La Falsificacion y Manipulacion de La Mo

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Falsificació i manipulació de la moneda

Falsificació i
manipulació
de la moneda
25 i 26
novembre 2010

XIV Curs d’història monetària d’Hispània

XIV Curs d’història monetària d’Hispània

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Falsificació i manipulació
de la moneda

XIV Curs d’història monetària d’Hispània

Coordinació científica
Marta Campo
ÍNDEX

PRESENTACIÓ
M. Teresa Ocaña i Marta Campo 07

LEYES CONTRA LA FALSIFICACIÓN DE MONEDAS EN LA ÉPOCA ROMANA Y VISIGODA


Olga Marlasca Martínez 09

PRODUCCIÓ I CIRCULACIÓ DE MONEDA FALSA A LA PENÍNSULA IBÈRICA (S. IV AC - I DC)


Marta Campo 23

DE LA MANIPULACIÓN A LA FALSIFICACIÓN DE MONEDA EN GADIR


Alicia Arévalo González 41

LA MANIPULACIÓ MONETÀRIA A LA CIUTAT DE BARCINO:


ENTRE LA LEGALITAT I LA NECESSITAT
Montserrat Berdún i Colom 55

NOVES APORTACIONS AL CONEIXEMENT DE LA MONEDA D’IMITACIÓ A TARRACO:


DES DE L’ANTONINIÀ FINS AL TREMÍS
Imma Teixell Navarro 69

LA FALSIFICACIÓN Y MANIPULACIÓN DE LA MONEDA VISIGODA


Ruth Pliego 81

ENTRE EL NEGOCIO Y LA ERUDICIÓN: LA FALSIFICACIÓN DE MONEDA HISPANA ANTIGUA


EN LA HISTORIOGRAFÍA NUMISMÁTICA ESPAÑOLA
Bartolomé Mora Serrano 103
81

LA FALSIFICACIÓN Y MANIPULACIÓN DE LA MONEDA VISIGODA

Ruth Pliego
Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico

Resumen/Abstrat

Se analizan las reproducciones de moneda visigoda, tanto las realizadas en la época, cuando las ori-
ginales aún tenían vigencia, como las de fábrica moderna y contemporánea. Se verá que las primeras
no son muy abundantes en el corpus monetario visigodo, probablemente porque no debió ser una
práctica tan extendida como la manipulación física ya fuera del metal en bruto o de las mismas piezas
monetarias. Hacia este último delito básicamente parecen apuntar las disposiciones legislativas del
momento. Por el contrario las falsificaciones modernas de moneda visigoda son muy abundantes y
en ellas es posible establecer una evolución cronológica que partiría de las invenciones del siglo XVIII
a las más recientes y fieles copias contemporáneas.

Palabras clave
Monedas visigodas; manipulación; falsificaciones; reproducciones; invenciones; Lex Visigothorum; De
falsariis metallorum.

Both the period fakes which were made at the time when the Visigoth coinage was in circulation and
the many later imitations are analyzed. It can be observed that the period fakes are relatively few
in the corpus of Visigoth coins, probably indicating that falsification of coins was not a widespread
phenomenon as would be the actual manipulation of the metal for other purposes and it against the
later that the laws of the time are directed. By contrast modern currency counterfeiting of Visigoth
coinage are abundant and we can establish a chronological evolution, from the inventions of the
eighteenth century to the latest contemporary and increasingly accurate copies.

Key words
Visigothic Coins; manipulation; forgerys; reproductions; inventions; Lex Visigothorum; De falsariis
metallorum.

El afán por obtener un beneficio a través del fraude que supone la falsificación del numerario circulante
existe casi desde los propios orígenes de la moneda. El mundo de la Antigüedad Tardía no es ajeno a
este fenómeno como evidencia la legislación visigoda referida a este asunto. La mencionada legislación
incluye como delito la manipulación directa sobre la pieza, entre la que destacan principalmente, como
veremos, el limado y la fractura o cercenado. Aunque dichas prácticas han sido más ampliamente estudia-
das sobre acuñaciones de bronce bajoimperiales (Marot 2000, p. 137), a la vista de las disposiciones le-
gislativas citadas, las piezas de oro visigodas debieron estar expuestas a semejantes tipos de alteraciones.

Estas últimas además son susceptibles de sufrir otras intervenciones fraudulentas, en ocasiones más
sutiles, que pueden modificar los patrones de ley y peso establecidos, menos importantes en las
acuñaciones de bronce realizadas «al marco». Como veremos, tanto el peso como la composición
metálica experimentaron continuas fluctuaciones a lo largo del periodo visigodo, con una tendencia
general a la baja aunque con algún episodio en los que se intenta adecuar ambos aspectos a los
parámetros determinados.
82 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

Otro ámbito de investigación bien distinto es el de las reproducciones modernas y contemporáneas,


destinadas principalmente al coleccionismo –aunque no exclusivamente–, que fueron realizadas con
la intención de defraudar al adquisidor de las mismas. En las líneas que siguen se desarrollarán estos
diferentes asuntos.

LA FALSIFICACIÓN DE MONEDA EN TIEMPOS VISIGODOS

En este apartado se tratarán exclusivamente las reproducciones de época, es decir las copias realiza-
das cuando la moneda original seguía vigente, teniendo así la misma antigüedad que dicho original
y, por tanto, el mismo interés científico (Rovira 2003, p. 60). El corpus de las monedas visigodas
falsas de época es muy reducido (Pliego 2009, núm. 800-820) y lo mismo podría decirse de las
referencias documentales sobre este asunto, que se limitan al De Falsariis metallorum recogido en el
título VI, del libro VII de la Lex Visigothorum.

Antes de entrar a analizar dichas disposiciones debemos tener presente el régimen jurídico de la
moneda visigoda. Según el mismo, el Estado se reserva la regalía de acuñar moneda en exclusiva
–al menos en lo que al oro respecta (Pliego 2009, p. 190)–, siendo éste el responsable último tanto
del curso forzoso de la moneda de oro circulante, como de lograr que se respetaran la ley y el peso
oficial. El Estado, asimismo, debe establecer los castigos contra las acciones destinadas a adulterar,
manipular y falsificar la moneda (Marlasca 2000, p. 416). Como veremos, algunas de estas obligacio-
nes del Estado se solventaron con determinadas disposiciones que le eximían de su cumplimiento.

Las alusiones al falseamiento –mejor que falsificación– de monedas se reducen a las normas recogi-
das en el mencionado De Falsariis metallorum que afectan no solo a las piezas amonedadas, sino a los
metales preciosos en general. Además se trata de una serie de disposiciones que establecen y regu-
lan el castigo de los delitos por medio de la imposición punitiva, instrucciones que en la actualidad
estarían incluidas en el Derecho Penal (Lluis 1952, p. 88).

DE FALSARIIS METALLORUM (LEX VISIGOTHORUM, LIBER VII, TITULUS VI)

En el año 653 Recesvinto convocó el VIII Concilio de Toledo en el que entre otros asuntos se decidió
revisar la legislación con la intención de corregir, eliminar lo superfluo y añadir lo necesario, así como
aclarar lo que en los cánones antiguos hubiera de oscuro y dudoso (in legum sententiis quae aut depravat
consistunt, aut et superfluo vel indebito conjecta videntur, nostrae serenitatis accommodante consensu...; cano-
num obscura quaedam, et in dubium versa in meridiem lucidae intelligentiae reducatis) (Fuero Juzgo, XXIII).
Las que aquí interesan son un total de cinco disposiciones que como se ha comentado afectan no sólo a
las monedas sino a los metales preciosos en general. Exponemos a continuación sus encabezamientos.
I De torquendis servis in dominorum capite pro corruptione monete et eorum mercedem, qui hoc visi
extiterint revelasse.
II De his, qui solidos et moneta adulteraverint.
III De his, qui acceptum aurum alterius metalli permixtione corruperint.
IIII Si quorumcumque metallorum fabri de rebus creditis repperiantur aliquid subtraxisse.
V Ut solidum integri ponderis nemo recuset.

En el comentario que sigue se ha cambiado el orden de las mismas para una más comprensible con-
tinuidad argumental de la legislación.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 83

LV VII, 6, 3 (Antiqua):
De his, qui acceptum aurum alterius metalli permixtione corruperint. – Qui aurum ad facienda ornamenta
susceperit et adulteraverit, sive heris vel cuiuscumque vilioris metalli permixtione corruperit, pro fure teneatur.
Tanto esta norma como la siguiente (LV VII, 6, 4) –ambas leyes antiquae– están destinadas a los orfe-
bres. Según la presente quien acepte oro para su labra y lo falsee (Qui aurum ad facienda ornamenta sus-
ceperit et adulteraverit) o le añada un metal vil cualquiera (cuiuscumque vilioris metalli permixtione corru-
perit), sea tomado como ladrón (pro fure teneatur). Como vamos a ver enseguida, el objetivo perseguido
al adulterar el metal no es otro que la sustracción de metal noble castigado en la disposición siguiente.

