Carta de Santiago

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1.

CARTA DE SANTIAGO

Introducción

La epístola de Santiago es uno de los escritos más sorprendentes y singulares del


NT. De hecho carece, aparentemente, de casi todo lo que se puede considerar
como distintivo de la fe y práctica cristianas, por lo que algunos han sugerido que
originariamente no era en absoluto un documento cristiano, sino un texto judío
interpolado para introducirlo en el uso cristiano. Y M. Lutero en su prólogo al NT
del año 1522 la denominó críticamente, aludiendo a 1 Cor 3,12, «una epístola de
paja», porque pensaba que se oponía a la doctrina paulina de la justificación por la
fe y no tenía como tema principal a Cristo, aunque reconocía que era la obra de un
hombre piadoso que contenía algunas buenas sentencias.

Es un hecho que la Carta de Santiago a pesar de la sencillez de sus reflexiones


teológicas, resulta uno de los escritos más enigmáticos del NT. Según E.
Baasland, tres son las causas principales que suelen dificultar la comprensión de
Sant: lo inusual de su forma literaria, su teología que provoca cierto escándalo
sobre todo a las Iglesias protestantes, y el que cueste más que cualquier otro
escrito del NT situarlo en el marco histórico en el cual se originó. A estas
dificultades se añade el hecho de que, como nota A.J. Eastman, «cuando leemos
con seriedad la Carta de Santiago, tenemos la sensación de que no somos
bastante serios. Pues en la mayoría de nosotros hay una brecha inquietante entre
lo que creemos y lo que practicamos. Y es precisamente esta brecha la que
preocupa a Santiago». Pero, a la vez, Sant ha adquirido hoy un gran interés, por
cuanto plantea una cuestión muy actual en un mundo en el cual los cristianos
hemos tomado más conciencia de la distancia entre él proyecto de Jesús y lo que
vivimos a nivel personal y comunitario: la cuestión de la relación entre la fe y la
vida en la sociedad y en el mundo.

a) Lengua y estilo

El griego utilizado es el griego Koine y, aunque contiene algunos semitismos, es


excelente, superado sólo por la Carta a los Hebreos en el NT. El lenguaje está
lleno de vivacidad y de frescura. Las frases son breves. Usa la subordinación con
conjunciones y las construcciones con participio más que la coordinación,
empleando adecuadamente el aoristo y la voz media. Emplea bien los artículos y
las partículas. Se preocupa del orden adecuado de las palabras (p. ej. en 1,2;
3,3.8; 5,10 ). Usa palabras técnicas y, con frecuencia, adjetivos compuestos. Hace
juegos de palabras (l,2s.l3; 2,4.13.20; 3,17; 4,14). Las imágenes y comparaciones
están llenas de fuer- za. El vocabulario es muy rico; contiene 63 hapax legomena
en el NT, de los cuales 45 provendrían de los LXX y 18 serían inéditos; cuatro de
ellos no se encuentran en la koiné. Tiene sensibilidad para el ritmo de las sílabas.
A veces utiliza la aliteración, empezando una serie de palabras importantes con la
misma consonante (l,14s) o repitiendo las mismas consonantes o sonidos (1,2.6;
2,4.13.20; 3,5.8.17; 4,9; 5,2.5s). Utiliza los mismo finales (1,6.14; 2,12.16; 4,8.14;
5,5). Tiene una cierta sensibilidad para la cadencia y una inclinación especial por

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la aliteración (1,2.6.14.25; 3,5.17; 4,9); el hexámetro imperfecto que encontramos
en 1,17 es probablemente de su propia cosecha. Carece prácticamente de
anacolutos.

