El Templo Como Reflejo Del Cosmos

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EL TEMPLO COMO REFLEJO DEL COSMOS

Las sociedades tradicionales han considerado que la imitación de modelos


ejemplares era el mejor medio para dotar de un sentido trascendente la
actividad humana. De esta manera, toda conducta humana debía encontrar un
modelo ejemplar previamente establecido por la Divinidad o por seres
sobrenaturales (dioses, ángeles, santos, héroes). Cualquier acto fundacional,
desde la entronización de un monarca, un rito matrimonial, la siembra o
recolección, hasta la delimitación de los muros de una ciudad, el trazado de
una casa, la edificación de un templo, etc., todo ello se basaba en un ritual
que, en última instancia, reproducía o se inspiraba en el rito más perfecto
posible; el que empleó Dios para crear el mundo; el rito cosmogónico.
Por tanto, la imitación de ese rito primigenio ejecutado en el momento
puro y fuerte de los orígenes garantizaba unos resultados eficaces. En
definitiva, todas las actividades morales, artísticas o técnicas del hombre, aún
las más domésticas, adquirían la fuerza de la sacralidad en la medida en que
reflejaran lo mejor posible un modelo celeste preexistente que, en primera
instancia, debía imitar el rito de la creación del cosmos. Según esta creencia,
la energía prodigiosa desplegada por Dios al crear el mundo desde el
invariable centro, continuaba hic et nunc a disposición de quien la supiera
utilizar mediante el rito apropiado. De esta manera, todos los espacios
sagrados y lugares consagrados a Dios (Paraíso celeste, Jerusalén celestial,
paraíso terrestre, ciudad santa, montaña sagrada, templo, sancta sanctorum,
incluso el alma o el “ojo” del corazón) se encontraban en correspondencia
o comunicación con el centro espiritual supremo.
En este sentido, una de las isomorfías (como es arriba, así es abajo) más
notables fue la equivalencia cosmos-templo-hombre; el cosmos es la morada
de la Presencia de Dios, el templo es la casa de Dios y el hombre es la casa de
alma o templo del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19; 2 Cor 6, 16). Si el rito utilizado
para crear el mundo también había sido eficaz para convertir un edificio en
casa de Dios, igualmente un rito apropiado podía transformar el cuerpo
humano en santa morada. En última instancia, el rito convertía a todos ellos
(cosmos, templo, hombre) en espacios consagrados.
La concepción reticular de esta isomorfía del cosmos implicaba que las
diversas zonas del universo guardaban íntima conexión con las partes
equivalentes del templo y también con las del mismo cuerpo humano. En
efecto, el templo reflejaba el orden cósmico porque estaba orientado según los
puntos cardinales; la cabeza era su sancta sanctorum, en línea con el otro
extremo del eje vertebral o pasillo en donde se encontraba la puerta de acceso
flanqueada por dos grandes columnas o extremidades (según un eje solar). El
centro o corazón del templo era el ara o altar, que comunicaba por arriba con
el domo o la clave del edificio (eje polar). De esta manera, el hombre
atravesaba el umbral del templo para efectuar con éxito la “vía de la salud” y
recuperar el estado edénico que le reintegrara con el Creador.
Pero, aunque la tarea del constructor humano consistía en imitar al Gran
Arquitecto del Universo cuando transformó el caos en cosmos, no siempre era
capaz de descubrir todos los modelos a imitar. Por eso, cuando las leyes,
ritmos y ritos celestes resultaban inaccesibles para el hombre, entonces la
propia Divinidad decidía “revelárselos”. Recuérdese cómo Dios “reveló” a
Noé los planos de Arca, al igual que también “reveló” las medidas del Arca de
la Alianza, o los planos del templo de Jerusalén.
En coherencia con este pensamiento tradicional, la masonería ha mostrado
especial interés en que la decoración de sus templos representara lo más
fielmente posible el cosmos, y que la práctica del rito fuera lo más justa y
perfecta posible a fin de que la reproducción de ciertas leyes y ritmos
armónicos atrajera las influencias celestes. Con ello se cumplía precisamente
el lema masónico “Ordo ab Chao” (Orden sobre el Caos).