LV VII, 6, 4 (Antiqua):
Si quorumcumque metallorum fabri de rebus creditis repperiantur aliquid subtraxsisse. – Aurifices aut ar-
gentarii vel quicumque artifices, si de rebus sivi conmissis aut traditis aliquid subtraxerint, pro fure teneantur.
Es muy similar a la primera de las normas comentadas. Está destinada igualmente a los orfebres (meta-
llorum fabri), aunque aquí se hace referencia expresa a que sea considerado ladrón aquel que sustrajese
(subtraxsisse) parte del metal aceptado para su labra. Al contrario que la norma anterior, ésta afecta no
solo al oro, sino también a la plata y a cualquier otro metal (Aurifices aut argentarii vel quicumque artifices).
Tal como se ha comentado ambas instrucciones se encuentran estrechamente relacionadas entre sí.

LV VII, 6, 2 (Flavius Gloriosus Reccessvindus Rex):


De his, qui solidus aut monetam adulteraverint. – Qui solidus adulteraverit, circumciderit sive raserit,
ubi primum hoc iudex agnoverit, statim eum conprehendat, et si servus fuerit, eidem dextera manu absci-
dat. Quod si postea in talibus causis fuerit inventus, regis presentie destinetur, ut eius arbitrio super eum
sententia depromatur. Quod si hoc iudex facere distulerit, ipse de rerum suarum bonis quartam partem
amittat, que omnismodis fisco proficiat. Quod si ingenuus sit qui hoc faciat, bona eius ex medietate fiscus
adquirat; humilior vero istatum libertatis sue perdat, cui rex iusserit servitio deputandus. Qui autem fal-
sam monetam isculpserit sive formaverit, quecumque persona sit, simili pene sententie subiacebit.
Según esta disposición está penado cercenar y raspar las monedas (circumciderit sive raserit), bajo
distintas penas que varían dependiendo de la condición social del infractor, siendo la más cruenta
destinada a los siervos –amputación de la mano derecha– (si servus fuerit, eidem dextera manu absci-
dat). Ésta es la única norma que menciona claramente la falsificación de la moneda (Qui autem falsam
monetam isculpserit sive formaverit), si bien la alusión es recogida al final de la misma donde se señala
que este delito recibirá los mismos castigos señalados para las otras acciones.

LV VII, 6, 1:
De torquendis servis in dominorum capite pro corruptione monete et eorum mercedem, qui hoc visi extiterint
revelasse. – Servos torqueri pro falsa moneta in capite domini domineve non vetamus, ut ex eorum tormentis
veritas possit facilius inveniri; ita ut, si servus alienus hoc prodiderit, et quod prodidit verum extiterit, si
dominus eius voluerit, manumittatur, et domino eius a fisco pretium detur; si autem noluerit, eidem servo a
fisco tres auri untie dentur; si vero ingenuus fuerit, sex untias auri pro revelata veritate merebitur.
Según esta disposición está permitido torturar a un siervo (Servos torqueri [...] non vetamus) si con ello se
comprueba que su señor ha cometido el delito de alterar (manipular) monedas (pro corruptione monete).
Además se recompensa la delación con diferentes premios dependiendo de la condición social del delator.

LV VII, 6, 5 (Antiqua):
Ut solidum integri ponderis nemo recuset. – Solidum aureum integri ponderis, cuiuscumque monete sit,
si adulterinus non fuerit, nullus ausus sit recusare nec pro eius aliquid moneta requirere preter hoc, quod
minus forte pensaverit. Qui contra hoc fecerit et solidum aureum sine ulla fraude pensantem accipere
noluerit aut petierit pro eius conmutationem mercedem, districtus a iudice, ei, cuius solidum recusaverit,
tres solidus cogatur exolvere. Ita quoque erit et de tremisse servandum.
84 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

Es ésta una interesante norma en la que se obliga a la aceptación forzosa de la moneda aunque pese
menos de lo que le corresponde (quod minus forte pensaverit), sin pedir compensación añadida (aut
petierit pro eius conmutationem mercedem), bajo pena de pagar tres sólidos a quien se le rehusó (cuius
solidum recusaverit, tres solidus cogatur exolvere).

Hay varios aspectos que pueden extraerse sobre la Lex y las distintas disposiciones en ella conteni-
das que serán comentadas en los apartados siguientes.

EL PAPEL DE LOS ORFEBRES EN LA ACUÑACIÓN, EL FALSEAMIENTO Y EL HURTO DEL METAL

Lluis y Navas ya señaló hace años la ausencia de una normativa sobre la acuñación monetaria en
contraposición a la existencia de disposiciones contra su falsificación. Este autor planteó que tal vez
se debiera a que la acuñación fue considerada una técnica regida por normas administrativas y sufi-
cientemente reguladas por las costumbres más que de una materia propia del Derecho (Lluis 1952,
p. 87). No obstante, esta falta de legislación sobre la fabricación monetaria nos lleva a los dos prime-
ros procedimientos expuestos (LV VII, 6, 3-4). Ambas, leyes antiquae, están referidas a los orfebres y
son complementarias, castigando el hurto de metal dado para labrar (LV VII, 6, 4) –cualquier objeto
entre los que se debe incluir la moneda–, así como la alteración, en concreto del metal más preciado,
el oro, mezclándolo con otro tipo de metales (LV VII, 6, 3).

Ante todo debe ser destacado el papel de los orfebres como operarios que trabajan los metales entre
cuyas labores –aunque no se menciona– debe incluirse la acuñación de moneda, puesto que no hay
ninguna norma similar que atañe exclusivamente a los monetarios. En otro lugar ya comentamos di-
cha relación haciendo referencia a un interesante documento hagiográfico sobre la vida de san Eloy
(Vita Eligii) (Pliego 2008, p. 124-125; Pliego 2009, p. 191). Debido a que nos sirve en el discurso
que queremos mostrar traemos a colación dicho documento.

En él se narra cómo el orfebre Eloy consiguió un encargo para Clotario II (584-629) gracias a Bobo,
responsable del Tesoro en la corte merovingia (Vita Eligii, p. 635). Según ese texto, la honradez de
Eloy quedó de manifiesto puesto que con el oro entregado por Clotario para que le labrara un trono,
el orfebre le hizo dos (Tanta iam fide aurum commissum dispensasse dicitur, ut ad duas sellas perficiendas
sufficeret, qua re rex gavisus maiora ei credidit). Tras este suceso el monarca lo nombró jefe de la ceca
de Massilia (monetarium urbis Massiliensis).

Si como decimos en este documento es evidente la estrecha relación entre el oficio de orfebre y el de
monetario, también es cierto que en el principio del texto se dice que Eloy fue scilicet aurificis et mone-
tarii, haciendo una distinción profesional entre ambas actividades (Vita Eligii, p. 634). No obstante, ello
no implicaría necesariamente un ámbito de ejecución distinto y aunque en el documento merovingio
este asunto no queda claro –tampoco Massilia debe ser considerada como paradigmática y extensible a
todas las ciudades visigodas–, probablemente en la mayoría de los casos, en los talleres se simultanea-
ría la elaboración de objetos suntuosos con la acuñación monetaria (Pliego 2009, p. 191).

Otro interesante aspecto que deja entrever el texto es la sorpresa que causa al monarca no ya que
sobrara metal, sino que lo hiciera en tal medida que permitió a Eloy fabricar otro trono. A pesar de
tratarse de un testimonio merovingio, este pasaje es una clara evidencia de lo habitual que debía
ser el hurto de metal entre los operarios y explica la promulgación de normas encaminadas si no a
evitarlo por completo, sí al menos a reducir el agravio. En este sentido, volviendo a la ley visigoda, tal
vez lo más interesante es que la norma reprueba el comportamiento –tanto el hurto de metal como
la alteración de su composición mediante la mezcla con metales más viles–, aunque la pena es que
el orfebre sea tenido como ladrón.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 85

Llama la atención que tratándose de normas de carácter penal la imposición no sea detallada en la
propia disposición. Según D’Ors (1960, p. 72 y 108) ambas instrucciones deberían estar recogidas
bajo el título De furtis, de lo que suponemos que se refiere a De furibus et furtis (LV VII, 2), donde se
recogen delitos concretos relacionados con el robo. Aunque no se menciona, el pro fure teneatur («sea
tenido como ladrón») de las disposiciones sobre los orfebres (LV VII, 6, 3 y 4) probablemente haya
que relacionarlo con la pena recogida en una norma de la mencionada ley De furtis, en concreto con
De damno furis (LV VII, 2, 13). En la misma se detallan los diferentes castigos que deben aplicarse para
aquellos que roban cualquier cosa (Cuiuslibet rei furtum): si se trata de un hombre libre debía pagar
nueve veces el precio de aquello que robó, y si fuera siervo seis veces. Se entiende un pago menor
en este último caso debido a que es el amo del siervo quien debe realizarlo. De hecho la ley continúa
diciendo que si el hombre libre no cumpliera (Quod si aut ingenuo desit, unde conponat) o bien el señor
del siervo no aceptara la deuda (aut dominus conponere pro servo non adnuat), el ladrón debe convertir-
se en siervo de aquél al que se le ha cometido el hurto (que servitura rei domino perenniter subiacebit).
Añade que en ambos casos el ladrón sea azotado (et uterque reus flagellorum verberibus coerceatur).

A pesar de ello sorprende que la Lex Visigothorum detalle casos como De instrumentis mulini furatis
(LV VII, 2, 12) seguidos de su pena, y en este caso no lo haga. Y ello además de que forman parte
de un título aparte –De falsariis metallorum– y todas las normas allí recogidas parecen ser de carácter
penal, lo que pudiera reflejar la intención por establecer cierta inconcreción que contrasta con los
castigos determinados para las leyes siguientes.

