El Capital. Ensayos Críticos

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EL CAPITAL

EL CAPITAL

Ensayos críticos

Carlos Oliva Mendoza


Andrea Torres Gaxiola
(Compiladores)

Facultad de Filosofía y Letras


Universidad Nacional Autónoma de México

Editorial Itaca
Este libro es resultado del proyecto de investigación “Teoría crítica en Méxi-
co. (Los casos de Mariflor Aguilar, Bolívar Echeverría y Adolfo Sánchez Váz-
quez)” del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tec-
nológica (papiit-403917) y el proyecto “Cine mexicano y filosofía” del Progra-
ma de Apoyo a Proyectos para la Innovación y Mejoramiento de la Enseñanza
(papime-400616), apoyados por la Dirección General de Asuntos del Personal
Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (dgapa-unam).

El capital. Ensayos críticos,


Carlos Oliva Mendoza y Andrea Torres Gaxiola
(compiladores)

Diseño de portada: Efraín Herrera

Primera edición, 2019

D.R. © 2019 Universidad Nacional Autónoma de México


Avenida Universidad 3000,
Universidad Nacional Autónoma de México
C.U., Coyoacán, C. P. 04510,
Ciudad de México.
isbn: 978-607-30-1883-8

D.R. © 2019 David Moreno Soto


Editorial Itaca
Piraña 16, Colonia del Mar
C.P. 13270, Ciudad de México
tel. 5840 5452
[email protected]
editorialitaca.com.mx
isbn: 978-607-8651-15-3

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin


autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico


ÍNDICE

Presentación
Carlos Oliva Mendoza 9

La forma espectral del capital


Carlos Oliva Mendoza 13

La dinámica fetichista de la técnica


en el capitalismo
Andrea Torres Gaxiola 23

El tomo i de El capital: apuntes


para entender el territorio más allá del despojo
Efraín León Hernández 35

Implicaciones del concepto


de transindividualidad. Respuesta a Carlos Oliva
Mariflor Aguilar Rivero 51

Hacer camino al andar: lógicas en El capital.


Una lectura con y más allá de Althusser
Jaime Ortega Reyna 63

El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista


Gustavo García Conde 81

El concepto de propiedad. A 150 años de la edición


del primer tomo de El capital
Elisabetta Di Castro 105

La enajenación en El capital,
el caso del proceso de valorización
Sergio Lomelí Gamboa 117
Vuelta a las formas fundamentales
de la manufactura en los tiempos
de la flexibilidad en la producción
Norma Hortensia Hernández García 133

De las lecturas de El capital


Griselda Gutiérrez Castañeda 153
PRESENTACIÓN

El capital, obra publicada por Karl Marx en 1867, es uno de los


libros fundamentales de toda la cultura humana. Su influen-
cia en el siglo xx no tiene parangón y su vigencia es increíble.
Dicho en términos fantásticos, se trata de un animal vivo. Su
lectura nos muestra a un objeto siempre cambiante y, como se
ha señalado, la interpretación profunda de ese libro demanda
la permanente construcción y reconstrucción de la obra. Es un
fenómeno especial, se sitúa en el centro del proyecto moderno
del romanticismo europeo, pero a la vez lo desborda. Como la
Fenomenología del espíritu o como la Crítica de la razón pura,
es un libro autorreferente, cerrado, pero implosivo en una me-
dida que no alcanza ni el texto de Friedrich Hegel ni el de Im-
manuel Kant. Su secreto está en partir de las formas sociales
del mercado y no de la especulación filosófica, y sin embargo
demostrar que el despliegue filosófico de sentido ya está conte-
nido en la socialidad mercantil, en nuestro trato y uso cotidia-
no —cuantitativo y cualitativo, apreciativo y despreciativo—
de las mercancías. En el trato con la mercancía, ese objeto
que no importa si se forma en nuestro estómago o en nuestras
fantasías, se nos va la vida, se forma la cultura moderna y se
niega cualquier especulación sustancial. No hay, como se de-
duce del primer capítulo de El capital, juego de subjetividades
ni razón histórica como lo postularon la Ilustración y el idea-
lismo. En el capitalismo sólo existe el rendimiento límite de
las mercancías: espectros con los que tratamos todos los días,
al cristalizar nuestras vidas en medidas espaciales de tiempo,
el calendario, el reloj, la jornada, el mapa o la brújula.
Por esto el libro de Marx es inestable, proyectivo, siempre
reinterpretable: narra el curso mercantil y capitalista de la
vida. Quienes lo leemos somos una variante no estable, prog-
nóstica y renovada de la vida en el capitalismo. Somos ese
animal vivo, mezcla de naturaleza y dinero.

9
10 Carlos Oliva

Sumado a lo anterior, El capital es el texto donde Marx lle-


va al límite el discurso crítico; el discurso que, como él indicó,
siempre debe partir de la crítica a la religión. Pero no como
una crítica destructiva y deconstructiva, sino esencialmente
como una crítica que se reapropia de las nociones, categorías
y conceptos de la religión. Que ataja y reúsa los conceptos
centrales de la modernidad. Ellos deben dar su rendimien-
to pleno al ser remontados en una discursividad crítica. La
teoría crítica no puede ir contra las nociones religiosas ni las
puede obviar o invisibilizar, las debe montar y encuadrar en
el sentido del curso del capitalismo. Sólo así puede mostrar
los límites de la potente religión de los modernos, el escenario
del capital y el despliegue del capitalismo. En este sentido,
los conceptos de la crítica al capitalismo no provienen de la
filosofía ni del arte, sino de ese punto intermedio entre ambas
esferas de sentido, la religión. Ahí radica la gran dificultad
del texto y su carácter abierto e inconcluso: se narra la vida
cotidiana en el mercado y se toma el sentido conceptual del
universo religioso y, sólo en segundo lugar, del universo fic-
cional. Este procedimiento es frecuente en el barroco y en la
literatura medieval pero tiene a su predecesor y gran artífice
en Platón. Dentro de esas tradiciones, El capital es el libro
definitivo para entender que la teoría crítica es un montaje y
un encuadre de los espacios modernos.
El discurso crítico, comprendido de esta forma, es una des-
cripción potente, atractiva y ejemplar de la vida dañada en
el capitalismo y sus permanentes reconstituciones religiosas,
económicas y estéticas. Siempre es sorprendente, en la lectura
de El capital, la ausencia de eso que los modernos entendieron
por filosofía política.
Una última observación respecto a este libro me parece
pertinente y, a la vez, provocadora. Es un juguete barroco. La
creación y recreación de espacialidad en el texto, su trabajo de
superficie sobre la realidad, su incansable donación, la forma,
sus intricados niveles epistémicos, sus índices y enumeracio-
nes abiertas y no desarrolladas, su presunción básica de que
la mercancía es una mónada —que nunca puede ser transpa-
rentada en el intercambio de capitales—, su infinita escritura,
Presentación 11

reescritura, prologación e introducción, su uso del cálculo di-


ferencial, frente a la medición matemática o geométrica de la
vida en el capital, su despliegue bifásico de categorías en per-
manente conflicto, todo esto hace del texto un ejemplar neta-
mente moderno que se espejea con toda la cultura del siglo xvi
y xvii. Quizá de ahí su atractivo para los lectores americanos.
Miles de cosas más se pueden decir de este texto, libro, tra-
bajo y ensayo del propio capital. Miles más de Karl Marx. Al-
gunas pocas se han escrito para este libro que recopila, con un
espíritu y espectro crítico, nuevas y antiguas lecturas, inter-
pretaciones, divergencias y usos del libro eje del contradiscur-
so que siempre intenta minar y aniquilar a esa forma menor
de la vida, el capitalismo.

Carlos Oliva Mendoza


LA FORMA ESPECTRAL DEL CAPITAL

Carlos Oliva Mendoza*

De te fabula narratur!
(¡A ti se refiere la historia!)

La mercancía
El capital, quizá la obra más influyente en las ciencias socia-
les durante el siglo xx, cumple 150 años de haber sido impre-
sa en la ya lejana primera edición en alemán que Karl Marx
vio publicada en el año 1867. Este libro, referido por el filóso-
fo Bolívar Echeverría como la obra central dentro del Index
librorum prohibitorum del capitalismo, inicia con la siguien-
te frase: “La riqueza de las sociedades en las que domina el
modo de producción capitalista se presenta como un ‘inmen-
so almacenamiento de mercancías’, y cada mercancía como
la forma elemental de esa riqueza”.1 Por esta razón la inves-
tigación del capital se inicia con el análisis de la mercancía,
específicamente, con el análisis de la forma mercantil.
Una de las primeras preguntas que podemos hacer frente
al punto de partida que elije Marx es la siguiente: ¿por qué
no estudiar el mercado, concretamente, el sistema o dispo-
sitivo de relaciones que está acaso sustentando ese cúmulo
o almacenamiento de mercancías? Otra pregunta pertinente
sería: ¿qué hay detrás de una mercancía —más allá de esa
forma mercantil que atraviesa cada segundo de nuestras vi-
das en las sociedades capitalistas—, qué se oculta, qué se
reprime o qué estructura la propia forma de las mercancías?

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Karl Marx, “La mercancía”, Bolívar Echeverría (trad.), en Anales. Revis-
ta de la Universidad Central del Ecuador, núm. 354, febrero de 1976.

13
14 Carlos Oliva

Creo que descartar ambas preguntas puede darnos una in-


dicación muy precisa de por qué la investigación debe iniciar
con el fenómeno mercantil, con el hecho fáctico de la mercan-
cía y no con los sistemas que sustentan el mercado o que hipo-
téticamente subyacen al mismo.
Marx, dicho sea colateralmente, es un autor que no ofrece
definiciones unívocas o conceptos fijos; por el contrario, pro-
cede por un complejo método de análisis, analogías, síntesis
y ejemplos que pretenden mostrar determinados aspectos y
movimientos internos de las cosas. Por eso aporta muchas de-
finiciones tanto de lo que es una mercancía como del propio
capital. Marx sabe muy bien que una definición y un concepto
son una mercancía también y acontecen dentro del flujo del
capital y el capitalismo.
Recordemos la primera definición de la mercancía:
Es, ante todo, un objeto externo, una cosa que por sus cualidades
satisface algún tipo de necesidades humanas. La naturaleza de
estas necesidades, el que se originen, por ejemplo, en el estómago
o en la fantasía, en nada modifica el problema. Tampoco se trata
aquí de cómo esa cosa satisface la necesidad humana, si directa-
mente, como medio de subsistencia, es decir como objeto de dis-
frute, o indirectamente, como medio de producción.2

La mercancía aparece de esta forma como una cosa, pro-


ducida y consumida, que está relacionada con las necesidades
humanas. Esto es importante porque dentro de los sistemas
animales y vegetales sólo de forma ficcional —con singular
recurrencia en la música y en el cine infantil— recreamos la
existencia de mercancías y del sistema mercantil capitalista;
por sí mismos, estos sistemas vitales no producen o consumen
mercancías. Su relación con la naturaleza, si bien es producti-
va y consuntiva, no es mercantil. Existen otras formas en que
la existencia se despliega, la forma mercantil, en cambio, es
propia de lo humano.

2
Ibid., p. 7.
La forma espectral del capital 15

Más importante aún, para las preguntas que quiero des-


cartar, es que desde esta primera definición de mercancía ve-
mos dos aspectos:
1) la mercancía —el libro, el viaje, el auto o el arma, por
citar algunos ejemplos mercantiles— aparece siempre
como algo externo (por consumir o conquistar, podría-
mos decir); y
2) la mercancía se autonomiza, como dice Marx, de las
necesidades.
No importa si su origen es fantasioso u orgánico —la puedo
producir en mi mente o en mis sueños, la puede demandar mi
estómago o mi pie—. Más todavía, es tal su autarquía, su poder
de gobernarse y desplazarse de un punto a otro, que no importa
en principio si las mercancías están ligadas al hecho directo
de responder a necesidades consuntivas —por ejemplo detener
una hambruna o una epidemia— o de estar intrincadas en el
proceso de producción —por ejemplo crear una obra de arte o
un refugio para salvarse de una amenaza nuclear—. Son desde
siempre en potencia, como lo dibuja Marx en la primera página
de El capital, eso que Mariflor Aguilar llama mercancía nóma-
da. Dispositivos que potencialmente pueden aparecer en cual-
quier parte del mundo sin estar referidos a una comunidad
primaria. Éste es el caso singular y ejemplar de los libros, los
autos, las redes sociales o los dispositivos “celulares” de co-
municación (tele-fónicos, tele-visuales y ahora hasta tele-tác-
tiles; decimos o escribimos “te abrazo” o “te beso”, en lugar de
abrazar o besar).
Quiero enfatizar pues que la mercancía es un fenómeno y
una forma tan poderosa que en su misma constitución ya ha
cancelado la posibilidad de que se explique, y se manifieste, a
través de las leyes del mercado, y a la vez, es un hecho que,
en su aparición permanente y cotidiana confirma que tras
ella todo puede ser borrado. En caso de que presupusiéramos
que tras la mercancía existe algo más allá del propio inter-
cambio mercantil, el mismo hecho del intercambio constata
su destrucción cotidiana mediante el proceso de apreciación
y depreciación de la propia mercancía. Nosotros y nosotras
16 Carlos Oliva

generamos ese proceso al consumir y producir: sacrificamos a


la mercancía para que surja otra en su lugar y el sistema del
capital pueda acumular reservas para producir nuevas mer-
cancías que tienen como finalidad el consumo.
En esta folía y avance sin sentido del capital tiene un lugar
central el hecho de que todo deba ser transformado en mer-
cancía y que el proceso de consumo sea cada vez más rápido,
violento y destructivo; guarda, a la vez, un punto irreductible
el hecho de que nosotros y nosotras generemos nuestra iden-
tidad como fuerza de trabajo, como capacidad de ejercer una
labor productiva y consuntiva en el capitalismo. Si bien lo hu-
mano es una mercancía crucial, no por esto es diferente a toda
mercancía, su identidad está ligada a la creciente autonomía
del mundo natural y del mismo mundo humano; en última
instancia, a su capacidad de permanecer, de forma particular,
dentro del cúmulo de las mercancías.
Pongamos un ejemplo más: este problema no acontece en
una sociedad o comunidad que no se rige por el intercambio de
mercancías o donde no aparece la riqueza como un cúmulo
de mercancías. Sin embargo, si esa sociedad empieza a generar
formas mercantiles simples de trueque (mercancía-mercancía)
y necesariamente busca un equivalente para facilitar ese true-
que, ya sea una medida de gramaje, un equivalente de peso o
un símbolo dinerario (mercancía-dinero-mercancía), entonces
la mercancía tenderá a su autonomía, hasta alcanzar la fa-
mosa fórmula: dinero-mercancía-dinero’. Fórmula y enunciado
en el que Marx concentra el hecho de que la mercancía, en las
sociedades capitalistas, ya ha alcanzado una plena autonomía
frente a las formas sociales y comunitarias, incluso podemos
decir: frente a las formas del mercado y todos aquellos presu-
puestos esencialistas que reconocen que tras una mercancía
hay algo más.

El espectro mercantil
Es del todo pertinente hacer el estudio del capital desde su
forma elemental, ese objeto de sentido cerrado en sí mismo,
monológico, la mercancía; incluso, el avance y la proyección
La forma espectral del capital 17

o prognosis de investigación que logran Marx y el marxismo


para seguir comprendiendo el capitalismo y sus nuevas for-
mas de desarrollo se debe, en gran medida, a esa idea de Marx
de no apartarse de esa forma concreta que media de manera
determinante nuestras relaciones sociales en el capitalismo:
la forma mercantil.
Ahora bien, el Marx de El capital, al partir de un análisis
tan preciso y potente de la mercancía, este objeto secreto y
mágico que puede pasar de ser una mesa a ser el centro de una
fiesta o de ser una sensación a una partitura (¡y reproducir
este acto de forma diversa en lo social!), detecta y hace explí-
cito que este organismo mercantil también todo lo degrada.
Desata una gama de comportamientos momificados y zombifi-
cados, cuando anula o hace palidecer una y otra vez la fuerza de
trabajo que hace posible la misma existencia de la mercancía.
Detecta, a la vez, que las mercancías todo lo absorben: vampiri-
zan, al rectificar todo modo de producción o avance tecnológico
al flujo del capital. En vez de usar las tecnologías y las formas
polivalentes del trabajo vivo en un objetivo que no sea la equi-
valencia entre mercancías, la forma mercantil convierte, por
un lado, todo ese trabajo en una abstracción que hace invisible
el trabajo contenido en cada mercancía; por el otro, dirige el
avance tecnológico empleado en el medio de producción y de
consumo hacia una red de flujos de capital, análoga a los flujos
de sangre externa que necesita el vampiro. Esa figura fanta-
siosa y aterrada de la luz que, para buscar permanentemente
el excedente, el plusvalor o la ganancia extraordinaria, debe
monopolizar los flujos de vida y, en el extremo, consumirlos, al
igual que la patética figura del capitalista, el heredero clasista
y racista de sangre.
¿Cómo sucede esto? En El capital se muestra que todo in-
tercambio mercantil genera una equivalencia. Sin embargo,
esta igualdad es imposible, pues se intercambia un objeto o un
bien para satisfacer necesidades inconmensurables en ese ob-
jeto o bien. Siempre existe un excedente o una falta en el uso
de la mercancía, porque no está relacionada con la producción,
sino con el intercambio. Si yo produzco para consumir ese pro-
ducto o dentro de una cadena de producción, como por ejem-
18 Carlos Oliva

plo en la cadena animal, donde el objetivo es la reproducción


simple, no existe excedente o falta ni en la producción ni en el
consumo. Ahí sólo puede haber escasez o abundancia natural,
no equivalencias o, socialmente, justicia mercantil. En cam-
bio, el proceso de intercambio hace que el sistema mercantil,
justo por mediar el proceso de producción-consumo, siempre
sea diferenciado, que contenga un plus o un minus, tanto en el
campo de producción como en el de consumo.
El intercambio mercantil simple se realiza siempre con
base en una fantasía que esconde un secreto: aquel objeto o
bien que el otro o la otra produce como mercancía no es nece-
sario. Ésta es realmente la fantasía, por ejemplo, del amor. El
ser humano, como ser natural, no necesita lo que yo o nosotros
poseemos o hemos producido en forma de mercancía social.
La reproducción simple, animal, vegetal, toda, sólo necesita
aquello que la comunidad produce para el consumo y la repro-
ducción, no para el intercambio.
Desde el intercambio más simple, por trueque, quedan ya
borradas las formas del trabajo, de la producción e incluso del
consumo futuro en el interior de la mercancía, porque ese ob-
jeto o bien, al mercantilizarse, se autonomiza y crea sus pro-
pias necesidades artificiales, como la mesa que se trasformará
en fiesta, la partitura en música y la música en partitura, el
hambre en cultura culinaria o en pauperización, las casas y
edificios en hábitats particularizados, aterrados o embelleci-
dos, o el amor en rituales patriarcales y matrimoniales fun-
cionales a la vida del capital. Por esto desde el intercambio
mercantil simple (mercancía-mercancía) se incuba y genera
una sui generis socialidad.
En el fondo, esta socialidad mercantil y fantástica es tan
potente que logra ocultar que la forma matriz es la tierra, no
el trabajo vivo o el modo de producción, y que todas las formas
comunitarias, sociales, críticas, productivas y creativas deben
lidiar y ser representaciones de los procesos semióticos de re-
producción y consumo que se dan en la tierra, la animalidad y
las demás esferas de la naturaleza. Ese ocultamiento, además,
no es mecánico, sino que es un despliegue espacial y temporal.
Ese decurso es lo que hace que se creen, simultáneamente,
La forma espectral del capital 19

las otras formas clave de lo mercantil: lo mercantil capitalista


dinero-mercancía-dinero (D-M-D’) y, en última instancia, la
utopía eje del capital, llegar a la forma crediticia, donde todo
pueda ser flujo de capital, sin mediación de ninguna mercancía
dinero-dinero (D-D’).

Las formas espectrales de la fantasía capitalista


Al comprender todo este fenómeno mercantil no es extraño
preguntarse ¿por qué sucede esto? ¿Por qué no hay una racio-
nalidad capaz de ordenar la aparición y determinación que im-
pone la mercancía y el flujo de la forma mercantil? ¿Por qué no
puede el ser humano detener una forma que lo convierte en esa
misma estructura mercantil? ¿Por qué, para que existan los
posibles espacios de regulación de la mercancía, es necesario
que esa mercancía y su estructura capitalista se radicalicen
en otros espacios hasta el punto de la exterminación y genoci-
dio de lo humano, lo animal y lo natural?
Son muchas las respuestas que se han generado en la
historia del capital. Desde la posibilidad de regresar a una
forma mercantil simple hasta la idea ilustrada de que el ser
humano es capaz de desarrollar una racionalidad que controle
la socialidad, a partir de principios discursivos, dialógicos y
tendientes a la universalidad del bien común. Sin olvidar la
permanente emergencia de religiones, fundamentalismos, es-
tatismos y presuposiciones de que es el mismo mercado el que
puede autorregular los flujos mercantiles y tolerar a su lado
una estructura estatal mínima que garantice la distribución
de la riqueza. Todo esto parece irreal, quimérico y en algunos
casos resulta peligroso después del criminal y genocida siglo
xx, que registra el nazismo de la Segunda Guerra Mundial y
el lanzamiento de la bomba atómica como los hechos contun-
dentes del capital.
¿Cuál es la respuesta escrita en El capital? En cierto senti-
do, Marx no sólo ve cómo la mercancía es una estructura mo-
nadológica que gana autonomía y regula las relaciones socia-
les; también ve que es una estructura siempre bifásica: tiene
un rostro material y corporal que se actualiza en el consumo
20 Carlos Oliva

y producción de la mercancía; y un rostro que borra todo el


contenido de la propia mercancía —el valor de cambio—, un
valor destructivo de sí misma que genera el fenómeno mágico
del equivalente central: el dinero y el crédito. ¿Por qué esto no
puede cambiar, por qué fracasan las teorías y prácticas para
salir de la socialidad mercantil capitalista? En la teoría del
capital se explica de la siguiente forma: al lograr subsumir al
dinero las dos mercancías que industrializan todo el sistema
mercantil —la mercancía fuerza de trabajo y las mercancías
desarrolladas como modos o tecnologías de producción—, a
través del cambio o la fijación inestable y variable del precio,
sólo una socialidad espectral permanece. Esto es lo que se sin-
tetiza en la segunda forma del capital: dinero-mercancía-mer-
cancía-dinero incrementado (D-M-M-D’ o D-M-D’). El objetivo
ya no es el trueque (M-M) o el intercambio simple (M-D-M). El
objetivo se ha colocado como principio y su decurso es poten-
ciar ese objetivo: generar una socialidad que parte del dinero,
donde en efecto median mercancías, pero su objetivo es postu-
lar y hacer apología de una forma social que siempre parte del
dinero y del crédito dinerario.
De los residuos del trabajo (y podríamos decir de las formas
y técnicas de producción y de la misma materia prima) nada
permanece, escribe Marx en El capital, salvo
una misma espectral objetividad, una simple condensación de
trabajo humano indistinto, es decir, una condensación del gasto
de fuerza de trabajo humana, en la que no está tomada en con-
sideración la forma de este gasto. Estos objetos sólo representan
el hecho de que en su producción se ha gastado fuerza de trabajo
humana, se ha acumulado trabajo humano. Como cristalización
de esta sustancia social común a ellos, son valores, son los valores
de las mercancías.3

¿Qué es, a qué refiere esta espectralidad objetiva o mate-


rial de lo social? En primer lugar, al espectro de la fuerza de
trabajo, las costumbres, los usos, las formas de producción,

3
Ibid., p. 10.
La forma espectral del capital 21

las técnicas y artes de una sociedad, pero cristalizadas, acota


Marx. Y si bien sin estos cristales, sin estas condensaciones no
puede existir la mercancía, sólo quedan en nuestra socialidad
como espectros. Por esta simple pero crucial razón estos cris-
tales no se transforman en una práctica o conciencia histórica
que cambie definitivamente el decurso del capital. En segundo
lugar, esta espectralidad no es un reflejo que se puede mirar
y hacia el cual se puede tender. Al no haber un espejo desde
donde podamos ver claramente nuestra vida dentro del capi-
tal, no podemos desatar, encaminar, imaginar o documentar
el tiempo mercantil. La mercancía desaparece sin dejar una
huella sacra o histórica de sí.
En este sentido el capital no es una historia o una forma
temporal. El capital es una serie de espectros simultáneos,
virtuosos, empresariales, que exterminan todo aquello que no
cede ante la forma mercantil. El sujeto del capital, el que ha-
bitamos y somos en este sistema, es a la par pasivo y espec-
tral, virtuoso y excedentario, simultáneo y empresarial. Por
estas dualidades desquiciadas es que el capital es, de forma
central, un ensayo de la violencia y del terror, ésas son sus
matrices creativas… mercado-técnicas. Ahí radica su afinidad
estructural con la estructura patriarcal, el endiosamiento del
Estado y la nación, su función pornográfica —esclava de la
imagen—, o su espectacularización naturalizada de la cruel-
dad, la violencia, el ejercicio bélico y la guerra.
Pero su más profundo secreto, como se va mostrando a lo
largo de todo El capital, es que no es un espectro, es el montaje
simultáneo de un cúmulo de espectros, que es lo mismo que
decir un cúmulo de mercancías. Esta simultaneidad espec-
tral y objetiva de la mercancía hace imposible su desmontaje
externo o su regularización interna. Por esto no aconteció la
gran revolución que pusiera fin al capitalismo ni acontecerá la
democracia y la justicia en el mundo del capital.
Quizá nada ejemplifica mejor el movimiento del capital que
el cine de terror. El suspenso no viene de lo que va a acontecer,
sino de generar fantasías sobre lo que nos espera. La cámara
se sitúa atrás de la protagonista, en nosotros o en nosotras,
para que tengamos tiempo de imaginar y proyectar todos los
22 Carlos Oliva

espectros que nos aguardan. Al generar cada quien espectros


diferentes, es imposible una política y una moral que detenga
esa multiplicidad de espectros. Cada quien lidia con el suyo,
cada quien, experto en la disciplina del consumo, opta por sus
mercancías y sus luchas.
Marx escribe en el prólogo a la primera edición de El capi-
tal: “Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a
los monstruos. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de nie-
bla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia
de los monstruos”.4 Quizá ha llegado la hora en que reconozca-
mos que cada yelmo es un espectro y que lo necesitamos para
enfrentar otros espectros. No obstante, lo más importante,
ahora, parece ser el reconocimiento de que todos y todas por-
tamos yelmos, que nos hacen monstruos en el combate fren-
te a otros monstruos. Quizá llegue el lugar y la hora en que
desde esta pluralidad de espacios y de tiempos espectrales se
dibuje el ocaso o por lo menos la descentración de la vida mer-
cantil y la futura extinción del dominio absoluto de la sociedad
mercantil capitalista.

Bibliografía
Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro
primero. El proceso de producción del capital. Volumen 1,
Siglo XXI, México, 2001.
, “La mercancía”, Bolívar Echeverría (trad.), en Ana-
les. Revista de la Universidad Central del Ecuador, núm.
354, febrero de 1976, consultado el 11 de febrero de 2019,
disponible en <http://www.bolivare.unam.mx/traducciones
/Marx,%20La%20mercancia.pdf>.

4
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El
proceso de producción del capital. Volumen 1, p. 8.
LA DINÁMICA FETICHISTA DE LA TÉCNICA
EN EL CAPITALISMO

Andrea Torres Gaxiola*

En los movimientos que las máquinas exigen de los


que las utilizan está ya lo violento, lo brutal y el
constante atropello de los maltratos fascistas.
T. W. Adorno

Ante la crisis actual de la economía, resulta necesario aproxi-


marse de nuevo al libro que ha estudiado a profundidad estas
crisis: El capital de Karl Marx. En el núcleo central de este
libro se halla una teoría sobre el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas del capitalismo y de la técnica que este sistema de
reproducción social se da a sí mismo, se halla un análisis de
la esencia de la maquinaria y de las consecuencias nefastas
de esta técnica en el proceso de trabajo y en las condiciones
de trabajo que se imponen al obrero. De este modo, además de
una teoría del valor y del capital, El capital es a su vez una
historia crítica de la técnica capitalista y de la fe ciega que
ésta involucra. La tecnología ha sido un tema largamente dis-
cutido pero pocas veces analizado en un nivel crítico; en efecto,
en la obra de Marx la técnica ha tenido una variedad de inter-
pretaciones, sin embargo, son pocas las interpretaciones que
evalúan el papel de la técnica en la acumulación del capital y
sus efectos en el trabajo.1 Por ejemplo, Marx ha sido interpre-
tado por algunos como un determinista tecnológico con base

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Para un recuento de las interpretaciones sobre el estatuto de la tecnolo-
gía en la obra de Marx, véase Donald MacKenzie, “Marx and the Machine”,
en Technology and Culture, vol. 25, núm. 3, julio de 1984.

