Esponsorio INBA
Esponsorio INBA
Esponsorio INBA
www.inbadigital.bellasartes.gob.mx
Cómo citar este documento: Varios autores. Homenaje Una vida en la danza. Segunda época 2014.
México, D.F. : CONACULTA, INBA, Cenidi Danza, 2014
ISBN: 9786076052877
Descriptores temáticos (palabras clave): maestros de danza, bailarines mexicanos, homenajes, dance
teachers, mexican dancers, homage.
Homenaje Una vida en la danza
Segunda época 2014
Formación y portada
Juan Ariel Rodríguez Peñafiel
Corrección
Raúl García Lugo / Dora Torres Ponce / Javier Delgado
ISBN 978-607-605-287-7
Presentación 11
Danza clásica
Danza moderna-contemporánea
Socorro Chapa
Esperanza Gutiérrez 131
Danza española
Reconocimientos
In memóriam
Danza clásica
Danza folclórica
En este 2014, los integrantes del Cenidi Danza José Limón nos sentimos muy
halagados de participar una vez más en el homenaje Una vida en la danza. Una
ceremonia que realiza este centro de investigación a fin de reconocer el trabajo
de bailarines, coreógrafos, investigadores, maestros de danza, así como de mú-
sicos, escenógrafos, guionistas, vestuaristas, etcétera, es decir, de todas aquellas
personas que han dedicado gran parte de su vida, tiempo, esfuerzo y pasión
a la danza, y contribuido a que esta disciplina, que se distingue por su vola-
tilidad, se concrete en las aulas y en los foros convencionales y alternativos.
Dicho homenaje tiene su génesis en 1985, gracias a la iniciativa y trabajo
de los investigadores del Cenidi Danza, encabezados por el maestro Felipe
Segura, quien buscaba el reconocimiento de los hacedores de la danza y la
dignificación de la profesión al subrayar su peso social, estético, artístico,
cultural y educativo.
La primera etapa de este homenaje abarcó de 1985 a 2004, después se sus-
pendió unos años, y el Cenidi Danza lo retomó nuevamente en el 2010 con
el propósito de hacer patente su compromiso y responsabilidad por cumplir
uno de sus objetivos: construir y preservar la memoria dancística de México.
Estamos conscientes de que para construir dicha memoria dancística es
necesario el registro, resguardo y reflexión de los componentes teóricos y
prácticos de dicho quehacer, pero también es imprescindible acercarnos a
los que han hecho y continúan haciendo danza, incursionar en su pasado y
traer al presente sus experiencias e historias de vida, decantadas en recuerdos
y huellas de lo vivido, y escribirlas, no sólo como un acto de gratitud, sino
para dejar testimonio de sus anhelos, logros, retos, proyectos, y sacar a flote
las tareas que cada generación asume como propias y la épica personal.
Escribir estas semblanzas conlleva otros fines. Nos preocupa el olvido,
el silencio, el hecho de no reconocer quiénes somos, quiénes son nues-
tros padres, hermanos, hijos, e incluso nuestros antagonistas en el quehacer
dancístico; nos preocupa que se borren o desconozcan errores, aciertos,
La verdad, creo que todo lo que bailé me gustó mucho porque descubrí un
mundo que yo no pensé que existiera, y pienso que me tocó una época en que
realmente aprendíamos técnica, pero a la hora de bailar, bailábamos y no re-
buscábamos tanto; los directores o los coreógrafos nos decían qué personajes
éramos, pero el trabajo que seguía era el de nosotros buscando al personaje.5
Muchos y muchas han sido los alumnos del maestro Guillermo Maldonado;
por su estudio han pasado integrantes de la Compañía Nacional de Danza
y coreógrafos de prácticamente todas las compañías de danza contemporá-
nea, al igual que bailarines de televisión y de comedia musical, estudiantes
de danza y bailarines profesionales, actrices –como Christian Bach y Blan-
ca Guerra– y cantantes –por ejemplo, Alejandra Guzmán–; son tantos los
nombres que la lista sería interminable.
Como docente tuve la oportunidad que me brindó la maestra Cora Flores: ella me
pidió que la supliera en una clase, realmente yo no me sentía capaz pero ella me indi-
có: “Mira, hazle de esta forma”. Fui y preparé la clase con el material que la maestra
Cora me había dado, me acuerdo que era de segundo año; siempre tuve la idea, sin
saber que iba a dedicarme a ser maestro; observaba, y cuando corregían a otra persona
me corregía yo, así aprendí muchas cosas, pero me interesaba la parte metodológica
con la corrección, creo que eso fue lo que me llevó a estudiar metodología y todo lo
relacionado con la carrera del maestro de danza: quinesiología, fisiología, anatomía,
etcétera, porque sí me interesa mucho. Empecé a bailar muy joven, muy rápido, y
eso me obligó a tomar clases todo el día, por todos lados; tenía las ganas de bailar
pero me faltaban las herramientas físicas, y a partir de ahí me fui haciendo más en la
marcha. Estoy enormemente interesado en la enseñanza, yo aprendí muchísimo con
los alumnos, pasos que como ejecutante a lo mejor no había entendido al máximo,
pero viéndolo en otro cuerpo lo pude entender y aprender mejor.6
Sus clases son fuertes, y aunque asista a clase diario con él y pareciera que es lo
mismo desde hace veinte años, son clases que me orillan una y otra vez a ir hacia
adentro, que te generan un estado de bienestar, de libertad, son clases divertidas,
amenas, muy amorosas, que son el reflejo evidente de lo que él es. El maestro me
ha ayudado mucho a entender mi cuerpo, él lo ha moldeado y ha desarrollado
las capacidades que tiene. En la danza te lastimas muy pronto, o a partir de los
cuarenta dices “ya no puedo hacer nada”, y entonces viene el declive. Con el
maestro Maldonado es justo lo contrario, uno va desarrollando tal sabiduría
que puede sentir que la carrera no se acaba ahí, sino que se va convirtiendo en
otra cosa y él te va acompañando siempre, cuidándote y obligándote a que sigas
desarrollándote.8
Si bien son muchos los bailarines que asisten a las clases del maestro Guiller-
mo Maldonado, también es posible encontrar a personas que no se dedican
a la danza de manera profesional; a su salón llegan infinidad de cuerpos sólo
por el gusto de aprender con el maestro; él entiende y ubica perfectamente
a sus alumnos, conoce sus capacidades y sus limitaciones, sabe qué pedirles,
no deja de ser exigente e imponer disciplina; en su salón se puede observar a
una mujer de setenta años tomando clase al lado de la primera bailarina de
la Compañía Nacional de Danza.
Uno de los principales aportes de Maldonado es la creación del Conser-
vatorio de Danza, un recinto de la danza que está por cumplir treinta años y
por el cual han desfilado numerosos asistentes.
En los montajes, cuando me piden que les ensaye, primero veo lo que tienen
montado, hago mis anotaciones y entonces les comienzo a hacer preguntas; se
ríen mucho porque dicen: “Ya está sentado con su libretita y su pluma”, y yo les
pregunto: “A ver, ¿por qué haces esto?, porque en realidad no es importante que
yo entienda la danza, sino que la entienda el público, que para eso es todo este
trabajo”. No he tenido mayor problema con los bailarines porque hablamos el
mismo lenguaje y yo logro ver cosas que a veces ellos no alcanzan a ver, entonces,
los consejos que doy son: “Por qué no mejoras eso, por qué no usas el impulso
de esta forma, por qué no usas tal músculo, por qué no lo haces así”; creo que
la idea principal es ayudarlos a que enriquezcan su trabajo como bailarines; en
los montajes nunca me meto porque yo no hago montajes, con las compañías
realmente estoy en calidad de maestro, y a veces como ensayador.10
Maestro de maestros
por asistir a todas las funciones de danza: sin importar el género, cuando un
bailarín llega a sus clases, seguramente el maestro ya lo vio bailar.
“Él está al tanto de todo lo que sucede, de todo lo que hacen la gran ma-
yoría de los bailarines de México, de todo lo que es danza en nuestro país, y
también en algunas partes del extranjero; [los bailarines] le deben mucho del
progreso de su técnica al maestro Maldonado, a sus enseñanzas”.12
Es un formador, ésa es una de sus contribuciones, es formador de bailari-
nes. El bailarín que es tocado por el maestro Maldonado queda profundamen-
te agradecido, “él me ayudó mucho a bailar, él fue el que me sacó adelante,
él fue el que me hizo bailarina, y como maestra me ha enseñado cantidad de
cosas”,13 nos comenta Mónica Maldonado. Al igual que a ella, él ha formado,
impulsado y acompañado a un número importante de profesionales de la
danza. Es un maestro de maestros: una parte importante de su legado es la
formación de profesores en el Distrito Federal y el interior de la república.
Cuando Memo va a ver las clases es muy respetuoso, pero no se va a quedar con
nada: si pusiste mal la música, si no indicaste bien un movimiento, si tu actitud
pedagógica no es la adecuada, se sienta contigo y te da una enseñanza pormeno-
rizada de toda tu clase.
Memo me ha enseñado el respeto, él siente tanto respeto por lo que hace, que
te lo transmite; te enseña que una de las mejores formas de demostrar el cariño es
compartir lo que uno sabe, él te dice “te quiero” ofreciéndote lo que sabe. Él enseña
que vale la pena dedicarse a la danza, jamás te va a decir “de la danza no vives, de
la danza te vas a morir, no vas a comer”; él me dijo: “De la danza puedes vivir, mi
vida es plena por la danza”.14
Entrevistas
(realizadas por Fidel Romero Altamirano)
Notas
1
Guillermo Maldonado, en entrevista realizada por Fidel Romero Altamirano, ciudad de
México, 2 de abril de 2014.
2
Guillermo Maldonado, en entrevista citada.
3
Loc. cit.
4
Gabriela Medina, en entrevista realizada por Fidel Romero Altamirano, ciudad de México,
14 de abril de 2014.
5
Guillermo Maldonado, en entrevista citada.
6
Loc. cit.
7
Cora Flores, en entrevista realizada por Fidel Romero Altamirano, ciudad de México, 1
de mayo de 2014.
8
Gabriela Medina, en entrevista citada.
9
Guillermo Maldonado, en entrevista citada.
10
Loc. cit.
11
Mónica Maldonado, en entrevista realizada por Fidel Romero Altamirano, ciudad de México,
1 de abril de 2014.
12
Cora Flores, en entrevista citada.
13
Mónica Maldonado, en entrevista citada.
14
Loc. cit.
“La danza ha sido mi vida y mi vocación. Fue una gran satisfacción perte-
necer a la Compañía Nacional de Danza y muy importante en mi desarrollo
profesional, pero más que todo fue un escalón necesario para ser una buena
maestra de ballet.”1
Laura afirma que su actividad más significativa en la danza ha sido la
enseñanza. Sus alumnos la recuerdan como una maestra exigente pero res-
petuosa, dedicada, y con quien se obtenían avances técnicos muy importan-
tes porque sabía lo que hacía. Sus compañeros evocan su disposición para
formar equipo y la entrega incondicional a su labor educativa. Es una mujer
de carácter firme, segura de sí misma, elegante, de andar airoso y refinado,
pero también dulce y cariñosa, siempre dispuesta a ayudar; solidaria con sus
alumnos, compañeros y seres queridos: “Sabe ser una persona íntegra en sus
relaciones con su grupo de trabajo y mantiene esa solidaridad hasta la fecha.
Sabes que en cualquier momento, si lo necesitas, vas a contar con ella”.2
Laura Ofelia Casas Peralta nació el 14 de mayo de 1950 en la ciudad de
México. Fue la segunda de cinco hijos de Hermenegildo Casas Ordóñez y
Ofelia Peralta Sierra. Vivió en un ambiente pleno de arte, y desde muy niña
asistió al teatro, al ballet, a conciertos y exposiciones. Se inició en la danza
muy pequeña, cuando apenas tenía tres años. Junto con sus tres hermanas
empezó estudiando danza española en el Club España, y de vez en vez
asistía al Asturiano. Mientras que sus hermanas asistían a las clases un poco
obligadas, para ella bailar ya era su pasión:
Cursé toda la carrera de nueve años. Tuve la gran fortuna de tener excelentes maes-
tros y una muy buena preparación. Mis maestros fueron Sonia Castañeda, Bodil
Genkel, Madame Dambre, Silvia Ramírez, Tulio de la Rosa, Jorge Cano, Socorro
Bastida. Tuvimos clases de pas de deux con Jorge Cano, de danzas históricas con
Alan Stark. Tomamos música con Leonardo Velázquez, Rocío Sáenz, Fernando
Lozano, entre otros. Salí muy bien preparada. Pero no sólo como bailarina: tam-
bién como maestra. Porque, además de darnos técnica de ballet, Sonia Castañeda
nos dio clase de metodología Vaganova. Y en la prepa de la ADM tomé clases de
técnica de la enseñanza, pedagogía, psicología, didáctica de la especialidad. […]
Teníamos maestros de primera, porque la maestra Lavalle invitaba a intelectuales
de la época.4
Desde un principio me impactó, porque era una niña muy seria, muy formal,
muy disciplinada. Ella, desde esa edad, reunió esas características que después
iba a desarrollar como maestra. Fue una alumna muy trabajadora. No tenía
cualidades físicas excepcionales, sino que era hecha a base de trabajo.5
Cuando llegaron los cubanos, no es petulancia, pero pusieron los ojos en mis
grupos y en mí. Era por la preparación que tenía. Como te decía, mi primer grupo
lo tuve a los quince años. Entonces yo sabía leer un método; sabía qué era la do-
sificación por mes, por semana, por día, y estructuraba mis clases con un sentido
metodológico claro.11
Nos preparamos con los cubanos, primero en el curso que dieron en 1975 en
la ADM, y luego me fui a Cuba a continuar formándome y a hacer mi licencia-
tura. Ahí tuve la oportunidad de dar clases en la escuela profesional con niños
súper seleccionados que pasaban directo al Ballet Nacional de Cuba y cursar
materias como pas de deux y puntas, las cuales estaban muy estructuradas. Por
eso adoptamos su metodología. Tuve la oportunidad de estudiar a profundidad
el método cubano con el maestro Fernando Alonso, que daba una enseñanza
muy analítica. Te hacía pensar; te preguntaba, por ejemplo: “¿Por qué primero
En efecto, sus alumnas recuerdan haber tenido temor, pero sobre todo respe-
to, admiración. Piensan que la exigencia valió la pena por el avance obtenido:
Me dio tercero de ballet. Yo tenía más o menos once años. Y lo primero que
pensaba al verla era: “¡Qué maestra tan bonita!” Porque ella siempre fue muy
estética, muy alargada; siempre se veía con mucho porte. Sabíamos que era temi-
da. Cuando nos avisaron que nos iba a tocar decíamos: “¡A ver cómo nos va!”
Pero todos sus grupos tenían un avance impresionante. Sí, nos dio un poco de
miedo, pero nos pusimos felices porque sabíamos que íbamos a mejorar. No
había de otra.
Es una maestra muy exigente y muy perfeccionista. […] Siempre fue muy de-
dicada. Iba de verdad a trabajar y sabía todo lo que te iba a decir. […] Tenía su
día programado. Sabías que venía con un objetivo en la clase, en el ensayo, y lo
tenías que cumplir.
Sabía muy bien la diferencia de todas nosotras. Eso me gustaba mucho de
ella. Éramos siete, pero no nos trataba igual a todas: sabía de qué pie cojeaba cada
una. Si había una niña que lloraba mucho, sabía que no tenía que ser tan dura
con ella, pero sí exigirle. Porque es una edad muy difícil, donde tiras la toalla o
sigues, porque la exigencia es demasiada. Y me acuerdo que sabía qué decirle a
cada una; tenía esa cualidad. Sí nos trataba por igual en cuanto a exigencia, pero
nos conocía muy bien como seres humanos. […]
Nuestros exámenes se hacían en el salón 7, y los exámenes de la maestra Lau-
ra Casas, así fueran de tercero o de séptimo, se llenaban. Todos querían ir a ver
el examen porque las bailarinas adelantaban muchísimo de un año al siguiente.
Era una diferencia abismal. […]
Era de esas maestras que no necesitaban decir nada para imponer ese respeto
y esa admiración. Cuando ensayaba veías cosas muy buenas, de calidad. […]
Entonces siempre había silencio absoluto. De mis maestras, fue la más exigente.14
Trato de que, por ejemplo, la música y la técnica estén aunadas; que no sea la
música por un lado como acompañamiento, sino que el bailarín la integre, y eso
tiene que ver con la sensación espiritual. […] Que no hagas un tendu por hacer
un tendu, sino que a ese tendu le pongas un sentido anímico. Eso tiene que ver
con lo que les inculcas a los alumnos, por ejemplo al mover un brazo. Inclusive
los pongo a cantar, porque creo que la voz es muy importante para sensibilizar.
Los pongo, sin hacer el ejercicio, a oír la música, a palmear, a cantar, a ver los
ritmos; dónde es el acento. Uso los colores. En eso radica que no sean acróbatas;
que sean bailarines sensibles.16
Ella era muy, muy buena musicalmente. Algunos de los maestros creen que
porque tú le digas al maestro acompañante: “Deme un 3/4 o deme un 2/4”, con
eso es más que suficiente. Pero no es así (el que tú pidas un cierto tempo, cierto
compás). Pienso que no es nada más que oigas o que marques el ritmo, sino que
sepas matizar, sepas cómo entrar, sepas cómo pedirle la música al pianista de
acuerdo con la característica del paso. Y en eso Laura era muy buena; o sea, per-
fectamente –dijéramos– musical. [Sabía] pedirle al maestro cierto tempo, cierto
compás y decir: “No, maestro, eso no me cuadra, aunque sea el tiempo que yo
le haya pedido”.18
En una clase de danza es muy importante la música adecuada. Creo que en
algún momento se debe quitar [el] “uno, dos, tres, cuatro…”: el estar contando,
y relacionarse con la música de otra manera; no por cuentas: con fraseo, con
tema musical. La generalidad de los maestros piden un tres, pero no nada más
es el vals, el minueto, la polca, la mazurca. Pero ella al pedir era muy específica.
O también me decía: “Dame un vals”, pero con muchas figuras. Eso da otra
idea según el paso. Se logra una mejor relación de los alumnos con la música.19
Yo llamaba a Laura para apoyarnos en las giras, por su disciplina, orden y capa-
cidad para resolver cualquier asunto; porque sabía que cualquier cosa que pasara
sos nacionales. […] Ésta es una prueba fehaciente de que si alguien conoce cómo
formar bailarines profesionales en este país es Laura Casas.24
Laura tenía dos facetas: por un lado, un ojo clínico que le permitía identificar
qué necesitaba cada uno de los [alumnos], y darles las correcciones y la ayuda no
solamente técnica sino interpretativa y artística [para que pudieran] mejorar cada
uno su trabajo. Era muy rigurosa: no tolera la mediocridad de ninguna manera.
Y, por otro lado, un infinito amor para sus estudiantes. Toda su labor y su tarea
eran con una entrega profundamente amorosa por el trabajo de los muchachos.25
diversas. Tanto los profesores sudamericanos como los europeos se han llevado
una excelente impresión tanto de la maestra Laura Casas como del alto nivel
pedagógico de su país de origen, que ella ha representado con lucidez impar.26
Ella ha trabajado con nosotros como tour manager (encargada de las compañías),
y ha sido una colaboradora irremplazable. Porque es una persona eficiente,
confiable, con juicio. Tiene los conocimientos […] y esa capacidad de resolver,
de [diferenciar] qué cosas son importantes. Pero también es una gente muy cá-
lida, que los extranjeros aquí agradecen. Tiene toda esa mano derecha y mano
izquierda. Es una persona muy capaz, y su principal virtud es la forma en que
se entrega y su compromiso.29
Laura es una maestra con muchísimos años de experiencia que ha visto dar
clases a los mejores maestros del mundo y ha dado clases en muchas partes
del mundo. Es una persona que ha formado bailarines profesionales. Tiene un
buen ojo –como le decimos–, y también tiene un buen criterio para educar a
un estudiante de danza, de ballet.33
Entrevistas
(Todas realizadas por Alejandra Ferreiro)
Bibliografía y hemerografía
______. Instituto para la Cultura y las Artes de Quintana Roo. Plan de es-
tudios. Escuela Estatal de Danza. Chetumal, Quintana Roo, Dirección
Académica, mayo de 1998.
Notas
1
Entrevista con Laura Casas Peralta, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 21 de
febrero de 2014.
2
Entrevista con Silvia Ramírez, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 25 de febrero
de 2014.
3
Entrevista con Laura Casas Peralta, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 31 de
enero de 2014.
4
Loc. cit.
5
Entrevista con Silvia Ramírez…
6
Entrevista con Laura Casas Peralta, realizada por Alejandra Ferreiro, México, D.F., 31 de
enero de 2014.
7
Loc. cit.
8
Loc. cit.
9
Loc. cit.
10
Entrevista con Silvia Ramírez…
11
Entrevista con Laura Casas Peralta, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 31 de
enero de 2014.
12
Loc. cit.
13
Loc. cit.
