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¿Ciencia Económica?

HECTOR A. GARCIA

A propósito de la entrevista a Ricardo Hausmann publicada en el número 43


de CIENCIA HOY, un lector escribía a la redacción una extensa carta
preguntándose si la teoría económica neoclásica - que hoy domina la
enseñanza y la investigación y se suele considerar el núcleo central de la
disciplina económica- es, en realidad, ciencia o ideología. Los editores
dieron a la carta forma de nota y la transcriben a continuación, seguida de la
respuesta de un especialista.

Las preguntas que los editores de CIENCIA HOY formularon al entrevistado


apuntaron a analizar el estado de la ciencia económica en el mundo de hoy,
el carácter científico o apologético de la economía y la diversidad de
enfoques o escuelas. El doctor Hausmann sólo abordó algunos aspectos de
la corriente central del pensamiento económico de nuestro tiempo
-habitualmente llamado el mainstream de esa disciplina- y abordó más bien
aquellos de tipo aplicado antes que los básicos. Los fundamentos de su
exposición se encuentran en el individualismo metodológico (que explica los
fenómenos económicos y sociales a partir de comportamientos individuales)
y en su consecuente, la teoría económica neoclásica, con su principio de la
racionalidad. Este se refiere a perseguir objetivos utilizando los medios
disponibles de la mejor manera, lo cual, en economía, significa
generalmente procurar un máximo (o un mínimo) de utilidad, beneficio,
costo, etc., con la información y los recursos disponibles, y con las
restricciones que impone la sociedad. La teoría neoclásica es generalmente
asimilada a la microeconomía, aunque ha invadido la macroeconomía. Se
remonta a Léon-Marie Walras (1834-1910), un francés que enseñó por
veinte años en Lausana y fue el primero en servirse de un modelo
matemático para abordar de manera rigurosa, el problema del equilibrio
general competitivo en una economía. La denominación neoclásica se
atribuye a un adversario de la escuela, el norteamericano Thorstein Veblen
(1857-1929). El neoclasicismo económico domina la enseñanza y la
investigación, y son sus ideas las que esclavizan a los hombres prácticos,
como escribió J.M. Keynes en 1936, en la última página de su Teoría
General. Buena parte de sus sostenedores consideran que es la única teoría
con carácter científico y la denominan, a secas, teoría económica o,
simplemente, economía, actitud excluyente que se refuerza por el uso
abundante de las matemáticas en sus elaboraciones. Las exposiciones más
acabadas de la economía neoclásica son un artículo de Arrow y Debreu
-ambos ganadores del premio Nobel de economía- publicado en la revista
Econometrica ("Existence of an equilibrium for a competitive economy",
22:265-290, 1954), y la obra del segundo Theory of value: an axiomatic
analysis of economic equilibrium (J.Wiley & Sons, New York, 1959). Los
nombrados demuestran que existe, por lo menos, un equilibrio general
competitivo, coincidente con el estado conocido por el nombre de óptimo de
Pareto, el cual se define como aquella situación en la que (dada la
distribución de la riqueza de la sociedad) no es posible mejorar el
bienestar de un individuo sin deteriorar el de, por lo menos, otro. El término
proviene de quien formuló el concepto, Vilfredo Pareto (1848-1923), un
ingeniero industrial italiano que sucedió a Walras en la cátedra de economía
política en Lausana. Como los óptimos de Pareto son deseables y se
corresponden con la situación de equilibrio general en competencia perfecta,
conducen a un corolario normativo con obvias connotaciones políticas, al que
adhiere buena parte de los economistas, a saber, que la sociedad debería crear
las condiciones para llegar a dicha competencia Por su lado, la competencia
perfecta es un caso ideal, lo que explica el adjetivo. La definición intuitiva que
proporcionan muchos manuales de microeconomía incluye conceptos, que, en
rigor, son bastante vagos, como transparencia de los mercados, homogeneidad
de los bienes y atomización de compradores y vendedores. La definición
matemática parte de individuos que toman decisiones guiándose sólo por la
información que les suministran los precios, y que actúan en el marco de ciertas
condiciones, entre las que se destaca la existencia de un precio único para cada
bien La elegante y potente demostración matemática de la relación entre
óptimos de Pareto y el equilibrio general en competencia perfecta, que emplea
el teorema del punto fijo -demostrado en 1910 por el matemático neerlandés
Luitzen Brouwer (1881-1966) y generalizado en 1941 por el economista
matemático S. Kakutani-, así como la presentación axiomática de la teoría, sólo
definen condiciones suficientes. No se ha logrado demostrar que las fuerzas del
mercado -que proceden por tanteos o aproximaciones sucesivas, lo que Walras
llamó tâtonnements- conduzcan al equilibrio, ni que este sea único y estable. En
los años 70, el matemático Hugo Sonnenschein estableció que las funciones de
demanda neta que resultan del modelo Arrow-Debreu pueden tener cualquier
forma, por lo que la llamada ley de la demanda resulta poco verosímil y, en
cambio, parece más probable que opere la inestabilidad de los tâtonnements
walrasianos. Por esos años, el propio Gérard Debreu destacó la imposibilidad
de demostrar que el equilibrio económico general fuese único y estable, a
menos que se recurra a hipótesis extremadamente restrictivas y muy alejadas
de la realidad. En la misma época, Rolf Mantel hizo alguna contribución al tema,
tanto que algunos autores se refieren a este teorema de imposibilidad, como el
de Sonnenschein-Mantel- Debreu.
El argumento de la falta de realismo de las hipótesis de la teoría neoclásica
se remonta a comentarios realizados en 1901 por Henri Poincaré a Walras,
el fundador de la corriente. Hoy se señala la débil consistencia lógica de la
teoría, producto tanto de sus hipótesis muy restrictivas y alejadas de la
realidad, como de su extrema matematización -la mayor de las ciencias,
exceptuada la física-, en detrimento de la componente histórica de los
fenómenos económicos. Ante esto, que lleva a la economía a un callejón sin
salida, los neoclásicos se inclinan por hacer más laxas ciertas hipótesis, al
precio de debilitar el carácter general de sus conclusiones. En tal marco, el
esfuerzo de la disciplina económica parece reducirse a buscar hipótesis para
demostrar que el mercado conduce a un estado óptimo, esfuerzo que
perpetúa el mencionado sesgo normativo. Tal subversión de los términos
parece tan impropia como pseudocientífica, y concluye en pura ideología.

