Tsomay El
Tsomay El
Tsomay El
Florbarbero
Dey Turner
Índice
Sinópsis Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
Capítulo 12 Agradecimientos
Capítulo 13 Sobre el autor
Capítulo 14
Capítulo 15
Sinopsis
Ha pasado un año desde que el primer novio de Paige murió en un
accidente. Después de aislarse del mundo por un largo tiempo, Paige
finalmente está lista para tener una segunda oportunidad en la escuela
secundaria... y tiene un plan. Primero: conseguir que su antiguo
enamoramiento, Ryan Chase, salga con ella, ya que es la manera
perfecta para convencer a todos de que ha vuelto a la normalidad.
Segundo: Unirse a un club, uno que sea simple ya que es la escuela
secundaria después de todo. Pero cuando el dulce, primo nerd de Ryan,
Max, se traslada a la ciudad y recluta a Paige para el equipo del Quiz Bowl
(¡Eso entre todas las cosas!) su plan perfecto es totalmente desbaratado.
¿Podrá Paige enfrentar sus miedos y finalmente abrirse a la vida?
1 Traducido por Jules & florbarbero
Corregido por Nikky
De todos los lugares que existen para que te ocurra algo memorable,
Oakhurst, Indiana, tenía que ser uno de los peores. Nuestra ciudad era
demasiado grande para que la gente sepa todo sobre ti, pero lo
suficientemente pequeña como para que ellos se aferren a un momento
decisivo como si fueran dientes sujetando a una presa. ¿Ganaste el
concurso de ortografía en el cuarto grado? Eres la Chica Diccionario para
siempre. ¿Te reíste demasiado en el sexto grado? Seguirás siendo el Chico
Que Se Meo En Sus Pant alones mientras caminas por el escenario para
recibir tu diploma.
Y yo era la Chica Cuyo Novio Se Ahogó.
El día antes de que comenzara nuestro tercer año de secundaria,
Tessa se sentó frente a mí en nuestra cabina en Libros y Frijoles de Alcott,
leyendo, mientras nos escondíamos del calor de agosto. Tomé hasta lo
último de mi café con hielo y me recosté.
—Voy a mirar un poco antes de irnos —le dije.
—Está bien. —No alzó la mirada. Su piel absorbió el sol del verano por
lo que brillaba de adentro hacia afuera, y su piel bronceada disfrazaba la
única característica que compartíamos: nuestras pecas. Las mías eran más
pronunciadas que nunca, dispersas en puntitos contra mi piel aún pálida.
Miré hacia atrás sobre cada hombro mientras escaneaba los
estantes en busca del Campament o de Guionist as de TV. Nadie más que
mi abuela sabía que escribía de a poco un guión para mi programa
favorito, The Mission Dist rict , acerca de un dúo valiente de padre e hija
manejando un restaurante en San Francisco. El guión ocupaba los
espacios pequeños y secretos de mis días, aunque nunca planeé hacer
algo con él. Al menos así era hasta que descubrí un programa de verano
para guionistas en la Universidad de Nueva York. Había un centenar de
razones por las que no debería aplicar, demasiado caro, era muy probable
que no me aceptaran, y era imposible que mi madre estuviera de acuerdo
con eso antes del próximo verano. Aun así, seguí editando el guión, casi
compulsivamente.
Momentos antes de buscar a un empleado que me ayudara a
encontrar el libro, noté a una mujer caminando hacia mí. La reconocí, era
la madre de alguien de mi curso, aunque no podía recordar de quién. Al
instante en que hizo contacto visual conmigo, ya era demasiado tarde
para salir corriendo. Y para empeorar las cosas, podía sentir a alguien junto
a mí, examinando la sección de poesías y obras de teatro, alguien que
sería testigo de cada momento incómodo que se me acercaba.
—Hola, Paige. ¿Cómo estás? —Acomodando el prudente bolso en
su hombro, me dio esa mirada, llena de compasión. Uno pensaría que,
dada la diversidad de la población humana, tendríamos varias expresiones
faciales de simpatía. Pero no. Hay una: las cejas y las esquinas de la boca
hacia abajo, la cabeza inclinada como un pájaro curioso.
Eso es todo lo que se necesitó. El rostro sonriente de Aaron destelló
en mi mente, con una expresión que significaba que tramaba algo. El dolor
de su ausencia palpitaba en el centro de mi pecho, tan real como
cualquier dolor físico que jamás sentí. Con la misma rapidez, la culpa entró
en mi torrente sanguíneo como una toxina. Allí me encontraba yo,
aferrándome a los restos de la felicidad que por fin pude volver a sentir:
café y libros y una tarde con mi mejor amiga. ¿Qué derecho tenía yo,
cuando él se había ido?
—Bien, gracias —le dije. Había visto esa mirada en cientos de rostros
durante el año desde que murió Aaron. La gente no tenía idea de lo que
me causaba, cómo volvía a traerme esos sentimientos dolorosos.
La mujer continuó con esa sonrisa triste pero comprensiva.
—Me enteré que la escuela construyó un jardín para conmemorar a
Aaron. Eso es muy lindo. Leí un artículo en el periódico que...
Siguió hablando, pero su voz se volvió difusa mientras luchaba contra
el recuerdo de la ceremonia de inauguración del jardín, el olor a mantillo y
primavera. Toda la clase de segundo año fue guiada hacia allí el pasado
abril. Tessa, Kayleigh y Morgan se quedaron firmemente a mi alrededor,
como si pudieran protegerme físicamente de todas las miradas. Los padres
y hermano de Aaron se dieron la mano con los miembros del consejo
escolar y se secaron las lágrimas. El director dijo unas palabras. Me había
pedido que también hablara, pero dije que debería hacerlo Clark Driscoll,
el mejor amigo de Aaron.
—... un merecido homenaje, creo —concluyó la mujer, por fin.
—Sí —le dije—, muy merecido.
—Bueno, dile a tu mamá que le mando saludos.
—Lo haré. —Esta mentirilla parecía más amable que preguntarle su
nombre. Forcé una sonrisa mientras se alejaba.
Como siempre, me sentía como una farsante, aceptando
condolencias de los desconocidos. Aaron Rosenthal y yo nos conocimos
después de mi décimo quinto cumpleaños, y salimos durante dos meses. En
comparación con sus padres y amigos, apenas lo conocía. Sabía las cosas
buenas, cómo hacía cosas ridículas solo para hacerme reír. Cómo solía
entrelazar nuestros dedos mientras caminábamos y apretaba mi mano
cuando se emocionaba por algo. Y siempre se emocionaba por algo, no
era de esos que fingían ser un chico malo como los otros en nuestro grado.
Por supuesto, a veces tenía mal humor. No lo conocí el tiempo suficiente ni
lo bastante bien como para verlo.
Lloré su muerte, pero también, egoístamente, por mí misma. El primer
chico que me notó realmente se ahogó en un extraño accidente, y nunca
conocería todo de él. La idea de nosotros seguía flotando en el aire, pero
nunca sería más que unos pocos recuerdos de oro y un par de “¿y si?”.
¿Cómo se encuentra un cierre para eso, sobre todo cuando los extraños te
tratan como una viuda de un marido devoto? En el purgatorio después del
luto, me quedé estancada como la goma de mascar endurecida bajo la
mesa de nuestra cabina.
Y fue entonces cuando miré a mi izquierda.
La persona que se encontraba allí, el chico que había oído todo el
intercambio, era Ryan Chase. Mi último flechazo de ensueño de la escuela
secundaria. No lo había visto en meses, y se había convertido en alguien
ardiente este verano. Piel morena, cabello castaño claro, aclarado aún
más por el sol. De pie tan cerca, me di cuenta de que tal vez seríamos de
la misma altura, si llevara tacones, pero no tenía necesidad de ser alto, no
con esos ojos azules y hombros anchos.
Giré mi cabeza, mortificada. Me dije a mí misma que no oyó lo que
dijo esa mujer, pero se acercó a mí y me dijo en voz baja—: Oye. ¿Estás
bien?
Creí que Ryan Chase ni siquiera sabía quién era yo, pero por
supuesto que sí lo sabía, Paige Hancock, la Chica Cuyo Novio Se Ahogó.
—Sí. —Calor latía en mis mejillas como un latido del corazón. Si me
volteaba por completo hacia él, pensaría que tenía quemaduras de sol del
color del pollo crudo—. Bien. Gracias.
—Es un asco —dijo—. A la simpatía me refiero. Porque es todo para
ellos, para que puedan darse palmaditas en la espalda por ser solidarios.
—¡Sí! —Me volví hacia él, dejando al descubierto por accidente mi
cara fluorescente—. Exacto.
Asintió. Era un tema bastante serio, pero sonrió amablemente como
si estuviéramos hablando de pastelitos.
—Mi hermana tuvo cáncer hace unos años. Ahora está bien, pero
nos hicimos profesionales en hablar con extraños al respecto.
Sabía esto, por supuesto. Era el Chico Cuya Hermana Tenía Cáncer
hasta que empezó a salir con Leanne Woods en primer año. Luego fue
Ryan Chase: el Chico Con El Que Todas Querían Salir. Pero mi
enamoramiento por él comenzó mucho antes de eso, cuando su hermana
se encontraba enferma, de hecho. Comenzó en el pasillo de los cereales,
donde hizo lo más dulce que jamás había visto hacer a un muchacho de
mi edad.
Un comentario me vino a la mente. Ni siquiera estaba segura de si
tenía sentido, pero ya había estado en silencio durante demasiado tiempo.
Así que dije inexpresiva—: Supongo que soy de las ligas menores en
términos de aceptar la compasión. Pero espero ser una profesional para
este año. Oye, tal vez esa señora era una exploradora.
Ryan Chase se rió. Mentalmente le di las gracias a mi papá por todos
sus años de quejarse de que Indiana no tenía un equipo en la Liga Mayor
de Béisbol.
—Entonces —dijo Ryan—, ¿estás recogiendo libros para la escuela?
—Sí —le dije, de repente contenta de no haber encontrado el libro
de guionistas.
—También yo. Tenía un montón de lecturas de verano para literatura
avanzada, y me acabo de dar cuenta que hubo uno que no conseguí.
Supongo que ya estoy empollando.
—¿Tienes literatura en el cuarto periodo?
—¡Sí! ¿Tú también?
Asentí, negándome al impulso de bailar en pequeños círculos.
Compart o una clase con Ryan Chase. Quién se rió de algo que dije. No
import a que t enga una novia de dos años.
—¡Genial! Bueno... debo comprar esto e ir empezando. —Levantó la
obra en sus manos.
—Sí, debo volver con mi amiga. —Este era el código para: Tengo
amigos, t e lo juro—. Así que... supongo que te veré mañana en clase.
—Sí —dijo, mostrando la sonrisa rompecorazones—, hasta mañana.
Tendremos un buen año.
Mi corazón trató de saltar detrás de él.
Y entonces, así como así, se vino abajo.
La culpa, como siempre, empezó baja, retumbando en mis pies y el
estómago. Se elevó como lava, caliente sobre mi pecho hasta que me
sentí sudorosa. ¿Después de que una mujer cualquiera me recordó la
dolorosa partida de Aaron, me di la vuelta y me desmayé por Ryan
Chase?
