La Lengua Como Factor de Identidad

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La lengua como factor de identidad

“Durante el primer año de nuestra vida, empezamos a conformar nuestra


identidad como integrantes de una familia inserta en una comunidad de cultura y
lenguaje. Desde ese momento estamos aprendiendo a ser nosotros mismos. Esta
tarea continúa durante toda la vida. Aunque seamos muy chicos, percibimos
mensajes de la sociedad que valora o desvalora cómo somos. Nuestra familia y la
comunidad pueden reforzar o debilitar esta idea. Las dinámicas de poder también
tienen sus influencias sobre nosotros.”

Si hablamos de identidad pensamos en quiénes somos, cómo nos ven los


demás y cómo nos vemos a nosotros mismos. La identidad nos define tanto como
individuos cuanto como grupo al que pertenecemos.

La identidad de un individuo humano incluye género, raza, grupo étnico,


clase, cultura, lengua, edad, sexo, entre otras referencias. Todas se combinan
para definir un ser único. Pero, asimismo, compartimos algunas como miembros
de una comunidad.

El lenguaje es factor de identidad, que nos une al pasado y proyecta al


futuro. Además, es un vínculo de símbolos que aglutina a la comunidad que
comparte el mismo código. No sólo es un método de comunicación, lo trasciende
porque es una institución social, lazo incuestionable que nos une al pasado, que lo
mantiene gravitando sobre nuestra actualidad, que aglutina y es un motor de
identificación.

Desde un punto de vista científico, a partir de Ferdinand de Saussure se


entiende por lengua el sistema de signos orales y escritos del que disponen los
miembros de una comunidad para realizar los actos lingüísticos cuando hablan y
escriben. La lengua es un inventario que los hablantes no pueden modificar, sólo
emplearlo a través del habla, es decir, el conjunto de emisiones que los hablantes
producen gracias al inventario del que disponen. Este concepto fue ligeramente
modificado por Noam Chomsky, que entiende la lengua como el sistema
interiorizado que poseen los hablantes, capaz de generar sus realizaciones
lingüísticas. El hablante las evalúa gracias a la competencia, o sea, el dominio
inconsciente que tiene de su lengua.

De ninguna manera podemos considerar al lenguaje como algo acabado,


inmodificable, terminado, invariable. Debemos sentirnos promotores y formadores
del lenguaje, en cuanto somos integrantes de la comunidad hablante. Decía
Borges: “El lenguaje no lo hace la Academia, ni el Poder, ni la Iglesia, ni los
escritores. El lenguaje lo hacen los cazadores, los pescadores, los obrajeros, los
campesinos, los caballeros y los tipos sinceros. Hay que acudir a las bases, donde
se forma la lengua”. Hablar claro y en buen idioma nos da la identidad.

Surge ahora la pregunta central de nuestro trabajo:

¿Qué hemos perdido y qué hemos ganado en cuanto a nuestra identidad a


través del lenguaje en esta era postmoderna?

La postmodernidad se abre a la multiplicación de las identidades, el


individuo se articula día a día en respuesta a una diversidad de identidades que lo
interpelan: 1) identidades de género y sexo. (De hecho, como se puede observar
en la moda juvenil, nos dirigimos hacia una sociedad andrógina donde los
hombres imitan cada vez más a las mujeres y las mujeres imitan a los hombres.)

2) identidades étnicas y raciales (las que si bien en algunos puntos geográficos se


diferencian claramente, en otros tienden a diluirse por las innumerables
migraciones y mestizajes.

3) identidades generacionales y de roles familiares

4) identidades adscritas a estilos de vida y actividades de ocio y creatividad.

5) identidades relacionadas con preferencias profesionales

6) identidades espirituales o religiosas


7) identidades nacionales

8) Identidades lingüísticas.

Tal como decíamos, todas tienden a diluir sus fronteras. En el caso de la


lengua la globalización acentuada por la red de Internet, hace que el bilingüismo
distinga gran parte de los países desarrollados. En este sentido hemos ganado en
cuanto a la incorporación de términos, conceptos, usos adquiridos. Hemos perdido
en cuanto a la desvalorización de la propia lengua frente al inglés y la
preeminencia de esa lengua en gran parte de sitios y páginas más visitadas de la
red.

Nos hemos distanciado de nuestras raíces. Vemos cómo cada día se


agrandan las distancias generacionales. Los abuelos no se ocupan como antes de
culturizar a sus nietos a través de relatos familiares, folclóricos, tradicionales. Son
escasos los hogares en los que se transmiten las costumbres, afectados también
por los nuevos modelos de familias en los que las relaciones adquieren
complicadas estructuras por la formación de sucesivas parejas por parte de los
progenitores y la pérdida de los valores tradicionales. Asistimos a una aculturación
forzada por los medios de comunicación, en la que nuestros hijos aprenden
términos de uso común en otras latitudes ignorando las equivalencias idiomáticas
de nuestro país.La pauperización de las ideas. El lenguaje se construye y articula
a partir del pensamiento. Cuanto más pobre sea el desarrollo del pensamiento,
tanto más pequeño será el caudal de ideas y vocablos que expresen esas ideas.
Vemos cómo el abuso de determinados medios de comunicación (léase televisión)
por parte de las jóvenes generaciones, la falta de lectura que amplíe su acervo
cultural, estimule su razonamiento y su imaginación, acentuado por el uso cada
vez más limitado de vocablos (los expertos estiman que los jóvenes no utilizan en
su diálogo cotidiano más de doscientos términos) despiertan la alarma de todos
los que nos preocupamos por el futuro del lenguaje.