Se observa igualmente una clara divergencia entre las penas destinadas a los miembros de los distintos
estamentos sociales, algo que vamos a ver de manera más evidente en las disposiciones posteriores
(LV VII, 6, 1 y 2). No obstante, la diferencia entre las dos normas analizadas (LV VII, 6, 3 y 4) y las
siguientes (LV VII, 6, 1 y 2) pudiera asimismo pretender revelar una desigualdad penal entre el delito
realizado por operarios que de alguna manera forman parte del engranaje «oficial» de la labra de me-
tales y la acuñación, y el que tiene lugar fuera de dicho ámbito.

Del resultado de estas prácticas se obtendrían piezas cuya fábrica debería ser correcta, puesto que
al ser labradas por orfebres las monedas serían fieles a los tipos y leyendas establecidos. El hurto de
metal a través de la alteración del oro como consecuencia de la mezcla con otro u otros metales po-
dría dar como resultado la aparición de oxidaciones, como muestran algunos ejemplares auténticos,
aunque estas huellas solo son evidentes en la actualidad.

No obstante, la existencia de monedas con menor peso o concentración de oro no debe ser atribuida to-
talmente a la acción de los orfebres sino más bien a las políticas dirigidas por los gobernantes obligados,
o no tanto, por las circunstancias del momento. Probablemente la falta de concreción de esta norma esté
hablando no solo de cierta despreocupación sobre el tema, sino que pudiera estar encaminada a cubrir las
espaldas del Estado y las clases dominantes, en definitiva, de los encargados de realizar las acuñaciones.

LA FALSIFICACIÓN DE MONEDA ¿UNA GRAN PREOCUPACIÓN PARA EL ESTADO VISIGODO?

Es en la segunda norma recogida en De falsariis metallorum, De his, qui solidos et moneta adulteraverint
(LV VII, 6, 2), donde se menciona el delito que supone la manipulación directa de las piezas –en con-
creto el cercenado y raspado–, así como la falsificación de las mismas. Aunque data de tiempos de
Recesvinto, como refleja su encabezamiento (Flavius Gloriosus Reccessvindus Rex), el origen de esta
norma pudiera encontrarse en la Lex Cornelia testamentaria nummaria de época de Sila, conocida
gracias al Digesto de Justiniano. Este último documento incluye un texto de Ulpiano donde citando
concretamente la ley republicana se dice que es un acto delictivo agregar algún vicio al oro (addere)
86 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

(Dig. 48, 10, 9). Probablemente basándose en esa lex, el mismo autor menciona varias manipulacio-
nes realizadas sobre las monedas, señalando las infracciones de raerlas (radere), bañarlas en tintura
(tingere) y fingirlas (fingere) (De officio Proconsulis, Dig. 48, 10, 8) (Marlasca 2000, p. 411).

La imposición de penas es muy interesante ya que específicamente afecta sólo a los integrantes de
los estamentos más humildes. Así la disposición visigoda castiga con la pérdida de la mano derecha
al infractor que sea de condición servil, la mitad de sus bienes si fuera ingenuus, y la libertad de
tratarse de un humilior. Además seguramente el Estado debió tener problemas a la hora de aplicar el
castigo puesto que la norma señala que si el juez no la cumple, le sea retirada la cuarta parte de sus
bienes (Quod si hoc iudex facere distulerit, ipse de rerum suarum bonis quartam partem amittat).

Como ya ha sido comentado, la norma se centra en la alteración física de la moneda dejando la copia
(falsam monetam isculpserit sive formaverit) como un apéndice incluido al final de la misma que ni siquie-
ra cuenta con castigos específicos. Probablemente la propia ley sea un reflejo de la situación del mo-
mento en el que la manipulación debió ser una infracción más habitual que la falsificación. De hecho,
esta última no debió ser una actividad muy extendida, en primer lugar porque la circulación monetaria
del oro limitada a los potentes (ver Pliego 2009, p. 226 y siguientes) pudiera no resultar excesivamente
rentable para las gentes humildes. Pero además no sólo habría que contar con ciertas dotes para labrar
un cuño –aparentemente todas las copias de época conocidas fueron acuñadas–, sino que se precisaría
de una infraestructura mínima que debía ser difícil de mantener alejada de miradas curiosas.

No obstante, y con relación a esto último, la delación aparece en la siguiente disposición (LV VII, 6, 1) aun-
que está indicada claramente pro corruptione monete, es decir, se vuelve a incidir en la alteración de la mo-
neda y no sobre la realización de falsificaciones. Esta nueva norma confirma lo comentado para la anterior
y su análisis es muy ilustrativo. En primer lugar se consiente torturar a un siervo a cambio del testimonio
contra su señor e infractor, si bien no se dice nada sobre el castigo impuesto a este último. Por lo demás, en
la línea de la anterior, se detallan, en este caso, la recompensa por acusar sobre estos delitos: manumisión
(manumittatur) si es siervo ajeno y su señor aceptara, tres onzas de oro (tres auri untie) si el señor no con-
sintiera darle la libertad, y seis uncias (sex untias auri) en caso de que el denunciante sea un hombre libre.

Muy probablemente la supuesta tradicional preocupación de la monarquía visigoda por la labra de


monedas falsas se deba a la enorme influencia que ha tenido en el ámbito legislativo la traducción del
Fuero juzgo, realizada hacia 1241 por orden del rey Fernando III. En ésta se incluyen modificaciones y
adaptaciones de la época, como sucede en concreto con la norma que cita la falsificación (LV VII, 6, 2),
ya que, al contrario de lo visto en el documento original, en el medieval, en dicha disposición, se ante-
pone la falsificación de moneda a la manipulación (Quien faze moravedís falsos, ó los raye, ó los cercena).
A ello se añade que los análisis de dicha ley han sido realizados por juristas que no han tenido acceso
a la muestra del material monetario, por otro lado, muy poco conocida en su conjunto hasta fechas re-
cientes. En nuestra opinión, la propia norma dejaría entrever una escasa preocupación por la acuñación
de falsificaciones frente a otras prácticas destinadas a alterar la integridad del metal o de la moneda.

Algunas falsificaciones de tremises visigodos

La apreciación mostrada en el apartado anterior concuerda con la escasa evidencia de monedas visigodas
falsas conocidas –que según nuestros datos no llegaría a la treintena (Pliego 2009, núm. 800-820)–, lo
que hace que su estudio sea más interesante si cabe. No obstante, la obtención de un beneficio sustancio-
so a través de la realización de falsificaciones parece indudable, sobre todo si se copian monedas de cierto
valor, como es el caso que nos ocupa. Por lo que a pesar de lo dicho, la escueta muestra testimoniaría
que, aun en pequeña escala, la práctica existió. Por otro lado, aunque no contamos con reproducciones
de todos los monarcas, la falsificación parece haber sido un fenómeno que se dilata a lo largo de todo el
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 87

período visigodo cuyo corpus llegaría hasta época de Égica (687-695). Curiosamente, al igual que sucede
con las monedas auténticas, es Suintila el rey a nombre de quien más piezas se conocen.

Son varios de los aspectos que deben ser considerados a la hora de determinar una falsificación de época.
Básicamente serían la apariencia metálica, el peso y la ley –más bajos de lo habitual–, sin contar la falta
de equivalencia con los tipos y leyendas de las piezas originales. No obstante, debe tenerse en cuenta que
estas características pueden aparecer igualmente en monedas auténticas, por lo que a la hora de inclinar
nuestra opinión hacia un lado u otro los diferentes matices deben ser valorados de manera conjunta.

Si el primero de los aspectos mencionados es la apariencia de la moneda, antes de adentrarnos en el


asunto conviene recordar que desde la adaptación al patrón canónico llevada a cabo por Leovigildo
tras la toma de Córdoba (584) –probablemente por las confiscaciones de oro realizadas en esa ciu-
dad–, los parámetros determinados de peso y ley se intentaron mantener, con más o menos empeño,
a lo largo de todo el período. A pesar de que, como ya ha sido aludido, la correcta adecuación no
siempre se consiguió, el aspecto de la moneda visigoda en general es de una relativa buena calidad,
dorada, y aunque muy delgada, bastante firme –tendríamos que exceptuar las acuñaciones de los
últimos tiempos en los que muchas piezas se tornan quebradizas y aparentan ser de plata–.

No obstante, en un número importante de las piezas que se han considerado copias de época, la
pequeña cantidad de oro usada en la aleación ha desaparecido casi por completo, mostrando única-
mente el alma de bronce. Aunque en ellas el peso puede ser indicativo no es determinante puesto
que, como se verá, algunas de las que mencionaremos se encuentran dentro de los parámetros pon-
derales normales. Lo mismo podría decirse de la tipología ya que unos tipos toscos no siempre son
indicativos de que se está ante una reproducción.

Si bien en la identificación como reproducciones tiene un peso fundamental la apariencia de las mis-
mas, probablemente en la época en la que fueron realizadas estas copias debieron pasar por originales.
En este sentido algunas incluso se han encontrado atesoradas, como es el caso de una pieza que formó
parte del Tesoro de Zorita (Pliego 2009, núm. 800). Aunque no formaban parte de tesoros, otras mo-
nedas de este tipo con aspecto de bronce han sido halladas en contexto arqueológico, como es el caso
del ejemplar de Suintila a nombre de Tarracona hallada en Sant Julià de Ramis, Girona (Pliego 2009,
núm. 810) (fig. 1. 1) –cuyo peso es 1,44 g y por tanto se encontraría dentro de los límites normales–,
o el más reciente acaecido en Oloront-Saint-Marie de una pieza probablemente de Cesaragusta y cuyo
monarca aparece ilegible –aunque podría ser Chintila– (Pliego 2009, núm. 815) (fig. 1. 2).