23
24 Andrea Torres

en la idea de que la técnica es el motor de las formaciones


sociales y del cambio histórico. Otras interpretaciones, como
la de los marxistas soviéticos, la han tomado como el elemento
que puede rescatarse en una sociedad socialista. Para éstos,
el desarrollo de la ciencia y de la técnica es un proceso inevi-
table e independiente del desarrollo del capital, por lo que el
socialismo necesita de los avances técnicos del capitalismo. De
acuerdo con esta interpretación, la característica principal del
capitalismo es la propiedad privada de los medios de produc-
ción por parte de la clase burguesa. La técnica en sí misma no
ha sido afectada por la lógica del capital, al contrario, si algo
puede aprovecharse de este sistema es su técnica. Por lo tanto,
una vez eliminada la oposición de clase, el medio de producción
podría utilizarse libremente. Por ejemplo, Vladimir Lenin sos-
tenía que las tareas inmediatas de un gobierno soviético eran
“la elevación de la disciplina de los trabajadores, la maestría
en el trabajo, mayor rendimiento en la intensidad del traba-
jo y su mejor organización, [habría que utilizar, por lo tan-
to,] lo mucho que hay de científico y progresivo en el sistema
Taylor”.2 De modo que esta interpretación tampoco cuestiona
el tipo de técnica que produce el capital. Sin embargo, desde
nuestra perspectiva, la técnica del capital, fundada en la ra-
zón instrumental, es en realidad la consecuencia de la lógica
del valor mismo, no un desarrollo independiente de ésta. Y, de
hecho, se caracteriza por elevar la explotación de los trabaja-
dores a la vez que los excluye del proceso de trabajo, además
de establecer una dinámica de explotación cada vez mayor de
los recursos naturales. Desde nuestra perspectiva, por lo tan-
to, la técnica del capital adopta el carácter fetichista propio de
esta sociedad. En efecto, en la actualidad las interpretaciones
apuntan hacia la idea de que la técnica es un elemento que
forma parte del proceso de reproducción capitalista, que juega
un rol fundamental en la desvalorización del trabajo humano

2
Vladímir Ilich Lenin, Las tareas inmediatas del poder soviético, pp.
22-24.
La dinámica fetichista de la técnica en el capitalismo 25

y de la naturaleza.3 La técnica en el capitalismo ha adoptado,


al igual que la mercancía, una forma fetichista, una forma
que se caracteriza por esconder “detrás de su manifestación
prosaica” la lógica del valor.
Para Marx, un análisis crítico de la técnica era fundamen-
tal, y en el primer libro de El capital nos presenta un análisis
de la misma. Para él, el estudio de la técnica y de los procesos
productivos del capital mostrarían en qué medida ésta inter-
viene en el proceso de acumulación, de qué manera contribuye
a la explotación de los trabajadores y, por último, su impacto
en la relación sociedad-naturaleza. De hecho, hace una histo-
ria de la técnica capitalista con la cual muestra que el factor
que determina el cambio tecnológico es la lógica del valor. Lo
que Lenin planteó en el fragmento que citamos arriba parte
del supuesto de que la tecnología del capitalismo es neutral,
es decir, que no contribuye a la valorización del valor y que se
desarrolla independientemente del capitalismo. Sin embargo,
la aparente neutralidad de la tecnología está asentada en su
carácter fetichista.
Con el concepto de técnica, a nuestro parecer, Marx está ha-
blando de todo lo que acompaña al proceso mismo de transfor-
mación de la naturaleza para la producción de un valor de uso,
es decir, no sólo se refiere al instrumento o la máquina, sino
también a los saberes, a las prácticas y a la organización del

3
Varias interpretaciones apuntan a esa idea; podemos citar al menos a
Moishe Postone, Anselm Jappe y el grupo Krisis quienes concuerdan en la
idea de que la técnica del capital es un elemento fundamental para entender
la crisis económica en la que se encuentra el capitalismo hoy en día. Kojin
Karatani ve a la “ganancia extraordinaria” y la plusvalía relativa como la
pulsión del movimiento del capital, y la tecnología como la herramienta prin-
cipal para obtenerla. Por su parte, Bolívar Echeverría propone un concepto
fundamental para entender el movimiento del capital: “la renta tecnológica”
(véase Bolívar Echeverría, El discurso crítico de Marx). Con este concepto
Echeverría sostiene que la técnica es el dispositivo que le permite al capita-
lismo acabar con todos los resabios de formas de producción precapitalistas
—la renta de la tierra— y, en consecuencia, desvalorizar la naturaleza. Estos
autores coinciden al menos en dos puntos: por un lado, la técnica no es un
elemento neutral del capital, por otro lado, es el mecanismo principal para
desvalorizar el trabajo humano y la naturaleza.
26 Andrea Torres

trabajo. Y las transformaciones que se han dado a partir


del proceso de subsunción real del trabajo al capital, como el
invento de la maquinaria, no tienen como objetivo simplifi-
car el trabajo humano. En efecto, la maquinaria de ninguna
manera tiene como objetivo “aliviar la faena del obrero”, más
bien,
al igual que todo otro desarrollo de la fuerza productiva del traba-
jo, la maquinaria debe abaratar las mercancías y reducir la parte
de la jornada laboral que el obrero necesita para sí, prolongan-
do, de esta suerte, la otra parte de la jornada de trabajo, la que
el obrero cede gratuitamente al capitalista. Es un medio para la
producción de plusvalor.4

En efecto, para Marx, toda técnica que ha sido introducida


en el capitalismo ha tenido como objetivo la obtención de la
plusvalía relativa. Esto significa que, por medio de una nueva
técnica, el capitalista pretende acortar la parte necesaria de
la jornada que le corresponde al obrero mediante el aumento
de la capacidad productiva.
En un primer momento el capital utiliza las técnicas arte-
sanales y no modifica el trabajo. Éste se caracteriza sólo por
la compra de fuerza de trabajo, por la puesta del trabajo bajo
el mando del capital; sin cambiar con ello las formas de pro-
ducción, Marx llama a esto “la subsunción formal del trabajo
al capital”, la cual es el fundamento y la condición que hace
posible toda la producción capitalista, en la que aparece la for-
ma mercantil como forma que sintetiza todo el trabajo social.
El proceso de acumulación del capital en esta primera etapa se
basa sólo en la obtención de la plusvalía absoluta. Al segundo
momento en el despliegue del capital Marx lo llama “la sub-
sunción real del trabajo al capital”, éste se refiere al hecho de
que el capital modifica concretamente las formas de trabajo
para darse un modo de producción propio. Por lo tanto, con la
subsunción real del trabajo comienza, también, la historia de

4
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El
proceso de producción del capital. Volumen 2, p. 451 (cursivas del original).
La dinámica fetichista de la técnica en el capitalismo 27

la técnica del capital. Los momentos por los cuales atraviesa


el capitalismo son la cooperativa, la manufactura y la gran in-
dustria. Más adelante, durante el siglo xx, el capitalismo va a
introducir métodos como la taylorización o la “racionalización
del trabajo”, el fordismo, así como la microinformática en el
proceso de trabajo.
La modificación del proceso de trabajo que realiza el capital
le permite tener un mayor control sobre el mismo concentran-
do a los trabajadores en un mismo espacio, intensificando el
trabajo a través de la fragmentación de las tareas y la siste-
matización del movimiento en la manufactura y mecanizan-
do la producción al introducir a la máquina y el sistema de
máquinas en la fábrica. Este último estadio de la producción
logra sistematizarla porque pone al instrumento como el fun-
damento del trabajo haciendo que el trabajador sea un simple
operador. Durante el siglo xx, la racionalización del trabajo de
Frederick Taylor excluye al trabajador de todo el ámbito racio-
nal del proceso de trabajo, tarea que ahora le corresponde al
capitalista (o a una nueva clase de trabajadores). Así fragmen-
ta de nuevo la unidad del trabajo pues separa la concepción y
la práctica; con el fordismo inventa la cadena de montaje y la
banda de movimiento la cual permite controlar objetivamente
la intensidad y el orden de la producción ahorrando, con esto,
cantidades enormes de movimiento humano y de tiempo en
la fábrica. El momento último del desarrollo corresponde a la
microinformática, con la que la unidad entre el trabajo intelec-
tual y manual se restablece pero ahora en una máquina que es
capaz de organizar y contabilizar su trabajo.
Lo que guía, de acuerdo con esta descripción, las innova-
ciones técnicas que el capital introduce es el ahorro del tiem-
po y el espacio para la producción, además de la imposición de
un ritmo y de un orden específico en el trabajo. Por lo tanto,
para Marx este control del tiempo de producción es una “ley
técnica del proceso de producción mismo”.5 Esto significa que
la ley del valor, que determina el intercambio mercantil en

5
Karl Marx, op. cit., p. 421.
28 Andrea Torres

términos del tiempo de trabajo socialmente necesario, se pre-


senta en la producción como una ley técnica que posibilita la
valorización del valor, la producción de la plusvalía y la acu-
mulación del capital. De tal modo que la máquina se vuelve la
forma de manifestación del capital en la fábrica.
Todo este desarrollo técnico es impulsado por la “ganan-
cia extraordinaria” que se obtiene por el acortamiento de la
parte necesaria de la jornada laboral. Este tipo de plusvalía
es efímera y tiene dos consecuencias principales. Por un lado,
permite que el capitalista obtenga una ganancia extraordi-
naria en un ciclo de producción gracias a que los otros capi-
talistas no han adquirido aún la nueva tecnología. Por otro
lado, cuando ésta se desarrolla en industrias que determinan
el valor de la fuerza de trabajo permite abaratar su valor y así
beneficiar a toda la clase capitalista. Sin embargo, después
de algún tiempo, la nueva tecnología permea a toda la indus-
tria y deja de representar una ganancia extraordinaria y los
capitalistas se lanzan en la búsqueda de nuevas técnicas que
les permitan obtener de nuevo esta ganancia extraordinaria y
adelantarse en la competencia comercial. Éste es el incentivo
de la constante innovación de la tecnología y del dinamismo
técnico que caracteriza al capital. Es el impulso del capitalis-
ta, la ganancia extraordinaria mueve al capital a modificar
constantemente y revolucionar el medio de producción y la or-
ganización del trabajo.
A medida que se va desplegando la ley del valor dentro
del proceso de trabajo, la fuerza de trabajo se vuelve cada vez
menos un factor determinante del proceso productivo, y al
mismo tiempo va aumentando la necesidad de una producción
de bienes de consumo en mayor y mayor cantidad, lo que en
última instancia provoca la necesidad de aumentar de nuevo
la capacidad productiva del capital. Este proceso, que excluye
a la fuerza de trabajo y aumenta la capacidad productiva, se
designa como composición orgánica del capital.6 Y se desarro-

6
La composición orgánica del capital es un proceso en desarrollo a través
del cual la proporción del capital invertido en medios de producción aumenta
La dinámica fetichista de la técnica en el capitalismo 29

lla cada vez más, puesto que, en cada ciclo, el capital invierte
más en medios de producción, y toda nueva técnica adoptada
excluye a grandes cantidades de trabajo humano del proceso
de producción.
Ahora, ¿por qué esta técnica toma una forma fetichista?
La sociedad capitalista es una sociedad fetichista en la que
los procesos subjetivos y objetivos se invierten; se caracteriza
por poner al sujeto como medio y al medio como sujeto. Esta
inversión logra que la lógica del valor se vuelva el sujeto de
la producción y que los seres humanos sólo sean medios para
la valorización del valor. Así pues, no sólo la mercancía y el
dinero operan de modo fetichista, también lo hace la técnica.
Este argumento, del cual Marx habla explícitamente en el ca-
pítulo primero de El capital y que retoma en el capítulo sobre
el dinero, se presenta en la sección sobre la producción de la
plusvalía relativa.
Las formas fetichistas del capital se naturalizan, es decir,
se presentan como si fueran “objetivas” y no sociales. Así, el
cambio tecnológico, el dinamismo técnico y el remplazo cons-
tante del trabajo humano por la tecnología (entre otros facto-
res) se presentan como parte de un desarrollo objetivo ajeno al
capitalismo y a toda decisión humana. La tecnología aparece
como un elemento neutral en el sistema capitalista. Sin embar-
go, invierte el lugar que tradicionalmente han ocupado el tra-
bajador y su instrumento. Permite, a través de las diferentes
modificaciones que describe Marx, que la máquina o el medio
de trabajo se autonomice, que imponga el ritmo, el orden, o que
simplemente realice la transformación de la materia misma.
El obrero, de esta forma, se convierte en un medio para que
la máquina haga su trabajo. Son claras las analogías de la
técnica con el dinero, si en un primer momento se presentan
estos dos elementos como medios, ya sea para la producción
o para el intercambio mercantil, en un segundo momento se

y se vuelve cada vez mayor con respecto a la proporción de capital invertido en


fuerza de trabajo. Véase Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política.
Libro primero. El proceso de producción del capital. Volumen 3, pp. 759-760.
30 Andrea Torres

posicionan como fin. El dinero introduce una nueva forma de


circulación que tiene como fin aumentar la cantidad de dinero
que se adelantó, la técnica en principio sólo era un medio para
el trabajo del obrero, pero posteriormente se vuelve el principal
factor de la producción, y, así, se presenta, en apariencia, como
origen de la ganancia.7
En este sentido, el capitalismo consistiría en un sistema
que somete a toda la sociedad a una estructura abstracta que
transforma a la producción y a la reproducción en una forma
tautológica y absurda (que sólo produce para producir más).
Se trata de la subsunción de toda la sociedad a un “sujeto
abstracto”8 que configura toda la reproducción social. De esta
manera, no sólo las relaciones sociales se presentan como “in-
tercambio social entre cosas”, sino que la misma producción
adopta un “principio objetivo” y deja al trabajador desprovisto
de todo control sobre el trabajo.9
Por último, el carácter fetichista del capitalismo, que lo
convierte en una forma ciega de producción, está sometido a
crisis constantes a causa de sus contradicciones fundamenta-
les. La crisis que se origina a raíz de la dinámica técnica del
capitalismo está explicada por el argumento de la “tendencia
a la baja de la tasa de ganancia” que Marx expone en el libro
tercero de El capital. Esta teoría demuestra que la introduc-
ción constante de nuevas técnicas de producción, en última

7
De ahí que Kojin Karatani llame a la plusvalía relativa la “pulsión” del
capitalismo industrial, utilizando el término psicoanalítico como un impulso
inconsciente e irracional: “Capital has to discover and create this difference
incessantly. This is the driving force for the endless technological innovation
in industrial capitalism; it is not that the productionism comes from people’s
hope in the progress of civilization as such” (Kojin Karatani, Transcritique.
On Kant and Marx, p. 11).
8
En efecto, una crítica de la técnica del capital supone que no sólo se ten-
drían que analizar las transformaciones del trabajo que ha producido el capi-
tal, sino también cuestionar la categoría de trabajo como el fundamento a tra-
vés del cual se mide la riqueza en el capitalismo. Véase Moishe Postone, Time,
Labor, and Social Domination. A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory.
9
Para un estudio histórico del desarrollo del trabajo y de la técnica en
el capitalismo, véase Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital. The
Degradation of Work in the Twentieth Century.
La dinámica fetichista de la técnica en el capitalismo 31

instancia, sofoca la capacidad de acumulación de capital a


pesar de que las innovaciones permitan producir una mayor
masa de ganancia de modo inmediato. A medida que va au-
mentando la productividad, aumenta, a su vez, la inversión en
capital constante sobre la inversión en capital variable. Esto
representa una contradicción por el hecho de que el origen de
la plusvalía es siempre la fuerza de trabajo. La plusvalía rela-
tiva sólo se obtiene sobre la base de la plusvalía absoluta, esto
es, la plusvalía que se obtiene a partir de la extensión de la
jornada laboral más allá del costo de la fuerza de trabajo. Esto
significa que la introducción de nuevas tecnologías aumenta
la plusvalía pues éstas desvalorizan el costo que corresponde
a la fuerza de trabajo —al lograr que el trabajador produz-
ca más en menos tiempo— pero no lo pueden hacer de modo
absoluto, sino siempre en relación con el costo promedio de
la fuerza de trabajo en el mercado. Así, la plusvalía relativa
depende siempre de la plusvalía absoluta. Efectivamente, a
medida que aumenta la composición orgánica, a medida que
el capital se vuelve cada vez más dependiente de la técnica e
invierte en capital constante en mayor y mayor escala, caerá
poco a poco la tasa de ganancia del capital.10
La revolución técnica del capital tiene dos consecuencias
fundamentales: en primer lugar, provoca la proletarización de
toda la población y, en segundo lugar, al aumentar la fuerza
productiva, el capitalismo necesitará de mucho menos fuer-
za de trabajo, de tal forma que convierte a una gran parte
de la población en población superflua, en el llamado ejérci-
to de reserva. La caída de la tasa de ganancia, así, es una con-
secuencia de esta ley general de la acumulación capitalista.
Pero esta tendencia a la baja de la tasa de ganancia puede ser
atenuada por distintos factores, en particular, puede atenuar-

10
“[…] este paulatino acrecentamiento del capital constante en relación
con el variable debe tener necesariamente por resultado una baja gradual en
la tasa general de ganancia, si se mantienen constantes la tasa del plusvalor
o el grado de explotación del trabajo por parte del capital” (Karl Marx, El
capital. Crítica de la economía política. Libro tercero. El proceso global de la
producción capitalista. Volumen 6, p. 270).
32 Andrea Torres

se por una mayor masa de ganancia. Para que pueda conti-


nuar el proceso de acumulación y se vean los efectos de esta
tendencia, no sólo se necesita producir y vender el equivalente
de mercancías que se produjeron en el periodo anterior, sino
una cantidad mayor y, a su vez, si el valor de las mercancías
cae por el aumento de la productividad, es necesario producir
y vender una cantidad aún mayor. Pero es evidente que esto
tiene un límite. Hoy en día, como sostiene Anselm Jappe, la
microinformática, la tecnología de nuestra época,
desde el comienzo vuelve inútiles —“no rentables”— enormes
cantidades de trabajo. A diferencia del fordismo, lo hace a tal
ritmo que ninguna ampliación de los mercados es ya capaz de
compensar la reducción de la parte de trabajo contenida en cada
mercancía,11

por lo que atenuar la caída resulta cada vez más difícil.


En este sentido, en nuestros días ya sólo es posible atenuar
los efectos de la caída de la tasa de ganancia a través del
crédito.
La ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia, así
como los efectos descritos por Marx de la tecnología sobre el
trabajo obrero, muestran cuál es la dinámica de la técnica del
capital. Por un lado, aumenta la explotación y se excluye a los
seres humanos del proceso de trabajo, por otro lado, debe au-
mentar la explotación de los recursos naturales en cada ciclo
para continuar con el proceso acumulativo. Se establece, por
lo tanto, una relación de cosificación de la sociedad consigo
misma y de la sociedad con la naturaleza.
En otras palabras, este argumento apunta hacia la si-
guiente idea: el modo de producción capitalista entra, en últi-
mo término, en contradicción con el propio fundamento que lo
ha desplegado, esto es, con el valor y el tiempo de trabajo como
medida de la riqueza social. Marx formula esta contradicción
en los Grundrisse de la siguiente manera:

11
Anselm Jappe, Las aventuras de la mercancía, pp. 131-132.
La dinámica fetichista de la técnica en el capitalismo 33

El capital mismo es la contradicción en proceso, [por el hecho


de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mien-
tras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única me-
dida y fuente de la riqueza […] se propone medir con el tiempo de
trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y
reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se
conserve como valor.12

Bibliografía
Braverman, Harry, Labor and Monopoly Capital. The Degra-
dation of Work in the Twentieth Century, Monthly Review,
Nueva York, 1998.
Echeverría, Bolívar, El discurso crítico de Marx, Fondo de
Cultura Económica / Itaca, México, 2017.
Jappe, Anselm, Las aventuras de la mercancía, Pepitas de Ca-
labaza, Logroño, 2016.
Karatani, Kojin, Transcritique. On Kant and Marx, Instituto
Tecnológico de Massachusetts, Cambridge, 2005.
Lenin, Vladímir Ilich, Las tareas inmediatas del poder soviéti-
co, Progreso, Moscú, 1961.
MacKenzie, Donald, “Marx and the Machine”, en Technology
and Culture, vol. 25, núm. 3, julio de 1984, pp. 473-502,
consultado el 14 de abril de 2016, disponible en <https://
pat61skarlib.squat.gr/files/2012/01/mackenzie-marx-ma-
chine.pdf>.
Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la
economía política (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 2, Si-
glo XXI, México, 1971.
, El capital. Crítica de la economía política. Libro
primero. El proceso de producción del capital. Vols. 2 y 3,
Siglo XXI, México, 2011.

12
Karl Marx, Elementos fundamentales para crítica de la economía políti-
ca (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 2, p. 229.
, El capital. Crítica de la economía política. Libro
tercero. El proceso global de la producción capitalista. Vo-
lumen 6, Siglo XXI, México, 2011.
Postone, Moishe, Time, Labor, and Social Domination. A Re-
interpretation of Marx’s Critical Theory, Universidad de
Cambridge, Nueva York / Cambridge, 1993.
EL TOMO I DE EL CAPITAL:
APUNTES PARA ENTENDER EL TERRITORIO
MÁS ALLÁ DEL DESPOJO*

Efraín León Hernández**

El despertar del marxismo


Quienes asistimos a las cátedras de esta universidad1 a finales
del siglo pasado pudimos constatar el despertar del marxismo
a pocos años del término de la Guerra Fría. Habían queda-
do atrás las enormes disputas ideológicas entre los discursos
conservadores que defendían el estado de las cosas y la forma
de cientificidad y de radicalidad política que representaba el
discurso crítico de Marx —dicho esto en términos de Bolívar
Echeverría—. En esta disputa los discursos conservadores
habían resultado vencedores y el marxismo, así como varios
otros discursos críticos, pero sobre todo el marxismo, habían
sido lanzados al baúl de los recuerdos. Era el fin de la histo-
ria, del territorio y del marxismo. Quienes se mantenían en el
discurso marxista eran tachados de trasnochados y románti-
cos, además de poco rigurosos porque su trabajo carecía de efi-
cacia explicativa y potencial efectivo para resolver problemas
sociales.
En la correlación de fuerzas de la segunda mitad del siglo
pasado el marxismo había sido marginado, pero no aniquilado.
En un escenario de derrota ideológica, fueron las tremendas

*
Trabajo realizado en el marco de los proyectos papiit (IN301115) y papime
(IN305811). Se agradece el apoyo prestado por la Dirección General de Asun-
tos de Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México
(unam).
**
Facultad de Filosofía y Letras, unam.
1
Facultad de Filosofía y Letras, unam [N. de los E.].

35
36 Efraín León

contradicciones sociales las que lo despertaban, no la disputa


en la ciencia o la filosofía por un discurso de verdad. La propia
realidad neoliberal, que llevaba dos décadas de profundizar
la injusticia y la opresión en todos los rincones del planeta,
exigía mayor criticidad del pensamiento comprometido y de
otro tipo de herramientas para intervenirla políticamente. Se
trataba ya de una realidad que se separaba cada vez más del
ideal liberal de igualdad y equidad que prometía —y sigue
prometiendo— este discurso conservador. La necesidad del
marxismo y de su radicalidad teórica y política resurgieron
lentamente a menos de una década de que los discursos con-
servadores decretaran su fin.

La vigencia del marxismo en la historia


El problema de la vigencia histórica del discurso crítico de
Marx trata de la emergencia de una necesidad social que para
algunos comenzaba a ser evidente desde la década de los no-
venta del siglo pasado: volver a este discurso crítico y a su ra-
dicalidad política. No sólo una necesidad en términos teóricos
y científicos, sino fundamentalmente políticos. Y, entonces,
también, una necesidad de entender la complejidad en la que
se mueve este discurso y las características que hacen que se
mantenga vigente la propuesta de Karl Marx desarrollada en
los tres tomos de El capital, y en toda su obra.
La profundidad de la vigencia del discurso crítico de Marx
no se establece sólo en su propuesta de radicalidad científi-
ca y política, sino en su alto grado de sensibilidad al tiempo
presente. El marxismo, más allá de que pueda haber surgido
hace ya casi dos siglos, a pesar de que haya tenido diversos
“ires y venires” por múltiples corrientes, prácticas políticas
y usos científicos, filosóficos, teoricistas o político-teóricos y,
sobre todo, pese a los tropezones o francos errores del pasado,
mantendrá vigencia mientras la sociedad capitalista continúe,
mientras la sociedad burguesa —como prefiere llamarla Marx
en sus textos—, con su incapacidad política para construir el
mundo de libertad, igualdad y felicidad que promete, no deje
de extender desigualdades y devastaciones sociales.
El tomo i de El capital 37

Entonces, en qué radica la importancia particular del tomo


ide El capital. En qué consiste la centralidad y validez de esta
obra a 150 años de su primera aparición pública. Desde mi
perspectiva, pienso que mantiene vigencia porque sigue sien-
do el texto más atinado para descubrir los rasgos materiales
más generales y más profundos de nuestra sociedad histórica.
Comprender a la sociedad capitalista sin echar mano de Marx
—incluso algunos no marxistas estarán de acuerdo con esto—
nos daría como resultado un saber incompleto y carente de
profundidad objetiva. Sería un exceso decirlo al revés, por su-
puesto, o sea, pensar que en esta obra de Marx está todo lo que
se tiene que decir sobre la riqueza objetiva de la sociedad ca-
pitalista, porque entonces la cerraríamos y la rigidizaríamos.
Pero, mientras la sociedad capitalista siga vigente, mientras
su modo de producción y propuesta civilizatoria sigan arraiga-
dos en todos los rincones del planeta, seguirá siendo una obra
indispensable para entender los rasgos históricos compartidos
que esta forma de socialidad establece en su proceso inme-
diato de producción y consumo material. Es decir, el primer
tomo de El capital sigue mostrando su indispensabilidad para
entender un conjunto de rasgos históricos comunes del capi-
talismo que se desencadenan en el momento que socialmente
producimos y consumimos riqueza objetiva, porque se trata
de un conjunto de aspectos históricos que nos igualan con toda
la población del planeta, no homogeneizándonos, sino totali-
zándonos y articulándonos en interdependencias recíprocas, y
sobre todo, seguirá siendo indispensable porque nos permite
entender estos rasgos no sólo como características históricas
de una época, sino que nos ayuda a captarlos en la compleji-
dad del presente como los obstáculos políticos más profundos
y normalizados de nuestra sociedad histórica, mismos que
han limitado la posibilidad de concreción del propio ideal ilus-
trado: la autarquía social.
Sin embargo, reconocemos y advertimos también al lector
que los contenidos de la propuesta de Marx siguen despertando
profundos debates entre sus lectores, no sólo en términos pro-
piamente teóricos sino también en sus desdoblamientos políti-
cos. No son un secreto para nadie los debates surgidos entre las
38 Efraín León

diversas lecturas de este discurso, por ejemplo, entre las que


intentaron extraer de Marx una forma científica o de cientifi-
cidad positivista frente a las que recogieron de este discurso
sus bases hegelianas, es decir, dialécticas, o los debates esta-
blecidos entre las lecturas que pretendían cientificidad y las
que intentaron hacer de la obra de Marx un manual de prác-
tica política. El problema es que en estos debates también es
común clasificar las diferentes lecturas de Marx como correc-
tas o incorrectas. Por eso afirmamos que la vigencia del po-
tencial del tomo i de El capital —y podríamos decir lo mismo
de los tres tomos de esta obra, de los Grundrisse2 y de muchos
de sus manuscritos— es amplia e históricamente plural, pero
también tensa y en muchos sentidos contradictoria. No obs-
tante, lo que sí, es que en esa pluralidad se atina a dar cuenta
de una multiplicidad de problemas particulares vigentes, que
han surgido del estallamiento de las contradicciones de la so-
ciedad capitalista en el neoliberalismo, y ante estos problemas
los discursos conservadores tienen muy poco qué decir, más
allá de justificarlos o condenarlos como indeseables.

El tomo i de El capital
frente al despojo territorial neoliberal
Desde mi perspectiva, uno de los problemas —no el único—
que exige explicación en el presente, sobre todo en las econo-
mías periféricas, aunque también está presente en las centra-
les, tiene que ver con aquello que en términos de saber espon-
táneo se ha dado por nombrar como despojo territorial, el que
para muchos es la prueba fehaciente de que asistimos a una
fase histórica del propio capital caracterizada por acumular
mediante el despojo. Se trata de un tipo de procesos general-
mente reconocidos en los llamados conflictos territoriales, tan
repetidos en América Latina desde hace al menos dos déca-
das, que han configurado un extendido y profundo problema

2
Véase Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la econo-
mía política (Grundrisse) 1857-1858.
El tomo i de El capital 39

político que exige una explicación teórica de primer orden.


