El coronel Arias y Aragüez comandó la defensa del fuerte Ciudadela en Arica durante la guerra del Pacífico. A pesar de estar retirado, aceptó el cargo cuando su patria lo necesitó. En la batalla final contra las fuerzas chilenas superiores, lideró a sus tropas conteniendo el primer ataque, pero la segunda oleada fue imposible de repeler. Herido y rodeado, el coronel eligió morir luchando antes que rendirse, gritando "¡No me rindo carajo, viva el Perú!" mientras
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El coronel Arias y Aragüez comandó la defensa del fuerte Ciudadela en Arica durante la guerra del Pacífico. A pesar de estar retirado, aceptó el cargo cuando su patria lo necesitó. En la batalla final contra las fuerzas chilenas superiores, lideró a sus tropas conteniendo el primer ataque, pero la segunda oleada fue imposible de repeler. Herido y rodeado, el coronel eligió morir luchando antes que rendirse, gritando "¡No me rindo carajo, viva el Perú!" mientras
Descripción original:
Relato ficticio de la muerte del coronel Junto Arias y Aragüez
El coronel Arias y Aragüez comandó la defensa del fuerte Ciudadela en Arica durante la guerra del Pacífico. A pesar de estar retirado, aceptó el cargo cuando su patria lo necesitó. En la batalla final contra las fuerzas chilenas superiores, lideró a sus tropas conteniendo el primer ataque, pero la segunda oleada fue imposible de repeler. Herido y rodeado, el coronel eligió morir luchando antes que rendirse, gritando "¡No me rindo carajo, viva el Perú!" mientras
El coronel Arias y Aragüez comandó la defensa del fuerte Ciudadela en Arica durante la guerra del Pacífico. A pesar de estar retirado, aceptó el cargo cuando su patria lo necesitó. En la batalla final contra las fuerzas chilenas superiores, lideró a sus tropas conteniendo el primer ataque, pero la segunda oleada fue imposible de repeler. Herido y rodeado, el coronel eligió morir luchando antes que rendirse, gritando "¡No me rindo carajo, viva el Perú!" mientras
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¡No me rindo carajo, viva el Perú!
Respondió el coronel atravesando con su
sable al soldado chileno justo antes de recibir en su maltrecho cuerpo las siete balas y dos bayonetazos que lo matarían en el acto. Mientras esperaban al parlamentario chileno, recordaba el coronel Arias y Aragüez cómo había llegado a formar parte de esta guarnición; había dejado sus negocios de comerciante en Tacna y había vuelto a ponerse el uniforme, cuando lo normal hubiera sido terminar sus días en la tranquilidad de su hogar sin mas sobresaltos que los achaques propios de sus cincuenta y cinco años; la gota que no le permitía comer su charquicán que tanto le gustaba o tomarse un buen vino, su problema con la próstata que lo hacia tener su bacín al costado de la cama, porque cada vez era mayor el tiempo que le tomaba orinar por las noches. Dejando todo esto se hizo cargo del Granaderos de Tacna, cuando el coronel Inclán le avisó que lo necesitaba para comandarlo, cómo decir que no cuando la patria te llama y además te lo pide un tacneño como tú, había pensado. - Mi coronel, ha llegado el parlamentario chileno, es un mayor, el coronel Bolognesi quiere hablar con todos los oficiales, dijo el cabo Lanchipa. Ah, ya llegó el roto, vamos, a ver qué dice el coronel Bolognesi, respondió el coronel. Señores, ha llegado el mayor Salvo en representación de su comandante general a pedirnos la rendición, le he dicho que tengo deberes sagrados y los cumpliré quemando el último cartucho, como ya habíamos decidido, sin embargo, los he reunido para preguntarles por última vez si todos están de acuerdo, dijo el coronel Bolognesi. Estamos de acuerdo mi coronel respondieron al unísono. Ante esto, el mayor Salvo se retiró dejando solo al coronel Bolognesi con los jefes de las diferentes unidades defensoras del morro. Señores, dentro de dos días el ejército chileno atacará el morro, sus fuerzas son superiores a nosotros en una relación de tres a uno y su armamento y munición son superiores a los nuestros, los refuerzos que debían llegar no lo harán. Se nos presenta una situación bastante álgida, sin embargo, los chilenos no saben que hemos minado todo el acceso al morro y esa será nuestra mejor arma, las baterías apostadas serán reforzadas con parte del personal de los batallones, de modo que, al iniciar el ataque las defiendan y causen la mayor cantidad de bajas entre los atacantes; entre ellas y las minas, creo que tenemos las mejores posibilidades de mantener la plaza y esperar la llegada de refuerzos, eso y encomendarnos al Dios de los ejércitos esperando que nos ayude en estos momentos tan difíciles, ahora, quisiera reunirme con el coronel Arias, los demás señores oficiales pueden retirarse, dijo el coronel Bolognesi dando por terminada la reunión. Diga usted mi coronel, dijo el coronel Arias. Justo, he pedido que te quedes para