Algunos neoclásicos se orientan a la búsqueda de los fundamentos


microeconómicos de la macroeconomía. Tal es el caso del enfoque de las
expectativas racionales, iniciado por John Muth en 1961. Su expresión
vulgar -tampoco exenta de intenciones ideológicas y de defensa de
intereses pecuniarios- es la mejor política es no tener ninguna,
generalización de cierta crítica de Robert Lucas acerca de la ineficiencia de
políticas macroeconómicas activas. Otros (como Gary Becker, uno de los
recientes premios Nobel) extienden el razonamiento microeconómico a
todos los dominios de la sociedad, entre ellos.. la elección de la carrera
universitaria, el matrimonio, el divorcio, las relaciones sexuales, el
comportamiento de los burócratas estatales, etc., aunque su enfoque no
goza de gran aceptación, salvo entre los ultraliberales. Están los que
cultivan los refinamientos matemáticos aplicables al modelo de Arrow-
Debreu, pese al teorema de
Sonnenschein. Y existen quienes, con nostalgia de la competencia perfecta,
analizan casos de competencia imperfecta que bloquean el camino hacia
situaciones óptimas.

Esta especie de postmodernismo económico elaboró su propio apoyo


epistemológico. En ocasión de la controversia que suscitó un ensayo de
Milton Friedman, en el que expuso su particular tesis acerca de la
irrelevancia de los supuestos, Fritz Machlup sostuvo, de manera
convenientemente pragmática, que aun cuando los supuestos
fundamentales de una teoría fueran falsos, esta no debería considerarse
desacreditada mientras una nueva no la desplace. Entre tanto, los falsos
supuestos pueden ser aceptados como postulados heurísticos.