Por otro lado, aunque algunas han conservado mayor cantidad de oro, la presencia de oxidaciones
de color verde muy acusadas daría el primer aviso sobre la posibilidad de estar ante una copia. No
obstante, ya se ha comentado que, aunque no es muy habitual –y su grado de deterioro es mucho
menor de lo que sucede con las falsificaciones–, existen piezas auténticas que también muestran
huellas de corrosión debido a la alteración del metal, por lo que esta característica por sí sola, no es
concluyente. Traemos aquí a colación una pieza a nombre de Suintila y ceca de Toleto hallada en las
excavaciones de Conimbriga, que presenta, además de oxidaciones, otras peculiaridades llamativas
en lo que respecta a su tipología y leyenda. Así, aunque en ella se interpretan sin grandes problemas
los letreros de Suintila en anverso y Toleto en reverso, los tipos no se corresponden con el propio de
este monarca para esta ceca, sino que es más propio de los talleres de la Gallaecia (fig. 1. 3). Igual-
mente la moneda presenta glóbulos en sus leyendas algo que la fábrica de Toleto, a diferencia de
otras como la de Ispali, no suele utilizar (Pliego 2009, núm. 811c).

A pesar de lo dicho, la gran dificultad en la detección de reproducciones viene de la mano de


ejemplares que se asemejan en aspecto a las monedas auténticas, y los restantes indicios se pueden
88 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

interpretar con parámetros que se encuentran dentro de la normalidad. La inclinación de la balanza


hacia uno u otro lado es tan compleja que investigadores reputados han tenido opiniones diferentes
sobre la misma pieza. Esto es lo que sucede con una moneda a nombre de Recaredo y ceca de Elvora
conservada en el Fitzwilliam Museum. Si bien es cierto que tanto la tipología como la leyenda –Er-
bora– resultan atípicas, se tiene constancia de casos en los que talleres importantes presentan alguna
emisión más tosca o de una calidad inferior a lo habitual. Sopesando estas cuestiones, así como la
adecuación al peso (1,45 g), Miles (1952, p. 222-223) la aceptó como auténtica. Los análisis de
densidad y los posteriores análisis metalográficos, sin embargo, arrojaron un grado de pureza muy
bajo con respecto a otras piezas de Recaredo I, por lo que Grierson (1953, p. 84) ya planteó que
pudiera tratarse de una falsificación de época, opinión que fue ratificada años más tarde (Grierson &
Blackburn 1986, núm. 218). Por nuestra parte hemos seguido la opinión de estos últimos autores y
dicho ejemplar forma parte de nuestro corpus de reproducciones (Pliego 2009, núm. 801) (fig. 1. 4).

Ya se ha aludido a que las falsificaciones de época rara vez se adaptan a la metrología del momento y
muchas de ellas no alcanzan el gramo de peso, por lo que en las piezas en las que la escasez de oro no sea
evidente, el peso suele también ser indicativo de que estamos ante una copia contemporánea. Tal como se
ha visto en el caso anterior, en éste resulta igualmente complejo llegar a una conclusión certera. Traemos
aquí a colación un ejemplar a nombre de Leovigildo, perteneciente a la Hispanic Society of America, cuyo
taller ha sido atribuido a Cesaragusta. Esta moneda que presenta un aspecto aberrante y unas leyendas
extrañas, llevaron a Fernández Guerra (1891, p. 368) y a Campaner (1891, p. 206, n. 2) a relacionarla
con un taller inexistente de la Tarraconense que denominaron Cesarea (fig. 1. 5). Pero además del aspecto
formal, su peso es de 0,97 g, bastante bajo para ser de época de Leovigildo. Miles (1952, p. 185) aceptó
la autenticidad de esta pieza que había pertenecido a la Colección Cervera basándose en que no se trata
de un prototipo ni existe explicación razonable para una falsificación de esas características. Si bien el ar-
gumento de Miles es bastante razonable aplicado a una reproducción contemporánea, también lo es que
tanto la factura como el peso pudieran estar indicando que estamos ante una falsificación de época de la
ceca Cesaragusta o, en general, de cualquier otro taller de la Tarraconense. Aunque ha sido incluida entre
las auténticas en nuestro corpus no descartamos esta última posibilidad (Pliego 2009, núm. 29, n. 36).

No quisiéramos cerrar este apartado sin mencionar un fenómeno peculiar derivado de la importante
demanda de moneda visigoda por el coleccionismo. En este sentido, algunas reproducciones contem-
poráneas realizadas en bronce o plata baja han pasado por falsificaciones de época visigoda, lo que
supone un problema añadido a la identificación de copias (véase, por ejemplo Pliego, núm. 1127).

EL VALOR DEL ORO, EL NEGOCIO DE LA ACUÑACIÓN Y EL PROBLEMA DE LA TESAURIZACIÓN

El uso de los metales preciosos en general como elemento primordial en los intercambios parece re-
montarse a momentos prehistóricos (Ruiz Gálvez 1995). No obstante el oro en particular ha estado
vinculado a la sacralidad por su carácter inalterable, y su estimación como valor tangible de la riqueza
ha permanecido inmutable a lo largo del tiempo, retornando a la seguridad que produce su posesión
en momentos en los que disminuye la confianza en los mercados (Chic 2009, p. 115). Las clases socia-
les dominantes tienden a atesorar metales como símbolo de prestigio y cuanto más inalterable y escaso
sea el metal –el oro en este caso– mayor es la gracia del posesor (Polanyi 1989, cit. Chic 2009, p. 116).

Dicho esto, la acuñación en este metal hace que el oro deje de ser exclusivamente un objeto presti-
gioso para convertirse en un elemento cuantitativo en la determinación de la fortuna personal (Chic
2009, p. 116). Y en este sentido, aunque se realizaron intentos encaminados a atribuir a la moneda
de oro la flexibilidad de otros metales como la plata, situándola en una posición intermedia entre el
valor de cambio y su valor como mercancía, ello no resultó porque el oro se seguía atesorando. De
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 89

hecho, las acuñaciones de múltiplos y medallones realizadas en el siglo III por los emperadores con
el objetivo de premiar a los afines a su poder, no es más que el primer paso de la vuelta al uso de las
monedas de oro como lingotes (Chic 2009, p. 479).

La situación llegó al punto de inflexión en tiempos de Constantino (272-337), quien impuso un sis-
tema monetario teniendo como patrón el oro. Aunque en esos momentos se asistió a una auténtica
fiebre del oro debido a la destrucción de los templos paganos de Asia, el nuevo sistema provocó el
derrumbe del precio del bronce a favor del oro, situación que amplió las diferencias entre potentiores
y humiliores, como vio lúcidamente el autor anónimo del De rebus bellicis. Para García Vargas (2008,
p. 188) «en aquella sociedad jerárquica, las clases quedaron fijadas de este modo y para siempre a su
capacidad de adquisición en buena moneda de oro». Esta fue la situación que heredaron los pueblos
germánicos entre los que se encuentran los visigodos.

En efecto los nuevos reinos bárbaros establecidos tras el final del Imperio romano de Occidente acuña-
ron casi exclusivamente en este metal, ya que aunque los cambios en los usos del dinero, derivado de las
transformaciones de la economía de mercado, hacían innecesaria una moneda de alto valor, las relaciones
socioeconómicas de estos reinos emergentes, insertas en lo que se denomina una economía de prestigio
(sobre este tema véase Chic 2006), requerían la existencia de monedas de oro. La natural escasez de este
metal –independientemente de si se acepta una continuidad o no de las prácticas metalúrgicas (Díaz y
Díaz 1970; cfr. Sánchez Gómez 1989, p. 65-68)–, a lo que se añadió el cese de las periódicas inyecciones
de sólidos bizantinos en forma de subsidios (Eagleton & Williams 2009, p. 64), tuvo como efecto inme-
diato el establecimiento de una denominación más pequeña, el tremís, que además nació con un peso
más reducido que el tremís oficial bizantino (Grierson 1953, p. 81; ver Pliego 2009, p. 188 y 199).

En resumidas cuentas, el Reino visigodo heredó de los últimos tiempos del Imperio romano la continua
necesidad de oro para mantener su precario sistema de relaciones (Pliego 2009, p. 226 y siguientes), que
unido a la creciente escasez de este metal, agravado por el fenómeno de la tesaurización, obligó al propio
Estado a manipular la acuñación en un intento por mantener un sistema en el que la cantidad de oro debió
ser constante a lo largo de todo el período. Por otro lado, el hecho de que la acuñación en la Antigüedad sea
ante todo una fuente de ingresos para quien la realiza, uno de los grandes negocios debió ser batir moneda
devaluada (Lluis 1952, p. 95). Este asunto nos lleva a la última de las disposiciones expuestas (LV VII, 6, 5).

