las formas alienígenas. La
pantalla mostró primero la temblorosa masa negro-púrpura de un Compuesto Remiendo y
después una visión ampliada de los componentes individuales de los que estaba hecho el
Remiendo. Éstos eran unas criaturas sin patas, que volaban muy rápidas, de mínima
inteligencia y el tamaño aproximado de un colibrí, y con solamente cincuenta gramos de
masa. Los individuos poseían solamente el tejido nervioso necesario para permitirles
moverse independientemente, sentir, alimentarse, multiplicarse y ensamblarse. Cada uno
tenía un anillo de ojos en su cabeza roma, y largas antenas para permitir que se
acoplaran a fin de formar un compuesto. Los componentes eran de un negro púrpura, con
cuerpos brillantes y de aspecto pegajoso. Tatty los contempló fascinada. Lo lamentó
cuando la pantalla cambió para mostrar los segmentos artrópodos y cilindricos de un
Tubo-Rilla y por fin el follaje verde oscuro de un Ángel. Miró a Chan para ver cómo había
reaccionado ante los alienígenas. No estaba mirando la pantalla. La miraba a ella.
Se detuvo, y se tambaleó. Tanteó ciegamente con una mano contra la pared, para no
caer.
—Me siento... como...
Se deslizó lentamente hacia el suelo. Tatty se apresuró a cogerlo. Esta vez, agradeció
la baja gravedad de Horus. Podría llevar a Chan de nuevo a su habitación sin problemas,
y hacer que el médico electrónico le examinara.
De vuelta a la habitación, Chan continuó inconsciente. Pero todos sus signos vitales
eran fuertes, y todos los indicativos mostraban normalidad. Tatty se sentó en la cama
junto a él. Quería enviar una señal a Ceres, pero al mismo tiempo no quería dejarlo solo.
Parecía estable, pero ¿y si sufría alguna recaída mientras ella no estaba? Era la única
persona que podía salvarle. Más aún, si éste era el avance definitivo, tenía que estar
presente cuando despertara. Flammarion había hecho especial hincapié en esto. Chan
necesitaría su ayuda en las próximas horas.
Tatty se dirigió por fin a la habitación contigua, preparó un contenedor de bebida y un
par de paquetes de provisiones, y regresó presurosa a sentarse de nuevo junto a Chan.
Mientras comía, él permaneció inconsciente, pero empezó a murmurar y a agitarse en su
sueño. Tatty miró el reloj. Pronto sería la hora de su sueño normal. Redujo la potencia de
las luces y se tendió a su lado.
Su vigilia no era nada nuevo. A menudo, después de la sesión en el Estimulador, se
había sentado junto a él y le había contado historias hasta que se quedaba dormido.
Poco después de su llegada a Horus, Tatty había cambiado la cama de Chan por una
más amplia, en la que poder tumbarse junto a él y contarle cuentos sencillos sobre la
Tierra y la vida en los Gallimaufries, hasta que finalmente las lágrimas cesaban y el
cansancio podía con él.
Chan gruñó y sacudió la cabeza, después suspiró y se acercó más a ella. Su frente
estaba cubierta por una película de sudor, pero no tenía fiebre. Tatty cerró los ojos y dejó
que su mente divagara. Acababa de comprender las implicaciones de lo que había
pasado hoy. Si Chan había alcanzado el despliegue crucial, tal vez estuviera en camino
de conseguir una inteligencia normal. Ésa era una noticia maravillosa. Sentía un cariño
por Chan como no lo había sentido por nadie. Y tenía que llamar a Leah. Pero había otras
implicaciones... grandes implicaciones.
Si el tratamiento está a punto de terminar, ¡seré libre! Libre de esta prisión, libre para
regresar a la Tierra. Sólo han pasado dos meses, pero siento como si hubiera estado
aquí toda la vida. ¿Podré volver ahora?... ¿Y qué haré con Esro?
—¡Tatty! —exclamó Chan de repente, y se incorporó y la agarró por la mano con tanta
fuerza que ella gritó de dolor.
—Estoy aquí —Tatty le abrazó—. Todo va bien. Todo va bien, Chan.
—No —Chan apoyó la cabeza en su pecho—. No va bien. Tatty, me conocías... sabías
lo que era. Y ahora todo es... duro. Todo es... ¿cuál es la palabra?... ¿complicado? Y
antes todo era simple.
—Así es el mundo real, Chan.
—Pero es tan... Tatty, no me gusta. Estoy asustado.
—Tranquilo. Abrázate a mí, Chan. Tienes razón, no es fácil. No es fácil ser humano.
Pero tienes buenos amigos. Todos te ayudaremos.
Él asintió, todavía con la cabeza apoyada en su pecho. Pero empezó a llorar de nuevo,
gemidos profundos que continuaron un minuto tras otro. Tatty sintió que las lágrimas
inundaban sus propios ojos. Había parecido tan obvio que Chan se sentiría mejor si el
Estimulador funcionaba... Ahora, sintió pena por la pérdida del niño inocente.
Ella lo apretó contra sí, agarrando su cabeza y palmeándole los hombros. Después de
unos minutos, advirtió otro cambio en él, un cambio que la llenó de presentimientos,
mezclados con una anticipación temerosa. Chan despertaba también físicamente, y
gemía y movía su cuerpo contra el de ella.
Kubo Flammarion le había dicho en su primer informe que esto podría suceder si el
Estimulador realmente funcionaba. Le había advertido que rehusar a Chan podría hacerle
retroceder, o crear un cambio psicológico permanente. Pero entonces había parecido
demasiado improbable para preocuparse al respecto.
—¡Tatty! —la voz de Chan sonaba aterrorizada.
Guapo y hermosamente formado, no había sido consciente de su propia sexualidad.
Ahora, un impulso incontrolable le poseía, y no tenía idea de lo que le sucedía.
Fue el miedo en su voz lo que hizo que Tatty pensara menos en sus propias
preocupaciones.
—Todo va bien, Chan. No es nada malo. Déjame que te ayude.
Se inclinó sobre él, ayudando sus dedos inexpertos. Gentilmente, le guió a través de
otro segmento crítico de su rito de paso de la infancia a la edad adulta.
Y mientras lo hacía, Tatty se despreció a sí misma. Odió su incapacidad para
permanecer indiferente. Dos meses era mucho tiempo... demasiado. Su propia respuesta
fue algo que podría intentar desterrar, pero no podía negarla. Tembló, dudó, se resistió, y
finalmente gimió y atrajo a Chan hacia sí.
Mientras hacían el amor, él empezó a llorar de nuevo, y al alcanzar el climax gritó el
nombre de Leah.
En la cumbre de su propia pasión, Tatty lloró también. Sus lágrimas eran mudas. Pero
pensó en Esro Mondrian, y al final susurró su nombre.
Veinte mil años antes, el hombre había cazado tigres de dientes de sable y
rinocerontes lanudos. Cinco mil años antes, el objetivo fueron los jabalíes salvajes y
también los osos. Mil años antes, en las grandes planicies de África y la India, las presas
habían sido los leones, los tigres y los elefantes.
Ahora la caza estaba estrictamente prohibida en las grandes reservas de las zonas
ecuatoriales de la Tierra. El ansia de sangre tenía que buscar otros escenarios. Adestis
era uno de los más recientes, y posiblemente el mejor que hubiera existido jamás.
A Dougal Macdougal le encantaba Adestis. Lotos Sheldrake no lo había probado hasta
hoy, pero odiaba la mera idea de lo que representaba. Había insistido en ser incluida en
la partida de Macdougal solamente por sus propósitos no declarados. Ahora se aferraba a
su arma y se esforzaba en no perder al grupo del embajador mientras se internaba a
través del terreno esponjoso. El aire era denso y húmedo, lleno de grandes esporas que
flotaban tranquilamente en la baja gravedad. Su destino era ahora visible, a sólo unos
pocos minutos: un enorme montículo pardo que se alzaba hacia el cielo gris. Lotos podía
ver ya la primera fila de pálidos guerreros, moviéndose nerviosamente en los agujeros de
la entrada. Olisqueaban el aire, captando la cercanía del peligro con sus sensibles
antenas.
Dougal Macdougal avanzaba confiado al frente, dirigiéndose directamente hacia la
gigantesca torre. Los otros cuarenta miembros de la partida le siguieron, con Lotos
Sheldrake detrás.
Lotos sospechaba que tenía demasiada imaginación para este tipo de juego. Podía
imaginar las mandíbulas curvas de los soldados defensores cerrándose en torno a su
cintura, o el pegajoso e irritante líquido envolviéndola. El lanzaproyectiles que llevaba
mataría a un guerrero si no fallaba el tiro y lograba alcanzarlo en la cabeza o en el cuello,
la zona más vulnerable. Un disparo al cuerpo no conseguiría nada. El soldado acabaría
muriendo, pero antes de hacerlo los reflejos de la criatura le harían seguir combatiendo,
matando a cualquier cosa cuyo olor o sabor no fuera el adecuado. Y los soldados eran
solamente la primera línea de defensa. Tras ellos se extendían los oscuros túneles
interiores, repletos de habitantes.
Para que la partida atacante tuviera éxito, tendrían que penetrar en la cámara central
de la torre y matar a su gigantesco ocupante. Dougal Macdougal los había conducido a la
base de la estructura. Evitando las entradas principales, disparó un delgado cable a las
alturas. Entonces se ató una polea y subió. En unos pocos segundos, se había
encaramado a una de las caras del montículo. Los demás le siguieron, ayudándose unos
a otros. Había poco nesgo en esta acción, pues ni siquiera una caída directa sería fatal.
Agarrándose a los salientes, el grupo atacante levantó sus agudas piquetas. Se
abrieron paso por la cara de cemento hasta que formaron una abertura lo bastante
grande para poder arrastrarse por ella.
Por debajo, los soldados defensores estaban completamente confundidos. Corrían de
un lado a otro, tocándose mutuamente con las antenas y verificando una y otra vez las
rutas de acceso a los túneles de entrada. Ninguno pensó en subir a la cara de la torre.
—Rápido ahora —dijo Macdougal—. Todo el mundo adentro.
Sudaba lleno de excitación, mucho más entusiasmado por esto que por cualquiera de
sus deberes oficiales.
Lotos, casi la última del grupo, obedeció. Se encontró en un túnel en espiral que se
internaba hacia la mitad de la fortaleza. Había un olor mareante producido por hongos y
secreciones animales, y la pared era suave al tacto y tan dura como el cemento. El túnel
estaba desierto. Corrieron por él, hasta que, después de un centenar de pasos, los
líderes ordenaron un alto. Docenas de trabajadores emergían por los lados,
bloqueándoles el camino.
—Abrios paso a través de ellas —dijo Macdougal. Agitaba el arma en la mano, tan
peligrosa para sus compañeros como para sus enemigos—. No son un peligro real, pero
mantened los ojos abiertos en cuanto a los soldados. Ahora ya saben que estamos
dentro, y nos perseguirán.
Los proyectiles eran suficientemente potentes para destrozar el suave cuerpo de las
obreras y apartarlas sin esfuerzo. Pero eran cientos de criaturas. El avance se hacía más
y más lento, a través de una carnicería de habitantes moribundos. Lotos descubrió que se
resbalaba al pisar la pálida carne y los grasientos fluidos corporales, perdiendo pie cada
dos por tres. En un par de minutos se quedó otra vez detrás. Pero la gran cámara central
estaba ya a la vista, delante.
Se detuvo para recuperar el aliento. Por detrás sonó un chirrido de zarpas.
Lotos se dio la vuelta, alarmada. Los soldados estaban a menos de diez pasos de
distancia, aproximándose rápidamente. Dio un grito de aviso, levantó el arma y pulsó el
disparador automático. Una ráfaga de proyectiles se cebó en los guerreros y esparció sus
cuerpos por el duro suelo del túnel. Cuatro cayeron de inmediato.
Pero los otros tres seguían acercándose. Lotos le voló la cabeza a uno, y cortó a otro
en dos con una andanada de fuego. El último estaba demasiado cerca. Antes de que
pudiera cambiar la posición del arma, unas mandíbulas tan grandes como un brazo la
agarraron por el torso. Sus bordes interiores eran agudos y duros como el acero.
Lotos quedó con los brazos aprisionados junto al cuerpo. No podía liberar el arma, ni
dispararla contra el soldado. Los otros componentes de la partida gritaban, pero no
podían dispararle a su atacante sin herirla a ella. La presión en su pecho se hizo mayor,
causándole un dolor insoportable. Lotos sintió que sus brazos se rompían, sus costillas se
quebraban y el corazón le estallaba. No podía respirar. Mordió fuertemente al interruptor
entre sus molares traseros. Mientras todo se oscurecía a su alrededor, sintió el sabor de
la sangre en la garganta abriéndose paso hasta la boca.
Lotos sudaba y tiritaba en el asiento de observación. ESTO ES EL FINAL DE ADESTIS
PARA USTED, susurró una voz desagradable en su oído. PERMANEZCA SENTADA SI
LO DESEA, PERO QUEDA PROHIBIDO VOLVER A PARTICIPAR.
Se quitó el casco de control, lo apartó y se asomó para ver el coso debajo. El ataque al
montículo de los termitas continuaba. Al desconectar su enlace sensorial, su simulacro de
cinco milímetros había "muerto" automáticamente allí abajo. Y justo a tiempo. Todavía
sentía la presión de las costillas rotas y la espina dorsal quebrada. Adestis no dejaba a
los perdedores marcharse fácilmente. Si no hubiera activado el interruptor, la probabilidad
de morir por paro cardíaco habría sobrepasado el treinta por ciento. En cualquier caso, el
dolor era bastante real. Continuaría durante horas. El realismo era una perversa razón de
la popularidad de Adestis.
Lotos lanzó un profundo suspiro y miró a su alrededor. Más de la mitad de los cuarenta
participantes habían regresado ya. Todos estaban vivos, y se frotaban los ojos, la cabeza,
o las costillas; las termitas soldado tenían sus puntos de ataque favoritos. Los otros veinte
todavía llevaban puestos los cascos y permanecían aún en sus asientos.
Hubo un repentino jadeo por parte de Dougal MacDougal, que se encontraba ceñudo a
su izquierda. Fue seguido por un hervidero de actividad cerca del fondo del montículo
situado debajo. O bien los intrusos habían conseguido matar a la reina y se abrían paso
hacia la salida, o el número de defensores había sido excesivo para ellos y habían
abandonado el ataque. Pequeñísimas figuras de forma humana, menos de una docena
ahora, salieron corriendo de uno de los túneles en la base del montículo hacia el llano
arenoso. Pero se encontraban lejos de hallarse a salvo. Docenas de termitas soldados
enloquecidas se precipitaron sobre ellos desde todas partes. Las armas disparaban sus
proyectiles continuamente. Y sin resultado. En menos de treinta segundos, todas las
figuras habían sido sepultadas por la masa de los defensores. Los jugadores en el círculo
volvieron a la consciencia.
LA REINA SIGUE VIVA, dijo la voz desagradable, HAN SIDO USTEDES
DERROTADOS. ESTO MARCA EL FINAL DE ADESTIS PARA SU EXPEDICIÓN. LA
AVENTURA HA TERMINADO.
Dougal Macdougal gruñía en su asiento y se frotaba las caderas. Un soldado debía de
haberle atrapado por debajo de la cintura. Pero sonreía como un loco. Miró rápidamente
alrededor.
—Todo el mundo está de vuelta —dijo—. Bien, ninguna baja. ¡Estuvimos cerca!
¡Teníamos a la reina a veinte segundos cuando llegó el resto de los soldados! ¡Para que
luego hablen de mala suerte!
—Habla de lo que quieras, Dougal —dijo un hombrecito regordete que vestía el
uniforme de capitán de un transbordador. Tenía la cara pálida y se tocaba los genitales—.
Te diré una cosa. Nunca me volverás a meter en una cosa así. ¡Duele! ¿Te das cuenta de
que los soldados destrozaron mi simulacro?
—No es nada, Danny —Macdougal continuaba sonriendo—. Volverás a sentirte bien
dentro de una hora, y podremos intentarlo otra vez mañana.
—No cuentes conmigo, entonces.
—Ni conmigo —intervino una mujer alta de cabellos oscuros que se frotaba el cuello—.
Cuando me dijeron qué se sentía no bromeaban. No podía mover la mandíbula. No pude
hacer funcionar el interruptor hasta el último segundo. Pensé que me moría.
Mientras la discusión proseguía, Lotos se secó el sudor de la frente, y peinándose con
cuidado se marchó en silencio. Había visto todo lo que necesitaba saber de Adestis, e
incluso más de lo que quería.
Cuando regresó a su diminuta oficina, Esro Mondrian le estaba esperando sentado en
el asiento del visitante, mirando impasible su agenda de citas. No levantó la vista cuando
ella entró.
—¿Es el fin del universo, Lotos? —preguntó tranquilamente—. Tiene que serlo. Creo
que tienes tres pelos fuera de sitio.
Ella sacudió la cabeza.
—Adestis.
Esto sorprendió a Mondrian lo bastante para hacerle abandonar su actitud de
indiferencia casual. Miró a Lotos Sheldrake.
—Me sorprendes. ¿Jugaste a Adestis? Tendré que revisar mi opinión sobre ti.
—Corta, Esro. —Lotos se deslizó tras su mesa y relajándose en su sillón, con un
suspiro de alivio—. No lo hice por placer, lo sabes. Y no fue un placer. Fue terriblemente
desagradable. Lo hice porque buscaba información.
—¿Sobre el juego?
—Sobre el embajador —palmeó un archivo en su mesa—. Me llegó tu informe.
—¿Pero no lo creíste? Entonces te está bien empleado.
—No estaba segura, así que decidí comprobarlo yo misma.
—¿Y?
—Tu informe es acertado. Como dijiste, Dougal MacDougal es un masoquista latente.
Deberías haberlo visto cuando terminó Adestis, sonriendo de oreja a oreja, a pesar de
que estaba todo lastimado. Pero esto significa que puede ser peligroso cuando trate con
el Grupo Estelar. Sol no necesita un masoquista en ese cargo.
—Estoy de acuerdo. Pero no podemos cambiar eso.
—Ahora no. Tiene que tratársele con más cuidado de lo que pensaba.
—Si alguien sabe hacerlo, ésa eres tú —Mondrian estudió su expresión. La
experiencia que Lotos Sheldrake acababa de atravesar parecía haberla vuelto
inusitadamente abierta e indiscreta... ¿o era una nueva postura que cultivaba con sumo
cuidado?—. Puedes hacer que Macdougal haga lo que quieras.
—Tal vez —ella asintió, ausente—. Está bien, Esro. Basta de adulaciones. ¿Qué
pasa? De acuerdo con mis informes, se supone que deberías estar en Oberón. ¿Qué
haces aquí?
—Quiero darte información.
—¿Dar, Esro? Nunca has dado nada en tu vida.
Lotos sonrió. Lo que acababa de decir era cierto, pero no afectaba a sus sentimientos.
Siempre le había gustado Mondrian. Era hija de un minero, criada en los túneles de
Japeto, y había tenido que luchar paso a paso para salir de allí. Cuando tenía diez años
era dura como una taladradora mecánica. Había evaluado sus oportunidades allí y
cuando cumplió trece años —la edad idónea—, entregó juventud, inocencia y virginidad a
cambio de una vía de escape de Japeto. Nunca volvería allí. Nunca, nunca. Lotos podía
leer los signos del mismo esfuerzo y la misma determinación tras los refinados gustos y
las maneras formales de Esro Mondrian.
—No dar —continuó—. Quieres decir negociar información.
—De acuerdo, comerciar —Mondrian hizo una pausa, escogiendo sus palabras con
exactitud—. Deja que te explique el contexto. Es algo que sabrás dentro de veinticuatro
horas. Está de camino a través del sistema de comunicaciones del Enlace Mattin. Te doy
—o te negocio— un día. Pero serás tú sola quien tenga ese día. Nadie más en todo el
sistema solar sabe nada todavía.
—¿Y cómo lo sabes tú?
Lotos no esperaba una respuesta y Mondrian no mostró signo alguno de ir a dársela.
Después de un momento, se encogió de hombros, pidió dos tazas y té e hizo un gesto de
asentimiento a Mondrian.
—De acuerdo, picaré. Cuéntamelo todo.
Hubo una pausa. (¿Para conseguir un efecto? Con Esro Mondrian, nunca estaba
segura.)
—Hemos localizado a una Criatura de Morgan —dijo Mondrian por fin—. La primera.
—¡Ahhh! —Lotos dejó escapar el aliento—. Maldición, Mondrian, tienes razón. No tenía
ni idea.
—Lo sé. Deberías despedir a tu jefe de información..., no es tan buena como solía ser.
¿Estás grabando?
Ella asintió.
—Sistema personal.
—Continúa. Sólo voy a decirlo una vez. Cerca del Perímetro hay una estrella llamada
Talitha... Iota Ursae Majoris, para cuando verifiques los catálogos. Es un sistema de tres
estrellas, a poco más de cincuenta años luz de nosotros. La estrella principal es de tipo
A7 V, y es unas diez veces más brillante que el Sol. Las otras son un par de binarias
enanas rojas, muy oscuras, tal vez una milésima parte del brillo de la primaria. Sabíamos
todo esto desde hace bastante tiempo. Lo que no sabíamos, hasta que las sondas
llegaron allí hace setenta años, era el sistema planetario en torno a la primaria. Es
substancial... tres gigantes gaseosos y seis más pequeños, ricos en metal. Las sondas
registraron evidencia de vida en el planeta más interior. Se le llamó Travancore. Es
pequeño, con la mitad de la masa de la Tierra, y tiene formas de vida nativas, vegetación,
al menos, y probablemente animales. Pero la primera sonda no detectó ningún signo de
vida inteligente, así que no mostramos gran interés en explorarlo. Por consiguiente, no
sabemos mucho acerca del lugar. Ahora los Angeles —no me hagas perder el tiempo
preguntándome cómo— han conseguido detectar la presencia de una de las Criaturas
fabricadas por Morgan en Travancore. Todavía sigue viva, en la superficie de Travancore,
bajo una capa de vegetación.
Se detuvo.
—¿Qué hace allí? —preguntó Lotos.
—Ni idea. Ahora sabes lo que yo sé, excepto una cosa. Los Angeles enviaron una de
nuestras sondas inteligentes al planeta. Dejó de emitir señales cuando alcanzó la
superficie y eso fue lo último que supimos de ella. Tenemos que asumir que la Criatura la
destruyó. Así que sabe que ha sido descubierta, y estará preparada para lo que venga
después.
Lotos Sheldrake se arrellanó en su asiento, sorbiendo té de una taza de porcelana que
parecía tan delicada y frágil como ella.
—¿Me pides que actúe en esto?
—No. Necesitarás decidir qué línea deberá tomar Dougal Macdougal cuando lo discuta
con los embajadores del Grupo Estelar. Pero debo estar preparado para la acción. Ya
tengo formado y esperando el primer grupo perseguidor, allá en Dembricot; una mujer
humana, un Remiendo de diez mil componentes, una hembra Tubo-Rilla estéril y su
forma favorita de Ángel..., un experimentado Cantante llevado por un Chasselrosa. Todos
se están entrenando, usando la seudocriatura que nos proporcionaste.
—¿Cómo os va con eso?
—Es perfecto —Mondrian sonrió—. Si no mencionas que es un Artefacto ilegal, creado
en Shannon sabe en qué lugar de la Tierra; tampoco yo lo haré. Es la herramienta de
entrenamiento perfecta. Lo hiciste para tus propios fines, lo sé, pero aún te debo un favor.
—Y ahora yo te debo otro. Déjame que te lo pague ahora mismo —tomó un delgado
cilindro azul que había sobre la mesa—. Lo sabrás oficialmente dentro de tres días. Y no
te gustará. Según una nueva orden de los cuatro embajadores estelares, ya no mandas a
Luther Brachis en la Anabasis. De ahora en adelante, tendréis los dos poderes iguales.
—¿Qué? —Mondrian perdió la calma y se puso en pie de un salto—. Eso es una
locura... imposible. No hay manera de que pueda funcionar con dos personas dirigiendo
las cosas. ¿Por qué pretenden un cambio como éste?
Lotos se encogió de hombros, indiferente.
—¿Entiendes la lógica de los embajadores? Cuando lo hagas, explícamela. Dictan una
orden, yo te la paso... antes de que la sepas por vía normal. Tendrás tiempo para trazar
tus propios planes.
—Al diablo con los planes —Mondrian se mordió los labios—. ¿Cuándo será efectiva
esta nueva orden?
—Dentro de tres días. Es entonces cuando lo sabrás... sin tiempo para maniobrar.
—Tres días —Mondrian tomó aire—. De acuerdo. Quiero que hagas algo más por mí...
y, si lo haces, te lo devolveré con creces cuando quieras. Debo seguir manteniendo
control absoluto sobre dos cosas: la aproximación a Travancore y el desarrollo de la
operación para destruir a la primera Criatura de Morgan. Después de eso, no me importa
lo que controle Brachis. ¿Podrás conseguirlo?
—¿Por qué no me pides la galaxia también?
—Déjate de bromas, Lotos. ¿Puedes hacerlo?
—Tal vez —la cara de muñeca continuaba inescrutable, pero en sus ojos brillaba una
nueva sugerencia—. Puedo intentarlo. Y lo haré con todo lo que tenga a mi alcance si me
haces otro favor.
—No tienes más que pedírmelo.
—¿Conoces a una mujer llamada Govida Lomberd?
Mondrian frunció el ceño.
—No. ¿Debería conocerla?
—Deberías —Lotos sonrió—. Y según mis fuentes de información, que no siempre
están equivocadas, la conoces. Estás atrapado, Esro. No me mientas solamente por
práctica. No necesitas práctica.
—De acuerdo. La conozco. O la conocí, allá en la Tierra. ¿Qué pasa?
—Luther Brachis ha establecido un contrato con ella —por primera vez, Lotos
Sheldrake se permitió mostrar emoción—. Esro, quiero conocerla. Quiero saber quién es,
de dónde viene, qué es lo que quiere. Quiero conocerla mejor de lo que se conoce ella
misma. No espero que te encargues de todo eso. Limítate a disponer lo necesario para
que la conozca... y déjame el resto a mí.
Esro Mondrian la miró. Se preguntó cuánto sabía Lotos... ¿sospechaba que él había
sido quien había dispuesto que Luther conociera a Godiva? Parecía imposible que Lotos
pudiera llegar a ese grado de conocimiento..., a menos que Tatiana se lo hubiera dicho.
Sacudió la cabeza.
—Luther Brachis ha tenido quinientas mujeres desde que le conozco. Vienen y se van.
Godiva Lomberd es una más. Tú no te entrometas en mis asuntos y yo no me
entrometeré en los tuyos. De lo contrario, tendría que preguntar por qué... ¿qué te hace
pensar que Godiva Lomberd es diferente de todas las demás?
—No lo sé. Pero lo es. He visto un cambio en Luther. Y maldita sea, voy a descubrir
qué pasa —sacudió la cabeza y se obligó a sonreír formalmente. Había revelado
demasiado. Levantó su taza—. ¿Quieres más té, Esro? Si no, creo que debemos volver
los dos a nuestros asuntos.
Los sistemas de almacenamiento de la Tierra no eran los mejores del sistema, ni
mucho menos. Para la conservación perfecta de organismos vivientes, el comprador
sabio se dirigía a Phoebe, o posiblemente a Hiperión, donde las perturbaciones
ambientales eran menores y el personal de mantenimiento incorruptible.
Pero, desde el punto de vista del cliente, la Tierra ofrecía una ventaja indiscutible:
anonimato. Siempre que se pagara con antelación, lo que quería decir un año de anticipo,
nadie se preguntaba por el contenido de las criptas. Según los rumores, más de tres mil
monarcas legítimos dormían en los almacenes antarticos. Con ellos nadie podría acusar
nunca a sus usurpadores de asesinato, pero llevaría mucho, mucho tiempo, hacer que los
reyes y reinas verdaderos despertaran del sueño.
Los almacenes se conservaban ligeramente por encima de la congelación. Las dos
personas que buscaban en los largos archivos llevaban ropas aislantes, gruesos guantes
y botas. Maldijeron la capa de hielo que dificultaba la lectura de las placas de
identificación.
—Aquí está.
El hombrecito pelirrojo se inclinó sobre la gran caja, frotó de nuevo la placa para
asegurarse e hizo un gesto de asentimiento a su acompañante para que asiera el otro
extremo.
—¿Listos?
La gorda mujer rubia asintió.
—Venga. Este más y habremos terminado por hoy. Arriba.
Deslizaron el contenedor con cautela hasta la cinta móvil. El hombre y la mujer
permanecieron en los extremos, asegurándose de que el traslado fuera suave. Por fin
desembocaron en una gran habitación de paredes blancas, llena de equipo médico y
bancos de monitores. Trabajando en equipo, colocaron eficientemente el contenedor
sobre una de las mesas, rompieron los sellos y colocaron las sondas y las bombas de
extracción. La mujer verificó la identificación interior con la orden que llevaba.
—Mira esto —dijo—. ¡Una etiqueta A! Interesante. Hace tiempo que no sale un
Artefacto del frigorífico. ¿Tienes idea de qué podemos tener aquí?
El hombre olisqueó, quitándose los gruesos guantes blancos y negó con la cabeza.
—No. La última vez que trabajamos una etiqueta A era uno de esos dragones de
cuatro días. Sí que nos reímos con ése... Salió volando por toda la habitación y casi le
arrancó una pierna a Jesco Siemens antes de que pudiéramos atraparlo. Será mejor que
no le quitemos a éste el ojo de encima.
La parte superior y los lados de la larga caja habían sido apartados y los instrumentos
sacaban lentamente las gruesas capas de melaza semisólida, calentándola mientras
trabajaban. Una figura empezó a surgir. Los dos la miraron.
—¡Aarg! No te preocupes por el aspecto de éste —dijo el hombre—. Es espantoso.
Contemplaron un par de pies largos y huesudos, todavía con una gruesa costra negra
entre los dedos. Mientras lo hacían, el resto de la figura quedó lentamente al descubierto.
Era un hombre, desnudo, alto, angular y esquelético.
—¿Te gustaría encontrarte con uno de éstos debajo de la cama? —dijo la mujer
gorda—. ¿Estás seguro de que es éste?
—Eso creo —el hombre miró la orden y se frotó la nariz con un dedo sucio.
—Bien, no imagino cómo alguien en su sano juicio pudo hacer un Artefacto con ese
aspecto..., así que no importa despertarlo —dio un paso adelante y volvió a mirar al
cuerpo desnudo sobre la mesa—. Parece uno de esos malditos reales, uno de esos que
la familia encierra con la esperanza de no volverlo a ver. Compruébalo. Y comprueba que
esté pagado. Si no, se hará tarde para volver a meterlo y se estropeará.
El hombre frunció del ceño y miró otra vez la etiqueta. Se rascó la cabeza.
—Es éste. ¿Ves el recibo? Pagado al contado. Un cheque automático de la herencia
de alguien. ¿Qué es lo que dice aquí? Fujitsu, lo mismo que la marca de identificación del
contenedor. Fujitsu. Hemos cumplido nuestro trabajo, y si hay algo mal, no es asunto
nuestro.
La capa de melaza protectora casi había desaparecido. Las sondas removían las
últimas capas y las baterías caloríficas aumentaban su intensidad. Por fin, una tos
horrible surgió del cuerpo, y hubo un gruñido sofocado cuando los pulmones llenos de
aceite intentaron expulsarlo. Con otra tos, una rociada de líquido marrón cayó al suelo.
De pronto, la figura estornudó, y sacudió la cabeza de un lado a otro.
Mientras los trabajadores seguían mirando, se enderezó dolorosamente. Manos como
garras retiraron la gruesa melaza que aún cubría las cavidades oculares. La cabeza era
grande, con un cráneo calvo y ovalado. Una gruesa barba crecía sobre la boca delgada, y
quedaba ensombrecida por una prominente nariz roja.
La boca habló.
—Hh-hmmm. Gracias.
Hubo otro violento acceso de tos. Entonces la alta figura se puso en pie, aún desnuda
y salpicada por la costra negra. A pesar de su extraño aspecto, era curiosamente digna.
Miró a los dos trabajadores.
—Gracias —repitió. Tomó aire—. Aprecio sus servicios, pero ahora debo marcharme.
Hay poco tiempo, y tengo un trabajo importante que hacer.
El Artefacto empezó a moverse y se dirigió hacia la puerta de la cámara. El hombre y
la mujer se miraron y corrieron tras él.
—No puede irse todavía —dijo el hombre—. Ha olvidado su baño. Y sus ropas. Tiene
que tomar un baño, son las reglas. No se preocupe por el precio, todo ha sido pagado.
Pero el alto Artefacto no escuchaba. Ya había salido y se encaminaba sin detenerse
hacia los ascensores que le conducirían a la superficie.