Entonces, no referimos un problema teórico que haya surgi-
do de la imaginación de Marx ni de un intelectual erudito,
sino que es su propia emergencia histórica la que demanda
ser considerada entre el conjunto de problemas críticos que
acontecen en nuestros días como una cualidad que caracteri-
za este momento histórico. Desde la primera década de este
siglo, buena parte de la radiografía política actual de México
y América Latina está vinculada de alguna manera a las pro-
fundas alteraciones que se registran en el territorio a diversas
escalas.3 Es este mismo proceso el que resaltó que no sólo era
una gran ilusión el llamado fin de la historia que decretaron
los discursos conservadores, sino que también lo eran el fin de
la geografía y del territorio.4
Sin embargo, una condición de esta época, que se observa
en el tipo de conocimiento generalizado sobre el despojo te-
rritorial y un sinnúmero de procesos territoriales, es que, en
buena medida, apenas se reconoce en su manifestación apa-
rencial o espontánea. Por lo que pensamos que el tomo i de
El capital es indispensable para trascender la espontaneidad
que domina la mirada del despojo territorial en el presente, ya
que una de las principales preocupaciones en la obra de Marx
es entender el problema de la riqueza objetiva, liberándola de
su forma aparencial o del saber espontáneo; se trata, desde mi
perspectiva, de trascender el problema del despojo territorial
para entenderlo como un momento o expresión de la riqueza
objetiva capitalista en el neoliberalismo, y entonces entender
cómo en sus características históricas el despojo territorial po-
sibilita una totalización social específica. Por lo que se trata-
ría de identificar al territorio como una cualidad de la manera
en que el sujeto social se autoconstituye y confiere una forma

3
Efraín León, “Espacio histórico y praxis espacial en América Latina:
inflexiones en el campo de disputa geopolítica entre clases sociales”, en Efraín
León (coord.), Praxis espacial en América Latina. Lo geopolítico puesto en
cuestión.
4
Rogério Haesbaert, O mito da desterritorialização. Do “fim dos territó-
rios” à multiterritorialidade.
40 Efraín León

histórica en el presente. Al seguir este rasgo general del mé-


todo del discurso crítico de Marx, se trataría de entender el
problema de los conflictos territoriales y el despojo territorial
más allá de su espontaneidad. Es decir, ubicarlo en la propia
forma histórica capitalista y entenderlo también en su devenir
como un problema no solamente teórico, sino fundamentalmen-
te como un problema práctico y político.
Como decía, entonces, la vigencia de los procesos territo-
riales desde hace un par de décadas se sintetiza como des-
pojo. Sin embargo, en muchas ocasiones se explica como si
se tratara simplemente del resultado de una insaciabilidad
del capital, como si de suyo generará una pulsión desmedida
por acumular riqueza. La metáfora suple la comprensión de
la complejidad de la realidad social histórica y se obtiene un
saber que reduce el comportamiento del capital a una sumi-
sión de los capitalistas a los perversos impulsos —conscientes
e inconscientes— de acumular riqueza. El problema consiste
en que en la complejidad del presente están sucediendo mu-
chos otros procesos territoriales que han quedado ocultos por
ser directamente identificados como despojo territorial. Por
lo que habrá que decir que el despojo es más que sólo despojo
y que no necesariamente es la expresión de una pulsión des-
medida de algunos capitales por acumular riqueza la que los
detona, por más que pueda reconocerse como una fuerza real
que participe de estos procesos. El tomo i de El capital, nos
permite leer con mucha precisión lo que sucede más allá del
despojo y, de forma particular, lo que sucede con el territorio
en tanto que riqueza objetiva en el momento inmediato de la
producción y el consumo. Esta obra identifica el conjunto de
aspectos que oculta el despojo territorial en su forma espontá-
nea y ayuda a considerarlo como una cualidad directamente
vinculada a la reproducción de toda la sociedad y de la forma
histórica de la sociedad capitalista, no sólo como un aspecto
territorial en sí mismo.
El tomo i de El capital 41

Tres ejes de identidad inmediata


del despojo territorial en el tomo I de El capital
A partir de una mirada a los aspectos tratados en el tomo i de
El capital, proponemos tres ejes de aproximación al conjunto
de procesos territoriales que refiere Marx y que han quedado
ocultos para las nociones corrientes sobre el despojo territorial
neoliberal cuando se les reduce a sus formas espontáneas.

Crisis económica, acumulación de capital


y territorio
El primer eje queda enmarcado por la tremenda crisis econó-
mica en la que nos encontramos y el papel que tiene el orden
territorial en el intento de las clases dominantes por superar-
la o al menos contrarrestar sus efectos. No vamos a entrar en
la discusión sobre si la actual crisis congrega un sinnúmero de
crisis sociales más allá de la crisis estrictamente económica
y menos aún si se trata de una crisis terminal del capital y
su propuesta civilizatoria. Preferimos colocarnos en el hecho
irrefutable de que nos encontramos en una tremenda crisis
económica de sobreacumulación que a finales de la primera
década del presente siglo tuvo su más reciente estallamiento,
pero con claros indicios de que se trata de un proceso con una
profundidad histórica de aproximadamente cinco décadas.
Entonces, con claros indicios de que nos encontramos en una
crisis que no es apenas de corta o mediana duración —o sea,
la que se inició en 2008 y que correspondería a las crisis histó-
ricas que se han comportado con una ciclicidad de entre 8 y 11
años—, sino una en la que convergen los tres grandes ritmos
históricos de las crisis económicas de ciclos cortos, medianos
y largos;5 por lo que estaríamos entrando en un límite crítico
de los ciclos de acumulación de capital que exige de las cla-
ses dominantes intervenciones políticas para reactivar estos
ciclos, tal como históricamente lo han venido haciendo desde

5
Véase Paul Mattick, Crisis económica y teorías de la crisis. Un ensayo
sobre Marx y la “ciencia económica”.
42 Efraín León

hace al menos dos siglos. Una intervención que incluso podría


anunciar el fin del neoliberalismo, debido a la necesaria re-
configuración del propio modelo hegemónico del capital. Pero,
no por ello, como consecuencia ineludible, un anuncio del fin o
colapso del propio capitalismo.
El tomo i de El capital ayuda a colocar la crisis económica
en la unidad del proceso de reproducción del capital; permite
entender la tendencia general de la acumulación capitalista
y el conjunto de contradicciones que conlleva esta tendencia
histórica, aunque este aspecto resulte necesariamente incom-
pleto porque necesitaría complementarse con los argumentos
expresados en el tomo iii, especialmente en el apartado que
trata de la sobreacumulación y la crisis. Lo interesante aquí
es entender que aun existiendo la tendencia histórica “auto-
mática” de decrecimiento de la tasa de ganancia, la compren-
sión de Marx de este rasgo de la producción capitalista no por
ello deja de reconocerla en su unidad con la política, es decir,
la comprensión marxista de la crisis económica considera un
comportamiento histórico que cíclicamente no sólo ha detona-
do crisis económicas diversas, sino la necesidad de las clases
dominantes de reactivar los ciclos de acumulación de capital
y entonces, justo por ello, es que históricamente se presenta
un comportamiento cíclico. Entonces, para Marx los que deto-
nan las crisis son los momentos históricos siempre abiertos de
acuerdo a la forma y sentido de las intervenciones de las cla-
ses dominantes, al grado de desarrollo de las fuerzas produc-
tivas y a las formas de reconfiguración de la producción y la
reproducción capitalista en su conjunto. Reconfiguración que
no sólo alcanza a la producción inmediata de riqueza objetiva,
sino que se expande a la reproducción de la totalidad social.6
Para nuestros fines, se trata entonces de entender que
el momento particular de esta reconfiguración de la produc-
ción mundial trae de suyo en la misma escala una reconfi-
guración mundial de la disposición territorial. Es decir, una

6
Véase Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la econo-
mía política (Grundrisse) 1857-1858.
El tomo i de El capital 43

intervención política que manipula la forma en la que los valo-


res de uso territoriales se articulan a la producción inmediata
de riqueza objetiva. Entonces, si el despojo territorial es una
forma aparencial, el proceso de fondo que lo detona —porque
el que sea aparencial no significa que sea inexistente o falso—
es justamente este reacomodo del orden territorial mundial
que encuentra sentido en la reactivación de los procesos pro-
ductivos, y no en una pulsión desmedida o en una acumula-
ción capitalista fundamentada en el despojo. Ésta es la prime-
ra línea de lectura del tomo i de El capital.

Despojo y reconfiguración del orden territorial


de la producción mundial
El segundo eje de lectura que proponemos del tomo i de El
capital refiere a la reconfiguración territorial del proceso
productivo a escala mundial. Pero, qué es la reconfiguración
territorial mundial. ¿Acaso sólo hay un territorio u orden te-
rritorial en el planeta? Entonces, ¿qué lugar albergarían los
territorios múltiples y diversos? En esta obra, sobre todo en
las secciones donde expone el proceso de subsunción formal y
real del trabajo al capital —segunda y tercera sección de El
capital—, Marx ofrece una figura del paulatino proceso de ex-
pansión territorial de las relaciones sociales capitalistas, de
sus características generales y de la manera en que articula y
totaliza el espacio mundial durante el proceso productivo. Pri-
mero, en las articulaciones interindividuales de los trabajado-
res durante el proceso de trabajo, después con sus condiciones
particulares de producción y, por último, entre las propias
máquinas y las condiciones generales de la producción, en un
paulatino proceso de expansión, disposición y conformación
de especializaciones para el trabajo: de destrezas, procesos de
trabajo, máquinas y herramienta, así como de las condiciones
generales de producción, los lugares y los territorios. En esta
figura Marx ofrece una imagen del territorio mundial inten-
samente diferenciada —no homogénea como normalmente se
afirma—, interdependiente, en sistemática expansión y con
un aumento incesante en su complejidad. Pero, sobre todo,
muestra un tipo de interdependencia productiva que contiene
44 Efraín León

las relaciones mercantiles y que es a la vez una profunda fuer-


za que dispone y reconfigura las múltiples formas vigentes de
socialidad.
Bajo la figura del proceso histórico de producción de un
complejo mosaico de divisiones territoriales del trabajo, que
se constituye en diversas escalas —particularmente en las
escalas de la fábrica, entre las ramas y sectores de la produc-
ción, el campo y la ciudad, así como entre las naciones—, Marx
explica el proceso de reconfiguración de la forma de la produc-
ción de riqueza objetiva que impulsa el capitalismo, así como
sus principales tensiones y contradicciones. En este trascurso
argumental, explica la manera en que este modo de producir
moldea los territorios particulares y los dispone de acuerdo a
las propias necesidades de la acumulación capitalista, mien-
tras desmenuza con precisión quirúrgica cómo esta forma de
producir no sólo ordena al mundo material, sino la manera en
que al hacerlo es sustento objetivo de la reproducción de una
forma histórica que mutila la capacidad autárquica de sí mis-
ma, es decir, del sujeto social en su conjunto.
Estas dos secciones del tomo i de El capital ofrecen lo que
nos atrevemos a denominar metafóricamente como un enor-
me arsenal de elementos teóricos para entender con detalle
la manera en la cual el proceso de producción y reproducción
se desdobla en múltiples divisiones territoriales del trabajo;
la función de este orden territorial histórico en la reproduc-
ción de la sociedad capitalista; y la manera en que ésta actúa
limitando la libertad social y de cada uno de los individuos
durante el momento productivo. Aquí es importante insistir
en que la diferencia territorial no refiere a la manifestación
diferenciada de una esencia en múltiples aspectos o disposi-
ciones objetivas a manera de singularidades territoriales, sino
que muestra el proceso histórico que produce, interconecta y
sincroniza estos territorios interdependientes como momentos
compartidos y normalizados en nuestra sociedad y, sobre todo,
la actuación de la fuerza “automática” que lo detona.
El proceso que desarrolla Karl Marx en estas dos secciones
del tomo i de El capital, fundamentalmente a propósito del
desdoblamiento de la producción en divisiones territoriales
El tomo i de El capital 45

del trabajo, nos deja todo un arsenal —no solamente teórico


sino también político— para entender que lo que pasa con esta
reconfiguración territorial en el neoliberalismo es mucho más
complejo y profundo que solamente despojo. Permite concebir
este proceso como la superficie, forma aparencial o espontánea
de una profunda reconfiguración en la disposición de las con-
diciones territoriales para la producción de riqueza objetiva,
que prepara y al mismo tiempo es resultado de un potencial
cambio de época en la propia forma histórica de existencia de
la sociedad capitalista.

Despojo territorial y formas de dominio


El tercer eje de lectura que proponemos del tomo i de El capi-
tal rastrea lo acontecido en el factor subjetivo del proceso de
trabajo durante la reconfiguración del proceso productivo. La
reconfiguración de la producción y su correlato territorial no
suceden sólo en el factor objetivo del trabajo, sino también en
el subjetivo, es decir en la fuerza de trabajo; en la sujetidad
práctica del proceso de producción inmediato.
El centro de nuestro análisis lo enfocaremos en que esta
reconfiguración del factor subjetivo de la producción no suce-
de sólo en su dimensión cuantitativa durante la disminución
salarial en la relación capital-trabajo, sino que sucede en el
proceso conjunto de la reproducción de las relaciones sociales.
El tomo i de El capital nos muestra aspectos cruciales para
entender que el despojo no sólo es desapropiación, sino a la
vez apropiación de medios de producción y formas de organi-
zación del trabajo por parte de las clases dominantes, profun-
dización de las relaciones salariales e incremento de la masa
de trabajadores sin trabajo y, sobre todo, aumento de poder
político de las clases dominantes frente a una creciente masa
de desposeídos con y sin empleo.
El proceso originario de acumulación es descrito por Marx
en el célebre capítulo xxiv del tomo i de El capital,7 como decía-

7
Véase Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro pri-
mero. El proceso de producción del capital. Volumen 3.
46 Efraín León

mos, se trata de un proceso que además permite comprender


la profundización en las relaciones salariales en el mercado de
trabajo, que trae de suyo una totalización histórica que norma-
liza las relaciones mercantiles dentro de la producción misma
y, con ello, profundiza la impronta de la enajenación política
histórica propiamente capitalista, durante el proceso mercan-
til y productivo. Un aspecto político central en toda la obra
de El capital, que inicia en el primer capítulo donde trata el
fetiche de la mercancía y su secreto, pero que se desdobla como
un problema mucho más profundo durante el proceso inmedia-
to de producción de riqueza objetiva en el capital. Decíamos,
no sólo como la suspensión política que establecen las formas
mercantiles simples, sino como el aumento paulatino de un
tipo de enajenación política inherente a esta forma de producir
que establece una tendencia histórica de actuación “automáti-
ca” en el sujeto social.
Entonces desde el tomo i de El capital podemos evaluar
cuál es la forma en la que se reconfigura actualmente esta
producción mundial y su orden territorial, cuál es la manera
específica en la que esta reorganización se lleva a cabo como
un proceso paulatino de normalización de un tipo específico
de dominio territorial, y, sobre todo, en qué momentos este
proceso se establece como un impulso automático sin que par-
ticipe lo político. Un proceso que hasta antes de la aparición
de la obra de Marx había sido considerado por la economía
política clásica como una fuerza virtuosa: la mano invisible
del mercado.

El lugar del territorio en el discurso crítico de Marx


A manera más de invitación al debate que de conclusión de
este trabajo, me gustaría dejar delineado el eje general que
pienso aún está por realizarse respecto al lugar del territorio
en el libro i de El capital, y de toda la obra del propio Marx; la
explicitación de la noción de territorio en Marx y la identidad
que esta instancia mantiene como estrato de realidad social
específico en la totalidad de este discurso crítico. Tarea que no
sólo debería buscar los momentos en los que Marx se refiere al
El tomo i de El capital 47

territorio de manera explícita, sino siguiendo la advertencia


de que es una obra abierta, bajo la premisa de desarrollar el
sustrato territorial de nuestra forma histórica a partir del eje
argumental que propone este discurso crítico.
Hemos propuesto tres líneas de interpretación del tomo
i de El capital para extraer de él algunos aspectos que per-
miten evaluar la vigencia histórica del territorio en la tota-
lidad capitalista. Sin embargo, no pretendimos con ello una
aproximación sintética del conjunto de aspectos que creemos
abonan a esta causa. Ubicamos con claridad algunos más que
decidimos no desarrollar en este texto porque en su desarrollo
no aparece el problema del territorio de manera explícita. A
continuación, exponemos dos ejes que nos parecen cruciales:
1) El “metabolismo material social-natural”. Se trata de
un argumento expuesto inicialmente por Marx en la pri-
mera parte del famoso capítulo v dedicado al proceso de
trabajo y al proceso de valorización.8 Pensamos que este
momento de la obra de Marx constituye una línea de
aproximación a los problemas territoriales de primerí-
simo orden, con desdoblamientos particularmente ricos
en lo que se refiere al territorio como factor productivo
inmediato y, siguiendo la línea argumental de este ca-
pítulo a lo largo de toda su obra, lo que podríamos deno-
minar la división territorial del metabolismo histórico y
de las crisis sociales y ambientales que desencadena.
2) La unidad entre el valor de uso y el valor. Se trata de
la unidad contradictoria y desgarrada de la mercancía,
que se expone desde el capítulo primero del tomo i de El
capital, y que se despliega a lo largo de la obra como un
rasgo constitutivo y contradictorio del sujeto histórico
en el capitalismo. Pensamos que se trata de dos estratos
que son a la vez dos momentos de vigencia y dos formas
de existencia en constante tensión de y en la totalidad
social que aún tienen que desagregarse en la unidad

8
Véase Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro pri-
mero. El proceso de producción del capital. Volumen 1.
48 Efraín León

histórica del territorio mundial. El territorio como valor


de uso y como valor nos permitiría entender la diversi-
dad múltiple de territorios no desgarrados de la unidad
histórica, sin considerarlos instancias opuestas o yuxta-
puestas entre sí.
Invitamos a los interesados en estas líneas a participar de
la construcción colectiva de la empresa de explicitar el lugar
del territorio en la obra de Marx. Estamos convencidos de que
el tomo i de El capital nos da un arsenal gigantesco de pistas
para poder pensar los procesos territoriales referidos y muchos
otros problemas sociales vigentes. Pero no sólo, decíamos,
como problemas estrictamente teóricos, filosóficos o científi-
cos, sino fundamentalmente políticos, porque si la discusión
territorial en el presente tiene sentido en términos teóricos,
es por lo que el mismo Marx había reconocido ya de su propia
obra, la necesidad de la revolución teórica y de la disputa de
una forma distinta de cientificidad son necesidades de la pro-
pia revolución social.

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El tomo i de El capital 49

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Smith, Neil, Uneven Development. Nature, Capital, and the
Production of Space, Blackwell, Oxford, 1984.
IMPLICACIONES DEL CONCEPTO
DE TRANSINDIVIDUALIDAD
Respuesta a Carlos Oliva

Mariflor Aguilar Rivero*

En un artículo reciente,1 Carlos Oliva expone algunos elemen-


tos de lo que considera que es o debe ser el pensamiento crítico.
Esto lo hace en el contexto de su referencia a tres complejos
crítico-teóricos, el de la teoría posestructuralista del sujeto y
de la ideología, el de la hermenéutica y el de la perspectiva de
los pueblos acosados por los megaproyectos y/o despojados de
su territorio. La que le parece representar una posición real-
mente crítica es la tercera, la que hace un balance de los flujos
de migrantes en función de la rapiña del capital. De las otras
dos piensa que se alejan de la crítica al darle prioridad a lo
psicológico y subjetivo, en particular la posición que se apoya
en el posestructuralismo. En relación con la postura herme-
néutica a la que se refiere considera que no deja de constituir
un ámbito teórico en el que “operan procesos tradicionales de
identidad y socialidad”, de manifestaciones psicológicas, y de
procesos y representaciones de la subjetividad enmarcadas en
el “estudio de la conciencia y el lenguaje”,2 ámbito que se va
delineando para el doctor Oliva como reductivo y desviacio-
nista. En un determinado momento del análisis, parece con-
cederle a la postura hermenéutica un posible punto de fuga
del subjetivismo, que es cuando la alteridad ocupa un lugar

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Carlos Oliva, “La teoría crítica en la obra de Mariflor Aguilar”, en Juan
José Abud Jaso, Pedro Enrique García Ruiz y Carlos Oliva (eds.), Crítica, her-
menéutica y subjetividad. Estudios sobre la obra de Mariflor Aguilar Rivero.
2
Ibid., p. 218.

51
52 Mariflor Aguilar

decisivo en el desarrollo teórico, pero aun así, en la medida


en que la temática nuclear sigue siendo la construcción iden-
titaria, considera que por mucho que ésta sea con material de
alteridad, “Se trata de un campo moral porque el diálogo es
una exigencia política y ética para el desarrollo de las subje-
tividades y tiene efectos directos sobre ese campo subjetivo”.3
No me detendré en esta observación-objeción por dos razones:
en primer lugar, porque creo que tiendo a estar de acuerdo con
el doctor Oliva y prefiero comentar los puntos de desacuerdo.
En segundo lugar, porque creo tener claro, aunque necesitaría
tiempo para pensar la argumentación, que no es realmente un
problema que el ámbito teórico esté acompañado de una pos-
tura ética y política, explícita o no, y si no es más bien el caso
que ambas posturas acompañan siempre a la teoría.
Aunque retomaré ideas generales de todo el texto, aquí me
voy a centrar en la referencia a la teoría posestructural del
sujeto, primero porque me interesa aclarar algunos puntos
que considero malos entendidos; segundo, porque hay algunas
afirmaciones que no comparto; y, por último, porque me per-
mite referirme a un concepto que parece ser relevante para
enfrentar una posición que, si entendí bien, está presente en
el estudio de Oliva.
Inicia el artículo con la siguiente afirmación:
La “crítica de la religión es la premisa de toda crítica”, escribió
Marx en el contexto de sus estudios sobre la obra de Hegel. Qui-
siera entender esta frase no sólo como la crítica de la simboli-
zación y jerarquización que establece un sistema religioso, sino
como la crítica prima a un sistema que se encuentra estructurado
en un despliegue de imágenes, metáforas, diagramas y flujos de
orden y poder.4

Lo que, según esto, es la premisa de toda crítica, es un


sistema estructurado por la representación. Después de esta
aclaración nuestro autor hace un segundo trazo de lo que en-

3
Ibid., pp. 237-238.
4
Ibid., p. 217.
Implicaciones del concepto de transindividualidad 53

tenderá por crítica, señalando en este caso que el objeto de la


crítica, el “hecho a criticar” “tendría como premisa el estable-
cimiento de una codificación simbólica precisa [...] en la que se
detecta una supuesta equivalencia entre un mundo sensible o
real y uno trascendente, un espacio imaginado más allá de los
hechos sociales y materiales”.5
A lo largo del texto se pueden recoger otras líneas sobre su
concepción de crítica. Considera, por ejemplo, que el pensa-
miento crítico tendría que tomar en cuenta básicamente tres
cosas: por un lado, la acumulación de capital, lo que concibe
como el tema crítico por excelencia;6 por otro lado, la “lucha
y confrontación de una clase frente a otra”,7 y, por último, la
comprensión de la subjetividad desde el estudio de las formas
de alteridad.
Uno de los objetivos de la primera parte del artículo de
Carlos Oliva es poner en cuestión un modo de pensamiento
crítico centrado en lo que se ha llamado “ideología”, es decir,
el conjunto de “imágenes, metáforas, diagramas y flujos de or-
den y poder”. Oliva considera que si la crítica parte o se centra
en los llamados aparatos ideológicos del Estado, y en los ins-
trumentos teóricos a los que este análisis recurrió y recurre,
se queda uno cercado por las mismas funciones del aparato
ideológico o, dicho de otra manera, se “sigue atado a la forma
académica ideológica”.8
Después de avanzar en el análisis de las propuestas crí-
ticas que estudia, dice también el autor que, a esas alturas,
el problema sobre la ideología tiene poco que aportar. Esto lo
dice expresamente “para provocar a la ortodoxia marxista”.9
Sin considerarme de la ortodoxia marxista, esta frase cier-
tamente provoca varias reflexiones. En primer lugar, quisie-
ra decir algo acerca del término mismo de ideología. También
quisiera aclarar algunos malos entendidos en relación con los

5
Idem.
6
Véase ibid., p. 220.
7
Ibid., p. 222.
8
Ibid., p. 223.
9
Ibid., p. 225.
54 Mariflor Aguilar

diferentes conceptos de ideología en juego y, por último, me


interesa precisar lo que considero está implicado en la teoría
de la “ideología” puesta en cuestión y su correspondiente teo-
ría del sujeto.
En relación con el término “ideología”: en los años ochenta
y noventa del siglo pasado, en plena crisis del marxismo y de
la izquierda internacional, el concepto de ideología, cuyo auge
tuvo lugar con el pensamiento marxista, quedó relegado junto
con aquel en muchos espacios académicos. Esto ocurrió con los
dos sentidos del concepto, el que se refiere a una instancia so-
cial que conforma la célebre “metáfora del edificio” junto con
la economía y la política, y también en su acepción de “fal-
sa conciencia”, en cualquiera de las versiones de su falsedad:
como engaño de los grupos en el poder, como lo opuesto a la
ciencia, o como la distorsión natural y necesaria de las repre-
sentaciones del mundo. En cuanto al primer sentido de “ideo-
logía”, el que designa una instancia de lo social, hay quienes
explican la elisión del término no por haber entrado en desuso
sino por lo contrario. Ernesto Laclau dice que la teoría de la
ideología “murió como resultado de su propio éxito imperialis-
ta”,10 es decir, no es que se dejó de usar el término, sino que
se usó para tantas cosas que perdió su utilidad como concepto.
Dice Laclau que “Otros términos, tales como ‘discurso’, resul-
taron menos ambiguos y más adecuados para expresar una
concepción del vínculo social que fuera más allá del objetivis-
mo y el naturalismo”.11 Desde esta misma tradición teórica
también se comenzó a hablar de “imaginarios sociales” en lu-
gar de ideología. Otro grupo que dejó de hablar de ideología
es el de quienes soñaron con “el fin de la ideología”, un sueño
asociado “generalmente al ideal de prácticas administrativas
puras, no políticas”.12 Al final de su trabajo sobre la ideología,
Laclau concluye, sin embargo, que dado que es imposible que
se haga realidad el sueño de que los significados de lo social

10
Ernesto Laclau, “Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”, en
Los fundamentos retóricos de la sociedad, p. 23.
11
Ibid., p. 48.
12
Ibid., p. 50.
Implicaciones del concepto de transindividualidad 55

y lo político sean unívocos, hay garantía, dice, de que “segui-


remos viviendo en un universo ideológico”.13 Es interesante
la relevancia que al final Laclau atribuye a la ideología: nada
menos la de tener que ver con la pluralidad semántica de los
discursos, es decir, del mundo.
Por razones semejantes, Slavoj Žižek sostiene que “En
virtud de la mera reflexión acerca del modo en que el hori-
zonte de la imaginación histórica está sujeto al cambio, nos
encontramos in medias res, obligados a aceptar la implacable
pertinencia de la noción de ideología”.14 Considera que “una
referencia directa a la coerción extraideológica (del mercado,
por ejemplo) es ya un gesto ideológico por excelencia”,15 ya que
una multiplicidad de discursos insertos en las prácticas y en
las instituciones estructuran la percepción de la realidad.
Étienne Balibar, por su parte, narra también una breve
historia del concepto de ideología, comenzando por el uso que
hace Marx en La ideología alemana de este término para refe-
rirse al efecto de dominación de la conciencia que
trataría de comprender cómo puede ésta seguir siendo dependien-
te del ser social (Sein) y al mismo tiempo autonomizarse cada
vez más con respecto a él, hasta hacer surgir un “mundo” irreal,
fantástico, […] dotado de una aparente autonomía, que sustituye
la historia real.16

Es una innovación de Marx de 1845, considera el filósofo


francés, “mediante la cual proponía en cierto modo a la filoso-
fía que se mirara en el espejo de la práctica”.17 Desde el punto
de vista de este autor, el concepto de ideología es “el punto de
encuentro de dos cuestiones distintas”: del poder de las ideas,
por un lado, y del poder de la abstracción, por otro lado.18 Para

13
Idem.
14
Slavoj Žižek, “Introducción. El espectro de la ideología”, en Slavoj Žižek
(comp.), Ideología. Un mapa de la cuestión, p. 27.
15
Ibid., p. 24.
16
Étienne Balibar, La filosofía de Marx, p. 50.
17
Ibid., p. 48.
18
Véase ibid., p. 51.
56 Mariflor Aguilar

sostener este punto, Balibar cita a Marx, quien escribió en la


Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel que
“Sin lugar a dudas, el arma de la crítica no puede reemplazar
la crítica de las armas: la fuerza material debe ser derribada
por una fuerza material, pero también la teoría se transforma
en fuerza material cuando se apodera de las masas”.19
Balibar señala que tanto la crítica de la ideología como la
del fetichismo de la mercancía son, de acuerdo con Marx, “un
momento en el reconocimiento de la historicidad de las rela-
ciones sociales”:
La conciencia teórica autonomizada en la ideología y la repre-
sentación espontánea de los sujetos y los objetos inducida por
la circulación de las mercancías tienen la misma forma general:
construir la ficción de una “naturaleza”, negar el tiempo históri-
co, negar su propia dependencia de condiciones transitorias, o al
menos salirse de ella, por ejemplo confinándola en el pasado.20

Ahora bien, más allá de los avatares del concepto, de su


aceptación y rechazo por el marxismo, y de la oposición entre
el mundo de ilusiones y la ciencia de la historia, el mismo año
de La filosofía de Marx, 1994, Étienne Balibar se refirió a lo
ideológico como a la instancia que forma una unidad compleja
con lo económico, siendo ambas no derivadas una de otra sino
originarias, y siendo ambas también entendidas en sentido am-
plio: lo ideológico como incluyendo a lo inconsciente, y lo eco-
nómico en el sentido social extenso.21 Quiero aclarar aquí un
malentendido que me parece está presente en el texto de Oliva
porque es éste el sentido que tiene la ideología en el criticado
posestructuralismo. En ese ámbito teórico de ninguna manera
se permanece en el plano de la conciencia, de lo psicológico, ni
de la subjetividad como se señala. Sí se permanece en la ma-
terialidad de todas estas instancias, pero también en la otra
materialidad, la de las prácticas sociales que incluyen institu-

19
Idem.
20
Ibid., p. 89.
21
Véase Étienne Balibar, Masses, Classes, Ideas. Studies on Politics and
Philosophy Before and After Marx.
Implicaciones del concepto de transindividualidad 57

ciones convencionales como la escuela, la Iglesia y la familia,


así como las prácticas que articulan el sistema de producción.
Lo que se puede observar en el trasfondo de estos comenta-
rios críticos es la presencia de una antigua tradición que im-
pera hasta nuestros días y que consiste en la división, separa-
ción e incluso antagonismo de los mundos, en este caso, de lo
subjetivo y lo objetivo, que podría emular la separación entre
infra y supraestructura. Es por eso que me quiero referir aho-
ra a la relevancia que puede tener el concepto de transindivi-
dualidad para disolver la oposición entre esas dos formas de
la materialidad, “entre la materialidad que siempre-ya corres-
ponde a la ideología coma tal (aparatos materiales eficaces
que le dan cuerpo [...]) y la ideología que siempre-ya correspon-
de a la materialidad como tal (a la realidad social de la pro-
ducción)”.22 Creo que el concepto de transindividualidad, que
Étienne Balibar recupera de Gilbert Simondon y encuentra
en estado práctico en Baruch Spinoza, puede ayudar a evitar
esa oposición.
Son varios aspectos los que se destacan con la tesis de la
transindividualidad. Primero, ésta señala que ni lo singular
puede pensarse sin las relaciones sociales que lo hicieron po-
sible, ni las colectividades pueden desvincularse de las subje-
tivaciones individuales, de tal manera que puede decirse que
ninguna identidad —o ninguna individualidad, como quiere
Spinoza— “es (puramente) individual ni (puramente) colec-
tiva”.23 Segundo, este concepto nos retrotrae a antiguas dis-
cusiones de problemas (que no dejan de tener ecos en el pre-
sente) habitualmente pensados como pares de opuestos, como
el de individuo/sociedad, lo subjetivo y lo objetivo, la relación
entre los macro y los micropoderes, etcétera. Por lo general,
estas discusiones oscilan entre las que enfatizan la determi-
nación de lo individual o lo microestructural y las que, por el