Según esta norma quien rehúse la moneda oficial aunque su peso no sea el establecido (quod minus
forte pensaverit), o si pidiera una compensación suplementaria (aut petierit pro eius conmutationem mer-
cedem), deberá pagar tres sólidos a aquél a quien no se la aceptó (cuius solidum recusaverit, tres solidus
cogatur exolvere). Aunque el texto especifica si adulterinus non fuerit, es decir, si no está adulterada, en
la práctica observamos que la manipulación oficial afectó por igual al peso y a la ley. No es la única
norma encaminada a regular la aceptación forzosa de la moneda y existen paralelos extranjeros tanto
de época contemporánea a la visigoda –así la encontramos en la Lex Burgundiorum (LB CVIII, 6)–,
como de tiempos posteriores –el Sínodo de Francfort– (Pliego 2009, p. 77).

Este tipo de manipulación es evidente a través de la muestra del numerario. En este sentido, el aná-
lisis realizado sobre 5.280 monedas nos permite mostrar un panorama aproximado acerca del com-
portamiento metrológico de la amonedación de época visigoda (Pliego 2009, p. 200-209). Partimos
en dicho estudio del reinado de Leovigildo (571-586) quien acuñó unas emisiones muy ajustadas al
patrón ponderal del momento, tanto en lo que respecta a las series realizadas antes de la denomina-
da «tercera reforma monetaria» y que responden al peso del «tremís bárbaro» de aproximadamente
1,30 g (Grierson 1953, p. 81), como a las batidas con posterioridad a la toma de Córdoba (584) en
las que se elevó el peso del tremís a 1,516 g, adaptándolo, de ese modo, al canónico bizantino.
90 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

En las monedas de Recaredo I (586-601) parece mantenerse tanto el peso como la concentración de
oro, y lo mismo podría decirse de los reinados de Liuva II (601-603), Witerico (603-610) y Gun-
demaro (610-612). No obstante, a partir de este último se observa una importante reducción en la
composición metálica, mientras que con Sisebuto (612-621) el descontrol ponderal es muy claro y
existe una enorme disparidad en los pesos del conjunto de las piezas conocidas.

La tendencia a la baja se hace más acusada con los reinados siguientes y no fue hasta Chindasvinto
(642-649) cuando se realizó un intento por adecuar tanto peso como cantidad de oro, ajuste que se
mantuvo hasta época de Égica (687-695). Aun así, a pesar de los esfuerzos de Chindasvinto, tras Reces-
vinto (653-672) la cantidad de monedas con disparidad de pesos va en aumento, y la media se salva en
algunos casos por unos pocos ejemplares, hasta que en tiempos de Witiza (702-710) el peso medio de
las monedas analizadas es de 1,11 g (fig. 3. 2). De manera paralela, la reducción en la concentración de
oro iniciada tras el reinado de Wamba (672-680) alcanzó en tiempos de Witiza niveles que muestran
piezas con menos 8 quilates.

La interpretación de estas variaciones, tal y como se ha adelantado al principio de este apartado, nos
lleva a buscar explicaciones de tipo político y socioeconómico. En primer lugar la curva que marca
la tendencia con los importantes picos en los primeros tiempos del Reino de Toledo, con Leovigil-
do y Recaredo I, así como durante los reinados de Chindasvinto y Recesvinto, evidencian que los
momentos en que se acuñó moneda de buena calidad, coincidieron con gobiernos fuertes. En este
sentido, ambos reyes, Leovigildo y Chindasvinto, asociaron al trono a sus respectivos hijos Recaredo I y
Recesvinto, a pesar de que en el Reino visigodo la sucesión fue electiva y no hereditaria (véase, por
ejemplo, Valverde 2000, p. 277-281).

Como ya ha sido comentado, fue Leovigildo quien ajustó el peso del tremís visigodo al canónico
bizantino. Si se tiene en cuenta que este cambio –metrológico y tipológico– fue emprendido tras la
toma de Córdoba en el año 584, cabría plantear que le fue posible hacerlo gracias a las confiscacio-
nes realizadas a los potentes de esta rica ciudad que además contaba con minas de oro –estuvieran
en funcionamiento o no en época visigoda–. Igualmente, una dura y efectiva política dirigida a
mostrar la autoridad de la monarquía debió hacer que el oro circulara fluidamente lo que habría evi-
tado la excesiva tesaurización. De hecho, los testimonios de la época han dejado constancia sobre la
política del otro monarca mencionado, Chindasvinto, quien realizó importantes confiscaciones entre
los potentes que además añadió a su patrimonio personal, algo sobre lo que tuvo que responder su
hijo Recesvinto en el VIII Concilio de Toledo (Pliego 2009, p. 227, n. 286). No obstante el caso de
Leovigildo y Chindasvinto debió ser una excepción puesto que la monarquía visigoda mantuvo un
precario equilibrio de fuerzas con el resto de la nobleza, que en el aspecto que aquí interesa supuso
una salida de la circulación –aun de prestigio– de las piezas de oro y la consiguiente merma en la
cantidad de metal disponible para la acuñación, lo que obligaría a los reyes a disminuir peso y ley.

CONCLUSIONES

En primer lugar, la ausencia de una legislación específica sobre la acuñación monetaria pudiera estar
hablando de una falta de necesidad en el establecimiento de unas normas estipuladas, así como de
cierta despreocupación sobre el tema.

Por otro lado, que las cinco normas recogidas en De falsariis metallorum (LV VII, 6) afecten a los me-
tales en general y sean de carácter penal reflejaría la preocupación real del Estado visigodo, que en
nuestra opinión parece centrarse en la protección de la integridad física –composición y peso– tanto
del metal en bruto como de la moneda.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 91

Asimismo, la imposición punitiva parece afectar exclusivamente a las clases sociales más bajas, ya
sean hombres libres, humiliores o siervos. No obstante la aplicación de las penas más duras debió
mostrar el rechazo de los jueces encargados de aplicarlas.

Por último, la manipulación de carácter estatal fue un fenómeno común y extendido y la acuñación
de moneda devaluada –en peso y/o en ley– se realizó gracias a la promulgación de normas destina-
das a imponer la aceptación forzosa –y por tanto a castigar su rechazo– de la moneda oficial, aunque
no respondiera al peso establecido.

La falsificación moderna y contemporánea de la moneda visigoda

La extendida práctica de la falsificación de moneda es, hoy por hoy, el gran problema de la numismá-
tica visigoda. No se trata además de un fenómeno nuevo, ni siquiera originado en los años cuarenta
cuando Mateu se quejaba de esto mismo (Mateu y Llopis 1941, p. 86), sino que sus falsificaciones se
iniciaron poco tiempo después de que el coleccionismo comenzara a mostrar interés por estas piezas.
En este mismo sentido Miles (1952, p. 447) manifestaba que muchos comerciantes rehusaban incluir
esta serie en sus negocios por los peligros que encerraba. Este peligro no sólo no ha desaparecido
sino que se ha agravado.

La detección de monedas falsas es una habilidad adquirida por la experiencia que supone el co-
nocimiento de la serie en cuestión –en este caso la visigoda–, principalmente a través del análisis
directo de numerosas piezas de procedencia certera, que permita, manteniendo criterios rigurosos, la
comparación con ejemplares irregulares. Para determinar la condición espuria de una moneda entran
en juego numerosas variables difíciles de concretar puesto que afectan al ámbito subjetivo y está
relacionado con las sensaciones. No obstante es posible establecer unas pautas.

En palabras de Rovira (2003, p. 60) la falsificación supone la reproducción de un objeto –en este
caso de una moneda– «realizado con ánimo de engañar al comprador haciendo pasar la copia por
original». Este autor señala los principales métodos de detección a la hora de determinar una falsi-
ficación, y así deben considerarse:
· el contraste tipológico;
· la discordancia en las materias constitutivas;
· la discordancia en las técnicas de fabricación, y
· el envejecimiento del material.

En lo que respecta a una moneda deben ser tomados en consideración otros aspectos muy importan-
tes, como son la adecuación al peso y la ley en relación con los parámetros establecidos en tiempos
del original.

A pesar de lo que acabamos de decir, en sus inicios las falsificaciones, en muchos casos, estuvieron
destinadas a llenar huecos en las series monetarias de los gabinetes de antigüedades, e igualmente
también primó el dar prestigio a determinadas localidades o acontecimientos relevantes, lo que ob-
viamente encierra igualmente cierto grado de falseamiento, en este caso histórico.

Aunque las obras de referencia de la moneda visigoda incluyeron en sus corpus un apartado dedi-
cado a la moneda espuria (Heiss 1872, p. 144-150; Miles 1952, p. 447 y siguientes), el artículo de
Pío Beltrán Villagrasa «Rectificaciones y falsificaciones en las monedas visigodas» (Beltrán 1948 =
1972) constituye el primer intento por reunir todo el material falso en circulación hasta esos mo-
92 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

mentos. Por nuestra parte, recientemente analizamos este asunto al tiempo que elaboramos el corpus
de las falsificaciones visigodas conocidas (Pliego 2009, t. I, cap. X; t. II, núm. 821-1.332). En dicho
estudio hicimos un recorrido cronológico exponiendo las diferentes series de falsificaciones –con la
identificación de los correspondientes cuños pertenecientes a las mismas–, desde las invenciones del
siglo XVII y XVIII hasta las más recientes y fieles copias destinadas al coleccionismo. Aunque se hará
continua alusión a dicho trabajo, trataremos de incluir algunos aspectos novedosos, así como ciertas
puntualizaciones o rectificaciones de las opiniones allí vertidas.