14
Entrevista con Mónica Barragán, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 15 de
abril de 2104.
15
Entrevista con Silvia Ramírez…
16
Entrevista con Laura Casas Peralta, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 31 de
enero de 2014.
17
Entrevista con Maira Ramírez, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 16 de di-
ciembre de 2013.
18
Entrevista con Silvia Ramírez…
19
Entrevista con Ana María Ramos, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 20 de
febrero de 2014.
20
Entrevista con Laura Casas, realizada por Alejandra Ferreiro. México, D.F., 21 de febrero
de 2014.
21
En dicha institución fungió como jefa de materia, participó en el Consejo Técnico Peda-
gógico y formó parte de la comisión para la elaboración del proyecto de la licenciatura
en docencia. Asimismo, fue asesora de tesis e integrante de las comisiones dictaminadoras
del área de Danza del INBA y colaboró con un alto sentido de profesionalismo en todas las
actividades escénicas que se organizaban.
22
Entrevista con Maira Ramírez…
23
Laura Casas, 21 de febrero de 2014, op. cit.
Entro a las ocho y media al CEBA, salgo pasaditas las once; en cinco o diez mi-
nutos llego al colegio y empiezo a dar clase a las once y media; salgo a la una de
la primaria, pero a la una y media empieza mi clase de taller, unos días de ballet
y otros de jazz. Termino a las tres, vengo a la casa, y a las cinco regreso al CEBA.
Voy saliendo nueve y media o diez de la noche. Llego a mi casa, atiendo a mi
mamá, platico un rato con ella, ceno y preparo lo necesario; termino cerca de
la una. Al día siguiente me levanto a las seis y media y vuelta a empezar. Eso,
de lunes a viernes. Los sábados nada más trabajo en el CEBA, de nueve a una
y media. Y los domingos me quedan muy cortitos para todo lo que tengo que
hacer: aparte de las clases de Bellas Artes, para las que tenemos que planear cro-
nogramas, buscar música y demás, mi trabajo en la otra escuela también requiere
distintas labores. En la primaria es más sencillo, porque hay materiales y libros,
pero para la licenciatura necesito preparar los materiales.
Así han sido sus rutinas desde que tomó su decisión, en 1960:
[estudiar] medicina, pero no iba a poder combinarla con la danza; ya daba fun-
ciones, ya tenía alumnos, no los iba a dejar. Entonces empecé a asistir a la Escuela
Normal particular, y la madre [la religiosa que fungía como directora] me pidió
que me incorporara a trabajar. Así que ya no me tuve que ir a las primarias de los
pueblitos a dar clases, que es donde se empieza. Todo quedó listo. En mi familia
ya no me podían decir nada, ya trabajaba, más otra bendición: el local antiguo
donde estudié danza estaba enfrente de mi escuela particular; sólo cruzaba la
calle. Y [el Colegio] Educación y Patria quedaba a cinco esquinas de mi casa.
Hoy el CEBA está a unas diez esquinas de donde vivo, un poco más lejos, pero
sigue siendo muy cerca. Así, desde entonces mi día ha sido muy productivo, no
pierdo tiempo recorriendo distancias. Las religiosas de esa época adoraban que
yo bailara y me daban todas las facilidades. Cuando estudiaba la Normal había
que ir mañana y tarde, y ellas me daban oportunidad de irme a mis clases de
danza, incluso llegaron a cambiarme la hora de los exámenes.
Por la cantidad de cosas que hacía, una madre [religiosa] de la escuela me
decía: “Cuando tengas treinta años te vas a sentir como de cien”, y sí, me canso,
pero el cuerpo se acostumbra.
ciudad tranquila donde alcanzamos a hacer mucho en el día porque las distancias
son cortas y conocemos a mucha gente. En Mérida –volvemos a lo mismo: es
pequeña– me ha tocado ver que varias personas a quienes les he dado clases ahora
tienen sus academias, y me siento muy contenta de ver cómo continúan crecien-
do, trabajando. Muchas de las actuales maestras de Bellas Artes se graduaron
conmigo, y ahora tengo [como alumnas] a sus hijas, a sus sobrinas; el ambiente
es muy familiar.
Era lugar propicio para dedicarse a la danza también por la arraigada tra-
dición balletística en Yucatán, una de cuyas pioneras fue Nina Shestakova,
bailarina moscovita que llegó a la ciudad de México con la Opéra Privée
y terminó quedándose en nuestro país. En su Escuela Rusa de Ballet en el
Distrito Federal tuvo como alumna a Emmita, hija del general Arturo L.
Alatorre, fallecida en 1935 en un accidente. En el primer aniversario de su
desaparición se convocó a Shestakova para dar funciones en los teatros Peón
En el salón
Trabajé con grupo completo de primaria sólo durante cuatro años, después me
pasaron a educación artística y allí me quedé. En la licenciatura en educación
primaria no sólo doy danza, sino que abarco las cuatro áreas; en kínder y pri-
maria doy educación artística, tal como la piden los programas oficiales. Pero
aparte, como otras escuelas privadas de la ciudad, ésta tiene sus propios talleres
artísticos; en este caso sólo asisten niñas, a quienes les doy ballet en un grupo
y jazz en otro.
En las mañanas trabajo con este ballet, formado por ex alumnos que regresaron;
los agrupamos y empezamos a entrenarlos otra vez, ahora son doce y ya se pre-
sentan en funciones. Yo me ocupo de los alumnos, las coreografías y las clases. La
Compañía de Danza Clásica constantemente nos pide apoyo de nuestros alumnos
para sus funciones; por ejemplo, en diciembre participaron en Cascanueces; se
llevaron al séptimo año, que es mi grupo.
He tenido alumnos con muchas y con pocas condiciones, y estos últimos nos
dan ejemplo de lo que se puede lograr cuando alguien se lo propone. Me gusta
contarles eso a los estudiantes que se deprimen y dicen “yo no puedo”. Creo
que funciona. Aprendo de ellos; ahora me doy cuenta de que se aprende real-
mente cuando uno se enfrenta al problema de tener un alumno con limitaciones
corporales y que quiere hacer muchas cosas; así uno inventa formas y las prueba
hasta que acierta.
En el CEBA, ver cómo se transforma una alumna es el lado maravilloso,
aunque también está el lado de luchar con los adolescentes. En el [Colegio Edu-
cación y] Patria me encanta ver cómo crecen los niños y cuánta creatividad
tienen, siempre disfruto de algo nuevo, ni siquiera se vuelve rutinario. Con las
muchachas de la Normal también gozo viendo cómo se transforman, empiezan
con temor a la educación artística y terminan haciendo miles de cosas; es cuestión
de estimularles la creatividad, cuando empiezan ya no pueden parar, organizan
sus obras de teatro, sus bailes… Es divertido, [aunque] también muy cansado.
Él nos dio esas oportunidades, nos ayudó mucho con la formación trayéndonos
maestros para asesorarnos. Cada año, antes de iniciar el curso con los alumnos,
teníamos clases de todos tipos de danza y de música. Ahora también nos dan
cursos, pero de superación personal, de autoestima, sobre cómo tratar a los
alumnos; pero la tecnología nos ayuda a ver cómo están los niveles de la danza en
otras partes. Entonces teníamos la ilusión de aprender más, y esos maestros que
venían nos motivaban, asistían a nuestros exámenes, nos observaban y, gracias a
todas sus correcciones, aprendimos.
Fue en las décadas de los años ochenta y noventa cuando estudió expresión
corporal con Cecilia Kamen (1985); con Tulio de la Rosa, nivel de iniciación
y vocacional (1985), taller de introducción a la danza social y teatral (1985),
actualización docente en danza clásica (1996), y actualización académica y
metodológica en la danza clásica (1997 y 1998); con Sylvia Ramírez (“Mi
modelo: quisiera saber la mitad de lo que ella sabe”), técnica de la danza y
repertorio clásico (1988), didáctica de la danza clásica (1988), y metodología
de la danza clásica (1990 y 1991); con Clara Carranco, danza clásica (1996),
metodología de los grados 1º y 2º, 6º, 7º y 8º (1999), y metodología de la
danza clásica (2003); con Joaquín Banegas, aspectos metodológicos y esti-
lísticos de la Escuela Cubana de Ballet (1991), y actualización de técnica y
práctica del método cubano (1996); cursó introducción a la coreografía con
Ana María Ramos, Javier Torres, Roberto Sánchez y Tulio de la Rosa (1986);
danza contemporánea (1986) y notación Laban (1986); música II con Ana
María Ramos (1987); coreografía II con Javier Torres (1987); aspectos mor-
fofuncionales para la danza con Sara Peraza Canul (1998); y actualización
de la música en el ballet con Fernando Vega Cisneros (2001).
Cuando vino por primera vez el maestro Joaquín Banegas [maître principal del
Ballet Nacional de Cuba], nos dio clase y luego nos dijo a dos o a tres maestras
de la escuela que diéramos una [clase] ante él. Observó a nuestros alumnos, y
vio una coreografía que yo había inventado y que acabábamos de llevar a un
encuentro en Toluca, con la música de Serenata para cuerdas, de Chaikovski.
La titulé Visión y reflejos.7 Me emocionó mucho cuando me dijo cuánto le había
gustado. En ese entonces no teníamos televisión por cable ni discos para ver nada
de la danza del mundo, así que, muy intrigado, el maestro Banegas me preguntó de
dónde la había sacado. Le respondí que nomás se me había ocurrido. Me invitó
a platicar con él; en el hotel donde se estaba hospedando nos tomamos un café
y conversamos; me dijo cosas muy llamativas de la danza, me hablaba sobre
estilos y tantas otras cosas… y yo no sabía nada de eso, no entendía bien qué
me decía, pero me motivó mucho. Ahora vemos más danza, así que reponemos
obras de Balanchine y de otros coreógrafos, obras de repertorio, aunque todavía
inventamos algunas. En ese tiempo todo era producto de la imaginación y la
creatividad del momento. Aquella plática me motivó a seguir creciendo.
En los foros
Empecé a tomar [clases de] danza como a los ocho años, y a esa misma edad fue
la primera vez que bailé, porque la escuela tenía festivales de fin de cursos. Pero
apenas con tres años de asistir a clases, un maestro que tenía un grupo de ballet
en la escuela, formado con los maestros de ese tiempo y alumnas adelantadas, me
llamó para hacer un papel en una de sus funciones; allí empecé. A partir del año
siguiente me quedé bailando con él en el Ballet de la Ciudad de Mérida. Él fue
mi maestro hasta el final de mi carrera y seguí bailando en ese ballet y trabajando
como maestra. Era Alfredo Cortés Aguilar,8 quien nos llevaba a encuentros en la
ciudad de México; por ejemplo, me tocó bailar el pas de quatre de El lago de los
cisnes, también el Grand pas de quatre. Fue mi primera experiencia en la ciudad
de México, y después seguimos viajando con él. Luego dejó de darnos clase y la
directora, María Luisa López, nos llevaba a todos los concursos. Dejé de bailar
hasta los treinta y cuatro años, lo que es mucho tiempo para [las bailarinas de]
Mérida, porque aquí se casaban y ya, dejaban todo; como soy soltera, bailé mu-
chos años, al mismo tiempo que me ocupaba de las alumnas de los grados supe-
riores. Al irse el maestro Cortés se quedó Nina Shestakova unos dos años más y
yo permanecí al frente de las alumnas, las entrenaba y les montaba coreografías.
María Luisa López era la directora artística; Sylvia Ramírez, la supervisora del
nivel de las alumnas. Íbamos a encuentros, llevaba varias coreografías, y así viajé
por muchos años.
dirigido por Nina Shestakova, con los bailarines invitados Susana Benavides
y Zygmunt Szostak, en el Teatro Peón Contreras, el 11 y 12 de marzo de 1983:
en el cuerpo de ballet del larghetto (m. Chopin), en el Grand pas de quatre
(coreografía: Alfredo Cortés, m. Pugni); como El pájaro en El cazador y
el pájaro (m. O. Respighi); y entre las muchachas tártaras de las Danzas
polovtsianas de la ópera El príncipe Ígor (m. A. Borodin).
En 1987 fue seleccionada para formar parte del elenco artístico de la
Compañía de Danza Clásica Yucatán INBA, integrada por el CEBA. En el
primer programa de la compañía (abril de 1990), dirigida por María Luisa
López Méndez, aparece en el montaje de la suite del ballet Paquita, al lado
de Rubí Montejo. A partir de entonces se montan coreografías suyas, como
Reminiscencias (1991, con los valses Capricho, de Ricardo Castro, y Poé-
tico, de Felipe Villanueva); ¿Había una vez…? (1991, m. Claude Bolling);
Juventud (1991, coautora: Rubí Montejo, m. A. Glazunov, Léo Delibes y J.
Haydn); Vals de la viuda alegre (1992, m. Franz Lehár); Naturaleza (1992,
m. Louis Moreau Gottschalk); Armonía (1992, m. G. Fauré); Momentos de
inspiración (1998, m. varios compositores); las secciones “Visitantes” (m.
Chaikovski y otros), “Austria” (m. anónimo), “México” (m. M. M. Ponce
y J. P. Moncayo) y “Mi ciudad” (m. G. Trigo), de la obra Museo de la dan-
za (1999); Danzón número 2 (2000, m. Arturo Márquez); Sensaciones ocul-
tas (2003, m. C. Saint-Saëns); Evolución (2003, m. René Dupéré), y Aniutta
(2006, m. V. Gavrilin). Además, se desempeña como auxiliar de la dirección
de la compañía, en la coordinación y los arreglos coreográficos, en el montaje
de obras, como coordinadora escénica, ensayadora y maestra. Y en el ballet
infantil, como directora artística.
Reconocimientos
Documentos en línea
Programas de mano
Entrevista
–Asunción Guadalupe Sánchez Ortiz, entrevista telefónica realizada por
Dolores Ponce, 22 de abril de 2014.
1
Todas las declaraciones de la maestra Asunción Sánchez que aparecen en esta semblanza
provienen de una entrevista telefónica realizada por Dolores Ponce el 22 de abril de 2014.
2
La escuela se ubicaba en la Calle 60, muy cerca de la Iglesia de Santa Lucía; la denominó
Escuela de Ballet Emmita Alatorre. Víctor Salas, “74 años de historia del ballet en Yucatán,
1936-2010”, en Por Esto!
3
V. Salas, “74 años de historia…, op. cit.
4
Se dice que en Mérida existen casi cien escuelas particulares de ballet, y abundan en otras
ciudades yucatecas, como Puerto Progreso, Valladolid, Tizimín, Ticul, Izamal, y varias
más. Al respecto, Víctor Salas afirma (en una nota periodística titulada “Las academias
particulares”) que esta proliferación es considerada por los “foráneos” como todo un
fenómeno, y se cree que por tal abundancia existe una educación de calidad y amor al
ballet en la entidad. Coincide Tatiana Zugazagoitia (en la nota “La profesionalización
del ballet en Yucatán”): “Siendo Mérida una ciudad en la que existe una academia de
ballet prácticamente en cada esquina, resulta sorprendente que no haya generado una sola
compañía de danza clásica profesional de calidad. Las opciones de bailar ballet en una
compañía profesional en Yucatán, para las egresadas y egresados de Bellas Artes o de las
academias, son casi inexistentes”.
5
La escuela fue fundada en 1890 en la Calle 64 del Centro de Mérida por la Sociedad de las
Siervas del Sagrado Corazón y de los Pobres, congregación organizada por el sacerdote
José María de Yermo y Parres. Sin autor (S/a), “Al Colegio Educación y Patria”.
6
El CEBA se ubica en la Avenida Itzaes 501, col. Centro. En la misma avenida, enfrente,
está el Parque del Centenario, inaugurado en 1910, que consta de una alameda con quiosco
y bancas importadas, un lago, una fuente de mármol donada por la colonia cubana, y un
zoológico.
7
La obra aparece por primera vez en el programa de la Noche de Gala de la Compañía de
Danza Clásica de Yucatán, Teatro Peón Contreras, 19 y 20 de junio de 1991. Coreografía:
Asunción Sánchez, m. 2º, 3er y 4º movimientos de la Serenata en C mayor, de Chaikovski;
dirección general de la compañía: María Luisa López Méndez; asesora técnica: Sylvia Ra-
mírez. Después, en los programas de clausura de cursos 1990-91 de la Escuela de Danza
Clásica del CEBA, Teatro Daniel Ayala, 25 y 26 de junio de 1991; posteriormente, en la
Noche de Ballet de la Compañía de Danza Clásica de Yucatán, Teatro del IMSS, 18, 19, 25 y
29 de noviembre de 1991; en el cuatrocientos cincuenta aniversario de la ciudad de Mérida,
Teatro Peón Contreras, 23 de enero de 1992; y por último, en el setenta y cinco aniversario
de la Escuela de Bellas Artes, Teatro Daniel Ayala, 31 de enero de 1992.
finitamente mayores los que Truzka debió vencer por el contexto en el que
se encontraba; algunas veces esta situación llevó al grupo “al desánimo, pero
no a la claudicación”.17
A pesar de todo, Beatriz y Truzka se lanzaron a la aventura de la auto-
gestión y la vida profesional, y recibieron apoyos institucionales, como el
de Fonapas, que se convirtió en su sede (más tarde lo fue la Casa de la Cul-
tura). Su debut como Truzka-Fonapas Experimental Danza Teatro se dio en
Hermosillo, el 15 de diciembre de 1979, con dos funciones en los Centros
de Readaptación Varonil y Femenil; y al otro día dos más en el Auditorio
Cívico. Presentaron el trabajo interdisciplinario Amanecer pendiente (La
vida empezará mañana, no vayas a olvidarlo), con coreografía y dirección de
Beatriz; poesía de Ángela Figuera Aymerich, Walt Whitman (traducción de
León Felipe) y Luis Enrique García; música de Bach; coros de Haendel; vo-
ces de Óscar Carrizosa, Marcela Sotomayor, Sandra García, Socorro Lagarda
y Arturo Merino; iluminación de Ricardo Herrera; vestuario de Lorenia de
Arvizu; grabación de Radio Universidad; y dieciséis bailarines y bailarinas.18
En el Auditorio, el público “entusiasta y sorprendido aplaudía la maravillosa
conjunción de la poesía, la música y la danza que le presentaba Beatriz, en
una propuesta alternativa inimaginable en aquella época”.19
“El fenómeno Truzka”20 le aportó gran dinamismo a la danza del noroes-
te del país. Logró la transición de la danza moderna, así como “aglutinar e
impulsar una danza con aliento contemporáneo”;21 promovió una original
“propuesta estética con su danza”, “muy nueva y diferente”;22 favoreció la
inclusión de bailarines varones; profesionalizó la actividad de intérpretes y
creadores que surgieron dentro del grupo; produjo numerosas obras que
difundió en diversos foros; estimuló la interdisciplina, atrayendo a artistas
que se sumaron “sin ninguna restricción”;23 alentó el trabajo colectivo y la
participación de los integrantes (siempre bajo la dirección de Beatriz); pro-
vocó el surgimiento de la crítica y la fotografía de danza; activó la reflexión
del fenómeno dancístico; y estableció un compromiso social y una ética de
trabajo.
Según Juan Manuel Ruelas, uno de los fundadores de la agrupación: “Se
difundió entre los integrantes del grupo el sentido de solidaridad y coo-
peración; se incorporó el concepto de lucha y compromiso con las causas
sociales; de independencia e integridad […] Se consolidó la idea de que todo
Notas periodísticas
Programas de mano
Entrevista
Y resulta también claro por lo expuesto que no corresponde al poeta decir lo que
ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o
la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se diferencian por decir las co-
sas en verso o en prosa [...] la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y
el otro, lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada
que la historia, pues la poesía dice más bien lo general y la historia, lo particular.
Aristóteles
—¿Cuerpo?
—Volumen
—¿Danza?
—Arte
—¿Técnica?
—Expresión
—¿Ballet Nacional?
—Mi historia
—¿Enseñanza?
—Mi destino.
Así define el maestro Jesús Romero los elementos sobre los que ha cimenta-
do su vida; los espejos en los que se refleja el destino que ha elegido son los
de los salones de danza, ahí están los espejos que han reflejado su camino,
bifurcándose.
Entrevista
Notas
1
En el callejón Héroes del 57, en la colonia Centro, se ubicaba la sede del Ballet Nacional
de México (BNM).
2
Programa de mano Homenaje a Guillermina Bravo, fundadora del BNM, 21 de septiembre
de 1976.
3
Cine Mundial, 11 de junio de 1983.
4
Sobre el Forion Ensamble, Margarita Tortajada manifiesta: “Por la formación de sus inte-
grantes, puede decirse que Forion fue producto del BNM [Ballet Nacional de México] y del
BFM [Ballet Folklórico de México]: del rigor de la compañía de Guillermina Bravo y de la
apertura que dio a la danza Amalia Hernández en su escuela y grupo experimental. Pero sin
el talento y empeño de sus miembros hubiera sido imposible romper barreras y continuar
en su original línea de trabajo”, M. Tortajada, Danza y poder I y II, p. 1228.
