Codicología y Edición de Textos Ub
Codicología y Edición de Textos Ub
Codicología y Edición de Textos Ub
GEMMA AVENOZA
Universitat de Barcelona. IRCVM
ANNA ALBERNI
Universitat de Barcelona
JAVIER DEL BARCO
CSIC – CCHS
NURIA MARTÍNEZ DE CASTILLA
CSIC – CCHS
&
LOURDES SORIANO ROBLES
Universitat de Barcelona. IRCVM
——
L
A FINALIDAD FUNDAMENTAL de la filología es editar los textos: es decir, interpretar
los testimonios y proporcionar a los lectores un documento accesible y fiel al original.
Para comprender y editar los textos el filólogo acude a numerosas técnicas:
1. Esta investigación se inscribe en las actividades desarrolladas dentro del proyecto BITECA financiado
por el MCyT FFI2008-03882 con aportación de fondos FEDER.
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
– Acude a los libros de historia generales, a los estudios particulares sobre una zona
o comunidad y, si le es posible, a los registros documentales cercanos al ambiente
en el que la obra se creó y difundió.
– Analiza, por fin, las técnicas de edición más apropiadas para abordar el tipo de
obra que tiene entre manos y toma una serie de decisiones que condicionarán defi-
nitivamente el producto que llegará a las manos del lector, basándose en toda la
información anterior.
– ¿Quién lo escribió?
– ¿Cuándo?
– ¿Por qué?
– ¿Para quién?
– ¿En qué circunstancias?
– ¿En qué ambiente?
Son preguntas que a cualquier editor le gustaría responder de forma fehaciente y que
en algunas ocasiones –las menos– se explicitan en los colofones o en los textos prelimi-
nares que acompañan a las obras, pero ni siquiera en los más completos se nos dan todas
las claves para entender la realización de la obra o, al menos, estas no quedan al descu-
bierto si acudimos solamente a las herramientas a las que antes hemos aludido.
Lo que nos queda es el testimonio, la fuente primaria y podemos examinarla a través
de la metodología codicológica. Estos estudios se iniciaron de forma más o menos sistemá-
tica después de la segunda guerra mundial, de la mano de Charles Samaran y de otros inves-
tigadores que basaron sus trabajos en códices pertenecientes a ambientes altomedievales y
a tipologías librarias y paleográficas estrechamente vinculadas a los scriptoria monásticos.
Evidentemente, el mundo monástico era un mundo más estructurado, con pautas que se
seguían con fidelidad, porque la escritura era la labor del monje y el monje rezaba. La
plegaria debía ser perfecta. A partir de ahí podemos seguir la evolución del arte de realizar
los libros y de la preparación de los soportes de la escritura, desarrollándose una metodo-
logía y unas técnicas de observación y estudio de los ejemplares que a menudo, aún sin
considerar el texto de la obra que se transmite, aporta informaciones valiosas sobre ella.
Quien desee iniciarse en las técnicas de análisis codicológico puede acudir a los manuales
de Ruiz (1988; 2002) o Lemaire (1989), o a la colección de ensayos reunida por Géhin (2005)3,
como guías básicas que llevarán a la consulta de revistas como Scriptorium, Manuscripta,
2. Téngase en cuenta que estas líneas no están escritas para uso de codicólogos experimentados, sino para
servir de guía a aquellos filólogos que deseen aproximarse a esta metodología. No pretendemos, por lo tanto, reali-
zar un despliegue de erudición ni abordar exhaustivamente los problemas metodológicos y la bibliografía que se
les ha dedicado.
3. Tanto en el volumen dirigido por Géhin (2005) como en el manual de Ruiz (2002) cada uno de los capí-
tulos se cierra con una bibliografía escogida que puede servir de guía a los que se inicien en la codicología.
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
Quaerendo, Gazette du livre médiéval, etc., a las obras publicadas en colecciones como
«Bibliologia» y «Codicologica» o a la lectura de los ensayos de L. Gilissen, Ch. Samaran,
Ch.-M. Briquet, G. Piccard, A. Derolez, D. Muzerelle, P. Ouy y otros tantos eruditos que
han marcado las pautas del desarrollo de esta disciplina. Todas estas innovaciones meto-
dológicas no han caído en saco roto en la Península Ibérica, aunque muchos de los estu-
dios que han tratado aspectos codicológicos han estado estrechamente vinculados a los de
contenido paleográfico; así hemos podido seguir el magisterio de M. C. Díaz y Díaz, de
A. A. Nascimento, de A. M. Mundó o de O. Valls, y ya entre las generaciones más recientes,
las aportaciones de J. Alturo, de F. Gimeno Blay, de A. Montaner y, modestamente, del
grupo de investigadores de BITECA entre los que se encuenta quien firma estas líneas.