22
Slavoj Žižek, “Introducción. El espectro de la ideología”, en op. cit., p.
27 (cursivas mías).
23
Étienne Balibar, “Tres conceptos de la política: emancipación, transfor-
mación, civilidad”, en Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura
política global, p. 38.
58 Mariflor Aguilar

contrario, dan prioridad al papel jugado por los sistemas y


las macroestructuras. En un caso se huye del individualismo
metodológico y/o de la ininteligibilidad epistemológica ocasio-
nada por la pulverización de aspectos que intervienen en los
procesos sociales, de tal manera que se hace imposible toda
comprensión de los mismos. Por su parte, el énfasis en lo micro
se opone en general al esquematismo de los planteamientos
macro que reducen la realidad a una o dos determinaciones
borrando las especificaciones restantes. Desde la transindivi-
dualidad ambos reduccionismos son cuestionados.
Es innegable la lógica propia del sistema de producción y
los sistemas y subsistemas que lo acompañan, pero también
es innegable la eficacia de las formas de subjetivación, del tra-
bajo de la llamada “otra escena”, de la eficacia de mecanis-
mos específicos que operan en la efectuación del sujeto y que
imprimen su propia eficacia al conjunto de determinaciones
sociales. Hay desde luego algunos intentos de superar ambos
reduccionismos, como el clásico hegeliano de la identidad del
sujeto y del objeto, aunque una lectura también clásica de esta
“superación” es que en esta identidad se bascula hacia el re-
duccionismo subjetivista-racionalista. Según esto, más que de
identidad se trataría de una subsunción.
Aquí entra a jugar el concepto de transindividualidad como
un intento de “superación de la superación”, es decir, de in-
troducirnos a un planteamiento en el que no se oscile ni ha-
cia lo macro ni hacia lo micro sacrificando a alguno de ellos,
sino que se piense en realidades irreductibles,24 respetando su
especificidad, su naturaleza, sus mecanismos de operación y
estrategias particulares. El reconocimiento cabal de la irre-
ductibilidad y de la naturaleza específica de la particularidad
es posible solamente rompiendo con los “pares de opuestos”
establecidos a los que nos hemos referido y que han estado,
digámoslo así, congelados por tradiciones filosóficas no re-
visadas, al romperlos se logra que tales pares dejen de ser

24
Véase Étienne Balibar, “Las identidades ambiguas”, en Violencias,
identidades y civilidad. Para una cultura política global.
Implicaciones del concepto de transindividualidad 59

opuestos y, también, que dejen de ser pares. Se puede decir


que el concepto de transindividualidad funde ambos extremos.
En un estudio sobre la transindividualidad en Spinoza,25 el
filósofo de Avallon muestra que dicho concepto no sólo atravie-
sa el trabajo del filósofo holandés, sino más importante aún,
que la manera como ahí se entiende ofrece elementos para
pensar hoy las identidades de una manera novedosa que rom-
pe con dicotomías del tipo de las mencionadas. Ahí se afirma
que la problemática que así se abre
virtualmente escapa de (o rechaza) la antinomia básica de la me-
tafísica y la ética, que surge del dualismo ontológico: individualis-
mo vs. holismo (u organicismo). Pero también escapa del camino
de los opuestos para comprender la “comunidad” humana, en los
cuales se da primacía o a la “intersubjetividad” o a la “sociedad
civil”, o a la “interioridad” o a la “exterioridad”.26

Según dice el estudioso de Spinoza, “hay otros conceptos de


transindividualidad en la filosofía moderna: no sólo en Leib-
niz y Hegel (con matices), sino también en Freud y Marx”.27
Son conocidas las referencias de Jacques Lacan en 1953 en el
“Discurso de Roma” para aclarar que el inconsciente es indi-
vidual y colectivo a la vez, aunque, como dice Balibar, no es
visto como un sistema colectivo de arquetipos.28 Cuando se ha
trabajado en relación a Marx, lo que este concepto plantea son
básicamente dos cosas: en primer lugar, que Marx rechaza
a la vez el punto de vista individualista “(primacía del indi-
viduo, y sobre todo ficción de una individualidad que podría
definirse por sí misma, aisladamente, ya sea en términos de
biología, psicología, comportamiento económico, etcétera)”29 y
el punto de vista organicista u holista que atribuye primacía al
todo social, considerado “como una unidad indivisible de la que

25
Véase Étienne Balibar, Spinoza. De la individualidad a la transin-
dividualidad.
26
Ibid., pp. 13-14.
27
Ibid., p. 22.
28
Véase idem.
29
Étienne Balibar, La filosofía de Marx, p. 37.
60 Mariflor Aguilar

los individuos no serían sino los miembros funcionales”.30 Por


otra parte, lo que se esboza con este concepto es una ontología
relacional que, por un lado, resuena en “la práctica de los movi-
mientos revolucionarios: una práctica que jamás opone la rea-
lización del individuo a los intereses de la comunidad, que ni
siquiera los separa, sino que siempre procura realizarlos uno
por el otro”.31 Esta ontología relacional es la que está presente
al menos desde la sexta tesis sobre Feuerbach32 y en todo El
capital.
Aquí sólo he podido trazar las líneas iniciales de una futu-
ra investigación en este sentido, el de mostrar la ontología re-
lacional que subyace en las formas mercantiles de producción.
Lo que de momento he querido mostrar es que por efecto de
la transindividualidad la ideología no puede ser irrelevante si
queremos entender lo social o simplemente lo humano. Aho-
ra se podría intentar dar un paso más, no para incomodar a
los marxistas heterodoxos sino simplemente para provocar al
compañero Carlos Oliva. En un libro sobre la biopolítica, Žižek
escribe un brillante trabajo sobre Deleuze, en el que analiza
la virtualidad y el flujo del devenir deleuzianos, los compara
con la supraestructura marxista la cual, dice, es “un estéril
teatro de sombras ontológicamente separado del espacio ma-
terial de producción”.33 Una vez dicho esto, formula desafiante
una pregunta: “¿Qué pasaría si el campo de la política [fuera
este] teatro de sombras, sin embargo, crucial para la transfor-
mación de la realidad?”.34

30
Idem.
31
Ibid.,p. 38.
32
La tesis que dice que “la esencia humana no es una abstracción inheren-
te al individuo singular” sino que “es el conjunto de las relaciones sociales”.
33
Slavoj Žižek, “Deleuze”, en Organs without Bodies. On Deleuze and
Consequences (traducción propia).
34
Idem.
Implicaciones del concepto de transindividualidad 61

Bibliografía
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identidades y civilidad. Para una cultura política global,
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berg, José Sazbón, Tomás Segovia e Isabel Vericat Núñez
(trads.), fce, Buenos Aires, 2003.
HACER CAMINO AL ANDAR:
LÓGICAS EN EL CAPITAL, UNA LECTURA
CON Y MÁS ALLÁ DE ALTHUSSER

Jaime Ortega Reyna*

Saber que no se aprende a la primera, ni re-


pentinamente, ni definitivamente, a andar
por el camino de la teoría, sino poco a poco,
pacientemente, humildemente.
Louis Althusser

A 150 años de la publicación del primer tomo de El capital.


Crítica de la economía política de Karl Marx resulta una tarea
ardua seguir los caminos de la multiplicidad de interpreta-
ciones que provocó durante el largo siglo xx. Pero más que la
esperanza por descifrar un sentido que aguardaría reposando
plácidamente para los lectores del siglo xxi, sería más produc-
tivo pensar, tal como lo hacía Louis Althusser a lo largo de
su seminario, en el conjunto de problemas que supone una
determinada “lectura” de El capital. Es decir, en la forma y
procedimientos de los que solemos echar mano al momento
de enfrentar un texto, sea de Marx o de cualquier otro teórico.
El trabajo de problematización de la “lectura” nos conduce a
la comprensión de la articulación de los múltiples sentidos,
es decir, de todos aquellos elementos que desgarran el texto,
haciendo tambalear y finalmente estallar su estructura como
una supuesta unidad indisoluble.
Esto último que decimos opera en gran medida para des-
pejar las ilusiones historicistas, según las cuales El capital
funciona como el “archivo” del capitalismo inglés o como tes-

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

63
64 Jaime Ortega

timonio de la comprensión de la era victoriana (preimperia-


lista), tal como quedó asentado en la versión estalinista.1 La
operación crítica nos permite también asediar la lectura “ló-
gico-histórica” en donde el orden y la simultaneidad bloquean
los elementos de ruptura y crisis. Como ya había quedado
asentado por Galvano della Volpe, lo “lógico-histórico” debería
ser rebautizado como un intento que se limitaba al emplaza-
miento de tipo “lógico-cronológico”. Escribía el italiano:
¿Cómo conciliar la historicidad sustancial del método con su
no-cronologicidad o idealidad, o sea con su ser, sin embargo,
método lógico? (Cuestiones que suenan extrañas, o peor aún, e
inevitables, para la mentalidad marxista todavía ochocentista,
hegelianizante cuando no evolucionista o hasta una y otra cosa
conjuntamente. Pero así nos parece que se pierde gran parte de
la originalidad revolucionaria del método materialista-histórico y
de su concepción del mundo).2

Ello debido a que carecía de una construcción sistemática


del concepto de historia, y se limitaba a presentar una narra-
ción lineal y homogénea tanto del despliegue conceptual como
de una cierta univocidad de la “historia”. Cerrada la posibili-
dad de múltiples vías o “historias” es pertinente buscar otra
salida. Operamos entonces una lectura que cuestione estos sa-
beres anclados en las tradiciones más imponentes del siglo xx,
hace tiempo colocadas en estado de crisis.
Dichas operaciones deben ser resaltadas a fin de no confiar
en un trabajo no crítico, aquel que entrega una “estructura
argumental” única, encerrada en sí misma, totalizada plena-
mente. El ensamblaje de dicha “estructura argumental” re-
sulta (curiosamente) siempre preciso en la ordenación de cada
uno de sus elementos: ninguno de ellos se encuentra jamás
fuera de lugar, ninguno de ellos es anómalo o no contempo-
ráneo con el resto. La correspondencia se impone cuando se

1
Véase José Stalin, “Cuestiones del leninismo”, en Obras completas en
17 tomos, t. viii.
2
Galvano della Volpe, Clave de la dialéctica histórica, p. 19.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 65

presenta dicha “estructura argumental”, ella es siempre clara,


transparente y no supone otro problema que la espera de un
revelado que la presente: el partido, el maestro, el dirigente u
otra figura de autoridad.
Dicho esto, aquí apelamos a romper la aparente univocidad
de un texto que es ya parte del reservorio tanto de la teoría
crítica como de otras formas de participar en una noción más
amplia como lo es la de discurso crítico. El capital pertenece
a todas esas formas del discurso abocadas a la desestructura-
ción del orden social capitalista y por tanto deudoras de los
momentos de crisis de cualquier teoría cerrada y autosuficien-
te. Porque de lo que se trata en un programa de investigación
productivo y acorde con nuestras realidades pos-1989 puede
ser catalogado como un necesario volver a Marx y escribir con
él. Como refirió con mayor precisión Bolívar Echeverría: “Leer
a Marx resulta así, llevando las cosas al extremo, emprender
la tarea paradójica de escribir junto con él su propia obra”.3
Lo que plantearemos en las siguientes páginas son las con-
diciones sobre las que levantamos una apuesta por captar las
veredas diversas que atraviesan el que quizá sea el texto más
relevante para la conformación del discurso crítico. Por con-
diciones de lectura hacemos énfasis en la producción de algu-
nos trabajos clásicos y otros más recientes que han colocado la
apuesta crítica en desmovilizar todo sentido totalizado en ple-
nitud. Señalando posteriormente diversas “lógicas” que, desde
nuestro punto de vista, apuntalan una lectura más producti-
va del texto. Esta presentación que haremos parte de algunos
de los principales entramados problemáticos colocados por la
escuela althusseriana, cuya crisis y colapso sin embargo no
nos impide reconocer sus méritos, paso necesario para poder
avanzar más allá de ella. Superar los límites de la propuesta
de Althusser implica igualmente partir de él y no, como lo
intentaron muchos de sus adversarios, restablecer las coorde-
nadas anteriores de producción, marcadas por el historicismo
y el humanismo.

3
Bolívar Echeverría, El discurso crítico de Marx, p. 200.
66 Jaime Ortega

Otra filosofía, otra lectura


El gran mérito de Althusser en su breve opúsculo Crítica pre-
via a la lectura de El capital4 es colocar en la mesa de discu-
sión algunos de los problemas teóricos y políticos de lectura
del texto de Marx. En este sentido, cumple a cabalidad lo que
a modo de consigna se había consagrado desde 1965: ¡leer El
capital! Lo hace dándole un contenido pleno a lo que había
sido en gran medida el programa evocado en su famoso se-
minario: “Como no existe lectura inocente, digamos de cuál
lectura somos culpables”.5 Leer el texto de Marx implicaba
entonces producir a partir de él, pero en ciertas condiciones y
de acuerdo con el conjunto de coordenadas que la coyuntura
demandaba. Dicho esto, es que podemos pensar que no existe
lectura por fuera de una coyuntura.
Así, Althusser se desmarca tanto del “marxismo-leninis-
mo” que ubicaba el texto como la comprensión de una figura
histórica (la época de la libre competencia) como de la cerra-
zón disciplinar que después capturará y segmentará al propio
Marx: “No hay que buscar en El capital ni un libro de historia
‘concreta’ ni un libro de economía política ‘empírica’, en el sen-
tido en que los historiadores y los economistas entienden estos
términos”.6 Es a partir de estas formulaciones que Althusser
procede a cuestionar los supuestos de lectura, es decir, a traba-
jar sobre el conjunto de coordenadas desde las cuales operamos
sobre el texto de Marx. La “forma-comentario”, es decir, la lec-
tura religiosa, lleva a un saber encerrado en sí mismo, siendo
categóricamente rechazada como una alternativa a emplear
en los momentos de mayor renovación discursiva del marxis-
mo. Ello obligó a un cuestionamiento de los procedimientos y
formas empleadas para su acercamiento al texto. El elemento
más importante y sugerente para nuestro argumento es aquel
que cuestiona la unidad de la obra.

4
Véase Louis Althusser, Crítica previa a la lectura de El capital.
5
Louis Althusser, “Prefacio. De El capital a la filosofía de Marx”, en Louis
Althusser y Étienne Balibar, Para leer El capital, p. 19.
6
Louis Althusser, Crítica previa a la lectura de El capital, p. 17.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 67

El texto de El capital, en tanto que totalidad, no podía ser


aprehendido en su forma expresiva. Recuérdese que el eje de
rotación sobre el que descansa la crítica de Althusser a Hegel
es que este último otorgaba una versión expresiva de la tota-
lidad, en donde cada parte no era sino la expresión de un todo
cerrado y predispuesto. Siguiendo a un autor contemporáneo
mucho más citado y leído que el viejo filósofo francés, podemos
decir que con la forma expresiva se impone siempre una con-
cepción para la cual el proceso global no es el resultado, sino
el principio organizador de la totalidad,
porcentaje que toma la forma de una renuncia a captar concre-
tamente cada acontecimiento singular y cada instante presente
de la praxis en nombre de la remisión a la última instancia del
proceso global. Dado que lo Absoluto es “resultado” y que “sólo al
final es verdaderamente lo que es”, cada momento singular y con-
creto del proceso sólo es real como “pura negatividad” que la vari-
ta mágica de la mediación dialéctica transformará —al final— en
positivo.7

Esto mismo sucede con El capital. Una importante versión


sostiene que el argumento de Marx se despliega como una es-
piral en la que se van superponiendo los conceptos, uno a uno.
Cabe señalar que el propio Marx es el principal crítico de esa
versión de lo que denomina “dialéctica de los conceptos”: “En
otro momento, antes de dejar este problema, será necesario
corregir la manera idealista de exponerlo, que da la impresión
de tratarse de puras definiciones conceptuales y de la dialécti-
ca de estos conceptos”.8
En todo caso, lo importante de aquella espiral conceptual
era qué proceso global imponía el ritmo. En cambio, la lectura
de Althusser apuntala a separarse de esta lectura a la que
signaba como idealista en clara alusión al llamado “idealismo
alemán” y su forma de exposición. Por el contrario, su proyec-

7
Giorgio Agamben, Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y
origen de la historia, p. 176.
8
Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía po-
lítica (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 1, p. 77.
68 Jaime Ortega

to era ensayar algo que podemos denominar una lectura de


tipo materialista. Por lectura materialista debe entenderse la
conjunción entre lo necesario y lo contingente, es decir, apren-
der los ritmos y dinámicas de los distintos momentos singu-
lares que sin renunciar a la categoría de totalidad mantienen
su propia autonomía. La lectura materialista no sigue la for-
ma idealista de “sucesión y simultaneidad”;9 apuesta por una
lectura siempre localizada en una coyuntura, es decir, bajo
coordenadas específicas y nunca calculadas de antemano por
alguien. Debe tomarse en cuenta que tampoco se hace hinca-
pié en una lectura de “rupturas” al modo teológico, sino que
más bien se apuesta por el doblez y el pliegue.10
El resultado de este tipo de lectura fue costoso para el pro-
pio Althusser. Se trataba no sólo de la renuncia a entender El
capital como el lugar donde “el concepto se hace al fin visible
a cielo descubierto, presente en persona entre nosotros, tangi-
ble en su existencia sensible”,11 es decir, a la renuncia de toda
forma dialéctica, sino además reconocer que en Marx mismo
resonaba siempre esa forma hegeliana, la cual en su poderosa
prosa convence y somete cualquier otra alternativa. No había
entonces ni “dialéctica específicamente marxista” ni tampoco
un Marx totalmente despegado de la dialéctica hegeliana. La
profundidad de la escritura de Marx estaba comprometida con
el idealismo,12 por ello había que emplazar otra filosofía y otra
lectura que lo resistiera.

9
Véase Vittorio Morfino, El materialismo de Althusser. Más allá del telos
y el eschaton, p. 111.
10
Véase Bruno Bosteels, “La hipótesis izquierdista: el comunismo en la
era del terror”, en Analía Hounie (comp.), Sobre la idea del comunismo.
11
Louis Althusser, “Prefacio. De El capital a la filosofía de Marx”, en op.
cit., p. 21.
12
En Marx dentro de sus límites, Althusser acepta que Marx estuvo “pren-
dido” siempre del idealismo. Es pertinente aclarar que “materialismo” e “idea-
lismo” son, para el Althusser de la época, posiciones que se despliegan en el
seno de la teoría. Es decir, la producción teórica vive en su interior el desgarre
entre una u otra; no son absolutas, sino que están en pugna, conviviendo y
sometiéndose la una a la otra, según la coyuntura.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 69

Althusser cree poder fisurar la muralla hegeliana, tan fir-


me en la escritura de El capital, a partir de una lectura distin-
ta, alternativa, de tipo materialista. Ello lo obligó a reconocer
a “Marx dentro de sus límites” y a cuestionar la unidad de El
capital. Ya en un periodo de producción previa se había cues-
tionado la univocidad y aparente unidad de toda la obra de
Marx, en donde cada frase de juventud auguraba o “fundaba”
la “crítica de la economía política” que después sería explícita
en la madurez. Generando con esto una verdadera tormenta
teórica alrededor del mundo, que en la confusión de la época
se dirimió en la división de dos etapas de producción. Por la co-
yuntura en la que se produce este trabajo de crítica alrededor
de El capital no se generó un impacto tan contundente, aunque
quizá fuera más importante que las escaramuzas respecto a la
distinción entre el “joven” Marx, que según Althusser estuvo
fuertemente influenciado por Kant y Fichte: “el joven Marx
no fue jamás hegeliano, sino primeramente kantiano-fichtea-
no, luego feuerbachiano. La tesis del hegelianismo del joven
Marx, sostenida corrientemente, es un mito”.13 Si la juventud
hegeliana era ficticia, no lo era la madurez, donde el campa-
neo hegeliano resonaba en la constitución de la crítica de la
economía política o, para decirlo de otra manera, se daba la
paradoja de que el proyecto de investigación materialista se
escribía en clave idealista. Y es justo en ese flanco que El ca-
pital es cuestionado:
Por muy impresionante que sea, la unidad de la exposición de
El capital nos ha parecido entonces como lo que es: ficticia. Pero
¿por qué esta unidad ficticia? Porque Marx se creía obligado,
como buen “semihegeliano”, es decir, como el hegeliano “inverti-
do” en materialista que era, a afrontar en una disciplina de carác-
ter científico la cuestión puramente filosófica del comienzo de una
obra filosófica. […] No es un azar que Marx haya reescrito una
buena docena de veces la sección i de El capital.14

13
Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, p. 28.
14
Louis Althusser, Marx dentro de sus límites, p. 55.
70 Jaime Ortega

Este dictum sigue resonando y causando numerosas con-


secuencias, pero sigue siendo insuficiente. Fue el spinozista y
discípulo de Althusser, después fugado hacia el conservadu-
rismo, Gabriel Albiac, quien le dio un contenido mucho más
claro y que nos interesa destacar:
Si en El capital son puestos en funcionamiento estudios económi-
cos y estudios históricos la unidad aparente del libro (de El capi-
tal o de otro) no debe ocultarse un ápice un carácter artificioso: el
libro no es (no puede ser) nunca entidad unitaria, indiferenciada
o sincrética, referida a un objeto, sino constelación de discursos
heterogéneos que en él se entrecruzan como en un polo de interfe-
rencias, discursos dotados de objetos necesariamente autónomos
y aun discordantes cuya apariencia de unidad es sólo dada por
la situación de dominancia en que uno de ellos es situado como
articulador de la trama.15

A partir de aquí es posible entonces demarcar la potencia


de lectura de El capital propuesta por Althusser, pero para
trascenderla, de acuerdo con las necesidades de la coyuntura.

Lógicas del mundo


Una vez planteadas las coordenadas sobre las cuales se des-
plegó la exposición es posible avanzar. No basta con aceptar
la multiplicidad de lógicas que atraviesan el texto de El ca-
pital. Que éste no sea indistinto en sus componentes y que
éstos tengan autonomía propia nos orillan a la elección. Sin
embargo, la elección no es arbitrariedad, sino una necesidad
ante la coyuntura, es decir, una posición por la que se opta. Al-
thusser algo captó, como se demuestra en la ya citada Crítica
previa a la lectura de El capital, en donde recomendaba (des)
armar la lectura supuestamente unitaria y transparente del
texto de Marx. Ello implicaba partir desde otras indicaciones,
lo que incluía sobre todo enviar hacia el final la lectura de la
sección primera y comenzar por la sección segunda, es decir

15
Gabriel Albiac, Al margen de “El capital”, p. 29.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 71

que el arranque no fuera el “origen” del valor, sino la trans-


formación de dinero en capital y así seguir avanzando con el
resto de las secciones. Althusser no “recomendaba” omitir la
lectura de la sección i, sino abordarla hasta el final, cosa que
no sobra decir en medio de algunos desvaríos al momento de
la crítica sobre su obra.16
Este razonamiento no deja de ser relevante, constituye un
problema teórico de primera importancia. Muchos años des-
pués de la intervención de Althusser, Pierre Macherey refi-
riéndose a Derrida, alertaba sobre los peligros de quedarse
atorados en la sección primera:
Esta empresa de deconstrucción, que arrastra a Marx del lado
de sus fantasmas, triunfa perfectamente a condición de filtrar la
herencia hasta el punto de no retener de El capital más que la
Sección primera de su Libro i: un Marx sin las clases sociales, sin
la explotación del trabajo, sin el plusvalor que, en efecto, corre el
riego de no ser más que su propio fantasma.17

De tal forma, el problema teórico no se localizaba en el “ori-


gen” de todos los males (antes la enajenación, que nos robó el
paraíso perdido), sino en la elección del comienzo para iniciar
la crítica.
Así, El capital debe ser dislocado no sólo en su unidad fic-
ticia, sino que corresponde a la lectura materialista rearmar
el orden que nos permita producir a partir de él. El orden no
es estable, los pliegues y dobleces necesarios se realizan de
acuerdo a la coyuntura. La selección entonces no se hace a
partir de que alguna sección sea más o menos importante,
más rigurosa o más hegeliana, sino por el efecto teórico y po-
lítico que en cada sección aguarda en el momento de producir
teoría. Ha sido el joven filósofo chileno Claudio Aguayo quien
avanzó más por este sendero, sobre la base de “figuraciones

16
Por ejemplo, sobre su “neoestalinismo”, véase el “Prólogo del editor” a la
nueva edición de El discurso crítico de Marx de Bolívar Echeverría.
17
Pierre Macherey, “Marx desmaterializado o el espíritu de Derrida”, en
Michael Sprinker (ed.), Demarcaciones espectrales. En torno a Espectros de
Marx, de Jacques Derrida, p. 31.
72 Jaime Ortega

teóricas”18 tales como subsunción, movimiento, proceso y con-


cepto. Concuerdo con el planteamiento general señalando que
la estrategia aquí elegida parte más bien de conocer esas ló-
gicas como construcciones conceptuales que buscan aprender
momentos distintos, a veces articulados formalmente y a ve-
ces imbricados de forma plena con la totalidad.
Plantemos así que las “lógicas” a las que nos referimos ope-
ran al interior del texto. Primero, una lógica de la equivalen-
cia, una revolución en el seno de la socialidad humana que
permite la abstracción del trabajo de forma universal. Dicha
abstracción del contenido material permite que la forma se
imponga, haciendo del intercambio el leitmotiv de una gran
parte de la vida social. El intercambio de mercancías se vuelve
el articulador de la totalidad, es éste el núcleo de comprensión
de la sección primera “mercancía y dinero”.
Un segundo movimiento lo denominamos lógica de la
transformación y refiere al pasaje teórico y político que va del
trabajo vivo a la categoría fuerza de trabajo, es decir, de la
conversión de dinero en capital. Nos referimos a la sección se-
gunda de El capital, aquella donde se asienta la posibilidad de
una ruptura silenciosa de la equivalencia a partir de la apa-
rición y generalización de la única mercancía que crea valor.
El tercer momento se realiza a partir de la lógica de la sub-
sunción que permite la extracción de plusvalor. Fue esta ló-
gica la más importante en la interpretación del marxismo en
el siglo xx: ella permitía entender la “lógica de la fábrica”, es
decir, la concentración del moderno proletario industrial en
las cuatro paredes de la industria moderna. Para simplificar
y aunque bajo la advertencia de que tiene múltiples matices,
señalamos que esta lógica opera de la sección tercera a la sec-
ción sexta.
Finalmente, la que nos parece la lógica más importante en
la coyuntura actual, la de la “separación” o desposesión expre-

18
Véase Claudio Aguayo, “El porvenir de El capital”, en Actuel Marx/
Intervenciones, núm. 21, p. 211.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 73

sada en la sección séptima.19 Esta lógica se detallará en el si-


guiente apartado. Plantear las distintas lógicas que se juegan
al seno del texto de Marx no se corresponde entonces con un
planteamiento de no simultaneidad entre los distintos espeso-
res que en ellas se juegan. Dicho proceso de no simultaneidad
convoca a que calibremos, según determinadas condiciones,
qué lógica es la que emplaza de manera más firme el proceso
de dominación capitalista. Así, no basta que El capital sea
trasladado a distintas lenguas, sino que también es preciso
traducir a cada coyuntura la importancia diferenciada de los
discursos que atraviesan el texto. En el terreno histórico es
evidente que el proceso contenido en las secciones segunda y
tercera fue el más importante en el despliegue del movimiento
obrero y comunista tradicional. Era sobre el asiento de la exis-
tencia de la fuerza de trabajo y de su subsunción en la forma
cooperativa capitalista que El capital operaba como la “biblia
del proletariado”.
Para las lecturas que dicen asentarse en la obra de Hegel
pesa más la “génesis”, el “fundamento” u “origen”, es decir, el
valor. Dicha “génesis” se encuentra predispuesta en la sec-
ción primera, en ella se jugaría de hecho la comprensión de
todo el despliegue posterior, que no sería sino un conjunto de
determinaciones que se montan sobre una relación simple,
siempre reductible a un binomio (valor/valor de uso; trabajo
vivo/trabajo muerto; trabajo abstracto/trabajo concreto; capi-
tal/trabajo asalariado). Otros ejercicios del pensar han colo-
cado al capítulo xxiv como el que quizá pueda decir algo más
sobre la génesis nada gloriosa del capital, llena de violencia,
saqueos y timos, lo que llevó al gran Bertolt Brecht a pregun-
tarse si el delito era robar un banco o fundarlo; el capital estaba
manchado de sangre hasta en sus rincones más íntimos.

