Albert Pike - Moral y Dogma
Albert Pike - Moral y Dogma
Albert Pike - Moral y Dogma
DEL
ALBERT PIKE
GRADOS DE APRENDIZ,
COMPAÑERO Y MAESTRO
1
Albert Pike con los distintivos del Supremo Consejo del Grado 33
© de la traducción al castellano:
Alberto Moreno Moreno. 2008
2
ÍNDICE
Prefacio ................................ 5
Aprendiz ................................ 7
Compañero ......................... 24
Maestro .............................. 57
3
MORAL Y DOGMA
DEL
DE LA
FRANCMASONERÍA
PREPARADO POR EL
Y
PUBLICADO BAJO SU AUTORIDAD
CHARLESTON
A.·.M.·. 5632
1871
4
PREFACIO
a la primera edición, publicada en 1871
5
acepción dogmática. Cada uno es enteramente libre de rechazar o disentir de
cualquier cosa aquí escrita que pueda parecerle incierta o falta de fundamento.
Tan sólo se pide al lector que sopese lo que se enseña, y lo escuche con buena
fe y lo juzgue sin prejuicios. Desde luego, las antiguas especulaciones teosóficas
y filosóficas no forman parte de las doctrinas del Rito, pero es de interés y
provecho conocer lo que el Antiguo Intelecto razonaba sobre estos aspectos; y
al fin y al cabo nada demuestra mejor la radical diferencia entre la naturaleza
humana y la animal que la capacidad de la mente humana de alimentar tales
especulaciones en cuanto al hombre mismo y la Deidad. Pero respecto a estas
mismas opiniones, podemos decir, en palabras del docto canonista Ludovico
Gómez, opiniones secundum varietatem temporum senescant et intermoriantur,
aliæque diversæ vel prioribus contrariæ renascantur et deinde pubescant1.
1
Las creencias pueden envejecer, cambiar con el paso del tiempo y perecer; pero así pueden renacer
oponiéndose a las originales y alcanzar la madurez.
6
I
APRENDIZ
LA REGLA DE DOCE PULGADAS Y EL MALLETE
7
mejoramiento del género humano. Los dos grandes motores son la Verdad y el
Amor. Cuando todas estas fuerzas se combinan guiadas por el intelecto y
reguladas por la regla del Derecho y la Justicia, la gran revolución preparada
desde tiempo inmemorial se pone en marcha. El Poder de la misma Deidad está
en equilibrio con su Sabiduría. De aquí surge la Armonía.
Es debido a que la Fuerza está mal gobernada por lo que las revoluciones
experimentan fracasos. Por ello sucede tan a menudo que insurrecciones que se
originan en las más altas cimas morales tales como la Justicia, Sabiduría, Razón
y Derecho, formadas por la más pura nieve del ideal tras una larga caída de roca
a roca, habiendo reflejado el cielo en su transparencia y siendo recogidas por un
centenar de afluentes en el majestuoso sendero del triunfo, repentinamente se
pierden en lodazales, como un río californiano en las arenas.
La marcha adelante del género humano requiere que los altos ideales
brillen con nobles y perdurables lecciones de coraje. Las proezas de una historia
audaz y brillante constituyen una luz que guía al hombre. Ellas son las estrellas y
chispas que surgen del gran mar de electricidad que es la Fuerza inherente al
pueblo. Esforzarse, afrontar todos los riesgos, perecer, perseverar, ser fiel a uno
mismo, luchar cara a cara con el destino, sorprender a la derrota por el poco
terror que inspira, sea para combatir un poder ilegítimo, sea para desafiar un
triunfo espurio, estos son los ejemplos que las naciones necesitan y la luz que
las electrifica.
Hay inmensas fuerzas en las grandes cavernas del mal que se hayan en
las profundidades de la sociedad. Se encuentran en la más perversa
degradación, suciedad, miseria e indigencia, en los vicios y crímenes que hieden
en la oscuridad de ese populacho que se encuentra debajo del pueblo en las
grandes ciudades. Ahí el altruismo se desvanece y cada uno aúlla, busca y roe
su propia fortuna. Este populacho tiene dos madres, ambas madrastras: la
Ignorancia y la Miseria. Sus carencias y necesidades son su única guía, y tan
solo reclaman satisfacción por sus apetitos animales. Pero incluso ellos pueden
ser útiles. La más pobre arena que encontremos, apropiadamente horneada,
fundida y purificada por el fuego puede convertirse en cristal resplandeciente.
Ellos poseen la fuerza bruta del Mazo, pero sus esfuerzos ayudan a la gran
causa cuando siguen las líneas trazadas por la Regla sostenida por la sabiduría
y la inteligencia.
Es sobre esta misma Fuerza del pueblo, este poder de gigantes, sobre el
que se construye la fortaleza de los tiranos, encarnada en sus ejércitos. De ahí
la posibilidad de tiranías como aquellas de las que se dijo “Roma huele peor bajo
Vitelio que bajo Sila”. Bajo Claudio y bajo Domiciano hay un defecto de base
debido a la fealdad de la tiranía. Lo nauseabundo de los esclavos es un
resultado directo de la atroz vileza de la tiranía. Una miasma exhala de estas
conciencias serviles que reflejan el maestro; las autoridades públicas no son
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limpias, los corazones se han venido abajo, las conciencias están encogidas, las
almas son enclenques. Así era bajo Caracalla, así era bajo Cómodo, así era bajo
Heliogábalo, mientras que tan solo desde el Senado romano, bajo el gobierno de
César, fueron capaces de percibir el olor nauseabundo del nido del águila.
9
textos. Los franceses han conservado la Bastilla como lección perpetua. Italia no
debería destruir las mazmorras de la Inquisición. La Fuerza del pueblo apuntaló
el Poder que construyó esas celdas sombrías y situó a los vivos en esos
sepulcros de granito.
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1, 2, la unidad o mónada y la dualidad, que sumadas hacen el mismo número
sagrado 3. Por todo ello se le denominaba número perfecto, y el cubo se
convirtió en símbolo de perfección.
Producida por la Fuerza, actuando según la Regla, batida según las líneas
medidas y calibradas a partir de la piedra bruta, la piedra cúbica es un símbolo
apropiado de la Fuerza del pueblo, expresada como constitución y ley del
Estado; y las tres caras visibles representan los tres Poderes del mismo estado:
el Ejecutivo, que ejecuta las leyes, el Legislativo, que las hace, y el Judicial, que
las interpreta, aplica y refuerza, entre hombre y hombre o entre el Estado y los
ciudadanos. Las tres caras invisibles son la Libertad, Igualdad y Fraternidad, la
triple alma del Estado, su vitalidad, espíritu y razón.
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Una logia es un templo de naturaleza simbólica tanto en conjunto como en
sus detalles. El propio Universo proveyó el modelo para los primeros templos
elevados a la Divinidad. La misma disposición del Templo de Salomón, los
ornamentos simbólicos que formaron su decoración principal, y la vestimenta del
Sumo Sacerdote hacían referencia al orden del Universo tal y como era
entendido en la época. El Templo contenía muchos emblemas de las estaciones:
el Sol, la Luna, los planetas, las constelaciones Osa Mayor y Menor, el Zodiaco,
los elementos y otras partes del mundo. El maestro de esta logia, del Universo,
es Hermes, cuyo representante es Hiram, que es una de las luces de la logia.
Para ulterior instrucción en el simbolismo de los cuerpos celestiales, así como de
los números secretos, y del templo y sus detalles, debéis esperar pacientemente
hasta avanzar en Masonería, ejercitando mientras tanto vuestro intelecto
estudiándolos por vosotros mismos. Estudiar e intentar interpretar correctamente
los símbolos del Universo es la tarea del sabio y del filósofo; es descifrar la
escritura de Dios y penetrar en Sus pensamientos. Esto es lo que es preguntado
y respondido en nuestro catecismo, en lo concerniente a la Logia.
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12
armonía, tanto en el universo físico como en el moral. La Sabiduría, el Poder y la
Armonía constituyen una tríada masónica. Tienen otros significados profundos,
que serán a su debido tiempo desvelados.
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La palabra Jakim, en hebreo יכין, Probablemente se pronunciaba ya-
keyen, y como tiempo verbal significaba “El que fortalece”, y consecuentemente
firme, estable, enhiesto. La palabra Boaz es בעז, Baaz; עזsignifica fuerte, fuerza,
poder, refugio, fuente de fuerza, una fortaleza. El prefijo בsignifica “con “ o “en”,
y da a la palabra el sentido del gerundio latino, roborando – fortaleciendo. La
primera palabra, Jakim, también significa “él establecerá, plantará en posición
erecta”, del verbo כון, Kūn, “él permaneció erecto”. Probablemente significada
Fuerza o Energía Activa y vivificadora; y Boaz, Estabilidad, Permanencia, en el
sentido pasivo.
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que las imágenes simbólicas de este paso entre las estrellas, usado en los
misterios mitraicos, conformaban una escalera que se alzaba desde la Tierra al
Cielo, dividido en siete pasos o estadios, para cada uno de los cuales había una
puerta, y en la cima una octava, la de las estrellas fijas. El símbolo era el mismo
que el de las siete etapas de Borsippa, o la pirámide de ladrillo vítreo, cerca de
Babilonia, hecha en base a siete pisos, cada uno de distinto color. En las
ceremonias mitraicas, el candidato atravesaba siete fases de iniciación,
soportando pruebas temibles simbolizadas por la escalera de siete vueltas o
peldaños.
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músculo que camina y la voluntad que mueve. Entregarse a la indiferencia o al el
espíritu mercantilista merma el esplendor del pueblo, disminuyendo sus
expectativas a base de disminuir su propio nivel, y lo despoja de la comprensión
del fin universal, humana al mismo tiempo que divina, que convierte a una
nación en misionera.
Un pueblo libre, que olvide que tiene un alma propia por cuidar, dedica
todas sus energías al avance material. Si hace la guerra, es para preservar sus
intereses comerciales. Los ciudadanos siguen el ejemplo del estado y
contemplan la riqueza, la pompa y el lujo como los grandes dones de la vida.
Una nación así crea riqueza rápidamente, pero la distribuye mal. Se provocan de
esta forma los dos extremos, la monstruosa riqueza y la monstruosa miseria,
todo el disfrute en manos de unos pocos y todas las privaciones para el resto, o
lo que es lo mismo, para el pueblo. Privilegios, prebendas, monopolios y
feudalismo erigidos sobre el mismo Trabajo: una situación peligrosa y engañosa
que, haciendo del Trabajo un cíclope ciego y encadenado en la mina, en la forja,
en el taller, en el telar, en el campo, sobre humos venenosos en celdas infectas
y fábricas insalubres, asienta el poder público sobre la miseria privada, y erige la
grandeza del Estado sobre el sufrimiento del individuo. Es una grandeza mal
concebida en la que se combinan elementos materiales dejando al margen los
elementos morales. Aunque el pueblo, como una estrella, ejerza el derecho a
eclipsarse, la luz debe volver a él. El eclipse no debe desvirtuarse y convertirse
en noche perpetua.
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de Isis y Osiris, se convirtió en Dador de Vida. Dionisio y Baco, como Mitra, se
convirtieron en origen de la Luz, la Vida y la Verdad.
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Nuestros ancestros del norte adoraban esta deidad trina: Odín, el Padre
todopoderoso; Frea, su esposa, símbolo de lo terrenal, y Thor, su hijo, el
mediador. Pero sobre todos ellos estaba el Dios Supremo, “el creador de todo lo
que existe, el Eterno, el Antiguo, el Ser Vivo y Tremendo para el cual no existe lo
oculto, el Ser que nunca cambia”. En el Templo de Eleusis (un santuario que
representaba el Universo y estaba iluminado únicamente por una ventana en el
techo), estaban representadas las imágenes del Sol, la Luna y Mercurio. “El Sol
y la Luna” – afirma el perspicaz hermano Delaunay – “representan los dos
grandes principios de todas las generaciones, lo activo y lo pasivo, lo masculino
y lo femenino. El Sol representa la verdadera luz. Él esparce sobre la Luna sus
rayos fecundadores. Ambos arrojan su luz sobre su vástago, la Estrella
Flamígera, u Horus, y los tres forman el gran Triángulo Equilátero, en cuyo
centro se haya la omnipotente letra de la Cábala a través de la cual se ha
llevado a cabo la Creación.
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El pavimento, alternativamente blanco y negro, simboliza, se pretenda o
no, los principios del Bien y el Mal acordes a los credos egipcio y persa. Es la
guerra de Miguel y Satán, de Dioses y Titanes, entre la Luz y la Sombra, que es
la oscuridad. Es la guerra entre el Día y la Noche, la libertad y el despotismo, la
libertad religiosa y los dogmas arbitrarios de una Iglesia que solo piensa en sus
adeptos y cuyo pontífice clama por su infalibilidad, convirtiendo la doctrina de
sus concilios en un nuevo evangelio. Los bordes de este pavimento, si está
constituido por figuras geométricas que no sean cuadrados, necesariamente
estarán dentados como una sierra, y será necesario un borde para ultimar esta
figura. Se remata con teselas y motivos decorativos en las esquinas. Si se
adjudica a estos últimos algún contenido simbólico será caprichoso y arbitrario.
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También lo consideraban en sus lecturas como un emblema de prudencia. La
palabra prudencia significa, en su sentido original y más completo, pre-visión, y
consecuentemente la Estrella Flamígera ha sido percibida como emblema de
Omnisciencia, el Ojo que todo lo ve, que para los egipcios era emblema de
Osiris, el Creador. Con la letra Yod en el centro, tiene el significado cabalístico
de la Divina Energía, manifestada como Luz creadora del Universo.
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Nuestros hermanos del Rito de York sostienen que “en toda logia bien
gobernada hay representado un punto dentro de un círculo. El punto representa
al hermano individual; el círculo, la línea limitadora de su conducta, que nunca
estará dispuesto a traspasar permitiendo que sus prejuicios o pasiones le
traicionen”. Esto no es interpretar los símbolos de la Masonería. Algunos opinan,
acercándose a la interpretación, que el punto dentro del círculo representa a
Dios en el centro del Universo. Es un signo egipcio habitual para el Sol y Osiris,
y aún hoy en día se emplea como signo astronómico de la gran luminaria. En la
Cábala el punto es Yod, la energía creativa de Dios, irradiando con luz el
espacio circular que Dios, la Luz Universal, dejó vacío para crear los mundos al
retirar su substancia de Luz de todas partes excepto de un punto. Nuestros
hermanos añaden que “el círculo está flanqueado por dos líneas perpendiculares
y paralelas que representan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, y por
encima se encuentran las Sagradas Escrituras. “Yendo alrededor de este
círculo”, dicen, “necesariamente tocamos estas dos líneas así como las
Sagradas Escrituras, y mientras un masón se mantiene circunscrito dentro de
sus preceptos es materialmente imposible que yerre.
Sería una pérdida de tiempo abundar en esto. Algunos escritores han
imaginado que las líneas paralelas representan los trópicos de Cáncer y
Capricornio, que el Sol roza en los solsticios de verano e invierno. Pero los
trópicos no son líneas perpendiculares, y la idea es meramente caprichosa. Si
las líneas paralelas pertenecían ya al antiguo símbolo tendrían algún sentido
más recóndito y fructífero. Probablemente tenían el mismo significado que las
dos columnas Jakim y Boaz, significado que no es para aprendices y, en
cualquier caso, puede encontrarse en la Cábala. La Justicia y la Piedad de Dios
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se encuentran en equilibrio, y el resultado es la Armonía, pues una Sabiduría
perfecta y única impera sobre ambas.
Las Sagradas Escrituras son un añadido totalmente moderno al símbolo,
como las esferas terrestre y celestial a las columnas del pórtico. De esta forma el
antiguo símbolo ha sido desnaturalizado con añadidos innecesarios, como el de
Isis llorando sobre la columna partida que contiene los restos de Osiris en
Biblos.
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La Masonería tiene su decálogo, que es ley para sus iniciados. Estos son
sus Diez Mandamientos:
II. Tu religión será hacer el bien por amor al bien, no solo porque es un deber. Si
te convirtieses en amigo de un hombre sabio, obedecerás sus preceptos. Tu
alma es inmortal. No harás nada para degradarla.
III. Siempre harás la guerra a los vicios. No harás a los demás lo que no quieras
que te hagan a ti. Aceptarás tu suerte con humildad y mantendrás viva la luz de
la sabiduría.
IV. Honrarás a tus padres. Respetarás a los ancianos, enseñarás a los jóvenes.
Protegerás y defenderás a los niños y la inocencia.
VII. Evitarás y huirás de los falsos amigos. Evitarás cualquier exceso. Temerás
causar una mancha en tu memoria.
X. Estudiarás para conocer a los hombres, pues de este modo puedes aprender
a conocerte a ti mismo. Buscarás la virtud, serás justo y evitarás la holgazanería.
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Pero el gran mandamiento de la Masonería es este: “Un nuevo
mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros. El que está en la luz,
pero odia a su hermano, permanece todavía en la oscuridad”.
Estos son los deberes morales del masón. Pero también es el deber de la
Masonería ayudar a elevar la moral y nivel intelectual de la sociedad, acuñando
conocimiento, poniendo ideas en circulación y provocando que las mentes
jóvenes maduren; y situar gradualmente, a través de la enseñanza de axiomas y
la promulgación de leyes positivas, a la raza humana en armonía con su destino.
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Pocas mentes comprenden la lengua divina. Los más sagaces, lo más serenos,
los más profundos descifran lentamente los jeroglíficos, y quizá cuando lo han
logrado hace ya tiempo que no era necesario, pudiendo encontrar ya numerosas
traducciones en el dominio público, siendo la más incorrecta, por supuesto, la
que cuenta con más aceptación popular. De cada traducción nace un partido y
de cada mala lectura, una facción. Cada partido cree o pretende que el suyo es
el único texto, y cada facción cree o pretende que su lectura es la única en
posesión de la luz. Más aún, los fanáticos son hombres ciegos que apuntan
directamente –los errores son excelentes proyectiles- y aciertan con la habilidad
y la violencia que provocan los falsos razonamientos donde quiera que, en
aquellos que defienden el derecho, la carencia de lógica, como un defecto en la
armadura, les haga vulnerables. Por lo tanto a menudo estaremos en un brete al
combatir el error ante el pueblo. Anteo resistió a Hércules mucho tiempo, y las
cabezas de la Hidra crecían tan rápido como eran cortadas. Es absurdo decir
que el error, herido, se retuerce de dolor y muere en medio de sus adoradores.