Durante casi medio siglo los codicólogos han discutido sobre el nombre de su disci-
plina, las metodologías más apropiadas para el estudio de los manuscritos, el alcance y la
validez de los estudios cuantitativos y se han ensayado aproximaciones de todo tipo que
han llevado al investigador que se enfrenta hoy en día con un manuscrito medieval a
disponer de conocimientos sobre cuál fue su génesis, que ni soñó con conocer hace unas
pocas décadas.
No deseamos entrar aquí en divagaciones sobre cuestiones terminológicas o sobre la
validez de unos métodos de análisis por encima de otros, sino que acudiremos a un ejemplo
de la aplicación de la metodología codicológica a un manuscrito que nos ocupa en estos
momentos, la copia única del Curial e Güelfa conservada en la Biblioteca Nacional (ms.
7950). Es una obra que se ha estudiado desde numerosísimos puntos de vista: histórico,
lingüístico, intertextual y también codicológico, destacando el magistral estudio de Perarnau
(1992). Los investigadores de BITECA trabajamos en el códice entre los años 2000 y
2001 y recientemente hemos retomado aquel análisis al completarse la restauración a la
que se sometió el volumen, aplicándole un cuestionario más detallado del que empleamos
generalmente con los manuscritos. De este examen han surgido nuevos datos acerca de la
materialidad del volumen sobre los que reflexionar y que nos aportan información sobre
la peripecia que vivió el códice poco después de completarse su copia y sobre el ambiente
en el que se conservó. No habríamos podido llegar a plantear estas hipótesis sin la ayuda
de un examen codicológico en el que se han tenido en cuenta, entre otras cosas, la plura-
lidad de ambientes, lenguas y culturas que convivieron en la Corona de Aragón durante
la Edad Media (cf. Avenoza 2012, en prensa).
Observaciones desde el punto de vista de la constitución material y del orden de los pliegos
Primera observación: las signaturas de cuaderno del manuscrito son de dos tipos:
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
Nótese pues: 1) la aparición del castellano (o del aragonés) en las signaturas de los dos
primeros pliegos nos lleva a considerar que esa sería la lengua del encuadernador; 2) la
cercanía de la scripta de estas notas a la letra del texto; 3) que en los cuadernos se utilizan
técnicas de pautado propias de los ambientes cancillerescos o notariales y 4) que se empleó
material de refuerzo de las cubiertas documentación propia de la corte catalano-aragonesa,
que era itinerante.
La conjunción de todos estos elementos apunta a que el Curial se mantuvo durante
bastante tiempo –el suficiente para que sus cubiertas originales se deterioraran– en el mismo
ambiente en el que fue compuesto y que fue reencuadernado en zona aragonesa, en la que
se conoce la existencia de centros de cultura mudéjar, lo que explicaría las particulari-
dades de la encuadernación –hibridismo de usos árabes con latinos– señaladas por Hernández
García y Ruiz de Elvira (2002).
La codicología aún puede enseñarnos más cosas sobre la peripecia de este manuscrito
único y para ello será necesario profundizar en la investigación. Tal vez así podamos
identificar el itinerario por tierras catalano-aragonesas que siguió el copista o uno de los
primeros poseedores del manuscrito del Curial y comprender mejor la génesis de la obra
o, incluso, acercarnos a la personalidad de su autor.
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
Invitación al estudio
«Quello che è sicuro e palpabile, in filologia, sono i manoscritti». Esta conocida frase
de Gianfranco Contini podría resumir entre otras cosas lo que les voy a contar en los
próximos diez minutos: un modesto ejemplo de cómo el examen de los manuscritos 7-8
de la Biblioteca de Catalunya (Cançoner Vega-Aguiló) –un examen brutalmente archivís-
tico, si me permiten–, ha contribuido a restaurar la secuencia de una obra compleja como
un cancionero misceláneo, alterada durante el proceso de su transmisión. Esta reconstruc-
ción implica la propuesta de recolocación de un folio y la hipótesis de atribución a Melcior
de Gualbes de un poema acéfalo hasta hoy considerado anónimo (Palays d’onor), cosa que
permite editarlo mejor. Un nuevo ejemplo, pues, de cómo la codicología puede ser un
instrumento útil al servicio de la filología.
