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EL PARAISO
Algunas personas creen que cuando morimos vamos a un
lugar mucho mejor que la tierra. Un paraíso en el que no tenemos que trabajar ni estudiar y donde todo es dicha. La madre de Paula creía en eso; por eso cuando Pulpit, su conejo, se marchó para siempre le dijo que no se preocupara que iba a estar en un sitio maravilloso esperándola todos los muchos años que faltaban. “es un lugar donde no pasa el tiempo, hija, estará bien”.
Paula intento entender a que se refería su madre; nunca
había visto un cuerpo inerte. No sabía que la vida, esto que tenía y que era lo único que conocía, un día podía terminarse. Pero de apoco lo fue asumiendo y entonces tuvo una idea que para ella era brillante, la única forma de acelerar el tiempo, se decía.
Dos semanas más tarde, su madre llegó del trabajo y se
encontró a Paula parada al borde de la cornisa, a unos cinco pisos de altura. Ti tuteaba y tenía la mirada perdida y la cara pálida. Extrañaba mucho a Pulpit y así podría estar junto a él, repetía con insistencia. Con suma delicadeza la madre consiguió convencerla para que bajase. Sin embargo, veinte años más tarde Paula lo conseguiría, esta vez con una bañera llena de agua y unas cuantas pastillas para dormir. Cuando la madre hablo con el psiquiatra que la estaba atendiendo él le dijo. “Este es el peligro que los padres no comprenderán jamás. Los niños confían a raja tabla en sus palabras y hablarles de un mundo imaginario después de la vida es crearles una falsa esperanza que jamás se les quitará de la cabeza”.