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Staff
Florbarbero

Jules Kyda Nelshia Sandry Dannygonzal


Florbarbero Laura Delilah Jadasa Fany Keaton CrisCras
Ivy Walker Mel Wentworth Daniela Agrafojo Lauu LR Mire
Pachi Reed15 Miry GPE Valentine Rose NnancyC Alessandra Wilde
Janira Mary Warner Nora Maddox Mae Jeyly Carstairs
Ann Ferris Mery St. Clair Sofía Belikov Paltonika Beluu
Annie D

Nikky Miry GPE Ross Ferrer Janira Annie D


Sandry Valentine Rose Vannia Agus Herondale NnancyC
florbarbero Sahara Daniela Agrafojo itxi SammyD
Kora Laurita PI Dannygonzal Mire Mary Warner
Mae Ann Ferris Vane hearts Beatrix

Florbarbero

Dey Turner
Índice
Sinópsis Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
Capítulo 12 Agradecimientos
Capítulo 13 Sobre el autor
Capítulo 14
Capítulo 15
Sinopsis
Ha pasado un año desde que el primer novio de Paige murió en un
accidente. Después de aislarse del mundo por un largo tiempo, Paige
finalmente está lista para tener una segunda oportunidad en la escuela
secundaria... y tiene un plan. Primero: conseguir que su antiguo
enamoramiento, Ryan Chase, salga con ella, ya que es la manera
perfecta para convencer a todos de que ha vuelto a la normalidad.
Segundo: Unirse a un club, uno que sea simple ya que es la escuela
secundaria después de todo. Pero cuando el dulce, primo nerd de Ryan,
Max, se traslada a la ciudad y recluta a Paige para el equipo del Quiz Bowl
(¡Eso entre todas las cosas!) su plan perfecto es totalmente desbaratado.
¿Podrá Paige enfrentar sus miedos y finalmente abrirse a la vida?
1 Traducido por Jules & florbarbero
Corregido por Nikky

De todos los lugares que existen para que te ocurra algo memorable,
Oakhurst, Indiana, tenía que ser uno de los peores. Nuestra ciudad era
demasiado grande para que la gente sepa todo sobre ti, pero lo
suficientemente pequeña como para que ellos se aferren a un momento
decisivo como si fueran dientes sujetando a una presa. ¿Ganaste el
concurso de ortografía en el cuarto grado? Eres la Chica Diccionario para
siempre. ¿Te reíste demasiado en el sexto grado? Seguirás siendo el Chico
Que Se Meo En Sus Pant alones mientras caminas por el escenario para
recibir tu diploma.
Y yo era la Chica Cuyo Novio Se Ahogó.
El día antes de que comenzara nuestro tercer año de secundaria,
Tessa se sentó frente a mí en nuestra cabina en Libros y Frijoles de Alcott,
leyendo, mientras nos escondíamos del calor de agosto. Tomé hasta lo
último de mi café con hielo y me recosté.
—Voy a mirar un poco antes de irnos —le dije.
—Está bien. —No alzó la mirada. Su piel absorbió el sol del verano por
lo que brillaba de adentro hacia afuera, y su piel bronceada disfrazaba la
única característica que compartíamos: nuestras pecas. Las mías eran más
pronunciadas que nunca, dispersas en puntitos contra mi piel aún pálida.
Miré hacia atrás sobre cada hombro mientras escaneaba los
estantes en busca del Campament o de Guionist as de TV. Nadie más que
mi abuela sabía que escribía de a poco un guión para mi programa
favorito, The Mission Dist rict , acerca de un dúo valiente de padre e hija
manejando un restaurante en San Francisco. El guión ocupaba los
espacios pequeños y secretos de mis días, aunque nunca planeé hacer
algo con él. Al menos así era hasta que descubrí un programa de verano
para guionistas en la Universidad de Nueva York. Había un centenar de
razones por las que no debería aplicar, demasiado caro, era muy probable
que no me aceptaran, y era imposible que mi madre estuviera de acuerdo
con eso antes del próximo verano. Aun así, seguí editando el guión, casi
compulsivamente.
Momentos antes de buscar a un empleado que me ayudara a
encontrar el libro, noté a una mujer caminando hacia mí. La reconocí, era
la madre de alguien de mi curso, aunque no podía recordar de quién. Al
instante en que hizo contacto visual conmigo, ya era demasiado tarde
para salir corriendo. Y para empeorar las cosas, podía sentir a alguien junto
a mí, examinando la sección de poesías y obras de teatro, alguien que
sería testigo de cada momento incómodo que se me acercaba.
—Hola, Paige. ¿Cómo estás? —Acomodando el prudente bolso en
su hombro, me dio esa mirada, llena de compasión. Uno pensaría que,
dada la diversidad de la población humana, tendríamos varias expresiones
faciales de simpatía. Pero no. Hay una: las cejas y las esquinas de la boca
hacia abajo, la cabeza inclinada como un pájaro curioso.
Eso es todo lo que se necesitó. El rostro sonriente de Aaron destelló
en mi mente, con una expresión que significaba que tramaba algo. El dolor
de su ausencia palpitaba en el centro de mi pecho, tan real como
cualquier dolor físico que jamás sentí. Con la misma rapidez, la culpa entró
en mi torrente sanguíneo como una toxina. Allí me encontraba yo,
aferrándome a los restos de la felicidad que por fin pude volver a sentir:
café y libros y una tarde con mi mejor amiga. ¿Qué derecho tenía yo,
cuando él se había ido?
—Bien, gracias —le dije. Había visto esa mirada en cientos de rostros
durante el año desde que murió Aaron. La gente no tenía idea de lo que
me causaba, cómo volvía a traerme esos sentimientos dolorosos.
La mujer continuó con esa sonrisa triste pero comprensiva.
—Me enteré que la escuela construyó un jardín para conmemorar a
Aaron. Eso es muy lindo. Leí un artículo en el periódico que...
Siguió hablando, pero su voz se volvió difusa mientras luchaba contra
el recuerdo de la ceremonia de inauguración del jardín, el olor a mantillo y
primavera. Toda la clase de segundo año fue guiada hacia allí el pasado
abril. Tessa, Kayleigh y Morgan se quedaron firmemente a mi alrededor,
como si pudieran protegerme físicamente de todas las miradas. Los padres
y hermano de Aaron se dieron la mano con los miembros del consejo
escolar y se secaron las lágrimas. El director dijo unas palabras. Me había
pedido que también hablara, pero dije que debería hacerlo Clark Driscoll,
el mejor amigo de Aaron.
—... un merecido homenaje, creo —concluyó la mujer, por fin.
—Sí —le dije—, muy merecido.
—Bueno, dile a tu mamá que le mando saludos.
—Lo haré. —Esta mentirilla parecía más amable que preguntarle su
nombre. Forcé una sonrisa mientras se alejaba.
Como siempre, me sentía como una farsante, aceptando
condolencias de los desconocidos. Aaron Rosenthal y yo nos conocimos
después de mi décimo quinto cumpleaños, y salimos durante dos meses. En
comparación con sus padres y amigos, apenas lo conocía. Sabía las cosas
buenas, cómo hacía cosas ridículas solo para hacerme reír. Cómo solía
entrelazar nuestros dedos mientras caminábamos y apretaba mi mano
cuando se emocionaba por algo. Y siempre se emocionaba por algo, no
era de esos que fingían ser un chico malo como los otros en nuestro grado.
Por supuesto, a veces tenía mal humor. No lo conocí el tiempo suficiente ni
lo bastante bien como para verlo.
Lloré su muerte, pero también, egoístamente, por mí misma. El primer
chico que me notó realmente se ahogó en un extraño accidente, y nunca
conocería todo de él. La idea de nosotros seguía flotando en el aire, pero
nunca sería más que unos pocos recuerdos de oro y un par de “¿y si?”.
¿Cómo se encuentra un cierre para eso, sobre todo cuando los extraños te
tratan como una viuda de un marido devoto? En el purgatorio después del
luto, me quedé estancada como la goma de mascar endurecida bajo la
mesa de nuestra cabina.
Y fue entonces cuando miré a mi izquierda.
La persona que se encontraba allí, el chico que había oído todo el
intercambio, era Ryan Chase. Mi último flechazo de ensueño de la escuela
secundaria. No lo había visto en meses, y se había convertido en alguien
ardiente este verano. Piel morena, cabello castaño claro, aclarado aún
más por el sol. De pie tan cerca, me di cuenta de que tal vez seríamos de
la misma altura, si llevara tacones, pero no tenía necesidad de ser alto, no
con esos ojos azules y hombros anchos.
Giré mi cabeza, mortificada. Me dije a mí misma que no oyó lo que
dijo esa mujer, pero se acercó a mí y me dijo en voz baja—: Oye. ¿Estás
bien?
Creí que Ryan Chase ni siquiera sabía quién era yo, pero por
supuesto que sí lo sabía, Paige Hancock, la Chica Cuyo Novio Se Ahogó.
—Sí. —Calor latía en mis mejillas como un latido del corazón. Si me
volteaba por completo hacia él, pensaría que tenía quemaduras de sol del
color del pollo crudo—. Bien. Gracias.
—Es un asco —dijo—. A la simpatía me refiero. Porque es todo para
ellos, para que puedan darse palmaditas en la espalda por ser solidarios.
—¡Sí! —Me volví hacia él, dejando al descubierto por accidente mi
cara fluorescente—. Exacto.
Asintió. Era un tema bastante serio, pero sonrió amablemente como
si estuviéramos hablando de pastelitos.
—Mi hermana tuvo cáncer hace unos años. Ahora está bien, pero
nos hicimos profesionales en hablar con extraños al respecto.
Sabía esto, por supuesto. Era el Chico Cuya Hermana Tenía Cáncer
hasta que empezó a salir con Leanne Woods en primer año. Luego fue
Ryan Chase: el Chico Con El Que Todas Querían Salir. Pero mi
enamoramiento por él comenzó mucho antes de eso, cuando su hermana
se encontraba enferma, de hecho. Comenzó en el pasillo de los cereales,
donde hizo lo más dulce que jamás había visto hacer a un muchacho de
mi edad.
Un comentario me vino a la mente. Ni siquiera estaba segura de si
tenía sentido, pero ya había estado en silencio durante demasiado tiempo.
Así que dije inexpresiva—: Supongo que soy de las ligas menores en
términos de aceptar la compasión. Pero espero ser una profesional para
este año. Oye, tal vez esa señora era una exploradora.
Ryan Chase se rió. Mentalmente le di las gracias a mi papá por todos
sus años de quejarse de que Indiana no tenía un equipo en la Liga Mayor
de Béisbol.
—Entonces —dijo Ryan—, ¿estás recogiendo libros para la escuela?
—Sí —le dije, de repente contenta de no haber encontrado el libro
de guionistas.
—También yo. Tenía un montón de lecturas de verano para literatura
avanzada, y me acabo de dar cuenta que hubo uno que no conseguí.
Supongo que ya estoy empollando.
—¿Tienes literatura en el cuarto periodo?
—¡Sí! ¿Tú también?
Asentí, negándome al impulso de bailar en pequeños círculos.
Compart o una clase con Ryan Chase. Quién se rió de algo que dije. No
import a que t enga una novia de dos años.
—¡Genial! Bueno... debo comprar esto e ir empezando. —Levantó la
obra en sus manos.
—Sí, debo volver con mi amiga. —Este era el código para: Tengo
amigos, t e lo juro—. Así que... supongo que te veré mañana en clase.
—Sí —dijo, mostrando la sonrisa rompecorazones—, hasta mañana.
Tendremos un buen año.
Mi corazón trató de saltar detrás de él.
Y entonces, así como así, se vino abajo.
La culpa, como siempre, empezó baja, retumbando en mis pies y el
estómago. Se elevó como lava, caliente sobre mi pecho hasta que me
sentí sudorosa. ¿Después de que una mujer cualquiera me recordó la
dolorosa partida de Aaron, me di la vuelta y me desmayé por Ryan
Chase?
No, me ordené. Tienes que parar est o.
Lo había hecho desde hace meses, la danza vertiginosa entre la
pena y la normalidad, y la culpa que sentía al mov erme entre las dos.
Hablé mucho de eso durante mi año de terapia, aunque en ese momento
nada de lo que dijera el terapeuta parecía ser de ayuda.
Pero terminé mi última sesión una semana antes y me di cuenta:
ahora estoy por mi cuenta. Tendría que superarlo en el momento, no
esperar hasta mis citas. El terapeuta me animó a hacerle frente a mis
sentimientos. Y la verdad era que, a veces el fingir ser valiente finalmente
me hacía sent ir así.
Así que enderecé mi columna y hombros. Convoqué las pizcas de
coraje en mí, pequeñas dosis desde algún lugar en mi torrente sanguíneo.
No muchas, pero lo suficiente. Lo suficiente como para mantenerme de pie
mientras me dirigía de nuevo a la cabina de la esquina. Tendremos un
buen año. Sí, Ryan Chase, lo tendremos.
¿Pero cómo? ¿Eso es algo que podía planear? Quiero decir, yo
planeaba mis comidas y mis trajes e incluso hacía planes de estudio para
las pruebas, completos con extensas notas de clase. ¿Por qué no planear
un gran año? El año pasado, eso parecía imposible, trazar un plan en las
tierras sombrías de la pérdida. Ahora, sin embargo, a lo mejor podía fingir
cada paso en el camino hasta que las cosas vuelvan a estar bien
realmente. Podía dibujar un camino de regreso a la felicidad, paso a paso.
Me metí en nuestra cabina, determinación corría por mí como
cafeína.
—¿Todo bien? —preguntó Tessa, levantando la mirada.
—Sí —le dije, metiendo la mano en mi bolsa—. Bueno, lo estará. Pasó
toda esa cosa... de extraños hablando conmigo sobre Aaron.
Resopló con rabia. Estuvo junto a mí durante tantas incómodas
interacciones; cerca de montones de manzanas en el mercado de los
agricultores, mientras comprábamos refrescos en la gasolinera, en la
sección de medicamentos para la alergia de la farmacia.
—Está bien —le dije—, porque me he dado cuenta de que solo
necesito un plan.
Puse mi agenda sobre la mesa, tan agresivamente como jamás la
había tratado.
Cuando Tessa me compró la agenda hace unas navidades atrás,
sabía que medio se burlaba de mí por lo que ella llamaba “personalidad
tipo A”. Pero no me importó. Fue amor a primera vista: cuero lavanda con
mis iniciales en relieve en la esquina y páginas de papel blanco liso,
segmentadas en semanas y meses. Desde entonces, desenvolví un
calendario de repuesto para cada nuevo año. Mi tradición festiva favorita
se convirtió en deslizar las páginas frescas en la púrpura y suave
encuadernación.
—¿Un plan para qué? —preguntó Tessa—. ¿Evitar la brigada de la
lástima? Supongo que podríamos usar máscaras. Con plumas.
Casi sonreí, imaginándonos con plumas de pavo real y lentejuelas de
oro.
—No. Un plan para tener un mejor año. Cosas proactivas.
—Oh. —Su revista cayó a la mesa—. Excelente. ¿Cómo qué?
La sección de notas en el fondo de mi agenda ya tenía listas. Pero,
después de mi lista de embalaje de nuestras vacaciones familiares de
verano y líneas de útiles escolares que había comprado y tachado,
encontré una página nueva.
—Bueno, técnicamente, solo he pensado en una cosa hasta ahora
—le dije, y lo escribí prolijamente en la parte superior: 1.
Fiest as/event ossociales—. Voy a la fiesta el próximo fin de semana de
Maggie Brennan.
Tessa frunció un poco los labios.
—¿Estás segura que deseas iniciar con algo así de grande?
Podríamos reintroducirte a la sociedad de la escuela en algún lugar menos
abrumador.
—Estoy segura. —Cada año el presidente de la clase hace una fiesta
de regreso a la escuela e invita a todos en nuestro grado. Me había
perdido el año pasado, por supuesto, ya que era solo dos semanas
después de que murió Aaron. Ese período se puso borroso como una
sombra oscura en mi mente: los días entumecidos encerrada en mi
habitación y el hostil regreso a la escuela. Morgan insistió en pintarme las
uñas cada fin de semana, mientras hacíamos maratones de programas de
televisión. Parecía tan tonto, sin sentido. Hasta que miraba a mis uñas
verde menta o rosa pétalo en la clase: una cosa hermosa y brillante en mi
vida. Mis amigas añadieron los primeros colores al mundo en blanco y
negro.
Tessa empujó mi brazo.
—Tengo uno. Podrías reincorporarte a uno de los grupos que hiciste
en primer año. Coro o Club de francés o algo.
—Perfecto. Sí. —No podía manejar mis actividades extracurriculares
el año pasado, entre las citas de terapia y todo lo demás—. Aunque... eso
es irónico, viniendo de ti.
—Estoy implicada. Voy al yoga y el Carmichael.
Tessa era la única persona en la historia del mundo con una
identificación falsa y sin interés en la bebida. Tenía que tener veintiún años
para entrar en el Carmichael a ver todas las presentaciones de las mejores
bandas indie. Creo que el personal sabía que se hallaba en la secundaria,
pero también sabían lo seria que era con la música. Rara vez me invitaba a
mí o a cualquier otra persona. Esas presentaciones no eran eventos
sociales para Tessa. Era personal: entre ella y la banda en el escenario.
—El ejercicio y los conciertos no son actividades cocurriculares.
—Sí lo son, si se quiere trabajar para un sello discográfico y enseñar
yoga —dijo—. Ya sabes, lo que estás haciendo es una especie de yoga.
Bueno, técnicamente creo que es algo budista, pero lo aprendí de un
yogui: mente de un principiante.
Hice una mueca como si hubo sugerido una limpieza de zumo; lo
cual hizo, por lo que sabía. El yoga no era para mí. Intenté un par de
sesiones cuando lo descubrió, hasta que mi postura de Rey Pigeon se
convirtió en un Pretzel Que Cayó Encima de una Señora Mayor.
—¿Qué significa eso?
—Significa que debes tratar de acercarte a nuevas experiencias sin
juicios preexistentes. Siempre ve como una principiante, aunque no lo seas.
De esta manera, estás abierta a todo lo que sucede.
—Sí —le dije—, exactamente.
Unirse a un grupo en la escuela e ir a una fiesta grande, parecía
bastante razonable. Sin embargo, dos elementos lo convertían en un plan
bastante anémico. Iba a necesitar más.
—Debería irme a casa —le dije, mirando mi teléfono—. Mi padre va a
recogernos a las seis.
Mis padres no se comprometían para nada mientras estuvieron
casados, pero de alguna manera lograron ser flexibles con la custodia;
dispuestos en torno a nuestros horarios variables. Esta semana, los miércoles
y domingos se hallaban destacados con amarillo en mi agenda, lo que
indicaba cena con mi papá.
Tessa recogió sus cosas.
—¿Qué está haciendo?
—Lasaña de espinaca y queso, creo. —Desde el divorcio, mi padre
había desarrollado un gusto por la cocina creativa, con tantos éxitos como
grandes fallos. Esto le encantaba a Tessa, el no saber lo que iba a ser
servido ni cómo. Era menos divertido para mí, ya que esas eran mis
probabilidades para dos de las siete cenas a la semana.
—A Cameron no le gustará eso —dijo Tessa. No había nada que
supiera sobre mi propia hermana que Tessa no lo supiera también. Mi
hermana menor era conocida por sus aversiones; las verduras, los
productos lácteos, y comportarse como un ser humano racional.
—Dímelo a mí. Podrías venir, si quieres.
—Ojalá pudiera, pero mis padres están volviendo a casa —dijo Tessa,
poniéndose sus gafas de sol mientras caminamos hasta su coche. Su
cabello rubio absorbía la luz solar en sus ondas blancas y oro—. Durante
tres días enteros.
Los padres de Tessa, Norah y Roger McMahon, eran dueños de una
cadena internacional de hoteles de lujo llamada Maison. Se mudaron a
Oakhurst cuando Tessa iba a la escuela primaria, pero con frecuencia
viajaban por negocios. Tessa tenía lo que yo consideraba mi vida de
ensueño: supervisión limitada de los padres, vacaciones fabulosas, y una
casa enorme. Su abuela vivía con ella, pero ahora que Tessa tenía la edad
suficiente para conducir, la abueMcMahon pasaba más de un par de fines
de semana largos en Maison Boca Raton con su “amigo”. Incluso cuando
se encontraba en casa, la abuela de Tessa siempre se iba al club de
campo, para reunirse con amigos a jugar a las cartas o asistir a eventos
para recaudar fondos.
Nos metimos en el coche; el de Tessa, como siempre, ya que no
tenía uno propio. Conseguí mi licencia a principios del verano, el día
exacto de mi decimosexto cumpleaños. Por desgracia para mí, el coche
de mi madre se rompió una semana antes de la prueba de conducir.
Ocho mil dólares más tarde, mi esperanza de heredar su coche quedó en
el basurero junto a una bomba de pistón, fuera lo que fuese.
Después de todo eso, seis meses de prácticas de conducción
divididos entre mi mamá en pánico, extendiendo sus manos en una seña
de “detente” y mi papá silbando mientras miraba por la ventana, no hay
coche ni libertad para mí.
—Sé que es el último día de verano para ponernos a hablar con
nostalgia —dijo Tessa, abriendo las ventanas—, pero este lugar es algo
hermoso, de vez en cuando.
Enmarcadas por la ventanilla abierta del coche, las calles arboladas
se convirtieron en un borrón de verdes profundos y ramas grandes. Esos
gigantes robles anunciaban cada cambio de estación, dispersos desde el
cartel de BIENVENIDOS A OAKHURST hasta la parte más antigua de la
ciudad. A lo largo de la calle principal, nuevos restaurantes y tiendas
aparecían cada pocos meses, pero los árboles hacen que la ciudad
parezca encantadora y contenida.
Cuando era más joven, Oakhurst parecía un lugar bastante
agradable para vivir. No recordaba mucho de Seattle, donde nacimos
Cameron y yo, y nada podría haber sido peor que el húmedo Georgia,
donde vivíamos en un pueblito para mi primer grado. Pero cuando murió
Aaron, Oakhurst se cerró a mi alrededor, reduciéndose al tamaño de una
bola de nieve. Me encontraba encerrada dentro de este pequeño mundo,
donde la compasión nevaba a mi alrededor en lugar de nieve.
—Mándale saludos a tu papá —dijo Tessa, mientras se detenía en el
camino de entrada—. ¿Te recojo a las siete de la mañana?
—Genial. —Traté de sonar casual, pero los nervios por el primer día
de la escuela se desataron dentro de mí mientras me dirigía a la puerta.

La cena terminó, y mi mente seguía vagando hacia mi plan. Mi


hermana más joven charlaba con mi padre sobre un problema en su clase
de baile, mientras pensaba en las diferentes maneras con las cuales podría
hacer de éste un mejor año para mí. Necesitaba realizar una lluvia de
ideas con alguien de confianza, alguien que supiera qué hacer. Y, por
suerte, tenía a la persona perfecta.
En casa, saludé a mi mamá y corrí escaleras arriba para llamar a
Grammy. Mi madre prefería que hablara con mi abuela en persona, ya
que hablar por teléfono de vez en cuando la confundía. Ella vivía a pocos
kilómetros de distancia, en un centro para mayores. Pero ya era
demasiado tarde para ir allá, y tenía que hablar ahora, así que cerré la
puerta firmemente detrás de mí.
La memoria de mi abuela comenzó a estancarse hace unos diez
meses, y rápidamente empeoró casi por completo a corto plazo. Era triste
verlo, ya que era incurable y degenerativo, así que quería contarle todos
mis secretos antes de que fuera demasiado tarde, antes de que dejara de
recordarme.
Le hablé de mi pesadilla recurrente sobre ahogarme, acerca de
cómo ni siquiera podía sumergir la cabeza en el agua de la bañera. Le dije
cuán desesperadamente envidiaba a mis amigos. Me quejé de las clases
de conducir con mi madre y de mi molesta hermana. Conocía todas las
facetas de mis sentimientos sobre Aaron, cuanta pena aún sentía.
—¿Hola? —Su voz sonaba cansada, y casi me arrepentí de llamarla.
—¿Grammy? —Mantuve mi voz tranquila para que mi madre no me
escuchara—. Es Paige.
—Oh, hola, dulce niña —dijo, animándose—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien... solo terminando de preparar todo para la escuela
mañana. —Mi ropa para el primer día se encontraba colgada en la puerta
de mi armario, planchada y lista desde la semana pasada.
—Mí Dios, ya eres una estudiante de segundo año —reflexionó mi
abuela. Incorrecto. Era estudiante de tercer año. Su memoria a corto plazo
se encontraba retrasada a un año. No valía la pena hacer la corrección y
confundirla—. Crecen tan rápido. ¿Estás emocionada por tus clases?
—Sí, lo estoy. —Algunos temas me aburren, por supuesto, pero
siempre me sentí cómoda con la estructura de la escuela, el horario, los
programas de estudio y los cuadernos para cada clase—. Oye, ¿Grammy?
—¿Sí, cariño?
Me apoyé en el borde de mi cama, presionando mis pies en la
alfombra. Mi voz se convirtió en un susurro. Esto no era una pregunta que
quería oyeran, ya sea mi madre, mi hermana o incluso las paredes de mi
dormitorio.
—Después de que el abuelo murió, hiciste... quiero decir... ¿Algo te
hizo sentir mejor, con el tiempo? ¿Feliz de nuevo?
—Oh, dulce niña. Sé que es muy duro, todo lo que sucedió con tu
amigo, pero acaba de suceder. No puedes esperar sentirte como ti misma
de forma inmediata.
Mal de nuevo. Sucedió hace doce meses y medio; cincuenta y
cuatro semanas.
—Lo sé. Simplemente me preguntaba.
—Bueno —dijo, un poco de intriga en su voz—. Salí algunas veces un
poco después de tu abuelo, sabes.
—¿Lo hiciste?
—Oh, por supuesto. Nunca encontré esa misma magia otra vez, pero
no lo esperaba. Tenía suficiente amor para dos vidas. —Podía oír su sonrisa.
Mi abuelo murió antes de que yo naciera, así que su dolor no era fresco.
Echaba de menos a mi abuelo con cariño ahora—. Las citas eran
agradables. Generalmente. Conocí a gente nueva, y aprendí mucho
sobre mí. Besé algunas ranas.
Me eché a reír, a pesar de que una parte de mí se encogió ante el
pensamiento de mi abuela besando a alguien.
—¿Que más hiciste?
—Bueno —dijo—. Viajé. Realicé ese viaje a París cuando cumplí
cincuenta.
—¿Tenías cincuent a?
Con mi abuela habíamos hablado de su viaje a París un centenar de
veces, en las horas que pasé consiguiendo su ayuda en las tareas de
primer y segundo año de Francés. Me contaba acerca de las pastelerías,
las personas, los museos y monumentos. No tenía ni idea de que fue hace
sólo veinte años.
—¿Qué edad pensaste que tenía, tontita?
—Alrededor de veinte —admití, y ella se rio. En su repisa, había una
fotografía enmarcada de mi abuela girando con una falda y una
gabardina color canela en frente de la Torre Eiffel. Su cuerpo y rostro
estaban borrosos, pero su cabello era castaño, terminando sobre sus
hombros.
—Por supuesto que no —dijo—. Fue la primera vez que viaje sin tu
abuelo. Tu madre se encontraba en la universidad, y me quedé durante
seis semanas enteras. Fue aterrador y liberador. Uno de mis mejores
recuerdos.
—Guau —dije. Viajar en solitario. Como a Manhattan, pero con la
pant alla de programa de escritura.
—Guau, en verdad —dijo ella—. Espero que no suene presumido
decir que admiro a mi yo más joven. Esa chica tenía actitud. Y tú también,
dulce niña. Solo tienes que preguntarte qué te asusta más acerca de
seguir adelante.
Mi mente se llenó con imágenes de mi pesadilla recurrente: estar
atrapada bajo el agua, introduciéndose en mi nariz y llenando mis
pulmones. Nadar. Eso es lo que me asustaba más.
Antes de que pudiera responderle a mi abuela, mi mamá llamó a la
puerta de mi habitación, abriendo simultáneamente. Eso siempre me
irritaba: que golpeara y entrara sin esperar respuesta. En realidad no
respetaba mi privacidad, pero lo fingía con ese pequeño golpe.
—Hola —dijo—. ¿Con quién estás hablando?
Cubrí el altavoz del teléfono.
—Tessa.
Incluso si mi abuela me escuchaba a través del teléfono, mintiéndole
a mi madre, no recordaría lo suficiente para exponerme.
Mi madre suspiró y agarró la manija de la puerta.
—Bueno, bien... tienes que levantarte temprano. Y verás a Tessa en la
mañana, así que no quiero que hables toda la noche...
—No lo haré —le dije mientras cerraba la puerta—. Buenas noches.
Mi madre siempre fue estricta, pero reaccionó a la muerte de Aaron
dándome aún más reglas, como si controlando mi vida, pudiese
protegerme de cualquier daño. Siempre me animaba a ser social, pero me
hacía cumplir un toque de queda ridículo. Me preguntaba si quería hablar,
pero si lo hacía, terminaba por decirme qué hacer, cuando lo único que
quería era alguien que me escuchara.
—Oye, ¿Grammy? —dijo al teléfono—. Estoy aquí otra vez. Lo siento
por eso.
—No necesitas disculparte. Ambas debemos estar a la cama.
Suspiré.
—Sí. Supongo que tengo un gran día por delante.
—Tienes una gran vida por delante, dulce niña. Y comenzar otra vez
se hace más fácil con cada paso —dijo. Mi garganta dolía por las lágrimas
reprimidas. Después de las conversaciones de este tipo, no podía creer
que ella finalmente olvidaría mi nombre, olvidaría mi rostro. Olvidaría que
alguna vez me vio por quién era en realidad.
Después de colgar, saqué mi agenda de mi bolso y añadí las cosas
que mi abuela hizo por sí misma: citas y viajes. Si tan sólo Ryan Chase,
estuviera soltero, podríamos enamoramos e ir a París: dos pájaros de un tiro.
Apenas me atreví a añadir la última tarea. Las primeras cuatro
realmente quería hacerlas, de alguna manera. Pero no tenía interés alguno
en la natación o incluso en estar cerca del agua. Sin embargo, quería
dormir profundamente de nuevo algún día. Así que tragué saliva y escribí.
1. Fiest as/event os sociales
2. Nuevo grupo
3. Cit as
4. Viajes
5. Nadar
Ahí, pensé. Un plan. En la parte superior, escribí:
Cómo Comenzar de Nuevo.
2 Traducido por Ivy Walker & florbarbero
Corregido por Sandry

Me encontraba lista media hora antes de que Tessa me recogiera, e


incluso volví a planchar mi falda. Esperaba que el atuendo dijera: Hola,
Ryan Chase. En realidad, no soy una espeluznant e, solit aria de librería. De
hecho, t engo est as piernas. Revisé mi horario no menos de veinte veces,
preocupada por aparecer en las clases correctas. Fui a una clase
equivocada en el primer día del octavo grado, y el momento horrible, y la
angustia que sentí cuando el maestro nunca llamó mi apellido, me dejó
asustada de por vida.
—Feliz primer día del penúltimo año de preparatoria —dijo Tessa
animadamente, subiendo el volumen de la música mientras salía de la
calzada. Llevaba vaqueros rotos y una camisa de lino blanco con
coloridos bordados garabateados en la parte superior, posiblemente del
viaje a México que hizo con sus padres en julio. Tenía el cabello todavía
húmedo en las raíces, ondas secándose en el aire caliente a través de las
ventanas abiertas.
Nos detuvimos en el estacionamiento de los de penúltimo año, y me
di cuenta: estamos a la mitad del camino. Algunos días, parece como si
hubiéramos estado en la escuela secundaria toda la vida. Otros días,
primer y segundo año se sentían como las líneas blancas de la carretera,
un borrón a lo largo de un viaje mucho más grande. Esta vez el año que
viene, seremos de último año. El edificio principal de la escuela secundaria,
anticuado por lo menos en veinte años, se alzaba en frente de nosotros
como un gigante, y lo miré de frente.
—¿Estás lista? —Tessa se quitó las gafas de sol. Miré a mí alrededor,
observando a nuestros compañeros de clase mientras se reunían después
de todo un verano. Siempre era igual, todos obteniendo información:
¿Quién comenzó a salir con alguien nuevo? ¿Quién cambió su color de
pelo? ¿Qué padres les compraron un auto nuevo? A mí no, de ninguna
manera.
—Supongo. —Mi respuesta fue seguida por la palma de la mano de
alguien, golpeando contra la ventana del asiento del pasajero. El rostro
sonriente de Morgan le siguió.
—¡Hola! —chilló, dándome un abrazo rápido cuando salimos del
auto. Había visto a Morgan casi todos los días durante las vacaciones de
verano, pero su entusiasmo hizo parecer como si hubiéramos estado
separadas durante años, por inundaciones y hambruna. Como de
costumbre, su pelo rojo se encontraba partido con una precisión científica
sólo comparable a la NASA y escondido detrás de las orejas para revelar
los pendientes de perlas.
—Kayleigh —dijo Morgan por encima del hombro—. Ya están aquí.
Deja el teléfono.
Kayleigh, que se hallaba apoyada en el coche de Morgan a unos
metros de distancia, seguía escribiendo. Sonreí al ver sus vaqueros brillantes
y rosados. Estuvo en un campamento la mayor parte del verano, y extrañé
su audacia, y no sólo con su vestimenta.
—¡¿No están emocionadas chicas?! —preguntó Morgan, agarrando
mi brazo. Asentí para apaciguarla, y Tessa se encogió de hombros—. ¡Va a
ser el año más perfecto!
Sonreí, casi tentada a hacer la corrección. “Perfecto” es un adjetivo
absoluto y no puede ser magnificado. Algo es o no es perfecto. No puede
ser más o menos perfecto.
—Conozco esa mirada. —Morgan entrecerró sus ojos hacía mí—.
Adelante.
—No sé de lo que estás hablando —mentí.
—Sí, claro, Chica Gramática. —La cabeza de Morgan giró la
vuelta—. ¡Kayleigh Renée! ¡Vamos!
—Lo siento —dijo Kayleigh, guardando su teléfono. Nos echó un
vistazo y sonrió, su brillo de labios rosa captando los rayos del sol de la
mañana—. ¡Hola, chicas de penúltimo año!
Nos dirigimos hacia el edificio principal, donde una pancarta roja
colgaba en las puertas de entrada: PERFECT O—OTRO AÑO “SUPERIOR”. No
me encontraba segura de por qué trataban de vendérnoslo, ya que la
asistencia era obligatoria. Oakhurst High obtenía buenos resultados en el
ranking del estado todos los años, sobre todo por su ubicación. Instalada
en nuestro suburbio cómodo fuera de Indianápolis, la escuela estaba llena
de alumnos cuyos padres trabajaban en el centro y esperaban
excelencia. Incluso los drogadictos y vagos obtenían calificaciones lo
suficientemente decentes para la escuela técnica o para primer curso de
universidad.
—Otro año superiormente aburrido —se quejó Tessa, levantando los
vaqueros por las presillas.
Morgan le dio a Tessa una mirada de soslayo. —Esos vaqueros
parecen que se te van a caer.
Tessa le lanzó una mirada oscura. —No es mi culpa que no hagan
pantalones vaqueros lindos de mi talla.
Kayleigh movió sus ojos hacia Tessa. —Todo el mundo te odia lo
sabes, ¿verdad?
—Me extrañaste este verano —dijo Tessa, empujando a Kayleigh con
el codo.
Ella le devolvió la sonrisa. —Probablemente te extrañaría más si
alguna vez ganaras un kilo por toda esa basura que comes.
Kayleigh llegó a casa a principios de esta semana con un corte de
pelo más corto y un novio mayor llamado Eric, que vivía a dos ciudades de
distancia. Estuvieron juntos durante las últimas semanas del campamento e
incluso se habían “enrollado”. No sabía exactamente lo que eso
significaba, para ser sincera, pero el rostro de Kayleigh era petulante
cuando nos lo dijo.
Todas mis amigas han tenido novios antes, de los cuales solo unos
pocos han durado más de un mes o dos. Tessa perdió interés en los chicos
de la secundaria después de su última cita al comienzo del verano. É l al
parecer escuchó música tecno en el auto y luego trató de besarla de una
manera que sólo puede ser descripta, según ella, como un reptil.
Dentro de las puertas, el olor familiar de la escuela se precipitó sobre
mí, libros de texto húmedos mezclado con el aroma de paredes recién
pintadas, y respiré hondo.
—¿Acabas de inhalar intencionalmente el aroma de la escuela
secundaria? —preguntó Kayleigh, riendo.
Me encogí de hombros. —Sé que no es un buen olor, pero huele a...
posibilidades.
—¿Las posibilidades tienen un olor? —preguntó Morgan,
bromeando—. ¿Qué más tiene aroma? ¿La felicidad?
—Claro —dije, dándole una mirada desafiante—. Humo de velas de
cumpleaños. Palomitas en el cine. Un árbol de Navidad fresco.
—Tortitas calientes —agregó Tessa—. Cloro y protector solar, como la
piscina.
Esas últimas dos cosas no tenían ninguna felicidad para mí en estos
días, pero me volví hacía Morgan y Kayleigh. —Exactamente.
—Bueno, mi casillero está en el piso de arriba, así que os veré en el
almuerzo —dijo Kayleigh al pasar por la primera escalera. Se dio la vuelta y
movió sus cejas hacia mí—. ¡Espero que vayas a las clases correctas! Y no
esnifando tus nuevos útiles escolares.
—Cállate —murmuré, pero ella sólo se rió.
Cuando doblamos el pasillo, allí estaban: todas las caras con las que
habíamos crecido, y que conocían a Aaron. Recibí Esa Mirada de al
menos diez personas. Sus ojos se nublaron, caras repentinamente
empañadas por la tristeza y los recuerdos. Cuando veían mi cara, también
veían la suya. Tessa y Morgan, con su orgullo infinito, fingían no darse
cuenta.
—Este es mi casillero —dijo Morgan, comprobando su agenda. La
combinación del casillero estaba escrita en la parte superior de la página,
con letra tan precisa que hacía que la Times New Roman pareciera
descuidada—. Detengámonos aquí un segundo.
Retorció el cerrojo, y Tessa se apoyó contra la pared, ya aburrida. La
nota media de Tessa era casi tan alta como la mía, pero nunca ponía más
esfuerzo del que era absolutamente necesario. Había escuchado a
personas en nuestro grado llamar a Tessa intensa, pero sólo era tranquila y
reflexiva, aislada del drama estándar.
Una risa ruidosa resonó por el pasillo, y todos miramos en su
dirección. Un grupo de chicas rodeaban a Ryan Chase, que tenía la
cabeza echada hacia atrás.
He estado mirándolo de la misma manera desde el sexto grado,
afligida, pero mirando por encima casualmente, avergonzada de que mi
enamoramiento se notara. Ese fue el año en que su hermana mayor pasó
por quimioterapia, y los vi en la tienda de comestibles juntos. Yo estaba allí
con mi madre, medio leyendo un libro mientras la seguía por la tienda. En
el pasillo de los cereales, vi a Ryan, quien recientemente se había afeitado
la cabeza. Su hermana se encontraba sentada en una silla de ruedas, con
un sombrero puesto y mantas envueltas a su alrededor.
La radio del supermercado comenzó a tocar “Dancing Queen” y
Ryan hizo girar su silla de ruedas. Me di cuenta de que ella sonreía, aun con
la boca oculta por una máscara quirúrgica. El bailó en frente de su silla de
ruedas, inconsciente y tonto, y su hermana se movió un poco bajo las
mantas. Cuando su padre se dio cuenta, noté que regañaba a Ryan. Pero
su hermana le sostuvo la mano mientras su padre la empujaba hacia
adelante.
Su hermana entró en remisión poco después, pero pensaba en ese
día a menudo, sobre todo desde que me di cuenta plenamente del coraje
que se necesita para crear momentos felices, incluso cuando no te sientes
feliz.
—Ryan Chase —dijo Morgan—. Más lindo que nunca.
Mi madre la llamaba “loca por los chicos” porque Morgan
desarrollaba un enamoramiento con cada tipo que fuera bastante limpio y
educado. Morgan se refería a sí misma como una romántica, siempre lista
para la posibilidad de un verdadero amor.
Tessa inclinó la cabeza, examinándolo. —Parece un Golden retriever.
—¿Qué significa eso? —preguntó Morgan.
—Ya sabes. Lindo, pero genérico. Como si lo vieras a él, o a un
Golden retriever en un catálogo de J. Crew, llevando un suéter bonito pero
olvidable. ¿No tiene novia de todos modos? ¿Leah algo?
—Leanne Woods. Y no, ya no. ¿No lo has oído? —preguntó Morgan.
—Espera, ¿qué?— Mi cabeza giró hacia ella.
—Rompieron —dijo Morgan, su voz baja—. El cuatro de julio, en los
fuegos artificiales de la ciudad. Al parecer, fue una pelea…bastante
explosiva.
Hizo una pausa, esperando que apreciáramos su juego de palabras,
pero Tessa rodó los ojos. El pulso me latía en los oídos.
—Leanne lo dejó por un tipo de la universidad —dijo Morgan—.
Después de dos años, sólo... lo dejó como un bolso de imitación.
—Me sorprende que lo ocultaras durante un mes —dijo Tessa,
resoplando.
Morgan se encogió de hombros. —Pensé que lo escucharon, quiero
decir, todo el mundo lo hizo.
No lo había hecho. Me habría acordado, aunque Tessa no. El chisme
se volvía ruido blanco antes de entrar en sus oídos. Su cerebro no se
encontraba siquiera programado para reconocerlo. Morgan, por su parte,
tenía limitaciones morales que despertaban justo después de un chisme
descarado, el cual siempre estaba encantada de compartir.
—Es una lástima —dijo Morgan—. Ryan es tan lindo y parece
agradable. He oído que ha estado como... muy deprimido al respecto. Al
parecer, apenas ha salido con alguien más que con su primo desde que
ocurrió.
No pude encontrar en mi corazón para considerar esta situación
“una lástima”. Ryan Chase finalmente se encontraba solo, y habíamos
hecho conexión ayer, con la promesa de más tiempo juntos en el cuarto
período en la clase de Inglés Honorario. La parte de mi plan de comenzar
de nuevo de repente parecía mucho más atractiva.
—Bueno, siento que le haya pasado —dijo Tessa—, pero sigo
pensando que parece presuntuoso y molesto.
Esto era fácil decir para ella. El modo por defecto de Tessa era poco
impresionada. Había estado en tantos lugares y conocido tanta gente que
nada particularmente la inmutaba, para bien o para mal.
Morgan cerró su casillero. —¿Crees que todo el mundo es molesto?
—No todo el mundo. No ustedes,
—Oh, por favor. —Morgan se rió—. Te molest a totalmente cuando
comparto información detallada…
—Chismes —dijo Tessa.
—Y cuando Paige corrige nuestra gramática.
Miré a Morgan, pero Tessa sonrió, dirigiéndose hacia su propio
casillero.
—A eso —dijo—, ya estoy acostumbrada.
Morgan enlazó su brazo con el mío, sin notar mi molestia. Esperó
hasta que Tessa estuviera lejos. —Tenemos que hablar sobre planes para su
cumpleaños pronto.
—Sus padres nos llevarán a Barrett House para la cena —dije,
todavía de mal humor.
—Oh Dios mío. Eso es como súper lujoso. —A medida que nos
abrimos paso por el pasillo, Morgan miró por encima. Golpeó su cadera
con la mía—. Oh, no te enfades conmigo, Chica Gramática. Sabes que en
secreto nos encanta.
Me gané el súper creativo apodo de Chica Gramática por mi
malvado ex vecino, Chrissie Cohen y el resto del autobús 84. Era el tipo de
historia de mortificación de secundaria que no se volvía divertida mientras
crecías. Esas dos palabras me hacían querer hundirme en mi misma.
Después de tres períodos de explicación de los planes de estudio,
me encontré con Morgan para caminar a la clase de Inglés. Nuestra
profesora era nueva en el distrito, por lo que no me conocería como la
chica que salía con Aaron Rosenthal cuando murió. Encontré alivio en ese
hecho y luego culpa por mi alivio.
Llegamos a tiempo para reclamar los asientos perfectos: lo
suficientemente lejos de la maestra que podríamos pasar notas, pero no
tan lejos que pareciera que tratamos de sentarnos lejos. La Sra. Pepper se
destacó al entrar, luciendo un vestido sofisticado, con el pelo oscuro
cayendo sobre sus hombros. Llevaba gafas rectangulares encaramadas
inteligentemente en su nariz, como el alter ego inteligente de un
superhéroe.
Pero la Sra. Pepper perdió mi atención cuando Ryan Chase entró por
la puerta, tan lindo que se sentía como en cámara lenta. Pasó junto a mí,
su camiseta roja llamando mi atención a la forma en V de su espalda,
desde sus hombros anchos hacia su cintura delgada.
Se sentó junto a un tipo alto, de cabello oscuro que me resultaba
familiar. Me llevó un rato el reconocerlo: Max Watson, el primo de Ryan. Así
que estaba de vuelta. Fue a Oakhurst con el resto de nosotros hasta la
escuela secundaria, cuando se trasladó a Coventry School. Siempre pensé
que se cambió a la escuela privada porque lo atacaban. Era larguirucho
entonces, con las mismas gafas de montura oscura y una mano que se
levantaba para contestar todas las preguntas en clase. Ryan se inclinó
para susurrarle algo a Max, quien se rió en respuesta.
Cuando sonó la campana, todos se acomodaron hacia delante,
como pequeños estudiantes diligentes en el primer día.
—Como todos ustedes deben saben, soy la Sra. Pepper y soy
responsable de su educación en Inglés Honorario este año. Me gusta
pensar que soy una profesora bastante divertida, pero mi idea de diversión
incluye el aprendizaje, por lo que pueden tomar eso como quieran —dijo,
tomando un trozo de tiza.
—Los chistes que no serán bien recibidos son los siguientes: Sargento
Pimienta, algo relacionado con los estornudos, y decirme que su nombre
es el Sr. Sal. —Escribió cada palabra en el tablero.
Toda la clase rio nerviosamente. Siempre era difícil medir la
personalidad del maestro en el primer día de clases. Afortunadamente, a
pesar de que mantuvo una cara seria, la Sra. Pepper parecía darse cuenta
de que era graciosa.
—Para aquellos que son curiosos: sí, no seguí estudiando después de
mi maestría porque la idea de ser Dr. Pepper era inaceptable.
Ella tachó con líneas gruesas las palabras que había escrito en la
pizarra: SARGENTO, ESTORNUDOS, SAL, DR.
—¿Hay algún otro chiste que desee salir de sus sistemas?
La clase se quedó en silencio. Parecía estar conteniendo una sonrisa.
—Sé que es el primer día y nadie quiere hablar, pero hablen ahora o callen
para siempre...
Ryan Chase, levantó la mano desde la parte delantera del aula.
—Excelente. Sí. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Ryan Chase —dijo. Su voz firme y profunda envió un escalofrío por
mi espalda.
—¿Y qué le gustaría agregar? —preguntó valientemente, a punto de
añadir algo más a la lista.
—¿Hace siempre el chile rojo picante? —preguntó. Podía oír su
sonrisa. Risas viajaron través de la habitación.
—Absolutamente no —dijo Pepper, sonriendo antes de añadir CHILE
ROJO PICANTE a la lista y tacharlo—. Muy bonito, Sr. Chase. ¿Alguien más?
Todo el mundo miró a su alrededor, buscando en sus cerebros
cualquier posible broma. Casi levanté la mano y dije: debe odiar la rut ina
diaria1 pero dudaba que una referencia a pimienta molida pudiese
deslumbrar a cualquiera de mis compañeros de clase.
—Está bien, entonces. Cambiemos de tema. —Borró las cinco frases
al margen—. Tengo dos metas para este año. La primera es que aprendan
acerca de literatura. La segunda es que puedan conocerse uno del otro.
Así que, para eso, he decidido mezclar sus asignaciones de asientos.
Arrugué la nariz. Por supuesto, después de que Morgan y yo
consiguiéramos los mejores asientos.
—En este tazón, tengo todos vuestros nombres. Los sacaré al azar, y
así designaré donde os sentareis. Comenzando con el asiento más
cercano a mi escritorio... ¡Morgan Sullivan! —dijo, leyendo el primer papel.
Morgan se trasladó a su nuevo escritorio, desplazando a una chica
que no reconocí. Tres filas más tarde, mi actual asiento fue asignado a Tyler
Roberts, dejándome de pie en la parte posterior. Esperé que mi nombre
fuera llamado mientras la mayor parte de la sala de clase se llenaba. Por
último, quedamos sólo yo y Ryan Chase de pie en el fondo de la clase.
—Hola de nuevo —me dijo.
—Hola. —Mi voz sonaba entrecortada, como si no hubiera utilizado
suficiente aire en mi intento de hablar. Esperaba que saliera más como
"coqueta" y menos como una "bronquitis".
—El anteúltimo lugar en el asiento junto a la puerta estará... —dijo
Pepper, sacando los papeles al fondo del tazón—. Paige Hancock,
dejando el último asiento para chile rojo picante-Chase.
Tomé mi asiento, sintiendo la compulsión repentina de suavizar la
parte posterior de mi pelo. Mi estómago se removió mientras acomodaba
mis cosas, con miedo de dejar caer de alguna manera todos mis libros o
espontáneamente caerme de mi asiento.
—Hey, hombre —dijo Ryan Chase, chocando los puños con Tyler
Roberts quien estaba una fila al otro lado, en mi antiguo asiento.
—Suert uda —articuló Morgan, haciendo contacto visual a través del
cuarto.
Me quedé mirando directamente hacia adelant e, sin prestar
atención a la SraPepper mientras planificaba cómo comenzaria mi
relación con Ryan Chase con esta disposición de los asientos.
—Bueno. Correcto, sigamos adelante. Como verán en el plan de
estudios, la primera pieza que vamos a estudiar este año es Hamlet . Para
aquellos que planean pasar al programa de Inglés avanzado el próximo
año, deben saber: el examen del programa de inglés avanzado está
obsesionado con la poesía. Y, por lo tanto, también estamos obsesionados
con la poesía. ¿No? —preguntó—. Repitan conmigo: estoy obsesionado
con la poesía.
—Estoy obsesionado con la poesía —todo el mundo murmuró. Sólo la
voz de Max Watson sonó en alto. Por suerte para él, ahora era demasiado
alto para ser empujado en un armario, pero ese tipo de participación
entusiasta podría inspirar a la gente a intentarlo de todos modos.
—Soneto Catorce —continuó la Sra Pimienta—. Era parte de su
lectura de verano, y culmina con estas dos líneas: “O bien de ti hoy yo
pronostico: El final de la verdad y la belleza es la fatalidad y la cita".
Detrás de mí, Ryan Chase le susurró algo a Tyler que no pude
distinguir.
—Sr. Chase, ¿qué significa “pronosticar”?
—Es cuando... —comenzó, serio—, pospones las cosas, pero... el
pronóstico en tu decisión de posponer las cosas.
Me reí junto con el resto de la clase, e incluso la SraPepper luchó
contra una sonrisa. —Supongo que fue tu acercamiento a la tarea de
lectura. Vamos a intentarlo con el primo número dos. ¿Max?
Me pregunté cómo sabía su relación. No me extrañaría que Max se
presentarse antes de la clase.
—Profetizar —dijo Max.
—Correcto —dijo Pepper, girando hacia la clase—. Ahora vamos a
hablar brevemente acerca de la elección de Shakespeare al usar las
palabras "verdad" y "belleza". ¿Esas dos palabras están unidas entre sí en
otra obra famosa de que poeta romántico inglés?
Maggie Brennan levantó la mano. También lo hizo Max. Este chico no
tenía habilidades de supervivencia de las escuelas públicas. —¿Maggie?
—Oda a una urna griega —dijo Maggie—. Keats.
—Ciertamente. “La belleza es verdad y la verdad belleza.” —Escribió
en la pizarra: ¿VERDAD = BELLEZA? ¿BELLEZA = VERDAD?—. Este es uno de
los grandes interrogantes de todo arte, incluyendo la escritura. ¿Qué hace
que algo sea hermoso? ¿Qué hace que sea veraz? La belleza es subjetiva.
¿Es verdad? ¿Están realmente relacionadas? Quiero que tengan estas
preguntas en mente, ya que volveremos a ellas durante todo el año.
—Ahora —continuó—. Volviendo a su lectura de verano. La forma
del soneto: ¿cuántas líneas contiene?
—¡Catorce! —diceRyan Chase detrás de mí—. El mismo número que
el del título del soneto que íbamos a leer: Catorce.
—Muy bien —dijo Pepper.
Antes de que pudiera detenerme, sonreí por encima del hombro.
Él me guiñó un ojo. —Lo leí. Sólo bromeaba antes.
Su sonrisa me puso nerviosa mientras comenzaba a dirigir las muchas
conversaciones significativas que tendríamos en esta clase. Ryan Chase,
estaba en lo cierto: íbamos a hacer un gran año.
1 Nombre comercial de pimienta molida.
3 Traducido por Pachi Reed15
Traducido por florbarbero

Aaron estaba acampando con su tropa de Boy Scouts cuando saltó


de una cornisa rocosa hacia el río. Se encontraba haciéndose el tonto,
jactándose, pero la corriente del río lo levantó con una fuerza inesperada.
No fue culpa de nadie, y nadie podría haberlo detenido. Aun así, me dolía
por los chicos de su tropa. Llevarán ese día —esas imágenes, el pánico—
por el resto de sus vidas.
Mis pesadillas sobre asfixia comenzaron la semana después de su
muerte. Solo que no era Aaron en el sueño quien se asfixiaba, era yo. En el
sueño, mi pie se retuerce, y en el siguiente momento, estaba cayendo,
cayendo, cayendo. El agua picó cuando mi piel golpeó la superficie,
envolviéndose alrededor de mi cuerpo y llenando mi boca mientras me
hundía, agitándome.
Por lo menos dos veces a la semana me despertaba sin aliento y con
lágrimas en la oscuridad, tratando de convencerme de que me
encontraba bien. Alejé el edredón de mi cuerpo, abrumada y aterrorizada
de sentirme atrapada. Siempre necesité al menos un episodio de Friendsen
mi portátil, los chistes familiares y las risas de fondo para lograr conciliar el
sueño.
Incluso pensar en la pesadilla, revive el ruido sordo incontrolable de
mi corazón, el sudor frío y la sequedad de mi boca.
Tuve una reacción de pánico similar cerca de Ryan Chase. Antes de
sentarme a su lado, creía que mis habilidades sociales eran promedio para
una persona introvertida. Nop. El temor a avergonzarme a mí misma me
vuelve completamente muda. Mis neuronas de idioma se separan de mi
cerebro, dejándome solo símbolos: de “¡!” o “¡¿?!” o “Smile”. Toda mi
presencia podría haber sido sustituida por un maniquí, y probablemente no
se habría dado cuenta.
En la semana que siguió a la asignación de asientos, le dije cuatro
palabras a Ryan Chase. Nada más. Y eso era si se contaba el “hmm”
como una palabra. Eso sucedió el miércoles.
Ryan: ¿Crees que vamos a tener una prueba de esa obra de nuestra
lectura de verano?
Yo: Hmm, no lo sé.
Ryan: Yo como que solo le di una ojeada. Quiero decir, el título
arruinó toda la cosa, ¿no? ¿Rosencrant z y Guildenst ern han muert o? Okay,
bueno, ahora lo sé. ¿Por qué debería leerlo?
Yo: (risa coquet a, jugar con el cabello, ment e en blanco.)
Me di la vuelta. No puedo producir un diálogo en sencillas y
cot idianas conversaciones, pero por favor, escuela de guionist as:
¡Escójanme! Al menos de esta manera, él tenía un primer plano de mi
animada cola de caballo. Paige Hancock: triste inepta, muda social y
ganadora indiscutible del premio al cabello más cepillado de Oakhurst.
¿Cómo podría resistirse?
Para el viernes, me asigné a mí misma a pasar el fin de semana
aprendiendo acerca de deportes. La pretemporada de fútbol parecía ser
el tema a elección de Ryan y Tyler, así que tal vez debería empezar por
ahí. Él estaría tan impresionado cuando interviniera con mis predicciones
de los nominados para los Globos de Oro de Fútbol de este año, o
cualquiera sea el premio que otorgan. Tendría que buscarlo. Cuando la
Sra. Pepper comenzó la clase, garabateé los términos que oí —zona de
juego, 4-3 pases— en la parte posterior de mi agenda mientras Ryan y Tyler
siguieron susurrándose entre sí en un lenguaje de fútbol. La voz de la señora
Pepper, escalada en volumen y tono, irrumpió en mis pensamientos.
—Ryan. Tyler. Voy a ser honesta con ustedes. No funciona para mí,
eso de ustedes dos teniendo un poco de tiempo de chicos allá atrás —dijo,
girándose sobre sus talones para mirarlos.
»Ryan, si pudieras por favor cambiar asientos con... —Se fue
apagando, mirando alrededor de la habitación—:...Max.
Mi corazón se hundió.
—¿Esto es permanente? —Preguntó Tyler.
—Como un tatuaje —dijo Pepper.
Max obedientemente recogió sus libros y se deslizó de su silla en la
parte delantera.
—Sra. Pepper —gimió Ryan, empacando sus cosas—. Pensé que
podríamos ser amigos.
—Bueno. Vamos a ser amigos. —Ella sonrió—. Y los amigos no dejan
que sus amigos reprueben inglés.
—Mi terapeuta dice que es importante que sea social —bromeó
Ryan, palmeando a Max en la espalda cariñosamente mientras cruzaban
caminos para cambiar de asiento. La clase se echó a reír.
—Es por eso que te estoy poniendo en el frente, mi pequeño alumno
problema —dijo ella, golpeando el escritorio donde ahora estaba
sentándose Ryan—. ¡Para así poder tener charlas súper divertidas!
—Esas charlas van a ser sobre literatura, ¿verdad? —preguntó Ryan.
—Sí, sí lo serán. —La SraPepper inspeccionó la nueva disposición de
los asientos—. Eso me gusta. Se mantiene. Ahora, de vuelta a Rosencrantz y
Guildenstern.