La globalización económica y política compromete la identidad lingüística en


tanto y en cuanto compromete la utilización de terminología foránea que termina
imponiéndose por el uso intensivo en los medios de comunicación y en general en
las comunidades afectadas. La adopción de un nuevo lenguaje afecta la
concepción del mundo, porque instaura el pensamiento que sustenta esa
terminología.

El lenguaje del chat y los mensajes de texto. Ya son sólo un recuerdo las
largas cartas que escribían nuestros abuelos para comunicarse con la familia y los
amigos distantes. Hoy todo exige velocidad. A la facilidad con que nuestros
jóvenes entablan relaciones con sus similares de todo el mundo, se opone la poda
y deformación del lenguaje que se asemeja a una jerga jeroglífica. En lo
inmediato, lo más perjudicial para los propios jóvenes es que trasladan esta forma
de comunicarse a todos los ámbitos, inclusive en la escuela, provocando conflictos
con los docentes y deteriorando su comunicación con el resto de la comunidad,
que no comprende esos códigos.

El lenguaje en tanto instrumento, tiende a ser correlato de la existencia. Por


este motivo es lógico que caigan en desuso palabras, frases, modismos, que
pierden actualidad (ya nadie habla de linotipo cuando toda la composición gráfica
se realiza por computadora, por ejemplo). Del mismo modo, es lógico que
gradualmente se incorporen tecnicismos y vocablos apropiados. No se justifican
cuando existe el correlato en el lenguaje propio. Aunque a veces, es muy difícil su
uso. Volviendo al ejemplo de internet, es más raro escuchar correo electrónico que
mail.

Tal vez los puristas nos puedan susurrar que “cualquier tiempo pasado fue
mejor”. Mas no podemos detenernos en esta consideración nostálgica pero
incompleta. Cualquier tiempo pasado fue muy bueno, excelente, irrepetible,…. En
el pasado hubo hombres que, en cada siglo, posibilitaron respuestas a su mundo.
“Encontrar buques naufragados desde los que extraer tesoros que nos hagan
emerger y sumergirnos una y otra vez.” Si nos quedamos en esas experiencias,
corremos el riesgo de quedar incomunicados por falta de elementos que permitan
el intercambio con nuestros contemporáneos.
Hoy es muy difícil establecer fronteras lingüísticas. Ya es complicado
establecer los límites territoriales, que en algunos casos son más virtuales que
geográficos, por lo tanto se vuelve una utopía intentar definir una línea taxativa
entre lenguajes que se encuentran en continuo intercambio, enriquecimiento
mutuo, interacción. Muchos caracterizan esta época como de bilingüismo. Algo
que, si se quiere, no es nuevo, ya que si nos fijamos, por ejemplo, en la historia de
Europa y sus múltiples alternativas históricas y geográficas caracterizadas por
invasiones, dominaciones, conquistas y derrotas, debemos resumir que el
bilingüismo y el sincretismo, no son solamente fenómenos característicos de
nuestra época, sino que tienen antecedentes remotos.

La lengua de Cervantes, oficial en más de 20 países, es el idioma materno


de unos 400 millones de personas, y otros 100 millones lo hablan como segunda
lengua, de acuerdo a una investigación realizada por la Universidad de México. A
los fines de la comunicación internacional, el español es el segundo idioma del
mundo después del inglés. Pero en cantidad de hablantes se ubica cuarto
después del mandarín (que hablan 1.000 millones de personas en China), el inglés
(500 millones), y el hindi (480 millones de hindúes). Hoy, muchos eligen al idioma
español como segundo idioma, e inclusive está de moda aprenderlo en la
Argentina por las ventajas económicas (favorecidos por el cambio) y la calidad de
enseñanza es similar a la brindada en España. Mantener y aumentar el número de
hablantes, sin embargo, no es suficiente para asegurar la conservación de la
identidad cultural de la cual la lengua es portadora.

La publicidad, es un modelo de pensamiento que se transmite junto con la


lengua dominante. Un modelo de valores que no necesariamente corresponde con
nuestras formas de percibir el mundo, el ser humano, la vida. Pero que se va
instalando paulatina e inconscientemente en nuestras mentes y en nuestros
corazones. Al fin y al cabo, ése es el objetivo principal de toda propaganda,
persuadirnos de que el modelo ofrecido es el mejor. El lenguaje de la publicidad es
importado: se escribe en español (o en cualquier otro idioma), pero el mensaje es
una copia del modelo original tanto en su sentido, como en sus valores y en su
concepción del mundo. Como lo expresa Joan Costa Solá-Segalés, en una
ponencia presentada ante el último Congreso de la Lengua en Valladolid: “La
lengua española sirve, pues, de vehículo a esta colonización cultural y económica
en la misma medida que depende de ella, la imita y la difunde. Una cerveza, un
electrodoméstico, un refresco o un yogur españoles, usan el lenguaje hablado, el
de las imágenes y el sonido, que imita – si no reproduce literalmente – la música y
las canciones norteamericanas”.

Preservar nuestra lengua es preservar la libertad de pensamiento, una


particular manera de ver la vida, una identidad cultural que trasciende lo lingüístico
y abarca los más variados aspectos. No debemos caer en el purismo a ultranza,
que nos aísle perjudicando el intercambio en diversos órdenes de la vida, pero
tampoco en la molicie, que termine por borrar las huellas del español, el lenguaje
que heredamos de la madre patria que nos une e identifica con los pueblos
hermanos, en valores compartidos, en comunidad de origen, de vida, de desarrollo
y de objetivos.

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