El documento
4. Este trabajo forma parte de los proyectos FFI2009-10065 La poesía francesa en las cortes de la Corona
de Aragón: verso y formas de transmisión, y ERC StG 24100 The Last Song of the Troubadours.
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
de indicar la estructura perdida del cancionero plantea problemas graves para la compren-
sión del manuscrito y su proyecto editorial. Y es justamente ahí donde la foliación antigua
se convierte en el hilo de Ariadna que permite restaurar el orden original del libro.
Escritura e impaginación
La factura del manuscrito es muy modesta, sin ornamentación, sin capitales historiadas,
sin color. Tan solo las iniciales de estrofa o cobla son algo más grandes que el resto. Esto
es típico de los cancioneros catalanes del XV, en general documentos muy pobres. En
realidad el VeAg parece ser fruto de la iniciativa personal de un amateur de poesía que
trabajó en solitario, no el producto de un taller organizado, como es el caso del más antiguo
Sg (BC, ms. 146). Y sin embargo hay que decir que el copista de VeAg fue un profesional
de la copia, tal vez un notario o un escribano: esto se percibe en el ductus regular de la
letra, una gótica cursiva catalana típica de los registros de cancillería, y en la impaginación
de todo el documento, que es de una gran homogeneidad.
Además, hay ciertos detalles que revelan que se trata de una copia. Este es un elemento
importante para interpretar el cancionero. Por ejemplo: hay un bloque de seis poesías de
trovadores que ha sido copiado dos veces por error, sin variantes textuales pero con dife-
rencias en el orden de las piezas. En general, a parte los errores de transcripción, lo que
nos indica que el manuscrito es una copia es la no coincidencia entre cuadernos y secciones:
ningún fascículo empieza con la obra de un poeta, no se percibe ningún programa edito-
rial en que los cuadernos reflejen el orden o las partes del cancionero.
Accidentes materiales
En el primer folio del segundo volumen del cancionero (f. 1 del ms. 8), que está seve-
ramente mutilado, se lee un poema acéfalo y sin rúbrica que empieza con las palabras
Palays d’onor: es el primer hemistiquio de un decasílabo incompleto que damos como
íncipit de un texto tradicionalmente considerado anónimo (Riquer, 1944; Bohigas, 1988).
Pero si comparamos la mancha de humedad de este primer folio del ms. 8 con las manchas
que se ven en los folios precedentes y posteriores, queda claro que esta primera hoja del
manuscrito está fuera de lugar. La misma observación elemental muestra que este folio se
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
puede recolocar en otro fascículo: en concreto, en el último cuaderno del ms. 7, al prin-
cipio de la pequeña sección del poeta Melcior de Gualbes, que empieza en el f. 165r del
ms. 7. La hipótesis es la siguiente: que el poema Palays d’onor, sin rúbrica atributiva y
muy borrado por la mancha de humedad, podría ser en realidad otra pieza hasta hoy no
identificada de Melcior de Gualbes, el primer poeta italianizante de la lírica catalana, según
Martí de Riquer.
Los argumentos a favor de esta propuesta son ante todo codicológicos y paleográficos,
pero también textuales –se explican con detalle en Alberni, 2002–. Argumentos codicoló-
gicos: el f. 1 del segundo volumen, que contiene el poema Palays d’onor, se ha roto justa-
mente en el lugar donde el f. 165 del ms. 7 presenta la mancha de humedad más intensa;
la forma redondeada de la mancha es la misma, y además, hay un rastro de gusano que
traspasa las hojas de todo este cuaderno del manuscrito.
Hay también argumentos paleográficos a favor de esta hipótesis de recolocación:
tanto en el folio 1 recto-verso del ms. 8 –donde está el poema Palays d’onor– como en el
folio 165 del ms. 7 –donde se encuentra el primer texto atribuido de Melcior de Gualbes,
Pus me suy mes en l’amorosa questa–, una mano más reciente de tipo humanista ha marcado
todas las cesuras de los versos. El detalle es significativo por su carácter excepcional: en
este cancionero hay solamente cuatro piezas más así puntuadas para indicar la pausa después
de la cuarta sílaba tónica, y son textos añadidos por otras manos al corpus original del
libro –el sirventès de Joan Ramon Ferrer, ff. 98r-100r del ms. 7, y las composiciones añadidas
por una segunda mano al final del ms. 8. Estas cesuras son pues otra prueba de la conti-
güidad de los dos folios antes de la encuadernación actual.