5
Término del inglés que literalmente significa “multitud instantánea” (flash: “destello, ráfa-
ga”; mob: “multitud”) y que consiste en una acción organizada que realiza un gran grupo
de personas, quienes se reúnen de repente en un lugar público, llevan a cabo algo inusual
y luego se dispersan rápidamente.
dro, él siempre había estado “muy aislado” y su hermano lo llevó a los catorce
años a una escuela de ballet. Lo primero que descubrió fue la posibilidad de
acercarse a las niñas; para él no había diferencia entre los diversos géneros
de danza y estaba convencido de que al integrarse a la escuela de ballet iba
a aprender a bailar en pareja. Se quedó definitivamente porque encontró lo
que buscaba: un espacio para desarrollar y fortalecer su cuerpo, expresarse
y “relacionarse con las muchachas”. Su primer maestro fue Pedro de la Sota,
pionero en la enseñanza del ballet en el puerto, y quien le dio la oportunidad
de participar en funciones con el Ballet de la Ciudad de Veracruz. Aunque
el maestro De la Sota “a lo mejor no construyó técnicamente mi cuerpo”,
sí le contagió “la pasión por subirme al escenario”.1 Su debut fue el 14 de
diciembre de 1963 en el Teatro Carrillo Puerto para bailar Los patinadores,
con coreografía del maestro De la Sota y música de Meyerbeer.
Simultáneamente se integró al grupo teatral La Gaviota, dirigido por
Marisela Lara, en donde participó como maestro de danza, además de
actuar en varias obras, entre ellas Pastorela florida, de Miguel Sabido; An-
fitrión, de Molière; y Blanco y negro (espectáculo de pantomima, danza y
poesía), de creación colectiva.
Llegó un momento en que sintió que Veracruz no podía ofrecerle más y
partió hacia la capital del estado. “Inventé [que iba a] estudiar la licenciatura
en Filosofía, no sólo porque me interesaba, sino porque se impartía en Xala-
pa, y era la manera en que mi familia me permitiera ir a esa ciudad”. Estuvo
menos de un año en esa facultad, pues su verdadera intención era estudiar
danza.2 Así que a los dieciocho años ya era bailarín de la Compañía Titular
de Danza de la Universidad Veracruzana, dirigida por Tulio de la Rosa, en la
que participó en Los gallos, de Farnesio de Bernal, una obra de la corriente
nacionalista de la danza moderna mexicana; y Suite en jazz, del propio De
la Rosa, autor de célebres piezas que renovaron el ballet en México. En esa
compañía, además de las clases de ballet que recibió del maestro Tulio, las
cuales lo marcaron “definitivamente”, también estudió danza moderna con
Rocío Sagaón.
Aunque el grupo había obtenido reconocimiento a nivel nacional, pues
en 1966 ganó el premio Macuilxóchitl en la I Reunión Nacional de Danza
organizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en enero de
1968 se desintegró por falta de apoyo. Sin embargo, Alejandro y su com-
pañero Ricardo Riebeling partieron a la ciudad de México, donde ingresó
También en 1974, Rodolfo Reyes, con ideas políticas y artísticas afines a las de
Alejandro, lo invitó a trabajar en Xalapa. Alejandro aceptó porque tenía nuevas
inquietudes, no quería seguir bailando repertorio tradicional de ballet y pretendía
trabajar en su estado. Así que se integró como bailarín solista al Ballet Contem-
poráneo de Xalapa de la Universidad Veracruzana (UV), dirigido entonces por
Reyes. Participó en todas sus producciones, cuyos coreógrafos fueron el gran
maestro Xavier Francis, la innovadora Sara Pardo (como Lontano y Vivaldi), y
el mismo Reyes (La era).
Los integrantes del Ballet Contemporáneo de Xalapa eran un compacto
grupo de brillantes bailarines que vivieron en un ambiente marcado por las
dos personalidades líderes: por un lado, Rodolfo Reyes y sus fuertes ideas
políticas de izquierda; y por otro, Xavier Francis, a quien tomaron como
su maestro guía en la danza (les impartía clases de composición coreográ-
fica y metodología de la técnica de la danza contemporánea) y en la vida;
siguieron sus preceptos casi religiosos para realizar su labor, e impulsaron
la danza contemporánea en el estado de Veracruz. Eso implicó lanzar la
primera licenciatura de danza en el país, el reconocimiento académico de
esa área del conocimiento, y el sustento de su profesionalización. Para
Alejandro, además, trajo consigo conocer a su segunda compañera, Lynn
Tillett (hija de Nieves Orozco, la bailarina y modelo de Diego Rivera, y
de Jim Tillett, artista plástico inglés avecindado en México por un tiempo);
con ella procreó a Leonardo, quien también siguió la carrera de danza y
actualmente es bailarín del grupo de danza contemporánea Contempo-
danza en la ciudad de México.
El 2 de octubre de 1975 quedó constituida formalmente la Facultad de Danza (FD)
de la UV,17 y Alejandro se incorporó como maestro de historia de la danza y de
técnica contemporánea, siguiendo el método y la orientación de Xavier Francis.
Un mes después fue elegido representante de la FD para asistir a la I Reunión
Nacional de Danza en la ciudad de México, de donde salió electo –en noviembre
de 1975– el Comité Directivo de la Asociación Mexicana de la Danza, A. C.,
con Alejandro como vocal de danza contemporánea,18 lo cual demostraba su
liderazgo en el medio.
El Ballet Contemporáneo se mantuvo en actividad y en 1976 surgieron
nuevas obras en las que actuó Alejandro, como Oda, de Xavier Francis;
Misa luba en re...volución, de Rodolfo Reyes; y Diálogo, de Luis Fandiño; y
participó en la I Muestra de Trabajos del Taller Coreográfico impartido por
Ello trajo grandes beneficios a todas las facultades (la de Danza estaba ubi-
cada en el mercado de San José y no contaba con las instalaciones adecuadas)
y facilitó el trabajo interdisciplinario de maestros y alumnos.
En 1993, ya sólo como coreógrafo y director artístico de Módulo, Ale-
jandro participó en el Festival de las Facultades de Arte de la UV, la Feria del
Libro y el Festival Universitario de la Cultura de la Universidad Autónoma
de Guanajuato, el XIII Festival de San Luis, y el I Festival de Danza Con-
temporánea de León. Un año después Módulo actuó en el Cincuentenario
de la UV, el XIV Festival de San Luis, el I Festival de Danza Contemporánea
del Golfo (que organizó el propio Alejandro y se llevó a cabo en Veracruz,
Xalapa y Córdoba), y el I Festival Nacional de Danza Contemporánea Och-
Otik en Mérida. Alejandro estrenó Oleaje y Desde mi cuerpo digo (ambas con
m. Brahms), con Danza Contemporánea de la UV; la coreografía de la obra
teatral Don Dieguito, de Manuel Eduardo de Gorostiza, dirigida por Fran-
cisco Beverido, con la Compañía de Arte Dramático de la UV; y la de Romeo
y Julieta, de Shakespeare y Pablo Neruda, dirigida por Germán Castillo, con
la Facultad de Teatro de la UV.
En esos años tan intensos de la dirección de la FD y de Módulo, Alejandro
no dejó de estudiar. Entre sus maestros estuvieron Takako Asakawa, Phyllis
Gutelius, Judith Hogan, David Wood, Victoria Camero, Philip Salvatore,
Tim Wengerd, Rossana Filomarino, Jesús Romero y Jaime Blanc de técnica
Graham; Tonia Shimin de técnica Limón; Pilar Urreta; Marco Zazueta de
anatomía del movimiento; Miriam Huberman de notación Laban; Jorge Or-
tiz de teoría de géneros dramáticos; Orlando Taquechel de crítica de danza
y análisis coreográfico; Natsu Nakajima de danza butoh; Rotraut de Neve
y Heidrun Vielhauer de danza-teatro alemán; Luis Fandiño de danza con-
temporánea; y Mirta García de ballet, entre otros. También en esos años
Alejandro tuvo dos compañeras más, ambas bailarinas: Patricia Fuentes,
y más tarde Adriana León, con quien en 1991 procreó a Rodrigo, ahora
estudiante de comunicación en la UV y escritor. Rodrigo vive en el puerto
con su papá y mantienen “una muy buena relación. Alejandro es buen papá,
les dedica tiempo de calidad a sus hijos, los quiere, los escucha, se involucra
en sus cosas”.24
En diciembre de 1994 fue nombrado como primer director de la Escuela
Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCyC) del INBA, que
inauguró el flamante Centro Nacional de las Artes (Cenart) en la ciudad
de México.
Dos 02 (m. Marilyn Manson), además de Yo, tú, nosotros mismos (órale…) (m.
orig. Arturo Meseguer; iluminac. Eduardo Mier) para el Grupo de Prácticas
Escénicas de la FD. En 2005, para Módulo, Me estremecía por ti (m. Gustavo
López) y Como el fuego, como las brasas (m. Paco de Lucía). En 2006 creó
y dirigió para Módulo y Teatro Buscón el teatro musical Juan Carnaval, El
Pachuco (m. diversos autores); para Módulo y alumnos de la FD, Ópera Il
Guarani, de Carlos Gomes, dirección de escena de Armando Mora, con la
Orquesta Sinfónica Juvenil dirigida por Antonio Tornero; y exclusivamente
para Módulo, Memoria en blanco (m. Laurent Petitgand, José María Vitier,
Dany Elphman, Chucho Valdez, Rubén González, Liliana Felipe interpre-
tada por Eugenia León, Ryuichi Sakamoto, Meredith Monk y Damien Rice).
Impartió el Taller de teatro musical en la Facultad de Teatro de la UV
en 2005, y asistió como delegado por parte de la Secretaría de Educación
y Cultura del estado de Veracruz al IV Congreso Internacional Cultura y
Desarrollo, en La Habana, Cuba.
En 2007 solicitó una licencia de la FD y regresó al puerto de Veracruz,
al mar y al origen. Fue nombrado director del Centro Veracruzano de las
Artes Hugo Argüelles, del Instituto Veracruzano de Cultura (Ivec) y del
Cenart. Con Módulo estrenó Luz-oscuridad (elaboración coreográfica del
Réquiem de Mozart), acompañado por la Orquesta Sinfónica Juvenil de
Orizaba y el Coro Ad libitum, dirección de Víctor Hugo Jiménez Beyruti
(iluminac. César Perez-Soto).
Al año siguiente Alejandro creó la coreografía de la ópera Tata Vasco, de
Miguel Bernal Jiménez, con la Orquesta Sinfónica de Xalapa dirigida por
Fernando Lozano, dirección de escena de Fernando Yralda (esc. y vest. Se-
bastián; iluminac. César Pérez-Soto), con el Grupo Dancístico Veracruzano.
Por otro lado, con Módulo montó la coreografía de la ópera Carmen, de
Bizet; la Canción (de la Suite Jarocha No. 1, m. orig. Arturo Meseguer), y
la Suite Jarocha No. 2 (m. tradicional en arreglos de Carlos Gómez Matus
con el Trío Folclásico). En 2009 creó El recreo y, para Módulo, el Gloria,
de Vivaldi con la Orquesta Sinfónica Juvenil Daniel Ayala y el Coro de
Cámara del Estado. Esta última obra la dedicó a su mentor, Xavier Francis,
quien siempre había brindado su danza a Dios; se escenificó en la Catedral
de Veracruz con orquesta y coros en vivo, dirigidos por Rubén Flores.
En 2010 se reincorporó a la Facultad de Danza, en donde sigue impar-
tiendo clases, razón por la que, hasta la actualidad, viaja semanalmente de
Ése y otros festejos tienen sustento en la gran labor que Alejandro ha realiza-
do durante cinco décadas: la creación de instituciones educativas y artísticas,
así como más de ochenta coreografías; la defensa de la Facultad de Danza
y la alternativa educativa que representa; sus aportes a la ENDCyC y a los
centros culturales que ha dirigido. La influencia en el medio dancístico, que
se ha hecho sentir desde posiciones como jurado en el Premio Nacional de
Danza (1985), el Premio Nacional Bellas Artes de Coreografía (1986), en
programas del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Veracruz (1995,
1998, 2002 y 2006) y San Luis Potosí (1999), y en el Programa de Apoyo a
las Culturas Municipales y Comunitarias de Conaculta (2005). Los logros
que ha tenido como creador, al recibir el Premio Nacional Bellas Artes
de Coreografía (1985), el reconocimiento como Veracruzano distinguido
por su trayectoria en danza (1996, Centro Cultural Veracruzano en el D.F.),
Cuarenta años de vida artística (2004, UV), el reconocimiento “Danzante
2005” por su trayectoria artística (Sociedad Mexicana de Coreógrafos), el
de su cincuentenario en la actividad dancística, y ahora el reconocimiento
Una vida en la danza, del INBA, entre otros.
Notas periodísticas
Programas de mano
Entrevistas
Notas
1
Alejandro Schwartz apud Eduardo Sánchez Rodríguez, “Alejandro Schwartz, 50 años de
vida artística”, en Performance. Interpretaciones sobre interpretaciones [en línea].
2
Alejandro Schwartz en entrevista realizada por Margarita Tortajada. México, D.F., 17 de
abril de 2014.
3
Sin autor, “Tulio de la Rosa impartirá clases de danza en el puerto” y “Lo invitan a participar
en el Festival de la Danza”, en El Dictamen, Veracruz, 30 de marzo de 1968.
4
Programa de mano Ballet Clásico de México, III Festival de Danza Profesional Clásica y
Contemporánea, Festival Internacional de las Artes, Programa Cultural de la XIX Olim-
piada, Teatro del Bosque, México, 24 de abril de 1968.
5
Luis Bruno Ruiz, “Temas de ballet”, en Excélsior, México, 24 de abril de 1968.
6
Elisa Kahan, “Actualidad musical. Magnífica función del Ballet Contemporáneo [sic] de
México”, en Diario de la Tarde, México, 30 de abril de 1968.
7
Agustín Salmón, “La danza en la Olimpiada”, en Últimas Noticias, México, 26 de diciembre
de 1968.
8
S/a, “Educativas y culturales”, en El Universal Gráfico, México, 27 de julio de 1968.
9
A. Schwartz en entrevista citada.
10
Programas de mano Ballet Clásico de México, IV Festival de Danza Profesional Clásica y
Contemporánea, PBA, México, 6, 9, 10, 12 y 19 de mayo de 1969.
11
“Ballet de Cámara”, documento mecanografiado apud Cristina Mendoza, La coreografía,
un caso concreto: Nellie Happee, pp. 131-132.
12
José Antonio Alcaraz apud El Heraldo Cultural núm. 257, México, 11 de octubre de 1970.
13
Leo, “Sonia Castañeda se siente desplazada”, en El Nacional, México, 5 de diciembre de
1971.
14
A. Schwartz apud E. Sánchez Rodríguez, op. cit.
Plaza de Santo Domingo, ciudad de México. Cielo que promete llanto sobre
el asfalto; vientos que agitan los cabellos.1
Vestida de blanco, flores sobre el hombro, mejilla sobre flores. Baila
para una pequeña ofrenda urbana compuesta por flores multicolores que
rodean unos pequeños canastos que habrán de cruzarse con la existencia de
los asistentes. Además, palomas caminantes que cruzan la escena con breves
pasos y largos vuelos.
Después de ese preludio en tiempo lento y ambiente acogedor, ella invita
a las personas a formar un círculo en torno a las flores colocadas sobre el
piso, mismo que abarca una gran parte de la plaza. Y entonces inicia el viaje
kinético de un colectivo aglutinado por el instante y la experiencia: cami-
nar en redondo, hacer el símbolo del infinito con los brazos son algunas
de las consignas, consignas de acción, sencillas, profundas: sentir el viento
en el rostro, cambiar de peso, cerrar ojos, abrir ojos. Desequilibrios, equi-
librios. Al fondo, el sonido de Rodrigo Martínez: triángulo, percusiones,
flauta. Rodrigo, solidario y acompañante de Anadel como muchos de sus ex
alumnos, amigos, colegas y colaboradores que agradecemos infinitamente la
perspectiva lúdica, creativa y placentera de la danza que nos ha transmitido
desde hace décadas.
La bailarina marcha en espiral y se sumerge entre las personas: tenis,
chamarras, botellas de agua entre las manos, niños pequeños y adultos, co-
nocidos, desconocidos. Ellos se miran a los ojos, interactúan y, silenciosa
y relajadamente, ponen en acción sus cuerpos para construir la experiencia
colectiva.
Una cosa que me parece muy extraña, pero que me acuerdo muchísimo, es
que me costaba trabajo repetir o fijar las cosas. Improvisaba mucho (me gusta
la opción de tomar decisiones en el momento; estar interactuando con el aquí
y ahora). Hice una cosa en un ejercicio. No me acuerdo cuál era la tarea, pero
salía con una pañoleta grande de esas cuadradas cargando bloques de madera
para construir y una piedras, y me dirigía al centro del salón e iba construyendo
mientras cantaba. La cuestión se llamaba “Encantación Ramona”. Yo le puse
ese nombre. Se burlaron de mí como no te imaginas. Y a mí me parece muy
extraño, porque lo que yo hice en ese entonces me parece como […] como
una performance […] pero no existía en ese momento en mi conciencia ni en el
mundo de la danza en ese entonces la categoría de performance como arte. Pero
me apenó mucho.3
Inicios
Desde muy joven tuvo contacto con personas mayores que ella en el ámbito
universitario a través de un programa que ofrecía la Universidad de Chicago
como opción para los jóvenes que estaban en edad de High School. En este
contexto realizó una formación en educación general, en la que estudiaba
muchas áreas de conocimiento. A los catorce años se sentía atraída por todas
las asignaturas con las que se topaba: química, matemáticas, etc. Esta visión
amplia y abierta parece haber sido fundamental para desarrollar la práctica
dancística de manera tan versátil, flexible e inédita, cruzando el saber, el
hacer, el conocimiento y la experiencia. También en este momento Anadel
empieza a inclinarse por asumir una actitud de observación y de escucha: en
contacto con personas de más edad que ella en el ámbito de la universidad,
empezó a dejar atrás la necesidad de protagonismo para permitirse la capa-
cidad de escucha. El saber hacerse a un lado; no buscar el rol protagónico
sino permitir el surgimiento de las voces de los demás; poder dejar el espacio
vacío para que otros lo ocuparan.
De manera paralela a este ambiente universitario, la danza continuó en
la vida de Anadel. En el año de 1951 asistió a cursos de verano en la misma
escuela de Graham, así como con José Limón, Doris Humphrey y Louis
Horst en el Festival Americano de Danza del Connecticut College.
Durante un viaje de su familia a Europa, mientras su padre organizaba
conferencias en Suiza, Anadel ingresó a un curso de verano con Mary Wig-
man y Hans Züllig, entre otros maestros, el cual se complementaba con la
asistencia a las presentaciones de Harold Kreutzberg.
Es interesante la influencia de la voz paterna en el itinerario de vida de
Anadel. Con todo y el pensamiento libre y generoso de él, ella cuenta que,
como muchos padres, pensaba que su hija perdería el tiempo en el ámbito de
la danza; que lo importante eran la acción social, el conocimiento y la pre-
paración académica. Le recomendó que si iba a dedicarse a la danza primero
terminara su formación universitaria. En todo caso, ella supo sacar provecho
de esta idea en beneficio de la misma actividad dancística, dotándola de un
nuevo sentido que se ha ido construyendo con los años y que ha marcado
a muchas generaciones de alumnos.
Anadel llegó a México por primera vez en el año de 1956, cuando su
padre le recomendó unirse a un campamento de trabajo voluntario del Co-
mité de Servicio de los Amigos en Villa del Carbón, estado de México. A
través de una plática impartida por José Raúl Hellmer, etnomusicólogo y
Propositiva
La investigación
Educación
Performances
porque me permite abordar con algún detalle (harían falta varios tomos)
la construcción de un perfil profesional y de vida sumamente completo y
complejo: cuerpo-mente, palabra-acción, saber-hacer, todo eso fusionado en
beneficio de una finalidad humana trascendente: el diálogo con los otros a
través del movimiento y la danza. Además no puedo negar que en lo perso-
nal Anadel es y será siempre de las más profundas influencias para mi forma
de vivir la danza y vivir la vida. Si hay alguna enseñanza que de manera im-
plícita he obtenido es el valor de crear vacíos, con toda la generosidad que
ello implica: proveer de espacio a los otros para que lo habiten, para que lo
ocupen; saber mantenerse juiciosamente fuera del centro de las situaciones
para permitir que los demás generen su propio centro. Paradójicamente, el
ofrecer espacios vacíos es lo que ha construido el espacio de Anadel: sólido,
inmenso, acogedor, para empezar en las almas y los afectos de sus alumnos
y colaboradores, a lo largo de varias generaciones.
Esta semblanza es un homenaje, pero no a las glorias pasadas de Ana-
del, sino a sus glorias presentes y a las que vendrán. No cabe duda de que
este año 2014 es el año de Anadel, porque, para rematar la intensidad de
su actividad dancística, en abril recibió el Premio Nacional de Danza José
Limón “por su labor educativa en la danza en los ámbitos de la formación
profesional y de aficionados, con visión crítica y social”.