19
Ambas figuras son muy usadas en nuestros días. En su forma canónica,
la “separación” correspondía al alejamiento entre el productor y sus medios
de producción, y la desposesión alude a la forma colectiva con la tierra. Usa-
remos aquí ambas, pues nos referimos a un proceso que involucra la “separa-
ción” individual con la forma colectiva de la desposesión.
74 Jaime Ortega

Todas estas intervenciones reclaman la especificidad de El


capital a partir de coyunturas, o bien a partir de problemas
teóricos. Teoría y política asumen la forma de efecto, pues es
el privilegio de algunas dimensiones sobre otras lo que per-
mite iluminar rincones de la conflictividad al seno del cuerpo
productivo capitalista. El trabajo teórico, como todo proceso de
iluminación, también tiende al oscurecimiento y a la produc-
ción de sus puntos ciegos.
Señalar que las lógicas que atraviesan el texto no se en-
cuentran en un proceso de equivalencia o concordancia total es
el modo de trabajar teóricamente con el texto. Advirtiendo que
las distintas lógicas (en este caso expresadas en las secciones)
remiten a problemas diversos y que su unidad se vuelve inesta-
ble a partir de que detectamos énfasis de mayor intensidad en
el efecto que producen. Como tal, señalamos también que, en la
coyuntura actual del capitalismo, es factible pensar que la lógi-
ca más agresiva y radical en su actuación es la de la separación
o desposesión.

El capital y la coyuntura: separación y desposesión


En su advertencia a los lectores del primer libro de El capital,
específicamente en torno al capítulo xxiv de la obra cumbre de
Marx, Althusser afirma que
el segundo gran descubrimiento de los increíbles medios con que
se realizó la “acumulación primitiva” […] De que el capitalismo
nunca ha dejado de emplear y que continúa empleando en pleno
siglo xx, “al margen” de su existencia metropolitana, es decir, en
los países colonizados y ex colonizados, los medios de la violencia
más feroz.20

El primer gran descubrimiento no era el que se encontra-


ba contenido en la sección primera, sino lo que hemos deno-
minado la lógica de la subsunción, es decir, la posibilidad de
la extracción de plusvalía. Incluso Enrique Dussel, que lee a

20
Louis Althusser, Crítica previa a la lectura de El capital, pp. 32-33.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 75

Marx desde una pretensión de ontología del ser social, es de-


cir, desde la acera de enfrente a la producción de Althusser,
admite esto. El segundo gran descubrimiento es la constata-
ción de la forma en que se garantizan las condiciones para
el resto de las otras lógicas, aquellas que versan sobre la
separación y la desposesión.
La relación social del capital, que puede ser abordada desde
miradas múltiples, conserva un punto medular: el capital en
todo momento será expropiación continua de la soberanía de
los sujetos en el proceso de reproducción de su vida. Luis Ale-
gre Zahonero y Carlos Fernández Liria lo han dicho bien:
Es preciso insistir una vez más: aquí no se trata de recordar
aquello que hizo capital al capital, sino aquello que hace capital
al capital. No se trata de recordar una historia, sino de que esa
historia nos permita “recordar”, en un sentido inequívocamente
platónico, una estructura. No se trata de una investigación sobre
los orígenes históricos, sino de una investigación sobre las condi-
ciones sin las cuales no hay modo capitalista de producción. No se
trata de cómo “se formó” el modo de producción capitalista, sino
de en qué consiste este modo de producción.21

Efectivamente, el corazón de la sección séptima es el capí-


tulo xxiv que en numerosas ocasiones fue remitido a una con-
dición meramente “histórica”, sin ningún tipo de consistencia
teórica. Desde nuestro punto de vista es este el capítulo teó-
rico y político más importante de El capital para la actual co-
yuntura. Con esto queremos decir que el texto de Marx opera
aún como un instrumento útil para la lucha política, es decir,
que en ese capítulo se encuentra en gran medida la posibili-
dad de comprender el conjunto de determinaciones de la fiso-
nomía de la lucha de clases en su forma vigente. No porque en
ella queden asentadas cuestiones históricas o metodológicas
a priori, sino porque en ese capítulo se encadenan las lógicas
diferenciadas con las que opera la totalidad del orden social,

21
Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, El orden de El capital.
Por qué seguir leyendo a Marx, p. 332.
76 Jaime Ortega

brindando el secreto del despliegue capitalista de los últimos


años. Es su elemento de sobredeterminación.
Es cierto que ello requiere operar teóricamente sobre el
texto, deslindando posibles vetas que hoy están canceladas.
Nos referimos con ello a que el problema de la “separación”
aludido en dicho capítulo no es ya el problema de la “descam-
pesinización”. Cierto es que no nos encontramos en la época
histórica de Marx, en donde lo que se expropiaba era el terri-
torio con la finalidad de crear nuevos contingentes sociales a
ser capturados por la relación social del capital: expulsión del
campo para nutrir la naciente fábrica. Esa situación de exte-
rioridad del conjunto campesino hace tiempo se vino abajo.
El campesino sigue existiendo, resistió en el siglo xx a través
de importantes revoluciones a lo largo y ancho del mundo. El
capital en su forma contemporánea no hace ya referencia a ese
proceso, sino a otros distintos.
Estamos ante una situación que es iluminada en el capítulo
xxiv en su lógica: el proceso de destrucción de lo común, por la
vía de la “separación” de otros niveles de la vida social, cons-
truidos a lo largo de la historia. Ello tiene varias facetas. Pen-
saremos en dos ahora, por un lado, la destrucción de los bienes
comunes, poniendo énfasis en la situación de la comunidad;
por el otro, la destrucción de lo “público-común” que hace re-
ferencia a la destrucción de las cristalizaciones que tenían su
asentamiento en el Estado del siglo xx: derechos sociales, em-
presas, etcétera.
El despliegue capitalista y la resistencia campesina y obre-
ra a través de la historia permitió tanto la aparición como la
conservación de un sinnúmero de dimensiones que escapaban
a la lógica mercantil. Si bien no tenían un sentido de “exterio-
ridad” en el sentido dado a ese concepto por Enrique Dussel,
lo cierto es que se resguardaba una cierta “autonomía relati-
va” frente al imperio del valor. Ello comenzó a cambiar con
radicalidad al calor de las derrotas obreras y socialistas de
los años ochenta. ¿Qué espacios eran éstos? Ante todo, formas
de lo común o de lo comunitario. Podemos considerar que en
el seno del capitalismo se generaron formas de comunidad
más allá del mercado: el centro de esta dimensión estuvo dada
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 77

por la mayor “comunidad ilusoria”: las múltiples formas del


Estado de bienestar. La historia del siglo xx correspondió al
desarrollo de un conjunto de espacios, instituciones y relacio-
nes que se mantuvieron al margen de la lógica del valor o que
mediatizaron a ésta. Producto tanto de la lucha obrera como
de los intentos de su contención, esos espacios propios de la
“comunidad ilusoria” con cierta “autonomía relativa” se vieron
constantemente amenazados. Las formas de la “separación” y
la expropiación contemporánea consisten justamente en la de-
rrota de toda forma de lo “común” en su versión estatal. El neo-
liberalismo fue la forma política que encabezó dicha cruzada.
Pero no sólo fueron cuestionadas las formas de negociación
y mediación entre las clases y sectores de éstas en el seno de
la “comunidad ilusoria”. También todo aquello que atiende al
orden de “lo público” (que podía ser o no excedentario al Esta-
do) sufrió el embate por parte del capital.
Así, fueron arrasadas todas las formas de lo “público” que
no estuvieran mediadas por la forma mercantil. Más tarde
que temprano han sido refuncionalizadas por la lógica mer-
cantil o han estado condenadas a desaparecer. Aquí el proceso
de “separación” resulta más ambiguo, pues permite una cap-
tación por la pulsión capitalista de algo creado con otra fina-
lidad. Así, “lo público” no desapareció en su fisonomía, pero
sí en su contenido, que pronto se vio sometido al juego de la
mercantilización. Lo que terminaría ocurriendo fue algo así
como mercantilízate o morirás.

Finalmente: crisis del socialismo


y actualidad del comunismo
Como dice la intelectual estadounidense Jodi Dean:
Si bien la proletarización hacía inicialmente referencia al proceso
de desposesión de los campesinos, la proletarización contempo-
ránea es la expropiación de puestos de trabajo cualificados, fi-
jos, segundos y dignamente remunerados y la creación de ser-
78 Jaime Ortega

vidores (que tienen que sonreír, cuidar, comunicar y mostrarse


amables).22

Esta nueva modalidad atiende a los elementos tanto de la


arruinada “comunidad ilusoria” estatal, como de la refuncio-
nalización de “lo público” a manos de la lógica mercantil, pero
como lo señala Dean, también interviene en la subjetividad y
en los procesos de subjetivación. Ello conduce a nuevos efectos
políticos que deben ser analizados con más calma. Lo que es
importante retener ahora es que el capital tiene poros por los
cuales aún se puede respirar.
Es a partir del problema de la reproducción de la vida, que
ha circulado como el eje movilizador de los contingentes socia-
les tras la desaparición de los proyectos keynesianos o desa-
rrollistas, que podemos entender cómo la lógica del despojo o
la separación se ha transformado radicalmente. Ello convoca
a una nueva forma de la política no centrada en el Estado
(aunque pase por dicha maquinaria). Desplaza entonces el
horizonte del socialismo del siglo xx, como gran construcción
estatal y pública, en donde lo común es cristalizado como apa-
rato.23 La lógica de la “separación” nos ha dejado entonces no
sólo la mercantilización de los mundos de la vida, sino que
además supuso la puesta en jaque de la estrategia de la tran-
sición socialista. Puesta en crisis esa transición, no queda más
que proclamar la vigencia del comunismo. Es decir, aquel pro-
yecto que no atiende a la construcción estatal sino a la posi-
bilidad de cimentación de espacios de autonomía más allá del
mundo mercantil.

22
Jodi Dean, El horizonte comunista, p. 53.
23
Una crítica del socialismo burocrático, a partir de la captura de lo co-
mún, se encuentra en Pierre Dardot y Christian Laval, Común. Ensayo sobre
la revolución en el siglo xxi.
Hacer camino al andar: lógicas en El capital 79

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80 Jaime Ortega

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EL FETICHE DE LA MERCANCÍA
Y LA SEMIOSIS CAPITALISTA

Gustavo García Conde*

El dinero mismo es la comunidad, y no pue-


de soportar otra superior a él.1
Karl Marx

Introducción
El tema del fetiche de las mercancías se encuentra expresado
al final de primer capítulo de El capital, en el cuarto apartado,
titulado “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”.
Desde la publicación del libro, se le han dedicado sendos estu-
dios al tema del fetichismo y su recepción ha sido heterogénea
y contradictoria. Entre algunos lectores el tema causó fasci-
nación a causa de lo que para algunos era su alto contenido
explicativo en términos filosóficos sobre las relaciones sociales
en el capitalismo. No obstante, hubo un marxismo dogmático
y cientificista que desdeñó el tema en la obra de Marx y lo tra-
tó como un apartado suprimible, producto de una novelización
dramática del Marx romántico y por ello mismo carente de
valor científico.
Es importante decir que el tema se encuentra expuesto a lo
largo de la obra de Marx, no sólo en El capital. Pero en lo que
sigue nos ocuparemos del tema en lo que concierne a su for-
mulación en esta obra. En el presente texto nos proponemos:

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía po-
lítica (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 1, p. 157.

81
82 Gustavo García

1) ceñir el análisis del fetichismo al de la socialidad hu-


mana, en este mismo apartado el lector encontrará un
deslinde conceptual entre fetichismo y enajenación, lo
mismo que una muestra de cómo ambos conceptos inte-
ractúan en el discurso de Marx;
2) como punto más importante del texto, se mostrará cómo
es que el filósofo Bolívar Echeverría contribuyó a enri-
quecer, profundizar y radicalizar el tema del fetichismo
en Marx, al llevarlo al terreno de la semiosis. Bolívar
Echeverría propone que el mercantilismo deja de ser
un fenómeno exclusivamente circulatorio al descender
al ámbito de la semiosis, convirtiéndose en un proto-
mensaje que se juega en cada uno de los actos de sig-
nificación del mundo, tanto en la lengua hablada como
en los procesos de subjetivación, cuyo objetivo último
consistiría en garantizar la reproducción del capitalis-
mo mismo. Ésta sería la forma última y más radical de
la función del fetiche mercantil en el proceso de enaje-
nación de las sociedades, y
3) al final del texto, proponemos que, como consecuencia
de la semiosis de la modernidad capitalista, se deriva
un vaciamiento total de significados en la vida social,
producto de la transmutación cualitativa de los valores
de uso que lleva a cabo el capitalismo.
Como se sabe, hay un uso común y corriente que se da el
concepto de fetiche en el discurso de Marx, tal tendencia con-
siste en hablar del fetichismo como un atributo del dinero,
dotado de un carácter demoníaco o enigmático, o bien tratar al
capitalismo como un fenómeno erótico sustitutivo por el gran
placer que puede producir el consumo de las deslumbrantes
mercancías. Pero éste no es un sentido en el que Max ocupe
el concepto de fetichismo. Fetiche no quiere decir apariencia
ni presencia mágica, fantasmal o erótica de la mercancía. Asi-
mismo, habría que hacer un deslinde conceptual respecto a
una confusión que usualmente se da entre el concepto de feti-
che y el concepto de enajenación.
Primero, hay que decir que el concepto de fetichismo se
debe diferenciar de otros conceptos marxianos, tales como
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 83

enajenación, cosificación, subsunción, mistificación; conceptos


con los que no debe confundirse, pero que deben ser presu-
puestos para una comprensión del fetichismo, puesto que to-
dos ellos interactúan entre sí. Ciertamente algunos conceptos
están expresados en obras tempranas de Marx y otros en las
de madurez, pero ninguno rechaza al otro, ni tampoco la uti-
lización de un nuevo concepto se debe a una reformulación,
replanteamiento o corrección de postulados anteriores. Hay
intérpretes que supeditan alguno de estos conceptos a otros;
también hay quienes los confunden, pero cada término jue-
ga una función específica dentro del corpus crítico de Marx.
El tratamiento conceptual de El capital ha sido desigual, lo
que hace que ideas diferentes tengan recepciones distintas de
acuerdo con diferentes momentos, autores o condiciones.

Enajenación y fetichismo
Para abordar el fetiche mercantil primeramente hay que su-
poner el concepto de enajenación, el cual nos permite hablar
de la paralización de la autarquía humana y su sustitución
por una voluntad cosificada de dar forma al cuerpo social. Por
una parte, la enajenación es el proceso a través del cual el ser
humano transfiere a los objetos su capacidad subjetiva, pro-
ductiva, creativa o transformadora del objeto y del mundo, es
decir, el ser humano cede su capacidad de sujeto a los objetos,
y éstos se convierten en cosas con la capacidad de transfor-
mar al mundo, arrebatando así esta capacidad creadora que
originalmente es propia del ser humano. Por otra parte, el fe-
tichismo hace referencia al momento en que, una vez que ha
ocurrido la enajenación, los objetos, es decir las mercancías,
pareciera que adquirieran vida propia, dando la apariencia
de que tienen la capacidad de crear riqueza, arrogándose así
atributos propiamente humanos.
En el esquema de Marx, el sujeto está caracterizado por la
libertad y por su politicidad, entendida ésta como capacidad
de trabajar con su propia socialidad. Con el fenómeno de la
enajenación, la capacidad exclusiva del sujeto de dar forma
a su socialidad ha sido exteriorizada o expulsada de éste, y
84 Gustavo García

enajenada en las cosas; de modo que las cosas son las que han
interiorizado o se han apropiado de esta capacidad de autogo-
bierno. De este modo, por una parte, se ha enajenado la su-
jetidad humana y con ella su politicidad y socialidad, y, por
otra, la subjetivad humana es adquirida por los objetos, y, en
condiciones mercantiles, la subjetividad se encarna en el va-
lor mercantil de los objetos. La enajenación de la subjetividad
tiene consecuencias importantes para la socialidad y la politi-
cidad humanas, una de ellas, la principal, consiste en que la
socialidad humana se traslada a los objetos. Ello quiere decir
que la socialidad humana se independiza o autonomiza de la
socialidad natural-concreta y se privatiza como socialidad co-
sificada-abstracta. Esto, a su vez, tiene como consecuencia el
hecho de que la socialidad humana, enajenada o apropiada
ahora por los objetos, sólo se realiza o patentiza en el inter-
cambio; las mercancías socializan en la circulación; de modo
que la socialidad no se produce ni se consume en o con los ob-
jetos, sino que se realiza en la circulación. De manera que las
mercancías, al socializar entre sí, socializan su “objetividad”
de valor, es decir, socializan la abstracción de sus valores; no
así su objetividad natural-concreta.
Nótese que la enajenación es un fenómeno que tiene lugar
en el sujeto, mientras que el fetichismo es un fenómeno co-
rrelativo a la enajenación y es algo que sucede al objeto, es la
manifestación objetiva de la enajenación de la subjetividad,
y consiste en que la función socializadora, reproductora de
la identidad y de la politicidad, se ha traslado al objeto, una
vez que ésta se ha vuelto ajena al sujeto. De este modo, visto
desde el lado subjetivo, el ser humano se cosifica, mientras
que, visto desde el aspecto objetivo, las cosas se subjetivan. La
enajenación y el fetichismo son dos aspectos diferentes de un
mismo proceso: la primera ocurre en el sujeto, mientras que el
segundo en el objeto. El fetichismo hace referencia al segundo
aspecto, mientras que la enajenación se concentra en las con-
secuencias del primero.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 85

De acuerdo con Gerald Cohen, “Hacer de algo un fetiche, o


fetichizarlo, es investirle de poderes que en sí no tiene”.2 Esto
es lo que cabalmente ocurre con la forma fetichizada del dine-
ro que presenta Marx, en cuyo discurso crítico el fetichismo
se manifiesta a través de formas mistificadas de la realidad,
por ejemplo, en el caso de la explotación, cuando la ganancia
no se presenta como resultado del trabajo, sino como artificio
del propio capitalista, en este caso se dice que estamos ante la
presencia mistificadora de la realidad que lleva a cabo el feti-
che mercantil, cuyo objetivo consiste en ocultar los misterios
de la producción, convirtiendo el proceso productivo explota-
do en un encanto maravilloso, haciendo imposible observar el
fundamento de la riqueza capitalista: la explotación, el trabajo
no pagado, el colonialismo, el racismo, el extermino, la inferio-
rización, la subdesarrollización, etcétera.
Por eso Marx explica: el capital no es una cosa, es un con-
junto de relaciones sociales entre personas mediadas por co-
sas,3 relaciones sociales que son siempre de explotación. Éste
es el misterio que se oculta en la fórmula general del capital
D-M-D’. Si observamos la fórmula anterior, podemos ver que
el dinero da la apariencia de ser una cosa que crea otras cosas,
a saber, más dinero, fuente de trabajo, desarrollo, satisfac-
ción, libertad: en suma, el gran encanto de la modernidad ca-
pitalista. Pero lo que estos encantamientos fetichizados crean
es la ocultación del poder de la explotación, subvirtiéndola al
reflejarla como un poder mágico del capital que consistiría en
crear riqueza. De aquí la famosa frase coloquial: “el dinero ge-
nera más dinero”. Con esto, los capitalistas presentan la mi-
seria transmutada en ganancia empresarial; presentan la po-
breza convertida en ganancia. Por ello, escribe Marx, “el valor
que se valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero” es un
fetiche automático en la medida en que “se halla cristalizado
en forma pura, en una forma en la que ya no presenta los es-

2
Gerald Allan Cohen, La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa,
p. 127.
3
Véase Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro pri-
mero. El proceso de producción del capital. Volumen 3, p. 957.
86 Gustavo García

tigmas de su origen”.4 El fetiche cauteriza estas heridas de la


explotación y oculta las relaciones de opresión que subyacen
a la ganancia capitalista, atribuyendo ésta al dinero mismo,
como si fuera un poder mágico inherente a él. Por ello, sen-
tencia Marx: “De esta manera se convierte por completo en
atributo del dinero el de crear valor”.5
No obstante, parece ser que la mistificación, como forma
de inversión de la realidad, es una característica propia de
todo fenómeno mercantil. De modo que no toda mistificación
necesariamente hará referencia al fetiche. Digamos que, al
transmutar la realidad, el fetiche ha cumplido apenas la pri-
mera parte de su tarea, pero resta aún la de reconectar, la de
extender su capacidad socializadora cosificada a las personas,
para insuflarles vida social mercantil.
Ciertamente, el concepto de fetiche en Marx permite va-
rias lecturas. La primera de ellas y la más conocida es la que
hace referencia a la “personificación de la cosa y cosificación
de las personas”.6 De este modo, el sentido más general del
fetiche mercantil sostiene que el dinero es el mediador de las
relaciones humanas. El sujeto se reproduce totalmente inde-
pendiente, ajeno y opuesto al proceso de reproducción social,
apareciendo como átomo o partícula. De manera que la forma
en la que se vinculan, articulan y dividen los diferentes traba-
jos en el capitalismo es ajena a la voluntad política del sujeto
individual.
Para acercarnos a la definición marxista de fetiche co-
men-zaremos por definir el concepto a partir del significado que
tiene como un objeto de orden sagrado, perteneciente a la técni-
ca mágica que es propia de las sociedades arcaicas. Un fetiche
es un objeto físico con presencia material y profana, como la
que tiene cualquier otro objeto mundano, pero que bajo ciertas
condiciones puede extender su poder físico al adquirir fuerzas

4
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro tercero. El
proceso global de la producción capitalista. Volumen 7, p. 500.
5
Ibid., p. 501.
6
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El
proceso de producción del capital. Volumen 1, p. 138.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 87

sobrenaturales para comunicarse con un mundo inmaterial y


sagrado, todo ello con el fin de tener efectos y eficiencia prác-
tica en el mundo material y profano. De este modo, el fetiche
posibilita que se comuniquen dos mundos de un orden y con-
sistencia diferentes: el uno profano y el otro sagrado. Esto es
lo que, a decir de Bolívar Echeverría,7 sucede con el manejo
de los fetiches que hace el vudú, mediante el que una perso-
na ocasiona daño a otra ocupando una aguja como fetiche. La
aguja es un fetiche porque, al igual que cualquier otra aguja,
y al igual que cualquier otro objeto material y profano, tiene
una efectividad práctica que se cumple al satisfacer una nece-
sidad mundana, como lo es la de servir para hilar o coser pren-
das, pero que a través de un ritual puede adquirir propiedades
mágicas que le permiten extender o incrementar sus propieda-
des físicas, convirtiéndose así, además de una aguja cualquie-
ra, en un medio en el que actúan fuerzas sobrenaturales, de
modo que un individuo puede provocar daño a otro a distancia.
La aguja se convierte en un fetiche porque puede producir un
efecto físico a distancia por medio de poderes mágicos. Exac-
tamente la misma función mágica tiene la mercancía en las
sociedades modernas.

La socialidad fetichista
El capitalismo ha construido el gran mito del individuo bur-
gués que sostiene que el éxito o la desgracia en la vida de-
penden de la astucia de un individuo, de su capacidad de in-
troducirse en la vida capitalista y conquistar la riqueza. En
este mito, el capitalismo define al individuo como propietario
privado de riqueza, como productor y consumidor privatizado,
que organiza su socialidad como participante en empresas pri-
vadas. Los individuos sociales son átomos sociales puestos en
condiciones de libertad individual, en las que son dueños de sí
mismos, de su dinero y de sus mercancías. En estas condicio-

7
Así lo explicó Echeverría en un curso dictado en 2007 en la Facultad de
Filosofía y Letras, titulado “El discurso crítico y El capital”.
88 Gustavo García

nes existen productores, consumidores y distribuidores priva-


dos, cuya característica es que carecen entre sí de un principio
organizativo social o político que regule sus actividades co-
merciales. Por ello, hablar de capitalismo supone hablar de la
existencia de un conglomerado social en el que se encuentran
seres humanos inmediata y espontáneamente privados; pero
sólo mediata e indirectamente sociales.
Por una parte, para poder hablar de fetiche hay que supo-
ner este mito en el que existen seres humanos organizados
en torno a la propiedad privada, individuos que, a causa de
la falta de un principio estructurador que les otorgue consis-
tencia social, no se encuentran en condiciones de actuar so-
cialmente y políticamente de manera espontánea, por ello el
mercado será el que organice e imponga sus propios principios
productivos, distributivos y consuntivos, mismos que por ca-
recer de consistencia social y política serán siempre azarosos,
desestructurados y contingentes, puesto que no emanan de la
exigencia de necesidades humanas concretas. Por otra parte,
para hablar de fetiche hay que suponer que las mercancías son
las que necesitan intercambiarse; son ellas las que requieren
exteriorizarse y reflejar su valor en otra mercancía, de modo
que para mostrar su valor entran en juegos de equivalencia
con otras. Puede decirse que, gracias a que en la estructura
misma de las mercancías existe un valor mercantil que se ex-
presa como valor de cambio, es posible que ocurra la socializa-
ción entre ellas. De carecer de valor de cambio, la socialización
entre las mercancías sería imposible, y por extensión también
sería imposible la socialización entre los seres humanos.
Por estas dos razones, las mercancías se convierten en los
fetiches modernos, pues son cosas mundanas y terrenales que
adquieren “mágicamente” la capacidad de socializar; son ellas
las que dotan de socialidad a los individuos privados y ais-
lados. De modo que las mercancías, al socializar, es decir, al
entrar en juegos de intercambio, reflejan una capacidad exclu-
sivamente humana como si fuera propia, como si la socialidad
de los productos existiera al margen de sus productores. Con
el mercantilismo se da una ruptura o una disolución de los an-
tiguos y tradicionales lazos sociales comunitarios, los cuales
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 89

son sustituidos por relaciones sociales capitalistas decididas


por los objetos mercantiles. Las mercancías son producto del
trabajo privado, de modo que en su fase de producción carecen
de nexo social; sólo se convierten realmente en objetos sociales
en el momento del intercambio, en la fase de la circulación.
La realización de la socialidad, su actualización, se da a pos-
teriori, después del proceso de producción; dándose sólo en la
circulación. Para Marx, esto quiere decir que la capacidad de
los seres humanos de relacionarse socialmente viene dada por
la necesidad del valor de cambio que hay en las mercancías; de
buscarse unas a otras para circular entre sí. Por ello, cuando
el intercambio rige la vida social, entonces no sólo la sociali-
dad sino también la politicidad del mundo de la vida es regida
por la valorización del valor.
La mercancía ingresa en la vida social como sustituto de
un principio distributivo social, concreto y cualitativo, e impo-
ne un principio que no es social sino abstracto y cuantitativo,
a saber, los principios mercantiles. Esta capacidad de suplan-
tar la politicidad humana y traducirla a términos humanos es
el producto del hechizo del fetiche mercantil. En este punto el
concepto de fetiche y el concepto de enajenación interactúan,
pues si las mercancías poseen la capacidad de relacionar unos
sujetos productores con otros, ello sucede porque la sociali-
zación humana se ha enajenado, adjudicándosela los objetos
mercantiles para sí mismos. La mistificación ocurre en medio
de este escenario de enajenación, pues las cosas se han perso-
nificado y las personas se han cosificado.