La verdad se conquista lentamente, y hay una asombrosa vitalidad en el Error.
La Verdad, desde luego, discurre sobre las cabezas de las masas, y si un error
cae al suelo por un instante, se levanta enseguida tan vigoroso como siempre.
No morirá mientras los cerebros estén ausentes y los errores más estúpidos e
irracionales sean los de más larga vida. Aun así, la Masonería, que es moralidad
y filosofía, no debe cesar en su labor. No sabemos cuando el éxito
recompensará nuestros esfuerzos (generalmente en el momento más
inesperado) o qué efecto podemos esperar de nuestro afán. Exitosa o no, la
Masonería no debe doblegarse ante el error o sucumbir ante el desaliento. Hubo
en Roma algunos soldados cartagineses hechos prisioneros pero que se
negaron a inclinarse ante Flaminio, y contaron con la magnanimidad de Aníbal.
Los masones deberían poseer la misma grandeza de espíritu. La Masonería
debería ser una energía, encontrando su objetivo y efecto en la mejora de la
humanidad. Sócrates debería entrar en Adán y producir Marco Aurelio, o en
otras palabras, extraer del hombre de placeres el hombre de sabiduría. La
Masonería no debería ser únicamente una atalaya construida sobre el misterio y
sobre la que observar el mundo con el único resultado de ser una curiosidad
para inquietos. Llevar la copa del pensamiento llena a los labios sedientos de los
hombres, llevar a todos las verdaderas ideas de la Deidad, armonizar ciencia y
conciencia es la misión de la Filosofía. La Moralidad es la fe florecida. La
contemplación debería llevar a la acción, y lo abstracto convertirse en práctico;
el ideal debería convertirse en aire, comida y bebida para la mente humana. La
Sabiduría es una comunión sagrada, y es únicamente bajo esa condición que la
Sabiduría deja de ser un amor estéril a la ciencia y se convierte en el único y
supremo método por el cual se puede unir a la Humanidad y llevarla a la acción
conjunta. Entonces la Filosofía se convierte en Religión. Y la Masonería, como la
historia y la filosofía, tiene misiones eternas. Eternas, y al mismo tiempo
sencillas: oponerse a Caifás como obispo, a Draco como juez, a Trimalción
como legislador y a Tiberio como emperador. Estos son los símbolos de la
tiranía que degrada y aplasta, y de la corrupción que profana e infesta. En los
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trabajos publicados para uso de la Orden se nos dice que los tres grandes
principios de la profesión masónica son Amor Fraternal, Ayuda y Verdad. Y es
cierto que el afecto fraternal y la amabilidad deberían regir todas nuestras
relaciones con nuestros hermanos, y una filantropía generosa y liberal guiarnos
con respecto a todos los hombres. Ayudar a los afligidos es particularmente la
tarea de los masones. Una labor sagrada que no puede omitirse, descuidarse o
llevarse a cabo de forma fría e ineficiente. Es muy cierto que la Verdad es un
atributo divino y el cimiento de cualquier virtud. Ser honesto y buscar, encontrar
y aprender la Verdad son los grandes objetivos de todo buen masón.
Al igual que los antiguos, la Masonería considera la Templanza, Fortaleza,
Prudencia y Justicia como las cuatro virtudes cardinales, y son tan necesarias a
las naciones como a los individuos. Para ser libre e independiente, el pueblo
debe poseer sagacidad, cautela, previsión y una cuidadosa circunspección,
valores todos que están incluidos en la palabra Prudencia. Debe ser mesurado
al afirmar sus derechos, en sus órganos de gobierno y frugal en sus gastos.
Debe ser osado, valiente, arrojado, paciente ante la adversidad, firme ante los
desastres, poseer esperanza entre las calamidades, como Roma cuando puso
en venta el solar sobre el que acampaba Aníbal. Ni Cannas ni Farsalia ni Pavía
ni Agincourt ni Waterloo deben descorazonar a la nación. Permitid a su senado
que ocupe sus asientos hasta que los galos les agarren de la barba. La nación
debe, sobre todas las cosas, ser justa, no inclinándose hacia los poderosos ni
oprimiendo a los débiles. Debe actuar según la escuadra con todas las naciones
y las tribus más débiles, siempre manteniendo su fe y la honestidad de sus
leyes, y actuando con honradez en todos sus acuerdos. Cuando quiera que tal
república exista, será inmortal, pues la imprudencia, la injusticia, la
intemperancia y el lujo en la prosperidad, así como el desánimo ante la
adversidad, son las causas de la caída y ruina de las naciones.
23
II
COMPAÑERO
******
24
Tras abandonar Egipto, los Misterios fueron modificados por las costumbres de
las distintas naciones en que fueron introducidos, y especialmente por los
sistemas religiosos de los países adonde fueron transplantados. Mantener el
gobierno, las leyes y la religión establecidas era la obligación de los Iniciados en
cualquier parte, que siempre pertenecían a la casta sacerdotal y nunca
deseaban compartir con el pueblo llano la verdad filosófica.
La Masonería no es como el Coliseo en ruinas. Es más bien un palacio
romano de la Edad Media, desfigurado por añadidos posteriores en su
arquitectura pero aún así construido sobre unos cimientos ciclópeos
establecidos por los etruscos, y con muchas de las piedras de su parte superior
tomadas de casas y templos de la época de Adriano y Antonino.
El Cristianismo enseñó la doctrina de la Fraternidad, pero repudió la de la
Igualdad política inculcando continuamente la obediencia al césar y a aquellos
que la ley establecía como autoridad. La Masonería fue el primer apóstol de la
Igualdad. En el monasterio hay fraternidad e igualdad, pero no libertad. La
Masonería añadió también la Libertad, y reclamó para el ser humano ese triple
patrimonio: Libertad, Igualdad y Fraternidad. No se trataba sino de desarrollar el
propósito original de los Misterios, que era enseñar al hombre a conocer y
practicar sus deberes hacia ellos mismos y sus semejantes, el gran fin práctico
de toda filosofía y todo conocimiento.
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prestadas sus herramientas, de forma que se contó con símbolos nuevos y
aptos. La Masonería ayudó al advenimiento de la Revolución Francesa,
desapareció con los girondistas, renació con la restauración del orden y apoyó a
Napoleón porque, aun siendo emperador, reconoció el derecho del pueblo a
elegir sus gobernantes, y era cabeza de una nación que rechazaba retomar sus
viejos reyes. Él sostuvo, con la espada, el mosquete y el cañón, la gran causa
del Pueblo contra la realeza, el derecho del pueblo francés incluso a hacer
emperador a un general corso, si les apetecía.
La Masonería sintió que esta Verdad tenía la omnipotencia de Dios de su
lado, y que ni el papa ni ningún poderoso podía vencerla. Era una verdad
entregada al amplio tesoro del mundo y que forma parte del patrimonio que cada
generación recibe, amplía y de la que es depositaria, y que necesariamente es
legada a toda la humanidad como dominio personal del ser humano y
garantizada por la naturaleza hasta el fin de los tiempos. Y la Masonería
enseguida reconoció como verdad que hacer progresar y desarrollar una
Verdad, o cualquier virtud o don humanos, es aumentar la gloria espiritual de la
especie humana; y que quien quiera que ayuda al avance de una Verdad y hace
que el pensamiento se transforme en realidad, escribe en la misma línea que
Moisés y que Aquel que murió en la Cruz, y goza de afinidad con la misma
Deidad.
El mayor don que se puede atribuir al hombre es su humanidad, y eso es
lo que Dios dispone que la Masonería exija a sus adeptos. No sectarismo ni
dogmas religiosos, ni una moral rudimentaria basada en los escritos de
Confucio, Zaratustra, Séneca y los rabinos, en los Proverbios y el Eclesiastés; ni
tampoco un conocimiento banal que cualquiera obtiene de la escuela, sino
humanidad, ciencia y filosofía. En modo alguno están esa Ciencia y Filosofía
opuestas a la Religión, pues la Filosofía no es sino conocimiento de Dios y el
Alma, derivada de la observación de la acción manifestada por Dios y el Alma, y
según una sabia analogía. Es la guía del intelecto lo que el sentimiento religioso
necesita. La correcta filosofía religiosa de un ser imperfecto no es un sistema de
credos sino, como Sócrates pensó, una búsqueda o aproximación infinitas. La
Filosofía es el progreso intelectual y moral que el sentimiento religioso inspira y
ennoblece. Como ciencia, no puede caminar sola, mientras que la religión es
autosuficiente e inmóvil. Como ciencia madura las deducciones de la experiencia
y busca otras experiencias para confirmarlas. Tiene en cuenta y unifica todo lo
que era verdaderamente válido en ambos sistemas (uno, heroico, o el sistema
de acción y esfuerzo, y la teoría mística de la comunión espiritual y
contemplativa). “Escúchame” – dice Galeno - “como la voz del Hierofante
Eleusino, y cree que el estudio de la Naturaleza es un misterio no menos
importante que los suyos, y no menos válido para poner de relieve la sabiduría y
el poder del Gran Creador. Sus lecciones y demostraciones eran oscuras pero
las nuestras son claras y nítidas”.
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largo de su vida. La evidencia de lo contrario proporcionada por lo que otro
hombre nos diga según su opinión tiene poco peso respecto a lo primero. Las
primeras Escrituras para la raza humana fueron escritas por Dios en la Tierra y
en los Cielos, y la lectura de estas escrituras es una ciencia. Estar familiarizados
con la hierba y los árboles, los insectos y los infusorios nos enseña lecciones de
amor y fe más profundas que las que podemos recoger de las escrituras de
Fénelon y Agustín. La gran Biblia de Dios está siempre abierta ante la
humanidad.
El Conocimiento es susceptible de convertirse en poder, y sus axiomas en
reglas de utilidad y deber. Pero el conocimiento por sí mismo no es poder. La
Sabiduría es poder, y su Primer Ministro es la Justicia, que es la ley de la Verdad
perfeccionada. El propósito de la educación y la ciencia es, por lo tanto, hacer
sabio al hombre. Si el conocimiento no le hace sabio, resulta desperdiciado
como el agua vertida sobre la arena. Conocer los rituales de la Masonería tiene
tan poca utilidad por sí mismo como aprender algunas palabras y frases en
algún dialecto bárbaro africano o australiano. Incluso conocer su significado es
intrascendente a no ser que eso quede añadido a nuestra sabiduría, y también a
nuestra caridad, pues ambos son a la justicia como sus dos hemisferios
cerebrales.
La ciencia política tiene como objeto establecer de qué modo y por medio
de qué instituciones puede ser asegurada y perpetuada la libertad personal y
política. No únicamente el permiso o el mero derecho de cada hombre a votar,
sino la libertad total y absoluta de pensamiento y opinión, libre del despotismo de
monarcas, caciques y clero; libertad de acción dentro de los límites de las leyes
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que obligan a todos; Cortes de Justicia provistas de jueces y jurados imparciales
que consideren a todos por igual, encontrándose en esos tribunales el débil y el
pobre en igualdad con el rico y el poderoso; los caminos para el servicio público
y el honor abiertos de forma ecuánime para los meritorios; el poder militar, así en
la guerra como en la paz, estrictamente subordinado al poder civil; los arrestos
arbitrarios por hechos no reconocidos como crímenes por la ley, imposibles; la
Inquisición romana, la Camera Estellata2, las comisiones militares,
desconocidas; los medios de instrucción al alcance de los hijos de todos; el
derecho a la libre expresión y la responsabilidad de todos los funcionarios, tanto
civiles como militares.
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instrumentos de Dios. Es una Fuerza y un Poder, y sería una vergüenza que no
los pusiera en práctica y, llegado el caso, sacrificara a sus hijos en la causa de la
humanidad, al igual que Abraham estuvo dispuesto a ofrecer a Isaac en el altar
del sacrificio. No puede caer en el olvido la noble alegoría de Curtio saltando,
embozado en su armadura, hacia la gran brecha que se abrió en el foro para
tragarse a Roma entera. La Orden lo intentará, y no será su culpa si no llega el
día en que el hombre no deba temer a una conquista, una invasión, una
usurpación del poder, una rivalidad entre naciones, un nacimiento en las tiranías
hereditarias, una división del pueblo por un Congreso, un desorden por la caída
de una dinastía, una guerra entre dos religiones chocando de cabeza como dos
cabras de la oscuridad sobre el puente de lo Infinito. Cuando ya no haya que
temer el hambre, la explotación, la prostitución como fruto de la desgracia, la
miseria por falta de trabajo ni todas las tribulaciones que puedan surgir en el
bosque de los acontecimientos, cuando las naciones giren en torno a la Verdad,
cada una en su propia órbita sin colisionar, entonces reinará por doquier y de
forma suprema la Libertad, con la sabiduría en una mano, la justicia en la otra,
adornada con estrellas y coronada con el esplendor celestial.
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en sí mismo, o está en discrepancia con la experiencia o con la ciencia, o lo que
degrada el carácter de Dios y lo haría vengativo, maligno, cruel o injusto.
La Fe de un hombre es tanto de él mismo como lo es su Razón. Su
Libertad radica tanto en que su fe sea libre como en que su voluntad no esté
controlada por ningún poder. Todos los sacerdotes y augures de Roma o Grecia
no tenían el derecho de exigir a Cicerón o a Sócrates que creyeran en la
absurda mitología del vulgo. Todos los imanes del Islam no tienen el derecho de
pedir a un infiel que crea que Gabriel dictó el Corán al Profeta. Todos los
brahmanes que hayan vivido, si se juntasen en un cónclave como los
cardenales, no podrían reclamar para sí el derecho a obligar a un solo humano a
creer en la cosmogonía hindú. Ningún hombre ni institución humana puede ser
infalible ni estar autorizada a decidir sobre lo que otros hombres creerán ni sobre
ningún principio de fe. Excepto para aquellos que son los primeros en recibirlo,
cualquier religión y la verdad de todas las escrituras inspiradas dependen del
testimonio humano y de evidencias internas para ser juzgadas por la Razón y las
sabias analogías de la Fe. Cada hombre debe necesariamente tener el derecho
de juzgar la verdad por sí mismo, pues ningún hombre tiene mejor o más alto
derecho a juzgar que otro de igual información e inteligencia.
Domiciano proclamaba ser el Señor Dios, y se encontraron estatuas e
imágenes suyas, de oro y plata, a lo largo del orbe conocido. Exigía ser
considerado como Dios de todos los hombres y, según Suetonio, comenzaba
sus cartas de este modo: “Nuestro Señor y Dios ordena que esto se haga de
este modo”, y decretó formalmente que nadie se le dirigiera de otro modo, ni
oralmente ni por escrito. Palfurio Sura, el filósofo que era su principal delator y
acusaba a aquellos que rehusaban reconocer su divinidad, por mucho que él
haya creído en esa divinidad no tenía el derecho de pedir a un simple cristiano
de Roma o las provincias que compartiese su creencia.
La Razón está lejos de ser la única guía, tanto en ciencia política como en
moral. El amor y la suavidad deben acompañarla para prevenir a aquellos que,
por poseer una moralidad demasiado ascética y unos principios políticos
extremistas, desembocan invariablemente en el fanatismo, la intolerancia y las
persecuciones. Debemos también tener fe en nosotros mismos, en nuestros
compañeros y en el pueblo, o nos descorazonaremos fácilmente ante los
reveses y nuestro ardor se enfriará ante los obstáculos. No debemos escuchar
únicamente a la Razón, pues la Fuerza tiene su origen más en la Fe y en el
Amor, y es por la ayuda de estas que el hombre escala las más altas cimas de la
moralidad o se convierte en Salvador y Redentor de un pueblo. La Razón debe
llevar el timón, pero la Fe y el Amor proveen la fuerza motriz y son las alas del
alma. El entusiasmo es generalmente irracional, y sin él, al igual que sin el Amor
ni la Fe, no habrían existido ni Rienzi, ni Tell, ni Sidney, ni ningún otro de los
grandes patriotas cuyos nombres son inmortales. Si la Deidad hubiese sido
únicamente omnisciente y todopoderosa, nunca hubiese creado el Universo.
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30
Es el Genio lo que otorga el Poder, y sus primeros tenientes son la Fuerza
y la Sabiduría. El hombre más ácrata se doblega ante el líder que tiene el
sentido de ver y la voluntad de hacer. Es el Genio lo que gobierna con el Poder
Divino que desvela los misterios ocultos humanos, deshace con su palabra los
grandes nudos y con su misma palabra construye sobre las ruinas
desmoronadas. Ante su presencia caen los ídolos sin sentido, cuyos altares han
estado encumbrados en todas las cimas y en todos los bosques. La indignidad y
la debilidad se avergüenzan ante él, y su simple “Si” o “No” revoca errores
ancestrales, y se le escucha entre las generaciones futuras. Su poder es
inmenso porque su sabiduría es inmensa. El Genio es el Sol de la esfera
política. La Fuerza y la Sabiduría son los ministros que llevan la luz a la
oscuridad, que responde reflejando nítidamente la Verdad.
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La influencia del hombre sobre el hombre es una ley de la naturaleza, sea
a través de lo económico o del intelecto. Puede significar esclavitud -una
excepción al elevado juicio humano-. La sociedad depende de todos los que la
componen, como las esferas celestiales en su movimiento. La nación libre, en la
que gobiernan el intelecto y el genio, perdura; pero donde estos están sometidos
y otras influencias gobiernan, la vida de la nación es corta. Todas las naciones
que han intentado gobernarse a sí mismas por los de menor talla, por los
incapaces, o sencillamente por los respetables, no han llegado a nada. Las
constituciones y las leyes, sin el genio y el intelecto para gobernar, no impedirán
el decaimiento; en ese caso, se pudren paulatinamente y la vida de la nación se
desvanece poco a poco.
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puedan creer según su voluntad, todos tienen tierra, casa, alma y cuerpo, todos
estampados con el sello real. “El estado soy yo”, dijo Luis XIV a sus súbditos;
“las mismas camisas que lleváis sobre vuestros hombros son mías, y puedo
tomarlas si quiero”.