Para escribir esta breve semblanza obligué a Anadel a resumir su vida en
la danza en tres palabras, que son las que ostenta el título: juego, emoción
y movimiento. Que siga la mata dando.
– Entrevistas en línea con Anadel Lynton, realizadas por Hilda Islas. Mé-
xico, D.F., febrero-abril de 2012.
Notas
1
Urbe y Cuerpo. Encuentro Internacional de Danza en Paisajes Urbanos. México, D.F., 18
de abril de 2014.
2
Conversación de Anadel Lynton con Hilda Islas. México, D.F., 30 de abril de 2014.
3
Loc. cit.
4
Entrevistas en línea con Anadel Lynton, realizadas por Hilda Islas. México, D.F., febrero-
abril de 2012.
5
Loc. cit.
6
Anadel Lynton. “La danza: enseñanza, repetición, creatividad e investigación, o ¿se puede
enseñar la danza como arte de investigación creativa?” En Elizabeth Cámara e Hilda Is-
las. La enseñanza de la danza contemporánea. Una experiencia de investigación colectiva.
México, UACM/INBA, 2007.
7
Entrevistas en línea…
8
Loc. cit.
9
Loc. cit.
10
Loc. cit.
11
http://www.performatica.org/2014_platforms_esp.php
Notas
1
Martha Nicolson. Huellas de mujeres chihuahuenses. 1a. ed. Chihuahua, Instituto Municipal
de las Mujeres, 2010, pág. 31.
2
Ibíd., pág. 34.
Como todos en el pueblo, el señor Juan dice haber nacido en El Bajío. Pero
se podría decir que ese pueblo no existe, porque, aunque así le digan todos,
el nombre oficial es La Tesorera, un poblado perteneciente al municipio
General Pánfilo Natera, Zacatecas. El poblado se ubica al sur del estado,
a sesenta kilómetros de la ciudad capital, y a mil quinientos metros de La
Blanca, que es la cabecera municipal y por lo tanto la localidad más impor-
tante del rumbo. Para evitar confusiones, la propia gente se refiere al pueblo
como El Bajío de La Tesorera. En ese mismo lugar nacieron Lino Parga
Guevara y Octaviana Ibarra Ortiz, quienes tuvieron cinco hijos, entre ellos
Juan Parga Ibarra, mejor conocido desde hace muchos años como Juanito.
En realidad Juanito es un gran señor que en algún tiempo pesó poco más de
cien kilos. Nació el once de abril de mil novecientos cuarenta y seis, y desde
hace cincuenta años ha participado en la danza del lugar. Los expertos y
estudiosos dicen –dicen– que a lo que él ejecuta se le llama matlachines, ma-
tachines o tatachines; pero él dice que lo que baila es la danza “del esgrima”.
Estudió hasta el cuarto año de primaria en la única escuela del lugar, donde
una maestra atendía todos los grados escolares. Como él mismo reconoce, no
le gustaba la escuela, “no le sentía amor”. En cambio desde chico traía “la
noción por la música”. A los dieciocho años de edad comenzó a estudiarla
de manera autodidacta, en un acordeón que le había comprado a Damasio,
un músico invidente que provenía del Saucito, un poblado cercano, y que
frecuentemente iba al Bajío a tocar su acordeón de puerta en puerta y pi-
diendo dinero a manera de limosna.
Con cincuenta pesos “de los de antes”, prestados por su madre, Juanito
adquirió su primer acordeón, uno de dos hiladas de botones. Aprendió solo,
“nomás a lo que iba saliendo”, escuchando la música del radio, con canciones
norteñas cantadas por Los Alegres de Terán y por los Hermanos Prado. La
música en el radio funcionaba mientras había “pilas” (baterías), ya que en
aquella época no había luz en el pueblo.
A la misma edad inició en la danza, pero el gusto ya venía de antes. De
niño, jugaba a las “tumbadas” con otros de su misma edad sobre la arena
del arroyo que confluía en el centro del pueblo, muy cerca de la iglesia he-
cha de adobe, donde los danzantes ensayaban en los días previos al quince
de mayo. “La danza se me hacía una cosa muy bonita. Allí permanecía yo
mucho tiempo nomás mirándola hasta la diez u once de la noche.” Un día
se animó a decirle al capitán de la danza Juan Chávez que lo dejara entrar.
Le contestó que sí. De ahí ya no pudo salir porque al poco tiempo Juan
Chávez lo puso de capitán en una de las dos líneas de danzantes. Entonces
“entre él y yo traíamos muy bien ensayada y parejita la danza”, dice. Unos
años más tarde Juan Chávez se convirtió en el violinista, dejándole a Juanito
la responsabilidad total de la danza.
Estirando la vida con sus manos en el acordeón, Juanito manifiesta llevar
cincuenta años en la danza y en la música. En algún tiempo, sus compañeros
de danza han sido también del grupo musical que formó cuando ya sabía
algo de música. Al inicio la agrupación se llamó Los Mensajeros del Águila,
y después quedó como Los Texanos del Bajío. Paulín Rodríguez, que to-
caba el “tololoche” y la redova en ese grupo, pasó a capitanear la otra línea
de la danza. Así duraron más de cuarenta años, pues en el año dos mil diez
Paulín falleció.
Según refiere, al principio la danza se le hacía muy trabajosa, tanto por la
dificultad en la ejecución como por el número de sones, que pueden llegar
hasta treinta sones, cada uno con diferentes “pisadas”. Desde que él comen-
zó la danza, hasta principios de los años noventa del siglo XX, sólo se hacía
la danza en El Bajío el quince de mayo en honor a San Isidro, pero ellos
eran invitados a las fiestas religiosas de los pueblos circunvecinos, como La
Blanca, El Saucito, Guanajuatillo y La Presa. A iniciativa del señor Irineo
Parga Betancourt, a finales de los ochenta se comenzó la tradición de hacer
otra fiesta con la participación de la danza en los días catorce de septiem-
bre, dedicada a la imagen de La Preciosa Sangre de Cristo. A principios del
año dos mil se instituyó la fiesta de Santa Cruz, los días tres de mayo, y, en
los años recientes, cada diecinueve de junio se celebra a San José del Buen
Camino. En todas ellas es imprescindible la danza.
A decir de él, lo mejor de la danza es cuando toda está acoplada. Enton-
ces no hay ninguna dificultad, pues cada quien sabe lo que debe hacer. “Lo
bonito de antes fue cuando éramos veinticuatro danzantes, doce por línea.
Íbamos parejitos. Hasta temblaba el suelo de tan parejos.”
Debido a la complejidad de los pasos, Juanito le puso el nombre de la
danza “del esgrima”, por lo
…trabajosa que es. Otros le dicen que “la danza de indios”. Pero como ésta no
es fácil yo le puse danza del esgrima, porque mientras se baila se hacen muchos
floretes. La esgrima es un juego de espadas. La primera vez que escuché la
palabra fue en El Saucito. La dijo el señor Emilio Méndez, que cuando la vio
me dijo: “Esta danza está muy trabajosa; vamos a ponerle del esgrima, porque
tiene muchos floretes. Parece que van a pisar con una pata y siempre no: pisan
con la otra”.
El capitán les dice a los danzantes que deben obedecerlo; que el viejo de la danza
debe mantenerlos alineados y silenciosos. Si no hay viejo de la danza todos andan
“regados” [cada quien por su lado]. Él debe estar al pendiente y puede darle sus
“chiririonazos” a quien no se discipline. Él tiene que ser el mero bueno.
Satisfecho de su paso por la vida, asegura que sólo le han gustado dos cosas:
la música y la danza. Después de conocerlas nunca pensó en hacer otra cosa.
En él sólo estaba esa “noción”. Y agradece a Dios que le haya dado licencia
para dedicarse a ella, porque con eso hizo una vida “muy bonita” y de ahí
“sacó adelante” a su familia. De otra manera, no habría modo. “En el cam-
po ya no hay nada”, concluye, refiriéndose a la imposibilidad de obtener
recursos económicos de la agricultura.
Estudiante y bailarín
Cuando todavía era muy joven, Manuel Lome descubrió el gusto por la
danza; él mismo relata: “mi afición por el baile comenzó a temprana edad;
desde niño tuve el don que Dios me dio de bailar, o sea la rítmica; empecé
con bailes de salón, mambo, guaracha, danzón, swing; mi hermana y yo
hacíamos pareja de baile”.5
Al escuchar al maestro Lome uno puede adivinar que ha combinado su
inclinación por la danza con dos pasiones más: la docencia y el deporte. De
1951 a 1953 estudió la carrera de maestro normalista en la Escuela Nacional
para Maestros, y al año siguiente comenzó a dar clases en escuelas primarias
y secundarias, incluso estuvo comisionado en la Dirección 4 y en la Direc-
ción 1 de la SEP, institución de la que se jubiló en 1983 después de treinta
años de servicio, trayectoria por la cual le fue otorgada la Medalla al Mérito
Docente Maestro Rafael Ramírez y un diploma de honor.
Su primera experiencia como maestro normalista fue en la primaria Porfi-
rio Parra, ubicada en San Ángel; al respecto, comenta: “estudiaba ingeniería
civil y busqué un trabajo que me quedara cerca de CU para cumplir con mis
dos responsabilidades, el estudio y el trabajo”.6
De 1961 a 1963 fue estudiante de la Escuela Nacional de Educación Físi-
ca, ahí tomó clases de danza regional con Amado López Castillo, y al egresar
ejerció la carrera de educación física en primarias y secundarias.
Gracias a la facilidad que siempre tuvo para los bailes de salón se animó
a incursionar en la danza regional mexicana; de su gusto y destreza en la
danza él recuerda:
Al salir de la Normal de maestros tuve un compañero con el que hacía pareja, nos
sentíamos Fred Astaire y Gene Kelly; los compañeros más grandes nos llevaban
a los tés danzantes para que hiciéramos variedad, [entonces] otro compañero que
no sabía bailar nos dijo: “van a ver cómo a fin de año yo les voy a enseñar”; no
nos quería decir su secreto, pero finalmente nos llevó a la Casa de la Asegurada
número 13 del IMSS, ubicada en Donceles, donde estudiaba baile […] ahí comencé
a tomar clases de danza regional mexicana con Miguel Vélez. […] Dábamos fun-
ciones frecuentemente, nos presentamos en mercados, plazas públicas, e incluso
en multifamiliares, como el de la colonia Roma.7
Docente de danza
Era un hervidero de ideología, por eso fue necesario señalarles que en ese curso
no se iba a tratar nada de política. […] Había un gimnasio muy grande, eran
como doscientos muchachos; […] primero los invité a jugar un partido de bás-
quet, después, ya cansados, nos tomamos de los hombros y les indiqué: “vamos
a hacer encuentros, sin lastimarse, no vayan a chocar”. Tanto calor, tanto sudar,
tanto correr, que acabaron haciendo cuadrillas. Divertidos hasta el cansancio.
Hay que saber motivar a la gente, porque si no hay motivación, aunque aprendan
ya no regresan. No ha sido fácil.13
Formador de profesionales
Aunque la mayor parte del trabajo de Manuel Lome ha tenido lugar en ins-
tituciones que imparten clases de danza de manera no formal,15 su capacidad
como pedagogo y maestro le ha permitido impulsar técnica y artísticamente
a varios jóvenes que lograron desempeñarse profesionalmente en la danza.
Algunos de ellos son Irma Dávila y Salvador Dávila, de Colima, quie-
nes formaron grupos y establecieron su academia; Salvador Tapia fundó la
escuela Atzimba en Fuentes de Satélite; Florecita Jiménez creó su academia
en Azcapotzalco; y Víctor Salinas, quien actualmente da clases en escuelas
primarias y secundarias.
Su hijo Manolo recuerda que Raymundo, un compañero, logró integrarse
al Ballet Folklórico de Amalia Hernández como bailarín de la Danza del
venado, gracias al montaje que su padre le puso.16
Las aportaciones de Manuel Lome al mundo de la danza son innume-
rables, al igual que las satisfacciones que ha recibido, pero quizá una de las
más grandes alegrías ha sido transmitirles a sus tres hijos el gusto y el respeto
por la danza regional mexicana, así como el conocimiento de las tradiciones
y las costumbres de los diferentes pueblos de México. Su hijo Manolo, el
mayor, decidió dedicarse profesionalmente a la música y a la danza, y su hija
Carmen Amanda bailó en uno de sus grupos por varios años. Acerca de las
clases del maestro Lome, su hija comenta:
Las bases en la danza me las dio mi padre, yo empecé a tomar clases con él en
Ciudad Satélite, después hice la audición para el grupo representativo de la
Escuela Nacional de Danza Folklórica y me quedé, el maestro del grupo era
Francisco Bravo, quien en algún momento tomó clases con mi padre, y al saber
que yo era su hijo quiso platicar con él […] Con ese grupo viajamos a Grecia y
a Rusia, apoyados por el INBA. Después de la gira el grupo se desintegró, pero
gracias al apoyo de mi papá, que nos consiguió vestuario, salón para ensayos
y nos montó algunos cuadros, formamos un grupo independiente –con las di-
ficultades que eso implica– y viajamos tres veces a Bélgica, Francia, Inglaterra
[…] Actualmente me dedico a la música tradicional, pero la danza, la traigo en
la sangre.18
Como parte del repertorio el grupo creó un programa que también se llamó
Yumare, el cual requirió un trabajo de investigación profundo antes de exhi-
birse en los teatros Xola, Hidalgo y Tepeyac del IMSS con una estructura de
obra teatral, es decir, el espectáculo constaba de primer acto, intermedio y
segundo acto. La puesta en escena tuvo mucho éxito y llegó incluso al Museo
Nacional de Antropología e Historia, donde se presentó ante antropólogos.
El grupo Yumare duró aproximadamente diez años.
En 1978, el maestro Lome constituyó, con colonos de Ciudad Satélite,
un tercer conjunto folclórico al que también llamó Yumare; en este grupo
bailó su hija Carmen Amanda y su hijo Manolo. Al respecto, Manuel Lome
comenta: “se formó un grupo con muchachos muy capaces, todos colabo-
raban con la escenografía, el vestuario, etcétera; nos solicitaban del centro
cívico, del Club de Leones, de empresas como Bimbo; llegamos a bailar en
el Colegio Militar, en el Palacio de los Deportes, en la glorieta del metro
Insurgentes, en Plaza Satélite, entre otros sitios”.21
Del repertorio que el maestro montó destacan: Chiapas y sus costumbres
(Camino de San Cristóbal, Bolonchón, El riito, El jabalí, Los gallitos, Las
chiapanecas); Boda michoacana (Tianguis, Ceremonia, Baile de los novios,
Baile de las amigas, Los viejitos, La botella); Fiesta de Guerrero (Chilena,
El toro, El palomo, El gusto, La artesa); Yumare tarahumara (Tehueques,
Paloma, Otates-Baqueachic, Palomo); Huapango huasteco (La vara de mi
violín, El sonsolito, El zacamandú, Las chaparreras); Alegría jalisciense (Las
alazanas, El huizache, Los machetes, La culebra, El jarabe tapatío).22
Otro montaje importante fue La Guelaguetza, acerca del cual el maestro
explica:
la selva. Antes de 1966 era lo bonito, lo auténtico […] me gasté un dineral para
el vestuario […] presenté las siete regiones: La sierra, La costa, La cañada, El
istmo, El valle, La Mixteca, Tuxtepec.23
Otra gran satisfacción que el maestro Lome recibió fue gracias al montaje
que realizó para la empresa L’Oréal. Se trataba de un concurso de peinados
en el que los participantes tenían que presentar danzas de su país. Manuel
Lome concibió ese montaje como un popurrí con duración de quince mi-
nutos en los que incluyó Las chiapanecas, La Bikina, La bamba, Jesusita en
Chihuahua y El huapango de Moncayo. México ganó el primer lugar, y sobre
el concurso se escribió lo siguiente:
Hoy en día
Manuel Lome León hoy vive en la calle de Progreso –cerca de Av. Revolu-
ción–, en una casa antigua, muy bella, en compañía de su esposa Amanda
Maldonado Campos y rodeado del cariño de sus tres hijos, Manolo, Carmen
Amanda y Miguel, y de sus tres nietos.
Manuel Lome le agradece a su esposa ser su paño de lágrimas, y toda su
“comprensión por soportar tantas ausencias para cumplir con los compro-
misos de la danza”; y a sus hijos, “la satisfacción de verlos bailar e interesarse
por la danza”.
Fuentes
Entrevistas
(realizadas por Roxana Ramos)
Notas
1
El maestro Lome manifiesta lo siguiente: “Agradezco a mi esposa, Amanda Maldonado
Campos, por su comprensión, y a mis hijos: Manuel Arturo Lome Maldonado y Ma. del
Carmen Amanda Lome Maldonado, por tantas satisfacciones que me han dado, así como
a Miguel Ángel Lome Maldonado, que recientemente nos abandonó para ir a descansar
junto a Dios”.
2
Investigadora del Cenidi Danza José Limón del INBA.
3
Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, apud O. Martiarena, Michel Foucault:
historiador de la subjetividad. México, ITESM-CEM/El Equilibrista, 1995, p. 59.
4
Carmen Amanda Lome en entrevista realizada por Roxana Ramos, México, D.F., 5 de
febrero de 2014, inédita.
5
Manuel Lome León en entrevista realizada por Roxana Ramos, México, D.F., 23 de enero
de 2013, inédita.
6
De 1954 a 1957, el maestro Manuel Lome León estudió algunos semestres de la carrera de
ingeniería civil.
7
Manuel Lome León en entrevista citada.
8
Loc. cit.
9
Manuel Lome León en entrevista realizada por Roxana Ramos, México, D.F., 5 de febrero
de 2014, inédita.
10
Loc. cit.
11
Manuel Lome León en entrevista citada (23 de enero de 2013).
una academia de Santiago, donde Martín fue tomando gusto, poco a poco,
por la danza española. Recibió clases en esta academia a partir de los doce
y durante varios años más, hasta que la visita de la compañía de la bailaora
Carmen Amaya lo llevó por nuevos caminos.
Carmen dio varios conciertos en el Teatro Municipal de Santiago, donde
Martín la vio por primera vez y quedó enloquecido. El maestro Azahara,
quien conocía a Carmen, se reunió con ella y consiguió un contrato para
un bailarín que ejecutara danza española con la compañía Amaya. Éste sería
Martín.
De técnica pulcra, con bases dancísticas sólidas en diversos géneros que
nutrieron su interpretación, Martín Cruz, a sus dieciocho años de edad,
salió a Lima, Perú, con lo que fue su primer trabajo como bailarín de clásico
español. La compañía de Carmen estaba integrada por diecisiete personas,
incluido él. Todos –menos Martín– eran familiares de Carmen: pura sangre
gitana.
En Lima se presentaron en el Teatro Segura. La mayor parte del espec-
táculo era de flamenco, excepto el número de Martín y una bailarina llama-
da Angelines, quienes bailaban clásico español. En los lances debían bailar
clásico español y danzas españolas del siglo XVIII muy bien ejecutadas para
estar a la par de la calidad de los Amaya. El montaje tenía una duración total
de casi dos horas. En esa ocasión dieron cuatro conciertos que definieron el
género dancístico al que Martín daría su vida.
Martín Cruz continuó de gira con la compañía. Llegaron a Buenos Aires,
Argentina, donde tuvieron una temporada de doce conciertos. En aque-
lla ciudad se presentaron en el Teatro Nacional Cervantes y en el Teatro
Avenida, este último reconocido por ser sede de compañías españolas y de
zarzuelas. Durante su estancia en la capital argentina, Martín practicó la
“escuela bolera”. Al término de la gira la compañía regresó a Lima, en aquel
entonces punto de encuentro de los Amaya en América.
A lo largo del viaje Martín se había comenzado a acercar al flamenco,
observándolo, sintiéndolo y empapándose de su fuerza y de su temple, mien-
tras Carmen y su compañía deleitaban con éxito a todo el público. Fue amor
a primera vista: Martín ya no dejó el flamenco. Fue aprendiendo con María y
Antonia Amaya,2 ahí en donde se gesta lo gitano, ahí donde el duende apare-
ce. Con ellas tuvo mucha cercanía y una amistad entrañable, pues sintieron
gran identificación en cuanto al sentir del baile. Aprendió porque aprendió:
Estuvo un año tres meses trabajando en esto para tener como resultado el
ballet folclórico en tres actos intitulado La leyenda de la kantuta. El argu-
mento era el siguiente:
En uno de los Ayllus del Imperio, que consistía en una agrupación de cien o más
familias, vivían dos hermanas, nobles doncellas […] Kantuta y Khjosi Naira.
[…] La primera, amada por Suma Chuima […] hijo del Kuraca o jefe del Ayllu.