Conclusión
Cuanto se acaba de exponer permite sostener que el folio 1 del ms. 8 había formado
parte del fascículo 13 del ms. 7, el último del volumen, y que allí este folio ocupaba la
posición immediatamente anterior al folio 165, el primero que se conserva de este pliego
tan maltrecho.
La nueva colocación del folio tiene dos consecuencias a destacar:
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
5. Esta contribución se ha desarrollado en el marco del proyecto INTELEG, dirigido por Esperanza
Alfonso y financiado por el European Research Council a través del programa «Ideas» del VII Programa Marco.
6. El manuscrito medieval es un objeto a la vez único y multiforme, con varias funciones: didáctica, esté-
tica, histórica y política. Por esa razón hay que afrontar su estudio de manera global, examinándolo desde todos los
aspectos, a la vez como objeto material, como soporte del texto y como testigo histórico; cf. P. Géhin (ed. 2005: 6).
7. Descripción en Del Barco (2004: nº 113).
8. Datos del catálogo online del Institute of Microfilmed Hebrew Manuscripts de la Jewish National and
University Library de Israel.
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
traducción hebrea de esta obra se conservan numerosas copias9, pero solo el códice de la
BNE contiene juntas todas las obras que hemos mencionado además de los Elementos. Sin
embargo, el examen codicológico del manuscrito nos lleva a pensar que esa excepciona-
lidad no es tal, puesto que creemos que esta última obra no formaba parte, originalmente,
del mismo manuscrito que el resto de obras.
La copia de los Elementos de Euclides ocupa en el manuscrito de la BNE los ff. 1 a
190, y es una copia incompleta a la que le faltan 11 folios al comienzo. Pero lo que más
nos interesa es examinar el final de esa obra, y el inicio de la que le sigue. El final de los
Elementos está en el f. 190v, en el que encontramos un colofón que reproduce el de la
traducción original de Mošeh ibn Tibbon. A continuación, en el f. 191r, encontramos el
inicio del Libro de las esferas de Teodosio, comenzando un cuaderno nuevo que además
lleva signatura de cuaderno no correlativa con el anterior, ya que la signatura que aquí
encontramos vuelve a ser ’alef, que es la primera letra del alfabeto hebreo y que indica,
por tanto, el cuaderno 1 de un códice. Esta obra de Teodosio comienza acéfala, y el
hecho de que falten folios al comienzo de ese cuaderno, en concreto dos, refuerza la teoría
de que en algún momento ese era el comienzo de otro manuscrito10.
El orden de las obras en el propio códice parece también señalar en esa dirección. Como
hemos mencionado, la primera obra que encontramos son los Elementos, de Euclides,
seguida de los tratados de Teodosio y Mileo, tras los cuales volvemos a encontrar tres obras
de Euclides. En el caso de que todas estas obras hubieran sido copiadas con la idea de
pertenecer a un mismo códice, parece lógico pensar que las de Euclides se habrían copiado
juntas, y no separadas por obras de otros autores.
El estudio de las manos que glosan el texto constituye otro elemento que vuelve a indi-
carnos la posibilidad de que fueran en origen dos manuscritos distintos lo que hoy es uno
solo. En el libro de los Elementos, hallamos con frecuencia glosas al margen que no aparecen
en el resto de las obras. En esas glosas se distinguen tres manos diferentes, dos sefardíes,
de escritura cursiva11, de una fecha cercana al momento de la copia, y una italiana, semi-
cursiva, del siglo XV o XVI.
Uno de los poseedores italianos se vio en la necesidad de glosar el texto en algunos
lugares en los que las glosas originales no le parecían ya suficientemente claras12. Pues bien,
ninguna de estas manos, ni las dos sefardíes, ni la italiana, aparecen en el resto de las
obras de este manuscrito. Esto, junto a los otros elementos a los que acabamos de hacer
referencia, nos hace pensar que los Elementos no se encontraba originalmente en el mismo
códice que el resto de las obras, y que fuera ya probablemente en Italia que ambos manus-
critos llegaran a unirse en un mismo volumen.
9. Según los datos del catálogo online citado en la nota anterior, se conservan 24 copias de las dos traduc-
ciones hebreas medievales.
10. La pérdida de folios al comienzo y al final de los manuscritos es habitual, puesto que suelen ser las
partes más hojeadas y por tanto las más expuestas a la desencuadernación.