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para pensar y actuar por sí mismo. Si el pueblo esclavizado se echa a tierra ante
el huracán, como bestias asustadas en el campo, el pueblo libre se alza firme
ante él con la fuerza de la unidad, con confianza en sí mismo, con confianza
mutua, con insolencia ante todo excepto la mano visible de Dios. Ni se
desmoraliza ante la calamidad ni se regocija en el éxito. Esta gran capacidad de
resistencia, esta templanza, paciencia y capacidad resolutiva solo se adquieren
a través del ejercicio de todas las funciones, al igual que el sano vigor físico, al
igual que el vigor moral del individuo.
******
Con los compases y una regla podemos trazar todas las figuras
empleadas en la matemática de planos, en lo que denominamos Geometría o
Trigonometría, dos palabras que en realidad son deficientes en su significado.
De la Geometría se afirma en la mayoría de las logias que significa medida de la
tierra, mientras que la Trigonometría es la medida de los triángulos o figuras con
tres lados o ángulos. Este segundo término es, con diferencia, el más adecuado
para la ciencia a la que se suele denominar Geometría, pero tampoco tiene un
significado suficientemente amplio. Pues aunque la medición de amplios
espacios en la superficie de la tierra, y en las costas, por la que se evitan
naufragios y calamidades a los marineros, se lleva a cabo por triangulación; y
aunque era el mismo método que los astrónomos franceses empleaban para
medir la latitud y así establecer una escala de medidas sobre una base absoluta;
aunque es por medio del inmenso triángulo que tiene como base una línea
trazada en la imaginación entre el lugar de la tierra ahora y su lugar en el
espacio de aquí a seis meses, y como vértice un planeta o estrella, que nos es
conocida la distancia desde la Tierra hasta Júpiter o Sirius; aunque existe un
triángulo aún más vasto, cuya base se extiende desde nosotros hasta el
horizonte y se proyecta hacia la inmensidad, y cuyo vértice se encuentra
infinitamente distante sobre nosotros, al cual corresponde un triángulo infinito
abajo –lo que es arriba es igual a lo que es abajo, y la inmensidad es igual a la
inmensidad-, ni siquiera la Ciencia de los Números, a la que Pitágoras daba
tanta importancia, y cuyos misterios se encuentran por doquier en las antiguas
religiones, y principalmente en la Cábala y en la Biblia, ni siquiera ella está
suficientemente expresada ni por la palabra “Geometría” ni por la palabra
34
“Trigonometría”, pues esa ciencia incluye las ya mencionadas, junto con la
Aritmética, y también el Álgebra, los logaritmos y el Cálculo Integral y Diferencial,
y por medio de ellos se resuelven los grandes problemas de la Astronomía o las
Leyes de las Estrellas.
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Pero no hay que actuar sobre la hipótesis de que todos los hombres son
hipócritas cuya conducta no cuadra con sus sentimientos. Ningún vicio es más
raro que la hipocresía sistemática. Si el demagogo se convirtiese en usurpador,
de ello no se deduciría que fuese un hipócrita todo el tiempo. Solo los hombres
superficiales juzgan así a los otros.
La realidad es que el credo tiene en general muy poca influencia en la
conducta del individuo, si se trata de religión, o en política si se trata de un
partido. Por lo general el musulmán es bastante más honesto y digno de
confianza que el cristiano, que acompaña el evangelio de amor en su boca con
el ansia de persecución en su corazón. Hombres que creen en la condenación
eterna y, literalmente, en un mar de fuego y azufre, se ganan la certeza de su
condena, según su credo, en cuanto surge la más mínima tentación para sus
apetitos o pasiones. La Predestinación insiste en la necesidad de las buenas
obras. En Masonería, al más mínimo brote de pasión, uno critica al otro a sus
espaldas, y obrando de forma tan lejana a lo que debería ser la hermandad de la
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Masonería Azul y a los solemnes compromisos contenidos en la palabra
hermano, se llevan a cabo extraordinarios esfuerzos para mostrar que la
masonería es una especie de abstracción que evita interferir en lo mundano.
Puede considerarse como una regla universal que, en caso de poder elegir, un
masón dará su voto e influencia, tanto en política como en los negocios, al
profano menos cualificado en detrimento de un masón más cualificado. Uno
prestará juramento para oponerse a cualquier usurpación ilegal de poder, tras lo
cual se convertirá en diligente y deseoso instrumento del usurpador. Otro
llamará al uno “Hermano” y después se comportará como Judas Iscariote, o le
dará un golpe bajo con una falsa murmuración cuyo autor será imposible de
conocer. La Masonería no cambia la naturaleza humana, y no puede convertir a
un bribón de nacimiento en un hombre honesto.
Mientras que todavía estáis ocupados en la preparación y acumulando
principios para uso futuro, no olvidéis las palabras del apóstol Jaime: “Pues si
uno escucha la palabra pero no la practica, es como un hombre que mira su
rostro en un espejo, y se va, y al instante olvida qué clase de hombre era; pero
aquel que mira en la perfecta ley de la libertad y no es un oyente olvidadizo sino
que practica las obras, ese hombre será bendito en su trabajo”. Si uno de entre
vosotros aparenta ser religioso pero no pone freno a su boca y engaña a su
propio corazón, la religión de este hombre es en vano. La Fe, sin hechos, está
muerta, no siendo sino una abstracción. Un hombre se justifica por sus obras, y
no sólo por la fe. Los demonios creen, y tiemblan, pues al igual que el cuerpo sin
corazón está muerto, así es la fe sin obras.
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todas las grandes verdades, tan sencilla que es rara vez comprendida. Contiene
toda la filosofía de la Historia. Afirma una verdad que, de haber sido reconocida,
habría ahorrado a los hombres una inmensidad de disputas vanas y estériles y
les habría guiado por senderos de conocimiento más claros en el pasado. Esa
frase significa que todas las verdades son verdades temporales y no verdades
para la Eternidad, que cualquier gran hecho que haya tenido fuerza y vitalidad
suficiente para suceder, sea de religión, moral, gobierno o de cualquier otra
naturaleza, y que haya tenido un lugar en este mundo, ha sido una verdad para
su tiempo, y tan buena como los hombres eran capaces de recibirla.
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políticas es increíble. A duras penas puedes conseguir que dos hombres
concuerden en un congreso o en una convención. Más aún, rara vez llega uno a
concordar consigo mismo. La ideología política con más probabilidades de ser
suprema en todas partes tiene un indefinido número de lenguas. ¿Cómo
podemos esperar que los hombres coincidan en asuntos que van más allá de lo
percibido por los sentidos? ¿Cómo podemos cuadrar lo Infinito y lo Invisible con
una cadena de evidencia? ¡Preguntad a las pequeñas olas del mar qué es lo que
murmuran entre los guijarros! ¿Cuántas de esas palabras que vienen de la costa
invisible se pierden, como los pájaros, en la larga travesía? Debemos estar
contentos, como lo están los niños, con los guijarros que quedan en la arena,
pues nos está vedado explorar las profundidades ocultas.
Esto enseña especialmente a la Masonería Amarilla a no creerse
demasiado sabios en su soberbia. Ser presuntuoso en estos asuntos es peor
que ser ignorante. La humildad hace al masón. Toma un momento tranquilo y
sereno de la vida, y junta las ideas de Orgullo y Hombre, y observa el resultado:
una criatura de un palmo de tamaño que atisba el espacio infinito en toda la
grandeza de su pequeñez. Sentado sobre una mota del Universo, cada viento
del Cielo le golpea en la sangre con la frialdad de la muerte, y su alma abandona
su cuerpo como una melodía. Día y noche, como el polvo en la rueda, él es
transportado a lo largo de los cielos, a través de un laberinto de mundos, y todas
las creaciones de Dios arden a ambos lados, más allá de lo que su imaginación
es capaz de alcanzar. ¿Es esta criatura digna de hacer para sí misma una
corona de gloria, es digna de negar su propia carne, de burlarse del hermano
que ha salido con él del mismo polvo al que pronto volverán? ¿Acaso no yerra el
orgulloso? ¿No sufre? ¿No muere? Cuando razona, ¿no le detienen las
dificultades? Cuando actúa, ¿no sucumbe a las tentaciones del placer? Cuando
vive, ¿no sufre? ¿Acaso no es presa de las enfermedades? Cuando muere
¿puede escapar de la tumba común? El orgullo no es el patrimonio del hombre.
La Humildad debería acompañar a la fragilidad y expiar por la ignorancia, el error
y la imperfección.
Tampoco debería estar el masón demasiado ansioso de cargos y pompas,
por mucho que se sepa capaz de servir al Estado. No debería ni buscar ni
desdeñar los honores. Es bueno disfrutar de las bendiciones de la fortuna, pero
es mejor someterse sin inmutarse a sus pérdidas. Los más grandes hechos no
se hacen en el resplandor de la luz y ante los ojos del populacho. Aquel al que
Dios ha dado el don de querer retirarse posee un sentido adicional, y entre las
vastas y nobles escenas de la naturaleza encontramos el bálsamo para las
heridas recibidas entre los impíos cambios de la política, pues el amor a la
soledad es el más seguro resguardo ante los males de la vida.
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hombre desear la quietud le hará evitar la inutilidad del ermitaño. Muy poco
digno de alabanza habría parecido Lord Bolingbroke entre sus campesinos y
jornaleros si entre campesinos y jornaleros hubiese contemplado con ojo
indiferente a un ministro derrochador y a un Parlamento corrupto. Muy poco
interés habría concedido a sus alubias y algarrobas si las alubias y algarrobas le
hubiesen hecho olvidar que, aun siendo más feliz en la granja, podía ser más útil
en un Senado, y hubo de dejar al margen sus reticencias para ocuparse de la
tarea legislativa y denunciar la corrupción.
Recordemos también que hay una educación que madura el Intelecto y
deja el corazón más hueco o más compacto que antes. Hay lecciones éticas en
las leyes de los cuerpos celestiales, en las propiedades de los elementos
terrestres, en la geografía, química, geología y todas las ciencias materiales. Las
cosas son símbolos de verdades. Las propiedades son símbolos de verdades.
La ciencia, cuando no enseña verdades morales y espirituales, está muerta y
seca, y es de poco más valor que el que tenga dedicarse a aprender una larga
fila de datos inconexos o los nombres de insectos y mariposas. Se dice que el
Cristianismo comienza con la quema de los falsos dioses por parte del mismo
pueblo. La educación comienza con la quema de nuestros ídolos intelectuales y
morales: nuestros prejuicios, orgullos, nuestros propósitos vanos o innobles. Es
especialmente necesario desprenderse del amor a las ganancias materiales.
Con la Libertad llega el anhelo de progreso. En esa carrera los hombres están
siempre cayendo, levantándose, corriendo y volviendo a caer. El ansia de
riqueza y el abyecto terror de la pobreza ahondan los surcos de muchas mentes
nobles. El jugador se hace viejo mientras observa las leyes del azar. El juego,
por legal que sea, consume la juventud antes de tiempo. Los hombres viven,
como los motores, a alta presión, cien años en cien meses. El libro de cuentas
se convierte en su biblia y su agenda en su oficio religioso matutino.
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Alejandro de Macedonia ha dejado un proverbio que ha sobrevivido a sus
conquistas: “Nada es más noble que el trabajo”. Solo el trabajo puede hacer que
incluso los reyes se mantengan respetables. Y cuando un rey es realmente un
rey, es un honorable oficio estimular las formas y moral de una nación,
proporcionar un patrón de conducta virtuosa y restaurar en el espíritu los viejos
hábitos caballerescos en los que la humanidad se encamina hacia la verdadera
grandeza. El trabajo y el salario irán juntos en la mente de los hombres en las
más nobles instituciones. Siempre debemos ser fieles a la idea del verdadero
trabajo. El descanso que sigue a la labor es más dulce que el descanso que
sigue al ocio.
Hay la misma, incluso una más hermosa imbricación entre las cosas
concernientes al intelecto y las cosas de la materia. Los elementos y principios
están mezclados, combinados, fusionados, multiplicados unos por otros hasta tal
punto que el mundo material y el mundo moral se contemplan desde la misma
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luz. Los sucesos vuelven sobre ellos mismos de forma perpetua. En las vastas
dimensiones cósmicas la vida universal viene y va en cantidades desconocidas,
embolsando todo en el misterio invisible de las emanaciones, sin perder ni un
sueño al dormir, sembrando una ameba aquí, desmoronando una estrella allá,
oscilando y ondeando en curvas, haciendo una fuerza de la Luz y un elemento
del Pensamiento. Diseminada e indivisible, lo disuelve todo excepto ese punto
sin longitud, anchura o grosor. El Ser, que reduce todo al alma-átomo, hace
florecer todo hacia Dios, enreda todas las actividades, de la más alta a la más
baja, en la oscuridad de un mecanismo vertiginoso, haciendo depender el vuelo
de un insecto del movimiento de la Tierra; subordinando, quizá, aunque solo sea
por las puras leyes, las excéntricas evoluciones de un cometa en el firmamento
con los remolinos de un infusorio en una gota de agua. Se trata de un
mecanismo hecho de mente, cuyo primer motor es el mosquito y cuya última
rueda es el zodiaco.
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Recordad que aunque la vida es breve, el Pensamiento y la influencia de
lo que hacemos o decimos es inmortal, y que ningún cálculo pretende dar a
conocer la ley de la proporción entre la causa y el efecto. El martillo de un
herrero británico, al golpear a un funcionario insolente, comenzó una revuelta
que a punto estuvo de convertirse en revolución. La palabra bien dicha, el hecho
correctamente ejecutado, incluso por el más débil o el más humilde, no puede
eludir tener su efecto, que es, en distinta medida, inevitable y eterno. Los ecos
de las grandes hazañas pueden languidecer como los ecos de un grito entre los
acantilados, y lo hecho parecer al juicio humano que no ha tenido resultado,
mientras que el hombre más pobre puede encender, de forma inatendida, la
mecha que llega hasta una mina subterránea y desgarrará un imperio con la
explosión.
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fortuna, con sus ojos ciegos, les ha dado, sino por los dones que la Naturaleza
les ha dado y por el uso que han hecho de ellos. Creemos que somos iguales en
la Iglesia y en la Logia: seremos iguales ante los ojos de Dios cuando Él juzgue
la Tierra. Bien debemos sentarnos todos juntos sobre el suelo aquí, en comunión
y conferencia, durante los breves instantes que dura la vida.
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flujo de parloteo, y las facciones se enredan clamorosamente en discusiones
hasta que el divino poder del discurso, ese privilegio del hombre y gran regalo de
Dios, no es mejor que el graznido de los loros o la mímica de los monos. El
mejor orador, por muy fluido que sea, estará desnudo de hechos en el día de
Juicio.
Hay hombres volubles como mujeres, y también hábiles para trepar con la
lengua: prodigiosos en sus discursos, miserables en sus hechos. Demasiado
hablar, como demasiado pensar, destruye la capacidad de actuar. En la
naturaleza humana, el pensamiento solo se hace perfecto por el hecho, y el
silencio es la madre de ambos. El corneta no es el más valiente de los valientes.
El acero, y no el latón, da la victoria. El gran factor de grandes hechos es
generalmente lento y desaliñado en sus palabras. Hay algunos hombres nacidos
y criados para traicionar. El patriotismo es su negocio, y su capital es el discurso.
Pero ningún espíritu noble puede alegar como Pablo y ser falso en su contenido
como Judas. La impostura gobierna las repúblicas muy a menudo: parecen estar
siempre en minoría; sus guardianes se han nombrado a sí mismos, y el impío
prospera mejor que el justo. El déspota, como el león rugiendo en la noche,
ahoga todos los clamores de una vez, y el discurso, el derecho de nacimiento
del hombre libre, se convierte en el adorno del esclavizado.
Es muy cierto que las repúblicas sólo ocasionalmente, como si fuese
accidentalmente, eligen a sus más sabios, o al menos los menos incapaces
entre los incapaces, para gobernar y legislar. Si el genio, armado con la
sabiduría y el conocimiento, asume las riendas, el pueblo lo reverenciará. Si tan
solo se ofrece modestamente para un cargo será golpeado en la cara aunque en
las dificultades y en las tribulaciones de la agonía y la calamidad sea
indispensable para la salvación del Estado. Ponle sobre la pista de carreras con
el estrafalario y el superficial, el engreído, el ignorante, el indecente, el
embaucador y el charlatán, y no habrá duda del resultado. Los veredictos de las
asambleas y del pueblo son veredictos como los de los jurados: a veces
correctos por accidente.
Los cargos, es cierto, caen como la lluvia del cielo sobre justos e injustos.
Los augures romanos que solían reírse en la cara de los demás por la
simplicidad del vulgo también eran timados en su propia astucia. Pero no hace
falta ningún augur para llevar al pueblo por el camino descarriado, pues el
pueblo con presteza se engaña a sí mismo. Permitid a una república comenzar
como pueda e inmediatamente la imbecilidad será elevada a altos cargos; y el
superficial y fingido, henchido por la noticia, invadirá todos los santuarios. El
partidismo menos escrupuloso prevalecerá incluso en lo concerniente a lo
judicial, y se harán constantemente los acuerdos más injustos; aunque cada
ascenso no adecuado no implica meramente un favor no merecido, puede
escocer a más de cien personas honestas por la injusticia.
La nación es apuñalada en el pecho cuando aquellos elegidos para los
asientos principales se escabullen en las galerías oscuras. Cada sello de Honor
indebidamente tomado es robado del tesoro del mérito.
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De hecho la entrada en el servicio público, así como la promoción en él,
afecta tanto a los derechos de los individuos como a los de la nación. La
injusticia al adjudicar o mantener cargos debería ser tan intolerable en las
comunidades democráticas que el menor rastro de ella debería ser como el olor
de la traición. No es universalmente cierto que todos los ciudadanos de igual
carácter tengan un mismo deseo de llamar a la puerta de cada puesto público y
pedir ser admitidos. Cuando cualquier hombre se presenta por sí mismo para el
servicio tiene el derecho de aspirar al más alto cuerpo si puede mostrar su
adecuación para tal comienzo y que es más apto que el resto de hombres que
se ofrecen para el mismo puesto. La entrada al cargo solo puede hacerse en
justicia a través de la puerta del mérito. Y cuando quiera que uno aspira y
alcanza tan alto puesto, especialmente si lo consigue por medios indecentes e
injustos, y después se demuestra que no es apto, debería ser decapitado
inmediatamente, pues es el peor de los enemigos públicos.