El romance de la joven y feliz pareja es interceptado por Khjosi Naira, que,
enamorada de Suma Chuima, hace hechizar a su hermana, transformándola en
un pájaro.4
La hermana Khjosi Naira se casa con Suma Chuima, pero éste, al no olvidar
a su amada, llora solitario en las montañas haciendo salir de su quena melo-
días tristes que atraen a Kantuta. La esposa celosa pide la muerte del pájaro
para poseer su bello plumaje. Suma Chuima promete llevárselo, y al darle
muerte se percata del hechizo cuando ve a sus pies a Kantuta. Las gotas de
sangre que van saliendo del corazón de Kantuta se van convirtiendo en bellas
flores rojas. Suma Chuima no soporta tal pena y se da muerte.
Martín creó una historia combinando la danza clásica y la contemporá-
nea. Con tan sólo veintitrés años, era ya un coreógrafo de renombre al que
sus alumnos veían con extrañeza dada su juventud, pero a quien respetaban
por su entrega y gran trabajo. Esto se reflejó en el éxito y la buena aceptación
que tuvo la función de estreno.
Después de este exigente pero gratificante trabajo Martín regresó a Lima
y se preparó para un nuevo viaje a Los Ángeles, en los Estados Unidos,
donde bailó en una serie de programas de televisión sobre las costumbres
españolas. Martín bailaba por farruca, soleá, taranto y alegrías. Allá había
bailarinas y cantaores con los que compartía la escena. Permaneció en aquella
ciudad alrededor de tres meses.
En 1965 regresó a México, donde se encontró con Antonia y su hija Chuny
Amaya,5 amigas gratas con quienes formó un espectáculo. Bailaban Martín,
Chuny, Antonia y otra bailarina. Los acompañaba al cante Chiquito de Triana
y en la guitarra Simón García. Entre los espacios más importantes donde se
presentaron en México estaba Gitanerías, donde bailaron durante dos años.
De este recinto Martín recuerda:
Esto llevó a Martín a buscar un lugar para establecer una academia y comen-
zar a transmitir su arte. El primer lugar fue Espacio 1900, centro de artes
donde Manuel Reigadas, promotor de teatro y actor, le ofreció un salón. Este
lugar fue testigo del trabajo de Martín como docente durante varios años, y
en él presentaba anualmente dos festivales con sus alumnos. Además cada
viernes se presentó ahí con su Ballet Arte Español. En Semana Santa era el
encargado de montar una obra referente a esas fechas, para lo cual integraba
a los alumnos de teatro y de todas las danzas que se impartían en el lugar.
Los espectadores abarrotaban el espacio.
Con el Ballet Arte Español, integrado por el propio Martín y por las
bailaoras Soledad Fuentes, Guille Fonseca y Faviana Ares, así como por
Manuela Cañas al cante y Simón García en la guitarra, Martín Cruz tuvo una
de las temporadas más importantes en Bodegas del Molino, espacio exclusivo
que se encuentra a la salida de Puebla en dirección a Cholula. Allí estuvieron
durante más de un año y lo convirtieron en un lugar de tradición para la
danza española. De igual forma, se presentaron innumerables ocasiones en
el Teatro Principal y en otros foros alternativos que abarrotaron siempre.
Años después Martín salió de Espacio 1900 y decidió fundar, a mediados
de los ochenta, junto con Soledad Fuentes, la Academia de Estudios Coreo-
gráficos (ADEC) en una casa de la Colonia Chulavista, donde formaron una
cantidad impresionante de alumnos. Llegaron a tener alrededor de ciento
ochenta.
En ese lugar se impartían cursos a niños, adolescentes y adultos. Se bus-
caba formar bailarines en danza española que supieran dominar el clásico
español, danzas andaluzas, danzas del centro, folclor del norte, flamenco…
Es decir, debían dominar casi todas las danzas de España. Se les enseñaba
técnica con elementos de danza clásica, que son básicos para la postura.
Los niveles eran principiantes, intermedios, avanzados, semiprofesionales y
profesionales. Martín y Soledad eran los maestros de estos cursos. El grupo
de niños lo conducía Guille Fonseca. Los festivales se realizaban en el Teatro
Principal de Puebla, siempre con lleno total.
Años después, la ADEC tuvo que cambiar su sede. Rentaron entonces di-
ferentes espacios. Así, fue disminuyendo el número de sus alumnos. Suma-
do a ello, comenzaron a aparecer en Puebla más academias, algunas de ellas
fundadas por sus propias alumnas, como el caso de Patricia Ibarra y Guille
Fonseca. La labor de Martín en Puebla fue difundir las danzas de España y
prácticamente sentar las bases, si no de todos sí de la mayoría de los bailari-
nes de estas danzas en la capital poblana. Sin embargo, la academia de Martín
fue la única que se encargó de dar a sus alumnos una formación completa
de danzas españolas y no sólo de flamenco.
Para la década de los noventa, Martín estaba consagrado como maestro en
Puebla. La gente quería tomar clases con él y tener la oportunidad de pisar
el escenario en un ambiente cálido y familiar. En los festivales de la academia
también compartió el escenario con sus tres hijos: Patricio en la percusión,
Orlanda al baile y Alonso en la guitarra, lo cual fue muy emotivo.
En esta década el Ballet Arte Español siguió con varias funciones en
Puebla y en otras entidades, siempre actualizándose y mostrando frescos e
innovadores montajes bajo la dirección de Martín. Los integrantes del ballet
también fueron cambiando. Algunas alumnas de Martín y Soledad pudieron
formar parte de este importante conjunto, como en el caso de Alicia Cam-
pos, Patricia Ortiz, Rosamarie Mier, Pilar Rodarte y Marisa Sconfianza.
Guille Fonseca continuó en el grupo. En la música, Fernando Soto (guitarra)
y Patricio Cruz (percusión) fueron los encargados de dar compás al ballet,
acompañados por el cante de Manuela Cañas.
El Ballet Arte Español se presentó en el Magno Festival Palafoxiano
de Puebla, en el Patio de la Casa de Cultura de la misma ciudad, en la Sala
Teatro Clavijero y en la Universidad de Tlaxcala. Recorrieron todo Puebla.
Dentro del repertorio del ballet, Martín creó las obras Florilegio y ecos del
flamenco, García Lorca “vive”, Bordón y soleá, Vientos del pueblo, La Sevilla
de Lorca, ¡Ay, Lorca!, Vitrales e Íntimamente flamenco, entre otras.
En la actualidad, el Ballet Arte Español sigue bajo la dirección de Martín
Cruz. Sin embargo no cuenta ya con su presencia escénica, pues desde 2007
Martín se dedica completamente a la docencia. Comprometido y gozoso,
forma bailarines cinco días a la semana, durante los cuales da clases con
entrega total, pues para él ser maestro
…es parte de pasar a nuevas generaciones todo lo que se tiene y se sabe. Se tiene
que hacer con entrega y cariño. Al ser maestro, uno aprende del alumno que se
debe entregar a ellos y compartir todo; apoyarlos en lo que aspiren a ser. Tiene
que estar uno con ellos siempre.8
Agradecimientos
Entrevista
– Con Martín Cruz, realizada por Ariadna Yáñez Díez. Puebla, Pue. 14 de
abril de 2014.
Bibliografía
Hemerografía
(Archivo personal de Martín Cruz)
– Alicia María Osio. “¿Cómo es Martín Cruz…? Obra excelsa que revive
a Lorca”. El Sol de Puebla, s.f.
Otras fuentes
Notas
1
Entrevista con Martín Cruz realizada por Ariadna Yáñez. Puebla, Pue., 14 de abril de 2014.
2
“Antonia Amaya”. En Homenaje Una Vida en la Danza. Segunda época. México, Cenidi-
Danza José Limón/Amateditorial, 2010.
3
Flor roja que se da en lo alto de las montañas del altiplano boliviano.
4
Guión del ballet folclórico incaica La leyenda de la kantuta, de Martín Cruz.
5
“Carmen Algaba Amaya, la Chuny: torbellino de fuego”. En Homenaje Una Vida en la
Danza. Segunda época. México, Cenidi-Danza José Limón/Conaculta, 2012.
6
Entrevista con Martín Cruz…
7
Loc. cit.
8
Loc. cit.
9
Loc. cit.
norte del país; al tiempo que cuidaba a sus hijos, estudiaba, impartía clases
y bailaba por su cuenta.
Para 1955 ingresó a la academia de Leonor (Leo) Amaya, hermana de la
célebre Carmen Amaya, con quien comenzó una relación maestra-alumna
que se convirtió en una entrañable amistad. Con gran tesón se dedicó a
estudiar y descubrió, en esa etapa de su vida, lo que es el flamenco puro.
Al correr de los años se casó en segundas nupcias con José Muñoz, un
guitarrista de origen español, con quien procreó un hijo que nació en 1963,
Antonio Muñoz,6 que con el tiempo la acompañará, igual que su padre, con
la guitarra. Fue con José Muñoz con quien se vio empapada del flamenco,
haciéndolo finalmente suyo; a su lado terminó de conocer ritmos y estilos de
cante, y aprendió a apreciar la pureza del baile, lo que la llevó a desarrollar
su arte a fondo.
A estas alturas, Raquel Ruiz era maestra, creadora, coreógrafa y artista;
había efectuado presentaciones en Centroamérica, mientras que en la ciu-
dad de México estuvo en escenarios y tablaos como: El Capri, Cardenal
de Mendoza, El Rincón de Goya, El Duende, Bulerías…, en compañía de
personajes reconocidos del medio, como Manuel Benítez Carrasco, María
Antonia la Morris, los hermanos Antonio y Fernando de Córdoba, el Niño
Caravaca, Carlos Gómez el Tano, Simón García, Niño del Brillante, al igual
que con su esposo. En todos estos sitios dejó su esencia, su temple flamenco.
Siguiendo el camino que todo bailaor profesional de flamenco anhela,
partió a España de 1959 a 1963. Ahí alternó con grandes figuras de la guita-
rra, cantaores, bailaores, compañías. La lista es impresionante: Los Morao,
Ballet de Amelia Castro, Paco de Lucía, Antonia Almendro, Manolo el
Malagueño, Maruja Heredia, Francisca Sadornil Ruiz la Tati, Manolo Ca-
racol, Pepe Habichuela, Bernarda de Utrera, Roque Montoya Jarrito, sólo
por citar a algunos.
Viajó de Barcelona a San Sebastián, donde conoció a Aurora Bautista,
actriz española –en el aclamado festival de cine–, así como al director de cine
mexicano Emilio Indio Fernández y a su pareja, Columba Domínguez. Se
presentó en El Rosedal, en el Teatro Calderón y, como corolario, en el tablao
Torres Bermejas, la catedral del flamenco en Madrid, donde compartió el
escenario con Fernanda de Utrera, de quien guarda recuerdos entrañables y
le profesa una gratitud especial.
Elba Cena comenta que “daba técnica y luego los bailes, nos enseñaba a
bailar y luego el montaje, pero también ponía clásico español, era muy com-
pleta. Lo que me encantaba era la exigencia que tenía… que me corrigiera,
era lo que me gustaba”.12
Tanto Elba como Elia recuerdan con mucho cariño las funciones que
hacían en beneficio de los mazahuas, presentaciones llenas de color, arte y
profesionalismo de la compañía de Raquel Ruiz. En cada función Raquel
cuidaba hasta el último detalle, desde el vestuario, elaborado por Carmen
Vila –española que confeccionaba todo para flamencos, siempre adecuado al
tipo de ritmo y estilo de baile–, también el color de las luces, la coreografía,
todo estaba calculado meticulosamente, de manera muy profesional.
La maestra Ruiz es un bailarina de flamenco y de danza escénica española
que define su arte como un matrimonio de tres: bailaora, cantaor y guitarrista,
donde uno sigue al otro, y la otra a aquel, y aquel al otro, de tal manera que en
ese triunvirato la pasión de la entrega sea manifiesta, sin cortapisas, ya que es “la
experiencia del sentimiento humano más profundo”, de acuerdo con sus propias
palabras. “Se baila con la cabeza, luego con el cuerpo, luego con el corazón”,13 y
tal como lo rememora Elia, así lo proyectaba, pues Raquel “mostraba una pasión
tremenda. Cuando ella bailaba, al colocarse y pararse, te impactaba el hecho de
que improvisaba mucho. En la clase se ponía a improvisar lo que sentía en ese
momento, era única, era pura pasión y sentimiento. En el escenario era pura
fuerza y presencia”. Óscar Tarriba opinó, en su momento, que Raquel Ruiz
había encontrado su estilo, y ella considera que efectivamente es así; de hecho,
cuando sus alumnas danzan poseen este rasgo distintivo. Gracias a esa cualidad
le fue posible acompañar a Lola Flores en algunos cuadros de la película De
color moreno (1963), protagonizada por la famosa bailaora.
Entrevistas
–Raquel Ruiz, realizada por Aarón Lozano Aguilar, Rafael García Prado y
Raúl Martínez Martínez, ciudad de México, 2014.
Notas
1
Patricia Linares, Introducción al estudio profesional del baile flamenco. México, JGH Editores,
1997, p. 11.
2
Primera bailarina de la Ópera de Berlín, que durante la Segunda Guerra Mundial emigró
a México.
3
Raquel Ruiz, en entrevista realizada por Aarón Lozano Aguilar, Rafael García Prado y Raúl
Martínez Martínez, ciudad de México, 2014.
4
Raquel Rojas es una bailaora y actriz de origen austriaco, quien terminó echando raíces
en México y modificó su nombre por el de Raquel Alcoriza al casarse con Luis Alcoriza,
cineasta y guionista español que trabajó con Luis Buñuel.
5
Raquel Ruiz, en entrevista citada.
Joaquín López Chas. Foto: archivo personal del maestro Joaquín López Chas.
“Fragilidad compartida”
Generar con Chas un proceso creativo sobre algún tema nuevo por realizar
coreográficamente es una experiencia vital y siempre distinta. Uno se en-
cuentra con un creador que cotidianamente ha estado buscando reflexiones,
caminos pedagógicos y espacios interiores para comprender cambios y de-
sarrollos en la estética y los contenidos de la creación escénica. Se mantiene
cuidadosamente abierto a la historia del arte y sus saltos cualitativos leyendo
infinidad de textos sobre danza, música, teatro; sobre el devenir de la tra-
dición, el acontecer de lo contemporáneo; sobre el rigor y exploración de
la creación para mantener vivo y propositivo el arte escénico. Comparte su
amplio conocimiento generando procesos creativos entrañables.
Curiosamente, aunque vivimos en el mismo edificio y hemos pasado
muchos momentos platicando sobre arte sentados en las escaleras, para esta
semblanza decidimos entablar una relación epistolar en la que él me escri-
biera, con su charla siempre sabrosa y sencilla, sobre experiencias que le ha
tocado compartir con diversos creadores escénicos. Su infinita curiosidad lo
hace escuchar con detenimiento cómo es que el otro piensa, siente y necesita
crear sus obras, y cómo en el proceso de creación se genera una fragilidad
compartida.
Tal vez por lo inédito de cada una de las experiencias abordadas y dada la di-
versidad de contextos, dinámica propia de los creadores y equipos de trabajo
se genera una experiencia inédita. Fragilidad compartida. Nos miramos como
al espejo y descubrimos hasta el más mínimo detalle, hasta las más pequeñas
Música para ángeles de alas caídas, pieza que obtuvo este reconocimiento y que
tiene para mí un significado especial pues en ella logré una serie de cosas que tiempo
atrás había querido hacer: trabajar aleatoriamente sobre una estructura definida y
emplear mi voz de manera peculiar. Investigué el uso de mi voz y de la improvisación
controlada. Como pieza independiente, en ese entonces ajena a una coreografía, la
intitulé, tomando una frase prestada de uno de los poemas de Altazor, de Huidobro,
Música para ángeles de alas caídas. Después, cuando conocí y me relacioné con
Djahel Vinaver, quien es ahora mi esposa, le obsequié la pieza para que la utilizara
en una coreografía con el título de Rincones del espacio, obra que presentó con
su grupo Eulalio obteniendo una mención honorífica. Paradójicamente, sin jamás
imaginarme que esto sucedería, yo estaba en Guadalajara impartiendo un curso y
me enteré hasta el día siguiente.
trado a dos lados sobre el escenario, con una especie de pasarela al centro y dos
tronos a los lados. Los músicos, incluido yo, ubicados junto a uno de los tronos.
Fue una experiencia reveladora. Me sentí motivado: “Esto es lo mío; descubrí
mi vocación”. Desde entonces he vinculado mi quehacer musical a lo escénico.
Por lo pronto esta reflexión nos indica a coreógrafos y bailarines que edu-
carnos a escuchar música no es tarea fácil porque implica re-educarnos a
escuchar música, a estar atentos a bailar realmente escuchando, a tocar algún
instrumento, a bailar sin música externa, a dejar de contar del 1 al 8 y del
8 al 1. Estar atentos a lo que surge en el ámbito musical creativo, dejarse
sorprender por la buena música, escuchar lo que suena a nuestro alrededor,
buscar el paisaje musical en cada obra y hacerse partícipe de esta fascinante
propuesta sonora.
Su razón de ser
Le pregunté hace unos días por primera vez al Chas el porqué de Chas, y
me dijo:
Ha sido una historia que tiene sus antecedentes entre nombres y apellidos ma-
ternos. Mi madre me puso su apellido como nombre y me pusieron como se-
gundo nombre el de mi abuelo paterno, quedando así Chapman Joaquín López
Entonces, el Chas, desde temprana edad, tal vez por la manera en que fue
educado por sus padres –ambos con una profesión: su madre pintora abs-
tracta y su padre museógrafo y arqueólogo–, aprendió a ser autónomo,
saliendo de su casa a probar su suerte y a finalizar su preparatoria a los die-
cisiete años. Para ser compositor y garantizar su manutención, diseñó una
estrategia diversificando sus actividades entre músico ejecutante, promotor
y educador. Fue integrante del Proyecto Nacional de Promotores Cultura-
les en la Subsecretaría de Cultura de la SEP, bajo la dirección del licenciado
Alejandro Garza. Este grupo se integró, posteriormente, al ISSSTECultura, al
Museo de Culturas Populares y a la Dirección de Culturas Populares, donde
se pasó de la teoría a la práctica con la realización de eventos para personas
de la tercera edad y eventos populares en las delegaciones del D.F. Como jefe
del Departamento de Difusión en el Programa de Atención a las Culturas
Mexicanas de las Zonas Urbanas –perteneciente a la Dirección General de
Culturas Populares del Conaculta–, le tocó instrumentar y coordinar con-
cursos populares de baile. Sin desperdiciar oportunidad, Chas constató la
creatividad y el talento de los bailarines, y la seriedad y el placer con que los
clubes de baile asumían su labor.
Para complementar su educación musical en la Escuela Nacional de Mú-
sica, en la que no existía en ese entonces una orquesta sinfónica, conoció
los repertorios de la música de concierto y su medio profesional al aceptar
una invitación de trabajo de Marcos Deli, amigo de juventud e ingeniero
“¿De qué sirve que los alumnos repitan sin ton ni son secuencias de movi-
miento, sin que exista en ellos el subtexto que les da sentido? ¿Estaremos
realmente generando artistas? ¿Qué determina entonces la pertinencia y
utilidad de las escuelas de arte: el que un gran número de educandos maneje
parcial o mediocremente el arte o lograr la excelencia artística? ¿Estarán
realmente capacitados nuestros egresados para afrontar las exigencias profe-
sionales del campo artístico? ¿Quién vela por mantener los requerimientos,
los niveles de calidad y la ética propia de la pedagogía artística?”
Me imagino que mientras va a Xalapa a visitar a su familia y regresa a dar
clases o a ensayar alguna obra, acorta las distancias haciéndose preguntas,
disolviéndolas en músicas, textos y procesos creativos. Quizá duerme plá-
cidamente sin darse cuenta de que ya le amaneció en su Xalapa con aroma a
macadamia o en el D.F., tan lleno de ruidos y sonidos. Me imagino que mien-
tras más convive con nosotros, artistas escénicos, más aumenta su paciencia.
Su razón de ser finalmente está en musicalizar la vida; en hacer preguntas
para comprendernos mejor; en pensar el tiempo como un lugar interior lleno
de música y danza al cual todos estamos invitados sencilla y amablemente
por el Chas.
tinuo; sin recurrir a una sola muletilla. Ello me invitó a respetar su voz y así
permitir al lector disfrutar de la frescura y elocuencia del discurso grabado
para estos fines. Originario del Distrito Federal, Nacho forma parte de la
generación de los cincuenta, época4 en la que aún se disfrutaba del último
impulso posrevolucionario y sus beneficios sociales, como nos lo platica:
En las instituciones nuevas todo está por hacerse, y en ese entonces todo se
podía hacer. Se construyó un teatro, una biblioteca, una audioteca. Realizamos
un proyecto para colocar esculturas en las distintas unidades de la UAM, y se
colocaron piezas de Helen Escobedo y de Arnold Belkin, entre otros. Fue una
época en la que me relacioné con la música, la literatura, el teatro, la danza, y
empecé a llevar grupos de danza contemporánea a la UAM Iztapalapa. Era la
única que tenía esa actividad.