En los apartados que siguen vamos a ver que hay falsificaciones muy estudiadas y conocidas, en
contraste con piezas cuya autenticidad puede ser cuestionada aunque no sea posible confirmar su
condición de espuria. Por otro lado el hecho de que muchos de estos ejemplares llegaran a gabinetes
numismáticos prestigiosos o catálogos de subastas de renombre, ocasiona que a veces la condena
de una pieza pase por contradecir la opinión de autoridades en la materia, desestimar monedas de
afamadas colecciones, o bien deshacer un negocio a una casa de subastas. Aparte de la dificultad
que encierra la detección de falsas en esta serie, debe tenerse presente que no es extraño, entre
los falsarios, apelar al «hallazgo» como recurso para dar autenticidad a una pieza, algo que aunque
resulta muy habitual en la actualidad debió utilizarse también en tiempos pasados (Pliego 2009, p.
267). Es por ello que no es el objetivo señalar estas falsificaciones como errores de los especialistas,
conservadores de museos ni de las firmas comerciales, puesto que no dudamos que todos ellos ha-
yan actuado de buena fe al autentificar o condenar una pieza. Aun así, se parte de la consideración
que en este asunto la investigación debe ser honesta e imparcial, al tiempo que se asume que toda
opinión puede ser rebatida en los foros adecuados.

LOS PRIMEROS TIEMPOS: LAS INVENCIONES DE MONEDAS VISIGODAS

Este grupo no debe ser considerado propiamente como falsificaciones puesto que se trata de piezas
que fueron realizadas sin atender ni a la tipología de los originales, ni al metal –fabricándose en
diferentes metales–, ni a la técnica –muchas de ellas fueron fundidas–, y ni siquiera se preocuparon
por darle un aspecto envejecido al resultado. Por otro lado, ni el peso ni, obviamente, la aleación res-
ponden a los parámetros que muestran las monedas legítimas. En palabras de Beltrán (1948 = 1972,
p. 101-102) «se crearon tipos imaginarios y monedas híbridas, llegando a inventar personajes inexis-
tentes y ciudades fantásticas o pusieron nombres conocidos en monedas que nunca existieron».

Como ya ha sido mencionado en su mayoría estas falsificaciones tuvieron la intención de llenar


alguna laguna en el corpus monetario visigodo. Las más antiguas de estas invenciones visigodas
proceden de Francia, probablemente porque allí existía un coleccionismo más asentado que en la
península Ibérica hacia la misma época. La Bibliothéque Nationale de France, en París, cuenta con
varias de estas reproducciones que aparecen por primera vez en la obra de Le Blanc (1692). En
nuestro país es la Real Academia de la Historia la institución que posee la colección más importante
de reproducciones. Según Beltrán (1948 = 1972, p. 154-155) esta serie debió ser fabricada en un
solo lote hacia el ultimo cuarto del siglo XVIII. Es posible destacar varias características que muestran
estas invenciones y que se exponen a continuación.

Discordancia geográfica. Tal y como se ha comentado, de Francia proceden las reproducciones más
antiguas que hacen alusión a ciudades de ese país así Valenta (Pliego 2009, núm. 873) y Avionu
(Pliego 2009, núm. 888) (fig. 1. 6), alusivas a Valence y Massilia –ambas localidades en el sur de
Francia– a nombre de Leovigildo y Recaredo, respectivamente. La única ceca visigoda ubicada
en la Septimania gala fue Narbona, y no existe ninguna documentación acerca de la acuñación en
esas ciudades. Las características formales de las piezas hablan en el mismo sentido.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 93

Discordancia cronológica. Destacamos las copias realizadas a nombre de monarcas anteriores a


Leovigildo, que como es sabido, no acuñaron a su nombre –sino al del emperador vigente–, ni
incluyeron los nombres de las ciudades emisoras en sus monedas. Es el caso de las piezas a nom-
bre de Ataúlfo y ceca de Barcinona (Pliego 2009, núm. 821), y la de Amalarico de Hispalis (Pliego
2009, núm. 823) (fig. 1. 7). Al igual que lo que ocurría en el caso anterior, ni su peso ni el metal
en el que se realizaron responden a la realidad monetaria visigoda.

Discordancia tipológica. Se fabricaron también imitaciones de ejemplares cuya combinación de mo-


narca y taller existen, aunque ni los metales ni la tipología elegida responden a los originales. Sería
por ejemplo el caso de la pieza que ilustramos, a nombre de Leovigildo de Toleto (Pliego 2009,
núm. 872) (fig. 1. 8) en el que para el reverso se ha elegido una tipología de época de Witiza.

Falsedad histórica. Destinadas a dotar de un pasado prestigioso a una determinada ciudad. Tal
vez el caso más significativo sea la confusión creada a través de una afirmación de Fernández
Guerra (1891, p. 321-322) en relación con la ciudad cántabra de Amaia, pues con la intención de
ilustrar un acontecimiento histórico –en este caso la campaña de Leovigildo contra los cántabros
en 584–, y relacionándola con las monedas conocidas de Saldania, llegó a decir que «De seguro
[...] debió acuñar otra moneda de oro, recordatoria de las grandes justicias que mandó hacer en
Amaya. Sería su leyenda: Amaia Ivstvs.» (cit. Beltrán 1948 = 1972, p. 114.)

LAS FALSIFICACIONES DE AUTOR: CARL WILHELM BECKER

Este falsario alemán (1772-1830), que fue bibliotecario del Príncipe de Isenburg, realizó no sólo repro-
ducciones de moneda antigua griega y romana de muy buena calidad, sino que basándose, al parecer,
en una colección llevada a Alemania por las tropas napoleónicas, batió también la serie visigoda (Heiss
1872, p. 144). No obstante, parece ser que Becker fue un artista cuyas obras no fueron destinadas a «per-
petrar fraudes científicos ni de estafar a los aficionados». En un ámbito intermedio entre las vistas en el
apartado anterior y las que veremos en el siguiente, las copias de Becker fueron consideradas por Beltrán
(1948 = 1972, p. 104) como «fantasías híbridas» ya que no imitaban fielmente a las monedas originales.

Hasta los años 1950 y gracias a la obra de Pinder (1843) y Hill (1925) se conocían de este falsario 15
cuños de anverso y 14 de reverso que Becker asoció entre sí dando como resultado hasta 27 combina-
ciones diferentes (Hill 1925, núm. 275-301). No obstante, entre las novedades posteriores principal-
mente las incluidas por Miles, ese número ha crecido sensiblemente, llegando a 17 cuños de anverso
y 14 de reverso, y conociéndose en total 32 combinaciones (ver Pliego 2009, p. 264-266, fig. 130).

Estas piezas no son muy comunes y tras la pérdida durante la Guerra Civil de la colección del Museo
Arqueológico Nacional, la American Numismatic Society se convirtió en la institución donde más ejem-
plares se conservan. Curiosamente también la Universidad de Gante cuenta con una buena muestra
de estas reproducciones, algunas de las cuales fueron publicadas por Lelewel en 1835. La presencia
de estas copias en las instituciones y museos españoles es anecdótica, y lo mismo podría decirse de
las colecciones particulares, por lo que las reproducciones de Becker se han convertido asimismo en
objetos de coleccionismo (fig. 1. 9: Recesvinto de Hispalis).

LAS IMITACIONES FRAUDULENTAS: UN PROBLEMA SIN RESOLVER

A diferencia de lo visto en los apartados anteriores, las reproducciones que serán analizadas a conti-
nuación fueron realizadas por falsarios que intentaron imitar fielmente las piezas originales. En ellas,
sin embargo, vamos a ver una evolución, desde las primeras en las que no se respetan ni el metal
en el que se acuñó ni las técnicas, hasta las más fieles copias de los últimos tiempos. Para una mayor
94 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

profundidad de las diferentes series, así como los listados de las piezas conocidas de las mismas,
remitimos a nuestro trabajo (Pliego 2009, p. 266 y siguientes).

Las copias decimonónicas y la influencia de los grabados de Velázquez y Flórez

Fueron realizadas en el siglo XIX y, como apunta el título, los modelos utilizados fueron los grabados
incluidos en las obras de Velázquez (1759) y Flórez (1773) (Beltrán 1948 = 1972, p. 138). Dentro
de ellas es posible establecer dos grupos. El primero estaría compuesto por reproducciones que
debieron ser elaboradas en la primera mitad del siglo XIX y responden a varios de los criterios de
detección mencionados. Así fueron fabricadas mayoritariamente en plata, y en vez de acuñadas ge-
neralmente se fundieron. Además la mayoría muestra retoques destinados a proporcionar huellas de
acuñación. Beltrán realizó una selección de las más conocidas, algunas de las cuales se encontraban
custodiadas en el Museo Arqueológico Nacional antes de su expolio. Constituyen una serie de repro-
ducciones muy raras, puesto que apenas se han conservado en la actualidad. En la fig. 2. 1 se observa
la enorme similitud entre el grabado de la obra de Flórez sobre una moneda de Recaredo I de Der-
tosa y el ejemplar falso conservado en el Instituto de Valencia de Don Juan (Pliego 2009, núm. 905).