Cuando un hombre se muestra como especialmente capaz, todos los
demás deberían estar orgullosos de darle la debida precedencia. Cuando se
emplea mal el poder de la promoción en los grandes asuntos, sea por el Pueblo,
el Legislativo o el Ejecutivo, la decisión injusta se vuelve contra el juez. Esto no
es tan solo una gran y premeditada falta de visión que no pueden descubrir los
que lo merecen. Si uno observa con calma y detenimiento, y honestamente, no
fallará al discernir el mérito, el genio y la cualificación; y los ojos y voz de la
prensa y el público deberían condenar y denunciar la injusticia donde quiera que
asome su horrible cabeza.
“¡Las herramientas a los obreros!” Ningún otro principio salvará a la
República de la destrucción, sea por guerra civil o por putrefacción. Las
repúblicas tienden a decaer; hagamos todo lo que podamos para impedirlo,
como si fuesen cuerpos humanos. Si se lleva a cabo el experimento de
gobernarse por los más pequeños, las repúblicas resbalan cuesta abajo hacia el
abismo inevitable a toda velocidad, y nunca ha habido una república que no
haya seguido ese fatal desenlace.
Pero por muy palpables y gruesos que puedan ser los defectos de los
gobiernos democráticos, y por fatales que los resultados finales e inevitables
sean, solo necesitamos echar un vistazo a los reinados de Tiberio, Nerón,
Calígula, Heliogábalo, Domiciano y Cómodo para reconocer que la diferencia
entre la libertad y el despotismo es tan amplia como la que hay entre cielo e
infierno. La crueldad, la maldad y la locura de los tiranos es increíble. Permitid a
aquel que se queja de los veleidosos humores e inconstancia de un pueblo libre
leer la descripción del carácter de Domiciano que hace Plinio. Si el gran hombre
en una república no puede acceder a la función pública sin emplear malas artes
ni suplicar gimoteante ni emplear sutiles mentiras, permitidle permanecer
retirado y empleando la pluma. Tácito y Juvenal no desempeñaban oficio. Dejad
a la historia y a la sátira castigar al impostor y crucificar al déspota. Las
venganzas del intelecto son terribles y justas. Dejemos a la masonería usar la
pluma y la imprenta en el Estado libre contra el demagogo y en el despotismo
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contra el tirano. La historia ofrece ejemplos a seguir. Toda la historia, durante
cuatro mil años, ha estado llena de derechos violados y sufrimientos del pueblo,
y cada período trae con él la protesta consiguiente. Bajo los césares no hubo
insurrección, pero hubo Juvenal. Los estallidos de indignación reemplazaron a
los gracos. Bajo los césares se produce el exilio de Siena. También está el autor
de los Anales. Mientras los nerones reinan oscuramente deberían ser descritos
así. El trabajo con el buril solo debería ser pálido; en las muescas debería
verterse una prosa concentrada que muerda.
Los déspotas son una ayuda para los pensadores, pues el discurso
encadenado es un discurso terrible. El escritor dobla o triplica su estilo cuando
un señor impone el silencio al pueblo. De ese silencio surge una misteriosa
plenitud que, partiendo de los pensamientos, se filtra y congela en bronce. La
compresión en la historia produce concisión en el historiador. La solidez
granítica de alguna celebrada prosa es solo condensación producida por el
tirano. La tiranía obliga al escritor a acortar el diámetro, lo que aumenta la
fuerza. El verso de Cicerón, apenas suficiente con Verres, resultó aún más
conciso bajo Calígula.
El demagogo es el predecesor del déspota. Uno surge de las entrañas del
otro. Aquel que adula taimadamente al que tiene un cargo que ofrecerle,
traicionará como Judas Iscariote, y se revelará como un fracaso miserable y
patético. Permitid a aquellos con limpia conciencia política fustigar a esos
hombres como se merecen y que la historia los haga inmortales en la infamia,
pues su influencia desemboca en la ruina. La república que emplea y enaltece al
incapaz, al superficial, al abyecto, a quien se agacha a recoger los despojos de
un cargo prometido, finalmente llora lágrimas de sangre por su fatal error.
De este error fatal, el fruto seguro es la condenación. ¡Permitamos a la
nobleza de cada corazón grande, condensada en justicia y verdad, golpear a
tales criaturas como un trueno! Si no podéis hacer más, al menos podéis
condenarlos con vuestro voto, y denunciarlos para que caigan en el ostracismo.
Realmente, como los zares son absolutos, tienen el poder de seleccionar
a los mejores para el servicio público. Es cierto que el que inicia una dinastía
generalmente obra así, y que cuando las monarquías están en su apogeo, el
fraude y la incapacidad no prosperan y se hacen con el poder como sucede en
las repúblicas. No todos parlotean en el Parlamento de un Reino, tal y como
sucede en el Congreso de una democracia. Los incapaces no pasan
desapercibidos durante toda su vida.
Pero las dinastías rápidamente decaen y se agotan. Al final menguan
hacia la imbecilidad y los miembros del congreso apagados y frívolos se
convierten en los acompañantes de la gran mayoría de reyes. El gran hombre, el
Julio César, el Carlomagno, el Cromwell, el Napoleón, reina por derecho propio,
pues es el más sabio y el más fuerte. Los incapaces y los débiles tienen éxito y
son usurpadores, y el miedo los vuelve crueles. Tras César vinieron Caracalla y
Galba; tras Carlomagno, el lunático Carlos VI. La dinastía sarracena se
46
extinguió; los capetos, los estuardos, los borbones, el último de estos
propiciando a Bomba, imitador de Domiciano.
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El hombre es cruel por naturaleza, como los tigres. El bárbaro, el que sirve
a un tirano, y el civilizado fanático disfrutan con los sufrimientos del prójimo,
igual que un niño disfruta con las contorsiones de una mosca mutilada. El Poder
Absoluto, una vez que teme por su seguridad, solo puede ser cruel.
Por lo general las dinastías cesan invariablemente en su poder tras unas
pocas vidas. Se convierten en farsas gobernadas por ministros, favoritos o
cortesanos, al igual que aquellos reyes etruscos que, durmiendo largo tiempo en
sus ropajes reales dorados, desaparecieron con el primer rayo de sol. Permitid a
aquel que se queja de los inconvenientes de la democracia preguntarse a sí
mismo si preferiría a Du Barry o a Pompadour gobernar en nombre de Luis XV, o
a Calígula nombrando cónsul a su caballo, o a Domiciano, “el monstruo más
salvaje”, que unas veces se bebía la sangre de sus parientes y otras se
dedicaba a despedazar a los más ilustres ciudadanos, que temblaban
aterrorizados y temerosos, incapaces de dormir; un tirano de aspecto temible, de
frente orgullosa, ojo ardiente, siempre deseoso de oscuridad y secretismo, y
saliendo de su soledad únicamente para provocar más soledad. Después de
todo, en un gobierno libre, las Leyes y la Constitución están por encima de los
incapaces, los tribunales corrigen la legislación, y la posteridad es el Gran
Inquisidor que lo juzga. ¿Qué es la exclusión de la valía, la inteligencia y el
conocimiento de la función pública comparado con los juicios amañados, las
torturas en oscuras mazmorras de la Inquisición, las matanzas del Duque de
Alba en los Países bajos, la masacre de hugonotes en San Bartolomé o las
vísperas sicilianas?
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Porque la verdadera masonería, sin castrar, enarbolaba las banderas de la
Libertad y la Igualdad de Derechos, y estaba en rebelión contra cualquier tiranía
temporal y espiritual, y por eso sus logias fueron proscritas en 1735 por un
edicto de los Estados de Holanda; en 1737, Luis XIV las prohibió en Francia; en
1738, el Papa Clemente XII publicó contra los masones su famosa Bula de
Excomunión, que fue renovada por Benedicto XIV; y en 1743 el Consejo de
Berna también las proscribió. El título de la bula de Clemente es “La
condenación de las sociedades de conventículos de canteros libres o
francmasones, bajo pena de excomunión ipso facto, quedando la absolución
reservada exclusivamente al Papa salvo en caso de muerte”. Y por ella todos los
obispos, ordinarios e inquisidores quedaban autorizados para castigar a los
francmasones “como vehementes sospechosos de herejía” y apelar a la ayuda,
si fuese preciso, del brazo secular. O lo que es lo mismo, exigir a la autoridad
civil que los condenase a muerte.
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libre: que el pueblo no se preocupe únicamente de hacer las leyes, sino también
de que se ejecuten. Ningún hombre debería estar más deseoso de obedecer y
administrar la ley que aquel que ha colaborado a hacerla. El ejercicio del
gobierno se lleva a cabo para beneficio de todos, y todos y cada uno deben
opinar y cooperar.
Recordad también, como otro escollo donde los estados encallan, que los
estados libres siempre tienden a organizar a los ciudadanos en estratos, a crear
castas, a perpetuar el jus divinum de ciertas ocupaciones para ciertas familias.
Cuanto más democrático es el Estado, más cierto resulta este efecto, pues
mientras los estados libres avanzan en su poder hay una fuerte tendencia hacia
la centralización, no debida a intenciones perversas sino impuesta por los
acontecimientos y por la indolencia de la naturaleza humana. Los poderes
ejecutivos se hinchan y crecen de forma desmedida, siendo el Poder Ejecutivo
además siempre agresivo con respecto a la nación. Los cargos funcionariales de
todas clases se multiplican para recompensar a los partidarios, la fuerza bruta de
la chusma y los estratos más bajos del vulgo obtiene amplia representación,
primero en los departamentos inferiores y finalmente en los senados, y la
burocracia eleva su cabeza calva, erizada de plumas y tinta, ceñida de gafas y
adornada por cinta roja de archivar. La maestría para gobernar se convierte en
un gremio, y sus guildas intentan monopolizarlo en exclusiva, tal y como sucedió
en la Edad Media.
49
adverso a los cambios, demasiado vago para sus propios asuntos, injusto con
una minoría o una mayoría. El poder central debe tomar las riendas cuando el
pueblo las suelta. Francia se volvió centralista en su gobierno más por la apatía
e ignorancia de su pueblo que por la tiranía de sus reyes. Cuando la vida de la
más remota parroquia de pueblo se entrega a la custodia del Estado y la
reparación del campanario requiere una orden escrita del poder central, el
pueblo está senil y debilitado. De este modo los hombres son criados en la
imbecilidad desde el amanecer de la vida social. Cuando el gobierno central
alimenta a parte del pueblo, les está preparando a todos para ser esclavos, y
cuando dirige asuntos de la parroquia y el condado ya están encadenados. El
siguiente paso es regular el trabajo y sus salarios.
50
a los cristianos de Éfeso. “Lucharé contra ellos con la espada de mi palabra”
dice el ángel de la iglesia de Pérgamo en el Apocalipsis.
******
El discurso hablado puede extenderse con tanta fuerza como una gran
ola; pero, al igual que la ola, muere por fin débilmente en las arenas. Es
escuchado por pocos, recordado aún por menos, y languidece como un eco en
las montañas sin dejar un vestigio de poder. No es nada para los vivos ni para
las generaciones venideras. Ha sido el discurso humano escrito el que ha dado
poder y permanencia al pensamiento humano, y el que ha hecho que toda la
historia humana sea como una sola vida individual.
Escribir en roca es escribir en un pergamino sólido, pero requiere un
peregrinaje para verlo. No hay más que una copia, y el tiempo lo desgasta.
Escribir en pieles o papiro no proporciona sino una copia tardía y solo al alcance
de los ricos. Los chinos dejaron constancia no solo de la sabiduría imperecedera
de los antiguos sabios sino también de los acontecimientos pasajeros. El
proceso tendía a sofocar el pensamiento y a posponer el progreso, ya que hay
un constante vagar en las mentes más sabias, y la Verdad escribe sus últimas
palabras, no en tablillas limpias, sino en el garabato que el Error ha provocado y
a menudo corregido.
La imprenta convirtió a las letras movibles en prolíficas. Desde entonces el
orador hablaba visiblemente para las naciones que le escuchasen; y el autor
escribió, como el Papa, sus decretos ecuménicos, urbi et orbi, y ordenó que
fuesen expuestos en todos los mercados, permaneciendo, si lo deseaba,
impenetrable a la vista humana. La perdición de las tiranías estaba desde
entonces sellada. La sátira y la catilinaria se hicieron tan potentes como los
ejércitos. Las manos invisibles de aquellos que escriben con pseudónimo
pueden lanzar los truenos y hacer que los ministros tiemblen. Un susurro puede
llenar la Tierra tan fácilmente como Demóstenes llenaba el ágora, y puede ser
escuchado en las antípodas tan fácilmente como en la calle de al lado, pues
viaja con el rayo bajo los océanos. Hace de la masa un solo hombre, le habla en
su mismo lenguaje común y provoca una respuesta segura y sencilla. El
discurso pasa al pensamiento, y de ahí con prontitud al acto. Una nación se
convierte verdaderamente en un hombre, con un único corazón y pulso. Los
hombres son invisibles para los demás, como si fuesen ya seres espirituales, y
el pensador que se sienta en la soledad alpina, desconocido u olvidado por todo
el mundo, entre los rebaños y colinas silenciosas, puede irradiar sus palabras a
todas las ciudades y por todos los mares.
Escoge a los pensadores para que se conviertan en legisladores, y evita
los charlatanes, pues la sabiduría rara vez es locuaz. La solidez y profundidad
de pensamiento no favorecen la volubilidad. El superficial e insustancial es
generalmente voluble y a menudo pasa por elocuente. A más palabras, menos
pensamiento, esta es la regla general. El hombre que intenta decir algo
memorable a cada frase acaba siendo enojoso y condensa su discurso como
51
Tácito. El vulgo desea un discurso más difuso. La ornamentación que no adorna
la fuerza es una bagatela balbuceada.
Tampoco es de provecho a los hombres públicos la sutileza dialéctica. La
fe cristiana tenía, más al principio que ahora, una sutileza que hubiese
confundido a Platón y que ha rivalizado sin fruto contra la tradición mística de los
rabinos judíos y los sabios indios. No es esto lo que convierte al pagano. Es una
tarea vana emplear los grandes pensamientos de la tierra, como paja hueca, en
los finos razonamientos de las disputas. No es esta clase de batalla la que
vuelve la Cruz triunfante en los corazones de los no creyentes, sino el poder real
que vive en la Fe.
Así, hay una escolástica política que es totalmente inútil. El ingenio de la
sutil lógica rara vez mueve los corazones del pueblo o le convence. El verdadero
apóstol de la Libertad, Igualdad y Fraternidad las convierte en un asunto de vida
o muerte, y sus combates son como eran los de Bossuet: combates a muerte. El
verdadero fuego apostólico es como el rayo: irradia destelleante convicción
hacia el alma. La palabra verdadera es realmente una espada de dos filos. Los
asuntos de gobierno y ciencia política solo pueden ser adecuadamente resueltos
por una sólida razón y la lógica del sentido común, pero no el sentido común del
ignorante, sino el del sabio. Los más agudos pensadores rara vez se convierten
en líderes de los hombres. Una contraseña o un lema es más potente con el
pueblo que la lógica, y más potente cuanto menos metafísico es. Cuando un
profeta político surja para agitar los sueños de una nación estancada y apartarla
del ocaso irremediable, para empujar la tierra como un terremoto y derribar los
ídolos incoherentes de sus pedestales, entonces sus palabras vendrán
directamente de la propia boca de Dios y atronarán las conciencias. Razonará,
enseñará, vigilará y gobernará. La auténtica Espada del Espíritu es más afilada
que la más brillante hoja de Damasco. Tales hombres gobiernan un país en la
fuerza de la justicia, con sabiduría y poder. Incluso los hombres de sutileza
dialéctica a menudo administran bien, pues en la práctica olvidan sus finas
teorías y usan la mordaz lógica del sentido común. Pero cuando el gran corazón
y capaz intelecto se dejan oxidar en la vida privada y los pequeños abogados,
los escandalosos políticos y aquellos que en sus ciudades solo serían ayudantes
de notarios o abogados en tribunales de poca monta son elevados a legisladores
nacionales, la nación está senil aunque la barba no haya surgido en su perilla.
En un país libre, el discurso humano necesita ser libre, y el Estado debe
escuchar incoherencias del vulgo, graznidos de sus gansos y rebuznos de sus
burros así como los oráculos de oro de sus hombres sabios y grandes. Incluso
los antiguos reyes despóticos permitían a sus sabios locos decir lo que
desearan. El verdadero alquimista extraerá lecciones de sabiduría del parloteo
de la muchedumbre. Escuchará lo que cualquier hombre tenga que decir sobre
cualquier tema a tratar, aunque el hablante demuestre ser el príncipe de los
tontos, pues incluso el tonto a veces acierta. Hay algo de verdad en todos los
hombres que no están obligados a reprimir sus espíritus y decir los
pensamientos de otros. Incluso el dedo de un idiota puede señalar el gran
camino.
52
Un pueblo, así como los sabios, debe aprender a olvidar. En caso de no
aprender lo nuevo ni olvidar lo viejo, está condenado, incluso si ha sido
excelente durante treinta generaciones. Desaprender es aprender, y a veces es
incluso necesario aprender de nuevo lo olvidado. Las payasadas de los locos
ponen de relieve las actuales locuras, al igual que las caricaturas muestran lo
ridículo de las modas y así ayudan a que caigan en el olvido. El bufón y el
chiflado son útiles en sus puestos. El artífice ingenioso y artesano, como
Salomón, busca la tierra por sus materiales brutos, y transforma la materia
deforme en magnífica factura.
El mundo se conquista por la cabeza aún más que por las manos, y
ninguna asamblea habla para siempre. Pasado el tiempo, cuando ha escuchado
suficiente tiempo, pausadamente coloca a los tontos, los superficiales y los
banales a un lado – o eso cree - y se pone a trabajar. El pensamiento humano,
especialmente en las asambleas populares, discurre por los canales más
enrevesados, siendo más difíciles de seguir que las corrientes del océano.
Ninguna idea es tan absurda como para no encontrar eco aquí, y el maestro de
obra debe manejar estas ideas y caprichos con su martillo a dos manos, pues se
escurren del camino de las estocadas y son invulnerables a toda lógica. La maza
o martillo, el hacha de batalla, la espada a dos manos deben dar cuenta de los
disparates. El estoque no es más eficaz contra ellos que el garrote, a no ser que
sea el estoque del ridículo.
