El Vacío Ético en La Sociedad Colombiana
El Vacío Ético en La Sociedad Colombiana
El Vacío Ético en La Sociedad Colombiana
Gerardo Remolina, S. J.
Introducción
Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente
a discursos moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a
descripciones apocalípticas que señalen todo lo pervertido y desastroso de
nuestro comportamiento individual y social. Puede llevar, además, a concluir con
el anuncio de una gran catástrofe y a dictaminar sobre lo que ineludiblemente
sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y sí sucumbo en algunos de ellos ante la
necesidad que siento de no hacer una disquisición puramente teórica y formal,
sino una reflexión que toque la realidad concreta, presento por anticipado mis
excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún
exhaustiva, del vacío ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al
análisis de cualquier observador particular. Sólo pretendo apuntar a algunos
elementos que juzgo fundamentales y que necesariamente han de ser discutidos y
complementados por todos ustedes.
1
Tomado de: Programa por la paz. Colombia: una casa para todos. Debate ético. Bogotá: Ántropos,
1991 (pp. 16-31)
De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia,
cada vez más clara, de que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de
un poder absolutista de derecha, de izquierda, o de centro; ni a través de una
fuerza represiva —policiva o militar— garante de un "statu quo", como lograremos
establecer un nuevo orden y salir avante en la constitución de una sociedad
auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni de lejos, una de las
principales características del ser humano y de su vida en sociedad. Tampoco
parece suficiente, aunque sea del todo necesaria, la constitución de un sabio
orden jurídico que regule con leyes apropiadas las relaciones de la convivencia
ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se
fundamente en las raíces mismas de la persona humana, en lo específico de su
mismo ser y que, a través de su racionalidad, aglutine, oriente y ligue a los
ciudadanos de manera insoslayable en un propósito común. Este propósito,
parece, no podría ser otro que la conformación de una convivencia ciudadana en
la que prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los derechos primarios
de la persona humana: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que,
la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad de
relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos. Dentro de esta
perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los demás se constituye
en un elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva
ética: nueva, porque realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres
de nuestra sociedad; nueva, porque ha de buscar o reencontrar, desde la
racionalidad humana, no sólo la normatividad que responda a situaciones,
necesidades y descubrimientos nuevos, que la vida ha ido haciendo emerger;
sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y revitalización de los vínculos que
—dentro de un legítimo pluralismo— liguen efectivamente a las voluntades, desde
dentro, en la prosecución del bien común.
La nueva ética ha de dar respuesta a los múltiples efectos del vacío ético que hoy
nos asfixia, entre cuyas manifestaciones podrían destacarse las siguientes:
Introducción
Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente
a discursos moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a
descripciones apocalípticas que señalen todo lo pervertido y desastroso de
nuestro comportamiento individual y social. Puede llevar, además, a concluir con
el anuncio de una gran catástrofe y a dictaminar sobre lo que ineludiblemente
sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y sí sucumbo en algunos de ellos ante la
necesidad que siento de no hacer una disquisición puramente teórica y formal,
sino una reflexión que toque la realidad concreta, presento por anticipado mis
excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún
exhaustiva, del vacío ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al
análisis de cualquier observador particular. Sólo pretendo apuntar a algunos
elementos que juzgo fundamentales y que necesariamente han de ser discutidos y
complementados por todos ustedes.
2
Tomado de: Programa por la paz. Colombia: una casa para todos. Debate ético. Bogotá: Ántropos,
1991 (pp. 16-31)
común e imposibilita consecuentemente la realización de nuestras legítimas
aspiraciones sociales. Es preciso tomar conciencia de que, suprimido un valor
dentro de un determinado sistema ético, éste se desequilibra, si no es sustituido o
reemplazado por otro valor, y va produciendo un vacío cada vez más
desestabilizador que actúa a la manera de una reacción en cadena. Por otra
parte, y de manera lógicamente complementaria, cada vez es más frecuente
escuchar en nuestro medio la urgencia de constituir y fundamentar una nueva
ética que venga a llenar dicho vacío.
En efecto, la situación del país hace evidente el peligro de una sociedad que
se desintegra a pasos agigantados, y que a pesar de todos los esfuerzos hechos
—acertados unos, equivocados otros— no logra encontrar ni el método, ni los
contenidos, ni los resortes necesarios para aunar las voluntades, poner en dique a
la desintegración y construir la nueva sociedad que unos y otros anhelamos.