El siguiente grupo de imitaciones debe ser encuadrado a fines del siglo XIX y sus prototipos también
fueron extraídos principalmente de las láminas de Flórez y Velázquez, así como, en menor medida, de
las de Heiss (1872), cuyo momento álgido como modelo de copias será algo posterior. La diferencia
fundamental con las vistas en el grupo anterior es que éstas fueron acuñadas y el metal utilizado fue
el oro. Según Reinhart (1938 y 1940), Sevilla y Valencia fueron los dos focos de fabricación de esta
serie, aunque Beltrán (1948 = 1972, p. 151) discrepa y, basándose en el procedimiento seguido para
colocarlas entre los aficionados, consideró que debieron haber sido realizadas en Barcelona y Madrid.

Si en la actualidad sorprende que estos ejemplares pasaran por auténticos, lo cierto es que no sólo
llegaron a las colecciones particulares (Fernández Chicarro 1972), sino que hoy forman parte de nu-
merosas colecciones de instituciones y museos, como el Museo Arqueológico Nacional y el Gabinet
Numismàtic de Catalunya (fig. 2. 2: Leovigildo de Emerita), entre otros. En la actualidad no dudamos
que, como las auténticas, éstas sean también objeto de coleccionismo.

Falsificaciones extranjeras de monedas visigodas

Así como las estudiadas por Reinhart son muy conocidas en España, y por tanto debieron ser realiza-
das para los coleccionistas nacionales, existen otras series de espurias que habrían estado destinadas
a otros países. Si antes se aludió a las cecas del sur de Francia –Avionu y Valenta–, llama la atención
la interesante colección conservada en el Museo de la Royal Mint de Londres que aunque publicada
(Hocking 1906) es muy poco conocida dentro de nuestras fronteras. Además de en el mencionado
museo, se han encontrado algunas piezas en otras instituciones, así en el Kongelige Montog Medai-
llesamling Nationalmuseet de Copenhague, el Kungl. Myntkabinettet de Estocolmo y la American
Numismatic Society. La serie está formada por 17 piezas y curiosamente la mayor parte de ellas
imitan monedas de las cecas galaicas y lusitanas, en concreto de Elvora, Emerita, Olisipona, Eminio,
Egitania, Portocale y Bracara, lo que reflejaría un claro interés por las rarezas (Pliego 2009, p. 270).

Falsificaciones de fines del XIX o principios del XX

Aparte de los citados, existe otro conjunto cuyos ejemplares no pertenecen a ninguno de los grupos
anteriores y que aunque algunos de ellos pudieron haber sido realizados por el mismo falsario esto
resulta difícil de confirmar. Como se apunta en el título, estas copias probablemente fueron fabrica-
das en el último cuarto del siglo XIX o principios del XX, ya que algunas siguen los modelos de los
grabados de Heiss. Una parte importante de ellas, como veremos, llegaron a colecciones destacadas.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 95

Por mencionar algunas falsificaciones muy conocidas citaremos la de Recaredo I de Cestavi (Pliego 2009,
núm. 900) que fue identificada por Beltrán (1948 = 1972, p. 121). Este autor vio que se trataba de una re-
producción de un ejemplar de la Colección Vidal Quadras que presentaba el cuño desplazado y copias de
esta falsificación se encuentra en instituciones como la American Numismatic Society, el Museo de Stutt-
gart, el Instituto de Valencia de Don Juan y el Gabinet Numismàtic de Catalunya, entre otras (fig. 2. 3).

Hay piezas que han creado cierta confusión, algo que, por otro lado, es comprensible y que es sus-
ceptible de pasarle a cualquier investigador que se acerque a estas piezas. Es el caso de un Leovigildo
de Cordoba que se encontraba en el Museo Arqueológico Nacional que fue considerado falso por
Mateu y Llopis y los autores posteriores. No obstante, el reverso de esa reproducción se repite en
un ejemplar del Museo Numismático de Portugal que ha sido considerado auténtico en trabajos muy
recientes (Pliego 2009, núm. 839 a-b).

Otro equívoco lo protagonizaron dos ejemplares de Egica & Witiza de Ispali (Pliego 2009, núm. 1291.5-
6), también pertenecientes a la antigua colección del Museo Arqueológico Nacional y que, al igual que el
anterior, ya Mateu y Llopis (1936, lám. F, 32) reconoció que se trataba de falsificaciones. Aunque Miles
recogió esa referencia entre sus falsas, no apreció que mostraban los mismos cuños de anverso y reverso
que un ejemplar de la American Numismatic Society que había incluido como auténtica (Miles 1952, núm.
480 r) junto a otras piezas. En su defensa habría que señalar que la pieza que Miles tuvo entre sus manos
era de buena aleación y, al contrario de la de Mateu, su peso se correspondía con el de las originales.

Para cerrar este apartado traemos a colación un ejemplar a nombre de Leovigildo y ceca de Cepis
(Pliego 2009, núm. 832), recogido asimismo por Miles, e incluso publicado monográficamente por
Reinhart (1952). En la actualidad ese ejemplar, o uno similar batido con los mismos cuños, se en-
cuentra en el Museo Arqueológico Nacional y su condición de espuria resulta indudable (fig. 2. 4).

La falsificación en los últimos tiempos

Más complejo resulta abordar el estudio de las falsificaciones recientes puesto que los focos de re-
producción se multiplican. A ello se añade que los falsarios ya no dejan volar su imaginación, como
señalaba Beltrán al respecto de las primeras falsificaciones, sino que reproducen fielmente los ejem-
plares auténticos. Por otro lado, existe una preocupación por respetar el metal, la técnica, la tipología
e incluso el trazado de las leyendas, y en este último caso, además, se intenta que éstas vayan en el
correcto latín de la época. Ni siquiera los avances en análisis metalográficos solucionan este asunto,
puesto que aun considerando que los datos obtenidos sean fiables, éstos se limitan a mostrarnos
unos niveles de concentración de los distintos elementos que componen la moneda, principalmente
el oro, la plata y el cobre. Si bien es cierto que en el caso de que la pieza presente un alto contenido
en titanio –elemento descubierto en el siglo XVIII y utilizado para endurecer el oro en las aleaciones–
el análisis mostraría claramente que se está ante una falsificación (Vico 2005, p. 1263), también lo
es que los falsarios actuales no cometen ese tipo de errores, e incluso es posible que en ocasiones
utilicen metal de la época, que hallado en láminas o en forma de joyas amortizadas, se sacrifica para
realizar una espuria impecable en lo que a concentración de elementos se refiere.

No se van a traer aquí todas las falsificaciones modernas que existen, sino que se aludirá a algunas
piezas representativas y dentro de ellas se intentarán establecer, en la medida de lo posible, las hue-
llas de los distintos artífices. Con respecto a esto último, recientemente se ha tenido la oportunidad
de estudiar muy de cerca la casi totalidad de los cuños conocidos de uno de los falsarios más pro-
ductivos de los últimos tiempos. Aunque procedente del norte de España, fue Sevilla la ciudad en la
que realizó la mayoría de sus reproducciones, que se iniciaron a fines de los años 50 del siglo XX y
no han cesado hasta hace unos pocos años. Aunque pueda parecer extraño, nunca estuvo entre sus
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objetivos el fraude sino más bien la distracción y el divertimento. No obstante, aunque las diferen-
cias con las auténticas son muy evidentes, y bien conocidas dentro de nuestras fronteras, algunas de
estas piezas han llegado al mercado.

De este falsario se conocen piezas a nombre de casi todos los monarcas y lo mismo podría decirse de
las cecas, ya que no sólo fabrica reproducciones de monedas escasas desde el punto de vista del colec-
cionismo, sino también de piezas de monarcas y talleres comunes. Sin embargo, el grueso del repertorio
lo constituyen las falsificaciones de monedas raras desaparecidas de la circulación. Es el caso del Wite-
rico de Catora (Pliego 2009, núm. 954) a cuyo ejemplar auténtico –perteneciente a la colección Vidal
Quadras– se le perdió la pista hace años. Por otro lado, a esta serie de falsificaciones pertenece la única
copia de un ejemplar de Recaredo II (Pliego 2009, núm. 1037) y también son destacados algunos otros
que aluden a ciudades desconocidas en el mundo monetario visigodo como Ieret (Jerez de la Frontera)
(Pliego 2009, núm. 1293) o Gades (Pliego 2009, núm. 1257) (fig. 2. 5: Egica de Gades), esta última
publicada como auténtica en 1996 (Chaves & Chaves). A pesar de que a la vista de las ilustraciones no
parece que puedan ser aceptadas como genuinas, estas piezas pasan por un tratamiento a base de tierra
y otros productos que le crean un falso desgaste y como se ha comentado, algunas de ellas han sido
detectadas en varios catálogos de subastas.

Si las vistas hasta ahora no suponen grandes problemas a la hora de su detección, no ocurre lo mis-
mo con otro grupo de falsificaciones que imitan fielmente las monedas originales. Presentan una fá-
brica muy cuidada y tanto el aspecto exterior como la composición de la aleación y el peso se acercan
bastante a las auténticas. El caso más llamativo es quizá el del Chintila de Ispali (Pliego 2009, núm.
1.106), del que conocemos hasta nueve piezas. Esta falsificación podría proceder de Portugal, donde
parece formar parte de casi todas las colecciones importantes, aunque en los últimos tiempos y a raíz
de su aparición en 2002 en un catálogo de subastas de una firma suiza, esta copia se ha difundido
también por las colecciones españolas. Algunas de ellas muestran una fábrica excelente, a pesar de
que se alejan de los prototipos de la moneda auténtica (fig. 2. 6).