13 - CHAN Y LEAH
Chan Dalton había estado antes en Ceres; brevemente, de camino hacia Horus. Kubo
Flammarion le había llevado a su oficina, le había enseñado las grandes pantallas que
mostraban el sistema solar y le permitió jugar con los botones e interruptores que
seleccionaban las imágenes de todos los planetas y lunas conocidas por el Grupo
Estelar.
Ahora Chan estaba allí de nuevo, sentado ante la misma consola. Tatty a un lado,
Kubo al otro. Tatty ya se había acostumbrado al cambio, pero a Kubo Flammanon aún le
costaba trabajo aceptarlo, pues en lugar de jugar inofensivamente con los controles,
Chan los estudiaba y hacía preguntas interminables.
—¿Y éste? —dijo, adelantando una serie de imágenes y parándose en una de ellas.
Era un paisaje tomado desde la órbita de un satélite monótono y gris.
Flammarion asintió.
—Ese es el que te falta por conocer... Es donde se desarrollarán tus primeros cursos
de entrenamiento con los otros miembros del equipo. Se llama Barján. Es un mundo
desértico en el sistema Eta Cass. Está a dos planetas de distancia de S'kat'lan, el mundo
natal de los Tubo-Rillas. Podrás respirar allí, pero hace tanto calor que probablemente
preferirás llevar un traje en la superficie. ¿Quieres ver una imagen a nivel del suelo?
Chan negó con la cabeza. Sus ojos ya se dirigían a otra imagen, mientras sus dedos
se deslizaban sobre el teclado.
Flammarion miró a Tatty a los ojos, y frunció el ceño. Cuando Chan poseía tan sólo la
mentalidad de un niño, nunca había habido problemas con su coordinación. Ahora
manejaba el control a más velocidad de lo que Flammarion podía conseguir, pero en la
mirada ceñuda y ruda del hombre había principalmente afecto. No podía evitar sentirse
orgulloso cuando Chan hacía algo inusitadamente inteligente. Kubo Flammarion no tenía
hijos, y no esperaba tenerlos, pero había una aprobación paterna en su expresión.
—¿Y éste? —preguntó Chan.
La imagen mostraba un mundo verde, donde incluso los océanos estaban cubiertos
por una gruesa capa de vegetación.
—Es Dembricot —dijo Flammarion—. En el sistema Remiendo. Cambia de dirección
un momento y te enseñaré algo interesante en ese planeta —se inclinó, conectando una
cámara de superficie y entonces enfocó el plano cercano de un edificio situado entre altos
heléchos—. ¿Ves eso? Antes de que se marcharan, era el centro de entrenamiento del
Equipo Alfa.
—¿El equipo Alfa? —los brillantes ojos azules relampaguearon, feroces en su atención
y concentración.
—Es el nombre que le dimos al primer equipo perseguidor. Tu amiga Leah forma parte
de él, junto con tres alienígenas. Odia ese nombre, Equipo Alfa... dice que en cuanto
pueda lo va a llamar como le guste.
—¿Quieres decir que Leah está ahí? ¿Podemos hablarle? ¿Usar tu... cuál es la
palabra, comu-ni-cador?
—Podríamos hacerlo a través del sistema de comunicaciones del Enlace Mattin. El
problema es que ya no está en Dembricot —se inclinó otra vez sobre los controles—.
Como ves, Chan, han terminado su entrenamiento. Leah lo acabó en perfecta forma,
como acabarás tú cuando te llegue el momento. Pero ahora se dirigen hacia el asunto
real: Travancore. Déjame ver si podemos conectar... Tal vez consigamos al menos
contacto visual unidireccional.
Tecleó los controles con los dedos sucios, sorbiendo ocasionalmente y maldiciendo en
voz alta cuando una sucesión de imágenes imperfectas apareció en la pantalla.
—Bueno —dijo por fin—, esto es posiblemente lo mejor que podremos conseguir. La
señal es muy limitada. No hay problemas con el grado de voz, pero no conseguiremos
mejorar la imagen.
Una vez más, miraban la superficie de un planeta, tomada desde una órbita baja, a
sólo unos doscientos kilómetros. A primera vista, parecía una repetición de Dembricot,
con una densa pared de vegetación que lo cubría todo. Una mirada más atenta mostraba
diferencias importantes en la imagen granulosa. En vez de ser plana y uniforme, la capa
verde de Travancore estaba cubierta por millones de pequeños altibajos, cada uno de
unos cientos de metros.
—Echa un buen vistazo —dijo Kubo Flammarion—. Según todos nuestros informes,
Travancore es un lugar muy extraño. Esas colinas son plantas... la gravedad en la
superficie es baja, y la vegetación tiene cinco kilómetros de espesor. Los análisis hechos
con radar dicen que es una jungla vertical, capa tras capa.
—¿Cómo puede aterrizar una nave ahí? —preguntó Chan.
—No puede... al menos no de la forma habitual. No hay superficie sólida donde pueda
posarse una nave. Se hundiría, no sé hasta dónde. La nave tiene que gravitar, y soltar a
los pasajeros y la carga y entonces elevarse de nuevo. Eso es lo que hace de Travancore
un escondite infernal..., no podemos hacer una exploración desde el espacio, y no
podemos hacer una expedición por la superficie con máquinas. Pero en algún lugar en
medio de esa maraña, si crees a los Angeles, hay una Criatura de Morgan. La misión de
Leah es bajar ahí, encontrarla y destruirla. Y si apruebas el entrenamiento, harás lo
mismo... destruir otras Criaturas en otros sitios.
El comunicador emitió una serie de chasquidos y una pequeña señal roja apareció en
la esquina superior izquierda de la pantalla.
—Oye, estamos de suerte —dijo Flammarion—. Conecté el trazador, pero no esperaba
ningún resultado. Ésa es la señal de identificación del Equipo Alfa. Con suerte, podremos
hablar con Leah ahora.
Empezó a teclear de nuevo.
—Espera un momento —dijo Chan.
Se levantó, sin mirar a la pantalla. De repente, respiraba excitado.
—Y aquí está —exclamó Flammarion, satisfecho—. Entonces giró en su asiento y
descubrió que el muchacho se había marchado—. Eh, ¿a dónde vas? ¡Está aquí!
La cara de Leah los miraba desde la pantalla.
—¿Chan? —la oyeron decir—. Chan, ¿eres tú? ¡Es maravilloso! —sus ojos,
asombrados, recorrieron la habitación—. Chan, ¿dónde estás? Estaba deseando hablar
contigo desde que dieron la noticia.
Tatty Snipes se adelantó hasta colocarse delante de la pantalla.
—Lo siento, Leah. Debí haber supuesto que pasaría esto. Chan está aquí, y se
encuentra bien. Pero le cuesta trabajo hablar contigo.
Leah la miró sorprendida.
—¿Le cuesta hablar conmigo! Tatty, conozco a Chan desde que tenía cuatro años.
Tatty, no me vengas con historias. ¿Qué le habéis hecho? Por tu bien, será mejor que
esté perfectamente. Si no, volveré de Travancore y os abriré la cabeza... a los dos.
—Cálmate —Tatty hizo una mueca—. El entrenamiento no te ha vuelto muy amable,
¿no? Te estoy diciendo que Chan está bien, mejor que bien, pues es tan inteligente que
nos asusta. Pero te diré qué es lo que le pasa. Eres tú. Le cuesta trabajo hablar contigo.
Verás, se siente cohibido.
—Venga ya —Leah se apartó el pelo de los ojos—. Estás loca. Tu cabeza no anda
bien, Tatty Snipes. ¿Sabes cuánto tiempo hace que nos conocemos Chan y yo? Desde
que yo tenía seis años y él cuatro. Comíamos juntos, llorábamos juntos, dormíamos
juntos, nos bañábamos juntos... todo, desde el primer día que nos conocimos en los
Gallimaufries —se detuvo—. Era mi bebé. Era como mi muñeco.
—Estoy segura de eso. Pero ahora no es tu bebé, ni tu muñeco. Es un hombre.
A Leah le llevó un par de segundos entender las implicaciones de las palabras de
Tatty. Entonces se horrorizó.
—¿Chan? Alguien le... ¿tú y él?
—Sí —Tatty se volvió hacia Flammarion, quien no había entendido nada del último
intercambio de palabras—. Oye, Kubo, ¿quieres traer a Chan? Leah quiere hablar con él.
En cuanto Flammarion salió de la habitación, Tatty volvió a mirar hacia la pantalla.
—Sí. Alguien lo hizo. Fue justo después del éxito con el Estimulador, el que consiguió
el despliegue total. Y yo fui ese alguien. No te mentiré, Leah, me alegro de que fuera yo.
Pero, sinceramente, no importa quién hubiera sido. Chan estuvo pronunciando tu nombre
todo el tiempo. Te quería a ti. Dios, tal vez incluso pensó que yo era tú.
La otra mujer miró petrificada la pantalla.
—De acuerdo —dijo por fin—. Creo que entiendo.
—Lo sé, Leah. Creo que sé cómo te sientes.
—No —Leah sacudió la cabeza—. No sabes cómo me siento. No puedes saberlo.
Durante todos estos años, desde que nos conocimos, he cuidado de los dos. Y he tenido
mi propia esperanza secreta. Soñaba que Chan se volvía inteligente y crecía y
llegábamos a ser amantes. Sólo era una fantasía, y cuando tuve doce años ya supe la
verdad. Era un niño pequeño que no crecería nunca. Tendría que buscar en otra parte
para esa clase de amor —sus ojos oscuros eran anhelantes—. Sabes, no hubo problema
en buscar sexo. Nunca lo hay. Pero no era eso lo que yo quería. Y ahora me dices que mi
sueño se ha hecho realidad, pero fuisteis tú y Chan... ¿por qué te cuento todo esto?
Flammarion volvió, arrastrando a Chan con él. Cuando llegaron al alcance de la
cámara, Leah desapareció bruscamente de la pantalla.
—Aquí está —dijo Flammarion. Entonces sus ojos se ensancharon y miró a la
pantalla—. Maldición. ¿Dónde se ha metido ella ahora?
Tatty se volvió rápidamente en su asiento.
—Tuvo que irse. Su equipo tenía una reunión. Olvidémoslo por hoy, Kubo —se volvió a
Chan—. He hablado con Leah. Te envía todo su amor, y está deseando verte.
Chan enrojeció de placer.
—¿De verdad? Gracias, Tatty. Ojalá le hubiera podido decir lo mismo.
—Yo lo hice, de tu parte. Pero tuvo que irse. Están siguiendo un programa estricto.
—Y que lo digas —acordó Flammarion—. Dentro de unos pocos días, el equipo Alfa
estará rumbo a la superficie de Travancore... si puedes llamar a eso superficie. Ahora
será mejor que dejemos de preocuparnos por ellos y te concentres en Barján, Chan; ésa
será tu próxima parada.
Le guiñó un ojo a Tatty. No sabía lo que había pasado, pero sentía que había
experimentado una situación incómoda. Ahora, necesitaban cambiar de tema y hacer que
Chan pensara en otra cosa. Flammarion tecleó la secuencia para que volviera a aparecer
la primera imagen.
—Barján. Échale un buen vistazo.
La escena cambió y Flammarion se echó hacia atrás, confundido. En lugar de la bola
de polvo que sería el lugar de entrenamiento de Chan, en la pantalla apareció la cara de
Esro Mondrian.
—Lo siento, Kubo... Necesito hablar con Tatty —sonrió con amabilidad, sin rastro de
embarazo—. Mis felicitaciones, princesa. Lo hiciste. Sabía que lo harías. Y en cuanto a ti,
jovencito —se dirigió a Chan—, bienvenido a Ceres. Por lo que he oído, vas a ser un
complemento sobresaliente para el siguiente equipo perseguidor.
—Y ganarás tu apuesta —dijo Tatty amargamente—. Supongo que eso es lo único que
te preocupa.
Mondrian la miró con aspecto herido.
—Sabes que eso no es cierto, Tatty. De todas formas, podemos hablarlo más tarde.
Llamaba principalmente porque quería decirte que lo he preparado todo para que
cenemos juntos esta noche, y que tendrás la oportunidad de saludar a una vieja amiga.
—No tengo amigos en Ceres. Ninguno, a menos que cuentes a Kubo.
—Sí que tienes. Más de los que crees —Mondrian sonrió—. Te recogeré a las siete. La
cena será para nosotros cuatro: tú, yo, Luther Brachis... y Godiva Lomberd.
—¡Godiva!
Antes de que pudiera decir nada más, Mondrian desapareció de la pantalla. En su
lugar, aparecieron las nubes de arena de Barján. Tatty cerró los puños.
—Maldito seas, Esro Mondrian. ¡Maldito, maldito! Me ignoras durante meses y luego
crees que puedes llamarme e invitarme a cenar como si nada hubiera pasado. ¡No! —se
volvió hacia los dos hombres—. Le veré en el infierno antes que en esa cena.
Se detuvo. Acababa de ver la cara de Chan. Estaba blanca, con una mirada vidriosa
en los ojos.
—¡Chan! ¿Te encuentras bien?
—¿Quién... era... ése? —susurró—. Ese...
—¿Él? —Flammarion se encogió de hombros. No había advertido la expresión de
Chan—. Es mi jefe. El comandante Mondrian, la cabeza de toda la operación de
seguridad. ¿Quieres conocerle? Lo harás, en cuanto sigas con tu programa.
—Sí —asintió Chan, en voz baja, casi para sí. Sus puños estaban cerrados y
temblaba—. Quiero conocerlo... —miró rápidamente a la cara de Tatty—. Quiere que
vayas a cenar. ¿Irás?
—¡Nunca!
La mirada de Chan se hizo más intensa, leyendo la expresión facial de Tatty con una
concentración total. Había recobrado su autocontrol con una velocidad sorprendente.
—Creo que irás —dijo por fin. Y asintió—. Sí, creo que irás.
14 - EN CERES
Y por si Ceres no basta para calificarla, por sí sola, como una maravilla importante,
entonces el término hay que aplicarlo seguramente a su sistema de transporte. Fue
diseñado para mover personas y material con eficiencia a través del laberinto esférico y
tridimensional de túneles y cámaras. Es una pesadilla topológica; un complejo
entrelazado de vías de alta velocidad, caminos, pozos de gravedad, ascensores y pozos
de gravedad. El viaje desde un punto a otro puede hacerse en menos de una hora... con
la ayuda de un ordenador-guía. Nadie lo intentaría sin eso. Un viaje sin guía, si tal cosa
pudiera hacerse, llevaría días.
Después de unas pocas sesiones de instrucción a cargo de Kubo Flammarion, Tatty
había alcanzado el punto en que podía manejar las instrucciones de ruta proporcionadas
por el ordenador de viaje. Lo hacía con cautela, verificando cada intersección que
encontraba en su camino. En su primera visita, antes de su estancia en Horus, había
tenido que guiar a Chan por todas partes. Pero esta vez, él echó un vistazo al plano
general, escuchó con impaciencia las instrucciones de Flammarion y desapareció de
inmediato, hacía ya varias horas. Cuando regresó parecía haber recorrido todo el
planetoide y conocer el trazado interno de Ceres al detalle.
Últimamente, Chan había estado evitando a Tatty, pero antes de que se marchara para
cenar con Esro Mondrian, se presentó en sus habitaciones. Ella le miró con cautela. En
Horus, antes del cambio de Chan, su conducta hacia él había sido bastante indiferente.
Le había permitido verla desnuda en varias ocasiones. Ahora cerró la puerta del
dormitorio cuando entró en él y echó el cerrojo tras ella. Extrañamente, Chan no se
marchó. Se desesperó e impacientó en la cocina durante dos horas, mientras ella se
bañaba y se vestía, y allí seguía cuando salió. Examinó su aspecto cuidadosamente,
observándola mientras ella se miraba en el espejo. Llevaba un vestido blanco, sin
mangas, con adornos de color malva pálido. Las marcas púrpura de los pinchazos de
Paradox desaparecían lentamente de sus brazos; curiosamente, hacían juego con la ropa
que llevaba.
Chan la miró a los ojos mientras ella se arreglaba el pelo.
—Muy... ¿e-le-gante? ¿Es así como se dice?
—Así es. Gracias.
—Estás muy hermosa. Pero pensaba que prefinas ir al infierno antes que cenar con
Mondrian.
Ella se volvió y le miró. Tenía la cara pálida.
—De acuerdo, Chan, está bien. ¿Qué es lo que quieres? Ya tengo bastantes
preocupaciones sin que tú añadas ninguna más.
Él se encogió de hombros y no respondió. Pero, poco antes de que llegara Mondrian,
se marchó del apartamento.
Tatty continuó maquillándose. A las siete menos un minuto se acercó a la puerta y la
abrió. Sonrió satisfecha. Como esperaba, Mondrian estaba allí. Y como si lo hubieran
planeado juntos, iba vestido con su uniforme negro adornado con el mismo malva pálido
que ella llevaba. Parecía lleno de energía y nerviosismo. Se inclinó formalmente, y le
besó la mano.
—Estás magnífica —dijo—. Ave Godiva se morirá de envidia.
Tatty negó con un movimiento de cabeza.
—Godiva Lomberd nunca envidia a nadie. No tiene necesidad.
Salió rápidamente y cerró la puerta, dejando bien claro que no pretendía invitar a
Mondrian a que entrara en su apartamento. Él se quedó mirándola un momento y luego
se encogió de hombros, la tomó del brazo y la condujo por el paseo.
—Pareces un poco trastornada, princesa. Espero que esta velada te relaje.
Tatty no replicó inmediatamente. Pensó que había visto la figura de Chan que se
ocultaba delante de ellos.
—¿Qué crees que soy? —dijo por fin—. ¿Una especie de Artefacto, una esclava?
¿Algo que puedes almacenar cuando no lo necesitas y sacarlo cuando se te antoja?
—Sabes que no pienso así.
—¿Sí? ¿Y cuando me dejaste que me pudriera en Horus, y no me visitaste, ni me
llamaste, ni enviaste un mensaje? Esta velada se supone que debe relajarme... ¿cómo
voy a hacerlo si nunca sé qué esperar de ti? Me trataste peor que si me hubieras
almacenado. Al menos, si eso hubiera pasado, habría estado inconsciente. No habría
visto cómo mi vida se malgasta y los meses y meses se me van, esperando.
Intentó liberar la mano de su abrazo. Mondrian no se lo permitió. Suspiró.
—Sé que un solo mes en Horus puede parecer un año. Pero ¿de verdad fueron en
vano? Chan es ahora una persona completa, en vez de un bebé. Nadie llamaría a eso
malgastar el tiempo.
Se detuvo, agarrando aún su brazo con tanta fuerza que ella tuvo que volverse a
mirarlo. Tatty era al menos doce centímetros más alta que él, y le miró furiosamente a los
ojos, que permanecían en calma. Después de unos segundos de silencio, Mondrian
sacudió tristemente la cabeza.
—Princesa, si piensas tan mal de mí, entonces ¿por qué accediste a venir a cenar?
Todos estos meses he sabido exactamente por lo que has estado pasando. Te lo dije al
principio. Necesitaba a alguien en quien pudiera confiar por completo... porque no estaba
seguro de poder echar un vistazo en persona al desarrollo de las cosas. ¿Sabes por qué
no fui a Horus? Porque no pude. No me estaba divirtiendo. Estaba ocupado. Más
ocupado de lo que he estado nunca en toda mi vida.
—Encontraste tiempo para hacer una escapada a la Tierra. ¿Qué hiciste allí?
Ella había esperado casi cualquier respuesta, menos la que obtuvo. Mondrian,
simplemente, volvió a sacudir la cabeza.
—No puedo decírtelo. Tendrás que aceptar mi palabra, Tatiana. Fue un asunto de
negocios, no de placer. Pero no puedo decirte lo que fue.
Tatty empezó a sentir la culpabilidad que solamente Esro Mondrian era capaz de crear
en su interior. Empezó a pensar que ella era la incomprensiva, la cruel, la mujer que
censuraba y reprendía a un hombre desesperadamente ocupado. Sabía lo mucho que
trabajaba. ¿Cuántas veces se había despertado, muy temprano por la mañana, para
descubrir que Mondrian se había marchado de su lado? Demasiadas para contarlas. Pero
no le era infiel. Estaría en la habitación de al lado, escribiendo, dictando, haciendo
llamadas, preocupándose. Su único rival era su trabajo. Y sabía esto desde hacía años.
Mondrian se empinó y le acarició suavemente la mejilla. Parecía muy afectado.
—No estés triste, princesa. Pensé que esta noche sería una ocasión feliz... la
oportunidad de ver otra vez a Godiva, como en los viejos tiempos. ¿No podemos intentar
divertirnos?
Tatty puso su mano en la suya. Se dieron la vuelta y comenzaron a andar de nuevo,
juntos.
—Lo intentaré, Esro. Pero aquí todo es tan extraño para mí. No se parece a la Tierra.
Apenas pude creerlo cuando supe que Godiva había venido a vivir aquí con Luther
Brachis.
—Supongo que debo aceptar la responsabilidad de eso. Hice que Godiva conociera a
Luther para que así me pasara información —se echó a reír—. No fue una buena idea,
¿verdad? Después de las primeras semanas me dijo que no podría decirme nada más, y
lo siguiente que supe fue que estaba aquí con él. ¿He juzgado mal al Ave Godiva? La
conoces mejor que yo. Pensé que comprendía lo que quería, lo que es realmente. Ahora
no estoy seguro.
—Es una persona reservada... difícil de conocer. La vi por primera vez hace cuatro
años, en el Solsticio de invierno. Las dos asistíamos al Gilravage, la gran fiesta de los
niveles inferiores. Ella hizo una representación. Danzó encarnando a Afrodita. Causó
sensación. Después de eso, nos encontramos a menudo.
—¿De dónde procedía?
—De ninguna parte en especial. De algún lugar de los Gallimaufries. Supongo que
será una común. Si no, nunca habla de su familia. Las primeras veces la odiaba... todas
las mujeres lo hacen, instintivamente. Nos sentimos como si consiguiera todo lo que
quiere, y contra eso no tenemos defensas. Pero después me di cuenta de que es una
buena persona.
—¿La puta con el corazón de oro?
—Más o menos. ¿Sabes?, no creo que Godiva sea brillante, como tú o yo. Sólo hace
lo que puede con lo que tiene. Nació con ciertas características únicas, y las utiliza. Sexo
a cambio de dinero, no lo veo como un pecado tan grave. Los que fueron con ella lo
pasaron bien. Godiva nunca dio falsas expectativas, ni le hizo daño a nadie.
—¿Ni siquiera cuando los espiaba? —Se acercaban al restaurante, y Mondrian redujo
el ritmo de sus pasos—. ¿No crees que sus acciones puedan haber dañado a Luther
Brachis?
—Seguramente. Pero ésta fue acción tuya, en realidad, no de ella... e incluso cuando
vigilaba a Brachis para ti, realmente no pretendía hacerle daño.
—¿Qué pasaba cuando un hombre se enamoraba de ella?
—Es gracioso, pero nadie lo hizo nunca. Lo manejaba todo sobre una base
comercial..., debe de haber amasado una fortuna. Pero nunca había aceptado una
relación permanente. Hasta Luther Brachis.
Tatty se volvió para mirar a Mondrian. Se habían detenido ante la entrada del
restaurante. Por encima de su hombro, divisó otra vez la inquietante figura alta que se
perdía en las sombras al lado del corredor. ¿Aún les seguía Chan?
—Mira —dijo, mirando alrededor—, si quieres interrogarme sobre Godiva, hazlo
después de cenar. Tengo hambre, y no has hecho más que acosarme a preguntas.
Entremos.
Mondrian sonrió.
—Lo siento. Tienes razón —se adelantó y las puertas de cristal se abrieron ante
ellos—. Me conoces, y sabes que soy muy curioso. Pero te prometo que no te preguntaré
nada más sobre Godiva.
—No hará falta —Tatty se agachó para poder entrar—. Ahí la tienes en persona.
Eran puntuales, pero Luther Brachis y Godiva Lomberd debían de haber llegado con
antelación. Una atractiva mujer rubia se dirigía al área de las mesas desde un reservado.
Pudieron ver que tenía una sonrisa ausente en la cara.
—Mira esa manera de andar —dijo Tatty—. No debería estar permitida. Es totalmente
natural, y Godiva no lo hace a propósito, pero diez mil millones de mujeres la matarían
por hacerlo.
Godiva Lomberd vestía un traje color amarillo pálido, de cuello alto y mangas largas.
Cuando andaba, el vestido ondulaba con ritmo propio. Ningún observador podía ignorar el
exótico cuerpo en su interior, la carne suave y cálida que se agitaba bajo la ropa.
Mondrian asintió, con una sonrisa confundida en la cara.
—Puede que te cueste trabajo creerlo, Tatty, pero la verdad es que había olvidado ese
fenómeno. Está en un campo gravitatorio de un cuarto de g, y sin embargo tiene el mismo
aspecto y se mueve igual.
—Y probablemente lo hará así siempre. No ha envejecido un solo día desde que la vi
por primera vez. ¿Recuerdas lo que te dije antes de que la conocieras?
—Dijiste que nadie podía contemplar al Ave Godiva sin darse cuenta de que debajo de
la ropa estaba desnuda. Me reí de ti. Pero tenías razón.
No llamaron a Godiva, sino que la siguieron a la mesa, que se encontraba en la parte
posterior del restaurante, en una sala poco iluminada reservada para aquellos que
querían un servicio discreto sin llamar la atención. Ninguna de las otras mesas estaba
ocupada, y Luther Brachis estaba sentado solo, mirando el menú. Cuando llegaron junto
a él, se levantó de inmediato y saludó a Tatty cordialmente.
Ella no le había visto desde que estuvieron juntos en la Tierra, y se sorprendió por el
cambio operado en él. Todavía seguía en soberbia forma física, pero ahora su cara era
más alegre y animada. Había perdido entre cinco y diez kilos, y sus ojos brillaban de
felicidad.
Brachis saludó con la cabeza a Mondrian y se volvió a mirar a Tatty.
—No sé si debería cenar contigo, aunque el comandante Mondrian lo requirió así
particularmente. Tengo entendido que gracias a ti voy a perder mi servicio de rastreo —se
volvió hacia Godiva—. ¿Qué podemos hacer respecto a eso, querida? El éxito de
Tattiana con Chancellor Dalton me ha hecho perder mi apuesta.
Godiva sonrió, una sonrisa amplia y ensoñadora.
—No podría enfadarme nunca con Tatty o con el comandante Mondnan. Son los que
hicieron posible que te conociera.
Miró amorosamente a Brachis. Su boca era ancha y sus labios carnosos en una cara
que era ligeramente demasiado gruesa, con mejillas rojas. Los ojos, de color azul pálido,
contenían una expresión confiada. Su barbilla era quizá demasiado larga, y su nariz un
poco asimétrica, la frente una pizca demasiado alta. Cualquier análisis de los rasgos
individuales siempre conduciría a algo de belleza pero no excepcional. Sin embargo, el
conjunto era mucho más que la suma de las partes. Godiva, al completo, era
sorprendente. Captaba la atención de tal manera que, inevitablemente, en una habitación
llena de gente siempre era el centro de la atención.
Brachis se encogió de hombros y se volvió hacia Mondrian.
—Ya ves mi problema. Si me enfado con la princesa Tatiana, Godiva lo interpretará
como una falta de cariño hacia ella.
Se echó a reír e hizo un gesto para que todos se sentaran. Mondrian ignoró la
indicación de que se sentara frente a Godiva y lo hizo frente a Brachis. Al hacerlo, pidió
disculpas a Tatty y Godiva.
—¿Os importaría concedernos un par de minutos para que hablemos de asuntos
privados referidos a la seguridad? Os prometo que después no volveremos a hablar de
negocios en toda la noche.
Godiva simplemente sonrió y no dijo nada, pero Tatty se levantó de inmediato.
—Vamos, pajarito. No nos hace falta oír su aburrida charla. Puedes enseñarme este
lugar. No sé dónde estamos.
Lo dijo con tono alegre, pero Brachis frunció el ceño cuando Mondrian se sentó.
—¿Cuál es el juego, Esro? Me dijiste que Tatiana quería cenar con Godiva esta
noche... y que no habría trabajo. Accedí solamente por eso.
—Lo sé —Mondrian se inclinó hacia adelante y habló rápidamente y en susurros—.
Esto es nuevo, es urgente, y podremos solucionarlo en dos minutos si me das una
respuesta directa; ¿has estado recibiendo interferencias por parte de Dougal Macdougal?
Brachis frunció el ceño y su expresión cambió de repente, adquiriendo un matiz
asesino.
—Sí. Interferencia constante. No puedo hacer absolutamente nada sin tener detrás su
nariz. Y es el embajador estelar, así que no le puedo decir que se marche. Ese tipo es un
auténtico sabueso.
—Lo es. Y no hemos llegado todavía a la parte difícil... Espera a que la Anabasis se las
vea con las Criaturas de Morgan.
—Cierto. No podremos solucionar lo de esa Criatura de Travancore a menos que nos
quitemos a Macdougal de en medio.
Mondrian asintió.
—Así que tenemos que hacerlo. No podemos permitirnos que esté detrás vigilándonos.
—Eso es fácil decirlo. —Brachis se mordió los labios y miró escéptico a Mondrian—.
¿Pero cómo hacerlo? Es inmune a las insinuaciones. Tendrías que matarlo para
deshacerte de él.
—Conozco una forma mejor. Dougal Macdougal se mantendría aparte si los otros
embajadores se lo dijeran. Sabes que se arrastra ante ellos.
—Eso es verdad. Pero no creo que ellos vayan a decírselo.
—Puede que sí —Mondrian bajó aún más el tono de su voz—. Puedo hacer que los
Tubo-Rillas sugieran a los Angeles y los Remiendos que nos den independencia absoluta
para dirigir la Anabasis. Pero eso no resultaría a menos que hiciéramos un trato. Un trato
auténtico. No mas sabotajes, no más trucos, no más trampas. —Mondrian sonrió
sombríamente—. Hasta que la Anabasis termine, quiero decir. Naturalmente, después
podremos volver a llevar nuestros negocios como de costumbre.
—¿Sabotajes? —Brachis se echó a reír—. ¿Por mi parte? ¡Ay, eres desconfiado por
naturaleza! —Se reclinó en su asiento, silbó para sí y miró al techo—. Interesante —dijo
por fin, dirigiendo al otro hombre una mirada calculadora—. Es una propuesta interesante.
Espero que no creas que voy a tomar una decisión sin más información ni discutirlo
antes.
—Debemos hacerlo... pero no esta noche. Sólo quería que empezaras a pensarlo.
—Lo has hecho. Daría cualquier cosa por deshacerme de Luther Brachis..., no ha sido
más que una molestia. Pero me has contado solamente la mitad de la historia, ¿verdad?
Ahora dime qué es lo que los Tubo-Rillas piden a cambio. Nadie da nada por nada. Ni
ellos... ni tú.
—Por eso el trato entre nosotros es esencial. Los Tubo-Rillas quieren algo, cierto. Algo
muy explícito. Quieren los planos secretos de la expansión humana más allá del Grupo
Estelar.
—¿Los que? —Brachis dejó escapar un grito de incredulidad—. ¿Planes secretos de
expansión? No hay tal cosa... Todo lo que hemos previsto hacer en el Perímetro está
dicho, y ellos lo tienen.
—Lo sé. Pero los Tubo-Rillas no lo creen. Están convencidos de que tenemos otras
intenciones que no les hemos contado. Tienes que recordar cómo piensan de los
humanos. A sus ojos somos unos locos: agresivos, salvajes y peligrosos.
—No están lejos de la verdad, en cuanto a algunos —Brachis soltó una carcajada—.
Somos bastante peligrosos. ¿Pero cómo vamos a poder darles planes de expansión si no
los tenemos?
—Los hacemos... en secreto, tú y yo. Y dejamos caer unas cuantas palabras aquí y
allá, diciendo que existen. Para empezar, podríamos darlo a entender en la oficina de
Dougal Macdougal. Excepto Lotos Sheldrake, la información se filtra ahí como en un
tamiz. El rumor llegará a los Tubo-Rillas y confirmará sus ideas. Y entonces nosotros les
entregaremos los planes.
—¿Cómo?
—Déjame eso a mí. Tengo un sistema de entrega.
—¿Quieres decir que los Tubo-Rillas ya creen que eres un traidor?
—Ese concepto no existe en su vocabulario. Según su punto de vista, lo que
estaríamos haciendo tú y yo sería dejar que la parte positiva de nuestra naturaleza
triunfase sobre la maldad humana. Parece que no comprenden lo que es hacer trampas.
—Bueno, pues yo sí —Brachis asió el borde de la mesa y se inclinó hacia adelante—.
Y tú también. ¿Cómo sé que esto no es uno de tus juegos, que me tienes preparado para
algo?
—Me doy cuenta de que voy a tener que demostrártelo. —Mondrian se encogió de
hombros—. Y estoy deseando hacerlo —movió ligeramente la cabeza—. Pero lo
discutiremos más tarde. Ahí vienen Tatiana y Godiva.
Las dos mujeres habían aparecido a una docena de mesas de distancia. Un camarero
las precedía, llevando una bandeja cubierta. Se adelantó, la colocó entre Mondrian y
Brachis y se enderezó.