11. La terminología y categorización de las escrituras hebreas medievales es la establecida por Beit-Arié (1981
y 1992).
12. Un ejemplo claro lo encontramos en el f. 55r, donde bajo una de las glosas originales, encontramos una
nota añadida en escritura italiana semicursiva que dice: ng‘cl grom ve~grc c} nga («esta explicación no se
entiende suficientemente»).
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
El manuscrito está falto del final y no contiene ningún colofón que se refiera directamente
al copista ni a la fecha de la copia. A pesar de ello, un examen paleográfico comparativo
de este manuscrito con el de París, BNF, ms. Héb. 68413 parece ofrecer similitudes en la
escritura, en la disposición de la página, y en la decoración de los títulos, lo que puede
indicar que ambos manuscritos son obra de dos copistas de la misma escuela, o incluso
del mismo copista. En ambos casos se utiliza una escritura sefardí semicursiva muy pare-
cida, unos títulos en letra cuadrada en tintas roja y azul, y una disposición de la página
similar, lo que parece indicar efectivamente que ambos manuscritos proceden de la misma
mano o del mismo taller. Si admitimos que ambos códices pueden haber sido copiados en
un ámbito cronológico y geográfico parecido, esto situaría el códice de Madrid en la segunda
mitad del siglo XIV. En esta época la judería mallorquina daba muestras de una gran vita-
lidad en el cultivo de las ciencias, la filosofía, la astronomía y la cartografía. No es de
extrañar, por tanto, que varios manuscritos con obras de ciencia griega fueran encargados
y copiados precisamente en ese momento en el contexto de las comunidades judías del
Reino de Mallorca. Entre esos manuscritos se encontrarían la copia de los Elementos,
otro códice con el resto de las obras contenidas en el códice de Madrid, y el de París.
En definitiva, de este manuscrito podemos decir que las obras que lo componen no
formaban originalmente un códice. Los Elementos por un lado, y el resto de las obras por
otro formaban probablemente dos manuscritos diferentes, copiados hacia la mitad del siglo
XIV en Mallorca por copistas de la misma escuela o quizá por el mismo copista. En el
siglo XV o ya en el siglo XVI, el manuscrito que contenía los Elementos llega a Italia, donde
uno de sus propietarios anota el texto y copia un pequeño glosario en el que traduce al
italiano, con letras hebreas, los términos geométricos más comunes en la obra14. Poco
después, quizá por orden del mismo propietario, se unen bajo una misma encuadernación
los Elementos y el resto de obras que en la actualidad se encuentran en el códice de Madrid,
sin duda por ser obras temáticamente relacionadas y por estar copiadas por el mismo
escriba.
Este caso particular muestra la necesidad de combinar el análisis codicológico con el
estudio de la transmisión textual para comprender los complejos procesos culturales e inte-
lectuales alrededor de los cuales se copiaban y se usaban los manuscritos medievales. Solo
así seremos capaces de delinear los contextos socioculturales en los que se producían
estos artefactos, y las razones de su uso y transmisión a lo largo de los siglos.
13. Este manuscrito, copiado en Mallorca por Salomón ben Isaac ben Moisés ibn Farhi en 1352, contiene
la versión hebrea del Môreh nebûkîm de Maimónides y un vocabulario filosófico de Samuel ibn Tibbon;
véase Zotenberg (1866: nº 684); Beit-Arié y Sirat (1972-1986 vol. I: 40); Sed-Rajna (1994: nº 137) y Garel (1991:
nº 18).
14. Madrid, BNE, ms. 5474, recto de la guarda de portada. El glosario incluye una veintena de términos
geométricos, es inédito y no había sido identificado hasta la fecha.
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
Desde principios del siglo XVII se están haciendo hallazgos de colecciones de manus-
critos árabes y aljamiados16 de los siglos XV a XVII (especialmente del XVI) en los falsos
techos y muros de casas en diferentes puntos de Castilla y, sobre todo, Aragón17. A propó-
sito del hallazgo de Pastrana, en 1622: «rompieron la pared y hallaron una pieça buena
con sus estantes y librería muy bien encuadernada, y entre libro y libro sus papeles blancos,
todos en gran número árabes. Hasta aquí me han dicho, y para señas, un pedaço de hoja
de uno de buena letra […]. Buen papel, parecen oraciones […] tan costosos como escritos
todos a mano […] libros en lengua arábiga encuadernados» (García-Arenal y Rodríguez
Mediano, 2010: 612).