Utiliza el género de la diatriba, popular en el helenismo por influjo de la filosofía


cínico-estoica: tono dialogal (2,18), interpelaciones a los oyentes (en 108 v.v. tiene
54 imperativos), asunción y refutación de objeciones que podrían nacerle los
adversarios, preguntas (2,4ss; 3,1 lss; 4,1), ejemplos tomados de la naturaleza, de
la técnica y de la historia, comparaciones (16 veces), injurias (2,21-25; 5,10s.l7).

b) Contenido de la carta

1. Saludo

Comienza con un prescripto, utilizando el género literario de la carta helenista. En


él, el autor se denomina a sí mismo «Santiago, siervo de Dios y de nuestro Señor
Jesucristo». El título de siervo subraya su autoridad, por cuanto el AT atribuye este
título a personajes como Abraham (Sal 105,42), Moisés (Sal 105,26), Josué (Jue
2,8), los profetas (Am 3,7). También Pablo se llama a sí mismo siervo de
Jesucristo en el prescripto de Rom 1,1; Flp 1,1 (junto con Timoteo); igualmente
Pedro en 2 Pe 1,1. Sant se dirige a «las doce tribus que viven en la diáspora»
(1,1), es decir, no se trata de una carta dirigida a una comunidad específica, sino a
la globalidad de los cristianos dispersos por el mundo. Diáspora es palabra que
subraya la frontera que separa a los judíos y cristianos del resto del mundo y suele
designar una situación marcada por la persecución y quizás el exilio (cf. Dt 28,25;
Is 49,6; Jr 15,7; 1 Pe 1,1). Se trataría, pues, de una carta circular o encíclica, que
el autor la haya dirigido a un grupo concreto, que habría conservado el escrito.
Pero, en este caso, el autor quiso ocultar la identidad de sus destinatarios, bien
para indicarles que ellos son el pueblo de los últimos tiempos (1,12; 5,7-12).

2. Prólogo (1,2-18)

Siguen una serie de exhortaciones en torno al motivo de la tentación, externa e


interna, procurando desentrañar su esencia y su sentido, en dos partes (1,2-12 y
13-18). En la primera se nos dice que la prueba es el lugar en el cual se forja y
edifica la existencia del creyente, pues en ella se acrisola la fe y así alcanzamos la
perfección (1,2-4). Pero para vencer la tentación hay que pedir la sabiduría,
superando la doblez de ánimo y la inconstancia (1,5-8; cf. 4,13-17). El motivo de la
pobreza y de la riqueza prepara el tema de una de las tentaciones fundamentales
de la comunidad (1,9-11), sobre la que el autor volverá más adelante (5,1-6). La
bienaventuranza del hombre que supera la tentación y al que se le promete la
corona de la vida concluye esta primera parte (1,12; cf. 5,7-11).

En la segunda parte, y para combatir el desaliento que por lo visto amenaza a la


comunidad, se señala, primero, que la tentación no viene de Dios, sino de la
propia concupiscencia (1,13- 15), subrayando luego que todo lo bueno proviene de
Dios (1,16- 17), que nos ha creado libremente por su palabra como primicias de su

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creación, para que vivamos de acuerdo con la vocación que de él hemos recibido
(1,18; cf. 5,12-20).

3. Cuerpo de la carta (1,19-5,6)

1,19-27: En el núcleo del escrito se subraya, primero, la importancia de poner en


práctica lo que enseña la Palabra, si queremos vivir de acuerdo con la vocación
recibida (1,19-27). Las palabras «sabed, amados hermanos míos» (1,19a) señalan
que aquí empieza un nuevo fragmento. La transición (1,19- 20) contrapone el
escuchar a la ira; de manera general, así prepara de paso el tratamiento de un
problema de la comunidad que desarrollará luego en 3,1-12. Siguen unas
exhortaciones (1,21-25), con claras resonancias de la parénesis bautismal (cf. 1
Pe 2,1; Col 3,8; Ef 2,1-6), que invita a despojarse de todo lo malo y señalarse en la
mansedumbre y en la aceptación de la Palabra salvadora que ha sido plantada en
los corazones de los destinatarios, subrayando la importancia de practicar lo que
indica la Palabra. La conclusión (1,26-27) recuerda, primero, la importancia del
dominar la lengua (inclusión con 1,19) y deja bien claro después en qué consiste
realmente la práctica auténtica de la Palabra y el verdadero culto, en visitar a los
necesitados (1,27).