—Con los cumplidos de la casa —dijo haciendo una reverencia—. Disfrútenlo. Volveré
en seguida para anotar su pedido —se marchó rápidamente, inclinando la cabeza
servicialmente al pasar junto a Tatty y Godiva.
—Qué raro —dijo Brachis—. He estado antes aquí una docena de veces y no recuerdo
que sirvieran aperitivos gratis.
Extendió la mano para alzar la tapa. Al hacerlo, el ópalo de fuego del cuello de
Mondrian cambió repentinamente de color y empezó a pulsar con una vivida luz verde.
Un silbido agudo surgió de la gema.
—¡Suelta eso! —Mondrian se puso en pie de un salto, miró a ambos lados y le quitó la
bandeja a Brachis y la arrojó al otro lado de la sala—. ¡Todos al suelo!
Agarró la mesa y la colocó delante para que sirviera de escudo. Brachis se lanzó hacia
Tatty y Godiva, las aferró por el brazo y las derribó al suelo, cubriéndolas con su cuerpo.
Hubo una profunda explosión y un brillante relámpago de luz blanca. La mesa que
Mondrian sostenía voló violentamente hacia atrás, arrojándole sobre Brachis. Una fuerte
detonación repercutió al otro lado de la mesa. Después hubo un silencio total y repentino.
Tatty advirtió que se encontraba tumbada en el suelo y le zumbaban los oídos. Sentía
un dolor agudo que picoteaba todo su brazo izquierdo. Brachis y Mondrian estaban los
dos encima suyo impidiéndole cualquier movimiento. Mientras intentaba salir de debajo,
oyó una maldición y un gruñido de dolor.
—Agghh. Esro, por el amor de Dios, quítame la cabeza de las tripas. ¿Esro? ¡Esro!
El peso sobre ella cambió. Tatty pudo moverse a un lado y finalmente se arrastró hasta
encontrarse libre. Se incorporó, consciente del embotamiento que sentía en la cabeza. La
mesa, patas arriba, mostraba la superficie llena de grietas. El plástico aparecía
resquebrajado, estampado con trocitos de metralla. A su izquierda, la pared mostraba las
mismas señales de impacto. Godiva permanecía en pie al otro lado de la mesa. Parecía
conmocionada, pero ilesa.
—Ayúdame —dijo Tatty.
Le hizo un gesto a Godiva para que le ayudara a quitar la mesa de encima de los dos
hombres. Mondrian estaba inconsciente. Tatty se arrodilló y le miró primero la cara y
después le tomó el pulso. Éste era lento y estable. Se dio cuenta, de manera casi
abstracta, que su propio brazo izquierdo estaba herido y sangraba, marcado por docenas
de fragmentos de metal.
Luther Brachis se puso en pie y se llevó las manos a la cabeza y miró alrededor. Su
hombro izquierdo estaba salpicado de esquirlas de metal. El personal del restaurante
había llegado corriendo y ahora les miraba, impotente.
—Hace falta atención médica —rugió Brachis—. ¿Han mandado llamar a alguno?
Uno de los camareros asintió.
—Muy bien —Brachis se acercó a Mondrian—. Llévenlo fuera, vivirá, pero tenemos
que llevarlo a un hospital... rápido. Después... —de repente tembló, y puso sus brazos
alrededor de Godiva. Su voz se convirtió en un susurro—. Después atraparé al hijo de
puta que ha hecho esto.
Volvió a sacudir la cabeza, se miró el hombro, se tambaleó y empezó a caer. Tatty y
Godiva corrieron hacia él y le depositaron con suavidad en el suelo. Sus manos se
mancharon con la sangre fresca.
Tatty se las limpió, sin darse cuenta, en su vestido blanco. Mientras lo hacía, pensó en
Chan Dalton. ¿Dónde estaba, qué había estado haciendo? Aquella foto de Mondrian, allá
en Horus... había sido la espuela que había acicateado a Chan hacia la inteligencia. ¿Era
éste el resultado?
No. ¡Por favor, Dios, no!
Pero Tatty estaba segura de que tenía razón. Ella había causado esta carnicería. Se
arrodilló, rodeó a Esro Mondrian entre sus brazos y escondió la cabeza contra su túnica.
Había habido un terrible periodo en que todo el mundo se había precipitado sobre él.
Había creado náusea, dolor, y una desorientación total. En ese tiempo, Chan habría dicho
que nada podría ser peor que aquellos últimos minutos en el Estimulador Tolkov, y fue en
ese momento cuando su inocencia murió.
Pero hay grados de tortura, refinamiento de dolor más allá de lo sencillo o lo inmediato.
Un animal más complejo admite agonías más sutiles.
Éstas fueron viniendo más tarde, y de modo más gradual.
Chan no podía describir fácilmente sus sufrimientos con palabras. Sentía como si el
nivel de iluminación del mundo que le rodeaba hubiera ido incrementándose lentamente,
hora tras hora y día tras día. Cuando la luz había sido muy débil, allá en los días felices
en la Tierra, no había visto casi nada del mundo. El Estimulador Tolkov había producido
el primer flujo de luz. Y después el nivel de iluminación se había ido elevando, poco a
poco, y los detalles se habían añadido de forma gradual... hasta llegar al punto de la
incomodidad, y superarlo.
Ocasionalmente, un simple suceso producía una descarga, un cambio apreciable en el
resplandor que le rodeaba. La visión de Esro Mondrian, ese día por la mañana, había
hecho eso, justamente. Le trajo un torrente de nuevas sensaciones. Conocía a
Mondrian... pero ¿cómo, y de dónde?
Chan caviló sobre esta pregunta mucho tiempo. Los rasgos aristocráticos y cansinos
de Mondrian le eran familiares, más que su propia cara. Pero no podía decir por qué. El
recuerdo estaba en su cerebro, y no tenía acceso a él. Pensar en eso hacía que su mente
se encontrara en un bucle sin salida.
Por fin, Chan había deambulado desconsoladamente por el apartamento de Tatty. No
tenía ninguna razón particular para ir allí, ninguna meta precisa en mente. Pero tal vez
ella pudiera ayudarle, o al menos reconfortarle.
La había encontrado fría, remota y antipática. Ella hacía su propio viaje mental, y no
admitía compañía. Cuando se metió en su dormitorio, él se quedó en su apartamento.
Debería haberse marchado, pero sabía que no tenía ningún lugar al que ir. Por fin ella
salió, vestida para su cita. Y fue entonces, al mirar por encima del hombro su reflejo en el
espejo, cuando Chan se quedó desorientado y abatido. Por primera vez en su vida
experimentó una sensación completa de autoconsciencia. Esa figura alta y rubia que le
miraba desde el espejo con aquellos brillantes ojos azules... era él, Chancellor
Vercingetorix Dalton, la suma única de pensamientos, emociones y memorias, en su
marco familiar. Ahí estaba. Allí estaba su propia identidad.
Chan sintió ganas de gritar. En lugar de hacerlo, se marchó del apartamento;
rápidamente, para que así la oportunidad de explorar el flujo de los pensamientos no se
perdiera o se deformara si hablaba con otras personas. En el corredor, vio que Esro
Mondrian se aproximaba. Eso simplemente se sumó a su tormenta interna de
sentimientos.
Chan no quería hablar. Se escondió hasta que Mondrian pasó. Vigiló desde las
sombras siguiendo a la pareja. No tenía más objetivo que una urgencia inarticulada por
mantener a Mondrian a la vista.
En el restaurante, el camarero se interpuso amablemente en su camino. ¿Tenía
reserva? Si no, ¿cuántos iban a cenar? Chan sacudió la cabeza sin hablar y se retiró,
confundido. Erró por el corredor. La cabeza le ardía. Cambió de rumbo al azar en cada
intersección y se dirigió arriba, abajo, al este, al oeste, al norte, al sur, por los convulsos
interiores de Ceres. Por fin descubrió que había llegado a las cámaras de superficie, y
vio, a través de las grandes mamparas transparentes, el enjambre de naves, grúas, torres
de control y antenas que cubrían la periferia del planetoide. La superficie era un hervidero
de actividad las veinticuatro horas del día.
Más allá de la superficie se extendían las silenciosas estrellas, Chan se sentó a
mirarlas y meditar.
¿Qué era él? Hace un mes, un retrasado. Un marginado con el cerebro de un niño y el
cuerpo de un hombre adulto. Sólo unos pocos días antes le había preguntado más
detalles a Kubo Flammarion; antes de la estimulación, su cerebro no se había
desarrollado. Comprendía eso, pero ¿por qué no lo había hecho? ¿La causa era química,
fisiológica, psicológica, o qué era?
Flammarion simplemente había sacudido la cabeza. No conocían las respuestas. Chan
había poseído siempre lo que parecía ser un cerebro perfectamente normal; y ahora
después del tratamiento, tenía... un cerebro superior a lo normal, según todos los tests
recientes.
Kubo Flammarion pareció contentarse con esa respuesta. No se daba cuenta de lo
insuficiente que era para Chan. Si nadie podía explicar la fuente de la anormalidad, ¿qué
seguridad había de que no fuera a sufrir una regresión? ¿Y en cuántas otras formas,
menos fáciles de medir, podría ser anormal? ¿Cómo podría saber que lo era? Tal vez aún
fuese un marginado total, un poco más inteligente.
Sin darse cuenta, Chan exploraba su propia cordura y su normalidad. El proceso era
natural para la madurez humana, pero Chan lo hacía a una escala acelerada, intentando
conseguir en semanas los ajustes que normalmente llevarían años. No tenía tiempo de
examinar en las bibliotecas, de asimilar en millones de páginas y cinco mil años de
experiencia humana común la reafirmación que necesitaba.
Chan contempló las estrellas, reflexionó, y no pudo encontrar respuestas aceptables.
Se sintió confuso, sobrepasado por la inseguridad, el dolor y la pena.
La manera más fácil de evitar el dolor era alejarse de él, esconderse en el sueño y la
inconsciencia. Miró el paisaje estrellado que se extendía ante sus ojos. Se sentía
agotado. Y después de unos minutos, sus ojos se cerraron.
Siete horas más tarde se despertó en su apartamento, exhausto y con la cabeza vacía.
No pudo decir dónde había estado ni lo que había hecho. Su último recuerdo era de él y
Tatty, cuando contemplaron el reflejo de su traje de noche en el espejo. Siete horas de su
vida habían desaparecido.
Chan no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Cuando Tatty regresó, llevando el
mismo vestido blanco, ahora salpicado con la sangre de Luther Brachis, Chan seguía aún
allí. La miró y la escuchó con horror. Estaba preparado para creer las peores
preocupaciones y suspicacias de Tatty.
Como había temido, era un monstruo. Antes de que ella terminara de hablar, Chan ya
había decidido lo que debía hacer.
15 - HUIDA A BARJÁN
—¿Quién se atrevió a dar esa orden? —la voz de Mondrian era baja en volumen, pero
estaba llena de autoridad—. ¿Fue lo bastante loco para hacerlo, sin darse cuenta de las
consecuencias?
El técnico se apartó de la cabecera de la cama y miró suplicante a Tatty Snipes. Ella
dio un paso adelante.
—Fui yo —dijo—. Esta gente solamente seguía mis órdenes.
Mondrian pareció sorprendido.
—¿Tú? No tienes autoridad aquí. ¿Cómo va a tener peso tu palabra?
—Muy sencillo. Di las instrucciones por escrito y usé el sello de tu oficina —se sentó al
borde de la cama—. Si esperas que diga que lo siento, no lo haré. Te enviaré a que te
examinen la cabeza otra vez por rayos X.
El técnico médico la miró horrorizado, y luego alzó la mirada hacia el techo como si
esperara que de allí cayera un rayo.
—No te enojes, y no seas loco, Esro —continuó tranquilamente Tatty—. La opinión de
los médicos fue unánime; tus posibilidades de recuperarte por completo aumentarían si
permanecías bajo sedación total durante una semana. La semana se ha cumplido. Y te
estás poniendo bien.
Mondrian sacudió la cabeza y rechinó los dientes por el dolor que esto le produjo.
—¡Una semana! Me tienes inconsciente durante toda una semana y actúas como si no
fuera importante. Dios, Tatty, en una semana todo el sistema podría irse al infierno.
—Podría, pero no lo ha hecho. Luther Brachis se ha encargado de todo en tu ausencia.
—¡Brachis! ¿Y eso se supone que tiene que contribuir a tranquilizarme? —Mondrian se
esforzó por sentarse en la cama—. ¿Ha tenido las manos libres para hacer lo que le
apeteciera con mi personal y mis operaciones, y tú le animaste a hacerlo?
—Sabía que te preocuparías. Me dijo que te diera un mensaje. Acepta el trato del que
hablasteis antes del atentado, y tratará de acercarse al embajador Macdougal, como
sugeriste. Su preocupación principal era si recordarías vuestra conversación. Los
doctores advirtieron sobre el peligro de amnesia.
—Lo recuerdo todo —Mondrian se llevó la mano izquierda a la frente, que todavía
estaba cubierta con piel sintética—. ¿Cómo escapó sin heridas? Sé que os estaba
protegiendo con el cuerpo a ti y a Godiva.
—También resultó herido, pero se le pudo tratar con anestesia local. De hecho, rehusó
todos los sedantes. Debe estar hecho de hierro.
—Lo está. De hierro y de hielo. Excepto en lo relativo a Godiva. Está absorbido por
ella. ¿Cómo se encuentra, por cierto?
—Tan tranquila como siempre. No sé cómo escapó, pero no se hizo ni un rasguño. Ya
conoces al Ave Godiva; revolotea y no parece que nada la afecte.
Mondrian se recostó en la almohada.
—¿Notaste algún cambio en ella... antes de la explosión?
—¿Antes de la explosión? —Tatty frunció el ceño, perpleja.
—Sí. La conociste en la Tierra. Y dijiste que te sorprendió mucho cuando vino aquí con
Luther Brachis. Así que me pregunté, cuando estabas con ella antes de la cena y yo
charlaba con Brachis, si parecía... bueno, muy distinta.
Tatty reflexionó un momento, mientras Mondrian se recostaba y la miraba con los ojos
medio cerrados.
—Creo que entiendo lo que quieres decir. Parece la misma, y actúa casi igual que
siempre. Pero, ahora que lo mencionas, hay una diferencia. Cada vez que me encontraba
con ella en la Tierra, era muy consciente del dinero. No quiero decir que fuera avara, pero
hablaba mucho sobre su necesidad de ganar más. Siempre tuve la sensación de que
debía de estar gastando una fortuna en alguna parte. Era la conesana más reputada del
planeta, y sin embargo vivía sin lujos; comida simple, ropa simple. No había manera de
que gastara más de lo que ganaba, pero siempre quería más. Ahora parece que nunca
piensa en el dinero. Eso es un cambio. ¿Te refieres a eso?
—No estoy seguro. Pero es algo en lo que pensar.
Según Luther Brachis, Godiva no tenía un céntimo cuando la trajo aquí, ni dinero, ni
más posesiones que su ropa. —Mondrian permaneció pensativo un momento y entonces
se volvió hacia el técnico médico, que había estado escuchando interesado—. ¿Cuándo
podré salir de aquí?
—Dentro de dos días. Y las visitas serán limitadas a una hora diaria.
—No. —Mondrian apartó las mantas y empezó a levantarse de la cama—. Esa
respuesta es inaceptable. Tengo trabajo que hacer. Tráigame mi uniforme... de inmediato.
El técnico miró angustiado a Tatty, no encontró refuerzos en ella y negó con la cabeza
débilmente. —Lo siento, señor. Carezco de autoridad para eso.
—Entonces vaya y encuentre a alguien que la tenga. El técnico se marchó y se volvió
para echar una mirada nerviosa desde la puerta. Mondrian se dirigió a Tatty.
—Supongo que ahora voy a tener que pelearme también contigo.
—En absoluto —sonrió Tatty fríamente—. Ya estás lo bastante recuperado para tomar
las decisiones por ti mismo, Esro. Puedes irte al diablo si así quieres. Vine a decirte que
me marcho de Ceres, y que ya tengo el permiso de salida.
—¿Adonde vas?
—De vuelta a casa. A la Tierra. Ya he tenido bastante de Horus y Ceres —se levantó—
. Supongo que debería darte las gracias por haberme salvado la vida, pero quizás no sea
lo apropiado. Fue culpa mía. Ésa es la otra razón por la que vine, para decirte que soy
responsable de que intentaran asesinarte.
Mondrian se rió con aspereza.
—Si te vas a la Tierra, iré contigo. Tengo que hacer una visita en cuanto me dejen salir
de aquí. Lo demás que dices son tonterías. No causaste el atentado, y no sé por qué
piensas que lo hiciste. También resultaste herida, mira tu brazo.
—No puse la bomba, pero hice que la pusieran.
Mondrian extendió la mano para agarrar a Tatty y hacer que volviera a sentarse junto a
la cama. Su presa fue mucho más fuerte de lo que ella había esperado. Tal vez podría
marcharse inmediatamente.
—No puedes hacer una afirmación como ésa y no decir nada más. ¿Quién intentó
matarnos?
—Chan Dalton. No intentaba matarnos..., iba a por ti. Dio la casualidad de que los
demás estábamos allí.
—Tatty, estás delirando. ¿A dónde quieres llegar?
Tatty dudó y trató de disimular. Por fin, bajo presión, le contó a Mondrian toda la
historia: los largos días en Horus, su creciente desesperación respecto a los progresos de
Chan, su soledad, su ira contra Mondrian... y la utilización final de su retrato como objeto
para que Chan lo odiase.
El escuchó, atento y comprensivo, y cuando terminó se recostó de nuevo en la
almohada y sacudió la cabeza.
—No puedo probar que estés equivocada, pero miremos primero los hechos seguros.
Primero, Chan debe haber sobornado al camarero. ¿Qué es lo que dice éste?
—No era un camarero de verdad. Desapareció después del atentado.
—Bueno, tal vez no fuera un camarero, pero ciertamente no era Chan Dalton. ¿Sabía
Chan de antemano adonde íbamos a cenar?
—Dice que no..., simplemente nos siguió hasta allí.
—Muy bien. Entonces ¿cómo pudo conseguir que alguien preparara una bomba en
ese momento? Eso requeriría una cuidadosa preparación y un plan previo. ¿Dónde
podría encontrar Chan una bomba? Ha llegado a Ceres hace poco, y no tiene contactos
en ninguna parte. Recuerda que Chan puede parecer que tiene veinte años, y Kubo dice
que aprende las cosas rapidísimamente, pero en términos de contacto adulto con el
mundo sólo tiene un par de meses de edad. Y ése es el punto más concluyente: Chan es
un recién llegado aquí. Por más inteligente que sea ahora, no pudo obtener los materiales
y el conocimiento necesarios en tan poco tiempo. Si no recuerda lo que estaba haciendo
cuando sucedió el atentado, lo acepto. Pero la amnesia no es un crimen, y no creo que
tenga nada que ver con la explosión. —Mondrian suspiró y se tocó suavemente la frente
con la punta de los dedos—. Tráemelo. Déjame que hable con él diez minutos y te
garantizo que probaré que no tiene nada que ver con el atentado. Lo probaré para tu
satisfacción tanto como para la mía. ¿De acuerdo?
—No puedo traértelo —Tatty parecía agobiada. Su voz era seca y hosca—. Ya no está
aquí. Esro, ¿sabes lo que hice? Chan nos siguió hasta el restaurante, entonces dice que
tuvo una especie de apagón mental y no sabe lo que sucedió. Le dije que había causado
el atentado, y que casi nos mató. Él se horrorizó, pero me creyó. No sabía qué hacer. Así
que le ayudé..., le ayudé a escapar.
—¿De Ceres? Qué tontería. No podría hacerlo, necesitaría un permiso de
desplazamiento.
—Esro, no comprendes. Ya lo tiene.
—¿Entonces quién fue el loco que le proporcionó uno? Le sacaré la piel a tiras.
—Tú lo hiciste. Recuerda que lo preparaste con antelación para que pudiera estar listo
cuanto antes a fin de pasar al tratamiento con el equipo perseguidor. Le pedí a Kubo
Flammarion que le hiciera el resto de los tests preliminares a la mayor brevedad posible,
y Chan los aprobó fácilmente. Así que podía pasar a la siguiente fase, el entrenamiento
con los alienígenas. Ahora no está en Ceres, sino en Barján. Entrenándose.
Lo que Tatty decía era casi correcto. Chan estaba entrenándose para formar parte del
grupo perseguidor, pero no estaba en Barján en ese momento, sino a cuatro mil metros
sobre la superficie del planeta en un aero-coche de seguridad, recibiendo su última
lección sobre su manejo.
—Recuerda ahora —dijo la piloto alegremente—. Después de que me sueltes, estarás
solo. Ninguna recogida, ninguna entrega. No nos envíes ningún mensaje hasta que hayas
destruido a la Criatura Simulacro... o te rindas.
Se rió, como si su última sugerencia estuviera fuera de toda duda. La mujer era
pequeña y regordeta, con ojos marrones de aspecto soñoliento. Cuando ella pilotaba, la
nave parecía deslizarse sin problemas a través de los vientos cambiantes de Barján. Sólo
cuando le dieron la oportunidad de tomar los controles, descubrió Chan que las corrientes
de aire eran fuertes e impredecibles. Mantener el nivel del vuelo requería atención
constante, y aterrizar y despegar en el planeta desértico era siempre peligroso.
Chan empezó a descender. A mil metros de altura comenzó a describir círculos,
buscando el lugar de aterrizaje. Las sacudidas eran más fuertes y mantener la altitud
constante requirió todos sus esfuerzos.
—¿Lo ha hecho alguien? —preguntó—. ¿Renunciar a destruir la Criatura Simulacro y
pedir que lo devolvieran al punto de partida?
—No exactamente en la forma que estás pensando.
La piloto se rió tranquila, pero no perdía detalle. Sus manos no se alejaban más que
unos milímetros del duplicado de los mandos. Chan agradecía que no los hubiera tocado
mientras él pilotaba el aparato.
—Seréis el quinto grupo de entrenamiento aquí —continuó—. Y hasta ahora ya se ha
graduado uno.
—¿Qué les pasó a los otros?
—Bueno, el primer grupo fue pan comido. Los dejé a los cuatro en el campamento.
Uno cada vez: Humano, Remiendo, Ángel y Tubo-Rilla. Los cuatro descubrieron que
podían trabajar bien juntos. Organizaron la búsqueda del Simulacro, lo encontraron en
tres días y lo destruyeron. Fin de la historia. Sin problemas. Los enviamos de nuevo a
Dembricot para sus preparativos finales; ahora deben de estar en Travancore,
enfrentándose a la criatura real.
—¿Ése era el equipo de Leah Rainbow? —preguntó Chan ansiosamente.
Había localizado el área de aterrizaje e iniciaba la maniobra de aproximación.
—Claro. ¿La conoces? Chica lista. El primer grupo lo hizo tan bien que pensamos que
todos los demás lo harían igual. Nos equivocamos de medio a medio. Llegó el segundo
equipo. Una semana después, el Tubo-Rilla pidió que lo dieran de baja. Sin
explicaciones. Ese equipo todavía está a la espera de otro Tubo-Rilla que ocupe la plaza
del primero. El Equipo Tres... Tu alineamiento está bien, pero aterrizaríamos mejor si
redujeras la velocidad. Eso es. Aguanta ahí. ¿Dónde estaba? El Equipo Tres. Bueno.
Llegó, se llevaron bien entre sí, buscaron su Simulacro y lo encontraron. Pero los atrapó.
—¿Los mató?
—Demonios, no —la piloto se inclinó hacia atrás y cerró los ojos en cuanto la nave
tocó el suelo, ligera como una pluma—. Los Simulis no matarían a ningún equipo, están
diseñados para no hacerlo. Pero sí dan quebraderos de cabeza. Este, en concreto, se lo
puso tan difícil que se separaron. Los recogí y todos se fueron a casa. Así que en ésas
estamos, uno de tres. —Miró por la ventanilla y asintió con aprobación. Se habían posado
en el centro exacto del círculo de aterrizaje—. Supongo que lo conseguiréis. El Equipo
Cuatro fue el peor de todos. Se organizaron, buscaron el Simuli, lo encontraron y
estuvieron a punto de mandarlo al diablo hecho pedazos. Y entonces la Tubo-Rilla no
pudo soportarlo. Ni aunque fuera solamente un Artefacto Simulado. Y el humano del
grupo —un tipo grande y rubio que no haría daño a una mosca— se volvió loco y quiso
coserla a tiros. Lo habría hecho si el Remiendo no se hubiera metido de por medio. Pero
eso convenció a todo el Grupo Estelar, una vez más, de que los humanos somos unos
locos asesinos. Y si piensas que eso no causó un incidente interestelar, hizo la vida aquí
más dura...
Se encogió de hombros y abrió la portezuela de la nave. Una ola de calor seco, como
el aliento de un dragón, entró en la cabina.
—Eso es todo por mi parte. La nave es tuya ahora, hasta que encuentres al Simuli.
Buena suerte.
Chan la llamó.
—Has visto a todos los otros grupos. ¿Cuál crees que es la posibilidad de éste?
La piloto se detuvo a punto de cerrar la puerta.
—Bueno, si crees que es un proceso aleatorio, la historia pasada dice que tus
apuestas están una a cuatro. Pero quizá no sea tan aleatoria. Déjame hacerte una
pregunta. Te he examinado a fondo esta última semana. No te va este trabajo. Con tu
cara y tu cuerpo, eres un entretenimiento natural, público o privado. Cinco mil millones de
mujeres querrían un trozo de ti. ¿Cómo es que te encuentras en un equipo perseguidor,
justo en el culo del universo?
Chan dudó. Se preguntó si Leah le habría hablado de él y si lo que pretendía era
recabar más detalles. Las oleadas de calor seco que entraban por la puerta abierta
producían goterones de sudor en su cara y cuello, que se secaban en cuanto aparecían,
pero la piloto parecía inmune a las condiciones exteriores. Esperaba su respuesta, y en
su cara no había ninguna huella.
—Nací en la Tierra —dijo por fin—. Era un común, bajo contrato. Esto me permitió salir
de allí. Y cuando se acabe podré hacer lo que quiera.
La piloto asintió.
—Ah. He oído hablar de la Tierra. Tal vez después de eso Barján no te parezca el culo
del universo. Sé que Leah Rainbow parecía bastante contenta de estar aquí. ¿Te
reclutaron de la misma manera que a ella?
—Sí. El comandante Mondrian nos escogió a los dos.
—Bien. Contestaré tu pregunta. Aumentaré vuestras probabilidades al cincuenta por
ciento. Mondrian es tan duro como un Remiendo y tan frío como un Ángel, pero es listo el
hijo de perra. Y no escoge perdedores —cerró la puerta y le sonrió a través de la
ventanilla—. Normalmente. Pero hay excepciones para todo. Buena suerte de nuevo.
Le saludó con la mano y se dirigió a los edificios de servicio. Chan permaneció quieto
en la nave, inspeccionando el paisaje alrededor. Estaban en las regiones polares de
Barján, donde el invierno permitía sobrevivir a los humanos sin que hiciera falta un traje,
excepto a medio día. La vegetación era de raíces profundas, con follaje verdiazulado.
Crecía hacia arriba unos cincuenta metros o más en el mismo polo, dada la baja
gravedad de Barján; aquí se mantenía pegada al suelo, enroscada para conservar la
humedad. El suelo era seco, oscuro, basáltico y ondulante. Los vientos de la superficie
levantaban la capa superior de polvo y la hacían formar montañas retorcidas de gris
oscuro. Cerca del ecuador esa capa de arena tenía cientos de metros de profundidad, y
los vientos la convertían en dunas barjanas que daban al planeta su nombre. Los soles
gemelos de Eta Cassiopea se asomaban cerca del horizonte e iluminaban la escena con
luz anaranjada. Y este paisaje reseco, según los informes, era la parte más atractiva del
planeta.
Chan se preguntó dónde estaría escondido el Simulacro. Según esos mismos
informes, podía sobrevivir en cualquier parte de Barján, incluso en las regiones
ecuatoriales, donde sólo existían microorganismos.
Los tres edificios de servicio se encontraban a un kilómetro de donde había aterrizado
la nave. Mientras miraba, Chan vio surgir un velo de color púrpura oscuro de uno de ellos.
Cuando estaba a menos de cien metros de distancia, Chan volvió a abrir la puerta. Ya
podían distinguirse los componentes individuales de la nube. Eran criaturas aladas de
color negro-purpúreo, cada una de ellas del tamaño de un colibrí. Treinta segundos más
tarde, habían entrado en la nave y se movían por toda la parte trasera de la cabina.
Chan cerró la portezuela y se volvió para mirar. Aunque lo había visto en algunos
informes, ésta era la primera vez que asistía a la formación de un Compuesto Remiendo.
Empezó con un componente —aparentemente arbitrario—, que revoloteó en el aire,
con el cuerpo en vertical. El anillo de ojos verdes miró alrededor, como para calibrar la
situación, mientras las alas se agitaban demasiado rápidas para que pudieran verse. Un
momento después, otro componente voló para unirse a la cabeza, y un tercero lo hizo
debajo. Entonces, antenas como látigos se conectaron entre sí. Un cuarto y un quinto
elemento volaron hasta el núcleo del grupo.
Después, la suma fue demasiado rápida para que Chan pudiera ver las acciones
individuales. A medida que se sumaban nuevos componentes, el Compuesto se ampliaba
hacia afuera y hacia abajo para entrar en contacto con el suelo de la cabina. En menos
de un minuto el cuerpo principal quedó completo. Para sorpresa de Chan —esto era algo
que no había aparecido en sus informes—, la mayoría de los componentes individuales
seguían sin unirse. De todos los que habían entrado en la cabina, tal vez una quinta pane
se había reunido para formar una masa compacta sólida; el resto revoloteaba por el suelo
de la cabina y se colgaba de las paredes usando las pequeñas garras situadas ante sus
pequeñas alas como de cuero.
La masa del Compuesto Remiendo tenía una apertura como un embudo en su
extremidad superior. De ahí surgió un soplido experimental.
—Ohhh-ahhh-gggg. Hhoo-eehhh-ooo —dijo. Y añadió, en una extraña variedad del
Solar—: Hoo-lee-a. Ho-la.
Kubo Flammarion había advertido a Chan.
—Imagina —había dicho—, que alguien te desmontara cada noche y te volviera a unir
por la mañana. ¿No crees que te costaría un poco volver a actuar? Bueno, pues eso les
pasa a los Remiendos.
Chan encontró difícil imaginarlo, pero sospechaba que Kubo, alcohólico antiguo y
reciente adicto a la paradoja, conocía bastante bien la típica sensación de la mañana
siguiente.
—Hola —respondió al saludo del Remiendo, y esperó.
—Soo-mm-os —hubo una pausa sustancial—. Somos Shikari.
—Hola, Shikari. Llámame Chan.
—Shikari es una antigua palabra terrestre —dijo el Remiendo después de una larga
pausa—. Significa Cazador. Pensamos que sería adecuado y tal vez divertido.
—Lo siento. No lo sabía.
Hubo otra pausa.
—Ahhh. También sugerimos que podríamos llamarnos Shakespeare, ese "hombre de
mente compleja", y también pensamos sería divertido. Pero no estamos seguros de que
te encontraras a gusto con él. —El embudo zumbó—. Estamos haciendo un chiste —
explicó.
Chan se preguntó si el Remiendo podría verlo. Los componentes individuales tenían
muchos miles de ojos, pero ¿podía usarlos el Compuesto? Señaló a los miles de
componentes que había esparcidos por la cabina sin unirse al cuerpo principal.
—¿Todos sois Shikari? ¿O sólo los que estáis conectados?
Hubo otra breve pausa.
—No estamos seguros de poder contestar esa pregunta. Todos en el futuro seremos
Shikari, y todos en el presente podemos ser Shikari. Pero ahora no todos somos Shikari.
—¿Por qué no? ¿No pensáis mejor cuando estáis todos conectados?
El Remiendo había aceptado una forma vagamente humana con cabeza, brazos y
piernas. Pero cuando se movió lo hizo como conjunto, moviendo miles de componentes.
—Chan, haces muchas preguntas en una. Escucha atentamente. Si lo deseamos,
todos podemos unirnos a la vez.
—Entonces ¿por qué no lo hacéis? ¿No tendríais así mayor poder cerebral?
—Sí... y no. Si lo hacemos, tendremos más material pensante... lo que tú puedes
llamar poder cerebral. Pero también somos menos eficientes. Somos más lentos.
Tenemos mucho más tiempo de integración... Para pensar, para llegar a una decisión.
Ese tiempo crece... exponencialmente... con el número de componentes. Cuando hay
mucho tiempo disponible, podemos considerar tener más unidades y pueden unirse más
para formar un cuerpo, pero entonces el tiempo de integración se hace largo... tan largo
que los componentes individuales empiezan a sentir hambre. Debemos marcharnos para
encontrar comida... o morir. La que ahora ves es la forma más efectiva, nuestro
compromiso preferido entre la velocidad del pensamiento y la profundidad del
pensamiento. Los componentes libres que ves aquí comerán, descansarán y se
aparearán. Cuando llegue el momento, nos intercambiaremos: los nosotros-descansados
tomarán el lugar de los nosotros-cansados.