Cuarenta y cinco minutos del existencialismo inspirado en


Shakespeare más tarde, la Sra. Pepper mira la clase. —Una última cosa.
Estoy asesorando al equipo de Quizbowl de Oakhurst este año, y estamos
en busca de al menos un miembro más.
No sabía mucho del Quizbowl excepto que era una actividad
estudiantil tipo-show, con dos equipos de diferentes escuelas respondiendo
preguntas académicas. También sabía que era posiblemente la actividad
menos cool en la preparatoria Oakhurst. Incluso el equipo de ajedrez tenía
más participantes.
A pesar de todo eso, algo dentro de mí susurró: hazlo.
—En particular nos vendría bien usar la fuerza en la arena de las artes
del lenguaje, así mis estudiantes sobresalientes estarían a la altura —
continuó—. ¿Alguien?
Ninguna mano se levantó. La campana sonó por encima, y mientras
todo el mundo recogía sus cosas, la señora Pepper añadió—: Por lo menos
piensen en ello, ¿de acuerdo? Vengan a hablar conmigo si est án
interesados.
Cuando me prometí a mí misma que participaría en una actividad
de la escuela este año, pensé que me uniría al Key Club 1 o el Club de
francés o tal vez incluso al coro, algo de bajo perfil en un grupo grande,

1
Es una organización dirigida por estudiantes cuyo objetivo es fomentar el liderazgo a
través de ayudar a los demás
donde podría fácilmente ser anónima. No habría ningún escondite en
Quizbowl, lo cual parecía mucho más aterrador.
Pero tal vez eso —el miedo que sentía en desafiarme a mí misma—
era exactamente por qué debería hacerlo.
Empaqué mis cosas lentamente, prolongándolo para que nadie se
diera cuenta de que iba a quedarme después para hablar con la señora
Pepper.
Cuando todo el mundo se apresuró fuera del aula, MaggieBrennan
me señaló. —¿Vienes a mi fiesta de mañana?
Casi dije tal vez, pero me detuve. “Tal vez” habría significado como
que nunca iría. —Sí. Por supuesto.
—Bien. —Ella asintió con decisión, mi respuesta aceptada.
Morgan se quedó, esperándome, pero le dije que la alcanzaría en la
cafetería.
Una vez que todos se fueron, me acerqué a la mesa de la señora
Pepper. Ella abrió la boca para decir algo, pero la interrumpí antes de que
pudiera hablar. —Yo, um, tenía algunas preguntas sobre el Quizbowl. Si eso
está bien.
La Sra. Pepper presionó sus manos, casi aplaudiendo. —¡Oh
grandioso! ¡Claro!
—¿Es totalmente académico? —pregunté—. ¿O más cultura pop?
—Ambos —dijo—. Podríamos realmente utilizar más apoyo en el lado
de la cultura pop, sin embargo.
Eso podría hacerlo, con todos mis años de novelas y trivia de
televisión almacenados en mi mente. —¿Es necesario, como, dar un
prueba o algo así?
Su boca se curvó en una sonrisa divertida. —¿Qué es lo último que
leíste por placer?
—Buscando a Alaska —dije—. Bueno, lo re-leí por placer.
—Ja —dijo—. Estarás bien.
Me retorcí un poco, curvando mis manos. —Así que, ¿existen las
pruebas para entrar?
—En realidad no. Habrá como un tipo de reunión de organización,
pero aparte de eso, el Quizbowl es de muy bajo compromiso. Las
competencias son sólo una vez al mes, y duran alrededor de una hora. Así
que puedes ponerlo en una solicitud de la universidad sin tener que
ponerle mucho tiempo. Además, es divertido.
—Está bien. —Me preguntaba si iba a necesitar un coche para llegar
a diferentes reuniones, pero tal vez podría trabajar en ello—. Tengo que
preguntárselo a mis padres, pero yo... creo que lo haré, si eso está bien.
—¡Por supuesto que está bien! ¡Es genial! —Ella apretó sus manos de
nuevo—. Creo que encajaras muy bien el equipo, Paige. Y si tienes
cualquier otra pregunta, házmelo saber o a Max.
—¿Max?
—Max Watson. ¿Quién se sienta detrás de ti? Él es el capitán del
equipo.
Oh, por supuest o que lo es, pensé. —Correcto. Gracias. Nos vemos el
lunes.
—Nos vemos el lunes —dijo.
Para el momento en que llegué a la cafetería, tenía la sensación de
haber sido hipnotizada. Estaba segura de que había pasado personas en
el pasillo, pero todo se encontraba borroso. ¿Acaba de realmente
ofrecerme para el Quizbowl?
Cuando me acomodé en mi asiento habitual en la cafetería junto a
Kayleigh, Morgan levantó la vista de desembalar su bolsa de almuerzo. —
¿Todo bien?
—Sí —le dije, colocando mis libros en el centro de la mesa—. Solo
tenía una pregunta rápida.
Me puse de pie para ir a la fila del almuerzo, pero no antes de que
Tessa se hundiera en un asiento libre en la mesa. Nuestros horarios originales
estaban separados para que las cuatro compartiéramos un período de
almuerzo, pero Tessa había superado los primeros días de pre-cálculo,
recibiendo una puntuación perfecta en una asignación y la primera
prueba. El profesor insistió en cambiar a Tessa a cálculo de cuarto año a
pesar de sus protestas. La clase avanzada probablemente no sería mucho
más difícil para ella, pero eso significaba que sus períodos de almuerzo y
matemáticas ahora cambiaron.
—¿No se supone que tienes que estar en calculo, como, en dos
minutos? —Preguntó Morgan.
—Sí —dijo Tessa con voz quejumbrosa—. Estoy fingiendo por un
segundo.
Ella miró a cada una de nosotras.
—¡Uf! Esto es una mierda —gritó, golpeando sus manos contra la
mesa—. Están aquí todas juntas, y yo estoy aprendiendo integrales
definidas.
—Definitivamente no sabemos lo que eso significa —dijo Kayleigh, y
Morgan rio.
Tessa le dio Morgan una mirada oscura. —Adelante, burlarte. Yo
como almuerzo sola.
—No sola. —Morgan le palmeó el brazo—. ¡Encontrarás gente con
quien sentarte! Va a ser bueno para ti. ¡Vas a hacer más amigos!
Tessa hizo una mueca. —No necesito más amigos.
Yo sí, pensé, casi riendo amargamente. Yo no era hostil con nadie,
pero había desaparecido de la esfera social. Kayleigh conocía a las chicas
de voleibol y el coro, mientras que Morgan tenía amigos de la iglesia,
Empower, y el consejo estudiantil. Tessa hablaba con una extraña variedad
de personas en los pasillos: un chico que conoció en clase de carpintería
quien lucía como un árbol él mismo —enorme y pesado—, una chica con
una perforación en el tabique, y el chico que trabajaba como la mascota
de la escuela.
—Muy bien —dijo Tessa, mirando el reloj—. No hablen de nada
bueno.
Antes de que pudiera salir, solté mis noticias. —Creo que voy a
unirme al Quizbowl.
Morgan sacudió un poco su cabeza, sorprendida, pero una sonrisa
se extendió por el rostro de Tessa.
—Quiero decir, al menos voy a probarlo —le dije—. Tal vez no va a
ser divertido o tal vez voy apestar en ello, pero... sí.
—Mírate, con tu mente de principiante —dijo Tessa, sosteniendo su
mano en el aire mientras se levantaba para irse—. Hazlo. Tú puedes.
Le choqué los cinco, sintiéndome un poco avergonzada.
—Nuestra pequeña nerd —dijo Kayleigh, fingiendo secarse sus ojos—.
Todo crecida y compitiendo contra otros nerds.
—Cállate —le dije, pero no pude evitar reír. Claro, el Quizbowl no era
una actividad genial a la cual unirse, y sí, la idea de responder las
preguntas difíciles frente a un público me aterrorizaba. Pero no era nada
como el miedo que acompañaba mi pesadilla asfixiante —angustiosa y
sangrienta. No, este temor me hizo sentir efervescente. Esperanzada.
De hecho, este miedo se sentía como despertar descubrir que
todavía estoy aquí.
Éramos sólo mi papá y yo cenando esa noche, ya que Cameron
tenía clase de baile. Hablamos acerca de mi primera semana de clases, y
casi le dije acerca del Quizbowl. Pero quería estar segura de que iba a
suceder antes de compartir las buenas noticias. En cambio, cuando me
preguntó si tenía planes de fin de semana para divertirme, le dije—: Sí, en
realidad. Voy a ir a una gran fiesta de regreso a clases mañana.
—Mírate —dijo, bajando su tenedor—. En el mundo, entre la gente.
—Estoy orgulloso de ti, pequeña.
—Ja —le dije—. Gracias. Cuando le dije a mamá, ella dijo: “No estoy
tan segura acerca de eso”. Ella está tratando de hacer que me reporte
con ella cuando llegue a la fiesta y cuando me vaya. Y tengo que estar en
casa a las diez y media.
—Oh, Paige. —Sonrió mientras negaba—. Dale a tu madre un
descanso. Le sorprendió... nos sorprendió…
—Lo sé —le dije. Y lo sabía. Les sorprendió que Aaron —un chico de
mi edad— podría desaparecer, así como así—. Pero ella me está volviendo
loca.
La sonrisa no se movió. —Eh, así que tu mamá está siendo un poco
molest a, gran cosa. Es lo que mantiene sus rizos en su lugar.
Una sonrisa se curvó en mis labios a pesar de mí misma. Ese mismo
humor lo mantuvo como empleado en la columna de Vida y Arte de
nuestro periódico de la ciudad. Él bromeaba sobre predicamentos
políticos, cultura pop y la vida cotidiana. De alguna manera, sin embargo,
él siempre se las arreglaba para lanzar en un pensamiento conmovedor.
Mientras comía mis últimos bocados de chile con curry de coco, mi
padre se quedó sentado frente a mí. Él era una persona que comía rápido,
dejaba los platos vacíos antes de que yo pusiera mi tenedor en el plato.
Pero se quedó, como esperando una señal de mi parte.
—Escucha, pequeña —dijo finalmente, entrelazando sus dedos en
frente de él. Su voz era extrañamente seria, un tono que no había oído
desde que él y mi madre anunciaron su divorcio.
—¿Qué? —espet é, sucumbiendo a un miedo que se negaba a
desaparecer, que terrible noticias podrían venir en cuestión de unos
minutos—. ¿Qué es?
—Todo está bien. Totalmente bien. Me preguntaba si... —Se calló,
asolado—. Me preguntaba si te molestaría que empezara a salir de nuevo.
—Oh. —Eso no me lo esperaba—. No. Por supuesto que no lo haría.
Sus hombros cayeron en alivio. —Bueno. Excelente. Bien.
—Yo como que imaginé que lo habías hecho antes de ahora —le
dije. Mi papá vivía solo a excepción de vez en cuando, cuando Cameron
y yo nos quedábamos a dormir. Él todavía era guapo para su edad y tenía
una carrera exitosa. Habría tenido sentido si hubiera salido a citas sin que
yo lo supiera.
—Bueno, lo he hecho —admitió—. Muy casualmente.
Esporádicamente. Ya sabes.
No, no lo sabía, y no quería saberlo. Asqueroso. No. Casi me
estremecí.
—¿Era eso todo? —Le pregunté.
—Uh, sí. Supongo que eso es todo.
—Está bien.
—De acuerdo —dijo, pero sus ojos estaban en otro lugar, flotando en
un pensamiento tácito.
Pero no pude evitar la sensación de que algo no iba bien. Cuando
mi papá me dejó después de la cena, me di la vuelta. Traté de distinguir su
rostro en el resplandor de los faros, y me despedí de una manera que
esperaba luciera alegre.
Por primera vez en muchos años, se sentía extraño regresar a casa, a
un lugar donde todos una vez vivimos juntos.
4 Traducido por Janira
Corregido por Kora

El sábado por la noche me alisé el cabello por última vez y miré mi


teléfono. Faltaba una hora para que Tessa me viniera a recoger. Faltaba
una hora para que estuviéramos en la fiesta de Maggie Brennan, mi
primera fiesta en más de un año.
Mi habitación ya se encontraba ordenada, pero volví a organizar
unos DVD que tenía en la mesita de noche. Los puse en orden alfabético
en la estantería, donde un animal de peluche que Aaron ganó para mí se
hallaba sentado en el centro, mirándome. El gato, con los ojos de plástico
pequeños y brillantes y una sonrisa cosida, vivía junto a la foto enmarcada
mía y de Aaron.
Detrás de ambos, había un collage que hice con recortes de revistas
en octavo grado. En el centro, había pegada una foto de la fiesta de
cumpleaños número trece de Morgan: Kayleigh haciendo morritos,
Morgan con las mejillas sonrosadas y llevando una tiara de plástico, Tessa
con los labios cerrados pero sonriendo y yo con los ojos bizcos y una media
sonrisa. Fue solo hace unos tres años, pero me veía tan joven, con esa
sonrisa despreocupada. Como si no tuviera ni idea de cuan cruel podía ser
el mundo.
Nos había rodeado con recortes brillantes de revista: un minivestido
morado, un ramo de peonias, la orilla del océano, una línea de esmaltes
rosados y rojo brillante, un pastel de tres pisos, un par de aretes
ornamentales y unos tacones de satén altísimos. También añadí recortes
de palabras: “¡Diversión en el sol!”,“¡CHICAS, las quiero!”
¿Por qué elegí estas cosas? Nunca usaría un vestido tan apretado, y
siempre fui el tipo de chica de esmaltes de colores pasteles. Tenía un
armario lleno de zapatillas de ballet y solo tres pares de tacones. El pastel
era hermoso pero de una manera estética, no de manera apetecible. ¿Y
el océano? Ya no era algo que quisiera cerca de mí. Esto no era lo que me
gustaba, quien era.
Así que saqué el collage de la estantería y suavemente despegué la
foto. La puse en mi escritorio y la pegué en el centro de un nuev o pedazo
de papel. Mis amigas seguían siendo el centro de mi mundo. ¿El resto? Era
espacio en blanco. Hojeé una pila de revistas viejas, haciendo una pausa
para recortar una imagen de una televisión y otra de una pila de libros. No
me encontraba segura de por qué no incluí estas cosas, en primer lugar.
¿Me había sentido avergonzada?
—¡Paige! —me llamó mamá, rompiendo el silencio. Miré mi teléfono;
aún quedaban veinte minutos para que Tessa estuviera aquí—. ¿Puedes
bajar, por favor?
Fruncí el ceño, imaginado que me esperaba un sermón sobre mi
toque de queda inflexible y la importancia de tomar buenas decisiones
cuando sales con amigos. En el piso de abajo, encontré a mi madre
sentada a la mesa de la cocina con nada delante suyo excepto una copa
de vino tinto. Como editora de la revista Mommy hood, mi madre
raramente se encontraba sin ningún tipo de text o, el boceto subrayado de
un artículo o un libro para padres para reseñar delante. Me sobresaltó verla
sentada allí, esperándome.
Mentalmente revisé cualquier razón posible por la que pudiera estar
enfadada conmigo. Pero se veía más preocupada que enfadada cuando
me senté en frente de ella.
—¿Qué pasa? —pregunt é, con voz modulada.
—Hay algo de lo que me gustaría hablar contigo. —Hizo una pausa,
llevándose la copa de vino a sus labios. El tiempo límite para un “sorbito”
pasó y se transformó en un trago. La miré fijamente mientras tragaba, con
las mejillas llenas. Tomó una gran respiración profunda—. Estoy saliendo
con alguien.
Sentí que mis cejas se alzaban.
—¿Lo estás?
En un primer momento, no sentí nada más que sorpresa por la
coincidencia de que mi padre hubiera mencionado ese mismo tema. No
est aba sorprendida de que saliera con alguien, sino de que no lo hubiera
notado. No la había visto yendo y viniendo a horas extrañas o pasando un
montón de tiempo al teléfono. Tal vez lo conoció a través de alguna web
de citas en línea.
Sacudí la cabeza para aclarar mis pensamientos.
—Eso es genial, mamá.
Su expresión se relajó.
—¿En serio?
—Sí. Quiero decir, papá y tú llevan divorciados mucho tiempo.
Cameron y yo somos lo suficientemente mayores para entender que…
Levantó la mano, interrumpiéndome.
—Hay algo más.
El silencio cayó entre nosotras, el tiempo suficiente para que mi
corazón palpitara.
—La persona con la que salgo —dijo— es tu padre.
Al principio pensé que se refería a un padre biológico secreto, un
tipo al que nunca conocí, que me engendró en secreto hace dieciséis
años y con quien recientemente volvió a conectar. Eso parecía más
probable. Pero no, no, se refería a mi padre de verdad. El tipo de quien se
divorció hace cinco años y al que, según yo, posiblemente nunca amó, en
primer lugar. Mi rostro se transformó con completo horror cuando me di
cuenta de la veracidad de sus palabras.
—¿Qué?
—Tu padre y yo —dijo— nos hemos estado viendo. Durante los
últimos cuatro meses.
¿Cuatro meses? Mi boca se abrió mientras toda la escena se
convertía en una imagen congelada. Parpadeé, sin palabras, mientras mi
mente repasaba las preguntas más básicas. ¿Es una broma? ¿Cómo no lo
supe? ¿Por qué demonios piensan que está bien? ¡Oh, Dios mío, esto es lo
que mi padre trató de decirme! Hablaba de mi madre.
—Sé que te sorprende, pero no queríamos decirte nada hasta que
nos encontráramos seguros de que valía la pena contarlo.
—Yo… yo…
—Y nosotros queríamos decirte que somos felices. —Esa palabra,
“nosotros”, me dejó estupefacta. Nunca fueron un equipo como padres,
incluso cuando estaban juntos—. Es algo bueno.
—Pero… los recuerdo en ese entonces… —Comencé, haciendo una
pausa para recuperarme. Mis hombros se sentían a punto de colapsar, de
sollozos o de risa maniática, no me encontraba segura—. Eran miserables.
No fueron felices hasta después del divorcio.
—Sé que parecía de esa manera. —Suspiró, relajando la postura—. Y
tal vez lo fue. Necesitábamos un poco de espacio y tiempo para arreglar
las cosas por nosotros mismos.
—Pero… ¿Cuándo? ¿Có-cómo? —tartamudeé—. ¿Por qué?
—Empezamos a hablar regularmente de nuevo después de… lo de
Aaron.
Hice una mueca, incluso aunque me encontrara agradecida de que
mis padres dejaran a un lado la hostilidad del año pasado. Ayudarme se
convirtió en su prioridad mutua, y no pasó desapercibido para mí ni para
mi hermana.
Mamá continúo—: Luego la salud de tu abuela empezó a
deteriorarse, y tu padre simplemente… lo entendió.
La pérdida de memoria de la abuela, lenta pero constante, hizo
mella en todos, y me alegraba de que mamá tuviera a alguien con quien
hablar. Pero no tenía que ser mi padre, de todas las personas que había.
Me volví a sentar, derrotada. Durante años me vi obligada a
sentarme en primera fila mientras dos personas a las que amaba
empezaban a odiarse mutuamente. El descontento en nuestra casa se
podía absorber, como el humo de cigarro impregnando las paredes.
—No puedo… —dije con la voz quebrada—. No puedo verlo suceder
de nuevo.
—Oh, cariño —dijo, poniendo su mano sobre la mía. Yo la ret iré—. No
pasará. No pasará de nuevo. No así.
No podía saberlo. Parpadeé una y otra vez, pero las lágrimas se
acumulaban detrás de mis párpados. Perfecto, mi rostro estaría hinchado
en frente de toda la clase de penúltimo año.
Con la mirada acuosa, miré a mi madre, reviviéndolo todo: el tenso
silencio que caía entre nosotros como paredes, la notoria falta de
contacto visual durante las cenas familiares.
—Yo no, eso no… —tartamudeó, antes de dejar salir un suspiro—. Lo
siento, cariño. Pensé que estarías feliz.
¿Feliz? Mi incredulidad se transformó en ira intensa ahora que me lo
había contado todo, después de haberlo ocultado todo este tiempo. Ya
podía oír los chismes, rebotando contra los casilleros y empañando el que
debería haber sido mi año, mi nuevo comienzo. Sería degradada a una
reputación incluso más extraña: la chica cuyos padres divorciados salen
juntos.
—Voy a ir a casa de Tessa —dije al momento en que eso me vino a
la mente.
—Pensaba que ella te iba a recoger a las siete.
—Bueno, ahora yo voy a ir allí.
Se sobresaltó, claramente atrapada entre ejercer autoridad paternal
o dejarme un poco de espacio para procesar las noticias.
—De acuerdo —dijo tranquilamente.
Pero yo ya me hallaba en la puerta. Me pregunté cuánto le tomaría
llamar a papá y reportar mi reacción. La sola idea de esa conversación
hacía que nuestra casa familiar se sintiera extraña y confusa.
Cerré la puerta detrás de mí y crucé la calle, bajando por la colina y
atravesando el pequeño arroyo del vecindario detrás del mío. Era el mismo
espacio donde conocí a Tessa cuando tenía siete años, unas semanas
después de que nuestra familia se mudara a Oakhurst. Me encontraba
leyendo Ana, la de las t ejas verdes en la cima de la colina cuando vi una
pequeña figura rubia chapoteando en la corriente del arroyo. El camino,
como nuestra amistad, se había solidificado con el tiempo. Ahora, nueve
años más tarde, podría caminar a casa de Tessa con los ojos cerrados y no
equivocarme de camino.
—Hola —dijo Tessa, mirándome por un momento mientras entraba
por la puerta. Bajó la mirada, buscando algo en su bolso—. Estaba a punto
de ir a por ti.
Se encontraba parada junto a la mesa de la cocina, usando un
vestido veraniego y zapatos de cuña altos que cerraban la diferencia de
doce centímetros de estatura entre nosotras. Su cabello rubio caía hacia
adelante hasta la mitad de su cintura. Tessa McMahon ni siquiera poseía
un secador de cabello, y su indiferencia era recompensada con el cabello
de Taylor Swift en su adolescencia. Porque la vida no es justa.
—¿Puedo pedirte prestado algo de ropa? —Si iba a enfrentarme a
todos mis compañeros de clase después que lo que acaba de pasar,
necesitaba, por lo menos, lucir segura.
—Ajá. Por supuesto. —Sacó una barra de bálsamo de labios de las
profundidades de su bolso y me miró—. Guau. —Tragó aire. Se acercó a
mí, entrecerrando los ojos para conseguir un mejor vistazo de mi cara
indudablemente manchada—. Oye, ¿qué pasa?
—Vamos a encontrar algo que ponerme y luego te lo digo, ¿de
acuerdo?
Revisé el vestidor de Tessa hasta que encontré un vestido que casi
me prestó una vez. Buscar ropa en el armario de Tessa era difícil por dos
razones: su ropa en miniatura rara vez se ajustaba a mi talla y, en segundo
lugar, su sentido del estilo solo funcionaba en ella. Había una especie de
sentido bohemio en su vestimenta, cómodo y sin esfuerzo. Incluso aunque
casi toda la ropa y accesorios eran caros, pensaba que exponer las
etiquetas era de mal gusto. Esa era parte de la razón del porqué nunca
encajó entre los populares, sin importar cuantas veces trataron de
reclutarla.
El vestido seguía quedándome ajustado, un poco apretado por el
pecho; es por eso que mi madre no me dejó usarlo este verano.
—Te queda bien —me dijo cuándo emergí del vestidor. Se hallaba
recostada en una pila de almohadas en la cama, con los brazos
cruzados—. Pensé que no te gustaba ese vestido.
—Me gusta. Mi madre no me dejó usarlo aquella vez.
—El vest ido es bonito —gritó, señalándolo—. ¿Por qué no le gustó a
tu madre?
—Demasiado revelador —dije, haciendo comillas en el aire.
—Ew. ¡No lo es! ¡Eso es algo grosero!
Bufé. Solo Tessa podía convertir la restricción paternal en una ofensa
personal.
—Como sea —dijo, sacudiendo la cabeza—. Dime qué pasa.
Tomé una respiración profunda.
—Mis padres están saliendo.
Frunció los labios.
—Eso está bien, ¿no? Quiero decir, han estado divorciados por
mucho tiempo. Era de esperar que, con el tiempo, empezarían a…
Levanté la mano para detenerla, como mamá hizo conmigo solo
unos minutos antes. Enhebrar la siguiente oración fue como colocar piezas
de un rompecabezas que no coincidían, forzado, incómodo y
equivocado.
—Mis padres están saliendo junt os.
—Espera, ¿qué? —Me miró boquiabierta, sentándose.
—Salen juntos —repetí—. Sa-len.
Levanté los dos dedos índices y los junté, como si simbolizara
“cuando padres divorciados salen juntos”. La Sociedad Americana del
Lenguaje de Signos tendría que inventar todo un nuevo lenguaje coloquial
para mi jodida vida familiar.
Los ojos de Tessa se quedaron atónitos por la confusión. Estuvo allí
cuando mis padres se separaron y se divorciaron. Me oyó quejarme sobre
las peleas e incluso escuchó un par en persona, desde los confines de mi
habitación cuando se quedaba a dormir.
—Bueno —dijo después de un momento—. Eso es… bastante raro.
Lancé las manos al aire.
—¡Lo sé! ¡Dios! Todo va a pasar de nuevo. Terminarán siendo infelices,
ot ra vez, y Cameron y yo tendremos que volver a pasar por eso ot ra vez.
Tessa retorció la punta de su cabello. Aparentemente, no se
encontraba preparada para darme un consejo. Y, de repente, todo me
pareció tan absurdo que me eché a reír. Pero no era la risa de una
persona que tenía una crisis nerviosa, sino la risa de una persona que
simplemente se resquebrajaba.
—¿Te encuentras…? —La voz de Tessa se fue apagando—. ¿Es una
broma?
—¡No! —dije, jadeando en busca de aire mientras me secaba los
ojos. Mi risa hilarante continuaba—. Es muy real. Está completamente bien.
Mis padres están saliendo. ¡No importa! ¡Está bien!
—Est ará bien. —Me miró directo a los ojos—. Lo estará.
Mi risa se apagó.
No era la primera vez que Tessa me prometía que todo saldría bien.
Después del funeral de Aaron, iba a ponerme el pijama cuando
comprendí que ya no me encontraba el funeral. Ya había pasado. No
quedaba nada por hacer. Solo quedaba su ausencia eterna. Caí de
rodillas en la alfombra sobre mi vestido negro a medio desabrochar,
histérica, y Tessa me estrechó entre sus brazos. Mientras sollozaba, ella
repetía, una y otra vez, las mismas palabras de una forma rítmica que de
alguna manera me tranquilizó: “No siempre se sentirá así. Lo prometo. Se
volverá más fácil. No siempre te sentirás de esta manera, Paige. Lo
prometo”. No trató de racionalizar mi dolor ni trató de arreglarlo. Pero
plantó esa idea, que algún día se podría volver más fácil.
—De acuerdo. De acuerdo.
Me pellizqué el puente de la nariz. Mi piel se sentía rojiza, y me volví
para examinar el daño que las lágrimas le hicieron a mi aspecto. Miré mi
rostro en el espejo, pensando en la foto del collage de nosotras cuatro. Los
mismos ojos verdes, el mismo cabello castaño claro hasta el hombro, el
mismo todo. Aparte de unos cuantos centímetros de estatura y el indicio
de curvas, me veía exactamente igual que cuando iba a octavo grado.
La monotonía me sofocó, como si las paredes se cerraran a mi alrededor.
Por dentro, había cambiado mucho, incluso durante el último año. Sin
embargo, aquí me encontraba, la misma Paige de siempre. Necesitaba
librarme de ella.
—¿Me cortarías el cabello?
La miré desde el espejo mientras su boca formaba la palabra—: No.
—Solo el flequillo. —Dándome la vuelta, le di mi mejor mirada
suplicante.
—¿Quieres que te corte el flequillo?
—Sí.
—¿Te das cuenta que nunca en mi vida le he cortado el cabello a
nadie?
—Sí.
—No.
Gruñí.
—Se supone que debes ser mi mejor amiga.
—Soy tu mejor amiga —me dijo, evitando mi mirada. Aún se
encontraba en la cama, mordiéndose las uñas—. Es por eso que no te
dejaré tomar decisiones relacionadas con el cabello cuando te
encuentras molesta.
—No estoy molesta.
—De acuerdo —dijo sarcásticamente.
—Necesito un cambio, Tess —me quejé.
—Entonces cambia de rímel o algo por el estilo —dijo—. Tu cabello es
bonito.
—Si no lo haces tú, lo haré yo. —Me acerqué al escritorio, tomando
un par de tijeras multiusos del cajón.
Cuando simplemente me miró, tomé un mechón de mi flequillo entre
dos dedos y lo cort é.
—Dios —murmuró después de un momento, bajando de la cama—.
Bien. Dame las tijeras.
Me quedé quieta, firme. Pero ese gesto, ese simple tijeret azo, me hizo
avanzar. Me quedé quieta y contuve la respiración, lista para cambiar,
incluso de la manera más pequeña.
5 Traducido por Kyda y Laura Delilah
Corregido por Mae

De camino a casa de Morgan, Tessa y yo no hablamos. Los flequillos


le hacían cosquillas a mi frente, y no podía dejar de verme en el retrovisor
del auto. Esta chica, con su nuevo cabello y vestido “minúsculo”, podría
soportar las próximas horas. La radio se encontraba encendida, y canté
para mí misma.
Los gustos musicales de mis amigas divergían y se superponían como
una cuarta parte de una diagrama de Venn. A Kayleigh le gustaba el pop
y el hip hop, con algo de rock clásico. Tessa también incursionaba con
rock clásico pero generalmente prefería música indie poco conocida.
Tenía una cero tolerancia por la música sentimental, lo cual siempre
causaba dimes y diretes si Morgan estaba a cargo de las selecciones de
las canciones. Morgan prefería el tipo de rock ligero que mi madre
escuchaba y, también como mi madre, desaprobaba el hip hop de
Kayleigh. Teníamos una regla en la casa que establecía que podías elegir
la música cuando todo el mundo se encontraba en tu casa o en tu auto.
Habían dos excepciones: en los cumpleaños o durante una crisis de vida,
las otras chicas abdicarían a sus derechos de DJ.
La regla de la casa era fácil para mí. Me gustaba la mayoría de las
canciones que les gustaban a mis amigas. Mi única rareza era un
vergonzoso entusiasmo por baladas pop, el cual trataba de controlar.
Pero eso es lo que Tessa ponía ahora, un himno pop para chicas que
siempre me gustó. Sabio que silenciosamente hacía cumplir la Enmienda
de la Crisis, permitiéndome esta canción mientras mi vida familiar se movía
bajo mis pies.
—Oye —dije a Tessa, después de que estacionarse en la entrada de
Morgan y tocara la bocina—. No les diré aún. Sobre mis padres.
Tessa asintió mientras la puerta frontal se abría y Kayleigh emergía.
Kayleigh es solo tres centímetros más alta que yo, pero con curvas mucho
mejores y un meneo confiado en su forma de caminar, aún en tacones.
—¡Morgan! —gritó Kayleigh desde la cima de la entrada—. Vamos.
Morgan salió por la puerta, diciendo adiós a sus padres antes de
cerrarla. Caminó hacia la entrada en su típica postura perfecta: los
hombros hacia atrás, la barbilla ligeramente subida.
—Dios, Kayleigh. —Podía escucharlas a través de la ventana
abierta—. Ya voy.
Morgan y Kayleigh actuaban más como dos hermanas que
cualquier persona que conociera, incluyéndome y a mi hermana de
verdad. Cuando la mamá de Kayleigh murió, su padre y sus tres hermanos
mayores empezaron a asistir a la iglesia de Morgan. Morgan solo tenía
cinco años en ese tiempo, pero tomó a Kayleigh de la mano y la guio a su
salón de la escuela dominical. Han sido mejores amigas desde entonces.
Kayleigh y yo conectamos en quinto grado, cada una intuyendo
que nuestras vidas eran más difíciles que las de otros niños. No hablamos
de los silencios fríos de mis padres o de la muerte de su mamá, pero
sentimos ese dolor de la manera en la que solo los niños de hogares rotos
pueden. Me presentó a Morgan, cuyos padres eran completamente
normales, y de alguna forma, con Tessa, nuestras vidas individuales raras se
unieron y se quedaron pegadas.
—Pensé que tu mamá no te dejaría usar ese vestido —dijo Morgan,
cerrando la puerta del auto tras ellas. Su memoria contenía todos los
chismes de la escuela en los cuatros vestuarios.
—Bueno, lo usaré de todas formas. —Miré a Tessa buscando
confirmación, y ella me dio un asentimiento decisivo mientras salíamos de
la entrada.
—Espera —comentó Morgan—. Da la vuelta. ¿Tienes flequillo?
—¡Sí, lo tiene! —Tessa dijo esto como alentando, animándome
mientras subía el volumen de la radio.
—De acuerdo, en serio, ¿por qué el mundo está tan raro aquí? —
Morgan levantó su voz sobre la canción—. Paige cambió su cabello por
primera vez en la historia de la humanidad, y esta no es la música de Tessa.
—Me gusta esta canción —mencionó Kayleigh, dando golpecitos
como si fuera una batería en la parte trasera de mí asiento.
—¿Hay una crisis? —demandó Morgan—. ¿Por qué estamos
escuchando esto en tu auto?
—¡Porque podemos! —gritó Tessa, subiendo un poco más el
volumen. La miré, cabello salvaje contra las ventanas abiertas, y sonreí, a
pesar del caos llenando mi vida.
Necesitaba a las tres chicas esa noche, apoyándome. Siempre
fueron mis amigas más cercanas, pero después de que Aaron murió, me
uní completamente con ellas. Acampamos fuera de la casa de Tessa los
fines de semanas a veces, con películas rentadas y bocadillos hechos por
Morgan. Eran normales cuando quería ser normal, y me abrazaban
cuando quería llorar. Cuando todo se cierra, solo hay dos tipos de
personas: mejores amigos y el resto del mundo.

Luego de dos horas en la fiesta, Tessa me había recordado al menos


cuatro veces que podíamos irnos cuando quisiera. Caminamos por la
casa, pausándonos para mezclarnos, y pensaba que me iba bien. Ninguna
señal de Leanne Woods y su nuevo novio de la universidad. Ryan Chase se
encontraba alrededor, y, habiéndolo observado por una parte
vergonzosamente larga de mi vida, podía notar que algo era diferente. Su
lenguaje corporal cantaba con todavía más confianza, como si finalmente
hubiera descubierto lo apuesto que era. Quizás era un intento de quitarse
de encima los rumores relacionados con la depresión por Leanne, aunque
Ryan Chase parecía estar bien. Simplemente bien.
Después de un rato, me separé de mis amigas para socializar por mi
parte y probé que también estaba bien. Además, tenía un puntaje
personal que empatar: yo contra yo. Salía al pórtico, el cual daba vista a la
piscina de Maggie, e iba a ver a mis compañeros de clase nadar. Si iba a
nadar nuevamente algún día, bien podría acostumbrarme.
Me encontré con Maggie en mi camino hacia afuera. Usaba un
vestido de algodón blanco y sostenía refrescos de dos litros en el hueco de
su brazo.
—Hola, Paige —dijo—. ¡Estoy tan feliz de que hayas venido! Hermoso
vestido.
—Gracias. Es una fiesta genial.
Desde alguna parte adentro, un vaso se rompió.
—Mierda —comentó, poniendo sus ojos en blanco—. Será mejor que
entre. Oye, espero que te diviertas. En serio.
Me dio una última mirada significativa, ese “en serio” probando que
sabía, tanto como cualquiera podría, lo que fue el año pasado para mí.
Maggie, cuya gracia y franqueza la llevaron a ser electa presidenta de la
clase cada año desde el séptimo grado, nunca me daría Esa Mirada.
Sin ninguna de mis amigas a mi lado, caminé a través de las
multitudes de persona. Me situé en el borde del alto pórtico y respiré
profundamente. Abajo, chicos de mi grado se arrojaban al agua el uno al
otro, piel desnuda contra el agua azul de la piscina. El agua ondeaba
mientras se movía, e imaginé las pequeñas olas como pequeñas manos,
queriendo agarrarlos y jalarlos. Mi garganta se espesó, pero tomé una
inhalación lenta. Nadie iba a ahogarse. Todos se encontraban a salvo.
La tibia brisa levantó mis flequillos de mi frente, y no me molesté en
arreglarlos.
Alguien se apoyó en la barandilla a mi lado, los brazos cruzados de
la misma forma que los míos. Miré a Ryan Chase, a centímetros mirando de
igual manera a los nadadores.
—Hola —dijo, sonriéndome. Sus ojos se veían tan salvajemente azules
como la piscina.
—Hola.
—¿Tu cabello está diferente?
Palabras, Paige. Dilas. —Flequillo.
—Lindo. —Cuando sonrió, arrugas se formaron en las esquinas de sus
ojos. Nunca las noté antes. Quizás lo hacían ver un poco más viejo, pero
me encontraba encantada, aquí estaba un chico cuya felicidad dejó
marcas en su rostro.
A través de pestañas revoloteando y una sonrisa tímida, me las
arreglé para decir—: Gracias.
Retrocedan, señoritas: batir las pestañas y decir monosílabos.
Obviamente, tenía esto bajo control.
Antes de poder recuperarme de esta torpeza verbal, el rostro de
Ryan Chase se transformó. Su rostro se arrugó de preocupación y peor que
todo, tocó mi codo. Me dio, sin poder negarlo, Esa Mirada. Con la voz llena
de lástima, comentó—: Creo que es genial que hayas venido esta noche.
Mi cabeza se hundió, mis hombros cayendo. Pero entonces recordé:
los chismes y a las personas observando a Ryan Chase también, todo el
mundo, hasta yo, silenciosamente evaluando cómo se encontraba
después de Leanne. Así que me arriesgué.
—Gracias. Tú también.
Esto lo atrapó fuera de guardia, sus cejas moviéndose. Oh dios, me
había sobrepasado. Y el premio para la peor forma de coquetear va
para… ¡Paige “la violadora de límites sociales” Hancock! Pero entonces
Ryan me dio una sonrisa triste y conocedora.
—Estoy intentándolo.
Asentí, tratando de no mostrar mi alivio.
—Sí, yo también.
Nos quedamos de pie allí juntos, semejantes por un momentos, aquí
pero separados de nuestros compañeros de clases, cada uno lidiando con
algo privado en un escenario público. Yo entendía, y él sabía que lo hacía.
—Allí estas. —Tessa se apoyó a mi lado, y los ojos de Ryan se
movieron hacia ella. Morgan y Kayleigh no se encontraban muy atrás.
—Aquí estoy —dije débilmente.
—Hola, Tessa. —Ryan se enderezó.
—Hola —respondió ella, sin molestarse en hacer contacto visual. Se
giró, su espalda contra la barandilla.
—Tessa y yo somos nuevos amigos para la hora de sentarnos en la
mesa de almuerzo. —Me dijo Ryan.
Todo mi cuerpo ardió con celos, y me pregunté por qué no me dijo
nada con respecto a sentarse con Ryan en el almuerzo. Probablemente
porque no era gran cosa para ella.
—Acabas de perderte a Tessa ganándole a cada chico aquí en los
dardos —mencionó Kayleigh.
Tessa sonrió para sí misma.
—¿Aficionada a los dardos, eh? —preguntó Ryan Chase.
—Hay una tabla para dardos en el Carmichael —dijo ella, como si él
supiera cuanto tiempo pasaba ella allí.
Él sonrió, enfocándose en ella completamente. —Así que, ¿cuál es tu
secreto?
Solo en ese momento fue que le concedió una mirada. Hizo una
mímica de arrojar un dardo y entonces sonrió engreídamente. —Tengo el
don.
—Oh, oye —le dijo Kayleigh—. ¿Verás la Osa Mayor en el Carmichael
el próximo mes? Mi hermano irá a eso.
Tessa exhaló agudamente, casi un resoplido. —Por supuesto que lo
haré.
Dejó a Ryan Chase por fuera como si nunca hubiera estado allí y
continuó charlando con Kayleigh. Morgan miró alrededor del pórtico,
buscando prospectos a través de la multitud. Este parecía tan buen
momento como cualquiera para escaparme hacia el baño. Ryan Chase y
yo compartimos un momento. Sí, la presencia minúscula y displicente de
Tessa triunfó sobre mí en un instante. Pero, finalmente, él se daría cuenta
que ella no se encontraba interesada. O eso me dije, mientras caminaba
hacia arriba, donde est uve complacida de no encontrar una fila para la
puerta del baño.
La puerta ya se encontraba un poco abierta, así que ni siquiera
toqué. Pero este no era un baño en absoluto. Observé una oficina
espaciosa con un amplio escritorio y una biblioteca alineada con toda la
pared negra. Y, en la esquina de atrás, una figura alta con cabello oscuro,
sentado perfectamente quieto en una silla lateral.
—Oh mi dios —jadeé, mi mano volando hacia mi pecho por la
sorpresa. Pero lo reconocí: Max Watson, el primo de Ryan Chase.
—Uh… hola —dijo, levantando su mirada.
Exhalé. —Me asustaste.
—Me aburrí —comentó, sosteniendo el libro en su mano para que así
pudiera deducir el resto.
—¿Así que entraste aquí para leer?
—Bueno, no exactamente. Buscaba el baño, pero resulta que a
alguien que vive aquí realmente le gusta John Irving. Y a mí también.
Me incliné más cerca para poder dar un vistazo a la cubierta del
libro. —¿Ese es Owen Meany?
—Lo es —dijo, sus cejas subiendo—. ¿Conoces por nombre de pila a
este libro?
—Supongo. Amo las líneas de cierre.
—Sí —declaró Max—. Toda la añoranza en el libro está justo allí en las
últimas dos oraciones.
Apenas reprimiendo una sonrisa de diversión, crucé mis brazos.
—¿Lo has leído antes?
—Lo he hecho. —Empujó sus lentes más hacia arriba por su nariz.
—¿Así que estás sentado en esta oficina, solo, leyendo un libro que
ya has leído…?
Pensó por un momento. —Parece de esa forma.
Hubo una pausa, y me di cuenta que me había quedado sin cosas
que decir. Así que me presenté incómodamente.
—Soy Paige, por cierto.
—Lo sé —comentó—. Soy Max.
—Cierto. Clase de inglés.
—La señorita Pepper me dijo que considerabas entrar al QuizBowl.
—Oh, cierto. —En todo el drama con mis padres, lo olvidé
totalmente—. Sí, lo haré. ¿Eres el capitán, correcto?
Hizo un saludo.
—Si. En realidad solo soy el capitán por defecto, sin embargo. Los
otros dos miembros del equipo están súper ocupados. Solo tengo el club
de robótica y de latín, así que dijeron que debería hacerlo yo.
—¿Robótica? —pregunté—. ¿Eso es cómo, construir robots?
—En su mayoría —dijo, encogiéndose de hombros y decidí que
había llegado a mi capacidad completa de incomodidad.
—Bueno, diviértete con John y Owen —mencioné, retrocediendo
fuera de la habitación. Sabía que Max era inteligente, pero esta era una
muestra comprometida e impresionante de nerdsismo.
—Oh, lo haré —dijo mientras cerraba la puerta.
Sacudí mi cabeza, dejando de lado nuestro extraño encuentro. A
pesar de que Ryan siempre fue popular en la escuela, era de
conocimiento común que Max era su amigo más cercano. Incluso oí
rumores de que Max se transfirió a Oakhurst porque Ryan pasaba por un
momento difícil. Durante la primera semana de escuela, noté que Ryan no
corría con su público habitual. Leanne todavía caminaba por los pasillos
flanqueada por el mismo grupo al que Ryan siempre perteneció. Ryan
parecía separado ahora, charlando con amigos aleatorios o del Consejo
Estudiantil en el pasillo en vez de su gran grupo de “amigos”.
Para el momento en que encontré el baño real y volvía por mis
amigas, Tessa me había enviado un mensaje: Esta fiesta está muerta. Te
encuentro en el auto.
Encontré a Maggie para decir adiós y luego caminé a través de la
multitud. Pero, una vez afuera, me distraje con el Jeep negro estacionado
inmediatamente delante de la casa, el Jeep de Ryan Chase.
E inclinándose contra el Jeep de Ryan Chase se encontraba Max
Watson, de brazos cruzados.
—Tú otra vez —dije, frenando mi ritmo. Nunca vi a Max Watson en
una fiesta antes, y ahora parecía estar en todas partes.
—Yo otra vez —estuvo de acuerdo—. Un poco menos escalofriante
esta vez.
Sonreí. —¿Cómo estuvo el libro?
—Excelente, como sabes.
—Bueno —dije—. Te perdiste una excelente fiesta. —No era cierto,
realmente, y mi tiempo probablemente hubiese sido mejor gastado
leyendo o viendo TV.
Se encogió de hombros. —Sólo vine porque mi mamá me presiona
por ser “activamente social” ahora que estoy de regreso en Oakhurst.
Comparado con Ryan, parezco un recluso para ella.
—Ja —dije, casi riéndome de cuán cerca estuvieron mis propios
pensamientos a los pensamientos de su madre.
—¿Por qué es eso divertido? —Frunció el ceño. Me encontraba lo
suficientemente cerca para ver mi reflejo en sus gafas. El flequillo me
sorprendió; una adición ya olvidada.
—Sólo porque... —Mi mente se tropezó, buscando—. Mi mamá
quiere que sea más social, también.
No era exactamente cierto. Después de lo ocurrido con Aaron, mi
mamá quiso que tuviera "relaciones saludables", pero prefirió que tuviese
amigos en nuestra casa, donde sabría que estaba segura. Casi me
prohibió viajar en el auto de Tessa completamente. —Los conductores
adolescentes tienen una alta tasa de accidentes —dijo ella.
—Ah —dijo Max—. Pensé que te burlabas de mí.
—Nunca —mentí, mientras una punzada de culpa me golpeaba.
Esto no era bueno. Realmente necesitaba gustarle al primo de Ryan
Chase. Además, si me quedaba aquí hablando con él el tiempo suficiente,
Ryan Chase estaba destinado a llegar a su auto finalmente. Mis amigos
podían esperar.
—Realmente —dije, comprando algo de tiempo—, cuando era más
joven, me alejaba sigilosamente en las fiestas de pijama para leer
cualquier libro que llevaba. Mis amigos todavía se burlan de mí por eso.
Sonrió genuinamente ahora, pero sus ojos viajaron arriba de mi
cabeza.
—¿Listo? —preguntó a alguien detrás de mí. Giré mi cabeza para
encontrar Ryan Chase, caminando hacia nosotros.
—Sip —dijo Ryan, tintineando las llaves de su auto como evidencia.
—Te veo el lunes —me dijo Max mientras Morgan aparecía en la
acera cerca del auto, señalándome.
—¿Vienes? —me llamó ella.
—Sí —A los chicos, dije—: ¡Hasta luego!
—Adiós, Paige —dijo Ryan, como si fuéramos amigos. Medio
esperaba que su sonrisa tuviera un brillo real, con un ¡Ding! como un
comercial de pasta dental.
Me apresuré a una Morgan de aspecto tímido. Ella cruzó sus brazos.
—Me enviaron en una misión de búsqueda y rescate pero, claramente, no
necesitabas ningún rescate. ¿Qué te dijo Ryan Chase?
—Um, dijo “Adiós Paige”.
—Oh. Bueno, totalmente te dio los ojos.
—Creo que son solo... son sus ojos.
—¿De ensueño? Cierto. —Ella se rio mientras me jalaba hacia el auto
de Tessa.
—¿Café? —preguntó Tessa, una vez que subimos. No era realmente
una pregunta. Ella condujo con las ventanas abajo y cerré los ojos,
sintiendo mi cabello danzar a mi alrededor.

Derramé mi drama familiar a mis amigos después de todo, en dos


entumecidas frases. —Mi mamá y mi papá han estado saliendo con el otro
por cuatro meses. Mi mamá me dijo esta noche.
—Oh mi Dios —susurró Kayleigh y Morgan le dio un codazo.
—¿Estás bien? —Conocía a Morgan lo suficientemente bien como
para esperar esta pregunta en primer lugar, junto con su mano en mi
brazo. Kayleigh sorbió su bebida, y Tessa se inclinó un poco más, nuestros
hombros tocándose.
Me encogí de hombros. —No creo que importe. Son citas, y eso es
todo.
Nos encontrábamos en la cabina de la esquina en Alcott, nuestro
lugar habitual en las noches cuando los padres de Tessa estaban
realmente en casa. A veces conseguíamos bebidas y hablábamos todo el
tiempo. Otras noches, reuníamos nuestros libros o revistas de elección,
alternativamente leyendo y riendo, con las lecturas dramáticas de
Kayleigh de Cosmo o los hechos escandalosos de Tessa de una
autobiografía de una estrella de rock. Esto podría seguir por horas,
escondidas del resto del mundo.
—¿Por qué no nos dijiste antes de esta noche? —Kayleigh frunció el
ceño—. Pudimos habernos saltado la fiesta.
Me encogí de hombros otra vez. —Realmente no quería hablar de
eso.
—Está bien —dijo Morgan. Ella torció un arete de perla—. No
tenemos que hablar de ello. Sólo queremos asegurarnos de que estás bien.
—Está bien si no estás bien —agregó Kayleigh. Había demasiados
está bien alrededor, y se hacía más evidente que no me encontraba, de
hecho, bien.
Miré a cada una de ellas, sus ojos en los míos y suspiré. —Es sólo que
todo lo que pensé que conocía parece diferente. Es como, cuando mis
padres se divorciaron, fue un punto final. No puntos suspensivos.
Morgan sacudió la cabeza después de un momento. —No lo
entiendo.
—No fue "Divorciado, punto, punto, punto” —dije—. Fue “Divorciado,
punto”. Eso es lo que el divorcio es. Punto final.
—Tal vez es una nueva frase —sugirió Tessa—. Una nueva historia.
—O tal vez fue un punto y coma —dijo Morgan.
Tuve que sonreír ante est o, sus adiciones a mi mala metáfora. —Por
favor no tomen a mal esto, pero ¿alguna de ustedes tienen problemas del
que podamos hablar en su lugar?
Morgan lanzó un suspiro dramático. —Tengo muchos problemas. Por
ejemplo, hablaba con Brandon Trevino —potencial total, ¿correcto?—,
mientras que Tessa lanzaba dardos, e iba tan bien hasta que hizo este
comentario sobre las chicas y los deportes competitivos que tenía,
francamente, un trasfondo misógino. Así que eso fue una pérdida de
tiempo.
—Brandon Trevino es un estúpido —dije, recordando las cosas que le
había escuchado decir una vez en el pasillo. Misógino es un eufemismo.
—Es cierto —dijo Kayleigh—. Una vez me preguntó, “Entonces, ¿quie
eres, de todos modos?” ¡Ni siquiera me conoce!
Todas hicimos sonidos de desagrado. La gente siempre era
contundente al preguntar el grupo étnico de Kayleigh. Si alguien era lo
suficientemente amable sobre eso, Kayleigh les diría la verdad: que el lado
de su padre era francés y polaco, y su madre era afroamericana. Si la
gente preguntaba bruscamente, como, "Así que, ¿qué eres, de todos
modos?" Kayleigh decía, "Soy fabulosa; ¿qué eres tú?
—Te estoy diciendo —dijo Tessa—, los chicos de la secundaria son
una pérdida de tiempo. Ve a la universidad o ve a casa.
—Oye —dijo Kayleigh—. ¡Eric todavía está en la secundaria!
—Entonces tal vez los chicos de Carmel son rescatables —dijo Tessa.
—¿Rescatables? —Kayleigh se echó a reír—. Muchas gracias.
—¡No lo he conocido todavía! —dijo Tessa, sonriendo—. No sé si él es
aceptable.
—Jesús, Tessa —dijo Morgan—. Son chicos, no personas para
molestar.
—Eso —dijo Tessa, apuntando a ella—, muestra exactamente cuánto
sabes acerca de chicos de secundaria. Déjame llevarte a un pequeño
viaje por el carril de la memoria. A Shawn Vomitón.
El apellido de Shawn no era Vomitón. Pero, el año anterior, llevó a
Tessa a una fiesta y se emborrachó tanto que vomitó. Tessa relataba con
horror total —¡Mis zapatos, Morgan! ¡Llegó hasta mis zapatos! —y apoyé mi
barbilla contra mi mano, hundiéndome en sus risas. No importa lo que
sucediera después con mis padres, mis amigas y yo estaríamos todavía
aquí intercambiando historias y sorbiendo de nuestros lattes. Juntas,
hicimos cuatro paredes, sosteniéndonos mutuamente mientras el mundo a
nuestro alrededor cambiaba.

Cuando llegué a casa, me encontré con mi hermana cepillándose


sus dientes en el baño contiguo. No hablaba con ella sobre nuestros
padres todavía, pero si yo estaba molesta, esperaba la catat onia de
Cameron. A los trece años, mi hermana pensaba principalmente en
esmalte de uñas brillante y conversaciones telefónicas donde contribuía
esencialmente con: "Oh mi Dios. Noh-oh.”
Se inclinó sobre el lavabo del baño, envuelta en una toalla. Más allá
de ella, la bañera se atoraba con agua casi escurriendo, un glug-glug
espantoso que me hizo estremecer. No había utilizado nuestra bañera en
un año. Los product os de baño femenino de mi hermana se encontraban
alineados en una fila ordenada por el borde de la bañera, cada uno
elegido por su linda botella y olor afrutado.
—Hola —dije, apoyada contra el marco de la puerta. Ella miró hacia
arriba, quitando algún tipo de gel verde de su cara. Su pelo, el mismo
marrón suave que el mío, se encontraba recogido con una diadema.
—Escuché que enloqueciste hacia mamá. —Cubrió su cara con una
toalla—. ¿Cuál es tu problema?
Mi mandíbula cayó, como si fuera a hablar, pero ninguna palabra
salió. Cameron me miró, esperando.
—¿Cuál es mi problema? —le pregunté—. Mi problema es que van a
terminar perjudicándose mutuamente otra vez.
Rodó sus ojos hacia mí. —No sabes eso.
—Sí, Cameron. Lo hago.
—Oh, vamos —se mofó—. Han tenido algún tiempo separados, y
ahora están bien. Deberías estar feliz por ellos.
Me froté en mis sienes. —No recuerdas lo que era.
—Recuerdo —dijo ella, frunciendo el ceño—. Soy sólo tres años más
joven que tú.
—Entonces recuerdas que eran tan infelices juntos. Cuando éramos
pequeñas, apenas hablaban. Sólo peleaban.
Su expresión se convirtió en un gran ceño. —No, no lo hacían.
—Cameron, lo hacían. Ellos se divorciaron porque sacaban lo peor
de cada uno.
Me miró, negándose a romper contacto con los ojos por unos latidos.
—Bueno, creo que estás siendo muy negativa. Será mejor esta vez.
Miré entre nuestros rostros, reflejados hacia mí en el espejo del baño.
Nos veíamos tan parecidas, los mismos ojos verdes y piel pálida salpicada
de pecas, solamente que ella era más pequeña y huesuda, como yo lo
había sido a esa edad.
—Tal vez —concedí, finalmente, pero sólo porque parecía una niña
pequeña para mí en ese momento. Una niña pequeña cuya manta de
seguridad habían intentado tirar—. Buenas noches.
Una vez dentro de mi habitación, abrí mi planificador en mi lista
Cómo Comenzar Otra Vez. Lo hice, fui a una fiesta, a pesar de una enorme
bola curva gracias a mi mamá. Pasé una línea a través de:
3. Fiestas y eventos sociales.
Sonreí hacia la lista, el orgullo se difundió a través de mí como calor.
Ya había hecho una de las cinco cosas. No fue ni siquiera tan difícil.
Enamorada de mi éxito, hice una edición rápida al número tres. Porque no
podía ser cualquier tipo al azar. Necesitaba salir con alguien que me
gust ara, alguien con quien conectara. Alguien que hiciera mis entrañas
revolotear.
4. Tener una cita (RC)
6 Traducido por Mel Wentworth
Corregido por Miry GPE

Tres meses después de la muerte de Aaron, mi abuela se mudó a


una residencia asistida —no un asilo—, como el folleto tuvo el cuidado de
mencionar. Apenas podía soportar decirle adiós a su casa, por sobre todo
lo demás que intentaba soltar. Pero después de que su diagnóstico de
Alzheimer fuera oficial, ella quería un departamento aquí.
Encontré que su nuevo hogar me confortaba de la misma forma que
su antigua casa. La decoración era casi la misma —cortinas de lino con
enredaderas de rosas, hierbas que florecen en las macetas en el alféizar,
figuritas de porcelana haciendo una reverencia entre sí dentro de un
aparador de cristal—. Ella t odavía guardaba refresco de jengibre y mis
botanas favorit as, y todavía dejaba la televisión en modo silencio mientras
hablábamos, siempre Nick at Nit e.
Fue mi abuela la que me enseñó que los programas de televisión
empiezan con un libreto. Mirábamos I love Lucy cuando yo tenía once
años, y dije: —Lucy es la mujer más divertida de todas.
—Lucille Ball tenía un talento magnífico —me dijo—, pero, sabes, se
decía que en la vida real era muy seria.
—¿Y podía cambiarse a divertida para la televisión?
—Bueno —dijo mi abuela—, casi cada episodio era coescrito por la
misma persona, quien era muy divertida.
—¿Por Lucy, quieres decir? —pregunté.
—No, por una mujer llamada Madelyn Pugh. Era bastante inusual en
los cincuentas, tener a una mujer como escritora principal para un
programa. Creo que ella realmente entendía a Lucy.
Cuando expresé cuán confundida me hallaba, me explicó que los
programas de televisión se escriben con antelación, por una habitación
llena de escritores. Al principio, esa nueva información le quitó un poco de
la magia para mí. Pero cuando vimos 30 Rock, un programa acerca de
escritores de televisión, y mi abuela me regaló la autobiografía de Madelyn
Pugh en navidad al año siguiente, quise ser parte de todo eso.
Ahora deambulaba por la sala de estar, esperando a que mi abuela
“se maquille”. Ella se arreglaba el cabello y maquillaba antes de recibir
visitas, incluso si sólo era yo. Y normalmente era yo, cargando bastante
equipaje emocional para desempacarlo en el suelo.
La repisa exhibía mis fotos de la escuela, enmarcadas junto a las de
Cameron. Apretadas entre ellas se encontraba una foto de mi abuela
girando frente a la Torre Eiffel —sus brazos ligeramente abiertos, la falda
con forma de campana alrededor de sus piernas, el rostro borroso por el
movimiento del giro—. Ahora sé que tenía cincuenta años en esa foto,
pero lucía tan joven y libre.
Me senté en la mesa de la cocina, hurgando en el siempre presente
plato de surtidos. A mí me gustaban los dulces y a Cameron los salados.
Nuestra abuela mediaba entre nosotras con aperitivos parejos.
—Hola, dulce niña —dijo, saliendo de su habitación. Se agachó para
besarme en la mejilla, y el aroma del perfume de lavanda me envolvió.
—Hola, Abue —dije.
—¿Nuevo corte de cabello? —Entrecerró los ojos hacia mí mientras
se sentaban en una silla.
Asentí. —Flequillo.
Asintió sabiamente. —Siempre dije que el flequillo se te vería bien,
Katie.
—Paige. —Esto sólo pasaba de vez en cuando, mi abuela
llamándome por el nombre de mi madre.
La abuela parpadeó un par de veces y luego se echó a reír, un poco
avergonzada. —Tonta yo. ¿Te dije Katie? Es sólo que luces tan parecida a
tu madre cuando era niña. Sólo que tú ahora tienes flequillo.
—Flequillo que mi madre det est a —dije—. Por supuesto.
—¿Dijo eso? —Su ceño profundizó las delicadas arrugas junto a su
boca.
Suspiré, recordando el tono brusco de mamá en el coche de
camino aquí. —Bueno, detesta que me lo haya cortado sin preguntarle.
—Oh, lo va a superar.
A veces no podía creer que mi abuela haya sido la que crió a
mamá. No recuerdo a mi abuelo, pero sé que fue un marine. Tal vez de ahí
es de donde mamá obtuvo sus reglas estrictas y el toque de queda típico
de la fuerza militar. Permanecimos en silencio unos minutos mientras me
perdía pensando en mamá. Y mi papá. Y mamá y papá.
—Dios mío, querida. —Mi abuela me miró desde el otro lado de la
mesa de la cocina—. Luces como si tuvieras algo pesado en tu mente. ¿Es
ese sueño de nuevo?
Se refería a la pesadilla en que me ahogaba, la cual sólo la conocía
mi terapeuta. Según mi opinión, era una de las últimas cosas que mi
abuela retuvo antes que su pérdida de memoria empeorara.
—No. No es eso. ¿Sabías —comencé, intentando sonar calmada—
que mamá y papá Están saliendo?
Tomó una respiración. —Creo que puede que haya oído algo de
eso. ¿Estás segura?
Ese fue el Alzheimer trabajando. Mamá seguramente ya se lo dijo,
pero esa conversación parece ser como un sueño, confuso para que mi
abuela lo recuerde.
—Estoy segura.
—Mi Dios.
—Yo… me siento… —Las palabras se dispersaron en mi mente, y
levanté las manos en señal de rendición desconcertada. Mi boca seguía
medio abierta, los pensamientos desapareciendo al instante. Pero sin
importar cómo buscara, no había forma de endulzar la verdad de lo que
sentía—. Me siento como una hija horrible.
Con la mano libre, empecé a sacar más M&M del plato de surtidos
frente a mí y los puse en línea junto al tazón. —Sé que se supone que me
sienta feliz. Todos los hijos de padres divorciados quieren que sus padres
vuelvan a estar juntos.
Sus labios se curvan en una sonrisa triste. —Tienes miedo de tener
esperanzas.
—Sí. —Exhalé todo el aire de mis pulmones, formando un suspiro más
dramático del que pretendía—. Lo tengo. Porque ya sé cómo termina esto.
Tensó las manos sobre la mía. Su despreocupación me alarmó, dado
que esto debería sentirse como información nueva para ella.
—¿No crees que sea un error? —pregunté. Necesitaba saber lo que
recordaba, ahora que su memoria a largo plazo era más fuerte que los
últimos años del matrimonio de mis padres—. Como… ¿que no son
compatibles, sin importar cuánto quieren serlo?
—Oh, cariño —dijo mi abuela—. Es más complicado que eso. Tus
padres, ellos fueron felices juntos los primero años.
—¿Lo fueron? —Empecé a ordenar los M&M azules en una línea.
Mi abuela asintió.
Una vez encontré una foto de mis padres el día de su boda, en el
fondo del cajón de las joyas de mi madre. Me escabullí docenas de veces
durante los años para estudiarla. En la suave luz de la fotografía, salían de
una iglesia, rebosantes de alegría hacia la cámara. Lucían a gusto uno
junto al otro, jóvenes y brillantes. No eran los padres que conocí.
—¿Entonces qué pasó? —Era curiosidad morbosa, el buscar fisuras
en la relación… como buscar una causa de muerte. Sabía que no
cambiaría nada, pero igual tenía que saber.
—Las cosas cambiaron. Hay muchas fuerzas externas en un
matrimonio; finanzas, trabajo, la casa y los niños. Se pueden perder al otro
si no tienen cuidado. No quiere decir que todo haya sido un desgaste.
Sacudí la cabeza lentamente, sin creerlo. Levanté el M&M azul y me
lo metí en la boca.
—Oh, mi niñita —dijo ella, palmeándome la mano—. No todo
termina tan mal.
Quería vivir en el mundo de Lucy y Ricky, donde las meteduras de
pata en la vida eran corregidas en media hora. Lo hacían parecer sencillo.
—Ahora, vamos. —Los ojos de mi abuela tenían el brillo de la
intriga—. Debe haber algún chico lindo que hace que quieras cambiar de
opinión.
Esto me saca una sonrisa. —Supongo, tal vez.
Mi abuela me devuelve la sonrisa, recostándose en la silla. —
Cuéntame todo.
—Bueno, ¿recuerdas cuando me dijiste que las citas como que te
ayudaron, después de lo del abuelo? —Sus cejas bajaron, y me regañé por
decirlo como una pregunta. No lo recordaba—. Fue hace un tiempo.
Como sea, ese es mi plan ahora. Y está este chico, Ryan Chase, que me
ha gustado desde siempre, y es la persona perfecta para salir.
—¿Por qué él? —preguntó, todavía sonriendo—. ¿Qué hace que
este chico sea lo suficientemente bueno para mi niña.
Se lo dije antes, por supuesto, pero comencé desde el principio de
nuevo, dejando lo del cereal a un lado.
—Fue un momento muy difícil para su hermana y su familia —dije—.
Pero ahí estaba, bailando de igual forma.
—Ah —dijo ella—. Alegría en el rostro de la destrucción. Una
cualidad muy admirable.
—Eso creo también. Tuvo una fea ruptura este verano, pero todavía
tiene confianza y es positivo. Sé que si salimos, todo el mundo lo verá como
que ambos nos encontramos muy bien.
—Así que él es el plan —dijo mi abuela.
—Él es el plan —acuerdo—. O al menos parte del plan.
Le conté sobre mis otras metas, muy inspiradas en ella. —No creo
que de verdad pueda nadar, no pronto. Pero lo pondré en la lista para
hacerlo algún día. Y viajar también puede ser más difícil de planear, pero
lo resolveré. No estoy segura a dónde todavía. ¿Por qué escogiste Paris?
Sonrió. —¿Por qué no París? Mi mundo se había derrumbado a mi
alrededor. Como tu amigo, el señor Chase, encontré un lugar donde
bailar.

—Entonces —dijo mi papá, jalando el cinturón de seguridad del


acompañante sobre su pecho—. ¿Estamos en términos de hablar?
—Nop. —Apenas podía mirarlo porque mi mente se negaba a
registrar: está saliendo con mamá. ¿Salían en citas de verdad? Retrocedí.
Mamá me dejó en lo de mi abuela, pero era el turno de papá de
irme a buscar para cenar en su casa, haciendo que sea imposible que lo
evite. Ya evit é una llamada suya porque hablar sobre su relación lo hacía
real. Y me gust aba mi negación. Era cómodo estar aquí, en la tierra donde
los padres divorciados no se tocaban el uno al otro.
Conduje con una postura rígida, los hombros cuadrados y el mentón
en alto. Mi papá se quedó en silencio por unos minutos, honrando mi
pedido de silencio.
—La cosa de salir ya es lo suficientemente mala —dije, finalmente—.
Pero en verdad, en verdad apesta que me lo ocultaran.
Podía verlo asentir en mi visión periférica.
—Tienes razón —dijo—. Lamento eso.
Parpadeé. Mi padre, famoso parlanchín, lo dejaba así. Como si
apuntara a la psicología inversa, funcionó. Me sentía como una niñit a
pesimista.
—Sé que no pretendían que me afectara. —Mis hombros cayeron—.
Pero lo hace.
—Lo sé, Paiger —dijo, dejando escapar un suspiro—. Lo sé. Pero tu
mamá y yo vamos a hacer todo en nuestro poder para mantener esto tan
normal como sea posible.
Arrugué la nariz. —¿Qué significa eso?
—Lo que sea que quieras que eso signifique. Tú y Cameron de todas
formas vendrán a cenar dos veces por semana y se quedarán conmigo
cuando tu mamá no esté en la ciudad. No tenemos que hablar sobre ello.
No iré a la casa al principio si eso hace que la transición sea más fácil.
Más temprano mamá me dijo algo similar, sólo que lo hizo parecer
más a una revista de psicología para padres: “límites definidos” y “respetar
los grados de comodidad de todos”. En realidad, yo era la única con
algún grado de incomodidad, pero me lo gané; todas esas noches,
cerrando los ojos fingiendo dormir mientras sus voces severas se colaban
en mi habitación.
—Sabes —dijo papá— cuando te enamoras de alguien, es
involuntario, niña. Incluso cuando es por segunda vez con la misma
persona. Lo verás algún día.
También involuntario: mi ceño fruncido. Estaba en la preparatoria. Se
suponía que fuera yo la que saliera a citas con sonrisas bobas, y nublada
con felicidad, no mis padres adultos. Todo lo que tenía era unas pequeñas
conversaciones con Ryan Chase y una lista de cosas que pudieran
ponerme feliz de nuevo. Normalmente necesitaba salir con amigos o mi
abuela para ponerme feliz. Pero anoche, ¿cuándo reduje mi lista a sólo
cuatro? Fue lo más feliz que me sentí, estando sola, en un largo tiempo.
Necesitaba la satisfacción de tachar otro ítem… se sentía tan cargado, tan
definitivo.
Le eché una mirada a papá, desesperada por cambiar de tema. —
Entonces… pienso en hacer el QuizBowl en la escuela. Es como un juego
tipo programa de preguntas.
Se sentó más derecho. El QuizBowl se encontraba completamente
dentro de la zona de conocimientos de papá. Oí historias sobre sus
victorias en el bar Trivia Nights en la universidad, y él intentó hacer que
Cameron y yo jugáramos Trivia Persuit Junior por años cuando éramos
pequeños. —¿En verdad, niña? ¡Eso es genial!
Una vez que vi la mirada de emoción en su rostro, supe que en
verdad tenía que hacerlo. Mis padres me vieron pasar por mucha tristeza
que ellos no pudieron quitarme. Creo que quería que vieran que me
hallaba mejor estos días. Y tal vez quería hacerme verlo también.
7 Traducido por Miry GPE
Corregido por Valentine Rose

—Muy bien —dice en voz alta la señora Pepper, después de que


sonó la campana—, ya no es la primera semana de clases. Es hora de
ponerse manos a la obra.
Las charlas se calmaron, y tomó papeles de su escritorio.
—El primer día de clases les dije que tenía dos objetivos para este
año —dijo mientras pasaba un puñado de papeles a la primera fila—: Que
se conozcan y que aprendan literatura. Esta asignación en clase servirá de
repaso sobre los temas de Shakespeare que han estudiado previamente
en Romeo y Juliet a y en Julio César. También les ayudará a conocer a un
compañero de clase, pues van a trabajar en pareja. No asisten al jardín de
niños, así que ustedes mismos encuentren una pareja. Confiaré en que
escogerán a alguien a quien no conozcan bien.
Max me dio unos golpecitos en la espalda antes de que la señora
Pepper siquiera terminara de hablar. —¿Quieres trabajar juntos?
Morgan ya hablaba con Maggie Brennan. Ryan Chase se
encontraba demasiado lejos para preguntarle, y no quería quedarme sin
pareja.
—Claro. —Me giré en mi asiento para quedar frente a Max, notando
la leve huella en sus mejillas y frente del remanente de los lentes de
laboratorio de química.
—¿Qué? —preguntó.
—Nada —respondí, sin querer avergonzarlo.
La primera sección decía: ¿CUÁL ES SU NOMBRE?
—Nombre completo —leí en voz alta—. ¿Es Maxwell? O Maximillian?
—Ninguno. Sólo Max. —Su boca formó una media sonrisa—. Max
Oliver Watson.
—Paige Elizabeth Hancock —dije, observándolo anotarlo—. De
acuerdo, siguiente pregunta. ¿Te pusieron ese nombre por alguien?
—Mi abuelo y mi padrino. —Subió los puños de su camisa—. Aunque
cuando era pequeño, pensé que me nombraron Max por Donde viven los
monst ruos.
Sonreí ante la idea de Max siendo algo parecido a Max del libro
infantil. Altamente improbable. Max Watson era más un “Tutor voluntario”
que “el rey de todas las cosas salvajes”.
—¿Qué hay de ti? ¿Te pusieron el nombre por alguien?
—A mis padres sencillamente les gustaba el nombre Paige, creo,
pero Elizabeth es porque mi mamá ama con toda su alma Orgullo y
Prejuicio. —Pensé por un segundo—. De hecho, creo que nunca antes le
dije eso a alguien.
Su cabeza se sacudió hacia mí. —¿En serio?
—Sí. Supongo que nunca salió el tema. Elizabeth es un segundo
nombre bastante estándar.
—No —dijo—. Digo, ¿en serio “Elizabeth”? Eres más parecida a Jane
Bennet.
Mi mandíbula cayó por la ofensa. —¡Eso es algo malvado!
—¡No, no lo es! Jane es profundamente subestimada.
—Porque ella es aburrida —dije, sorprendida por lo mucho que me
molestó.
—A diferencia de Elizabeth, ¿quién juzga a todo el mundo?
—¡Elizabeth es inteligente! Ella es... ¡una pensadora crítica!
—Jane también es inteligente. Simplemente no critica a otras
personas. Y tiene mucho mejor gusto en hombres.
—¿Ahora insultas al señor Darcy? —Me apoyé en el respaldo de la
silla, cruzada de brazos—. Bueno, est o será interesante.
—Él es malo y malhumorado.
—Es incomprendido —le dije—. Tiene buen corazón.
—Bingley tiene buen corazón. —Se rio, aparentemente sin darse
cuenta de que su volumen ahora se encontraba muy por encima del
bullicio general de nuestros compañeros de clase.
Abrí la boca para contra argumentar, pero la gente comenzaba a
mirarnos, puesto que nos encontrábamos acaloradamente en desacuerdo
sobre Jane Austen en público. No ganaba ningún punto genial aquí. Por lo
que murmuré—: Supongo.
—Lo siento —concedió—, lo dije como un cumplido. Jane es
tranquila y amable, ya sabes.
Mis mejillas se sonrojaron y bajé la vista a mi papel, preguntándome si
les enseñaban adulación torpe basada en literatura en la Escuela de
Coventry.
—Apodos de la niñez, ya sea entrañable o malos —recité de la
página.
Max se quedó en silencio. Se aclaró la garganta y evitó mi mirada.
—Ninguno —dijo, pero su voz era demasiado alta.
Lo miré con los ojos entrecerrados. —No te creo.
—Tú primero.
—Vale… —Definitivamente, omitiré Chica Gramática—. Realmente
no tengo uno. Ah, excepto que mi papá me llama Paiger. Como que lo
odio, pero él le pone apodos a todo el mundo. También mi apellido es
Hancock2, así que... nunca hubo apodos con él. Pero un montón de chistes
se relacionan con la segunda sílaba.
Max se rio un poco. —Probablemente puedas adivinar el mío. Puede
o no puede que esté relacionado con un producto de higiene femenino.
Arrugué nariz. —¿Maxi-pad?
—Oh, sí. —Sonrió con tristeza—. Gracias, niños mayores del autobús.
Pero ese apodo se desvaneció antes de la preparatoria, momento en el
que fue sustituido por “nerd”.
Contuve la sonrisa que quería mostrarse en mi rostro. Era algo
entrañable lo cómodo que parecía Max con la etiqueta de nerd. Le echó
un vistazo a la página y leyó—: ¿Hay algún nombre que tenga
connotaciones negativas para ti, y por qué?
—Ugh. —Hice una mueca—. Sí. Chrissie.
Lo escribió. —¿Por qué?
—Chrissie Cohen era mi vecina de al lado, y me antagonizó todos los
días hasta que se mudó.
—¿Cómo te antagonizaba?
—Mayormente se burlaba porque yo leía en el autobús.
—Pues —dijo—, si hablamos de nombres de intimidadores, tengo al
menos una docena que puedes escribir. Mike, Brandon, Clark...
Alcé la cabeza. —¿Clark Driscoll?
2
Handcock: Cock vulgarmente significa “polla”.
—Sí —dijo Max—. El Idiota más grande del mundo para mí. Hizo de la
clase de gimnasia un completo infierno.
Nunca entendí la amistad de Aaron con Clark, la cual Aaron resumía
como—: No sé. Hemos sido mejores amigos desde que usábamos pañales.
Donde el sentido del humor de Aaron era bobo, el de Clark tenía una
mezquindad que sobrepasaba las burlas. No hablaba mucho conmigo
cuando salía con Aaron, y menos aún después de su muerte. Sin embargo,
lo notaba en el pasillo, notaba la forma en mantenía la vista gacha todos
los días. Cuando él hacía contacto visual, decía con voz derrotada—:
Hola, Paige. Perdió peso el año pasado, la curva redonda de su rostro
disminuyó a una mandíbula definida. Pero no lucía más saludable por eso.
Se veía marchito, al igual que una planta alejada de la luz solar. Me
preocupaba por él a distancia, temerosa de que no tenía derecho a
hablar con él sobre nuestra pérdida compartida. Su pérdida fue mucho
mayor.
—¿Paige? —La voz de Max irrumpió en mis pensamientos.
—¿Sí? Lo siento. ¿Qué dijiste?
—¿Quieres pasar a la siguiente sección?
—Claro —dije, formando una falsa sonrisa que rápidamente dejé
caer. Una parte de mí quería saber si Aaron alguna vez estuvo ahí cuando
Clark intimidaba a Max. Sabía que él nunca participaba, pero esperaba
que, incluso en la escuela media, no se hubiese mantenido al margen sólo
observando—. Sí.
Recorrimos la sección sobre los orígenes del apellido y de sus
implicaciones, a continuación, una sección sobre nombres de mascotas,
donde supe que Max una vez tuvo un conejillo de indias llamado Milo, por
el personaje principal de La caset a mágica.
—Entonces —dijo Max, luego de que terminamos el último punto de
la hoja de trabajo—, ¿ya decidiste sobre el Quizbowl?
—Bueno, tenía algunas preguntas. Yo, eh... en realidad ni siquiera sé
quiénes son las otras personas del equipo.
—Oh. Malcolm Park, que está en nuestro grado. Es increíble, te
gustará. Hemos sido amigos desde antes de irme a Coventry. La otra es
Lauren Mathers. Ella es de último año.
Sabía quién era Malcolm, pero no Lauren. Y esa no era mi única
preocupación. —Así que, ¿hay... un autobús?
—¿Un autobús?
—Bueno, nos quedamos después de clases para los encuentros,
¿no? ¿Y los viajes a los encuentros en otro lugar?
—Oh —dijo—. Sólo somos nosotros cuatro, por lo que simplemente
conducimos.
Mis mejillas enrojecieron. —Bueno, no tengo auto, por lo que podría
ser un problema.
—Puedo llevarte. No hay problema.
Con Ryan Chase sentado a unos asientos de distancia, aún me
sentía desgarrada. Quizás el Quizbowl me ayudaría a conocer a Max, y por
lo tanto a Ryan. Pero tal vez sería un suicidio social. Ment alidad de
principiant e, me repetía. No más tal vez. —Entonces, de acuerdo.
—Espera, ¿de veras? —Las cejas de Max se elevaron por encima del
marco oscuro de los lentes—. ¿Lo harás?
—Lo haré.
—¡Terminen! —grita la señora Pepper—. Tenemos que hablar sobre
iniciar Hamlet mañana.
—¡Asombroso! —continuó Max—. Tendremos práctica el próximo
domingo, sólo para tener clara la estrategia del equipo antes de empezar
los encuentros. Así que, ¿quieres venir un poco antes? ¿Podemos repasar la
estructura de juego y ese tipo de cosas?
—Supongo. Claro.
—¡Silencio, gente! —dijo la señora Pepper—. Es hora del Bardo. Su
momento favorito.
Me giré, estableciéndome para el resto de la clase. Unos minutos
más tarde, jadeé cuando algo rozó la parte posterior de mi brazo. Era la
mano de Max, lanzando una nota en mi escritorio. La nota estaba doblada
como un pequeño avión de papel, increíblemente pequeño y preciso. En
el interior, escribió su dirección y la hora 6 p.m. Doblé el avión de nuevo y lo
hice girar suavemente, viéndolo dar vueltas como una aguja de brújula
dañada. Sólo tomó tres intentos hasta que el avión señaló hacia Ryan
Chase.