53
El Tres, o tríada, está expresado principalmente por el triángulo equilátero
y los triángulos rectángulos. Hay tres colores básicos en el arco iris, que
entremezclados hacen siete. Estos tres colores son el azul, el amarillo y el rojo.
La Trinidad de la Deidad, de un modo u otro, ha sido una constante en todos los
credos. Ella crea, preserva y destruye. Es el poder generativo, la capacidad
productiva y el resultado. El hombre inmaterial, según la Cábala, está compuesto
de vitalidad o aliento de la vida, de alma o mente y de espíritu. La sal, el azufre y
el mercurio son los grandes símbolos de los alquimistas. Para ellos el hombre
era cuerpo, alma y espíritu.
54
siete epístolas a las siete iglesias. En las siete epístolas hay doce promesas. Lo
que se dice a las iglesias alabándolas o culpándolas queda completo en el
número tres. El dicho “el que tenga oídos para oír” etc. tiene diez palabras,
divididas en tres y siete, y el siete en tres y cuatro, y las siete epístolas están
también divididas así. También en los sellos, trompetas, y caminos de esta
visión simbólica, los siete son divididos por cuatro y por tres. El que envía su
mensaje a Éfeso “sostiene las siete estrellas en su mano derecha y camina entre
las siete lámparas”.
En seis días, o períodos, Dios creó el Universo, y descansó al séptimo día.
De las bestias puras, Noé fue ordenado llevarlas de siete en siete al arca y en
rebaños de siete, porque en siete días comenzaría el diluvio. En el
decimoséptimo día del mes comenzó la lluvia y en el decimoséptimo día del
séptimo mes el arca reposó en el monte Ararat. Cuando la paloma volvió, Noé
esperó siete días antes de enviarla de nuevo. Y de nuevo siete días tardó en
volver con la rama de olivo. Enoch fue el séptimo patriarca, Adán incluido, y
Lamech vivió 777 años.
Había siete brazos en el gran candelabro del Templo y el Tabernáculo,
representando los siete planetas. Moisés roció el altar con el óleo siete veces.
Los días de consagración de Aarón y sus hijos fueron siete en número. Una
mujer permanecía impura siete días después de dar a luz; un infectado de lepra
era recluido siete días; siete veces el leproso era rociado con la sangre de un
pájaro sacrificado, y siete días debe permanecer en el exterior, fuera de su
tienda. Siete veces, al purificar al leproso, debía el sacerdote rociarle con óleo
consagrado, y también debía asperjar siete veces la casa con sangre del pájaro
sacrificado para que fuese purificada. La sangre del buey sacrificado era rociada
siete veces sobre el cofre del Arca y siete veces sobre el altar. El séptimo año
era un Sabbath de descanso, y al final de siete veces siete años vino el gran año
de jubileo. Siete días comió el pueblo pan ázimo en el monte de Abib. Siete
semanas se contaron desde el tiempo en que se segó el trigo. La Fiesta de los
Tabernáculos duraba siete días. Israel estaba en la mano de Medián siete años
antes de que Gedeón lo entregase. El buey sacrificado por él tenía siete años.
Sansón pidió a Dalila que le bendase los ojos con siete nudos, y ella ondeó los
siete mechones de su pelo y después se los cortó. Balaam pidió a Barak que le
construyese siete altares. Jacob sirvió siete años por Lea y siete por Raquel. Job
tuvo siete hijos y tres hijas, lo que hace el número perfecto de diez. Asimismo
tenía siete mil ovejas y tres mil camellos. Sus amigos se sentaron con él siete
días y siete noches, y se les ordenó sacrificar siete bueyes y siete carneros; y de
nuevo, al final, tuvo siete hijos y tres hijas, y dos veces siete mil ovejas, y vivió
ciento cuarenta años, o dos veces siete veces diez años. El faraón vio en su
sueño siete vacas gordas y siete vacas flacas, siete espigas de trigo sanas y
siete espigas malditas, y hubo siete años de abundancia y siete de escasez.
Jericó cayó cuando siete sacerdotes con siete trompetas caminaron alrededor
de la ciudad durante siete días sucesivos, una vez cada día durante seis días y
siete veces en el séptimo. “Los siete ojos del Señor” - dice Zacarías - “recorren
toda la Tierra”. A Salomón le llevó siete años construir el Templo. Siete ángeles,
55
en el Apocalipsis, desencadenaron siete plagas de siete caminos de ira. La
bestia de color escarlata sobre la que la mujer se sienta en la tierra salvaje tiene
siete cabezas y diez cuernos, igual que la bestia que emerge del mar. Siete
truenos elevan sus voces. Siete ángeles tocan siete trompetas. Siete lámparas
de fuego, los siete espíritus de Dios, ardían ante el trono; y el Cordero que iba a
ser sacrificado tenía siete cuernos y siete ojos.
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56
III
MAESTRO
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57
y adecuado que las imágenes de Osiris y Vishnú, o sus nombres, salvo por ser
menos explícito y perceptible por los sentidos. Evitamos nuestra dependencia de
los sentidos recurriendo únicamente a la simple negación, y finalizamos por
definir espíritu afirmando que no es materia. Espíritu es espíritu.
4
Pike hace referencia al error debido a la polisemia de la palabra hail en inglés, pues significa tanto
saludar como, en una acepción un tanto arcaica, cubrir.
58
aproximarse a la Deidad, camino en el que muchos, dice Plutarco,
“confundiendo el signo por la cosa significada, cayeron en la ridícula
superstición, mientras que otros, intentando evitar ese extremo, cayeron en el no
menos horrendo mar de la irreligiosidad y la impiedad”. Es a través de los
misterios –sostiene Cicerón – como hemos aprendido los primeros principios de
la vida; por ello el término iniciación está bien empleado; y los misterios no solo
nos enseñan a vivir más feliz y agradablemente, sino que además alivian el dolor
de la muerte con la esperanza de una vida mejor en el más allá.
Los Misterios eran un drama sagrado que exponía alguna leyenda relativa
a los cambios de la naturaleza, al universo visible en el que se revela la
Divinidad, y cuyo significado en muchos aspectos era tan abierto a los paganos
como a los cristianos. La Naturaleza es la gran maestra del hombre, pues es la
Revelación de Dios. La Naturaleza ni dogmatiza ni intenta tiranizar obligando a
creer en un credo particular o en una especial interpretación. Nos presenta sus
símbolos, y no añade nada a través de una explicación. Es el texto sin el
comentario; y como sabemos, es principalmente el comentario y la glosa lo que
lleva al error, a la herejía y a la persecución. Los primeros maestros de la
Humanidad no solo adoptaron las lecciones de la Naturaleza, sino también en
todo cuanto les fue posible su método de impartirlas. En los misterios, más allá
de las tradiciones de su época y los rituales sagrados y enigmáticos de los
templos, pocas explicaciones se daba a los espectadores, a los que se dejaba,
como en la escuela de la naturaleza, hacer inferencias por ellos mismos. Ningún
otro método podría haber venido mejor a cada grado de cultura y capacidad.
Emplear el simbolismo de la naturaleza en lugar de los tecnicismos del lenguaje
es fructífero para el más humilde buscador de sabiduría y revela los secretos a
cada uno en proporción a su preparación previa y su capacidad de comprensión.
Si su significado filosófico estaba por encima de la comprensión de algunos, su
contenido político y moral sí estaban dentro del alcance de todos.
Estas representaciones místicas no consistían en la lectura de un texto,
sino en el planteamiento de un problema. Al necesitar investigación, estaban
calculadas para poner en marcha el intelecto dormido, e implicaba no tener
reticencias hacia la Filosofía, pues la Filosofía es el gran difusor del simbolismo,
aunque sus interpretaciones antiguas estaban a menudo mal fundadas y eran
incorrectas. La alteración del símbolo en dogma es fatal para la belleza de la
expresión, y conduce a la intolerancia y a la pretensión de infalibilidad.
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59
plantearnos si, en nuestro presuntuoso conocimiento, tenemos alguna idea
mejor o más nítida de su esencia, o si hemos asumido, desesperanzados, que
nunca sabremos nada. Si bien los antiguos erraron en la ubicación original del
alma e interpretaron literalmente la forma y manera de su descenso a este
mundo, estos aspectos no eran más que accesorios a la gran Verdad, y
probablemente para los iniciados meras alegorías diseñadas para hacer la idea
más palpable y causar mayor impresión en la mente. No son más merecedores
de ser observados con la sonrisa del ignorante engreído, o con la
condescendencia de aquellos cuyo conocimiento consiste solamente en
palabrería, que el Seno de Abraham como hogar para las almas de los que
acaban de morir; o el mar de fuego real para la tortura eterna de las almas; o la
Ciudad de la Nueva Jerusalén, con sus muros de jaspe y sus edificios de oro
puro como cristal transparente, sus cimientos de piedras preciosas y sus puertas
hechas cada una por una única perla. “Conocí a un hombre”, dice Pablo, “que
estuvo en el Tercer Cielo... que fue y volvió del Paraíso, y escuchó palabras
inefables que un hombre no puede pronunciar”. Y en ninguna parte aparece el
antagonismo y el conflicto entre el cuerpo y el espíritu más frecuente e
insistentemente que en los escritos del apóstol, y en ninguna parte se afirma
más la naturaleza divina del alma. “Con la mente”, dice Pablo, “sirvo a la ley de
Dios, pero con la carne sirvo a la ley del pecado... Porque los que son guiados
por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Porque el continuo anhelar de las
criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios... Que también las mismas
criaturas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción de la carne en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
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apuñalarle por la espalda con murmuraciones; poner en circulación
maledicencias que al pasar de mano en mano se convertirán en mentiras que se
irán deformando al ir de boca en boca. ¿Quién de entre nosotros no ha visto
estas malas artes y perversas maquinaciones puestas en práctica y
convirtiéndose en algo general, de forma que el éxito no se podía conseguir,
seguramente, por medios más honorables? El resultado es un Estado regido por
los ignorantes y mediocres, por presuntuosos engreídos y por la inexperiencia
del intelecto inmaduro y vano de colegiales de palabras aparentemente sabias
pero sin fundamento.
La deslealtad y la falsedad en la vida pública y política se tornará
deslealtad y falsedad en lo privado. El timador en la política, como el timador en
las apuestas, está podrido desde la piel al corazón. En cualquier lugar él mirará
primero por sus intereses, y quien quiera que se apoye en él será atravesado
con una caña rota. Su ambición es innoble, como él mismo, y por lo tanto
pretenderá obtener el cargo por medios innobles, igual que intentará obtener
cualquier objeto codiciado: tierras, dinero o reputación.
A la larga, el cargo y el honor están divorciados. El lugar que se considera
digno de ser ocupado por el inepto e incapaz, el truhán y el embaucador, cesa
de tener valor y alentar la ambición del grande y capaz; o si no, se echan atrás
ante un concurso en el que las armas a usar no son dignas de ser manejadas
por un caballero. Entonces los hábitos de abogados sin escrúpulos echan raíces
en los senados, y los politicastros se enzarzan en riñas sobre pequeñeces
cuando el destino de la nación y la vida de millones de ciudadanos están en la
picota. Los estados son engendrados por la villanía y crecen en el fraude, y los
truhanes son exaltados por legisladores que claman por su honorabilidad. Las
elecciones acaban siendo decididas por votos perjuros o intereses partidistas, y
las prácticas de los peores tiempos de corrupción se reviven, exageradas, en las
repúblicas.
¡Es extraño que el amor reverencial a la verdad, la hombría y la auténtica
lealtad, la abominación de la pequeñez y de la ventaja desleal, así como la
genuina fe, la piedad y la grandeza de espíritu tengan que disminuir entre los
hombres de estado y el pueblo a medida que la civilización avanza, la libertad se
generaliza y el sufragio universal implica valía y aptitud universal! En los tiempos
de la reina Isabel, sin sufragio universal y sin Sociedades para la Difusión del
Conocimiento Útil, o lecturas públicas, o Liceos, el estadista, el mercader, el
burgués y el marinero eran todos igual de heroicos y temían únicamente a Dios y
no a los hombres. Permitid que no pasen más de cien o doscientos años, y tanto
en una monarquía como en una república de la misma especie no habrá nada
menos heroico que el mercader, el astuto especulador, el arribista, temiendo
todos únicamente a los hombres, y nunca a Dios. La admiración por la grandeza
se extingue y es sustituida por una pérfida envidia de la grandeza. Todos los
hombres se encuentran o bien en el sendero de la riqueza o bien en el de la
popularidad. Hay un sentimiento general de satisfacción cuando un gran
estadista es desplazado o, en general, cuando el que ha disfrutado de su
momento de gloria, convirtiéndose en ídolo popular, cae en desgracia y se
61
hunde desde su alta posición. Se convierte en un infortunio, si no en un crimen,
estar por encima del nivel popular.
Deberíamos suponer, naturalmente, que la nación que se encuentra en
tribulaciones buscaría el consejo del más sabio de sus hijos. Pero, por el
contrario, los grandes hombres nunca parecen tan escasos como cuando más
se les necesita, y los personajes de escasa talla nunca son tan osados para
infestar el Estado como cuando la mediocridad, la ambición incapaz, la
inmadurez engreída y la incompetencia animada y ostentosa resultan más
peligrosas. Cuando Francia se encontraba al final de su agonía revolucionaria,
era regida por una asamblea de petimetres de provincias, y Robespierre, Marat y
Couthon gobernaban en lugar de Mirabeau, Vergniaud y Carnot. Inglaterra fue
gobernada por el Parlamento Purgado tras haber decapitado a su rey. Cromwell
acabó con esta asamblea, y Napoleón con la anterior.
El fraude, la falsedad, las artimañas y la mentira en los asuntos de la
nación son síntomas de decadencia en los Estados y precede a la convulsión y
la parálisis. Intimidar al débil y agacharse ante el fuerte es la política de las
naciones gobernadas por las pequeñas mediocridades. Las artimañas de las
elecciones vuelven a representarse en los senados y el Ejecutivo se convierte en
dispensador de cargos y patrocinador, principalmente, de los más incapaces, de
forma que los hombres son sobornados con cargos en lugar de dinero, para
mayor ruina de la comunidad. Lo Divino desaparece de la naturaleza humana, y
el interés, la avaricia y el egoísmo toman su lugar. Es una triste pero ilustrativa
alegoría la que nos muestra a los compañeros de Ulises tornados en cerdos por
los encantamientos de Circe.
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62
de forma que pueda acumular cantidades fabulosas con una inversión ínfima. Si
su vecino está en apuros, compra su terreno por una miseria. Si administra un
estado, este se vuelve insolvente, y los huérfanos quedan reducidos a la miseria.
Si su banco explota, resulta que él ha tomado a tiempo medidas para
protegerse. La sociedad adora a sus reyes de papel y crédito como los antiguos
hindúes y egipcios adoraban a sus ídolos sin valor, y tanto más
obsequiosamente cuanto más resultan ser los verdaderos pobres de una
sociedad rica. No es preciso preguntarse por qué los hombres piensan que debe
haber otro mundo en el que se pague por las injusticias de este, cuando ven a
sus amigos de familias arruinadas mendigando a los acaudalados estafadores
una limosna para que los huérfanos no mueran de hambre hasta que encuentren
medios de valerse por sí mismos.
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falsos y frívolos, y su pueblo libre se aliará despreocupadamente con déspotas
para aplastar a un rival comercial que se ha atrevido a exiliar a sus reyes y elegir
a sus propios gobernantes. De esta forma, en las naciones comercialmente
avariciosas, el frío cálculo de un sórdido interés propio siempre termina
desplazando los nobles impulsos del Honor y la Generosidad que les elevó a la
grandeza. Honor y generosidad que llevó a Isabel y a Cromwell a proteger
conjuntamente a los protestantes, más allá de los cuatro mares de Inglaterra,
contra la tiranía coronada y la persecución mitrada; y si hubiesen perdurado,
habrían prohibido las alianzas con los zares, autócratas y Borbones destinadas a
reinstaurar la tiranía de la incapacidad y armar a la Inquisición de nuevo con sus
instrumentos de tortura. El alma de las naciones avariciosas se petrifica igual
que el alma del individuo que hace del oro su dios. El déspota actuará
ocasionalmente movido por impulsos nobles y generosos, y ayudará al débil
contra el fuerte y al derecho contra la injusticia. Pero la codicia comercial es
esencialmente egoísta, acaparadora, impía, desmedida, astuta, fría, ambiciosa y
calculadora, únicamente guiada por consideraciones del propio interés. Sin
corazón y sin compasión, no conoce sentimientos de piedad, comprensión u
honor que puedan entorpecer su avance sin remordimientos, y aplasta todo
estorbo en su camino a medida que su quilla de especulación va hundiendo bajo
ella las olas inadvertidas.
Una guerra por un gran principio ennoblece a una nación, pero una guerra
por la supremacía comercial, basada en cualquier pretexto falaz, es
despreciable, y demuestra mejor que nada hasta qué inconcebibles
profundidades de maldad los hombres y las naciones pueden descender. La
avidez comercial no tiene la vida de los hombres en más valor que la vida de las
hormigas. El comercio de esclavos es tan aceptable para un pueblo cautivado
por esa ansia como el mercado de marfil o especias si el beneficio es amplio. Ya
se esforzará más adelante por justificarse ante Dios y tranquilizar su propia
conciencia obligando a aquellos a quienes vendieron los esclavos, previamente
robados o comprados, a ponerlos en libertad, castigándolos con masacres y
hecatombes si rehúsan obedecer los mandatos de la filantropía.
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parte una comunidad donde todo se atuviese a la estricta ley, debería estar
escrito sobre sus puertas, como aviso a los desafortunados que deseasen entrar
en tan inhóspito dominio, las palabras que según Dante están escritas sobre la
gran puerta del infierno: “Dejad atrás toda esperanza los que aquí entráis”. No se
trata únicamente de pagar al obrero, sea en el campo o en la fábrica, su salario
sin más, ateniéndose al valor de mercado más económico para su trabajo y tan
solo mientras necesitemos su trabajo o sea capaz de trabajar; pues cuando la
enfermedad o la edad le venza, les dejará a él y a su familia en la más extrema
pobreza. Y Dios maldecirá con calamidades al pueblo en que los hijos de los
obreros sin trabajo se vean obligados a comer hierbas y las madres deban
estrangular a sus hijos para, con el dinero dado en caridad para el entierro,
poder comer algo ellas mismas. Las reglas de lo que habitualmente se denomina
“justicia” pueden ser observadas minuciosamente por los espíritus caídos que
son la aristocracia del Infierno.