Mi primer contacto con la danza fue con Miguel Ángel Añorve, que era el jefe del
Taller de Danza Contemporánea de la UAM Iztapalapa. Y establecimos una gran
relación, como hasta la fecha. Entonces empecé a ver cantidad de danza contempo-
ránea, particularmente a Ballet Nacional, de Guillermina Bravo, y a conocer a toda la
pléyade de gentes alrededor de ella que funcionaba como un consejo. Estaba Emilio
Carballido, Guillermo Barclay, Lin Durán; mucha gente interesantísima, incluidos
todos sus bailarines. Asistía a sus tertulias, en las que se hablaba de arte, y aprendí
mucho sobre danza. Luego empecé a relacionarme con Raúl Flores Canelo y con
Michel Descombey.
Nacho presencia una más de las historias de escisiones que forman la histo-
ria de la danza en México, y nos platica cómo a finales de la década de los
setenta y durante los años ochenta crece el gremio y conoce a los nuevos
actores de la danza:
Por los años setenta fui testigo, aunque lejano, de la escisión de Ballet Indepen-
diente y la formación de Teatro del Espacio, y todo lo que sucedía entre Raúl,
Gladiola, Magnolia… Al mismo tiempo yo seguía el trabajo y la obra coreográ-
fica de Ballet Nacional y otros grupos que empezaban a surgir. La generación de
Guillermina era una generación muy importante pero muy acotada, donde todos
nos conocíamos. Una generación que se dedicó también a formar maestros y
bailarines. Y ahora vemos que las generaciones son cada vez más grandes. Existe
ya toda una historia de lo que ha sucedió en el Teatro de la Danza; incluso la hay
de lo que ha sucedido en el Teatro Flores Canelo.
Después me fui a trabajar a Bellas Artes,6 con la Ópera de 1983 hasta 1987, pero
seguí cercano a la danza. Al terminar el periodo, seguí en el INBA en Proyectos
Especiales. Uno de esos proyectos fue organizar el Festival Cultural de Sinaloa,
que se realizaba en dieciocho municipios, a los que llevábamos literatura, cine
música, teatro y danza. Imagínate: ¡danza contemporánea en la Sierra de Sinaloa,
zona de narcos! Llevamos a municipios como Badiraguato a la Compañía Na-
cional de Danza. O en Rosario, municipio del sur, presentamos ópera y danza.
En una función de danza contemporánea en el municipio de Cosalá llegaron
dos rancheros. Amarran sus caballos en un árbol y le dice uno a otro: “Oye,
compadre, no entiendo nada, pero está muy chingón”.
A este proyecto yo le llamaba el de “la descentralización dentro de la descen-
tralización”. Una gran época que lideró Víctor Sandoval, un maestro para muchos
de nosotros que sembró semillas que crecieron y dieron frutos. Las casas de la
cultura que –encabezadas por la de Aguascalientes, donde había todo tipo de
actividades– fueron creciendo hasta convertirse en institutos de cultura, y esos
institutos luego se convirtieron en secretarías de cultura. Llegó el momento en
que había que hacer la descentralización de la descentralización, ya no sólo a
las capitales de los estados sino también en los municipios. Y hoy el país está
inundado de instituciones federales y estatales de cultura. Y por fortuna me
tocó ser testigo de ello.
Otro gran proyecto cultural fue el Festival de Danza de San Luis Potosí, fundado
por Lila López y su esposo, Raúl Gamboa Cantón.7 Ese gran festival, centro de
reunión de danza de todo el país, fue el más importante por muchos años. Todo
el mundo quería estar en él. Cuna del nacimiento de coreógrafos y bailarines,
ofrecía premios y se conocía lo que había producido el país. Después de las
funciones eran famosas las “chorchas” durante la cena. Coreógrafos, bailarines,
periodistas, críticos reunidos platicaban de lo visto; de las novedades. Escuchá-
bamos; comentábamos.
Cuando el festival cumplió quince años se hizo una fiesta en el Teatro de la
Paz, donde Lila bailó con sus quince chambelanes, y uno de esos chambelanes fui
yo. En gran parte, gracias a ese festival Lourdes Luna está en Yucatán, Claudia
Lavista en Mazatlán, en Tijuana Luz Corral. Y así como ellos, muchos otros
bailarines y coreógrafos en la República fueron crecieron, exponiendo su obra
a la crítica. Después de algunos años se creó un consejo del festival, en el que
tuve el honor de participar. Se discutían los criterios de selección y los grupos
y maestros invitados.
Para solicitar los recursos íbamos a las reuniones con el tesorero o el secre-
tario del estado acompañando a Lila, que batallaba mucho para llevarlo a cabo
cada año el festival. Les explicábamos lo que se había hecho y lo que se quería
hacer para que volvieran a dar recursos para la siguiente emisión. Hubo un
gobernador que apoyó mucho y se logró presupuesto para que vinieran grupos
internacionales. Al festival, por supuesto, asistían las compañías de más tradi-
ción. Era oportunidad para platicar y convivir con sus directores, entre ellos con
Guillermina, con quien mi relación era espléndida. Platicábamos, me regañaba,
la escuchaba, me decía, la entendía. Me siento muy orgulloso de haber podido
trabajar para ellos.
Después de estar en Proyectos Especiales del INBA con Manuel de la Cera, du-
rante los años noventa, continué cuando llegó como director Víctor Sandoval
y me invitó a quedarme y a que me encargara de la Coordinación de Danza.
Entonces estuve dos años trabajando para la danza. Trabajé con la Compañía
Nacional de Danza, con la danza contemporánea y la folclórica. Cuando uno
tiene responsabilidades públicas hay que aprender a decir “sí” y a decir “no”.
Hay que ser muy claro y muy firme, por ejemplo en la relación con los sindica-
tos. Mi trabajo con la compañía me permitió conocer a mucha gente con la que
también tuve muy buena relación. Estuve cerca de Susana Benavides; de Nellie
Happee, mi adorada maestra, y ahora me los encuentro: a Laura Morelos, a
Tihui Gutiérrez. Creo que están manejando la compañía con una visión actual.
Mi relación con folclor fundamental fue a través de Nieves Paniagua. Siempre
la asocié a mis maestras de la primaria: su estilo, su trato, su manera de ser, muy
típico de los maestros normalistas. Fue una relación muy especial. Y con Amalia
Hernández, sin duda, con quien tuve una relación cordial y amistosa. Con ella
y su familia. Además, mi relación con los contemporáneos, la que siempre me
ha atraído mucho.
Mi labor como coordinador de Danza fue haber creado mejores condiciones
para que los artistas desarrollen su tarea, acordes al momento que se estaba vi-
viendo. Haber podido apoyar a esa generación que me tocó apoyar: la de Lydia
Romero, Miguel Mancillas, Adriana Castaños, José Rivera. Representa una gran
satisfacción. Crear las condiciones para que los artistas desarrollen lo suyo, ésa
es mi tarea. Soy un constructor de puentes entre el artista y el público. Se trata
de crear una fórmula creativa que funcione.
los que convive y disfruta, pues se trata de un ser cálido, que sabe además
disfrutar de la buena comida y el buen vino:
Cuando Guillermina Bravo cumplió setenta y cinco años le hice una fiesta.
La parte formal se hizo entre la UNAM y Bellas Artes. Luego nos pusimos de
acuerdo. Y la fiesta fue en un lugar que tenía con un socio, e invité a muchos
coreógrafos, incluso gente de la Compañía Nacional de Danza y gente de folclor.
Y cada quien le hizo un “numerito”: en el piso, en la barra. Eran los bailarines
bailándole a Guillermina. Bailarines de todas las generaciones. Pero algo que
se ha quedado pendiente es un proyecto también en homenaje a Guillermina
convocado por Instrumenta,10 para conmemorar sus noventa años. Se iba a hacer
un trabajo con doce coreografías y doce composiciones hechas exprofeso. Se
terminaron las composiciones musicales y está grabada.11 Trabajaron igualmente
doce coreógrafos.12 La idea era traer a coreógrafos de toda la República.
A todos los músicos les mandé videos de todos los grupos, y a los grupos les
mandé música de todos los compositores para que eligieran con quiénes se iden-
tificaban. Nadie tenía idea de quién iba a trabajar con quién. La única concesión
que hice fue que Mario y Claudia Lavista trabajaran juntos, porque ya lo tenían
muy armado. Un día los cité en la oficina de Instrumenta y les dije que se iban a
“casar”: el coreógrafo tal con el músico tal. Alejandro Luna y Jorge Ballina iban
a ser los escenógrafos de las doce obras para que se presentaran en el Palacio de
Bellas Artes. Pero entonces no hubo dinero con qué hacer la producción. Ojala
algún día se pueda presentar.
Hay que recordar que en una época la relación entre coreógrafo y músico era
fundamental. Yo recuerdo la relación de Ana Mérida con don Carlos Jiménez
Mabarak. Eran importantísimas sus discusiones, y muy sabrosas. Había una
muy curiosa: ella decía que la obra que hicieron juntos era La balada de la luna
y el venado y él decía que era “del venado y la luna”. Habría que promover que
trabajaran más cercanos coreógrafos con músicos, diseñadores, escenógrafos,
como sucedió con Miguel Covarrubias, el gran articulador y aglutinador en
torno de la danza.
Una vez que concluyó su trabajo en la función pública, Nacho tuvo la capa-
cidad de movilizar la fisura a favor de un proyecto personal de gran solidez
y trascendencia cultural, conectando músicos de renombre con comunidades
indígenas en Oaxaca. Sin duda, y de manera directa, con ello contribuye a
Recuerdo que cuando dejé de ser servidor público, en 2001, me fui a una playa a
descansar, y me hice cuatro preguntas: a qué me quiero dedicar, cómo, con quién
y en dónde. Y me debatí entre dedicarme a la música o la danza, mis dos grandes
pasiones. Dadas las condiciones, opté por la música, y entonces me contesté: “Me
voy a dedicar a la música, fuera de las instituciones, con quien piense igual que
yo y en Oaxaca”. Y a eso me dedico. El programa se llama Instrumenta Oaxaca.
Cuando me preguntan: “¿Y por qué en Oaxaca?”, sin pensarlo respondo que de
Oaxaca tengo mis primeros recuerdos musicales. Mi abuelo trabajaba en Oaxa-
ca y durante mi infancia iba a visitarlo en vacaciones. En su casa se escuchaba
música clásica y ópera, y los domingos íbamos al zócalo a escuchar a las bandas
del estado. Se me quedó grabadísimo en la memoria, en el corazón, en todo el
cuerpo. Nuevamente origen es destino. Y a eso me dedico. Hoy, la gente en
Oaxaca conoce el nombre y el logotipo de Instrumenta, y cuando lo ven saben
que va a haber algo y se acercan a preguntarme.
Cuando vi a Guillermina me dijo: “¿Y por qué la música? ¿Y nosotros qué?”
Lo mismo me decían Gladiola y muchas otras gentes más. Espero luego poder
nuevamente apoyar a la danza. Tengo notas, ideas. Estoy en proceso para hacer
un proyecto como el de Instrumenta, pero para la danza.
Mi más reciente relación con la danza contemporánea fue con Ópera Prima,
proyecto muy polémico y que, bueno… Pero muy disfrutable. El programa
puso a la danza en los medios. La gente empezó a ver danza contemporánea
en televisión, cosa que no se daba. Seguían los programas, las eliminatorias.
Con porras para una obra, para otra; para un bailarín, para otro. Con teatros
abarrotados. Hay que mantener esos públicos. Hay que preguntarse por qué
en algunos casos los teatros están llenos y en otros vacíos; qué quiere decir eso;
qué no se supo decirle a la gente. Algo falló. Ópera Prima fue genial porque
pude darme cuenta que las actuales generaciones son distintas. Los chicos son
inteligentísimos; tienen otros conocimientos. Son preparados, capaces, brillantes,
y lo demuestran en el escenario. Y si a eso aspiran, logran colocarse en grupos
del extranjero. Eso augura un futuro de éxito para la danza.
La Escuela Cubana de Ballet no eran tres personas, la Escuela Cubana fue mucha
gente que trabajó para crearla, entre ellos, los mismos bailarines cubanos y los
asociados de Latinoamérica, que se unieron a los nuestros y aportaron su forma
de ver el mundo […]
Yo recuerdo una cosa: frente a una luz roja [un semáforo en alto] había una
chica muy bien parecida y moviéndose ti ri ri ri ri ri [contoneando los hombros y
Fernando Juan Evangelista Eugenio de Jesús Alonso Rayneri nació la tarde del
27 de diciembre de 1914 en la casa de sus padres, ubicada en el barrio de El Ve-
dado, en La Habana, Cuba. Su padre era contador y su madre, una prodigiosa
pianista, fue tesorera y más tarde directora de la Sociedad Pro Arte Musical.
Siendo adolescente se mostró interesado en las clases de ballet que impar-
tía el ucraniano Nikolái Yavorski en la Sociedad Pro Arte Musical, donde
ya estudiaba ballet su hermano Alberto. Ahí conoció a Alicia Martínez del
Hoyo, quien luego sería conocida como Alicia Alonso, con quien se casó y
procreó a su hija Laura.
En 1936 inició de manera formal sus estudios de ballet con la maestra
Cuca Martínez.
Antes de la revolución cubana, los apoyos oficiales a las artes eran prác-
ticamente nulos, así que la pareja de los Alonso se marchó a Estados Unidos
en 1937 en busca de un mayor desarrollo artístico. Fue así que en aquel país
Alonso bailó con la compañía de Mikhail Mordkin, a la vez que se integró a
los coros de los musicales de Broadway. En 1940 se incorporó al American
Ballet Theatre (ABT), del que llegó a ser solista y con el que bailó hasta 1948.
En 1941 fue artista huésped de los Ballets Rusos del Coronel Basil.
En 1948 el ABT atravesaba por una terrible crisis financiera que lo obligó
a cancelar su temporada. Fernando y Alicia Alonso lograron entonces reunir
una compañía de cuarenta integrantes, dieciséis de ellos cubanos. Volvieron
a La Habana a presentarse “a todo trapo” con la agrupación, a la que le pu-
sieron el nombre de Ballet Alicia Alonso, el cual más tarde cambiaría por
Ballet de Cuba, hasta adoptar el nombre que aún lleva en la actualidad: Ballet
Nacional de Cuba (BNC). Fernando fue su director desde 1948 hasta 1975.
Desde su regreso a la isla, Fernando Alonso concentró su experiencia
escénica en la dirección de la compañía y de la recién creada Academia del
Ballet Alicia Alonso. Influyó de manera definitiva en la formación de varias
generaciones de estupendos bailarines y de maestros de danza clásica. “Trazó
la política de repertorio de la institución y se hizo cargo de supervisar clases
y ensayos, colaboró en las versiones coreográficas de grandes ballets clásicos,
como Giselle, Coppélia y La fille mal gardée”,4 entre otras.
Impartía sus clases con sumo rigor pero sin violencia. Su cuidado en el detalle,
su ser visionario. El maestro Tulio de la Rosa lo llama “mi padre de la danza”.
Al recordar ese tiempo, Fernando Alonso comentó: “Bueno, había pocos
varones y él era uno de esos pocos, entonces, sencillamente había que mandar
al que hubiera. Y como tenía buena facha y buena labia, sabía hablar, pues,
nada, a profesor de ballet en Pinar del Río”.7 Tulio de la Rosa ha dedicado
toda su vida a la docencia de la danza clásica y ha sido laureado por esa labor.
En nuestro encuentro en La Habana en 2010, Fernando Alonso me dijo
que él consideraba que la Escuela Cubana de Ballet, más que ninguna otra,
es viable para los mexicanos. “El ballet cubano es el que más se asemeja a la
forma de sentir de los mexicanos, y prueba de ello es que muchos bailarines
se pudieron dedicar al ballet con mayor facilidad”.8
La maestra Tihui Gutiérrez, bailarina mexicana de sobresaliente trayec-
toria en la Compañía Nacional de Danza del INBA, desde muy pequeña
recibió una beca y cursó sus estudios de ballet en La Habana. Sus maestras
fueron Ramona de Saá, Mirta Hermida y Adria Velázquez. Durante los doce
años que estudió en Cuba pudo recibir de primera mano todo el saber que
Fernando Alonso había sistematizado en la Escuela Cubana de Ballet. En
el tiempo que duró su estancia en la isla, Tihui Gutiérrez no tuvo la opor-
tunidad de trabajar directamente con Fernando Alonso, pues él acababa de
ser enviado a Camagüey. Pero la vida es exacta, y en sus múltiples vueltas
nos hace caer de pie cuándo y dónde debemos estar.
El maestro Alonso dirigió el Ballet de Camagüey hasta 1992. En ple-
no “periodo especial” en Cuba, él consideró pertinente venir a dirigir a
la Compañía Nacional de Danza del INBA. Ahí, Tihui, quien había sido
merecedora del Premio Nacional de la Juventud por parte del gobierno de
México gracias a su destacado desempeño en la danza, se reencuentra con
Fernando Alonso, de quien expresa:
Fue un honor y un privilegio haber trabajado con él. Su trato era el de un caba-
llero exquisito. La importancia que tuvo para mí recibir la Escuela Cubana de
Ballet de primera mano fue enorme. El maestro Alonso tenía una capacidad qui-
rúrgica para detectar lo que tenías que mejorar. Tuve una gran cercanía personal
con él, un gran rapport. Era una suerte de Pigmalión porque sabía qué decirte
para que tú florecieras y tu técnica resultara en aciertos. Él sabía la manera de
hacerte mejor bailarín.9
–Singer, Toba, Fernando Alonso. El padre del Ballet Cubano. EUA, University
Press of Florida, 2013.
–eu.wikipedia.org/wiki/Alonso
Entrevista
Notas
1
Toba Singer, Fernando Alonso. El padre del Ballet Cubano. EUA, University Press of Florida,
2013, p. VIII.
2
Le sobreviven su hija Laura Alonso y su compañera de vida, la actriz Yolanda Correa.
3
Patricia Camacho Quintos, La danza clásica de Tulio de la Rosa: educar para crear. México,
Conaculta/INBA, 2012, p. 36.
4
eu.wikipedia.org/wiki/Alonso
5
T. Singer, op. cit., pp. 223-225.
6
Ibid., p. 136.
7
P. Camacho Quintos, op. cit., p. 33.
8
Ibid., p. 34.
9
Tihui Gutiérrez, en conversación personal con Patricia Camacho Quintos, México, D.F.,
29 de abril de 2014.
10
P. Camacho Quintos, op. cit., p. 39.
Notas
1
“Ballet Ecuatoriano de Cámara pierde al bailarín Gerardo Delgado”, 25 de octubre de 2006.
hoy.com.ec. www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/ballet-ecuatoriano-de-camara-pierde-al-
bailarin-gerardo-delgado-248800.html.
2
Fritzi Mazari. “Gerardo Delgado… libertad, pasión y energía de la danza”, 7 de noviembre
de 2007. http://endospartes.blogspot.mx/.
3
Delgado inició sus estudios dancísticos en el Taller de Danza del Colegio de Bachilleres,
en el ciclo escolar 1982-1983, y los continuó en el Taller de Danza de la Escuela Nacional
de Estudios Profesionales, plantel Acatlán, de la UNAM, en el ciclo escolar 1983-1984. En
1984 ingresó al Sistema Nacional para la Enseñanza Profesional de la Danza del INBA, y
concluyó sus estudios en 1988.
4
En dicha obra Gerardo compartió escena con Rodrigo Angoitia, Mauricio Gutiérrez, Ángel
Méndez, Jorge Osorio, Raúl Parrao, Rocío Zamora, Andrea Zavala y Laura Rocha.
5
Coreografía de trece minutos de duración. Música: George Winston y Steve Brown. Intér-
pretes: Claudia Lavista, Alicia Sánchez y Rocío Zamora.
Estoy convencido de que esta disciplina –la danza folclórica– necesita revalo-
rarse, dada su calidad e importancia.
Considerando la relevancia de que cada país reviva el aspecto de la danza para
no perder sus tradiciones, trabajo para que este legado llegue a otras generacio-
nes. Todavía las autoridades culturales como que hacen un poco al lado la danza
folclórica. En cambio en otros países forma parte de su trayectoria histórica; es
un punto de apoyo para expresar la cultura del pueblo.
Para retratar el cuadro típico de la región, la observación y la documentación en
el sitio donde se origina es primordial. El sentido de crear espectáculos no interfiere
para modificar el significado original de las danzas. Una cosa es la investigación para
hacer un documento [y otra] la investigación para hacer espectáculo. La compañía
se toma ciertas libertades para darles un matiz de espectáculo a los bailes. De esta
manera se realizan modificaciones de trazo escénico, de adaptación de los foros,
ya que las danzas surgen en diversas partes de las comunidades y no dentro del
escenario. El único tipo de modificaciones que realiza es en relación a espacio y
tiempo; todo lo demás no se afecta en absoluto. Hay elementos que buscamos
Uno de sus discípulos, entre los cientos que formó, nos dijo:
Este testimonio tan interesante nos permitió también conocer otros aspectos
del quehacer dancístico del maestro Vallejo, a quien sus alumnos le decían
con gran respeto El Profe:
luego de lo cual convivió durante dos años con la familia de Carmen Do-
mínguez y David Vázquez Pérez en el estado de México.