2,1-13: Preparado por lo que se acaba de decir, el fragmento siguiente (2,1-13)


desarrolla un tema que causa problemas en la comunidad y que, de hecho, pone
en cuestión la hondura de su fe y el cumplimiento de la Ley revelada en la
Palabra: la acepción de personas en las reuniones cultuales según se sea
pobre o rico. El escándalo de esa jerarquía de valores que, en contra de la praxis
de Cristo, olvida la opción preferencial de Jesús por los pobres (2,5) y la regla de
oro que contiene en sí toda la Ley y los Profetas (comparar 2,8 con Mt 7,12; cf.
también Rom 13,8-10; Lv 19,18), así como el primado de la misericordia
(comparar 2,13 con Mt 9,13; 12,7; cf. Os 6,6), obliga a Sant a mencionar
explícitamente a Jesucristo (sólo aquí y en 1,1). La salvación se manifiesta en la
solidaridad desinteresada y no en dejarse configurar por las fuerzas económicas,
políticas y sociales, pues esto pone en peligro la libertad que hemos recibido de
Dios como un don suyo. Al final de la vida seremos juzgados de acuerdo con la ley
de la libertad (2,12) y según la misericordia que hayamos manifestado hacia el
prójimo (2,13).

2,14-26: En un nuevo fragmento, que ha sido preparado por 2,12-13, Sant


desarrolla un tema fundamental, y controvertido en la comunidad: el de la mutua
implicación entre la fe y las obras (2,14-26). Utilizando un recurso retórico, Sant
pregunta a sus oyentes (2,14) de qué sirve tener fe, si no se tienen obras
(buenas), en orden a obtener la salvación eterna (cf. 1,21; 4,12). Con un ejemplo
tomado de la vida cotidiana 2,15: si un hermano pasa frío o hambre, de nada sirve
el que le diga simplemente que se caliente y se sacie; esto muestra, en un primer
paso, lo infructuoso e inútil de este tipo de fe (2,17). Un interludio (2,18-20),
provocado por la pregunta de un interlocutor fingido (género literario de la diatriba),
desarrolla más el tema de la relación entre la fe y las obras y muestra que las
obras son el signo de la fe auténtica. Aunque la interpretación, del v. 18ab es

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controvertida , es claro que contiene un diálogo con el que Sant quiere preparar el
que se pueda tomar postura clara frente al tema de la relación fe-obras, como se
ve por el v. 18cd («muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré por mis obras la
fe») y el resto del contexto (vv. 17 y 19ss). Según Frankemolle, la objeción en
2,18b es doble y contrapondría la fe sola a las obras solas. Sant tomaría entonces
una postura mediadora en la controversia. A los defensores de una fe sola, sin
obras, ya había respondido en 2,14ss, mostrando lo absurdo de su pretensión.
Dado el peligro que corre la comunidad, insiste en ello en 2,19-20: no basta la
mera confesión de fe monoteísta, por buena que ésta sea, como puede verse por
el hecho de que los demonios también creen que hay un solo Dios, pero no les
aprovecha de nada, porque no están dispuestos a cumplir la voluntad de Dios
(2,19). Ésta es la razón por la que ahora a Sant le interesa más desarrollar el
motivo de la relación de las obras con la fe. Tampoco las obras solas sirven de
nada. Por eso Sant quiere mostrar la fe desde sus obras. Las obras son signo de
la fe, una tesis con la que Pablo estaría de acuerdo (cf. Gal 5,19-26; 1 Cor 3,5-17;
2 Cor 5,2-10; Rom 2,12-3,8; cf. también Mt 5,13-16; 7,15-23). En consecuencia,
puede reafirmar la conclusión de que la fe sin obras no sirve de nada (2,20). El
fragmento concluye con los ejemplos de Abraham y de Rahab, muestra de
obediencia lúcida a Dios, los cuales prueban positivamente a partir de la Escritura
la mutua implicación de la fe y de las obras (2,21-26). Abraham es conocido como
modelo de fe. A partir de Gn 15,6 y 22,9, Sant señala que el hecho de que
Abraham, por la fe en Dios, superara la mayor de las tentaciones, demuestra que
su fe era honda y auténtica. En este sentido, Abraham fue justificado por las obras
(2,2la.23-24): esta fórmula, con todo, no debemos entenderla como si con ella
Sant quisiera decir que la justificación aconteciera por las obras (de la Ley), en el
sentido que esta fórmula, típicamente paulina, tiene en Rom 3,21-31, sino en el
sentido de que fe y obras actúan conjuntamente. Pero para Sant -como para
Pablo, si se entiende bien la fórmula paulina que se refiere explícitamente al
proceso de la justificación en sí mismo- la fe y las obras no actúan como dos
magnitudes coordinadas, sino que las obras están subordinadas a la fe y se
convierten en el signo que pone de manifiesto la solidez de la fe (2,22).