No, me ordené. Tienes que parar est o.
Lo había hecho desde hace meses, la danza vertiginosa entre la
pena y la normalidad, y la culpa que sentía al mov erme entre las dos.
Hablé mucho de eso durante mi año de terapia, aunque en ese momento
nada de lo que dijera el terapeuta parecía ser de ayuda.
Pero terminé mi última sesión una semana antes y me di cuenta:
ahora estoy por mi cuenta. Tendría que superarlo en el momento, no
esperar hasta mis citas. El terapeuta me animó a hacerle frente a mis
sentimientos. Y la verdad era que, a veces el fingir ser valiente finalmente
me hacía sent ir así.
Así que enderecé mi columna y hombros. Convoqué las pizcas de
coraje en mí, pequeñas dosis desde algún lugar en mi torrente sanguíneo.
No muchas, pero lo suficiente. Lo suficiente como para mantenerme de pie
mientras me dirigía de nuevo a la cabina de la esquina. Tendremos un
buen año. Sí, Ryan Chase, lo tendremos.
¿Pero cómo? ¿Eso es algo que podía planear? Quiero decir, yo
planeaba mis comidas y mis trajes e incluso hacía planes de estudio para
las pruebas, completos con extensas notas de clase. ¿Por qué no planear
un gran año? El año pasado, eso parecía imposible, trazar un plan en las
tierras sombrías de la pérdida. Ahora, sin embargo, a lo mejor podía fingir
cada paso en el camino hasta que las cosas vuelvan a estar bien
realmente. Podía dibujar un camino de regreso a la felicidad, paso a paso.
Me metí en nuestra cabina, determinación corría por mí como
cafeína.
—¿Todo bien? —preguntó Tessa, levantando la mirada.
—Sí —le dije, metiendo la mano en mi bolsa—. Bueno, lo estará. Pasó
toda esa cosa... de extraños hablando conmigo sobre Aaron.
Resopló con rabia. Estuvo junto a mí durante tantas incómodas
interacciones; cerca de montones de manzanas en el mercado de los
agricultores, mientras comprábamos refrescos en la gasolinera, en la
sección de medicamentos para la alergia de la farmacia.
—Está bien —le dije—, porque me he dado cuenta de que solo
necesito un plan.
Puse mi agenda sobre la mesa, tan agresivamente como jamás la
había tratado.
Cuando Tessa me compró la agenda hace unas navidades atrás,
sabía que medio se burlaba de mí por lo que ella llamaba “personalidad
tipo A”. Pero no me importó. Fue amor a primera vista: cuero lavanda con
mis iniciales en relieve en la esquina y páginas de papel blanco liso,
segmentadas en semanas y meses. Desde entonces, desenvolví un
calendario de repuesto para cada nuevo año. Mi tradición festiva favorita
se convirtió en deslizar las páginas frescas en la púrpura y suave
encuadernación.
—¿Un plan para qué? —preguntó Tessa—. ¿Evitar la brigada de la
lástima? Supongo que podríamos usar máscaras. Con plumas.
Casi sonreí, imaginándonos con plumas de pavo real y lentejuelas de
oro.
—No. Un plan para tener un mejor año. Cosas proactivas.
—Oh. —Su revista cayó a la mesa—. Excelente. ¿Cómo qué?
La sección de notas en el fondo de mi agenda ya tenía listas. Pero,
después de mi lista de embalaje de nuestras vacaciones familiares de
verano y líneas de útiles escolares que había comprado y tachado,
encontré una página nueva.
—Bueno, técnicamente, solo he pensado en una cosa hasta ahora
—le dije, y lo escribí prolijamente en la parte superior: 1.
Fiest as/event ossociales—. Voy a la fiesta el próximo fin de semana de
Maggie Brennan.
Tessa frunció un poco los labios.
—¿Estás segura que deseas iniciar con algo así de grande?
Podríamos reintroducirte a la sociedad de la escuela en algún lugar menos
abrumador.
—Estoy segura. —Cada año el presidente de la clase hace una fiesta
de regreso a la escuela e invita a todos en nuestro grado. Me había
perdido el año pasado, por supuesto, ya que era solo dos semanas
después de que murió Aaron. Ese período se puso borroso como una
sombra oscura en mi mente: los días entumecidos encerrada en mi
habitación y el hostil regreso a la escuela. Morgan insistió en pintarme las
uñas cada fin de semana, mientras hacíamos maratones de programas de
televisión. Parecía tan tonto, sin sentido. Hasta que miraba a mis uñas
verde menta o rosa pétalo en la clase: una cosa hermosa y brillante en mi
vida. Mis amigas añadieron los primeros colores al mundo en blanco y
negro.
Tessa empujó mi brazo.
—Tengo uno. Podrías reincorporarte a uno de los grupos que hiciste
en primer año. Coro o Club de francés o algo.
—Perfecto. Sí. —No podía manejar mis actividades extracurriculares
el año pasado, entre las citas de terapia y todo lo demás—. Aunque... eso
es irónico, viniendo de ti.
—Estoy implicada. Voy al yoga y el Carmichael.
Tessa era la única persona en la historia del mundo con una
identificación falsa y sin interés en la bebida. Tenía que tener veintiún años
para entrar en el Carmichael a ver todas las presentaciones de las mejores
bandas indie. Creo que el personal sabía que se hallaba en la secundaria,
pero también sabían lo seria que era con la música. Rara vez me invitaba a
mí o a cualquier otra persona. Esas presentaciones no eran eventos
sociales para Tessa. Era personal: entre ella y la banda en el escenario.
—El ejercicio y los conciertos no son actividades cocurriculares.
—Sí lo son, si se quiere trabajar para un sello discográfico y enseñar
yoga —dijo—. Ya sabes, lo que estás haciendo es una especie de yoga.
Bueno, técnicamente creo que es algo budista, pero lo aprendí de un
yogui: mente de un principiante.
Hice una mueca como si hubo sugerido una limpieza de zumo; lo
cual hizo, por lo que sabía. El yoga no era para mí. Intenté un par de
sesiones cuando lo descubrió, hasta que mi postura de Rey Pigeon se
convirtió en un Pretzel Que Cayó Encima de una Señora Mayor.
—¿Qué significa eso?
—Significa que debes tratar de acercarte a nuevas experiencias sin
juicios preexistentes. Siempre ve como una principiante, aunque no lo seas.
De esta manera, estás abierta a todo lo que sucede.
—Sí —le dije—, exactamente.
Unirse a un grupo en la escuela e ir a una fiesta grande, parecía
bastante razonable. Sin embargo, dos elementos lo convertían en un plan
bastante anémico. Iba a necesitar más.
—Debería irme a casa —le dije, mirando mi teléfono—. Mi padre va a
recogernos a las seis.
Mis padres no se comprometían para nada mientras estuvieron
casados, pero de alguna manera lograron ser flexibles con la custodia;
dispuestos en torno a nuestros horarios variables. Esta semana, los miércoles
y domingos se hallaban destacados con amarillo en mi agenda, lo que
indicaba cena con mi papá.
Tessa recogió sus cosas.
—¿Qué está haciendo?
—Lasaña de espinaca y queso, creo. —Desde el divorcio, mi padre
había desarrollado un gusto por la cocina creativa, con tantos éxitos como
grandes fallos. Esto le encantaba a Tessa, el no saber lo que iba a ser
servido ni cómo. Era menos divertido para mí, ya que esas eran mis
probabilidades para dos de las siete cenas a la semana.
—A Cameron no le gustará eso —dijo Tessa. No había nada que
supiera sobre mi propia hermana que Tessa no lo supiera también. Mi
hermana menor era conocida por sus aversiones; las verduras, los
productos lácteos, y comportarse como un ser humano racional.
—Dímelo a mí. Podrías venir, si quieres.
—Ojalá pudiera, pero mis padres están volviendo a casa —dijo Tessa,
poniéndose sus gafas de sol mientras caminamos hasta su coche. Su
cabello rubio absorbía la luz solar en sus ondas blancas y oro—. Durante
tres días enteros.
Los padres de Tessa, Norah y Roger McMahon, eran dueños de una
cadena internacional de hoteles de lujo llamada Maison. Se mudaron a
Oakhurst cuando Tessa iba a la escuela primaria, pero con frecuencia
viajaban por negocios. Tessa tenía lo que yo consideraba mi vida de
ensueño: supervisión limitada de los padres, vacaciones fabulosas, y una
casa enorme. Su abuela vivía con ella, pero ahora que Tessa tenía la edad
suficiente para conducir, la abueMcMahon pasaba más de un par de fines
de semana largos en Maison Boca Raton con su “amigo”. Incluso cuando
se encontraba en casa, la abuela de Tessa siempre se iba al club de
campo, para reunirse con amigos a jugar a las cartas o asistir a eventos
para recaudar fondos.
Nos metimos en el coche; el de Tessa, como siempre, ya que no
tenía uno propio. Conseguí mi licencia a principios del verano, el día
exacto de mi decimosexto cumpleaños. Por desgracia para mí, el coche
de mi madre se rompió una semana antes de la prueba de conducir.
Ocho mil dólares más tarde, mi esperanza de heredar su coche quedó en
el basurero junto a una bomba de pistón, fuera lo que fuese.
Después de todo eso, seis meses de prácticas de conducción
divididos entre mi mamá en pánico, extendiendo sus manos en una seña
de “detente” y mi papá silbando mientras miraba por la ventana, no hay
coche ni libertad para mí.
—Sé que es el último día de verano para ponernos a hablar con
nostalgia —dijo Tessa, abriendo las ventanas—, pero este lugar es algo
hermoso, de vez en cuando.
Enmarcadas por la ventanilla abierta del coche, las calles arboladas
se convirtieron en un borrón de verdes profundos y ramas grandes. Esos
gigantes robles anunciaban cada cambio de estación, dispersos desde el
cartel de BIENVENIDOS A OAKHURST hasta la parte más antigua de la
ciudad. A lo largo de la calle principal, nuevos restaurantes y tiendas
aparecían cada pocos meses, pero los árboles hacen que la ciudad
parezca encantadora y contenida.
Cuando era más joven, Oakhurst parecía un lugar bastante
agradable para vivir. No recordaba mucho de Seattle, donde nacimos
Cameron y yo, y nada podría haber sido peor que el húmedo Georgia,
donde vivíamos en un pueblito para mi primer grado. Pero cuando murió
Aaron, Oakhurst se cerró a mi alrededor, reduciéndose al tamaño de una
bola de nieve. Me encontraba encerrada dentro de este pequeño mundo,
donde la compasión nevaba a mi alrededor en lugar de nieve.
—Mándale saludos a tu papá —dijo Tessa, mientras se detenía en el
camino de entrada—. ¿Te recojo a las siete de la mañana?
—Genial. —Traté de sonar casual, pero los nervios por el primer día
de la escuela se desataron dentro de mí mientras me dirigía a la puerta.