Al final de la semana, me encontré caminando en la misma


dirección que Max después de clases.
—¿Qué les pasó a tus dedos? —preguntó.
Bajé la vista a las dos marcas de quemaduras.
—Pistola de silicona. Hacía algo para el cumpleaños de mi mejor
amiga. Es un poco difícil de explicar.
—Soy inteligente —dijo.
Rodé los ojos. —Cuando éramos pequeñas, mi papá nos llevó a la
Feria del Renacimiento y nos dieron unas coronas de flores. Las usamos
durante meses, lo juro. No sé qué pasó con la mía, pero nos hice unas
nuevas para su cumpleaños.
—Tessa, ¿cierto? —preguntó Max—. ¿Ella es tu mejor amiga? Nos
sentamos juntos en el almuerzo.
—Sí. —Tenía sentido, ya que sabía que se estaba sentando con Ryan
Chase.
—Hablaba sin parar ayer sobre comer en un restaurante mañana.
—¿Barrett House? —pregunté, riendo—. Sí. Sus padres nos llevarán. Se
ha estado muriendo por comer ahí desde su apertura y ya ha elegido
todos los platillos que comerá. A ella, uh... le gusta la comida.
—Sí me di cuenta —dijo—. Se comió, como, la mitad de mis papas
ayer tras comerse todas las de ella. Así que, coronas de flores y una gran
cena suena bastante perfecto.
—Ese es el plan —dije mientras nos separábamos.

Fue un desastre.
El texto llegó la mañana del sábado, casi a la hora en que me
desperté. Se cancela la cena de esta noche. ¿Puedes avisarles a las
chicas?
Llamé a Tessa, sin molestarme siquiera en responder el texto.
—Hola. —Su voz sonaba completamente plana.
—¿Qué pasó?
—Oh, ya sabes. Lo mismo de siempre. Mis padres me dejaron un
mensaje en algún momento durante la noche, avisando que no pueden
irse de China debido a que su reunión con los inversores fue
reprogramada. O algo así. No lo sé. —Suspiró—. Dijeron que aún podíamos
ir al centro con Gram, pero... ya no tengo tantas ganas.
—Lo siento —dije. La frase se sentía débil y tímida, sólo dos palabras
tratando de llenar un profundo vacío.
—Sí —dijo—, yo también.
—Les diré a Morgan y Kayleigh.
—Gracias. ¿Quieres venir más tarde? ¿Sólo ver la televisión o algo
así?
—Claro. ¿Cinco en punto?
—Vale. Nos vemos luego.
Luché por idealizar un plan B, algo perfecto y al estilo de Tessa. Se
merecía esos cinco platillos; especialmente luego de todo lo que pasó
conmigo el año pasado.
Un mes tras la muerte de Aaron, tuve una crisis nerviosa en Alcott.
Sentí acercarse el ataque de pánico, muros invisibles cerrándose a mí
alrededor y me excusé para ir al baño. En su lugar, me escondí en la casa
del árbol en la sección de libros infantiles, llorando con mis rodillas
dobladas. Pasaron sólo unos minutos antes de que Tessa se arrastrara a mi
lado, su brújula interior marcaba cinco direcciones: norte, sur, este, oeste,
Paige. No dijo nada ni tampoco intentó consolarme. De todas las
cualidades de Tessa, esa era tal vez la que más admiraba: sabía cómo
sentarse dentro de mi tristeza conmigo. No habría sobrevivido sin ella.
Así que sí, se merecía esos cinco platillos, además de todos los
postres en el menú.
Y fue entonces cuando llegó a mi mente: un buffet de postres.
Podríamos organizarlo en el patio trasero de Tessa. Morgan hacía unas
magdalenas de muerte, y Kayleigh al menos podría aportar con nieve y
brownies de una caja. Yo podía ir a la tienda y comprar todo los otros
postres favoritos de Tessa. Aún no parecía suficiente, pero era mejor que
nada. Les envié un mensaje frenéticamente a las chicas mientras corría por
las escaleras, haciéndolas saber el plan.
Ya me encargo, respondió Morgan. Prepararé pastel.
Kayleigh también respondió. Brownies: listos. Haré una parada en
Kemper por pintas de nieve.
Perfecto, contesté. Y nos vestiremos elegante.
Duh, dijo Morgan.
Siempre me visto elegante, añadió Kayleigh.
Encontré a mi mamá editando un artículo en la mesa de la cocina.
—¿Me prestas tu auto?
—¿Para ir a dónde?
—A la tienda. Los padres de Tessa están atrapados en China, por lo
que la cena se canceló. Tratamos de hacerle un buffet de postres.
—Oh no. Estás bromeando. —A mi mamá le agradaban Norah y
Roger, pero apenas podía resistirse a su propio instinto maternal con
Tessa—. Por supuesto, toma el auto. Y ten.
Sacó la billetera de su bolso y me entregó dos billetes de veinte. —
Conduce con cuidado. Lo digo en serio.
Cuarenta dólares me permitieron comprar un montón de los postres
favoritos de Tessa: un pie de zarzamora, cuatro pequeños crèmebrûlées de
la pastelería, dos botellas de jugo de uva espumosa, y dos ramos de
girasoles; además, luces de bengala de la papelera de liquidación, las
cuales prefería en lugar de velas. En casa, mamá me ayudó a buscar en
los artículos navideños en el sótano hasta que encontramos las líneas de
luces blancas.
A escondidas, Kayleigh, Morgan y yo rodeamos la casa de Tessa
hacia el patio con vista a la piscina. Sobre la mesa al aire libre, Morgan
colocó el pastel, un funfetti de dos niveles, sobre uno de los platos para
pastel de su mamá. Sacó otros platos de lujo que trajo “para
presentación”, mientras yo colocaba los girasoles en dos jarrones que
mamá me prestó. Kayleigh maniobró las líneas de luces alrededor de la
verja del patio.
Cuando estuvimos listas, toqué la puerta trasera hasta que la Abuela
McMahon me dejó entrar. La llamé a su teléfono celular para decirle el
plan.
—Ustedes son unas joyas, niñas —dijo su abuela—. No está de
ánimos.
Encontré a Tessa en su habitación. Yacía en posición fetal en la
cama, mirando el televisor sin v erlo en realidad.
—Hola. —Me acosté al otro lado de la cama, frente a ella—. Feliz
cumpleaños.
—Sí —dijo secamente—. Súper feliz.
—Tus padres apestan en ser padres en ocasiones —dije—, pero no
dejes que arruinen tu día.
—A veces pienso que ni siquiera les importa el tenerme —dijo con un
pequeño resoplido de burla—. Lo sé, lo sé. Estoy siendo melodramática.
¿Quién de diecisiete años hace pucheros sobre su mamá y papá? Tal vez
haré una gran fiesta esta noche, con barriles de cerveza y todo. Eso es lo
que se supone que tengo que hacer, ¿no? ¿Llamar la atención?
—Claro —dije—, pero primero, necesito que te pongas tu vestido de
fiesta.
—¿Por qué? —Sonaba exhausta y completamente aburrida.
—Tenemos planes. Buenos planes.
Mi mejor amiga me miró con los ojos entrecerrados. —No tienes que
hacer esto.
—Lo sé. Ni siquiera es realmente para ti. Es para mí.
Esto la hizo sonreír un poco. —¿Ah, sí?
—Sí. Planificar me hace sentir feliz. Mira lo feliz que estoy. —Le di una
gran sonrisa espeluznante, los ojos sin pestañear como un payaso asesino
en serie.
—Cielos —dijo, riendo—. Bien. Cualquier cosa para lograr que dejes
de hacer esa cara.
Se puso el vestido largo rosa pálido, y, en la cocina en el piso de
abajo, le entregué una corona de flores.
—Oh, Dios mío —dijo, colocándola en su cabeza. Su expresión se
volvió pensativa, alzando su mano hasta tocar los pétalos sintéticos—.
¿Sabes por qué me encantaban tanto cuando éramos niñas? Me hacían
sentir invencible. Tipo, ¿qué cosa terrible podría sucederte cuando llevas
una corona de flores?
No éramos invencibles. Pero quería pretender, recordar esa libertad
inocente, sólo por esta noche.
Llevé a Tessa por la puerta trasera, donde Morgan y Kayleigh se
encontraban paradas junto a nuestra mesa de postres, en medio de luces
centelleantes, glaseado moteado y luces de bengala que crepitaban en
el sol poniente.
—¡Feliz cumpleaños! —gritamos, y juro que vi humedad en los ojos de
Tessa mientras se inclinaba para soplar sus velas romanas. Permanecimos
ahí con nuestras coronas de flores hasta que el mundo se volvió oscuro,
hasta que estuvimos medio enfermas por el azúcar, pero aun riendo,
riendo, riendo como las chicas casi invencibles que fuimos.
¡Felices 17! Habia escrito en la tarjeta de Tessa. Gracias a Dios que
nacist e. No creo que hubiera durado sin t i.
8 Traducido por Mary Warner& nelshia
Corregido por Sahara

—¿Estás segura que la madre de Max está en casa? —preguntó mi


madre el domingo, mientras deslizaba la mochila sobre mi hombro. Dormí
hasta el mediodía en la casa de Tessa, en medio de un coma de azúcar, y
aun me sentía demasiado aturdida para tolerar la inquisición de mi mamá.
—Es domingo —dije—. ¿Por qué no estaría?
—Bueno, no lo sé. —Frunció el ceño—. Un doctor… tiene extrañas
horas de trabajo.
—Me refiero a, ¿tú recuerdas a Max Watson antes que se transfiriera
de escuelas? ¿Desgarbado, pelo oscuro, gafas…?
—Ah, claro —dijo. Incluso si su madre no se encontrara en casa, Max
Watson se llevaba el premio de “Personas Menos Propensas en el Mundo
para Corromper a Tu Hija—. De acuerdo. Establece cuánto va a durar esto
y mándame un mensaje así sabré cuando recogerte.
Se quedó en el camino de entrada mientras yo hacía mi camino a la
puerta delantera, esperando hasta que entrara. Miré de vuelta hacia ella,
rogándole visualmente que se marchara.
Antes de que pudiera tocar, Max abrió la puerta, su alta figura
manteniendo la puerta abierta para mí.
—Hola —dijo, como si no notara que me encontraba de pie allí con
sorpresa, frunciéndole el ceño a mi madre—. Creí haber escuchado un
aut o. Entra.
—Gracias. —Di un paso más allá y entré en la casa. Me di la vuelta
para verlo saludando a mi mamá, quien lo saludó de vuelta mientras
retrocedía en el camino de entrada. Justo cuando piensas que no puedes
avergonzarte a ti misma enfrente de un chico que solía construir modelos
de avión durante los recesos.
Dentro, la luz se esparcía al vestíbulo a través de todas las ventanas,
reflejándose contra una docena de marcos plateados en una pared en las
escaleras. No podía distinguir las caras en las fotos, pero todos eran un
montón de personas sosteniéndose unos a otros. El comedor, a la izquierda,
tenía una hermosa pintura y una larga mesa con sillas tapizadas. No estoy
segura que esperaba, pero seguro no era esto. Todo lo que sabía sobre la
familia de Max era que su madre era pediatra y su primo el amor de mi
vida.
—¿Lista?
—Seguro —dije, dejando de observar todo y nos paramos allí en el
vestíbulo por un momento mientras miraba a su camiseta, la cuál era de
color negro con una especie de nave espacial y la palabra "Firefly" en la
parte superior. Lo seguí a la cocina, había olor a algo cálido y salado. Tenía
dos ollas en la estufa, el vapor aun saliendo de ellas.
Él me señaló que siguiera a la mesa de la cocina, donde
descansaba un plato de espaguetis a medio comer. Su portátil se
encontraba cerrado, junto a una pequeña caja naranja. —Puedes
sentarte. Discúlpame por comer delante de ti. Llegué a casa más tarde de
lo que pensé.
Miré alrededor mientras me sentaba. —¿Dónde está tu mamá?
—Trabajando. —Max tomó su plato y tomó el tenedor.
—¿Puedes cocinar?
—Es solo espagueti. ¿Quieres un poco?
—No gracias. —Le doy una sonrisa forzada, más para mí que para él,
extraño Max Watson, preparando comida italiana para uno. Lo máximo
que yo podría hacer era calentar las sobras en el microondas, y aún
entonces por lo general quedaba insuficiente o sobrecalentado en mi
primer intento.
—Oh Dios mío —dije, mirando a la caja naranja en la mesa. No los
había notado al principio, pero allí estaban. Do-Si-Dos, las galletas de las
chicas exploradoras más subestimadas y deliciosas de todas—.
¿Cómo t ienes esto? ¡¡¡Es otoño!!!
Max me miró con suspicacia. —Las acumulo en primavera y las
congelo.
—De ninguna forma —dije—. Estás son mis galletas favoritas en todo
el mundo.
—No es posible —dijo francamente—. Soy la única persona a quien
le gust an estas más que las de mentas.
—No, a mi también —dije—. Puedes verificar eso con Tessa.
Me miró, sonriendo un poco. —¿Supongo que eso significa qué te
gust aría una?
—Sí, por favor —logré decir, cuando en realidad pensaba en agarrar
toda la caja y escapar con ellas.
—Adelante —dijo—. Asalta mis raciones. Supongo que te lo debo por
meterte en QuizBowl.
Agarré la caja. —He tratado con tantas otras galletas de mantequilla
de maní. ¿Por qué estas son mucho mejor que todas las otras?
—Brujería —respondió Max a través de un bocado de espagueti—. Es
un símbolo de las Chicas Scout.
La delicia de la mantequilla de maní se liberó en mi boca cuando la
mordí, y suspiré felizmente. Saboréalo, me recordé.
Mordí por un momento, y, en lo mejor de la galleta, exclamé—:
Camiseta genial, por cierto.
Noté después que las palabras dejaron mi boca que me burlé de un
chico que casi era un extraño en su cara. Después que me compartiera sus
preciadas galletas.
Pero él solo levanto la mirada de su plato, sonriéndome mientras
sacudía su cabeza. —Cállate.
Sonreí, medio aliviada. —¿Qué es Firefly por cierto?
—Solo el mejor programa de ciencia ficción de todos los tiempos.
Fue cancelado después de una gloriosa temporada. Una parodia. Es mi
programa y camiset a, favoritos, de todos los tiempos.
—¿Entonces por qué no la usas en la escuela? —Noté que Max solo
usaba camisas con cuello para la escuela: azul pálido o verdes, de
algodón a cuadros pequeños, rodadas en las mangas y por fuera del
pantalón.
Él no encontró mis ojos. —Yo, eh… supongo que aún estoy
acostumbrado al uniforme de la escuela de Coventry. No me puedo
adaptar a usar una vieja camiseta para la escuela. Es agradable que
pueda usar mis Converse, sin embargo. Odiaba usar zapatos de vestir.
Comemos en silencio por un minuto antes de preguntar—: Entonces,
¿cuán tarde crees que nos iremos? Necesito dejarle saber a mi madre.
—Malcolm y Lauren estarán aquí a las siete, así que probablemente
alrededor de las ocho. Pero puedo llevarte a casa.
—Oh no, no tienes por qué hacerlo. —Esa era la peor parte de no
tener carro, ser una molestia para todo el mundo.
—En realidad no es un problema. Dije que me gustaría llevarte a la
cosa del QuizBowl.
Completamente cierto. —Bien. Gracias.
Le mandé un mensaje a mi mamá, esperando que no me prohibiera
viajar en un aut o con un chico que ella no conocía.
La puerta del garaje se estremeció al abrirse, sobresaltándome.
Cuando miré hacia el sonido, la mamá de Max entró, sosteniendo un
maletín. Se parecía más a Ryan, bajita, con cabello miel oscuro. Pero
cuando se dio vuelta para mirarme, sus ojos verdes y amplia sonrisa me
recordaron a Max.
—¡Oh, hola por aquí! —dijo—. Soy Julie.
De cerca, lucía demasiado joven para ser una doctora. Había
imaginado que la mamá de Max sería profesional y de tipo solemne, como
un corresponsal de prensa extranjera. —Soy Paige.
—También conocida como Janie. —Esto vino de Max, quien sonreía
por encima de su pasta. Casi lo pateé debajo de la mesa.
—Es un placer conocerte —dijo, ignorando a Max—. Recuerdo a tus
padres desde antes que Max se transfiriera a Coventry. ¡Estuve tan
emocionada de escuchar que te unirías al QuizBowl!
—Es un placer conocerla, también —dije. Ella no me dio Esa Mirada,
ni siquiera un indicio de ella. Me pregunté si sabía sobre Aaron. Se puso de
pie detrás de Max envolviendo un brazo alrededor de su cuello y besando
la cima de su cabeza.
—Hola, bebé —le dijo—. Huele bien por aquí.
La expresión de Max no cambió, pero vi el indicio de un sonrojo en
sus mejillas. —Hay un montón de sobra. Aún está caliente.
—Genial. ¿Acabas de empezar? —le preguntó.
Max reunió algo más de espagueti en su tenedor. —Apenas
habíamos empezado, en realidad. Paige me decía cuanto le gusta mi
camisa.
Casi me ahogué con mi bocado de galleta.
—Bueno, esa es linda. —Su madre sonrió hacia mí con tanta seriedad
que me sentí culpable de inmediato. Traté de darle a Max la mirada
de ¿Qué est á mal cont igo?, pero él miraba hacia su plato. Y sonreía.
—Bueno, me comeré esto en la oficina. —Balanceó el plato en una
mano, aun sosteniendo su maletín en la otra—. El papeleo del trabajo
nunca está hecho. ¡Diviértanse!
Cuando se encontraba fuera de alance, descansé mi mano contra
mi mejilla y miré a Max. Dio un bocado a propósito, evitando mi mirada.
—Um —empecé, mi voz incrédula—. ¿Acabas de chismearle de mí?
—¡No! —dijo, riendo—. En realidad quería que mi madre sepa que a
alguien además de a mí le gusta mi camisa.
—Dios —gruñí—. Ahora me siento culpable por burlarme de ti.
—Esa era la idea. —Colocó su plato a un lado—. Bien. Entonces. El
formato del QuizBowl. ¿Estás lista?
La idea mental de un torneo de QuizBowl destelló en mi mente: yo,
sentada en una mesa en el escenario, tratando de dar respuestas mientras
las luces calientes del auditorio destellaban. Pero cuadré mis hombros,
asintiendo. —Estoy lista.
Max me explicó las cuatro rondas, el sorteo de preguntas y valores
de punto. Podríamos entrar y responder a las preguntas si el otro equipo se
equivocaba, excepto en la tercera ronda, cuando cada equipo escogería
unas pocas categorías y contestaría diez preguntas relacionadas.
—Bien. —Ya sabía todo eso de mis búsquedas en internet.
Max continuó—: Cuando respondes las preguntas que el otro equipo
perdió, es permitido responder sin ser reconocido por el moderador, y otras
varias reglas.
—Consultar entre jugadores solo está permitido durante el tercer
round, así que es mejor que conozcas las fortalezas de tus compañeros de
juego tan bien como las tuyas —continuó—. Yo presiono y supongo que a
veces no hay penalización por una respuesta equivocada. Pero solo
supongo en categorías de mi “casa”. Es por eso que Malcalm y Lauren
vienen en camino, para discutir cómo vamos a separar nuestras áreas de
especialización. ¿Alguna pregunta?
Negué con la cabeza. —Creo que entiendo el formato. Estoy más
curiosa sobre qué clase de preguntas esperar.
—Entiendo. —Colocó su plato a un lado y abrió su portátil—. Solo
dame un segundo para encontrar el sitio web.
Mientras escribía, le permití a mis ojos vagar alrededor de la cocina.
Había tres fotografías en el parche más cercano de la pared: una de
la madre de Max y otra mujer que se parecía a ella, una de los que
parecían ser sus abuelos y una de Max y Ryan en la playa. Tenían seis o
algo así, de frente a la cámara con sus brazos colgando uno alrededor de
los hombros del otro y a cada uno le faltaba un diente. El cabello de Ryan
era más rubio en ese entonces, y Max llevaba una camisa de nadar y
gafas de natación.
—Me gustan todas las fotos por aquí —dije, haciéndole señas a la de
él y la de Ryan—. Esa es linda.
Tenía la esperanza de que la selección de palabras saliera como
diciendo "Aw, los niños pequeños son lindos" en vez de "Tu primo sigue
siendo lindo y quiero que me quiera".
—Gracias. Es una de las favoritas de mi mamá.
—Tú y Ryan parecen tan diferentes. —Lo miré de cerca para
asegurarme que mi comentario pareciera normal. No quería hacer
palanca o traer a Ryan donde no tenía cabida. La última cosa que
necesitaba era que Max sospechara mi enamoramiento.
—Sí, escuchó eso un montón. Creo que es por eso que nos llevamos
tan bien.
—Eso es lindo —dije decididamente—. Ser amigos con alguien desde
muy pequeños, me refiero.
—Como tú y Tessa —dijo. Tessa debe haber dicho algo en el
almuerzo. Me pregunté que más hablaron durante esa hora.
—Sí —dije—. Como yo y Tessa.
—Me gust a ella un montón —dijo, mirándome—. Es tan fresca y
relajada, además tiene el mejor gusto en música. Nunca me hubiera
imaginado que sus padres son dueños de una cadena de hoteles.
Reprimí un ceño, pensando en la noche anterior. —Sí, bueno. Es duro
algunas veces. Sus padres no están mucho alrededor. Ella pasaba un
motón de tiempo en mi casa cuando éramos niñas.
—Sí, mencionó eso. —Sus ojos regresan a la pantalla—. Lo mismo
para mí. Mamá soltera en la escuela de medicina y todo. Medio vivía en la
casa de mis tíos.
—Oh. —Me sentí extraña, insegura de que decir sobre eso—. Lo
siento.
Alzó la mirada hacia mí. —¿Sobre qué?
—Um. ¿Sobre tu padre? —Casi me encogí, lamentando mis palabras.
—Oh. —Resoplo—. No lo estés. Yo no lo estoy.
Asentí, sintiéndome estúpida y entrometida.
—Él aún sigue vivo o lo que sea —dijo Max—. Pero nunca lo he visto.
Él y mi madre estuvieron juntos en la universidad. Cuando ella quedó
embarazada, él la abandonó.
Sentí mis ojos ampliarse. Asumí que el papá de Max vivió aquí, algún
tipo alto con cabello oscuro y traje quebradizo. También me sorprendió
que Max divulgara todo esto a alguien que apenas conocía. Tal vez podía
sentir que mi situación familiar era rara, también.
—Entonces, ¿tu madre se graduó de la universidad y te crio sola
mientras iba a la escuela de medicina? —No quise decir exactamente eso.
Y ahora parecía como si estuviera fisgoneando. De nuevo. Con Ryan
Chase, alrededor, las frases se desmoronaban en palabras inconexas antes
de que pudieran salir de mi boca. Ojalá eso sucediera ahora.
—Ella lo hizo en efecto.
Sacudí mi cabeza en incredulidad. —Guau.
—Sí. Ella es bastante genial.
—Espera —dije—. Entonces ella es… ¿Dra. Watson?
Se rio. —Sip. Solo no ha encont rado a su Sherlock aun. Y mírate,
¡haciendo referencias literarias! El QuizBowl ya te encaja.
Incliné mi cabeza a un lado, dándole una mirada incrédula. —Todo
el mundo sabe de Holmes y Watson.
—Tal vez —dijo—. Pero te aseguro que necesitamos la habilidad de
la cultura pop.
—Entonces, ¿Cuándo dices “cultura pop” estamos hablando de la
cultura pop actual?
—Diría que al menos de los últimos cincuenta años más o menos con
los programas de televisión y las películas. Pero algunas veces hacen
preguntas sobre celebridades actuales y esas cosas. Algunas ligas hacen
todas las preguntas de cultura pop. Esos son llamados torneos basura.
—Déjame tener esto claro —dije, juntando mis dedos—. Entonces, ¿lo
que estoy trayendo al equipo es basura?
—¡No! —Max levantó las manos en un movimiento de detenerse—.
Bueno, está bien, un poco. Pero “basura” no pretende ser despectivo. Eso
es sólo jerga de Quizbowl.
—Genial —murmuré. Recolectora de Basura podría ser un nuevo
apodo. Póngase en línea, muchachos. Mi tarjeta de baile se está llenando
rápidamente.
Nuestra hora pasó rápido una vez que los otros llegaron. Había
tenido un par de clases con Malcolm Park en el pasado. Él era la clase de
amigo que tú notabas, un extrovertido estudiante-consejo, que participa
en todo. Siempre tenía una taza de viaje de café con él, como un adulto
yendo a su oficina en lugar de un niño yendo a la escuela. Siempre había
asumido que la cafeína era la fuente de su poder. Él y Maggie Brennan
habrían conseguido un boleto ganador en cualquier elección.
Malcolm me saludó con tanto entusiasmo que sentí como si hubiera
sido su elección de ensueño para el cuarto jugador. Lauren Mathers niveló
ese sentimiento. Me dio la mano con firmeza y dijo—: Me alegro de tener
un cuarto asiento lleno. Quiero Quizbowl en mi hoja de vida por cada año
de la escuela secundaria.
Lauren era menuda, con el pelo color rubio arena cayendo hasta sus
hombros. Basada en una foto de ella, podría haber sido encasillada como
una animadora en un programa de televisión. Excepto que se movía
bruscamente a propósito, como si fuera un extranjero aprendiendo a
navegar con un cuerpo humano. No ayudaba que hablara en tonos
planos y, por lo que pude ver, no sonriera.
—Coventry debe estar tan enojado porque te robamos —dijo
Malcolm, acomodándose.
—Están bien sin mí —respondió Max—. Más que bien. Van a ser
difíciles de superar.
Se repartieron las materias: física, química, e historia para Max,
biología y matemáticas para Lauren, ciencia política y economía para
Malcolm, literatura y cultura pop para mí. A continuación, las categorías se
volvieron más sutiles. Max: ordenadores/tecnología, y Latín. Malcolm:
estratagema militar, vida vegetal, y prácticas de negocios. Lauren:
términos médicos/productos farmacéuticos, e instrumentos.
—No toda la música —dijo Lauren, los ojos brillantes hacia mí—. Sé las
firmas dominantes, músicos clásicos famosos, y algunos musicales de
Broadway. La música popular estará sobre ti.
Lo pronunció el pop-u-lar, como si lo estuviera articulando desde un
escenario de Broadway.
—Paige —dijo Malcolm—. ¿Con que subtemas te sientes cómoda?
Um, ¿ninguno? Dios. No era experta en nada. Pero si tenía temas con
los que había estado obsesionada cuando era niña. Y había leído mucho
sobre cosas vergonzosamente nada geniales. Aquí las cosas podrían ser, si
no geniales, entonces por lo menos útiles. Tomé una respiración profunda.
—Astronomía, constelaciones, el número de lunas y sus nombres, ese
tipo de cosas. Um, curiosidades de la nación. Como, lemas y aves.
Banderas. Caballos. Astrología. Dioses griegos. Sé un poco de la cultura
francesa y el francés. Algo de teología básica y filosofía.
Los dos últimos se convirtieron en temas de mi experiencia mientras
luché desesperadamente por algún tipo de consuelo por la muerte de
Aaron. No es que les diría eso.
Dividimos el mundo pieza por pieza, dividiéndolo por continentes
para estudiar lugares, poblaciones y hechos básicos. Obtuve América del
Norte, lo que demostró que fueron benevolentes conmigo. Max nos llevó a
través de una partida de simulacro, leyendo las preguntas de la página
web, y me senté atónita por la especificidad de las preguntas. ¿Por qué
diablos iba a conocer la ciudad puerto de Malaca? O ¿que hubo un papa
llamado Formosus? Ni siquiera sabía que esas eran palabras.
De repente, todo esto se sentía como un error enorme, el repunte
insoportable de una colina de la montaña rusa mientras empezabas a
dudar de tu seguridad y cordura. Quería renunciar.
Me excusé al baño, donde me quedé mirando fijamente mi propia
cara y traté de calmarme. La ansiedad no era una nueva parte de mi
vida, había ido y venido en ráfagas paralizantes durante algún tiempo.
Pero no podía sopesar que me haría sentir más pánico: seguir con el
Quizbowl o el renunciar. Cent rart e en el plan, me dije. Y lo bien que se
sent irá a t achar algo.
Mientras salí del baño, no pude dejar de mirar en la habitación más
cercana. Había una cama con un edredón azul enredada en la parte
superior de sabanas rayadas. Por encima de ella, una gran "M" colgada en
la pared. Así que esta era la habitación de Max. Miré dentro sin pisar más
cerca. No quería ser entrometida, pero nunca había visto el interior de la
habitación de un chico antes.
Había por lo menos cincuenta aviones de papel que pudiera ver,
hechos de diferentes modelos. Estaban unidas a una cuerda, suspendida
alrededor de la habitación, como volando en líneas prolijas. Pensé en la
nota que Max me había pasado a principios de semana, doblada en un
avión pequeñito.
Una estantería incorporada cubría toda la pared izquierda, con libros
de texto apilados en cada nivel. Había un cartel de una película de
ciencia-ficción de futuro que nunca había visto y un globo de mesa y un
tocadiscos con vinilos apilados junto a él. Sí. Esta era la habitación de Max.
Por alguna razón, me hizo sonreír. El espacio era tan vivo, tan claramente el
lugar feliz de alguien.
Cuando regresé de la planta baja, mis nuevos compañeros de
equipo empacaban.
—Espero con interés trabajar contigo. —Lauren me estrechó la mano
de nuevo—. Esperaré seas capaz de contribuir de manera significativa.
Ella asintió hacia Max y Malcolm, el reconocimiento rápido de un
sargento, y salió por la puerta. Mi boca cayó abierta un poco.
—No te preocupes por ella. Te acostumbrarás —Malcolm susurró
antes de salir detrás—. Encantados de contar contigo, Paige.
—Siento lo de Lauren —dijo Max—. Realmente no tiene un filtro.
—No es gran cosa —mentí. En una frase, Lauren había dado en el
golpe a mi miedo exacto: que no fuera a ser capaz de contribuir de
manera significativa.
—¡Mamá! —Max gritó al pasillo—. Voy a llevar a Paige a casa.
—Oh! —Escuché desde la otra habitación. Para el momento en que
coloqué mi bolso en mi hombro, Julie, La señora Watson, la doctora
Watson, apareció desde el pasillo, sonriendo.
—¿Cómo te fue? —El contacto visual sugería que la pregunta iba
dirigida a mí, pero no tenía ni idea de cómo nos fue. O si el resto del
equipo lamentaba su decisión como yo.
—Bien —le dije, mirando a Max para su confirmación—. Creo.
—¡Excelente! Vas a tener tanta diversión. Max ama el Quizbowl.
—Deberíamos irnos —dijo.
Dio un paso más cerca. —Fue muy agradable conocerte, Paige. Eres
bienvenida en cualquier momento.
Y entonces, me abrazó. No duró el tiempo suficiente para que
reaccionara, pero la sonrisa permanente se instaló cuando ella dio un paso
atrás. Tal vez los abrazos y el sonreír excesivamente eran su versión de Esa
Mirada. Le devolví la sonrisa de todos modos, y miré a Max, cuyo rostro
estaba teñido de rosa de nuevo.
—Está bien —dijo, tirando de mi brazo—. Seriamente. Nos vamos
ahora.
—Lo sient o por mi mamá —dijo Max una vez que estuvimos en su
SUV—. Ella ha estado preocupada por mí readaptándome a la escuela
pública. Probablemente piensa que eres un presagio de la normalidad
social para mí.
Le di una risa amarga, porque la normalidad social me eludía en
todo momento. —Y, bueno, socialicé contigo a pesar de tu camiseta
Firefly.
Esto lo hizo sonreír. —Sí, eso no pudo haber hecho daño.
Nos quedamos en silencio por unos momentos. No se sentía
incómoda, exactamente, pero no me encontraba segura de qué decir.
Nos detuvimos en la calle principal, por debajo de la sombra de los árboles
de roble. Las puntas de las hojas eran del color de un fosforo apenas
encendido. Pronto, toda la línea de árboles explotaría en amarillos y rojos
ardientes, envolviendo a la ciudad en el otoño.
—Sé que no quiere compararnos —dijo Max, haciendo una pausa
para morderse la uña de la mano izquierda—. Pero Ryan y yo somos de la
misma edad. Es difícil no comparar o, supongo, contrastar.
Asentí, mis orejas animándose ante la posibilidad de hablar de Ryan
Chase.
Max suspiró.—Ryan siempre tuvo este gran grupo de amigos a su
alrededor, y una novia seria. No es que funcionara o lo que sea.
Miré hacia él. Todavía estaba conduciendo con una mano. —Sí, eso
debe haber sido muy duro para él.
—Sí. Leanne no es mi persona favorita, pero él realmente se
preocupa por ella.
Tiempo presente. Todo mi cuerpo se erizó de celos, pero me sentí
validada por la aversión de Max por ella. Esto demostró que ser amable
con Max me daría las cartas más altas.
—De todos modos. —Max negó con la cabeza, mirando por encima
de mí—. ¿Tienes licencia de conducir?
—Por supuesto que sí. —Sentí que me sonrojaba, a pesar de que
hablaba con un chico en una camisa fandom de ciencia ficción—. Sólo
que no tengo un coche.
—Oh —dijo—. Lo siento; eso fue grosero de mi parte.
Soplé mi flequillo de mi cara. —No es tan malo, de verdad. Quiero
decir, Tessa es casi un año mayor que yo de todos modos, así que ella me
ha estado llevando por un tiempo.
—Sí, Ryan y yo vamos mucho juntos a pesar de que los dos tenemos
nuestros propios coches. Es más divertido. A pesar que cuenta con
el peor gusto en música.
Nos dimos la vuelta por mi calle, y señalé hacia mi casa.
—Estoy en la tercera casa a la derecha —le dije. Antes de que
pudiera detenerme, dejé escapar un gemido. El auto de mi papá estaba
estacionado en la calzada.
—¿Qué pasa? —preguntó Max, frunciendo el ceño mientras se
estacionaba en el camino de entrada.
—Nada. Es sólo que mi papá esta... aquí.
—¿Y eso es malo?
—Es una larga historia.
Se encogió de hombros, deslizando la palanca de cambios en
aparcado. —Tengo tiempo.
Consideré decirle, por razones que no entendía. Tal vez fue porque
me dijo cosas personales acerca de su propia familia. Tal vez fue que, por
lo que pude ver, no sabía nada de Aaron, de modo que no me veía a
través del lente de la compasión.
—¿No se lo dirás a nadie? —Sonaba como una niña pequeña,
intercambio en secreto.
—Por supuesto que no. Soy bueno con los secretos.
—Yo también —le dije. Me recosté en mi asiento, apoyando mis
rodillas en el salpicadero—. Mis padres se divorciaron cuando tenía diez
años.
—Lo siento —dijo Max de forma automática, de la forma en que yo
lo había dicho cuando él mencionó que su padre no estaba cerca.
—No lo hagas —dije, citándolo—. Yo no lo siento.
Inclinó la cabeza, esperando mi explicación.
—Lo sé. Es raro que su divorcio nunca me molestó... —Mi voz se
apagó, dándome cuenta que mi actitud debe haber sonado sin corazón
para Max, quién sólo conoció a uno de los padres. Así que lo reformulé.
—Mis padres, como pareja, eran miserables. Ellos sólo eran felices
separados. Eran mejores…
—¿Padres? —Max terminó por mí.
—Exactamente. De todos modos, un poco más de una semana
atrás, mi mamá me dijo que veía a alguien —le dije—. Y que ese alguien es
mi papá.
—Estás bromeando.
—Ojalá. Ellos han estado saliendo durante cuatro meses.
—Guau. —Max negó, pronunciando "Guau" de nuevo.
—Al principio, pensé que podía compadecerme con mi hermana
menor, pero ella ni siquiera piensa que es raro. Siento que soy la única
persona en la historia de todos los tiempos que ha experimentado el
fenómeno horrible de ver a tus padres divorciados citarse.
Él me miró.
—Lo siento —le dije, dándole un poco de risa—. No quise que eso
sonara tan ensimismado.
Hice una pausa, ahora avergonzada. Era una vieja tendencia, un
hábito que pensé había eliminado: usar las palabras más grandes cuando
me alteraba. —Me refería a que…
—Sé lo que significa "ensimismado"
Suspiré, recuperando mi fervor. —Es como si hubiera flotado fuera de
mi cuerpo y estoy viendo a mis padres coquetear entre sí. Mi plan original
era ignorarlo y pretender que ambos salían con alguien a quien yo no
conocía.
—Hasta... —Max supuso.
—Hasta ayer, cuando mi mamá anunció que quiere que nosotros
cuatro salgamos a cenar próximo fin de semana, y la asistencia no es
opcional.
—¡Auch! —dijo—. ¿Qué vas a hacer?
Max y yo nos sentamos juntos durante la siguiente media hora,
cuando el sol cayó en el cielo, una mancha mandarina decolorándose en
azul. Debería haber estado avergonzada por descargarme con un
extraño, pero era tranquilizante: él apenas me conocía, y mucho menos a
mi familia, por lo que su juicio fue imparcial. Escuchó como detallé todas
las formas en que la relación de mis padres podría salir mal y dañar a todos
los involucrados.
—Pero —dijo Max, después de la última parte de mi perorata—.
¿Qué pasa si no va mal?
—No se trata de The Parent Trap. Cosas como esas no suceden en la
vida real.
Una pequeña sonrisa apareció en la cara de Max. —Lo hacen, sin
embargo. No muy a menudo, pero suceden.
Le di la misma mirada incrédula que le di a Morgan cuando dijo que
esta temporada de The Bachelor iba a terminar en el amor verdadero. —
Créanme, mis padres no van a terminar como un "felices para siempre.”
—Tal vez no. Pero incluso si no lo hacen, eso no significa que no
valga la pena para ellos.
—¿Cómo lo sabes?
Se retorció en su asiento, volviéndose hacia mí. —¿Alguna vez
vuelves a leer los libros que realmente amas?
—Sí. —Esto fue probablemente un eufemismo que en realidad era
una mentira.
—Y ya sabes lo que pasa, ¿no? Incluso en las tragedias.
Entrecerré los ojos en lugar de responder.
—Mira —dijo, haciendo un gesto con las manos—. Romeo y Julieta
lidiaron con un doble suicidio, Beth muere y Laurie se casa con Amy, Rhett
deja Scarlett...
—Lees libros realmente femeninos.
Hizo una pausa para rodar sus ojos en mí. —Trataba de usar ejemplos
que conocerías.
—Claro.
—El punto es que ya sabemos que no funciona, pero los releemos de
todos modos, porque las cosas buenas que vienen antes del final valen la
pena.
Esto me tomó por sorpresa. Fue un argumento convincente, uno que
nunca había considerado.
—¡También! —Max sacudió su dedo como dando una conferencia—
. En los libros, a veces el presagio es tan evidente que ya sabes lo que va a
pasar. Pero saber lo que sucede no es lo mismo que saber cómo sucede.
Llegar allí es la mejor parte.
Tenía sentido, tuve que admitir. Max se quedó en silencio, esperando
a que respondiera. Miré hacia abajo a mi regazo. Él me dio una nueva
mentalidad, envuelta en referencias literarias.
Tal vez fue la oscuridad cercana, protegiendo esta conversación de
una manera que la luz del día no podía. Me sentí arropada, separada de
la casa, la escuela y de cualquier otra parte.
—Gracias. —Las palabras fueron silenciosas en el espacio oscuro
entre nosotros, y miré en su dirección.
Sus ojos se encontraron con los míos. —De nada.
9 Traducido por Jadasa
Corregido por Laurita PI

La noche anterior a mi primer concurso de preguntas, soñé que me


ahogaba. Siempre caía de golpe al agua limpia de la piscina, esta vez en
cambio era un río turbio en el que se sumergía hasta mi cabeza. Mis jadeos
se convirtieron en bocanadas de líquido, mis pulmones casi reventando,
mis ojos abiertos escocían y veían borroso.
Después de lo que pareció como una hora, me desperté asustada
en la oscuridad, mi corazón golpeaba contra mi caja torácica. Sequé las
palmas de mis manos contra el edredón e intenté calmar mi respiración.
Las lágrimas caían, como siempre; los créditos finales de esta pesadilla.
Dejé escapar un grito de alivio que no era verdadero. Gritaba porque
Aaron seguía muerto, y siempre sería tan dolorosamente injusto.
Agarré mi laptop desde el escritorio y releí el diálogo del guión. Con
el resplandor de la luz de la pantalla, murmuré las palabras que escribí,
intentando imaginarlas actuadas. Y, por enésima vez, busqué la página
web de la Universidad de Nueva York y encontré el programa para escribir
guiones. La fecha límite se acercaba, y ya tenía el mío pulido, Mission
Dist rict . Necesitaría una transcripción de la escuela, una recomendación
de un profesor, y la solicitud de cien dólares, lo que tomaría un pedazo
importante de mis ahorros de cumpleaños y Navidad. Pero quería hacerlo
por mí misma. Y por mi abuela, para demostrarle que podía ser tan valiente
como ella.
Cuando finalmente me quedé dormida, soñé con Ryan Chase. Eso
me gust a más, le dije a mi cerebro tras despertarme con la alarma. Pasé un
tiempo extra alistándome, teniendo la esperanza de que el verme bien me
daría más confianza para enfrentar el concurso de preguntas. Pero no
pude encontrar la camisa que decidí usar. Tiré un suéter colocándomelo y
abrí mi puerta. —¡Mamá! ¿Has visto mi camisa a cuadros con botones? ¿La
azul y blanco a cuadros?
—No, lo lamento, cariño —dijo en voz alta mi mamá. Solo tenía un
minuto o dos antes de que Tessa me recogiera, busqué frenéticamente a
través de mi canasto de ropa sucia. Por fin, me di cuenta.
—¡Cameron! —grité.
Oí sus pasos amortiguados en el pasillo, pero no respondió.
—¿Qué? —dijo, cruzando los brazos desde la puerta de mi
habitación.
—¿Tomaste prestada una camisa a cuadros sin pedírmelo?
Evitó la mirada. —Bueno, no te encontrabas en casa para que te lo
pida.
—Dios, Cameron. Sabes que elijo mis ropas con anticipación. —Los
domingos, antes de cada semana escolar, elegía mi ropa para
asegurarme de que todo se hallara limpio y planchado—. ¡Ni siquiera
tienes permiso para entrar en mi habitación!
—Entonces usa algo más… ¿cuál es el problema?
—¿Dónde pusiste la camisa?
—Está en mi canasto de ropa sucia.
—¡Cameron! —chillé.
—Dios, relájate —dijo, poniendo sus ojos en blanco—. Reina del
drama.
—Chicas —dijo mi mamá, entrando para arbitrar—. Suficiente.
Cameron, pídele disculpas a tu hermana y ve a terminar de alistarte.
—Lo siento —dijo Cameron sobre su hombro.
—Apuest o a que sí —me quejé, tirando de mi bolso sobre mi hombro.
Tendría que usar este estúpido suéter.
Mi madre suspiró. —Tendré una charla con ella sobre permanecer
fuera de tu habitación. Sin excepciones. Pero podrías ser más tolerante con
ella, ya sabes. No sé por qué no pueden llevarse bien.
La miré como si fuera uno de los comentarios más tontos jamás
hecho. —Quizás porque Cameron solo piensa en Cameron. Y no tenemos
nada en común.
—¿Y el hecho de que sea tu hermana?
Pensé en ello por un momento. Realmente no veía cómo esto nos
unía, aparte de genéticamente. Claro, habíamos heredado algunas de las
mismas cualidades físicas, pero en términos de intereses e incluso
personalidad, Cameron y yo no teníamos nada en común. Mi madre
suspiró de nuevo, viendo que no conseguía nada conmigo.
—Te admira, ya sabes.
—No, no lo hace.
—Sí, Paige. Lo hace. Deberías intentar recordar qué se siente estar en
la secundaria.
—Paso —dije—. La secundaria apesta bastante, gracias.
Y con eso, la bocina de Tessa me llamó para ir a clases.

—Sabes dónde está mi casillero, ¿verdad? —preguntó Max mientras


salíamos de la clase de inglés. Asentí—. Nos encontramos allí después de
las clases, y te acompañaré a la sala del concurso de preguntas.
—Está bien —dije—. Gracias.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco —admití—. Yo…
—Hola —dijo un chico que se encontraba cerca de nosotros. Se
apoyaba contra un casillero, vestía una sudadera de gran tamaño y
miraba directamente hacia mí. Lo reconocí, Josh algo, un chico que
fumaba, solía vivir en mi barrio. Lo suficientemente agradable, pero un
completo fracasado. Sus ojos siempre estaban inyectados en sangre, y por
lo que podía recordar, nunca se dirigió directamente a mí. Se sentaba en
la parte de atrás de mi clase de matemáticas y siempre mantenía la
cabeza gacha, la capucha de la sudadera puesta—. Hola... Chica
gramática.
Cerré los ojos, intentando convencerme de que no acababa de
suceder. Josh viajó en el mismo bus que yo durante los años de Chrissie
Cohen. Abrí mis ojos para encontrar a Max mirándome fijo, con los ojos
abiertos ampliamente con deleite.
¿Chica gramát ica? articuló hacia mí.
—¿Ayer tomaste notas en matemáticas? —preguntó Josh el
fumador—. Mi padre va a matarme si no obtengo una C.
—Sí —dije, a pesar de que una parte de mí quería castigarlo por
llamarme Chica gramática—. Si quieres, puedes mirarlas antes de la clase.
—Genial. Gracias.
Me di la vuelta, sin importarme si Max lo captaba. Sentí el calor de la
humillación arrastrarse hasta mi cuello.
—Eh —comenzó Max, alargando con facilidad sus zancadas para
alcanzarme. Podía verlo en mi visión periférica, de nuevo reprimiendo una
sonrisa—. ¿Cuándo voy a conocer a la Chica gramática?
—Nunca.
—¿Estás segura? —preguntó, sus ojos me seguían mientras miraba
fijamente hacia adelante—. Porque suena impresionante.
Miré por encima de él mientras esquivaba a la multitud, intentando
mantener mi ritmo.
—¡Ay! —gritó cuando su codo conectó con la puerta abierta de un
casillero—. Mira, ¡estoy sufriendo físicamente porque me interesa mucho el
génesis de la Chica gramática!
—Bien. —Suspiré mientras girábamos hacia la cafetería. Seguía
caminando conmigo, a pesar de que esta no era su hora de almuerzo. Me
detuve, cruzando mis brazos—. ¿Recuerdas que te conté lo mucho que
odiaba a Chrissie Cohen? ¿Por qué me utilizaba para burlarse de mí en el
autobús?
Max asintió.
—Un día en el sexto grado, Morgan viajo conmigo en el autobús a
casa. Usaron mi asiento habitual, por lo que nos sentamos en los últimos
asientos cerca de Chrissie y su compañera. Se dio la vuelta hacia nosotros
y dijo: “Infiernos no. Los alumnos de sexto grado no se sientan junto a
Amber y mí".
Su sonrisa se ensanchó. —¿Y la corregiste?
El recuerdo aún me hacía estremecer. Pensé que era mi momento,
era inteligente, y podría enfrentarla. Le dije—: Es Amber y yo. ¿Es que no te
lo enseñan en octavo grado? —Pero me salió el tiro por la culata. Al final
de la semana, tenía a todos en el autobús 84 llamándome Chica
gramática. Más tarde ese año se trasladó, pero se pegó. Al parecer, aún
pegaba...
Levanté la mirada hacia Max, que se hallaba radiante como si
hubiera descubierto un montón de oro.
—Chica gramática —repitió, en trance—. Lo amo.
—Eso es suficiente de ti.
—No exactamente. ¡No puedo creer que me mentiste!
—¿Qué? —Arqueé mis cejas—. ¿Cuándo?
—Tú —dijo, señalándome—, se supone que cuentas todos y cada
uno de los apodos.
Abrí mi boca para protestar, pero no tenía ninguna defensa. “Chica
gramática”. Había entrado en mi mente ese día que hicimos las hojas de
fichas de trabajo en clase, pero no lo mencioné. Nunca, nunca pensé que
volvería de nuevo.
Max miraba con incredulidad. —¡Te conté sobre “Maxi-Pad” y me lo
ocultaste!
—Yo... yo... —tartamudeé mientras intentaba pensar en una excusa.
Pero Max ya se alejaba de mí, caminando hacia atrás mientras sacudía su
cabeza.
—Estoy decepcionado, Janie —dijo. Alzando la voz así llegaría en
medio del bullicio del pasillo, repitió—: ¡Decepcionado!
La gente se daba la vuelta para mirarme, pero me reía, a pesar de
mí misma.
—Oye —dijo Morgan, ahora de pie a mi lado—. ¿Qué fue eso?
Puse mis ojos en blanco. —Nada.
Miró por el pasillo a Max. —¿Por qué te llamó Janie?
—Es una larga historia. No es importante. —Nos dimos la vuelta hacia
el comedor, donde nuestra mesa se encontraba vacía. Por lo general,
Kayleigh llegaba primero, reclamándola para nosotras.
Me senté junto a Morgan, que se encargaba de desempacar su
saludable almuerzo casero. Se concentraba demasiado en desenvolver su
pavo y pan árabe. —¿Morgan? ¿Todo bien?
Suspiró. —Esta mañana discutimos. Yo y Kayleigh.
Me contuve de decir “Kayleigh y yo”. Ahora no era el momento.
Sentí cierta fricción entre Morgan y Kayleigh hace algunos días. —¿Acerca
de qué?
—De camino a la escuela, le contaba sobre algunos proyectos de
apoyo feministas que estoy encabezando para Empower, y cuando miré,
¡le escribía mensajes de texto a Eric! Mientras le contaba cosas que en
verdad son importantes para mí. —El rostro de Morgan se sonrojó con el
recuerdo—. Y es como, ya sabes, he querido enamorarme desde la
primera vez que vi Mulan. ¡Pero no a costa de no estar disponible
emocionalmente para mis amigos! Entonces Kayleigh me acusó de ser muy
sensible, lo cual por supuesto, lo empeoró.
Giré las puntas de mi cabello. Ocasionalmente discutían —todos lo
hacíamos— pero mientras Morgan quería hablar de ello, Kayleigh se
cerraba.
—Estoy segura de que se sintió avergonzada porque le gritaste, y se
contuvo.
—Quizás. —Tomó un gran bocado de su pan árabe y masticó con
especial determinación—. Pero es como... desde que regresó del
campamento, no ha estado plenamente aquí con nosotras. Y estoy feliz
por ella, en verdad lo estoy. Pero la mayor parte de su vida hemos sido las
personas más importantes... y cuando aparece este chico al azar,
¿pasamos a segundo plano? Eso apest a.
Mordí mi labio inferior. Siempre era un término medio traicionero,
hacer que una amiga se sienta escuchada y comprendida sin tomarlo en
contra de otra amiga. —¿Sabes qué? Creo que esto es aún muy nuevo
para ella. Y, ya que Eric va a una escuela diferente, apuesto a que
Kayleigh simplemente, quiere asegurarse de que todavía están
conectando. Pero eso desaparecerá, ¿sabes? Con tiempo.
—Supongo que no pensé en ello de esa manera. —Suspiró Morgan—
. Sé que tienes razón. Simplemente, es difícil.
Cuando unos minutos tarde Kayleigh apareció, Morgan irguió su
cabeza.
—Mira, lo de esta mañana... —comenzó Morgan.
—No —dijo Kayleigh, interrumpiéndola—. Ambas estábamos de mal
humor. No es gran cosa.
Pasé el resto del período hablando mucho para compensar la
tensión.