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65
Estas consideraciones deberían enseñarnos que la justicia hacia los otros
y hacia nosotros mismos es la misma; que no podemos definir nuestros deberes
por líneas matemáticamente establecidas con una escuadra, sino que debemos
llenar con ellos el gran círculo trazado por el compás; que el círculo de la
humanidad es el límite y no somos más que el punto en el centro, la gota en el
océano, el átomo o partícula unida por una misteriosa ley de atracción, que
denominamos simpatía, a todos y cada uno de los átomos de la masa; que el
bienestar físico y moral de los otros no nos puede ser indiferente; que tenemos
un interés directo e inmediato en la moralidad pública y en la inteligencia del
pueblo, así como en el bienestar y comodidad del pueblo en general. La
ignorancia del pueblo, su pobreza e indigencia y la consecuente degradación, su
embrutecimiento y abandono moral son enfermedades; y no podemos elevarnos
lo suficiente sobre el pueblo, ni aislarnos de él lo preciso, para escapar del
contagio de esas miasmas ni de las grandes corrientes magnéticas.
La Justicia es particularmente indispensable para las naciones. El estado
injusto está condenado por Dios a la calamidad y a la ruina. Esta es la
enseñanza de la Sabiduría Eterna y de la historia. “La rectitud exalta a un
pueblo, pero la vileza es una lacra para las naciones”. “El trono está establecido
por la rectitud. ¡Dejad a los labios del gobernante pronunciar la sentencia que es
divina, y que su boca no yerre en el juicio!” La nación que se añade provincia
tras provincia por medio del fraude y la violencia, que invade al débil y expolia al
sometido, que viola sus tratados y las obligaciones de sus contratos y que
sustituye la ley del honor y el trato honesto por las exigencias de la avaricia, por
viles artimañas políticas y los innobles mandatos de la conveniencia, está
predestinada a la destrucción, pues en esto, al igual que en el individuo, las
consecuencias del mal son inevitables y eternas.
Hay una sentencia contra todo lo que es injusto, escrita por Dios en la
naturaleza del hombre y en la naturaleza del Universo, pues está en la
naturaleza del Dios Infinito. Ningún mal realmente triunfa. La ganancia de una
injusticia es una pérdida; su placer, sufrimiento. La iniquidad con frecuencia
parece prosperar, pero su éxito es su derrota y vergüenza. Si sus consecuencias
no alcanzan al hacedor, caerán sobre sus hijos y los aplastarán. Es una verdad
filosófica, física y moral, en forma de amenaza, que Dios hace caer la iniquidad
de los padres que violan sus leyes sobre los hijos hasta la tercera o cuarta
generación. Pasado el tiempo siempre llega el día de reflexión, tanto para la
nación como para el individuo; y siempre el truhán se engaña a sí mismo y
acaba fracasando.
La hipocresía es el homenaje que el vicio y el mal rinden a la virtud y a la
justicia. Es Satán intentando envolverse en la angélica vestidura de la Luz. Es
igualmente detestable en la moral, en la política y en la religión; es detestable
tanto en el hombre como en la nación. Cometer una injusticia bajo la apariencia
de integridad y ecuanimidad, condenar el vicio en público y practicarlo en
privado, simular caridad pero condenar inexorablemente, profesar los principios
de la beneficencia masónica y cerrar los oídos al gemido de dolor y al llanto de
sufrimiento, elogiar la inteligencia del pueblo y conspirar para engañar y
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traicionarle por medio de su ignorancia y simpleza, alardear de puritanismo y
malversar fondos, presumir de honor y abandonar mezquinamente una causa
que se pierde, jactarse de ser altruista y vender el propio voto por cargos y
poderes, son hipocresías tan comunes como infames y desgraciadas. Aparentar
servir a Dios pero servir al Diablo, simular creer en un Dios de piedad y Redentor
de amor al tiempo que se persigue a aquellos que profesan una fe diferente,
especular con las casas de las viudas y rezar largamente para simular piedad,
predicar la continencia pero revolcarse en la lujuria, inculcar humildad pero
superar a Lucifer en soberbia, pagar el diezmo pero omitir las mayores
obligaciones prescritas por la ley, el juicio, la piedad y la fe, poner el grito en el
cielo por un mosquito pero tragarse un camello, mantener limpio el exterior de la
copa y el plato pero manteniéndolos llenos de extorsión y excesos, aparentar de
cara a los hombres ser justo y piadoso pero por dentro estar lleno de hipocresía
e iniquidad, es de hecho como ser un sepulcro blanqueado, que parece hermoso
por fuera pero por dentro está lleno de huesos, muerte y suciedad.
La república camufla su ambición bajo la pretensión de deseo y deber de
“extender el mandato de la Libertad” y proclama como “manifiesto destino”
anexionar otras repúblicas o los estados y provincias de otras para sí misma,
sea empleando abiertamente la violencia o bajo títulos obsoletos, vacíos y
fraudulentos. El Imperio fundado por un soldado exitoso reclama sus fronteras
antiguas o naturales, y hace de la necesidad y la seguridad los pretextos para
saquear abiertamente. La gran Nación Mercante, una vez obtenido un punto de
apoyo en Oriente, descubre su continua necesidad de extender su dominio por
las armas, y sojuzga a la India. Las grandes realezas y despotismos, sin una
excusa, se reparten entre ellos un reino, desmembran Polonia y se preparan
para disputarse los territorios de la Media Luna. Mantener la balanza de poder
es un excusa para destruir estados. Cartago, Génova y Venecia, ciudades
únicamente comerciales, deben obtener territorio por la fuerza o el fraude para
convertirse en estados. Alejandro marcha hacia la India. Tamerlán persigue un
imperio universal, los sarracenos conquistan España y atemorizan a Viena.
La sed de poder nunca se satisface. Es insaciable. Ni los hombres ni las
naciones tiene nunca suficiente. Cuando Roma era señora del mundo, los
emperadores exigieron ser adorados como Dioses. La Iglesia de Roma reclamó
el despotismo sobre el alma y sobre toda la vida, desde la cuna a la tumba. Dio y
vendió absoluciones para los pecados pasados y futuros. Proclamó ser infalible
en materia de fe, y diezmó Europa para purgarla de herejes, y diezmó América
para convertir a los mejicanos y peruanos. Entregó y arrebató tronos, y por
excomunión y entredicho cerró las puertas del Paraíso a las naciones. España,
altiva por su dominación sobre las Indias, intentó aplastar el protestantismo en
los Países Bajos mientras Felipe II se casaba con la Reina de Inglaterra y la
pareja intentaba devolver ese reino a la lealtad del trono papal. Después España
intentaba conquistar Inglaterra con su Armada Invencible. Napoleón situó a sus
familiares y capitanes en los tronos, repartiéndose entre ellos media Europa. El
Zar reina sobre un imperio más gigantesco que Roma. La historia de todos es o
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será la misma: adquisición, desmembramiento, ruina. Hay un juicio de Dios
sobre todo lo que es injusto.
Intentar sojuzgar la voluntad de los demás y tomar el alma cautiva, por
representar el ejercicio del más alto poder, parece ser el más alto objetivo de la
ambición humana. Está en la base de todo proselitismo y propaganda, desde el
de Mesmer hasta el de la Iglesia de Roma y la República Francesa. Esa era la
tarea de ambos, Jesús y Mahoma. La Masonería únicamente predica la
Tolerancia, el derecho del hombre a acatar su propia fe, el derecho de las
naciones a gobernarse por sí mismas. Condena por igual al monarca que busca
extender sus dominios por conquista, a la iglesia que proclama el derecho a
reprimir la herejía por medio del fuego y el acero y la confederación de estados
que insiste en mantener una unión por la fuerza restaurando la hermandad a
través de la masacre y la opresión.
Es natural, cuando se está contrariado, desear venganza; y persuadirnos
a nosotros mismos de que lo deseamos menos por nuestra propia satisfacción
que para impedir la repetición de un mal, pues el autor se sentiría animado por la
impunidad unida al beneficio del mal. Rendirse ante el estafador es alentarle a
continuar, y estamos bastante dispuestos a considerarnos a nosotros mismos
como los instrumentos escogidos de Dios para infligir Su venganza, y por Él y en
Su lugar desalentar al mal haciéndolo estéril y asegurando su castigo. Se dice
que la venganza es “una especie de justicia salvaje”, pero siempre se lleva a
cabo inflamada por el odio, y por lo tanto es indigna de una gran alma, que no
debería ver turbada su ecuanimidad por la ingratitud o la villanía. Las heridas
infligidas a nosotros por los perversos no son mucho más dignas de nuestra ira
que aquellas causadas por los insectos y los animales; y cuando aplastamos a la
víbora o damos muerte al lobo o a la hiena deberíamos hacerlo sin ser movidos
por la ira, y con un sentimiento de venganza no mayor que si arrancásemos una
mala hierba. Y si bien no está en la naturaleza humana no vengarse por medio
del castigo, dejad al masón considerar sinceramente que al hacerlo así él es el
agente de Dios, y dejemos así que su venganza sea mesurada por la justicia y
atemperada por la piedad. La ley de Dios es que las consecuencias del mal, la
crueldad y el crimen sean su propio castigo; y que el ofendido, el perjudicado y
el indignado sean sus instrumentos para reforzar la ley tanto como lo son la
reprobación pública, el veredicto de la historia y la execración de la posteridad.
Nadie dirá que el inquisidor que ha torturado y quemado al inocente, el español
que despedazó a niños indios con su espada y arrojó los miembros a sus perros,
el militar tirano que ha ejecutado a hombres sin celebrar juicio, el truhán que ha
robado o traicionado al estado, el banquero fraudulento y corrupto que ha dejado
a huérfanos en la indigencia, el funcionario público que ha quebrantado su
juramento, el juez que ha prevaricado o el legislador cuya incapacidad ha
arruinado el estado no deberían ser castigados. Que así sea, y dejemos a los
ofendidos o a los que los compadecen ser los instrumentos de la justa venganza
de Dios, pero siempre por un sentimiento más noble que no la mera venganza
personal.
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Recordad que cada característica moral del hombre encuentra su prototipo
entre las criaturas de menor inteligencia; que la cruel hediondez de la hiena, la
salvaje rapacidad del lobo, la furia del tigre, la taimada astucia de la pantera, se
encuentran en la especie humana, y cuando se encuentran en el hombre no
deberían despertar otra emoción distinta a cuando las descubrimos en las
bestias. ¿Por qué debería estar el verdadero hombre irritado con los gansos que
graznan, los pavos que se pavonean, los burros que rebuznan y los monos que
imitan y parlotean, aunque por fuera ostenten forma humana? Además, siempre
es cierto, es mucho más noble perdonar que vengarse, y en general más bien
deberíamos despreciar a los que nos hacen daño que no sentir la emoción de la
ira o el deseo de venganza.
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69
sucede, por la mañana, como un dios, y se ponía, como un rey retirándose, por
el oeste, para volver de nuevo a su debido tiempo en la misma cadena de
majestad. Adoramos la inmutabilidad. Era ese carácter firme e inmutable del Sol
lo que los hombres de Baalbec adoraban. Su poder como dador de luz y dador
de vida son atributos secundarios. La gran idea que empujaba al culto era la
característica de Dios que veían reflejada en su luz, y fascinados vieron en su
originalidad la inmutabilidad de la Deidad. El Sol había visto desmoronarse
tronos, terremotos agitar el mundo y hundir montañas. Más allá del Olimpo, más
allá de las Columnas de Hércules, él había descendido diariamente a su morada
y había salido de nuevo por la mañana para contemplar los templos que
construían para adorarlo. Le personificaron como Brahma, Amón, Osiris, Bel,
Adonis, Melkarth, Mitra y Apolo; y las naciones que así obraron se hicieron
ancianas y murieron. El musgo creció en los capiteles de las grandes columnas
de sus templos, y él brillo en el musgo. Grano a grano sus templos se
desmenuzaron y el polvo cayó, y fue llevado por el viento, y todavía él brilla en la
columna que se desmorona y en el arquitrabe. El tejado cayó estrellándose en el
pavimento, y él lo siguió iluminando, Santo de los Santos, con rayos inmutables.
No es extraño que los hombres adorasen al Sol.
Hay una planta acuática en cuyas anchas hojas las gotas de agua ruedan
sin unirse, como gotas de mercurio. Igualmente sucede con los argumentos en
materia de fe, política o religión, que ruedan sobre la superficie de la mente. Un
argumento que convence a una mente puede no tener ningún efecto en otra.
Pocos intelectos tienen algún poder o capacidad lógicos. Hay una singular
desviación en la mente humana que convierte la falsa lógica en más eficaz que
la verdadera, y ello afecta a nueve décimas partes de aquellos que son
considerados como hombres de intelecto. Incluso entre los jueces, ni uno de
cada diez puede argumentar lógicamente. Cada mente ve la verdad
distorsionada través de su propio medio. La verdad, para la mayoría de los
hombres, es como materia en el estado esferoidal. Como una gota de agua fría
en la superficie de una plancha de metal al rojo vivo, baila, tiembla y gira sin
entrar nunca en contacto con ella; y la mente puede ser arrojada a la verdad,
como una mano humedecida en ácido sulfúrico puede entrar en el metal fundido,
y ni siquiera calentarse por la inmersión.
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70
en hebreo, se aplicaba al Sol. Muchos lugares eran consagrados al sol y
llamados Kura, Kuria, Kuropolis, Kurene, Kureschata, Kuresta, y Corusia en
Escitia.
La deidad egipcia llamada por los griegos Horus era Her-Ra, o Har-oeris,
Hor o Har, el Sol. Hari es una denominación hindú para el Sol. Ari-al, Ar-es, Ar,
Aryaman, Areimonios, significando la raíz AR fuego o llama, son igualmente
similares. Hermes o Har-mes, (Aram, Remus, Haram, Harameias), era Kadmos,
la Luz Divina o Sabiduría. Mar-kuri, dice Movers, es Mar, el Sol.
En hebreo, AOOR, es Luz, Fuego, o el Sol. Cyrus, dice Ctesias, fue
llamado así por Kuros, el Sol. Kuris, afirma Hesychius, era Adonis. Apolo, el
Dios-Sol, era llamado Kurraios, de Kurra, una ciudad en Focia. El pueblo de
Kurene, originalmente etíopes o cutitas, adoraban al Sol bajo la advocación de
Achoor y Achōr.
71
brazos y un león a cada lado de los peldaños, de forma que resultaban siete
leones en cada lado.
De nuevo, la palabra hebrea חי, Khi, que significa viviente; y ראם, râm, que
e traduce por fue, o será elevado. Esto último es lo mismo que חרם, ארום, רום,
rūm, arūm, harūm, de donde proviene Aram, referente a Siria, o Aramæa,
Tierras Altas. Khairūm, por lo tanto, significaría el que fue elevado a la vida.
De esta forma, en antiguo arábigo, hrm, una raíz poco habitual, significaba
era alto, hecho grande, exaltado, e Hîrm significa buey, el símbolo del Sol en
Tauro, el equinoccio vernal o de primavera.
Por lo tanto, Khurum, impropiamente llamado Hiram, es Khur-om, lo
mismo que Her-ra, Her-mes y Heracles, el Heracles Tyrius Invictus, la
personificación de la Luz e Hijo, Mediador, Redentor y Salvador. De la palabra
egipcia Ra proviene la copta Oūro, y la hebrea Aūr, luz. Har-oeri, es Hor o Har,
el jefe o maestro. Hor igualmente significa calor; y hora, temporada u hora, y
aquí tienen su origen diferentes nombres del Sol en diversos dialectos africanos:
Airo, Ayero, Eer, Uiro, Ghurrah y otros. El nombre real traducido como Faraón
era Phra, es decir, Pai-ra, el Sol.
******
Har-oeri era el dios del Tiempo, así como de la Vida. La leyenda egipcia
narra que el Rey de Biblos cortó el tamarisco que contenía el cuerpo de Osiris, e
hizo con él una columna para su palacio. Isis, empleada en el palacio, se
apoderó de la columna, sacó el cuerpo y se lo llevó. Apuleyo la describe como
“una hermosa mujer, sobre cuyo divino cuello su largo y poblado cabello colgaba
en graciosos rizos”; y en la procesión, las mujeres asistentes, con peines de
marfil, simulaban vestir y ornamentar el regio pelo de la diosa. La palmera y la
lámpara con forma de barca aparecían en la procesión. Si el símbolo del que
estamos hablando no es una mera invención moderna, es a estos elementos a
los que alude. La identidad de las leyendas está también confirmada por este
dibujo jeroglífico copiado de un antiguo monumento egipcio, que puede ilustraros
en lo concerniente a la garra del león y al mallete del maestro:
72
אב, en la antigua grafía fenicia, y en la samaritana, , A B, (las
dos letras que representan los números 1, 2, o Unidad y Dualidad), significa
Padre, y es un sustantivo primitivo, común a todas las lenguas semíticas.
También significa Ancestro, Originador, Inventor, Cabeza, Jefe o Director,
Supervisor, Maestro, Sacerdote, Profeta.
אביes simplemente Padre, cuando está en construcción, es decir, cuando
precede a otra palabra, y en castellano se interpone la preposición “de”, como
אל-אבי, Abi-Al, el padre de Al. Igualmente, la yod final significa “mi”, de forma que
אביpor sí solo significa mi padre. דויד אבי, “David mi padre”, 2 Cron., II.3.
La ( וVav) final es el pronombre posesivo “su” (de él), y אביו, Abiv (que
nosotros leemos Abif) significa de mi padre. Su significado completo, conectado
con el nombre de Khūrūm, es sin duda “anteriormente uno de los sirvientes –o
esclavos- de mi padre”.
El nombre del artesano fenicio es, tanto en Samuel como en Reyes, חירםy
( חירוםSam. XI.1, Reyes XV.1 y Reyes VIII.40). En Crónicas es הורם, con la
adición de אבי, (Cron. II.12) y de ( אביוCron.IV.16).