1
Es una organización dirigida por estudiantes cuyo objetivo es fomentar el liderazgo a
través de ayudar a los demás
donde podría fácilmente ser anónima. No habría ningún escondite en
Quizbowl, lo cual parecía mucho más aterrador.
Pero tal vez eso —el miedo que sentía en desafiarme a mí misma—
era exactamente por qué debería hacerlo.
Empaqué mis cosas lentamente, prolongándolo para que nadie se
diera cuenta de que iba a quedarme después para hablar con la señora
Pepper.
Cuando todo el mundo se apresuró fuera del aula, MaggieBrennan
me señaló. —¿Vienes a mi fiesta de mañana?
Casi dije tal vez, pero me detuve. “Tal vez” habría significado como
que nunca iría. —Sí. Por supuesto.
—Bien. —Ella asintió con decisión, mi respuesta aceptada.
Morgan se quedó, esperándome, pero le dije que la alcanzaría en la
cafetería.
Una vez que todos se fueron, me acerqué a la mesa de la señora
Pepper. Ella abrió la boca para decir algo, pero la interrumpí antes de que
pudiera hablar. —Yo, um, tenía algunas preguntas sobre el Quizbowl. Si eso
está bien.
La Sra. Pepper presionó sus manos, casi aplaudiendo. —¡Oh
grandioso! ¡Claro!
—¿Es totalmente académico? —pregunté—. ¿O más cultura pop?
—Ambos —dijo—. Podríamos realmente utilizar más apoyo en el lado
de la cultura pop, sin embargo.
Eso podría hacerlo, con todos mis años de novelas y trivia de
televisión almacenados en mi mente. —¿Es necesario, como, dar un
prueba o algo así?
Su boca se curvó en una sonrisa divertida. —¿Qué es lo último que
leíste por placer?
—Buscando a Alaska —dije—. Bueno, lo re-leí por placer.
—Ja —dijo—. Estarás bien.
Me retorcí un poco, curvando mis manos. —Así que, ¿existen las
pruebas para entrar?
—En realidad no. Habrá como un tipo de reunión de organización,
pero aparte de eso, el Quizbowl es de muy bajo compromiso. Las
competencias son sólo una vez al mes, y duran alrededor de una hora. Así
que puedes ponerlo en una solicitud de la universidad sin tener que
ponerle mucho tiempo. Además, es divertido.
—Está bien. —Me preguntaba si iba a necesitar un coche para llegar
a diferentes reuniones, pero tal vez podría trabajar en ello—. Tengo que
preguntárselo a mis padres, pero yo... creo que lo haré, si eso está bien.
—¡Por supuesto que está bien! ¡Es genial! —Ella apretó sus manos de
nuevo—. Creo que encajaras muy bien el equipo, Paige. Y si tienes
cualquier otra pregunta, házmelo saber o a Max.
—¿Max?
—Max Watson. ¿Quién se sienta detrás de ti? Él es el capitán del
equipo.
Oh, por supuest o que lo es, pensé. —Correcto. Gracias. Nos vemos el
lunes.
—Nos vemos el lunes —dijo.
Para el momento en que llegué a la cafetería, tenía la sensación de
haber sido hipnotizada. Estaba segura de que había pasado personas en
el pasillo, pero todo se encontraba borroso. ¿Acaba de realmente
ofrecerme para el Quizbowl?
Cuando me acomodé en mi asiento habitual en la cafetería junto a
Kayleigh, Morgan levantó la vista de desembalar su bolsa de almuerzo. —
¿Todo bien?
—Sí —le dije, colocando mis libros en el centro de la mesa—. Solo
tenía una pregunta rápida.
Me puse de pie para ir a la fila del almuerzo, pero no antes de que
Tessa se hundiera en un asiento libre en la mesa. Nuestros horarios originales
estaban separados para que las cuatro compartiéramos un período de
almuerzo, pero Tessa había superado los primeros días de pre-cálculo,
recibiendo una puntuación perfecta en una asignación y la primera
prueba. El profesor insistió en cambiar a Tessa a cálculo de cuarto año a
pesar de sus protestas. La clase avanzada probablemente no sería mucho
más difícil para ella, pero eso significaba que sus períodos de almuerzo y
matemáticas ahora cambiaron.
—¿No se supone que tienes que estar en calculo, como, en dos
minutos? —Preguntó Morgan.
—Sí —dijo Tessa con voz quejumbrosa—. Estoy fingiendo por un
segundo.
Ella miró a cada una de nosotras.
—¡Uf! Esto es una mierda —gritó, golpeando sus manos contra la
mesa—. Están aquí todas juntas, y yo estoy aprendiendo integrales
definidas.
—Definitivamente no sabemos lo que eso significa —dijo Kayleigh, y
Morgan rio.
Tessa le dio Morgan una mirada oscura. —Adelante, burlarte. Yo
como almuerzo sola.
—No sola. —Morgan le palmeó el brazo—. ¡Encontrarás gente con
quien sentarte! Va a ser bueno para ti. ¡Vas a hacer más amigos!
Tessa hizo una mueca. —No necesito más amigos.
Yo sí, pensé, casi riendo amargamente. Yo no era hostil con nadie,
pero había desaparecido de la esfera social. Kayleigh conocía a las chicas
de voleibol y el coro, mientras que Morgan tenía amigos de la iglesia,
Empower, y el consejo estudiantil. Tessa hablaba con una extraña variedad
de personas en los pasillos: un chico que conoció en clase de carpintería
quien lucía como un árbol él mismo —enorme y pesado—, una chica con
una perforación en el tabique, y el chico que trabajaba como la mascota
de la escuela.
—Muy bien —dijo Tessa, mirando el reloj—. No hablen de nada
bueno.
Antes de que pudiera salir, solté mis noticias. —Creo que voy a
unirme al Quizbowl.
Morgan sacudió un poco su cabeza, sorprendida, pero una sonrisa
se extendió por el rostro de Tessa.
—Quiero decir, al menos voy a probarlo —le dije—. Tal vez no va a
ser divertido o tal vez voy apestar en ello, pero... sí.
—Mírate, con tu mente de principiante —dijo Tessa, sosteniendo su
mano en el aire mientras se levantaba para irse—. Hazlo. Tú puedes.
Le choqué los cinco, sintiéndome un poco avergonzada.
—Nuestra pequeña nerd —dijo Kayleigh, fingiendo secarse sus ojos—.
Todo crecida y compitiendo contra otros nerds.
—Cállate —le dije, pero no pude evitar reír. Claro, el Quizbowl no era
una actividad genial a la cual unirse, y sí, la idea de responder las
preguntas difíciles frente a un público me aterrorizaba. Pero no era nada
como el miedo que acompañaba mi pesadilla asfixiante —angustiosa y
sangrienta. No, este temor me hizo sentir efervescente. Esperanzada.
De hecho, este miedo se sentía como despertar descubrir que
todavía estoy aquí.
Éramos sólo mi papá y yo cenando esa noche, ya que Cameron
tenía clase de baile. Hablamos acerca de mi primera semana de clases, y
casi le dije acerca del Quizbowl. Pero quería estar segura de que iba a
suceder antes de compartir las buenas noticias. En cambio, cuando me
preguntó si tenía planes de fin de semana para divertirme, le dije—: Sí, en
realidad. Voy a ir a una gran fiesta de regreso a clases mañana.
—Mírate —dijo, bajando su tenedor—. En el mundo, entre la gente.
—Estoy orgulloso de ti, pequeña.
—Ja —le dije—. Gracias. Cuando le dije a mamá, ella dijo: “No estoy
tan segura acerca de eso”. Ella está tratando de hacer que me reporte
con ella cuando llegue a la fiesta y cuando me vaya. Y tengo que estar en
casa a las diez y media.
—Oh, Paige. —Sonrió mientras negaba—. Dale a tu madre un
descanso. Le sorprendió... nos sorprendió…
—Lo sé —le dije. Y lo sabía. Les sorprendió que Aaron —un chico de
mi edad— podría desaparecer, así como así—. Pero ella me está volviendo
loca.
La sonrisa no se movió. —Eh, así que tu mamá está siendo un poco
molest a, gran cosa. Es lo que mantiene sus rizos en su lugar.
Una sonrisa se curvó en mis labios a pesar de mí misma. Ese mismo
humor lo mantuvo como empleado en la columna de Vida y Arte de
nuestro periódico de la ciudad. Él bromeaba sobre predicamentos
políticos, cultura pop y la vida cotidiana. De alguna manera, sin embargo,
él siempre se las arreglaba para lanzar en un pensamiento conmovedor.
Mientras comía mis últimos bocados de chile con curry de coco, mi
padre se quedó sentado frente a mí. Él era una persona que comía rápido,
dejaba los platos vacíos antes de que yo pusiera mi tenedor en el plato.
Pero se quedó, como esperando una señal de mi parte.
—Escucha, pequeña —dijo finalmente, entrelazando sus dedos en
frente de él. Su voz era extrañamente seria, un tono que no había oído
desde que él y mi madre anunciaron su divorcio.
—¿Qué? —espet é, sucumbiendo a un miedo que se negaba a
desaparecer, que terrible noticias podrían venir en cuestión de unos
minutos—. ¿Qué es?
—Todo está bien. Totalmente bien. Me preguntaba si... —Se calló,
asolado—. Me preguntaba si te molestaría que empezara a salir de nuevo.
—Oh. —Eso no me lo esperaba—. No. Por supuesto que no lo haría.
Sus hombros cayeron en alivio. —Bueno. Excelente. Bien.
—Yo como que imaginé que lo habías hecho antes de ahora —le
dije. Mi papá vivía solo a excepción de vez en cuando, cuando Cameron
y yo nos quedábamos a dormir. Él todavía era guapo para su edad y tenía
una carrera exitosa. Habría tenido sentido si hubiera salido a citas sin que
yo lo supiera.
—Bueno, lo he hecho —admitió—. Muy casualmente.
Esporádicamente. Ya sabes.
No, no lo sabía, y no quería saberlo. Asqueroso. No. Casi me
estremecí.
—¿Era eso todo? —Le pregunté.
—Uh, sí. Supongo que eso es todo.
—Está bien.
—De acuerdo —dijo, pero sus ojos estaban en otro lugar, flotando en
un pensamiento tácito.
Pero no pude evitar la sensación de que algo no iba bien. Cuando
mi papá me dejó después de la cena, me di la vuelta. Traté de distinguir su
rostro en el resplandor de los faros, y me despedí de una manera que
esperaba luciera alegre.
Por primera vez en muchos años, se sentía extraño regresar a casa, a
un lugar donde todos una vez vivimos juntos.
4 Traducido por Janira
Corregido por Kora
Fue un desastre.
El texto llegó la mañana del sábado, casi a la hora en que me
desperté. Se cancela la cena de esta noche. ¿Puedes avisarles a las
chicas?
Llamé a Tessa, sin molestarme siquiera en responder el texto.
—Hola. —Su voz sonaba completamente plana.
—¿Qué pasó?
—Oh, ya sabes. Lo mismo de siempre. Mis padres me dejaron un
mensaje en algún momento durante la noche, avisando que no pueden
irse de China debido a que su reunión con los inversores fue
reprogramada. O algo así. No lo sé. —Suspiró—. Dijeron que aún podíamos
ir al centro con Gram, pero... ya no tengo tantas ganas.