—Pero... —empezó a decir Chan.
Entonces advirtió que se hacía tarde para despegar. Tenía docenas de preguntas más:
¿Cómo decidía un Compuesto cuándo y cómo formarse? ¿Adoptaba una forma humana
para que se encontrara cómodo? ¿Qué inteligencia tenían los componentes individuales?
(Tenía la sensación de que esa pregunta había sido contestada en sus primeros días en
Horus, pero había sucedido antes de que el Estimulador Tolkov hubiera obrado el
milagro.) ¿Cómo sabía un componente que el Compuesto Remiendo lo necesitaba? Y lo
más importante de todo: si un Remiendo variaba su composición constantemente, ¿cómo
podía haber una consciencia única y una personalidad específica? Ciertamente Shikari no
sólo parecía tener personalidad, sino también sentido del humor.
Chan hizo un gran esfuerzo y se concentró de nuevo en los mandos de la nave. Todas
sus preguntas tendrían que esperar hasta que se reunieron con los otros miembros del
equipo. Y si lo que había oído de los Tubo-Rillas y los Angeles era correcto, ¡entonces
tendría todavía más preguntas que hacer!
Se preparó para despegar y se volvió hacia el Remiendo.
—Shikari, estamos listos para partir. Si quieres echar un vistazo al paisaje, puedes
venir a sentarte —¿os sentáis?— junto a mí. Y así podremos empezar a conocernos
mejor.
—Sí —dijo el Remiendo—. Eso está muy bien. Tenemos innumerables preguntas
sobre ti, que quisiéramos hacerte en cuanto tengamos oportunidad.
16 - SKRYNOL Y MONDRIAN
17 - MUERTE EN ADESTIS
La habitación había sido acondicionada como instalación de reuniones y estación de
combate, con mesa de conferencias, equipo de proyecciones, terminales y mapas. El
campo de batalla de Adestis estaba al fondo, y en lo alto se encontraba la galería de los
espectadores. Había veinticinco hombres y mujeres sentados en los pupitres colocados a
lo largo de la habitación. Delante de ellos, vestido con un ajustado uniforme negro que
recordaba el atuendo formal de comandante de la Fuerza de Segundad, estaba Dougal
Macdougal. Su expresión era completamente seria mientras presentaba una secuencia
de gráficos. Luther Brachis nunca había visto al embajador tan profundamente interesado.
—Éste es el enemigo —dijo Macdougal—. En caso de que alguno de ustedes se sienta
inclinado a subestimarlo, déjenme recordarles que hasta ahora nunca ha tenido éxito un
ataque de este tipo sin utilizar una fuerza de choque de más de cuarenta miembros; e
incluso en esos casos, hubo una pérdida substancial de simulacros y varias muertes
humanas.
La imagen tridimensional mostró un pozo oscuro que descendía hasta un suelo negro
de tipo fibroso. En lo alto del sistema, en grandes letras centelleantes, apareció una
señal: "ADESTIS, USTED ESTÁ AQUÍ."
Luther Brachis se había sentado entre la audiencia. Había hablado en privado con
Dougal Macdougal, dándole a entender la preocupación Tubo-Rilla sobre los planes de
expansión humana. Y ahora estaba atrapado. No podía marcharse sin pasar antes por
todo el ejercicio de Adestis. Observaba de cerca al embajador Macdougal, irritado y
escéptico. Una mañana en Adestis no era su idea sobre pasar un buen rato, pero Lotos
Sheldrake había sido muy explícita.
—Si quieres tener una charla informal con el embajador antes de dos semanas —le
había dicho—, ésta no sólo es tu mejor oportunidad, sino la única. Estará parte del tiempo
en Titán, con una nueva planta industrial, y el resto lo pasará en la colonia Procyon. Tiene
que ser en Adestis y mañana, o nunca. Tómalo o déjalo.
Luther Brachis lo había tomado, aunque de mala gana. Cuando empezó la reunión, le
resultó divertido ver que Macdougal llevaba las cosas completamente en serio, como si
fuera una operación militar. Después de un rato, Dougal Macdougal les mostró cuál iba a
ser su adversario del día. Y fue a partir de entonces cuando Brachis olvidó su
aburrimiento y se convirtió en el miembro más atento de la audiencia.
—Recuerden la escala —decía Macdougal. Movió el puntero de un lado de la pantalla
al otro—. Esta distancia es aproximadamente de tres centímetros y medio. Su simulacro
tendrá medio centímetro de altura. Como ven, la presa mide poco más de un centímetro y
medio, y las patas extendidas puede que doblen esa longitud. Es un espécimen adulto de
la familia de las Ctenizidae, suborden Mygalomorphae, orden Araneae, clase Arachnida:
en resumen, una araña hembra, una de las criaturas más mortíferas de la Tierra. No les
temerá a ustedes, pero será mejor que la teman a ella. Déjenme mostrarles alguno de los
puntos peligrosos.
La pantalla mostró una forma de color pardo oscuro agazapada de modo amenazante
en el fondo del pozo. El cuerpo estaba dividido en dos secciones principales, unidas entre
sí por un estrecho puente. Ocho patas velludas surgían de la parte delantera del cuerpo,
y cerca de la boca había otros dos pares de apéndices más cortos. Ocho ojos se
distribuían a lo largo de la oscura parte posterior de la cabeza.
Dougal Macdougal señaló la sección delantera.
—Aquí es donde hay que herirla, en el cefalotórax. La mayor parte del sistema
nervioso está aquí, así que éste es el mejor lugar al que disparar. Es también el más
peligroso, porque también se encuentran aquí las mandíbulas y las glándulas venenosas.
No olviden que su simulacro estará completamente indefenso si hay una inyección de
veneno, aunque sea pequeña. Así que vigilen esos dientes, y apártense de ellos —señaló
la parte posterior—. Éste es el pedicelo, donde el cefalotórax se une al abdomen. Si
pueden golpear aquí, háganlo. El cuerpo es muy estrecho en este punto, y puede que
consigan partirlo en dos pedazos. Pero tendrán que ser muy precisos, y el exoesqueleto
es duro como el acero. ¿Qué más? Bien, pueden ver cómo son las patas. Cuatro pares,
cada una de ellas de siete segmentos. Un impacto donde la pata se une al cefalotórax
puede que cause daño, pero por otra parte, olvídenlo. Los espiráculos respiratorios y las
aberturas pulmonares están en el abdomen, en el segundo y tercer segmento. Dos pares
de pulmones, pero pueden olvidarlos. Aunque los alcancen, la araña podrá seguir
respirando a través de sus tubos traqueales. El corazón está en el abdomen, aquí. ¿Ven
las cuatro glándulas sericígenas, en el cuarto y quinto segmento del abdomen? No les
quiten ojo de encima. Nunca se librarán de la seda una vez que se vean atrapados en
ella... y se seca instantáneamente, en cuanto entra en contacto con el aire. La araña
puede rociarles con la tela, así que no estarán a salvo a menos que se mantengan lejos
de ella.
Macdougal se volvió para mirar a la audiencia.
—Eso es todo lo que tengo que decir. ¿Alguna pregunta antes de que nos pongamos
los cascos y bajemos a la trampa? Mejor que pregunten ahora, pues no tendremos
tiempo para hacerlo cuando empiece.
—Yo tengo una —un hombre delgado sentado dos filas delante de Mondrian señaló la
pantalla—. Esos ojos parecen vulnerables. ¿No deberíamos dispararles?
—Buena pregunta. —Macdougal señaló uno de los ojos con el puntero lumínico—.
¿Ven su localización? Están en el caparazón, que es un grueso escudo que protege la
parte superior del cefalotórax. Y esto implica otro punto: el caparazón es duro. No
intenten penetrarlo; reserven sus disparos para el vientre y las junturas.
Los ojos son un punto débil, pero no será fácil conseguir alcanzar más de uno cada
vez. Todos tienen distintos campos de visión..., aparentemente las arañas no tienen
visión binocular. Así que no los recomiendo como blanco. Este tipo de araña no confía
mucho en los ojos..., se guía por el tacto. No piensen que no sabe dónde están
simplemente porque los ojos no les miren. Las patas son terriblemente sensibles a la
vibración. Si se ven en apuros pero no han sido atrapados, quédense completamente
inmóviles. La araña suele ignorar todo aquello que no se mueve. ¿Algo más?
Una mujer sentada delante se levantó bruscamente.
—Sí. No cuente conmigo, Dougal. No voy a combatir contra esa cosa.
—El grupo de Adestis no le devolverá el dinero.
—Esa es la menor de mis preocupaciones —la mujer se volvió para mirar a los otros—.
Están todos locos. Eso no es más que un maldito insecto. Cualquiera, en su sano juicio,
se alegraría de aplastarlo con el pie.
Se marchó rápidamente. Dougal Macdougal la siguió con la mirada, sonriente.
—Ha perdido los nervios —dijo en cuanto la puerta se cerró—. ¿Alguno más? ¿Otras
preguntas? Si no las hay, vamos.
La audiencia miró alrededor, intranquila. Hubo un lento sacudir de cabezas, pero un
hombre se levantó y siguió a la mujer y se marchó también sin mirar a nadie. Por fin, a
una señal de Macdougal, los que quedaban recogieron sus cascos monitores y se los
colocaron.
Luther Brachis esperó que los efectos del intercambio se apaciguaran y la doble
sensación se desvaneciera. Sabía, por los informes, lo que sucedía. Acoplamientos
telemétricos en el casco trasladaban los impulsos sensoriales del pequeño simulacro
directamente a las corrientes eléctricas del cerebro. Al mismo tiempo, sus señales
cerebrales de intención —las que normalmente estimulaban la actividad en su sistema de
control motriz— eran interceptadas y trasladadas al cuerpo del simulacro. Macdougal lo
había explicado:
—Su cerebro no puede ver. Es ciego. Y tampoco puede oír, oler, saborear o tocar.
Todo lo que llega a través de sus sentidos son corrientes de impulsos eléctricos, y el
cerebro las interpreta como sensaciones. Ahora, esos impulsos llegarán desde sus
simulacros.
La sensibilidad se concretó. Brachis gruñó, sorprendido. Había esperado que las
réplicas fueran plausibles (los encargados de Adestis admitían que tenían imitadores,
pero negaban tener competidores). Sin embargo, le sorprendió la calidad de los impulsos
sensoriales. Era como si fueran reales. Había perdido todo sentido de su propio cuerpo.
El simulacro era su cuerpo.
Miró hacia abajo y vio sus propias piernas, de pie en un terreno llano cuajado de
guijarros. Pequeños animalitos como gusanos huían de él mientras se movía. A cincuenta
pasos de distancia, una mosca gigante pasó volando, agitando sus alas iridiscentes.
Brachis echó una mirada a su alrededor. Dos docenas de personas permanecían en un
amplio círculo, todos levantando los brazos, moviendo los pies, o mirándose mutuamente
mientras experimentaban la nueva sensación. La única excepción era Dougal Macdougal,
reconocible por su facilidad de movimientos y maneras confiadas.
—En cuanto estén listos —dijo—, sientan el entorno, aprendan a identificar quiénes
son. Sus trajes están codificados por colores, tal como se les dijo antes de empezar, así
que deberían reconocerse. Entonces, practiquen con sus armas. Y luego en marcha.
Miren aquello —señaló a la izquierda, a través de un aire que parecía polvoriento, denso
y lleno de humo—. Es difícil de distinguir, pero aquello es la trampa. La araña estará en el
fondo del agujero. Ya sabe que estamos aquí. Sentirá las vibraciones a través del suelo.
Así que caminen rápido. Recuerden que sólo tienen medio centímetro de altura, y sólo
pesan alrededor de media milésima de gramo. Con este tamaño, la gravedad no es
demasiado importante. Podemos tolerar una caída de muchas veces nuestra altura, sin
sufrir daños. Pero estamos atacando algo que tiene dos veces nuestra altura, con patas
seis veces más largas que nosotros, y una masa superior a todo nuestro conjunto. No se
confíen.
Hubo un jadeo por parte de un simulacro verde, situado junto a Brachis.
—¿Está bromeando?
Brachis sacudió la cabeza, experimentando. Parecía absolutamente natural, como si la
cabeza fuera la suya propia.
—No. Sólo nos está dando lo que cree ser un buen consejo. Tal vez tiene razón; puede
que alguien venga con la idea de que la araña es solamente un insecto más.
—Yo no, desde luego —el simulacro verde también intentó mover la cabeza—. Si eso
es sólo un insecto, la Cripta de Hiperión sólo es un agujero en el suelo. Si no trabajara en
su oficina y no me hubiera presionado para que hiciera esto...
La partida se organizaba lentamente. Cuatro ya habían formado parte de otras
expediciones anteriormente, y asumieron el liderazgo con toda naturalidad. Todos
pudieron disparar dos proyectiles de prueba contra un montículo situado a cincuenta
pasos a su izquierda. Brachis advirtió inconscientemente que, incluso con su retroceso
compensado, el arma que llevaba transmitió una buena sacudida a su brazo. Ésa era una
buena señal. Se había estado preguntando si los organizadores de Adestis esperaban
que acabaran con la araña lanzándole poco más que guijarros. Su arma se desviaba un
poco hacia la izquierda. Apuntó con cuidado y acertó, con su segundo disparo,
exactamente en el centro de una rosa musgosa.
A medio camino de la entrada de la trampa, el grupo se detuvo de nuevo. Macdougal,
que había marchado en cabeza, se volvió.
—Unas últimas palabras. No entren en la trampa. Ni aunque piensen que la araña está
muerta. Esta especie finge la muerte, y el suelo de esa trampa es su territorio. Dejen que
salga a por ustedes... y no teman echar a correr si las cosas se ponen feas. Los demás
intentaremos apartarla si vemos que alguien tiene auténticos problemas. Y otra cosa: No
disparen al caparazón. No lo penetrarán y el rebote podría salir despedido hacia cualquier
parte, y resultaría más peligroso para nosotros que para ella.
Sus palabras fueron interrumpidas por un grito del simulacro negro que había sido
enviado para vigilar de cerca la trampa. La gruesa tapadera se abría. El gran cuerpo de la
araña salía rápidamente a terreno abierto. Aparentemente, había notado las vibraciones
del suelo y calibrado al adversario, había decidido salir a la defensiva.
—¡Dispérsense! —gritó Macdougal.
Su aviso fue innecesario. Los simulacros corrían ya, presa del pánico, en todas
direcciones.
Luther Brachis miró rápidamente a su alrededor. Ya se había dado cuenta de que en
su aproximación al cubil de la araña habían prestado demasiado poca atención a la
cobertura del terreno. El único lugar donde podían esconderse estaba a veinte pasos a la
derecha, donde se alzaba un montículo de musgo verdigris. Corrió hacia allá, buscó
cobijo y se arrodilló con el arma dispuesta.
La diferencia entre la imagen de la araña en la sala de reuniones y la araña
propiamente dicha era terrible. La bestia le sobrepasaba tres veces en altura, y era un
gigantesco tanque acorazado que podía moverse, girar y atacar con rapidez
sorprendente. Contra aquella masa, el arma que tenía en las manos parecía inútil. Podía
lanzar un centenar de proyectiles contra ella y no surtiría ningún efecto.
La araña dio media vuelta. Brachis podía ver perfectamente su abdomen y las patas,
mientras el cefalotórax se cernía sobre un simulacro magenta y lo levantaba. El simulacro
quedó indefenso en la tenaza de los quelíceros, los afilados apéndices situados delante
de la boca de la araña. Un arma de proyectiles cayó al suelo, inútil.
Otros dos simulacros habían corrido en busca de un refugio temporal bajo el gran
cuerpo de la araña. Ahora disparaban hacia arriba, alcanzando las blandas zonas de los
genitales y el oviscapto. La araña tembló y brincó cuando los proyectiles penetraron en su
cuerpo, y los dos atacantes gritaron jubilosos ante cada espasmo. Se movieron para
lograr nuevos blancos, pero habían olvidado el aviso de Dougal Macdougal. Un escupitajo
de telaraña surgió de repente de las glándulas sericígenas, envolviendo de inmediato a
los dos simulacros en una red irrompible que se secaba rápidamente.
Entonces la araña se movió hacia atrás, bajó el cefalotórax hacia el suelo y alzó a los
dos atacantes para atenazarlos con la boca.
Brachis examinó a la araña rápidamente, de los quelíceros al oviscapto. Desde el lugar
donde estaba arrodillado, tenía la oportunidad de conseguir tres blancos. Podía apuntar a
una pata, o al pedicelo que conectaba el abdomen y el cefalotórax, o a uno de los
quelíceros. Las patas eran el blanco más fácil. También eran el menos efectivo. El
pedicelo era una zona vital, pero parecía muy bien protegido y tendría que ser un disparo
de suerte. Brachis se decidió. Apuntó al quelícero izquierdo. Alcanzó la tenaza y el
órgano, cortado de raíz, cayó al suelo delante de la araña.
Brachis se movió para apuntar al segundo quelícero, pero no tuvo tiempo de disparar.
La araña se había vuelto rápidamente para enfrentarse a su nuevo atacante, y se dirigía
hacia él. La boca estaba abierta, tanto que podría tragarlo entero. Brachis recordó el
comentario de Mondrian: ninguna araña comía alimento sólido; predigerían a sus víctimas
inyectando enzimas y luego succionándolas. Pero poco alivio había en eso. Los colmillos
que le apuntaban bastaban para aplastarlo.
Se arrojó tras el montículo y se apretó inmóvil contra el suelo. Hubo un zumbido sobre
él, y una forma monstruosa cubrió la luz. Brachis volvió la cabeza para mirar arriba. El
gran abdomen estaba directamente sobre él. Podía ver cada detalle: una docena de
heridas de proyectiles, de las que manaban sangre y fluidos del cuerpo, las pegajosas
cabezas de las cuatro glándulas sericíferas, y colonias de pequeños parásitos adheridos
al cuerpo. Entonces la araña pasó de largo. El aire se llenó del olor dulzón de los
excrementos.
Se volvió, se sentó y miró a su alrededor. Preguntándose cómo podían los creadores
de los simulacros de Adestis capturar y transmitir los estímulos olfativos, pero esa
pregunta podía esperar para otra ocasión.
Brachis miró a derecha e izquierda. Otros dos simulacros habían corrido en busca de
refugio en ese mismo momento y la araña había cargado contra ellos. Vio que los dos
todavía yacían inmóviles. ¿Aún seguían haciéndose el muerto? Si así era, estaban
tomando el aviso de Macdougal demasiado en serio.
Se acercó y tocó a uno de ellos en el hombro.
—Vamos. Mejor que nos movamos o estaremos aquí todo el día.
No hubo respuesta. La figura continuó inmóvil. Brachis se acercó más y buscó la
pequeña lucecita verde entre los hombros que avisaba que el simulacro estaba ocupado
y funcionando. La luz seguía encendida. Miró a la otra figura inmóvil: la luz también
estaba encendida.
Brachis se puso en pie, ajeno a la frenética batalla que todavía tenía lugar a su
alrededor. Todo era una locura. Estaba seguro de que la araña había fallado al atacarlos
a los tres. Había visto una imagen difusa de las patas al pasar, alejándose de ellos.
Entonces ¿por qué estaban los otros dos todavía echados aquí, como si de alguna
manera los hubieran puesto fuera de combate?
Emitió un gruñido de comprensión. Con el arma en automático, disparó una ráfaga al
vientre de la araña, y al mismo tiempo mordió con todas sus fuerzas el control situado en
sus molares traseros.
Hubo un momento de desorientación y después, una vez más, sintió el casco que le
cubría el rostro.
ÉSTE ES EL FINAL DE ADESTIS PARA USTED, dijo una voz metálica en su oído.
PERMANEZCA SENTADO SI LO DESEA, PERO...
Brachis se quitó el casco y miró a su alrededor.
Estaba en el mismo sitio en la sala de batalla de Adestis. De las dos docenas de
personas que se habían embarcado en el ejercicio, la mitad estaba recostada en sus
asientos, con los cascos quitados. La araña había matado a sus simulacros y ahora
experimentaban la agonía sustitutiva de sus propias muertes. Otra docena todavía tenía
puestos los monitores, y tres de ellos yacían desplomados contra los cinturones de
seguridad, con las ropas manchadas de sangre. Brachis vio que sus gargantas habían
sido cortadas tan profundamente que las cabezas casi les colgaban.
Se libró de su cinturón. Antes de que pudiera ponerse en pie, una alta figura se cernió
sobre él. Parecía familiar. Al mismo tiempo que su mente reconocía a aquella figura alta y
cadavérica, un brazo huesudo le buscó la garganta. Una brillante espada ceremonial silbó
en el aire.
Brachis disparó el brazo derecho hacia arriba. Hubo un crujido limpio y carnoso. Su
mano, cortada bajo la base del pulgar, voló y cayó al suelo frente a él.
Su uniforme de combate reaccionó antes de que tuviera tiempo de sentir el shock o el
dolor. Los sensores de la camisa registraron la repentina baja de la tensión sanguínea y
activaron una tela de fibras en la manga derecha. El material del antebrazo se tensó para
formar de inmediato un torniquete.
La espada osciló otra vez hacia su cuello. Brachis se agachó, esquivando el
movimiento, e hizo una finta con el brazo izquierdo. Agarró por detrás el estrecho cuello
de su asaltante y se apoyó tras el cuerpo delgado. Cerró los ojos, hizo un esfuerzo y
sintió las vértebras quebrarse bajo sus dedos. La espada cayó y le rozó levemente las
piernas. Todavía abrazados, Brachis y su asaltante se desplomaron juntos. Brachis cayó
debajo, y gruñó al recibir el impacto.
Abrió los ojos. Su primera impresión había sido correcta. Estaba contemplando los
rasgos sin vida del margrave de Fujitsu.
Aunque Luther Brachis había hecho todo lo posible por persuadirla, Godiva Lomberd
rehusó sentarse en la sala donde tendría lugar el ataque Adestis. Le había escuchado
con atención, pero luego sonrió y sacudió su espléndida cabellera rubia.
—Luther, la Naturaleza diseñó a algunas personas para una cosa, y a otras para otras.
Tu vida es la Seguridad..., las armas, el sabotaje, las batallas y la violencia. La mía ha
sido el arte, la música y la danza, la poesía. No estoy diciendo que mi vida fuera mejor
que la tuya. Pero no iré a mirar mientras tú y Dougal Macdougal tratáis de matar a un
pobre animal indefenso que sólo hace lo que su naturaleza le programó para hacer. —
Colocó suavemente la punta de sus dedos sobre sus labios—. No discutas, Luther. No
voy a ir, ni siquiera a la galería de espectadores.
Accedió, sin embargo, a acompañarle a las instalaciones de Adestis. Le permitió que la
acomodara en la recepción y le hiciera servir un refresco, y pareció complacida al ver a
Esro Mondrian cuando éste llegó pocos minutos después.
—¿Qué haces aquí, Esro? Pensé que no te gustaba Adestis.
—Y no me gusta. —Le acompañaba una mujer bajita, de cabello oscuro, que miraba
con curiosidad a Godiva—. Adestis no es para mí. Hemos venido porque oímos decir que
Luther está aquí, y tenemos que verle.
—No podéis hacerlo ahora..., está en plena batalla.
—Muy bien. Esperaremos. —Se volvió hacia la mujer que le acompañaba— Lotos, te
presento a Godiva Lambert. Voy a dejaros unos minutos. Si sale Luther, no le dejéis
marchar. Decidle que me espere hasta que regrese.
—¿Dónde está Tatty?
—En la Tierra. —Mondrian dudó un segundo—. Me está... ayudando. Necesitaba
imágenes y grabaciones de algunos lugares. Supongo que volverá dentro de una o dos
semanas.
Godiva pareció sorprenderse, pero no dijo nada mientras Mondrian se marchaba y
Lotos se sentaba frente a ella. Se miraron mutuamente en silencio durante unos
segundos.
—¿Conoce Adestis? —preguntó por fin Lotos Sheldrake.
La otra mujer sonrió y negó lentamente con la cabeza.
—En realidad, no. Sólo lo necesario para convencerme de que no quiero tener nada
que ver con todo esto. ¿Y usted?
—Vine una vez... y nunca más.
Lotos relató los detalles de su experiencia en el nido de las termitas. No hizo mención
del peligro, pero subrayó su terror e incomodidad. Hizo lo posible por parecer graciosa y
no darse importancia, y trató de causar a Godiva buena impresión. Mientras hablaba,
continuaba su propia evaluación. Desde que oyó hablar del contrato con Luther Brachis,
Lotos había puesto a trabajar sus servicios de información. Los resultados fueron
insatisfactorios. Godiva Lamberd había llamado la atención por primera vez en la Tierra
hacía unos pocos años, como actriz y cortesana ("El Ave Godiva: Modelo, Consorte y
Danzarina Exótica".) Todo lo que Lotos había podido averiguar desde entonces
proporcionaba una sola imagen: Godiva era una mujer a la que los hombres encontraban
irresistible, y ella había explotado ese hecho a cambio de dinero.
Al mirarla ahora, era fácil ver por qué había tenido tanto éxito. Se movía como una
bailarina, con gestos naturales, fáciles y ondulantes. Tenía los ojos claros y una piel
perfecta; se reía con facilidad, y escuchaba a Lotos con total atención, como si lo que oía
fuera lo más interesante del mundo.
Sin embargo, Lotos se sentía intranquila. Según los informes, Godiva nunca había
tenido más que relaciones temporales y estrictamente de negocios con los hombres..., y
ahora había formado un contrato permanente con Luther Brachis.
¿Amor auténtico? Lotos Sheldrake no consideró esa posibilidad más que un instante.
Tenía un gran sentido de la intuición, y reforzaba lo que Esro Mondrian había informado.
Había algo extraño entre Luther Brachis y Godiva Lomberd. Lotos carecía del
conocimiento previo de Mondrian sobre Godiva, pero confiaba plenamente en sus
instintos.
—Ha cambiado —le había dicho mientras surcaban los sistemas de transporte de
Ceres, camino de la Sede de Adestis—. No era así cuando estaba en la Tierra.
—¿Ha cambiado cómo?
Mondrian parecía enfadado, pero sólo consigo mismo. Lotos sabía cuánto se preciaba
de saber leer los motivos y deseos secretos de los demás.
—Está centrada —dijo por fin—. Tendrías que haber conocido a la antigua Godiva para
entender lo que quiero decir. Godiva solía prestar atención al hombre del momento, al
que compraba su tiempo..., pero seguía consciente de la existencia de otros hombres, y
de alguna manera conseguía que todos ellos fueran conscientes de ella. Sin decir una
palabra, se sabía que estaba ocupada ahora, pero en cualquier momento del futuro
podría ser también tuya, si la querías... y si podías pagar por ese placer. Ahora... —se
encogió de hombros—. Ahora se centra en Luther. Los otros hombres a su alrededor ni
siquiera están allí. Es diferente.
—¿Será amor? —sugirió Lotos, mirando a Esro Mondrian escépticamente con sus ojos
oscuros.
Él no se molestó en replicar. La opinión de Mondrian sobre el amor como agente capaz
de operar cambios profundos en la personalidad era quizás incluso más cínica que la de
Lotos.
Ahora Lotos observaba cómo otros hombres y mujeres deambulaban por el vestíbulo.
Mondrian había estado en lo cierto. Godiva levantaba la mirada casualmente, como para
verificar que cada nuevo recién llegado no era Luther Brachis, y en seguida volvía a
centrar su atención en Lotos. Incluso cuando Mondrian regresó, Godiva no le dirigió más
que un movimiento de cabeza amistoso y una sonrisa. La cortesana más famosa y más
cara de la Tierra tendría que ser más consciente de los hombres. Aunque ya no pensara
en ellos como posibles clientes, el hábito debería persistir en ella.
Mondrian se sentó junto a Lotos Sheldrake y miró su reloj. Le había prometido media
hora a solas con Godiva. Si Lotos quería perseverar más allá de ese punto, tendría que
tomar ella sola la iniciativa.
De vuelta al recibidor, se había parado un momento en la galería de los espectadores
a contemplar el campo de batalla. Luther Brachis y Dougal Macdougal seguían allí,
ocultos por sus cascos y reconocibles sólo por sus vestidos. El campo de batalla real era
una pequeña cámara semiesférica de unos quince centímetros de diámetro. La audiencia
habitual estaba compuesta de apostadores que seguían los incidentes con ávido interés.
Cuando Mondrian entró, el asalto al cubil de la araña estaba todavía en fase de
preparación, y la galería estaba casi vacía. Había una mujer joven que llevaba el uniforme
azul de los trabajadores de la colonia de Pentecostés, y un hombre alto y delgado con
barba que parecía más interesado en los jugadores que en los simulacros o la misma
batalla.
Los primeros planos de la araña eran impresionantes. El animal permanecía inmóvil en
el fondo de su trampa, sosteniendo en sus patas delanteras el caparazón reseco de un
ciempiés. Eira fácil imaginar que las hileras de ojos conocían la presencia de los
observadores de arriba.
Mondrian miró a la araña, pensativo. Si su acuerdo con Skrynol sobre el futuro de la
Anabasis no funcionaba, y Dougal Macdougal se convertía en un problema irresoluble...
¿podría proporcionar Adestis una solución conveniente? ¿Se había empleado en el
pasado para arreglar algún problema oficial?
Ese nuevo pensamiento intrigó a Mondrian. Volvió junto a Lotos y Godiva y se sentó
para calibrar su potencial. Llevaba allí unos pocos minutos cuando empezaron los ruidos
de la sala adyacente al campo de batalla.
Godiva se puso en pie de inmediato.
—¡Allí dentro! —gritó, y salió corriendo hacia la sala.
Cuando Mondrian y Sheldrake la alcanzaron, ya estaba al lado de Luther Brachis. Lo
tenía en los brazos y miraba con horror la escena que la rodeaba.
Brachis permanecía de pie, con la cara blanca, pero firme. Su brazo derecho terminaba
en un muñón sangrante.
Mondrian miró a los cuerpos que le rodeaban y entonces se acercó a Brachis. Levantó
el brazo, comprobó el torniquete y asintió.
—Ahora no hay pérdida de sangre. Tranquilo. Te llevaremos al hospital.
—Gracias. Pido disculpas por este lío —Brachis se miró el brazo—. Las heridas
empiezan a convertirse en un hábito.
—Haremos que vuelva a crecer.
—Sí. Y mientras tanto dejaré de comerme las uñas —Brachis miró a Godiva y le dirigió
una sonrisa sombría—. No te preocupes, Goddy. Me pondré bien. Tendré que firmar con
la mano izquierda durante una temporada.
MEMORÁNDUM DE: Luther Brachis, Comandante del Sistema de Seguridad Solar. A:
Todos los puestos de segundad. MATERIA: Medidas contra actividades terroristas.
Con efecto inmediato, serán tomadas las siguientes medidas especiales de seguridad
en el Sistema Interior:
1) Todos los viajeros que salgan de la Tierra tendrán que hacerlo vía instalaciones de
Enlace. Todos los demás traslados serán prohibidos temporalmente.
2) Todos los viajeros que salgan de la Tierra tendrán que ser sujetos a exámenes de
identificación cromosómica. La identidad será comprobada con la que se adjunta. Si la
correlación excede el 0,95, el viajero deberá ser detenido para ser interrogado por
Seguridad Central.
3) Todos los que despierten de las instalaciones de almacenamiento serán sujetos a
investigación directa. Se les examinará cromosómicamente y se comprobará su identidad
con la que se adjunta. Si la correlación excede el 0,95 el viajero deberá ser detenido para
ser interrogado por Segundad Central.
4) Cualquier viajero que utilice las instalaciones de Enlace y cuya apariencia recuerde
al MARGRAVE DE FUJITSU (imagen adjunta) debe ser detenido para ser interrogado por
Seguridad Central.
5) Cualquier mandato para disponer fuera de la Tierra de los fondos del margrave de
Fujitsu debe ser comunicado a Seguridad Central.
Luther Brachis miró el muñón de su mano, donde los nudillos de nuevos dedos
empezaban ya a brotar bajo la piel sintética. Probó moverlos.
—Escuece como el infierno —palmeó la circular con la mano izquierda—. ¿Crees que
esto servirá? ¿Lo atraparemos?
Esro Mondrian sacudió la cabeza.
—No, si es tan listo como crees. Debió de hacer planes para este tipo de verificaciones
cuando creó por primera vez su propio Artefacto. El siguiente podría tener cualquier
aspecto.
—Lo sé. Y me preocupa.
—Estarás bien. Permanece armado, y te daremos protección.
—No lo comprendes —Brachis asió el arma que había en la mesa delante de él—. No
me preocupo por mí. Temo que el bastardo intente ir a por Godiva.