El primer concurso de preguntas era un “juego en casa”. No sé por


qué imaginé que nos hallábamos sentados en el escenario del auditorio.
Nos encontrábamos en un aula de secundaria, con mesas largas frente a
frente. Max conversó conmigo después de que nos sentamos, pero apenas
podía oírlo. Mis palmas sudaban, a pesar de que no había público, salvo el
otro equipo, y su asesor académico. Lauren se acercó y tomó su lugar,
asintiendo hacia Max y a mí.
La informalidad me sorprendió. Malcolm se encontraba con el otro
equipo, conociendo a un nuevo miembro y riéndose con el capitán hasta
que el encuentro comenzó. El moderador era el entrenador del otro
equipo, tal como se decidió por medio de un sorteo, y deseaba que la
señora Pepper hubiera ganado. La habitación estaba extrañamente
tranquila. Cuando imaginaba el encuentro, oí el espectáculo de juego
musical. Max me mostró cómo usar el timbre, y limpié mis manos en los
pantalones vaqueros debajo de la mesa.
Empezamos sin ceremonia cuando el entrenador del otro equipo
dijo—: Está bien, vamos a comenzar.
Max aplastó varias preguntas… Copérnico, ergios, Kalinin, y Bardo
Thodol, y algunas otras palabras que absolutamente no tenían algún
sentido para mí. Malcolm intervino con el presidente de Sudán y un
ganador de la medalla de —no estoy bromeando— los Juegos Olímpicos
en 1896. Lauren nombró a Hopper como el pintor de Summer Int erior, del
que nunca había escuchado hablar. Cuando llegamos a una pregunta
matemática computacional sobre laderas, apenas escribió la ecuación en
su bloc de notas antes de responder, correctamente: negativo tres.
St. John estaba en una buena racha hacia el final de la segunda
ronda. Nos ganaron varias veces, y Malcolm y Max tuvieron una sola
pregunta equivocada. Lauren solo aparecía cuando se encontraba
segura. St. John desaprovechó su última pregunta para obtener un bonus,
que se relacionaba con literatura. Max me miró, al ver mi ignorancia con
los ojos abiertos ampliamente, de inmediato respondió—: Los Premios Henry
O. —Veinte puntos para Gryffindor.
Cuanto más tiempo pasaba sin contestar, más claustrofóbica me
sentía. Quería escabullirme de mi asiento al suelo, luego deslizarme hasta la
puerta. Dudaba que alguien se diera cuenta de mi ausencia. Algunas
veces una respuesta venía de inmediato a mi mente, pero nunca me
sentía lo bastante segura para animarme. Mis suposiciones solo eran
correctas la mitad del tiempo.
Contribuí con nada en la ronda decisiva. Nos dieron a elegir entre
cuatro categorías, entre ellas una sobre la tabla periódica. El moderador
podría haberle preguntado a mis compañeros de equipo esas preguntas
en su sueño, y habrían contestado entre ronquidos.
Antes de la última ronda, Max se inclinó hacia mí. —Responde la
siguiente, no importa cuál. Lograras obtener tu primera aparición.
Lo miré con, lo que estoy segura, completo terror. —No puedo.
Malcolm se inclinó desde mi otro costado. —Tiene razón, Paige. La
próxima vez que St. John se equivoque, empuja. No tenemos nada que
perder.
Mi oportunidad llegó poco después.
El moderador comenzó—: Este pionero femenino, nacida Martha
Canary…
St. John hizo sonar el timbre. —¡Annie Oakley!
—Incorrecta. ¿Oakhurst?
Max se recostó en su silla, y Lauren cruzó sus manos. Malcolm me dio
un codazo. ¡Ni siquiera escuché toda la pregunta! Solo sabía de otra mujer
del lejano oeste, pero no me estaban dando otra opción.
Mi corazón intentaba escapar a través de mi caja torácica. Mi boca
se encontraba tan seca que apenas podía pronunciar las palabras. —
¿Calamity Jane?
—Eso es correcto. —dijo el moderador en su mismo tono monótono,
pero mi mente escuchó: ¡ESO ES CORRECTO! Malcolm me dio un codazo
de nuevo, ahora dos veces, emocionado. Max no me miró, pero sonrió con
complicidad.
Ganamos, sin pompa; con un débil aplauso del otro equipo y de la
señora Pepper. Me recosté en mi silla, tomando una exhalación que se
sentía como la primera desde antes de que comenzara el concurso.
—No habría recordado a Calamity Jane —dijo Lauren. No supe
cómo responder, pero tampoco esperó—. Buen trabajo. Fuiste más útil de
lo que pensé que serías.
—¿Gra… cias? —dije, y me dio un guiño.
—Max, Malcolm, un placer, como siempre —dijo Lauren, y se fue.
Malcolm se levantó para hablar con el otro equipo, y Max se quedó
junto a mí mientras bajaba de la descarga de adrenalina. Eché un vistazo
a mi teléfono. —¿Esos fueron solo cuarenta y cinco minutos? Se sintió como
dos horas.
—Se vuelve menos estresante —dijo Max—. Estuviste genial.
—Oh, en serio. Logré una.
La señora Pepper se apartó del asesor del otro equipo y se acercó a
nuestra mesa. —¡Paige, excelente primera exhibición! La mayoría de los
principiantes no participan.
Rápidamente miré de reojo a Max. —Fui presionada.
Se encogió de hombros, sin arrepentirse. —Mi abuelo siempre decía
que aprendes a nadar cuando alguien te empuja a la parte más
profunda.
Me recorrió un escalofrío, frío y vigorizante; pero intenté mantener
una expresión facial impasible. Max continuó charlando con la señora
Pepper, mientras la pesadilla de anoche se repetía en continuado.
—¿Estás bien? —Escuché a Max preguntar.
—¿Yo? —dije, levantando la mirada—. ¡Sí! Bien. Solo pensando.
Esa noche, de nuevo tuve la pesadilla. Cuando me desperté, sequé
mis lágrimas con la manga de mi pijama y fui hacia mi escritorio. Taché el
punto número 2: Nuevo grupo. Y, mientras intentaba volver a dormir, me
dije: aún puedes estar tropezando a través de estos pasos, pero por lo
menos, lo estás haciendo hacia adelante.
10 Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Ann Ferris

—Recuérdame de nuevo por qué estamos aquí —dijo Tessa,


observándola gran extensión del estadio delante de nosotras.
Había sugerido que asistiéramos al partido de fútbol de bienvenida.
En verdad, mi motivo estaba basado mayormente en Chase, pero
convencí a Tessa para venir basándome en el motivo de que era una
experiencia de la secundaria por excelencia. Además, el juego de
bienvenida de octubre siempre era el partido más asistido del año, así que
era como una especie de fiesta. O eso les dije.
—Estoy participando en un evento escolar —dije.
Tessa lanzó su cabeza hacia mí, su expresión suavizándose cuando
se dio cuenta que me refería a mi plan. —Tienes razón. Tal vez será
divertido.
—¡Será divertido! —dijo Morgan, enlazando su brazo con el de Tessa.
Morgan amaba tanto el espíritu escolar que rompió su regla cardinal de
pelirroja: no usar ropa roja. Su camisa roja era la única excepción, y venía
completa con una insignia de los guerreros en la solapa. Tessa no poseía ni
una sola prenda de los Guerreros de Oakhurst, pero aun así llevaba una
sencilla camisa roja de cuello V con pantalones vaqueros.
Kayleigh iba a venir por separado, pero al menos vendría al juego y
dormiría en loTessa después. Parecía que cualquier otro fin de semana
estaba ocupada con Eric, a quien todavía no habíamos conocido. Por lo
menos esta noche, no era Eric quien mantenía alejada su atención de
nosotros. Su hermano se encontraba en casa después de su primer
semestre en la universidad y se ofreció a llevarla después de su cena
familiar. La alcanzamos ahí y de inmediato concordamos que deberíamos
haber aparecido más temprano. Las gradas se hallaban llenas de borde a
borde con fanáticos en rojo y dorado.
—Ahí —dijo Morgan, apuntando a la derecha de las gradas, donde
el espacio a la izquierda de las bancas apenas era suficiente para
contener a cuatro personas, y nos apresuramos hacia él.
—¡Paige! —llamó una voz desde algún lugar en las gradas mientras
nos acercábamos a nuestros asientos. Mis ojos buscaron entre las filas,
preguntándome a quién conocía en un evento deportivo. Pero luego vi a
Max, alto sobre las personas frente a él, saludándome con la mano para
que me acercara. Y justo de pie a su lado: Ryan Chase. Los saludé con un
asentimiento mientras las chicas se acomodaban en las bancas.
—¡Hola! —dijo Max. Llevaba una camiseta de los Guerreros de
Oakhurst que se veía certificadamente antigua, sus letras impresas
curvándose en los bordes.
Ryan Chase me sonrió. —Hola, Paige.
—Hola, Ryan. —Intenté lanzarle una sonrisa coqueta e insinuante. No
tenía manera de decirlo, por supuesto, pero probablemente parecía
trastornada. Y luego, la pregunta inevitable.
—¿Tessa está aquí? —preguntó Ryan.
—Sí —dije, gesticulando hacia mis amigas. Ryan y Max las saludaron,
y ellas les devolvieron el saludo.
—No te habría tomado como del tipo que le gustan los deportes —
me dijo Max.
—Lo mismo para ti.
—Es cierto —dijo Ryan—. Odia los deportes, adora la escuela.
Miré a Max de arriba a abajo. —Y aun así no parece que hubieras
traído un libro.
—Mi mamá quiere que sea “activamente social”, ¿recuerdas? —dijo,
usando comillas.
—Odia los deportes pero le gusta pasar el rato conmigo. —Ryan
extendió la mano para agitar el cabello de Max, como si fuera su hermano
menor. Seguí sonriendo como una idiota, emocionada por estar de este
lado de las conversaciones triviales de Ryan.
—Deberías haber usado la camiseta de Firefly, también. —Le di a
Max una sonrisa maliciosa.
Ryan se rió. —Oh, hombre, ¿ella vio eso?
Max se mofó. —Golpe bajo, Janie.
—Eso —dije—, fue por chismear sobre tu mamá.
El reloj daba menos de cinco minutos hasta que comenzara el
partido. Las personas todavía se abarrotaban en las gradas, y debería
haber actuado genial y volver con mis amigas. Pero sentía que me habían
dado una oportunidad real.
—Voy a conseguir un perrito caliente —anunció Max—. ¿Alguien más
quiere uno?
—Definitivamente. —Ryan sacó unos dólares de su billetera—.
¿Paige?
Est aba hambrienta, y eso significaría que podría quedarme aquí por
unos minutos más sin que fuera raro. —Seguro, ¿por qué no?
Busqué en mi bolsillo para sacar un billete de cinco dólares que sabía
que se hallaba ahí en alguna parte.
—Déjame pagarlo —dijo Ryan, extendiéndole el dinero a Max. Abrí la
boca para protestar, pero me interrumpió—. En serio, los perritos calientes
cuestan como un dólar o algo así. Me gustaría pagar, como un
agradecimiento por burlarte de Max con su ropa espacial.
—Gracias, Ryan —dijo Max sarcásticamente.
—De acuerdo. —Le sonreí a Ryan—. Bueno, gracias.
—¿Condimentos? —gritó Maxla pregunta hacia nosotros mientras
bajaba por los escalones metálicos.
—¡Solo mostaza! —le grité.
—¡Oye, así es como me gusta el mío, también! —dijo Ryan, como si
hubiera una oportunidad en un millón de que fuera así. Dadas las ofertas
de los puestos de comidas del fútbol, solo había cuatro formas de comer
un perrito caliente: con salsa de tomate, mostaza, ambas o ninguna. Pero
oye, terreno en común era terreno en común, así que igualé su entusiasmo
de todos modos.
—¡Genial! —dije.
Hubo silencio entre nosotros por un momento, y mi mente se puso
totalmente en blanco. No podía pensar en nada más que la frase: Piensa
en algo que decir. Piensa en algo que decir.
—Los perritos calientes son tan buenos —dije, después de lo que se
sintió como minutos. ¿Qué. Acabo. De. Decir? Casi podía escuchar a la
audiencia de un estudio riéndose incómodamente.
—Oh, totalmente. —Ryan asintió, como si lo que dije fuera una
legítima cont ribución a la conversación—. Comida perfecta para el día del
juego.
Hablaba con Ryan Chase sobre perritos calientes. Perritos calientes.
Me aseguré que era mejor que nada, pero tenía que pensar en algo
mejor. Est á bien, me dije. No t engo que elaborar bromas profundament e
significat ivas aquí. Solo t engo que junt ar palabras. Cualquier palabra.
—¿Has pensado alguna vez en jugar fútbol? —pregunté—. ¿Ya que
la prueba es en primavera?
—Nah —dijo—. En realidad no.
Sonaron grillos. Si no podía pensar en nada, ¿De qué habló Leanne
Woods con él durante dos años? Tal vez solo miraban los ojos del otro por
horas, remarcando ocasionalmente su propio atractivo.
—¿Qué hay de correr a través del campo en el otoño? —pregunté.
Aparentemente, mi idea de charlar con Ryan Chase significaba
conducir una entrevista improvisada sobre su interés en los deportes. Pero
quizás esto se convirtiera en una comedia británica; dolorosa incomodidad
de algún modo transformándose en humor. Y luego esas dos personas
incómodas se enamorarían adorablemente.
—Eh. Me gusta la velocidad de la pista y el campo, los eventos
diferentes y todo eso.
Por supuesto, ya sabía eso, por el obsesivo espionaje en la clase de
inglés durante la primera semana. —Genial.
Un fuerte silbido sopló por encima, y un rugido hizo erupción de la
multitud mientras el equipo tomaba el campo. Ryan animó, con una mano
a cada lado de su boca, y yo aplaudí, tratando de encajar. Max empujó
su camino hacia nosotros con una pila de perritos calientes envueltos en
papel.
—Gracias, hombre —dijo Ryan, sus ojos pegados al campo. Giró su
cuerpo lejos de mí, absorto en el juego.
Tomé mi perrito caliente con mostaza de Max. —Probablemente
debería volver con mis amigas. Gracias por el perrito caliente.
—No hay problema —dijo Ryan.
—Gracias, Max.
—Sip. Nos vemos, Janie.
—¡Ahí estas! —gritó Morgan a medida que me disculpaba con al
menos veinte personas que tuve que pasar.
—¿Vas a hacer concesiones sin nosotras? —Tessa apuntó al perrito
caliente envuelto en mi mano.
—No. —Me detuve por un minuto, deliberando. No podía
mantenerlo para mí misma, así que espeté—: Ryan Chase lo pagó por mí.
Morgan jadeó. —¡Estoy celosa!
—Ryan Chase te compró un perrito caliente —repitió Tessa, su voz
plana.
Meneé la cabeza felizmente cuando me senté entre ellas. —Sí.
—¿Vas a comértelo? —Morgan miró el perrito caliente.
La cara de Tessa se arrugó con disgusto. —¿En lugar de qué?
—¡No lo sé! Guardarlo como un recuerdo o algo así.
Ambas la miramos. Tessa encontró palabras primero. —Eso es
enfermo, Morgan.
Hice un espectáculo de desenvolver el papel y distribuir la mostaza.
Lo mastiqué exageradamente. —Mmmm.
—¡Kayleigh! —gritó Morgan cerca de mi oreja. Movió sus brazos
salvajemente hasta que Kayleigh nos miró y trotó subiendo por las bancas.
Estas rebotaron por su pique, como siempre hacían. Las personas en
nuestra fila se separaron para dejarla pasar, y Kayleigh osciló sobre ellas. Su
bolso se hallaba lleno con, lo que asumí, eran pijamas y suministros de
pijamadas para la noche que habíamos planeado en la casa de Tessa.
—Dios, finalmente —comentó Tessa mientras Kayleigh se sentaba.
—Lo sé —dijo—. Es culpa de mi hermano. ¿De qué me perdí?
—Ryan Chase le dio a Paige un perrito caliente —dijo Morgan.
Kayleigh pareció confundida. —¿Es alguna clase de metáfora?
—¡Kayleigh! —Me estremecí, extendiendo la mano para golpear su
pierna—. ¡No! ¡Pervertida!
Me contraje con vergüenza cuando todas estallaron en risitas.
Podían reírse todo lo que quisieran. Ryan Chase me compró un regalo. Y
ahora el papel se hallaba arrugado en mi bolsillo, como prueba de que
sucedió.
Difícilmente le presté atención al juego, robando miradas hacia él.
Mis amigas charlaron a través de casi todo el juego, deteniéndose para
aplaudir junto con los demás estudiantes, y se sintió sorprendentemente
normal. Yo, Paige Hancock, me encontraba pasando el rato en un juego
de fútbol con mis amigas.
—Entonces —dijo Morgan mientras bajábamos las gradas—. ¿El
perrito caliente te encantó para tener un enamoramiento con Ryan
Chase?
—No —mentí—. Fue agradable, pero solo fue un perrito caliente.
—El perrito caliente de Ryan Chase no es suficiente para Paige. —
Kayleigh resopló de risa, al igual que Tessa—. Oh, Morgan, no me mires así.
Lo haces demasiado fácil.
—Lo que sea —dijo Morgan—. Además, Ryan Chase está ocupado
yendo detrás de una chica a la que no podría importarle menos.
—¿Yo? —Kayleigh se arregló el cabello—. No lo culpo.
—No —dijo Morgan—. Tessa.
Tessa rodó los ojos. —Oh, por favor. Solo soy un golpe para su ego.
Entre menos me interesa, más intenta ganarme. Y sé esto porque ayer dijo:
“Tessa, entre menos te interese, más duro voy a tratar de ganarte”.
Mi piel quemó con envidia. No podía vencer esa clase de apatía, sin
importar cuán duro tratara. Había sido construida para preocuparme —
para notar, sobreanalizar, e intentar— de una manera que se sentía
inalterable.
Cuando finalmente llegamos a la pista al final de las gradas, Kayleigh
anunció que necesitaba detenerse en el baño.
—Yo también —dijo Morgan—. ¿Las alcanzamos en el puesto de
comida?
Tessa y yo nos dirigimos a un área más abierta donde podíamos
caminar lado a lado. Separé mis labios para decir algo, pero las palabras
desaparecieron en mi boca.
Al otro lado de la pasarela vi a… Aaron. De pie con algunos amigos.
Las personas entre nosotros se volvieron borrosas, pasando hacia adelante.
No es posible. Est oy alucinando… ¿me golpeé la cabeza? Mi mano voló a
mi pecho, como si pudiera sostener mi corazón latiendo dentro de mí. Casi
lloré y corrí hacia él.
Pero no. Por supuesto que no. Era Jacob. Su hermano menor. Mis
pensamientos se volvieron inconexos. El cabello oscuro, la misma nariz y
barbilla. Pero era un poco más bajo, un poco más delgado. Su cabello
más largo. Por supuesto que era su hermano. Pero los Rosenthal se
mudaron. La bienvenida. Debía estar aquí visitando a sus amigos. De
primer año ahora.
Quería que desapareciera. Solo me encontré con él algunas veces,
así que no tenía nada que decir. Ni siquiera quería que me viera. Pero me
quedé ahí, paralizada.
Sin advertencia, Tessa enlazó nuestras manos y dijo—: Oye, tengo un
poco de frío. Volvamos al auto.
Me jaló hacia adelante antes de que pudiera responder.
—¿Sabes en lo que estaba pensando? En el carnaval del cuatro de
julio cuando teníamos doce años, ¿te acuerdas? —preguntó, charlando
de esa manera rara y nerviosa.
Parpadeé, confundida por su conversación, pero continuó,
jalándome. —¿Recuerdas cuánto quería montarme en la rueda de la
fortuna porque nunca lo había intentado?
Nos encontrábamos casi al borde del estacionamiento,
apresurándonos entre la multitud. Quería preguntar por qué demonios
estaba tan frenética, pero no dejó de hablar lo suficiente para que lo
intentara. —Nos montamos y, aunque no pensé que tuviera miedo a las
alturas porque subía a aviones todo el tiempo, me mareé antes de que la
vuelta siquiera comenzara. ¿Te acuerdas?
—Sí. No podíamos bajarnos porque la gente todavía seguía
montándose en el paseo. Pero, Tess, yo…
—Para el momento en que nos detuvimos en la cima, casi
hiperventilaba, tan mareada y enferma… y tú te inclinaste sobre el borde
de nuest ro auto y le gritaste al tipo que la manejaba, preguntándole si
podíamos bajarnos.
—Y él me ignoró. —Respiraba con fuerza debido a nuestro ritmo.
—Te ignoró —añadió Tessa—. Te rogué que me distrajeras del pánico
que sentía, y tú me contaste toda la…
—Escena de la rueda de la fortuna de El Diario de Noah —dije—. Lo
recuerdo.
—Y ayudó por un rato. Luego intentaste gritarle al tipo de nuevo, y
cuando te ignoró de nuevo, ¿recuerdas lo que le gritaste?
Mi boca formó una sonrisa temblorosa. Lo recordaba.
Habíamos llegado a su auto, estando ahora de pie detrás de él.
Tessa dijo—: “Discúlpeme, señor… TENEMOS A UNA VOMITONA AQUÍ
ARRIBA”. Y nos dejó bajar de inmediato. Me bajé del juego, tan abrumada
con adrenalina y alivio que empecé a sollozar. Me llevaste al área detrás
del puesto de helados, así nadie me vería llorar. Te quedaste conmigo y
me abrazaste hasta que terminé.
—Lo recuerdo —dije, estremeciéndome contra el frío en el aire—.
¿Qué tiene que ver eso con algo, Tess? Solo… yo solo… vi…
Mi voz se quebró, imaginando su rostro de nuevo, y lágrimas llenaron
mis ojos.
—A Jacob Rosenthal —dijo—. Lo sé. Y estaba llevándote al puesto
de helados, donde nadie te vería.
Lloraba en mis manos antes de que siquiera terminara de hablar.
—Pensé que era un fantasma —susurré, entre respiraciones como
hipos—. Se parece… tanto… a Aaron.
—Lo sé. —Me abrazó, dejándome apoyarme en su hombro—.
También me sorprendió.
No podía creer cuán fácilmente creyó mi cerebro que era él. Ese
solo segundo se sintió como debería ser el mundo, y quería ese sentimiento
de regreso, lo quería a él de regreso. Nos quedamos ahí hasta que terminé
de llorar, y me enderecé, limpiándome los ojos. Ambas nos inclinamos
contra el parachoques de su todoterreno. Tessa pasó su brazo a mí
alrededor.
—¿Puedes hablarme de otra cosa de nuevo? —pregunté—.
Literalmente, lo que sea. Solo mantén mi mente alejada de eso.
—Seguro —dijo—. Pregunta: ¿tienes un enamoramiento real por Ryan
Chase o es solo un flechazo de “oh, es tan lindo”, como Morgan?
Bueno, eso alejó mi mente del asunto. No parecía haber punto en
negarlo totalmente, así que solo suspiré y dije una mentira. —Lo último. Solo
es agradable y divertido hablar con él. Nada más.
Tessa abrió la boca para preguntar más, pero fui salvada por una voz
familiar, gritando enojadamente.
—¿Qué diablos, chicas? —demandó Morgan. Kayleigh se
encontraba justo a su lado—. Solo desaparecieron.
Nos levantamos, y miré a Morgan. Su voz bajó. —Oh, no. ¿Qué pasa?
—Jacob Rosenthal estaba en el juego —dijo Tessa.
Ninguna de las chicas dijo una palabra, sino que ambas se
encogieron, sus hombros cayendo.
Antes de que pudiera decirles que me encontraba bien, los brazos
de Morgan me envolvieron y Kayleigh se encontraba junto a nosotras,
jalando a Tessa, también. Podía sentir sus olores; el suave perfume de
vainilla de Morgan y la esencia floral del cabello de Kayleigh y la
hierbabuena de la goma de mascar que Tess masticaba todo el tiempo
que estábamos fuera de la escuela. Con nuestros brazos alrededor de la
otra, casi creí que la fuerza podía viajar entre nosotras como el calor de
nuestros cuerpos. Nada, ni siquiera la tristeza, podía ser mayor que la suma
de todas nosotras.
11Traducido por Nora Maddox & Valentine Rose
Corregido por Ross Ferrer

—“Nunca permitas que la escuela entorpezca tu educación”.


¿Quién dijo esa frase? —preguntó la Srta. Pepper, mirándonos con ojos
expectantes.
Sus preguntas eran como realizar un QuizBowl diariamente.
Habíamos perdido una partida y ganado otra desde la primera, pero no
había perdido mi recelo. La respuesta era Mark Twain; estaba 99% segura.
Por supuesto, nunca me arriesgaría a la posibilidad del 1% de equivocarme
frente a Ryan Chase. Incluso luego de tres meses de tener una clase con él,
todavía tendía a avergonzarme constantemente.
Al ver que nadie contestaba, Max –el experto en QuizBowl–, contestó
detrás de mí. —Fue Mark Twain.
—Muy bien, Max —dijo—. Por un punto extra… ¿sabes alguna otra
de sus frases?
Giré para ver a Max, alegrándome de no ser yo quien se encontraba
en un aprieto. Él me dedicó una rápida y privada sonrisa, antes de citar—:
“Una persona que no lee no tiene ventaja sobre una persona que no
puede leer.”
La Srta. Pepper enarcó una ceja. —¡Impresionante! ¿Alguien más?
Para mi sorpresa, la mano de Morgan se alzó. La Srta. Pepper le
asintió.
—Algo como… “Cuando la gente pelirroja está por encima de cierto
grado social, lo llaman castaño rojizo” —dijo Morgan, de forma cohibida
mientras tocaba las puntas de su cabello rojo.
—Excelente. Y por el último punto, ¿alguien sabe el verdadero
nombre de Mark Twain?
—¡Mark Twain! —gritó Tyler, lo que incitó varias risitas.
—Gracias, Sr. Roberts —dijo la Srta. Pepper—, pero no.
Alcé la mano antes que pudiera cambiar de parecer. —Samuel
Clemens.
—¡Ciertamente, Samuel Clemens! —dijo, anotando el punto extra.
Max empujó mi codo con su dedo índice desde detrás de mí. —
Buena esa, nerd.
Sentí que sonreí, pese a que era algo estúpido de saber y por
supuesto algo que mucho menos querría compartir.
—Hablamos de Mark Twain —dijo la Srta. Pepper—, porque
terminamos Grendel un día antes. Dado que esta es una clase de honores,
nos sucumbiremos en otra literatura hoy. Y habrá otra tarea la otra
semana.
Todos gimieron. Era viernes, de modo que era cruelísimo.
—¡Me encanta su entusiasmo! —soltó la Srta. Pepper—. Esto haremos.
Hoy leeremos uno de los relatos cortos de Mark Twain en clases y lo
discutiremos. Su tarea para el fin de semana es leer otro de los relatos
cortos, el que ustedes elijan. El lunes, tendremos un breve ensayo en clases
donde compararán ambos textos. Puede que los beneficie leer más en
lugar de uno, pero se requiere sólo uno.
Más gemidos.
La Srta. Pepper se desanimó. —Ay, venga, chicos. Denle a Mark
Twain una oportunidad. A decir verdad es muy gracioso.
Para el momento que el timbre sonó, tenía que concordar con ella.
Me sentía medio emocionada de leer otro relato corto el fin de semana.
Por supuesto, ya había leído Las Aventuras de HuckleberryFinn y Tom
Sawyer, pero nada más suyo.
—Las tareas sorpresas son lo peor —dijo Morgan una vez que nos
encontrábamos en el pasillo. Se giró hacia Max—. Paige tiene que planear
todo antes o se vuelve loca.
Max sonrió. —Ya está un poquito loca.
—Lo sé —sonrió de vuelta Morgan, como si no me encontrara allí.
—¡Ey! —dije.
—¡Te adoro! —soltó Morgan, volteándose hacia el pasillo—. Te veo
en un rato.
Max y yo nos habíamos metido en el hábito de caminar juntos hacia
el almuerzo y clase de matemáticas respectivamente. Morgan siempre iba
a su casillero al otro lado del edificio, por lo que me alegraba tener
compañía. A menudo, caminar sola a clases me hacía pensar en Aaron.
¿Seguiríamos juntos, tomándonos de la mano en el pasillo? A veces,
estando en mi casillero, medio esperaba sentir una pequeño punzada en
mi cintura. Aaron solía acercarse por detrás y pinchaba mi costado, solo
para verme pegar un saltito. Ambos nos reíamos, y yo golpeaba su hombro
como si estuviera enojada.
—Me gustan tus amigas —declaró Max. Había llegado a conocerlas
un poquit o más el fin de semana pasado cuando nos invitó a su casa,
junto con unas cuantas personas más, para ver películas de terror y repartir
dulces en Halloween. Me sorprendió lo bien que todos se llevaron y lo
emocionadas que estaban de que hubiera pasado mi viernes por la noche
con Ryan Chase, sacando dulces a escondidas y teniendo un odio mutuo
por los Skittles.
Le eché un vistazo a Max. —Eh, a mí también me gustan mis amigas.
Me puso los ojos en blanco. —No, digo… supongo que me sorprende
lo mucho que me gusta estar con un grupo de chicas.
—Sí. Qué impresionante, chico adolescente —dije, y Max rio.
Sentía un pequeño alboroto cada vez que hacía reír a Max. Sus
cejas se alzaban en conjunto con cada sonrisa, como si estuviera
constantemente sorprendido de que pudiera divertirlo. —Eran chicas con
las que fui a la escuela primaria, pero nunca pensé que sería capaz de
hablar con ellas como amigos. Es más fácil de lo que creí.
—Sí, son increíbles.
—Ya sabía que me agradaba Tessa. Pero Kayleigh es simplemente
genial —dijo—. Y Morgan… digo, luce como…
—¿… una pelirroja ama de casa de los ’50? —adiviné.
Rio otra vez, sus cejas alzándose. —Sí. Pero luego recita de un tirón la
ideología feminista con su voz estirada. Es increíble.
Asentí. —Ha querido especializarse en estudios de la mujer desde
que teníamos como diez años.
—¿Y cómo funcionará, específicamente? Ella es religiosa, ¿no?
—Sí. Cree en la libertad personal, en Dios y en el amor verdadero. En
ese orden —dije, citando la explicación muy repetida de Morgan.
—Suena bastante bien —respondió Max—. Considerando que, ayer
en clase de historia, alzó la mano para insinuar educadamente que el
profesor trataba de zorra a Ana Bolena.
—¡Ja! —Solo Morgan defendería a una conocida amante.
—En fin —dijo Max cuando llegamos al punto donde nuestros
caminos se separaban—, con Ryan hablábamos de ver una película esta
noche. Si quieres venir…
—Sí. Digo, claro. —Ni siquiera me molesté en preguntar qué película.
—Genial —dijo—. Le diré a Tessa en matemáticas. Deberías invitar a
Kayleigh y a Morgan. Te enviaré un mensaje más tarde.
Me sentí nerviosa por el resto del día, recorriendo mentalmente mi
armario. Todo lo que me impediría ir sería no encontrar un lindo conjunto. Y
mi madre. Luego de clases, se lo mencioné casualmente.
—Es casi de último minuto —dijo, suspirando. Me arrepentí de decirle
que era un grupo de gente. Si le hubiese dicho que iba con Tessa, ni
siquiera hubiese dudado. Ahora quería el nombre de todos los que iban.
¿Qué buscan los padres cuando te piden esa información? ¿Existe una lista
secreta de chicos de mala influencia que todos se iban pasando? Solté
rápidamente algunos nombres, esperando que ningún nombre se le
quedara estancado en la memoria.
—¿Estás saliendo con alguna de estas personas? —preguntó,
enarcando una ceja.
—No —respondí con vehemencia—. Ay, mamá, ¿es en serio?
—Bueno, ¿cómo sabría? Ya no me hablas de chicos. —Fue un
comentario de pasada, pero se detuvo cuando se dio cuenta de la
implicación. No había hablado con ella de chicos desde Aaron. Se aclaró
la garganta—. Puedes ir. Llega a casa a la diez.
—Mamá, la película empieza a las ocho. Con tráileres, ni siquiera sé
a qué hora terminará. —Me encontraba a diez segundos de jugar mi mejor
carta: si tienes permitido salir con papá, tengo permitido estar afuera hasta
las once.
—Vale —dijo, volviendo a mirar su revista—, entonces a las diez y
media. En cuanto más tarde estés afuera, más gente se irá de los bares y
manejará borracha.
Puse los ojos tan blancos, que Cameron hubiera estado orgullosa. —
Al menos déjame llegar a las once.
—Mañana tienes que estar temprano en casa de tu abuela. Las diez
y media es mi última oferta.
—De acuerdo —respondí, dándome la vuelta para que no pudiera
ver cuando pusiera los ojos en blanco de nuevo. Consideré en seguir
discutiendo con ella sobre el tema, diciéndole que sin duda mi papá me
dejaría hasta más tarde. Por desgracia, ponerlos en contra –la única
ventaja de tener padres separados–, era inútil en estos días.
A las siete y media, escuché un bocinazo en mi entrada para autos,
y me sorprendí al encontrar el SUV de Max en vez del de Tessa. Eché un
vistazo por encima del hombro hacia mi casa, esperando que mamá no
mirara por la ventana. Probablemente saldría y le preguntaría a Max sus
antecedentes de conducción e intenciones.
Subí al asiento trasero y cerré la puerta detrás de mí. —Hola, ¿cómo
estás?
Tess se giró para mirarme. —Decidimos compartir el vehículo. Max
estaba en mi casa de todas formas. Teníamos un proyecto de
matemáticas.
—Que usábamos como excusa para ver Misterio en el Espacio —dijo
Max.
La conexión entre ellos dos tenía sentido para mí. Tessa no soportaba
estar cerca de alguien que se esforzaba demasiado para ser genial, y Max
nunca intentaba ser alguien que no era. Y podía darme cuenta lo mucho
que se sentía atraído por Tessa, quien amaba la música y el yoga igual de
apasionadamente que él amaba la cultura general, la ciencia ficción y
quién sabe qué más.
Esperaba que fuéramos a buscar a Ryan también, pero Max condujo
directo al cine. Apenas los escuchaba hablar sobre la música mientras
discutían la calidad de la música de Ryan Adams.
—Digo —dijo Max cuando estacionó el auto—, normalmente no me
gustan los covers, pero su cover…
—¿De “Wonderwall”? —finalizó Tessa—. Lo sé. Lo sé. Casi igual de
bueno que el original.
—En realidad creo que es mejor —apuntó Max, desabrochando su
cinturón de seguridad—. ¿Qué crees tú, Janie?
—El cover es mejor —respondí. Y lo era: más triste que el original, lleno
de nostalgia.
—No le hagas caso —dijo Tessa. Cuando puse una mala cara,
agregó—. Lo lamento, Paige, pero escuchas himnos pop, y no
irónicamente.
—¡Ey! —dije—. Tienes todas las canciones de Lilah Montgomery en tu
iPod.
—Eso es diferente. Ella escribe sus propias canciones, y está inspirado
por el folclor.
—Algunas canciones pop están bien escritas —ofreció Max, y miré a
Tessa como diciéndole: ¡Já!
Cuando entramos al cine, Ryan ya nos esperaba con Morgan, quien
parecía deslumbrada por su presencia. Tenía que recordarme que a
Morgan no le gustaba Ryan; al menos, no más que cualquier otro chico
lindo de la escuela. Keyleigh había salido con Eric, por supuesto, aunque
ninguna de nosotras sabía por qué no podían venir al cine con nosotros.
—¡Hola! —saludó Ryan, abriendo sus brazos—. Mis otras dos citas.
Gracias por traerlas, Max… nos vemos más tarde.
Tessa pasó por delante de él.
Sus ojos la siguieron, y él gritó—: ¡Sé que me amas, Tessa!
Esperaba que su afecto hacia ella fuera de broma entre amigos. Sin
duda a ella no le interesaba, y probablemente Ryan no estaba
acostumbrado a eso. Hice una nota mental de que debería intentar
hacerme la difícil para obtener una oportunidad. Mientras todos se
encontraban en la fila para comprar dulces, me apoyé contra la
barandilla más cercana, de repente sin apetito alguno.
Aparte de Alcott’s, un boliche decrepito, y una tienda de helado de
yogurt, el Cinema Doce era todo lo que Oakhurst tenía en cuanto a
lugares para pasar el rato. Abrió cuando estábamos en la secundaria, con
pantallas de alta tecnología, un mostrador de comida de lujo, e incluso
una pequeña área de juegos. Había pasado numerosas noches aquí,
riéndome con mis amigos en el oscuro cine.
Mis ojos se trasladaron a dicha área, que normalmente estaba llena
con revoltosos niños pequeños. Parpadeé, un recuerdo invadiendo mi
mente antes de que pudiera hacerlo a un lado. Cuando abrí mis ojos, casi
podía ver a Aaron allí, maniobrando impecablemente la máquina de
garra, justo una semana antes que ya no estuviera en este mundo.
El aire era ese caluroso y pegajoso de julio, y me encontraba
quemada por el largo día en la piscina. El frío aire acondicionado del cine
se sintió como un alivio contra mi piel. El papá de Aaron nos había ido a
dejar, y, por alguna extraña razón, Aaron fijó su mirada en un gato de
peluche en la máquina de garra. Debió haber gastado cinco dólares en
cent avos, determinado a ganarlo por mí, y nos perdimos el principio de la
película. Pero cuando por fin la garra atrapó la cabeza de felpa del gato,
sonrió con triunfo.
¡Lo at rapé en el primer int ent o!, le contó a todos dentro de nuestro
alcance, pese a que era una mentira obvia para todos quienes lo habían
visto allí por casi media hora. Me tendió el gato de peluche con
bravuconería. Ni siquiera me gustaban los gatos, pero sí me gustaba
Aaron. Me gustaba el destello travieso en sus ojos marrones, su ronca risa, y
la fácil manera en que podía convertir algo ordinario en un evento; por lo
que, de algún modo, una espera en el vestíbulo del cine se convirtió en
una batalla con una máquina de garra.
—Hola —susurró Tessa, situándose tan cerca que su hombro tocaba
el mío. Sus brazos estaban llenos con un gigantesco paquete de palomitas,
chocolate, y una suave bebida igual de grande que su cabeza.
—Hola —respondí, volviendo al presente.
Sus ojos recorrieron mi rostro. —¿Estás bien?
—Sí.
Hubo semanas –incluso meses– cuando aquellos recuerdos me
habrían destrozado. Cuando me acurrucaba en mi cama, mi mente
disputando esta imposible pregunta: ¿Cómo alguien podía estar aquí un
día, y al siguiente se había ido, por siempre? La pregunta me aferraba al
suelo, exigiendo respuestas, y todavía no tenía ninguna. Pero sí tenía un
grupo de amigos, riéndose y esperando en la puerta. Esperándome.
—¿Vienes o no, Hancock? —me gritó Ryan Chase. A nuestro
alrededor, los adultos se giraron para fruncir el ceño ante su innecesario
volumen.
Su sonrisa se abrió camino entre la neblina de tristes recuerdos, y me
acerqué a ellos.
Intenté no ir adelante cuando entramos a la oscura sala, por lo que
estaba estratégicamente sentada entre Ryan y Tessa. No había ningún
problema, de todas formas, dado que Max y Tessa seguían hablando de
música. Morgan se sentó al otro lado de Max, instalándose con sus
chocolates de menta.
—¡Eh, hermano! —gritó Ryan hacia la entrada. Tyler Roberts
caminaba hacia nuestra dirección, vestido con su chaqueta de cuero—.
Por aquí.
—¿Cómo están todos? —dijo Tyler, tomando asiento al final de la
hilera, junto a Morgan—. Lamento llegar tarde.
Tessa y yo le saludamos con la mano cuando la sala se oscureció. El
primer tráiler comenzó, el sonido envolvente crepitando a la v ida con la
vivaz melodía de una película infantil.
—¿Hay algún problema si me siento aquí? —le preguntó Tyler a
Morgan—, ¿no esperas a otro chico o algo?
—Nop —contestó Morgan, riéndose de nada.
—Genial —le dijo él—. Me sentaría junto a Chase, pero la gente
pensaría que estamos en una cita.
La risa de Morgan se detuvo. —¿Y qué hay de malo en eso?
—Nada —respondió—. Excepto que estoy muy fuera de su alcance.
Digo, él es un tipo atractivo, pero… venga.
—¡Shhh! —siseó alguien desde la hilera detrás de nosotros.
—Sí, Paige —dijo Max, su voz muy fuerte. Me echó un vistazo,
llevando un dedo a sus labios—. ¡Shhh!
Podía sentir a cada cabeza dando vuelta para mirarme. Entre
nosotros, Tessa ahogó una risa. Mi rostro quemó cuando le susurré—: Ni
siquiera estoy hablando.
Max sonrió abiertamente, recostándose en su asiento. El próximo
corto comenzó, haciendo alarde de una nueva comedia romántica que
se estrenaría en Navidad.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Morgan, con los ojos fijos en la pantalla. Su voz
fue lo suficientemente alta como para que todos pudiéramos oírla—. Esto
se ve tan bien. Totalmente la veré.
Max dirigió hacia Morgan un pulgar hacia abajo y Ryan fingió ruidos
de fuertes ronquidos, lo que provocó otro estallido detrás de nosotros.
—¡Cálmense allí abajo! —Una voz gritó desde la parte posterior.
—Por última vez, Paige Hancock —dijo Max en voz alta, dirigiéndose
a mí otra vez. Él hacía esto a propósito—. ¡Guarda silencio!
Ryan y Morgan rieron sobre sus palomitas mientras me hundía en mi
asiento, con la cara en llamas. La cara de Max, sin embargo, era
francamente alegre. Tessa me dio unas palmaditas en la rodilla, pero sabía
que contenía la respiración para no reírse.
Al comenzar la película, otro sentimiento reemplazó mi mortificación:
sorpresa. Alguien que no era de mis mejores amigos me había dado un
tiempo difícil, avergonzado, incluso. Y otras personas se echaron a reír.
Había pasado tanto tiempo desde que alguien había hecho eso. Todo el
mundo me había tratado como una muñeca de porcelana, con ojos tristes
pintados en su rostro inmóvil. Eran tan cuidadosos de no quebrarme,
caminando de puntillas alrededor de las líneas causadas por la muerte de
Aaron.
No Max. Él se acercó lo suficient e para asomarse en mí y empujarme
fuera de mi zona de confort. Me preguntaba -por supuesto, me
preguntaba- si él sabría acerca de Aaron. Todavía no podía decirle, pero
esperaba desesperadamente que él no lo mencionara. Tal vez él nunca lo
había oído, porque todavía estaba en Coventry, y tal vez Ryan nunca lo
mencionó.
Con el t iempo, forcé mi atención hacia la película frente a mí. El año
pasado, había visto casi todas las películas y series de televisión disponibles
en línea. A veces, en los créditos finales, me sentía casi enferma de miedo
de tener que volver a la vida real.
Pero esta noche, cuando las luces se encendieron, no sentí el
impulso irresistible de estar plantada en el asiento. No estaba desesperada
por seguir viviendo en el contenido de un personaje, en un mundo bien
iluminado. Estiré mis brazos mientras salíamos de nuestra fila.
—Muy divertido, idiota —le dije a Max, golpeando su brazo cuando
nos encontrábamos en el vestíbulo del cine,
Max sacudió la cabeza, pero no pudo evitar la sonrisa de su rostro. —
Realmente debes aprender a utilizar tu voz interior.
Tessa había desaparecido para usar el baño, y cuando volvió lo hizo
como una ráfaga.
—Ustedes —dijo. Esto era lo más emocionada que la había visto
desde que Thelonious and Sons anunciaron su gira por Estados Unidos—.
Hay un Rocky Horror Picture Show 3 aquí esta noche.
Tessa tenía un extraño y largo amor por Rocky. Lo encontré
espeluznantemente sexual, y el factor de participación de la audiencia me
hizo retorcerme.
—Uh —dijo Ryan—. ¿Qué es eso?
La mandíbula de Tessa cayó. —Sólo, como, la experiencia más
increíble e interactiva que nunca podrías tener.
—Es espeluznante —le dije a Ryan.
—¿Podemos quedarnos por ello? —Tessa estaba suplicando a todo
el mundo. Desde que Max nos trajo, ella no tenía forma de llegar a casa.
Pero no había manera de que mi mamá me dejara. Tessa lo sabía—. ¿Por
favor? Comienza en media hora.
—Yo me quedo —Ryan se encogió de hombros, y Tyler asintió,
diciendo—: Voy a ver de qué se trata.
Mierda, pensé. Prefiero sacrificar mi colección de DVD a los dioses
del volcán, que dejar a Ryan Chase saber que mi madre me trataba como
a una niña.
—Debo llegar a casa. Tengo cosas que hacer mañana temprano —
mentí—. Así que voy a viajar a casa contigo, Morgan.
—Oh, yo...—Se interrumpió, mirando a Tyler—. Yo iba a quedarme,
pero después podría llevarte a casa muy rápido.

3
Rocky Horror Picture Show: película (musical) de culto, que honra (y al tiempo satiriza)
las películas de ciencia ficción, en particular las producciones en blanco y negro de
la RKO.
Odiaba a mi madre. Por primera vez en mi vida, no me planteé ir a
casa, sólo quería enviarle un mensaje de texto diciéndole que me iba a
quedar hasta tarde, muy mal.
—Te llevaré —dijo Max detrás de nosotros.
—No, llamaré a mi mamá. Realmente, yo...
Él levantó la mano, haciendo girar las llaves alrededor de un dedo.
—Janie. No es la gran cosa.
Empujé mi flequillo de la cara. —Quiero decir, si estás seguro de que
no te importa...
—No lo hace —dijo, y luego añadió en voz más baja—: Por favor,
salgamos de aquí. Rocky Horror me asusta como el infierno.
Sonreí genuinamente, y el gritó—: ¡Oye, Ry!
Ryan miró a nosotros dejando su conversación con Tyler. Max señaló.
—¿Puedes llevar a Tessa casa?
—Claro —dijo Ryan. Tessa asintió a nosotros, saludando. Me despedí
de todos y seguí a Max hacia la salida. Mientras caminábamos hacia el
coche, nuevamente miré por encima del hombro hacia el vestíbulo del
cine. Ellos ya hablaban otra vez, la cabeza de Morgan echada hacia atrás
riendo de algo que Tyler dijo. Ahora se t rataba de una cita doble, y por lo
tanto yo no encajaba en ello.
Dentro del coche, saqué mi teléfono de mi bolso y empujé el botón
de encendido.
—¿Qué pasa con el estado de ánimo, amiga? —preguntó Max,
mientras se encendía el motor.
Suspiré de nuevo cuando salimos del estacionamiento. —Es que mi
mamá es tan mala con mi toque de queda. Cuando llego a casa, mi
papá va a estar allí de todos modos. Y van a quedarse hasta tarde, y sin
embargo, ¿tengo que estar en casa ahora? Es tan injusto.
Miré mi teléfono. Nueve llamadas pérdidas. Mamá. Mamá. Papá.
Cam. Papá. Dejé de desplazar cuando mi corazón comenzó a latir con
pánico. Max sólo me había recogido hace tres horas. Mi teléfono estaba
apagado en el cine. El único texto decía: "Llámame cuando leas esto," de
mi papá. No podía soportar la idea de escuchar los tres mensajes, así que
marqué con manos temblorosas.
—¿Está todo bien? —preguntó Max, observándome.
—Yo... yo no lo sé. —El teléfono de mi padre sonó, una, dos, tres
veces.
—¿Paige?
—¿Papá? ¿Qu... qué es lo que está pasando?
—Paige, cariño —dijo—. Tu abuela tuvo un derrame cerebral.
La palabra resonó contra mi cerebro, derrame, derrame, chocando
contra las neuronas que se suponía habrían ayudado a procesar la
palabra. Mi labio inferior temblaba, y mi visión se oscureció a mí alrededor,
mi noción del tiempo y el espacio se perdieron.
—¿Qué? —Podía escuchar mi propia voz en mis oídos, ahogada e
infantil.
—Lo está haciendo muy bien —continuó—, pero es demasiado
pronto para decir qué daño se ha hecho.
Sentí mi garganta restringirse, comenzaba a faltarme el aire.
—Está bien, chica. Todos estamos aquí en el hospital con ella, y yo
voy a ir por ti ahora.
—Está bien —respiré. Todo mi mundo se volvió borroso, como si yo no
habitara totalmente mi cuerpo.
—Paiger, escúchame —dijo mi padre—. Va a estar bien. Estaré allí
tan pronto como pueda.
La línea se cortó. Esta situación no requería un adiós. De hecho,
"adiós" fue absolutamente la última palabra que quería oír.
—¿Paige? —preguntó Max en voz baja. Podía sentir como miraba
entre mí y el camino por delante de nosotros.
Moví mis labios, lo que me obligó a formar las palabras. Levanté mi
teléfono como si fuera algún tipo de explicación. —Mi abuela tuvo un
derrame cerebral. Está viva, pero... no sé... mi familia está en el hospital.
Mi voz se quebró dos veces cuando lo dije. Hablando las palabras en
voz alta y decirle a otra persona, lo hizo real. Mis ojos se llenaron de
lágrimas, aunque les rogué permanecer secos. Me cubrí la cara a pesar de
que aún sostenía el teléfono en una mano, avergonzada y expuest a.
—Escucha, Paige —dijo Max—. Estoy seguro de que va a estar bien.
Ella ya está en el hospital, y la tecnología médica es tan avanzada cuando
se trata de accident es cerebro-vasculares. Llama a tu padre, averigua en
qué hospital está y diles que te estoy llevando ahora.
Antes de que pudiera tratar de protestar, hizo un cambio de sentido,
de nuevo hacia la carretera. Me limpié la cara mojada, asintiendo. Eso es
lo que necesitaba, estar con mi familia inmediatamente. Para ver a mi
abuela y saber que se encontraba bien.
Rápidamente marqué el número del teléfono celular de mi papá.
—Papá —mi voz ronca—. Mi amigo Max me está llevando ahora,
¿de acuerdo?
Estuvimos en silencio durante el viaje al hospital. Ni siquiera estaba
realmente pensando, simplemente miraba por la ventana a la nada
mientras las lágrimas resbalaban. Eran finales de noviembre, y los árboles
finalmente se encontraban desnudos. No me había dado cuenta cuan
hoscos parecían, hasta ese instante.
En un momento, Max dijo—: Podría ayudar si tomas respiraciones
profundas y las dejas ir lentamente. El oxígeno se expande en tus
bronquiolos, activan el sistema nervioso parasimpático y ralentiza t u ritmo
cardíaco.
Él usó la ciencia para consolarme. Yo quería burlarme por ello, pero
me encontraba demasiado ocupada conteniendo la respiración y
dejando el aire ir lentamente.
Tan pronto como los neumáticos golpearon el estacionamiento,
llamé a mi papá, y me indicó como llegar a la sala de espera.
Desenganché el cinturón de seguridad, casi antes de que el vehículo se
detuviera. Pude ver mis respiraciones rápidas en el aire, pero no podía
sentir el frío. Yo ya me sentía entumecida.
Max se inclinó sobre el asiento. —¿Quieres que me quede?
—No, estoy bien. —Miré hacia él en el coche—. ¿Podrías no decirle a
nadie acerca de esto?
Aunque mi principal preocupación era, por supuesto, mi abuela, yo
todavía no podía sacudir el pensamiento de Max retransmit iendo mi
vergonzoso colapso a Ryan Chase.
—Por supuesto, no lo haré. Promesa —aseguró. Asentí y cerré la
puerta detrás de mí, escapando hacia el hospital. Sin embargo se sentía
tonto, pensar que todo iba a estar bien, si tan sólo pudiera llegar a ella
pronto.

Se veía tan pequeña en la cama del hospital. Me hubiera gustado


que pudiera oír mis pensamientos a través de su sueño drogado: Voy a
solicit ar para la escuela de escrit ura de guiones, Abuelit a. Recupérat e, así
t e puedo decir t odo.
La pequeña habitación se cerraba ante nosotros, demasiadas
máquinas se apoyaban contra las paredes. Yo no estaba acostumbrada a
mi abuela siendo silenciosa. Un tubo de oxígeno se acurrucaba en sus
mejillas, debajo de la nariz. Después de casi dos horas de estar sentada en
la sala, empezaba a sentir que necesitaba un poco de aire adicional para
mí misma.
Mi mamá se encontraba en una silla junto a la cama, su mano
apretaba la de mi abuela. Su cabeza descansaba en la cama, y yo no
podía decir si aún se encontraba despierta. Cameron estaba acurrucada
en un asiento, mensajeando o jugando en su teléfono. Mi padre se
paseaba por la habitación, sin poder dejar de moverse. Desde que llegó,
se había ido seis veces, por más café o al baño o para encontrar al
médico por otra pregunta. El médico no tenía respuestas. Teníamos que
esperar para cuando despertara. Era demasiado para mí, el ritmo, las
máquinas y el pitido.
Señalé hacia el pasillo, haciéndole saber a mi padre que estaría
fuera. Me tambaleé fuera de la habitación, pasando la mano por la pared
para no perder el equilibrio. El pasillo se sentía igual de sofocante como la
pequeña habitación donde mi abuela yacía dormida. Miré a mí alrededor
en el hospital, golpeada por las paredes grises y el olor a antiséptico. Una
mata de pelo rubio se puso de pie en el pasillo incoloro. Pertenecía a una
forma pequeña, familiar, sentada en un banco con los codos apoyados en
las rodillas.
—¿Tess?
Levantó la vista y, al verme saltó de la banca hacia mí,
envolviéndome con ambos brazos.
—¿Ella está bien? —preguntó.
—Es... espera —farfullé—. ¿Cómo sabías que me encontraba aquí?
—Max se acercó y me lo hizo saber.
—¿Te fuiste de Rocky Horror?
—Sí. ¿Estás bien? ¿Tu abuela está bien?
—¿Pero no... tienes tu coche?
—Max me trajo —dijo con impaciencia—. ¿Ella está bien?
—Ella está estable. Bueno, por ahora —murmuré, tan aliviada de
tenerla frente a mí. Su presencia hizo al hospital menos extraño—. Y estoy...
No sé. Bien.
—Bien. —Tessa asintió, desenvolviendo sus brazos de mí—. Bien.
—¿Te fuiste de Rocky solo para venir conmigo?
Ella ladeó su cabeza. —Por supuesto que lo hice.
Mi labio inferior tembló, lágrimas frescas formándose. Tessa vivió
perder a Aaron justo a mi lado. Parecía injusto que ella fuera siempre la
que me apoyaba. Su vida habría sido mucho más sencilla si no estuviera
entrelazada con la mía.
—Entonces —dijo Tessa—. ¿Hay un plan?
—Mi mamá se va a quedar. —Hice un gesto hacia la habitación—. Y
creo que mi papá quiere quedarse con ella.
—¿Quieres ir a casa? Puedo llevarte.
—Quiero quedarme, pero mi padre dijo que iba a llevarnos a Cam y
a mí de regreso. No creo que él quiera que estemos aquí si reciben malas
noticias.
Tessa se estremeció. —¿Te quieres quedar más tiempo, o quieres que
te lleve de vuelta ahora? Yo puedo hacer lo que sea.
—Déjame decirle a mi padre.
Tessa regresó conmigo y se quedó fuera de la sala. Cameron estaba
acurrucada con una almohada en la repisa de la ventana, se había
quedado dormida. Se veía tan inofensiva de esta manera, como cuando
era un bebé. Cuando le di un codazo a su brazo, se despertó sobresaltada
con la misma expresión infantil de la somnolencia. Mi padre se puso de pie,
haciendo un gesto para que me moviera hacia el pasillo. Abrazó a
Cameron y a mí al mismo tiempo, sus brazos se extendieron excesivamente
para atraparnos a las dos.
—Va a estar bien —dijo por enésima vez esta noche—. Vayan a casa
y duerman un poco.
Cameron abrió la boca para decir algo, pero mi padre la cortó.
—Te llamaré si algo cambia.
—Pero si mamá... — comencé. Él apretó mis hombros con firmeza,
aquietando mi pregunta.
—Voy a estar con ella todo el tiempo.
Asentí. Era extraño dejar ir mis preocupaciones sobre mi madre a mi
padre.
—Gracias, Tessie —dijo mi padre sobre nuestras cabezas—.
Llámenme a mi celular si necesitan algo.
Vi como mi padre volvió a entrar en la habitación, preparándose
para una larga noche de ver a mi madre dormir. Se sentó en la silla, ya no
paseándose, sino permaneciendo constante para ella. Tal vez esta era la
forma en que se supone que sería. Tessa tomó mi mano cuando dimos
vuelta para salir. Ella puso su otro brazo sobre el hombro de Cameron,
guiándonos a ambas a casa.
12 Traducido por Sandry
Corregido por florbarbero

Cuando con Tess llegamos a la escuela el lunes, dudé antes de salir


del auto. Mi abuela se había levantado durante el fin de semana, pero los
médicos todavía le hacían pruebas y la monitorizaban. Mi padre se quedó
con mi madre, todo el tiempo, y era extraño estar en casa sin ellos. Siempre
había envidiado el estilo de vida de los padres de Tessa, pero no esto. Esto
se sentía solitario y vacío.
Tessa se quedó todo el fin de semana, yéndose solo para ducharse y
conseguir más ropa. No me encontraba segura de cómo acabó de esa
manera, Tessa, quien era menos de un año más mayor que yo,
convirtiéndose en mi guardiana en momentos de emergencia. Ahora se
encontraba en silencio esperando una señal mía. Mientras abría la puerta
del auto, un penetrante viento me golpeó en la cara.
—Si cambias de opinión, te puedo llevar a casa en el almuerzo —dijo
ella—. O antes. Me saltaré las clases.
—Lo sé —dije. Mi padre ya había llamado a la oficina para
excusarme, y si sentía que necesitaba irme. Pero la escuela proveía una
bienvenida distracción, con mi rutina familiar de clases. No podía soportar
estar sola, en casa, en el silencio.
La gente se movía afanosamente en las puertas junto a nosotras,
pero se veían diferentes para mí ahora, como si el mundo no debiera
moverse mientras mi abuela yacía en la cama del hospital. Mientras me
dirigía hacia el vestíbulo, mis ojos encontraron a Max. Se encontraba de
pie en frente de mi taquilla, buscando el acercamiento entre la multit ud.
Lo vi antes de que él me viera a mí. Me sentí sonreír ante su familiaridad —
oscura pelambrera de pelo y los puños de la camisa hasta arriba en sus
antebrazos, como un joven profesor exasperado.
—Paige —dijo, enderezándose. Eso me descolocó, oírle usar mi real
primer nombre—. ¿Tu abuela está bien?
—Se encuentra bien por ahora. Y yo…
—Bien. Porque iba a enviarte un mensaje, pero no quería interrumpir
lo que sea que estuviera pasando con tu familia, y…solo quería
disculparme porque sé que dije que no se lo diría a nadie, pero pensé…
Mi mano casi se movió a su pecho en un intento de calmarlo, pero
vacilé. —Max.
—¿Si? —Parpadeo, sus ojos verdes como los míos, detrás del
rectangular marco de sus gafas.
—Gracias Por llevarme y por volver por Tessa.
— Oh. —Se quedó mirando sus omnipresentes Converses—. No es
gran cosa.
—Lo fue para mí.
Cuando volvió su mirada hacia mí, su expresión era relajada. —Así
que… ¿Cómo lo llevas?
—Yo… —Consideré mi refrán usual, el casi convincente coro de
“¡Estoy bien!” Pero mi mente se movió hacia atrás a nuestras
conversaciones en el coche. Era un poco tarde para fingir—. No lo sé.
Se veía genuinamente triste por mí, pero no era lástima o Esa Mirada.
Se masticó la uña del pulgar, como conectándose a su cerebro por una
solución a esta ecuación. Pero la vida no son planos y posibilidades y no se
soluciona por una x. ¿Y la tristeza? La trist eza es una ecuación echa de
todas variables.
Lo comprendí entonces cuando Max Watson y yo nos quedamos
mirándonos el uno al otro, sin hablar, en medio de uno de los vestíbulos
más concurridos en la escuela. Y casi todo el mundo nos miraba mientras
pasaban a nuestro lado, embobados por la intensidad de nuestra
conversación.
—Hola —dijo una voz profunda, y sentí una mano en mi brazo—.
¿Cómo est á?
—Me giré hacia Ryan, asintiendo—. Mejor. Los médicos
están…esperanzados.
—Oh, eso es genial. —Arrugas se formaron a los lados de sus ojos,
pero el color azul todavía chispeaba—. Me alegro mucho.
Traté de sonreír, mirando de Ryan a Max. —Bueno, supongo que los
veré en Inglés.
Mientras me alejaba, un bulto se alzó en mi garganta. Max yRyan no
parecían parientes, pero deben compartir un gen que los hace
descaradamente amables. Me sentí agradecida de ser la receptora de
ello. En verdad, nunca había sido amiga de chicos antes, especialmente
no de dos chicos que me buscan para ver si estaba bien.
Me zambullí dentro del baño en el camino a mi primera clase, para
repasar el mapa. Mis ojos se encontraban aun un poco irritados de llorar
tanto la noche anterior, pero al menos me sentía liberada. En la salida, la
parte superior de mi cuerpo se topó con alguien entrando al baño de
chicos.
—Ouch —murmuré, dando un paso atrás. Cuando abrí los ojos, la
mirada de Clark Driscoll se encontraban en los míos.
—Hola, Paige —dijo él—. Lo siento.
—No, fue mi culpa, no miraba. —Recordé lo idiota que él solía ser, el
chico quien acosaba a chicos como Max. Pero no podía ver ni un atisbo
de eso en el Clark Driscoll que se hallaba enfrente de mí de pie. Las
sombras purpuras bajo sus ojos hacían que su piel se viera amarillenta.
—¿Una mañana dura? —preguntó. Su voz era tranquila, trasportada
por el paisaje desértico de tristeza que ambos conocíamos muy bien. Yo
luché por escapar de este páramo, pero Clark, parecía, hacer una casa
allí.
—Si —dije—. Se podría decir eso.
—Yo también tengo días malos por ello —dijo esto con tal suavidad
que me di cuenta que pensaba que me encontraba molesta por Aaron.
Entregó su breve elogio de Aaron de la misma manera, resignado y con
una grieta en su voz. Fue, entonces y ahora, como ver a una bestia salvaje
demasiado desconsolada como para protegerse, dándose la vuelta para
dejar al descubierto un punto débil.
—¿Y te sientes culpable cuando tienes días buenos?—Esto salió de
mi boca, sin guión. Me hubiera horrorizado si él no me hubiera dado una
sonrisa nostálgica.
—Siempre —dijo. Luego miró hacia otro lado, como si hubiera dicho
demasiado—. Nos vemos.
El día se arrastró mientras mis pensamientos permanecían en mi
abuela y mi madre, pero me quedé en la escuela. Meses antes, mi
encuentro con Clark habría profundizado mi tristeza. En cambio, ese día,
me recordó que había sobrevivido a cosas peores. Podía ser fuerte por mi
abuela, porque sabía lo que significaba ser fuerte ahora. Eso es algo que
no podría haber dicho el año pasado.
—El lado izquierdo de la cara de la Abuela se inclina un poco, y
necesitará descansar más —explicó mi madre después en la semana. Mi
padre se sentó a su lado, sus manos unidas—. Pero, aparte de eso, las
cosas no van a ser diferentes. Terapia física, algo de equipo médico en su
apartamento, y las cuidadoras estarán allí más a menudo, monitorizando
todo.
—Pero —dije, tragando fuertemente. Estuve preocupada por lo que
iba a preguntar la pasada semana, pero ahora necesitaba saberlo. Por
supuesto,googlee “complicaciones del derrame cerebral”, pero ya no era
el tipo de chica que pensaba en el peor escenario —. Ahora que ha
tenido un derrame cerebral, ¿no es probable que tenga otro?
—Tal vez —dijo mi madre, su expresión cayendo.
Mi padre saltó. —Tal vez no.
Cameron se hallaba sentada a mi lado en la mesa de la cocina, con
las manos inquietas en su regazo.
—Así que, ¿eso es todo lo que va a cambiar? ¿Ella prácticamente se
encuentra bien? —preguntó Cameron.
Mi madre asintió —Probablemente se encontrará mucho más
cansada por las nuevas medicinas e intentando recuperarse, pero sí, todo
debería ir bien.
— ¿Cuándo podremos ir a verla?
—Tan pronto como se establezca de nuevo —me dijo mi madre—.
Pero sabe que están pensando en ella.