Al querer ratificar que las descripciones de los códices que nos proporcionan los docu-
mentos históricos casi coetáneos, como el que acabamos de mencionar, son ciertas, tenemos
que acudir a esta ciencia auxiliar que es la codicología, que nos permitirá llevar a cabo
una descripción detallada sobre la materialidad del libro. Esta nos llevará, a su vez, a dos
vías de trabajo: por un lado, nos permitirá plantear hipótesis sobre el estado original del
códice (en muchos casos se han perdido materiales a largo del tiempo y se han desorde-
nado en las encuadernaciones posteriores); pero también, por otro lado, esta denominada
arqueología del libro hará posible que lleguemos a conclusiones de más alcance en cuanto
al medio cultural e intelectual en el que se generaron y transmitieron estos manuscritos.
¿Qué casuística material nos encontramos cuando nos referimos a la literatura alja-
miada? Se nos conservan aproximadamente 200 códices, repartidos en diferentes biblio-
tecas españolas –principalmente– y extranjeras, públicas y privadas, que presentan una
tipología muy variada: los hay que presentan formatos muy pequeños, en dieciseisavo,
hasta los que se presentan en folio mayor, siendo los más comunes in octavo e in quarto;
puede tener tan solo un cuaderno de oraciones hasta 900 folios, ser de una sola mano o
de varias, con diferentes calidades; con diferentes grafías (árabe/latina) e idiomas. Del mismo
modo, los encontramos facticios, unitarios y, principalmente, misceláneos. Es decir, hay
códices de muy distintas facturas, pero que se pueden dividir en dos grandes bloques:
copias personales –habitualmente se trata de cuentas, cartas, anotaciones breves (Montaner,
1988)–, y copias por profesionales o semiprofesionales –está por ver qué si estos copistas
alternaban este trabajo con otro, como el de alfaquíes o maestros de escuela– (Martínez de
Castilla, 2010). Me ocuparé de este último tipo de copias, que son, por otra parte, la mayoría
de los códices conservados, centrándome principalmente en la colección de manuscritos
aljamiados proveniente de un hallazgo de Aragón conservada en la biblioteca Tomás Navarro
15. Esta contribución se enmarca dentro del proyecto FFI2009-13847 Manuscritos árabes y aljamiados en
Madrid (II).
16. Variante romance castellana con variable influencia del aragonés, escrito a mano principalmente en
caracteres árabes por mudéjares y moriscos, en las zonas de Castilla y Aragón, entre finales del siglo XIV hasta
principios del siglo XVII.
17. Para más información sobre los hallazgos y posesión de libros, véase García-Arenal (2010: 57-71);
Cervera Fras (2010); Fournel-Guérin (1979: 243-245).
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
Tomás, que alberga el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas de Madrid18.
Todos los códices aljamiados presentan, siguiendo con los hábitos árabes anteriores, el
texto a una sola columna, que ocupa el ancho de caja. Es habitual el empleo de una sola
tinta para el cuerpo del texto, pero para adornos entre capítulos, títulos, subcapítulos o
para marcar de forma especial una palabra o frase del texto, emplean otro color o un
trazo más grueso, con o sin adornos. Este coloreado también lo tienden a emplear para la
vocalización del texto en árabe. Para marcar el cambio de capítulos, si no emplean ningún
tipo de cenefa, suelen dejar una línea en blanco.
Al habernos encontrado cuadernos en blanco, sabemos que la metodología de trabajo
era la siguiente: se tomaba el papel, se plegaba en el formato elegido, muy probable-
mente en consonancia con los contenidos que iba a alojar ese cuaderno, y se pautaba.
El pautado que hemos encontrado es o bien a punta seca, principalmente marcando las
líneas de justificación verticales; y la mastara, técnica que los moriscos deben también a
los manuscritos árabes, y que implica una mayor homogeneidad en el resultado que el
de la punta seca.
En cuanto al tipo de cuaderno, no hay una regularidad sistemática en este tipo de
códices, ni siquiera dentro del mismo ejemplar, pero los sexternos y septernos son los
más habituales. Cuando hay un códice que presenta un alto porcentaje de empleo de un
mismo tipo de cuaderno, facilita la labor al investigador, ya que nos ayuda a identificar
los materiales que se han perdido como consecuencia de los avatares del manuscrito, así
como nos permite en buena parte de los casos reordenar materiales que en muchos casos
ha sido descolocado, principalmente a la hora de su encuadernación en el siglo XIX o
principios del XX.