18 - TRAVANCORE Y CHAN
Querido Chan:
"Esta es una carta que nunca pensaba escribir, un mensaje que nunca soñé que
enviaría. Pero es nuestra primera noche aquí abajo, en Travancore... y estoy
terriblemente asustada. Ojalá estuviera contigo en los Gallimaufries, viendo a Bozzie
predicar abnegación y repartir dulces y caramelos. Tú y yo no podemos estar ahora
juntos, pero tal vez me dejes charlar contigo un ratito.
"No nos permitieron llegar a Travancore a través de un Enlace Mattin. Pase lo que
pase, Mondrian no se arriesgará a que la Criatura fabricada por Morgan tenga otra vez
acceso a un Enlace. Así que voy a mandar esto a nuestra nave, y si todo sale bien te
llegará antes de que te marches de Barján. Lo último que he oído de allá es que tienes el
mejor grupo desde que empezaron los entrenamientos. Eso espero... y también que no
tengas que venir a Travancore. Si lo haces, eso significará que nosotros hemos fallado.
"He dicho que estamos "aquí abajo en Travancore" pero eso es solamente una manera
de hablar. No sé dónde empieza la auténtica superficie de este planeta. Nadie lo sabe.
Estamos colgados de una especie de tienda en forma de medio globo con una base plana
y flexible, a unos doscientos cincuenta metros de las cimas de los árboles. Hay cinco
kilómetros de vida vegetal bajo nosotros. También hay vida animal... vimos signos cuando
hicimos nuestra exploración a baja altura desde la nave. Todo el planeta está lleno de
agujeros, pozos circulares de unos cinco metros de diámetro que se extienden desde las
capas superiores. Al principio pensamos que podrían ser canales naturales creados por la
lluvia, pues llueve todo el día sobre la mayor parte de Travancore, pero ahora no estamos
tan seguros. S'glya, la Tubo-Rilla del equipo, vio algo grande que bajaba por uno de esos
túneles. Es atemorizador. Me alegra que no fuera la Criatura de Morgan: éramos un
blanco fijo. Intenté disimular mi pánico, pero no lo conseguí. S'glya tiene la habilidad
absolutamente sorprendente de leer mis emociones, y se lo dijo a los otros.
"Es una idea desagradable pensar que pronto recorreremos esos túneles, pero el
Remiendo tiene una actitud distinta. Argumenta que los túneles son un regalo...; sin ellos,
sería imposible explorar el bosque vertical de Travancore. Tal vez sea imposible de todas
formas. Lo sabremos dentro de un par de días.
"Antes incluso de empezar el descenso, hemos decidido que el programa de
entrenamiento que hemos seguido ha perdido el objetivo. Fuimos enviados a Dembricot
para las sesiones finales, porque es un mundo con vegetación, como Travancore, y por
tanto sería una buena experiencia para este sitio.
"Buena idea, pero completamente equivocada. Has visto las películas sobre Dembricot.
Plano, húmedo, llanos de plantas... y no más parecido a Travancore que Barján. El
planeta es una jungla que se alza como uno de los océanos terrestres durante una mala
tormenta.
"Una cosa buena: puedo respirar con sólo un compresor. Incluso podré hacerlo sin él
cuando alcancemos un nivel inferior. Nos las arreglamos bien. S'glya necesita una unidad
calorífica, y Ángel tuvo que hacer alguna misteriosa modificación interior antes de que la
atmósfera fuera aceptable, pero eso es todo. (Ojalá pudiera comprender mejor los
procesos mentales de Ángel. Los otros parecen no tener problemas... o al menos no lo
admiten.)
"La vista de la capa superior de vegetación es espectacular, de momento. Talitha está
a punto de ponerse. Está bajo en el horizonte, así que brilla horizontalmente a través de
miles de heléchos y hojas y enredaderas. No hay flores, me temo. Travancore no le
gustaría al viejo Bozzie. Todo lo que se ve es más verde que el verde, excepto las
Enredaderas Verticales. Son purpúreas gigantescas, y se enroscan a la cima de todo lo
que alcanza la vista. Son realmente gigantescas. Puede que sólo tengan un par de
metros de grosor, pero se extienden a lo largo de muchos kilómetros. A pesar de su
tamaño, no son tan densas y pesadas. Intenté tomar una muestra de una, porque no veía
cómo el resto de la vegetación podía soportar su peso. Cuando la corté, hubo un siseo y
un olor horrible, y el nivel de la vegetación en torno a la enredadera se redujo una
fracción. Esa cosa no debe ser más que una concha plana, como una oblea, que se
extiende sobre un centro hueco lleno de gases ligeros. Ahora me pregunto si en realidad
ayudan a que las otras plantas crezcan.
"(Estoy divagando, pero me digo que eso es justificable. Si por cualquier causa tienes
que venir aquí, cuanto más sepas de este sitio antes de tiempo, mejor. Nos entrenaron lo
mejor que pudieron, pero eso no fue bastante. Nadie había estudiado Travancore de
cerca, antes. Sin superficie definida ni extensiones de agua visibles, nadie pensaba que
mereciera la pena. Así que tenemos más preguntas que respuestas.)
"Más cosas sobre esos agujeros... siguen preocupándome. Los órganos receptores de
imagen del Ángel (no los puedo llamar ojos), pueden enfocar infrarrojos térmicos. Nuestro
Ángel examinó uno de los pozos con una onda calorífica, y dice que no es vertical. Sus
espirales caen formando hélices, lo que descarta la idea de que sean canales producidos
por la lluvia. Tendremos mejores ideas en el futuro, porque sospecho que vamos a
descender por uno. Espero poder mandarte luego una descripción. Pase lo que nos pase,
nuestra nave lo registrará todo.
"Más sobre Travancore. Naturalmente, no hemos pensado en otra cosa desde que
llegamos aquí. Hay multitud de misterios que no detallan los informes. Por ejemplo, la
gravedad y el aire. La gravedad de la superficie es sólo de poco más de un cuarto de la
terrestre. ¿Cómo puede entonces contener una atmósfera substancial y soportar esta
masiva capa de vegetación? El aire debería haber escapado al espacio hace mucho
tiempo. Bien, según S'glya, Travancore dispone de atmósfera precisamente porque tiene
esa extraña capa de vegetación. La capa de vida vegetal es tan densa, continua y
omnipresente, que puede atrapar las moléculas de aire en su interior y bajo ella. Hay algo
parecido a una discontinuidad de presión cerca de la cima. Y por supuesto, es la típica
situación del huevo y la gallina, pero la atmósfera es absolutamente necesaria para que
exista la vegetación. La capa de plantas debe de haberse desarrollado muy pronto en la
historia de Travancore. Y si S'glya tiene razón, los pozos no pueden bajar
ininterrumpidamente hasta la superficie sólida, pues de otro modo actuarían como
válvulas de escape para el aire. Así que puede que tengamos que abrirnos paso. Y eso
añade otra dificultad. Sólo para aumentar la confusión, el Ángel dice que la idea de S'glya
sobre la atmósfera y la vegetación debe de estar equivocada... ¡por seis razones todavía
por especificar!
"Bien, ¿cuál es la buena noticia? El equipo es la buena noticia. Somos un grupo
extraño. Tenemos un Remiendo que dice que su nombre es Kaliam, pero que me pide
que lo llame Ismael. Su objetivo en la vida parece ser arrimarse al resto de nosotros. Hay
un Ángel que no para de usar proverbios y clichés humanos, y que dice que los Ángeles
no tienen nombre; y S'glya, la Tubo-Rilla, que parece conocer lo que pienso y siento sin
que se lo diga, y que insiste en que la llame S'glya aunque ése no es su nombre real.
Extraño. ¡Pero funciona! En cuanto empezamos a conocernos, hemos conseguido un
nivel absolutamente increíble de comunicación y trabajo en equipo. Parece como si
cualquier cosa que no sea capaz de hacer alguno de nosotros, pudiera hacerla otro. Lo
notamos por primera vez en Barján, y desde entonces no ha cesado de ir a mejor y mejor.
"Mejor y mejor... ¡pero sólo Dios sabe si será lo bastante bueno!
"Aquí es noche cerrada ahora. Hora de irse a dormir.
"Cruza los dedos por mí, Chan, dondequiera que estés. Te amo, y te he amado
siempre. No puedo perdonarme por haber huido y no haber hablado contigo cuando
estabas en Ceres con Tatty y Kubo Flammarion. ¡Pero me costó tanto aceptar la idea de
que ya no te controlo! Espero que me perdones. Y espero que algún día pueda enmendar
lo que hice."
Tuya, Leah.
Chan había leído la carta una y otra vez. Después de la tercera vez, podría haberla
repetido palabra por palabra.
Pero continuaba regresando a los últimos párrafos. Las palabras de amor de Leah
bullían dentro de él, y sus consideraciones sobre el nivel de comunicación conseguido por
el Equipo Alfa le desconcertaba por completo. Llevaba un par de días convencido de que
su propio equipo nunca trabajaría bien. Tenían demasiados problemas para
comprenderse mutuamente. Bueno, tal vez Shikari, el Remiendo, estaba bien, e incluso la
Tubo-Rilla solía tener sentido, aunque ninguna de aquellas criaturas parecía tener
equivalente de las expresiones faciales. Presumiblemente, tenían una especie de
lenguaje corporal para su propia especie, aunque no tenía idea de cómo interpretarlo.
Pero en cuanto al Ángel, era el misterio personificado. La criatura no tenía cara, ni boca,
ni medio de comunicación que no fuera a través de un ordenador. E incluso con eso a
menudo le resultaba incomprensible, aunque el Remiendo y la Tubo-Rilla comprendían (o
eso pretendían).
¡Y se suponía que este grupo variopinto tenía que rastrear y destruir a los seres más
peligrosos del Sistema Estelar! Tendrían suerte si podían dominar al Artefacto Simulacro
aquí en Barján.
Habían establecido su campamento cerca del polo sur del planeta. Hasta que supieran
la situación del simulacro de la Criatura de Morgan, no tenía sentido soportar el terrible
calor del ecuador y el hemisferio norte. Cuando cayó la tarde y las oscuras arenas de
Barján se enfriaron gradualmente, el equipo de persecución se preparó para su primera
sesión de estrategia.
El Compuesto Remiendo había aumentado notablemente su tamaño a medida que el
sol se iba poniendo y el aire se hacía menos abrasador. Ahora utilizaba casi el doble de
componentes que cuando Chan lo había visto en la nave, y su tiempo de respuesta era
dolorosamente lento. Los otros tres tenían que esperar mientras la abertura vocalizadora
del Remiendo producía soplidos y silbidos preparatorios y por fin hablaba. Ahora estaban
esperando. La Tubo-Rilla, S'greela, permanecía junto a Chan, frotando nerviosamente
sus miembros delanteros multisegmentados contra los lados de su cabeza. Si su forma
de actuar hasta el momento podía servir de guía, cuando tuviera que enfrentarse a la
Criatura fabricada por Morgan, no haría más que tiritar de miedo y huir dando saltos.
En este punto, Kubo Flammarion reflexionó sobre sus últimas palabras, sacudió la
cabeza y se revolvió en su uniforme como si de repente se le hubiera quedado pequeño.
Ignorando el instante de instrospección de Chan, la Tubo-Rilla ya casi había plegado
sus miembros telescópicos y se agachaba para recoger al Ángel. Este se había opuesto
la primera vez que S'greela lo había hecho, alegando que un Ángel era lo bastante capaz
como para moverse independientemente. Pero un par de minutos observando el
laborioso movimiento del Chasselrosa, había puesto a los otros tres unánimemente de
acuerdo. Chan observó ahora al Tubo-Rilla, que recogía indiferente el cuerpo sólido del
Ángel. Era cada vez más consciente del poder de aquel cuerpo delgado y tubular.
S'greela era simpática, pero, si quería, podría aplastarlo como a un insecto.
El Remiendo no habló de nuevo hasta que el Ángel y la Tubo-Rilla se marcharon en la
nave de reconocimiento. A menos que estuvieran hablando con Chan, los otros eran muy
parcos en palabras. Parecía que lo hacían solamente para su provecho. Todos se habían
dado cuenta de que las palabras redundantes eran parte de la interacción social humana,
tan importante para Chan como frotarse para una Tubo-Rilla o agruparse para un
Remiendo.
Chan se obligó a levantarse y se sentó junto a Shikari. Después de un poco, sintió el
roce de unas antenas largas y delicadas en sus brazos y piernas. El Compuesto
Remiendo se reconstruía parcialmente. Los diminutos componentes individuales se
soltaban del todo y se reagrupaban cerca de Chan. Cinco minutos después, Shikari se
moldeaba sólidamente contra Chan, rozándole desde el pecho a los tobillos. Este volvió
la cabeza y contempló la vibrante masa negro-purpúrea. El contacto no era del todo
desagradable. En realidad, ese suave roce contra su piel empezaba a volverse
sorprendentemente cálido y reconfortante. Después de unos instantes, componentes
libres que no habían formado antes parte del Compuesto Remiendo se acercaron volando
y empezaron a ejecutar conexiones adicionales. Pronto, todo el cuerpo de Chan, de la
cabeza a los pies, quedó recubierto por el enjambre púrpura. Se sintió muy relajado, pero
no soñoliento. La presión que le rodeaba era suficiente para que pudiera notarla, pero
Chan pensó que si el Remiendo quisiera rodear a algo con intención de apresarlo, sería
muy difícil resistir. Shikari tenía una manera efectiva de neutralizar cualquier agresión.
Siguió mirando y esperó a que los últimos componentes acudieran a unirse.
—¿Te sientes diferente cuando se juntan más unidades? —preguntó.
Hubo un silbido experimental del orificio hablador.
—Por supuesto —dijo Shikari por fin.
Chan advirtió que el Remiendo había dado una respuesta completa.
—No me refiero a que tengas más inteligencia. Sé que es verdad. Lo que quiero decir
es si te sientes de alguna manera un individuo diferente cuando tu tamaño aumenta.
El Remiendo guardó silencio largo rato.
—Ésa es una pregunta difícil. Y no estamos seguros de que tenga sentido. Somos lo
que somos en este momento. No podemos sentir lo que fuimos o lo que seremos. A cada
segundo, según los informes que tenemos sobre los humanos, algunas de tus células
cerebrales mueren. ¿Te sientes diferente cuando esas unidades de tu intelecto
desaparecen?
—No es lo mismo. En el caso humano, cada célula cerebral ha existido desde la
infancia. No añadimos unidades. —Chan se preguntó de inmediato si Shikari sabía su
propia historia... y cómo recientemente había conseguido emplear por completo esas
mismas células—. Perdemos células, pero cambiar constantemente, recombinar y sumar
o restar unidades... es difícil para mí comprender cómo sigues teniendo la misma
identidad cuando existen cambios importantes.
El Remiendo se apretujó contra el cuerpo de Chan, y una cascada de quinientas
unidades se separó para unirse separadamente en el suelo.
—¿Te gusta eso? —dijo Shikari. El Remiendo estaba ensayando una risa humana—.
Hay capacidad de sobra para pensamiento continuo, aunque no haya más de cien
componentes combinados. Recuerda que cada una de las unidades que forman un
Remiendo posee casi dos millones de neuronas.
—Parecen muy pocas.
—Comparadas con un humano o con un Compuesto Remiendo completo, sí. Un
Compuesto debe contener cuarenta o cincuenta mil millones de neuronas combinadas.
Pero compara una de nuestros componentes con una abeja terrestre, que no tiene más
de siete mil neuronas y sin embargo es capaz de acciones individuales complejas.
Hubo otro aleteo y las unidades volvieron a unirse a la masa en torno al cuerpo de
Chan. La voz emitió otro intento de imitar una risa humana, esta vez con más éxito.
—Tenemos un largo camino por recorrer antes de que lleguemos a comprendernos
mutuamente —dijo el Remiendo—. Cuando por primera vez contactamos con los
humanos nos maravillamos de vuestra extraña estructura. ¿Cómo puede delegarse la
inteligencia, cómo puede residir en un grupo elegido de células dentro de vuestros
cuerpos? En nosotros, cada componente tiene la misma capacidad de inteligencia. Pero
¿cuánto de tu cerebro hay aquí? —Chan sintió una presión en su abdomen—. ¿O aquí?
—la presión se movió hacia su pantornlla izquierda—. ¿Cuánta inteligencia hay en esas
partes? ¿Cuáles son los pensamientos de un brazo, o de un pulmón? Sabemos que un
humano puede ser reducido a la mitad de su tamaño, sin brazos y sin piernas, ¡y sin
embargo la inteligencia no cambiar! ¿Quién puede creer eso?
—Es cierto.
—Lo sabemos, pero ¿quién lo creería si los humanos no hubieran llegado a Mercantor
para probárnoslo? —Hubo otro agitar de alas y Shikari endureció su masa—. La
inteligencia es un misterio. Pero esto, cercanía y calor, es la mejor parte de ella.
Los dos guardaron silencio. El equipo perseguidor había establecido su campamento
en un claro, rodeado por la polvorienta vegetación verdiazul del polo de Barján. Mientras
Chan y Shikari charlaban, la noche había caído y la temperatura del aire había bajado
treinta grados. Shikari era como una manta cálida y suave que envolvía a Chan hasta la
barbilla. Levantó la cabeza y miró al cielo. El sol más brillante de Eta Cassiopea se había
puesto, y el más pequeño no había salido todavía. Chan pudo distinguir S'kal'lan, el
planeta natal de los Tubo-Rillas, como un punto brillante cerca del horizonte. La pequeña
luna de Barján, un disco arrugado e irregular, brillaba sobre él en el cielo.
Chan tiritó, con aprensión. Tres meses antes había vivido en la tranquila crisálida de
los Gallimaufries, feliz, ignorante, escudado por Leah de todos los peligros y las
incomodidades. Ahora vagaba por la superficie de un planeta extraño, a dieciocho años
luz de casa, inseguro de que hubiera otra puesta de sol, y Leah estaba aún más lejos de
la Tierra, y en un peligro todavía mayor. Ahora debería encontrarse en Travancore,
persiguiendo, no a un simulacro, sino a una auténtica Criatura construida por Morgan.
Si le dieran la oportunidad, ¿volvería? ¿Regresaría a los días de flores y juegos? Un
hombre había sido el agente de todos aquellos cambios, y de la agonía del Estimulador
Tolkov. Si Chan cerraba los ojos podía ver la cara ante él. Esro Mondrian tenía la culpa —
¿o el crédito?— de todo lo que le había pasado.
Chan contempló la luna solitaria de Barján y meditó sobre Shikari, sobre la inteligencia,
sobre Esro Mondrian, sobre sí mismo.
Cuando la chispa plateada de S'kat'lan se ponía en el polvoriento horizonte barjano,
Chan había descubierto una nueva verdad. No importaba lo que sucediera aquí, no
querría regresar a la antigua vida en los Gallimaufries. Fuera lo que fuera este regalo
mezclado de inteligencia y autoconsciencia, lo quería.
Con ese conocimiento, la urgencia de vengarse de Esro Mondrian se suavizó. Si
Mondrían se había ganado el odio de Chan, quizá también se había ganado su gratitud,
ya que sus acciones habían arrastrado a Chan, reluctante y lloroso, al mundo de la
responsabilidad...
Chan se sumergió en un estado mental remoto y a la vez satisfactorio. Su
embelesamiento fue interrumpido de repente cuando el bulto oscuro del Remiendo se
movió lentamente sobre él. Abrió los ojos y descubrió para su sorpresa que estaba
amaneciendo.
—Escucha —dijo la suave voz de Shikari—. ¿Lo oyes? Es el sonido de la nave de
reconocimiento. Los otros están de regreso. Lo sentimos. Nuestro momento de paz y
cercanía ha terminado.
19 - LA CRIPTA DE HIPERION
Medido por cualquiera de las escalas de inteligencia humana estándar, Luther Brachis
formaría parte del porcentaje superior, pero él siempre consideraba este hecho como de
importancia trivial. El éxito en su trabajo, decía, no era una función de la inteligencia; al
menos había otras tres cualidades más críticas.
Las llamaba las tres P: persistencia, paranoia y persuasión, en ese orden. Lotos
Sheldrake sostenía que la persistencia no era más que la palabra que Luther Brachis
empleaba para referirse a la testarudez, y que la paranoia y la capacidad de persuasión
eran impulsos contradictorios, y ante eso él, simplemente, se echaba a reír. Para Brachis,
la cuarta cualidad importante, difícil de definir con una sola palabra, era la habilidad de
saber cuál de las otras tres había que aplicar en cada caso.
Brachis había empezado a moverse para contrarrestar el extraño legado del margrave,
antes incluso de que le suministraran atención médica tras el incidente de Adestis.
Comprendió inmediatamente que había sido atacado por un Artefacto que Fujitsu había
creado a su propia imagen. Lo había matado, pero podía haber docenas más. Podrían
estar almacenados en cualquier parte del sistema solar, y podían no parecerse en nada al
margrave..., ni siquiera tendrían por qué compartir su ADN, lo que conducía a un
problema delicado y difícil: ¿cómo podría defenderse Brachis de ataques futuros?
Ahora reconocía la verdad de las palabras de Fujitsu; el brazo del otro hombre era
efectivamente largo, y se extendía hacia Luther Brachis desde la tumba.
La Tierra era lo más fácil de manejar. A través del servicio de Cuarentena, Brachis
tenía información de todos los individuos que partían del planeta. Resultaba sencillo
emplazar rastreadores en cada uno de ellos y asegurarse de que ninguno se aproximaba
a él en un radio de un kilómetro, sin disparar un sistema de alarmas.
Pero ¿y si un Artefacto estaba almacenado en cualquier otra parte? El margrave podría
haber preparado otros planes para vengar su muerte. Dos zonas de almacenaje tenían
que ser examinadas, y ninguna se encontraba en la Tierra; las catacumbas de Phoebe y
la Gran Cripta de Hiperión.
En cuanto Brachis fue dado de alta, se dispuso a examinar las dos instalaciones. Se
proponía realizar ese trabajo personalmente. Godiva intentó convencerle para que lo
delegara en alguien de confianza, argumentando que todavía estaba débil, pero Brachis
se negó.
—Esto requiere mi atención personal. Fujitsu no se merece menos. Ven conmigo si
quieres.
Godiva se echó a temblar y rehusó hacerlo.
—Viajaré contigo, pero no bajaré a las criptas... ¡todos esos horribles semi-cadáveres
congelados! Me hacen pensar en lo que podría haberte pasado si no hubieras escapado
de Adestis justo a tiempo. Eso no es para mí, Luther.
Las catacumbas de Phoebe eran relativamente pequeñas y muy bien organizadas.
Luther Brachis pudo inspeccionarlas del principio al fin en una sesión maratoniana, y se
sintió aliviado de que no hubiera ninguna sorpresa acechando en ellas. Pero sabía que la
Cripta de Hiperión sería otro asunto.
Los primeros exploradores del sistema medio habían ignorado a Hiperión poco más o
menos. El sexto satélite mayor de Saturno era una masa de roca abultada y desigual
cuyo exterior oscuro y lleno de cráteres sugería que era la superficie más antigua de todo
el sistema Saturniano. No había apenas agua, pocos gases, y probablemente tampoco
ningún yacimiento de minerales interesantes. Había sido un viejo explorador
desencantado, Raxon Yang, en su último viaje, y antes de que sus pulmones se
pudrieran, quien exploró por primera vez los cráteres creados por los meteoritos. Había
descubierto una estructura peculiar en el fondo de uno de ellos, un túnel que zigzagueaba
profundamente bajo la castigada superficie de aquella luna.
El viejo Raxon Yang lo siguió, cada vez más hacia abajo, pasando el punto que
recomendaba la cordura y donde podía haber yacimientos útiles de metal. A siete
kilómetros bajo la superficie, descubrió la cara superior del Diamante Yang.
No supo en ese momento lo que había encontrado. El túnel, en su final, tenía sólo un
metro y medio de diámetro, y apenas le permitía cargar con sus instrumentos. Advirtió
que era de diamante, cuando sus herramientas indicaron que sería difícil de cortar, ya en
el primer intento. Yang extrajo una muestra de medio metro, todo lo que podía
transportar, y se arrastró lentamente hasta la superficie. Por el camino emplazó un
marcador, señalando su reivindicación, y la serie de trampas habituales. La probabilidad
de que alguien más apareciera por allí en años era ciertamente mínima, pero cuesta
trabajo renunciar a los viejos hábitos.
Yang regresó a Ceres. Eso sucedió en los días en que la reconstrucción del planetoide
era un sueño para el futuro. Ceres estaba aún en la frontera, y era un centro de comercio
violento y floreciente más allá del Cinturón de Asteroides.
Raxon Yang enseñó su muestra al grupo habitual de fulleros y tramposos que
controlaban el suministro de capital. Intentaron las técnicas de costumbre: robarle la
muestra, tratar de engañarle para que revelara la localización de su hallazgo, y decirle
que el diamante era de calidad inferior y que no merecía la pena excavarlo. El viejo Yang
ya había oído todo eso antes. Esperó. Y por fin ellos renunciaron y le dieron lo que
necesitaba, a cambio de un porcentaje del cincuenta por ciento de los intereses en el
hallazgo. Yang llenó los formulismos, compró equipo, contrató especialistas y se marchó
a Hiperión, siguiendo una trayectoria secreta, para sacar a la luz su descubrimiento.
Y sin embargo, Yang seguía sin saber lo que había encontrado. Los análisis habían
confirmado que era un diamante de lo más puro y refinado, perfectamente transparente y
libre de imperfecciones y decoloraciones. Yang había expuesto los argumentos naturales
a sus patrocinadores; había allí un cuerpo carbonífero que, al ser golpeado por el impacto
de un planetoide que viajaba a gran velocidad, había generado calor y una presión
tremenda. El resultado: el diamente.
¿Pero de qué tamaño? Yang no tenía idea. No había puesto mucho énfasis en su
verborrea..., eso quedaba para sus inversionistas. Descubrió la verdad en su segundo
descenso al cráter. El Diamante Yang tenía la forma aproximada de un pulpo que tuviera
cincuenta tentáculos. La cabeza, a siete kilómetros por debajo de la superficie, demostró
ser casi esférica en la parte superior y de poco menos de catorce kilómetros de diámetro.
Los tentáculos se esparcían en todas direcciones, cada uno de ellos con medio kilómetro
de anchura y de treinta o cuarenta de longitud.
Raxon Yang se desmayó en el túnel cuando las pruebas sónicas revelaron la extensión
de su hallazgo. Lo arrastraron de nuevo a la nave, lo ataron a una litera y lo devolvieron a
la Tierra para que le aplicaran el mejor tratamiento médico que hubiera. El mejor, porque
ahora era el ciudadano más rico de todo el sistema solar.
Dos años más tarde, Yang estaba muerto. Fue asesinado por el trust del diamante,
como venganza. Había arruinado involuntariamente a todos sus miembros. El Diamante
Yang contenía diez millones de veces más carbono que todas las demás fuentes juntas.
La explotación comenzó. Cuatro siglos más tarde, estuvo por fin terminada. El
Diamante Yang desapareció, dividido en un billón de segmentos separados. Y en su lugar
se encontraba emplazado el laberinto de la Gran Cripta de Hiperión.
Yang no se había casado... los viejos exploradores no lo hacían nunca. No había hijos,
y tras su muerte empezaron los pleitos por la propiedad y la herencia. Los abogados
pleitearon durante ocho años, y por fin se reconocieron trescientos ochenta acreedores
válidos. A cada uno se le asignó la propiedad de una zona del diamante, con
responsabilidades separadas y derechos para explotarlo. Sus descendientes separaron
aún más las zonas. Con el paso de los siglos y las generaciones, los propietarios
prohferaron: miles, cientos de miles, millones de personas. Y cuando el diamante salió a
la luz, el espacio quedó libre para ser ocupado.
Los planos de los límites fueron cuidadosamente trazados y los derechos de propiedad
respetados. La Cripta se convirtió en una mezcla políglota y multifuncional de industrias,
el Hong Kong del siglo XXVI.
Ya no exportaba diamantes. No había ninguno que exportar. En vez de eso, operaba
sus propias industrias manufacturadoras de materias primas importadas, y mostraba un
grado de independencia con el gobierno central que rivalizaba con cualquier civilización
del sistema. Las criptas de almacenamiento situadas en uno de los tentáculos mayores
tenían una soberbia reputación, pero seguían sus propias leyes, y no hacían mucho caso
de los edictos de Ceres.
En otra hermosa muestra de su idiosincrasia, los colonos de la Gran Cripta habían
prohibido el uso del Enlace Mattin en sus dominios. Luther Brachis sólo pudo enlazar
hasta Titán, y entonces se vio obligado a hacer el resto del viaje en una nave de carga
que transportaba concentrados de pescado para los residentes de la Cripta. A pesar de lo
que dijera la tripulación, apestaba.
Brachis gruñó y maldijo. Godiva lo aceptó y deslumbró a la tripulación con su inefable
belleza. Luther Brachis no podía quitarle los ojos de encima, y en cierto sentido ni siquiera
estaba celoso de que otros hombres la miraran.
—¿Estás segura de que no quieres venir conmigo? —preguntó, antes de descender a
las negras profundidades de la Cripta, cuando su viaje estaba a punto de concluir.
Godiva dudó por un momento.
—No quiero. Ya te lo dije en Ceres. Si me obligas, iré, pero no quiero hacerlo. Tengo
miedo de lo que pueda encontrar ahí. —Tomó su mano derecha entre las suyas,
inspeccionándola con cuidado. La piel de los dedos nacientes era suave y delicada, y
ahora se veían los primeros indicios de uñas surgiendo en los extremos—. Por favor, ten
cuidado, Luther. No quiero oír que has tenido otra experiencia como la que te hizo esto.
Brachis se encogió de hombros. Podría decirle a Godiva Lomberd cualquier cosa que
quisiera oír, pero en su interior nunca tendría una seguridad total. Había pensado mucho
en el margrave durante su reciente estancia en el hospital. Aquella mente astuta e
inventiva exijía todo respeto, pero nadie podía ver en detalle qué había más allá de la
tumba. El margrave no había sabido cuándo moriría, o en qué circunstancias. Requería
una inteligencia inusitada hacer planes de venganza desde la tumba, pero esos planes
sólo podían operar en términos de probabilidades: ¿Cómo, quién, cuándo, dónde? De
modo que todas las ventajas estaban de parte de Luther Brachis. A menos que se
descuidara.
El margrave era un maestro de ajedrez y Brachis también. Los dos podían ver con
muchas jugadas de antelación. Luther había llegado a la conclusión de que el escondite
ideal para sus otros Artefactos tenía que ser la Cripta de Hiperión.
El descenso les llevó por muchos niveles. Brachis miraba a su alrededor con cuidado
mientras bajaban, anotando los refugios y los enlaces de seguridad. Tres
derrumbamientos en trece años habían vuelto a los habitantes de la Cripta
supercautelosos. Cada nivel tenía su propio sistema de compuertas y de interruptores
automáticos.
Bajo el nivel decimoséptimo, las paredes de roca gris del interior de Hipenón quedaron
atrás. Para asegurar su supervivencia, los primeros habían empleado diamantes impuros
sin salida comercial como paredes de soporte, contrafuertes y columnas. Iluminada ahora
por la fría luz de las esferas luminiscentes, la Gran Cripta era una gruta siniestra de luz y
color. El brillo verdiblanco de electróforos marinos se desparramaba desde los cristales
de diamante rojos y amarillos, y se rompía en un espectro completo de afiladas columnas
y cornisas.
Siempre hacia abajo, capa tras capa, a través de asentamientos entremezclados. El
guía de Brachis era una mujer emancipada con la espalda curvada y los hombros caídos.
Por fin se detuvo en una intersección y señaló hacia abajo.
—El almacenamiento empieza aquí. Se nos unirá un supervisor. ¿Qué es lo que quiere
ver?
—Todo.
—¿Sólo para mirar?
—Tal vez no.
Ella asintió. Otros hombres la habían seguido a través de los tanques. Sabía lo que
buscaban normalmente.
—Vamos. No hable del precio con el supervisor. Espere hasta que hayamos
terminado.
Empezaron el lento periplo a través de los pabellones. Brachis quería ver cada cámara
y examinar cada identidad y el informe de todas las unidades almacenadas.
Les llevó dos días. Los tanques no habían sido colocados siguiendo una secuencia
temporal o lógica. Brachis, familiarizado con los vericuetos del interior de Ceres, sentía a
veces que la Gran Cripta era a veces incluso más sinuosa. Era sorprendente que los
supervisores pudieran navegar a través de los corredores y los túneles débilmente
iluminados. Por fin, Brachis tendió a sus acompañantes una lista de siete identificaciones.
—Éstos. ¿Qué hará falta para ponerlos bajo mi custodia?
—¿Quiere decir... permanentemente?
—Permanentemente, sin dejar indicios en los archivos de la Cripta. No se moleste
diciéndome que es imposible. Sólo dígame el precio.
Ella se frotó el ojo izquierdo, donde el párpado enrojecido caía parejo a sus hombros.
—Quédese aquí.
Volvió menos de una hora después.
—No necesitamos cristales de comercio aquí.