—Lo siento —dije. La frase se sentía débil y tímida, sólo dos palabras
tratando de llenar un profundo vacío.
—Sí —dijo—, yo también.
—Les diré a Morgan y Kayleigh.
—Gracias. ¿Quieres venir más tarde? ¿Sólo ver la televisión o algo
así?
—Claro. ¿Cinco en punto?
—Vale. Nos vemos luego.
Luché por idealizar un plan B, algo perfecto y al estilo de Tessa. Se
merecía esos cinco platillos; especialmente luego de todo lo que pasó
conmigo el año pasado.
Un mes tras la muerte de Aaron, tuve una crisis nerviosa en Alcott.
Sentí acercarse el ataque de pánico, muros invisibles cerrándose a mí
alrededor y me excusé para ir al baño. En su lugar, me escondí en la casa
del árbol en la sección de libros infantiles, llorando con mis rodillas
dobladas. Pasaron sólo unos minutos antes de que Tessa se arrastrara a mi
lado, su brújula interior marcaba cinco direcciones: norte, sur, este, oeste,
Paige. No dijo nada ni tampoco intentó consolarme. De todas las
cualidades de Tessa, esa era tal vez la que más admiraba: sabía cómo
sentarse dentro de mi tristeza conmigo. No habría sobrevivido sin ella.
Así que sí, se merecía esos cinco platillos, además de todos los
postres en el menú.
Y fue entonces cuando llegó a mi mente: un buffet de postres.
Podríamos organizarlo en el patio trasero de Tessa. Morgan hacía unas
magdalenas de muerte, y Kayleigh al menos podría aportar con nieve y
brownies de una caja. Yo podía ir a la tienda y comprar todo los otros
postres favoritos de Tessa. Aún no parecía suficiente, pero era mejor que
nada. Les envié un mensaje frenéticamente a las chicas mientras corría por
las escaleras, haciéndolas saber el plan.
Ya me encargo, respondió Morgan. Prepararé pastel.
Kayleigh también respondió. Brownies: listos. Haré una parada en
Kemper por pintas de nieve.
Perfecto, contesté. Y nos vestiremos elegante.
Duh, dijo Morgan.
Siempre me visto elegante, añadió Kayleigh.
Encontré a mi mamá editando un artículo en la mesa de la cocina.
—¿Me prestas tu auto?
—¿Para ir a dónde?
—A la tienda. Los padres de Tessa están atrapados en China, por lo
que la cena se canceló. Tratamos de hacerle un buffet de postres.
—Oh no. Estás bromeando. —A mi mamá le agradaban Norah y
Roger, pero apenas podía resistirse a su propio instinto maternal con
Tessa—. Por supuesto, toma el auto. Y ten.
Sacó la billetera de su bolso y me entregó dos billetes de veinte. —
Conduce con cuidado. Lo digo en serio.
Cuarenta dólares me permitieron comprar un montón de los postres
favoritos de Tessa: un pie de zarzamora, cuatro pequeños crèmebrûlées de
la pastelería, dos botellas de jugo de uva espumosa, y dos ramos de
girasoles; además, luces de bengala de la papelera de liquidación, las
cuales prefería en lugar de velas. En casa, mamá me ayudó a buscar en
los artículos navideños en el sótano hasta que encontramos las líneas de
luces blancas.
A escondidas, Kayleigh, Morgan y yo rodeamos la casa de Tessa
hacia el patio con vista a la piscina. Sobre la mesa al aire libre, Morgan
colocó el pastel, un funfetti de dos niveles, sobre uno de los platos para
pastel de su mamá. Sacó otros platos de lujo que trajo “para
presentación”, mientras yo colocaba los girasoles en dos jarrones que
mamá me prestó. Kayleigh maniobró las líneas de luces alrededor de la
verja del patio.
Cuando estuvimos listas, toqué la puerta trasera hasta que la Abuela
McMahon me dejó entrar. La llamé a su teléfono celular para decirle el
plan.
—Ustedes son unas joyas, niñas —dijo su abuela—. No está de
ánimos.
Encontré a Tessa en su habitación. Yacía en posición fetal en la
cama, mirando el televisor sin v erlo en realidad.
—Hola. —Me acosté al otro lado de la cama, frente a ella—. Feliz
cumpleaños.
—Sí —dijo secamente—. Súper feliz.
—Tus padres apestan en ser padres en ocasiones —dije—, pero no
dejes que arruinen tu día.
—A veces pienso que ni siquiera les importa el tenerme —dijo con un
pequeño resoplido de burla—. Lo sé, lo sé. Estoy siendo melodramática.
¿Quién de diecisiete años hace pucheros sobre su mamá y papá? Tal vez
haré una gran fiesta esta noche, con barriles de cerveza y todo. Eso es lo
que se supone que tengo que hacer, ¿no? ¿Llamar la atención?
—Claro —dije—, pero primero, necesito que te pongas tu vestido de
fiesta.
—¿Por qué? —Sonaba exhausta y completamente aburrida.
—Tenemos planes. Buenos planes.
Mi mejor amiga me miró con los ojos entrecerrados. —No tienes que
hacer esto.
—Lo sé. Ni siquiera es realmente para ti. Es para mí.
Esto la hizo sonreír un poco. —¿Ah, sí?
—Sí. Planificar me hace sentir feliz. Mira lo feliz que estoy. —Le di una
gran sonrisa espeluznante, los ojos sin pestañear como un payaso asesino
en serie.
—Cielos —dijo, riendo—. Bien. Cualquier cosa para lograr que dejes
de hacer esa cara.
Se puso el vestido largo rosa pálido, y, en la cocina en el piso de
abajo, le entregué una corona de flores.
—Oh, Dios mío —dijo, colocándola en su cabeza. Su expresión se
volvió pensativa, alzando su mano hasta tocar los pétalos sintéticos—.
¿Sabes por qué me encantaban tanto cuando éramos niñas? Me hacían
sentir invencible. Tipo, ¿qué cosa terrible podría sucederte cuando llevas
una corona de flores?
No éramos invencibles. Pero quería pretender, recordar esa libertad
inocente, sólo por esta noche.
Llevé a Tessa por la puerta trasera, donde Morgan y Kayleigh se
encontraban paradas junto a nuestra mesa de postres, en medio de luces
centelleantes, glaseado moteado y luces de bengala que crepitaban en
el sol poniente.
—¡Feliz cumpleaños! —gritamos, y juro que vi humedad en los ojos de
Tessa mientras se inclinaba para soplar sus velas romanas. Permanecimos
ahí con nuestras coronas de flores hasta que el mundo se volvió oscuro,
hasta que estuvimos medio enfermas por el azúcar, pero aun riendo,
riendo, riendo como las chicas casi invencibles que fuimos.
¡Felices 17! Habia escrito en la tarjeta de Tessa. Gracias a Dios que
nacist e. No creo que hubiera durado sin t i.
8 Traducido por Mary Warner& nelshia
Corregido por Sahara
3
Rocky Horror Picture Show: película (musical) de culto, que honra (y al tiempo satiriza)
las películas de ciencia ficción, en particular las producciones en blanco y negro de
la RKO.
Odiaba a mi madre. Por primera vez en mi vida, no me planteé ir a
casa, sólo quería enviarle un mensaje de texto diciéndole que me iba a
quedar hasta tarde, muy mal.
—Te llevaré —dijo Max detrás de nosotros.
—No, llamaré a mi mamá. Realmente, yo...
Él levantó la mano, haciendo girar las llaves alrededor de un dedo.
—Janie. No es la gran cosa.
Empujé mi flequillo de la cara. —Quiero decir, si estás seguro de que
no te importa...
—No lo hace —dijo, y luego añadió en voz más baja—: Por favor,
salgamos de aquí. Rocky Horror me asusta como el infierno.
Sonreí genuinamente, y el gritó—: ¡Oye, Ry!
Ryan miró a nosotros dejando su conversación con Tyler. Max señaló.
—¿Puedes llevar a Tessa casa?
—Claro —dijo Ryan. Tessa asintió a nosotros, saludando. Me despedí
de todos y seguí a Max hacia la salida. Mientras caminábamos hacia el
coche, nuevamente miré por encima del hombro hacia el vestíbulo del
cine. Ellos ya hablaban otra vez, la cabeza de Morgan echada hacia atrás
riendo de algo que Tyler dijo. Ahora se t rataba de una cita doble, y por lo
tanto yo no encajaba en ello.
Dentro del coche, saqué mi teléfono de mi bolso y empujé el botón
de encendido.
—¿Qué pasa con el estado de ánimo, amiga? —preguntó Max,
mientras se encendía el motor.
Suspiré de nuevo cuando salimos del estacionamiento. —Es que mi
mamá es tan mala con mi toque de queda. Cuando llego a casa, mi
papá va a estar allí de todos modos. Y van a quedarse hasta tarde, y sin
embargo, ¿tengo que estar en casa ahora? Es tan injusto.
Miré mi teléfono. Nueve llamadas pérdidas. Mamá. Mamá. Papá.
Cam. Papá. Dejé de desplazar cuando mi corazón comenzó a latir con
pánico. Max sólo me había recogido hace tres horas. Mi teléfono estaba
apagado en el cine. El único texto decía: "Llámame cuando leas esto," de
mi papá. No podía soportar la idea de escuchar los tres mensajes, así que
marqué con manos temblorosas.
—¿Está todo bien? —preguntó Max, observándome.
—Yo... yo no lo sé. —El teléfono de mi padre sonó, una, dos, tres
veces.
—¿Paige?
—¿Papá? ¿Qu... qué es lo que está pasando?
—Paige, cariño —dijo—. Tu abuela tuvo un derrame cerebral.
La palabra resonó contra mi cerebro, derrame, derrame, chocando
contra las neuronas que se suponía habrían ayudado a procesar la
palabra. Mi labio inferior temblaba, y mi visión se oscureció a mí alrededor,
mi noción del tiempo y el espacio se perdieron.
—¿Qué? —Podía escuchar mi propia voz en mis oídos, ahogada e
infantil.
—Lo está haciendo muy bien —continuó—, pero es demasiado
pronto para decir qué daño se ha hecho.
Sentí mi garganta restringirse, comenzaba a faltarme el aire.
—Está bien, chica. Todos estamos aquí en el hospital con ella, y yo
voy a ir por ti ahora.
—Está bien —respiré. Todo mi mundo se volvió borroso, como si yo no
habitara totalmente mi cuerpo.
—Paiger, escúchame —dijo mi padre—. Va a estar bien. Estaré allí
tan pronto como pueda.
La línea se cortó. Esta situación no requería un adiós. De hecho,
"adiós" fue absolutamente la última palabra que quería oír.
—¿Paige? —preguntó Max en voz baja. Podía sentir como miraba
entre mí y el camino por delante de nosotros.
Moví mis labios, lo que me obligó a formar las palabras. Levanté mi
teléfono como si fuera algún tipo de explicación. —Mi abuela tuvo un
derrame cerebral. Está viva, pero... no sé... mi familia está en el hospital.