Todos los manuscritos mudéjares y moriscos se copian en papel –exceptuando algún
caso, documental, muy excepcional, de copia en pergamino19. Muchos de ellos son papeles
filigranados, en buena parte con manos que sujetan flor o estrella, uvas, coronas u orbes
coronados de una cruz trenzada, cuyo ecuador ha sido desplazado hacia arriba hasta formar
una especie de luneta en la parte superior. En algunos casos también aparece una contra-
marca, aunque no es lo más habitual. Muchos de los códices presentan papel verjurado
sin filigrana o incluso papel árabe –oriental o sin filigrana–. Si bien está muy extendida la
idea de que este papel sin filigrana deja de emplearse a finales del siglo XIV (Ruiz, 2002:
78), en las comunidades moriscas de la Península sigue siendo vigente y, o bien puede
pensarse, como Carmen Hidalgo, que son resmas de papel sobrantes del pasado, o bien,
que hay una pequeña producción casera de papel, con más o menos sofisticación, que
puede incluir forma –y de ahí la verjura–, pero no filigrana. Esta tipología de papel que
nos lleva a prestar atención a las diferencias que presenta con respecto a los usos pape-
leros de los coetáneos cristianos también se ve avalada por el hecho de que la posición de
18. Estoy llevando a cabo el catálogo de los manuscritos aljamiados de esta institución, que incluirá un
apartado codicológico, y que se podrá consultar en red a partir de principios de 2011. A través del portal de la
biblioteca del CCHS también se podrá tener acceso a la digitalización en color de todos los códices árabes y alja-
miados procedentes del hallazgo de Almonacid de la Sierra.
19. La catalogación de los manuscritos de esta institución –con su apartado codicológico–, así como la digita-
lización de buena parte de los mismos están a disposición de los investigadores en el portal de la biblioteca del CCHS.
232
CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
La codicología es, cada vez más, una herramienta indispensable para acercarnos a los
textos medievales. Y todas las intervenciones de este panel han mostrado cómo la edición
de una obra medieval debe apoyarse en el estudio de la materialidad del códice que la
transmite para un buen entendimiento del texto.
Ahora tenemos que recapitular y preguntarnos qué aspectos de la investigación codi-
cológica aún no hemos explotado suficientemente.
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
En el medievalismo hispánico, los trabajos de Germán Orduna (1982, 1991, 1992) fueron
de los pioneros, tras los de Diego Catalán (1962), en aplicar la codicología y la crítica
textual a las obras medievales. Desde el SECRIT y la revista Incipit, Orduna demostró
cómo el estudio de la collatio externa de obras en prosa extensas con una amplia tradición
textual era un procedimiento utilísimo a la hora de establecer el stemma codicum.
Aunque la collatio externa no es propiamente un procedimiento codicológico, pues
corresponde a un examen de la ordinatio, al igual que la codicología es una aproximación
externa desde la materialidad de la composición del códice y ambos acercamientos tienen
un cariz más objetivo que otros procedimientos de estudio aplicados al texto. Así, el examen
codicológico, en especial de la fasciculación, de las estructuras, de los paratextos, y de todos
aquellos elementos en los que se observan errores en la constitución formal del «objeto
libro», permiten detectar los problemas en la transmisión de una obra.
Para su estudio, Orduna desestimaba los códices misceláneos que tan solo preservan
fragmentos o unos pocos capítulos de la crónica ayaliana, escogiendo aquellos manuscritos
que pueden incluirse en la tradición que se inicia a principios del siglo XV partiendo de
los originales del autor. Y este es otro punto sobre el que cabe reflexionar y que afecta a
la materialidad a la que nos enfrentamos: no podemos abordar del mismo modo el
estudio de un códice unitario que el de un códice facticio o misceláneo.
Jonathan Burgoyne (2003), tratando sobre el códice de Puñonrostro (RAE, ms. 15),
abría su contribución haciéndose eco de un hecho bastante frecuente entre los filólogos:
en más de una ocasión nos hemos acercado al manuscrito misceláneo desde una perspec-
tiva editorial y reduccionista, pasando por alto el resto de scripta encuadernados junto al
que se deseaba editar, trátese de El conde Lucanor el Sendebar o el Lucidario.