3,1-12: Con la interpelación «mis hermanos» (3,1; forma inclusión con 3,12, donde
se repite «hermanos»), señala Sant que empieza un nuevo fragmento, en el cual,
con imágenes familiares en la cultura helenista, quiere poner a sus lectores sobre
aviso a propósito de los peligros que anidan en el poder desenfrenado de la
lengua (3,1-12). El fragmento parece motivado por la presencia de maestros en la
comunidad los cuales, por lo visto, crean problemas (13,1-2): de ahí su prevención
contra el afán de ser maestro; supuesto que todos pecamos, Sant insiste en que el
juicio será más severo para ellos, dado que el criterio para el mismo es la
coherencia entre el hablar y el obrar. Luego, con la ayuda de las comparaciones
de la brida con la que dominamos los caballos, el timón con el que gobernamos
los barcos, y el fuego pequeño capaz de incendiar todo un bosque, muestra la
importancia de un miembro tan pequeño como la lengua, capaz de corromper todo
el cuerpo (2,3-6) y más difícil de amaestrar que las fieras salvajes (2,7- 8).
Concluye con una exhortación a poner fin a la ambigüedad de la lengua, que lo
mismo se utiliza para alabar a Dios que para maldecir a los hombres (3,9-12).

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3,13-18: El siguiente pasaje, que clarifica la crítica que acaba de hacer contra la
pretensión de ser maestro, contrapone la sabiduría que viene de arriba a la
terrena (3,13-18). Una vez más insiste Sant en que el buen obrar es el criterio que
permite discernir la auténtica sabiduría de la falsa (2,13-16), indicando cuáles
son las cualidades de la sabiduría verdadera (2,17). El fragmento concluye con
una promesa escatológica: el «fruto de la justicia» (cf. Flp 1,11; Heb 12,11), es
decir, la justicia plena en el marco de la paz, será el don otorgado por Dios a los
que, en virtud de la sabiduría que proviene de arriba, trabajan por la paz (cf. Mt
5,9) y la reconciliación en la comunidad (3,18).

4,1-12: En el bloque que sigue a continuación (por un lado 4,1-12 y, por otro, 4,13-
17 y 5,1-6), Sant denuncia la situación sumamente negativa en que se encuentra
la comunidad y que está en contradicción con su vocación cristiana. En el
primero de los textos (4,1-12), se indica que la raíz de todo ello está en el
egoísmo mortal que se ha apoderado de la comunidad y que se manifiesta en
todo tipo de división y violencia, fruto de su incapacidad de orar adecuadamente
(4,1-3); el contexto hace pensar de modo particular en los conflictos con los
maestros, que Sant ha criticado en el capítulo 3. Luego, con la imagen del
adulterio, que ya los profetas veterotestamentarios utilizaron para significar la
idolatría del pueblo de Dios (cf. Os 1-3), les recuerda que hay que optar por Dios o
por el mundo (4,4; el tema había resonado ya en l,26s; 2,5; 3,6), teniendo en
cuenta los derechos de Dios que ha infundido en nosotros su Espíritu (4,5). Con
una cita de Prov 3,34, en la cual se recuerda que Dios resiste a los soberbios y da
su gracia a los humildes (4,6), Sant prepara la transición a la parte parenética del
fragmento, en el cual exhorta a someterse a Dios y a resistir al diablo (4,7-10). El
conjunto concluye con la exhortación a no calumniar ni juzgar al hermano, dos
lacras que impiden la vida comunitaria, y lo fundamenta en el hecho de que sólo
Dios es el legislador y juez, el único por tanto que tiene derecho a juzgar a alguien
(4,1 ls).