Mi voz se quebró dos veces cuando lo dije. Hablando las palabras en
voz alta y decirle a otra persona, lo hizo real. Mis ojos se llenaron de
lágrimas, aunque les rogué permanecer secos. Me cubrí la cara a pesar de
que aún sostenía el teléfono en una mano, avergonzada y expuest a.
—Escucha, Paige —dijo Max—. Estoy seguro de que va a estar bien.
Ella ya está en el hospital, y la tecnología médica es tan avanzada cuando
se trata de accident es cerebro-vasculares. Llama a tu padre, averigua en
qué hospital está y diles que te estoy llevando ahora.
Antes de que pudiera tratar de protestar, hizo un cambio de sentido,
de nuevo hacia la carretera. Me limpié la cara mojada, asintiendo. Eso es
lo que necesitaba, estar con mi familia inmediatamente. Para ver a mi
abuela y saber que se encontraba bien.
Rápidamente marqué el número del teléfono celular de mi papá.
—Papá —mi voz ronca—. Mi amigo Max me está llevando ahora,
¿de acuerdo?
Estuvimos en silencio durante el viaje al hospital. Ni siquiera estaba
realmente pensando, simplemente miraba por la ventana a la nada
mientras las lágrimas resbalaban. Eran finales de noviembre, y los árboles
finalmente se encontraban desnudos. No me había dado cuenta cuan
hoscos parecían, hasta ese instante.
En un momento, Max dijo—: Podría ayudar si tomas respiraciones
profundas y las dejas ir lentamente. El oxígeno se expande en tus
bronquiolos, activan el sistema nervioso parasimpático y ralentiza t u ritmo
cardíaco.
Él usó la ciencia para consolarme. Yo quería burlarme por ello, pero
me encontraba demasiado ocupada conteniendo la respiración y
dejando el aire ir lentamente.
Tan pronto como los neumáticos golpearon el estacionamiento,
llamé a mi papá, y me indicó como llegar a la sala de espera.
Desenganché el cinturón de seguridad, casi antes de que el vehículo se
detuviera. Pude ver mis respiraciones rápidas en el aire, pero no podía
sentir el frío. Yo ya me sentía entumecida.
Max se inclinó sobre el asiento. —¿Quieres que me quede?
—No, estoy bien. —Miré hacia él en el coche—. ¿Podrías no decirle a
nadie acerca de esto?
Aunque mi principal preocupación era, por supuesto, mi abuela, yo
todavía no podía sacudir el pensamiento de Max retransmit iendo mi
vergonzoso colapso a Ryan Chase.
—Por supuesto, no lo haré. Promesa —aseguró. Asentí y cerré la
puerta detrás de mí, escapando hacia el hospital. Sin embargo se sentía
tonto, pensar que todo iba a estar bien, si tan sólo pudiera llegar a ella
pronto.
Nunca esperé que mi primera casi cita con Ryan Chase terminara en
la tienda de alimentos. Comenzamos la noche en su local favorito de
pizza, conspirando sobre una tarta de plato hondo y tamaño medio. Ryan
se rio un montón, vaciando varios refrescos mientras proyectábamos los
planes de la fiesta. Decidimos que atraeríamos a Max a la casa de Ryan
bajo el pretexto de recogerlo para una película. Le mandamos mensajes a
todos con los detalles, incluyendo dónde deberían aparcar para que Max
no sospechara nada. Para el momento en que tuvimos la lista, habíamos
pasado dos horas hablando de cosas que a Max le gustaría y riendo sobre
las peculiaridades que eran familiares para ambos.
Después de la cena, vagamos juntos por los pasillos de la tienda
como una vieja pareja de casados, si ellas compraran muchas
decoraciones para fiestas y refrescos. Sonreí cuando pasamos el pasillo de
los cereales, sintiendo que nuestra relación había vuelto al punto de
partida. Sería perfecto, si solo él supiera en verdad sobre dicha relación.
—Serpentinas —dijo, lanzando dos paquetes más en el carrito—.
Listo.
Puse un visto bueno en la lista, la queRyan escribió en una servilleta.
Incluso tenía una caligrafía, inclinada a la izquierda, mucho más clara de
lo que esperaba en un chico. Si Morgan solo supiera.
La idea de Ryan era hacer el cumpleaños de Max como cuando
eran más jóvenes, con decoraciones cursis: serpentinas, pitos y suficientes
globos para inundar la casa. Empujando el carrito, alcancé a Ryan, quien
escudriñaba los estantes en busca de velas de broma. Se acercó más a
uno de los paquetes, estudiando la etiqueta.
—No las venden aquí —dije—. El año pasado mi papá intentó
comprarlas para el cumpleaños de mi hermana.
Seleccionó varias velas, una con el número uno y otra con el siete, y
un paquete de las velas coloreadas de la edición estándar. —Estas
funcionarán. Creo que eso es todo. Decoraciones: listo. Velas: listo.
Ordenar un pastel: listo.
El pastel era una especialidad de diseño, y le tomó a Ryan cinco
minutos completos de su mejor juego de coqueteo para engatusar al
departamento de panadería para conseguirlo. Asentí. —Se ve bien.
En nuestro camino a la caja, pasamos el departamento de flores.
Hice una pausa frente a las líneas de ramos, desde unas simples rosas rojas
hasta unos lirios púrpuras salvajes. Pensé en las sofisticadas peonias rosas en
mi collage de octavo grado.
—¿También quieres llevarle flores a Max? —bromeó Ryan.
—Nop. Solo estoy intentando decidir cuál es mi favorita.
Mis ojos repasaron los lirios blancos y las margaritas Gerbera fucsias,
las favoritas de Morgan y Kayleigh, respectivamente. Pero no las mías. No,
mi mirada se fijó en los tulipanes: hermosos, pero no ostentosos, en blanco,
amarillo y rosa pálido. Lucían como si pertenecieran a la canasta de una
bicicleta en las calles de Paris.
—¿Puedo adivinar? —preguntó Ryan.
Me reí un poco. —De acuerdo…
Se movió por la línea de flores con su mano extendida, como si
estuviera buscando oro con un detector de metales. Pasó las margaritas,
volviéndose para mirarme. Sacudí la cabeza.
—Sí —dijo—. Un poquito demasiado simple.
Sus pies se detuvieron en los tulipanes, y se volvió para evaluar mi
reacción. Cuando señaló las naranjas, arrugué la nariz y él cambió a los
púrpuras pálidos.
—¿Cómo lo sabías? —pregunté mientras nos movíamos hacia el
pasillo de auto-cobro.
—Todo lo demás parecía demasiado recargado o muy brillante. Los
tulipanes son dulces, pero modestos.
Sentí mi cara volverse un tulipán rosa. Esto no era una cita. Lo sabía.
¿Así que por qué se sentía como tal? Allí, en la misma tienda donde por
primera vez Ryan Chase enganchó mi corazón, me prometí: si el momento
se daba, lo besaría esta noche. Marcar el ítem número tres de mi lista se
sentía tan cerca. Tal vez él solo necesitaba un pequeño empujón.
Después de que escaneamos todo, mi corazón pulsaba más rápido
cada vez que él me miraba; y escuché risas detrás de nosotros.
Eché un vistazo atrás para ver a Leanne Woods en unos vaqueros
ceñidos y unos tacones de aguja, envuelta en el brazo de un chico alto
con una chaqueta de cuero. Él parecía mayor, pero no lo suficiente como
para estar comprando la caja de cervezas en sus manos.
Me aparté a tiempo para ver el rostro de Ryan decaer. Era casi una
mueca de dolor, mientras se concentraba en la pantalla de pago. En otro
minuto, escuché los tacones de Leanne golpeteando hacia la salida. Mis
ojos la siguieron, esa coleta larga y oscura balanceándosepor su espalda.
El sonido de sus zapatos me recordó una presentación de ponis, hermosa y
destinada a ser vista.
Cuando se fue, pregunté—: ¿Estás bien?
Ryan asintió, colocando de nuevo la bolsa final en el carrito.
—Orquídeas —dijo en voz baja—, si te lo estabas preguntando. Esas
son las favoritas de ella.
Aparté el flequillo de mi rostro, dándole vueltas a lo que
posiblemente podría decirle. Toda la noche estuvo absolutamente
contento. Ahora parecía uno de los globos desinflados que compramos
por docena.
Permanecimos en silencio todo el camino hacia mi casa, y le deseé
cosas malas a Leanne por herir a este chico dulce y por arruinar nuestra
noche. No realmente cosas malas, por supuesto; solo, como, cabello con
puntas abiertas y unos cuantos granos que incluso un corrector no podría
ocultar.
Cuando estacionó en mi entrada, lo miré. —Max va a amar esta
fiesta.
—Espero que sí. —Puso el auto en punto muerto y se recostó en su
asiento. Asumí que eso significaba que aún no quería que me fuera, así
que esperé a que continuara—. Sabes, me siento medio responsable por
Max, yo lo convencí para que volviera a Oakhurst. A él le gustaba
Coventry, y literalmente le rogué que se transfiriera para tener, como… un
buen amigo aquí. Qué perdedor, ¿verdad?
Soltó una carcajada amargada, pasándose las manos por el
cabello. Verlo sin su fachada de chico genial solo hizo que me gustase
más.
—Cuando Leanne rompió conmigo, fue como… —Perdió el hilo de la
frase—. No fue solo ella la que me dejó botado. Fueron todos, yendo tras
Leanne como si fueran sus súbitos reales. Bueno, todos excepto Connor y
Ty.
Tessa había mencionado esto antes, no en tantas palabras. Parecía
mucho peor viniendo de Ryan, viendo que la traición arrugó las líneas de
su cara. —Eso es bastante frío.
—Sí. —Resopló—. Lo que es, irónicamente, una de las cosas que me
gustaban de Leanne. Hace lo que quiere y dice lo que piensa: muy malo,
muy bueno, no importa. No tiene filtro, y siempre pensé que eso era tan
genial. Sin rodeos, directa.
Él también podría haber estado describiendo a Tessa. Era de
esperarse que siempre pareciera fascinado por ella. Compartía una
característica con Leanne que él había amado, una de la que yo era
notablemente carente.
—No la superaste, ¿verdad? —pregunté, y se encogió de hombros.
—Mis padres son novios desde la secundaria, así que pensé que así
es como podría ser para Leanne y yo. —Soltó una risa autodespreciativa—.
Es tan lamentable, ¿cierto? Probablemente conseguiría que me sacaran a
patadas del equipo de atletismo por decir mierda como esa.
—No es lamentable. —De hecho, sabía demasiado bien cómo se
sentía tener tus expectativas puestas patas arriba. En cualquier momento
algo de lo que estás segura cambia en un instante, incluso cuando es el
divorcio de tus propios padres, se siente como un paseo a la feria:
repentino, fuera de equilibrio e inductor de náuseas.
Ryan se volteó, mirando directo a mis ojos. —Oye, ¿Paige?
Calor se desplegó por mi piel. —¿Sí?
—Gracias por ser tan buena para Max —dijo—. En serio. Significa
mucho para mí.