Pero no todos los economistas neoclásicos se orientan por estos senderos;


algunos, incluso, los critican con vigor y consistencia. Por ello, no parece
que pueda afirmarse que hay un acuerdo acerca de cuáles son [...] las
proposiciones económicas demostradas, como lo sostiene Hausmann (p.
51). Frank Hahn, un neoclásico prestigioso que en 1971 escribió con
Kenneth Arrow la (hasta entonces) mejor exposición sobre la teoría del
equilibrio general, afirmó que cuesta trabajo pensar, por ejemplo, en una
proposición económica que todos los economistas razonables consideren o
definitivamente falsa o verificada por la realidad (Notas autobiográficas y
reflexiones, en Szenberg, M., ed., 1994, Grandes economistas de hoy,
Debate, Madrid. Edición original: 1992, Cambridge University Press).

Al mismo tiempo, no pocos economistas procuraron elaborar enfoques


alternativos a la teoría neoclásica o tratar los problemas prácticos de otro
modo. Entre ellos cabe mencionar a Thorstein Veblen, Gunnar Myrdal,
François Perroux, Jan Tinbergen, Kenneth Boulding, Piero Sraffa, Oskar
Lange, Ernst Mandel, John K. Galbraith y Albert Hirschman, además de
figuras fundamentales como Karl Marx y John Maynard Keynes. Desde
mediados de la década de 1970, se fue configurando una escuela
esencialmente francesa orientada a la teoría de la regulación (ajena a la
economía de la regulación de la escuela de economía política de Chicago,
comentada por E.E. Zablotsky en CIENCIA HOY, 32:57-64, 95), cuyas
principales figuras son Michel Aglietta y Robert Boyer. Estudia las
transformaciones del capitalismo a lo largo del siglo XX mediante el análisis
de sucesivos modos de regulación, con lo que recupera las dimensiones
histórica, institucional y espacial del fenómeno económico. Sin embargo, no
se puede aseverar que hoy exista una teoría económica alternativa a la
dominante.

La economía neoclásica no ha podido resolver su problema central: el de la


coordinación de las decisiones individuales. Es muy improbable que los
tâtonnements del mercado conduzcan a un equilibrio estable, con precios
que igualen las ofertas y las demandas. Además, el principio de la
racionalidad, que en dicha teoría explica la conducta de los individuos,
tampoco se sostiene. Tal como lo define Hausmann, con suficiente
generalidad y adicionándole el concepto de maximización como para
permitir la formalización matemática (p. 51), se presta a calificar cualquier
comportamiento de racional: basta con elegir variables y restricciones
apropiadas para la función optimizar. Por su parte, el óptimo de Pareto es
independiente de la distribución de la riqueza, pues, cualquiera fuese esta,
existirá un óptimo paretiano. Como allí reside la fuente normativa de la
teoría, queda sancionado el carácter deseable de la distribución inicial, a la
que se acomodan los precios en el equilibrio. En síntesis, la teoría
neoclásica no está bien fundada y preserva los intereses económicos
propios de las relaciones sociales predominantes. Entonces, el mainstream
de la ciencia económica, ¿no resulta ideología antes que ciencia?

Lecturas sugeridas

AGLIETTA, M., 1976, Régulation et crises du capitalisme. L' expérience des


États
Unis, Calman-Lévy, Paris. (Hay edición castellana de Siglo XXI, México.)

ARROW, K. & HAHN, F., 1971, General Competitive Analysis, North-Holland,


Amsterdam.

BOYER, R. & SAI LLAR, Y., 1995, Théorie de la régulation: l'état des savoirs,
La Découverte, Paris.

ISRAEL, G., 1996, La mathématisation du réel. Essai sur la modélisation


mathématique, Éditions du Seuil, Paris.

MACHLUP, F., 1978, Methodology of Economics and Other Social Sciences,


Academic Press, New York.

MANTEL, R., 1974, "On the characterisation of aggregate excess demand",


Journal of Economic Theory, 7:348-353.

SONNENSCHEIN, H., 1972, "Market excess demand functions",


Econometrica, 40:549-563, y 1973, "Do Walras identity and continuity
characterise the class of excess demand functions?", Journal of Economic
Theory, 6:345-354.

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