En efecto, el templo masónico se considera una representación del
Universo; el techo tachonado de estrellas sobre fondo azul es sostenido por
doce columnas dispuestas a lo largo de las paredes rematadas por los
respectivos signos zodiacales. Una plomada colgada del centro señala la
estrella polar. Los textos masónicos explican que la longitud de la logia
abarca todo el mundo “de oriente a occidente”; su anchura, “de mediodía a
septentrión”; su altura, “de la tierra al cielo’; y su profundidad, “de la
superficie al centro de la tierra”. El rito de encendido y apagado de las tres
luces al comienzo y fin del trabajo representaba la creación y final del ciclo
cósmico; comenzaba a “Mediodía en punto” cuando los rayos del Sol
(símbolo de las influencias celestes) se encontraban en lo más alto y caían con
más fuerza (en perfecta perpendicular) sobre la tierra, y concluían a
“Medianoche en punto”, cuando la influencia del Sol declinaba en su punto
más débil. Las dos columnas en la puerta del templo representaban el solsticio
de invierno y de verano (san Juan Bautista y san Juan Evangelista). En medio
del suelo se desplegaba el tapiz o cuadro del grado que, a su vez, representaba
una imagen simbólica del cosmos. El templo había de orientarse según
coordenadas solares; el venerable se sentaba en el este y los vigilantes en el
sur y en el norte (en los antiguos ritos operativos los tres principales maestros
se sentaban en occidente para observar la salida del sol). Los dibujos del sol y
de la luna mostraban la pared oriental. Cada uno de los oficiales representaba
un planeta; las deambulaciones se efectuaban en sentido solar. El proceso
iniciático se asociaba al recorrido del sol por todas las casas zodiacales de
manera que el iniciando-sol culminaba su evolución, es decir, su solarización,
cuando completaba el recorrido de las puertas zodiacales, desde las tinieblas
hasta la luz.
En teoría, el recinto de la logia destinado a las tenidas debía imitar el
templo del rey Salomón y, por tanto, había de tener la forma de un rectángulo
cuya longitud era el doble de su anchura. Además, a imitación de las logias
operativas de los constructores de catedrales, estaba orientado
(simbólicamente) al modo tradicional; la puerta se encontraba situada en el
oeste; el venerable se situaba en el oriente (de donde procede la luz); los
aprendices se sentaban en el lado norte (el lugar menos iluminado), y los
compañeros y maestros en el lado sur. En el libro Masonry disected (1730), se
explica que la logia abarca todo el espacio de este a oeste, de norte a sur, y
una altura de “innumerables pulgadas, pies y yardas, tan alta como los Cielos”
y una profundidad tal que llega “hasta el Centro de la Tierra”, es decir, que no
tenía límites porque abarcaba todo el Universo. Y el manuscrito Essex (circa
1750) asimilaba la logia al interior del corazón, dado que a la pregunta; “¿Qué
es una logia perfecta?”, se respondía: “El interior de un corazón sincero” .
Al entrar en la logia, eran diversos los símbolos que adornaban el techo,
las paredes y el suelo con el fin de configurar un auténtico programa
iconográfico basado en el simbolismo constructivo que debía ayudar al masón
a trabajar y pulir su piedra bruta (su personalidad) hasta convertirla en una
piedra tallada y apta para ser colocada en el templo (la Humanidad, el
Cosmos…).
En el lado de occidente se encontraba la entrada del templo flanqueada por
dos columnas denominadas J y B (Jakin y Boaz) que representan las que el
maestro de obras Hiram Abí alzó en el vestíbulo del Templo de Jerusalén (I
Reyes, 7, 21-22).
En la pared oriental se situaba el Delta o Triángulo con el “ojo que todo lo
ve”, emblema judeocristiano consistente en un triángulo equilátero con un
vértice hacia arriba en cuyo interior se representa el ojo de Dios (que no es ni
el izquierdo ni el derecho, sino un ojo “frontal” o “central”, es decir, un
“tercer ojo” que representa la omnisciencia), o el Tetragrama hebreo (o la
versión abreviada de las tres yod). En realidad, la letra G tiene un sentido
polivalente. Es la inicial de Geometría (Samuel Prichard, Masonry disected,
1730), la inicial de God (Dios en inglés), o la inicial de Yahvé en hebreo (Le
Sceau rompu, 1745) al asociar fonéticamente yod y God. No obstante, la
masonería operativa situaba la letra G en el centro de la bóveda (Estrella
Polar) del que pendía una plomada que representa el polo terrestre como
reflejo del axis mundi. En recuerdo de ello, algunas logias situaban en su
cenit, colgado del centro del techo, la plomada del Gran Arquitecto del
Universo que señala a la Estrella Polar y orientaba el taller en dirección al Eje
del Universo, simbolizando con ello la correcta y necesaria verticalidad tanto
del Cosmos, como del hombre, a fin de recibir la influencia espiritual que
desciende de lo alto.
En oriente se situaba la mesa y trono o cátedra del venerable maestro, que
presidía las reuniones. A su izquierda se situaba el orador de la logia, y a su
derecha se sentaba el secretario.