Por supuesto sería sobre Max, nuestro común denominador. —No
tienes que agradecerme. No es un favor.
—Sé que no lo es —dijo, sacudiendo la cabeza—. Solo me alegra
que haya encontrado gente con la que se lleve bien. Él es asombroso, y no
todos lo ven.
Max era el equivalente humano de un clásico programa de TV de
culto. La mayoría de las personas no lo entendía. ¿Pero las personas que lo
hacían? Lo amaban por todos sus excentricidades.
—Eres un buen chico, Ryan —dije, enroscando toda mi energía
nerviosa y tratando de convertirla en valentía—. Si Leanne no lo ve,
entonces es una idiota.
Sonrió un poco, bajando la mirada a su regazo. —Sí, bueno.
Y con el entusiasmo de una chica más segura de sí misma, me
acerqué y lo besé en la mejilla. —Te veo el lunes.
De acuerdo, así que no era ni de cerca el beso que había planeado.
Pero, mientras avanzaba a mi entrada, sentí un pavoneo en mi caminata.
Poco a poco me dirigía hacia el borde de algo grande, acercándome
con cada paso a ser Paige Hancock de nuevo.
En mi cuarto, busqué la colección de revistas de Martha Stewart de
mi mamá hasta que encontré una imagen de tulipanes, un manojo en un
jarrón azul. Ellas llenaron un espacio en blanco en mi nuevo collage, junto
a una imagen de un organizador abierto y un aviso de esmalte para uñas
que lucía como una hilera de huevos de pascua; todos los colores pasteles
que Morgan usó para pintar como un recordatorio. Todos los colores que
yo amaba desde entonces.
Tessa me mandó un mensaje de texto mientras pegaba un anuncio
para TheMissionDist rict , preguntando si podría quedarse a dormir en mi
casa después del concierto. Le avisé a mi mamá que podría escuchar a
Tessa entrar tarde, y asintió sin levantar la mirada de su libro. Fue mi mamá,
después de todo, quien le compró un cepillo de dientes para mantenerlo
en mi baño.
Me quedé dormida pero desperté cuando escuché cerrarse la
puerta de mi cuarto.
—Hola —dije, dándome la vuelta.
—Hola. —Tessa abrió el cajón del fondo, donde guardaba mis
camisetas y pantalones de chándal.
Cuando se metió en la cama, pregunté—: ¿Cómo estuvo el
concierto?
—Asombroso. Solo… completamente más allá de asombroso. —
Podía oler el Carmichael en ella, no malo, sino atisbos de cerveza
derramada y el perfume de otras chicas.
—¿Entonces todo está bien? —Estaba tan cansada, mi boca apenas
se abría.
—Todo está bien. Es solo que mis padres no han estado en casa en
dos semanas. Regresar a una casa silenciosa después de una noche tan
buena sonaba solitario.
—Cuéntame sobre el concierto —dije—. Será mi cuento para dormir.
Se rio, y me quedé dormida ante sus descripciones de bailes y
banjos, los largos acordes de las cuerdas del chelo y cómo estar allí la
hacía sentir como si el mundo pudiera ser más hermoso de lo que
cualquiera le había estado dando crédito.
17 Traducido por Mae & Dannygonzal
Corregido por Vane hearts
Esperaba que Max nos llevara a un restaurante para comer o tal vez
condujera a Alcott para pasar el resto de la tarde leyendo y bebiendo
café. No esperaba que nos dejara en el estacionamiento de la YMCA.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté, saliendo del auto.
Max giró las llaves alrededor de su dedo. —Ya verás.
—No he estado aquí desde que era pequeña —divagué mientras
entrabamos en el edificio—. Para las clases de natación.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo que hacíamos allí.
—Max —susurré agarrando su brazo antes de que pudiera abrir la
puerta—. ¿Por qué estamos aquí?
—Sólo quiero que veas la piscina —dijo—. Tal vez sumergir las piernas
dentro.
Eso parecía bastante razonable, pero no me gustó. En las gafas de
Max, pude ver mis cejas totalmente fruncidas, tratando de confiar en él.
Debió saber mi decisión, porque abrió la puerta, y lo seguí dentro.
—No soy un miembro —dije en un último esfuerzo.
—Yo si —dijo Max, saludando a la persona en la recepción.
—Oye, Max —dijo el chico.
—Oye, Gus —dijo Max—. ¿Piscina abierta?
—Puedes apostarlo —respondió—. Pero no hay socorrista a esta hora
del día, así que ten cuidado, ¿eh?
En ese momento, golpeé el brazo de Max. Fuerte. No me hizo caso,
dando un guiño a Gus antes de dirigirse hacia la piscina. La recordaba,
vagamente, con los techos altos y paredes pintadas para parecerse a las
olas azules.
La piscina cubierta se encontraba desierta, y el agua lucía tan
quieta que podía ver las líneas perfectas pintadas en la parte inferior,
marcando los carriles de natación. El aire húmedo y el espeso olor a cloro
llenaron mi nariz y pulmones.
—De ninguna manera. —Planté los pies un poco más allá de la
puerta—. Ni siquiera tengo un traje de baño.
—Está bien. —Desde la estación de salvavidas, Max agarró una
toalla de playa grande con YMCA estampada en su esquina.
Se sentó junto a la parte más profunda de la piscina. Se quitó las
zapatillas de deporte, se arremangó los pantalones y deslizó sus piernas en
el agua. Detrás de él, crucé de brazos, intentando echar raíces en el suelo
de cemento.
—¿Ves? —dijo, dando la vuelt a para mirarme—. No tenemos que
perdernos todas las fiestas de la piscina. Además, es el primer día cálido
del año. ¿Qué podría ser mejor que sumergir sus pies en el agua?
—No sumergiré los pies en el agua.
Max palmeó el azulejo junto a él, y me acerqué más. Poner los pies
en el agua no era gran cosa. Era la idea de poner mi cabeza bajo el agua
lo que avivó el fuego en mi pecho, mi fobia quemando muy dentro de mí.
Me quité mis zapatos antes de que pudiera cambiar de opinión.
Empujando mis vaqueros arriba, hundí mis piernas en el agua. Era más
caliente de lo que pensé que sería, y me sentí casi relajante, como lo hacía
antes de que asociara el agua con la muerte.
—¿Estás bien? —preguntó Max.
Asentí. Nuestras piernas casi se tocaban, y se mantuvo en silencio,
como si supiera que necesitaba un minuto.
Finalmente, le dije—: Es extraño. Se supone que debes asociar el
agua con la limpieza. Y supongo que siempre lo hice, antes de lo de
Aaron. Me encantaba nadar.
Arremolinaba mis piernas en círculos frente a mí. —Todavía es muy
raro para mí que fuera el agua lo que causó la muerte de Aaron. De
alguna manera, creo que llegué a un acuerdo con la idea de que la
muerte de alguna manera se ve ligada al agua. Como si me hubiera
traicionado, o algo así. —Oí mis palabras, mientras eran pronunciadas y lo
loco que sonaba—. Supongo que eso es raro.
—No, no lo es —dijo Max—. Me encontraba enojado con el cáncer
después de que mi abuelo murió. Era Cáncer, con una C mayúscula.
Como si fuera una persona a la que podía dar un puñetazo en la cara, si
sólo la pudiera encontrar.
En mi visión periférica, vi a Max voltearse para mirarme. Lo miré,
nuestros hombros sólo a unos centímetros de distancia.
—Deberías saltar —dijo.
—No —dije acaloradamente—. De ninguna manera.
Saqué mis pies del agua, asustada ante la idea. Me apresuré hacia
arriba, tomando unos pasos hacia atrás de la piscina. No esperé que Max
dijera eso, que me emboscara para superar el miedo después de que me
quedé en casa y no fui a la Excursión Honoraria específicamente para
evitarlo. Se puso de pie, también, volviéndose hacia mí.
—Yo sólo... te conozco, Paige. —Al oír mi nombre real, sabía que iba
en serio. Esa palabra, era más persuasiva que cualquier cosa que podría
haber dicho—. Esto es algo que puedes hacer. No tienes que perderte
cosas como lo hiciste hoy.
Tiré mi cabeza hacia atrás. —Eso no es justo. No quería hacer frente
a lo que la gente podría pensar de mí.
—Te entiendo —dijo—. Pero ya estás aquí.
Quería ser la chica que él pensaba que era. Y, aun cuando mis
manos empezaron a sudar, incluso cuando mi ritmo cardíaco galopaba en
mi pecho, quería ser la chica que solía ser.
—¿Y si pasa algo? No hay salvavidas y…
—Soy una niñera, Janie. Tengo un certificado de reanimación.
Nos quedamos allí, a centímetros de distancia, y rebotando en mis
pies. Si lo hacía, podría tildar esto. Acabar de una vez, aquí y ahora, y en
compañía de alguien que me hizo querer ser valiente.
—Está bien —le dije—. Voy a acercarme a la parte baja. Pero… no
sé si puedo saltar.
Max asintió alentadoramente. —Eso es un paso muy grande.
Me acerqué a los trampolines. Max se quedó dónde estaba, como si
me pudiera asustar. La tabla se hallaba más fría de lo que esperaba, y se
sentía gruesa contra las plantas de mis pies. Agarrando las barras de metal
con las dos manos, di dos pasos, y luego uno más. La poderosa memoria
me asaltó, llenándome de miedo. Mi cuerpo conocía la sensación, y casi
podía oler el protector solar y las paletas de helado de mis días de piscina.
Mis manos se apretaron en puños. Me quedé quieta, sin atreverme a
dar el último paso hacia adelante. Eran sólo unos diez o veinte centímetros
hasta la caída al agua, pero piezas de mi pesadilla cruzaron por mi mente.
Instintivamente, apreté los ojos cerrados, partes de una lucha submarina se
proyectaron en la parte posterior de mis párpados
—Estoy aquí —me recordó Max. Abrí los ojos. Se puso de pie a un
lado, a la espera con la toalla blanca en sus manos—. No voy a dejar que
nada malo suceda.
—Lo sé —dije, mi pulso marcando más y más alto—. Pero no creo
que pueda.
—Puedes. Dejar de mirar hacia abajo.
Negué con la cabeza, con los ojos fijos en el agua clara. Me imaginé
estar en lo profundo, atrapada como siempre estaba en mi pesadilla. El
fuerte olor a cloro flotaba en el aire, y mi estómago se volcó dentro de mí.
—Paige, no mires hacia abajo. Mírame a mí.
Incliné mi cabeza hacia arriba, lo suficiente para que mis ojos
encontraran a Max. Sus ojos permanecían fijos en los míos, mientras decía
las palabras, lentamente, así las entendía. —Oye. Ya estás allí.
Mi pecho se oprimió tanto que mis pulmones dolían. La piscina se
desplegaba alrededor de mí en todas direcciones, y el alcance me hizo
sentir mareada, como los reflejos de un caleidoscopio. Mi respiración se
volvió entrecortada, jadeante.
—No puedo —le dije, moviendo el pie izquierdo para dar un paso
atrás. Pero cuando traté de girarme, mi pie resbaló.
Antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, mi cuerpo golpeó
el agua. Mi piel ardía mientras el agua cubría mi cabeza. Traté de
reaccionar, empujar mis brazos, pero mi cuerpo permanecía paralizado
por la conmoción. La cara de Aaron cruzó por mi mente, el pánico que
debió haber sentido. Sentí el dolor que debió haber llenado sus pulmones,
la quemazón en sus ojos abiertos.
Peleé, luchando contra las paredes de agua cerrándose a mi
alrededor. Podía sentir el peso del agua encima de mí, empujándome
hacia abajo. Bajo el agua, grité, entrando en pánico al pensar en perder lo
último de mi suministro de aire.
Un brazo se envolvió alrededor de mi cintura, tirando de mí hacia
arriba, y jadeé cuando mi boca salió a la superficie. Max me empujó hacia
la escalera y me levantó hasta el primer peldaño. Agarrando las asas, me
acerqué, y subí temblorosamente hasta el cemento. Max se encontraba
fuera de la piscina justo detrás de mí. En un momento borroso, me guió
hasta una silla y envolvió la toalla de felpa alrededor de mis hombros.
Agachándose frente a mí, me preguntó—: ¿Estás bien?
—Estoy bien —mentí por reflejo. Pero mi cuerpo seguía lleno de
adrenalina, mi pecho agitado, jadeando en lugar de respirar. Sentía cada
sensación punzando en mi cuerpo, pero también totalmente entumecida
a la vez. Tiré la toalla más cerca, pero mi ropa se hallaba empapada y
pegada a mi cuerpo. Y entonces los acontecimientos de los pasados
minutos cruzaron mi mente, y cambié mi respuesta.
—No. —Trabajé para inhalar lo suficiente como para hablar—. No, no
est oy bien.
Me puse de pie, alejándome de él. Me encontraba todavía
tambaleante, y Max me atrapó por el codo. Tirando de su mano, me volví
hacia él. No llevaba sus gafas, su cabello goteaba y su ropa era por lo
menos cinco tonos más oscuros, su camisa enmarañada contra su pecho.
—Sólo porque te digo las cosas —le grité—, ¡no quiere decir que lo
sabes todo sobre mí!
La sangre corría por mis venas más rápido que el agua corriendo de
los chorros, y no podía pensar con claridad.
—Lo siento, Paige. Lo siento mucho. —Max me miró fijamente,
completamente arrepentido. Mi pulso latía en mis oídos, demasiado fuerte
y caliente.
—¡Podría haber muert o! —Escuché lo fuerte que era el tono de mi
voz, me sentía impotente. Las lágrimas llegaron, calientes en mi cara
mojada, pero no me sentía avergonzada. Sólo enojada. Max dio un paso
hacia mí, sus manos en señal de rendición, y di un paso atrás.
—No puedes tratar de arreglarme como si fuera un proyecto. —Mis
palabras rebotaban en el suelo de baldosas, haciendo eco a través de la
habitación—. Ni siquiera tienes tu propia vida resuelta, así que no es
necesario que trates de solucionar la mía.
—Hey —dijo Max bruscamente, alejándose de mí—. Sólo intentaba
ayudar.
Toqué un punto sensible, lo que generaba toda su ansiedad, lo
sabía. Pero no podía parar. —Esto no es de ayuda. ¿Cómo te sentirías si te
empujara para que veas a tu padre?
—Eso no es lo mismo. —Su voz se bajó.
—Es lo mismo, Max —le grité—. Tú no eres lo suficientemente valiente
como para verlo, y eso es tu problema. No soy lo suficientemente valiente
como para nadar o salir con alguien nuevo o irme de viaje a algún lugar
sola, pero esos son mis problemas.
Las lágrimas que caían de mis ojos nublaron mi visión. Su frente se
arrugó con ira, los ojos entrecerrados hacia mí.
—Bueno —dijo, con amargura—. Es bueno que te des cuenta que no
eres la única persona en el mundo que tiene problemas.
Mi boca se abrió, e hice un sonido gutural como alguien que fue
pateado en el estómago mientras se encontraba en posición fetal en el
suelo.
Mientras estaba sentada allí, con la boca abierta, mi corazón
doliendo, presionó su rostro entre sus manos. —Mierda. No quise decir eso,
Paige.
Demasiado tarde. Muy, muy, muy tarde. —Solo vet e.
Enterré mi cara en la toalla y sollocé. Oí los pasos de Max caminando
hacia el borde de la piscina, y miré hacia arriba cuando el sonido se movió
de nuevo hacia mí.
Dejó caer los zapatos a mi lado. —No te voy a dejar aquí.
—Llamaré a alguien para que venga a recogerme. —Con todos mis
amigos en Whitewater Lodge y mi mamá en una entrevista, mi padre iba a
ser mi única posibilidad. Pero la tomaría. Prefería esperar, temblando y
empapada debajo de esta toalla, que viajar a casa con él, en silencio.
—Paige —dijo Max—. Por favor. Déjame llevarte a casa.
Nos descarrilamos tan rápido y tan irreparablemente. Traté de
escuchar su voz de la manera que había oído antes, reverente y
emocionada por algo tan tonto como aviones. A través de la visión
borrosa, tomé mis zapatos.
Lo seguí al auto. Nos quedamos en silencio durante el viaje a casa,
mientras me sentía furiosa. Mi ropa se encontraba helada, pegada a mi
piel. Me sentía atrapada por ellas, atrapada por la toalla, por el auto, por
Max y mi propio pasado.
Cuando entró en el camino de mi entrada, me sentí aliviada al ver
que mi madre no se hallaba en casa. Podría secarme y limpiarme sin
ninguna explicación. No tenía nada que decirle a Max, y mi mano fue
inmediatamente a la manija de la puerta. Cerré la puerta detrás de mí con
tanta fuerza que resonó por todo el auto.
Me apresuré al interior: nunca dejé el coche de Max con tanta
rapidez. Divulgué docenas de secretos desde el asiento del pasajero,
riendo y escuchándolo. Su auto era puerto seguro, pero ahora, mi
confianza se fracturó completamente, y me estremecí ante la idea de
pasar un segundo más en ese espacio cerrado con él.
Fui directamente a la sala de lavandería. Agarrando una toalla
limpia, me quité la ropa mojada y las arrojé en la secadora. No podía
poner la ropa empapada con la ropa sucia, y necesitaba una ducha
antes de que mi mamá llegara a casa. No quería que ella supiera que
estuve fuera con Max sin permiso o que fuimos a una piscina, donde casi
morí dado que soy un completo caso de terapia.
Antes de pisotear hacia la ducha, me asomé por la ventana del
frente. Quería que Max est uviese ahí quieto, con la cabeza inclinada sobre
el volante, impotente. Pero se había ido.
Me di una ducha, y cuando el agua caliente me golpeó, lágrimas se
formaron de nuevo. Era algo que solía hacer en los meses posteriores a que
Aaron muriera. No quería que mi madre supiera lo mal que me
encontraba, así que sollozaba en la ducha, enmascarando los sonidos con
el agua corriente y el ventilador del baño.
Con mi espalda apoyada contra la pared de ducha, me deslicé
hacia abajo a una posición sentada. Acurruqué mis rodillas a mi pecho y
envolví mis brazos alrededor de mis piernas. Mi piel se liberó del olor a cloro
mientras el vapor llenaba la ducha. Ojalá fuera tan fácil liberarse de todo
lo demás que se acumulaba dentro de mí.
Porque sentía la verdad cayendo sobre mí como el agua: no me
encontraba simplemente enojada con Max. Me hallaba enojada conmigo
misma.
Estaba enojada por ser tan vulnerable después de tanto tiempo.
Enojada por dejar que un accidente trágico me definiera. Enojada porque
estuve en el agua, pero mi ingreso fue desventurado. Fue una caída, no un
salto. Debería haber sido un salto. Me lo debía a mí misma.
En ese momento, sentí como si hubiese lanzado un cartucho de
dinamita con cualquier oportunidad que tenía con Max, quemando,
crepitando y explotando cuando cerré la puerta del auto en su rostro. El
vapor de agua en la ducha flotaba como humo, limpiándome después de
que prendí fuego lo que podría haber sido.
Me encontraba levantándome cuando oí un golpe en la puerta.
—Paige —dijo mi mamá—. Sólo quiero hacerte saber que estoy en
casa.
—¡Está bien! —grité de regreso, luchando por ponerme de pie.
Necesitaba una mentira rápida, ya que mi madre seguramente notaría
que toda mi ropa, hasta mi sujetador, bragas y calcetines, se encontraban
en la secadora.
Se me ocurrió mientras secaba mi pelo. Le diría que me derramé
café. Eso era sencillo y fácil de creer, ya que la mitad de mi ropa tenía
manchas de café de Alcott.
Cuando bajé, mi mamá se hallaba en la isla de la cocina,
organizando el correo electrónico.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó, mirándome.
—Bien —mentí.
Abrí la nevera, dándole la espalda a mi madre. Esto me dio un
propósito para estar en la cocina y esperaba poder mostrar
despreocupación.
—¿Lavando la ropa? —dijo mi mamá.
—Uh-huh —le dije, fingiendo examinar el contenido de la nevera.
—¿Sólo un equipo?
Mierda. Miró en la secadora. Nunca lavaba mi propia ropa, así que
por supuesto ella se habría dado cuenta de inmediato.
—Se me cayó el café. —No me girépor miedo a que viera la mentira
en mi cara.
—Eh —dijo detrás de mí—. Eso es raro. Olía más como a cloro que a
café.
Mi cuerpo se congeló en su lugar mientras mis pensamientos
rebotaban alrededor, buscando en cualquier lugar una mentira. Recorrí los
estantes del refrigerador, como si una historia creíble se materializaría al
lado del yogur.
—Paige —dijo.
Cuando me di la vuelta, imaginé la expresión exacta que tendría en
su cara, su mandíbula tensa, sus ojos sin pestañear. En cambio, me
encontré con una expresión suave de entendimiento. Casi esa mirada.
—¿Por qué no vamos a cenar?
Quería negarme, quedarme en casa y seguir enojada con Max y
conmigo. Pero, teniendo en cuenta que me fui sin su permiso, casi me
ahogué, y luego mentí sobre ello, no tenía moneda de cambio.
—Claro.
—Tengo que terminar de escribir mis notas de la entrevista —dijo—.
Luego nos iremos.
Sobre una copiosa porción de lasaña, me confesé a mi mamá en
una esquina de la cabina en el Arpeggio´s Italiano. Ella estuvo
mayormente en silencio, asintiendo mientras describía el incidente en la
piscina. Me salté nuestro viaje a ver los aviones, porque aquellos momentos
con Max eran todavía míos. Cuando le conté que no podía meterme al
agua, no pareció sorprendida. Y o pensaba que era un gran secreto, pero
por supuesto mi propia madre se habría dado cuenta de que dejé de
tomar baños de inmersión, que no volví a casa mojada de la piscina de
Tessa ni una vez en el pasado verano.
—Cariño —dijo mi mamá cuando terminé—. No estoy justificando el
hecho que me mentiste hoy, pero entiendo por qué fuiste con Max.