Brachis no replicó.
—Pero nos hacen falta gases volátiles y prebióticos —continuó ella—, y tenemos
problemas para conseguir los permisos. Si pudiera conseguir un envío desde el
Cosechador...
—¿Cómo? No tienen salidas de Enlace en Hiperión.
—Mándelas a Japeto. Nosotros arreglaremos la transferencia desde allí. Envíe diez mil
toneladas, a portes pagados, a Kondoport, en Japeto.
—El precio es alto. No sabré si tengo lo que busco hasta que salgan de la congelación.
—Eso no representa ninguna diferencia para nosotros. Una vez estén calientes, son
suyos. Pero se pudrirán a menos que los devuelva a la consciencia. Usted se los lleva y
paga los gastos de envío.
Brachis guardó silencio un momento y calibró sus opciones. Incluso si seis de los siete
eran falsas alarmas, no podría arriesgarse. Y en cuanto a los gastos de envío de los
Artefactos, no tenía intención de que salieran de Hipenón. Le diría a Godiva que no había
encontrado ninguno.
—¿Y si les consigo los volátiles? —dijo por fin.
—Los siete serán suyos. —Sonrió con una sonrisa radiante y mellada que hizo que
Brachis deseara salir corriendo—. Todos suyos... para hacer lo que quiera con ellos.
20 - BÚSQUEDA EN SUEÑOMAR
El equipo había adquirido existencia oficial en el momento en que todos sus miembros
llegaron a Barjan. En adelante, sería conocido como el Equipo Rubí, un nombre que
desagradó tanto a Chan como Leah había odiado el de Equipo Alfa. Igual que ella, Chan
había decidido cambiarlo en cuanto tuviera oportunidad.
El Equipo Rubí tenía ahora cuatro días de existencia. Tres de ellos habían sido
empleados en investigar y explorar el planeta mientras Chan y los otros hacían sus
primeros intentos por aunar sus esfuerzos y cooperar mutuamente. La "luna de miel",
como lo había llamado Shikari jocosamente. Pero ahora, en la cuarta mañana, ese
periodo de tranquilidad había terminado. Todos los miembros lo sabían, y se sentían poco
dispuestos a empezar.
Amanecía en Barjan, un día espléndido con un cielo lleno de luces rosáceas y grises
que los rayos de Eta Cassiopea creaban al atravesar las altas capas de polvo y arena.
Los miembros del equipo perseguidor se habían dispersado durante la noche para
satisfacer sus necesidades naturales de alimento o descanso. Ahora, con las primeras
luces del alba, se reunieron en la nave para escuchar el informe del Ángel.
Este permaneció largo rato en silencio. Por fin, empezó a mover las hojas superiores.
—Confirmado —dijo la unidad de comunicación adjunta a su sección central—. Con
una probabilidad de 0,999 y ahora sabemos la localización del Simulacro de Morgan.
—Buena noticia —dijo Shikari, agrupado en forma de montículo púrpura junto a la
pared de la cabina—. ¿Dónde está, Ángel? Esperamos que no demasiado cerca.
—El Simulacro está lejos de aquí. Tiene un escondite en una caverna, en la costa de
Sueñomar.
Hubo un momento de silencio.
—Eso es una mala noticia —dijo Shikari, y en su agitación se dispersó y el aire se llenó
de componentes que revolotearon por toda la nave—. ¿Qué hacemos ahora?
Chan sacudió la cabeza y se volvió hacia S'greela.
—No puedo hacer eso que ha hecho Shikari, pero sé cómo se siente. ¿Tienes alguna
sugerencia?
El grupo perseguidor había discutido muchos planes alternativos, para muchas
situaciones distintas, pero esta circunstancia nunca había sido considerada. El Simulacro
no podría haber escogido un lugar mejor para esconderse.
La impresión común de Barján como mundo desértico no era del todo correcta. Había
una extensión de agua en su superficie: Sueñomar, un lago redondo de cuarenta
kilómetros de diámetro, que se encontraba en una depresión a unos mil kilómetros del
polo sur del planeta. El agua del lago era salada y amarga, y ninguna forma de vida
terrestre podía sobrevivir allí. La forma de vida nativa más grande era un anfibio que
toleraba —y disfrutaba— la salinidad y alcalinidad de Sueñomar. Era una de esas
extrañas formas que habían hecho al Grupo Estelar tan cauteloso en su política. Los
Caparazones parecían tortugas grandes, de dos metros. No empleaban herramientas, no
conocían ningún tipo de tecnología, no tenían ningún lenguaje reconocible. Y sin
embargo...
La mayor parte del tiempo, los Caparazones se entretenían con dos obsesiones:
meterse en el agua durante el día barjano, buceando en busca de algas, y arrastrarse
hasta la costa por la noche para poder pacer la vegetación descolorida y espinosa de las
costas de Sueñomar. Eran animales grises y anodinos, que aparentemente vivían una
existencia gris y monótona. Naturalmente, los primeros visitantes humanos del sistema de
Eta Cassiopea, habían centrado su atención en S'Kat'lan, el hogar de los inteligentes
Tubo-Rillas. Nadie había hecho mucho caso a los Caparazones de Barján, hasta que un
día se descubrió que su carne era un bocado delicioso: rosa, de fina textura y sabor
exquisito. Se convirtió en un lujo que se exportaba desde el sistema Eta Cass. La
población de los Caparazones empezó a menguar. Sin ninguna protección especial,
pronto se habrían extinguido.
Fue un xenólogo marciano, Elbert Tiggens, quien los salvó. Sus amigos admitían que
Tiggens tenía ideas excéntricas. Otros colegas eran menos amables y consideraban una
locura su esquema de una "taxonomía universal", un sistema de clasificación general en
el cual los organismos de cada mundo encajarían a la perfección de acuerdo con reino,
filo, clase, orden, familia, género, y especie. Tiggens no se dejaba disuadir. Con ese
propósito decidió marcharse una temporada a Barján para estudiar la flora y fauna de
Sueñomar y tratar pacientemente de introducir cada organismo en su esquema
clasificatorio.
Elbert Tiggens se habría quedado allí para siempre sin conseguir nada, pero, después
de unos cuantos meses, advirtió algo raro en los Caparazones. Los había utilizado como
fuente de alimento, y estaba muy familiarizado con sus hábitos y movimientos. Cada
mañana se sumergían en el Sueñomar, y cada noche salían a la orilla. Pero no viajaban
directamente en busca de las plantas alimenticias o del agua. En vez de eso, los
animales seguían una serie de curvas peculiares y bien definidas, diferentes cada
mañana y cada noche. En ciertos puntos se paraban, daban la vuelta trazando un círculo
completo, y dejaban una marca definida en el suelo. Tiggens fotografió las huellas y se
preguntó si serían parte de alguna especie de ritual de apareamiento, y continuó con su
trabajo taxonómico.
Después de seis meses, se quedó sin suministros. Empezaba también a cansarle la
carne hervida, asada, frita, cocida, a la plancha o ahumada de los Caparazones.
Aprovechó la estancia de un recolector de Caparazones y se marchó a la única
instalación existente en Barján, con la intención de comprar comida y suministros allí.
Junto a él, había una astrónomo Tubo-Rilla a punto de marcharse de Barján para
examinar el sistema anillado de Eta Cass. Tiggens deseaba compañía, humana o de lo
que fuera. Explicó sus razones para estar en el planeta, sus nociones de taxonomía y sus
observaciones sobre los Caparazones. La Tubo-Rilla le escuchó amablemente,
disimulando su aburrimiento, hasta que Tiggens le mostró algunas fotografías de las
huellas que los Caparazones dejaban al moverse por la orilla. La Tubo-Rilla las miró una
vez. Luego, volvió a mirarlas de nuevo. Finalmente, se las quitó a Elbert de las manos.
—¿Rituales de apareamiento? —preguntó Tiggens.
La Tubo-Rilla tiritó, se estiró, desplegó los miembros, se elevó veinticinco centímetros y
sacudió la cabeza.
—¡Órbitas y posiciones planetarias del sistema Eta Cass!
De repente, los Caparazones dejaron de ser un alimento. Sueñomar fue declarada
zona protegida y los Caparazones una especie protegida. Tenían conocimientos
suficientes de astronomía, matemáticas y mecánica celestial como para saber la posición
de los principales planetas del sistema Eta Cass, sin que les influyera la visibilidad o la
época del año. Trabajaban en equipo, y ningún Caparazón duplicaba los esfuerzos de
otro. Pero, de manera exasperante, rehusaban mostrar otros signos de inteligencia.
Las reglas del Grupo Estelar eran explícitas y se llevaban a cabo rigurosamente. Los
Caparazones eran una especie posiblemente inteligente, aunque la naturaleza de su
inteligencia no se comprendiera todavía. Por lo tanto, su protección fue total. No podían
ser cazados, y su entorno, que incluía todo Sueñomar y la zona de tierra alrededor,
quedaba completamente fuera de los límites de cualquiera, incluyendo el Equipo Rubí.
Con esto, la misión de Chan y los otros parecía imposible.
Después de la consternación inicial de Shikari y su dispersión, el Remiendo volvió a
reagruparse y reformó su boca, la volvió hacia Chan, emitió un par de silbidos
preliminares y por fin habló.
—¿Bien?
Chan miró al Remiendo y luego se volvió hacia S'greela y el Ángel. Los tres parecían
estar mirándole de manera expectante; incluso el Ángel había movido las ramas
parecidas a brazos que tenía en la sección inferior para acercarle el micrófono, y la Tubo-
Rilla se inclinaba hacia él.
—¿Bien? —repitió S'greela.
—¿Bien, qué?
—Estamos esperando.
—¿Esperando el qué? —Chan, de repente, se puso a la defensiva.
—Esperando para oír tu plan —dijo la voz computerizada del Ángel, con su peculiar
tono—. ¿Cómo propones que capturemos y destruyamos al Simulacro Morgan, cuando
está claro que no podemos entrar en el área protegida que rodea Sueñomar? Para
nosotros parece una empresa totalmente imposible.
—No me miréis a mí —Chan sacudió la cabeza—. No tengo ningún plan. Mira,
vosotros hicisteis el reconocimiento y localizasteis al Simulacro. ¿Por qué tengo que ser
yo quien haga un plan?
Parte de la agrupación inferior de Shikari se dividió en una larga extensión de
componentes que aleteó para reunirse alrededor de las piernas de Chan. Ahora, éste
sabía que aquello era la manera que tenía el Remiendo de mostrar apoyo y simpatía.
—Porque tú eres humano —dijo la voz silbante.
—Porque tú puedes hacerlo y nosotros no —añadió S'agreela humildemente—.
Siempre supimos que esto llegaría, si descubríamos al Simulacro. Sólo tú tienes los
dones que nos permitirán actuar a todos.
—Lo hemos discutido entre nosotros —continuó Shikari—. Excepto en la mayor de
nuestras formas compuestas, sabemos que los Remiendos no tenemos el poder
intelectual de los Angeles y las Tubo-Rillas. Pero sabemos que las tres formas tienen
habilidades mentales que exceden las de los humanos... Por favor, no discutas este
punto ahora. Y sin embargo, también sabemos que la lógica, la velocidad, la creatividad,
la memoria y la precisión no lo son todo. Hay otra dimensión en el pensamiento humano
de la que carecemos los otros tres. Una dimensión desafortunada para la mayoría de los
propósitos. Pero no podemos planear una acción militar, organizar una guerra o combatir
en una batalla. Esas palabras sólo existen en los idiomas humanos.
Hubo un largo silencio.
—Cuéntanos tu plan —dijo la voz metálica del Ángel.
—No lo comprendéis. No puedo. No tengo experiencia en la guerra, ni idea de cómo se
conduce. Aunque algunos humanos son agresivos, nunca he estado envuelto en una
batalla... ni siquiera en una pelea individual.
—Antes de que una Tubo-Rilla se aparee —dijo S'greela lentamente—, no puede ni
imaginar que tal cosa sea posible. La misma idea de unir los cuerpos es grotesca,
inquietante y repugnante. Pero cuando llega el momento y la necesidad de aparearse...
se aparea. Sin pensarlo. La acción no viene de la experiencia, sino de alguna memoria
somática almacenada en el interior de su cerebro y su cuerpo.
—Haz un plan para destruir al Simulacro —dijo el Ángel—. Eres humano. Eres grande,
contienes multitudes. Puedes crear ese plan de tu interior.
Chan sintió que la furia crecía en él. ¡Rehusaban su responsabilidad personal! Miró la
masa impasible del Ángel, la nerviosa inclinación de la Tubo-Rilla y el aleteo incesante
del Remiendo, con sus componentes individuales desconectándose y reconectándose
constantemente.
—Cuando me enviaron a Barján, me dijeron que formaría parte de un equipo. Cada
uno de los miembros contribuiría por igual, no se sentaría a esperar que otro le diera
órdenes. Me ordenáis que cree un plan. ¿Para qué estáis aquí? ¿Qué es lo que pensáis
que vais a hacer?
—Te ayudaremos a cumplir el plan en lo que podamos —dijo Shikari—. Chan, la furia
humana es una cosa terrible. La vemos crecer en ti mientras hablamos. Pero la diriges al
blanco equivocado. Solamente te estamos pidiendo que hagas lo que nosotros no
podemos hacer.
Siéntate. Piensa. No te apresures. Y entonces dinos adonde te han llevado tus
pensamientos.
—Pero seguís sin comprender —empezó a decir Chan—. No estoy más capacitado
que vosotros para imaginar lo que necesitamos. No tengo experiencia, ni forma alguna
de... de...
Se detuvo. No tenía sentido seguir hablando. Inclinó la cabeza y contempló el suelo.
Sólo se estaba repitiendo, y esto no llevaría a ninguna parte. ¿De verdad el Ángel no
podría hacerlo mejor que cualquier cosa que Chan pudiera concebir? Ya había visto
pruebas sorprendentes de sus poderes intelectuales. O el Remiendo... Shikari podría
aumentar su poder cerebral sólo con añadir más componentes e incrementarlo hasta el
punto en que Chan tuviera problemas para seguir las pautas de pensamiento. Pero
mientras se quedara allí, el Simulacro continuaría a salvo en su escondite.
—¿No queréis invadir el área protegida de Sueñomar? —preguntó, alzando la cabeza.
Shikari emitió un agudo silbido de horror y S'greella rechinó con desaprobación.
—Eso es un acto impensable —dijo—. Ni siquiera lo habíamos considerado.
—¿Ni siquiera como observadores, si hubiera garantías de que ningún Caparazón
sería tocado?
—Esa garantía no puede probarse. Si el Simulacro te localizara y te atacase, insistirías
en devolver el ataque.
Chan asintió.
—Probablemente tenéis razón, si fuera necesario como autodefensa. Pero no estaba
pensando en mí..; ni en ninguno de vosotros.
—¿En quién, entonces? —La Tubo-Rilla agitó sus miembros segmentados—. Somos
las únicas especies indiscutiblemente inteligentes del planeta.
—No hablo de inteligencia. Según nuestros informes, el Simulacro localizaría cualquier
signo de inteligencia —se volvió hacia Shikari—. Me has dicho que tus componentes
individuales tienen dos millones de neuronas. Pueden comer, aparearse, beber y unirse.
Pero ¿y un compuesto pequeño? ¿Podrían unirse tan sólo seis o diez componentes?
—Claro. Pero ¿para qué querríamos hacer eso?
—No estoy seguro. ¿Podría un grupo tan pequeño seguir tus órdenes?
—Tendrían que ser muy simples.
—¿Serviría para recopilar información?
—Indudablemente —la superficie del Remiendo se erizó al moverse, como si quisiera
dar a entender que se encogía de hombros—. Pero ¿para qué sería? No habría forma de
que un grupo tan pequeño pudiera integrar su información con nada más. No podríamos
combinarla.
—Tenemos un integrador soberbio aquí mismo —Chan señaló al Ángel—. Shikari, todo
lo que tendrías que hacer sería formar un número de composiciones muy pequeñas y
dirigirlas para que exploren la región cercana al escondite del Simulacro. ¿Podrías
hacerlo?
—Ciertamente. Pero, ¿y después qué?
—En cuanto sepamos lo que hace, en qué ocupa su tiempo, buscaremos una forma de
sacarlo de la zona protegida donde viven los Caparazones.
—Pero no sabemos qué puede atraer a un Simulacro —protestó S'greela—.
Conocemos su apariencia y su estructura, pero no tenemos ni idea de sus actitudes
mentales.
—Todavía no..., pero las tendremos —Chan se volvió hacia el silencioso Ángel—.
Según la información que recibí antes de que viniéramos a Barján, un Ángel puede utilizar
su mente en un "modo imitador" que remeda las pautas de pensamiento de otras
especies. ¿Es cierto?
—Con tiempo e información suficientes, lo que sugieres es parcialmente verdad. A
menudo podemos duplicar las pautas de pensamiento de otro ser en parte de nuestros
propios procesos mentales. Pero no siempre. Por ejemplo, hemos fracasado
completamente al intentar replicar cualquier parte de los procesos humanos de agresión.
—Olvida a los humanos. ¿Podrías duplicar los procesos de pensamiento de un
Simulacro?
—No. Es imposible. No tenemos suficiente información, y no ha habido oportunidad de
entrar en contacto.
—Maldición, Ángel, no pido perfección. Lo que necesitamos es una buena imitación,
algo que podamos usar para suponer cómo podría reaccionar un simulacro en una
situación específica.
Hubo un largo silencio. El Ángel consideraba un nuevo concepto.
—¿Una imitación imperfecta de su pensamiento? Posiblemente. La necesidad es la
madre de la invención. Ya tengo un considerable banco de datos referido a los
Simulacros. Podría conseguirse una aproximación general al modelo de sus procesos
mentales; quizá lo bastante para comparar las probabilidades relativas de diferentes
cursos de acción, sin asignar valores absolutos a ninguno. Pero me llevaría mucho
tiempo cumplir el proceso.
—¿Cuánto?
—Si no molestan —dijo el Ángel tras otra larga pausa—, ¿digamos unos tres días? Y
durante ese mismo periodo de tiempo podría desarrollar dentro de mí los mecanismos
necesarios para aceptar información directa de las subasambleas del Remiendo. Pero
para conseguir eso Shikari y yo tendríamos que estar muy conectados.
Chan se volvió al Remiendo.
—¿Puedes establecer ese tipo de conexión?
—Veremos. Desde fuera, no encontramos problemas. Será una experiencia nueva,
intrigante y agradable. —El Remiendo empezó a moverse lentamente hacia el Ángel.
Cuando pasó junto a Chan se detuvo—. ¿Empezamos ahora mismo, Chan? ¿O prefieres
contarnos primero los detalles del resto de tu plan?
21 - DESASTRE EN TRAVANCORE
Los primeros en experimentar con el sistema de transmisión del Enlace Mattin habían
aprendido muy rápidamente los tres hechos siguientes:
*Conoce tu punto de salida. Habían aparecido viajeros descuidados sin traje en el
interior de una sonda extrasolar carente de aire o en la superficie de Mercurio y
Ganímedes.
*Cerca no es suficiente. Los viajeros que equivocaban la larga secuencia codificada en
un simple dígito tendían a llegar convertidos en montoncitos de masa rosa o largas
trenzas de protoplasma.
Alguien paga siempre. La transmisión instantánea de mensajes y materiales a través
del Enlace Mattin había abierto el camino a las estrellas, pero nunca era barato. Un
simple viaje interestelar entre puntos de campo potencial diferente consumiría los ahorros
de toda una vida. Enviar material desde la Nube Oort hasta el Sistema Interior requería la
energía completa de tres núcleos en el Cosechador Oort.
Esro Mondrian había añadido a estas tres reglas una cuarta de su invención: El acceso
es poder. Ciertas coordenadas y secuencias de transmisión se mantenían en estricto
secreto, y su conocimiento no se permitía sin una verificación completa de las
credenciales. Las coordenadas de la nave que orbitaba Travancore no las conocían ni
siquiera en el banco de datos de Dominus. Sólo las sabían tres personas en el sistema:
Mondrian, Flammarion y Luther Brachis. Los dos últimos sólo esperaban usar la
información si Mondrian moría o quedaba incapacitado.
El punto receptor de la información de Travancore se guardaba con el mismo celo. El
punto de salida del Enlace se encontraba en los Cuarteles Generales de la Anabasis, y
en ningún otro sitio. Dougal Macdougal, el embajador solar, había accedido a esto con
reticencia, después de recibir presiones directas por parte de los otros miembros del
Grupo Estelar.
Lo que el Grupo no había aprobado —lo que nadie fuera de la Anabasis conocía— era
la otra decisión de Mondrian con respecto al Equipo Alfa. El miembro humano del grupo
había sido equipado con un comunicador personal para enviar sonido e imagen a través
de su casco durante el periodo completo que pasara en Travancore. Mondrian tenía la
intención de registrar esas señales personalmente, con la única ayuda de Flammarion y
Brachis. Juntos, cubrirían por completo las operaciones en Travancore. Leah Rainbow
sabía que los datos se enviaban a la nave en órbita del Equipo Alfa, pero no tenía idea de
que éstos serían recibidos en directo en los Cuarteles Generales de la Anabasis.
22 - ENCUENTRO EN BARJÁN
24 - TRAVANCORE
Travancore desde cinco mil kilómetros de distancia: un mundo de ensueño, una dulce
bola esmeralda con los colores mutados por la densa atmósfera, sus contornos tocados
de neblina por una paleta impresionista. Pacífico. Maravilloso. Relajante.
Demasiado relajante. Chan inspiró profundamente, contempló sombrío la jungla sin fin,
y se preguntó cómo iba a conseguir acabar con la utópica calma del resto del equipo. Con
S'greela diciendo que Travancore le recordaba las pinturas abstractas de los Tubo-Rilla y
Shikari alabando las mañanas brumosas de Mercantor, ¿cómo conseguiría Chan
hacerlos despertar? A veces se referían a él como al miembro más joven del equipo —
S'greela tenía noventa años terrestres, y Ángel era aún más viejo—, pero en algunos
aspectos ellos eran los bebés.
Se volvió hacia los otros tres.
—¿Qué os parece?
Se disponían a entrar en la cápsula de aterrizaje, dispuestos a dejar la seguridad de la
Nave-C y empezar su descenso a la superficie de Travancore.
25 - LA TIERRA
¿Y ahora?
Muchas cosas habían cambiado en los últimos meses. El apartamento ya no era un
lugar de paz y tranquilidad. Tatty se había vuelto más independiente. Había roto con la
adicción al Paradox (¡Shannon sabía cuánto le había costado!) y ya no aparecía la hilera
de pequeñas ampollas púrpura en cada una de las habitaciones del apartamento. Había
cambiado gracias a la transformación de Chan en el Estimulador Tolkov. Aunque no
hablaba de ello, la experiencia la había afectado profundamente. Peor aún, Tatty se había
vuelto impredecible. Mondrian ya no estaba seguro de cómo reaccionaría a sus palabras,
qué diría o haría.
Él sabía instintivamente lo que tenía que hacer. Lo que no puede ser controlado o
destruido debe ser apartado. Tenía que romper con Tatty. Y no podía hacerlo.
—Las tengo —dijo Tatty cuando la puerta se cerró tras él—. ¿Empezamos?
Mondrian asintió.
—Vamos con ello, princesa.
(Ése era el cambio en ella. Ninguna palabra de afecto o de salutación. Ninguna
ternura, ningún contacto amoroso. Pero éste no era el momento idóneo para sentir
nostalgia o resquemor... lo que venía a continuación era demasiado importante.)
Ella había advertido su estado depresivo.
—No será tan malo, Esro. Piensa que no será más que una serie de vistas de la Tierra.
—La mayor parte lo será. Pero si Skrynol tiene razón, una de esas escenas puede
levantarse y asesinarme.
—¿Cómo te afectará?
—El saltafreud no lo sabe, y yo, desde luego, tampoco —Mondrian señaló la redoma
de spray anestésico que Tatty había preparado—. Tenlo cerca, pero no dejes que mis
manos lo toquen. Espero no tener que intentarlo. Pero Skrynol dice que la experiencia
que perseguimos es muy profunda..., puede que quiera matar, o suicidarme, antes de
permitir que salga a la superficie —se sentó en la silla reclinable y se echó hacia atrás.
Asintió—. Adelante. Cuando quieras.
Tatty ató sus muñecas a los brazos del asiento. Colocó los electrodos y los micrófonos
en las muñecas, las palmas, las yemas de los dedos, la garganta, las sienes y los
genitales. Por fin, se sentó donde pudiera ver tanto la pantalla como la cara de Mondrian.
El equipo y las grabaciones estaban dispuestos. Ya que Mondrian no le había dado un
orden establecido para la lista de sitios, ella había hecho uno propio. Había visitado los
escenarios de su primera infancia sistemáticamente, haciendo una serie de enlaces en
zigzag que cubrieron el planeta de polo a polo. En cada escenario, ella había añadido su
propia voz a la ilusión de las grabaciones en 3—D, y había sumado los sonidos y los
olores locales.
Empezó con un campo que era el centro de sus propias pesadillas, tal vez Mondrian
compartiría con ella el horror. La Virgen se encontraba en lo que una vez había sido el
oeste americano. Era una campana de total devastación, de unos mil quinientos
kilómetros de longitud y unos cuatrocientos de profundidad. Los Pechos de la Virgen
estaban en Dos Golpes, en el norte. Dos cráteres gemelos de quince kilómetros definían
cada pezón. Las anchas caderas, en el sur, estaban formadas por el llano circular
derretido en el Error de Malcom. Tatty los había colocado a mitad de camino entre las
dos.
—El Ombligo de la Virgen —dijo su voz en el comentario.
Entonces todo fue silencio. El Ombligo era el lugar más árido y desolado de la
superficie de la tierra.
En los primeros años después de que el resplandor de la fusión empezara a
desvanecerse, los expertos habían hecho sus mediciones y predijeron que las formas de
vida terrestres tardarían al menos un milenio en regresar a la Virgen. Se habían
equivocado por completo. Las primeras semillas habían germinado y luchaban contra la
radiación menos de una generación más tarde.
Y sin embargo, de alguna manera los expertos habían acertado. Hoy, la Virgen bullía
con sus propias plantas y animales, pero ningún pájaro cantaba, ninguna abeja zumbaba,
ni aullaban los coyotes. La vida en el Ombligo de la Virgen era abundante, pero era
totalmente silenciosa, y de algún modo alienígena.
La pantalla mostró detalladamente el paisaje. Mondrian lo observó en silencio mientras
Tatty temblaba de nuevo ante la escena que había grabado, las plantas retorcidas o
supercrecidas, y los animales deformes que parodiaban el resto de la naturaleza.
—¿Sabías que puede verse la silueta de la Virgen desde la luna? —dijo Mondrian por
fin—. No creo que sea por el color del terreno. Debe ser la vegetación.
Su voz sonaba calma. Tatty abrevió la presentación. De otra forma, Mondrian tendría
que usar el anestésico con ella. Se trasladaron a otro de sus odios privados. Mondrian
recordaba haber ido a la Antártida cuando era un niño pequeño, y conservaba de ello
recuerdos desagradables. Lo mismo que Tatty. Los guías de viajes hablaban solamente
de los abrasadores veranos polares, con los nuevos granos híbridos recorriendo su ciclo
completo de la germinación a la cosecha en menos de treinta días con luz las veinticuatro
horas. Tatty tenía recuerdos diferentes: vientos salvajes, hielo, y las crueles aguas negras
saltando al filo del casquete polar.
Sus imágenes captaron a la perfección la prisa desesperada del corto verano. La
naturaleza se apresuraba a llenar un ciclo completo en sólo unas pocas semanas de sol
continuo. El nivel del crecimiento de las plantas creaba la ilusión de los fotogramas que
saltan en el tiempo.
Mondrian siguió observando mientras las imágenes mostraban una banda de pingüinos
emperador al borde del agua. Parecía relajado.
—Si no te gusta cómo es ahora —dijo, pues había visto la expresión de la cara de
Tatty—, deberías ir allí en invierno. Imagínate la vida de uno de esos pájaros. Se aparean
a cincuenta grados bajo cero. Y siguen allí con las tempestades, haciendo balancear los
huevos sobre sus pies.
Tatty le dirigió una mirada furiosa y cortó la escena. Mondrian parecía estar
disfrutando. Se trasladó a la Patagonia.
Cuando Mondrian le dijo por primera vez lo que necesitaba, había parecido una
empresa imposible, pues exigía explorar cientos de miles de kilómetros cuadrados. Como
siempre, la había persuadido de que estaba equivocada. Tatty podría hacerlo fácilmente.
Aunque el éxodo de siglos desde la Tierra había proporcionado una válvula de escape al
crecimiento demográfico, nunca había sido suficiente. Y a medida que el planeta,
gradualmente, se volvía más poblado, se hacía más homogéneo. No era necesario que
Tatty hiciera grabaciones de GranSyd o de Ree-o-dee; en lo esencial eran idénticas a
Bosny o a Delmarba. Los recuerdos de Mondrian no estarían ocultos allí.
Los únicos candidatos reales eran las reservas ecuatoriales y antarticas, más aquellas
otras zonas de la Tierra que aún permanecían casi deshabitadas. El Reino de los Vientos
en Patagonia, donde Tatty se había dirigido a continuación, era un buen ejemplo. La
gente podía vivir allí, en la desértica sombra de los Andes, pero pocos querían hacerlo.
Los vientos del oeste que soplaban con fuerza incesante desde los picos de las montañas
creaban un vacío psicológico. Todas las generaciones había quien se asentaba allí, y
pocos años después, abandonaban el lugar.
No era la fuente del trauma de Mondrian. Miraba el paisaje yermo con diversión, pero
también con terror. Tatty estudió su cara, y volvió a adelantar las imágenes.
Ella tenía pocas esperanzas respecto al próximo escenario. Nunca había visitado
antes, la gran reserva de África, pero lo que había visto en su reciente viaje la había
cautivado por completo.
Esto había sido el primer hogar de la humanidad. Los grandes hervíboros y carnívoros
que aún quedaban en la Tierra continuaban viviendo aquí en sus condiciones naturales,
como habían hecho durante millones de años. Tatty había deambulado a pie muchas
horas, saboreando y registrando los paisajes, sonidos y olores del llano abierto. Le
encantaba ver las manadas dispersarse y echar a correr por el terreno polvoriento,
respondiendo a peligros reales o imaginarios. Esto se hallaba a años luz de la vida en los
Gallimaufries... más lejos de su experiencia incluso que el centro de confinamiento de
Horus.
Mondrian no parecía compartir su placer. Ahora parecía aburrido, encogido en su
asiento. Tatty sospechaba que, como de costumbre, estaría pensando en Travancore y
en la caza de las Criaturas de Morgan. Parecía medio dormido mientras las imágenes
mostraban el terreno. Tatty se preparó para pasar a otra zona., pero vio que uno de sus
lugares favoritos aparecería en una toma dentro de unos pocos segundos.
—Mira esto —dijo—. El cráter de Ngorongoro, ¡qué espectacular!
Las imágenes mostraron el majestuoso pico de un volcán con el sol del atardecer
detrás. La cara ancha y roja del sol estaba ya en el horizonte, hundiéndose rápidamente
en una puesta ecuatorial. La gran llanura de Serengeti y la reserva se extendían detrás,
púrpura y dorados bajo la luz que ya se desvanecía.
—¡Maravilloso! —exclamó Tatty.
Se volvió hacia Mondrian por primera vez. Estaba rígido en su asiento, temblando. Vio
los ojos desencajados y las venas saltando, y corrió en busca del anestésico.
No fue necesario. Antes de que pudiera recoger la redoma, Esro Mondrian emitió un
quejido bajo y desesperado. Mientras lo observaba, el espasmo terminó. Dio un suspiro y
se hundió en la silla. Sus ojos se cerraron lentamente y se quedó dormido.
Tatty, sola en medio del círculo de luz, se preguntó dónde se estaba metiendo. Su
corazón palpitaba alocado, y transpiraba profusamente. En esta profundidad de los
refugios, los sistemas refrigeradores no podían hacer más que convertir el aire en poco
más que respirable.
Alzó la luz y miró alrededor. Éste debía ser el lugar correcto, tenía que serlo. Pero se
encontraba en un corredor largo y desierto, sin que hubieran otros caminos visibles
delante o detrás de ella.
Tatty inclinó la cabeza para verificar de nuevo la señal del trazador. Mostraba
exactamente cero, y la pequeña flecha roja había desaparecido. ¡Inútil! ¡Y sólo hacía un
par de horas se había creído tan astuta!
Mondrian había tardado media hora completa en salir de su trance, media hora en la
que su pulso casi se había detenido y ella se había visto forzada a administrarle
adrenalina y estimulantes cardíacos. Luego, en cuanto estuvo completamente consciente,
no tardó en recuperarse. Había cogido la grabación final que ella había hecho y se había
dirigido a la puerta del apartamento. Parecía un cadáver. No había dicho dónde iba, ni
siquiera cuándo ella perdió los nervios y le gritó. Sólo dijo que tenía que marcharse de
inmediato. ¡Y era tan obvio adonde! Iba a reunirse otra vez con Skrynol, para ver si el
saltafreud podía exorcizar finalmente su compulsión oculta.