4,13-17; 5,1-6: Sigue un pasaje en el cual Sant hace dos serias advertencias
contra la autonomía engañosa de los cristianos ricos (4,13-17 y 5,1-6). La raíz
de la denuncia está en la dicotomía entre la fe que creen tener por ser miembros
de la comunidad y el obrar que no da testimonio de dicha fe: no hacen el bien que
podrían hacer (4,17); explotan al pobre (5,4- 6). En el primer fragmento (4,13-17)
critica la autoconfianza orgullosa con la cual los ricos hacen sus planes
económicos, sin contar con que su vida es fugaz y que todo está en las manos de
Dios. En el segundo (5,1-6) amenaza a los ricos, en tono claramente profético (cf.
Is 13,6; Am 8,3; también ls 14,31; 15,3; 23,1.6.14; Jr 31,20; Ez 21,17; Zac 11,2; Le
6,24-26; 1 Henoc 94,8s) y con toda seriedad con el juicio por su actitud antisocial
(cf. también ya antes l,10s; 2,6s). Su riqueza está podrida, pues, como ya había
advertido Eclo 29,10, el oro que no se emplea en favor del hermano, enmohece.
En un contexto claramente sapiencial (Eclo 34,25-27), les recuerda que el salario
del que han privado a sus trabajadores explotados por ellos clama al cielo (5,4).
Mientras los ricos han vivido en delicias (cf. Eclo 27,13; Le 16,19) y han
condenado y asesinado al inocente que no les oponía resistencia (cf. Sab 2,10.19;
Sal 37,14.32), no han caído en la cuenta de que se estaban ceban- do para el día

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del Juicio definitivo (5,5-6; cf. Jr 12,3; 25,34; 46,21; Jds 12; 2 Pe 2,13).

Epílogo (5,7-20). El motivo del Juicio con que concluía el pasaje anterior da paso
al epílogo, en el cual Sant exhorta a sus lectores a vivir de acuerdo con la fe en la
venida inmediata del Señor (5,7- 20). En el marco de la espera de la Parusía y del
Juicio, Sant exhorta, en un primer fragmento (5,7-11) que forma inclusión con el
comienzo de la carta (1,2-4), a perseverar con toda paciencia en medio de las
pruebas, incluidas las que comporta la vida comunitaria (5,9), siguiendo el ejemplo
de los profetas y de Job (5,1Os). Siguen una serie de exhortaciones sobre el
funcionamiento de la comunidad: ante todo, y en consonancia con una tradición de
Jesús, que queda recogida también en Mt 5,34-37, Sant recuerda la prohibición de
todo tipo de juramento (5,12). Sigue la recomendación de la oración,
especialmente en caso de enfermedad, en cuyo caso conviene llamar a los
presbíteros de la Iglesia para que unjan con óleo al enfermo y recen por él; ello le
aliviará y se le perdonarán los pecados, caso de que los tuviere (5,13-15). Este
tema da pie a la recomendación de confesarse mutuamente los pecados y de
rezar unos por otros, subrayando con el ejemplo de Elías el poder de la oración en
general (5,16-18). Con la interpelación «hermanos míos» (5,19a) Sant da paso al
pasaje final de la carta, en el cual recuerda a sus oyentes/lectores la
responsabilidad que tienen frente al hermano que se desvía de la verdad y la
importancia de la corrección fraterna (5,19-20).

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