—¿Lo haces?
—Por supuesto —dijo, dejando el tenedor contra el plato de
ensalada—. Por supuesto que sí. Y es más, creo que Max tenía un punto al
llevarte allí.
Mis cejas se arrugaron en reacción a esta traición. A mi mamá
comenzó a gustarle Max durante los pasados meses; un “jovencito
agradable”, decía. Pero quería que validara mi ira. —¿A pesar de que
podría haber muerto?
—Lo admitiré, no me encanta el hecho que no hubiera un socorrista
allí, pero pienso que es un paso importante. No quiero que te quedes atrás
por tus miedos.
—No me está frenando —me quejé, mirando el mantel a cuadros
rojos y blancos.
—El duelo es lento —dijo mi madre, agachando la cabeza para
conseguir una mejor vista de mi cara—. Es como estrujar una toallita para
la cara. Incluso después de que crees que está seca, un par de gotas más
se formarán.
Me pregunt aba si ella pensaba sobre su papá o el divorcio, si hizo
duelo por eso.
—Está bien todavía estar disgustada a veces, pero me gustaría verte
avanzar hacia adelante. —Hizo una pausa por un momento mientras la
camarera regresaba la factura y tarjeta de crédito—. Incluso si eso significa
que tengo que tomarme con calma sobre dónde vas y cuando.
—¿En serio? —Lo último que esperaba de esta cena era que mi
mamá admitiera que fue demasiado estricta conmigo.
—No quiero que tengas miedo. —Firmó la factura con una floritura
en letras cursivas y levantó la mirada a mí—. Así que supongo que significa
renunciar a alguno de mis miedos, también.
Antes de que pudiera siquiera sonreír, se aclaró la garganta. —Tu
abuela me dijo que aplicaste para un programa de guionista de TV.
Mis ojos se ampliaron, culpables. —Yo, ah. ¿Qué?
—No te enojes con ella. Puso la copia impresa del sitio web en su
libreta y no se acordó que era un secreto. —Mi mamá me miró directo a los
ojos—. Lo que no puedo descubrir es por qué no me contaste.
—No entraré —dije—. Solo parecía… no sé. Tonto de mencionar.
Esperé por su reprimenda, pero me estudió con interés, no
frustración. —Sé que siempre has visto una amplia variedad de programas
televisivos, pero no tenía idea que querrías intentar escribir. Tu papá estaba
encantado. Siempre esperó que algún día estuv ieras interesada en “los
negocios familiares”, aunque periodismo es bastante diferente, por
supuesto.
—¿Le contaste a papá?
—Sí, hablé con él al respecto. Ambos pensamos que explorar un
interés antes de que tengas que tomar decisiones universitarias es una
elección sabia. Por lo que si eres aceptada, queremos que vayas.
Aparentemente su filosofía de “tomarlo con calma” era efectiva de
inmediato. —Estás… ¿hablas en serio?
—Sí. Pensamos que es un paso positivo para ti.
—Es muy costoso, mamá.
—Soy consciente del costo. Conseguirás un trabajo para devolvernos
parte de ello.
—Sin embargo, es en Manhattan.
—Lo sé. Esa es mi parte menos favorita, pero tu papá me convenció.
Estarás en los cuartos comunitarios, y te ayudaremos a mudarte y
establecerte. Una buena práctica para la universidad, dice él.
Me senté boquiabierta por lo que se sintió como un minuto entero. —
Yo… no puedo creerlo. Gracias. Ni siquiera sé que decir.
—De nada —dijo sencillamente—. Espero que sientas que puedes
confiar en mí con cosas como estas en el futuro.
En el camino a casa, me sentí agradecida por mi mamá en una
forma que nunca lo hice antes. Hizo un esfuerzo honesto por escucharme y
entender de dónde venía. Había algo más que necesitaba decirle, algo
que cargaba desde la noche del cumpleaños de Max. Antes de entonces,
no sabía cómo se sentía, la emoción de hacer clic con alguien. Mi mamá
debió de sentirse de esa forma con mi papá todos esos meses, y no tenía
idea de cuán verdaderamente involuntario era, exactamente como mi
papá dijo.
—¿Mamá? —dije, echándole un vistazo.
—Ojos en la carretera —espetó. Ahí estaba la mamá que conocía.
—Mira. —Suspiré audiblemente, sin tener intención—. Lo siento sobre,
ya sabes, disgustándome sobre papá y tú, y todo.
—Oh —dijo, mirándome—. No necesitas disculparte por eso.
—Lo sé. —Agarré el volante—. Pero todavía me siento mal. Tú y papá
eran lo último que esperaba, y no lo manejé muy bien.
Se mantuvo en silencio, permitiendo mi confesión.
—Eso no significa que estoy totalmente cómoda con ello —dije,
mirándola buscando una reacción—. Solo significa que lo siento si te hice
sentir mal.
Asintió, solemne. —Disculpa aceptada.
Asentí en respuesta mientras frenaba en un semáforo.
—Entiendo por qué te sientes de esa forma. —Empujó un conjunto de
rizos detrás de su oreja—. Por supuesto que entiendo.
Cerró los ojos por un momento, pensando, seguramente, en el
pasado que compartió con mi padre. El pasado que compartieron con
Cameron y conmigo. —Sé que es complicado, pero tu papá me hace feliz.
—Sí. —Sonreí—. Lo sé.
Una vez en casa, volví a encender mi teléfono, con las manos
temblando. Ni un solo mensaje de Max. Hice clic en mis fotos, esperando
sentirme más furiosa ante la vista de él. En su lugar, encontré una fotografía
que tomé en Alcott; Max riendo a carcajadas desde el otro lado de la
mesa después que el vapor de su taza de café empañara sus gafas. El
recuerdo de la total felicidad quesentí con él se astilló y rompió dentro de
mí. Y no sentí ni un poco de ira. Sentí tristeza.
¿Y por qué esperaría que él se disculpara? Y o lancé su relación
inexistente con su papá —un secreto que me confió— en su cara en la
primera oportunidad que tuve. Él arrojó mi dolor como respuesta
inmediata.
Abrí mi organizador en la lista. Se volvió humillantemente claro que
“5. Nadar” era un objetivo poco realista. E insensato pensar que salir con
alguien ayudaría alguna vez. No podía sobrevivir a perder a alguien de
nuevo; no ante la muerte, no ante la torpeza, el rechazo o la crueldad
intercambiada en un momento de debilidad. No ante nada.
Una lágrima cayó en la página mientras la miraba, dándome por
vencida.
Tomó tanto tiempo volver a pegar los fragmentos de mi corazón, y
no podía permitirme entregar alguna pieza más.
21 Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Mire
4 Juego de palabras. En ingles, los tres tiempos llevan la palabra “tense/tenso” agregado.
—Max —dije, y un pensamiento se me ocurrió—. Oh, bueno, quiero
preguntarte algo. Enaquella ocasión, dijiste algo sobre Max y las galletas
de las chicas exploradoras. ¿Qué fue eso?
Se encogió de hombros. —Vino un día a dejarlas.
Ahora tenía toda mi atención. —¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde me
encontraba yo?
—Durante las vacaciones de primavera. Creo que saliste por la cena
con mamá.
¿Justo después de nuestra pelea en la piscina? Imposible. ¿Verdad?
Debí saberlo. —¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste?
—¡Porque me dijo que sería una sorpresa! —Cameron se cruzó de
brazos.
Cerré los ojos, intentando respirar de manera uniforme. Mi pulso latía
en mi cuello. Asesinar a mi hermana no era la mejor manera de manejar
esto. —De acuerdo. ¿Me podrías decir exactamente lo que sucedió? ¿Por
favor? Es importante.
—Abrí la puerta, y él tenía una caja de galletas de las chicas
exploradoras. Me preguntó si podía dejarlas en tu habitación para ti, pero
le dije que no tenía permitido entrar en tu dormitorio.—Me miró fijamente,
asegurándose de que notaba que se apegaba a mi regla, y asentí—. Le
dije que podía dejarlas allí para ti, ya que yo no podía hacerlo.
Me senté. —¿Le dejaste entrar en mi habitación?
Me dio su expresión de estás-loca. —¿Qué se suponía que hiciera?
¡Era la única en casa! ¡Siempre me gritas que no entre aquí!
Mi boca cayó abierta, mi garganta demasiado seca para tragar. Mi
agenda. La tenía abiert a en mi escritorio. Est aba segura de ello. No, no, no.
Cameron suspiró. —No fue la gran cosa. Entró, como, por un
segundo. ¡Y yo estuve just o al lado de la puerta y lo esperé! Pero dijo que
cambió de opinión y que te entregaría las galletas después.
¿Por qué siquiera t e convert ist e en mi amiga?Me había pregunt ado.
Yo me hallaba demasiado anonadada —demasiado avergonzada— para
llorar. Cambió de opinión porque vio esa lista. Vio que Ryan Chase era
parte de mi estúpido plan. Mi estómago se contrajo de horror.
Lo sabía. Todo este tiempo que estuvo evitándome, esas miradas
llenas de dolor… no eran por nuestra pelea. Era porque pensaba que lo
utilicé para llegar a Ryan. Y lo hice, ¿no? Al menos al principio.
—¿Hice algo mal? —preguntó Cameron, su voz un susurro ahora.
—No. —Mi voz temblaba, incluso a pesar de ser sólo una sílaba.
Quería parpadear, como en Mi Querido Genio, y mágicamente cambiar
todo. Pero no se podía regresar el tiempo. El calor se extendió por mí como
una fiebre—. No, no lo hiciste. Fui yo.
Presioné una almohada contra mi rostro. ¿Podría disculparme? Las
palabras parecían demasiado mortificantes para pensar, y mucho menos
para decirlas en voz alta. No era de extrañar que me dijera que
necesitaba algo de tiempo. Si yo descubriera que me usó para acercarse
a Tessa, ni siquiera sería capaz de mirarlo.
Sin embargo, vino al velorio de Grammy. Dijo que quería comenzar
de nuevo. Incluso después de eso.
—¿Oye, Paige?
—¿Qué? —pregunté miserablemente. La almohada amortiguó la
palabra.
—¿Te gusta Max?
Aparté mi rostro de mi almohada, así Cameron podría ver la
torturada expresión en mi rostro. —¿Por qué preguntas eso?
—No hay razón. —Se dispuso a marcharse, dándome una media
sonrisa—. Sólo creo que debería gustarte, es todo.
Querido Max,
Hice un plan al comienzo de est e año, y pensé que t odo est aría bien
si me apegaba a él. Había algunas buenas ideas, t an buenas que me
llevaron a QuizBowl y a la escuela de escrit ura. Pero ot ras partes de mi plan
fueron ideas equivocadas, cosas para las cuales no est aba list a y no eran
adecuadas para mí.
Ahora me doy cuent a de que nunca planeé algunas de las mejores
cosas que me han ocurrido est e año.Una de ellas eres t ú. Siempre t e est aré
agradecida por las gallet as y t odo lo demás.
Tú amiga,
Janie.
26 Traducido por Sofía Belikov
Corregido por florbarbero