La reflexión no era nueva: Francisco Rico (1997) ya había realizado observaciones seme-
jantes sobre el códice misceláneo, frente al que transmite una obra única; el misceláneo no
es sencillamente un cajón de sastre donde se han compilado textos al azar, sino que el
compendio se ha efectuado con un propósito. Es evidente que no podemos obviar el análisis
minucioso de la materialidad y constitución del códice: no podemos acceder a uno de los
textos sin tener presente el conjunto, porque de ese modo nos alejamos de la lectura que
el hombre medieval hizo de esa obra.
También Alan Deyermond (2008) en uno de sus últimos trabajos advertía cómo la
aportación de la codicología al estudio de la literatura medieval es uno de los grandes logros
de las últimas décadas y empleaba esta metodología para revisar la interpretación misó-
gina que resultaba de leer el relato doctrinal de la Historia de la donzella Teodor a la luz
de los demás textos entre los que se transmite.
Por suerte, la tenencia se invierte y surgen estudios particulares sobre el manuscrito
misceláneo, como los reunidos en las actas del congreso dedicado a la tipología y funciones
del códice misceláneo celebrado en Cassino en 2003. Buena parte de las contribuciones
versan sobre problemas que afectan especialmente a manuscritos griegos y latinos, pero la
aportación de Peter Gumbert (2004) aborda uno de los problemas más graves: la de una
terminología estandarizada para tratar los códices misceláneos.
Rico (1997) tejía su discurso sobre el códice misceláneo tomando como punto de partida
una de las grandes obras castellanas del siglo XIV, el Libro del Caballero Zifar, texto que
nos mueve a considerar otro elemento complementario de la obra medieval: la iconografía
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CODICOLOGÍA Y EDICIÓN DE TEXTOS
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AVENOZA, ALBERNI, DEL BARCO, MARTÍNEZ DE CASTILLA & SORIANO ROBLES
cuya filosofía es conseguir revisar directamente todos y cada uno de los testimonios manus-
critos o impresos que se han conservado. Ha sido BITECA, la sección catalana de Philo-
biblon, la pionera en introducir en la base de datos elementos de análisis codicológico
que poco a poco se han hecho con un espacio en las descripciones que realizan el resto
de las secciones. Otras publicaciones recientes, como, por ejemplo, el Diccionario filoló-
gico editado por Carlos Alvar y José Manuel Lucía Megías (2002), reivindican el acerca-
miento a la literatura medieval desde la materialidad del códice.
Hoy en día tenemos a nuestra disposición todos estos repertorios, a los que hay que
sumar los dedicados a aspectos codicológicos más puntuales, como es el caso de las versiones
tradicionales o electrónicas de repertorios de filigranas tan importantes como el de Charles-
Moïse Briquet (1926-) y Gerhard Piccard (1961-) o también de iniciativas algo más recientes,
como el proyecto «WIES − Watermarks in Incunabula printed in España» (Gerard van
Thienen, 2010) o la base de datos sobre las filigranas del papel en general de María del
Carmen Hidalgo Brinquis (1991).
Cualquier aproximación a los textos de la Edad Media tiene un componente codico-
lógico, un componente lingüístico, un componente histórico y un componente artístico;
no podemos entender la filología medieval como un territorio aislado del resto. La inter-
disciplinariedad es más necesaria en los estudios medievales que en ninguna otra disci-
plina académica y científica. Para finalizar esta breve exposición, acudiré a una última
reflexión de la mano de Lucía Megías a propósito de su teoría de la lectura coetánea. Explica
que en cada testimonio conservado, manuscrito o impreso, pueden distinguirse dos vertientes:
por un lado, transmiten un determinado texto y, por el otro, son objetos físicos por ellos
mismos, de manera que:
el “texto”, que no deja de ser un concepto abstracto (la última voluntad del autor, según
nos enseña la crítica textual) se convierte en una realidad física gracias a una copia con
unas determinadas características, que son las que el receptor va a poder apreciar: desde la
calidad del papel o pergamino a la forma de las letras, desde la existencia de miniaturas a
la alternancia de tintas... todos son elementos que, más allá del texto, permiten su “existencia”,
y en todos ellos podemos encontrar valiosos datos que, contrastados y analizados de una
manera científica, permitan conocer cómo un texto determinado ha sido “leído” e “inter-
pretado” en su devenir histórico (Lucía Megías, 2001: 415).
Mediano acto de justicia será que nos acerquemos también a los textos con la mirada
de un codicólogo: examinando los manuscritos como objetos arqueológicos que nos hablan
de la complejidad de una cultura que queremos llegar a comprender.
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