En la columna del sur se situaba el primer vigilante, y en la columna del
norte se sentaba el segundo vigilante. Ellos, con el venerable maestro son los
tres oficios más importantes de la logia, también denominadas Tres Pequeñas
Luces del taller; el venerable maestro, que dirige la logia; el primer vigilante,
encargado de los compañeros, y el segundo vigilante, responsable de la
formación de los aprendices. Cada uno de ellos guarda la puerta del respectivo
grado, lo cual resultaba más visible durante la ceremonia de iniciación, en la
que el candidato recipiendario efectuaba un tiple recorrido por el templo y
golpeaba tres veces sobre el hombro de cada uno de ellos para que se le
franquee el paso hasta llegar al centro.
Entre la mesa del venerable maestro y el centro del taller se situaba la mesa
o altar de los juramentos, en el que se depositaban las llamadas Tres Grandes
Luces; la Escuadra (la Tierra), el Compás (el Cielo) y el Volumen de la Ley
Sagrada (la Biblia).
La escuadra simboliza el equilibrio y la conciliación entre las diversas
tendencias de todo tipo que existen en la logia. Una vez cincelada y pulida la
piedra, antes de colocarla en el edificio, el maestro de obras comprobaba con
la escuadra que sus ángulos y caras eran correctos de modo que, una vez
escuadrada (comprobada su rectitud), la piedra (el masón) se integraba en el
templo.
El compás representa las influencias espirituales de manera semejante a
como la escuadra simboliza las influencias terrestres. Tal compás es el
manejado por el Gran Arquitecto del Universo al dibujar y transformar el caso
en cosmos; “Cuando afirmó los cielos… trazó un círculo sobre la faz del
abismo” (Proverbios, 8, 27).
Finalmente, el volumen de la Ley Sagrada es el conjunto de todos los
textos sagrados de la Humanidad. Usualmente, las logias cristianas utilizan la
Biblia abierta en el Evangelio de san Juan. Para los masones, todas las logias
son genéricamente logias de San Juan Bautista. Pero también se encuentran
bajo advocación del Evangelista dado que se considera que el apóstol era
portador de una enseñanza esotérica y mística integrada en la Iglesia
personificada en san Pedro. Ello se basa, por ejemplo, en el reproche de Jesús
a Pedro: “si quiero que él [Juan] quede, hasta que yo venga, ¿qué te va a ti?”
(san Juan 21,20-23). Además, no sólo era el discípulo amado de Jesús, sino
que también fue designado por Jesús, en la cruz, como custodio e “hijo de la
virgen María” (Juan, 19, 26-27).
En la parte superior de las paredes, una cuerda con doce nudos rodeaba
todo el recinto. Tenía su origen en el cordel con el que los masones operativos
delimitaban o encuadraban el perímetro de un edificio antes de su
construcción. Dicha cadena o cordel simbolizaba el marco celeste o envoltura
que rodea, une y protege el cosmos. Los nudos correspondían a los doce
signos del Zodíaco, y en la medida en que servían para atar y unir, eran
también lazos de amor.
En el suelo se situaba una zona central de losas negras y blancas que
mostraba la dualidad del mundo en contraposición al color azul que decoraba
el techo. Mientras que el recorrido ceremonial debía hacerse sobre tal
jaquelado, determinadas escenas o momentos del rito masónico (por ejemplo,
la escena de la iluminación masónica del aprendiz) había de ejecutarse fuera
del espacio dual del damero para indicar que se trataba de acontecimientos
por encima de los pares de opuestos. En todo caso, el suelo jaquelado
derivaba de la costumbre del maestro masón de trazar sus planos en
cuadrículas sobre el suelo.
Alrededor del espacio ajedrezado y bordeando el perímetro del Cuadro de
Logia, se situaba la borla dentada, especia de línea trazada en dientes de
sierra regulares que tiene una clara función de protección y simboliza
al guardián de la puerta. Con ello se daba a entender que el neófito debe
ser devorado y despojado de su cuerpo o envoltura profana para renacer.
También advierte a los masones que entran en logia, de la necesidad de
despojarse de sus metales (defectos) para trabajar a la Gloria del Gran
Arquitecto del Universo y de los peligros que conlleva el no adoptar la actitud
adecuada. La expresión despojamiento de los metales, había sido tomada de la
alquimia y simbolizaba, en sentido amplio, la necesidad de renunciar a los
vicios del mundo profano (metales=defectos) y, en sentido específico,
representaba el deber de todo masón de entrar en la logia desprovisto de todo
pensamiento o deseo inadecuado.