Y entonces, en mitad de la discusión, Tatty había recordado el trazador. Todavía
estaba en la ligera bolsa de viaje de Mondrian, el único equipaje que traía a la Tierra. Con
cuidado, consiguió escamoteárselo mientras él reajustaba su tarjeta de identidad. Si
Mondrian no le pedía ayuda con el saltafreud, iba a conseguirla de todas formas.
Dondequiera que fuera, ella podría seguirle el rastro.
Pero ahora se sentía como una completa estúpida. Cuando él dejó el apartamento, le
siguió con mucho cuidado, muy por detrás. En cuanto la flecha del trazador se paraba,
ella se paraba y fijaba su posición. El trazador reveló que Mondrian permaneció en un
sitio aproximadamente una hora, y luego empezó a volver sobre sus pasos. Tatty se
escondió hasta que pasó y entonces empezó a seguir adelante, hacia su primer destino.
Le había seguido... ¡a ninguna parte!
¿O había alguna especie de truco para usar el trazador, alguna técnica que ella no
comprendía?
Observó otra vez las paredes del corredor. Este era alto y estrecho, de sólo un par de
metros de anchura, y recorrido por enormes tubos de aire. Según Luther Brachis, un
trazador tenía un alcance de más de diez metros, lo que era simplemente imposible. El
túnel se extendía monótonamente en las dos direcciones diez veces esa distancia.
Volvió a mirar el trazador, acercando al instrumento la linterna que llevaba. Al hacerlo,
la luz le fue arrancada bruscamente de la mano, hacia arriba, e instantáneamente se
apagó.
Tatty gritó. Había quedado envuelta en la más absoluta oscuridad. Retrocedió hasta
que chocó con la pared del túnel. Se aferró a las cálidas tuberías de aire, la única cosa
familiar que pudo encontrar. Al hacerlo, algo la agarró por la cintura. Fue alzada sin
esfuerzo del suelo, por encima de los tubos, y la colocaron, de nuevo, sin brusquedad,
sobre una superficie suave. Unas gruesas ataduras la sujetaron fuertemente por las
muñecas y tobillos.
—No se moleste en volver a gritar o en ofrecer resistencia —dijo una voz alegre por
encima de ella—. Ambas acciones serían bastante inútiles, y no está en peligro.
Tatty contuvo la respiración dispuesta a gritar otra vez. Antes de que pudiera hacerlo,
un resplandor rojo oscuro llenó el aire y le dio el primer indicio del lugar donde se
encontraba. En lugar de gritar, jadeó y miró a su alrededor. ¡Estaba en una Madriguera!
Misteriosamente esparcidas por las zonas más profundas de los refugios, las salas
secretas eran casi una leyenda. Se suponía que eran los refugios de los Carroñeros, los
escondites definitivos de los criminales buscados y los quebrantadores de contratos. Su
emplazamiento sólo se transmitía de boca en boca, de una generación a la siguiente. Las
autoridades terrestres negaban su existencia.
Tatty nunca había estado en una antes, pero la reconoció por las descripciones. Ésta
había sido emplazada tras las principales tuberías de aire. La habitación tenía diez
metros de longitud y diez metros de altura, pero menos de dos de ancho. Había un tosco
empalme con las líneas de energía en una esquina, que alimentaba los fluorescentes
rojos que proyectaban su lóbrega luz en la habitación. Otro empalme en las tuberías
proporcionaba aire suficiente para respirar. En la pared más lejana, había un antiguo
sintetizador de alimentos, aparentemente fuera de uso, y junto a él había una pantalla
plateada que le ocultaba parte de la habitación.
—¿Sabe dónde está? —dijo la misma voz amable.
—Sí. En una Madriguera.
—Exactamente. Con su permiso... —la luz se apagó de nuevo, y pocos segundos
después, Tatty sintió que le colocaban unos fríos electrodos de metal. Tiritó.
—Esto es para mi conveniencia, no para su incomodidad —dijo alegremente la voz—.
No los notará dentro de un momento. Y no se preocupe, la luz volverá enseguida.
—¿Quién es usted?
Hubo una risa aguda.
—Vamos, Tatty Snipes, sabe muy bien quién soy...; de lo contrario no estaría aquí.
—Es usted Skrynol... el saltafreud que ha estado tratando a Esro Mondrian.
—Por supuesto.
—Bien, puede llamarlo tratamiento si quiere. —Las luces habían vuelto, y no había
rastro de Skrynol. El valor de Tatty regresaba, y con él su furia—. Pero lo ha estado
poniendo peor, mucho peor —su voz era amarga—. ¡Dios, cómo desearía no haberle
mencionado nunca su nombre!
—Aunque no lo hubiera hecho, alguien más me lo habría traído —Skrynol, al otro lado
de la pantalla plateada, parecía tranquila, sin que la furia de Tatty la afectara—. Era
absolutamente necesario que yo le conociera y lo tratara. Tatty Snipes, ¿conoce bien a
Esro Mondrian? ¿Hasta qué grado?
—¡Tan bien como cualquiera! —Algo en la voz de Skrynol hizo que Tatty se sentara y
pensara objetivamente en la pregunta por primera vez en su vida—. Es el hombre más
inteligente y trabajador que he conocido —dijo por fin—, pero a menudo me pregunto si lo
conozco en realidad. A veces parece un monstruo, alguien que no se preocupa por nadie
y que es capaz de utilizar a cualquier persona y cualquier cosa para sus propios
propósitos.
—Y sin embargo, ha sido su amante... y sigue trabajando para él.
—Lo sé —Tatty se rió con aspereza—. No tiene que decirme lo tonta que soy. A veces
pienso que Esro Mondrian puede persuadir a cualquiera para que haga lo que a él se le
antoje, si se lo propone.
—Lo conoce muy bien —dijo Skrynol con suavidad—. Pero quizás hay una cosa que
no advierte. Esro Mondrian es, en algunos aspectos, la persona más valiosa de todo el
sistema solar, sí. Pero también es el humano más peligroso en todo el Grupo Estelar.
Mondrian es la razón, la única razón, por la que estoy aquí, en la Tierra.
Tatty vio salir una sombra monstruosa de detrás de la pantalla. Entonces, la realidad
apareció, un cuerpo tubular gigantesco que se inclinaba hacia adelante sobre piernas de
segmentos múltiples. Se encogió mientras la Tubo-Rilla se aproximaba a ella lentamente
y se replegaba hasta alcanzar su tamaño.
—He decidido que no tengo nada que ganar ocultándole la verdad —la voz de Skrynol
era amable y reconfortante—. Sé que tiene miedo, pero no hay ninguna razón para ello.
No le haré daño. Vamos, Tatty, ya sabe que somos una especie pacífica. Necesitamos su
ayuda.
Tatty tembló.
—Posiblemente no pueda ayudarles —dijo débilmente.
—Creo que sí —el largo cuerpo se estiró hasta casi alcanzar el techo—. Déjeme al
menos contarle el problema. El Grupo Estelar ha estado estudiando la especie humana
desde hace siglos... tan intensamente como los humanos han estado estudiando a los
otros miembros del Grupo. En cada generación, identificamos a los humanos que
creemos tienen poderes únicos para el bien o para el mal. Estos, por supuesto, son
estudiados de cerca. Nuestros archivos de predicción de su conducta son excelentes,
pero ocasionalmente encontramos alguna anomalía, un ser humano que es un completo
enigma. Un individuo así debe ser vigilado algo más de cerca, a fin de que su potencial
para causar daño no se aplique. Con Esro Mondrian, tenemos el caso extremo: un
humano de habilidades excepcionales, cuyos impulsos son tan fuertes que podría
conducir a la destrucción del Grupo Estelar entero.
—No —Tatty sacudió la cabeza—. No lo comprendo del todo, pero sí sé que a Esro le
gustan los alienígenas.
—Eso no crea ninguna diferencia. Mondrian no es un hombre simple, como Luther
Brachis, que odia a todos los alienígenas de una manera directa y predecible. A Mondrian
le gustan las especies del Grupo Estelar, pero de alguna forma no puede tolerarnos,
porque a nivel profundo no puede soportar la amenaza que el Grupo Estelar representa
para él. Podemos manejar a Brachis, pero Mondrian es un misterio. En una situación así,
la reacción humana sería destruirlos a ambos. Pero ese camino no está abierto a nuestra
especie. Nos damos cuenta de que debemos ayudar a Mondrian. Debemos descubrir la
fuente de su tendencia destructiva y neutralizarla. Y usted puede ayudarnos.
—No. No comprende. He intentado ayudar a Esro..., Dios sabe cómo lo he intentado.
Pero no puedo hacerlo. Nunca puedo alcanzarle, nunca consigo llegar hasta él.
—Si eso la hace sentirse mejor, tampoco puedo yo..., y toda mi vida y entrenamiento
han servido a ese propósito. Pero en mis sesiones con Mondrian he descubierto al menos
una cosa. Está atrapado en un conflicto interno. La capacidad de amar está ahogada por
el miedo. Está obsesionado con las Criaturas de Morgan. ¿Sabe por qué?
—Tienen que ser destruidas. Ha estado trabajando noche y día en la Anabasis.
—Cierto. ¿Pero sabía que fue el propio Mondrian quien originó el programa para la
construcción de las Criaturas de Morgan? Empezó por iniciativa suya. Cuando el proyecto
escapó al control, las Criaturas se convirtieron en un terrible peligro para todo lo que hay
en el Grupo Estelar..., el peor peligro desde que el Grupo existe. Los embajadores
llegaron de mala gana a la conclusión de que las criaturas eran demasiado peligrosas y
tenían que ser destruidas. No puedo discutir esa decisión. Pero sé que la decisión de
dejar a Mondrian a cargo de la operación fue un terrible error. Mondrian necesita a las
Criaturas de Morgan.
—¡Pero si está intentando destruirlas!
—¿Está segura? Suponga que ha escogido a los grupos perseguidores para que
intenten controlar a las Criaturas en lugar de matarlas. Puedo asegurarle que Mondrian
nunca permitirá que las Criaturas desaparezcan, si hay algún medio de salvarlas. Las
necesita urgentemente, a un nivel mucho más profundo que el racional. Y esa necesidad
se deriva de la experiencia infantil que hemos estado probando. Gracias a usted,
sabemos que tuvo lugar en África. Pero está tan enraizada que temo que nunca
llegaremos a alcanzarla. La naturaleza de su tormento está aún escondida en su interior,
y sigo incapacitada para liberarlo. Así que el impulso continúa... a menos que pueda
ayudarme para sacarlo a la luz.
—Ya le he dicho que no puedo hacer nada con Esro.
—Tal vez. Pero permítame una pregunta más. Mondrian la ha utilizado una y otra vez.
Es usted una persona lógica, con un intelecto considerable. ¿Por qué continúa
ayudándole cada vez que se lo pide, sabiendo que probablemente volverá a utilizarla?
Tatty descubrió que estaba llorando. Lágrimas saladas y dulces corrían por sus mejillas
y su nariz hacia sus labios.
—No lo sé. Supongo que es porque... porque no tengo a nadie más. Sin Esro, no tengo
nada, no tengo a nadie. Él es todo lo que tengo.
—Posiblemente —la voz de Skrynol seguía siendo amable y racional. Un suave
miembro delantero la acarició suavemente el pelo y secó con delicadeza las lágrimas de
sus mejillas—. Pero hay otra explicación. Suponga que se queda porque se da cuenta de
que es usted todo lo que él tiene. Si no existiera usted, ¿a quién pediría él alivio y ayuda?
Sabe que, de alguna manera, todavía le ama. Hágase la pregunta: ¿Quiere ver a
Mondrian destruido?
—No lo sé —Tatty intentó sentarse, pero las ataduras aún se lo impedían—. Muchas
veces le he maldecido y he deseado verle muerto.
—Pero siempre se ha retenido. Si realmente quiere ayudar a Mondrian —y puede que
eso fuera imposible o ya sea demasiado tarde— entonces debe hacer la única cosa que
podría hacer que su tratamiento fuera más efectivo. Deje de apoyarle. Dígale que todo se
acabó, que no puede volver con usted, que no espere ningún perdón. ¡Dígale que él no
tiene a nadie\
Skrynol se adelantó y soltó las correas que sujetaban a Tatty. Ella se enderezó y se
llevó las manos a la cara.
—¿Y qué bien le haría si lo hiciera?
—Tal vez ninguno. Pero acaso nos proporcione esa pequeña ventana, el resquicio de
vulnerabilidad que necesito para tratarle con éxito. Estoy buscando un punto de apoyo
que le permita abrirse a mí. La dependencia emocional podría serlo.
Skrynol ayudó a Tatty a levantarse. La mujer se apoyó, débil, en la gigantesca figura.
—¿Cree que tendrá éxito?
—No. Estoy segura de que fallará casi con toda certeza. —La Tubo-Rilla encogió el
cuerpo a la manera humana—. Pero no tengo otra opción. Es el único camino que me
queda..., tengo que intentarlo.
Skrynol alargó un apéndice y tomó la mano de Tatty.
—Vamos. Déjeme ayudarla a salir de aquí. Si va a tener un enfrentamiento con
Mondrian, debe hacerlo antes de que se prepare para marcharse de la Tierra.
Tatty echó una última mirada a la Madriguera antes de ser conducida a la oscuridad.
—¿Y si le contara a alguien más este encuentro? ¿Destruiría sus planes?
—Cuénteselo a quien quiera —dijo Skrynol alegremente—. Tatty Snipes, ¿quién iba a
creerla?
26 - PROBLEMA CON LOS MINISIMS
Era tarde cuando Luther Brachis y Godiva Lomberd regresaron a sus habitaciones en
el nivel noventa y cuatro Ceres. Habían realizado un viaje largamente propuesto a la
corteza exterior. Luther los había guiado allí, deteniéndose en las grandes compuertas
para señalar a Godiva los muchos mundos del sistema y las lejanas estrellas que
formaban parte del Grupo Estelar.
Brachis las conocía desde la infancia. Fue un golpe descubrir que Godiva, educada en
las oscuras zonas de los Gallimaufries, sólo tenía una vaga idea de los planetas, las
lunas y las estrellas. Nunca había oído hablar de la Estación Oberón. Por lo visto,
pensaba que todos los asteroides eran tan desarrollados y cosmopolitas como Ceres. Y
no tenía absolutamente ninguna idea de las distancias. Para Godiva, el Cosechador Oort
estaba tan cerca (o tan lejos) como el remoto mundo de los Angeles de Sellora.
Se había reído de las protestas de Brachis.
—¿Qué importa, Brachis, a qué distancia estén? Se puede llegar a todos ellos en un
instante, usando el Enlace Mattin.
Conseguir información útil de Vayvay era casi imposible. El coromar sólo parecía tener
dos intereses en la vida: encontrar alimento y comérselo. Chan había aguantado tres
horas abrumadoras de preguntas y más preguntas por parte del Ángel y carecía de la
infinita paciencia de éste. Se dirigió al borde de la tienda, donde S'greela y Shikari
estaban disfrutando del sol de media mañana.
—¿Cómo puede soportarlo Ángel? Repite las preguntas diez veces y al final no saca
nada.
—¿Hablar con Vayvay? —La Tubo-Rilla dio un ligero codazo a Shikari con un miembro
trasero. Como de costumbre, el Remiendo estaba intentando amontonarse entre sus
piernas—. Lo admito, no es fácil confundir a Vayvay con un genio. En realidad, yo
también le hice a Ángel la misma pregunta: ¿cómo puede ser tan paciente con un idiota
semejante?
—Pero no te contestó.
—Sí que lo hizo. Dijo que la comunicación con los seres humanos le había servido
como base previa.
Chan la miró y decidió no reaccionar. Había advertido un extraño fenómeno. S'greela,
e incluso el Ángel, parecían estar contagiándose del sentido del humor de Shikari. En
realidad, todos empezaban a parecerse el uno al otro. Cada vez era más difícil decir
quién hacía una observación simplemente por su contenido o por la forma en que se
decía. ¿También él empezaba a hablar igual que los demás?
Chan pensaba que no. En cierto sentido, ahora se sentía como el marginado del grupo.
Cuando se apresuró a decirles lo que le había sucedido en los túneles, los otros le
escucharon con discreta paciencia, pero sabía que habían descartado lo que dijo, casi sin
considerarlo.
Aquella idea estaba llena de posibilidades preocupantes. El Ángel insistía en que la
Criatura de Morgan no se había movido. Aún permanecía en el mismo sitio, lejos de ellos.
Y Mondnan le había dicho que el campo de perturbación mental de Nimrod era de corto
alcance. Para que tuviera efecto, era necesario un contacto cercano. Por lo tanto, si aquel
extraño encuentro no había sido con Nimrod, había otra clara posibilidad: Chan se estaba
volviendo loco.
Había otra evidencia para eso. Después de haber regresado al campamento, casi no
tenía recuerdos de lo que había ocurrido el resto de la noche. Recordaba haber estado
sentado en un grupo compacto, oyendo como el Ángel le hablaba al coromar. Y eso era
todo... hasta que se había despertado hoy bajo el manto del Compuesto Remiendo.
¿Y si sus temores y su confusión estuvieran afectando su juicio? Tenía que descubrir
la fuente de sus ilusiones antes de que los otros quedaran expuestos al peligro por su
causa. Y esa urgencia le hacía apresurarse con una exploración continua orientada a la
caza de Nimrod. Festina lente... apresúrate despacio. Era difícil hacerlo. Cuando los otros
estaban dispuestos para actuar rápidamente, apenas podía detenerlos.
Y el resto estaba deseando partir. El Ángel estaba seguro de que podría simplificar la
tarea de localizar a Nimrod a través del bosque vertical de Travancore.
—Hay un entretejido de túneles horizontales —dijo Ángel— cerca de la auténtica
superficie del planeta. No está tan bien mantenido como los túneles de arriba —los
coromars los cuidan mucho mejor porque son su principal fuente de alimentos—, pero es
adecuado para nuestras necesidades. Podemos acercarnos a Nimrod y minimizar la
probabilidad de que nos detecte.
—¿Mejor que acercarnos desde arriba? —preguntó S'greela.
—Más seguro —dijo Chan—. Nimrod sentirá nuestra presencia fácilmente si
intentamos movernos a través de la vegetación, pero la superficie de un planeta ayuda a
confundir la señal de los sensores de una Criatura. Usaremos los túneles horizontales.
¿Nos guiará Vayvay?
—No lo sé —el Ángel se volvió de nuevo hacia el coromar. Unos segundos de chirridos
hicieron que las hojas superiores del Ángel se agitaran. Suspiró—. ¿Por qué pregunto?
Podía haber predicho la respuesta. Vayvay nos llevará a una distancia segura de
Nimrod... siempre y cuando le demos comida como pago. Vayvay nos pregunta a qué
distancia de Nimrod queremos aproximarnos.
Chan pensó un momento. Los otros esperaron pacientemente, como siempre hacían
con todo lo referido a las tácticas.
—No tengo ni idea. Por todo lo que sé, y mi experiencia de ayer lo confirma, Nimrod
podía ser consciente de nosotros todo el tiempo. ¿Cómo explicaríais si no lo que me pasó
allá en el pozo?
Hubo otro silencio evasivo. Chan empezó a sentirse molesto otra vez. Los otros tres
estaban siendo diplomáticos... pero seguían sin creerle. Cuando había informado a la
Nave-C, los otros tres habían permanecido pasivos. No comentaron ni añadieron nada a
lo que había enviado... y eso no era usual para un grupo tan diversificado.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Vamos a enfocar el problema desde el otro extremo.
¿A qué distancia quiere Vayvay aproximarse a Nimrod?
El comunicador de Ángel emitió otra secuencia de chirridos, dentro y fuera del radio
auditivo de Chan. El coromar replicó y después hubo un largo intercambio.
El Ángel se volvió hacia Chan.
—Lo siento. La respuesta ha sido rápida, pero no es fácil traducirla a un concepto
humano. En realidad, no es una respuesta fija, sino un complicado balance de comida
ofrecida contra riesgos tomados. La distancia en sí no es una constante... la mide en
días-de-masticar, y depende de la localización. Pero, simplificando los términos, Vayvay
irá hasta donde queramos... siempre y cuando le garanticemos bastante provisión de
comida.
—¿Puedes negociar algo específico?
—Ya lo he hecho. Aunque es muy primitivo, Vayvay parece comprender perfectamente
el principio del regateo. Por tres mil kilos de materia vegetal rica en proteínas, nos llevará
a dos kilómetros de la posición más probable de Nimrod... a la que le asigno una
probabilidad de ser correcta de 0,98.
El Ángel continuaba dejando a Chan la decision más difícil. ¿Cuánto se atreverían a
acercarse a Nimrod antes de descender a la superficie sólida de Travancore? El
desplazamiento sobre la capa de vegetación podría hacerse en la nave, pero el viaje por
la superficie habría que hacerlo a pie.
Chan decidió que bajarían por un pozo que estaba a un día de marcha de la
localización de la Criatura fabricada por Morgan. El Ángel, de inmediato, dio las
coordenadas para llegar allí. Chan las confirmó. Y, tras haber decidido, se sintió muy
incómodo. Ya no tenía fe en su propio juicio. Desde la noche anterior se sentía extraño,
embotado, febril. ¿Se estaba poniendo enfermo? Su sistema inmunológico había sido
reforzado al principio del entrenamiento para que pudiera soportar cualquier
microorganismo que existiera en Barján o en Travancore. Pero eso podía ser una
presunción optimista. Tal vez las alucinaciones de ayer eran el resultado de algún
padecimiento físico definido, sin relación con Nimrod o la locura. Ese fue un pensamiento
reconfortante.
Ya que la decisión estaba tomada, los miembros del equipo decidieron partir sin más
demora. La nave de reconocimiento fue rescatada de su órbita. Les costó trabajo subir a
Vayvay a bordo, y luego partieron en torno a la gran masa de Travancore. La nave
avanzó por encima de las olas de vegetación que se alzaban y bajaban a sus pies como
un turbulento mar sin fin. Antes de que entraran en el túnel escogido, S'greela puso de
nuevo la cápsula en órbita. Si regresaban, sería bastante fácil usarla para que los llevara
de vuelta a la Nave-C. Si no...
Seguía sin haber problema, decía S'greela. La órbita de la cápsula era baja. Los
fenómenos atmosféricos la atraerían y se quemaría en un par de semanas. Pasara lo que
pasase, Nimrod no tendría acceso a la Nave-C y el Enlace Mattin.
Todos, excepto Vayvay, sintieron aprensión cuando entraron en el túnel. Chan se
notaba especialmente lento. A medida que perdían gradualmente la luz del sol, su estado
anímico se hizo más y más sombrío, parejo a la verde penumbra de los bosques
inferiores de Travancore. El sendero en espiral continuaba, más y más hacia abajo. Les
llevó mucho más tiempo de lo que Chan esperaba, porque Vayvay siempre quería
pararse y masticar, y sólo se podía persuadir al coromar dándole constantemente
raciones de los suministros que llevaban. El descenso de los últimos diez metros, desde
el final del pozo a la superficie inferior, tuvo lugar en una oscuridad cerrada y asfixiante.
Parecía un paso irreversible.
Chan, lleno de temores sin nombre, sintió claustrofobia. La superficie de Travancore
sería un lugar terrible para morir: sin luz, silenciosa, sofocante. No podía apartar a Leah
de su mente. ¿Había tenido lugar su fatal encuentro con Nimrod, cerca de aquí... quizas a
sólo unos pocos kilómetros de donde estaban?
No podía recordarlo. Por algún motivo, no quería pedirle a Ángel que verificara los
registros oficiales.
El suelo de la jungla vertical era plano, esponjoso y húmedo.
Nada crecía allí, excepto los inmensos troncos de los megaárboles de docenas de
metros de grosor. Largas huellas de enredaderas colgaban entre los troncos.
Ligeramente fosforescentes, sus filamentos entretejidos marcaban el camino. Vayvay se
abrió paso entre las resistentes enredaderas. Cinco minutos después se encontraron en
una estructura arqueada y, al enfocar con la luz descubrieron las paredes amarillas y
marrones de una cámara primitiva.
—El hogar de los mericor —dijo el Ángel—. Aparentemente, el mantenimiento es muy
pobre. Vayvay dice que no veremos a ningún mericor. Se mantendrán lejos de nosotros.
Se encaminaron por uno de los cuatro túneles que partían de la cámara. Era
suficientemente ancho para Vayvay, que abría la marcha. El coromar continuaba
parándose por cualquier motivo, y S'greela tenía que azuzarlo para que siguiera
avanzando. Chan marchaba el último. Seguía estando deprimido. Cuando encontraran a
Nimrod, tendrían que actuar de inmediato para desarmar o destruir a la Criatura. No
habría ninguna conducta de "lo-hago-como-quiero", al estilo de lo que había ocurrido en
Barján. Pero ¿cómo podía estar seguro que Shikari y los otros seguirían sus instrucciones
esta vez, cuando llegara el momento crítico?
Era un tiempo propicio para los temores, los recuerdos y la instrospección. Ninguno
hablaba. Chan, acalorado y sudoroso, observó sus alrededores con la intensidad flotante
y febril de sus peores pesadillas. Después de otra hora interminable, Vayvay se detuvo
nuevamente en una encrucijada. Ninguna cantidad de alimento que S'greela le diera le
movería esta vez. Ángel se adelantó y determinó que el coromar no iría más lejos.
Estaban a dos kilómetros del supuesto emplazamiento de Nimrod. Encontrarían a la
Criatura fabricada por Morgan si continuaban avanzando hacia adelante e ignoraban los
senderos laterales.
—Vayvay pregunta si queremos que nos espere aquí con las provisiones —dijo
Ángel—. Está deseando hacerlo.
—Dile que nos espere un día —contestó Chan—. Si entonces no hemos vuelto, todo
será suyo.
Se detuvieron para verificar por última vez el equipo. Cada miembro llevaba armas,
pero, después de la experiencia de Barján, Chan estaba convencido de que para Ángel y
Shikari era una pérdida de tiempo. Nunca conseguirían apuntar y abrir fuego. Chan se
preguntaba cómo estaban siendo empleados por la Anabasis los equipos de persecución.
Ahora que conocía a Brachis y Mondrian, le parecía más acorde con su mentalidad que
dejaran caer una bomba desde la órbita. Tal vez así volaran unos pocos kilómetros de
Travancore junto con la Criatura de Morgan, pero no correrían riesgos. Tal vez ya lo
habían propuesto... y el Grupo Estelar lo había prohibido de inmediato.
Chan terminó con sus especulaciones. Consciente de que éste era el momento de
mayor peligro, se adelantó para guiar al grupo. S'greela le siguió, alzando una fina
linterna por encima de Chan, para enfocar un estrecho rayo de luz a lo largo del corredor.
Vayvay emitió un graznido de despedida, al que el Ángel respondió, y todo quedó en
silencio. El único sonido en el túnel era el susurrante revoloteo de las innumerables alas
del Remiendo.
Les quedaba menos de un kilómetro por recorrer. Chan descubrió que miraba la
oscuridad, intentando ver más allá del punto iluminado por la débil linterna de S'greela.
No se veía nada, excepto el túnel amarillento que se alargaba indefinidamente por
delante de ellos.
Y, de repente, el túnel terminó. Las paredes, simplemente, se acabaron, y el grupo
empezó a moverse en una zona abierta. Tres cosas ocurrieron cuando Chan se detuvo
para decidir qué hacían a continuación: Hubo un loco crepitar metálico del comunicador
de Ángel que se elevó hasta convertirse en un grito supersónico de actividad. Shikari
pareció separarse y llenó el aire en torno a Chan con el enjambre de sus componentes. Al
mismo tiempo, la luz que S'greela sostenía saltó por los aires y de pronto se apagó.
Chan se quedó quieto. La oscuridad a su alrededor era absoluta. Se dio la vuelta para
regresar con los otros, pero antes de que pudiera moverse, algo inmensamente fuerte le
agarró por la cintura, lo alzó en el aire y lo lanzó.
Chan se encogió y se protegió el cráneo con los brazos. En cualquier momento,
esperaba golpear uno de los sólidos troncos. A la velocidad en que se movía, el impacto
sería fatal.
La colisión no tuvo lugar. Su vuelo acabó en un material suave que se estiró
indefinidamente hasta absorber su velocidad. En una fracción de segundo, fue detenido y
le soltaron. Se preparó para chocar contra la esponjosa superficie pero esto tampoco
sucedió. Se encontró suspendido en el aire, debatiéndose contra la presa de una cadena
esponjosa y fina.
Chan nunca se había sentido tan indefenso. Había perdido su arma. La red no opuso
resistencia. No podía hacer nada contra ella, y, aunque pudiera salir de allí, todavía
continuaba en la más absoluta oscuridad. No tendría idea de dónde ir o qué hacer a
continuación. Mientras llegaba a esa conclusión, el problema se solucionó. La red
completa se movía, llevándole consigo horizontalmente a gran velocidad. Algo grande se
movía delante de él. Pudo oír el roce de su rápido avance a través de las enredaderas.
El viaje fue corto. Medio minuto después, se detuvieron, y Chan fue bajado al suelo
con cuidado. La red se aflojó y le dejó salir. Cayó rodando y quedó boca abajo en el suelo
fibroso y húmedo del bosque. Después de unos instantes, se puso en pie y dio un par de
pasos al frente, dudando y extendiendo los brazos. Sus dedos palparon el grueso tronco
en uno de los gigantescos megaárboles y se apoyó, agradecido, en él. Después se volvió,
se sentó y apoyó la espalda, mirando la oscuridad.
Hubo otro susurro de movimiento delante de él. Algo se acercaba, casi silencioso, en la
esponjosa superficie. Chan sintió un nuevo terror. Una tenaza cálida y seca le agarró las
manos y aseguró sus muñecas. Se resistió e intentó levantarse. Era imposible. Más
cosas le aprisionaban los tobillos y la cintura. Le movieron, con suavidad pero
irresistiblemente, hasta que quedó tendido boca arriba en el suelo, inmovilizado.
Esperó. Y por fin sucedió algo que le dijo que estaba perdido. O bien Nimrod le había
atrapado, o había cruzado la frontera entre la cordura y la locura total.
—Chan —dijo una voz musical, susurrando a un par de metros de su cara—. ¡Ah,
Chan!
Era una voz que conocía, una voz que siempre había amado. La voz de Leah
Rainbow.
28 - NIMROD
Las noches en los Gallimaufries habían sido oscuras, pero al menos siempre había
unas cuantas luces. Y siempre había ruidos... a menudo demasiados. Nada había
preparado a Chan para la oscuridad silenciosa y envolvente del bosque abisal de
Travancore. Un segundo después de haber hablado, la voz de Leah desapareció. Su
realidad se había fundido en una negrura sin eco. Chan aguardó desesperadamente otro
sonido, otra chispa de luz.
Por fin, la amable voz regresó, tan cerca que parecía como si pudiera estirar la mano y
tocarla.
—¿Chan?
—¿Quién eres.., qué eres? —su propia voz le sonaba remota, como si no fuera
generada por su cuerpo.
—Relájate. Quédate quieto. Hay algo que no puede explicarse. Sólo puede
experimentarse. No te resistas.
Hubo un roce, a sólo unos centímetros de distancia. Algo le tocó el brazo y después se
movió hacia su pecho. El se tensó e intentó escapar.
—No tengas miedo.
Las palabras sonaban junto a su cara. Sintió el calor en su mejilla y en su cuello. Algo,
seguramente una mano humana, se había posado en su estómago. Le estaban quitando
la ropa.
Chan se resistió. Podría gritar... pero ¿de qué serviría? Si alguno de los otros
miembros del equipo pudiera ayudarle, ya le estarían llamando, preguntándole dónde
estaba. El bosque a su alrededor estaba tan quieto como una tumba.
Su cuerpo quedó completamente desnudo e indefenso. El mismo suave roce se repitió
en su pecho, y entonces se movió hacia abajo. Hubo una risita en la oscuridad, sobre él.
—¿Cuántas veces habré soñado con esto?
Unos labios suaves besaban el pecho de Chan. Unos dedos recorrieron suavemente
su torso y lentamente se dirigieron a su abdomen. Se sintió muerto de miedo, febril hasta
la médula. La caricia se hizo más íntima. Le parecía imposible que en semejante
circunstancia pudiera sentirse excitado, cualquiera que fuera el estímulo, pero estaba
sucediendo.
En la total oscuridad, el súcubo que había sobre él acercó su cuerpo. Chan sintió la
carne desnuda apretarse contra él. No podía moverse, ni para resistirse ni para alentar el
abrazo. En el aire había una fragancia leve y agradable. Sintió un aliento urgente junto a
su cuello, y un calor en aumento en el cuerpo que se movía encima de él.
—Relájate —dijo la voz de Leah—. Todo va bien, Chan. No te resistas.