El fetiche y la semiosis capitalista


¿Qué aporta Bolívar Echeverría a la difícil y amplia discusión
sobre el fetichismo? Parece que su gran aporte consiste en lle-
var el tema al terreno de la semiosis, lugar donde se pueden
observar en toda su radicalidad las consecuencias del fetichis-
mo mercantil.
De acuerdo con Echeverría, en el proceso de producción de
la existencia social en su forma natural o general, indepen-
dientemente de la época y de la identidad cultural, al traba-
90 Gustavo García

jar y producir productos los seres humanos también producen


signos.8 Ello quiere decir que en el proceso de trabajo o pra-
xis acontecen dos procesos que se dan a un mismo tiempo, ya
que, por una parte, existe un proceso de producción/consumo
de objetos, y, por otra, un proceso de comunicación/interpreta-
ción de significados. El primero de ellos se da en el proceso de
producción material de los valores de uso, cuando la materia
es producida por un sujeto trabajador con el fin de satisfacer
una necesidad concreta. Pero, advierte Echeverría, este pri-
mer proceso también incluye un segundo proceso, semiótico o
comunicativo, pues cuando un sujeto produce un objeto, está
dando una forma y está llenando de contenido semiótico a ese
objeto. El proceso productivo material implica así un proceso
de creación de contenidos semióticos. Ambos procesos se lle-
van a cabo en uno solo y a un mismo tiempo; sólo pueden ser
distinguibles en términos meramente formales.
No obstante, cuando el mercantilismo se introduce en las so-
ciedades, la “forma natural” del valor de uso en los objetos se al-
tera importantemente, pues el objeto, además de resultar valio-
so por las propiedades cualitativas que satisfacen un uso social
—por cubrir una necesidad concreta, ya sea que ésta se genere,
como escribe Marx, en el estómago o en la fantasía—, resulta
tener un valor mercantil o de cambio, es decir, resulta ser útil
también para el mercado por la cantidad de valor contenido en
el objeto. Como demuestra la historia de las sociedades, cuando
la figura mercantil se introduce de una forma dominante aca-
ba por subsumir el valor de uso de los objetos. De modo que a
la unidad biplanar del proceso de trabajo o praxis (producción
material y semiótica) se adhiere una nueva figura con presencia
fantasmal: la figura de la forma de valor mercantil. Para com-
prender el fetiche mercantil hay que ir a la estructura misma de
la mercancía, compuesta a su vez por un doble nivel de presen-
cia; aunque el fetiche no es esta estructura. El hecho de que la
mercancía tenga un doble nivel de presencia, uno real, efectivo

8
Véase Bolívar Echeverría, “Lección iii. Producir y significar”, en Defini-
ción de la cultura. Curso de Filosofía y Economía 1981-1982.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 91

y profano (valor de uso), y otro ilusorio, mágico y sagrado (valor


mercantil), no hace de la mercancía un fetiche, sino que esta es-
tructura es la que posibilita indispensablemente tal fenómeno.
El mercantilismo hace que la presencia de los objetos, el hecho
de ser un producto y ser un bien, se desdoble y se adhiera a
ella una segunda forma de presencia, a saber, la forma de valor
mercantil, la cual, a su vez, consiste en que el valor mercantil
es un valor que se expresa en valor de cambio. De este modo, un
ser humano mercantil es aquel que es capaz de convivir con este
doble nivel de presencia efectiva de las mercancías.
Ello quiere decir que, lo mismo en condiciones mercantiles
que en condiciones mercantil-capitalistas, los seres humanos
al producir objetos en función de valor de uso, objetos tanto
materiales como semióticos, también llenan a esos objetos de
significados meramente mercantiles, asociados a la circulación
y producción de valor mercantil. Esto posibilita que al tiem-
po que las mercancías se comunican unas con otras, es de-
cir, cuando circulan, transportan en su núcleo los significados
mercantiles sobrepuestos a la “forma natural” de los objetos.
Este suceso, por sí solo, permitiría hablar de la fetichización
mercantil de los objetos llevada a cabo en sentido semiótico,
porque al circular las mercancías los seres humanos se encar-
gan de transmitir a los consumidores este mensaje promercan-
til, favorecedor del poder del mercado, recibiendo así de forma
pasiva o inactiva el mensaje mercantilista. Es fetichista esta
semiosis porque son los objetos los que se encargan de comu-
nicar automáticamente el mensaje mercantil, no así los seres
humanos.
Además de lo anteriormente descrito, Bolívar Echeverría
avanza un poco más al pasar del análisis del intercambio o co-
municación de signos mercantiles para llegar al plano mismo
de la producción de esos signos mercantiles. Echeverría sos-
tiene que, en condiciones de subsunción mercantil-capitalista,
los mensajes producidos no se configuran solamente en torno
a un código humano en función del valor de uso, sino que el
sentido de los mensajes es producido a partir del subcódigo de
valor mercantil, producido a partir del modo de subcodificar
capitalista. El modo de significar capitalista sobredetermina,
92 Gustavo García

subsume, reconfigura o altera el sentido elemental del objeto


práctico en su “forma natural” convirtiéndolo en un fetiche.
Una vez transformado en fetiche, el objeto se encarga de co-
municar el significado capitalista que lleva impreso desde su
codificación. Este hecho tiene consecuencias inéditas para la
vida social, pues la efectividad del fetiche mercantil se verifica
en que él es el que se encarga de configurar la conciencia y
la subjetividad humana, no así la cultura social. Es el objeto
mercantil el que ahora tiene la capacidad de dotar de sentido
a lo real, es decir, de configurar lo real.
Según Echeverría, el capitalismo está en capacidad de reor-
denar, refuncionalizar o infiltrar el código social de producción
de significados para transmutarlo en un código sustitutivo.
Para lograrlo, este código capitalista emana directa y auto-
máticamente de la forma valor, sin que el sujeto pueda darse
cuenta de ello, sin tampoco percibir a su enemigo, el cual es
estructuralmente inasible. De modo que, infiltrado en el siste-
ma comunicativo, el sistema de producción mercantil de signi-
ficados selecciona, discrimina, deforma, sustituye, disminuye
o incrementa las distintas maneras del subcodificar humano
que están a favor de una forma de subcodificación en la que
las mercancías pueden hablar su propio lenguaje. Los seres
humanos, así enajenados en su capacidad de producir signifi-
cados, reproducen de forma fetichista el carácter abstracto del
mundo de los signos del valor mercantil, y son usados como
vehículos para que las mercancías reproduzcan su subcodi-
ficación semiótica mercantil. De este modo, la producción de
signos se encuentra articulada en torno al valor mercantil;
éste se convierte en la subcodificación restrictiva suprema que
sustituye a un código general, lleno de múltiples posibilidades
del significar humano, y lo remplaza por una sola posibilidad:
la del significar de acuerdo con el lenguaje de las mercancías.
Ello reduce las posibilidades de donación de sentido del mun-
do humano, pero extiende las del mundo mercantil. Cuando
ello sucede, el fetiche mercantil ha consumado su hechizo.
Bajo condiciones de reproducción en su “forma natural”,
el signo es un contenido mental humano, pero en condiciones
mercantiles este mismo signo ha sido dotado de contenido por
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 93

el mercado. Ello implica que, una vez que los contenidos con-
ceptuales han sido resignificados en función mercantil, el ser
humano se encarga de comunicarlos o reproducirlos a través
del habla cotidiana, pero en ese mismo momento él se convier-
te en vehículo de una estructura de significados mercantiles
que es fetichista, y lo es porque ella se encarga de reproducir
la semiosis capitalista. Poniéndose a sí misma como la tra-
ducción directa de toda forma posible de significar el mundo,
la mercancía se atribuye la forma única, directa y espontánea
de toda praxis o proceso de trabajo. De este modo, el capita-
lismo aparece como una significación que naturalmente posee
los atributos humanos. Así, sin sospecharlo, el ser humano se
encarga de repetir los conceptos ya subcodificados capitalis-
tamente. Nótese que en condiciones capitalistas son los indi-
viduos quienes sirven de vehículos para que se comuniquen
entre sí los contenidos abstracto-cuantitativos del capital. De
modo que, si se observa con sumo cuidado, puede decirse que
bajo condiciones capitalistas la función del fetiche o bien se in-
vierte, o bien se radicaliza aún más respecto de los fetiches
mágicos tradicionales, pues se pasa de un escenario en el que
la comunicación entre dos entidades físicas se establecía a tra-
vés de medios no físicos, pasándose a otro escenario en el que
el mundo no físico de las mercancías se comunica ocupando al
mundo físico de la socialidad humana.
Si ahora regresamos a las características que definen a un
fetiche, decimos que éste se caracteriza por el hecho de que su
fin es conseguir una acción efectiva y práctica, es decir, tener
un efecto real entre sus usuarios, tal como sucede en el caso
de los fetiches arcaicos o sexuales: en el primero, el fetiche
incrementa la capacidad técnica del instrumento de trabajo;
mientras que en el segundo incrementa el placer, teniendo en
ambos casos resultados corporales perceptibles. En el caso del
fetiche mercantil-capitalista, su función práctica consiste no
únicamente en resocializar a individuos privatizados ni tam-
poco sólo en refuncionalizar el código humano para hacerlo
trabajar en sentido capitalista, sino también en que el pro-
ceso de enajenación de producción de significados, es decir,
el proceso de codificación del lenguaje mismo, se consuma a
94 Gustavo García

través de la mercancía, y es el fetiche el que garantiza la pos-


tergación efectiva y en la vida práctica del mensaje mercantil.
En suma, la función práctica de los fetiches mercantiles en
la vida real y cotidiana consiste en asegurar la reproducción
mercantil capitalista de la vida social moderna. Aquí habría
que reformular la famosa frase de Marx: “no lo saben, pero
lo hacen”, y decir en su lugar: “no lo saben, pero lo hablan, lo
comunican, lo transmiten”.

El protomensaje en la semiosis fetichista


Todo lo anterior explica que en condiciones mercantiles los
contenidos mentales de los seres humanos se convierten
igualmente en contenidos mercantiles, y mercantiles también
serán las distintas formas de expresarse esos contenidos. Pero
para ir más lejos, Echeverría sostiene que el capitalismo es ca-
paz de penetrar hasta lo más profundo del sistema de los sig-
nos, es decir, el núcleo del código, para re-trabajarlo, y crear
nuevos significados capitalistas.
Para sostener este punto, Bolívar Echeverría recurre al
planteamiento del lingüista Louis Hjelmslev,9 para quien el
proceso de producción de significados se encuentra siempre
acompañado de un proceso de constitución en el que se dona
una intención (purport) al mensaje, esta intención transforma
el contenido del mensaje y se sustancializa en él, convirtiéndo-
se así en un protosignificado o protosimbolización. Ello quiere
decir que la creación del contenido del mensaje también se
acompaña de un protomensaje, un sentido o pretensión que
se configura como mensaje primario y rudimentario, cuyo con-
tenido no fue codificado por el emisor con el objetivo de ser
emitido expresamente. Para Hjelmslev, el mensaje porta una
intención que el cifrador depositó en él, aunque ello haya ocu-
rrido en el emisor de manera inconsciente. El mensaje está
ahí, pero su codificación es tan primaria y fundamental que
se encuentra en el estrato más profundo del mensaje, un es-

9
Véase ibid., p. 106.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 95

trato que, aunque no es expresado mediante alguna señal, po-


see contenido significativo. Esto quiere decir que el contenido
mercantil está ahí, como protosignificado, diluido en el conte-
nido del mensaje, convirtiéndose en una parte constitutiva de
él, y, a pesar de que su codificación es rudimentaria, tendrá un
nuevo efecto simbolizador en la interacción entre sujetos para
generar un nuevo mensaje que está por venir en el sistema de
reproducción de los signos. Éste es el encargo o misión expresa
del protomensaje, a saber, reproducirse sin expresión, repro-
ducirse en silencio.
Regresando a Echeverría, si se observa con cuidado, uno
puede darse cuenta de que en condiciones mercantil-capitalis-
tas el protomensaje no fue codificado por el ser humano, por
el emisor, sino por el sistema semiótico capitalista mismo, de
modo que el receptor, al consumir este protomensaje mercantil
inexpresivo, descifrará, integrará y, posteriormente, reprodu-
cirá espontáneamente y en silencio esta intención cosificada
del protomensaje. Piénsese que el mensaje mercantil, al igual
que cualquier otro mensaje, no sólo es un vehículo de comu-
nicación, sino que ante todo es una forma de socialización a
través de signos. Este sistema de socialización trabaja con
mensajes que fueron cifrados en el pasado y que en el momen-
to de la circulación se dirigen a seres humanos que no sola-
mente son contemporáneos, sino que también comprometen
la socialización y la simbolización de otros seres futuros. De
esta manera, el mensaje conformado en términos mercantiles
también tiene la intención de transmitir la protosimbolización
mercantil a emisores futuros. Este hecho es el que garantiza
la reproducción de los contenidos mercantiles, aun sin la exis-
tencia de intercambio mercantil. De modo que el capitalismo
no necesita del acto de compra-venta para circular, tampoco
necesita del objeto-mercancía, puesto que el capital circula en
el sistema de los signos. Esto es lo que compromete a los seres
humanos a compartir y reproducir la simbolización mercantil
capitalista, aun sin la posesión material de mercancías, aun
sin dinero ni riqueza, aun en contra de su voluntad, aun cuan-
do se encuentren en los márgenes más excluyentes del sistema
capitalista. Ésta es la acción efectiva del fetiche, reproducir
96 Gustavo García

el sistema capitalista haciéndolo de una forma imperceptible


para los seres humanos, sin violencia aparente, sin adoctrina-
miento palpable, como si fuera un acto libremente elegido por
los seres humanos.
Para Bolívar Echeverría, la auténtica función del fetiche
consiste en reproducir, sin materialidad, la forma fantasmal
del proceso de valorización de valor. De este modo, el fetiche
mercantil adquiere, como todos los demás fetiches, su función
práctica de transformación de la sociedad y de la realidad, po-
sibilitando con ello la postergación del automatismo capitalis-
ta. De modo que, en cada acto de habla, en cada simbolización
o en cada contenido mental, esta protoforma o protomensaje
inexpresado está llamado a reproducirse incansablemente,
del mismo modo que lo hace la riqueza abstracta, ad infini-
tum. La localización de la función garante de la reproducción
práctica y efectiva del valor mercantil es el aporte más impor-
tante de Bolívar Echeverría al tema del fetichismo mercan-
til-capitalista. Es un aporte radical, puesto que desciende a lo
más profundo del proceso de simbolización y de significación
de la realidad.

La ausencia de significado en la semiosis capitalista


Escribió William Shakespeare alguna vez: “La vida […] es un
cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que
no tiene ningún sentido”.10 No se equivocaba Shakespeare en
modo alguno, pues la vida bajo la subsunción capitalista es un
cuento inventado por un idiota, y ese idiota es el capitalismo.
En efecto, en la vida capitalista hay mucho ruido, ajetreo y
distorsión, que es producto de una furia estruendosa, un rui-
do que es inexpresivo, y lo es porque carece de contendido.
Y si este cuento carece de sentido no se debe a que lo cuente
el capitalismo, sino porque en él las cosas mismas no poseen
ningún contenido, son todas ellas asignificantes.

10
William Shakespeare, Macbeth, 5to. acto, escena v.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 97

En la fórmula general de la riqueza mercantil, Ma-D­­-Mb,


se explica que el valor de la mercancía A se transforma en
el valor de la mercancía B; busca encarnarse en ella, tomar
su cuerpo, pero lo logrará si es que logra subsumir la “for-
ma natural” del valor de uso de la mercancía B. El fetichismo
mercantil tiene lugar en la capacidad de intercambiar cuer-
pos concretos a través del valor abstracto y en la capacidad
de intercambiar valores abstractos subsumiendo propiedades
concretas, únicas y exclusivas. Esta capacidad de transmutar
lo corporal en abstracto y retransmutar lo abstracto en corpo-
ral es la magia del fetiche. Reconectar cuerpos concretos di-
ferentes y contradictorios a través de valores abstractos es la
función fetichista de la mercancía, y es en ella en donde radica
la magia religiosa de la sociedad moderna, en la capacidad de
convertir un cuerpo físico en un alma espiritual para luego
reconvertir esta alma e insuflarle vida en un cuerpo diferen-
te, ello se cumple en la sociedad moderna en la capacidad del
mercado y del dinero de intercambiar, hacer equivalentes y
volver compatibles metabolismos de trabajos sociales diferen-
tes e inequiparables.
Esta capacidad transmutativa también la encontramos,
aunque sustancialmente alterada, en la fórmula general del
capital D-M-D’. Solo que aquí, a diferencia de la fórmula mer-
cantil, el objetivo final no es el cuerpo concreto de la mercan-
cía ni tampoco el medio para logarlo es el cuerpo abstracto del
dinero, sino lo contrario. En la fórmula general del capital,
D-M-D’, todo el proceso de transmutación comienza con va-
lores abstractos y finaliza igualmente con valores abstractos,
pero ocupando los cuerpos concretos de los valores de uso.
Si se observa hay diferencias sustanciales entre el feti-
chismo mercantil y el fetichismo mercantil-capitalista. En el
primero tenemos un sujeto que es mercantilista, que trabaja
con un fetichismo que promueve y desarrolla la distribución
de su sistema reproductivo; mientras que en el segundo hay
un sujeto que ya no es social, sino un sujeto enajenado que
trabaja con un fetichismo que ocupa la “forma natural” de su
sistema reproductivo para ponerlo al servicio de la autogene-
ración de valor. Ambos tipos de fetichismo, el mercantil y el
98 Gustavo García

mercantil-capitalista hacen que sujetos diferentes socialicen


en torno a la mercancía, pero en el segundo tipo, en el mercan-
til-capitalista, el fetiche dinerario es el que configura la vida
social y la subjetividad, llenándolas de significado capitalista,
además de que es capaz de imprimir un telos, de dar un des-
tino a la socialidad humana. Se trata de un telos y de un sig-
nificado que hacen que la vida social natural se convierta en
un sinsentido.11 De este modo, dos procesos en uno se llevan a
cabo mediante la efectividad práctica del fetiche mercantil-ca-
pitalista: uno consiste en posibilitar la comunicación social de
sujetos privatizados y el otro consiste en lograr la traducción
de un código mercantil-capitalista a términos propiamente
humanos, un traslape en el que el código humano es alterado
para convertirse en equivalente del código capitalista, y en ese
proceso el código humano es refuncionalizado para trabajar de
acuerdo a términos mercantiles. De modo que cuando el sujeto
enajenado vuelva a tomar la palabra, en cualquiera de sus
lenguas naturales, lo haga, pero a partir de la subcodificación
capitalista, que en términos concretos social-naturales carece-
rá de significado humano.
De este modo, tanto la socialidad capitalista como la comu-
nicatividad capitalista no son voluntades o necesidades propia-
mente humanas, sino que en realidad son capacidades del valor
de las mercancías, por su capacidad de traducir a términos abs-
tractos las diferencias cuantitativas humanas, es decir, por su
capacidad de realizar una semiosis capitalista, una en la que
significados no sólo cualitativamente distintos sino inequipa-
rables pueden convertirse en significantes abstractamente
equiparables y, así, logren ser traducidos a un mundo de los
signos en el que las mercancías deciden sobre el significado
de las relaciones intersubjetivas y las validan, un mundo en
el que la capacidad comunicativa intersubjetiva se disminu-
ye en términos cualitativo-concretos a fin de poder ampliarse

11
Véase Bolívar Echeverría, “El concepto de fetichismo en el discurso re-
volucionario”, en Dialéctica, núm. 4.
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 99

cuantitativamente por un lenguaje abstracto que transfigura


la cualidad en cantidad.
Si ahora observamos la fórmula general del capital D-M-D’,
vemos cómo ella es completamente fetichista, porque en su
estructura se revela el carácter aparentemente mágico del
capital. Al respecto, Marx escribe lo siguiente, dándonos una
clave: “En D-D’ tenemos la forma no conceptual [begriffslose]
del capital, la inversión y cosificación de las relaciones de pro-
ducción en la potencia suprema”.12 En los extremos de la fór-
mula D-M-D’, es decir, dinero-dinero, nos encontramos, dice
Marx, ante formas carentes de concepto. Puede decirse, que
el capitalismo trae consigo una transformación profunda en la
sociedad que convierte los múltiples significados cualitativos,
las múltiples mercancías concretas posibles en un sólo signifi-
cante abstracto-cuantitativo, a saber, el dinero. Esto es lo que
se expresa en los extremos de la fórmula D-M-D’. Se explica
que si se tiene dinero es posible reconvertir cualquier obje-
to concreto (Ma, Mb, Mc, Md) en dinero nuevamente, aunque
con valor incrementado. El objetivo último es comunicar al
dinero entre sí, comunicar los contenidos abstractos. Y ello es
posible sólo si los contenidos han sido vaciados de significado.
Si, en cambio, pensamos en la fórmula general de la riqueza
mercantil Ma-D-Mb vemos que ella manifiesta la comunica-
ción entre objetos concretos llevada a cabo mediante la figura
abstracta del dinero, lo que observamos es la metamorfosis
entre contenidos materiales concretos: “el movimiento M-M es
un intercambio de mercancía por mercancía, metabolismo del
trabajo social”.13 De modo que en el mercantilismo se inter-
cambian cuerpos concretos ocupando la figura abstracta del
dinero. En este sentido, puede decirse que el mercantilismo
contribuye positivamente a la sociedad al transmutar unos
objetos cualitativamente distintos, ocupando para ello el dine-
ro, lo que hace es ampliar el sistema de satisfacción de nece-

12
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro tercero. El
proceso global de la producción capitalista. Volumen 7, p. 501.
13
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El
proceso de producción del capital. Volumen 1, p. 129.
100 Gustavo García

sidades de los sistemas reproductivos. Pero en las sociedades


mercantil-capitalistas el proceso es sustancialmente diferen-
te, pues si observamos la fórmula general del capital, D-M-D’,
vemos que ella manifiesta la comunicación entre contenidos
diferentes traducidos al terreno de la abstracción cuantitati-
va, ocupando para ello objetos cualitativamente concretos.
De este modo, el fetiche mercantil tiene la capacidad de
ampliar la comunicación humana y diversificar su significado,
pero lo logra al reducirlo, al reducir su expresividad a un solo
significante abstracto, que es capaz de asumirse como repre-
sentante unívoco y universal de las múltiples y contradicto-
rias capacidades productivas, distributivas y consuntivas de
los sistemas reproductivos humanos. El fetiche capitalista, a
diferencia del fetiche arcaico, no extiende ni amplía mágica-
mente la capacidad comunicativa humana, sino que en reali-
dad lo que hace es disminuirla, otorgándole una apariencia de
universalidad al sistema de producción-consumo, de modo tal
que pareciera que la ampliara.
En el capitalismo, el aspecto cualitativo de la “forma na-
tural” de los sistemas reproductivos debe ser traducido a tér-
minos cuantitativos para ser significativa en el lenguaje de la
forma valor, lo que implica que no sólo las diferencias cuali-
tativas sino también las contradicciones deben ser traducidas
a equivalencia y uniformidad. Ello hace que el capitalismo se
caracterice por este vaciamiento de contenidos concretos a fin
de lograr la homogeneización de las múltiples y diversas hete-
rogeneidades humanas. El fetiche mercantil-capitalista tiene
la capacidad sobrenatural de que todo ser cualitativamente
concreto y diferente puede ser convertido en universal asigni-
ficante al hacer abstracción de sus cualidades, reduciéndolas
a un grado de significatividad igual a cero, en el que el va-
lor mercantil traduce o resignifica la cualidad por un valor
abstracto.
Lo anterior permite explicar la razón por la que el capita-
lismo no contribuye a enriquecer cualitativamente el mundo
humano, sino que lo empobrece en todos sus sentidos, produ-
ciendo una crisis de orden civilizatorio, una crisis de orden
cualitativo, una crisis de la calidad de la vida social y de la es-
El fetiche de la mercancía y la semiosis capitalista 101

tructura tecnológica de la modernidad. Se trata de una crisis


porque, según Echeverría,14 la clave del desarrollo capitalista
reside en que el trabajo y la praxis humanos —que buscan
la abundancia de bienes mediante el tratamiento técnico de
la naturaleza— deben sujetarse a la creación artificial de una
escasez en todos los órdenes cualitativos de la vida humana, de
modo que en lugar de satisfacer las necesidades humanas, las
elimina; en lugar de practicar la afirmación, practica la des-
trucción; en lugar de potenciar la productividad natural, la ani-
quila; y en lugar de afirmar la libertad, practica la represión, la
hostilidad, la violencia, la exclusión y toda forma de aniquila-
ción de lo negado.

Conclusión
Hemos visto que la función de los fetiches mercantiles en la
vida real y cotidiana consiste en asegurar y garantizar en
la práctica la reproducción mercantil capitalista de la vida
social moderna. La forma valor convierte espontánea e inme-
diatamente cualquier objeto en mercancía, y a partir de ello
sólo es posible subcodificar el mundo en términos mercantiles.
En la vida social, el capitalismo sobredetermina la vida políti-
ca y la reconfigura al otorgarle un telos; en la vida semiótica,
el capitalismo sobredetermina el mundo de los signos y los
recodifica al volverlos significativos desde una subcodificación
restrictiva y que es carente de sentido, que es exclusivamente
cuantitativa. Todo ello significa que el fetiche posee la capaci-
dad de sustituir la politicidad humana con una intención mer-
cantil del valor que se verifica en cualquier contenido mental
y, asimismo, que los grados de subsunción pueden ser más
poderosos de lo que sospechamos.
No obstante, concluyamos diciendo que el planteamiento
sólo es válido para sociedades capitalistas cuyo proceso de
subsunción fuera total y homogéneo, de modo que en ella no
apareciera algún modo de conexión social que no fuera el capi-

14
Véase Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, p. 35.
102 Gustavo García

talista. No obstante, así como el mito del individuo burgués es


sólo una pretensión en la medida misma en que no existe un
individuo que viva al margen de los demás, del mismo modo la
existencia de una sociedad por completo capitalista también
lo es. Una sociedad basada por completo en relaciones sociales
mercantiles y fetichistas sigue siendo hasta hoy una posibi-
lidad o una pretensión desmedida, pues la mayor parte del
cuerpo social sigue regido por vínculos sociales ajenos a la for-
ma valor, los cuales pueden ciertamente estar cruzados por el
interés económico, pero que no alcanzarían a eliminar los an-
tiguos lazos de conexión social. De este modo, la cosificación de
las relaciones sociales y el total vaciamiento de los contenidos
humanos llevados a cabo por la enajenación y encubiertos por
el fetichismo mercantil siguen siendo un objetivo por cumplir.
Hay que admitir que, casi con la misma rapidez que el ca-
pitalismo subsume terrenos de convivencia social, surgen for-
mas de resistencia y de creación de espacios que impugnan el
poder del capital. En medio de la destrucción de la modernidad
capitalista surgen comportamientos humanos emancipadores.
Se trata de una rebeldía colectiva, de actividades humanas
y de posturas políticas, de actitudes de autoafirmación crea-
tiva y de goce, de nuevos modos horizontales y democráticos
de conexión social, de reflexión y de comportamientos afec-
tivos, estéticos o eróticos. Dentro de estos comportamientos
afirmadores de lo social también hay objetos materiales, como
la creación de instrumentos tecnológicos nuevos, creados con
la intensión de subvertir el poder del capital. En suma, la so-
ciedad fetichista de la que habla Marx se realiza de muchos
modos, pero aún no es dominante por completo, puesto que
siempre existen órdenes de la vida que no están siendo conec-
tados por el capital.

Bibliografía
Aguirre Rojas, Carlos Antonio, El problema del fetichismo en
El capital, Instituto de Investigaciones Sociales-Universi-
dad Nacional Autónoma de México (unam) (Cuadernos de
Teoría Política), México, 1984.
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XXI, México, 2007.
Shakespeare, William, Macbeth, Norma, México, 2011.
EL CONCEPTO DE PROPIEDAD
A 150 AÑOS DE LA EDICIÓN DEL PRIMER TOMO
DE EL CAPITAL

Elisabetta Di Castro*

Al querer hablar del concepto de propiedad viene a la mente el


célebre pasaje del Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres en el que Jean-Jacques Rousseau plantea:
El primero que, tras haber cercado un terreno, decidió decir: Esto
es mío y encontró a personas lo bastante simples para creerle,
fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Qué de crímenes,
guerras, asesinatos, qué de miserias y horrores habría ahorrado
al género humano aquél que, arrancando los potos o llenando el
foso, hubiese gritado a sus semejantes: Guardaos de escuchar a
este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de
todos y que la tierra no es de nadie.1

Más allá del provocador planteamiento de Rousseau, el


asunto de la propiedad se presenta, incluso en su propia obra,
como algo mucho más complejo. Ya Aristóteles en la Política
concebía la propiedad como una parte integrante de la familia
y como un instrumento de la existencia, y distinguía en toda
propiedad dos usos, uno que es especial a la cosa, su propio
uso, y otro que no lo es, que es para el cambio, el cual está li-
gado a la satisfacción de las necesidades. Y pone como ejemplo
el uso de un zapato, como calzado y como objeto de cambio;
aclarando que

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre
los hombres. El contrato social, p. 59.