Con toda la preocupación rodeando a mi abuela, casi me olvidé de


nuestro enfrentamiento de Quizbowl contra Coventry. Me hice fichas para
todo tipo de temas, pero aun no me sentía preparada. Max me llevó al
enfrentamiento, y yo leí nuestras preguntas de práct ica durante todo el
camino.
La Escuela de Coventry era preciosa por dentro, pequeña pero
imponente. Estábamos en un salón de clases que olía a madera pulida y
tiza, sin los matices brutos de Oakhurst de la limpieza industrilla y las esporas
de moho. Vi a Max saludar al equipo de Coventry, quienes vestían el
uniforme escolar estándar y parecían encantados de verlo.
Nadie parecía más emocionado que una chica con un corte pixie
rubio platino. Se lanzó a los brazos de Max, abrazándolo con fuerza. Ella
sonrió mientras hablaban, ajustándole las gafas, y sonreí ante la idea de
que Max tuviera una amiga nerd. Cuando ella tomó su lugar en la mesa de
Coventry, su placa de identificación decía: "Nicolette." Diferente, pero
hermoso. Apropiado.
Coventry nos retó en la primera ronda. Nicolette respondió a tres
preguntas, dos de las cuales no conocía la respuesta. Pero, en la segunda
vuelta, Max cobró vida. A pesar de que él contestó cada pregunta casi
disculpándose, acumuló decenas de puntos contra su ex equipo. La
energía tuvo éxito, y pronto Lauren y Malcolm arrojaron unas cuantas
respuestas correctas de los suyos.
La tercera ronda significaba la elección de uno de los cuat ro temas.
Haríamos diez preguntas basadas en torno a ese tema, y teníamos que
elegir antes que Coventry.
—Está bien —dijo Max, susurrando mientras se inclinaba—. Creo que
podríamos hacerlo bien con la Bahía de Cochinos o con los Derechos de
Votantes, pero aquí está la cosa: si no tomamos la categoría de "La música
de las películas de los años 1980 ", Coventry lo hará. Y créeme, Nic y James
no fallan ni una sola.
Los tres me miraron. El estrés por el derrame cerebral de mi abuela
me aplastaba, pero en algún lugar entre el cansancio y la resignación, me
sentí despreocupada, como si no tuviera nada que perder. —Escógela.
—¿Están seguros? —preguntó Lauren, casi mirándome a mí—. Hay
que estar seguro porque lo haríamos bien con las otras dos.
—Estoy segura. —Pensé en todas las veces que había asaltado la
colección de DVDs de mi madre para ver esas películas, riéndome de los
peinados y de la elección de ropa. Cuando éramos pequeñas, Cameron y
yo cantábamos e imitábamos los distintivos movimientos de los bailes.
Había estado estudiando, sin saberlo, este tema de la cultura pop durante
años.
Max articuló nuestra elección, y comenzaron las preguntas. Yo no
tenía necesidad de consultar a mis compañeros de equipo. Recité de un
tirón las respuestas sin pensar demasiado, por una vez. Ni siquiera me di
cuenta cuando respondí a la décima cuestión; me senté serena,
esperando la próxima.
—Eso es todo —dijo Pepper. Ella estaba moderando el
enfrentamiento, pero falló en moderar su sonrisa. —Todos cien puntos, más
el bono de veinte puntos por responder a todas correctamente.
Malcolm me golpeó la espalda, y Lauren me dio una sonrisa
remilgada. Me recosté en la silla, orgullosa y aliviada. Max golpeó su rodilla
con la mía debajo de la mesa, un silencioso te lo dije.
Ganamos, por poco, lo que significaba que en realidad
necesitábamos mi tercera ronda. Tras el enfrentamiento, el equipo fue
directamente de nuevo a mezclarse con Coventry como si hubiéramos
estado viendo una película juntos en lugar de competir. Max estaba con su
asesor de Coventry, mientras que Malcolm e incluso Lauren conversaron
con el otro equipo. Me quedé un poco atrás, no sabiendo donde encajar.
—Entonces —dijo Pepper a mi lado—. ¿Te está gustando el Quizbowl
hasta ahora?
—Si — dije—. Es exasperante, pero... también es un subidón de
adrenalina.
Reconocí mi momento. Nos quedamos lejos de la multitud, donde
nadie pudiera escuchar.
—Uhm, quería preguntarte —dije, ya torpe—. Estoy solicitando un
programa de escritura de verano y esperaba que, ¿tal vez usted me
escribiría una carta de recomendación para mí?
La Sra Pepper no dudó ni un segundo. —Me encantaría. ¿Qué
programa?
—Es, uhm, escritura de guiones, en realidad —dije—. En la NYU.
Quiero decir, probablemente no entre, pero... voy a enviar una solicitud.
—Eso es fantástico —dijo—. Envíame un correo con la información de
contacto, y mandaré una recomendación de inmediato. ¿Cuándo lo
sabrás?
—No hasta la primavera —dije.
Se volvió hacia mí plenamente. —Sabes... He estado tratando de
convencer a la escuela para que me enseñe una clase de escritura
creativa el próximo año. ¿Crees que estarías interesada en eso?
—Sí. Definitivamente.
—Janie —me llamó Max, inclinándose de su conversación para
hacer contacto visual conmigo—. ¿Estás lista para irnos?
Asentí con la cabeza, luego miré a la señora Pepper. —Él me lleva.
—Ah. —Sus ojos estaban puestos en Max—. Si no te importa que te
pregunte, ¿por qué te llamó Janie?
—Es estúpido —dije, sin saber cómo podría explicar el origen del
apodo. Pero todavía me miraba, esperando—. Una estúpida referencia a
Orgullo y Prejuicio.
Ella sonrió e inclinó la cabeza, tratando de obtener una perspectiva
diferente de mí. —Él piensa que eres Jane, ¿eh? Interesante.
—No lo soy, sin embargo —dije—. Soy Elizabeth.
Su boca formó una sonrisa de complicidad. —Bueno, todos somos
Elizabeth, supongo. Cuando tenemos que serlo.
Abrí la boca para preguntarle a qué se refería, pero Max se acercó a
nosotros, llaves en mano. Agarramos nuestros abrigos, y le di una última
mirada a la señora Pepper, con la esperanza de una pista. Ella sonrió,
sacudiendo la cabeza muy ligeramente, al salir con Max.
Cuando estábamos fuera la puerta del aula, le pregunté—:
Entonces, ¿echas de menos Coventry?
—Nah. —Se encogió de hombros—. Quiero decir, un poco, pero me
alegro de estar en Oakhurst.
—Bueno, parece como si te extrañaran. Especialmente Nicolette. —
Alcé las cejas sugestivamente, empujándole el brazo—. Creo que le gustas.
—Sí. Salimos un par de veces al final del verano. —Esta conmoción
alejó mi sonrisa juvenil. Nunca imaginé a Max como el novio de alguien.
Era... Max—. Terminé las cosas. No fue un gran problema, y seguimos
siendo amigos, obviamente.
Lo estudié ahora, imaginándolo en una cita con Nicolette. —
¿Rompiste porque te ibas de Coventry?
—Parcialmente, sí. —Frunció el ceño, pero no dio más detalles.
Tenía que saber más, pero una voz llamó—: ¡Oye! ¡Paige y Max!
Nos dimos la vuelta para ver a Malcolm en la puerta, agitando el
brazo ampliamente. Lauren se encontraba a su lado, con los brazos
cruzados sobre el chaquetón. Se reunieron con nosotros al lado del auto
de Max.
—Chicos, ¿quieren ir por un helado? Íbamos a parar de camino a
casa. —Malcolm sonrió brillantemente, equilibrando, como siempre, el
estoicismo de Lauren.
—¿Helado? —pregunté, con una risita—. Esa es una opción intuitiva,
en esta noche fría.
La mirada en el rostro de Lauren no se hallaba molesta con
exactitud. Formal, Lauren sólo podía parecer enfadada. O irritada. —Me
gusta el helado de menta. Es un sabor de temporada en Kemper, debido
a la asociación de la hierbabuena con la Navidad. Sólo estuvo disponible
esta semana.
Mi comentario parecía sarcasmo bastante básico, así que no estaba
segura de si debía pedir disculpas o explicarme. En cambio, me quedé con
la boca abierta como un pez.
Max me miró. —Suena bien, ¿no?
Asentí, y luego me pasé el viaje tratando de adivinar el sabor favorito
de helado de Max. Café, como se vio después. Con chocolate caliente.
Malcolm se pidió helado de chocolate negro con crema de malvavisco.
La visión del helado de mantequilla de nueces me hizo pensar en mi
abuela. Yo me encontraba con amigos, disfrutando, y ella en terapia física
todos los días. Así que pedí una cucharada de mantequilla de nueces, y
uno de mora con virutas, el que siempre quise probar.
Cuando Lauren comió la primera cucharada de su helado de
menta, suspiró con satisfacción. Nos sentamos en una mesa pequeña y, en
un momento dado, Malcolm me hizo reír tan fuerte que casi se me escurrió
el helado de la boca.
—Así que mora con virutas—dijo Max en nuestro camino—. ¿Ese es tu
favorito?
—Bueno, estaba muy bueno —dije—. Sólo lo pedí porque nunca lo
probé antes. Pero no sé si es mi favorito. Creo que tendría que probarlos
todos para estar segura.
—Mírate —dijo—. La mente de principiante esta en tu selección de
helado.
Unas semanas antes, le mencioné la mente de principiante por
accidente, y estuve tentada a darle una explicación. Era difícil de explicar
sin mencionar a Aaron, pero todavía no quería sacarlo a relucir con Max.
Nos convertimos en amigos al otro lado de la tragedia, y él sólo conocía a
la chica que era ahora.
—Debemos venir todos aquí de nuevo después del próximo
enfrentamiento —dijo Max—. Podrás probar todo lo que nunca has
probado antes.
Malcolm salió de la zona de aparcamiento, y Lauren levantó la
mano en una ligera onda desde el asiento del pasajero. Le devolvimos el
saludo, y me sonreí un poco a mí misma. Los cuatro no tenemos
necesariamente mucho en común, pero me hacían sentir como uno de
ellos, y me hacían reír, incluso Lauren. Cuando me uní a la Quizbowl, no
esperaba me gustara tanto.
Pero al fin y al cabo, esa es la dulzura de intentar algo nuevo.
13 Traducido por florbarbero & Fany Keaton
Corregido por Vannia

Miré por la ventana del frente, respirando contra el cristal frío


mientras un Jeep negro aparecía en mi calle. En los últimos meses,
pasamos el rato juntos en varias ocasiones, pero siempre fue Max quién me
recogió si Tessa no podía. No es que me importara; Max era puntual y
nunca se quejó de tener que cargar conmigo.
Pero esta noche me estaba subiendo en el asiento del pasajero del
Jeep de Ryan Chase. Tessa iría a Alcott’s desde la clase de yoga, y Max
llegaría tarde también.
—Hola —dije, colocándome el cinturón de seguridad.
—Hola —dijo Ryan Chase, y me sonrió mientras salía de la calzada.
—Gracias por recogerme. —Pensé que la gratitud sería precursora
para que pudiéramos hablar de cosas más importantes. Como de una cita
entre nosotros, por ejemplo.
—No hay problema.
Se hizo un pequeño silencio mientras llegábamos a la carretera
principal. Ahora que ya nos conocíamos un poco y teníamos algunos
amigos en común, nuestra conversación probablemente vendría con
mucha más facilidad. Mi mente volvió al incidente de la charla sobre Hot
Dogs, y me estremecí.
—Así que —dije, apoyando mis manos en mi regazo—, ¿dónde está
Max?
—Haciendo de niñera.
—¿Cuida niños? —Max solo me dijo que se reuniría con todo el
mundo después y que Ryan me recogería.
—Sí. —Ryan se rio entre dientes—. ¿No te lo dijo?
Negué con la cabeza.
—Cuida los niños de una familia en su barrio. Lo hace desde que
teníamos trece años.
—Eh —le dije—. Ni siquiera sabía que tenía un trabajo.
—Bueno, apenas es un trabajo. Juro que probablemente lo hace
gratis. Son buenos chicos, y solo va a veces y los entretiene por unas horas.
—¿Fuiste con él alguna vez?
—De vez en cuando.
Sonreí, sabiendo que mi próximo comentario se tambalearía entre la
cortesía y coqueteo. —Apuesto que a ellos les encanta pasar el rato con
una estrella de la pista.
—Ja —dijo Ryan—. Prefieren a Max. Les lee cuentos, y sabe mucho
sobre aviones.
—Sí, ¿cuál es el t rat o con los aviones? —Me lo preguntaba desde su
primer avión de papel con la nota en clase—. ¿Le gustan solo los aviones
de papel? ¿O, como, todos los aviones?
—Todos los aviones. Siempre ha sido una cosa de él. Deberías haber
visto su dormitorio cuando éramos niños. Carteles de Aviones, edredón de
avión. Era una locura.
No le dije que una vez vi la habitación de Max, con los aviones
volando sobre su cama.
—Nunca superó esa fase. Dice que a pesar de que los aviones son
ahora una forma común de transporte, siguen siendo una hazaña
desconcertante de la ciencia y la voluntad humana.
Reí. Sonaba como si estuviera citando a Max exactamente. —¿Lo
tomo como que has oído ese discurso más de una vez?
—Más de dos veces. —Ryan sonrió—. Una vez, cuando éramos
pequeños, comió alpiste porque pensó que lo haría volar como un avión.
—De ninguna manera —le dije, riendo—. De. Ninguna. Manera.
Me miró, su expresión desvaneciéndose en una pequeña sonrisa. —
Es agradable oírte reír.
Me sentía caliente por todas partes. ¿Cómo sonó mi risa? ¿Idiota?
—Pareces que lo estás haciendo bien —continuó Ryan. Lo hago
bien, corregí en mi mente.
—Me siento mejor desde hace tiempo —admití—. Me hace sentir
culpable a veces, pero... estoy trabajando en ello.
Estábamos en el estacionamiento de Alcott’s para entonces, y Ryan
se detuvo en un lugar de estacionamient o.
—Sabes, Aaron y yo cursamos español juntos en primer año. —Me
miró, dudando—. No lo conocía muy bien, pero me gustaba. Y... estoy
seguro de que quiere que seas feliz de nuevo.
Esta no era piedad y, por otra parte, era cierto. La mamá de Aaron,
incluso me dijo esto, antes de mudarse a Georgia. Me abrazó
despidiéndose y me dijo—: Habría querido que seas feliz de nuevo, cariño.
Espero que lo seas.
—Estoy segura, también —le dije a Ryan—. Aaron podía hacer todo
divertido, así que intento recordar divertirme de nuevo…
—Es una buena manera de honrar su memoria —Ryan terminó.
—Exacto. Puede ser difícil, sin embargo.
—Sí. —Frunció el ceño, mirando hacia abajo en el volante—.
Recuerdo que, después de que mi abuelo murió, una de las partes más
difíciles eran todas las primeras veces sin él. El primer viaje de esquí,
tratando de recordar que no estaba de vuelta en la casa de campo
quejándose del café suave. La primera boda de la familia sin él. Seguí
mirando alrededor buscándolo, lo olvidaba.
No conocía a Aaron lo suficientemente como para tener tantos
recuerdos por el estilo. Nunca habíamos celebrado unas vacaciones
juntos. Pero todavía sabía exactamente lo que quería decir Ryan. La
primera vez que fui a Snyder Diner, donde Aaron y yo tuvimos nuestra
primera cita de verdad, tuve que levantarme y limpiar mis ojos en el baño
dos veces.
—Sí —le dije—. Todavía estoy trabajando en eso.
—¿Cuántas primeras veces te quedan? —preguntó—. Si no es
mucho preguntar.
—Yo, uh... —Mi corazón tuvo su propio ataque de pánico. No podía
pensar en una sola mentira—. Bueno, no he salido con nadie desde Aaron.
Por lo tanto, eso es probablemente la más grande.
Sí, dijo mi cerebro. Acabas de decirle eso a Ryan Chase. En voz alt a.
—¡Estás conmigo! —dijo Ryan.
Avergonzada, traté de hacer que mi risa suene natural y relajada.
Probablemente sonaba como un paciente loco cacareando por lo que
dijo un pájaro. —Sabes a lo que me refiero.
—Sí, lo hago —dijo, sonriendo—. Y lo entiendo. Tienes que
prometerme que no le dirás a nadie, pero todavía no he besado a nadie
desde Leanne.
—¿En serio?
—En serio. Salí con algunas chicas durante el verano, por despecho
a Leanne. Terrible, lo sé. Pero, cuando llegó el momento, no podía besar a
cualquiera, ya que solo…
—No era por la razón correcta. —Tenía la esperanza de que Dios, o
Cupido se dieran cuenta de que Ryan Chase y yo estábamos terminando
las frases del otro—. Entiendo. Creo que construí un muro accidentalmente
después de Aaron. Ojalá lo hubiera hecho de una vez, solo besar a alguien
desde el principio y liberarme a mí misma de el quién y cuándo.
—Yo, también —dijo Ryan—. ¿Sabes qué?
—¿Qué? —pregunté, mirando por encima de él.
Antes de que pudiera registrar lo que pasaba, se inclinó sobre el auto
y apretó sus labios contra mi mejilla. Casi me tiré hacia atrás, sorprendida.
—Muy bien —dijo, señalando su mejilla—. Ahora uno en mí.
Antes de que pudiera pensarlo dos veces, le planté un beso justo en
la mejilla. Olía a pinos.
—Entonces. —Sonrió, sentándose tan rápido como se había
inclinado—. Eso lo arregla para nosotros. Parece exactamente la razón
correcta.
Y fue entonces cuando me desmayé.
Bueno, realmente no me desmayé. Pero algo dentro de mí se rompió
como un cable de ascensor, mi corazón cayendo a mis pies. Me sentí
mareada y ardiendo, el cuello caliente debajo de mi collar.
—Gracias —le dije, riendo un poco. ¡¿Gracias?! ¡¿Alguien t e besa y le
dices gracias?! ¿No has aprendido nada de Rory Gilmore?—. Eso quita la
presión.
¡No, no es así! ¡Ahora no t engo ni idea de lo que est á pasando! ¡¿Te
gust o o simplemente estás siendo un buen amigo en la forma más confusa,
t ocándome con los labios?!
—Oye —dijo—. Para eso son los amigos, ¿verdad?
¡No! Salí del auto con las piernas temblorosas. Ryan Chase, me besó.
Ryan. Chase. Me. Besó.
Una hora más tarde, me encontré buscando a través de los pasillos
de ficción en Alcott’s mientras todos los demás se sentaban en la parte de
la cafetería de la tienda. Max había llegado unos minutos antes, pero
inmediatamente se excusó para escoger una novela antes de que el
contador de libro cerrara. En mi asiento en la cabina de la esquina, no
podía oír mis pensamientos. Ryan hacía reír a Tessa a su pesar, Morgan
bateaba sus pestañas a Tyler, y yo me encontraba en un estado confuso al
borde del pánico. Ryan Chase, me había besado. ¿Qué significa eso?
Necesitaba lo que Kayleigh llama mi "Tiempo Introspectivo", un par
de minutos para revitalizar y ordenar mis pensamientos.
Pasé la mayor parte de los estantes ordenados alfabéticamente por
autor antes de encontrar a Max sentado en el suelo. Estaba apoyado en la
plataforma, las piernas largas cruzadas delante de él. Había una pequeña
pila de libros a su lado, presumiblemente los que se encontraban bajo
consideración para la compra.
—Hola —dije, girando en el pasillo.
Levantó la vista del libro que tenía en la mano. —Hola, chica.
La primera vez que me dijo eso, la forma sencilla, y alegre en que
dijo la frase me llamó la atención. Era algo que esperaba oír de Morgan o
Kayleigh, no de un adolescente cerebrito.
—¿Me puedo sentar?
—Por supuesto —dijo. Deslizó la pila de libros a su otro lado, haciendo
espacio para mí—. ¿Ryan te aburrió con la charla de deportes?
Mi rostro se sonrojó ante la mención de su nombre. Me senté,
preguntándome si Ryan le diría Max acerca de besarme. Parecía tan
casual en ello, que probablemente ni siquiera pensaría en ello de nuevo. —
Nop. Solo necesito un poco de silencio por un minuto.
Mis ojos siguieron los lomos de los libros a través de nosotros. Siempre
había encontrado consuelo entre las filas y filas de libros: algunos familiares,
algunos extranjeros, pilas de viejos amigos y montones de nuevos amigos
por ser encontrados. Miré el libro en el regazo de Max.
—El Mat rimonio Amat eur —leí en voz alta—. ¡No sabía que Anne Tyler
escribió un libro acerca de mis padres!
Max se echó a reír con esa risa encantada suya. Sentí un poco de
orgullo, una pequeña sorpresa para mí sistema.
—¿Cómo va eso? —preguntó. Su voz era tranquila, y aunque todavía
estaba echando un vistazo a los libros, podía sentir sus ojos en mí—. Tus
padres, quiero decir.
Me encogí de hombros, mirando hacia él. —Todavía es extraño. No
puedo pensar en ello demasiado o el universo entero se desplaza un
grado.
Asintió. —Tiene sentido. Es desorientador.
—Sí. Un divorcio se supone que es el final. Terminado.
—No hay punto y coma.
—Precisamente —dije, sorprendido de que lo entendiera—. Sin
elipses tampoco.
Saqué mis rodillas contra mi pecho, tratando de quedarme quieta.
Max continuó hojeando su pila de libros, de vez en cuando haciendo una
pausa para acomodar uno de vuelta.
Después de un rato, Max recogió El t urist a accident al.
—¿Lista? —preguntó, pero no lo estaba, no del todo.
—En un minuto —le dije. Y así nos quedamos.

Ryan se fue a casa temprano para descansar para el entrenamiento


de mañana, y me fui con Max, sintiéndome abatida. Confiaba en que
Ryan me llevaría a su casa, para poder averiguar de dónde diablos vino
ese beso. Ahora estábamos con Max en la entrada de mi casa, el motor
en marcha. Habíamos pasado la mayor parte de nuestra conversación
hablando de su obsesión por los aviones y ¡la tercera ley del movimiento
de Newton! ¡La ecuación de Bernoulli! ¡Los hermanos Wright! Pero no
habíamos hablado de mi otra revelación acerca de Max de la noche.
—No puedo creer que guardaste el secreto de ser niñera —le dije,
recostándome contra el reposacabezas.
Hizo una mueca. —No guardaba un secreto. Solo... no
mencionándolo.
—Es lo mismo.
—No es lo mismo en absoluto.
Descansé mis piernas contra el salpicadero, relajándome contra el
asiento. —No decirlo es un secreto, y punto.
Arqueó una ceja. —Te expresas como alguien que mantiene algunos
buenos secretos.
Sonreí y me encogí de hombros.
—¿Así que lo admites?
Pensé en esto por un momento. Por supuesto que mantenía secretos,
pero no estaba seguro de si me encontraba dispuesta a confesarlo. Había
algo en la expresión de Max que me hizo hablar, sin embargo. Como si él
ya lo sabía de todos modos. —Sí.
—¿Hay secretos que ni siquiera le dices a Tessa? ¿Qué nadie sabe?
—Le digo a mi abuela todo —le dije, inclinando la ventilación hasta
que el calor arremetió contra mi cara—. Pero ella tiene la enfermedad de
Alzheimer, por lo que no lo recuerda la mitad del tiempo.
Esto pareció tomar a Max con la guardia baja. La expresión de su
rostro era uno que vi cientos de veces en Tessa, una mirada enfocada,
calibrando si debería cambiar de tema para que no me enojase. En un
intento de aligerar el ambiente, le dije—: Dime un secreto.
—Ya tienes uno. Max Watson, la niñera.
—Oh, sí. —Sonreí hacia él, siendo totalmente tonta por esta nueva
información.
Volvió la cara hacia mí. —Tú dime un secreto.
—Umm... —Busqué en mi mente por uno bueno—. Bueno. No me
gustó Indiana Jones.
—¿Qué? ¿Cuál?
—¿Hay más de una?
Max apretó la cara en sus manos y gimió.
—¿Comienza en un templo o algo así? No lo sé. La vi con mi padre
cuando era pequeña, y me quedé dormida.
Lanzó las manos al aire, haciendo un pronunciamiento. —Está bien,
está arreglado. Las poseo todas, y por lo menos tienes que darle una
oportunidad a En busca del arca perdida.
—¡De ninguna manera! —dije, riendo—. ¡Es por eso que es un
secreto! ¡Así nadie intenta hacerme mirarlas!
Me dio una mirada desafiante. —Pero tal vez te va a encant ar. ¿Qué
pasó con la mente de principiante?
Me hubiera gustado no haberle hablado de eso. —Tu turno. Secreto,
vamos.
—Hmm —dijo—. Bueno. Odio todo el té caliente. Creo que sabe a
agua del baño.
—Interesante. —Vi mi oportunidad—. Bien. Tómalo o déjalo, veo la
película si intentas al menos tomar dos tés, de mi elección.
Gimió de nuevo, inclinando su cabeza hacia atrás. —Trat o. Tu turno.
—Yo… —dude, sintiendo una explosión—. Apliqué para el programa
de verano en Nueva York. Para estudiar escritura para la televisión. Lo que
creo que tal vez estudie en la universidad, pero no lo sé.
—Guau —dijo Max—. Eso es… increíble.
Sonreí un poco. —No tan increíble. No le he dicho a mamá, y no hay
forma de que me deje ir aún si llego a entrar.
—¿Por qué?
—Es caro, para empezar. Y es muy sobre protectora.
—Bueno —dijo—. Quizá debas escribirte un guión sobre qué le dirás.
Trabaja en la retórica.
No me encontraba segura de si bromeaba, pero lo consideré de
verdad. —En realidad esa es una muy buena idea. De acuerdo, tu turno.
—También apliqué para un programa de verano. En Italia. Para
estudiar Latín. E Historia. Y pastas.
Me reí. —Así que, ¿quieres estudiar Historia en la universidad? O,
como, ¿italiano o algo?
Inclinó su cabeza contra el volante. —Dios. No lo sé.
—¡No tienes que contestar! Lo siento, no me di cuenta que de que
era…
—¿Una fuente inagotable de angustia para mí? —Su risa sonaba
autocrítica e incluso amarga—. Nah, está bien. Solo… tengo las
calificaciones, y los resultados de las pruebas. Pero no tengo idea de que
quiero hacer, lo que significa que no tengo idea de que universidades me
interesan. Pensé que si ponía algo de distancia, con este viaje estudiantil
en el extranjero, tal vez tenga una mejor idea.
—¿E Italia es un secreto? ¿Lo sabes tu mamá?
—Es la única. Y ahora tú. Me encuentro bastante seguro de que
entraré, pero espero la noticia antes de decirle a Ryan. Me siento un poco
mal al fallarle. —Suspira—. De acuerdo, suficiente con la culpa de primos.
Tu turno.
No sé lo que me obligó a decir lo que dije después. Tal vez pensaba
en él y Ryan, en Tessa y en mí. —A veces apesta ser la mejor amiga de
Tessa.
—¿Por qué? —preguntó Max. Pensé que estaría sorprendido con tal
declaración radical sobre uno de nuestros amigos en común, pero no lo
hizo.
Moví a un lado mi flequillo. —Porque esa en mi identidad ante las
personas: La mejor amiga de Tessa. Y, como que todos los chicos están
enamorados de ella. Es hermosa e interesante y… ya sabes.
—No estoy enamorado de ella —se ofreció Max.
—¿Oh, no? —pregunté. Max y Tessa parecían disfrutar demasiado de
la compañía del otro por lo que no pude evitar preguntarme si había algo
más para él.
—Quiero decir, pienso que es hermosa e interesante —dijo. Mi
estómago quemó con esos viejos celos familiares—. Pero, eso es todo,
sabes… pulcritud y conversación.
—Pulcritud —repetí.
—Sí. Significa...
—Sé lo que significa. —Lo miré por un momento—. Y esas dos cosas
se parecen un montón.
—Para algunas personas, tal vez. No lo sé. No pienso de ella de esa
manera.
—Entonces eres el único que no lo hace. —No esperaba que lo
entendiera de todos modos—. Olvídalo. No es algo que un chico
entendería.
—¿En serio?
—En serio.
Se giró hacia mí, sus ojos fijos en mi rostro. —¿No entiendo lo que es
sentirse eclipsado por un mejor amigo carismático a pesar de que ella, o él,
no lo hacen a propósito?
Mi boca se abrió un poco, y la cerré. Nunca pensé que su relación
con Ryan fuera de esa manera. Después de un momento, dije—: Quizás si
lo hagas.
Sonrió, pasando las manos por el volante. —Quizás.
Mientras nos sentamos allí por un momento, me pregunté que me
alentó a decirle a Max una cosa tan privada y vergonzosa. Casi deseé
poder arrebatar las palabras del aire. O poder mover mi nariz
como Samantha en Bewit hched y regresar el tiempo unos minutos.
—¿Alguna vez lo has notado? —preguntó—, ¿qué cantas los coros
de las canciones?
Levanté mi cabeza con rapidez. —No lo hago.
—Sí. Lo haces. La semana pasada, cuando íbamos de camino al
partido fuera de casa en Beech Grove, estaba esta canción de Aret ha
Franklin en la radio. Tarareaste junto a las coristas.
—Primero que todo —dije—, niego esta acusación. En segundo lugar,
¿qué tiene que ver eso con esto?
Se encogió de hombros. —No eres la corista de Tessa. Y yo tampoco
soy el compañero de Ryan. Por lo que no creo que alguno de nosotros
deba actuar de esa forma.
Solo nos conocimos en verdad hace unos meses, pero Max sabía
más de mi vida que cualquier persona. Me era fácil ser honesta con él
porque no había nada que perder. Con Ryan, siempre tenía miedo de ser
yo misma, con cuidado de declarar cualquier opinión o tratar de ser
graciosa. Max era solo Max, y era un amigo sólido para tener en mi
esquina.
—Aquí, un secreto. —Volví mi cabeza hacia él—. No eres malo
dando consejos.
—Eso —dijo—, no es un secreto.
Max Waxtson tenía algunos secretos. La mayoría de ellos eran tontos,
admitidos en momentos de risa: lloró más de una vez leyendo The Hunger
Games, se vistió como Harry Pot t er para cada día de Halloween durante la
primaria, e incluso la cantidad más pequeña de cocos le daría urticaria.
Le hablé de mi miedo irracional a las abejas, nunca me han picado,
por lo que no tenía idea de si era alérgica al igual que Tessa. Que pensé
que la frase era “una bendición en el cielo” hasta que tuve trece años y
que insistí en ser llamada “Jessie” en el jardín de niños porque tenía una
obsesión con Toy St ory 2. Pero no podía hablarle de Aaron, y tampoco
podía cont arle la pesadilla ahogándome. Quizá esos secretos saldrían a
flote con el tiempo, pero por ahora, como cualquier buen secreto, se
hallaba a salvo con Max.
14 Traducido por Lauu LR & FanyKeaton
Corregido por florbarbero

Para la época de navidad, mis padres parecían fusionados por la


cadera. Los “Limites definidos” y mi nivel de comodidad fueron hecho a un
lado en favor de una unidad perpetua. Fui forzada a pasar las fiestas
haciendo cada evento cliché orientado a la familia que la temporada
tenía para ofrecer. Escogimos un árbol, lo adornamos, hicimos galletas, las
decoramos, y vimos lo que se sintió como cientos de películas navideñas,
todo mientras duraba el descarado coqueteo de mis padres. Visite a mi
abuela tres veces en cuatro días solo para tener un descanso de ellos. Ella
lo hacía bien, se encontraba un poco confundida y muy cansada, pero su
recuperación era mejor que todos mis regalos de navidad combinados.
El día después de navidad, fui coaccionada a una noche de juegos,
que solo hubiese sido mejorada por la presencia de Tessa. Pero ya que ella
se encontraba en Santorini con sus padres hasta año nuevo, no accedería
a una repetición de ello. Necesitaba una excusa o al menos un aliado
para la tarde. Morgan, se encontraba en su práctica del coro de la iglesia,
así que solo tenía una opción.
—Voy a ir a una fiesta con Eric, —dijo Kayleigh a través de la línea de
teléfono—. Lo siento.
Mi desesperación ganó, y fui reducida a rogar. —¿No puedes
cancelar? ¿Él entendería, no?
—Lo haría, pero las cosas han estado un tanto ásperas entre
nosotros. En serio necesito pasar algo de tiempo con él.
—Bien, —gruñí. No era una exageración de su parte. La tensión entre
ella y Eric parecía estallar y asentarse en un círculo de menos de
veinticuatro horas. La normal, enamorada y divertida Kayleigh se había
ido, y fue remplazada por la novia Kayleigh, la cual no me gustaba ni de
cerca tanto. Incluso cuando se hallaba con nosotros, tenía un ojo en su
teléfono y un pie en la puerta.
Cuando el timbre sonó menos de una hora después, esperé que
hubiera cambiado de idea. Mis padres preparaban el tablero para Fact -O-
Magazine, listos para una noche de trivia familiar. Calculaba cuantas de
mis posesiones debería vender para comprar un boleto a Santorini.
—Lo tengo, —grito mi madre. Por favor se Kayleigh, rogué al universo.
Unos momentos pasaron antes de que escuchara el sonido de una
conversación haciendo eco a través de la casa. No era un coro; sonaba
como solo un par de voces, todas masculinas. Intercambiamos miradas
confusas, y mi papá se levantó a ver que pasaba. Pero el canto se detuvo
abruptamente ante el sonido de una risa. Otro momento pasó, y mi madre
volvió a estar a la vista, anunciando a dos chicos: Max y Ryan,
engalanados con suéteres festivos.
—¿Conoces a estas personas? —preguntó mi papá.
—Um, si, —tartamudeé—. Lo hago.
—Mi madre canalizó su estrés festivo horneando galletas, —dijo Ryan,
sosteniendo un recipiente en sus manos—. Ella nos mandó a expandir la
alegría de la navidad.
—Ella es como unKeeblerElf muy mandón, —agregó Max.
—Bueno, —dijo mi padre, frunciendo las cejas—. Eso es lindo.
—Oh por Dios, —dijo Ryan, escaneando el cuarto. ¿Oh por Dios?
Claramente ponía una fachada de chico súper agradable para mis
padres—. ¿Estamos interrumpiendo su tiempo familiar? Mis disculpas.
—¡No hay problema! ¡Deberían quedarse un rato! Estamos teniendo
una noche de juegos, —dijo mi mamá, empujándolos. Siempre molestaba
con que pasaba todo mi tiempo en las casas de mis amigos, y nunca los
traía más a la casa. Mi filosofía era, si quieres que tu hija traiga invitados a
casa, no te divorcies de su padre y después coquetees con él en tu casa.
—Oh, no nos gustaría entrometernos, —dijo Max.
— ¡No! —dijo mamá—. Sería perfecto. Estábamos a punto de jugar
un juego de trivia para preparar a Paige para los encuentros del QuizBowl.
Max levantó una ceja hacia mí. Mi deseo de navidad se volvió este:
déjame desaparecer de este lugar. —Oh, en serio.
No me encontraba segura de si quería que se quedaran. Por un
lado, era en realidad lo suficiente amiga deRyan Chase para que el dejara
galletas en mi casa y se quedara a una noche de juegos familiar. Pero
estaría en una noche de juegos familiar con mi hermana reina del drama y
mis padres divorciados, pero saliendo. Podía resultar mortificante, un total
retroceso.
—Bueno, —dijo Ryan, juntando las manos—. Eso sería adorable.
Negué con la cabeza, pero sonreí de cualquier modo. Mi padre se
paró más derecho, un instinto paternal destinado a intimidar. Observo a
cada uno de ellos.
—Ryan Chase, —dijo Ryan, extendiendo la mano. Mi papá la
estrechó.
—Dulzura, —dijo mi mamá, dirigiéndose a mi padre—.
Probablemente reconozcas a Ryan del periódico. Siempre hay una
fotografía de él en primavera, por el atletismo. Y este es Max, el hijo de
Julie Watson.
—Gran fan de tu columna, —dijo Max, estrechando la mano de mi
papá. Él se volvió hacia mi hermana, que lucía particularmente
malhumorada—. Cameron ¿correcto?
Una mirada de sorpresa se registró en la cara de Cameron, y me
miro como si no pudiera creer que les dijera a mis amigos acerca de ella.
—Correcto, —dijo, rodando los ojos, probablemente sospechando
que me quejé acerca de ella con Max—. Oye.
—Todo listo. —Ryan estiró los brazos como si se preparara para una
carrera—. ¿Qué estamos jugando?
Tomo una hora y cuatro galletas cada uno para que nuestro juego
de Fact -O-Magazine realmente progresara. Tomé una respiración
profunda y cerré los ojos. Era un poco mejor que una suposición, y era muy
posible que estuviera mortalment e equivocada con respecto a quién fue
arrestada por votar en la elección de 1872.
—Susan B. Anthony, —dije rápidamente, antes de poder cambiar de
idea.
Mi padre tomó su cabeza y murmuró—: Mierda. Sí.
— ¡Boom! —dijo Ryan detrás de mí. Se enderezó en su silla y apuntó a
Max—. ¿Ahora qué?
Fue un juego exitoso, una competencia entre equipos. Habíamos
escogido parejas de un sombrero ante la sugerencia de mi mamá. Terminé
con Ryan como mi compañero de equipo, mientras Max y Cameron se
emparejaron. Eso dejo a mis padres como un dúo, solidificando su
campaña para convertirse en los únicos gemelos siameses divorciados del
mundo.
Mis padres, además de ser generalmente académicos, tenían la
ventaja de los años. Eran lo suficientemente viejos para recordar eventos
que eran enseñados como historia para el resto de nosotros, pero
suficientemente jóvenes para responder muchas preguntas de la cultura
pop con facilidad. Muchas, pero no todas. Se perdieron una respuesta
acerca de sitcom que yo por supuesto robé, pateándolos fuera del juego.
Mi madre palmeó la pierna de mi padre, sonriendo. Mi reflejo nauseoso
chilló en mi garganta.
Cuatro preguntas fueron de ida y vuelta entre nuestros dos equipos,
y las respondimos todos correctamente. Era un empate, lo que, de
acuerdo a las reglas del juego, llamaba a una ronda de desempate. Mi
mama sacó una tarjeta amarilla brillante para la muerte súbita.
—Es todo tuyo, —le dijo Cameron a Max.
Miré a Ryan. El asintió confiadamente hacia mí. —Puedes hacerlo.
—Irán ida y vuelta listando respuestas, —explicó mi mamá—. El
primero en repetir una respuest a o no tener una es el equipo perdedor.
Echen los dados para ver quien responde primero, será el número más alto.
Con Max asentimos solemnemente, enfrentando al otro a través de
la mesa. Me sonrió, pero mantuve mi cara competitiva, labios presionados
en una fina línea. Saque un cinco. El saco un dos.
—Para ganar, —dijo mi papá, leyendo por encima del hombro de mi
madre—. Nombra las novelas de Charles Dickens.
—Oh, está en marcha, —dijo Ryan, golpeando su brazo expresando
emoción, como si estuviera animando a un equipo de futbol—. Choque de
titanes.
—Grandes esperanzas, —dije yo.
—Hist oria de dos ciudades.
—Cuent o de navidad.
—Nicholas Nickelby.
Nadie habló mientras yo inhalaba y exhalaba audiblemente,
buscando en los recovecos de mi cerebro. Podía ver la int ensa mirada en
mi rostro, reflejada en los lentes de Max. El arqueó una ceja hacia mí,
retándome a equivocarme.
— ¡Tiempos difíciles!
—Oliver Twist , —respondió Max fácilmente. ¿Cómo había olvidado
ese?
—Pequeña…—comencé. Oh, ¿Cuál era? Cerré los ojos, buscando
una imagen mental de la sección “D” de los estantes de ficción de
Alcott —. Pequeña… ¿Dora?
Mi mama parpadeó. —De hecho, es Dorrit. ¿Max?
—David Copperfierld, —dijo, sin rastros de duda en su voz.
—Eso significa que Max y Cameron son nuestros campeones.
— ¡Boo! Mala jugada, réferi, —bromeóRyan mient ras Max y Cameron
hicieron un choque de manos.
Mi padre me palmeó el hombro. —Guau, Paige. Creo que
encontraste a tu igual.
Negué con la cabeza, sintiéndome más clara ahora que no me
encontraba bajo presión.
—Casa Desolada, —murmuré—. Olvidé Casa Desolada. ¡También se
encontraba en mis tarjetas rápidas!
—Lo sé, —me dijo Max—. ¡Me pusiste a interrogarte con ellas!
Le enseñé la lengua, pero no me encontraba realmente enfadada.
De hecho, me sentía agradecida de que ellos se detuvieran en la noche
que más necesitaba compañía. Volvieron lo que podría haber sido una
horrible noche de juegos en un viernes divertido. Jugamos otra ronda, y mis
padres salieron victoriosos.
— ¡Esto fue tan divertido! —dijo mi mamá—. ¿Cuándo vas a dejarnos
ir a uno de tus encuentros de QuizBowl, Paige? Max, ella sigue diciéndonos
que los padres no van.
—Mamá…—dije yo.
—De hecho, es verdad, —dijo Max—. Porque es justo después de la
escuela y en un salón de clases aleatorio. Pero los padres están permitidos
en las semifinales regionales, si llegamos.
—Bueno, si llegan, —dijo mi papá—. Definitivamente estaremos ahí.
¡En primera fila!
Genial. Lancé otra de las galletas de azúcar de la señora Chase en
mi boca.
—Estoy realmente feliz de que vinieran, —le dije a los chicos cuando
los acompañe a la puerta—. Necesitaba compañía.
—Sí, Kayleigh nos dijo, —dijo Ryan.
Ladeé la cabeza, confundida.
Max se rió. —Me escribió para decir que deberíamos colarnos a tu
fiesta familiar.
Esta situación me hacía sonar como una perdedora, pero fue una
buena noche al mismo tiempo
—Esto fue divertido, —dijo Ryan mientras envolvía un brazo a mi
alrededor—. Nos vamos a nuestro viaje de esquiar mañana así que…feliz
año nuevo Paige.
Besó la cima de mi cabeza antes de comenzar a caminar por el
camino de entrada.
—Feliz año nuevo, —repetí, casi atontada. Seguro, era un pequeño
beso, totalmente platónico, pero se sentía como un milagro del día
después de navidad.
—Feliz año nuevo, Janie, —dijo Max sonriendo.
Pronto, había puesto el relleno de año nuevo en mi planificador, otro
nuevo comienzo. Extendí los brazos y lo abracé a través de su abrigo. —
Feliz año nuevo. Cuídate.
Dijeron adiós con la mano mientras ret rocedían por el camino. Max
tocó dos veces el claxon antes de irse conduciendo, e, incluso a pesar de
los copos de nieve cayendo, nunca sentí menos frío.

Esa noche, me desperté ante el sonido de mi teléfono vibrando. La


pantalla brillaba en la oscuridad, parpadeando con el nombre de
Kayleigh. —¿Kayleigh?
— ¿Paige? —parecía llorar o estar cerca de hacerlo.
Me senté derecha. —¿Qué está mal?
—Me encontraba en una fiesta con Eric en Carmel, y los policías
irrumpieron. —hay una pausa, y puedo escuchar su llanto amortiguado—.
Todos se fueron corriendo, y creo que deben haber atrapado a Eric
porque no está respondiendo el teléfono, y…
—Dime dónde estás. —hablé tan fuerte como podía. Si mi mamá
escuchaba, llamaría al papá de Kayleigh, y ella estaría en muchos
problemas.
—En un vecindario en Carmel. Donde fue la fiesta. Estoy como,
escondiéndome en algunos arbustos. —su voz se rompió, dando paso a un
sollozo—. La batería de mi teléfono es baja, y solo no sé qué hacer.
Llamar a Tessa, eso es lo que ella habría hecho, si Tessa no estuviera
en Grecia. Tessa podría haber manejado esto.
Considere llamar un taxi, pero nunca he visto un taxi en Oakhurst. Tal
vez uno podría conducir hasta aquí desde Indianápolis, pero tomaría
mucho tiempo. Y viajar con un taxista a las dos a.m. no parece seguro.
Digo en mi mente, largas hileras de todas las peores palabras que sé,
mientras pongo la alfombra y pienso en un plan.
— ¿Paige? —la voz de Kayleigh era pequeña.
—Dame un segundo, —le digo—. Estoy pensando.
Se el código del garaje de los McMahons. Y tengo la llave de
repuest o del auto de Tessa. Cuando me la dio, dijo que era en caso de
que dejara algo en el aut o y lo necesitara durante el día de escuela. La
única vez que la use fue cuando extravió sus propias llaves en su bolso.
—Si puedo llevarte a casa, ¿puedes colarte de vuelta sin despertar a
tu padre?
—Sí, —dijo Kayleigh—. Seguramente.
Mis pies golpearon el suelo, incluso aunque mi plan era básico era lo
mejor. Escaparme de la casa, usar el código del garaje de Tessa y
meterme, y tomar el auto. —Encuentra una señal y envíame la dirección
más cercana a ti. Entonces quédate ahí, en caso de que tu teléfono
muera.
— ¡No puedes decirle a tu madre Paige! Ella llamaría a…
—Lo sé, —susurré, cortándola—. No le voy a decir a mi madre. Confía
en mi ¿está bien?
—Está bien. Lo lamento mucho, Paige. No sabía que más hacer.
—No lo lamentes. Estoy en mi camino.
Después de que colgamos, miré por la ventana. La nieve no se ha
asentado en el suelo, así que estaba a salvo de un camino resbaloso.
Saqué la ropa del cesto, mi mente corriendo. Mi primer instinto fue arreglar
las almohadas como mi forma durmiente, como siempre hacen en las
películas. En su lugar, dejé una nota al final de mi cama por si acaso.
Mamá: t uve que ayudar a una amiga a salir de una mala sit uación.
Promet o que volveré pront o. Llámame si lees est o.
Saqué mi llavero del bolso tan silenciosamente como pude,
apretando el metal de manera que no tintineara. Contuve la respiración,
girando la perilla de la puerta lo más lentamente posible. Solía colarme a
la planta baja por meriendas a media noche durante las semanas que
Aaron murió, cuando apenas dormía. Mamá nunca lo supo.
Di un ligero paso hacia el pasillo, y cada movimiento de la alfombra
—un sonido que nunca había notado antes— hizo que mi corazón se
acelerara. No exhalé hasta que mis pies encontraron el suelo de madera
del vestíbulo. Fue un milagro que no me desmayé.
Con los nervios haciendo corto circuito, salí por la puerta trasera. Sola
allí, en el frío de la noche, realmente capté lo que hacía. Cerré la puerta
detrás de mí y salí corriendo en dirección a la casa de Tessa, a través del
patio del vecino. El agua corriente, se sentía helada contra mis pies, pero
seguí adelante, hacia la colina. Nada se movía excepto yo.
Respirando con dificultad afuera del garaje de los McMahon, me
encogí a la vez que marcaba la contraseña. La puerta del garaje se abrió,
demasiado ruidosa.
Me quedé allí, en la entrada del garaje, y esperé que apareciera un
vecino, chillando sobre un posible robo. Todo se mantuvo tranquilo.
Incluso el sonido de un auto encendiéndose me hizo estremecer,
como si mi mamá pudiera escucharlo de alguna forma, pero salí. Cerré la
puerta del garaje detrás de mí.
Mis manos temblaban en el volante a la vez que hacía mi camino de
salida por el vecindario de Tessa.
Una mitad de mi cerebro tomó acción, haciendo lo que se
necesitaba hacer. La otra mitad enloquecía y gritaba. ¿Qué diablos
piensas? ¿Te escapas y robas el aut o de t u mejor amiga? ¡Tendrás un gran
problema!
Pero concentré mi enfoque en Kayleigh, asustada, con frío y sola. Mi
pierna derecha temblaba mientras me detenía en las señales de alto,
siguiendo mientras mi teléfono pronunciaba las direcciones. Traté de
controlar mi respiración, pero todo en lo que podía pensar era en que
mamá llamaría en cualquier segundo, en pánico y furiosa.
Cuando mi t eléfono anunció que llegué a la dirección de Kayleigh,
se sentía como si hubiera pasado una hora en lugar de solo doce minutos.
A mí alrededor se hallaba un barrio suburbano igual al mío, oscuro,
excepto por las lunas y las luces de los porches.
Hice a un lado el auto, explorando para detectar cualquier signo de
vida. Mis dedos apretando la palanca de las luces, casi haciéndolas
destellar dos veces en caso de que Kayleigh estuviera observando. Antes
de que me pudiera dar cuenta, un figura salió corriendo de entre los
árboles, reconocí a Kayleigh con un abrigo montándose en el asiento del
pasajero y azotando la puerta. Tiró sus brazos alrededor de mí,
abrazándome a través de la consola central del auto.
—¡Viniste! —chilló—. Oh, Dios mío, tenía tanto miedo, Paige. Nunca
he estado tan aliviada en mi vida.
La abracé de regreso, la esencia familiar de su producto de cabello
socavado por la cerveza y el olor amaderado de tierra fría. Su presencia
me hizo creerlo: Hice lo correct o. Incluso si mamá se ent era y me cast iga,
no me arrepent iría.
—¿Está bien? —pregunté.
—Sí. Supongo. Quiero decir, ahora lo estoy. Eric También. Solo se
escondía en el sótano por lo que no pudo contestar mis llamadas hasta
hace un minuto. No era una gran fiesta. Los policías son tan dramáticos. —
Se sentó, observando el lugar entre nosotras. Sus cejas se fruncieron—.
Tomaste el auto de Tessa.
—Sí —dije.
Me miró boquiabierta mientras nos dirigía fuera del vecindario.
No pregunté nada más sobre la fiesta. Kayleigh no necesitaba que
le dijera que toda esta noche fue probablemente producto de una serie
de malas decisiones. No podríahaber sabido lo que sucedería. Solo quería
pasar tiempo con su novio y sus amigos. Y huir de los policías y esconderse
en el bosque frío fue una experiencia educativa más duradera que
cualquier cosa que pudiera decir.
Además, escaparse con un novio de último año para una fiesta me
parecía tan ajeno, especialmente la parte de beber y los policías. No era
que quería ser invitada, exactamente. Solo no me gustaba sentirme como
una extraña en la nueva vida de Kayleigh. El estado de ánimo reciente de
Morgan tuvo mucho más sentido para mí en ese momento.
—Es diferente de lo que pensé que sería —dijo Kayleigh en voz baja.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Estar enamorada. —Cuando la miré, ella miraba por la ventana
del pasajero—. Los altos son muy altos. Pero los bajos son mucho más bajos.
Es como si pudiera hacer o deshacer mi día completo.
Fruncí el ceño. Eso no suena muy bien. Entregarle a otra persona el
único par de llaves que lleva a tu felicidad —parecía demasiado
arriesgado, incluso por amor. Una pequeña voz en mi cabeza susurró: Así
no es cómo debe ser. Tal vez era mi intuición hablando, pero la voz sonaba
mucho como a la de Morgan.
Una parte de mí resentía a Eric, por poner a Kayleigh es esta posición
de tener que huir de los policías. Sólo lo vi una vez, y fue tranquilo. No es
que pensara que lo fuera. Kayleigh seguía hablando, haciéndole
peticiones como—:Cuént ales sobre esa noche —y nos daba una
explicación a medias.
Sin embargo, no dije mucho. Porque, ¿qué sabía yo? Mi experiencia
en el romance incluía el duelo de mi primer novio real e ilusionarte con
alguien desde lejos. Y ni siquiera hacía una de esas cosas correctamente.
Cuando entré a la calle de Kayleigh, cada nervio de mi cuerpo se
encrespó. Tenía que regresar el auto de Tessa y colarme en mi casa de
nuevo.
Extendió la mano, agarrando mi brazo. —Eres la mejor, ¿lo sabes?
—Solo hice lo que Morgan o Tessa hubieran hecho.
—No. —Me dio una sonrisa triste—. Quiero decir, ellos quizá me
hubieran buscado. Pero Morgan me hubiera aconsejado a tomar mejores
decisiones, y Tessa me hubiera juzgado en silencia por ser, inmadura o
algo.
Eso era probablemente cierto.
—De todos modos —dijo—. Te debo una.
—No, no lo haces —dije, y me lanzó un beso mientras iba por la
puerta trasera de su casa.
Pensé sobre aquello una vez que me apresuré a caminar de regreso
a casa, luego de haber dejado el auto en un su lugar y cerrar el garaje. En
la amistad, todos somos deudores. Todos nos debemos al otro por mil
pequeñas atenciones, por los pequeños momentos de ayuda en medio
del caos. ¿Cuántas veces Kayleigh entrelazó sus dedos con los míos
cuando la gente me miraba con lástima? Solo miran porqué se encuent ran
celosos de nuest ro amor, decía ella, y no podía evitar sonreír.
Entré con cuidado de regreso a mi casa y arrugué la nota que dejé
en la cama. Acurrucándome bajo mis sábanas, me sentí un poco
orgullosa.
Porque con los amigos verdaderos, nadie mantiene un conteo. Sin
embargo, aun así se siente bien ret ribuirles —incluso con las acciones más
pequeñas.
15 Traducido por Paltonika & Beluu
Corregido por Daniela Agrafojo

A medida que avanzaba el invierno, más decaída me sentía. La


escuela había vuelto con todo después de las vacaciones, y parecía que
era la única que no se mantenía ocupada. Kayleigh estaba con Eric, Tessa
acumulaba horas de yoga para su certificación, y Morgan comenzaba a
funcionar a toda marcha con sus muchas actividades escolares.
Unas semanas después de que terminaran las vacaciones, decidí
aventurarme en la nieve una noche de viernes para así poder utilizar una
tarjeta de regalo que guardaba desde Navidad.
Mis padres se hallaban acurrucados en el sofá cuando le pregunté a
mamá si podía tomar el auto.
—¿A dónde? —apretó Pausa en el control remoto para detener la
novela romántica que veían.
—Solo a Alcott ’s.
—¿Con quién?
—Con nadie —dije—. Quiero escoger algo con la tarjeta de regalo
que ustedes me dieron.
Frunció el ceño, mirando hacia papá. —No lo sé. ¿Todavía sigue
nevando?
—Nop.
—Bueno, podría haber hielo en la carretera —dijo ella—, podemos
llevarte.
Bajé la cabeza. Como a menudo hacía cuando mi madre imponía
restricciones psicóticas, tratando de recordar su expresión en el funeral de
Aaron. Se veía físicamente enferma, mirando los rostros pálidos de los
Rosenthal después de perder a su hijo. Era una imagen que no me dejaría,
y sabía que no la dejaría a ella tampoco.
—Tu auto tiene tracción total —dijo papá—. Son solo unos pocos
kilómetros.
—Supongo que es cierto. —Mamá me miró atentamente—.
Conduce lentamente, y avísanos en cuanto llegues allí y cuando te v ayas.
¿Entendido?
—Claro —dije, tratando de sonar indiferente. Mientras más
emocionada me sentía sobre algo, más escéptica se mostraba mamá de
permitirme hacerlo.
Tomó el control remoto, y le articulé un gracias a papá cuando ella
presionó Reproducir. Él asintió y me dio un guiño.
Manejé tan cuidadosamente como prometí, quedándome un tanto
por debajo del límite de velocidad y frenando de manera uniforme. Pero
subí la radio a todo volumen, cantando con cualquier emisora radial de
rock ligero que mamá guardó como predeterminada. El estacionamiento
se hallaba más lleno de lo que esperaba; otras personas con claustrofobia
desafiando el clima.
Alcott ’s parecía cálido, la ventana del frente brillaba con una luz
suave. En el interior, había una fila en el mostrador de café, que
continuaba alrededor de la vitrina de la pastelería. Me apresuré, el frío
pellizcando mi cara. Cuando empujé la puerta, me golpeó el olor a café
recién hecho y papel curado. Como sucedía a menudo, los libros y los
granos de café de Alcott ’s se sentían como estar a casa.
Envié el mensaje obligatorio a mis padres, luego comencé a recorrer
las estanterías de ciencia ficción. Usando mis amadas matemáticas,
calculé rápidamente que con la tarjeta de regalo podría conseguir cinco
libros de tapa blanda, tres libros de tapa dura, o uno de tapa dura y tres
de tapa blanda. En media hora, seleccioné ocho ejemplares. Los apilé en
mis brazos, tratando de equilibrarlos mientras caminaba a los asientos de la
cafetería. Allí, podía tomarme mi tiempo para revisarlos, tal vez leer los
primeros capítulos para ver cuál me llamaba más la atención.
La gente se abarrotaba en cada mesa; parejas que se inclinaban
sobre sus chocolates calientes a conversar en voz baja, gente mayor con
la nariz enterrada en autobiografías. Me quedé en el centro de la zona de
asientos, presionando con mi barbilla el libro superior para mantener la pila
vertical. Luego, en una cabina cerca, vi una cara familiar que estaba
medio enterrada en un libro.
—¡Max! —dije, agarrando firmemente mis libros mientras me dirigía
hacia él. Levantó la mirada, y una sonrisa apareció en su cara—. ¡Hola!
—Hola, chica —dijo, levantándose de la cabina. Tomó algunos libros
de mi pila y los colocó sobre la mesa—. Siéntate.
Max llevaba un suéter de punto verde sobre una camisa de cuello
blanca, y sonreí ante la idea de que est uviera vestido para una cita con
una pila de libros.
—Gracias. —Me deslicé en el asiento—. Supongo que mucha gente
tuvo la misma idea. Pensé que sería la única perdedora aquí en una noche
de viernes.
—A menudo soy un perdedor aquí los viernes en la noche.
—Sí, también yo —dije, desenredando la bufanda de mi cuello.
—Lo sé. En realidad, te he visto por aquí una o dos veces ant es.
Fruncí el ceño. —¿Por qué no me saludaste?
—Oh, fue cuando estaba en Coventry. El año pasado. Pasaba el
rato aquí con un amigo. Lo recuerdo porque una pareja cercana tenía
una fuerte y desagradable ruptura. Justo ahí. —Hizo un gesto en dirección
a una mesa ubicada no muy lejos de la nuestra—. Todos en la tienda
permanecían boquiabiertos por ellos, incluyéndome a mí, pero entonces te
vi, sentada en la cabina de la esquina.
—¿Me encontraba aquí?
—Sí —dijo con una carcajada—. Lo recuerdo porque leías un libro
con Lucille Ball en la portada, y ni siquiera te percataste de ellos.
—¿En serio? —Me reí, también—. No me acuerdo de eso.
Sacudió la cabeza. —Por supuesto que no. Te hallabas en otro
mundo, completamente ocupada con lo que fuera que leías. Y
simplemente tenías esa mirada…
—¿Tenía una mirada?
—Sí. Totalmente.
—¿Qué mirada?
Max pensó con fuerza, sus ojos alejándose de mí. Parpadeó y luego
regresó su mirada a la mía.
—Como si te estuvieras ahogando, y el libro fuera el aire.
Me quedé callada, atrapada en el momento surrealista de tener mis
sentimientos descritos tan exactamente. Así era como se sentía para mí
vivir en otros mundos —libros o televisión— como si el respirar se convirtiera
en mi segunda naturaleza dentro de su seguridad.
—Oh, Dios mío —dijo, cubriendo su boca. Su expresión se deformó
hasta que pareció que iba a vomitar—. Paige, lo siento. Ni siquiera pensé
en lo que acabo de decir.
—¿Qué? —Claramente no lo había pensado, tampoco. La
realización me golpeó como un libro de tapa dura en el pecho—. Oh.
Ahogando. Quizás Ryan le dijo cuando se acercó a la mesa del
almuerzo. Tal vez lo escuchó por casualidad en la escuela. Antes de ese
momento, quería creer que Max no sabía nada de Aaron. Hacía las cosas
más simples.
—No sabía que lo sabías.
—Yo... eh. Sí.
—Oh. —Me pregunté cuánto tiempo lo había sabido, pero no
importaba. No iba a perder mi decencia con Max solo porque me sentía
un poco vulnerable. Aclarándome la garganta, me aparté el flequillo de la
cara—. No tienes que disculparte ni ir de puntillas a mí alrededor. Ni
siquiera me doy cuenta de que las personas se detienen. Todos comienzan
a decir algo como “preferiría morir que…” y luego me miran como si fuera
a llorar. Son casi demasiado considerados, por lástima.
—No siento lástima…
—Sé que no lo haces —dije, cortándolo—. En serio, está bien.
—De acuerdo. —Bajó la mirada a sus manos. Mirándome de nuevo,
añadió—: Pero puedes hablarme de eso, ya sabes. Si alguna vez quieres.
—Gracias. Pero he hablado mucho sobre eso. Con mis amigos, mi
abuela, un terapeuta —dije, sonriendo. Luego, saqué el primer libro de la
pila y lo coloqué frente a mí, listo para su revisión—. Está bien, voy a tomar
un café.
Para el momento en que volví con mi lat e, Ryan Chase estaba
sentado en nuestra mesa, con el rostro sonrojado y su sudadera de
Oakhurst. Me ordené actuar tranquila, aunque mi boca quería formar una
sonrisa chiflada.
—Hola, Ryan —dije, deslizándome en mi lado de la cabina.
Ryan observó entre Max y yo. —¿En serio? ¿Ambos están sentados
aquí, leyendo? Pensé que lo decías en broma cuando te escribí.
Miró a Max, quien simplemente se encogió de hombros.
—Ugh —dijo Ryan—. Creo que voy a volver al gimnasio para seguir
entrenando. Suena más divertido que lo que sea que ustedes estén
haciendo aquí.
Esta vez, fui yo la que se encogió de hombros. Es decir, no era mi
momento más genial, pero no había manera de esconderlo. Max y yo nos
encontrábamos sentados en una mesa con no menos de una docena de
libros.
—Oye —dijo Ryan de pronto, observándome—. ¿Quieres pasar el
rato dent ro de dos semanas?
—Claro —dije, y me tragué el impulso de decir: Si por “pasar el rat o”
t e refieres a “besarnos”. Traté de no mirar sus labios.
—Genial —dijo—. Dado que este perdedor y Tessa irán a ver esa
banda, los lo-que-sea Brothers.
—Los Baxter Brothers —corrigió Max. Apenas lo oí, cuando me di
cuenta de que Ryan quería decir que pasaríamos el rato los dos solos.
—Lo que sea —respondió Ryan.
—¿Son una banda? —pregunté.
Max asintió. —Tessa me consiguió entradas.
—Oh, sí. Me contó sobre eso. —Había estado sorprendida cuando
Tessa me dijo que iba a llevar a Max al Carmichael, su lugar. Cuando le
señalé que él necesitaría una identificación falsa, puso los ojos en blanco y
me dijo que no me preocupara por eso. Su vida era, de algunas formas, un
misterio para mí—. Por tu cumpleaños, ¿verdad?
—Sí. No es hasta principios de marzo, pero el concierto es antes, y
ambos morimos por verlos en vivo.
—Genial —dije.
—Nosotros vamos a hacer algo todavía más genial —dijo Ryan,
asintiendo hacia mí. Sonreí como una idiota demente, agitando mis
pestañas tan rápido que podrían haber salido volando de mi rostro.
Max puso los ojos en blanco. —Simplemente estás celoso porque
Tessa pensó en un regalo asombroso y no sabes si podrás competir con
eso.
—No lo estoy —dijo Ryan, indignado.
Max me miró, ignorando a Ryan. —Se toma muy en serio sus
habilidades para dar regalos.
—Oye. —Ryan alzó sus manos con arrogancia fingida—. Cuando lo
tienes, lo tienes.
—Lo tengo —anunció Ryan, cerca de dos semanas más tarde. Era
catorce de febrero, eso fue lo que hizo que mi corazón se parara
completamente. Me quedé congelada en mi casillero, observando esos
ojos azul bebé.
—¿Tienes qué? —dije cuando finalmente encontré las palabras. En
realidad no creía que hubiera venido para confesar su amor. Pero en el día
de San Valentín, es fácil entregarse a la estúpida esperanza de que la vida
vaya a convertirse en una comedia romántica.
—Muy bien —dijo, inclinándose más cerca de mí—. Tengo una
propuesta para ti.
Querido Dios, deja que sea de mat rimonio, pensé. Mi corazón
farfulló, esperando sus siguientes palabras.
—Una fiesta sorpresa. —Miró alrededor para asegurarse de que
nadie est uviera escuchando—. Para Max.
Debería haber sabido que esto sería sobre Max: la única cosa que
Ryan Chase y yo teníamos en común. Asentí. Si mi vida tuviera efectos de
sonido, habría sonado un triste trombón encima de mi cabeza.
—Oh. De acuerdo. Sí.
—Mis padres van a visitar a mi hermana en la universidad dentro de
dos semanas —continuó—. Pero dijeron que podía invitar gente, siempre y
cuando solo fueran nuestros amigos.
Nuestros amigos. Sonreí por la idea de que pertenecía a un grupo de
amigos que incluía a Ryan Chase. Aunque habíamos pasado el rato por un
par de meses, todavía estaba acostumbrándome.
—Entonces, ¿me ayudarás a planearla?
—Por supuesto.
—Genial —dijo—. De acuerdo, podemos planear todo mientras Max
y Tessa están en el concierto el viernes. Él ya sabe que tú y yo estaremos
juntos entonces, por lo que no va a sospechar nada.
—Genial. Es un plan. —Y, pensé, t ú t ambién.
La semana siguiente, adjunt é mi guión de muestra y cliqueé Enviar
en mi solicitud para el programa de verano. La Sra. Pepper había enviado
su recomendación, yo le pedí a la escuela enviar una transcripción, e hice
una mueca mientras tipiaba mi número de cuenta, enviando así mi pago
de cien dólares para aplicar.
¡Felicidades! dijo la siguiente página. ¡Tu solicit ud ha sido recibida!
Imprimí la página de confirmación.
No podía esperar para decirle a la abuela durante nuestra visita del
domingo. Mi ment e zumbaba mientras conducía el auto de mamá, con el
pecho apretado por la anticipación.
Mi abuela y yo hablábamos sobre guiones de televisión y películas
todo el tiempo, pero nunca recordaba lo que le había dicho unos meses
antes: que intentaba escribir.
Luego de contarme sobre Madelyn Pugh y I Love Lucy, miré más y
más programas, especialmente en los tranquilos días luego del divorcio de
mis padres. Pero en mi primer año, di un paso hacia adelante. Ya fuera
que amara el episodio o lo odiara, lo analizaba: ¿Qué funcionaba? ¿Qué
no? ¿Cuáles eran los momentos más poderosos de los personajes? ¿De
dónde venía el conflicto? Observé comedias clásicas de la generación de
mis padres; seguí el ritmo de todos los programas que miraban mis amigos.
Encontré un sitio web en el que archivaban guiones de televisión originales,
y leí todos los diálogos y apuntes.
No fue hasta después de que Aaron murió que compré Escrit ura de
Guiones para Principiant es. Aprendí que los aspirantes a escritores de
guiones a menudo tomaban como base episodios de programas de
televisión actuales, llamados “guiones especulativos”, como una prueba
de escritura. Imaginé que entendía The Mission Dist rict lo suficiente como
para imitarlo. Así que empecé a escribir tarde en la noche, y no era
demasiado bueno al principio. Pero sabía que no era bueno porque sabía
cómo sonaban los buenos escritos. Así que lo arreglé, poco a poco.
Mis amigos se burlaban de mi intención de ver tantos programas,
bromeando con que debería estar escribiendo columnas para TV Guide.
La mayoría de las personas piensan que mirar mucha televisión es
simplemente perezoso, que es una forma vulgar de entretenimiento.
Parecía algo extraño sentir tanta pasión por ello. Pero mi abuela entendía,
y sabía que entendería el programa de escrit ura de guiones, también.
Entré en su apartamento y grité mi saludo. Ella se quedaba en la
cama la mayor parte de nuestras visitas, ya no se molestaba en maquillarse
de antemano. Lo hice por ella la última vez, sonriendo mientras aplicaba
brillo labial rojo en su boca ahora ladeada. Se rió cuando alcé el espejo y
me acusó de hacerla lucir “atrevida”.
—Hola, abuelita —dije.
—Ahí está mi chica. —Se sentó, y me acomodé a su lado en la
cama.
Había impreso la página del programa, detallando las cosas básicas,
y la dejé en su mano buena. Sus ojos se movieron de izquierda a derecha,
de izquierda a derecha, más lento de lo normal. Se giró hacia mí.
—Oh, cariño, qué maravilloso. ¿Estás pensando en hacerlo?
Le entregué la página confirmando mi solicitud, y ella jadeó,
contenta.
—Dudo que entre, sin embargo. Y no hay manera de que mamá me
deje ir. Especialmente por lo caro que es.
—No podría estar más feliz, pequeña. Esto es exactamente lo que
necesitaba hoy.
Nos sentamos en su cama y hablamos de todo: los detalles de mi
solicitud, las clases que ofrecían. Me contó sobre sus viajes a Nueva York,
sobre todos los lugares que podría ver. Sostuve su mano izquierda
paralizada mientras soñábamos en voz alta, y por una vez, no me detuve
por cuán improbable era que mis sueños se hicieran realidad.
16 Traducido por NnancyC
Corregido por Dannygonzal

Nunca esperé que mi primera casi cita con Ryan Chase terminara en
la tienda de alimentos. Comenzamos la noche en su local favorito de
pizza, conspirando sobre una tarta de plato hondo y tamaño medio. Ryan
se rio un montón, vaciando varios refrescos mientras proyectábamos los
planes de la fiesta. Decidimos que atraeríamos a Max a la casa de Ryan
bajo el pretexto de recogerlo para una película. Le mandamos mensajes a
todos con los detalles, incluyendo dónde deberían aparcar para que Max
no sospechara nada. Para el momento en que tuvimos la lista, habíamos
pasado dos horas hablando de cosas que a Max le gustaría y riendo sobre
las peculiaridades que eran familiares para ambos.
Después de la cena, vagamos juntos por los pasillos de la tienda
como una vieja pareja de casados, si ellas compraran muchas
decoraciones para fiestas y refrescos. Sonreí cuando pasamos el pasillo de
los cereales, sintiendo que nuestra relación había vuelto al punto de
partida. Sería perfecto, si solo él supiera en verdad sobre dicha relación.
—Serpentinas —dijo, lanzando dos paquetes más en el carrito—.
Listo.
Puse un visto bueno en la lista, la queRyan escribió en una servilleta.
Incluso tenía una caligrafía, inclinada a la izquierda, mucho más clara de
lo que esperaba en un chico. Si Morgan solo supiera.
La idea de Ryan era hacer el cumpleaños de Max como cuando
eran más jóvenes, con decoraciones cursis: serpentinas, pitos y suficientes
globos para inundar la casa. Empujando el carrito, alcancé a Ryan, quien
escudriñaba los estantes en busca de velas de broma. Se acercó más a
uno de los paquetes, estudiando la etiqueta.
—No las venden aquí —dije—. El año pasado mi papá intentó
comprarlas para el cumpleaños de mi hermana.
Seleccionó varias velas, una con el número uno y otra con el siete, y
un paquete de las velas coloreadas de la edición estándar. —Estas
funcionarán. Creo que eso es todo. Decoraciones: listo. Velas: listo.
Ordenar un pastel: listo.
El pastel era una especialidad de diseño, y le tomó a Ryan cinco
minutos completos de su mejor juego de coqueteo para engatusar al
departamento de panadería para conseguirlo. Asentí. —Se ve bien.
En nuestro camino a la caja, pasamos el departamento de flores.
Hice una pausa frente a las líneas de ramos, desde unas simples rosas rojas
hasta unos lirios púrpuras salvajes. Pensé en las sofisticadas peonias rosas en
mi collage de octavo grado.
—¿También quieres llevarle flores a Max? —bromeó Ryan.
—Nop. Solo estoy intentando decidir cuál es mi favorita.
Mis ojos repasaron los lirios blancos y las margaritas Gerbera fucsias,
las favoritas de Morgan y Kayleigh, respectivamente. Pero no las mías. No,
mi mirada se fijó en los tulipanes: hermosos, pero no ostentosos, en blanco,
amarillo y rosa pálido. Lucían como si pertenecieran a la canasta de una
bicicleta en las calles de Paris.
—¿Puedo adivinar? —preguntó Ryan.
Me reí un poco. —De acuerdo…
Se movió por la línea de flores con su mano extendida, como si
estuviera buscando oro con un detector de metales. Pasó las margaritas,
volviéndose para mirarme. Sacudí la cabeza.
—Sí —dijo—. Un poquito demasiado simple.
Sus pies se detuvieron en los tulipanes, y se volvió para evaluar mi
reacción. Cuando señaló las naranjas, arrugué la nariz y él cambió a los
púrpuras pálidos.
—¿Cómo lo sabías? —pregunté mientras nos movíamos hacia el
pasillo de auto-cobro.
—Todo lo demás parecía demasiado recargado o muy brillante. Los
tulipanes son dulces, pero modestos.
Sentí mi cara volverse un tulipán rosa. Esto no era una cita. Lo sabía.
¿Así que por qué se sentía como tal? Allí, en la misma tienda donde por
primera vez Ryan Chase enganchó mi corazón, me prometí: si el momento
se daba, lo besaría esta noche. Marcar el ítem número tres de mi lista se
sentía tan cerca. Tal vez él solo necesitaba un pequeño empujón.
Después de que escaneamos todo, mi corazón pulsaba más rápido
cada vez que él me miraba; y escuché risas detrás de nosotros.
Eché un vistazo atrás para ver a Leanne Woods en unos vaqueros
ceñidos y unos tacones de aguja, envuelta en el brazo de un chico alto
con una chaqueta de cuero. Él parecía mayor, pero no lo suficiente como
para estar comprando la caja de cervezas en sus manos.
Me aparté a tiempo para ver el rostro de Ryan decaer. Era casi una
mueca de dolor, mientras se concentraba en la pantalla de pago. En otro
minuto, escuché los tacones de Leanne golpeteando hacia la salida. Mis
ojos la siguieron, esa coleta larga y oscura balanceándosepor su espalda.
El sonido de sus zapatos me recordó una presentación de ponis, hermosa y
destinada a ser vista.
Cuando se fue, pregunté—: ¿Estás bien?
Ryan asintió, colocando de nuevo la bolsa final en el carrito.
—Orquídeas —dijo en voz baja—, si te lo estabas preguntando. Esas
son las favoritas de ella.
Aparté el flequillo de mi rostro, dándole vueltas a lo que
posiblemente podría decirle. Toda la noche estuvo absolutamente
contento. Ahora parecía uno de los globos desinflados que compramos
por docena.
Permanecimos en silencio todo el camino hacia mi casa, y le deseé
cosas malas a Leanne por herir a este chico dulce y por arruinar nuestra
noche. No realmente cosas malas, por supuesto; solo, como, cabello con
puntas abiertas y unos cuantos granos que incluso un corrector no podría
ocultar.
Cuando estacionó en mi entrada, lo miré. —Max va a amar esta
fiesta.
—Espero que sí. —Puso el auto en punto muerto y se recostó en su
asiento. Asumí que eso significaba que aún no quería que me fuera, así
que esperé a que continuara—. Sabes, me siento medio responsable por
Max, yo lo convencí para que volviera a Oakhurst. A él le gustaba
Coventry, y literalmente le rogué que se transfiriera para tener, como… un
buen amigo aquí. Qué perdedor, ¿verdad?
Soltó una carcajada amargada, pasándose las manos por el
cabello. Verlo sin su fachada de chico genial solo hizo que me gustase
más.
—Cuando Leanne rompió conmigo, fue como… —Perdió el hilo de la
frase—. No fue solo ella la que me dejó botado. Fueron todos, yendo tras
Leanne como si fueran sus súbitos reales. Bueno, todos excepto Connor y
Ty.
Tessa había mencionado esto antes, no en tantas palabras. Parecía
mucho peor viniendo de Ryan, viendo que la traición arrugó las líneas de
su cara. —Eso es bastante frío.
—Sí. —Resopló—. Lo que es, irónicamente, una de las cosas que me
gustaban de Leanne. Hace lo que quiere y dice lo que piensa: muy malo,
muy bueno, no importa. No tiene filtro, y siempre pensé que eso era tan
genial. Sin rodeos, directa.
Él también podría haber estado describiendo a Tessa. Era de
esperarse que siempre pareciera fascinado por ella. Compartía una
característica con Leanne que él había amado, una de la que yo era
notablemente carente.
—No la superaste, ¿verdad? —pregunté, y se encogió de hombros.
—Mis padres son novios desde la secundaria, así que pensé que así
es como podría ser para Leanne y yo. —Soltó una risa autodespreciativa—.
Es tan lamentable, ¿cierto? Probablemente conseguiría que me sacaran a
patadas del equipo de atletismo por decir mierda como esa.
—No es lamentable. —De hecho, sabía demasiado bien cómo se
sentía tener tus expectativas puestas patas arriba. En cualquier momento
algo de lo que estás segura cambia en un instante, incluso cuando es el
divorcio de tus propios padres, se siente como un paseo a la feria:
repentino, fuera de equilibrio e inductor de náuseas.
Ryan se volteó, mirando directo a mis ojos. —Oye, ¿Paige?
Calor se desplegó por mi piel. —¿Sí?
—Gracias por ser tan buena para Max —dijo—. En serio. Significa
mucho para mí.
Por supuesto sería sobre Max, nuestro común denominador. —No
tienes que agradecerme. No es un favor.
—Sé que no lo es —dijo, sacudiendo la cabeza—. Solo me alegra
que haya encontrado gente con la que se lleve bien. Él es asombroso, y no
todos lo ven.
Max era el equivalente humano de un clásico programa de TV de
culto. La mayoría de las personas no lo entendía. ¿Pero las personas que lo
hacían? Lo amaban por todos sus excentricidades.
—Eres un buen chico, Ryan —dije, enroscando toda mi energía
nerviosa y tratando de convertirla en valentía—. Si Leanne no lo ve,
entonces es una idiota.
Sonrió un poco, bajando la mirada a su regazo. —Sí, bueno.
Y con el entusiasmo de una chica más segura de sí misma, me
acerqué y lo besé en la mejilla. —Te veo el lunes.
De acuerdo, así que no era ni de cerca el beso que había planeado.
Pero, mientras avanzaba a mi entrada, sentí un pavoneo en mi caminata.
Poco a poco me dirigía hacia el borde de algo grande, acercándome
con cada paso a ser Paige Hancock de nuevo.
En mi cuarto, busqué la colección de revistas de Martha Stewart de
mi mamá hasta que encontré una imagen de tulipanes, un manojo en un
jarrón azul. Ellas llenaron un espacio en blanco en mi nuevo collage, junto
a una imagen de un organizador abierto y un aviso de esmalte para uñas
que lucía como una hilera de huevos de pascua; todos los colores pasteles
que Morgan usó para pintar como un recordatorio. Todos los colores que
yo amaba desde entonces.
Tessa me mandó un mensaje de texto mientras pegaba un anuncio
para TheMissionDist rict , preguntando si podría quedarse a dormir en mi
casa después del concierto. Le avisé a mi mamá que podría escuchar a
Tessa entrar tarde, y asintió sin levantar la mirada de su libro. Fue mi mamá,
después de todo, quien le compró un cepillo de dientes para mantenerlo
en mi baño.
Me quedé dormida pero desperté cuando escuché cerrarse la
puerta de mi cuarto.
—Hola —dije, dándome la vuelta.
—Hola. —Tessa abrió el cajón del fondo, donde guardaba mis
camisetas y pantalones de chándal.
Cuando se metió en la cama, pregunté—: ¿Cómo estuvo el
concierto?
—Asombroso. Solo… completamente más allá de asombroso. —
Podía oler el Carmichael en ella, no malo, sino atisbos de cerveza
derramada y el perfume de otras chicas.
—¿Entonces todo está bien? —Estaba tan cansada, mi boca apenas
se abría.
—Todo está bien. Es solo que mis padres no han estado en casa en
dos semanas. Regresar a una casa silenciosa después de una noche tan
buena sonaba solitario.
—Cuéntame sobre el concierto —dije—. Será mi cuento para dormir.
Se rio, y me quedé dormida ante sus descripciones de bailes y
banjos, los largos acordes de las cuerdas del chelo y cómo estar allí la
hacía sentir como si el mundo pudiera ser más hermoso de lo que
cualquiera le había estado dando crédito.
17 Traducido por Mae & Dannygonzal
Corregido por Vane hearts

—¿Tienes algún plan emocionante para el fin de semana?