Más allá de cualquier control consciente, su propio cuerpo respondía a la urgencia. Su
silenciosa compañera se apretaba más contra él, arrastrándole irresistiblemente hacia el
climax. Los susurros se hicieron más profundos. Chan tembló, alzándose contra la
presencia invisible.
El momento crítico llegó. Su compañera gimió, doblada contra él y gritó:
—¡AHORA!
Hubo un rugido en la oscuridad, y un aleteo de alas invisibles. Chan, en el momento
justo del éxtasis, fue inundado por una garra presionante de cuerpos diminutos que le
cubrieron los ojos y los oídos. Bloquearon su boca por completo y Chan, todavía
alzándose en el climax, no pudo respirar.
Se ahogaba.
Se revolvió y gruñó, sintiendo la agonía de las asfixia. Se sacudió, intentando
conseguir aire. Morir. Morir en Travancore.
Y entonces, de repente, pudo volver a respirar... aunque su nariz y su boca
continuaban cubiertas.
Pudo ver. Pero no con sus propios ojos.
Pudo oír. Pero no con sus oídos.
Chan había abandonado su cuerpo, había sido arrastrado a una tierra de no-identidad.
Oyó la canción ultrasónica de las criaturas de la jungla que enviaban sus mensajes en
frecuencias inalcanzables por los sentidos humanos. Estudió las emisiones termales
infrarrojas del suelo del bosque, observando los finos regueros oscuros que indicaban la
existencia de agua bajo la superficie. Pudo ver también la brillante silueta termal de dos
humanos, el más pequeño arrodillado sobre el otro... Estaba lleno de sensaciones
múltiples... el suave suelo en su espalda, el excitante contacto de un cuerpo (el cuerpo de
Chan) contra él. Cercanía. Calor del contacto.
—AHORA ESTÁS CON NOSOTROS —dijo una voz en su interior—. AHORA
COMPRENDERÁS. NO ESCUCHES... SIENTE POR NOSOTROS.
Durante unos momentos hubo una emisión de datos intolerable. Chan se ahogaba en
el torrente de emociones y recuerdos. Después la corriente de datos se calmó y se
aclaró. Nadaba en medio de una conciencia única, pero al mismo tiempo podía sentir
presencias individuales en su interior. Había un Ángel, que le observaba fríamente y le
sonreía con la mente (y no era el Ángel que Chan conocía). Había un Remiendo que
servía como conducto central de todo el grupo. No era Shikari. La gran forma de un Tubo-
Rilla se encontraba junto a su cabeza. Pudo sentir el calor y la amabilidad. Pero no era
S'greela.
Y estaba Leah.
Era Leah. Cualesquiera ilusiones que pudiera crear una Criatura de Morgan en una
mente humana, estaba seguro de que no podía hacer esto. La mente que tocaba estaba
llena de aquellos recuerdos que solamente Leah y él compartían. Podía verla, todavía
sobre su cuerpo, sonriéndole. Estaba desnuda... y la veía a través de los sensores
infrarrojos del Ángel.
Los componentes del Remiendo se reagruparon, liberándolos. Leah se dejó caer y
entonces le cogió la mano y le ayudó a sentarse. Le sonreía amorosamente. Cuando le
besó en la boca Chan sintió una nueva corriente de múltiples placeres... de él, de ella, de
todos los otros miembros del grupo.
Imagen.
La Criatura de Morgan se preparó para destruirlo todo. Las armas brillaban dispuestas
a liberar energía, y el aire tembló con los campos de defensa electromagnéticos. La
ionización rodeó la ancha frente y las alas con una nube azul violeta.
Evaluación.
La Mentalidad, tranquilamente, formuló y revisó una docena de opciones. Evaluó la
estructura lógica completa de la Criatura de Morgan, junto con las habilidades separadas
y combinadas del grupo perseguidor.
Selección y aplicación.
La opción preferida fue escogida. Un tono alto y puro emergió de la caja de
comunicaciones de la sección media del Ángel. Al mismo tiempo, una segunda nota,
precisamente emplazada en tono, fase y volumen, surgió de S'glya con un grito una
octava más alto. En una fracción de segundo, los paneles alados de la Criatura de
Morgan empezaron a vibrar.
Comentario.
(RESONANCIAS EN CIRCUITOS DE CONTROL INORGÁNICOS. DEFICIENCIA EN
EL DISEÑO. VULNERABILIDAD A EFECTOS ACÚSTICOS/ELECTROMAGNÉTICOS.
NO HAY NIVEL DE SEGURIDAD. SOBRECARGA Y DESCONEXIÓN TEMPORAL.)
Imagen.
La criatura empezó a temblar. Un sonido quebradizo emergió de la cavidad corporal,
seguido de una serie de extrañas sacudidas. Hubo una serie de agonizantes
retorcimientos de las alas. SOBRECARGA TEMPORAL, dijo la voz. Con una última
sacudida, la estructura de la Criatura se cerró en una posición deforme. Cayó flotando
silenciosamente hacia el suelo.
Una docena de componentes del Remiendo salieron volando de inmediato y entraron
en la cavidad corporal de la Criatura.
Comentario.
(NINGÚN DAÑO PERMANENTE. AHORA ES EL MOMENTO DE INMOVILIZARLA
PARA HACER ANÁLISIS MÁS SISTEMÁTICOS DE LOS PROCESOS MENTALES DE
LA CRIATURA.)
Imagen.
La crisis había acabado. Los miembros del equipo perseguidor se acercaron a la forma
inmovilizada de la Criatura de Morgan. Todos los sensores externos habían sido
reducidos a los niveles más bajos. Era el momento de preguntarse, el momento de que la
Mentalidad mirara en su interior y aprendiera más acerca de su propia naturaleza y su
función. El grupo permaneció inmóvil.
Comentario.
(NOS CONVERTIMOS EN NIMROD. FUE EL NOMBRE QUE ELEGIMOS. SOMOS
NIMROD. ES TODO LO QUE PUEDE DARSE A ALGUIEN QUE NO ES UNA UNIÓN.
RUPTURA.)
Se acabó. Chan sintió la conciencia de lo que le rodeaba volver lentamente a su
mente. El trasvase de información había sido tan intenso y tan breve como un rayo. Él y
Leah permanecían juntos aún, con los labios de ella besando sus mejillas. Tomó aire y
miró a su alrededor. Nada. El bosque continuaba oscuro. Un resto de lo que había visto a
través de los sensores del Ángel le dijo dónde habían estado los otros miembros. Hubo
un breve revoloteo de alas diminutas y una vez más se encontró en la oscuridad, solo con
Leah.
Chan suspiró. Yacía en el suelo húmedo, con Leah a su lado. Sentía su cerebro
dolorido y confuso, con la agonía familiar de una mala sesión en el Estimulador Tolkov.
Durante unos cuantos minutos permaneció allí en silencio, contento de sentir pero sin
pensar.
—Chan. —La voz de Leah le susurraba de nuevo al oído. Se había dado la vuelta y se
tocaban mutuamente desde el pecho a los muslos—. Sé lo terrible que ha sido para ti.
Pero no te habrías fusionado por propia voluntad. La única forma que conocíamos era
tomarte cuando tus emociones fueran más intensas. Quiero que sepas que lamento que
tuviera que suceder de esa manera.
Chan suspiró y no dijo nada.
—Lo siento, Chan. Si te sientes traicionado, te prometo que no volveré a utilizar el
amor de esa manera. Por favor, no te sientas utilizado... solamente queríamos que
formaras parte rápidamente de una unión parcial.
—¿Quién eres? —preguntó Chan hoscamente.
—¿Yo? —la voz en la oscuridad parecía sorprendida—. Soy Leah.
—Ya no. Eres Nimrod. ¿Qué le sucedió a la Leah que conocía?
—Ah —hubo un suspiro de comprensión—. Nimrod, sí. Pero de verdad que soy Leah,
Chan. No soy menos Leah que antes. Soy más. Ahora también soy parte de Nimrod.
—Mi Leah ya no existe.
—¡Tonterías! —la voz de Leah perdió buena parte de su paciencia—. ¿De qué hablas?
Soy yo. La misma Leah de siempre.
Golpeó su pecho con la mano abierta y él dio un respingo ante el golpe inesperado.
—¿He desaparecido? —continuó, inclinándose sobre él—. ¿Crees que soy alguna
especie de ilusión? ¿Sólo una parte de algo más? Pues entonces estás completamente
equivocado. Parece que imaginas que sólo soy como una célula en tu cuerpo, sin
existencia propia separada. No lo soy. Todavía pienso, respiro, río y amo. Métete esto en
la cabeza, Chan Dalton. Cuando te toqué hoy por primera vez, era yo, no Nimrod —volvió
a golpear el pecho—. Tienes serrín en la cabeza. ¿Te sentiste menos tú cuando estuviste
fusionado?
Chan meneó lentamente la cabeza en la oscuridad. Era Leah quien estaba junto a él,
de eso no cabía duda. Le golpeaba igual que en los viejos tiempos.
—Menos no. Diferente.
—Diferente, y más —ella se incorporó—. Recuerda esto, Chan. Te amo, y sigo siendo
todo lo que era. Hay otra cosa que tienes que saber. Los humanos somos el elemento
más difícil. Somos el factor que crea el ritmo en todo. Así que cuando suceda, relájate.
Ahora estás a medio camino gracias a lo que ha sucedido aquí.
—¿A medio camino de dónde?
—Ya lo verás. Todo fue necesario —hubo un último beso en su mejilla—. Y fue
divertido también. Tan bueno como lo había soñado.
Chan oyó alejarse unos pasos en la suave alfombra del bosque. Antes de que pudiera
moverse, una luz se acercó, ondulando entre las enredaderas. Era S'greela. La Tubo-Rilla
se movía con rapidez, transportando al Ángel entre dos de sus brazos. La oscura nube de
Shikari venía detrás.
—¿Estás bien? —preguntó la Tubo-Rilla.
Chan estuvo a punto de replicar. Aparentemente, el hecho de que estuviera arañado,
mojado, con los ojos desencajados y casi desnudo era un hecho indiferente para los
otros. Pero entonces advirtió algo nuevo: una instrucción que Nimrod había deslizado en
su mente, junto con el flujo de información. La orden estaba allí, una bomba de tiempo a
punto de explotar. Y era la pieza necesaria. Sabía lo que tenía que hacer.
Se tumbó y esperó, mientras Shikari los envolvía y los conectaba. Chan examinó su
interior, en busca de la primera sacudida de interacción. Ahí estaba. Los otros estaban
listos, lo habían estado desde hacía mucho tiempo. Leah tenía razón. Los humanos eran
el elemento más difícil. En el momento adecuado, Chan cerró los ojos. Y abrió la mente.
Contacto... poderoso e inmediato. Chan sintió como si una corriente eléctrica surcara
todas y cada una de las células de su cuerpo. Notó una oleada de placer y satisfacción.
Era la sensación que había experimentado algunas noches cuando el equipo perseguidor
se sentaba junto, amplificada un millón de veces.
Su mente se reorientó, mezclada con las otras tres, para crear una mentalidad
colectiva total. El primer contacto estaba completo.
29 - LA FUSION
Chan se despertó tarde y vio que estaba solo en la tienda. Cuando se sacudió el sueño
de los ojos, salió y descubrió que durante la noche habían llegado todos los miembros del
otro equipo.
El grupo estaba extrañamente tranquilo. Todos parecían estar esperando alguna señal.
Los dos Angeles se habían plantado al borde de la tienda y ahora se hacían compañía en
silencio, con las hojas desplegadas absorbiendo la luz de la mañana de Talitha. S'glya y
S'greela habían salido juntas de caza, colgándose con facilidad de las delgadas ramas
superiores del bosque hasta que se perdieron de vista. E Ismael y Shikari se habían
descompuesto. Toda la zona de la tienda la llenaban sus componentes inmóviles que
cubrían toda la superficie libre.
Chan cogió uno de la pared de la tienda. La criatura desplegó las alas e hizo un débil
intento de echar a volar. Un anillo de pequeños ojos verdes le observó sin ningún signo
de comprensión. Lo soltó, y el componente se marchó volando de inmediato hacia la capa
de vegetación. Chan lo vio colgarse allí y se preguntó cómo conservaban los dos
Compuestos Remiendos sus identidades separadas. ¿Qué regla le decía a un
componente individual adonde ir?
Bueno, ¿qué le decía a una célula humana que formaba parte del hígado y no de uno
de los pulmones? Chan renunció en seguida a la pregunta. El y Leah tenían sus propias
preocupaciones: desayuno y conversación, y aparentemente en ese orden, juzgando por
la conducta de Leah.
Ella se había atado su negro pelo con un lazo escarlata, proporcionando con ello la
mancha de color más brillante en Travancore. Ahora estaba sentada con las piernas
cruzadas en el suelo de la tienda, comiendo tan deprisa como Chan pensaba que se
podía comer. No podía creer cuánto estaba engullendo.
—Ya basta —dijo por fin. Se recostó contra la pared flexible, se palpó el vientre y
suspiró—. Me has pagado con esto las mil comidas que he cocinado para ti. Sigue mi
consejo y aliméntate también. Necesitarás todas las calorías y toda la energía que
puedas conseguir —lanzó un gruñido de satisfacción y cerró los ojos.
Demasiado indiferente. Todos eran demasiado indiferentes. Chan parecía ser el único
pesimista sobre sus posibilidades de salir de Travancore.
Recordó la cara de Mondrian, sabia y resuelta. Era fácil sentirse omnipotente cuando la
mentalidad estaba fusionada, pero Mondrian no tardaría mucho en descubrir sus
limitaciones. Unos pocos minutos de unión habían dejado a Chan exhausto durante
horas. Y, durante la unión, el grupo estaba inmovilizado. Una mentalidad no podía
moverse como una unidad, y si se disolvía para moverse, la unión quedaría destruida.
Leah creía que las mentalidades eran el paso siguiente en la evolución para todos los
miembros del Grupo Estelar. Tal vez. Pero, a menos que pudieran acceder a la Nave-C y
derrotar a la Anabasis, era un camino sin salida.
El regreso de las dos Tubo-Rillas puso súbito fin a sus preocupaciones. Se dejaron
caer a través de una capa de hojas y se acurrucaron junto al Ángel. Como si estuvieran
esperando una señal, todos los componentes de los Remedios se alzaron desde su
posición. Revolotearon por la tienda y, con una velocidad y precisión sorprendentes, se
situaron sobre cada miembro de los equipos. A medida que los individuos se unían, las
mentalidades despertaron. Un fino cable de Componentes Remiendos ayudó a
proporcionar una conexión mental directa.
BIENVENIDOS, CONDUCTA DE NAVE-C IMPREVISIBLE... POCO TIEMPO...
NECESARIA ACCIÓN DE MENTALIDAD... (La milésima de segundo del saludo de
Nimrod a Barchan llegó a través de un ancho canal de comunicaciones que llevaba un
centenar de mensajes paralelos. La evaluación empezó de inmediato. Los análisis
paralelos proporcionaron las probabilidades y las opciones para la acción de las
mentalidades.)
OPCIÓN 1. NINGÚN MOVIMIENTO DE LA CÁPSULA A LA NAVE-C. NINGUNA
COMUNICACIÓN DEL EQUIPO CON NAVE-C.
PROBABLE RESULTADO: DESTRUCCIÓN DE NIMROD Y BAHRAM A UN NIVEL DE
P=0,58 DURANTE LOS PRÓXIMOS DOS DÍAS DE TRAVANCORE; A UN NIVEL DE P—
0,71 EN TRES DÍAS; A UN NIVEL DE P = 0,93 DENTRO DE CUATRO DÍAS.
(Chan estaba dentro de la mente grupal de Bahram, pero esta vez, por primera vez,
conservó algunos elementos de conciencia individual. Los pensamientos fluían entre
Nimrod y Bahram, dejando ecos en su mente, débiles rastros de la fuerte corriente
principal... Ideas de los otros miembros del equipo llegaban rápidamente, extrañas pero
accesibles... A veces convertidas en sonidos, en imágenes, en ilusiones transitorias de
contacto físico. Chan sintió la fertilización cruzada de las mentes. Llegaban a él como
imágenes, vividos modelos y diseños. Las transferencias de nuevas ideas y
especulaciones eran como naves en llamas, moviéndose para encender convoyes de
lógica en cada miembro del grupo...
Del componente Ángel llegó una conclusión que atravesó a Chan como una estrella de
mar escarlata con su análisis...)
Personal supuestamente presente en la Nave-C
Esro Mondrian: 0,99 de probabilidad.
Luther Brachis: 0,84 de probabilidad.
Kubo Flammarion: 0,77 de probabilidad.
Tatiana Snipes: 0,41 de probabilidad.
Godiva Lomberd:0,28 de probabilidad.
Otros, menos de 0,20 de probabilidad.
30 - A BORDO DE LA NAVE-C
—Hicimos más de lo que nos pedían. Gracias al Equipo Rubí, tendrán ustedes una
Criatura de Morgan viva y funcionando en un entorno seguro.
Viva, funcionando, seguro. Chan acentuó cuidadosamente estas tres palabras. Le
pareció ver una reacción positiva por parte de Mondrian. Brachis no mostró ningún signo
de emoción. (¿Otro problema? Brachis parecía ahora más blando, menos dinámico. ¿Le
había pasado algo desde que Chan se marchó de Ceres?) Chan deseó que S'glya o
S'greela estuvieran presentes. Las Tubo-Rillas eran bastante mejores que los humanos,
leyendo los estados emocionales.
—Pueden estudiar los motivos por los que la Criatura se volvió loca —continuó Chan—
. Tal vez puedan incluso curarla. Y, pase lo que pase, tendrán información que transmitir
a los equipos perseguidores que cacen a otras criaturas.
—Tal vez —los ojos de Mondrian brillaban, cautelosos y calculadores—. Sin embargo,
no nos has explicado por qué no cumplisteis las órdenes. ¿Por qué no destruísteis a la
Criatura, como se os había dicho?
Chan había de tener cuidado con la respuesta. Estaba en un momento crucial en el
análisis que la mente colectiva había hecho de la situación.
—No fue necesario —replicó—. Pudimos neutralizar todas sus armas ofensivas. Ahora
se encuentra en animación suspendida, inmovilizada en la jungla de Travancore.
—¿Sin daños? —en la voz de Mondrian había un ligero matiz de temor.
—Ninguno. Pero la cápsula no es lo bastante grande para nosotros y la criatura.
¿Quiere bajar y recogerla?
Un momento decisivo. Si Mondrian accedía, la probabilidad de que Chan sobreviviera
aumentaría enormemente.
Mondrian sacudía la cabeza y jugueteaba con el ópalo colgado en su cuello.
—Todavía no. Dime, Chan, ¿cómo ves el futuro del Equipo Rubí?
—No creo que el equipo tenga futuro. Vinimos juntos a hacer un trabajo, y lo hicimos.
Supongo que espero que nos recompensen, y todos nos iremos a casa. Me gustaría
volver a la Tierra, al menos por una temporada. ¿Es eso un problema?
—No lo creo. —Mondrian apartó los dedos del ópalo y Luther Brachis bajó el arma—.
¿Hay alguna necesidad de que tu equipo esté ahí abajo cuando recojamos a la Criatura
fabricada por Morgan?
—No veo por qué. Ahora es perfectamente segura, y podría hacerlo solo.
—Bien —Mondrian se levantó—. Haremos que entren en la nave. Me gustaría darles
las gracias... individualmente. Luego pueden ser enviados de nuevo a sus planetas
natales.
—¿Inmediatamente?
—¿Por qué no?
Sospecha, pensó Chan. No puede saber que nos fundimos en una mente colectiva,
pero no quiere correr riesgos.
—Pensé que todos estaríamos juntos aquí..., que tal vez incluso celebraríamos una
fiesta. Esperábamos seguir caminos separados, pero no tan pronto.
—Cuando tengamos a la Criatura, el trabajo en Travancore habrá terminado. —Ahora
había un claro brillo de triunfo en los ojos de Mondrian—. Y tenemos que volver a Ceres.
Pero primero hay otras cosas a las que atender aquí.
Brachis caminó hacia la puerta que conducía a uno de los compartimientos situados a
la izquierda y la abrió. Apuntó a Chan con su arma.
—Entra aquí.
—Sólo durante unos minutos —dijo Mondrian.
La protesta de Chan fue ignorada. Brachis le guió al interior y luego cerró la pesada
puerta, Mondrian se dirigió al panel de comunicaciones y pulsó una secuencia.
—Ya es hora de que tus compañeros salgan de la cápsula.
El equipo de comunicaciones aún permitía a Chan ver y oír lo que sucedía en la
cámara central. Pocos segundos después, la imagen en la pantalla reveló la figura del
Ángel que dejaba la cápsula y flotaba lentamente hacia la compuerta. Unos minutos más
tarde, el Ángel apareció delante de Luther Brachis. Esta vez no hubo discusión. El Ángel
fue confinado de inmediato en una segunda cámara.
Nadie habló cuando S'greela y finalmente Shikari salieron de la cápsula. El Remiendo
fue manejado con cuidado especial. Luther Brachis preparó su arma para que fuera
capaz de emitir un amplio rayo que crease un abanico de energía destructora del suelo al
techo. Si era necesario, podía matar a un enjambre completo de componentes en pleno
aire.
Mientras hablaba, la puerta tras ella se abrió más. Mondrian y Brachis vieron el
corredor al otro lado. Involuntariamente, los dos hombres dieron un súbito paso atrás.
Nimrod estaba allí. Por primera vez, Chan vio una mentalidad sin formar parte de ella.
Era una visión terrible. Las formas de Leah, S'glya y Ángel se vislumbraban débilmente
dentro de una masa vibrante de componentes de Ismael. Largos tentáculos negro-
purpúreos, cadenas de elementos Remiendo, surgían del cuerpo principal. Se
extendieron hacia el interior de la habitación, dirigiéndose hacia las compuertas de las
criptas cerradas. Mientras Chan observaba, la masa completa dio un salto convulsivo y se
acercó lentamente. La puerta entre él y la sala central se abrió del todo.
—Godiva tiene razón, Luther —la voz de Leah surgió de repente de las profundidades
de la masa vibrante—. Podemos ayudarles... si nos dejan cooperar con ustedes y leer en
sus mentes. Mondrian y usted necesitan ayuda. Vimos en la mente de Godiva..., pero no
entramos en ella. No pudimos. Nos dio permiso para decirle por qué. Luther, debe
aceptar esta nueva impresión, Godiva Lamberá no es humana.
—¿Qué demonios...? —Brachis levantó el arma, apuntando a la masa central de
Nimrod.
Godiva se colocó delante de él, obligándole a bajar el arma.
—Tienen razón, Luther —dijo suavemente—. No soy humana. Mi código no me
permitía decírtelo, y me preguntaba si alguna vez lo sabrías. Pero ahora me alegro,
Luther, amor mío, ¿no ves todavía lo que soy, de dónde vengo? —Se acercó a él para
besarle—. Deja que te ayuden, y entonces realmente podremos pertenecemos el uno al
otro.
—¡Luther, atrás! —Mondrian miraba a Godiva, comprendiendo de repente—. No la
toques más. Godiva, ¿qué eres?
—¿Por qué lo preguntas? Conoces la respuesta, Esro. Soy un Artefacto.
Brachis había ignorado la advertencia de Monrian. Permanecía inmóvil, con los brazos
de Godiva alrededor del cuello. Ahora le dirigió una sonrisa de incertidumbre, negando
sus palabras.
—Godiva, no vuelvas a decir eso, nunca...
—Pero es la verdad. Soy un Artefacto... y el margrave de Fujitsu me fabricó —su
cuerpo increíble se acercó más a él.
—No puede ser verdad. Estabas conmigo cuando los otros Artefactos de Fujitsu
intentaron matarme. —Su cara estaba blanca, y la mano que sostenía la pistola
temblaba—. Goddy, ayudaste a salvarme una y otra vez, cuando los Artefactos me
atacaban. No intentaste matarme. No puedes ser... no puedes ser uno de sus...
Ella lo atrajo hacia sí y le besó apasionadamente en la boca.
—Te amo, Luther. Nunca te haría daño, deberías saber eso. Fujitsu me fabricó en los
tanques de su propio Laboratorio Aguja. Pero me hizo para el amor, no para la muerte.
La hermosa cara de Godiva reflejaba su tormento. En vez de devolverle el beso,
Brachis se apartó de ella.
—¿No comprende todavía, Luther? —Era de nuevo la voz de Leah que surgía del
centro del enjambre del Remiendo—. Debería sentir pena por Godiva, no ira ni repulsión.
Era el arma de Fujitsu, pero no por propia elección. Cuando el margrave vivía, su único
programa era amarle, vigilarle y quedarse con usted. Cuando murió, el programa no fue
cancelado. Siguió más fuerte que nunca. Pero ella también se convirtió en una
herramienta para su destrucción, la principal fuente de información para todos los
Artefactos del margrave. ¿Cómo cree que pudieron seguirle y conocer todas sus
acciones? Sienta su desesperación, Luther Brachis, como nosotros la sentimos. Toda su
naturaleza le dice que le ame, pero no pudo evitar dar información que podía destruirle.
Cuando vino aquí a Travancore, ella se alegró, pues sabía que los otros Artefactos no
podrían seguirle aquí para intentar matarle.
Las lágrimas surcaban la piel sin mácula de las mejillas de Godiva. Asentía
lentamente, aún abrazada a Brachis.
—Escúchalos, Luther. Te amo, Luther.
Brachis se apartó de ella cuando se empinó para volver a besarle.
—¿Amor? ¿Conseguir dinero para Fujitsu, ésa es tu idea del amor?
Ella apoyó la cabeza en su pecho.
—Amor comercial, si quieres llamarlo así. Fui creada para eso..., pero sigue siendo
amor para mí, todo el amor que he conocido. Incluso después de que Fujitsu muriera,
nunca podría hacerle daño a nadie. Mis instrucciones eran quedarme contigo, y sin él esa
parte de mi programación no puede cambiarse. Y no quería un cambio... sólo hacerte
más feliz. Te amo. Quiero quedarme contigo para siempre. Su cara mostraba emociones
mezcladas: amor, desesperación, contricción, compulsión. Volvió a atraerle hacia sí—.
Ven, Luther. Deja que te ayudemos a superar el odio.
Brachis permaneció quieto, rígido, mirando más allá de su rubia cabeza, más allá del
tiempo y del espacio. Entonces volvió a intentar apartarse del contacto de Godiva.
—¡Maldito seas, Fujitsu! —su voz se convirtió en un grito—. Maldito seas, dondequiera
que estés. Tú ganas. Requeriste tu precio, pero nunca dijiste que incluía esto. Tú ganas,
Fujitsu.
Miró a Godiva.
—No me toques. Aléjate de mí.
Ella negó con la cabeza, pero le soltó lentamente. Se llevó las manos a la garganta y
se abrió el vestido por completo.
—No puedo usar palabras, Luther. Todo lo que puedo darte es a mí misma. Soy todo
lo que tengo. Esto te pertenece. Te pertenecerá siempre.
Luther Brachis miró el cuerpo opulento. Godiva se acercó, mirándole a la cara
amorosamente.
—Detenedle —avisó S'greela de repente, desde el interior de su cámara cerrada—.
Detenedle o...
Antes de que ninguna pudiera moverse, Brachis había levantado el arma y apuntaba a
la cabeza de Godiva. Ella la miró y sonrió, una sonrisa ensoñadora y amorosa, y alargó la
mano para tocarle la mejilla. Él hizo fuego. Hubo la explosión enfermiza y absurda de la
carne humana supercalentada a veinte mil grados. La cabeza desapareció en una niebla
sanguinolenta y vaporizada. El cuerpo perfecto permaneció en pie un instante, los brazos
aún extendidos en ademán de súplica. Después cayó hacia atrás. Incluso en la muerte,
hubo una extraña gracia en su caída. Luther Brachis dejó escapar un largo sollozo.
Mondrian fue el único que advirtió lo que iba a hacer a continuación.
—¡Luther! ¡Por el amor de Dios, no!
Dio un salto hacia adelante y agarró a Brachis por el brazo. El otro hombre le miró, y
entonces, casi con indiferencia, empezó a doblar la muñeca. Mondrian intentó retenerle
con todas sus fuerzas, pero el movimiento del brazo no se detuvo. Volvió el arma para
que apuntara su propia cabeza y luego miró el cuerpo de Godiva.
—Te amaba, Godiva —dijo suavemente—. Aún te amo.
Disparó el arma dentro de su boca abierta. Su cadáver sin cabeza cayó hacia atrás,
arrastrando a Mondrian con él.
El cuerpo aún se retorcía cuando Mondrian se puso en pie y corrió hacia el panel de
control.
—¡Detenedle! —exclamó la voz de Leah—. ¡Ahora es el único que conoce la
secuencia de Enlace para volver a Sol!
Chan corrió hacia la sala principal y S'greela trató de unírsele. Fueron demasiado
lentos. Mondrian ya había alcanzado el panel y conectaba los interruptores. Chan lo
agarró por la mano, apartándole.
—¡S'greela, ayúdame! ¡Ésa es la secuencia de autodestrucción de la nave!
Mientras Chan hablaba, una repentina tormenta de Componentes Remiendos
revoloteó sobre su cabeza, rodeándolos a los tres. Antes de que S'greela pudiera replicar,
la mente colectiva despertó. Chan se fundió con Bahram hacia el hombre que sostenía, y
sintió el shock del conflicto volver a él.
—¿PODÉIS ALCANZARLE?
Era Nimrod, conectando a través del enlace Ismael/Shikan.
Sentir a través de una mente que se resistía era una nueva experiencia. Bahram
requirió un largo momento de introspección.
—NO, NO PODEMOS.
Sorpresa y alarma por parte de Bahram. Chan sintió la mente de Mondrian alzarse
poderosamente contra ellos. Tenía más fuerza de lo que había creído posible. Bahram
retrocedía ante la intensidad de la emoción que encontraba.
—NO PODEMOS ENTRAR EN CONTACTO CON ÉL... HAY UN BLOQUEO...
INAMOVIBLE... PERMANENTE... PROFUNDAMENTE ENRAIZADO.
—¿PODÉIS SOBREPASARLO? —Nimrod añadía todos sus recursos mentales al
esfuerzo.
—NO. LE DESTRUIRÍA TOTALMENTE. ESTÁ ENTERRADO BAJO TODOS LOS
NIVELES ACCESIBLES.
S'greela y Chan agarraban a Mondrian con fuerza. No se resistía físicamente, pero su
mente bullía y quemaba, rehusando todo contacto con las mentes colectivas. Bahram lo
intentó de nuevo, sintiendo un nuevo camino. Chan sintió repugnancia al alcanzar el
bullicio de las intenciones ocultas en la mente de Mondrian.
—BUSCAD LA ORDEN PARA ABORTAR LA DESTRUCCIÓN DE LA NAVE-C —dijo
Nimrod.
—NO PUEDE SER ALCANZADA —contestó Bahram—. LA DESTRUCCIÓN DE LA
NAVE-C ES INMINENTE.
—¿Debemos destruir a Mondrian? —La mente de Chan se había desconectado
parcialmente y añadía ese pensamiento, espontáneo, como un refuerzo individual a las
dos mentes colectivas. Tal vez anule la orden de autodestrucción.
—NO... NO... NO... —la sugerencia de Chan produjo una algazara mental de
desaprobación.
Sintió la reacción de los Tubo-Rillas al mismo tiempo que la mente grupal lo arrastraba
de vuelta. Canalizando la fuerza de la mentalidad, Chan la usó para profundizar más,
abriéndose camino en una matriz de pensamientos que se esforzaban y luchaban
furiosamente contra él. Le pareció que no conseguía nada. Mondrian no se rendiría.
Chan se obligó a continuar, y por fin alcanzó el bloque de memorias. Era una presencia
oscura, confinada, aislada de todo lo demás a su alrededor. Usando todo el poder de
Nimrod y Bahram, Chan profundizó más, obligando a un negro bloque de recuerdos
ocultos a traspasar la desnuda, delicada fibra de la mente consciente de Mondrian. La
oscuridad resistió otro largo instante, y después, bajo la masiva precisión, cedió.
El bloqueo desapareció. Mientras Bahram pasaba a través de él para recoger la orden
de anulación y la secuencia del Enlace Mattin, Chan fue capturado por la explosión
mental que Mondrian experimentó al encararse al horror de su distante pasado. Hubo un
grito de pánico y pura angustia mental que expulsó a Chan del cerebro moribundo hasta
su propio mar de consciencia que se desvanecía. La inteligencia de Mondrian fluctuó y se
desvaneció, un rescoldo que se apagaba y se hundía rápidamente en la nada.
Las mentes colectivas recogieron a Chan, le arrullaron.
—¿A salvo? ¿Estamos a salvo? —preguntó.
Pero no oyó ninguna respuesta.
—Muerte, muerte —dijo el eco.
Entonces se precipitó en un terror sin límite, sabiendo que aquello era sólo una pálida
sombra de lo que había encontrado en el interior de Esro Mondrian.
Por fin, se dejó arrastrar y se hundió en el maelstrom.
31 - EN LOS GALLIMAUFRIES
FIN