105
106 Elisabetta Di Castro

el que cambia un zapato al que lo necesita por dinero o por ali-


mento utiliza el zapato en cuanto zapato, pero no según su propio
uso [...] Del mismo modo ocurre también con las demás posesio-
nes, pues el cambio puede aplicarse a todas, teniendo su origen,
en un principio, en un hecho natural: en que los hombres tienen
unos más y otros menos de lo necesario.2

Regresando a la modernidad, no podemos dejar de mencio-


nar también a John Locke, que en su Ensayo sobre el gobierno
civil sostiene que la propiedad de las cosas remite en última
instancia a la propiedad de la propia persona: a partir de que
el ser humano es propietario de sí mismo,
podemos también afirmar que el esfuerzo de su cuerpo y la obra
de sus manos son también auténticamente suyos. Por eso, siem-
pre que alguien saca alguna cosa del estado en que la Naturaleza
la produjo y la dejó, ha puesto en esa cosa algo de su esfuerzo, le
ha agregado algo que es propio suyo; y, por ello, la ha convertido
en propiedad suya.3

Es con el trabajo que el ser humano aparta las cosas natu-


rales de su condición común y las convierte en propiedades; en
palabras de Locke: “El trabajo puso un sello que lo diferenció
del común. El trabajo agregó a esos productos algo más de lo
que había puesto la Naturaleza, madre común de todos, y, de
ese modo, pasaron a pertenecerle particularmente”.4
Obviamente, hay muchos otros célebres pasajes sobre la
propiedad que podemos encontrar en la obra de diversos auto-
res clásicos, sin embargo, en esta ocasión, en la que estamos
celebrando los 150 años de la edición del primer tomo de El
capital de Karl Marx, nos centraremos especialmente en la
propuesta que hace en el penúltimo capítulo de dicho tomo,
dedicado a la acumulación originaria.
Para Marx, la acumulación capitalista —es decir, el proce-
so por el cual el dinero se transforma en capital, que al produ-

2
Aristóteles, Política, libro i, 1257a, pp. 68-69.
3
John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, p. 23.
4
Ibid., p. 24.
El concepto de propiedad 107

cir plusvalor lleva a incrementar al propio capital—, supone


una acumulación originaria previa: “una acumulación que no
es resultado, sino punto de partida del régimen capitalista de
producción”.5 Aquí el autor hace referencia explícita al concep-
to de “acumulación previa” de Adam Smith.
Recordemos que, en su Investigación sobre la naturaleza
y causas de la riqueza de las naciones, Smith plantea que en
el estado primitivo de la sociedad, en donde no hay división
del trabajo y cada ser humano se procura por sí mismo lo que
necesita cuando lo requiere, no es necesaria la acumulación
de capital. Sin embargo, cuando se establece la división del
trabajo a gran escala, el trabajo individual no alcanza a satis-
facer todas las necesidades y se debe recurrir al producto del
trabajo de otras personas, el cual se adquiere con el producto
del trabajo propio.
Pero como dicha adquisición no puede hacerse hasta que el pro-
ducto del trabajo individual propio no solamente esté terminado,
sino vendido, es necesario acumular diferentes bienes en canti-
dad suficiente para mantenerle y surtirle con los materiales e
instrumentos propios de su labor, hasta el instante mismo en que
ambas circunstancias acaezcan.6

Y pone como ejemplo a un tejedor que para realizar su ofi-


cio necesita previamente un capital suficiente para mantener-
se y disponer de los materiales e instrumentos necesarios no
sólo hasta el momento en que termina su trabajo sino también
en tanto venda la tela. Así, la acumulación debe preceder a su
actividad y durar por todo el tiempo en que la realice.
Si bien, como señalamos, Marx hace referencia explícita
a Smith, su concepción es muy distinta. Mientras en Smith
la base de la acumulación está vinculada al trabajo, en Marx
remite a una relación social construida con la violencia. Para
ubicar esta crucial diferencia, el autor hace una brillante ana-

5
Carlos Marx, El capital. Crítica de la economía política. Tomo i. Libro i.
El proceso de producción del capital, p. 607.
6
Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de
las naciones, p. 250.
108 Elisabetta Di Castro

logía entre el papel que juega el pecado original en la teología


y el papel que ha jugado el trabajo en la economía política. Así
como en la teología el pecado original de Adán al morder la
manzana explica el carácter pecador de la humanidad, en la
economía política se distingue en los orígenes una “élite dili-
gente” que acumula riqueza y una “pandilla de vagos y holga-
zanes” que termina sin nada, sólo con su “pellejo” para vender,
expresiones que, como sabemos, utiliza irónicamente el propio
Marx.
De este pecado original arranca la pobreza de la gran mayoría,
que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabajan, no tienen
nada que vender más que sus personas, y la riqueza de una mi-
noría, riqueza que no cesa de crecer, aunque haga ya muchísimo
tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar.7

Este pasaje nos interpela. El problema al que se enfrenta


Marx es todavía hoy nuestro problema. La pobreza de la gran
mayoría y la riqueza de una pequeña minoría sigue siendo
una ominosa realidad en nuestro mundo globalizado. Aquí es
donde podemos ubicar la actualidad del pensamiento de Marx,
que nos invita a hacer una relectura crítica de su obra con el
fin de entender y vislumbrar posibles alternativas a la fase del
capitalismo que nos ha tocado vivir, ya en pleno siglo xxi, en
donde, como señaló Joseph Stiglitz, luego de la crisis de 2008,
el 1 % de la población tiene lo que el 99 % necesita.8
Frente a la idílica visión de la economía política, en la
que Smith ocupa un lugar relevante, según la cual desde los
orígenes el derecho y el trabajo son los medios de enriqueci-
miento, Marx destaca que en la historia real es la violencia
la que desempeña el papel principal, ya sea como conquista,
esclavización, robo o asesinato. Al respecto, además del último
capítulo del primer tomo de El capital —dedicado a la teoría
moderna de la colonización y que concluye con el secreto des-

7
Carlos Marx, op. cit., p. 607.
8
Véase Joseph Eugene Stiglitz, El precio de la desigualdad. El 1 % de la
población tiene lo que el 99 % necesita.
El concepto de propiedad 109

cubierto en el nuevo mundo, “el régimen capitalista de pro-


ducción y acumulación, y, por tanto, la propiedad privada ca-
pitalista, exigen la destrucción de la propiedad privada nacida
del propio trabajo, es decir, la expropiación del trabajador”—,9
podemos recordar también la obra El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado de Friedrich Engels, en la que
se presenta un análisis materialista de la historia y se escribe,
de acuerdo con el autor, como la “ejecución” de un testamento.
En ella se sostiene que en la comunidad primitiva los hombres
apenas si se diferenciaban unos de otros [aunque] el poderío de
esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se que-
brantó. Pero se deshizo por influencias que desde un principio
se nos parecen como una degradación, como una caída desde la
sencilla altura moral de la antigua sociedad de las gens. Los inte-
reses más viles —la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la
sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común— inaugu-
ran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases; los medios
más vergonzosos —el robo, la violencia, la perfidia, la traición—,
minan a la antigua sociedad de las gens, sociedad sin clases, y
la conducen a su perdición. Y la misma nueva sociedad, a través
de los dos mil quinientos años de su existencia, no ha sido nunca
más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de una
inmensa mayoría de explotados y oprimidos; y esto es hoy más
que nunca.10

Como sabemos, para Marx, el dinero, las mercancías, los


medios de producción y de subsistencia no son capital por
sí mismos, para que éstos sean transformados en capital se
requiere que dos clases de poseedores se enfrenten: los pro-
pietarios del dinero, de los medios de producción y de subsis-
tencia, por un lado, y, por otro, los vendedores de su fuerza
de trabajo, los llamados “trabajadores libres”. Estos trabaja-
dores libres, enfatiza el autor, son “libres” de los medios de

9
Carlos Marx, op. cit., p. 658.
10
Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Esta-
do. En relación con las investigaciones de L. H. Morgan, p. 97.
110 Elisabetta Di Castro

producción en un doble sentido: no están incluidos entre los


medios de producción (como estaban los esclavos o los sier-
vos de la gleba), ni cuentan con medios de producción propios
(como es el caso del campesinado que trabaja su propia tierra).
De esta manera, el régimen del capital presupone una escisión
entre los trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de
realización de su trabajo, división que la producción capita-
lista no sólo mantiene, sino que reproduce y acentúa, y por la
cual se transforma a los primeros en asalariados y al segundo
en capital.
En esta intervención quisiera destacar un aspecto: el Esta-
do, cuyo papel es fundamental en este proceso al ser la fuente
del derecho de propiedad. Recordemos que ya en el Leviatán,
o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y ci-
vil de Thomas Hobbes se rechaza la idea de que la propiedad
sea algo natural; para este autor, en el estado de naturaleza
no hay lo mío y lo tuyo, como tampoco lo bueno y lo malo, lo
justo y lo injusto, estos adjetivos no remiten a cuestiones na-
turales sino a creaciones sociales. En el estado de naturaleza,
que es caracterizado por la ausencia de un poder común, no
existen para Hobbes “propiedad ni dominio, ni distinción en-
tre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar,
y sólo en tanto que puede conservarlo”.11 En contraposición,
sostiene, que
es inherente a la soberanía el pleno poder de prescribir las nor-
mas en virtud de las cuales cada hombre puede saber qué bie-
nes pueden disfrutar y qué acciones puede llevar a cabo sin ser
molestado por cualquiera de sus conciudadanos. Esto es lo que
los hombres llaman propiedad. [...] Esas normas de propiedad (o
meum y tuum) y de lo bueno y lo malo, de lo legítimo e ilegítimo
en las acciones de los súbditos, son leyes civiles, es decir, leyes de
cada Estado particular.12

11
Thomas Hobbes, Leviatán, o la materia, forma y poder de una república
eclesiástica y civil, p. 104.
12
Ibid., p. 146.
El concepto de propiedad 111

Al respecto, podemos mencionar también otro pasaje de la


obra ya mencionada de Engels, en donde sostiene que
no faltaba más que una cosa; una institución que no sólo ase-
gurase las nuevas riquezas de los individuos contra las tradicio-
nes comunistas de la constitución gentil, que no sólo consagrase
la propiedad privada antes tan poco estimada e hiciese de esta
santificación el fin más elevado de la comunidad humana, sino
que, además, imprimiera el sello del reconocimiento general de
la sociedad a las nuevas formas de adquirir la propiedad, que se
desarrollaban una tras otra, y por tanto a la acumulación, cada
vez más acelerada, de las riquezas; en una palabra, faltaba una
institución que no sólo perpetuase la naciente división de la so-
ciedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora
de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la
segunda. [Y esa institución nació. Se inventó el Estado].13

Aunque aquí hay que agregar que el surgimiento del Estado


moderno no fue propiamente impulsado por la burguesía, sino
que fue en sus inicios el instrumento de defensa nacido de una
aristocracia amenazada, y es a su cobijo que van surgiendo las
condiciones para el desarrollo del capitalismo, modo de produc-
ción que fue creciendo poco a poco en los intersticios del propio
feudalismo.14 La formación histórica de los trabajadores asala-
riados implicó liberar al productor de la dependencia feudal y
hacerlo jurídicamente libre, “liberarlo”, como dijimos, de los
medios de producción (de su tierra) y finalmente disciplinarlo
para que trabaje en condiciones provechosas para el capital.15
Estado y derecho son dos elementos fundamentales para
entender la propiedad. Incluso Locke, que la consideraba na-
tural fruto del trabajo de cada quien, requería de la conforma-
ción del Estado para su defensa justa. Derecho y trabajo que,

13
Federico Engels, op. cit., pp. 106-107.
14
Véanse Perry Anderson, El Estado absolutista; Karl Polanyi, La gran
transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo; David
Harvey, Guía de El capital de Marx. Libro primero.
15
David Iokhelevich Rozenberg, El capital de Carlos Marx, comentarios
al primer tomo.
112 Elisabetta Di Castro

como vimos, para Marx no son la fuente del enriquecimiento,


sino que es por la violencia y el despojo que hay propietarios
de los medios de producción y quienes son sólo propietarios de
su fuerza de trabajo. Por ello, como ha señalado David Har-
vey, el primer tomo de El capital puede leerse
como un informe detallado e inapelable de por qué “no hay nada
más desigual que el trato igual a los desiguales”. La ideología de
la libertad de intercambio y de contrato nos embauca a todos,
encandilándonos con la supuesta superioridad moral de la teoría
política burguesa sobre la que asienta su legitimidad y su preten-
dido humanismo.16

La explicación del mercado a partir de una mano invisible,


que para Smith llevaba finalmente a un beneficio para todos
al buscar cada uno el suyo propio, es invertida por Marx al sa-
car a la luz cómo en el mercado libre e igualitario las iniciales
desigualdades se multiplican
cuando la gente entra con distintos recursos y activos en ese
mundo libre e igualitario de los intercambios de mercado, hasta
las menores desigualdades, por no hablar del abismo entre las
clases, se ven amplificadas y multiplicadas con el tiempo hasta
desembocar en enormes desigualdades de influencia, riqueza y
poder.17

Pero la acumulación originaria —la separación de los me-


dios de producción de los productores— no es simplemente
una referencia histórica para ubicar la emergencia del modo
de producción capitalista. Como diversos autores han enfati-
zado, entre los que destaca Roman Rosdolsky,18 la acumula-
ción originaria está contenida en el propio concepto del capi-
tal y, en este sentido, no se trata de un proceso concluido: el
desarrollo del capital conlleva la conservación y reproducción
de esa escisión a una escala cada vez mayor, con una constan-

16
David Harvey, op. cit., p. 282.
17
Idem.
18
Véase Roman Rosdolsky, Génesis y estructura de El capital de Marx
(estudios sobre los Grundrisse).
El concepto de propiedad 113

te acumulación y concentración del capital en pocas manos.


Marx señaló que con ello se desarrolla también a una escala
cada vez mayor el trabajo de forma cooperativa, la aplicación
técnica de la ciencia, la explotación sistemática y organizada
de la tierra, la utilización colectiva de los medios de trabajo,
la absorción de los países en una red del mercado mundial
conformando así el carácter internacional del régimen capi-
talista. Con este desarrollo crece también la masa de miseria,
opresión, degeneración y explotación, así como la rebeldía de
la clase obrera, que es más numerosa, disciplinada y unida.
En este sentido, para Marx, el modo de producción capitalista
sólo podría encontrar su fin restableciendo la unidad origina-
ria entre productores y medios de producción; recuperando los
progresos logrados en la era capitalista, se plantea la posibili-
dad de “una propiedad privada individual basada en la coope-
ración y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de
producción producidos por el propio trabajo”.19
Así, por lo que se refiere al concepto de propiedad, Marx
fue muy cuidadoso, aunque concebía el desarrollo histórico
y la superación del capitalismo como algo inevitable y liga-
do a la idea de progreso. Además del Manifiesto del Partido
Comunista, podemos recordar que en la “Crítica del Progra-
ma de Gotha” define a la sociedad colectivista a partir de la
propiedad común (no estatal) de los medios de producción
al tiempo que no rechaza la propiedad privada, más bien la
delimita al espacio que le correspondería a la propiedad del
individuo: “nada puede pasar a propiedad privada excepto
bienes individuales de consumo”.20
Para concluir, frente a la hegemonía de la teoría liberal y
neoliberal de nuestros días, y a 150 años de la publicación del

19
Carlos Marx, op. cit., p. 649 (cursivas mías). Esta propiedad se concibe
como una segunda negación: negación de la propiedad privada capitalista, la
cual, como vimos, surge de la acumulación originaria, es decir, de la negación
de la propiedad privada individual basada en el propio trabajo.
20
Karl Marx, Textos selectos y Manuscritos de París, Manifiesto del Par-
tido Comunista con Friedrich Engels, Crítica del Programa de Gotha, pp.
660-661.
114 Elisabetta Di Castro

primer tomo de El capital, la crítica de Marx al concepto de


propiedad y libertad capitalista, que aquí sólo hemos esbozado,
nos interpela y plantea grandes desafíos. En nuestro mundo
caracterizado por abismales desigualdades y exclusiones, tan-
to a nivel nacional como global, podemos ver con Marx, como
señala Harvey, que las premisas liberales y neoliberales re-
presentan ideales “tan equívocos, ficticios y fraudulentos como
seductores y fascinantes”.21

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21
David Harvey, op. cit., p. 282.
El concepto de propiedad 115

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Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas de la
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la población tiene lo que el 99 % necesita, Taurus, México,
2012.
LA ENAJENACIÓN EN EL CAPITAL,
EL CASO DEL PROCESO DE VALORIZACIÓN

Sergio Lomelí Gamboa*

I
Este texto pretende subrayar la necesidad de leer El capital
también como un texto filosófico. Habría que notar que El ca-
pital de Marx no sólo es un texto de economía política, historia
o sociología (si acaso), sino que es todo eso, pero entramado
en un discurso filosófico crítico. Esta característica hace de El
capital uno de los primeros textos de pensamiento interdisci-
plinario en la historia de la teoría moderna.1
Bolívar Echeverría insistió incansablemente sobre la po-
sibilidad de la lectura de El capital desde el punto de vista
filosófico, para él, y así lo decía en sus cursos y seminarios,
El capital era un texto sobre el problema de la enajenación.
Es posible que esa afirmación no se presente, de buenas a
primeras, de forma evidente o clara y distinta. Sin embargo,
hay otras afirmaciones semejantes, si acaso menos fuertes,
que hoy por hoy se consideran consensuales. Por ejemplo, es
ahora un lugar común sostener que el apartado sobre el feti-
chismo de la mercancía, en el capítulo i, es una reelaboración
del concepto de enajenación. Cualquiera que tenga mínimas
nociones sobre la lectura que se hace de Marx desde la teoría
crítica podría repetir, aun sin entender su sentido certero, la

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Así lo notaron Michael Hardt y Antonio Negri cuando lo tomaron como
modelo para escribir su conocida obra Imperio: “Dos textos interdisciplinarios
nos sirvieron como modelos a lo largo de la redacción de este libro: El capital
de Marx y Mil Mesetas de Deleuze y Guattari” (Michael Hardt y Antonio Ne-
gri, Imperio, p. 375).

117
118 Sergio Lomelí

siguiente afirmación: “Marx ya no habla de enajenación en El


capital, habla de fetichismo”. Además, en ese lugar común se
podría colar, abrevando de otra tradición, una cierta dosis de
althusserianismo al afirmar que el concepto de enajenación
está extraído de Hegel y es todavía muy filosófico (lo de “muy
filosófico” se diría, en este caso, de forma peyorativa), en cam-
bio el “fetichismo de la mercancía” es la reelaboración cientí-
fica de los problemas de juventud, presenta un cariz más de
teoría dura y menos chamanería filosófica-ontológica.
La afirmación de que el tema central de El capital sea el
concepto de la enajenación es aún más oscura y enigmáti-
ca para todos aquellos que lo han leído para desentrañar los
“problemas científicos” referentes a la teoría del valor-traba-
jo, el secreto de la extracción de plusvalor, la ley de acumu-
lación capitalista o el problema de la acumulación originaria.
Descaminar la lectura científico-económica para encontrar
la coraza crítico-filosófica se plantea como una tarea difícil
y compleja para algunos, para otros incluso inútil o fútil. Sin
embargo, dicha afirmación no carece de una tradición de lec-
tura o apropiación de El capital. Esta tradición tiene su géne-
sis en el texto maldito de Georg Luckács Historia y conscien-
cia de clase, y su continuación, al menos para la tradición del
marxismo crítico que se hizo en México, en Dialéctica de lo
concreto de Karel Kosík.2
Por otro lado, hay lecturas actuales de El capital que, por
haber partido de dicha tradición de lectura, ahora no sólo la
suponen, sino que incluso pretenden trascenderla. Así se pue-
de ver, por ejemplo, en el reciente Representar El capital de
Fredric Jameson
contradiciendo a Althusser, afirmaré que la teoría de la ena-
jenación sigue siendo un impulso activo y conformador en El
capital, pero también diré, esta vez con él, que en esta obra se

2
Un texto que por azares del destino tuvo un influjo importante en México,
como es evidente por el tratamiento que hicieron de él José Revueltas, Adolfo
Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría. Es notable que dicho texto no haya
gozado de la misma reputación e influjo en otras academias internacionales.
La enajenación en El capital 119

transmutó a una dimensión totalmente distinta, no filosófica o


posfilosófica.3

En este breve ensayo pretendo defender la actualidad de la


lectura propuesta, a saber, que El capital es un texto que ha-
bla principalmente del problema de la enajenación. Lo notable
del asunto es que es un texto en donde dicho problema no se
presenta explícitamente por ningún lado. Mi propuesta es que
El capital es un texto encriptado, como los textos cifrados en la
literatura de espías. Es un texto encriptado porque fue escrito
en medio de una guerra, la del modo de producción capitalista
y su desarrollo, y entonces tenía que estar encriptado para
que el enemigo no lo descifrara.4 La palabra clave que abre la
cifra es “enajenación”. El hecho de que la palabra clave no se
presente dentro del texto es una necesidad para que funcio-
ne la cifra y cumpla su cometido, así tiene que ser. Una vez
que se aplica la palabra clave, todo se explica en una nueva
dimensión, rica, profunda, agudamente crítica y, además, es-
pecíficamente filosófica. Esta dimensión filosófica es inacce-
sible para la historia y la economía, pues están preocupadas
por un objeto distinto. El problema de la enajenación destapa
la caja de pandora de la subjetividad, de la cual hace asunto
suyo la filosofía. Por esto quiero defender la actualidad de leer

3
Fredric Jameson, Representar El capital, una lectura del tomo i, p. 12.
4
Una de las pistas para defender esta afirmación está en la sintomática
y casi inexplicable omisión del “capítulo vi (inédito)” de la primera edición de
El capital. El “capítulo vi (inédito)” aborda explícitamente el problema de la
enajenación y lo desarrolla en el lenguaje “duro o científico” que tanto gusta
a los suscriptores del quiebre epistemológico, implicando la distinción entre
subsunción formal y subsunción real del trabajo al capital. José Aricó, presen-
tador de la edición en español del “capítulo vi (inédito)” que publicó Siglo XXI,
dice al respecto: “Basta una simple lectura de los Resultados… [título del ca-
pítulo vi (inédito)] para comprender que su ausencia en el libro i de El capital
resta bastante coherencia a la obra, tal como fue publicada por el autor. Y eso
debía comprenderlo el propio Marx al escribirla. ¿Por qué decidió no publi-
carla? Quizá tenga razón el traductor de la edición italiana, Bruno Maffi, al
señalar que le hubiera sido imposible a Marx conseguir un editor burgués que
aceptara sacar el libro con ese final políticamente tan comprometedor” (José
Aricó, “Presentación”, en Karl Marx, El capital. Libro i. Capítulo vi (inédito).
Resultados del proceso inmediato de producción, p. x).
120 Sergio Lomelí

El capital como un texto sobre la enajenación. La agenda a


la que responde este texto es la que plantea la interrogante
cómo leer El capital hoy, a 150 años de su publicación, aquí y
ahora, pensándolo y apropiándonoslo desde estas coordenadas
del mundo, desde esta geografía y este calendario,5 pienso que
el problema de la enajenación es absolutamente central para
reflexionar sobre el presente y para transformarlo.
Desde mi punto de vista, “la enajenación” señala, en el
fondo, un problema relativo a la autonomía. Si el diagnóstico
de la enajenación es el negativo de la fotografía, la fotografía
revelada es el problema de la autonomía. Si lo planteamos en
forma de pregunta, podríamos decir: ¿qué es aquello que está
hecho ajeno? ¿Qué es, pues, lo enajenado desde la problemá-
tica de la enajenación? Desde mi perspectiva, la respuesta,
si quiere ser consecuente, no puede ser la de una “edad de
oro”, más o menos romántica, llamada “comunismo primitivo”.
Ésta ha sido la respuesta más ensayada por el “marxismo”.
Sin embargo, es una respuesta que yo no suscribo. Me pare-
ce que, siendo consecuentes con el método dialéctico, tenemos
que decir que aquello que se hizo ajeno también estuvo sólo en
estado de apertura a partir de la irrupción del modo de pro-
ducción capitalista. Es decir, se hace ajeno algo que también
se abre como posibilidad por el propio capitalismo. Por ello,
mi respuesta es que lo que está hecho ajeno en todo caso es
la facultad política humana de dotar de forma a la propia so-
ciabilidad.6 En pocas palabras, lo que está hecho ajeno en una
sociedad enajenada es la capacidad de autodeterminarnos. En
el fondo, el problema de la enajenación diagnostica la usur-
pación de subjetividad, de autodeterminación, de autonomía.7

5
Véase Subcomandante Insurgente Galeano, “Lecciones de geografía y
calendarios globalizados”, en Enlace Zapatista, 14 de abril de 2017.
6
Bolívar Echeverría, “El ‘valor de uso’: ontología y semiótica”, en Valor
de uso y utopía.
7
Vale la pena decir aquí que, si bien el término “autonomía” suele em-
parentarse con el uso que hace de él la tradición liberal kantiana, no es el
uso que yo quiero darle en este texto. En la tradición inaugurada por Kant,
la autonomía tiene que ver con la facultad racional de ser “colegislador” y en
tanto eso, auto-nomo, es decir, quien se da a sí mismo su propia ley. Sobre ello
La enajenación en El capital 121

En las tierras surorientales del estado de Chiapas, una or-


ganización política de nuevo tipo, el Ejército Zapatista de Li-
beración Nacional junto con las comunidades zapatistas, está
construyendo autonomía como alternativa actual al modo de
producción capitalista. Como hay una configuración de res-
puesta al capitalismo que se está construyendo desde estas
mismas latitudes, me parece que tenemos que reflexionar al
respecto, al menos me siento convocado a reflexionar al res-
pecto y es por ello que voy a reflexionar sobre la enajenación
en El capital.

II
El pasaje clásico para demostrar que en El capital se aborda
el problema de la enajenación, como se mencionó más arriba,
es el del fetichismo de la mercancía. Sin embargo, este texto
pretende mostrar cómo uno de esos otros pasajes que general-
mente se consideran de “economía política dura” también, en
el fondo, tematiza el problema de la enajenación. Por ello voy
a analizar el pasaje que explica el secreto de la extracción de
plusvalor. La idea general es que en realidad todo el contenido
“económico duro” presenta el mismo comportamiento, a saber,
el de ser un desarrollo en lenguaje cifrado del problema de la
enajenación; sin embargo, demostrar eso implicaría un tra-
bajo de otra índole. El esfuerzo aquí es el de funcionar como
ejemplo paradigmático con la propuesta de que otros temas
pueden ser explicados en su base por la problemática central
de la enajenación.

véase la formulación que hace Kant en su famosa Fundamentación para una


metafísica de las costumbres. El término “autonomía” tal y como aquí se usa
tiene que ver con la reapropiación que hicieron de éste el ezln y las comunida-
des zapatistas: autonomía para ellos quiere decir algo más cercano a producir
materialmente el mundo de forma anticapitalista. En esta definición, los lími-
tes formales de la autonomía kantiana no tienen cabida. Para los zapatistas
el mundo se produce trabajando la tierra a la par que construyendo consenso
en asambleas de participación comunitaria.
122 Sergio Lomelí

Se puede observar que, en principio, el pasaje sobre la ex-


tracción de plusvalor es suficientemente complejo en sentido
económico para aparentar estar cabalmente explicado si se
entiende de dónde sale la diferencia de los famosos 3 chelines
tal como es planteada por Marx.8 En esta explicación intenta-
ré ser lo más sintético posible sobre esa diferencia para poder
hablar acerca de cómo el plusvalor se explica más cabalmente
desde la perspectiva de la enajenación.
Para entender el argumento de la extracción del plusvalor
se tienen que comprender las siguientes premisas relativas a
la teoría del valor-trabajo expuestas en el primer capítulo de
El capital:
1) Toda mercancía tiene un valor de uso y un valor de
cambio. Lo que quiere decir, en breve, que toda mer-
cancía es, respectivamente, útil e intercambiable en el
mercado, y una cosa no tiene nada que ver con la otra.9
Ni el valor de uso explica el valor de cambio, ni el va-
lor de cambio explica el valor de uso. Ambas caras de
la mercancía son irreductibles entre ellas y se oponen
mutuamente.
2) El valor de uso es la dimensión cualitativa y concreta
de la mercancía, la dimensión que responde a la subje-
tividad humana, la dimensión que sacia las necesidades
vitales humanas.10 El valor de cambio es la dimensión
cuantitativa y abstracta de la mercancía, una dimen-

8
“Se ha añadido un plusvalor de 3 chelines. El artilugio, finalmente, ha
dado resultado. El dinero se ha transformado en capital” (Karl Marx, “Ca-
pítulo v. Proceso de trabajo y proceso de valorización”, en El capital. Crítica
de la economía política. Libro primero. El proceso de producción del capital.
Volumen 1, p. 235).
9
“En un comienzo, la mercancía se nos puso de manifiesto como algo bifa-
cético, como valor de uso y valor de cambio” (ibid., p. 51).
10
“La mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que
merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran.
La naturaleza de esas necesidades, el que se originen, por ejemplo, en el estó-
mago o en la fantasía, en nada modifica el problema” (ibid., p. 43).
La enajenación en El capital 123

sión absolutamente ajena a la concreción de la vida


humana.11
3) El valor de uso está determinado por la relación entre
las características físicas concretas del objeto mercantil
y las características concretas de la sociedad. Así, por
ejemplo, consta en el hecho de que la obsidiana fuera
útil para hacer armas en estas tierras hace unos 500
años, pero que hoy sea útil de forma ornamental y no
para hacer armas.12
4) El valor de cambio, es decir, la facultad que tiene la
mercancía de ser intercambiada está determinada por
un común denominador a todas las mercancías que es
el trabajo abstractamente indiferenciado.13
5) El trabajo se mide en unidades de tiempo socialmen-
te necesario, lo que determina la magnitud de valor de

11
“[…] el valor de cambio se presenta como relación cuantitativa, propor-
ción en que se intercambian valores de uso de una clase por valores de uso
de otra clase, una relación que se modifica constantemente según el tiempo y
el lugar. El valor de cambio, pues, parece ser algo contingente y puramente
relativo, y un valor de cambio inmanente, intrínseco a la mercancía (valeur
intrinsèque), pues, sería una contradictio in adiecto [contradicción entre un
término y su atributo]” (ibid., p. 45). Y más adelante: “Pero, por otra parte,
salta a la vista que es precisamente la abstracción de sus valores de uso lo
que caracteriza la relación de intercambio entre las mercancías” (ibid., p. 46).
12
“La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. Pero esa utilidad
no flota por los aires. Está condicionada por las propiedades del cuerpo de la
mercancía, y no existe al margen de ellas” (ibid., p. 44). Y un poco más arriba,
“Cada una de esas cosas es un conjunto de muchas propiedades y puede, por
ende, ser útil en diversos aspectos. El descubrimiento de esos diversos aspec-
tos y, en consecuencia, de los múltiples modos de usar las cosas, constituye
un hecho histórico. Ocurre otro tanto con el hallazgo de medidas sociales para
indicar la cantidad de las cosas útiles. En parte, la diversidad en las medidas
de las mercancías se debe a la diferente naturaleza de los objetos que hay que
medir, y en parte a la convención” (idem).
13
“Ahora bien, si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las
mercancías, únicamente les restará una propiedad: la de ser productos del
trabajo” (ibid., p. 46). Y más adelante: “Con el carácter útil de los productos
del trabajo se desvanece el carácter útil de los trabajos representados en ellos
y, por ende, se desvanecen también las diversas formas concretas de esos
trabajos; éstos dejan de distinguirse, reduciéndose en su totalidad a trabajo
humano indiferenciado, a trabajo abstractamente humano” (ibid., p. 47).
124 Sergio Lomelí

las mercancías y las hace comparables en razón de este


valor.14
El capítulo v, que es el que nos interesa ahora, trata sobre
la distinción entre el proceso de trabajo y el proceso de valo-
rización. El primero, explica Marx, es el trabajo en abstracto
(abstracto quiere decir sin determinaciones históricas:15 todo
trabajo requiere un objeto de trabajo, medios de trabajo y ac-
tividad productiva orientada a un fin; en este caso no importa
si es trabajo esclavo o trabajo libre y emancipado, es en este
sentido que se habla de “trabajo abstracto”). El segundo, es
decir el proceso de valorización, es el trabajo determinado por
las relaciones capitalistas de producción. En ese caso, el tra-
bajo es específicamente un proceso de valorización, o bien un
proceso que tiene por meta acrecentar el valor involucrado en
el proceso productivo.16
Marx explica cómo el proceso de valorización requiere de
medios de producción y fuerza de trabajo (ft de ahora en ade-
lante). En el clásico ejemplo de Marx, el proceso productivo
es el hilado, los medios de producción relevantes son algodón
y husos de hilar y ft (mano de obra contratada para tal fin).