—Voy a una fiesta de cumpleaños sorpresa esta noche —le dije a mi
abuela, acurrucándome en los almohadones florales en su sofá. Traté de
decir estas palabras con indiferencia, mientras mis nervios hacían
pequeñas piruetas bajo mi piel.
El propio Ryan me trajo para visitar a mi abuela. Él recogería nuestra
tarta especial ordenada y volvería a buscarme en una hora. Iríamos
directamente a su casa a prepararnos para la fiesta y esperar a que todo
el mundo llegara.
—¿Quién es el invitado de honor? —preguntó mi abuela.
—Un amigo mío. —Hablaba mucho de Max, pero por supuesto ella
no recordaba.
Sonrió. —Ent onces, ¿cómo estuvo tu juego de Quizbowl?
—Oh, muy bien. —Entonces pensé por un momento. Estaba segura
de que no recordaba mencionar eso una semana antes. Mi madre debió
haberle dicho algo hoy—. Ganamos.
—Maravilloso. ¿Quién es Max?
Parpadeé. —¿Qué?
Ella había oído historias sobre Max, sobre el Quizbowl y otras
anécdotas tontas. Pero nunca hubo una indicación de que retuviera esta
información.
—Max. ¿Quién es él?
—¿Cómo sabes de él?
—Tú me dijiste. —Sacó una pequeña libreta de su bolso en el suelo—.
Me he estado sintiendo olvidadiza últimamente. Tu madre dijo que podría
ocurrir después de un derrame y debería anotar cosas.
Mi madre trataba de protegerla de la confusión y el miedo al
Alzheimer, así que tiene sentido que culpara de sus efectos al derrame, no
importaba que a mi abuela tuvieran que recordarle cada mañana que
tuvo un derrame cerebral en primer lugar.
—Aquí —dijo, abriendo el cuaderno. En una página fechada una
semana antes, había escrito: Paige est uvo aquí. La escuela va bien.
Pregunt a sobre Quizbowl. Pregunt a sobre Max.
—Es gracioso —dijo ella, sonriendo—. No recuerdo hablar de él. ¿Es
un amigo tuyo?
—Sí —dije, demasiado rápido. En programas de televisión legales, los
testigos nerviosos siempre tenían algo que ocultar—. En realidad es su
fiesta sorpresa esta noche.
—¿Cómo es él? —preguntó.
Mi abuela lo olvidaría de todas formas pero, ¿cómo podía describir a
Max en un par de frases? La obsesión por los aviones, cuidar niños, su
uniforme autoimpuesto de camisas abotonadas y Converse.
—Um —dije—. Es un estudiante de honor. Es capitán del equipo de
Quizbowl. En realidad, uh, me llevó al hospital la noche que tuviste el
derrame.
Ella miró hacia sus uñas, tratando de parecer casual. —¿Es lindo?
Luego estudió mi rostro con atención. La sutileza no servía en los
ancianos.
—Tal vez —dije, encogiéndome de hombros—. Para las chicas que
encuentran atractivo a los lindos y torpes.
—¿Qué le darás? ¿Para su cumpleaños?
—Oh. Sólo un libro que sé que no ha leído, pero creo que debería. Y,
um... un pagaré para un maratón de un programa de televisión. Conmigo.
Sólo porque este espectáculo realmente le gusta y yo nunca lo he visto.
Sigue tratando de que lo vea. Estoy algo curiosa, así que... —me interrumpí,
demasiado consciente de que me había sobre-explicado.
Esta era, con base en su expresión, la respuesta exacta que
esperaba. —Suena como que este compañero Max podría ser más que un
amigo.
—No, no es así. Es genial. No es más que... Quiero decir, está en el
equipo de robótica en la escuela. Construye robots. Por diversión. Y es
enviado rutinariamente a la oficina de la enfermería porque es tan torpe
en clase de gimnasia. —Oí mis propias palabras y sonaban pretenciosas.
Pero no eran tan malas como la verdad lisa y llana: no me sentía atraída
por Max así. No había chispa, sin cañón de confeti, sin cosquilleo de alas
de mariposa en el estómago. —Supongo que no es mi tipo.
Mi abuela sonrió. —Eso es lo que dije acerca de tu padre, Katie.
—Paige.
Cerró los ojos por un momento. —Paige. Sí.
Cuando abrió los ojos, parecían nublados y lejanos. —Soy Gloria.
—Correcto —dije, acariciando su mano. A veces, el contacto físico
la llevaba hasta el presente, recordándole el lugar y el momento.
Ella negó con la cabeza. —¡Tonta de mí! No sé lo que me hizo decir
eso. ¿De qué estamos hablando?
—Max.
—Sí. ¿Y qué decías sobre él?
—Es un buen tipo. Pero no es mi tipo.
A pesar de la confusión que precedió a este comentario, la mente
de mi abuela parecía perfectamente lúcida cuando sonrió. —Correcto. Y
yo no estaba creyéndote.

Mientras colocaba bebidas para la fiesta de Max, el comentario


descarado de mi abuela burbujeaba dentro de mí como efervescencia.
Estaba nerviosa por soltar la parte sorpresa de la fiesta sorpresa. Pero ahora
seguía pensando en Max. Si una septuagenaria con Alzheimer vio una
chispa allí, ¿ignoraba yo algo? ¿Max me gusta? Si era así, sentía una gran
incomodidad. Repetí imágenes de él en mi mente y sí, nos divertíamos
juntos. Pero lo mismo podría decirse de él y Tessa.
Había visto a mis amigas intercambiar miradas una o dos veces
cuando mencionaba a Max, Morgan apretaba los labios para bloquear un
comentario chismoso dentro de su boca. Pero nunca pensé en ello.
Morgan podía leer la química de una relación en mí y una bolsa de papas
fritas.
Casi todo el mundo había llegado, ahora entreteniéndose con la
cantidad sobrante de serpentinas y globos. Ryan y yo nos encontrábamos
en la cocina, colocando la comida y bebidas.
—Hola —dijo la voz de un hombre—. Siento la tardanza. Estacioné
en la otra calle.
Connor era uno de los amigos de carrera de Ryan a quien no había
conocido oficialmente. Siempre había pensado en él como un tipo de
chico de fraternidad en formación, pero de cerca, se veía más agradable,
ojos oscuros y una sonrisa suave. Además de Connor, Ryan invitó a nuestro
grupo habitual, además de Malcolm y Lauren.
—Es genial —dijo Ryan—. Max no estará aquí por otros cuantos
minutos. Piensa que vamos a ver una película.
—Traje cerveza de raíz embotellada —dijo Connor, lanzando dos
paquetes de seis sobre el mostrador—. Ya que dijeron que no cerveza real.
—Eso es increíble —dijo Ryan—. Max va a pensar que es gracioso.
Asentí, sonriéndole a Connor.
—¿Quieres una? —me preguntó Ryan, sacando una botella del
paquete.
—Claro.
—Ahí tienes, señorita. —Giró la tapa y me la dio, guiñando como un
camarero coqueto en una comedia. Mi mente se volvió borrosa—.
¿Puedes juntar a todos? Voy a empezar a buscarlo.
—Max siempre llega a tiempo —le dije a Connor antes de llamar a
todos.
—¡Todo el mundo, silencio! —gritó Ryan mientras corría a la cocina—.
¡Acaba de detenerse!
Los nueve nos agachamos detrás de la isla de la cocina. Desde
fuera, Max tocó la bocina dos veces.
—Va a entrar —nos aseguró Ryan—. Denle un segundo.
Esperamos unos segundos, un silencio emocionado zumbando a
través de la habitación.
—¿Ry? —La voz de Max llegó desde la puerta principal. Pasé los
dedos contra mis palmas, con el estómago apretado. —¿Estás listo?
Podía oír los pasos de Max, cada vez más cerca de la cocina.
—¿Ry? —gritó más fuerte.
—¡Ahora! —susurró Ryan.
—¡SORPRESA! —Fue fuerte, colectivo, y emocionado, mientras todos
surgían desde detrás de la isla.
Max saltó hacia atrás, con los ojos abiertos, mientras se
acostumbraba a nuestra repentina aparición y las ridículas decoraciones
esparcidas. Tessa levantó su teléfono, capturando la auténtica sorpresa de
Max. Todo el mundo aplaudió y vitoreó cuando la boca de Max se levantó
en una sonrisa un poco avergonzada. Exhalé con alivio, porque realmente
lo habíamos sorprendido y porque solo era Max, no importaba las
insinuaciones de mi abuela.
—Chicos —dijo, avergonzado.
—Feliz cumpleaños, amigo —dijo Ryan, poniendo su brazo alrededor
de Max.
En el sótano, las serpentinas colgaban en todos los ángulos alrededor
de las paredes y el techo. Ryan colocó videojuegos en la pantalla grande,
y me senté en una esquina del sofá en forma de L para disfrutar de la
fiesta. Tessa manipuló la lista de reproducción que había hecho para la
fiesta mientras Tyler y Connor jugaban al billar. Me senté y miré a todos
teniendo conversaciones cómodas. “Nuestros amigos” dijo Ryan y eso es
exactamente en lo que este grupo de personas se había convertido.
La energía se calmó después de un rato. Mantuve un ojo puesto en
Kayleigh, que no se hallaba del todo calmada. Estaba apoyada en la
mesa de billar, centrada en lo que Connor decía. Su risa resonó, forzada y
exagerada, y eso provocó una corazonada de que algo andaba mal. Su
lenguaje corporal limitaba en lo coqueto, como para conseguir atención
por parte de otros chicos si no podía obtener la de Eric. Recordé la noche
en que me escapé a buscarla y la forma melancólica en la que dijo que el
amor no era lo que pensaba que sería.
—¿Ella está bien? —le susurré a Morgan.
—¿Quién sabe? —Morgan rodó los ojos por tanto tiempo que
momentáneamente temí por su salud ocular—. ¿Por qué no viene a este
tipo de cosas? Es como si pensara que es demasiado bueno para nosotros.
Nos encontramos con Eric sólo tres veces. Era lindo en la forma de un
jugador de fútbol pero todavía distraído, constantemente enviando
mensajes. Imaginaba que era tímido, abrumado por conocer a mucha
gente nueva a la vez. Lo cual podría ciertamente entender.
—Debemos jugar o algo así —dijo Tyler.
—Bueno, si dependiera del cumpleañero —dijo Ryan—, estaríamos
jugando un entusiasta Scrabble.
—Cállate —dijo Max, sonriendo afablemente—. Todavía estás
enojado por alícuot a.
—¡No es una palabra! —dijo Ryan.
—Lo es —intervino Tessa—. Es un término matemático.
—Traidora —dijo Ryan, pero sonrió como un tonto.
—Tengo un juego —anunció Kayleigh, sonriendo mientras bebía el
último sorbo de su cerveza de raíz. Luego levantó la botella de vidrio vacía
y la sacudió hacia atrás y adelante.
Tyler, el primero de nosotros en procesar lo que quería decir, hizo un
ruido emocionado mientras todos los demás entendían.
—Kayleigh —dijo Morgan severamente—. No.
Tessa lucía disgustada. —¿En qué estamos, quinto grado?
La cabeza de Morgan se disparó hacia ella. —¿Jugaste girar la
botella en quint o grado?
—No —dijo Tessa. —Porque en realidad nadie juega eso.
—Falso —dijo Kayleigh—. Jugué en el campamento.
—¡Quiero ir a ese campamento! —dijo Tyler.
Todo el mundo se echó a reír, aliviando la tensión.
—En cultura popular —dijo Lauren—, se juega a la botella después
de que los participantes han estado bebiendo alcohol. No bebí alcohol.
Así que…
Connor ahogó una risa con la mano y sentí una oleada de
protección hacia Lauren. Sí, se sentaba erguida y hablaba como si
estuviéramos en un debate formal en todo momento, pero había más de
ella que eso. Malcolm le palmeó la pierna. —Nadie está bebiendo esta
noche, Laur.
—Estoy dentro —dijo Ryan. Sudor frío estalló en mi espalda. Esto no
podía ocurrir. Era demasiado difícil, demasiado público. Tessa tenía razón:
nadie hacia esto y ciertamente no nosotros.
Tessa suspiró, encogiéndose de hombros. —Bien. ¿Por qué no?
Hubo aplausos y risas cuando todo el mundo estuvo de acuerdo. En
mi estómago ya sentía ese nerviosismo, pero ahora se quejaba en mi
interior. Miré a Morgan, con la esperanza de que detuviera el juego. No lo
hizo, probablemente debido a la oportunidad de besar a Tyler o incluso a
Malcolm, a quien miró toda la noche.
Kayleigh centró la botella vacía mientras todo el mundo se
posicionaba en un círculo.
—Ahora —dijo—. Jugaremos con una pequeña modificación.
—¿A la manera del campamento? —preguntó Tess, haciendo
comillas en el aire mientras rodaba los ojos.
Kayleigh no le hizo caso.
—Entonces, mismas reglas de girar la botella sólo cada séptimo giro,
esas dos personas tienen que ir allí —dijo, señalando a lo que parecía ser
una puerta de armario—, para siete minutos en el cielo.
Max gruñó. —Así que combinaremos los dos juegos de besos más
clichés en la historia.
—¡Sí! —Kayleigh miró a todos. No hubo protestas cuando la música
cambió a la siguiente canción. Pensé en maneras de salir del juego, pero
la posibilidad de realmente besar a Ryan Chase, me mantuvo anclada al
suelo, en silencio.
—No estoy segura de que me sienta cómoda con eso —anunció
Lauren. Quería tirar mis brazos alrededor de su cuello y darle un abrazo de
oso.
—Podrías pensar en él como un rito sociocultural —sugirió Malcolm—.
Además, estadísticamente hablando, las probabilidades de que aterrice
en ti después de un giro son relativamente escasas.
—Un punto justo —estuvo de acuerdo.
—¡Oh, qué diablos! —dijo Morgan, suspirando—. Sólo gírala.
Por la forma en que Tessa y yo la miramos, también podría haber
anunciado que abandonaría la secundaria para convertirse en una
bailarina de striptease.
—¡Muy bien, Morgan! —dijo Connor, riendo —. Gírala, Kayleigh.
Me senté con las piernas cruzadas y relajé los brazos, tratando de no
verme tan tensa como me sentía. Por un momento, consideré excusarme e
ir al baño y quedarme allí hasta que terminara el juego. Pero cuando miré
alrededor, nadie más parecía querer huir o incluso hacer un problema por
ello. Por una vez en mi vida, deseé que mis amigos pensaran en Aaron y se
dieran cuenta de que en realidad no había besado a nadie desde él.
Seguro, le di un beso en la mejilla a Ryan Chase y mientras ese fue dulce,
no era lo mismo que besar a alguien en los labios.
Pero quizá era un buen momento como cualquiera, terminar con
ello, menos acumulación para después. No tenía que haber una buena
razón o incluso ninguna en absoluto. Además, no quería que me vieran
como la única chica que no se divertía. Tomé una profunda respiración
cuando Tyler le dio a la botella un giro decisivo que aterrizó en Kayleight.
Todos aplaudieron mientras él dejaba un casto pero dramático beso
sobre ella. Tomé un sorbo de mi soda al tiempo que el giro de Kayleight
caía en Malcolm, y su giro apuntó a Max. Estuvimos de acuerdo en que
ese contaría para la chica más cercana: Tessa.
Esos eran solo pequeños besos, pero aun así la sangre golpeaba en
mis oídos. Tessa se preparó para su turno. Giró la botella y esta volteó
rápido, finalmente aterrizando en Ryan.
Arrugué la nariz, empañando mi visión mientras Tessa se inclinaba
para besar al amor de mi vida. Él envolvió una mano alrededor de su
cuello. Ella se sacudió hacia atrás y golpeó su brazo. —¡Ryan! ¡En serio!
Él sonrió. —Sabía que me amabas, Tessa.
Sus mejillas se sonrojaron. —Una palabra más y haré que Morgan te
dé un sermón sobre el consentimiento.
Eso fue todo. Ryan Chase giró la botella. No respiré mientras daba
vueltas, lento y más lento. Vamos, unos grados más en mi dirección, rogué.
Pero la botella abierta apuntó directamente a Morgan. Fue la primera vez
en mi vida que de verdad la odié.
El grupo se burló, excepto yo, horrorizada, mientras Morgan se
retorcía.
—No voy a avergonzarte —dijo Ryan—. Eso fue solo para Tessa.
Ella puso mala cara y yo aparté los ojos. Ver a dos de mis mejores
amigas besar al chico de mi último enamoramiento no era mi idea de una
tarde de diversión.
Morgan tomó una respiración profunda y la hizo girar, observando a
la botella aterrizar en Max.
—¡Epa! ―gritó Connor—. ¡Ambos primos en una noche!
Kayleight hizo un sonido con la lengua. —¡Promiscuos!
Todos nos reímos al tiempo que Morgan le daba una mirada de
muerte, sonrojándose ferozmente. Max la miró.
—¿Vas a ponerte nerviosa conmigo, Morgan?—preguntó Max.
—No —murmuró ella, sonriendo mientras él la besaba. Fue dulce y
rápido y Morgan se rio con nerviosismo cuando él se volvió a sentar.
Para ser sinceros, Morgan se veía muy contenta consigo misma. Y
siendo más sincera, ahora me sentía un poco molesta de que la botella
aún no hubiera caído en mí. Incluso Morgan estaba besando a las
personas y yo me encontraba aquí, sentada como una idiota.
—Según mi cuenta —anunció Kayleight —, ¡este es el giro siete!
—¡Ohh, presión! —gritó Connor mientras la mano de Max se cernía
sobre la botella.
Él realmente usó su fuerza en el giro y la botella fue salvaje, virando a
los lados mientras perdía fuerza. No puedo explicar por qué en el fondo
sabía lo que pasaría un segundo antes de que sucediera. La botella volvió
a girar, ahora con lentitud, mientras se detenía tan cerca que la cima casi
tocó mi rodilla.
Me estaba señalando, irrefutablemente.
Hubo un ruidoso sonido de ánimo mientras miraba a Max y se
encogía de hombros, una sonrisa avergonzada apareció en mi cara. Es
decir, en realidad no teníamos que hacer nada en el armario. Ese era el
compromiso ideal: participaría, pero realmente no tendría que besar a
nadie.
—¡Reglas son reglas! —dijo Kayleight sobre el ruido.
Max se puso de pie tranquilamente, alisando su camisa.
—Janie—dijo formal, ofreciéndome su mano para ayudarme a parar.
La tomé, más para el deleite de todos los demás en el círculo. Max
parecía estar jugando, así que también lo hice. Me di la vuelta y les hice un
guiño mientras él cerraba la puerta detrás nosotros. Eso desencadenó un
frenesí de abucheos.
—Siete minutos —gritó Kayleight a través de los gritos—. Contando.
En el oscuro silencio, un temblor sacudió mi cuello y mi columna. Me
recordé que estaba sola con Max todo el tiempo. Pero las expectativas
irradiaban desde el otro lado de la puerta, alterando nuestra dinámica
incluso antes de hablar.
—Espera, hay una luz lateral —susurró. Quité el flequillo de mi cara,
solo para hacer algo con mis manos, mientras luz apareció sobre mi
cabeza. No era un armario, pero si un espacio pequeño y sin acabar con
piso de cemento y estantes con decoración para navidad. El calentador
de agua resonaba en la esquina. Me presioné contra el estante detrás de
mí, mirándolo.
—Obviamente nosotros no…—comenzó Max.
—Lo sé. —Crucé los brazos.
—Bien. —Asintió decisivamente—. Definitivamente no.
Traté de reír, pero sonó chillona y desigual.
—Sí, obviamente eso sería… ya sabes, arruinaría nuestra amistad. —
Me reí de nuevo.
—Correcto. De todas formas es aburrido que estemos jugando esto.
Hubo unos momentos de silencio. En realidad, probablemente fueron
cinco segundos, pero se sintieron como cinco minutos. Cinco insoportables
minutos de una pulsante y bochornosa incomodidad. Afuera, podía oír a
las personas intercambiando historias sobre los peores besos. Me forcé para
escuchar a Tessa contando la historia de la lengua de lagarto.
—Entonces —dijo Max—. ¿Quién fue tu primer beso?
Pensé por un momento. —Brian Marburg, sexto grado. Salimos por
dos días. Ah, verdadero amor.
Max se rio, alzando las cejas. Eso fue todo lo que se necesitó para
relajarme. Éramos solo nosotros.
—¿Y tú?
—Técnicamente, Lauren —dijo, haciendo un gesto hacia la puerta
cerrada—. En quinto grado. Ella estaba en sexto, esa asalta cunas.
—De ninguna manera.
—Sí. Por supuesto, fue el experimento de una teoría científica más
que un beso. Muy frío.
Sonreí, pero ninguno de nosotros dijo nada más y apreté los brazos
sin realmente querer hacerlo.
—Está bien. —Levantó uno de los puños de la manga de su camisa—
. No te avergüences.
La sangre corría a mi cara una y otra vez aunque no me encontraba
segura del por qué.
—¿Vergüenza sobre qué? —pregunté. Pero él tenía razón. Me sentía
avergonzada y que Max lo señalara lo hacía peor.
—Sé lo mucho que me quieres.
—Ja, ja. ―Rodé los ojos dando un paso hacia adelante para
empujarlo en su hombro levemente.
—Tienes algo por los nerds y eso está bien.
—¡No lo tengo! —me reí—. Sin ofender ni nada.
Alzó las manos con desdén. —No ofensa aceptada, ya que estás
mintiendo.
—No est oy mintiendo.
—Piensas que no lo estás haciendo. —Golpea su frente con
conocimiento—. Pero te mientes a ti misma.
—Siento decírtelo en tu cumpleaños —dije—, pero no eres mi tipo.
—¿Oh? —Sonrió, levantando las cejas—. ¿Ahora tienes uno?
Me encogí de hombros. —Posiblemente.
—Sí. —Se quedó pensando por un momento—. Tu tipo es un nerd.
—Tal vez t u tipo es un nerd.
—Oh, por supuesto que sí.
Mis cejas se juntaron, pensando desde Nicolette hasta Coventry,
lindas e inteligentes, con una clase de frescura innovadora que envidiaba.
—En realidad Nicolette no parece una nerd.
—Lo es. Pero quizá no lo suficiente. Tal vez por eso no funcionó.
—Ay, yo tampoco soy tu tipo, creo. —Quería que eso sonara
exagerado, como si todo fuera una gran broma para mí. Pero Max se veía
petulante, como si estuviera sonriéndome.
—Te encuentras muy a la defensiva sobre esto. —Observó,
inclinándose un poco más hacia mí—. ¿Entones, me estás diciendo que si
no fuera por la cuestión de “arruinar nuestra amistad”, nunca jamás
querrías estar aquí adentro conmigo?
—Eh. Prácticamente. —Lo creí cuando lo dije, aunque me dolía ser
desagradable con alguien que se había vuelto un buen amigo—. Lo siento.
—Está bien, Janie —dijo, con un movimiento de su mano—. Te
encuentras en negación.
—De acuerdo, Max —dije con sarcasmo.
Dio un paso más cerca de mí, así que su cuerpo se hallaba casi
sobre el mío. Antes de que pudiera reaccionar, puso una mano alrededor
de mi cintura y su otra mano en mi cuello. No dudó, no se detuvo. Inclinó
mi cabeza hacia él, su pulgar en mi barbilla. Oh Dios, de verdad iba a
besarme. Y en este momento, realmente quería que lo hiciera. Mi corazón
estalló como un cañón de confeti, tan ruidoso que estaba segura que él
debió haberlo escuchado mientras sus labios se movían hacia los míos. Mis
ojos se cerraron por instinto.
—Negación —susurró, cerca de mi boca. Retrocedió
inmediatamente. Alejándose unos pasos de mí. Abrí mis ojos al instante y
sonrió como si esto fuera una broma divertidísima. Dejó de ser chistoso para
mí, como las bromas solían hacerlo cuando terminaban siendo verdad. Mi
cerebro intentó recobrarse mientras mi cuerpo trataba de derretirse en un
charco sobre el suelo. Nunca en un millón de años habría creído que Max
Watson tenía movimientos. Movimientos que funcionaran.
Estaba at urdido por la risa, su cabeza hacia atrás. —Oh Dios mío, te
asustaste tanto. Guau, Janie. Tu cara. Llena de pánico.
Exhalé y puse las manos en mis caderas. Él leyó mal mi reacción por
completo, para mi tranquilidad. —En serio. Dios, Max.
—Está bien —dijo, aun distraído—. Tengo un plan.
—¿Para qué? —Mi mano encontró el borde de un estante y me
sujeté contra él.
—Nuestra audiencia.
Entrecerré los ojos. —De acuerdo…
De nuevo estiró los brazos hacia mí, esta vez solo alborotó mi cabello.
—¡Oye! —chillé, pegándole antes de que pudiera desordenar mi
flequillo.
Pero ahora Max estaba desordenando el suyo, incluso más de su
estado normal.
—¡Diez! —gritaron unas voces desde afuera—. ¡Nueve!
Miré a Max y astutamente le sonreí. Abrí el primer botón de mi
camisa.
—Bien pensado —dijo.
El conteo cont inuó, un canto cada vez mayor. —¡Seis! ¡Cinco!
Max desabrochó su cinturón así que ambas puntas se balancearon
contra sus pantalones.
—¡Dos! ¡Uno!
La puerta se abrió y fingí entrar en pánico. Volví a abotonarme la
camisa y oí el cinturón de Max tintineando mientras abrochaba de nuevo
la hebilla.
Nos encontramos con burlas y risas. Salimos del cuarto simulando
vergüenza y yo intenté arreglar mi cabello.
—Todos ustedes creen que son tan divertidos. —Morgan sacudió la
cabeza.
Max le dio una sonrisa astuta. —¿Cualquier cosa que quieras decir?
—Ustedes los chicos son unos idiotas —agregó Kayleight, riendo.
Nos sentamos de nuevo en el círculo, donde Max fue recibido con
una palmada en la espalda por parte de Tyler.
—Sabía que lo tenías en ti, amigo —gritó Ryan desde el otro lado del
círculo.
—Oh, por favor —dijo Morgan—. No pasó nada.
Ya todo el mundo sabía eso, por supuesto, y el juego terminó en
favor de los videojuegos. Pero mientras aun respiraba y participaba en la
conversación, me sentí aturdida. El movimiento en la habitación parecía
demasiado lento a mí alrededor mientras repetía lo que acababa de
pasar. Apenas podía mirar a Max, quien reía, su cabello desaliñado
cayendo sobre su rostro. Dudaba que yo realmente le gustara porque, si lo
hacía, los movimientos que hizo habrían sido muy valientes. Además, él
parecía bromear. Pero en este momento no podía deshacerlo, la
sensación de su mano en mi cintura y la forma en que mi corazón saltó
hacia el suelo y volvió a subir.
Ryan era más que una idea en mi mente y Max era una persona, mi
persona. Seguro, fantaseaba con Ryan, me imaginaba siendo su novia y
cómo sería eso. Pero era Max quien recordaba todo lo que alguna vez le
dije, Max quien se veía constantemente encantado cuando lo hacía reír,
Max quien me observaba desde el asiento del conductor cuando
hablábamos, hora tras hora en su auto. Podría captar el sonido de su risa
en el pasillo ajetreado. ¿Cuándo lo había memorizado tan
completamente? Las mangas de su camisa enrolladas, su caminar
desenfadado y la forma en que masticaba la uña de su pulgar cuando
algo realmente lo desconcertaba. Todo se mostraba como un montaje en
mi mente, Max a mi lado todos estos meses.
Me había visto reflejada en sus gafas cientos de veces, mi propio
rostro sonriendo, interesada, cómoda en su presencia. ¿Cómo no lo vi?
Quizá mis sentimientos por Max estuvieron ahí todo el tiempo,
escondidos por los escombros de mi enamoramiento por Ryan Chase que
de alguna forma quedaron atrás. Me enfoqué en reconstruir los restos de
mi antigua vida cuando en vez de eso debí haber limpiado mi camino
para salir. Y ese camino guiaba directamente hacia Max.
Por el resto de la noche, me encontré observando a Max, sus sonrisas
y reacciones, y la forma en que su rostro se iluminó cuando se inclinó hacia
adelante para soplar las velas de su pastel. Se veía sonrojado por la
excitación, las voces de sus amigos hacían eco contra las paredes en una
interpretación dulce de “Feliz Cumpleaños”. Él se rio a carcajadas cuando
notó el glaseado con la forma de la nave Firefly y nos miró a Ryan y a mí.
Mis labios formaron una sonrisa al tiempo que nos introducíamos en el verso
final de la canción.
―¡Pide un deseo! ―dijo Morgan mientras Max respiraba
profundamente.
Las llamas se apagaron.
―¿Qué pediste? ―molestó Kayleight.
A través del camino de humo de las velas, busqué su rostro para
identificar, por cualquier signo, lo que sería el deseo de Max Watson. No le
dio a Kayleight una respuesta, o siquiera una mirada, pero su boca se alzó
en una sonrisa de satisfacción. Y en ese momento, me encontré esperando
que su deseo hubiera sido yo.
18 Traducido por CrisCras
Corregido por Janira

En las semanas siguientes, no me encontraba segura de cómo


actuar en torno a Max. Las frases se enredaban en mi cerebro, y
constantemente tartamudeaba cuando le hablaba. Vimos Indiana Jones
en su casa —y… bueno, fue impresionante— pero mi corazón latió el doble
de rápido durante dos horas. Incluso cuando su madre se sentó con
nosotros a ver el final.
Se cobró el maratón de Firefly que le prometí, y Tessa lo vio con
nosotros por genuino interés. Nos encontrábamos todos aparcados en el
sofá de la casa de Max cuando oímos una voz.
—Hola, hola —dijo alguien desde la puerta que conducía al garaje.
Ryan entró, pareciendo relajado y con un propósito hasta que nos vio a
Tessa y a mí. Con Firefly todavía a todo volumen en la televisión.
—Oh, hola damas —dijo. Sus ojos encontraron la televisión—. De
acuerdo, ¿qué sucede aquí?
—Educación de ciencia ficción en su máxima expresión.—dijo Max.
Tenía que admitirlo, el montaje del mundo del programa era
impresionante, con personajes bien definidos y bromas magistrales.
—Oh, Dios mío —dijo Ryan, moviendo la mirada entre Tessa y yo—.
¿Son retenidas aquí contra su voluntad? Parpadeen dos veces si son
rehenes.
Ryan se quedó dormido en un asiento reclinable mientras nosotros
continuábamos nuestra maratón. Después de tres episodios, Max detuvo el
programa y se volvió hacia mí. —De acuerdo. Un veredicto temprano del
programa.
—Bueno —dije—. Tiene pobres desvalidos, un entorno a gran escala,
momentos de personajes misteriosos y un gran humor sustancial.
—En otras palabras —dijo—. Te encant a. Firefly es tu vida ahora.
Le lancé un cojín mientras Tessa se reía. —Simplemente pulsa
reproducir.
A medida que los días pasaban, planteé posibles escenarios en mi
mente una y otra vez, cuando me encontraba tumbada en la cama por la
noche o soñando despierta en clase. Pero lo sabía profundamente en mis
entrañas: no podía hacer nada al respecto, incluso aunque sospechaba
que podría sentirse igual. Max era, simplemente, tan intimidantemente real.
Ya lo conocía mejor de lo que alguna vez conocí a Aaron. Si saliéramos, no
habría ninguna cita vacilante del tipo “llegar a conocerte”. Me había visto
molesta y en chándal durante los fines de semana. Ya conocía muchos de
mis secretos. Así que, ¿nosotros juntos? Sería intenso de forma inmediata.
Incluso serio.
Aun así, edité mi plan por tercera vez: 3. Cit a(RC).
Toda la idea parecía tonta y superficial ahora. Me gustabaRyan del
modo en que me gustaban los artículos de revistas de moda —chicas en
faldas, con piernas larguísimas y tacones altos—, las que te hacían pensar:
Qué hermosa. Desearía que esa pudiera ser mi vida. Ryan Chase era mi
collage de octavo grado, un conjunto de aspiraciones e inocencia. Pero
Max era el primer bocado de queso a la parrilla en un día de nieve, el
buen ajustede mis pantalones favoritos, esa vieja canción que entra en
cada lista de reproducción. Galletas de mantequilla de cacahuete de las
Chicas Exploradoras en lugar de un pastel adornado. Nada glamoroso,
idealizado o complicado. Solo yo.
Además, nunca me dio ninguna razón concreta para pensar que
éramos más que amigos. Tal vez eso es todo lo que yo era para él, y
estaba extrapolándonos en un territorio totalmente ficticio. Interpreté cada
comentario, cada mirada, cada nota en un avión de papel en clase.
Honestamente, no podía recordar qué pensaba al respecto antes de que
conociera a Max Watson.
—Entonces —dijo. Caminábamos por el pasillo juntos después de la
escuela, yendo hacia su auto para ir a un juego de QuizBowl—. Tessa y yo
vamos a comprar entradas para otro concierto de TheCarmichael. No es
hasta junio, pero creo que realmente te gustaría la banda. Quiero decir, si
no estás en la Universidad de Nueva York, aunque sigo creyendo que sí lo
estarás.
—Tendría que preguntarle a Tessa —dije—. Es particular acerca de
quién puede acompañarla a conciertos. Odia cuando la otra persona no
conoce la música, dice que la distrae. TheCarmichael es como su fuerte, y
no siempre lo tengo permitido.
—Yo podía conseguir que entraras con ella —dijo, con una confianza
medio en broma—. Conozco el golpede puerta secreto.
Giré la cabeza para sonreírle, pero fui distraída por el sonido de
plástico golpeando el suelo junto a mi pie izquierdo, un bolígrafo con una
tapa mordisqueada.
—Oye —le dije al tipo enfrente de mí, encogiéndome cuando recogí
el destrozado bolígrafo—. Dejaste caer esto.
El chico se dio la vuelta. Era StonerJosh en una sudadera negra
holgada, parpadeando hacia mí con ojos inyectados de sangre.
—Menos mal —dijo, cogiendo el bolígrafo—. Ese es el único que
tengo. Gracias, Chica Gramática.
—Oye —espetó Max, volviéndose hacia Josh—. Su nombre no es
Chica Gramática.
Mi rostro se sonrojó, atrapada entre la vergüenza y el afecto. Max
bajó la mirada hacia Josh, que se vio claramente sobresaltado por la
confrontación.
—Uh —dijo, mirando hacia mí antes de alejarse por el pasillo—. Lo
siento.
—Su nombre es Janie —gritó Max detrás de él—. JAI-NIE.
—¡Gracias, Janie! —dijo StonerJosh por encima de su hombro.
—Te odio. —le murmuré a Max.
—Seguro que lo haces.
Crucé los brazos. Permaneció allí de pie, unos pocos pasos por
delante de mí, esperando a que le alcanzara. Lo ponderé en mi mente por
milésima vez: el aleteo en mi pecho versus la dolorosa posibilidad de
destruir nuestra amistad.
E incluso aunque rodé los ojos, caminé hacia donde se encontraba.

—Esto se hallaba realmente bueno —proclamó Cameron,


arrebañando su plato—. Me llené.
—Grazie —dijo mi padre, fingiendo un afectado acento italiano
mientras hacia una reverencia. Como de costumbre, ya se encontraba
encorvado sobre el fregadero, frotando los platos.
Sacudí la cabeza ante su dramatismo, saboreando el último bocado
de su pollo tetrazzini.
—¿Por qué no vino mamá? —Cameron mordió otro palito de pan,
aparentemente no tan llena como decía.
—¿No puedo tener una noche solo con mis chicas algunas veces? —
preguntó.
—Por supuesto que puedes. —dije.
—Sabes lo que quiero decir —dijo Cameron—. Estoy, como,
acostumbrada a que est és allí la mayoría del tiempo. Parece extraño venir
aquí sin mamá.
—Bueno —dijo papá—. Le viene bien un tiempo a solas.
Hubo una pausa mientras le tendía mi plato a mi padre. Dejé mis
cubiertos en el lavaplatos.
—Así que —dijo Cameron con la boca llena de palitos de pan—,
¿crees que tú y ella sevolverán a casar?
Me encogí tanto por su uso de los pronombres como por su
franqueza.
—¡Cameron! —dije, disparándole la mirada más desdeñosa de mi
repertorio.
—¿Qué? —se burló de mí—. Es una pregunta legítima.
Aprecié la palabra, rara como era para ella.
—Papá, no tienes que responder a eso. —dije, regresando a la mesa
para recoger los vasos. Le di un manotazo en el brazo a mi hermana
mientras pasaba. No quería que mi padre se sintiera en el punto de mira,
pero más importante, no me hallaba lista para oír su respuesta.
—No, está bien —dijo mi padre. Su voz sonó relajada, pero mantuvo
los ojos fijos en la sartén que tenía delante, frotándola vigorosamente—. La
respuesta es que no tengo ni idea.
Suspiré con alivio, porque esa era la única respuesta que podía
manejar. Si hubiera dicho que no, me habría preocupado que estuviera
dándole falsas esperanzas a mamá. Pero tampoco me encontraba lista
para oírle decir que sí, poco dispuesta a imaginar que otro certificado de
matrimonio firmado podría terminar en un segundo conjunto de papeles
de divorcio.
—Creo que deberían. —dijo Cameron.
—Cameron, en serio. —Siseé.
—¿Qué? Solo le dejo saber que no tengo ningún problema con eso,
incluso si ot ra persona lo tiene. —Me lanzó una mirada feroz, en caso de
que hubiera alguna duda de que yo era la ot ra persona.
—Cami —dijo mi padre—. Tranquilízate. Tu hermana se encontraba
allí en algunas cosas que tú eres demasiado joven para recordar. Se ha
ganado su escepticismo.
Cameron pareció atónita, como si esto fuera información nueva. No
debió haberme creído cuando le dije lo mismo meses antes, y resopló en
su asiento. —Es tan injusto que todo el mundo en esta familia sepa qué
sucedió y, aparentemente, yo no.
—Bueno, el divorcio fue mayormente culpa mía —dijo papá. Fue
como si hubiera estado esperando para decir esto todo el tiempo, como si
supiera que Cameron preguntaría—. Deberías saber eso.
—Papá, eso no es verdad —Me volví hacia Cameron—. No lo es.
—No, está bien, Paige. Cameron debería saber —dijo,
desestimándome con una mano enjabonada. Colocó un vaso bocabajo
en el lavaplatos, limpiándose la frente con la manga—. Yo era joven e
inmaduro. Fue antes del problema de mi columna, y tenía celos del éxito
de tu madre en el periodismo. Me sentía inadecuado porque ganaba más
dinero y porque era mejor madre que yo. La excluí.
—Papá, vamos —dije. Odiaba verlo de esta manera, la persona más
sociable que conocía mostrándose introspectiva. Claro, era introspectivo
respecto a su columna, pero en una forma bromista y autocrítica—. No
quieres decir eso.
—Me temo que sí, niñas —nos sonrió, pareciendo sorprendentemente
aliviado—. No me siento orgulloso de ello, pero hay una razón por la que
siempre he sido el “poli bueno”.
—Sin embargo, eres un padre genial. Un padre divertido. —dijo
Cameron.
Papá sonrió. —Gracias, niña. Pero no debería haber atascado a tu
madre con todas las normas y disciplina de la paternidad.
—Oye, ¿papá? —Empecé. Después de la inquisición de Cameron,
sentí culpabilidad al continuar interrogándolo intensamente. Pero siempre
me lo pregunté, especialmente ahora que encontró autoconciencia.
—¿Sí?
—¿Alguna vez fueron a terapia de pareja? —pregunté.
—Tu madre quería hacerlo, pero yo no iría —admitió. No esperaba lo
que dijo después—. Pero he estado viendo un terapeuta durante el último
par de meses.
Los ojos de Cameron se ensancharon. —¿Te encuentras bien?
—Por supuesto que me encuentro bien —dijo. El lavaplatos zumbó
cobrando vida, añadiendo algo de ruido de fondo muy necesitado a esta
conversación—. Solo quería tomar cada precaución posible para no
arruinar las cosas con su madre otra vez.
—¿De verdad? —pregunté.
—Síp —dijo, guiándome un ojo—. ¿Crees que descubrí todo eso de
“celoso de su éxito” y “poli bueno” por mí mismo?
Me senté completamente inmóvil, atónita por la revelación de mi
padre: la persona que se hallaba más preocupada porque su relación
fallara era mi papá, no yo. Todo este tiempo pensé que era la única que
veía esto como una zona peligrosa, un saliente vertiginoso entre el pasado
y el futuro.
—Escuchen, chicas —dijo finalmente—. Nada es más importante
para mí que hacer lo correcto para ustedes y su madre. Pero las relaciones
no son perfectas, ni una sola, y eso incluye a su madre y a mí. La diferencia
es que estoy luchando por nosotros en esta ocasión.
No me hallaba segura de qué esperar después. Tal vez la música
instrumental que suena al final de las comedias familiares, donde la moral
de la historia es revelada. Tal vez un abrazo en grupo. En cambio, mi
teléfono hizo una estridente secuencia de pitidos, anunciando un mensaje
de texto.
—Lo siento —murmuré, alcanzando mi mochila en el suelo.
K y E rompieron, decía el mensaje abreviado deTessa. Mi casa.
Ahora.
—¿Todo bien? —preguntó mi padre.
—Mmm. En cierto modo. Kayleightiene una crisis por ruptura en casa
de Tessa.
—Auch —dijo mi padre—. ¿Tienes que dirigirte hacia allí?
—Se supone… no quiero interrumpir el tiempo en familia.
—Oye —dijo—. Kayleigh también es familia. Si te necesita, tienes que
ir.
No pude evitar sonreírle, pensando que hay una diferencia entre
“poli bueno” y “buen corazón”. Sabía exactamente cuál era papá.
Para cuando llegué a casa de Tessa, el rostro de Kayleigh se
encontraba ya hinchado por llorar. Tenía el pelo recogido en una coleta
desordenada, con mechones salvajes enmarcando su cabeza. Incluso más
preocupante, llevaba una camiseta blanca y pantalones de yoga negros.
Kayleigh, en todos los años que la conocía, nunca se había visto tan poco
arreglada. I ncluso llevaba maquillaje durante la clase de gimnasia, con
zapatillas de deporte que combinaban con su sujetador de deporte.
—Finalment e —dijo Kayleigh cuando entré por la puerta lateral—.
Aquí tienes la versión resumidade un libro llamado La vida de Kayleigh
apest a: Rompimos.
Hay dos razones para tener las reuniones de crisis en casa de Tessa.
La primera: Tessa acumulaba comida chatarra como si se estuviera
preparando para un apocalipsis de azúcar. La segunda era que, sin padres
alrededor y la abuela McMahon rápidamente dormida sin audífonos,
podíamos jurar hasta por los codos.
Tessa había sacado la artillería pesada para comilonas emocionales:
un paquete de Oreos, dos rollos abiertos de masa de galletas, tres tipos de
helado y un bufet de toppings. Kayleigh sostenía una gran cuchara,
haciendo blandiéndola como un cetro de metal mientras hablaba sobre
su relación post mórtem.
—Sé que siempre oyen hablar sobre lo horrible que es un corazón
roto —dijo con la boca llena de helado—. Pero en serio, duele físicamente.
Ninguno de mis amigas había experimentado una gran ruptura
antes, y no me encontraba segura qué se suponía que debía decir.
Mientras tanto, me concentré en no dedicarle La Mirada. Se merecía algo
mejor. Me aventuré a hacer una pregunta. —¿Te dijo por qué?
—¿Por qué, qué? —preguntó, sollozando.
Sonó cruel explicarlo. —Por qué rompió contigo.
—No lo hizo. Yo rompí con él.
Miré a las otras para ver si podían llenar los huecos. Morgan se
mordió el labio, y Tessa se metió un pedazo de masa de galleta en la
boca, masticando pensativa. —¿Tú le cortaste? ¿Por qué?
—Porque… —Sus ojos se llenaron de lágrimas. Dejó caer su cuchara
de nuevo en el cuenco con un ruido metálico—. Porque es un idiota. Lo
cual no sabrían porque apenas lo conocen. Porque siempre quería pasar
el rato a solas o con sus amigos. Quería todo en sus términos. Porque es un
idiot a.
—Fue un gilipollas con Morgan esta noche. —Añadió Tessa.
—Oh, sí. —Kayleigh miró hacia Morgan, que llegó a estar muy
concentrada en empujar su helado de un lado a otro—. Planeé todo esto,
como, oye, deberíamos salir todos a cenar, así puedes llegar a conocer a
Morgan. Pero trajo a uno de sus amigos y pasó todo el tiempo hablando
con él. Tuve una maldita epifanía en medio del restaurante, como…
realmente no le importo. Si le importara, también le importaría la gente que
me importa. ¡Querría conocerlas! No puedo creer que no lo asocié antes.
Era como si lo siguiera con lo que sea que quisiera porque es mayor y, en
cierto modo, fuera de mi alcance.
—Nadie está fuera de tu alcance. —dijo Morgan con fiereza.
Kayleigh se metió más helado en la boca mientras yo buscaba a
tientas mis próximas palabras. Tessa me disparó una mirada con las cejas
alzadas, pero no tenía ni idea de qué intentaba decirme. Seguí buscando,
aterrizando finalmente en otra pregunta espinosa. —Entonces, ¿no
deberíamos estar como… felices? ¿Respecto a la ruptura? ¿Si era tan
idiota?
—Est amos felices —dijo Kayleigh miserablemente—. Pero también me
siento molesta porque desperdicié mi tiempo. Y me siento avergonzada
porque lo veía como un tipo fantástico cuando no lo es en absoluto.
—Exceso de compensación —comentó Tessa. Pretendía parafrasear,
no condenar, pero Morgan le lanzó una mirada de advertencia de todas
maneras—. Espera. ¿Le cortaste en el restaurante esta noche?
¿Inmediatamente después de tu revelación?
—Sí —Kayleigh sorbió por la nariz—. Porque, como que, una vez que
me di cuenta que trató a Morgan de esa manera, me di cuenta de que
me trataba de esa manera la mitad del tiempo, a menos que estuviéramos
a solas.
—Fue fantástico —dijo Morgan—. Salieron del auto, hablaron durante
un minuto, lo besó en la mejilla y se alejó. Oh, Dios mío, la mirada en su
cara, pavoneándose al alejarse. Impresionante.
—Fue, en cierto modo, impresionante —Kayleigh se secó los ojos—.
Pero aun así me encuentro disgustada. De acuerdo. Necesito comer más
masa de galletas y ver una película o algo.
—¿Gurú de la televisión? —preguntó Morgan, volviéndose hacia mí—
. ¿Qué prescribes?
—Sexo en la ciudad —dije—. Sin duda.
Kayleigh se quedó dormida en el sofá en cuestión de quince
minutos, agotada por el duelo de sus expectativas. Mientras dolía observar
a una de mis mejores amigas sentirse tan mal, me alegraba de tenerla de
regreso. Se sentía bien, nosotras cuatro, como un equilibrio restaurado.
19 Traducido por Mire
Corregido por AgusHerondale

Teniendo en cuenta mi fobia a ahogarme, el Whitewater Lodge era


mi peor pesadilla. Añade la necesidad de un traje de baño y el Whitewater
Lodge era mi infierno personal.
Cada abril, el último viernes antes de las vacaciones de primavera, el
Consejo Escolar de Oakhurst financiaba un viaje de campo. Los
estudiantes del cuadro de honor llegaban a perderse un día de clases
para una excursión semi educativa conocida como Excursión de Honores.
El nombre sonaba oficial, pero el evento en sí mismo realmente no lo era.
Fuimos a Kings Island mis primeros dos años de escuela secundaria. El
Sr. Varp nos daba unos quince minutos de conferencia a medias sobre la
física de las montañas rusas antes de dejarnos libres por todo el día. La
Excursión de Honores era la única razón por la que Kayleigh se arrastraba a
sí misma al grupo de estudio de matemáticas todas las semanas desde el
primer año.
Este año, debido a los recortes presupuestarios, La Excursión de
Honores tendría lugar en Whitewater Lodge, un parque acuático de interior
en el pueblo de al lado. Consideré ir; realmente lo hice. Pero pensé en
todos los ojos en mí, viendo mi cara mientras la gente se zambullía desde el
tobogán de agua. Pensé sobre cuántas veces iba a recibir Esa Mirada,
mientras estoy en mi traje de baño. Pensé en el agua que solía parecer
limpia y relajante, ahora era aceitosa y amenazante en mi mente. Mi
mamá me escribió una nota de excusa e incluso se ofreció a dejar que me
quedara en casa por el día.
Aunque me daba vergüenza que la gente pudiera notar mi
ausencia, era bueno tener un día libre. Dormí, comí un gran desayuno y
tomé una larga ducha. La casa se hallaba en silencio, libre del incesante
ruido del celular de Cameron. No eran ni las dos cuando el timbre de la
puerta sonó y casi salté de mi silla de lectura.
Mi mente corrió a través de ejemplos de no asesinos en serie de
quién podría estar en la puerta en medio de un día laborable. Decidí que
era probablemente el UPS o los evangelistas de puerta a puerta,
inofensivos. Me asomé por la mirilla y vi a Max, con las manos en sus
bolsillos. Abrí la puerta.
—¡Hola! —Estaba muy sorprendida para ocultar mi emoción, incluso
si en verdad soné un poco demasiado ansiosa.
—Hola, chica. —El viento sacudió su cabello y su mano hizo un golpe
inútil para domest icarlo. Su camisa abotonada revoloteaba sobre su
pecho.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Me salté la Excursión de Honores porque estoy enfermo. Tos-tos. —
Me dio una sonrisa irónica—. No me gusta ser visto junto a Ryan en un traje
de baño.
Sonriendo, me apoyé en el marco de la puerta y el aire fresco
golpeó mi cara. Tomé una respiración profunda.
—Hace calor.
—Lo sé. —Max cerró sus ojos por un momento—. Huele a primavera.
—Es primavera. Vacaciones de primavera.
—Exactamente. —Me miró—. ¿Quieres ir a algún lugar?
Mi corazón martilló.
—Seguro.
No me molesté en preguntar si tenía algún lugar en mente. Me metí
de nuevo en la casa para dejarle a mi madre una nota, escribiendo un
genérico: “Regreso pronto.” Esta era la misma nota que dejaba cada vez
que iba donde Tessa y esperaba que asumiera que ahí es donde fui. Ella se
encontraba conduciendo a un par de horas de distancia para entrevistar
a alguien para la revista, así que tenía un poco de tiempo. Si se enteraba
de que me fui sin su permiso, estaría castigada hasta la graduación. Antes
de que pudiera cambiar de parecer sobre salir, tomé mi bolso, cerré la
puerta y seguí a Max a su coche.
Condujo con las ventanas abajo y mi cabello se azotaba a mí
alrededor. En verdad olía a primavera, como a tierra y tormentas de lluvia,
él tomó las carreteras secundarias a toda velocidad. Inhalé,
eventualmente cosquilleando en mis pulmones. En ese momento me
encontraba libre de preocupaciones sobre mis padres, mi hermana, mi
abuela, todo. Quería extender mis brazos fuera del techo corredizo, como
volando.
—¿Vamos a algún lugar específico? —El viento rasgaba por las
ventanas y le grité para que me pudiera oír—. ¿O solo estamos
conduciendo?
—A algún lugar específico —respondió.
Me pregunté dónde se hallaba algún lugar. Me pregunté si esta era
una cita. Me pregunté si él había planeado todo esto y qué significaba.
Pero sobre todo, me pregunté si una persona realmente podría reventar de
tantos sentimientos a la vez.
Estábamos todavía en las carreteras rurales, más allá de cualquier
área que reconocía. Finalmente, Max giró en un camino de grava y
aparcó el coche.
—Estamos aquí —anunció. Aquí parecía ser un campo de pasto
silvestre, por encima de una valla de madera desvencijada. Salí del coche,
mirando alrededor y por la razón por la que podríamos estar aquí.
Max sacó una manta del asiento trasero e hizo un gesto para que lo
siguiera.
—¿Vas a matarme? —dije con cara seria, esperando hacerlo reír.
Él se rió mientras sacudía su cabeza.
—Vamos.
Tirándose a sí mismo en la valla, Max pasó la pierna por encima y
aterrizó en el otro lado. Lo seguí a través de la hierba alta hasta que
salimos en un amplio círculo despejado donde toda la hierba se
enmarañaba abajo.
—Está bien —dije—. ¿De qué se trata esto?
—Esto —dijo—, se trata de aviones.
—Aviones.
—Síp.
Max dispersó la manta en el suelo y se acostó antes de que la brisa
pudiera levantarla lejos. Me acosté a su lado y respiré hondo. Casi podía
escuchar las palabras susurrantes entre los árboles: verano, verano, verano.
Y entonces, fui muy consciente de que estaba acostada, a centímetros de
Max. Eso fue suficiente para empujar mi ritmo cardíaco en un staccato
nervioso.
—¿Qué estamos esperando? —Las palabras quedaron suspendidas
en el aire por un momento y me pregunté si él sabía lo que quería decir.
Todavía iba de puntillas, sin atreverme a cruzar la línea de amistad.
—Magia —dijo—. En cualquier momento.
El viento se agitaba a través de la hierba y cuando se establecía, el
mundo entero se hallaba en silencio. Me quedé mirando las nubes
brumosas oscureciendo la mayor parte del cielo azul. Mi estómago se
tensó con expectación. Y luego lo escuché, en la distancia, un ruido bajo,
construyéndose y construyéndose. Por encima de nosotros, un avión
atravesó el cielo, el sonido casi ensordecedor en mis oídos.
Di un grito ahogado, mirando el lado inferior metálico del avión, que
parecía estar flotando justo encima de nuestros cuerpos. Casi tan pronto
como procesé lo que estaba sucediendo, la cola del avión se perdió de
vista y el sonido se encontraba desvaneciéndose, luego distante y después
desapareció. Ninguno de los dos se movió. Mi audición confusa,
reajustándose al relativo silencio.
—Ya sabes —dijo Max—, un Boeing 747 puede llegar a pesar hasta
ochocientas mil libras en el despegue.
Max Watson, rey del romance. Comentarios como estos lo
consolidaban: él me veía como a una amiga. Lo miré, deseando que su
expresión facial explicaría por qué dijo eso. No fue así. Seguía mirando
hacia el cielo con una mirada de incredulidad en su rostro.
»Pero vuela —continuó. Se giró hacia mí, como si me estuviera
enseñando una información nueva—. Es bastante improbable, cuando
piensas en ello. Estamos tan acostumbrados a ver los aviones, pero hay
algo en ellos que desafía la razón. No pensarías que eso podría suceder.
—Supongo —dije, sentándome. Tenía que admitirlo, ver un despegue
de cerca hacía parecerlo surrealista.
Max rodó sobre su costado.
—Pensé que podrías querer verlo. Debido a... ya sabes... cómo eres.
—¿Disculpa? —Levanté una ceja.
—Escéptica —dijo—. Una realista.
No pude ocultar mi ceño fruncido.
—Dices eso como si es una mala cosa.
—Sabes a lo que me refiero.
—No.
Él suspiró.
—Quiero decir que siempre estás preparándote para lo que es más
probable que suceda, en lugar de esperar por lo que más quieres que
suceda.
Cuando has sido sorprendida por el dolor, tiendes a imaginar lo peor
en todas las cosas. Parecía más fácil prepararse para las malas noticias de
una manera que no podía con Aaron. Solo no me había dado cuenta de
que lo estuve haciendo con todo. Max no parecía darse cuenta de mi
atónita autorreflexión.
»De todos modos, tendremos que regresar en el verano, cuando las
luciérnagas salen —dijo Max, estirando los brazos detrás de su cabeza
mientras se recostaba—. Levantando la mirada, apenas puedes distinguir
la diferencia entre las luciérnagas y las luces del avión y las estrellas. Ligeras
manchas de luz en todas partes. Es irreal.
Así que Max nos veía pasando el rato, solo nosotros, este verano. Un
punto en la columna “más que amigos”. ¿Ves? Podía esperar por lo que
más quería que sucediera.
—Oye —dije—. Pregunta. ¿Por qué no fuiste hoy?
—Um, ¿honestamente? —Se movió de nuevo a su lado, frente a mí
de nuevo. Mi corazón giró en círculos, frenético con la idea de que tal vez
abandonó la Excursión de Honores solo para estar aquí conmigo—. Porque
mi papá se puso en contacto conmigo ayer. Quiere verme, etcétera.
Mi corazón se detuvo.
—Oh Dios mío.
Rodó los ojos.
—Lo hace casi todos los años, unas pocas semanas después de mi
cumpleaños. Tal vez se siente culpable. Quién sabe. Pero este año, está
bajo mi piel porque...
Me quedé quieta y en silencio, simplemente observándolo mientras
se detenía para morderse la uña del pulgar.
»...porque tengo diecisiete ahora. Y él tenía diecinueve cuando yo
nací. Se está haciendo más difícil negar que él era básicamente un niño.
De todos modos, me dirigí a la escuela, pero simplemente no pude entrar
en el autobús hacia el parque acuático. Necesitaba un día tranquilo.
Me sentí aliviada de que ya no me encontraba acostada sobre la
manta. Era demasiado tentador presionarme cerca de él. Estar tan
conectados pero sin tocarnos se sentía incongruente. Y se veía tan perdido
y solo, en ese momento.
—Así que, ¿crees que lo vas a ver? ¿A tu padre?
—Nop. Aún no estoy ahí —dijo. Nos sentamos allí por unos momentos
en silencio porque, en realidad, ¿qué podía decir a eso? Max me dio una
sonrisa casi contraproducente—. De acuerdo. Basta de mi drama.
Entonces, ¿por qué no fuiste t ú hoy?
Aparté mi flequillo de mi cara. Por supuesto que se lo diría después
de lo que acababa de decirme.
—Debido a Esa Mirada.
—¿Qué mirada?
—Los rostros que la gente habría hecho cuando verían a la novia de
Aaron Rosenthal en una piscina, donde las oportunidades de ahogamiento
abundan.
Max asintió, procesando esto.
—Es una pérdida-pérdida —continué—. O me siento fuera de la
piscina, como lo habría hecho y todo el mundo siente lástima por mí. O me
hago valiente y entro, entonces todo el mundo me mira fijamente,
preguntándose si estoy pensando en Aaron.
—Nadie pensaría eso —dijo Max, como si él pudiera haberlo
sabido—. ¿No te habrías metido?
No quise exactamente admitir esa parte.
—No. Yo no... no puedo... nadar más.
Max se sentó ahora, con las piernas cruzadas sobre la manta.
—No sabía eso.
Me encogí de hombros.
—Tengo una pesadilla recurrente sobre ahogarme. Al parecer es
bastante normal, una especie de cosa postraumática.
Podía sentirlo mirándome, trabajando a través de algo por unos
momentos.
—¿Es así como piensas de ti misma? ¿Como la novia de Aaron
Rosenthal? Eso es lo que dijiste, antes.
—Ja —dije—. No. Pero para todos en la escuela, lo soy.
—No para mí.
—Bueno, no estabas en la escuela cuando sucedió.
Evadió esa.
—¿Por qué nunca hablas de él?
Sus ojos leían los míos como las líneas de un libro, de izquierda a
derecha y viceversa, buscando y tuve que apartar la mirada.
—Estás lleno de preguntas hoy.
—Te he traído a mi lugar secreto —dijo, señalando alrededor de
nosotros—. Siento que me debes un secreto o dos.
—No conocía a Aaron tan bien —admití. Esta era una frase que
decía en mi cabeza todo el tiempo, pero casi nunca en voz alta—. Más de
mi vida ha sido afectada por su ausencia que por su presencia y esa es
una cosa extraña con la que tratar.
Max asintió, el viento alborotando su cabello.
—Lo conociste por unos meses, pero has tratado con su muerte
durante mucho más tiempo.
—Exacto —dije—. Él, um... me cambió, completamente. Pero fue su
muerte lo que hizo eso, no su vida. Serán dos años en julio, dos años
lidiando con toda esta zona gris. La mitad de la escuela secundaria. Casi
una octava parte de toda mi vida.
Él me miró y empujé un mechón de cabello alborotado detrás de mi
oreja.
—Piensas mucho en eso —dijo—. Lo suficiente para hacer los
cálculos.
Asentí.
»¿Cuándo crees que estarás bien?
—¿Qué te hace pensar que no lo estoy? —Era tan cuidadosa en
parecer bien para el resto del mundo, cuidadosamente disimulado por mi
máscara de est oy bien. Pero Max vio más que eso, vio las grietas bajo la
superficie.
—No fuiste hoy. Todavía temes ahogarte, todavía sueñas sobre ello.
No estaba equivocado, pero sentí la necesidad de defender mis
esfuerzos. Porque me encont raba haciendo esfuerzos.
—Sí, bueno. Está en mi lista. Voy a tratar de nadar de nuevo.
Eventualmente.
—¿Tienes una lista?
—Son solo algunas de las cosas que he estado tratando, para
ayudarme a seguir adelante. —Apreté los labios. Había un miedo de que
triunfaba el ahogarme, el único miedo que nunca dije en voz alta—.
Quiero decir, lo he superado, como, como, un novio. Pero no he superado
su muerte. Él tenía quince años. Eso nunca va a estar bien. Y por eso tal vez
tampoco nunca estaré bien.
Sin levantar mi mirada hacia Max, sabía que sus ojos se hallaban en
mí. Bajé la mirada a mi regazo, esperando que dijera algo. Había una
parte de mí que quería levantar la mirada, para esperar por lo que más
quería que sucediera, pero no era el momento. No podía dejar que una
conversación sobre Aaron se dirigiera a algo con Max. Los necesitaba estar
separados.
Nos sentamos en silencio por un momento más, mis manos húmedas.
Pero sabía que era hora de decirlo en voz alta, una última, oscura verdad
sobre el día en que Aaron murió.
—La parte que no puedo superar —dije—, es la que las personas que
estuvieron allí, dijeron que Aaron jugaba en el borde del barranco. Y
dijeron que saltó. Pero ¿qué si no lo hizo? ¿Y si se hallaba bromeando y se
cayó?
Max frunció el ceño.
—¿Importa? Quiero decir, no hubiera...
—¿Terminado en lo mismo? Sí. —Me quedé mirando la hierba,
todavía evitando los ojos de Max—. Pero lo que me importa, es si se trató
de un salto o una caída.
—¿La diferencia es...?
—La elección —dije—. Caerse implica que es involuntario. Un salto es
intencional. Solo lamento que no supe con seguridad que fue lo último.
Quiero creer que se sentía feliz mientras golpeaba el agua. No sorprendido
o asustado.
No había nada que Max, ni nadie, pudiera decir para asegurármelo
de cualquier manera. Era algo que discutí en terapia, extensamente.
Había aceptado que esta pregunta se quedaría dentro de mí, tal vez para
siempre, y que tendría que estar bien. Pero aun así, como todo lo demás,
se sentía mejor decirle a Max.
—Está bien —dijo, poniéndose de pie—. Vámonos. Tenemos que
hacer una parada más.
20 Traducido por florbarbero& NnancyC
Corregido por Itxi