expresarte mi agradecimiento por tu valioso apoyo. Pese a estar ya, como yo, retirado de los cuarteles, cuando deberías estar disfrutando de sus nietos y no en una situación como esta, dejaste todo de lado y estás aquí exponiendo tu vida. Tu presencia es muy importante porque eres un oficial de carrera, con amplia experiencia combatiendo, que ha demostrado su valor en más de una oportunidad, es por eso que, quiero pedirte algo muy difícil; tú y una parte de tus hombres se encargarán de la defensa del fuerte Ciudadela en apoyo de la batería del este, junto a Medardo Cornejo, pues, como primera línea posiblemente por ahí venga el grueso del ataque y confío en que lograrán detenerlos y matar a todos lo que puedan. Dijo el coronel Bolognesi Es un honor que haya decidido darme esa responsabilidad mi coronel, tenga por seguro que defenderé la posición aun a costa de mi vida, respondió el coronel Arias visiblemente emocionado. Esperemos no llegar a eso querido Justo, si las minas funcionan... Era una visión conmovedora, dos viejos soldados erguidos hablando de lo que posiblemente sería el último día con vida y aun así, lo hacían con una dignidad estremecedora. El día seis los combates no cesaron, la artillería de uno y otro bando se mantuvo activa, mientras tanto, cuando el fuego enemigo lo permitía, se dedicaron a reforzar los emplazamientos de los cañones de las baterías situadas en el fuerte, a repartir la munición y se distribuyó raciones de alimentos, puesto que se creía que el ataque iniciaría muy temprano, no habría tiempo para desayunos ni cosas de esas. Por la noche, el coronel Arias formó a su batallón y luego de pasar revista a las tropas se dirigió a ellos “Señores, el día de mañana seremos atacados por las tropas chilenas, será un ataque sin tregua ... y sin tregua será nuestra defensa. Sé que muchos están cansados, han pasado por innumerables combates, mal comidos, enfermos, mal vestidos y los comprendo porque yo también he pasado muchos de estos momentos junto a ustedes. No puedo prometerles el triunfo seguro, pero sí les puedo prometer que yo estaré delante el primero y no retrocederé un centímetro frente al enemigo, no les pido mas de lo que yo haré y estoy seguro de vuestro valor y lealtad a toda prueba, si Arica cae, el invasor podrá continuar sin mayor obstáculo destruyendo por donde pase, saqueando, violando a nuestras mujeres. ¡De ustedes depende que nuestro Perú pueda mantenerse como la gran nación que es! ¡Viva el Perú! No era muy de dar discursos, él era más soldado, dado a planificar, acostumbrado a dar órdenes y cumplirlas, los de los discursos eran los intelectuales. Pensaba. Ordenó a los oficiales que repartan una taza de pisco para cada soldado y mandó que se dirigieran a sus emplazamientos. Él también se dirigió a la zona del fuerte Ciudadela para descansar un poco, cuando llegó un mensajero del estado mayor y le alcanzó una carta del coronel Bolognesi donde le comunicaba que los chilenos habían capturado al ingeniero Elmore quien había instalado las minas, los chilenos lo habían traído para que trate de convencerlo, pero lo había despedido como lo que era, un traidor. Luego de leerla la acercó al fuego y quedó pensativo viendo cómo el papel era consumido por el fuego. El resto de la noche la pasó en vela al igual que la tropa y los demás oficiales. Cuando aún era de noche se empezaron a sentir movimientos en la zona cercana al fuerte, ordenó al personal montar bayonetas y ocupar sus puestos de combate, el momento había llegado. Eran las seis de la mañana cuando una gran oleada de soldados chilenos apareció, acercándose a gran velocidad, el coronel ordenó activar las minas causando las primeras bajas y de acuerdo a lo planeado, esperó a que el enemigo estuviera a la distancia adecuada para ordenar el fuego a los fusileros, finalmente se combatió cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada. Gracias a ello, lograron contener ese primer ataque pero a costa de muchas vidas. Casi de inmediato, se inició la segunda oleada que fue ya imposible de repeler por el volumen de fuegos y la cantidad de atacantes. Mientras a su lado, los soldados morían enlazados en una lucha feroz y despiadada, el coronel perdió su quepís y pistola, por lo que desenvainando su espada decidió que cumpliría su promesa, de estar delante de sus hombres sin retroceder un milímetro, seguirá hasta donde su maltrecho cuerpo se lo permita. Combate como puede, ya sus soldados están en su mayoría muertos o heridos y los soldados chilenos lo tienen rodeado, ve venir al soldado y lo escucha mientras le dice ¡ríndase mi coronel! Él decide que no se rendirá, que es su deber de lealtad seguir la suerte de sus valientes soldados y responde: ¡No me rindo carajo, viva el Perú! atravesando con su sable al soldado chileno justo antes de recibir en su maltrecho cuerpo las siete balas y dos bayonetazos que lo matarían en el acto.