Resolvió entonces volver a su amada ciudad de Saltillo para fundar una
nueva compañía, proyecto que su precaria salud le impidió concretar. Sin
embargo, sus más fieles discípulos fueron a ayudarlo para revivir en escena
la pastorela-danza Todos a Belén, que se reestrenó en el Teatro al Aire Libre
de la Plaza Centenario y en el Palacio Municipal de la capital coahuilense
en diciembre de 2004.
Roberto falleció en Monterrey, rodeado de sus hermanos, el 22 de enero
de 2005. Fue sepultado en la cripta familiar del Panteón del Roble.
En 2011 sus ex alumnos, integrantes de diversas generaciones, organi-
zaron dos reconocimientos públicos a más de un lustro de su partida. El
primero de ellos fue “Así es la vida.25 Grupo Homenaje al maestro Roberto
Vallejo Muñoz”, en cuyo marco interpretaron una de sus creaciones más
representativas: La boda nayarita,26 en el II Festival Internacional de Danza
Folklórica Raíces del Mundo. Esto fue en julio. Al mes siguiente presentaron
el mismo programa en el Latin Dance World Congress. Asimismo, los ex
alumnos de Roberto efectuaron en diciembre una mesa redonda en tributo a
su maestro, en la cual participaron Alberto Ábrego (1982-1990), Cuitláhuac
Suárez (1976-1982), Jacqueline Arch (1986-1989), Jaciel Neri (1994-2003) y
Gerardo Islas,27 este último como moderador.
brindó siempre con sus pupilos dejándonos lecciones de vida que van más allá
de lo que un libro te pueda dejar. Su retórica sin duda fue una de sus grandes
cualidades. ¡Miren que convencer a niños y jóvenes y lograr ese compromiso
que cada uno adquirió! Con el maestro, lo que parecía ser una charla sin mayor
importancia se convertía en un cúmulo de situaciones que te obligaban a razonar,
a decidir y a actuar responsablemente la mayoría de las veces.
Sus ejercicios hermenéuticos sin duda hicieron las delicias de todo tipo de
público, que, a su vez, lograba descifrar fácilmente los mensajes que él, con su
maravilloso talento, plasmaba a través de los cuerpos, la música, el vestuario, el
diseño coreográfico, y el amor y la pasión con que siempre desempeñó su labor.
Dentro de sus creaciones se apreció siempre la parresía, donde mostraba con
toda su franqueza su ser, su pensamiento, su todo. Cualquiera que tuviese la
oportunidad de ver el trabajo del maestro Vallejo tenía ante sí una muestra de lo
que es una verdad valiente, atrevida, que critica y a su vez está abierta a la crítica;
que busca un bien común, pues a través de su paso cultiva a los espectadores, y
les permite acceder al encuentro de la Natura y la Cultura, al temperamento del
artista y a su modo de ser; donde mezcla lo innato en él con lo que ha construido
a través de su experiencia.
Una enseñanza me quedó presente: la ética no se enseña ni se aprende; se
practica. La ética del cuerpo se refiere al cuidado y respeto de la persona por su
cuerpo; a un entrenamiento de forma consciente y a la búsqueda de la propia
identidad corporal, como así también de la propia manera de bailar y a la actitud
de escucha para con los otros.
Ésa era la filosofía del maestro: dejarnos ser, y él ser con nosotros. Su éxito
siempre fue ese binomio: permitir la naturalidad individual dentro de un estilo
por él indicado; variedad dentro de la homogeneidad, traducción de la doxa aún
a lenguajes más sencillos de lo que uno pudiera pensar; complejidad dentro de
la simpleza.28
Alfonso Ávila, el Jalisco. Compañía Oficial de Danza Regional del INBA, 1956.
Era un excelente bailarín y tú empezabas a ver y a imitar los pasos. […] Algunos
teníamos más facilidad que otros, sacabas pronto los pasos. Yo tenía la fortuna
de aprender rápido los pasos y que me pasaran al centro del círculo para ser su
pareja en determinado paso, así fue por ejemplo en La Negra, que no es nada
fácil de bailar y de entrar justo a tiempo, entonces yo pasaba al centro y hacía
pareja con él y ahí iba captando los pasos. […] De esa manera aprendimos Jalisco,
nada más observando.3
[El maestro Ávila] Era muy temperamental. Nos daba unas gritoneadas espan-
tosas. […] muchas veces él decía: “no sirve, eso no se baila así”. Pero era un
maestro, debíamos tenerle el respeto debido. Eso es lo que nos enseñaron todos
[…] éramos dos amigas, Beatriz Garfias y yo, teníamos buenas relaciones de amis-
tad con Alfonso Ávila, entonces, en una gira del Conjunto Folklórico Mexicano
por la República Mexicana nos regaló el cuaderno de poesía ilustrado con sus di-
bujos. […] platicaba de sus anécdotas en Guadalajara, contaba acerca de sus papás,
que Guadalajara era precioso, la provincia, su casa con el zaguán en la entrada,
más allá el cancel, el patio, las plantas […] le gustaba mucho la vida de provincia.
[…] platicando de lo que él hacía, dijo que le gustaba mucho escribir: “les
voy a regalar uno de mis versos”, y le regaló un libro a Beatriz y uno a mí; yo
soy conservadora y lo guardé.7
Sus compañeros más cercanos afirman que era una persona solitaria, se man-
tenía aislado. Nunca profundizaron con Alfonso Ávila acerca de lo que
dibujaba o escribía. El trato cotidiano se daba en las clases, los ensayos y las
giras del Conjunto Folklórico Mexicano. Siempre tuvieron la impresión de
que era un hombre muy solo e introvertido.
Su talento como dibujante lo empleó para apoyar el trabajo creativo de
sus amigas, como es el caso de Elsy Contreras, con quien trabajó estrecha-
mente como bailarín en Elsy Contreras y Grupo, pero también elaborando
los dibujos para los carteles y programas de las distintas temporadas en el
Teatro del Congreso del Trabajo, en la Casa de la Cultura La Pirámide, en
el Teatro Cuauhtémoc del IMSS, y en el evento Pasaporte para el Mundo en
las Naciones Unidas, en Nueva York.
Era una persona muy talentosa porque también estuvo dando clases de danza
moderna en la escuela, pero él tenía su grupo completamente aparte, ya no
formaba parte del personal docente de la escuela. Se les dio la oportunidad de
asignarle horarios, facilitarle un salón y decirle cuándo lo podía usar; tenía un
bonito grupo, muy pequeño, pero sí lo tenía.9
En la coreografía
En este pequeño foro también realizaba presentaciones para sus amigas más
cercanas, con el propósito de que observaran el trabajo e hicieran comenta-
rios sobre sus creaciones dancísticas. Afortunadamente siempre contó con
el apoyo de su mamá, quien le heredó para que pudiera realizar todas sus
actividades y se desarrollara en el campo de la danza, que él tanto amaba.
Entre sus coreografías, las cuales son en su mayoría solos, se encuentran El
bolero de Ravel (m. Maurice Ravel), La Coatlicue (m. José Revueltas), Danza
chillona (m. Tomaso Albinoni), Miserere (m. Silvestre Revueltas), El atracón
(m. Silvestre Revueltas), Rotos (m. Silvestre Revueltas), Danzas populares/
trío (m. Blas Galindo); Adagio 8 por radio (m. Silvestre Revueltas), Dueto José
Villanueva danzas indígenas (m. José Revueltas), Duelo (m. José Revueltas),
Paloma (m. Felipe Villanueva), y Huapango (m. Pablo Moncayo).13
Además de fuerza y seguridad en sus interpretaciones, Alfonso Ávi-
la hacía gala de un sorprendente manejo de las calidades de movimiento,
calidades que exigía a sus bailarines en las clases. Era un ser humano que
conocía su cuerpo, que sabía desarrollar su talento. Al bailar, se metía en su
papel y tenía una gran capacidad expresiva. Le gustaba improvisar, retar y
provocar al público.
La amistad y la colaboración entre Alfonso y Elsy perduraron por muchos
años. La maestra Contreras montó obras de Alfonso con su grupo de danza
en México, y posteriormente en Nueva York, en su escuela. El maestro Ávila
la visitaba constantemente, encuentros que ella recuerda con mucho cariño y
emoción, pues eran largas jornadas caminando, visitando museos, platicando
y comiendo juntos.
Alfonso Ávila el Jalisco falleció el 5 de febrero de 1995, en Zapopan, Jalis-
co. Su recuerdo se mantiene en la memoria y en el corazón de grandes amigas
que estuvieron con él en distintas etapas de su vida, quienes guardaron con
cariño y atesoraron sus enseñanzas, pinturas, fotografías, dibujos y poemas.
Es un digno personaje para ser recordado y, por supuesto, homenajeado. Su
legado sobrevive hasta el día de hoy en la memoria del cuerpo de todos los
que hemos bailado los sones jaliscienses en algún momento de nuestra vida.
Entrevistas
(realizadas por Patricia Salas Chavira)
Notas
1
Xóchitl Medina Ortiz, en entrevista realizada por Patricia Salas Chavira, México, 6 de
octubre de 2011, inédita.
2
Xóchitl Medina Ortiz, en entrevista citada.
3 Juanita Torres, en entrevista realizada por Patricia Salas Chavira, México, 27 de febrero
de 2014, inédita.
4
Jesús Castro Agundez (1906-1984). Maestro normalista, poeta y político, principalmente
del área educativa. Cronista del Estado y senador. Sus restos descansan en la Rotonda de
los Sudcalifornianos Ilustres. Por iniciativa suya se editaron las obras: La Historia vista
por los niños, Monografía y música de danzas y bailes regionales, y cuatro tomos de Cuentos
de niños para niños.
5
Héctor Fink, en entrevista realizada por Patricia Salas Chavira, México, 5 de marzo de
2014, inédita.
6
Lilia Ortiz, en entrevista realizada por Patricia Salas Chavira, México, 12 de marzo de
2014, inédita.
7
Lilia Ortiz, en entrevista citada.
8
Director de la Escuela de Danza del Departamento del Distrito Federal desde el 1 de enero
de 1971 hasta el día de hoy. Actualmente la escuela se denomina Escuela de Danza de la
Ciudad de México, Secretaría de Cultura, Gobierno del Distrito Federal.
9
Héctor Fink, en entrevista citada.
10
Lilia Ortiz, en entrevista citada.
dos de sus obras; los comparaba con esfuerzos anteriores y a veces compartía
sugerencias y consejos que quizás ayudarían a mejorar la presentación. Así
inicia o renueva su cálida amistad, de apoyo y comentario reflexivo. Su
figura, voluminosa e imponente (de 1.95 m según Silvia Pappe). Es jovial y
dadivoso, una especie de Santa Claus vuelto mecenas mexicano de la danza.
Este relato se construye a través de las memorias, mías y de colegas y
familiares. Y como sabemos, las memorias y sus interpretaciones son subje-
tivas y cambiantes. La motivación para emprender esta remembranza viene
de mis recuerdos de Eduardo Lemus (también conocido como López Lemus
y Lalo). Empiezo entonces con mis propias y parciales memorias.
Una de mis primeras imágenes de Lemus viene de alrededor de 1987.
Me invitó a su estudio en las calles de Colima de la Colonia Roma, donde
brindaba hospedaje a los integrantes de la agrupación cubana de danza con-
temporánea Retazos, dirigida por Isabel Bustos. Les traía pizzas y me invitó
a conocerlos. Después de una nutrida conversación sobre los valores y la
danza, me comentó: “No sé cuánto tiempo más se van a quedar”.
Yo lo veía en el Teatro de la Danza, la Sala Covarrubias, Bellas Artes,
Xalapa, Cuernavaca, San Luis, donde fuera que hubiera alguna actividad in-
teresante de danza. Nos abrazábamos, y en uno de nuestros últimos abrazos
logré juntar mis manos atrás de él. “Estoy bajando de peso”, me comentó
orgulloso. “Es que tengo que cuidar mi salud”, agregó. Siempre intercam-
biábamos algunas palabras sobre la función u otros temas de actualidad
política o danzaria. Frente al mundo de movimiento tan volátil y vertiginoso
de la danza, y la fluctuante del clima y la economía, era reconfortante sentir
su presencia a la vez estable y abierta al cambio. Auguraba que todo podía
salir bien.
Estábamos en las sesiones presenciales de la maestría en investigación de
la danza del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Informa-
ción de la Danza José Limón (Cenidi-Danza). En el grupo había gente del
norte, el centro y el sur de México. Alguien anunció el deceso de Eduardo
López Lemus e informó del velorio. Dijeron que había muerto en Oaxaca,
la noche de ese mismo día. Algunos preguntaron: “¿Y quién era Lemus?”
Otros externaban: “¿Cómo es posible, si Lemus siempre está?” Se sentían
la sorpresa y la congoja. Miguel Ángel Díaz explicó: “Era un hombre que
iba a todas las funciones y apoyaba a todos los bailarines con su ánimo, sus
dibujos y su material fotográfico. Era nuestro mejor público”.
Homenajes y testimonios
Agrega Graciella que la venta de este material sirvió a muchos artistas para
la realización de convocatorias, concursos y temporadas, así como para el
otorgamiento de becas. “Su generosidad fue indiscutible y sin distinción.
Fue para todos.”
El segundo texto lo escribió Silvia Pappe, compañera de vida de Eduardo
López Lemus durante más treinta y seis años. Silvia es académica de la UAM
Azcapotzalco, historiadora y especialista en literatura latinoamericana:
…dibujó con modelos […] hizo dos murales en lugares tan distantes en todos
los sentidos como Springfield, Illinois, y algún pueblo a la orilla del río Balsas
[…] no debemos olvidar tu decidido alejamiento de las galerías, del mercado del
arte, del arte como mercancía. En definitiva, tu camino no iba con los tiempos.
…La música y ritmo, espacio y cuerpo humano; dibujo, pintura, muralismo,
el movimiento en el espacio lo condujeron hacia la danza, hacia la observación
cada vez más intensa, profesional, de la danza. Te condujeron hacia la colabora-
ción con las y los bailarines, coreógrafos, y un creciente número de grupos, tanto
los que contaban con apoyo como los independientes. Y te condujeron hacia la
construcción [de] espacios que derivaron –¿por qué no?– también [en espacios]
de poesía, de filosofía […] Creaste, para compartirlo, un espacio enorme […]
que te permitía seguir uniendo todo, intensificarlo, trasmitirlo, con ese senti-
do extremo, descomunal de humanismo […] desbordado, idealizado, utópico,
que garantizara, en el mejor de los casos, la independencia de los sistemas que
someten y oprimen.
El arte ES la vida. Creaste, desde un […] punto de vista […] desde tu vida,
una visión del mundo […] te convertiste en observador privilegiado. Sumabas
a esta memoria prodigiosa para lo visto y lo vivido […] el arte del diálogo […]
de buscar siempre un panorama más amplio [...] de incluir, en lo posible, las
utopías y los sueños.
…tu capacidad de gozar, de admirar, de disfrutar en tu sensibilidad. Y aun
así, casi inadvertidas, debajo de una piel extremadamente delgada, la angustia,
la preocupación, la conciencia de lo adverso al arte, al humanismo.
Graciella repasa los numerosos viajes que hizo Lemus: de joven, en autobús,
de aventón, caminando, puebleando o en bici de San Francisco a México o de
México a Veracruz, a Yucatán, hasta Honduras:
Todo intenso, todo igual de importante. Querer guardar todo –en tu archivo
debe de haber cientos de videos– […] y, al mismo tiempo, tu generosidad, darlo
todo –debe de haber cientos de dibujos que regalaste a lo largo de los años–.
Estar, mirar, crear. Recordarlo todo. Querer hacer todo, estando en todas partes,
luchando contra tu total falta de sentido del tiempo [...] y, no obstante, llegar
justo antes de que empiece la función.
Tenías este maravilloso sentido del espacio y sus multiplicaciones. Los es-
pacios se pueden imaginar, soñar y crear. Un terreno, un taller, un foro [...] un
local, un café en el que los estudiantes de arte, de danza, podrían trabajar un par
de horas y así becarse a sí mismos […] Y para ti lo realizado y lo soñado termi-
naron siendo ámbitos igualmente significativos, igualmente presentes. Porque
para eso hacemos arte. Porque para eso vivimos.
Hacia finales de los años setenta, Lalo y Schopper (así llama todo el mundo a
Humberto) se conocieron en el Conservatorio Nacional de Música. Después
se veían en las funciones del Taller Coreográfico de la UNAM, donde Schop-
per trabajaba. “Lalo siempre llegaba cargando su violonchelo”, me cuenta:
Sin embargo pasaron años antes de saber que tenía a Silvia como pareja. Ella le
tenía mucho respeto y admiración. Iba con él a los estrenos y después lo dejaba
independiente.
Lemus nos brindó hospedaje y nos dio de comer a los bailarines de Asaltodiario
cuando llegamos a Mérida exhaustos, sin bañarnos, hambrientos y sin dinero
después de bailar en campamentos de refugiados guatemaltecos. Se lo agrade-
cemos infinitamente.
Yo describo a Lemus como quien nos dibujó y nos regaló dibujos de clases
y obras. Fue crítico y daba sus opiniones. Como veía mucho, tenía mucho que
decir. Estaba en todo: festivales, cursos; casi como tú. Era un público especializa-
do, honesto, con una visión desde la danza: un filántropo de la danza. Entendía
a la gente de danza.
Lemus nos visitó varias veces en Colima, pero no trabajó con nosotros. Vino
con Christine Dakin. Era muy amable. Lo veía por todos lados. Todo el mundo
lo conocía. Estaba involucrado en todo lo relacionado con la danza, como tú. Me
acuerdo hace muchos años, en el Festival de S.L.P. Bailé un dueto y se acercó, y me
hizo unas observaciones relacionadas con abrir el pecho al bailar. Estaba en el papel
de crítico/observador, y en eso hay muy poca gente. Christine lo tomó en cuenta
y nos empezó a pedir abrir más el pecho en las clases que impartía en el festival.
Lemus era un espectador único. Veía de todo. Se acordaba de todo lo que habías
hecho antes. Datos puntuales que observaba en las obras y que le impresionaban.
Podía comparar tus obras de varios años y notar las diferencias; entender en qué
estabas trabajando. Caminamos juntos, y teníamos muchos intereses en común,
pero no era fácil averiguar sobre su vida. Me hizo una escenografía para mi obra
Cristal del tiempo en 1994. Era súper generoso. Sólo pagué los materiales. No
hemos tenido otro espectador como él.
Silvia Pappe. Entrevista en su casa de las calles de Parras, cerca del Parque
México, en la Colonia Roma.
Silvia es alta, esbelta pero fuerte, entusiasta, animosa, hospitalaria y ca-
riñosa. La acompaña su perro, Tabique, también cariñoso. Ya está viejo y
es parte de la familia, me cuenta. Me enseña su casa, llena de cajas con di-
teatro con el nombre de Eduardo Lemus. Beatriz hizo Réquiem con escenografía
de Lalo y proyección de sus dibujos y lo dedicó a él.
Lalo iba a casi todas sus giras. Recorrieron el país. Fueron a Colombia, Uru-
guay, Argentina, y él por su cuenta a Brasil y Perú. En Perú se puso a dibujar.
Le robaron la mochila con su pasaporte y perdió el vuelo. No tenía sentido del
tiempo cotidiano, pero sí del de la música y las artes.
Sentía presión y le subía la presión. Tenía el problema de la diabetes. Llegó
a pesar mucho, pero había bajado como cincuenta kilos y estaba contento al
final. Iba poco a poco bajando. Recibió hartos abrazos que por fin alcanzaban
a rodearlo.
Cuando se separaron sus papás, los hijos tomaron partido por uno u otro,
pero Lalo se llevaba bien con todos. Por su forma de ser escuchaba a todos. No
se enojaba con nadie. En más de treinta años que vivimos juntos nos peleamos
sólo una vez, y sólo tres veces lo vi enojado.
A su mamá le importaba mucho que todos sus hijos estudiaran. A ella le
habría gustado estudiar. Le gustaba la cocina, la música, la pintura. Iba a cursos
de cocina y llevaba guisados que preparaba para que comieran sus hijos. Murió
en 2006 y una semana después murió mi papá en Suiza.
Lalo fue a Francia por la boda de una sobrina y fue a visitar a mi mamá. Y
desde entonces mi mamá empezó a estudiar algo de español –recuerda Silvia
con una sonrisa–. Un primo de Lalo que vive allá nos dijo que “con tantos años
que llevan juntos, tu mamá ya ve que es una relación seria”. También asistió a
los festejos del centenario del estreno de La consagración de la primavera. Mi
hermano conoció a Lalo y vino un par de veces de visita. Vino al homenaje que
se le hizo en Mérida.
Nunca nos casamos. Somos de una generación tranquila, de pelos largos
y que no se casan. Hemos durado juntos mucho más que las generaciones si-
guientes.
La noche que murió me habló desde Oaxaca. Me dijo que había ido a ver
un terreno y una función de danza, e iba el jueves a Mérida. Tenía su aparato
para medir la presión y pastillas para bajarla. Estaba preocupado porque se le
había subido. Me habló cada media hora para decirme cómo seguía la presión.