Algunas dudas razonables

Las piezas de autenticidad dudosa son una constante en la investigación de la numismática visigoda casi
desde sus inicios. Suelen ser ejemplares que muestran aspectos que pueden hacer inclinar la balanza
hacia uno u otro lado dependiendo del observador que las analice. En la mayoría de los casos esas du-
das son producto de la comparación con otras monedas de la serie que se trate y si bien es cierto que
probablemente muchas de ellas sean, en efecto, piezas falsas, también lo es que entre ellas pudiera haber
monedas legítimas. No se van a traer aquí todas las piezas dudosas que se encuentran en el corpus, sino
una selección de aquéllas que nos parece que merecen cierto comentario.

En este grupo existen monedas clásicas como el Witerico de Cordoba de la Real Academia de la Historia
(Pliego 2009, núm. 188) (fig. 2. 7), e igualmente la de Gundemaro de Sagunto (Pliego 2009, núm. 252
a), que, aunque condenadas ambas por Heiss (1872, p. 148, 6; Id., p. 105, 9), fueron rehabilitadas por
Beltrán (1948 = 1972, p. 99) y Mateu y Llopis (1941b, p. 85-95), respectivamente.

Contamos con otros especímenes sobre los que la sospecha continúa como es el caso del Chintila
de Valentia con tipos lusitanos conservado en el British Museum (Pliego 2009, núm. 484) (fig. 2. 8).
Este ejemplar ha producido una relativamente abundante bibliografía ya que al problema de su au-
tenticidad se añadiría, superado el anterior, el de la localización del taller basándose en la tipología
emeritense que muestra. Aunque este último asunto ha sido utilizado tanto para confirmar su falsedad
como para localizarla en algún punto de la Lusitania o la Gallaecia, lo cierto es que no sería el único
caso en el que un taller alejado de la Lusitania elige sus tipos para realizar una serie determinada, así
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 97

podría traerse a colación la emisión de Sisebuto de Eliberri (Pliego 2009, p. 273). Por nuestra parte
–y habiéndola analizado personalmente–, aunque tenemos en alta estima la opinión de Beltrán, que
la consideró falsa, compartimos la opinión de Miles, quien no encontró motivos para dudar de ella, si
bien en el catálogo va precedida por la marca de la duda.

Por último, quisiéramos modificar una opinión vertida en nuestro corpus sobre un ejemplar de Roderico
de Egitania (Pliego 2009, núm. 794 c.3). Se trata de una moneda perteneciente a la colección de la
Hispanic Society of America si bien cuando analizamos ese repertorio ese ejemplar no se encontraba en
la American Numismatic Society –institución donde se ha custodiado esa colección hasta hace poco–,
puesto que había sido prestada para formar parte de una exposición. Aunque no es considerada falsa en
nuestro catálogo, reconocemos que nos dejamos llevar por la duda debido a la multiplicidad de repro-
ducciones de este monarca (Pliego 2009, p. 278), por lo que colocamos una nota a pie de página con el
interrogante «¿Se trata de una falsificación?». Esta apreciación se solapó –probablemente pertenecen a
momentos diferentes de la ejecución de la obra– con la inclusión de la misma pieza entre las falsas (Plie-
go 2009, núm. 1322). No obstante, posteriormente, hemos tenido acceso a una fotografía de excelente
calidad que nos lleva a rectificar nuestra primera impresión (fig. 3. 1). La factura es óptima, así como la
tipología, el peso y el aspecto general de la moneda como puede apreciarse en la imagen. Este suceso
hace que comprendamos mejor las divergencias de opiniones que han producido ciertos ejemplares, lo
que confirma que aún debemos seguir trabajando en el conocimiento de las falsificaciones monetarias.

CONCLUSIONES

Aunque la detección de monedas falsas es una habilidad que se adquiere tras años de experiencia,
existen ciertas características que pueden alertar al observador. Las principales serían la discordancia
tipológica, la divergencia en las materias constitutivas, en las técnicas de fabricación, la inadecuación
a los parámetros ponderales y de composición metalográfica, sin olvidar las incongruencias de tipo
histórico, cronológico o geográfico, entre otras.

Las piezas que conforman el primer grupo de reproducciones importantes, datado hacia el último
cuarto del siglo XVIII, no deben ser consideradas como falsificaciones sensu stricto, puesto que no
copian la realidad monetaria visigoda. Se trata de invenciones destinadas a llenar lagunas históricas,
y en ellas no se suelen respetar ni los metales, ni obviamente la tipología de las monedas legítimas.

El paso siguiente lo constituirían las denominadas «fantasías híbridas» cuyo máximo exponente fue
el falsario alemán Carl Wilhelm Becker, que trabajó en el primer tercio del siglo XIX, y cuya produc-
ción, en lo que a las reproducciones visigodas respecta, supone un paso intermedio entre las inven-
ciones ya vistas y las copias fieles de momentos posteriores.

Las emisiones fraudulentas propiamente dichas comenzarían en este mismo siglo XIX y es posible
distinguir varios grupos que se inician basándose en las láminas de las obras de Velázquez y Flórez, y
continúan usando los grabados de Heiss como prototipos, ya más habituales a principios del siglo XX.

Es durante este último siglo cuando más falsificaciones tienen lugar y existen varios focos proce-
dentes principalmente de la península Ibérica. Las modernas técnicas, así como la extensión de co-
nocimientos entre los falsarios, hacen que la tradicional dificultad para la detección de las monedas
falsas visigodas se haya agravado.

Por último, existe un grupo de monedas sobre el que la duda resulta difícil de disipar ya que existe legí-
tima divergencia de opiniones entre los especialistas que se han acercado a las piezas que lo componen.
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Figura 1. 1. Falsificación de época hallada en Sant Julià de Ramis (Girona); 2. Falsificación de época hallada en Oloront-
Saint-Marie; 3. Suintila de Toleto falsa de época hallada en Conimbriga y Suintila de Toleto auténtica; 4. Recaredo de Erbora,
probablemente falso de época (Fitzwilliam Museum) y Recaredo I de Elvora auténtico; 5. Leovigildo de Cesaragusta ¿falso de
época? (Hispanic Society of America); 6. Falsificación moderna a nombre de Leovigildo de Avionu (Bibliothéque Nationale
de France); 7. Invención moderna a nombre de Amalarico de Hispalis (Real Academia de la Historia); 8. Invención moderna a
nombre de Leovigildo de Toleto (Real Academia de la Historia); 9. Falsificación de Becker a nombre de Recesvinto de Ispali.
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 99

Figura 2. 1. Falsificación moderna a nombre de Recaredo de Dertosa (Instituto de Valencia de Don Juan); 2. Falsificación
moderna a nombre de Leovigildo de Emerita (Gabinet Numismàtic de Catalunya); 3. Falsificación moderna a nombre de
Recaredo I de Cestavi (Gabinet Numismàtic de Catalunya); 4. Falsificación moderna a nombre de Leovigildo de Cepis (Museo
Arqueológico Nacional); 5. Falsificación moderna a nombre de Ervigio de Gades; 6. Falsificación moderna a nombre de Chin-
tila de Ispali; 7. Dudosa a nombre de Witerico de Cordoba (Real Academia de la Historia); 8. Moneda dudosa a nombre de
Chintila de Valentia (British Museum).
100 La falsificación y manipulación de la moneda visigoda

Reinado Nº ejempls. Peso mínimo Peso máximo Peso mediano Peso medio Desv.

Leovigildo (1) 124 1,01 1,51 1,29 1,285 0,084


(2) 75 1,08 1,58 1,50 1,480 0,069
Hermenegildo 6 1,26 1,36 1,31 1,310 0,037
Recaredo I 521 1,08 1,65 1,48 1,474 0,056
Liuva II 82 1,05 1,56 1,47 1,458 0,062
Witerico 267 1,27 1,61 1,47 1,460 0,049
Gundemaro 142 1,18 1,58 1,46 1,450 0,058
Sisebuto 831 1,18 1,72 1,46 1,459 0,055
Recaredo II 37 1,37 1,52 1,44 1,449 0,043
Suintila 1.149 0,97 1,96 1,42 1,413 0,080
Sisenando 331 0,84 1,62 1,37 1,340 0,137
Iudila 2 - - - - -
Chintila 83 1,02 1,55 1,40 1,360 0,137
Tulga 70 0,75 1,53 1,28 1,270 0,183
Chindasvinto 154 0,91 1,95 1,46 1,450 0,117
Chind. & Reces. 14 1,40 1,60 1,49 1,500 0,052
Recesvinto 277 1,25 1,75 1,49 1,480 0,060
Wamba 179 1,17 1,59 1,47 1,457 0,066
Ervigio 204 1,00 1,60 1,45 1,438 0,087
Egica 231 1,05 1,70 1,44 1,419 0,100
Sunifredo 2 - - - - -
Egica & Witiza 341 0,80 1,60 1,36 1,329 0,146
Witiza (A) 131 0,47 1,60 1,12 1,115 0,217
(B) 19 1,34 1,67 1,50 1,490 0,087
Roderico 4 1,26 1,43 1,31 1,330 0,071
Agila II 11 1,25 1,50 1,40 1,383 0,089

Figura 3. 1. Moneda auténtica de Roderico de Egitania (Hispanic Society of America), ampliación; 2. Comportamiento me-
trológico de la amonedación visigoda (Pliego 2009, p. 202).
La falsificación y manipulación de la moneda visigoda 101

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