Esperaba que Max nos llevara a un restaurante para comer o tal vez
condujera a Alcott para pasar el resto de la tarde leyendo y bebiendo
café. No esperaba que nos dejara en el estacionamiento de la YMCA.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté, saliendo del auto.
Max giró las llaves alrededor de su dedo. —Ya verás.
—No he estado aquí desde que era pequeña —divagué mientras
entrabamos en el edificio—. Para las clases de natación.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo que hacíamos allí.
—Max —susurré agarrando su brazo antes de que pudiera abrir la
puerta—. ¿Por qué estamos aquí?
—Sólo quiero que veas la piscina —dijo—. Tal vez sumergir las piernas
dentro.
Eso parecía bastante razonable, pero no me gustó. En las gafas de
Max, pude ver mis cejas totalmente fruncidas, tratando de confiar en él.
Debió saber mi decisión, porque abrió la puerta, y lo seguí dentro.
—No soy un miembro —dije en un último esfuerzo.
—Yo si —dijo Max, saludando a la persona en la recepción.
—Oye, Max —dijo el chico.
—Oye, Gus —dijo Max—. ¿Piscina abierta?
—Puedes apostarlo —respondió—. Pero no hay socorrista a esta hora
del día, así que ten cuidado, ¿eh?
En ese momento, golpeé el brazo de Max. Fuerte. No me hizo caso,
dando un guiño a Gus antes de dirigirse hacia la piscina. La recordaba,
vagamente, con los techos altos y paredes pintadas para parecerse a las
olas azules.
La piscina cubierta se encontraba desierta, y el agua lucía tan
quieta que podía ver las líneas perfectas pintadas en la parte inferior,
marcando los carriles de natación. El aire húmedo y el espeso olor a cloro
llenaron mi nariz y pulmones.
—De ninguna manera. —Planté los pies un poco más allá de la
puerta—. Ni siquiera tengo un traje de baño.
—Está bien. —Desde la estación de salvavidas, Max agarró una
toalla de playa grande con YMCA estampada en su esquina.
Se sentó junto a la parte más profunda de la piscina. Se quitó las
zapatillas de deporte, se arremangó los pantalones y deslizó sus piernas en
el agua. Detrás de él, crucé de brazos, intentando echar raíces en el suelo
de cemento.
—¿Ves? —dijo, dando la vuelt a para mirarme—. No tenemos que
perdernos todas las fiestas de la piscina. Además, es el primer día cálido
del año. ¿Qué podría ser mejor que sumergir sus pies en el agua?
—No sumergiré los pies en el agua.
Max palmeó el azulejo junto a él, y me acerqué más. Poner los pies
en el agua no era gran cosa. Era la idea de poner mi cabeza bajo el agua
lo que avivó el fuego en mi pecho, mi fobia quemando muy dentro de mí.
Me quité mis zapatos antes de que pudiera cambiar de opinión.
Empujando mis vaqueros arriba, hundí mis piernas en el agua. Era más
caliente de lo que pensé que sería, y me sentí casi relajante, como lo hacía
antes de que asociara el agua con la muerte.
—¿Estás bien? —preguntó Max.
Asentí. Nuestras piernas casi se tocaban, y se mantuvo en silencio,
como si supiera que necesitaba un minuto.
Finalmente, le dije—: Es extraño. Se supone que debes asociar el
agua con la limpieza. Y supongo que siempre lo hice, antes de lo de
Aaron. Me encantaba nadar.
Arremolinaba mis piernas en círculos frente a mí. —Todavía es muy
raro para mí que fuera el agua lo que causó la muerte de Aaron. De
alguna manera, creo que llegué a un acuerdo con la idea de que la
muerte de alguna manera se ve ligada al agua. Como si me hubiera
traicionado, o algo así. —Oí mis palabras, mientras eran pronunciadas y lo
loco que sonaba—. Supongo que eso es raro.
—No, no lo es —dijo Max—. Me encontraba enojado con el cáncer
después de que mi abuelo murió. Era Cáncer, con una C mayúscula.
Como si fuera una persona a la que podía dar un puñetazo en la cara, si
sólo la pudiera encontrar.
En mi visión periférica, vi a Max voltearse para mirarme. Lo miré,
nuestros hombros sólo a unos centímetros de distancia.
—Deberías saltar —dijo.
—No —dije acaloradamente—. De ninguna manera.
Saqué mis pies del agua, asustada ante la idea. Me apresuré hacia
arriba, tomando unos pasos hacia atrás de la piscina. No esperé que Max
dijera eso, que me emboscara para superar el miedo después de que me
quedé en casa y no fui a la Excursión Honoraria específicamente para
evitarlo. Se puso de pie, también, volviéndose hacia mí.
—Yo sólo... te conozco, Paige. —Al oír mi nombre real, sabía que iba
en serio. Esa palabra, era más persuasiva que cualquier cosa que podría
haber dicho—. Esto es algo que puedes hacer. No tienes que perderte
cosas como lo hiciste hoy.
Tiré mi cabeza hacia atrás. —Eso no es justo. No quería hacer frente
a lo que la gente podría pensar de mí.
—Te entiendo —dijo—. Pero ya estás aquí.
Quería ser la chica que él pensaba que era. Y, aun cuando mis
manos empezaron a sudar, incluso cuando mi ritmo cardíaco galopaba en
mi pecho, quería ser la chica que solía ser.
—¿Y si pasa algo? No hay salvavidas y…
—Soy una niñera, Janie. Tengo un certificado de reanimación.
Nos quedamos allí, a centímetros de distancia, y rebotando en mis
pies. Si lo hacía, podría tildar esto. Acabar de una vez, aquí y ahora, y en
compañía de alguien que me hizo querer ser valiente.
—Está bien —le dije—. Voy a acercarme a la parte baja. Pero… no
sé si puedo saltar.
Max asintió alentadoramente. —Eso es un paso muy grande.
Me acerqué a los trampolines. Max se quedó dónde estaba, como si
me pudiera asustar. La tabla se hallaba más fría de lo que esperaba, y se
sentía gruesa contra las plantas de mis pies. Agarrando las barras de metal
con las dos manos, di dos pasos, y luego uno más. La poderosa memoria
me asaltó, llenándome de miedo. Mi cuerpo conocía la sensación, y casi
podía oler el protector solar y las paletas de helado de mis días de piscina.
Mis manos se apretaron en puños. Me quedé quieta, sin atreverme a
dar el último paso hacia adelante. Eran sólo unos diez o veinte centímetros
hasta la caída al agua, pero piezas de mi pesadilla cruzaron por mi mente.
Instintivamente, apreté los ojos cerrados, partes de una lucha submarina se
proyectaron en la parte posterior de mis párpados
—Estoy aquí —me recordó Max. Abrí los ojos. Se puso de pie a un
lado, a la espera con la toalla blanca en sus manos—. No voy a dejar que
nada malo suceda.
—Lo sé —dije, mi pulso marcando más y más alto—. Pero no creo
que pueda.
—Puedes. Dejar de mirar hacia abajo.
Negué con la cabeza, con los ojos fijos en el agua clara. Me imaginé
estar en lo profundo, atrapada como siempre estaba en mi pesadilla. El
fuerte olor a cloro flotaba en el aire, y mi estómago se volcó dentro de mí.
—Paige, no mires hacia abajo. Mírame a mí.
Incliné mi cabeza hacia arriba, lo suficiente para que mis ojos
encontraran a Max. Sus ojos permanecían fijos en los míos, mientras decía
las palabras, lentamente, así las entendía. —Oye. Ya estás allí.
Mi pecho se oprimió tanto que mis pulmones dolían. La piscina se
desplegaba alrededor de mí en todas direcciones, y el alcance me hizo
sentir mareada, como los reflejos de un caleidoscopio. Mi respiración se
volvió entrecortada, jadeante.
—No puedo —le dije, moviendo el pie izquierdo para dar un paso
atrás. Pero cuando traté de girarme, mi pie resbaló.
Antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, mi cuerpo golpeó
el agua. Mi piel ardía mientras el agua cubría mi cabeza. Traté de
reaccionar, empujar mis brazos, pero mi cuerpo permanecía paralizado
por la conmoción. La cara de Aaron cruzó por mi mente, el pánico que
debió haber sentido. Sentí el dolor que debió haber llenado sus pulmones,
la quemazón en sus ojos abiertos.
Peleé, luchando contra las paredes de agua cerrándose a mi
alrededor. Podía sentir el peso del agua encima de mí, empujándome
hacia abajo. Bajo el agua, grité, entrando en pánico al pensar en perder lo
último de mi suministro de aire.
Un brazo se envolvió alrededor de mi cintura, tirando de mí hacia
arriba, y jadeé cuando mi boca salió a la superficie. Max me empujó hacia
la escalera y me levantó hasta el primer peldaño. Agarrando las asas, me
acerqué, y subí temblorosamente hasta el cemento. Max se encontraba
fuera de la piscina justo detrás de mí. En un momento borroso, me guió
hasta una silla y envolvió la toalla de felpa alrededor de mis hombros.
Agachándose frente a mí, me preguntó—: ¿Estás bien?
—Estoy bien —mentí por reflejo. Pero mi cuerpo seguía lleno de
adrenalina, mi pecho agitado, jadeando en lugar de respirar. Sentía cada
sensación punzando en mi cuerpo, pero también totalmente entumecida
a la vez. Tiré la toalla más cerca, pero mi ropa se hallaba empapada y
pegada a mi cuerpo. Y entonces los acontecimientos de los pasados
minutos cruzaron mi mente, y cambié mi respuesta.
—No. —Trabajé para inhalar lo suficiente como para hablar—. No, no
est oy bien.
Me puse de pie, alejándome de él. Me encontraba todavía
tambaleante, y Max me atrapó por el codo. Tirando de su mano, me volví
hacia él. No llevaba sus gafas, su cabello goteaba y su ropa era por lo
menos cinco tonos más oscuros, su camisa enmarañada contra su pecho.
—Sólo porque te digo las cosas —le grité—, ¡no quiere decir que lo
sabes todo sobre mí!
La sangre corría por mis venas más rápido que el agua corriendo de
los chorros, y no podía pensar con claridad.
—Lo siento, Paige. Lo siento mucho. —Max me miró fijamente,
completamente arrepentido. Mi pulso latía en mis oídos, demasiado fuerte
y caliente.
—¡Podría haber muert o! —Escuché lo fuerte que era el tono de mi
voz, me sentía impotente. Las lágrimas llegaron, calientes en mi cara
mojada, pero no me sentía avergonzada. Sólo enojada. Max dio un paso
hacia mí, sus manos en señal de rendición, y di un paso atrás.
—No puedes tratar de arreglarme como si fuera un proyecto. —Mis
palabras rebotaban en el suelo de baldosas, haciendo eco a través de la
habitación—. Ni siquiera tienes tu propia vida resuelta, así que no es
necesario que trates de solucionar la mía.
—Hey —dijo Max bruscamente, alejándose de mí—. Sólo intentaba
ayudar.
Toqué un punto sensible, lo que generaba toda su ansiedad, lo
sabía. Pero no podía parar. —Esto no es de ayuda. ¿Cómo te sentirías si te
empujara para que veas a tu padre?
—Eso no es lo mismo. —Su voz se bajó.
—Es lo mismo, Max —le grité—. Tú no eres lo suficientemente valiente
como para verlo, y eso es tu problema. No soy lo suficientemente valiente
como para nadar o salir con alguien nuevo o irme de viaje a algún lugar
sola, pero esos son mis problemas.
Las lágrimas que caían de mis ojos nublaron mi visión. Su frente se
arrugó con ira, los ojos entrecerrados hacia mí.
—Bueno —dijo, con amargura—. Es bueno que te des cuenta que no
eres la única persona en el mundo que tiene problemas.
Mi boca se abrió, e hice un sonido gutural como alguien que fue
pateado en el estómago mientras se encontraba en posición fetal en el
suelo.
Mientras estaba sentada allí, con la boca abierta, mi corazón
doliendo, presionó su rostro entre sus manos. —Mierda. No quise decir eso,
Paige.
Demasiado tarde. Muy, muy, muy tarde. —Solo vet e.
Enterré mi cara en la toalla y sollocé. Oí los pasos de Max caminando
hacia el borde de la piscina, y miré hacia arriba cuando el sonido se movió
de nuevo hacia mí.
Dejó caer los zapatos a mi lado. —No te voy a dejar aquí.
—Llamaré a alguien para que venga a recogerme. —Con todos mis
amigos en Whitewater Lodge y mi mamá en una entrevista, mi padre iba a
ser mi única posibilidad. Pero la tomaría. Prefería esperar, temblando y
empapada debajo de esta toalla, que viajar a casa con él, en silencio.
—Paige —dijo Max—. Por favor. Déjame llevarte a casa.
Nos descarrilamos tan rápido y tan irreparablemente. Traté de
escuchar su voz de la manera que había oído antes, reverente y
emocionada por algo tan tonto como aviones. A través de la visión
borrosa, tomé mis zapatos.
Lo seguí al auto. Nos quedamos en silencio durante el viaje a casa,
mientras me sentía furiosa. Mi ropa se encontraba helada, pegada a mi
piel. Me sentía atrapada por ellas, atrapada por la toalla, por el auto, por
Max y mi propio pasado.
Cuando entró en el camino de mi entrada, me sentí aliviada al ver
que mi madre no se hallaba en casa. Podría secarme y limpiarme sin
ninguna explicación. No tenía nada que decirle a Max, y mi mano fue
inmediatamente a la manija de la puerta. Cerré la puerta detrás de mí con
tanta fuerza que resonó por todo el auto.
Me apresuré al interior: nunca dejé el coche de Max con tanta
rapidez. Divulgué docenas de secretos desde el asiento del pasajero,
riendo y escuchándolo. Su auto era puerto seguro, pero ahora, mi
confianza se fracturó completamente, y me estremecí ante la idea de
pasar un segundo más en ese espacio cerrado con él.
Fui directamente a la sala de lavandería. Agarrando una toalla
limpia, me quité la ropa mojada y las arrojé en la secadora. No podía
poner la ropa empapada con la ropa sucia, y necesitaba una ducha
antes de que mi mamá llegara a casa. No quería que ella supiera que
estuve fuera con Max sin permiso o que fuimos a una piscina, donde casi
morí dado que soy un completo caso de terapia.
Antes de pisotear hacia la ducha, me asomé por la ventana del
frente. Quería que Max est uviese ahí quieto, con la cabeza inclinada sobre
el volante, impotente. Pero se había ido.
Me di una ducha, y cuando el agua caliente me golpeó, lágrimas se
formaron de nuevo. Era algo que solía hacer en los meses posteriores a que
Aaron muriera. No quería que mi madre supiera lo mal que me
encontraba, así que sollozaba en la ducha, enmascarando los sonidos con
el agua corriente y el ventilador del baño.
Con mi espalda apoyada contra la pared de ducha, me deslicé
hacia abajo a una posición sentada. Acurruqué mis rodillas a mi pecho y
envolví mis brazos alrededor de mis piernas. Mi piel se liberó del olor a cloro
mientras el vapor llenaba la ducha. Ojalá fuera tan fácil liberarse de todo
lo demás que se acumulaba dentro de mí.
Porque sentía la verdad cayendo sobre mí como el agua: no me
encontraba simplemente enojada con Max. Me hallaba enojada conmigo
misma.
Estaba enojada por ser tan vulnerable después de tanto tiempo.
Enojada por dejar que un accidente trágico me definiera. Enojada porque
estuve en el agua, pero mi ingreso fue desventurado. Fue una caída, no un
salto. Debería haber sido un salto. Me lo debía a mí misma.
En ese momento, sentí como si hubiese lanzado un cartucho de
dinamita con cualquier oportunidad que tenía con Max, quemando,
crepitando y explotando cuando cerré la puerta del auto en su rostro. El
vapor de agua en la ducha flotaba como humo, limpiándome después de
que prendí fuego lo que podría haber sido.
Me encontraba levantándome cuando oí un golpe en la puerta.
—Paige —dijo mi mamá—. Sólo quiero hacerte saber que estoy en
casa.
—¡Está bien! —grité de regreso, luchando por ponerme de pie.
Necesitaba una mentira rápida, ya que mi madre seguramente notaría
que toda mi ropa, hasta mi sujetador, bragas y calcetines, se encontraban
en la secadora.
Se me ocurrió mientras secaba mi pelo. Le diría que me derramé
café. Eso era sencillo y fácil de creer, ya que la mitad de mi ropa tenía
manchas de café de Alcott.
Cuando bajé, mi mamá se hallaba en la isla de la cocina,
organizando el correo electrónico.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó, mirándome.
—Bien —mentí.
Abrí la nevera, dándole la espalda a mi madre. Esto me dio un
propósito para estar en la cocina y esperaba poder mostrar
despreocupación.
—¿Lavando la ropa? —dijo mi mamá.
—Uh-huh —le dije, fingiendo examinar el contenido de la nevera.
—¿Sólo un equipo?
Mierda. Miró en la secadora. Nunca lavaba mi propia ropa, así que
por supuesto ella se habría dado cuenta de inmediato.
—Se me cayó el café. —No me girépor miedo a que viera la mentira
en mi cara.
—Eh —dijo detrás de mí—. Eso es raro. Olía más como a cloro que a
café.
Mi cuerpo se congeló en su lugar mientras mis pensamientos
rebotaban alrededor, buscando en cualquier lugar una mentira. Recorrí los
estantes del refrigerador, como si una historia creíble se materializaría al
lado del yogur.
—Paige —dijo.
Cuando me di la vuelta, imaginé la expresión exacta que tendría en
su cara, su mandíbula tensa, sus ojos sin pestañear. En cambio, me
encontré con una expresión suave de entendimiento. Casi esa mirada.
—¿Por qué no vamos a cenar?
Quería negarme, quedarme en casa y seguir enojada con Max y
conmigo. Pero, teniendo en cuenta que me fui sin su permiso, casi me
ahogué, y luego mentí sobre ello, no tenía moneda de cambio.
—Claro.
—Tengo que terminar de escribir mis notas de la entrevista —dijo—.
Luego nos iremos.
Sobre una copiosa porción de lasaña, me confesé a mi mamá en
una esquina de la cabina en el Arpeggio´s Italiano. Ella estuvo
mayormente en silencio, asintiendo mientras describía el incidente en la
piscina. Me salté nuestro viaje a ver los aviones, porque aquellos momentos
con Max eran todavía míos. Cuando le conté que no podía meterme al
agua, no pareció sorprendida. Y o pensaba que era un gran secreto, pero
por supuesto mi propia madre se habría dado cuenta de que dejé de
tomar baños de inmersión, que no volví a casa mojada de la piscina de
Tessa ni una vez en el pasado verano.
—Cariño —dijo mi mamá cuando terminé—. No estoy justificando el
hecho que me mentiste hoy, pero entiendo por qué fuiste con Max.
—¿Lo haces?
—Por supuesto —dijo, dejando el tenedor contra el plato de
ensalada—. Por supuesto que sí. Y es más, creo que Max tenía un punto al
llevarte allí.
Mis cejas se arrugaron en reacción a esta traición. A mi mamá
comenzó a gustarle Max durante los pasados meses; un “jovencito
agradable”, decía. Pero quería que validara mi ira. —¿A pesar de que
podría haber muerto?
—Lo admitiré, no me encanta el hecho que no hubiera un socorrista
allí, pero pienso que es un paso importante. No quiero que te quedes atrás
por tus miedos.
—No me está frenando —me quejé, mirando el mantel a cuadros
rojos y blancos.
—El duelo es lento —dijo mi madre, agachando la cabeza para
conseguir una mejor vista de mi cara—. Es como estrujar una toallita para
la cara. Incluso después de que crees que está seca, un par de gotas más
se formarán.
Me pregunt aba si ella pensaba sobre su papá o el divorcio, si hizo
duelo por eso.
—Está bien todavía estar disgustada a veces, pero me gustaría verte
avanzar hacia adelante. —Hizo una pausa por un momento mientras la
camarera regresaba la factura y tarjeta de crédito—. Incluso si eso significa
que tengo que tomarme con calma sobre dónde vas y cuando.
—¿En serio? —Lo último que esperaba de esta cena era que mi
mamá admitiera que fue demasiado estricta conmigo.
—No quiero que tengas miedo. —Firmó la factura con una floritura
en letras cursivas y levantó la mirada a mí—. Así que supongo que significa
renunciar a alguno de mis miedos, también.
Antes de que pudiera siquiera sonreír, se aclaró la garganta. —Tu
abuela me dijo que aplicaste para un programa de guionista de TV.
Mis ojos se ampliaron, culpables. —Yo, ah. ¿Qué?
—No te enojes con ella. Puso la copia impresa del sitio web en su
libreta y no se acordó que era un secreto. —Mi mamá me miró directo a los
ojos—. Lo que no puedo descubrir es por qué no me contaste.
—No entraré —dije—. Solo parecía… no sé. Tonto de mencionar.
Esperé por su reprimenda, pero me estudió con interés, no
frustración. —Sé que siempre has visto una amplia variedad de programas
televisivos, pero no tenía idea que querrías intentar escribir. Tu papá estaba
encantado. Siempre esperó que algún día estuv ieras interesada en “los
negocios familiares”, aunque periodismo es bastante diferente, por
supuesto.
—¿Le contaste a papá?
—Sí, hablé con él al respecto. Ambos pensamos que explorar un
interés antes de que tengas que tomar decisiones universitarias es una
elección sabia. Por lo que si eres aceptada, queremos que vayas.
Aparentemente su filosofía de “tomarlo con calma” era efectiva de
inmediato. —Estás… ¿hablas en serio?
—Sí. Pensamos que es un paso positivo para ti.
—Es muy costoso, mamá.
—Soy consciente del costo. Conseguirás un trabajo para devolvernos
parte de ello.
—Sin embargo, es en Manhattan.
—Lo sé. Esa es mi parte menos favorita, pero tu papá me convenció.
Estarás en los cuartos comunitarios, y te ayudaremos a mudarte y
establecerte. Una buena práctica para la universidad, dice él.
Me senté boquiabierta por lo que se sintió como un minuto entero. —
Yo… no puedo creerlo. Gracias. Ni siquiera sé que decir.
—De nada —dijo sencillamente—. Espero que sientas que puedes
confiar en mí con cosas como estas en el futuro.
En el camino a casa, me sentí agradecida por mi mamá en una
forma que nunca lo hice antes. Hizo un esfuerzo honesto por escucharme y
entender de dónde venía. Había algo más que necesitaba decirle, algo
que cargaba desde la noche del cumpleaños de Max. Antes de entonces,
no sabía cómo se sentía, la emoción de hacer clic con alguien. Mi mamá
debió de sentirse de esa forma con mi papá todos esos meses, y no tenía
idea de cuán verdaderamente involuntario era, exactamente como mi
papá dijo.
—¿Mamá? —dije, echándole un vistazo.
—Ojos en la carretera —espetó. Ahí estaba la mamá que conocía.
—Mira. —Suspiré audiblemente, sin tener intención—. Lo siento sobre,
ya sabes, disgustándome sobre papá y tú, y todo.
—Oh —dijo, mirándome—. No necesitas disculparte por eso.
—Lo sé. —Agarré el volante—. Pero todavía me siento mal. Tú y papá
eran lo último que esperaba, y no lo manejé muy bien.
Se mantuvo en silencio, permitiendo mi confesión.
—Eso no significa que estoy totalmente cómoda con ello —dije,
mirándola buscando una reacción—. Solo significa que lo siento si te hice
sentir mal.
Asintió, solemne. —Disculpa aceptada.
Asentí en respuesta mientras frenaba en un semáforo.
—Entiendo por qué te sientes de esa forma. —Empujó un conjunto de
rizos detrás de su oreja—. Por supuesto que entiendo.
Cerró los ojos por un momento, pensando, seguramente, en el
pasado que compartió con mi padre. El pasado que compartieron con
Cameron y conmigo. —Sé que es complicado, pero tu papá me hace feliz.
—Sí. —Sonreí—. Lo sé.
Una vez en casa, volví a encender mi teléfono, con las manos
temblando. Ni un solo mensaje de Max. Hice clic en mis fotos, esperando
sentirme más furiosa ante la vista de él. En su lugar, encontré una fotografía
que tomé en Alcott; Max riendo a carcajadas desde el otro lado de la
mesa después que el vapor de su taza de café empañara sus gafas. El
recuerdo de la total felicidad quesentí con él se astilló y rompió dentro de
mí. Y no sentí ni un poco de ira. Sentí tristeza.
¿Y por qué esperaría que él se disculpara? Y o lancé su relación
inexistente con su papá —un secreto que me confió— en su cara en la
primera oportunidad que tuve. Él arrojó mi dolor como respuesta
inmediata.
Abrí mi organizador en la lista. Se volvió humillantemente claro que
“5. Nadar” era un objetivo poco realista. E insensato pensar que salir con
alguien ayudaría alguna vez. No podía sobrevivir a perder a alguien de
nuevo; no ante la muerte, no ante la torpeza, el rechazo o la crueldad
intercambiada en un momento de debilidad. No ante nada.
Una lágrima cayó en la página mientras la miraba, dándome por
vencida.
Tomó tanto tiempo volver a pegar los fragmentos de mi corazón, y
no podía permitirme entregar alguna pieza más.
21 Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Mire

La noche siguiente, Tessa fue la última en llegar donde Alcott’s.


Estábamos pasando el rato juntas una última vez antes de su vuelo por la
mañana y el viaje por carretera de la familia de Morgan para ver a sus
primos en Virginia. Kayleigh y yo pasaríamos las vacaciones de primavera
en el pintoresco Oakhurst, donde mi único plan era tener una maratón de
Gilmore Girls en mi cama. La pelea de ayer con Max consumió mi mente,
quemando los bordes de mi pensamiento racional. Me pasé la mitad de mi
día amargamente esperando a que llamara o se presentara, lleno de
disculpas, y la otra mitad armándome de descaro para pedir disculpas
primero.
—Lo siento —dijo Tessa, deslizándose en la cabina. El moño
descuidado en la parte superior de su cabeza significaba que hizo yoga
más temprano—. Tuve que por lo menos comenzar a empacar antes de
que mi madre me dejara salir.
—¿Adónde vas de nuevo? ¿St. Barts? —preguntó Kayleigh.
—Saint -Tropez.
—¿Cuál es la diferencia?
—Uno se encuentra en el sur de Francia, y el otro está al sur de
República Dominicana.
—La misma cosa —dijo Kayleigh—. Volverás toda bronceada, y te
odiaremos.
—¿Cómo les fue ayer? —intervine, mi voz tensa.
Ninguna llamó o envió mensajes de texto acerca de cómo fueron las
cosas en Whitewater Lodge. Ambas balbucearon: "Bien" y "Oh, nada mal" y
"Bastante bien."
—No pudimos dejar de notar —dijo Morgan astutamente—, que Max
también se encontraba ausente. ¿Tal vez sepas algo de eso?
Las lágrimas brotaron en un instante, como si hubieran estado
esperando las palabras mágicas. Me cubrí la cara con las manos, a pesar
de que no importaba. Ya no podía ocultarles esto.
—Oh, Dios mío —dijo Morgan—. ¡Lo siento! No quise... quiero decir...
—Paige, ¿qué pasó? —preguntó Kayleigh, y sentí el brazo de Tessa
alrededor de mi hombro. Cuando solo meneé la cabeza desde detrás de
mis manos, Tessa dijo—: ¿Ves, Morgan? Es por eso que les dije que no
tocaran el tema.
Ante esto, me destapé los ojos. —¿Les dijiste qué?
Morgan se mordió el labio. —Tessa interpuso un decreto mordaza
contra Max.
—¿Y eso significa...? —Miré a Tessa, pero fue Kayleigh quien
respondió.
—No se supone que hablemos de Max en ninguna manera que
sugiera que los dos están obsesionados el uno por el otro.
Por supuesto que lo sabían. Probablemente lo supieron antes de que
yo me diera cuenta, y me sentí como una completa idiota. Tessa me miró
directamente, impenitente. —Quería que fueras capaz de decirnos
cuando estuvieras lista.
—¿Así que todas ustedes saben? —Miré a mí alrededor a cada una
de ellas.
—¿Que estás enamorada de él? —preguntó Morgan—. Sí.
—No estoy enamorada de él —le dije—. Dios.
—Por supuesto que lo sabemos. —Kayleigh resopló.
Morgan sonrió. —Y, dah, también le gustas.
—No es cierto... —tartamudeé, dirigiendo la pregunta a Tessa—. No
ha dicho…
—¿Nada al respecto? —preguntó—. No.
—Pero, cit ando a Morgan —dijo Kayleigh—, dah.
—Realmente no estoy tan segura. —Mi voz se quebró, y las palabras
se derramaron como una represa abierta. Les conté todo sobre el plan que
hice a principios de año, el cual nunca le dije plenamente siquiera a Tessa,
y la pesadilla en la que me ahogaba.
—Como que pensé eso —admitió Morgan suavemente—. No te
metiste en la piscina ni una vez el verano pasado.
Casi sonreí. —¿Quieres decir que no creíste que trabajaba en mi
bronceado?
Kayleig rió. —Usas protector solar extra-fuerte, incluso en el invierno.
Miré a Tessa, quien se hallaba notablemente callada. Varias veces,
me había despertado en su casa en el medio de la noche, con lágrimas
en mi cara y jadeando. —Probablemente lo sabías, ¿eh?
Uno de sus hombros se levantó. —No sabía que tus pesadillas eran
siempre sobre ahogarte. Pero sí pensé que tenían algo que ver con Aaron.
Estuvieron igualmente sorprendidas cuando les dije acerca de la
escritura del guion y mi solicitud a UNY.
—Chica, tu gusto por la televisión no es normal —dijo Kayleigh—.
Pero es como que no solo la estás viendo, sino que también la estás
diseccionando. Y eso lo digo yo: la obsesiva fan número uno de Toil and
Trouble.
Tessa se volvió hacia ella. —¿Es ese tu programa sobre las brujas en
un internado?
—¿Con la escuela de chicos brujos calientes al otro lado del lago? Sí.
—De todos modos… —dijo Morgan, colocando sus ojos de nuevo en
mí.
Se estremecieron cuando les conté sobre la piscina; de cómo me caí
dentro, aterrorizada. Cómo Max y yo peleamos. Me tapé los ojos con una
mano de nuevo. —Le dije algo terrible, chicas. Y dijo algo realmente cruel
de regreso.
Las tres intercambiaron miradas, en silencio decidiendo que Tessa
sería la vocera. —¿Qué podrías haber dicho que fuera tan malo? Te
hallaba t raumat izada. Tenía que entender eso.
—No puedo... —les dije—. No puedo repetir lo que dije. Es algo
personal. Pero fue malo.
—Estoy segura de que lo solucionarán —dijo Tessa—. Incluso si no
terminan juntos…
—¡Tessa! — jadeó Morgan, como si eso fuera un sacrilegio.
—No, escucha. Incluso si no terminan juntos, ninguno de los dos son
el tipo de personas que permitirían que esto arruinase una amistad.
—Supongo que eso es cierto —dije tímidamente. Repetí las palabras
de Max en mi cabeza, preguntándome si alguna vez podría olvidarlas—.
Sin embargo, dijo, básicamente, que actúo como si fuera la única con
problemas. Y... creo que podría estar en lo cierto.
—No quiso decir eso —dijo Tessa con firmeza—.Él sabe exactamente
con qué frecuencia lidias con mis problemas porque hablo con él sobre
eso.
—Quiero decir, hola —dijo Kayleigh—. ¡Te escapaste de tu casa y
robaste un coche por mí!
—Disculpa, ¿qué? —exclamó Morgan.
—Te lo diré más adelante —dijo Kayleigh.
—Pero, quiero decir, mírenme ahora —dije—. Lloriqueándoles todos
mis problemas ot ra vez.
Tessa pellizcó mi pierna con su dedo, instándome a que la mirara. —
Tus problemas son nuestros problemas.
—Más vale que lo sean —dijo Kayleigh—. Debido a que mis
problemas de seguro como el infierno son sus problemas. Todas van a
escucharme quejándome acerca de Eric durante al menos un par de
semanas más. ¡Voy a agotar al máximo la tarjeta de amistad!
—No hay tal cosa —dijo Morgan.
Máximo. Casi me reí. Se sentía como si hubiera agotado al Máximo
mi tarjeta de sentimientos. Pero Morgan tenía razón. Si tienes suerte, las
relaciones —con familiares o amigos o novios—, son ilimitadas. No hay
máximo en la cantidad que pueden amarse. El problema es que tampoco
hay límite en la cantidad que pueden lastimarse mutuamente.
Eché un vistazo a mi teléfono en busca de alguna señal de Max,
pero seguía sin respuesta.

Kayleigh y yo pasamos la semana juntas, disfrutando de manicuras y


la maratón de televisión que había estado esperando. Ella confiscó mi
teléfono en dos ocasiones diferentes, afirmando que estaba
"compulsivamente" comprobando si tenía algo de parte de Max.
Pero el teléfono estuvo de vuelta en mí poder el sábado por la
mañana, con solo dos días restantes de descanso. Me hallaba limpiando
mi habitación, reproduciendo M * A * S * H a todo volumen en mi DVD para
mantener mi mente tranquila. Aun manteniendo un ojo de halcón en mi
teléfono, me di cuenta de inmediato cuando se iluminó con un número
local.
Lancé un suéter en mi cesta y silencié la TV. —¿Hola?
—Hola, ¿Paige? —preguntó la voz de un hombre.
—¿Sí?
—Soy Clark. Driscoll —vaciló—. Tú... me diste tu número, después del
funeral. No me encontraba seguro de si…
—Sí, lo recuerdo. —Me senté en mi cama y traté de sonar como si
esta llamada no fuera desconcertantemente inesperada. ¿Y si él
necesitaba hablar de verdad? Como ¿sobre sentimientos?—. Hola, Clark.
—Sé que esto es de la nada, pero... algunos de los chicos y yo... —
Hizo una pausa, y apreté mi boca cerrada para no decir: Algunos de los
chicos y yo—. Vamos, uh... a jugar quemados en un trampolín esta tarde.
En honor a…
—Su cumpleaños —terminé, recordando en un instante. Aaron
habría cumplido diecisiete años. Copatrociné una fiesta para el
decimoséptimo cumpleaños de Max, y sin embargo, ¿me olvidé de Aaron?
No es como que alguna vez hubiéramos celebrado juntos, pero hundí mi
cara en mis manos de todas maneras.
—Sí —dijo Clark—. De todos modos, eso probablemente suena tonto
para ti... es solo que, ya sabes, Aaron iba allí cada cumpleaños. Nosotros,
eh... queríamos invitarte.
—¿En serio? —Pensé que los viejos amigos de Aaron pensaban en mí
como una extraña, alguien que no tenía ningún derecho a estar
devastada.
—Sin presión —dijo rápidamente—. Solo traté de pensar en lo que
querría Aaron, y sé que él hubiera querido que te llamara.
No era exactamente lo mismo que me gust aría que vinieras, pero era
lo suficientemente cerca. —Me encantaría ir.
Me dijo los detalles, se ofreció a recogerme, y después de que la
conversación hubo terminado, me quedé mirando mi teléfono. Clark
Driscoll contactándome —incluyéndome en un grupo de personas que se
preocupaban tanto por Aaron—, convertida en otra de las cosas que
nunca habría imaginado al comienzo del año.
Clark y yo estuvimos en silencio hasta que llegamos a la primera luz
de parada. La falta de sonido y movimiento era demasiado enervante, y
tuve que hablar. —Así que, um, ¿terminaste este año?
Él sacudió la cabeza, sin mirarme a los ojos. —No pude. Tú sabes
cómo es.
—Sí. Supongo que sí —le dije. Había experimentado solo una fracción
de su pérdida, pero sí sabía ese sent imiento. Nuestra extraña camaradería
me hizo más audaz—. Hombre, la primera vez que volví a la cafetería de
Snyder, seguí esperando que él entrara. Pero estando allí, me acordé de
detalles que no pude recordar antes. Recordé exactamente lo que ambos
pedimos en esa primera cita. Sé que es raro, pero el sabor de las patatas
fritas... es como si pudiera cerrar los ojos y verlo tan claramente en mi
mente.
Él asintió, su mandíbula rígida, mientras nos llevaba hacia la
carretera. —Gracias.
Me aparté el flequillo hacia un lado. —¿Por qué?
—Por decirme eso. Oír a la gente hablar de él me hace sentir como...
como si no soy el único que se acuerda, o algo así.
Quería estirarme hacia él, poner mi mano en su brazo. Pero apenas
nos conocíamos, así que tomé un ángulo diferente. —Bueno, entonces,
t ienes que escuchar esto...
Le dije, con tanta animación como pude, sobre el enfrentamiento
épico de Aaron con la máquina de garra. Clark se rió conmigo,
especialmente en la parte donde Aaron anunció a todos que lo había
conseguido en su primer intento.
Pasó las manos sobre el volante. —Eso suena como él.
En el centro del trampolín, llamado FlyHigh, conocí —o volví a
conocer—, a algunos de los otros amigos de Aaron. Había un par de
chicos de la escuela y algunos de su tropa de Chicos Exploradores, a
quienes apenas podía mirar a los ojos, teniendo miedo de que sintieran
todas las preguntas que nunca sería tan cruel como para preguntar.
—Todo el mundo, esta es Paige —dijo Clark—. Paige, todo el mundo.
Este no era el comienzo de un nuev o grupo de amigos, y todos lo
sabían. Pero me encontraba agradecida de tener permitido entrar en la
casa del árbol, incluso si nuestra unión se produjera solo por una ausencia
compartida.
Guardamos nuestros zapatos y teléfonos celulares en los casilleros y
escuchamos como el empleado de FlyHigh explicaba las muchas reglas.
Me quedé mirando la arena, la cual tenía decenas de camas elásticas
negras incorporadas en el suelo, completas con camas elásticas laterales
construidas para apoyarse en las paredes.
En mi pequeño rectángulo de trampolín, me presioné hacia abajo,
casi doblando las rodillas —dando un rebote ligero para probarlo. El
trampolín cedió y se agitó debajo de mis pies. Me estabilicé, extendiendo
mis brazos. Salté y me dejé caer esta vez, y me puse de pie de inmediato.
Cuando mi pelo se levantó de mis hombros, sonreí como una idiota, ya
con ganas de sentirme ingrávida de nuevo.
Salté de una plataforma a otra, apenas notando cuán sin aliento me
encontraba.
Los chicos rebotaron a mí alrededor, lanzándose pelotas los unos a
los otros, sin enviar una sola en mi dirección. Me pregunté si Morgan lo
llamaría sexismo o caballería. Pero quería participar plenamente, de la
forma en que lo hubiera hecho si Aaron estuviera aquí.
Recogí una pelota que se hallaba cerca y, enfocando toda mi
escasa coordinación mano-ojo, salté hacia abajo en la cama elástica.
Estando en el aire, lancé la pelota, dándole a Clark justo en el estómago.
Él emitió un sonido oof, mirando a los lados para ver de dónde había
venido el golpe. Lo saludé, sin dejar de sonreír. Esto me hacía el juego
limpio, aunque los tiros parecían venir más suaves en mi dirección.
Rebotamos hasta que mi frente sudaba bajo mi flequillo, pero
todavía no quería parar. Empecé a correr hacia Clark, quien saltó lejos de
mí justo cuando retracté mi brazo. Mi bola falló, pero su movimiento le
costó su equilibrio.
—Oh, mierda —dijo mientras se tambaleaba, pero un trampolín
inclinado en la pared amortiguó la caída. Rebotó en él, sobre su lado, y
aterrizó en otra cama elástica, temblando de risa.
Salté hacia él, dejándome caer.
—¿Estás… —le dije, jadeando de la risa—, bien?
Se reía tan fuerte que tenía lágrimas en sus ojos. Lo golpeé
ligeramente en la cabeza con la pelota en la mano. —Sí. Totalmente.
Me senté allí, mis piernas dobladas debajo de mí, mientras los
hombros de Clark dejaban de sacudirse de la risa. Un tono rojizo bañaba
sus mejillas —de la forma en que solía hacer antes de que adelgazara.
—Él estaría feliz —le dije—. Sabiendo que estábamos haciendo esto.
—Sí. Lo estaría.
—¡Oigan! —gritó una voz autoritaria desde la plataforma—. ¡Ustedes
dos! ¡No se sienten!
Clark se paró y me ofreció su mano. —Creo que tenemos que seguir
saltando.
—Sí —le dije, haciéndole tirar de mí hacia arriba—. Creo que lo
hacemos.
Más tarde esa noche, volví a examinar mi plan, ahora manchado de
lágrimas en dos lugares diferentes. Mi progreso no era diferente de lo que
fue a principios de año.
1. Fiest as / event os sociales
2. Nuevo grupo
3. Cit as (RC)
4. Viajar
5. Nadar
Pero mucho más había sucedido —cosas que no encajaban
exactamente en la lista. Así que escribí todo, solo para verlo todo junto.
Besé a Ryan Chase (algo así), llegué a un acuerdo con mis padres sobre ir
a cit as (algo así), post ulé para el programa de escrit ura de guiones, salí a
escondidas de mi casa por Kayleigh, planeé una fiest a, probé nuevos
helados y programas de t elevisión y películas, hice nuevos amigos, jugué
quemados en un t rampolín.
Los pasos más pequeños importaban, y finalmente pude sentir la
distancia que pusieron entre yo y el pasado. Nunca podría haber tenido un
día como hoy el año pasado. Nunca podría haber dejado que mi corazón
se sintiera tan boyante como mi cuerpo, flotando. La tristeza todavía
estaba allí —como el suave golpeteo de la lluvia de primavera—, pero
cada pequeña alegría se abría como un paraguas justo encima de mí.
Y así, mientras cerraba mi agenda, abrí mi corazón un poco más.
22 Traducido por JeylyCarstairs
Corregido por Beatrix

El domingo en la noche, apenas dormí, sabiendo que vería a Max en


la escuela. Hice clic sobre su nombre en mi teléfono —la única luz en mi
oscura habitación— desde la medianoche, hasta la una de la mañana. ¿Y
qué le diría? Desde ese primer día en el frente de su casa, Max y yo nunca
habíamos pasado tanto tiempo sin hablar.
Me desperté con sombras bajo mis ojos, y en mis tres primeras clases
no pude mantener mi atención en absoluto. Cuando me senté en Ingles,
mis palmas se hallaban húmedas, y me dije que estaría bien. Lo escuché
sentarse cuando la campana sonó, y miré por encima de mi hombro. Se
encontraba mirando hacia su escritorio.
—Hola —dije.
—Hola. —Sus ojos no se movieron.
Eso fue todo. No pude procesar ninguna palabra que la señora
Pepper dijo en toda la clase. Cuando sonó la campana, giré de nuevo.
Max ya se escabullía hacia la puerta. Mi boca se abrió para gritar su
nombre, pero ¿Para qué? ¿Para hablar delante de todos?
—¿Quieres que hable con él? —preguntó Morgan mientras
caminábamos juntas—. Lo haré.
—No —dije—. Tengo que hacerlo yo. Solo… necesito descubrir que
quiero decir.
El martes, atrapé a Max en su casillero antes de que comenzara la
escuela. Me acerqué con confianza, aunque mi labio inferior temblaba,
delatándome.
—Hola —dije.
Sus ojos se posaron en mí. —Hola.
—Escucha. Tú estás… ¿Estamos bien? Fue todo un desastre, lo que
pasó, pero…
—Estoy bien —dijo—. Solo estoy muy ocupado. Tengo cosas en
robótica y todo. Lo siento.
—Oh. Bueno.
La puerta del casillero se cerró con un sonido metálico, y dijo—: Nos
vemos.
Me quedé allí de pie, boquiabierta. Morgan apareció a mi lado en
cuestión de segundos, su radar de chisme parpadeando rojo.
—Hola —dijo—. ¿Qué fue eso?
—Eso —dije—, fue Max rechazándome.
—¿La cosa de la piscina todavía?
—Sí. —Calor se abrió paso en mis ojos, pero parpadeé alejándolo.
—¡No tiene ninguna razón para estar enojado contigo! —dijo
Morgan.
—Sin embargo lo está, Morgan. Los dos lo arruinamos.
—¿Ve a verlo en cualquier otro momento, fuera de la escuela?
¿Dónde pueda ser más fácil hablar? ¿En Quizbowl tal vez?
Sacudí la cabeza. —No hasta las semifinales de Quizbowl. Y eso es en
dos semanas.
—Va a estar bien —dijo Morgan—. Sólo necesita tranquilizarse. Estoy
segura que se reconciliaran para entonces.

Nosotros no lo hicimos. En los ocho días de clase que siguieron, Max


desapareció con la delicadeza de un fantasma real. Se escabullía en clase
cuando comenzaba, retirándose justo cuando se terminaba. Su evasión
me confundió la primera semana pero me molestó en la segunda. Tenía
derecho a estar enojada, también, pero no lo evitaba. Aun así, no podía
reunir el valor suficiente para acorralarlo de nuevo o pasar por su casa.
Repetí la situación una y otra vez en mi mente, tratando de averiguar
como lo lastimé más de lo que él lo hizo. Me dije que le daba un poco de
espacio para recomponerse, pero en realidad, me encontraba
aterrorizada de que me pusiera llorosa y la confesara mis verdaderos
sentimientos en el momento equivocado.
En las noches, comencé un nuevo guion especulativo en mi portátil.
Escribí principalmente las escenas de lucha, personajes gritando
apasionadamente sobre como en realidad se sentían. Al menos el rechazo
de Max era bueno para mi diálogo. Actualizaba mi bandeja de entrada,
con la esperanza de ver un correo de NYU aparecer de repente. Sin
ninguna comunicación por parte de ellos, tampoco.
Mientras me preparaba para las semifinales de Quizbowl, me sentía
sudorosa de sólo pensar en sentarme al lado de Max, frente a una
audiencia de padres y otros equipos. La tensión entre nosotros era tan
aguda como un silbato para perros —no todo el mundo podía oírla, pero,
para aquellos de nosotros que podían, era irritante e imposible de ignorar.
Temía, que una vez que nos sentáramos, las ventanas del auditorio se
agrietaran por nuestra torpeza.
—¿Puedes bajar esas tarjetas, por favor? —preguntóKayleigh,
envolviendo el rizador alrededor de un mechón de mi cabello—. Sigues
moviendo la cabeza, y ya casi termino. Ya te ves mucho más linda que
Lindsay Lohan cuando fue a la final de las olimpiadas matemáticas en
Mean Girls.
—Ja, ja —dije, pero baje las tarjetas.
Los ojos oscuros de Kayleigh examinaron el último rizo, dándole una
ligera rociada de spray para el cabello.
—Entonces, ¿Qué van a hacer esta noche?
—Pensé que te dijimos —dijo Kayleigh —. Los padres de Tessa nos
consiguieron entradas para algo en una galería de arte. No sé. Suena un
poco aburrido, pero Morgan está emocionada.
—Genial —dije. Ya sabía eso, y también sabía lo aburridos que
hubieran estado en las semifinales, habría que conducir hasta Anderson,
Indiana, y tendrían que sentarse a través de otros dos encuentros antes de
que nuestro equipo estuviera en el escenario. Pero me hubiera gustado
que fueran de todos modos.
—¡Ya está! La nerd más linda que he visto —proclamó Kayleigh y
tuve que sonreír. Tomó prestado el esmalte de uñas color lila de Morgan y
una chaqueta de Tessa, que llevaba sobre un lindo vestido. En definitiva,
esperaba que me viera organizada e intelectual, pero no demasiado seria.
Solo mi vestido y mis baletas eran mías, pero me sentía como yo. Y me
sentía como si estuviera llevando a mis tres mejores amigas conmigo.
Kayleigh me deseó suerte y se despidió de mis padres mientras salía.
—Te ves bien cariño. ¿Estas lista para irte? —preguntó mi madre,
alcanzando su bolso. Asentí, sosteniendo mis tarjetas con tanta fuerza que
los bordes del papel formaron líneas en mis manos.
Mi papá prácticamente bailó en su camino hacia el asiento del
conductor. —¡Esto es genial! No puedo esperar a verte ahí arriba, nena.
Mis nervios se agitaron como diminutos cables vivos bajo mi piel. Las
semifinales eran diferentes a los encuentros regulares en varias maneras:
Los padres asistían, la ubicación era en una escuela lejana con un
moderador neutral, y en realidad estaríamos sentados en una mesa en el
escenario. Con luces cayendo sobre nosotros. Además, había otros dos
encuentros esta noche entre diferentes escuelas. Éramos los terceros, por lo
que tendría que sentarme a través de otras victorias y derrotas,
imaginando como se resolvería para nosotros. Bebí toda mi botella de
agua y le pedí a papá que encendiera el aire acondicionado. Nada
ayudaba.
Normalmente, saber que vería a Max me hubiera calmado un poco.
Pero solo me hizo sentir más nerviosa.
Cuando le envié un mensaje diciéndole que no necesitaría que me
llevara, me respondió con un vacío “Bien” no sabía que esperaba que me
dijera, pero las lágrimas picaban en mis ojos. Soy un caso perdido, pensé.
¿Quién se pone emocional con una palabra? Pero entonces recordé que
“no” también era una palabra. Casi todos en el mundo han llorado por
ella.

Estuvo claro después de los primeros cinco minutos en el escenario:


Íbamos a perder. Mi cerebro no podía procesar incluso completamente las
preguntas antes de que Noblesville las respondiera correctamente.
—Instituida por la administración de Clint on en 1994, esta política…
Noblesville tocó el timbre. —¡Prohibido preguntar, prohibido decir!
Correcto.
Eran rápidos, comparado con nuestro rezago con la boca abierta,
era absurdo. En un momento dado, Malcolm en realidad comenzó a reírse
de sí mismo, llevándonos a Max y a mí con él. Las mejillas de Lauren
enrojecidas con frustración. Mis padres estaban en la audiencia, por lo que
debería haberme sentido mortificada, pero no podía hacer nada más que
reír.
La inevitabilidad de la derrota era extrañamente liberadora. No tenía
nada que perder, sólo para ganar, y cada pregunta que respondimos se
convirtió en un motivo de celebración. Todos conseguimos unas cuantas,
incluyéndome. Me encontraba traumatizada durante la primera ronda,
pero me recuperé en la segunda. Toque el timbre antes de que el
moderador hubiera terminado la oración. —Una antigua empleada de
Thomas Edison…
—Paige, de Oakhurst —dijo el moderador, reconociéndome por mi
tarjeta de identificación.
Sabía en mi interior que tenía la respuesta. Lo leí una vez en un libro
de ficción de una amistad entre una joven doncella y… —¡Nikola Tesla!
—Correct o —dijo el moderador.
—¡Sí! —Mi papá gritó desde el público, poniéndose de pie—. ¡Esa es
mi chica!
Mi mamá lo jaló hacia abajo, y los otros padres se rieron. Ni siquiera
me avergoncé.
A pocos minutos de nuestra catastrófica derrota, una pequeña
multitud se presentó en la parte de atrás del auditorio. Trataban de ser
silenciosos, pero las sillas chirriaron cuando se sentaron, t al vez cuatro o
cinco personas.
Mi gente. Tessa, Morgan, Kayleigh y Ryan. Estaba segura de ello por
sus alturas y las siluetas de sus cabellos.
Si hubiera tenido alguna duda, se habría despejado cuando
Noblesville se equivocó con Krakatoa, y Max respondió correctamente con
Monte Tambora. Hubo un coro de gritos de chicas desde la última fila del
auditorio y la voz del hermano de RyanChase gritando—: ¡SI,HIJO!
Me atreví a dar un vistazo hacia Max. Él sacudió la cabeza,
sonriendo. El capitán de Noblesville nos frunció el ceño. Ellos ganaban,
pero nosotros teníamos más diversión.
Y cuando Noblesville fue anunciado como ganador, tenía la
sensación de que la mayoría de los aplausos eran de los seguidores del
bando perdedor.
Malcolm me ofreció su mano mientras bajaba del escenario. Max
corrió a hablar con su madre, quien me saludó. Le devolví el saludo,
encogiéndome contra el dolor en mi esternón. Alejé los pensamientos de
ella viendo el final de Indiana Jones con nosotros, de hacer bocadillos
para Morgan y para mí mientras estudiábamos para un examen de inglés
con Max.De ella siempre, siempre abrazándome cuando me iba. Aparté la
vista. Max estuvo sentado junto a mí durante la última hora, pero nunca
había estado tan lejano.
—Bueno, es posible que hayamos perdido esta noche, pero, en
general, esto es más lejos de lo que estuvimos el año pasado —anunció
Lauren—. Estoy contenta.
—Vamos a extrañarte el próximo año —dije. Se iba a la Universidad
Johns Hopkins, donde estaría dividiendo su tiempo entre el invernadero y
una carrera en matemáticas aplicadas.
Me miró parpadeando. —Estoy muy ilusionada con el
académicamente riguroso plan de estudios. Así que. Probablemente no
voy a extrañar esto.
—Si —dije, riendo—, lo sé. Pero me divertí este año.
Me incliné para darle un rápido abrazo. Para mi sorpresa, me
devolvió el apretón. —Yo también.
El momento en que Lauren se alejó, unas manos se envolvieron a mí
alrededor desde atrás, mi padre casi me levantó del suelo. —Estoy
orgulloso de ti, nena.
Sonreí. —Me gustaría que hubieran podido verme ganar.
—Fue muy divertido verte ahí arriba —dijo mi mamá, apretando mi
mano.
No tuve oportunidad de responder antes de que Tessa, Morgan y
Kayleigh me rodearan, hablando todas a la vez. Olían como a laca para el
cabello y perfumes, y podría haber estallado de amor por ellas —¿Qué
pasó con la cosa de la galería de arte?
—¡Inventamos eso! —dijo Morgan—. Obvio.
—¿Mentisteis?
—No exactamente —dijo Kayleigh—. Era sólo un secreto.
—Siento que llegamos un poco tarde. Nos perdimos. —Agrego Tessa.
—Porque alguien tenía que hacer una “parada de emergencia” —
dijo Kayleigh.
—Oye, necesit aba ese batido —dijo Tessa. Se giró hacia mi mamá—.
¿Puede Paige pasar la noche?
Mi madre sonrió ante esta vieja pregunta. —Claro.
—Sin embargo puedo irme a casa con ustedes —dije.
—No —dijo mi papá, guiñando un ojo—. Ve con tus amigos.
Lo hice. Mientras salíamos del auditorio, Max levantó la vista de la
conversación con su madre, Ryan y la señora Pepper. Levanto su mano en
un saludo, sus ojos alejados de mí. Tessa le devolvió el saludo, y Kayleigh
hizo lo mismo, pero Morgan solo entrelazo su brazo con el mío.
Ryan levanto un dedo, luego señalo hacia la salida.
—Él conduce —dijo Tessa—. Supongo que nos encontraremos afuera
en unos minutos.
—¿Esta Max malditamente enloqueciéndome con esa actitud? —
exigió Morgan mientras salíamos al aire de la primavera—. Está siendo un
bebé. Así que tuvieron una pelea. Gran cosa.
—En serio —dijo Kayleigh—. Morgan y yo peleamos todo el tiempo.
Supérenlo.
Tessa se mordió el labio, mirando fijamente al asfalto en frent e de
nosotros.
—Lo sé —dije en voz baja—. No lo entiendo tampoco.
—¿Ha dicho algo? —preguntó Morgan, mirando a Tessa.
Ella sacudió la cabeza. —No. Solo ha estado un poco callado,
supongo. Le pregunté si se encontraba bien en el almuerzo, y simplemente
me dijo que estaba “en un bajón” Pero podría hablar con él si…
—No —dije—. No quiero ponerte en el centro. Él es tu amigo,
también.
—Que bajón —dijo Kayleigh. Habíamos llegado al Jeep de Ryan, y
nos apoyamos en el parachoques—. Necesitamos más información. ¿Te ha
dicho algo a ti, Paige?
—En realidad no. Tengo cero contacto visual y un mensaje de texto
de una sola palabra. Es brutal.
Morgan tendió la mano, con la palma hacia arriba. —Dame tu
teléfono. Tenemos que hacer un análisis al texto.
—Definitivamente —añadió Kayleigh—. Indagar en insinuaciones
textuales.
—Adelante —dije, sacando el teléfono de mi bolso —. Veréis por
vosotras mismas que él no me está dando nada.
Marqué la contraseña en mi teléfono, pero cuando hice clic en
mensajes, vi que mi icono de correo electrónico cambió desde mi última
consulta.
—Espera —dije.
De NYU. Asunto: ¡Felicit aciones! El latido de mi corazón se convirtió
menos en un latido y más en una repetitiva colisión contra mi caja
torácica. Abrí el mensaje.
—Oh dios mío —susurré.
—¿Qué? —Tessa se acercó más.
—El programa de escritura de guiones. Entré.
—Oh dios mío —dijo Tessa, repitiendo mis palabras.
—¡Esa es la mejor noticia! —dijo Morgan, y Kayleighgrití en el
silencioso estacionamiento.
Seguí mirando el mensaje. Era real. Ellos habían leído mi guion
especulativo Dist rit o Misión. Me mudaría a Manhattan durante un mes
entero. Suponiendo que mis padres realmente me dejaran ir.
—Quiero decir, todavía no es seguro —dije—. Mis padres me dijeron
que pagarían, pero quién sabe si…
—Oye —dijo Tessa—. Cesa y desiste de la negatividad.
—¡No es negatividad! ¡Estoy siendo realista!
—Y siendo realistas —dijo Kayleigh—. Estamos muy emocionadas por
ti.
Sonreí tímidamente. —Gracias.
—¿Estás t ú emocionada por ti? —Kayleigh me dio un codazo.
—Bueno obviamente, estoy emocionada.
—Creo que está en estado de shock —dijo Morgan, inclinando la
cabeza para estudiarme.
Kayleigh se puso de pie en frente de mí. —Vamos. Levántate.
Tenemos que sacarlo bailando.
Sacudió los brazos, meciéndolos hacia adelante y hacia atrás. —La
danza de la victoria. Hazla.
Morgan se unió con la misma danza torpe. —Sip. Vamos.
Sacudí la cabeza, riendo, cuando una voz gritó cerca de nosotros. —
¿De qué me perdí? —Ryan corrió hacia nosotras.
—¡Paige consiguió entrar al programa de escritura de verano! —dijo
Morgan.
—¡Genial! —dijo, levantando su mano. Choqué los cinco con él,
sonriendo—. Pero parece que estas olvidando algo. Vuelvo enseguida.
Entró al Jeep, y la música resonó por las ventanas ya abiertas. —
¡Aquí vamos! —dijo Kayleigh, volviendo a bailar. Morgan me golpeó con su
cadera, y me reí ya que incluso Tessa levantó las manos, totalmente dentro
de ello.
El ritmo de la canción latía a través del aire de la tarde, y Ryan
Chase se encontraba frente a mí. Apenas podía creer que había estado
tan abrumada mente enamorada de él. En realidad ahora lo conocía, y
era tan genial como siempre lo pensé. Pero sus rasgos eran hechos
académicos para mí ahora: Ryan Chase era guapo, encantador y
amable. Ya no sentía esas cosas en mi pecho, chisporroteando como luz
de neón. Inclinó la barbilla —¿No vas a bailar?
—Sí. —Me elevé un poco más, sintiendo la curva de la felicidad
atravesarme—. Lo estoy haciendo.
—Sí, lo haces —Sin previo aviso, Ryan me levantó, mis pies dejando el
suelo. Di un grito ahogado, mis manos agarrando algo, cualquier cosa,
hasta que recuperé el equilibrio más arriba. Una vez me di cuenta que me
encontraba segura, me reí y él nos giró. Ni siquiera tuve tiempo de ser
consciente de que me sostenía de mis piernas desnudas, con sus brazos
envueltos alrededor de mis muslos.
Sostuve mis brazos abiertos e incline la cabeza hacia el cielo
nocturno. Me sentí como si pudiera elevarme solo con salir de sus brazos,
girando sobre la tierra como una semilla de arce.
Ryan me bajó, y nos separamos mientras la canción alcanzó el coro
de ritmo rápido, y no había nada que perder. Así que levante mis manos,
balanceando mis caderas, sacudiendo mis hombros. Estaba bailando —
realmente bailando— por primera vez en casi dos años.
La risa de Morgan resonó en el aire mientras las tres realizaban algún
tipo de baile en círculos, las ondas rubias de Tessa agitándose con cada
movimiento. Pude distinguir sus sonrisas por las farolas amarillas. Mis locas,
amigas bailando. Mías.
Y no sentía como si hubiera perdido algo esa noche. Ni una sola
cosa.
23 Traducido por Ann Ferris
Corregido por Annie D

Sabía que Max saldría como flecha de la clase de inglés al segundo


que sonara la campana el lunes. Pero la realidad de que me iría durante
casi la mitad del verano, me dio coraje: Tenía que arreglar esto pronto. Me
mentalicé durante toda la mañana, armando una conversación en la
mente. Nada podía ser peor que el silencio t enso, me dije. Incluso hablarlo
tenía que ser más sencillo. Así que cuando el primer tono de la campana
sonó, me giré para tomar mi oportunidad. Agarré el brazo de Max a pesar
de que ya se deslizaba fuera de su asiento.
—¿Te quedarás por un minuto? ¿Por favor? —Todo el mundo salía de
las aulas. Morgan me lanzó una mirada con los ojos abiertos al pasar por la
puerta.
—Tengo clase —dijo Max, sin mirarme a los ojos.
—Lo sé —dije—. ¿Por favor?
No respondió, pero tampoco se fue. Nos quedamos así, en silencio, y
yo luchaba entre el deseo y la vergüenza.
—Tengo que ir a hacer algunas copias. Los veo mañana a los dos —
dijo la señora Pepper, saliendo por la puerta. No llevaba ningún
documento para fotocopiar.
—Entonces —dije. Moví mi mano del brazo de Max. La habitación se
hallaba demasiado callada, sólo con el débil zumbido del aire
acondicionado y el reloj de pared—. Realmente lo siento por lo que dije en
la piscina. No debería haber dicho esas cosas, sin importar cuán…
—¿…traumatizada estabas? —Se frotó la frente con ambas manos—.
Paige, provoqué algún tipo de trastorno de estrés postraumático en ti,
entonces actué como un imbécil, después de todo lo que has pasado.
Puedes estar enojada conmigo. Est oy enojado conmigo.
—Bueno, tuviste razón en algo —dije—. Y yo también. Entonces,
podemos simplemente... ¿ya no estar enojados?
—No estoy enojado contigo, Paige. Sólo estoy…
—¿Herido? —Supuse, y las siguientes palabras salieron en un revoltijo
frustrado—. Yo también, Max. Pero tú no eres la única persona introvertida
que evita confrontacionesaquí, y lo estoy int ent ando, así que, ¿puedes
mirarme?
Finalmente, sus ojos llegarona los míos. —Lo siento por lo que dije.
—Lo sé. —Apreté las manos en puños, presionando los dedos en mis
manos sudadas. Lo peor pasó; tuvo que hacerlo; y mi siguiente pregunta
sería el punto de inflexión—. Entonces, ¿podemos estar bien ahora?
Se mordió la uña del pulgar, y me pregunté qué, exactamente,
necesitaba considerar tan tortuosamente. Le daba la oportunidad de
hacer borrón y cuenta nueva, y lo único que quería era lo mismo a
cambio. —Creo que sólo necesito... algo de tiempo. Y espacio.
Me derrumbé en el interior, más y más pequeña hasta que deseé
poder desaparecer de mi asiento. ¿Qué significaba eso? Éramos igual de
culpables en esa ridícula pelea junto a la piscina, y en todo caso, yo tenía
más motivos para alejarlo. Ahora vengo a él, con las palmas arriba en
señal de rendición, ¿y él se aleja más?
—Está bien —le dije, recogiendo mis cosas—. Bueno, para que sepas,
entré en mi programa de escritura de guiones.
—Eso es genial —dijo—. También entré en mi programa de italiano.
Todo el verano se alejaba volando, justo ahí. Primero yo me iría,
luego él.
—Bueno —dije, a pesar de que mis pulmones se contrajeron dentro
del pecho—,ahí está tu tiempo y espacio. Tal vez deberías trasladarte de
nuevo a Coventry mientras estás en ello.
—Lo hepensado —dijo en voz baja.
Retrocedí, boquiabierta. Mi pulso se aceleró, empujando la
mortificación, la confusión y el enojo a través de mis venas.
—Genial —dije, de pie hecha una furia—. Simplemente genial. Nos
vemos por ahí.
—Espera —dijo.
Mi cabello voló a míalrededor cuando di la vuelta, todavía
patéticamente esperanzada.
—A principio de año, ¿por qué te volviste mi amiga?
Mis ojos se entrecerraron con confusión. —Yo... quiero decir,
teníamos El Concurso de Preguntas juntos, nos sentábamosal lado del otro
en esa clase... No sé.
—¿Esa es la razón, entonces? ¿Circunstancial?
—Sí. ¿Por qué? —Bueno, técnicamente, pensé que el ser amiga de
Max sería mi boleto haciaRyan Chase. Pero eso fue antes de que
conociera a Max. Dejó de ser sobre eso hace mucho tiempo. Y no es
como si él pudiera haberlo sabido.
—Por nada. —Su cabeza aún caída, derrotada en una manera que
no podía entender—. Realmente lo siento.
—Sí —le dije—. Yo también.
Y era cierto. Lo sentía porque nos quemamos uno al otro, lo sentía
porque él levantó un puente levadizo, apartándome por completo. Pero
no lo sentía porque traté de solucionarlo. No lo sentía porque traté de
luchar por nuestra amistad, incluso cuando me sentía incómoda y confusa.
Me apresuré por el pasillo en la dirección opuesta de nuestra ruta
habitual, odiándolo. Aun así, esperé oír mi nombre siendo llamado por el
bullicioso pasillo. Nunca llegó.