Bajó un poco y decidió dormirse. Se durmió y se fue. La última vez que le hablé
ya no contestó. Me dijo el doctor que fue infarto masivo y que ni siquiera lo
sintió. Según el médico, seguramente tuvo varios infartos previos y no los re-
conoció. Hace un año le subió mucho la presión y lo querían operar. No podía
caminar más de cuatro cuadras sin cansarse, pero no se quiso operar por el peso
y el azúcar. Vivimos juntos treinta y seis años, y yo esperaba vivir juntos otros
treinta, porque sus familiares son longevos.
El primer homenaje a Eduardo fue el 13 de septiembre de 2013: la inaugu-
ración del foro Eduardo López Lemus dentro del F4Libre Espacio Cultural
Multidisciplinario como foro alternativo para las artes escénicas en Morelos y
además sede de Fóramen M. Danza. De septiembre a diciembre se realizó una
gran gira por los municipios de Morelos. Siguió con una función del Réquiem
de Beatriz Madrid, con escenografía de Eduardo, y una temporada en el Teatro
Ocampo.
El segundo homenaje fue en Teatro Armando Manzanero de Mérida, en
diciembre de 2013, dentro del XIX Festival Nacional e Internacional de Danza
Contemporánea Oc’-ohtic que organiza Graciella Torres. Fue muy bello. Lalo
había asistido durante dieciocho años a los festivales Oc’-ohtic, que es el nom-
bre maya para “lo danzamos, lo bailamos”. Dedicaron todo el festival a él, una
semana completa con diferentes grupos que se relacionaron con él. Fue muy
significativo y pusieron una placa en la butaca donde solía sentarse, con su foto.
Fue muy significativo. Se hizo también una exposición de dibujos de Eduardo
que yo curé. Hubo un ambiente muy cercano, muy cálido.
El tercer homenaje fue en San Luis Potosí. Lo organizaron los coreógrafos
Arturo Garrido y Alejandra y un periodista muy amigo de Lalo. Fue una fun-
ción de danza con conversatorios entre obra y obra donde Javier Contreras y
ellos hablaron sobre Lalo.
[Yo propongo que hagamos otro homenaje para ponerle el nombre de Eduar-
do a la butaca que siempre ocupaba en el Teatro de la Danza.]
La danza era el mundo de Lalo. Íbamos a funciones a veces y yo regresaba a la
casa dejando a Lalo saludar y platicar y llegar más tarde. Cada quien su mundo…
Eduardo era un espectador profesional. Veía cosas que otros no veían. Nunca
faltaba. Ahora dicen que es extraño salir y no verlo en la primera fila.
Silvia me enseña una foto de Lalo con un grupo de sus primos que ella tomó
en los setenta. Él se ve alto, esbelto, guapo, con barba y pelo largo, casi al
hombro; el saco abierto, todo de negro, con lentes. Era la imagen misma de
un existencialista de los años setenta.
Pregunto a Silvia: “¿De qué vivía Lalo? ¿Cómo costeaba sus trabajos como
videógrafo, fotógrafo, escenógrafo, dibujante, consejero y analista de co-
reografías?”:
Lo que ganaba cada quien era de ambos; era entre él y yo. [Esto me recuerda
al Ballet Independiente y varias otras compañías independientes de los años
sesenta y setenta que también dividían lo poco que sobraba después de invertir
en la producción de danzas, en partes iguales entre los integrantes del grupo.]
Vivíamos sin pagar renta. Compramos un departamento en Chiapas y Méri-
da después del temblor, donde vivimos hasta 1999. Lo vendimos para comprar
esta casa. Mi papá nos ayudó. Salió barato porque tuvo renta congelada durante
cuarenta años, y tres años de estar abandonado y destrozado. Se vendió como
terreno y lo arreglamos nosotros. Se puso el dinero que sobró en el banco y se
usó para ayudar a su familia y comprar dos terrenos. Apoyó a la danza e hizo
algo bueno. En sí mismo nunca gastaba.
Hizo dos murales en una universidad de Springfield, Illinois, a invitación de un
maestro que trabajaba ahí. No tengo fotos, pero quizá los bosquejos estén en
un paquete en una de estas cajas que poco a poco estoy registrando para inven-
tariar. Hay muchísima obra por todos lados. Él nunca ponía fecha ni firma en
sus dibujos, porque no quiso entrar al mercado del arte. Dejó un registro de la
danza con respaldo, en sus videos, fotos y dibujos. Hay que dejar en el misterio
cómo costeaba sus trabajos. Dio cursos, pintó murales.
Era muy cariñoso, muy amable, con un carácter cercano a su mamá y al abuelo
materno, a quien no conocí. Íbamos a muchas funciones de danza y pocas veces
pagamos. Siempre ahorrábamos con los boletos.
Quise que nos viéramos en este barrio, la Colonia Roma, porque aquí vivimos
el principio y el fin de nuestra familia, como propuso mi mamá. Pasamos una
niñez muy triste. Mi papá le pegaba a mi mamá, con muchos insultos. Éramos
muy pobres. Mi mamá salía a la calle en la noche a llorar en una banca frente a la
casa. Vivíamos en Ámsterdam, donde mi papá tenía la fotografía. Nos las vimos
muy duras. Eduardo vivía de los óleos para fotografía, pero traía muy arraigada
la convicción de que el arte no es para venderse; que no podía ser mercancía.
Mi mamá luchó para sacarnos adelante y nos inculcó valores de cariño, en-
trega sincera al prójimo. Su carácter venía de su papá, Darío Lemus, quien le
transmitió esa bondad. Mi mamá no tenía estudios. Sólo llegó al tercer grado de
primaria por la epidemia de paludismo. Siempre quiso que estudiáramos.
Eduardo se contactó con los grupos de arte, con la belleza. Era comunicativo.
El arte le permitió perdonar el rencor y se volvió tolerante. Gracias al arte aprendió
a trascender la tristeza. Lalo y Miguel fueron a Avándaro [importante festival de
rock realizado en México en 1971].
En 1976 nos fuimos a E.U. a visitar a mi papá y a mis hermanos Luis y Miguel.
Luis se graduó de ingeniero electricista en la Universidad de Denver, Colorado,
y sigue ahí. Miguel estudió arte en el Elgin Community College y luego se fue
a Chicago a vivir. Eduardo no quiso ir.
Yo estudié idiomas (inglés y francés) en el Elgin Community College. Y
Alejandro y Ricardo eran buenos alumnos de la secundaria. Pero no nos adap-
tábamos a la discriminación. Extrañamos la cultura mexicana y regresamos.
Vivimos con Lalo y Silvia en la Colonia Roma, y Silvia se volvió una persona
importante en nuestras vidas: solidaria, sincera, cariñosa, franca.
Mi papá regresó a México después del temblor del ’85. Mi mamá no lo quería
ver. Yo me quedé con ella y mi papá con Eduardo y Silvia. Ella nunca lo volvió
a ver ni en su funeral.
Trabajé con Silvia en la UAM y estudiaba música. Luego fui maestra de idio-
mas en el Cele de la UAM antes de irme a Querétaro. Y me encuentro en paz.
En 2000 falleció mi papá, y me mudé a Querétaro con mi mamá y Alejandro.
Ella murió en 2006. En Querétaro doy clases particulares de inglés y francés.
Silvia era muy celosa, hasta que comprendió que la vida de Lalo era esa liber-
tad, sus amistades, y que nunca iba a ser el esposo tradicional. Ella era libre y muy
creativa. Se nutrieron ambos. Adoptó a toda la familia. Todo lo observaba. Ella es
bondadosa. No tiene maldad. Nuestras fiestas y convivencias son sanas. Ella es así
también. Silvia y Lalo no querían ver la maldad del prójimo.
Mi hermano murió entre 12:30 y 1:00 A.M. Se sintió mal desde las diez. El
Schopper fue el primero que se enteró, hablando por teléfono con él esa noche.
…un salto hacia el futuro será la recuperación del espíritu de cooperación que
hoy yace sumergido bajo la ideología dominante. Las innumerables batallas
solidarias y por la emancipación […] hallen su fundamento en ese rasgo dejado
por la evolución social de millones de años que alcanzó su cenit con los seres
humanos: la cooperación. (“¿Competir o cooperar?: una respuesta evolutiva.”
La Jornada, 18 de febrero de 2014. Véase también www. laecologiaespoiitica.
blogspot.mx).
Mario Kuri Aldana. Foto tomada del libro Concepto mexicano de nacionalis-
mo, partiendo de las características indígenas sobrevivientes. México, DGCP/
Conaculta, 2001. Foto: David Gutiérrez.
Está por terminar la década de los ochenta. En el interior de un foro del aún
no privatizado canal 13 del Instituto Mexicano de la Televisión (Imevisión)
se escucha en vivo la melodía de dos violines anunciando la entrada del son
planeco El relámpago. Sólo bastan tres acordes para permitir el lucimiento
del ritmo vertiginoso que producen la guitarra de golpe y la vihuela, cobijado
por la profundidad sonora del guitarrón. Germán Dehesa, conductor del
programa “La almohada”, en compañía de Mario Kuri-Aldana y Vicente
Mendoza Martínez,2 se preparan para iniciar una charla con motivo de la
publicación del Cancionero Popular Mexicano en 1987.
El maestro Mario Kuri-Aldana realiza una espléndida presentación de la
importancia de contar con dicho Cancionero y hace una descripción de las más
de mil canciones que lo conforman, mismas que abarcan prácticamente todas
las regiones de México, tanto de música popular urbana, como tradicional.
Kuri-Aldana lo describió así:
El compositor
Página blanca surgió de la manera más sencilla; había entrado a estudiar música
a la ENM y un amigo de la escuela estaba enamorado de una condiscípula y me
dijo: “ayúdame a escribir una canción”. Él me dio la letra y yo le puse música, y
se la llevaron de gallo a la novia. Por ese tiempo estuve dos años en Argentina.
Cuando regresé a México, en el taxi la estaba interpretando un trío musical
llamado Los Fantasmas. Yo comenté: “ah, chirrión, pues creo que yo la com-
puse”. Fui a la casa de música donde estaba grabada y me enteré de que estaban
buscando al autor porque había salido sin créditos. Los Fantasmas hicieron el
arreglo, yo la hice como un bolero.19
En suma, la dinámica del Fonadan consistía en viajar hacia los lugares donde se
interpretaban danzas tradicionales para filmarlas y grabarlas en audio, creando
un acervo importante (coreografías, vestuario, fotografías, videos, diapositivas,
grabaciones, partituras, etcétera) que incluía la música, los pasos empleados, así
como entrevistas a los maestros que las montaban, y en ocasiones incluso se
invitaba a los ejecutantes a interpretarlas en la ciudad de México, generalmente
Grabar a esos músicos fue como darle alma a toda esa música, o sea, decir algo,
ya no había que inventar nada sino [solamente] oír a los tarascos, a los nahuas,
a los tarahumaras; registrar su música en notas, publicarlo y repartirlo entre los
músicos mexicanos, es decir, ése fue el primer paso de un nacionalismo en la
música […] Cuando me titulé, el maestro Tercero, encargado de mi preparación
para recibirme, me dijo: “Vas a hacer una pieza para piano y orquesta, o para
violín y piano”, entonces trabajé en la Sonatina Mexicana, y para componerla
usé algunas de las músicas recopiladas en las salidas de campo en el Fonadan.28
del compositor, Lia Kuri Hernández, pidió a las autoridades del INBA que
el acervo personal del maestro fuera resguardado en dicha institución. 30
Por tal motivo, parte del mismo se encuentra actualmente en proceso de
conservación, organización y clasificación, gracias al trabajo de un equipo
interdisciplinario de investigadores del INBA (expertos en danza, música y
bibliotecología), con miras a que pueda ser consultado posteriormente. En
síntesis, el trabajo de Mario Kuri-Aldana se puede entender a partir de una
premisa fundamental: supo crear conexiones y redes entre dos disciplinas ar-
tísticas, la música y la danza, combinando dos puntos de vista: lo académico
y lo popular-tradicional, rompiendo con su aparente dicotomía. O como lo
denominara simplemente su amigo, el compositor Arturo Márquez, en sus
exequias: Mario Kuri-Aldana es un “hombre de dos mundos”.
– Robles Cahero, José Antonio, “Prólogo actual para una tesis de un com-
positor mejicano de ayer” [sic], en Concepto mexicano de nacionalismo,
partiendo de las características indígenas sobrevivientes. México, DGCP/
Conaculta, 2001.
Documentos en línea
Entrevistas y homenajes
mundo, así transitó por la vida”. Mientras escribo estas letras tengo muy
presente la sonoridad de su nombre mítico: Tonatiuh, el Quinto Sol, el astro
de la Nueva Era náhuatl.
Un enamorado de la vida
era oaxaqueño pero palpitaba como tal. Su madre había nacido en Oaxaca.
Quizá de ahí provino esa fuerza telúrica que lo acompañó siempre.
El arte popular
Uno de ellos, Imagen de México, editado por Salvat en 1976, ganó la Me-
dalla de Oro en el Concurso Internacional El Libro Más Bello, en Leipzig,
Alemania.
Lo que más admiró Tihui de su padre fue la total ausencia de miedo o
aprehensión ante el peligro. Viajaban por cielo, mar y tierra para llegar a
pueblos perdidos de la sierra tarahumara o la sierra huichola. “Íbamos a
lugares donde no había hoteles, y dormíamos en la camioneta y dónde nos
cayera la noche.” Ni siquiera en las situaciones más difíciles mostró motivo
de alarma, “varias de ellas de vida o muerte”.
Electra reúne los hechos. Durante las festividades de la Semana Santa en
San Juan Chamula, Chiapas, la gran explanada frente a la iglesia y el cerro
con su arroyuelo estaban repletos de gente. Las familias tenían varios días
ingiriendo alcohol:
Estábamos en una playa cuando nos rodearon con antorchas. Se les veía enar-
decidos. Iban a lincharnos si no nos íbamos de ahí. Y recuerdo que mi papá nos
calmó: “Todo está bien. Duérmanse tranquilos”. ¡Lo decía con tal certidumbre
y poder que sentíamos que realmente todo estaba bien! Finalmente las mujeres
del pueblo nos defendieron. Se enfrentaron a sus maridos y los convencieron
de que querían seguir vendiendo sus tejidos y bien pagados.
Tihui reconoce que, pese a esta pasión sostenida por la danza, “realmente la
incursión de mi padre en los libros de ballet fue mínima”. Dejó dos ejemplos:
La Era Romántica y Alicia Alonso (imagen de una plenitud), además de un
legado importantísimo de tres décadas –mínimo– de archivos de la Com-
pañía Nacional de Danza. Cuando Tihui se retiró como bailarina, en el año
2000, Tonatiuh falleció, literalmente cerrando un ciclo perfecto, orquestado
–pareciera– por los hilos invisibles de la cosmogonía náhuatl.
Mi papá encarnó el sueño arquetípico de toda niña: es el más fuerte, el más alto,
el más seguro y positivo. Lo más valioso que me dejó fue la certeza de que si
uno quiere hacer algo lo puedes hacer. Así se desplegaba él en la vida. Nunca
había obstáculo que le impidiera hacer lo que deseaba. Incluso disfrutaba de las
dificultades porque le permitían saborear mejor el triunfo. Sin prédicas de por
medio, simplemente viéndolo actuar, supe que lo único en la vida era soñar y
actuar. Nunca jamás le escuché decir que algo era un impedimento.
Tihui fijó su destino en la danza cuando por vez primera pisó el mármol
del Palacio de Bellas Artes para ver a la Compañía Nacional de Ballet de
Riga, Letonia. “Cuando vi ese espectáculo extraordinario en un recinto tan
mágico les pregunté a mis padres si se podía uno de adulto dedicar al ballet.
Me dijeron que sí. En ese momento supe que había encontrado mi destino.”
Tihui reconoce que su padre
…se volcó a estimular la vocación en cada uno de sus hijos. Si le dabas un po-
quito de cuerda, era imparable… Era tal la avalancha de entusiasmos familiares
que nos contagiábamos recíprocamente. Cuando vimos a la compañía de Letonia
fuimos a Guadalajara, a Monterrey. Me siguió llevando a todas las funciones.
Yo estaba poseída y los contagiaba. Simplemente me preguntaba: “¿Te gusta?
Pues vamos”…
Siento que el primer golpe de suerte en mi vida fue nacerles a Tonatiuh y
Electra. A partir de ahí sólo tuve buena estrella y una gran fortuna. Mis padres
eran fascinantes, personas completas e independientes que yo admiraba y res-
petaba. Y luego yo construí mi vida, y ellos me admiraban y respetaban como
individuo. Compartimos todo: sus logros, mis logros y los de mis hermanos.
Nos llevábamos recio. Como él tenía una personalidad avasalladora, yo sentí
la necesidad de autodeterminarme. No era ni dócil ni buena hija en ese aspec-
to. Era bastante rebelde y contestataria de adolescente. Pero siempre aceptó
y admiró que yo tuviera una personalidad fuerte. Era muy celoso y posesivo
conmigo. Yo era irreverentemente independiente. […] ya había vivido sola en
Cuba y para mí era imposible conciliar que me vigilaran las horas de llegada a
mi casa. Yo pensaba: “Mientras baile y cumpla, necesito mi independencia”. De
adulta le decía que yo había sido una hija horrible, desobediente. Pero creo que
no le hubiera gustado de otra manera.
Tihui era una niña protegida de doce años cuando obtuvo la beca para es-
tudiar en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán. Significaba vivir sola
y dentro de un régimen disciplinario en un contexto socialista. Nada fácil.
“A los tres días experimenté la maravilla de apelar a mi propia capacidad y
salir adelante ante cualquier situación.”
Todas sus antenas se encendieron. Todas sus fuerzas e instintos desper-
taron, y lo que aprendió de sus padres afloró espontáneamente:
Tihui les narraba a sus padres sus experiencias a través de sus extensísimas
cartas. La naturaleza, la exuberancia, el trópico… Les describía el orden
matutino, las jerarquías, el carácter militar de la educación. Muchos clau-
dicaban. “Pero me aguanté y llegué hasta el final. Eso lo admiraron mucho
mis padres.”
La Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, con su proyecto arquitec-
tónico extraordinario, era el antiguo Country Club en las afueras de La
Habana. Tihui vivió ahí la transición de una niña citadina en medio de la
selva, al mismo tiempo que conocía el nuevo sistema político y se adaptaba
a él. “Estaba fascinada. Todo era distinto; muy radical. Y esto o te curte el
carácter o te mueres. Y a mis padres les encantaba que yo estuviera viviendo
esa experiencia porque creían en ello. Eran muy simpatizantes de la Revo-
lución Cubana, a diferencia de otros padres.”
Este capítulo en la vida de la familia Gutiérrez llegó sin previo aviso.
Tihui nunca pidió permiso para audicionar por la beca:
Ana Castillo, entusiasta fervorosa, nos llevó a sus alumnas a audicionar. Al poco
tiempo hablaron a mi casa de parte de la embajada cubana para decir que había
ganado una beca. […] pero mis papás no sabían nada. Y me iba en dos meses.
No todas las becarias recibieron el mismo trato de sus padres. Más bien, “a
ninguna de mis otras compañeras le dieron permiso. Ahí me di cuenta de
que estaban depositando en mí una confianza total y no podía fallarles. No
podía claudicar ni portarme mal”.
Para Tihui, sus padres, sin haber leído libros de pedagogía, tenían “una
forma tan especial de ir por la vida” que era la mejor enseñanza. Los define
como una fuerza de la naturaleza con un impulso e intuición infalibles.
Tihui vivió la época esplendorosa de los años setenta en Cuba. No sólo
el Ballet Nacional sino también la Revolución Cubana causaban furor. El
desencanto posterior aún estaba lejos. Había una enorme esperanza en ese
experimento político-social; una fe ciega, pese a que ya se sentían los efectos
del bloqueo. A principios de la Revolución todavía había provisiones que
tardaron años en acabarse:
Pero en esos años se me hizo patente que ya no iba a entrar ni una tuerca, ni un
foco. […] la escasez era absoluta. No había nada. Hubo semanas en las que lo
único que llegó a la escuela fue arroz. Los alumnos comíamos sopa de arroz,
arroz con leche y luego más arroz. […] Luego no había agua. Pero el ánimo per-
manecía siempre en alto. […] todos creían en la Revolución y nadie cuestionaba
nada. Para mí fue una universidad de la vida. […] ahí me gradué con unas bases
maravillosas, pero atesoro muchísimo más mi formación como persona. Ahí vi
también muchas discrepancias y contradicciones que yo solita me cuestionaba.
Me formé un criterio propio por cómo se llevaban ciertas cosas. Todo esto su-
cedía mientras trataba de sobrevivir la experiencia.
Ahí estudié y me forme. Para mí fue un privilegio haber sido testigo de un
momento histórico tan importante en América Latina y en el mundo. Además,
haberlo vivido desde adentro sin otros extranjeros fue un parteaguas en mi vida.
Cierre de un ciclo