De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia,
cada vez más clara, de que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de
un poder absolutista de derecha, de izquierda, o de centro; ni a través de una
fuerza represiva —policiva o militar— garante de un "statu quo", como lograremos
establecer un nuevo orden y salir avante en la constitución de una sociedad
auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni de lejos, una de las
principales características del ser humano y de su vida en sociedad. Tampoco
parece suficiente, aunque sea del todo necesaria, la constitución de un sabio
orden jurídico que regule con leyes apropiadas las relaciones de la convivencia
ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se
fundamente en las raíces mismas de la persona humana, en lo específico de su
mismo ser y que, a través de su racionalidad, aglutine, oriente y ligue a los
ciudadanos de manera insoslayable en un propósito común. Este propósito,
parece, no podría ser otro que la conformación de una convivencia ciudadana en
la que prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los derechos primarios
de la persona humana: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que,
la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad de
relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos. Dentro de esta
perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los demás se constituye
en un elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva
ética: nueva, porque realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres
de nuestra sociedad; nueva, porque ha de buscar o reencontrar, desde la
racionalidad humana, no sólo la normatividad que responda a situaciones,
necesidades y descubrimientos nuevos, que la vida ha ido haciendo emerger;
sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y revitalización de los vínculos que
—dentro de un legítimo pluralismo— liguen efectivamente a las voluntades, desde
dentro, en la prosecución del bien común.
Afirmamos, al comienzo de estas reflexiones, que sólo una nueva ética podría
llenar de hecho el inmenso vacío de nuestra sociedad colombiana. Tratemos
ahora de ilustrar, de manera genérica, el por qué, así como la naturaleza y
alcances de esta solución.
Junto con la conciencia del vacío ético, analizada en la primera parte, ha ido
creciendo también la conciencia y la convicción de que esta nueva ética ha de ser
de carácter "civil" o "ciudadano". La expresión no deja de tener sus dificultades y
de excitar reacciones de signo positivo o negativo. Pero ha de ser su propia
naturaleza la que permita esclarecer si ella puede responder o no a las
expectativas y necesidades que hemos considerado, así como disipar los posibles
temores.
Una ética civil pretende responder a las necesidades de una sociedad en la
que se conjugan principalmente los siguientes elementos: un cierto grado de
secularización; u n pluralismo cada vez más extendido y admitido; y una
orientación fundamentalmente democrática.
La descripción fenomenológica del vacío ético, y nuestro intento de
profundización en él, fácilmente ponen de manifiesto que las características
anteriores se comprueban en nuestra sociedad colombiana.
Ella, en efecto ya no es una sociedad religiosa de cristiandad; sus opciones
ideológicas y políticas son cada vez más plurales; y su tendencia democrática, no
obstante los vicios y aberraciones anotadas, parece ser algo cada vez más exigido
por nuestro pueblo.
Por otra parte, una ética civil no pretende competir ni excluir otras opciones
éticas razonables, sino encontrar, explicitar y asumir el mínimo-ético común de
una sociedad secular y pluralista. "La ética civil —según la expresión de un
connotado moralista— es por lo tanto el mínimo moral común aceptado por el
conjunto de una determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo moral. La
aceptación no se origina mediante un superficial consenso de pareceres, ni a
través de pactos sociales interesados. Esta aceptación es una categoría más
profunda: se identifica con el grado de maduración ética de la sociedad.
Maduración y aceptación son dos categorías para expresar la misma realidad: el
nivel ético de la sociedad" (Vidal M., "Ética civil", p. 16). .
Una ética civil tampoco pretende ser totalizadora de la vida de un pueblo; no
entra, por consiguiente, en competencia con ninguna religión, cada una de las
cuales tiene la posibilidad de elevar a una esfera diferente su comportamiento ético
y darle su último sentido de la relación con un Dios trascendente. Por esa misma
razón la religión está llamada a colaborar de manera decidida en la construcción
de una ética: no sólo aportando los elementos valiosísimos de su tradición ética al
"mínimo común", sino también brindando una motivación profunda y unos medios
que hagan capaces a los hombres de alcanzar su realización ética.
Por ello, una ética civil no pretende ser portadora de su fundamentación
última sino que la presupone en otras. La ética civil se constituye por la aceptación
de la racionalidad compartida y por el rechazo a toda intransigencia excluyente. Se
ubica dentro de la legítima autonomía de la sociedad civil y extrae sus contenidos
de la conciencia ética de la humanidad y de las reservas éticas de un pueblo.