Es completamente absurdo añadir la palabra “Abif” o “Abiff” como parte del
nombre del artesano, y es igualmente absurdo añadir la palabra “Abi”, que era
un título y no parte del nombre. José dice (Gen. XIV.8) “Dios me ha nombrado
’Ab l’Paraah – como Padre de Paraah – Visir o Primer Ministro. Igualmente
Haman fue llamado Segundo Padre de Artajerjes; y cuando el Rey Khūrūm o
Hiram empleó la expresión "Khūrūm Abi” quería decir que el artesano que envió
a Salomón era el obrero principal o jefe de su oficio en Tiro.
73
en las nubes, con una estrella en su cabeza y tres espigas de trigo surgiendo de
un altar frente a ella.
Horus era el mediador, que fue enterrado durante tres días, fue
regenerado y triunfó sobre el principio del mal.
La palabra Heri, en sánscrito, significa pastor, así como salvador. Krishna
es llamado Heri, como Jesús se llamaba a sí mismo el Buen Pastor.
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74
estará totalmente gobernada por agitadores que apelen a los peores instintos de
la naturaleza popular, por corporaciones dinerarias, por aquellos que se han
enriquecido por la depreciación de los valores y fondos del estado o del papel
moneda, por abogados de poca monta, intrigantes, especuladores y
aventureros: una innoble oligarquía, enriquecida por las penurias del Estado y
engordada por la miseria del pueblo. Entonces terminan todas las visiones de
igualdad y los derechos del hombre expiran; y el Estado deteriorado y saqueado
solo puede recuperar la libertad real atravesando una gran tribulación y
purificándose en su transmigración por fuego y sangre.
En una república, pronto acontece que los partidos se reúnen alrededor de
los polos positivo y negativo de alguna opinión o noción, y que el espíritu
intolerante de una mayoría triunfante no permitirá ningún desviación de la
ortodoxia que ella mismo ha impuesto. La libertad de opinión será enaltecida,
pero cada uno la ejercerá corriendo el peligro de ser proscrito de la comunión
política por aquellos que tienen las riendas y dictan la política a seguir. La
esclavitud al partido y el servilismo a los caprichos populares van de la mano. La
independencia política sólo sucede en un estado fósil, y las opiniones de los
hombres emanan de los actos que se han visto obligados a hacer o sancionar.
La adulación, tanto al individuo como al pueblo, corrompe tanto al adulador
como al adulado, y no sirve mejor al pueblo que a los reyes. Un césar, cuyo
poder es más seguro, no se preocupa de ello tanto como en una democracia
libre, ni tampoco su deseo de halagos crecerá de forma exorbitante, como crece
el del pueblo, hasta que se vuelve insaciable. El efecto de la libertad en los
individuos es creer que pueden hacer lo que les plazca; en el pueblo, es en
buena medida igual. Cuando se es sensible a la adulación, dado que esta
responde siempre a algún interés y es movida por razones perversas y
propósitos malvados, es seguro que tanto el individuo como el pueblo, al hacer
lo que les plazca, estará haciendo lo que en honor y en conciencia debería
haber permanecido sin hacerse. No se deberían hacer felicitaciones que bien
pronto puedan tornarse en reproches; y como tanto los individuos como los
pueblos son propensos a hacer un mal uso del poder, alabarlos, que es una
forma segura de llevarlos a error, debería considerarse un crimen.
El primer principio de una república debería ser “que ningún hombre u
organización de hombres está legitimado para emplear fondos o privilegios de la
comunidad salvo para el servicio público, y los cargos de magistrado, legislador
o juez nunca deben ser hereditarios”. Se trata de toda una enciclopedia de
Verdad y Sabiduría comprendida en una sencilla frase y expresada en un
lenguaje que todo hombre puede entender. Si un diluvio de despotismo fuese a
anegar el mundo y destruir todas las instituciones bajo las que se cobija la
libertad hasta tal punto que no fuese recordada por los hombres, esta única
frase preservada sería suficiente para encender los fuegos de la libertad y
revivir la raza de los hombres libres.
Pero para preservar la libertad otra frase debe ser añadida: “que un estado
libre no otorgue el cargo como recompensa, y menos aún por servicios
discutibles, salvo que busque su propia ruina; sino que todos los funcionarios
75
sean empleados por el estado teniendo en cuenta únicamente su voluntad y
capacidad para rendir un servicio en el futuro, y por lo tanto que los mejores y
más competentes sean siempre preferidos”.
Pues si da lo mismo la regla que sigamos, la de la sucesión hereditaria es
quizá tan buena como cualquier otra. Pero en realidad por ninguna otra es
posible preservar las libertades del estado y confiar el poder de hacer las leyes
solo a aquellos que poseen ese agudo sentido de la justicia y la injusticia que les
habilita para detectar la maldad y la corrupción por muy escondidas que estén, y
que poseen ese coraje moral, hombría generosa e independencia galante que
les convierten en temibles a la hora de sacar criminales a la luz del día y hacer
caer sobre ellos el desdén y el desprecio del mundo. Los aduladores del pueblo
nunca son tales hombres. Al contrario, siempre llega un momento a la república
en que esta no está contenta, como Tiberio, con un único Sejano, sino que debe
tener un sinnúmero de estos; y entonces aquellos más prominentes en el
negociado de los asuntos son hombres sin reputación, capacidad de estado,
habilidad o formación; son simples cortesanos de partido, que deben sus
puestos a artimañas y al ansia de medrar sin poseer ni el corazón ni el intelecto
que hace grandes y sabios a los hombres, padeciendo al mismo tiempo la visión
estrecha y amargo sectarismo de la intolerancia política. Estos mueren; y el
mundo no resulta más sabio por nada de lo que hayan dicho o hecho. Sus
nombres se hunden en el fondo del pozo del olvido, pero sus actos de locura o
bellaquería maldicen al cuerpo político y finalmente provocan su ruina.
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agasajar al pueblo y siguiendo la máxima “la humanidad no posee ningún título
que le permita exigir que la sirvamos en vez de servirse ellos mismos”.
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Salustio afirmó que, una vez que un estado ha sido corrompido por el lujo
y la molicie, puede por su mera grandeza sobrellevar la carga de sus vicios.
Pero incluso mientras escribía, Roma, de la que hablaba, había agotado ya su
parodia de libertad. Otras causas aparte del lujo y la holganza destruyen las
repúblicas. Si es pequeña, sus vecinos más grandes la extinguen por absorción.
Si es de gran extensión, la fuerza de cohesión es demasiado débil para
mantenerla unida y se deshace por su propio peso. La irrisoria ambición de los
hombres de escasa talla también las desintegra. El deseo de sabiduría en sus
consejos crea discrepancias exasperantes. La usurpación de poder juega su
parte, la incapacidad secunda a la corrupción, las tormentas se levantan y los
77
fragmentos de la incoherente balsa se esparcen por las playas arenosas,
enseñando al género humano otra lección para que este la desprecie.
******
son las diferencias entre cada cuadrado y el que le precede, dándonos los
números sagrados 3, 5, 7 y 9.
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De estos números, los cuadrados de 3 y 4, sumados, dan el cuadrado de
5; y los cuadrados de 6 y 8 dan el cuadrado de 10; y si se forma un triángulo
rectángulo cuya base mida 3 ó 6 unidades y la perpendicular 4 u 8, la hipotenusa
medirá 5 ó 10 unidades. Y si dibujamos un cuadrado en cada lado y los
subdividimos en cuadrados de una unidad de lado, habrán tantos de estos en el
cuadrado de la hipotenusa como en los otros dos juntos.
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pertenece por derecho propio. Los hebreos lo construían así, con las letras del
nombre Divino:
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80
error hacia el Norte, conduce al marinero con certidumbre sobre un océano sin
caminos, a través de la tormenta y la oscuridad, hasta que sus ojos felices
contemplan los destellos benefactores del faro que le dan la bienvenida al puerto
seguro y hospitalario. Entonces los corazones de aquellos que le aman se
alegran, y su hogar se vuelve feliz; y esta alegría y felicidad se deben a la
orientación silenciosa, humilde y cierta que ha sido guía del marinero sobre las
aguas agitadas. Pero si se aventura demasiado al Norte, descubre que la aguja
ya no es fiel, sino que apunta a un lugar distinto del Norte, y ¡qué sentimiento de
indefensión se apodera del consternado marinero, cómo le abandonan la
energía y el valor! Es como si los grandes axiomas de la moralidad estuviesen a
punto de caer y dejasen de ser verdaderos, dejando al alma humana errar
desamparada, sin ojos como Prometeo, a merced de las corrientes inciertas e
impías de las profundidades.
El Honor y el Deber son las dos estrellas polares del masón, Cástor y
Pólux, cuya observancia le permite evitar desastrosos naufragios. Palinuro
contemplaba a Cástor y Pólux, pero al ser vencido por el sueño la nave quedó
sin verdadera guía y fue engullida por el mar insaciable. Igualmente, el masón
que pierde de vista el Honor y el Deber y no es guiado por su fuerza benéfica e
impulsora, se pierde, y hundiéndose fuera de la vista de los demás, desaparece
sin honor y sin ser llorado.
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el recipiente nevado cuyas semillas serán empleadas por los telares del mundo y
cuya abundancia o escasez determinará si los tejedores de otros países tendrán
empleo o perecerán de hambre.
Igualmente la Opinión Pública es una fuerza inmensa, y sus corrientes son
tan inconsistentes e incomprensibles como las de la atmósfera. En cualquier
caso, en los gobiernos libres, es omnipotente; y la labor del estadista es
encontrar la manera de darle forma, controlarla y dirigirla. Según como eso se
lleve a cabo, será beneficiosa y preservadora, o destructiva y ruinosa. La
Opinión Pública del mundo civilizado es Ley Internacional, y por lo tanto es una
inmensa fuerza que, aun sin tener límites fijados o ciertos, puede obligar al
déspota victorioso a ser generoso, y ayudar a un pueblo oprimido en su lucha
por la independencia.
La Costumbre es una gran fuerza; es una segunda naturaleza, incluso en
los árboles, y es tan fuerte en las naciones como en los hombres. Igual lo son
los prejuicios, que se encuentran en los hombres y naciones, al igual que las
pasiones. Como fuerzas que son resultan valiosas si son hábilmente
aprovechadas o destructivas si son manejadas con torpeza.
Pero sobre todo, las fuerzas de más inmenso poder son el Amor a la
Patria, el Orgullo de Estado y el Amor al Hogar. Alentadlas a todas y exigidlas en
vuestros hombres públicos. La estabilidad en el hogar es necesaria para el
patriotismo, pues una raza migratoria, como los árabes que acampan aquí un
día y mañana en otro lugar, tendrá poco amor al país y considerará el orgullo de
estado como una mera teoría y quimera.
Si posees Elocuencia, posees una fuerza poderosa. Cuida de emplearla
para buenos propósitos: enseñar, exhortar y ennoblecer al pueblo, y no para
descarriarlo y corromperlo. Los oradores corruptos y sobornables son los
asesinos de las libertades y de la moral públicas.
La Voluntad es una fuerza cuyos límites nos son todavía desconocidos. Es
en el poder de la Voluntad donde reconocemos principalmente lo espiritual y
divino del hombre. Hay una aparente identidad entre la voluntad humana capaz
de mover a otros hombres y la Voluntad Creadora cuya acción nos resulta tan
incomprensible. Son los hombres de voluntad y acción, no los hombres de mero
intelecto, los que gobiernan el mundo.
Finalmente, las tres grandes fuerzas morales son la Fe, que es la única y
verdadera Sabiduría y cimiento de todo gobierno; la Esperanza, que es la
Fuerza y asegura el éxito; y la Caridad, que es la Belleza, y por sí sola hace
posible el esfuerzo conjunto y animado. Estas fuerzas están dentro del alcance
de todos los hombres; y una asociación de hombres movida por ellas debería
ejercer un inmenso poder en el Mundo. Si la Masonería no lo ejerce, es porque
ya no posee esas tres fuerzas.
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idea como, por ejemplo, la reverencia por una bandera, o la enérgica fidelidad a
una constitución o un gobierno! ¡Qué errores se cometen en economía política y
en el arte de gobernar como consecuencia de la sobreestimación e
infravaloración de valores concretos, o la desestimación de algunos de ellos!
Todo, se dice, es producto del trabajo humano; pero el oro o el diamante que se
encuentra accidentalmente y sin labor no lo es. ¿Cuál es el valor que el granjero
concede a sus cosechas comparado con el valor del sol y la lluvia, sin los cuales
su trabajo no valdría nada? El comercio llevado a cabo por el trabajo del hombre
se añade al valor de los productos del campo, de la mina o del taller por el
transporte a los distintos mercados. Pero ¡cuánto de este incremento se debe a
los ríos por cuyas aguas estos productos flotan, y a los vientos que mueven las
quillas del comercio sobre los océanos!
¿Quién puede estimar el valor de la moralidad y la virilidad en el Estado,
de la valía moral y el conocimiento intelectual? Estos son los rayos de sol y la
lluvia del Estado. Los vientos, con sus corrientes veleidosas y tornadizas, son
una alegoría válida de los humores cambiantes del populacho, de sus pasiones,
de sus impulsos heroicos y sus entusiasmos. ¡Ay de aquel estadista que no
considere esto en su justa medida!
Incluso la música y las canciones resultan tener a veces un valor
incalculable. Cada nación tiene alguna canción de valor probado, valor que se
cuenta por vidas humanas y no por dólares. ¿Quién sabe cuántos miles de vidas
costó La Marsellesa a la Francia revolucionaria?
La Paz es también un gran elemento de prosperidad y riqueza, un valor
que no puede ser medido. La comunicación social y la agrupación de hombres
en órdenes benéficas tiene un valor que no puede valorarse en moneda. Los
ilustres ejemplos del pasado de una nación, el recuerdo de pensamientos
inmortales de sus grandes y sabios pensadores, estadistas y héroes, son el
legado incalculable de ese Pasado al Presente y al Futuro. Y no solo tienen un
valor de la clase más noble, excelente y sin precio, sino también un verdadero
valor económico, pues es únicamente cuando los hombres cooperan o son
estimulados por esos ejemplos cuando el trabajo humano crea riqueza. Estos
son los principales elementos de la riqueza material, igual que son ejemplos de
hombría nacional, heroísmo, gloria, prosperidad y fama inmortal.
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83
hacia ellos, o quizá sensibles por primera vez. Siendo siervos que se retuercen
de dolor ante el látigo no se inquietan por sus derechos políticos, pero una vez
emancipados de su esclavitud personal se vuelven sensibles a la opresión
política. Liberados del poder arbitrario y gobernados únicamente por la ley,
comienzan a escrutar la misma ley y desean ser gobernados, no por la ley, sino
por lo que ellos consideran la mejor ley. Y cuando el despotismo civil o temporal
ha sido puesto al margen y la ley de la comunidad ha sido moldeada según los
principios de una jurisprudencia ilustrada, pueden despertar y descubrir que
viven bajo un despotismo sacerdotal o eclesiástico, y pueden desear llevar a
cabo una reforma también en este aspecto.
Es muy cierto que el avance de la humanidad es lento, y que con
frecuencia se detiene y retrocede. En los reinos sobre la Tierra no vemos a los
despotismos retirándose y cediendo el terreno a comunidades que se gobiernan
a sí mismas. No vemos a las iglesias y sacerdocios de la Cristiandad
renunciando a su vieja tarea de gobernar a los hombres por medio de terrores
imaginarios. En ninguna parte vemos al populacho emanciparse de tales
gobiernos. Tampoco vemos a los grandes maestros religiosos intentando
descubrir la verdad para sí mismos y para otros; pero continúan gobernando el
mundo, satisfechos e impulsados, sea bajo el dogma que sea, por esta
necesidad de gobernar, así como por la necesidad de ser gobernados por parte
del populacho. La pobreza existe todavía en sus más deleznables formas en las
grandes ciudades, y el cáncer de la miseria tiene sus raíces en el corazón de los
reinos. En las ciudades los hombres no calculan sus instintos y su capacidad de
abastecimiento, sino que viven y se multiplican como bestias en el campo,
dando la apariencia de que la Providencia ha dejado de cuidar por ellos. La
inteligencia nunca aparece entre ellos, o aparece como algún nuevo ingenio de
villanía. La guerra no ha cesado; hay todavía batallas y asedios. Los hogares
son todavía infelices, y las lágrimas, la ira y la maldad hacen infiernos donde
debería haber cielos. ¡Cuánta necesidad hay de Masonería! ¡Cuán grandes los
campos por trabajar! ¡Cuánta necesidad hay de que la Orden empiece a ser fiel
a sí misma, a revivir de su asfixia para abandonar su apostasía y retomar su
verdadero credo!
Sin duda, el trabajo, la muerte y la pasión sexual son condiciones
esenciales y permanentes de la existencia humana, y hacen que sea imposible
la perfección y vivir mil años sobre la Tierra. Siempre - ¡así lo dispone el
Destino!– la gran mayoría de los hombres deben trabajar duro para vivir, y no
pueden encontrar el tiempo para cultivar la inteligencia. El hombre, al saberse
mortal, no sacrificará el gozo presente por uno mayor en el futuro. El amor de
mujer no puede morir; y tiene un destino terrible e incontrolado, incrementado
por los refinamientos de la civilización. La mujer es la verdadera sirena o diosa
de los jóvenes. Pero la sociedad puede ser mejorada, y el gobierno libre es
posible en los estados, y la libertad de pensamiento y conciencia ya no es
completamente utópica. Ya vemos que los emperadores prefieren ser elegidos
por sufragio universal, que los Estados se convierten en Imperios a través del
voto, y que los imperios son administrados con parte del espíritu de una
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república, siendo poco más que democracias con una sola cabeza y
asentándose sobre un solo hombre, un representante, en vez de una asamblea
de representantes. Y si los Sacerdocios todavía gobiernan, al menos
comparecen ante los laicos para demostrar, con argumentos, que ellos deberían
gobernar. Están obligados a reconocer la misma razón que ellos están decididos
a suplantar.
Por consiguiente, los hombres son cada día más libres, pues la libertad del
hombre se asienta en su razón. Él puede reflexionar sobre su propia conducta
futura, y ser consciente de sus consecuencias; puede contemplar una amplia
perspectiva de la vida humana, y adoptar reglas a seguir de forma constante. De
esta forma se libera de la tiranía de los sentidos y las pasiones, y se capacita
para vivir en todo momento según la luz del conocimiento que existe dentro de
él, en lugar de ser conducido, como una hoja seca en las alas del viento, por
cualquier impulso momentáneo. Aquí radica la libertad del hombre concebida
según la necesidad impuesta por la omnipotencia y omnisciencia de Dios. A más
luz, más libertad. Cuando el emperador y la iglesia apelan a la razón llega
naturalmente el sufragio universal.