Una vez que los asistentes se encontraban en el interior de la logia, el
venerable maestro abría solemnemente los trabajos y se encendían las velas de
los tres candelabros situados en medio de la logia. A partir de ese momento,
todo acto, gesto o palabra quedaban sometidos a un estricto protocolo cuya
finalidad se encaminaba a disciplinar la mente, evitar las fricciones entre los
miembros de logia y aprender el arte de la convivencia y tolerancia fraternal.
Pero en última instancia, el rito señalaba un cierto camino para que el masón
aprendiera a despojarse de los metales profanos, encontrara la Palabra
perdida, es decir, el nombre misterioso y sagrado de Dios y, finalmente, viera
la luz (lo que quiera que ello significara para cada masón).
Dado que el templo debía de ser un reflejo del cosmos, la práctica ritual
pretendía poner en comunicación las influencias celestes con ciertas partes o
estados del hombre pues, a fin de cuentas, como afirmaba A. K.
Coomaraswamy, toda cosmología es, al mismo tiempo, una psicología y una
fisiología. A estos efectos, los rituales masónicos procuraban no dejar nada al
azar; por ejemplo, el lugar de la logia, en donde se realizaban las diferentes
escenas del ritual, debía guardar relación con la fisiología sutil del cuerpo
humano. Ya ha sido señalada por varios autores la relación que los rituales
establecen entre el progreso masónico y la estimulación de ciertos centros
sutiles mediante toques, agarres y punciones. Así, durante el rito de iniciación
se “toca” el corazón del recipiendario; con la espada (p. e. al llamar a la puerta
durante la iniciación), con el mazo (p. e. cuando los tres grandes oficiales de
la logia le paran ante las respectivas puertas), o con la punta del compás (al
tomarle juramento). Igualmente, durante la escena de la “pequeña luz” todas
las espadas de los asistentes apuntaban al corazón del recipiendario, o se le
“inviste” masón cuando se colocaba sobre su cabeza una espada que era
golpeada por el venerable maestro tres veces con su mallete. Igualmente,
durante el rito de elevación a la maestría, el candidato había de recorrer las
puertas de occidente, mediodía y oriente en donde era “golpeado”
sucesivamente en la garganta con una regla de 24 pulgadas, en el pecho
izquierdo con una escuadra y con un golpe mortal de mallete en la cabeza. El
momento crucial del rito era precisamente el extraño y singularísimo abrazo
por los cinco puntos de la masonería; “pie contra pie, rodilla contra rodilla,
mano contra mano, corazón contra corazón y oreja contra oreja” (La
institución de los franc-masones, año 1725). Todo ello iba acompañado de
toques manuales y signos penales o de reconocimiento.
Al igual que los diferentes niveles o estados del cosmos están comunicados
por puertas específicas, también en el templo hay varias puertas, la última de
las cuales da acceso a la cámara más alta o reservada; la “puerta estrecha” u
“ojo del domo que comunicaba con el cielo. Como también el hombre es
una hierofanía, el “cuerpo” humano tiene una puerta que comunica con el
nivel superior, el otro mundo; es la “puerta del cielo”, que algunos sitúan en la
fontanela posterior del cráneo, lugar que no por casualidad tonsuran algunos
monjes cristianos. Ello ha tenido su reflejo en los ritos iniciáticos que
pretenden anticipar en vida y conscientemente una experiencia post-mortem.
Tales trances y éxtasis son descritos como un viaje ascendente o “vuelo
mágico” a través de un túnel o agujero. Una de las versiones más conocidas
de este fenómeno se originó en la India; el progreso espiritual se asocia al
despertar de una energía (Kundalini) que permanece alertargada en un centro
sutil (el chakra Muladhara) localizado en la base de la columna vertebral, que
puede ser despertada y ascender por el canal central (el nadi o canal llamado
Sushumna), llegar al Brahma-randhra ubicado en la cabeza, y florecer
semejando una corola luminosa (el halo de santidad). Pues bien, autores como
René Guénon afirman que ese centro sutil localizado en la fontanela del
cráneo, con la piedra clave de bóveda que, según la leyenda del rito del Arco
Real (también en el decimocuarto grado del rito escocés antiguo y aceptado,
es decir, Gran Escocés de la Bóveda Sagrada), fue retirada para permitir el
descenso a los sótanos del templo de Salomón. También aparece representada
en el cuadro del grado de maestro bajo la forma de una buhardilla (ventana de
desván) ubicada en la parte superior del Templo, cuyo simbolismo es similar
al del “ojo” del domo de las edificaciones abovedadas desde el que entra la
luz divina o, más propiamente, la de la estrella polar representada por la G
que cuelga de dicho punto.

Extractado de: Javier Alvarado Planas, Apercepciones sobre la iniciación masónica,


Madrid, 2019, pp. 141-146.

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