Fui donde mi abuela después de la escuela, a pesar de que la vi el


domingo para decirle sobre mis noticias acerca de Nueva York. Por
supuest o, se le olvidó de que apliqué en primer lugar, por lo que fue una
gran sorpresa. Lloró lágrimas de felicidad, besó la cima de mi cabeza y
siguió diciendo: “mi pequeña MadelynPugh”. Si alguna vez llegara un día
en que ella no pudiera recordar esa parte de nuestra historia, lo recordaría
por ella. Lo recordaría todo por las dos.
Después de un buen domingo, me sentí muy mal arrastrando mi
miseria hacia ella el lunes. Pero no sabía qué más hacer. Me senté en la
silla junto a su cama, mi nuevo lugar de costumbre.
—¿Qué tienes en mente, dulce niña? —preguntó. Su voz se volvió
suave en las últimas semanas, con un carraspeo suave en ella.
Me incliné para que mi cabeza se apoyara en la cama. Sentí que
mis hombros se contraían, tratando de absorber los sollozos contenidos
desde mi estómago. No quería llorar, pero mi cuerpo insistió.
—Cariño —dijo, pasando la mano por mi cabello—. Oh cariño.
Mis lágrimas se deslizaron sobre la colcha, y las dejé. No me limpié los
ojos o cubrí mi cara. Después de unos minutos, las lágrimas hicieron
espacio para las palabras. Le expliqué lo mejor que pude sin confundirla,
pero salió entre divagaciones y sorbos de nariz.
—Todo está tan mal —me ahogué—. Estaba haciéndolo mucho
mejor con lo de Aaron. Pero entonces conocí a Max. Y se volvió tan real,
tan rápido. Perdí a alguien de nuevo, de una forma completamente
diferente, pero todavía me duele, y me siento tan estúpida.
Ella apartó el flequillo de mis ojos. —Sé que es difícil desnudar tu
corazón, dulce niña, pero es la cosa menos estúpida en el mundo.
Suspiré, limpiándome la cara. —Realmente trataba de seguir
adelante. Pero no sé para qué me molesto.
Cuando se quedó en silencio por un momento, levanté la vista. Sus
ojos adormilados se volvieron feroces. —Paige Elizabeth, tienes permitido
estar triste, pero no tienes permitido ser derrotista. El hecho de que estás
herida quiere decir que alguien realmente te importa, y eso es
exactamente —exactamente— lo que tu amigo Aaron habría querido
para ti.
Hice una pausa, parpadeando, y más lágrimas se filtraron. —¿Sí?
—Claro. Tuviste tu tiempo para llorar, pero ahora vas a levantarte y
seguirás viviendo tu vida. Doblemente, por ese dulcechico. Ama de más,
incluso si eso también significa dolor de más. Así es como los honramos.
—Pero todo lo demás con... —comencé, pero levantó la mano para
detenerme.
—Todo lo demás encajará en su lugar —dijo—. Sólo vive tu vida.
—Pero... —Lo intenté de nuevo.
—Sin peros. —Fue allí, en su insistencia, que me recordó a mi madre.
—Vivir mi vida —repetí, y el mantra quedó t rabado en mi mente,
incluso después de dejar la cama de mi abuela.
24 Traducido por Annie D
Corregido por NnancyC

En otras circunstancias, probablemente habría tenido el valor


suficiente para hablar con Max de nuevo al día siguiente. En cambio, las
palabras que podría haber dicho desaparecieron, reemplazadas por las
de mi abuela: Todo lo demás caerá en su lugar. Sólo vive t u vida.
No estoy segura de si esas palabras me hubieran importado tanto si
no hubieran sido algunas de las últimas palabras que me dijo.
Mi abuela murió esa noche, después de otro infarto que salió de la
nada. Yo estuve allí sólo unas horas antes.
Después de recibir la llamada, nos deslizamos en ese borrón de
sollozos y entumecimiento. —Mamá, no. —Seguí repitiendo mientras
lloraba.
—Lo siento mucho, bebé —dijo ella, y las lágrimas goteaban de su
barbilla. Abrazó a Cameron y a mí contra ella en el sofá, y sollozamos en
una pequeña pila hasta que mi papá llegó. Cameron se subió a su regazo
como una niña pequeña, y él agarró la mano de mi madre entre nosotros.
Eventualmente nos separamos para hacer frente a las notificaciones.
Tomó lo último de mi energía llamar a Tessa y decírselo. Ella sollozó en su
lado de la línea telefónica, una de las pocas veces que supe que lloró.
Cuando me preguntó si quería que viniera, le dije que me sentía
demasiado cansada, demasiado triste, demasiado de todo.
Cuando colapsé en mi cuarto, pude oír, débilmente, la voz de mi
madre desde el suyo, llamando a parientes y haciendo los arreglos. La
puerta de su habitación se hallaba cerrada por la primera vez que podía
recordar. La puerta abierta significaba que ella siempre se encontraba
disponible para nosotras; si nos enfermábamos en el medio de la noche o
entrábamos apresuradas después de un sueño terrible. Pero sin importar lo
mucho que se sentía como una pesadilla, esta noche no era un mal sueño.
E incluso si lo hubiera sido, la puerta estaba cerrada. Me acostumbré a que
ella fuera una madre para sus hijas. Ella se lamentaba en privado, ahora,
siendo una hija sin madre.
Le rogué a mi mente que se apagara mientras me metía en la cama.
Al inicio del año escolar, pensé que nada podría ser peor que regresar a
Esa Mirada en la escuela. Pero hubiera dado cualquier cosa por volver allí:
cuando mi abuela se encontraba alrededor, antes de que yo arruinara
todo con Max. Lloré por todo de nuevo, amortiguando los sonidos en la
almohada hasta que, al borde del sueño, un sonido de crujido atravesó en
mi conciencia. Me senté, parpadeando. Había una pequeña figura en mi
puerta, sus brazos cruzados en la oscuridad.
—¿Cam? —murmuré. Parpadeé de nuevo. Definitivamente era mi
hermana—. ¿Qué estás haciendo?
—¿Puedo dormir aquí? —susurró.
—Sí —le dije—. Claro.
Me acomodé, dejando mucho espacio en el lado donde Tessa
dormía cuando se quedaba. Cameron se apresuró hacia mi cama, como
si pensara que podría cambiar de opinión. Escalando bajo las sábanas, se
aferró al conejo de peluche que tenía desde la infancia.
—¿Estás bien? —susurré.
—No sé. —Su voz se quebró en la oscuridad.
Apoyé la cabeza en la almohada, enfrentándola.
—Yo tampoco. —Tal vez como la hermana mayor, debería haber
mentido y dicho algo más reconfortante. Pero se merecía saber la verdad,
ser compadecida con ella.
—Ya la extraño muchísimo —dijo Cameron.
Me mordí el labio inferior, luchando contra el nudo en mi garganta.
—Yo también.
—¿Crees que mamá va a estar bien?
—Sí. —Pensé en el dolor después de que Aaron murió, abrasando por
debajo de mi piel. No siempre se sent irá de est a manera, había
insistidoTessa—. Simplemente no de inmediato.
Cameron estuvo en silencio por un momento. —No quiero que
nunca le pase nada a mamá.
—No le pasará.
—Podría —dijo, poniéndome en evidencia.
—No le pasará. —Yo necesitaba creer eso también—. Buenas
noches, Cam.
—Buenas noches.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, Cameron ya se había
levantado. Me pregunté si soñé todo el asunto, pero había una hendidura
en la almohada junto a la mía, donde estuvo su cabeza. La luz de la
mañana se sentía dura; demasiado real. Mi abuela se había ido, e incluso
una noche de sueño no lo esfumó. Me acurruqué en posición fetal para
otro llantito. Cuando finalmente oí pasos en la escalera, esperaba a mi
papá. Pero era Tessa, sosteniendo dos tazas para llevar de Alcott’s.
Mis ojos se sentían hinchados cuando me apoyé en la cabecera
para saludarla. Se sentó en mi cama, donde estuvo Cameron, y me dio un
café.
—Lo siento tanto —susurró, con la voz quebrada. Con Tessa, nunca
era Esa Mirada, especialmente no ahora. Ella amaba a mi abuela,
también, y su tristeza era propia.
Moví la cabeza y me mordí ambos labios. Tenía la sensación de que
estaría haciendo ese movimiento mucho durante la próxima semana. El
café sabía caliente, pero no demasiado.Amargo y reconfortante.
Nos sentamos ahí por un momento. Sentí mi frente arrugarse, mi
cuerpo instintivamente sabiendo que iba a llorar de nuevo. —Ni siquiera
pude decirle adiós.
—Ella sabía. —Tessa se volvió hacia mí—. Sabía lo mucho que la
amabas.
Asentí a través de mis lágrimas.
—Mejorará —prometió Tessa una vez más, uniendo su brazo con el
mío y recostándose contra la cabecera. Lo creí esta vez, incluso mientras
miraba al largo camino delante de mí.
Ciertamente no mejoró mientras los días se prolongaban. El funeral
fue solemne, con todas las formalidades prev istas. Mi papá le entregó a
mamá pañuelos, su mano nunca dejando la de ella. Tessa se sentó en el
banco exactamente detrás de mí, con Kayleigh y Morgan a cada lado de
ella. Cuando el pastor se lanzó en una diatriba acerca de la finalidad de la
muerte, sent í sus manos sobre mis hombros, asegurándome de que se
encontraban detrás de mí. De que siempre se encontraban detrás de mí.
Odiaba todo lo relacionado con el servicio. Odié la música
deprimente, odié lo mucho que extrañaba a mi abuela y odié el dolor que
irradiaba de mi mamá. Odié lo mucho que me recordó perder a Aaron.
Odié el servicio en la tumba, y supe que odiaría la comida en nuestra casa.
No tenía interés en aperitivos o gente dando vueltas, dándonos Esa
Mirada.
Dos horas después de la comida, me hallaba mucho más allá del
agotamiento, emocional y físico. Me sentía cansada de decir "gracias" a
todos los discursos de "Lo siento mucho", cansada de usar mi cara valiente.
Por eso, cuando alguien llamó a nuestra puerta, me escapé a contestar.
La policía podría haber estado del otro lado por todo lo que importaba,
siempre y cuando pudiera dejar los grupos de personas agrupándose en la
sala de estar, la sala familiar, e incluso en la cercanía de la cocina.
—Hola —dije en un aliento, abriendo la puerta. Era Ryan y Max de
pie uno al lado del otro, cada uno lleno de varios contenedores. Me
recuperé de mi silencio aturdido y la abrí más amplio.
—Entren, entren —tartamudeé.
Entraron en fila a la casa y se dirigieron a la cocina. Los vi pasar, de
repente muy consciente de mi apariencia. Me alisé el cabello suelto y
limpié debajo de mis ojos el rímel corrido.
Superficial, me acusé a mí misma, pero aun así enderecé mi vestido
al caminar hacia la cocina.
Colocaron todo sobre el mostrador. Abrí la boca para decir algo,
pero ¿qué? No estaba segura. Ahora que no cargaban un montón de
cosas, me di cuenta que ambos usaban corbatas. Algo acerca de eso me
dio ganas de llorar de nuevo, pero antes que pudiera, me vi envuelta en el
pecho de Ryan, sus brazos envueltos alrededor de mí.
—Realmente, realmente lo siento, Paige —dijo en voz baja. Su
barbilla descansaba en la cima de mi cabeza y me sostuvo allí.Un abrazo
real. Max me dio un torpe abrazo de lado y se aclaró la garganta.
—Estas son de parte de mi mamá —Hizo un gesto hacia un pequeño
arreglo de lirios en un florero de cristal—. Lamenta mucho no poder estar
aquí.
No habría esperado que estuviera, pero asentí de todos modos. —
Gracias.
—Esto es de mi mamá. —Ryan golpeteó la parte superior de uno de
los contenedores—. Es lasaña, doble queso. La mejor comida de consuelo,
lo prometo.
—Esto es tan... —Negué con la cabeza, desconcertada—. Gracias.
Los vi hace unos días, pero aun así era tan reconfortante tenerlos
frente a mí ahora. Se presentaron en ropa bonita con comida y flores
como... bueno, como adultos.
—Todo el mundo está abajo en el sótano —les dije—. Si quieren
evitar mezclarse con los adultos.
Ryan dio un paso hacia la puerta del sótano.
—¿Vienes? —preguntó. No estaba segura si se refería a Max o a mí.
Max respondió. —En un minuto.
Ryan asintió antes de darse la vuelta, y Max colocó una caja naranja
de galletas en el mostrador. Do-Si-Dos, de su escondite personal. —Todas
tuyas, si las quieres.
Mi labio inferior tembló. —Sí, las quiero. Gracias.
Sonrió con vacilación. —De nada.
—No puedo creer... —empecé—. Me alegro de que vinieran.
—Por supuesto que vinimos. Somos tus amigos.
Se sentó en un taburete de cocina; relajado, como si la tragedia
personal significara un respiro de nuestros propios problemas. Extrañaba a
este Max, el que me miraba a los ojos y me veía. Quería arrojar los brazos
alrededor de su cuello y sostenerlo hasta que todos los demás se fueran.
—Sé que es la pregunta más trillada —dijo—, pero ¿cómo estás?
Para todos los demás que me lo preguntaron esa noche, dije que
bien. Me encogí de hombros mientras las lágrimas trataron de formarse de
nuevo. —No bien. Quiero decir… ya sabes.
Y sí, élsabía, después de haberlo pasado él mismo. —Sí. La pérdida
de un abuelo es muy difícil de por sí, pero también es triste ver a tu madre
afectada.
—¡Sí! —Estuve de acuerdo, un poco demasiado fuerte. Estos pocos
minutos normales con Max se sentía como acurrucarte con una manta de
lana. No lo suficiente para protegerme; simplemente lo suficiente para
sentirme consolada.
Como si fuera una señal, Cameron serpenteó en la cocina,
interrumpiéndonos.
—Mamá te buscaba —dijo, su voz monótona.
—He estado aquí.
Me lanzó una mirada de molestia que no estaba segura de cómo
me la gané.
—Hola, Cameron —dijo Max, sonriendo. Era más moderada que su
sonrisa habitual, pero no se vio forzada tampoco—. Me alegra verte.
Se paró un poco más erguida. —Hola, Max.
—Realmente lamento lo de tu abuela.
Ahora Cameron sonrió débilmente y asintió, pero no dijo nada.
—Realmente deberíamos tener una revancha de Hechos
Impresionantes alguna vez. Defender nuestro título.
—¿En serio? —Cameron sonrió más genuinamente. Me echó un
vistazo, midiendo mi reacción a uno de mis amigos siendo amable con
ella. No sabía lo que esperaba, pero Max trat ando de comunicarse con
ella era la última cosa en mi mente. Le sonrió a Max, señalando a las Do-Si-
Dos—. ¿Apenas ahora estás dándole esas galletas?
—Eh, sí —dijo Max, bajando la mirada.
Antes de que pudiera preguntar, Cameron se volvió hacia mí. —
Deberías ir a buscar a mamá.
Abrí la boca para excusarme, pero Max se me adelantó.
—Me voy al piso de abajo —dijo.
En un instante de desesperación, lo sujeté de la mano. Ahora no era
el momento adecuado para hablar de esto, pero tenía que decir algo.
Estábamos en la cena de mi abuela, donde mi hermana se encontraba
probablemente lo suficientemente cerca para oírnos, pero no me
importaba.
—No regreses a Coventry —susurré—. Por favor.
Su mirada se encontró con la mía y la sostuvo durante sólo un
momento antes de decir—: Está bien.
Tan simple como eso. Soltésu mano, sintiéndome a la vez ridícula y
aliviada, y él desapareció en el piso de abajo.
El resto de la noche fue una nube de gente yendo y viniendo,
oscilando entre abrazarme y darme el pésame por mi pérdida. Sus rostros,
sus palabras; todo se convirtió difícil de distinguir.
Mis amigos se quedaron más tiempo que la mayoría de la gente,
viendo mi cara para el más pequeño indicador de colapso. Al final, se
marcharon también. Mi mamá se fue a su habitación después de que la
última persona se retirara, e incluso Tessa y mi papá se fueron para
conseguir cambios de ropa.
Me instalé en un taburete de la cocina, apoyé los codos contra la
isla, y cerré los ojos por un momento. La cara de Max fue lo primero que
vino a mi mente, y me reprendí a mí misma por enésima vez esa noche, por
pensar en Max inmediatamente después del funeral de mi abuelita. Pero
los dos estaban unidos, en mi mente. Antes de conocer a Max, sólo era
realmente honesta con mi abuela. ¿Pero con Max? A Max podía decirle
cualquier cosa. Hacía una diferencia, contarle mis secretos a alguien que
recordaba cada palabra.
Él no me abrazó cuando se fue. En cambio, se acercó por mi mano.
Nuestros ojos se encontraron. No dijimos nada al principio. Me apretó la
mano y se alejó antes de soltarla totalmente. Pero luego se dio la vuelta,
frente a mí de nuevo. —Paige, lo siento mucho. Acerca de tu abuela... y
todo lo demás.
—Yo también.
Se encontraba de pie en el escalón del pórtico, provocando que
quedáramos a la misma altura. —Siento que he manejado todo
totalmente mal. ¿Podemos empezar de cero?
—Sí —dije—. Por favor.
—Está bien. —Suspiró, cerrando los ojos brevemente, como sise
sintiera aliviado—. Bien. Porque, quiero decir, ni siquiera importa cómo nos
hicimos amigos, ¿cierto? Sólo importa que todavía lo somos. Así que,
¿amistad desde cero?
¿Qué t enía que ver est o con la forma en que nos hicimos
amigos?,me pregunté. Pero extendió una mano —un acuerdo formal— y la
estreché.
—Trato —dije.
Me dije que era suficiente, al menos por ahora. Apenas quedaba
espacio en mi cuerpo para que doliera por alguien más que por mi
abuela, pero Max cabía en el pequeño fragmento que me quedaba.
Empecé a preguntarme, de verdad, cuánto más podría soportar mi
corazón.
Pero ya había sobrevivido antes al dolor, así que me obligué a
replantear. Mi abuela vivió lo suficiente para ver el primer retoño de un
sueño que plantó en mí. Vivió lo suficiente para ver a mi mamá y mi papá
felices de nuevo. Tuvo un hermoso matrimonio y una vida hermosa después
de él, también. Tuvo a París.
Existían tantas cosas por las cuales agradecer. Cuánto la abuela me
enseñó en el tiempo que la tuve. Mi papá, cuidando tan hábilmente de mi
mamá. Mis amigos, pegados decididamente a mi lado. El jarrón de flores
de la mamá de Max; el que era para mí. Y el contenedor de lasaña, y una
caja de galletas de las Chicas Exploradoras todas para mí. Recibí apoyo,
no lástima, y me pregunté si tal vez siempre fue así.
Este pensamiento, incluso en la desolación de una vida sin mapa, sin
mi abuela, colocó otra pequeña luz en mi tarro, otra señal en mi sendero.
La oscuridad podría seguir inundando, pero finalmente tuve la luz suficiente
para encontrar el camino de regreso a mí misma.
25 Traducido por Mery St. Clair
Corregido por SammyD

Me la pasé desanimada el resto del fin de semana. Tessa, Morgan y


Kayleigh aparecían una a la vez, trayendo revistas, café e intentando
animarme. Imaginé que tomaban turnos, rotaban horarios. Aunque lo
apreciaba, me sentía feliz quedándome en mi pijama frente a la televisión,
mirando Yo Amo a Lucy y su ingeniosa manera de salir de los problemas.
Solía pensar que volver a ver una seriey releer un libro eran pasatiempos
vergonzosamente aburridos. Pero hay algo confortante en saber lo que ya
va a ocurrir.En la vida real no existía ese lujo.
Demasiado pronto, la noche del domingo llegó, y la realidad de las
últimas dos semanas de escuela se hundió en mí. Mayo fue gris y
melancólico, lo cual me quedaba bien. La idea de ponerme algo más que
un pijama para salir y hacerle frente a este clima era suficiente para
hacerme estremecer. Me juré a mí misma que saldría de la cama en una
hora. Buscaba información sobre el campus de la universidad de Nueva
York, planeando lo que haría.
Más allá de la pantalla de mi portátil, vi la puerta de mi dormitorio
abrirse un par de centímetros. Levanté la mirada y vi a mi hermana
asomándose. Sus ojos brillaban, su boca formando una expresión medio de
sorpresa, media de regocijo.
—Apuesto a que puedo animarte —dijo, su voz casi un susurro, antes
de que pudiera preguntarle porque susurraba, abrió la puerta un poco
más con un crujido.
Fruncí el ceño. —¿Cómo?
Presionó sus labios, saboreando cada momento de lo que se hallaba
a punto de decir. —Chrissie Cohen quedó fuera de la universidad.
Me quijada cayó. —No.
—Sí.
Coloqué mi mano sobre mi boca, ocultando mi sonrisa apenas
reprimida. —Oh, Dios mío.
Cameron asintió y mordió sus labios, sus ojos muy abiertos.
—No es gracioso. No es nada gracioso —repetí.
—¡Sí, lo es! —chilló, y ambas nos echamos a reír sin inhibiciones.
Nos tomó un minuto recuperarnos antes de que le preguntara—:
¿Cómo lo sabes?
—Zach Cohen y yo somos amigos en línea —dijo, luego se giró un
poco—. Oh, hola, mamá.
Detrás de Cameron, pude ver a mamá con su bata y sin maquillaje,
cruzando los brazos.
—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó. Era la segunda vez que
la veía en el fin de semana. Cada una se quedaba en su propia
habitación mientras mi papá iba de un lado a otro, tomando nuestras
órdenes de comida. Debió haber preparado té para mi mamá diez veces
en los pasados dos días y los oía hablar suavemente en su habitación
mientras sus viejas películas favoritas se reproducían en el fondo.
—¿Bien? —preguntó mamá—. ¿Qué es tan divertido?
Cameron se aclaró la garganta. Ella sabía muy bien que nuestra
madre no apreciaría que estuviéramos riendo porque la hija de su amiga
quedara fuera de la universidad. Así que improvisó. —Eh, Paige… me contó
un chiste.
Mi madre me miró. —Sin duda yo también quiero reírme.
Le lancé a Cameron una mirada, no quería que me pillaran en una
mentira. Milagrosamente, una broma que Max me contó semanas atrás
me llegó a la mente.
—Pasado, presente y futuro entran en un bar —dije—. Fue tenso4.
—¡Ja! —dijo mamá.
Cameron rió también, ya que era la primera vez que oía la broma.
—Ese es un chiste bueno —dijo mamá, sonriendo mientras tiraba de
su bata fuertemente a su alrededor y se dirigía hacia las escaleras.
Cuando se fue, Cameron me dio una sonrisa de complicidad. —Bien
hecho.
—Gracias.
—¿Dónde escuchaste esa broma?

4 Juego de palabras. En ingles, los tres tiempos llevan la palabra “tense/tenso” agregado.
—Max —dije, y un pensamiento se me ocurrió—. Oh, bueno, quiero
preguntarte algo. Enaquella ocasión, dijiste algo sobre Max y las galletas
de las chicas exploradoras. ¿Qué fue eso?
Se encogió de hombros. —Vino un día a dejarlas.
Ahora tenía toda mi atención. —¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde me
encontraba yo?
—Durante las vacaciones de primavera. Creo que saliste por la cena
con mamá.
¿Justo después de nuestra pelea en la piscina? Imposible. ¿Verdad?
Debí saberlo. —¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste?
—¡Porque me dijo que sería una sorpresa! —Cameron se cruzó de
brazos.
Cerré los ojos, intentando respirar de manera uniforme. Mi pulso latía
en mi cuello. Asesinar a mi hermana no era la mejor manera de manejar
esto. —De acuerdo. ¿Me podrías decir exactamente lo que sucedió? ¿Por
favor? Es importante.
—Abrí la puerta, y él tenía una caja de galletas de las chicas
exploradoras. Me preguntó si podía dejarlas en tu habitación para ti, pero
le dije que no tenía permitido entrar en tu dormitorio.—Me miró fijamente,
asegurándose de que notaba que se apegaba a mi regla, y asentí—. Le
dije que podía dejarlas allí para ti, ya que yo no podía hacerlo.
Me senté. —¿Le dejaste entrar en mi habitación?
Me dio su expresión de estás-loca. —¿Qué se suponía que hiciera?
¡Era la única en casa! ¡Siempre me gritas que no entre aquí!
Mi boca cayó abierta, mi garganta demasiado seca para tragar. Mi
agenda. La tenía abiert a en mi escritorio. Est aba segura de ello. No, no, no.
Cameron suspiró. —No fue la gran cosa. Entró, como, por un
segundo. ¡Y yo estuve just o al lado de la puerta y lo esperé! Pero dijo que
cambió de opinión y que te entregaría las galletas después.
¿Por qué siquiera t e convert ist e en mi amiga?Me había pregunt ado.
Yo me hallaba demasiado anonadada —demasiado avergonzada— para
llorar. Cambió de opinión porque vio esa lista. Vio que Ryan Chase era
parte de mi estúpido plan. Mi estómago se contrajo de horror.
Lo sabía. Todo este tiempo que estuvo evitándome, esas miradas
llenas de dolor… no eran por nuestra pelea. Era porque pensaba que lo
utilicé para llegar a Ryan. Y lo hice, ¿no? Al menos al principio.
—¿Hice algo mal? —preguntó Cameron, su voz un susurro ahora.
—No. —Mi voz temblaba, incluso a pesar de ser sólo una sílaba.
Quería parpadear, como en Mi Querido Genio, y mágicamente cambiar
todo. Pero no se podía regresar el tiempo. El calor se extendió por mí como
una fiebre—. No, no lo hiciste. Fui yo.
Presioné una almohada contra mi rostro. ¿Podría disculparme? Las
palabras parecían demasiado mortificantes para pensar, y mucho menos
para decirlas en voz alta. No era de extrañar que me dijera que
necesitaba algo de tiempo. Si yo descubriera que me usó para acercarse
a Tessa, ni siquiera sería capaz de mirarlo.
Sin embargo, vino al velorio de Grammy. Dijo que quería comenzar
de nuevo. Incluso después de eso.
—¿Oye, Paige?
—¿Qué? —pregunté miserablemente. La almohada amortiguó la
palabra.
—¿Te gusta Max?
Aparté mi rostro de mi almohada, así Cameron podría ver la
torturada expresión en mi rostro. —¿Por qué preguntas eso?
—No hay razón. —Se dispuso a marcharse, dándome una media
sonrisa—. Sólo creo que debería gustarte, es todo.

—¿Segura de que quieres hacer esto? —preguntó Morgan. Os


encontrábamos sentadas en el estacionamiento del instituto conKayleigh,
todas usando camisas rojas idénticas. Las palabras “Guerrero Atleta”
podían leerse en el frente. En la parte de atrás, las gruesas letras
deletreaban “Chase.” La mamá de Ryan las ordenó para todos sus
amigos. En otras palabras: Yo era considerada tan buena amiga de Ryan
Chase que su madre me ordenó una camisa con su nombre en él. Si
alguien me hubiera dicho eso al comienzo del año escolar, me hubiera
desmayado de la alegría.
—Lo estoy —dije. En lugar de seguir encerrada, me obligaba a mí
misma a salir al mundo, a ver a Ryan en una de sus últimas competencias
del año.
Era martes, y acababa de terminar mi segundo día de clases desde
que mi abuela murió. Max caminó conmigo después de la clase de Ingles
ambos días. Nuestras conversaciones eran superficiales, dos personas
heridas intentando confiar el uno en el otro sin desarmarse. Pero eso se
hallaba bien por ahora, especialmente con toda esta tristeza por perder a
mi abuela haciéndomeestremecer. Necesitaba tener mis pies plantados en
suelo firme antes de poder seguir adelante.
Aun así, odiaba la idea de estar siendo apartada de Max ysin tener
tiempo de reparar las grietas de nuestra amistad. Me iría a Nueva York en
junio, y él estaría en It alia durante julio y parte de agosto. Quizás podía
enviarle correos electrónicos desde Nueva York, contándole todo. Como lo
hice todo el año. Quizás deberíamos comenzar desde allí.
Morgan, Kayleigh y yo caminamos hacia las gradas donde Tessa ya
se hallaba sentada, su cabello peinado en dos trenzas. Incluso tenía
maquillaje negro esparcido por sus mejillas, haciéndola parecer como una
fan oficial. Ella y Malcom se encontraban demasiado ocupados
aplaudiendo y gritando como para vernos llegar. Unas filas detrás de ellos,
vi a Clark sentando con uno de sus amigos. Nuestros ojos se encontraron y
le di un pequeño saludo de mano. Siempre estaría allí nuestra silenciosa
conexión.
—¡Hola! —dijo Tessa.
—¡Mírate! —dije, sonriéndole—. Toda una fan deportista. ¿Será el
turno de Ryan pronto?
—Sí, llegas justo a tiempo para el relevo.
Hubo una pausa, y luego agregué en voz baja—: ¿Se encuentra
aquí?
Ella sabía exactamente a quien me refería. —No. Hace de niñero
hoy.
Tessa se protegió sus ojos del sol, buscando a Ryan entre el grupo de
corredores tomando sus lugares.
—¡Vamos, Chase! —gritó, y la pistola se disparó.
Sonreí al ver a Tessa. Al comienzo del año, nunca hubiera imaginado
que permitiera a nuevas personas acercarse a ella —y mucho menos ser
una verdadera amiga de Max y Ryan. Pero aquí se encontraba, con su
atuendo de fan y todo. Cuando el corredor le dio el relevo a Ryan,
gritamos y aplaudimos hasta que cruzó la línea en primer lugar. Desaceleró
su trote, recuperando el aliento. Después de un momento, miró a las
gradas y nos saludó.
Todos le devolvimos el saludo. Y estando allí con mis amigos, sentí
una especie de satisfacción por debajo de las punzadas de pérdida con
las cuales venía luchando.
—Iré por algo de beber —le dije a Tessa—. Regresaré antes de la
carrera de Tyler.
Bajé las gradas y caminé debajo de ellas, tomando un atajo hacia
los puestos de comida. Mientras me movía de un lado a otro, choqué
contra alguien. Ni siquiera la vi hasta que nuestros hombros conectaron:
alta, atlética, morena.
—Oh, Dios, lo siento —dije. Miraba a Leanne Woods, oculta en la
sombra de las gradas vecinas. Solo que no se parecía a Leanne Woods, la
ex novia de Ryan Chase. Lucía tan hermosa como siempre, incluso de
cerca, no parecía tener imperfecciones. Pero sus ojos se hallaban vidriosos
mientras miraba en dirección a Ryan y pasó un dedo debajo de su
parpado inferior. Una vez que lo hizo, se enderezó.
De hecho, me miró directo a los ojos y dijo—: Hola, Paige.
No podía recordar si alguna vez hablé con Leanne antes, pero me
sorprendía que supiera mi nombre. No nos hallábamos en malos términos,
pero nos movíamos en círculos diferentes e incluso clases diferentes. Metí
las manos en mis bolsillos. —Hola, Leanne.
Se removió, apretando su bolso más cerca de su costado. —¿Cómo
te encuentras?
—Bien. ¿Y tú?
Se encogió de hombros, sus ojos vagando a la distancia otra vez. No
sabía si nuestra conversación había terminado, así que me quedé
estúpidamente allí de pie hasta que se concentró en mí nuevamente. —Te
he visto mucho con Max Watson este año.
Eso no me lo esperaba. —Oh. Umm… sí.
—Se ven lindos juntos. No siempre nos hemos llevado bien, pero eso
fue sólo porque es muy protector con Ryan. Y quizás me porté como una
perra con él. —Leanne rio con tristeza, limpiando su maquillaje corrido otra
vez.
—Max y yo en realidad sólo somos amigos —dije. O intentábamos
serlo estos días.
—Que mal. A todo el mundo le gustaría verte feliz con alguien más,
después de todo lo ocurrido con Aaron.
—Oh —repetí, sonrojada—. Eso, uhm… Eso es muy amable, Leanne.
Gracias.
Se encogió de hombros otra vez. —Es cierto. Todo el mundo quiere
cosas buenas para ti.
En ese momento me encontraba completamente estupefacta. Ryan
me contó sobre esto… como Leanne podía decir lo que fuera que
pensara. Siempre asumí que todos en la escuela sentían nada más que
lástima. Leanne parecía asumir que “todo el mundo” tenía buenos deseos.
Los ojos de Leanne se encontraron con los de Ryan otra vez y luego
se deslizaron hacia Tessa. —Realmente le gusta, ¿verdad?
Mordí mi labio. Después de lo amable que Leanne fue conmigo,
odiaba tener que admitir lo insistente que estuvo Ryan detrás de Tessa.
Leanne leyó mi silencio como una afirmación y suspiró. —Claro que sí. Es
lista y linda.
Ya que Leanne era tan abierta conmigo y porque siempre me lo
pregunté, la pregunta saltó de mi boca. —¿Por qué terminaste con él, de
todas formas?
—Ja —dijo, su voz amarga—. No lo sé. Me sentí atrapada. Quería
cambiar las cosas, tomar un riesgo. Era como si la vida fuera demasiada
perfecta, ¿sabes?
—En realidad, no lo sé —dije rotundamente.
—Bueno, no por ahora. Ya debo irme. —Con un último pestañeo, se
dio la vuelta. Pero luego miró hacia atrás, por encima de su hombro—. No
se lo digas a nadie, ¿de acuerdo?
Antes de que tuviera la oportunidad de contestarle, se alejó,
dirigiéndose hacia el estacionamiento. A pesar de que fue ella quien
rompió con Ryan, lo lamentaba por Leanne. Tener el corazón roto te hace
formar parte de una hermandad con un membrecía automática. Me
prometí que mantendría el secreto como guardaba el resto.

La última semana de escuela me sentí como una sonámbula. Me


moví de clase en clase, leyendo páginas llenas de notas para mantenerme
cuerda. Los profesores recogieron nuestros trabajos finales, e intenté prestar
atención. Cuandolos pensamientos de mi abuela llegaban, me centraba
en la escuela de escritura, la cual me hacía sentirme más conectada a
ella. O agregaba algo más a mi lista de cosas que empacar, aunque una
de mis maletas ya estaba llena.
Max me deslizó una nota en clase esa semana, y a pesar de los
escasos rayos del sol que llegaban a través de la ventana de clases, se
sintió como el verano. Nuevos comienzos, días cálidos, aunque
estuviéramos en diferentes ciudades. En casa, pegué un pequeño avión
de papel en las esquinas de mi collage. De alguna manera, la esperanza y
admiración por Max se convirtieron en una pequeña pieza de mí. Él
pertenecía allí, junto a todas mis otras cosas favoritas.
Cuando me senté a escribir las cartas de agradecimientos, una para
la señora Chase y otra para la mamá de Max, fue bastante fácil. Les
expresé cuan agradecida estaba por su amabilidad, la lasaña y las flores
respectivamente, y lo mucho que significaban para mí. Pero batallé con
como agradecerle a Max por todo lo que hizo por mí. Al final, me
acobardé y escribí una nota casi idéntica a las demás. Pensaba colocar
un “Sinceramente” en la carta de Max también, pero i mano intentó
escribir una A. Una A y otras tres letras. Fue un verdadero dilema saber si
dejarlo o no. Esa es la parte confusa de enamorarte de un amigo: lo amo
de la misma manera en que amo a Tessa, Morgan y Kayleigh…
protectoramente y completamente. Pero existían tantos sentimientos más
sobre esa base.
Miré fijamente mi collage. Ama incondicionalment e, dijo mi abuela.
Incluso si eso significa que duela incondicionalment e t ambién. Bien,
entonces. Tiré mi primera carta a Max a la basura y empecé de nuevo,
esta vez con la verdad. Esta era la única manera en que podía decirle lo
que necesitaba.

Querido Max,
Hice un plan al comienzo de est e año, y pensé que t odo est aría bien
si me apegaba a él. Había algunas buenas ideas, t an buenas que me
llevaron a QuizBowl y a la escuela de escrit ura. Pero ot ras partes de mi plan
fueron ideas equivocadas, cosas para las cuales no est aba list a y no eran
adecuadas para mí.
Ahora me doy cuent a de que nunca planeé algunas de las mejores
cosas que me han ocurrido est e año.Una de ellas eres t ú. Siempre t e est aré
agradecida por las gallet as y t odo lo demás.
Tú amiga,
Janie.
26 Traducido por Sofía Belikov
Corregido por florbarbero

Con sólo unos cuantos minutos restantes en la clase del jueves, la


señorita Pepper soltó la bomba.
—Como todos saben —dijo, paseándose por la parte delantera del
salón—. He tratado de forzarlos a conocer tanto a la literatura como a sus
compañeros. Así que, su último proyecto es algo inusual. ¿Alguien ha oído
acerca de la Postal Secreta?
Hubo un murmuro colectivo e indiscernible en la clase.
—Para aquellos que no lo sepan —explicó—, la Postal Secreta es una
comunidad que trabaja en un proyecto de arte. La gente envía de
manera anónima sus secretos más oscuros, en una postal, al hombre que
maneja la página, y él actualiza las nuevas en línea cada semana.
La clase bullía, especulando acerca de qué tenía que ver eso con
nuestro proyecto.
—Para mí, la Postal Secreta representa el principio de verdad y
belleza de Keat —continuó por encima del ruido de la clase—. Eso es lo
que quería para ustedes este año: que vieran la literatura como una
manera de comprender a sus compañeros, de encontrar destellos de
verdad y los alcances de la belleza. Así que, como un último esfuerzo en
nombre de la causa, crearán una postal anónima para mañana. Para
exponerlas.
La clase se volvió abiertamente ruidosa, todos protestando ante la
idea de hacer públicos sus secretos. Me sentía feliz de que Max no pudiera
ver mi expresión, el pánico que acompañaba la idea de confesar mi
último secreto.
—Ahora, antes de que enloquezcan —dijo la señorita Pepper,
elevando su voz por encima de la conmoción—. Préstenme atención. Hay
cuatro reglas. Primero: el secreto debe ser algo que nunca le hayan dicho
a alguien. Segundo, así no me despiden: por favor, mantengan el secreto
apropiado para la escuela. Voy a enmarcarlos. Tercero, el secreto puede
tratar de lo que sea, mientras sea verdad. No tiene que ser uno oscuro o
serio.
La liberación de tensión de la clase fue audible, con suspiros y ufs.
—Por ejemplo —ofreció la señorita Pepper—. En realidad, y con
sinceridad, desearía que mi perro, Grendel, pudiera hablarme.
La clase se rió.
—O… —Se puso frente a nosotros, el rostro solemne—, poder escribir
un libro sobre que creo que los adolescentes tienen mucho más que
ofrecerle al mundo que la mayoría de los adultos alguna vez pensaría.
La clase permaneció en silencio. Suponía que sabían que ella en
realidad creía eso.
—Y por último —dijo—, entréguenmelas mañana en cuanto lleguen
a la escuela. En la mañana, gente, ¿sí? Les pondré la nota, y los colocaré
por el salón después de que los enmarque.
El timbre sonó, y todos se apresuraron a recoger sus cosas.
—Suena genial —le dije a Max mientras tomaba mi carpeta y libro
del escritorio. Caminamos hacia el flujo de personas en el pasillo.
—Sí —estuvo de acuerdo—. Como que lamento perderme esto.
—¿Oh? —pregunté, tensándome. ¿Era la última vez que lo vería en
inglés? ¿La última vez que lo vería antes de que se fuera por el verano?
Creí que tendría más tiempo.
—Mamá y yo nos iremos a Florida mañana, por lo que va a
recogerme después del tercer período así podemos irnos directo al
aeropuerto sin dejar mi auto aquí.
—Así que vas a perderte el último día de clases, ¿eh? —traté de
bromear, pero de alguna manera me las arreglé para sonar tan
decepcionada como me sentía.
—Sí. La verdad es que quiere unas vacaciones aquí antes de que me
vaya por el verano. —Usó su mano libre para ajustarse los lentes, y me
descubrí sonriendo ante el gesto familiar.
—Bueno… eso suena divertido —dije. Casi nos encontrábamos en el
punto en que nuestros caminos se separaban. Es ahora o nunca, pensé. Y,
de cierta manera, sentí la misma explosión de confianza que tuve en
nuestra semi final de QuizBowl. Cuando aceptabas que a veces se perdía;
y lo bien que te sentías al seguir intentándolo.
Me puse frente a él, con el corazón latiendo en mi pecho, garganta
y mejillas. —Supongo que será la última caminata ent re clases.
—Sí —dijo.
—Oh —dije, como si me hubiera olvidado—. Toma. Son cartas de
agradecimiento. Por… lo del funeral. Le envié una por correo a la señora
Chase, pero me imaginé que sería mejor entregarte la tuya y la de tu
madre en persona.
—Oh —repitió, tomando los dos sobres blancos—. Bueno. Mamá
también me hace escribir estas cosas. Cada Navidad y cumpleaños desde
que pude sujetar un lápiz.
Nos detuvimos en la sección en que nuestros caminos se separaban.
—Bueno —dije—. En serio estoy feliz de que tuvieras que cambiar de
asiento con Ryan.
Sonrió un poco, bajando la mirada hacia sus zapatillas. —Sí. Yo
también.
—De otra manera nunca habría sabido —dije, deteniéndome para
tragar—, que después de todo, me parezco un montón a Jane.
Me miró, sus ojos verdes buscando en los míos. Vamos, Max, quise
gritar. Soy la hermana Bennet demasiado t ímida como para admit ir sus
sent imient os. Nada se registró en su rostro.
—Bueno —dije, antes de que pudiera avergonzarme—. Tal vez nos
veamos mañana.
—Ajá —dijo Max.

Llegué a casa esa tarde para encontrarme una nota de mamá,


pidiéndome que recogiera a Cameron del baile. Mamá confiaba en mí
para conducir su auto, y se encontraba en una cita con papá. De alguna
manera, desde el otoño pasado, se había hecho casi normal para mí.
Recogí a Cameron a las siete, y condujimos en silencio. Cameron
encendió la radio después de unos cuantos minutos, y tamborileé las
manos contra el volante, tratando de pensar en un secreto que pudiera
contarle a la señorita Pepper. Me había abierto a tantas personas que ya
no tenía secretos. Sí, le ocultaba mis sentimientos a Max, pero ya hice las
paces con eso. Tuve las agallas para ponernos en la misma página, lo que
era suficiente. La misma página. La misma Paige.
Y de repente, supe lo que tenía que hacer, lo que inspiraría mi
secreto. Pensé en mi rostro en el espejo a principios del año escolar, ese
que lucía tan desesperado por cambiar. Y lo había hecho. Yo cambié, y se
debió a más que las caídas y la reconciliación de mis padres, o la muerte
de mi abuela. Se debía al nuevo grupo de amigos; era libertad, aprender,
fallar, llorar. Era volver a mi antiguo yo y definir uno nuevo al mismo tiempo.
Sólo una cosa esperaba por mí, interponiéndose entre quién era y quién
quería ser. Estuvo allí todo el tiempo, pero sólo ahora me sentía preparada.
Doblé hacia la derecha.
Cameron me echó un vistazo. —¿A dónde vamos?
Me centré en la carretera frente a mí. —Hay algo que tengo que
hacer.
Después de unas cuantas vueltas, detuve el auto en la piscina
comunitaria de Oakhust. Había abierto por el verano hacía unos cuantos
días, pero el aparcamiento se hallaba casi vacío.
Cameron me miró. —¿Qué diablos haces?
Me volteé y observé a mi hermana, mis ojos en los suyos. No dije
nada. No hice ninguna expresión. Sólo dejé que leyera en mi rostro que
esto era algo que necesitaba hacer.
Cuando abrí la puerta del auto, me siguió. Saqué el pase familiar de
la billetera y lo levanté mientras la señorita en el escritorio me recordaba
que se encontraban a punto de cerrar. Sólo había una persona en la
piscina: un anciano que daba vueltas en el extremo menos profundo. El
salvavidas ni siquiera se hallaba en su asiento; se encontraba inclinado
contra la barra, echando vistazos ocasionales al agua. Cameron trotó
detrás de mí mientras agarraba una toalla que alguien había dejado sobre
una reposera, una con rayas y un estampado que ponía Propiedad de la
piscina comunitaria de Oakhust.
—¿Tienes tu teléfono? —Le eché un vistazo a Cameron, que todavía
parecía pensar en lo que sea que hacía allí. A sintió—. ¿Puedes sacar una
foto?
No esperé a que respondiera. Me saqué los zapatos en la base del
trampolín y puse las manos en los barandales. Antes de que pudiera
cambiar de opinión, presioné los pies desnudos contra la primera barra,
luego la segunda, subiendo más alto. Me encontraba a mitad de camino
cuando me detuve, notando cómo el cemento enmarcaba los bordes de
la piscina debajo de mí.
No, me dije. Oí la voz de Max, un canto en mi mente: No mires hacia
abajo.
Cuando alcancé la cima, quise regresar, quedarme tan cerca del
suelo como fuese posible. Pero me levanté y puse un pie frente al otro. El
borde cedió un poco, y extendí los brazos para estabilizarme. Un montón
de recuerdos de mi año se arremolinaron a mi alrededor: Kayleigh, lo
suficientemente valiente como para pedir algo mejor, y papá, lo
suficientemente valiente como para intentarlo más duro esta vez, e incluso
Clark, lo suficientemente valiente como para comenzar a buscar la
felicidad de nuevo. Y yo, a mi propia manera: lo suficientemente valiente
como para llegar así de lejos. Reuní esos momentos en mi interior, y di el
último paso.
El final profundo lucía de un azul claro y químico, tan quieto como el
cristal. Cerré los ojos por un momento, así podía ver el rostro sonriente de mi
abuela en mi mente. No estaba aquí ahora, pero encontraría una manera
de estar bien. Cuando abrí los ojos de nuevo, encontré a Cameron
mirándome, protegiendo sus ojos del sol poniente.
No me animó, ni tampoco hizo que me apresurara. Permaneció allí,
esperando, porque Cameron, con toda su actitud, todavía era más joven
que yo, y se encontraba dispuesta a hacerme caso. Quería hacer esto por
ambas, porque el divorcio y perder a Aaron y a la abuela no nos hundió, y
esto tampoco iba a hacerlo.
Había una parte de mí que quería zambullirse de cabeza, para
hacer de mi reentrada a mi miedo más profundo algo elegante. Pero era
nueva en esto, y no tenía que hacerlo con gracia. Sólo tenía que hacerlo.
Aquí vamos, me dije, tomando una respiración profunda. Y salté de
pie.
Sólo est uve en el aire por un momento, pero ese simple instante fue
lo suficientemente largo como para sentirme tanto aterrorizada como
segura. El agua helada se elevó para encontrarme, y el frío pareció
alcanzar mis órganos internos. Pero me relajé, hundiéndome, y entonces,
con confianza, extendí los brazos en el agua. Moví las piernas y ascendí
hasta que mi rostro rompió la superficie. Tomé una respiración profunda, y
luego otra.
Era mi bautismo, el renacimiento de mi yo interno. El agua se sentía,
finalmente, como si pudiera quitarme el polvo del pasado, limpiando la
segunda capa de tristeza. Desde allí, no tenía que nadar o hacer algo
sorprendente. El punto permanecía sin importar qué: ya no me ahogaba.
Había estado flotando, si bien precariamente, en la superficie de mi propio
dolor. Y ya era tiempo de salir.
Salí de la piscina, temblando en mis ropas mojadas. Cameron me
tendió la toalla, y la envolví en mis hombros.
—Pensé que le tenías miedo a… —comenzó, pero la interrumpí.
—Le tenía.
Asintió, una mirada de comprensión cruzando su rostro. Me entregó
su teléfono así podía examinar la fotografía. Mi cuerpo era un borrón, a
medio camino entre el trampolín y el agua, y no se podía ver mi rostro.
Pero estaba tan segura como que el cielo más allá de nosotras era azul,
que era yo. Cameron observó mi rostro de cerca mientras negaba con la
cabeza. —No puedo creer que haya hecho eso.
Mi hermana me dio una sonrisa vacilante. —Yo sí.
Esa noche, saqué la máquina de mi estantería. La puse suavemente
dentro de una caja de zapatos, que deslicé bajo mi cama. No podía
soportar la idea de remover la fotografía enmarcada de Aaron y yo.
Después de todo, siempre sería una parte de mi historia, una parte de mí.
Así que moví la foto hasta la estantería más alta, donde podría recordarlo
sin hacerlo siempre.
En ese espacio, junto a mi corona de flores, puse la foto de mi
abuela, a medio girar hacia la Torre Eiffel. Iba a ser yo, pero esperaba que
eso significara parecerme un montón a ella.
Puse una línea enorme a través del plan: 5. Nadar.
Había hecho tres cosas de cinco, que hacía meses se habrían
sentido imposibles, y tantas otras, más pequeñas, que llenaron mi vida
entonces. Sonreí ante mi nueva colección, pero no porque fuera una
representación de la chica que era ahora. No, esa chica iba cambiando
de a poco, y ninguna colección de imágenes podría capturar eso. Sonreí
porque mostraba los amores que me mantenían unida. Las luces pequeñas
que, juntas, me guiaban a casa.
Finalmente, subí la foto en que saltaba hacia la piscina, la imprimí en
papel grueso, y la cort é del tamaño de una postal. Tomé un marcador
negro y escribí mi secreto, mi verdad, en letras a lo largo de la expansión
infinita del cielo azul:
Est oy viviendo mi vida ahora. List o.
27 Traducido por Ann Ferris
Corregido por Mary Warner

Después de que entregué mi secreto la mañana siguiente, no podía


concentrarme. No había necesidad de hacerlo, en realidad. El último día
de la escuela se inclinaba hacia el caos, en tanto que los profesores
otorgaban las gracias que habían retenido durante todo el año. Era la
clase después de la clase de juegos y “días libres”.
Casi esperaba que Max no estuviera en la clase de inglés. No tendría
que preguntarme si había leído mi nota de agradecimiento y saber lo que
quería decir. Además, no dejamos las cosas en un buen lugar, y yo podría
aguantar todo el verano con la esperanza del próximo año. Pero cuando
entré en mi último día del cuarto período de inglés, allí estaba él. Papel
estraza colgaba alrededor del perímetro de la sala de clases,
presumiblemente cubriendo los secretos de todos.
—Hola, chica —dijo Max detrás de mí.
—Hola —dije, sonriendo.
—¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Bien. —Era la más básica de las conversaciones, pero nuestras
expresiones relajadas cambiaron todo el tono. Nos sent íamos felices de ver
al otro, y no tratábamos de ocultarlo—. No pensé que estarías aquí.
—Yo tampoco. Mi mamá tendría que estar aquí ya.
—Bueno, dile que digo hola. Y que espero que se diviertan.
—Lo haré, gracias.
La campana sonó detrás de nosotros, indicando el inicio de la clase.
El intercomunicador sonó después de que la campana sonó por última vez,
y la voz aburrida de la secretaria interrumpió. Max Wat son a la oficina, por
favor. Max Wat son a la oficina.
—Diviértete, amigo —llamó Ryan desde el frente de la clase.
La Sra. Pepper sonrió. —Nos vemos el próximo año, Max.
—Nos vemos —dijo. Me di la vuelta mientras balanceaba su mochila
al hombro. Ondeó la mano a la clase y se movió los pocos pasos hacia la
puerta. Sus ojos conectados con los míos, con una sola sonrisa rápida que
era específicamente para mí.
Y entonces se había ido. Mi última visión de él durante meses. El dolor
familiar en el lado izquierdo de mi pecho regresó. En este tiempo el año
pasado, ni siquiera conocía a Max Watson. Y ahora mi vida se sentía tan
diferente, sólo por un asiento en una clase compartida de inglés.
La voz de la Sra. Pepper interrumpió mis pensamientos. —Espero que
hayan aprendido algo acerca de sí mismos y los otros este año. Pero, en un
último esfuerzo para asegurarme de que lo hicieron, les daré...
Arrancó el papel de la parte frontal de la sala, luego, la parte de
atrás.
—...Los secretos de sus compañeros de clase.
Definitivamente había más de treinta, así que imaginé que las
postales de la otra clase debían estar allí, también. La gente miraba
alrededor, entrecerrando los ojos en los secretos que los rodeaban.
—¿Por qué están sentados allí? —preguntó la señora Pepper—.
¡Mézclense!
Todo el mundo saltó de sus asientos, charlando entre sí mientras se
dispersaban. Me puse de pie lentamente, después de todos los demás,
porque algo se me acababa de ocurrir, una de estas postales sería el
secreto de Max. ¿Cómo no pensé en esto antes? ¿Lo reconocería? Mis ojos
revolotearon desesperadamente a través de una línea de tarjetas post ales,
esperando saberlo.
Di unos pasos más cerca de la mesa de la señora Pepper, mi mirada
lanzándose alrededor de los secretos que colgaban más cerca de la parte
delantera de la sala de clases.
—Lo puse junto a la puerta —dijo en voz baja, sin levantar la vista de
su portátil—, en caso de que tuvieras un momento Elizabeth.
—¿Qué? —le pregunté.
—Un momento Elizabeth —repitió, sus labios curvándose en una
pequeña sonrisa mientras estudiaba la pantalla delante de ella.
—¿Elizabeth? —repetí estúpidamente. No estaba segura de lo que
quería decir.
Levantó la vista. —A veces nos equivocamos la primera vez. Pero
sólo tienes que hacerlo bien una vez.
—¿Hacerlo bien?
Se encogió de hombros. —Cualquier cosa.
Confundida, me di la vuelta, hacia la puerta, donde ella me indicó.
Sin decir una palabra, me abrí paso entre todos los demás, cerca la puerta
del aula.
Allí estaba. La mitad superior de la tapa de Orgullo y
Prejuicio cortada en forma de postal. Podía escuchar mi pulso en mis oídos,
bloqueando la charla. La cubierta exhibía dos niñas en vestidos,
presumiblemente Elizabeth y Jane Bennet. En la parte inferior, decía, en la
letra garabateada que había llegado a conocer tan bien….
Creo que t e amé desde ese primer día.
Así de simple. Me quedé allí, sólo centrada en la t arjeta postal,
mientras que el resto de la habitación se volvía borrosa. Sentí a Morgan
caminar a mi lado izquierdo.
—Guao —Respiró, mirando hacia la pared, luego a mí.
Asentí, con los ojos fijos en la pared.
—Lo sabía —dijo, riendo con incredulidad—. Lo sabía. ¿Qué vas a
hacer?
Podía sentirla mirándome, y aunque no respondí, sabía la respuesta.
No sabía lo que haría Elizabeth Bennet, pero sabía lo que yo haría.
Lo sabía porque era cierto, y era precioso: estaba viviendo mi vida ahora.
Me zambullí a través de mis compañeros de clase, que seguían
mirando fijamente las tarjetas postales. En un rápido movimiento, saqué la
mía de la pared. Antes de que alguien pudiera reaccionar, me deslicé por
la puerta abierta y al pasillo vacío. Doblé en la esquina y empecé a correr
desesperadamente, mis piernas volando por debajo de mí. Se sentía como
liberarme, como romper las últimas cuerdas que me ataban. No tenía que
ser definida por Aaron o por mi loca familia o por cualquier personaje de
un libro. No necesitaba un plan. Era sólo yo, Paige Elizabeth Hancock, y
estaba haciéndola conforme vivía.
No había ni una sola persona a la vista, todas las puertas de las aulas
cerradas con las fiestas de fin de año en el interior. Di la vuelta alrededor
de la otra esquina de las paredes donde se alineaban los casilleros y vi una
figura alta al final del pasillo. Me deslicé hasta detenerme, mis zapatos
chillando contra el suelo.
—¡Max! —grité a la distancia. Pero él no caminaba, no se alejaba de
mí. Él me esperaba. Se paró en la base de un pequeño tramo de
escaleras, sólo a tres o cuatro pasos de la puerta principal de la escuela.
Debería haberme sentido tan loca y vulnerable, pero no lo hice. Me
hallaba exactamente donde se suponía que debía estar.
Sin soltar mi postal, caminé hacia él, porque esto no se trataba de
llegar allí rápido. Se trataba de estar segura de mis pasos hacia adelante.
Siempre lo llaman enamorarse, ¿pero para mí? También era una elección.
Solía pensar que me tomó tanto tiempo porque, en algún nivel, no
me sentía del todo lista para estar con Max. Pero ahora creo que no me
sentía lista para ser yo. Necesitaba reaprenderme a mí misma, para
aventurarme en nuevas amistades y actividades nerd después de la
escuela y mi propia mente. Necesitaba darme cuenta de que yo era una
cuarta parte de una familia que no es normal y que ninguna familia es
normal. Necesitaba empezar a ver a mi hermana como una persona, casi
una compinche, y ver a mis amigas crecer, cada una a su manera, juntas.
Necesitaba remar sin mi abuela, a pesar de mi tristeza. Necesitaba dejar
de lado mis incógnitas sobre Aaron, dejar que la paz llene los espacios
vacíos.
Max se quedó parado esperándome, no se acercó, y tal vez había
estado esperando para que yo diera los pasos sola todo este tiempo. Me
acercaba, casi alcanzando los tres escalones que nos separaban. Y salté.
Sentí que mis pies dejaban el suelo, el aire debajo de mí. Si me sentía
asustada, era ese miedo pulsante, sin aliento que sientes cuando lo que
acabas de hacer podría cambiar tu vida para siempre. Cuando sabes que
hay alguien para atraparte, y él lo hace.
Me bajó, y en el momento en que mis pies tocaron el suelo, me puse
de puntillas y lo besé por la razón correcta: porque quería. No porque él
era un enamoramiento tonto o un elemento en una lista de verificación.
Porque era Max, camisas a cuadros y robots y aviones y todo.
Cuando caí de nuevo a mis talones, sólo era porque tenía que hacer
esto completo, no más pensar demasiado. Así que lo miré, su cabello
oscuro revuelto y una sonrisa nerviosa que conocía tan bien. Casi me reí
locamente, con tanto nerviosismo y alivio, pero en lugar de eso le dije—:
Creo que podría amarte, también.
—Oh, por favor. —Puso los ojos—. Tú lo haces.
Abrí la boca para estar de acuerdo, pero antes de que pudiera
hacerlo, me besó de nuevo. Fue el segundo de tantos, el segundo de no es
suficiente.
Se echó hacia atrás, mirándome como si estuviera a punto de decir
algo. Antes de que pudiera hacerlo, alce la postal, mi imagen en el aire,
casi tocando el agua de la piscina.
No hubo sorpresa en su sonrisa, ni siquiera el ascenso más pequeño
de sus cejas.
Señalé la imagen. —Esa es la gran zambullida. ¿No estás
sorprendido?
—Nop. —Tomó mi mano. Mi cara se reflejó en sus gafas, pero vi más
allá de sus familiares ojos verdes. Podía vernos a ambos por completo—.
Sabía que llegarías aquí.
Mi mano agarró la suya, podría no haber sabido lo que sucedería en
el tiempo que siguió, cuánto podríamos amarnos y dañarnos uno al otro.
Cuánto podríamos cambiarnos uno al otro. Pero incluso si hubiera podido
ver una visión de mi futuro, Max tenía razón. Saber lo que pasa es diferente
de saber cómo sucede. Y el llegar allí es la mejor parte.
Agradecimientos
Traducido por florbarbero
Corregido por Mary Warner

En primer lugar y por siempre, gracias a mi brillante pareja crítica


Bethany Robison, a quien introduje en esta historia hace años y no tenía
idea de en que se estaba metiendo. Gracias por ser mi compañera, mi
amiga, y por dejarme ser la tuya. Una mención especial a las veinticuatro
horas que estuvimos realizando críticas y cambios: un Ave María por mi
parte y un diablos por la tuya.
Para mi agente y amiga Taylor Martindale, que ha comprendido y
defendido este libro desde la primera vez que hablamos: Gracias por llevar
mis historias adelante con manos firmes, visión clara, y positividad
implacable. Estoy tan agradecida que te convirtieras en una parte de esta
historia y en una parte de la mía.
Mary Kate Castellani, este libro te necesitaba. Gracias por todas las
rondas de lectura y frescas ideas, por tener tanto una mente editorial
entusiasta y un don para referencias, y por guiarme hasta el final.
Para Erica Barmash, Amanda Bartlett, Mary Kate Castellani (de
nuevo), Beth Eller, Cristina Gilbert, Courtney Griffin, Bridget Hartzler, Melissa
Kavonic, Linette Kim, Cindy Loh, Donna Marcos, Lizzy Mason, Emily Ritter,
Leah Schiano, Ilana Worrell, Brett Wright, y todos los seres humanos
increíbles que conforman el equipo Bloomsbury: Estoy muy agradecida por
lo inteligentes, trabajadoras y apasionadas que son, pero es un placer
adicional adorarlas a todas (y a su amor por los gatos, fanatismo por los
deportes, las chaquetas, y las comidas). Gracias por todo.
Cariños a cada escritor y a mi amigo de la industria con quien he
compartido vinos y rosquillas, correos electrónicos, estímulos, aventuras,
sabiduría, celebraciones, y conversaciones nocturnas. Tú sabes quién eres.
Gracias por ser quien eres.
Me gustaría agradecer particularmente a los dueños de librerías, los
bloggers, bibliotecarios, lectores, y los maestros con los que he tenido el
placer de interactuar este año. Su generosidad y pasión han sido luces
brillantes en mi mundo.
Gratitud por siempre a mi familia y amigos. Hay un viejo consejo de
redacción: escribe sobre lo que conoces. Escribo sobre amor, familias
complicadas y amigos porque eso es lo que conozco. Gracias por los
largos (champán) almuerzos y tardías (champán) cenas, por siempre
contestar el teléfono (incluso/sobre todo cuando estoy en el pico de la
locura), y por siempre recogerme (metafóricamente y también del
aeropuerto).
Por último, pero por siempre, a J: Ya sea navegar en la pena o la
carretera, llegar allí es mejor contigo a mi lado. Gracias por todas las cosas
que no voy a escribir aquí, las cosas que sabemos de corazón.
Sobre el autor
Traducido por florbarbero
Corregido por Mary Warner

Soy Emery, y escribo libros sobre chicas con problemas que


realmente están tratando de salir adelante, familias complicadas, amigos
que se presentan incluso cuando todo parece empeorar, el chico que te
atrapa, incluso cuando no lo esperas, y el verano en que todo cambió.
¡No dudes en ponerte en contacto conmigo través de las
direcciones que figuran en mi página web!
http://www.emerylord.com/p/site-qs.html

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