Es preciso que nadie desfallezca, ni crea que la labor en la causa del
Progreso será un esfuerzo perdido. No se pierde nada en la Naturaleza, ni
Materia, ni Fuerza, ni Actos, ni Pensamientos. Un Pensamiento puede ser el
resultado de una vida tanto como una Acción; y un simple pensamiento a veces
produce mayores resultados que una Revolución. No debería haber separación
entre el Pensamiento y la Acción. El verdadero Pensamiento es aquel que
culmina toda una vida. Pero todo Pensamiento sabio y verdadero produce
Acción. Es generativo, como la luz, y la luz y la profunda sombra de la nube que
pasa son los dones de los profetas de la raza. El Conocimiento laboriosamente
adquirido y que induce a hábitos de profundo Pensamiento – el carácter reflexivo
– es necesariamente raro. La gran mayoría de jornaleros no pueden adquirirlo y
la mayoría de los hombres alcanzan un nivel muy bajo al respecto, pues es
incompatible con las obligaciones y exigencias de la vida. Un mundo de error así
como de trabajo hacen a un hombre reflexivo. En la nación más avanzada de
Europa hay más ignorantes que sabios, más pobres que ricos, más obreros que
trabajan por puro hábito que hombres reflexivos y razonables. La proporción es
al menos de mil a uno, y de esta ignorancia emana la unidad de opinión, que
sólo existe entre la multitud que no piensa; y es el sacerdote político o espiritual,
que piensa por esa multitud, el que discurre cómo guiarlos y gobernarlos.
Cuando los hombres empiezan a pensar, empiezan a discrepar. El gran
problema es encontrar líderes que no pretendan convertirse en tiranos, y esto es
más preciso respecto al corazón que a la cabeza. Ahora cada hombre obtiene su
particular porción del producto del trabajo humano por un desorden constante,
por las artimañas y el engaño. El conocimiento útil y honorablemente adquirido
se usa demasiado a menudo para alcanzar un fin deshonesto y poco razonable,
de forma que los estudios de la juventud son bastante más nobles que las
prácticas de la madurez. El trabajo del granjero en sus campos, generosamente
recompensado por la tierra, y los cielos benéficos y favorables tienden a hacerle
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responsable, previsor y agradecido, mientras que la educación en el mercado
hace al hombre quejumbroso, astuto, envidioso y un insoportable tacaño.
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Palabra Encarnada de los cristianos. Pitágoras, el gran divulgador de la filosofía
de los números, visitó todos los santuarios del mundo. Fue a Judea, donde se
circuncidó para ser admitido en los secretos de la Cábala, que los profetas
Ezequiel y Daniel, no sin alguna reserva, le comunicaron. Entonces, no sin
dificultad, consiguió ser aceptado en la iniciación egipcia por recomendación del
Rey Amasis. El poder de su genio suplió las deficiencias de la imperfecta
comunicación de los Hierofantes, y él mismo se convirtió en Maestro y
Revelador.
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jerarquía. Pero una jerarquía consiste en ir ascendiendo, y se convierte en más y
más monárquica. Y la Razón no puede detenerse a un nivel concreto de
jerarquía sin alarmarse ante el abismo que queda por encima de ese supremo
monarca, y entonces guarda silencio, y cede el protagonismo a la Fe que se
profese. Lo que es cierto, incluso para la ciencia y la razón, es que la idea de
Dios es la más grande, la más santa y la más útil de las aspiraciones del alma; y
que sobre esta convicción descansa la moralidad, con su eterno juicio. Esta
creencia, pues, resulta en la humanidad el fenómeno del ser más real; y si fuese
falsa, la naturaleza estaría afirmando un absurdo; la nada daría forma a la vida,
y Dios sería y no sería al mismo tiempo.
Es a esta realidad filosófica e incontestable denominada La Idea de Dios a
la que los cabalistas otorgan un nombre en el que se contienen todos los otros.
Su clave contiene todos los números, y los jeroglíficos de sus letras expresan las
leyes de todo lo existente en la naturaleza.
El SER es SER; la razón de ser está en ser, y es el comienzo del mundo y
la palabra del discurso formulado lógicamente, la Razón hablada. La Palabra es
en Dios, y es el Mismo Dios manifestado a la inteligencia. Aquí está lo que
queda por encima de todas las filosofías, y esto debemos creer, bajo pena de no
saber nunca nada verdaderamente y recaer en el absurdo escepticismo de Pirro.
El Sacerdocio, custodio de la Fe, se asienta totalmente sobre esta base de
conocimiento, y es en sus enseñanzas donde debemos reconocer el Divino
Principio de la Palabra Eterna.
La Luz no es Espíritu, como los hierofantes indios creían, sino únicamente
el instrumento del Espíritu. No es el cuerpo de los protoplastos, como los
teurgistas de la Escuela de Alejandría creían, sino la primera manifestación del
impulso creativo divino. Dios la crea eternamente y el hombre, a imagen de Dios,
la modifica y parece multiplicarla. La alta magia es denominada Arte Sacerdotal
o Arte Real. En Egipto, Grecia y Roma no podía sino compartir las grandezas y
decadencias de los sacerdotes y la realeza. Toda filosofía hostil al culto nacional
y a sus misterios resultaba necesariamente hostil a los grandes poderes
políticos, que se veían menoscabados en su grandeza y dejaban de ser, a ojos
de las multitudes, imagen del Poder Divino. Toda corona acaba hecha añicos
cuando choca contra la Tiara.
Platón, al escribir a Dionisio el Joven, respecto a la naturaleza del Primer
Principio afirma: “Debo escribirte en enigmas, de forma que si mi carta fuese
interceptada por tierra o mar, aquel que la leyese no pueda comprenderla en
ningún grado”. Y añade, “Todas las cosas rodean a su Rey, a causa de Él, y sólo
Él es la causa de las cosas buenas, causa segunda de las cosas segundas y
causa tercera de las terceras”.
Hay en estas escasas palabras un completo sumario de la Teología de
Sephiroth. El Rey es Ainsoph, Ser Supremo y Absoluto. Desde este centro, que
está en todas partes, se irradian todas las cosas; pero lo concebimos de tres
formas y en tres esferas diferentes. En el mundo Divino (Aziluth), que es el de la
Primera Causa, y donde la completa Eternidad de las Cosas existía como una
Unidad en el comienzo, para posteriormente, durante toda la Eternidad,
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revestirse de forma y de los atributos que los constituyen en materia, el Primer
Principio es Simple y Primigenio, y todavía no es la mismísima Deidad ilimitada,
incomprensible e inefable, sino Él mismo en tanto se manifiesta como
Pensamiento Creativo. Comparar la pequeñez con la infinitud es como comparar
a Arkwright, inventor de la hiladora de bobinas, con Arkwright el hombre en los
demás aspectos y más allá de ello. Todo lo que podemos saber del mismo Dios
es, comparado con su Totalidad, tan sólo una fracción infinitesimal de una
pequeña parte de su Infinitud.
En el mundo de la Creación, que es el de las Segundas Causas (la
palabra cabalística Briah), la Autocracia del Primer Principio se completa, pero la
concebimos únicamente como la Causa de las Segundas Causas. Aquí se
manifiesta por el Binario, y consiste en el Principio Creativo Pasivo. Finalmente,
en el tercer mundo, Yezirah, o de Formación, se revela en la perfecta Forma, la
Forma de las Formas, el Mundo, la Suprema Belleza y Excelencia, la Perfección
Creada. Por lo tanto el Principio es al mismo tiempo lo Primero, lo Segundo y lo
Tercero, pues es Todo en Todo y el Centro de la Causa de todo. No es el genio
de Platón lo que admiramos, sino que reconocemos tan sólo el exacto
conocimiento del Iniciado. El gran apóstol San Juan no tomó prestado de la
filosofía platónica el comienzo de su evangelio. Por el contrario, Platón bebió de
las mismas fuentes que San Juan y Filón, y Juan en sus primeros versos
enuncia los primeros principios de un dogma común a muchas escuelas, pero
expresado a la manera de Filón, a quien evidentemente leyó. La filosofía de
Platón, el mayor de los Reveladores humanos, no podía aspirar a la Palabra
hecha Hombre. Tan sólo el evangelio podía ofrecerlo al mundo.
La Duda, en presencia del Ser y su armonías; el escepticismo ante las
matemáticas eternas y las inmutables leyes de la Vida que hacen a la Divinidad
presente y visible por doquier, igual que el Humano es conocido y visible por las
palabras que pronuncia y por sus actos, ¿acaso no resulta la más insensata de
las supersticiones, y la más inexcusable así como la más peligrosa de todas las
credulidades? El pensamiento, como sabemos, no es el resultado o
consecuencia de la organización de la materia, ni de la química u otra acción o
reacción de sus partículas, como la efervescencia o las explosiones gaseosas.
Por el contrario, el hecho de que el Pensamiento se manifieste y perfeccione en
el acto humano o divino prueba la existencia de una Entidad o Unidad capaz de
pensar. Y el Universo es la Infinita Palabra de uno o un número infinito de
infinitos pensamientos, que no pueden emanar sino de una Fuente Pensante
Infinita. La causa siempre es igual, por lo menos, al efecto; y la materia no puede
pensar, ni podría causarse a sí misma, o existir sin causa, ni nada podría
producir fuerzas o cosas, pues en la nada vacía no pueden existir fuerzas.
Admitid una Fuerza existente por sí misma, y su Inteligencia – o una Causa
Inteligente de ella - y Dios es.
La alegoría hebrea de la Caída del Hombre, que es una variación de una
leyenda universal, simboliza una de las parábolas más grandes y universales de
la ciencia. El Mal Moral es Falsedad en las acciones, y la Falsedad es Crimen en
palabras. La Injusticia es la esencia de la Falsedad, y toda palabra falsa es una
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injusticia. La Injusticia es la muerte del Ser Moral, pues es el veneno de la
Inteligencia. La percepción de la Luz es el amanecer de la Vida Eterna en el Ser.
La Palabra de Dios, que crea la Luz, parece ser pronunciada por cada
Inteligencia que puede tener conocimiento y observar las Formas. “¡Hágase la
Luz!” La Luz, de hecho, existe en su condición y esplendor tan sólo para
aquellos ojos que la miran; y el Alma, devota del espectáculo de belleza del
Universo, y fijando su atención en la escritura luminosa del Libro Infinito que
llamamos “lo Visible”, parece pronunciar, como Dios hizo al amanecer del primer
día, esa primera y creativa palabra: ¡Sea! ¡Luz! No es más allá de la tumba, sino
en la vida misma donde debemos buscar los misterios de la muerte.
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sombras; pero siempre, tras la noche del Error, la vemos reaparecer, una y pura
como el Sol.
Las magnificencias del culto son la vida de la religión, y si Cristo desea
ministros pobres, su Soberana Divinidad no desea altares insignificantes.
Algunos protestantes no ha comprendido que el culto es una enseñanza, y que
no debemos crear en la imaginación de la multitud un Dios perverso o miserable.
Esta oratoria que parece pobremente concebida en un despacho o una taberna
y aquellos meritorios ministros vestidos como notarios o ayudantes de abogado,
¿acaso no provocan que la religión sea contemplada necesariamente como una
mera formalidad puritana y a Dios como una Justicia de la Paz?
Nos burlamos de los augures. Es fácil mofarse, e igualmente es difícil
comprender correctamente. ¿Dejó la Deidad a todo el Mundo sin Luz durante
dos siglos precisos para iluminar únicamente un pequeño rincón de Palestina y a
un pueblo brutal, ignorante y desagradecido? ¿Por qué calumniar siempre a
Dios y al Santuario? ¿Nunca hubo más que pillos entre los sacerdotes? ¿No
podía encontrarse ningún hombre sincero y honesto entre los hierofantes de
Ceres o Diana, de Dioniso o Apolo, de Hermes o Mitra? ¿Estaban estos,
entonces, completamente engañados, como el resto? ¿Quién, pues, se engañó
constantemente, sin traicionarse a sí mismo, durante largos siglos? ¡Pues los
engaños no son inmortales! Arago afirmó que, fuera de las puras matemáticas,
el que pronuncia la palabra imposible está falto de prudencia y buen sentido.
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Sinesio, obispo de Ptolemaida, un gran cabalista pero de dudosa
ortodoxia, escribió: “El pueblo siempre se reirá de las cosas fáciles de
malinterpretar; necesita falseamientos”.
“Un espíritu”, dijo, “que ama la sabiduría y contempla la Verdad de cerca,
está obligado a disfrazarla para inducir a las multitudes a aceptarla... Las
ficciones son necesarias para el pueblo, y la Verdad resulta mortal para aquellos
que no son lo bastante fuertes para contemplarla en todo su esplendor. Si las
leyes sacerdotales permitiesen la reserva de juramentos y esta forma de
expresarse, yo aceptaría la dignidad propuesta a condición de que pudiese ser
un filósofo en casa, y fuera de ella un narrador de apologías y parábolas. De
hecho, ¿qué puede haber en común entre la vil multitud y la sublime sabiduría?
La Verdad debe ser guardada en secreto, y las masas necesitan una enseñanza
proporcionada a su imperfecta razón”.
Los desórdenes morales producen fealdad física, y en cierta manera
justifican esos rostros espantosos que la tradición asigna a los demonios.
Los primeros druidas eran los verdaderos hijos de los Magos, y su
iniciación provino de Egipto y Caldea, o lo que es lo mismo, de las fuentes puras
de la primitiva Cábala. Adoraban a la Trinidad bajo los nombres de Isis o Hesus,
la Suprema Armonía; de Belén o Bel, que en asirio significa Señor, nombre que
se corresponde al de Adonai; y de Camul o Camael, nombre que en la Cábala
personifica la Divina Justicia. Bajo este triángulo de Luz los primeros druidas
suponían un reflejo divino, también compuesto de tres rayos personificados:
primero, Tutatis o Teuth, el mismo que el Thoth de los egipcios, la Palabra o la
Inteligencia expresada. A continuación la Fuerza y Belleza, cuyos nombres
variaban según su iconografía. Finalmente, completaban el sagrado Septenario
con una misteriosa imagen que representaba el progreso del dogma y sus
futuras realizaciones. Consistía en una joven mujer velada, sosteniendo un niño
en sus brazos, y dedicaban esta imagen a “la Virgen que se convertirá en
madre” – Virgini pariturae.
Hertha o Wertha, la joven Isis de la Galia, Reina del Cielo, la Virgen que
iba a gestar a un niño, sostuvo el eje del Destino, relleno de lana mitad blanca y
mitad negra; pues ella reina sobre todas las formas y símbolos, y trenza el tejido
de las ideas. Uno de los más misteriosos pentáculos de la Cábala, contenido en
el Enchiridión del Papa León, representa un triángulo equilátero invertido inscrito
en un doble círculo. En el triángulo están escritas, de tal modo que forman la
profética Tau, las dos palabras hebreas tan frecuentemente añadidas al Nombre
Inefable, אלהםy צבאות, Alohayim, o las Potencias, y Tsabaoth, o los Ejércitos
estrellados y sus espíritus guías; palabras que también simbolizan el equilibrio
de las fuerzas de la Naturaleza y la Armonía de los Números. En los tres lados
del triángulos figuran los tres grandes nombres אדני, יהוהy אגלא, Iahaveh, Adonai
y Agla. Sobre la primera palabra está escrita en latín Formatio, sobre la segunda
Reformatio, y sobre la tercera Transformatio. De esta forma la Creación se
adscribe al Padre, la Redención o Reformación al Hijo, y la Santificación o
Transformación al Espíritu Santo, respondiendo a las leyes matemáticas de
Acción, Reacción y Equilibrio. Iahaveh es también, en efecto, la Génesis o
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Formación de dogma por el significado elemental de las cuatro letras del
Tetragrama Sagrado; Adonai es la realización de este dogma en la Forma
Humana, en el Señor Visible, que es el Hijo de Dios o el perfecto Hombre; y Agla
(formada por las iniciales de las cuatro palabras Ath Gebur Laulaim Adonai)
expresa la síntesis de todo el dogma y la totalidad de la ciencia cabalística, que
indica claramente a través de los jeroglíficos que este admirable nombre está
formado por el Triple Secreto de la Gran Obra.
La Masonería, como todas las religiones, todos los misterios, el
Hermetismo y la Alquimia, oculta sus secretos para todos excepto para los
adeptos y los sabios, o los elegidos, y emplea falsas explicaciones e
interpretaciones equívocas de sus símbolos para llevar a error a aquellos que
sólo merecen ser llevados a error, y para ocultar la Verdad, que es Luz, de
estos, y apartarlos de ella.
La Verdad no es para aquellos que no son merecedores o capaces de
recibirla, o para aquellos que la pervertirían. Igual que el mismo Dios incapacita
a muchos hombres, por la ceguera del color, para distinguir colores, aleja a las
masas de la más alta Verdad, dándoles el poder de alcanzar tan sólo lo que les
es de provecho conocer. Toda época ha tenido una religión adaptada a su
capacidad.
Los enseñantes, incluso en el Cristianismo, son en general los más
ignorantes del verdadero sentido de lo que enseñan. No hay libro del que se
sepa tan poco como de la Biblia. Para la mayoría de los que lo leen resulta tan
incomprensible como el Sohar.
Así la Masonería encripta sus secretos celosamente, y extravía
intencionadamente a los intérpretes engreídos. No hay espectáculo sobre la
Tierra más lamentable y ridículo al mismo tiempo que contemplar actitudes como
las de Preston y Webb, por no hablar de los posteriores accesos de estupidez y
banalidad, intentando explicar los viejos símbolos de la Masonería, añadiendo y
mejorándolos, o inventando algunos nuevos.
Al círculo con un punto en el centro, y trazado de por sí entre dos líneas
paralelas (una figura puramente cabalística), estas personas han añadido la
Biblia situada encima, y detrás la escalera con tres o nueve vueltas, y a
continuación han dado una insípida interpretación del conjunto, tan
profundamente absurda que llega a producir admiración.
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