14
“¿Cómo medir, entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de
‘sustancia generadora de valor’ —por la cantidad de trabajo— contenida en
ese valor de uso. La cantidad de trabajo misma se mide por su duración, y el
tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en determinadas
fracciones temporales, tales como hora, día, etcétera […] en la producción de
una mercancía, sólo utiliza el tiempo de trabajo promedialmente necesario, o
tiempo de trabajo socialmente necesario” (ibid., p. 48).
15
“Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinacio-
nes, por lo tanto, unidad de lo diverso” (Karl Marx, “El método de la economía
política”, en Introducción general a la crítica de la economía política (1857), p.
58). Lo abstracto, se entiende, es exactamente lo opuesto.
16
“Al transformar el dinero en mercancías que sirven como materias for-
madoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorpo-
rar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista
transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor
que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a ‘traba-
jar’ cual si tuviera dentro del cuerpo el amor” (Karl Marx, El capital. Crítica
de la economía política. Libro primero. El proceso de producción del capital.
Volumen 1, op. cit., p. 236).
La enajenación en El capital 125

Marx relata, sarcásticamente, cómo el capitalista se enfren-


ta al problema de extraer plusvalor. En su primer intento, el
capitalista in spe no lo logra: quiere transformar 10 libras de
algodón en 10 libras de hilado, para lo cual requiere de seis
horas de trabajo. En ese ejemplo, las 10 libras de algodón y los
husos requeridos valen 12 chelines, y las seis horas de trabajo
valen 3 chelines. En total, las 10 libras de hilado contienen
30 horas de trabajo: 24 horas previas en algodón y husos, y
seis horas en fuerza de trabajo. Esas 30 horas valen 15 che-
lines. Al producir 10 libras de hilado valoriza sus medios de
producción de 12 chelines a 15 chelines, sin embargo, esa es la
cantidad que había adelantado y por ello sale tablas: “Nuestro
capitalista se queda perplejo. El valor del producto es igual al
del valor adelantado”.17
El secreto está, dice Marx, en que el capitalista sabe que al
pagar los 3 chelines que vale la ft no sólo paga 6 horas, más
bien paga el uso de la ft por todo el tiempo que la pueda uti-
lizar durante un día.18 Lo mismo que quien compra un suéter
tiene derecho a la totalidad del valor de uso de dicho suéter,
quien compra ft tiene derecho a la totalidad del valor de uso
de esa mercancía. Con esto en mente, el capitalista regresa a
sus cálculos. Esta vez le ofrece 20 libras de algodón al traba-
jador que ahora se tardará 12 horas de trabajo.19 Si 10 libras
de algodón valían 12 chelines, 20 libras valdrán 24 chelines.
Pero 12 horas de trabajo siguen valiendo 3 chelines. Entonces
ahora invierte 27 chelines y produce 20 libras de hilado que

17
Ibid., p. 231.
18
“El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando adqui-
rió la fuerza de trabajo” (ibid., p. 234).
19
“El poseedor de dinero ha pagado el valor de una jornada de fuerza de
trabajo; le pertenece, por consiguiente, su uso durante la jornada, el trabajo
de una jornada. La circunstancia de que el mantenimiento diario de la fuerza
de trabajo sólo cueste media jornada laboral, pese a que la fuerza de trabajo
pueda operar o trabajar durante un día entero, y el hecho, por ende, de que
el valor creado por el uso de aquélla durante un día sea dos veces mayor
que el valor diario de la misma, constituye una suerte extraordinaria para el
comprador, pero en absoluto una injusticia en perjuicio del vendedor” (ibid.,
p. 235).
126 Sergio Lomelí

contienen 60 horas de trabajo: 48 horas en algodón y husos,


y 12 horas en ft. Si 30 horas valían 15 chelines, ahora 60 ho-
ras valen 30 chelines. Sin embargo, el capitalista sólo había
adelantado 27 chelines. Como puede apreciarse, hay un delta
o una diferencia de 3 chelines. Et voilà, el valor se ha valori-
zado, el capital adelantado se ha incrementado en 3 chelines.
La pregunta relevante para la economía política es ¿por qué
es esto posible? ¿Qué hecho posibilita la diferencia de valores
entre el valor que se adelanta y el valor que se extrae? La res-
puesta es que, como la ft es una mercancía, entonces, su mag-
nitud de valor se calcula igual que la magnitud de valor de
todas las demás mercancías: es decir, según el tiempo social-
mente necesario para su producción. Y ¿cómo se calcula eso?
Pues sucede que producir ft sólo es posible por medio de la
producción del portador de la misma, pues ésta no se encuen-
tra en el aire, se encuentra en el trabajador. Por tanto, el va-
lor se calcula a partir del equivalente en tiempo socialmente
necesario para producir los medios de subsistencia del porta-
dor de la ft. Sucede que los medios de subsistencia necesarios
para producir ft, en el ejemplo de Marx, requieren seis horas
de trabajo, por tanto, la fuerza de trabajo vale 3 chelines. Sin
embargo, la fuerza de trabajo puede trabajar por más tiempo
que el que se requiere para reproducir la vida de su portador.
Puede trabajar 12 horas, por ejemplo. De esa diferencia en las
magnitudes de valor sale el plusvalor, explica Marx.
Mientras tanto, la pregunta que nos parece relevante en
nuestro caso es ¿en qué sentido esto es un problema que tiene
que ver con la enajenación? El secreto está en que la fuerza de
trabajo es una mercancía con la misma estructura que todas
las otras mercancías (un carácter bifacético que comprende
valor de uso y valor de cambio); sin embargo, tiene un conteni-
do existencial radicalmente distinto: es portada, como poten-
cia, por una persona viva. Habría que detenerse un momento
en este punto. La fuerza de trabajo también tiene un valor
de uso y un valor de cambio. La magnitud de valor de esta
fuerza de trabajo se calcula igual a todas las otras mercan-
cías, pero hay algo específicamente distinto: el valor de uso de
la ft, su utilidad, es precisamente la de producir valor. Es la
La enajenación en El capital 127

única mercancía que produce valor porque es la única mercan-


cía capaz de transformar la materia como realización de un
proyecto subjetivo que, además, agrega trabajo vivo a lo que
es trabajo pretérito.
Si observamos de cerca a la mercancía ft notaremos que
es muy particular. En ella se da una suerte de inversión entre
el valor de uso y el valor de cambio: si en todas las otras mer-
cancías el valor de uso es la parte cualitativa de la mercancía
y el valor la parte cuantitativa de la mercancía, en la fuerza
de trabajo, por su forma específica de existencia, el valor de
uso es “invadido” por el cáncer de la lógica del valor, y el va-
lor relegado a la lógica del valor de uso. En otras palabras:
el valor de uso de esta mercancía, su utilidad, será producir
magnitudes de valor mayores a las que ella misma encierra; y
su magnitud de valor se mide en las cualidades de los objetos
que requiere para que el portador de esta mercancía sobrevi-
va. Así pues, en el capitalismo, el valor de uso de la ft se mide
cuantitativamente por sus propiedades de valor; mientras que
su valor de cambio se mide cualitativamente por su equiva-
lencia en valores de uso que consume para mantenerse viva.
Esta contradicción se puede expresar en la siguiente frase: “la
fuerza de trabajo es la única mercancía en la que su valor de
uso contiene más valor que su propio valor como mercancía”.
Situación que habita, como se observa, en los linderos fronte-
rizos de la teoría del valor-trabajo.
Esa situación fronteriza se explica precisamente por el pro-
blema de la enajenación. Para que exista la relación social de
producción capitalista se requiere de un proceso paralelo de
cosificación de los trabajadores. Es decir, que éstos, que son
personas, se comporten y sean considerados y se consideren
a sí mismos como mercancías comparables a una botella de
refresco en las estanterías del mercado. Así, en el mercado
capitalista se ofrecen indistintamente latas de atún, sándwi-
ches de pollo, una cajetilla de cigarros, un trabajador, papel de
baño o unos zapatos.
Ese proceso de cosificación, que es la base real sobre la que
se alza la relación mercantil capitalista, está habilitado his-
tóricamente por el proceso llamado “acumulación originaria”,
128 Sergio Lomelí

desarrollado por Marx en el capítulo xxiv de El capital. Éste


se podría explicar de la siguiente forma: la relación productiva
capitalista implica que, entre dos personas, uno tenga medios
de producción y otro no los tenga. Entonces, quien no los tie-
ne puede trabajar, a cambio de una compensación económica,
para quien sí los tiene, haciéndolos productivos. Para que esa
relación social productiva se convierta en modo de producción
se requiere que esa relación social se universalice, y eso su-
cede cuando una masa gigantesca de personas se queda sin
medios para reproducir su vida por un proceso de despojo que
puede ser abiertamente violento e ilegal o abiertamente vio-
lento y legal. A los desposeídos les sigue quedando en potencia
su capacidad de reproducir su vida por medio de su propia
actividad dirigida hacia un fin, en el capitalismo eso que les
queda se puede vender como mercancía y se llama ft.
El proceso de cosificación, es decir, el proceso por medio del
cual las personas entran al mercado como cosas, transforma
la estructura existencial de éstas: de ser personas, en una con-
creción histórica u otra, con las implicaciones concretas que
eso conlleve (ser madre, ser músico o actriz, ser amigo, ser
miembro de una asociación política o religiosa, ser miembro
de una comunidad, etcétera), se convierten en mercancías.
Por tanto, adquieren la estructura existencial de la mercancía
que no sólo implica la contradicción esquizofrénica entre valor
de uso y valor de cambio, sino que además implica que, para
existir, para realizarse como mercancías, tienen que ser con-
sumidas en el mercado capitalista. Si no se consumen, no se
realizan como lo que son.20 Si desplegamos las implicaciones
de ello, podemos observar cómo, en el capitalismo, las perso-
nas tienen primero existencia abstracta como capacidades de
trabajo, pero su existencia concreta, es decir la factibilidad
real de reproducir su vida, está condicionada por su realiza-
ción como mercancías. El desempleo, constitutivo del modo de

20
“Para transformarse en mercancía, el producto ha de transferirse a tra-
vés del intercambio a quien se sirve de él como valor de uso” (ibid., p. 50).
La enajenación en El capital 129

producción capitalista21 y realidad tangente para todos en este


mundo, constata que uno sólo es en potencia, y vive en angus-
tia, y aspira a realizarse como mercancía, a ser contratado y
trabajar para el capital. De ello se desprende que la facultad
que tenemos como personas de dotarnos de concreción, de dar
forma y contenido a nuestra propia existencia, está mediati-
zada o hecha ajena, enajenada, en el capitalismo.22 La facul-
tad de dotarse de concreción ya no es propia de la persona y
sus relaciones sociales, ahora es un accidente del mercado. Si
el mercado no la requiere, esa persona existe en abstracción,
como mercancía no realizada; y su propia reproducción mate-
rial está puesta en entredicho.
También es notable el hecho de que si bien ya antes toda
mercancía contenía la contradicción entre valor de uso y valor,
el arribo de la ft al mercado es un síntoma de que la lógica del
valor va ganando la batalla en la contradicción mercantil. En
la ft, la lógica del valor ha logrado que lo abstracto subsuma
lo concreto de la vida humana. Esto se ha afirmado en diver-
sos lugares cuando se analiza el problema de la fetichización
de los productos de moda (unos tenis que se venden muy por
encima de su valor, por ejemplo); sin embargo, habría que no-

21
Véase el capítulo xxiii, “La ley general de la acumulación capitalista”,
especialmente donde dice: “Pero si una sobrepoblación obrera es el producto
necesario de la acumulación o del desarrollo de la riqueza sobre una base
capitalista, esta sobrepoblación se convierte, a su vez, en palanca de la acu-
mulación capitalista, e incluso en condición de existencia del modo capitalista
de producción. Constituye un ejército industrial de reserva a disposición del
capital, que le pertenece a éste tan absolutamente como si lo hubiera criado
a sus expensas” (Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro
primero. El proceso de producción del capital. Volumen 3, p. 786).
22
Ya Jean-Paul Sartre había mencionado cómo fue Marx quien encontró
por primera vez, y antes que los existencialistas del siglo xx , la especificidad
de la existencia humana como la facultad de producirse a sí mismo. “[Marx]
afirma que el acto humano es irreductible al conocimiento, que tiene que
vivirse y producirse; […] hace de ello el tema inmediato de la totalización
filosófica y lo que pone en el centro de su investigación es el hombre concreto,
ese hombre que se define a la vez por sus necesidades, por las condiciones
materiales de su existencia y por la naturaleza de su trabajo” (Jean-Paul
Sartre, Crítica de la razón dialéctica i, p. 23).
130 Sergio Lomelí

tar que ese proceso es secundario frente a la situación exis-


tencial de la ft. En ella no sucede que su valor de uso se vea
revestido de facultades sobrenaturales y por ello realice en el
mercado un valor que no tiene, sino que su valor de uso se ve
colonizado por la lógica del valor: es útil socialmente única-
mente y en la medida en la que sea capaz de producir valor.
Mientras que su concreción cualitativa en consumo de valores
de uso es desplazada al lugar de medio o instrumento para su
realización como mercancía. Es decir, que la magnitud de su
valor (que es el medio que permite realizar su intercambio)
se mide justamente por los valores de uso que actualizan su
existencia concreta. Lo cual, debería ser el fin en sí mismo, y
no sólo un medio. Uno debería ser capaz de dotarse de conte-
nido, de subjetivarse o autoproducirse a partir del consumo de
valores de uso, como libros, música, alimentos, etcétera. Sin
embargo, en el capitalismo uno consume comida para poder
realizarse como mercancía.
Se observa cómo, en el interior de la ft, sucede una inver-
sión entre los contenidos de lo cualitativo del valor de uso y de
lo cuantitativo del valor. Si antes el valor de uso estaba para
satisfacer las necesidades concretas del sujeto social que era
el ser humano, ahora, el valor de uso de la ft también está
ahí para saciar las necesidades del sujeto social, que de paso
hay que decir, ya no es humano. El valor de uso o utilidad de
la ft consiste en “valorizar el valor”. El sujeto que sacia ese
valor de uso es el capital. Ahora es éste el sujeto que ocupa
la dimensión concreta de la mercancía. Si antes el valor era
sólo la parte abstracta que cumplía funciones de socialización
de la concreción humana, ahora, el valor cumple funciones de
socialización de la concreción capitalista. El valor está relleno
y animado por lo concreto de la vida humana (ya que se mide
a través de los medios de subsistencia que requiere el porta-
dor de la ft), pero en el movimiento global el valor es la rea-
lización del proyecto abstracto de su propia autovalorización.
Si autonomía quiere decir la facultad de autoproducción, que
es la característica diacrítica de la subjetividad, entonces, el
capital es autónomo y subjetivo. Mientras que la reproducción
La enajenación en El capital 131

de la vida humana es ahora tan sólo la dimensión abstracta


del capital.
Como se ve, el despliegue de la temática de la producción
del plusvalor implica la construcción de una nueva subjetivi-
dad que subsume la subjetividad humana. El trabajador es
ahora un medio para la valorización del valor; y su propia re-
producción es parte abstracta del proceso de la reproducción
del capital.

***

Más arriba mencioné cómo, desde mi perspectiva, el problema


diagnosticado por Marx, bajo el nombre de enajenación, era,
en el fondo, uno relativo a la pérdida de subjetividad y, por
tanto, a la pérdida de autonomía. Es por esto, que quiero de-
fender la actualidad de la lectura de El capital como un texto
también filosófico, que trata específicamente sobre este pro-
blema. En una actualidad en la que la realización del proyecto
subjetivo dominante, la autovalorización del valor, amenaza
la existencia concreta de toda vida en el planeta,23 la cons-
trucción de la autonomía, como sucede en las comunidades
zapatistas, se plantea como la tarea política más urgente del
presente.

Bibliografía
Aricó, José, “Presentación”, en Karl Marx, El capital. Libro i.
Capítulo vi (inédito). Resultados del proceso inmediato de
producción, Siglo XXI, México, 2001.
Echeverría, Bolívar, “El ‘valor de uso’: ontología y semiótica”,
en Valor de uso y utopía, Siglo XXI, México, 2012.

23
Así lo podemos ver analizando la megacrisis ambiental que estamos
atravesando en esta era, que los especialistas llaman, cada vez con mayor
consenso, el “antropoceno”.
132 Sergio Lomelí

Hardt, Michael, y Antonio Negri, Imperio, Paidós, Buenos Ai-


res, 2005.
Jameson, Fredric, Representar El capital. Una lectura del
tomo i, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013.
Kant, Immanuel, Fundamentación para una metafísica de las
costumbres, trad. de Roberto Rodríguez Aramayo, Alianza,
Madrid, 2002.
Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro
primero. El proceso de producción del capital. Vols. 1 y 3,
Siglo XXI, México, 2001.
, “El método de la economía política”, en Introduc-
ción general a la crítica de la economía política (1857), Si-
glo XXI, México, 1978.
Sartre, Jean-Paul, Crítica de la razón dialéctica i, Losada,
Buenos Aires, 2004.
Subcomandante Insurgente Galeano, “Lecciones de geografía
y calendarios globalizados”, en Enlace Zapatista, 14 de abril
de 2017, consultado el 8 de mayo de 2018, disponible en
<http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2017/04/14/lecciones-
de-geografia-y-calendarios-globalizados/>.
VUELTA A LAS FORMAS FUNDAMENTALES
DE LA MANUFACTURA EN LOS TIEMPOS
DE LA FLEXIBILIDAD EN LA PRODUCCIÓN

Norma Hortensia Hernández García*

[…] la gente puede aprender de sí misma a


través de las cosas que produce, que la cultu-
ra material importa.
Richard Sennett

Uno de los rasgos que marcaron el carácter de Marx como au-


tor, según la exposición de sus biógrafos, fue la resistencia a
dejar salir sus obras. Sin embargo, a los escritos elaborados
“de un plumazo” se les considera los más iluminados. Debe-
mos tener presente que Marx se propuso elaborar una teoría
científica y que invirtió al menos veinte años en esta tarea. La
teoría del valor fue producto de tal esfuerzo, pero lo que dio
a luz tan arduo trabajo no se limita a ella. El resultado fue
un modo de pensar la realidad que se condensa en El capital,
texto filosófico que guarda un lugar de primer orden en la his-
toria de las ideas, en el movimiento orgánico del pensamiento
que se ocupa de lo verdadero.
Respecto a las ciencias sociales, El capital ha marcado un
hito. No sólo es necesario hablar de un antes y un después de
la obra, su impronta, ya sea por aceptación, rechazo o intento
de elisión se ha integrado en la generación del conocimiento,
en la dilucidación de la realidad objetiva. El observatorio que
Marx elaboró en El capital, se quiera o no, determina nues-
tra mirada en el análisis social, puesto que demostró que el

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

133
134 Norma Hernández

mundo tal y como se nos presenta requiere de la elaboración


crítica del pensamiento para ser comprendido, de suerte que
no sólo sometió a examen las categorías con las cuales la
economía política intentaba dar cuenta de los desequilibrios
que causan los dolores más acuciantes de la realidad social,
desentrañó el mecanismo a partir del cual se genera la ma-
terialidad del mundo y las relaciones que lo dirigen. Por otro
lado, en el despliegue de su análisis, estableció un modo de
hacer (método crítico) a través del cual se exige al pensamien-
to ponerse constantemente a prueba y da como resultado una
elaboración crítica sostenida por una inagotable búsqueda de
fundamento. Partiendo de tales consideraciones y tomando en
cuenta el modo en que la subjetividad se produce en el mundo
capitalista, el propósito del presente texto es compartir la ex-
periencia de lectura de un pasaje específico de El capital en el
que, considero, se muestra uno de los mecanismos presentes
en el proceso de generación de la subjetividad, a cuya luz po-
demos comprender algunos de los conflictos más dolorosos del
individuo contemporáneo.
El pasaje hacia el cual deseo conducir la atención se titula
“Las dos formas fundamentales de la manufactura: manufac-
tura heterogénea y manufactura orgánica” y se encuentra en
el capítulo xii (“División del trabajo y manufactura”), pertene-
ciente a la sección cuarta que se ocupa del plusvalor relativo.
En un punto que se menciona de paso, a saber, el reloj como
ejemplo del primer tipo de división manufacturera del trabajo,
proponemos encontrar un vértice de entrada a la epistemolo-
gía que se presenta en El capital, según la cual la aparición de
lo material concreto, cuando es analizado en sus determinan-
tes específicos, despliega su significado, lo cual muestra que
tal aparecer de lo inmediato en realidad se ofrece como una
abstracción. La tarea de El capital, desde la lectura que pro-
ponemos, consiste en desentrañar las redes significativas de
aquello que se aparece como lo inmediato a la conciencia, en
otros términos, se trata de una actividad crítica que cuestiona
a los determinantes materiales, para caer en la cuenta de su
movimiento, lo cual, eventualmente, motivaría la transforma-
ción de las relaciones sociales. Bajo esta óptica, proponemos
Vuelta a las formas fundamentales 135

tomar la dilucidación de Marx para dar una vuelta de tuerca.


Aprovechar el modo en que aparecen las piezas del reloj en el
texto para observar la manera en que el objeto determina la
concepción que los seres humanos tienen de sí, y cómo deter-
mina esa relación al individuo contemporáneo.
Diferenciando el observatorio por el cual nos aproximamos
a Marx, es decir, nuestra interpretación, de la intención ma-
nifiesta del filósofo, que podemos leer en sus cartas, se debe
subrayar que él mismo emprendió su obra como un aporte
crucial para impulsar a la lucha obrera, según afirma en una
carta de 1860 a Ferdinand Freiligrath: “Tengo la convicción
profunda de que mi trabajo teórico es mucho más útil para la
clase obrera que una participación en organizaciones que pa-
saron a la historia en el continente”.1 Desde su perspectiva, la
contingencia histórica que es el sistema capitalista, dadas sus
contradicciones internas, estaba en una inminente transfor-
mación por las crisis cíclicas que caracterizan a este sistema.
De suerte que, no para acompañar al movimiento obrero, sino
para darle forma y mostrar cuál era el fundamento de la lucha
misma, consideraba necesario mostrar el mecanismo interno
de tales contradicciones. Es decir, no se trataba tanto de mo-
verse por la aparente problemática de la distribución de la
riqueza como colocarse en el orden de la generación del valor.
El gran descubrimiento de Marx es que el trabajo es lo úni-
co que produce valor. Así, el punto crucial no es únicamente la
producción de la ganancia (o generación de la riqueza), sino el
cálculo que indica que, en la repetición cíclica del proceso, los
bienes materiales con los cuales se reinicia el mismo no tienen
la misma naturaleza que el capital adelantado por el capita-
lista en la primera parte del proceso, sino que es producto de
la valorización que el trabajo humano ha depositado en ellos.
Así, considerando diferentes tipos de variables e integrán-
dolas en un cálculo material y temporal, Marx está seguro de
que está cumpliendo con una labor científica. En concordan-
cia con tal tarea, se exige a sí mismo proceder con todo rigor.

1
Jacques Attali, Karl Marx o el espíritu del mundo, p. 209.
136 Norma Hernández

Abarcar a fondo los temas que trata y explorar profundamen-


te cada una de las categorías implicadas, en suma, comportar-
se como un científico que integra tanto un análisis razonado
de los procesos que tiene ante sí como la evidencia empírica de
cómo se presentan tales procesos. Su crítica se dirige princi-
palmente a la manera en que la economía política elabora su
discurso, pues, en su proceder, los teóricos clásicos toman las
categorías con las que trabajan tal como aparecen, sin pregun-
tarse de dónde vienen. Asimismo, Marx se detiene a revisar
puntualmente la evidencia empírica de las relaciones en el
capital, por ejemplo, las actas “de comisiones de investigación
y de inspectores de fábricas de Inglaterra y Escocia”,2 inde-
pendientemente de que haya sido un hecho fortuito encontrar-
se tales actas. La tarea que se propuso, así como su propio
carácter, le llevaba a revisar a fondo los temas que tocaba en
cada uno de los apartados de El capital. Este punto es impor-
tante para nuestra exposición porque manifiesta que la suya
es una posición filosófica que considera necesaria la compren-
sión para la transformación; que su posición filosófica toma
a la materialidad del mundo, de la manera que se ofrece a la
conciencia, y descubre abstracciones que tienen que ser clari-
ficadas; pero, también, que aquellas cuestiones de las cuales
se ocupa en las referencias que nos ofrece no son afirmaciones
o ejemplos tomados de manera accidental, sino un esfuerzo
concentrado en hacer claras las relaciones que aparecen en lo
inmediato.

Acercamiento a través del plusvalor relativo


Uno de los rasgos más inquietantes de las sociedades cuyo
proceso de producción es capitalista es su carácter transitorio.
Es observable que la premisa por la cual se inicia el proceso
de producción es una promesa. La promesa de que adelantan-
do cierto capital y fuerza de trabajo se obtendrá, al final del
proceso, un incremento. El cual, sin embargo, no es definitivo,

2
Ibid., p. 187.
Vuelta a las formas fundamentales 137

pues siempre se quiere más, por lo que el proceso se repite


una y otra vez, del mismo modo en que en aras del incremento
(plusvalor) se debe aprovechar el tiempo, los recursos y trans-
formar las bases materiales existentes para recortar los tiem-
pos de producción. La búsqueda de desarrollo de las fuerzas
productivas desafía todo límite.
Aunque gane la tentación de decir que el mundo actual es
plenamente capitalista, es decir, que la forma de reproducir-
se y sobrevivir sea a través del intercambio generalizado de
mercancías, justamente el rasgo transitorio del capital y su
dependencia del capital financiero hace que incluso las poten-
cias económicas estén en un continuo proceso de desarrollo.
El capitalismo aparece como un proceso de expansión que no
para tanto de colonizar como de postergar su realización total.
De modo que en su camino va venciendo las barreras que se
le oponen, a la par de que, en cada repetición del ciclo, con-
centra grandes masas de capital en pocas manos. A su paso,
evidentemente, va generando instituciones y formas de vida
que, aunque no caen directamente en la fórmula de la gene-
ración de plusvalor, le son inherentes. Esto mismo, en ocasio-
nes genera la ilusión de que hay resquicios en que la vida se
puede desarrollar fuera del proceso, lo cual es, por lo menos,
cuestionable.
Ahora bien, aunque las necesidades sociales y la creativi-
dad de la burocracia del siglo xx trataron de intervenir en la
organización y distribución del trabajo (entendido en sentido
amplio, aunque en El capital se privilegia la comprensión del
mismo como el que anima la valorización del “capital cons-
tante”), es claro que en nuestros días el modelo de “empresa”3
penetra y se extiende en todos los ámbitos de realización pro-
ductiva (incluida la academia), de modo que la ecuación que
Marx pensó, es decir, la elaboración formal en la cual se pre-
sentan los factores que participan en la constitución objetiva

3
Estamos viviendo un proceso de transición, entre el fin de la burocracia
que privó en el siglo xx y la instauración del dominio del “control de calidad”,
a través del cual se aplican, en función de la “utilidad” social, prácticas de
“producción y medición” estandarizadas en la industria.
138 Norma Hernández

de las formas sociales de organización y reproducción de las


condiciones materiales de vida de la sociedad, sigue siendo
efectiva. Marx formalizó tal pensamiento mostrando que en el
periodo en que transcurre la jornada laboral existe un lapso
de tiempo en que tanto la fuerza de trabajo como los elemen-
tos del capital constante son pagados (valorizados) por el tra-
bajo vivo que en ellos se deposita. El plusvalor consiste en el
lapso de tiempo en que el trabajo vivo genera el valor que se
refleja en el incremento obtenido al final del proceso. El plus-
valor relativo (en el cual deseamos centrar nuestra atención)
no tiene que ver con el tiempo en el cual el trabajador genera
valor, sino con la aceleración del proceso productivo o la reduc-
ción del tiempo de autovalorización de la fuerza de trabajo, de
suerte que la jornada “rinda” mayores ganancias. Es ahí, en
la búsqueda de ganancia, donde anida la motivación para que
el capitalista “arriesgue sus recursos” y en donde irrumpe una
nueva forma de ordenar el trabajo.
El proceso para organizar y distribuir el trabajo es también
el proceso por el cual aparece un nuevo mapa social. El cual,
desde la descripción de Marx, establece sus coordenadas en la
conexión que el individuo tiene con su maquinaria (aun cuando
sea un apéndice de la misma), en la vinculación (coordinación
de los movimientos) de los individuos entre sí, y en el modo
en que se instala un conjunto de necesidades en el individuo
mismo, no sólo porque la satisfacción de las necesidades para
su supervivencia se encuentran en el mercado, también por la
masificación de la producción en la que aparece el individuo
con sus “elecciones” frente a la abundancia de cosas. Respecto
a este último punto, es notorio que tal mapa social ubica al in-
dividuo en relación con el proceso de producción, pero también
respecto al lugar en que consume. En otros términos, en su
avance, el capital ha ido vaciando gradualmente los universos
colectivos de referencia, las pertenencias sociales con las que
los miembros de una comunidad se identificaban un día, no
sólo por referentes identitarios básicos, también los que los
marcaban simbólicamente a través de ritos que se han sus-
tituido por formas de consumo. Se ha instanciado en el ciclo
Vuelta a las formas fundamentales 139

vital de cada individuo, que se marca por el modo en que nos


adaptamos al proceso productivo.
En nuestros días, no somos ajenos a que nuestra conducta,
en muchos aspectos, se sujete a la creación de necesidades y
de mercados. Casi lo vemos como un proceso natural en aras
del “desarrollo” económico, de modo que la definición de no-
sotros mismos en tanto consumidores se ha “naturalizado”,
de suerte que se nos ofrece como la manera “natural” e inme-
diata que marca nuestra sobrevivencia, particularmente en
las urbes. Sin embargo, la definición de nuestras necesidades
y los medios para satisfacerlas se dictan a través de la bús-
queda del plusvalor relativo, la cual, en la práctica y hasta
en la reflexión, integramos a la asunción de la conciencia de
nosotros mismos, debido en parte al nivel de síntesis al que
hemos llegado reflexionando sobre la dinámica social. No por
nada asumimos que nuestra formación profesional, por ejem-
plo, tiene que ir encaminada al modo en que nos insertamos
en el proceso productivo.
Ya que el desarrollo productivo ha dado pie a la definición
de un cierto conjunto de bienes que dictan los parámetros de
“calidad de vida” que un individuo puede conseguir, no resulta
extraño ni hostil que se demarquen con parámetros mínimos
los elementos materiales que cada ser humano debe tener
para su supervivencia; incluso, para el cálculo de tales pará-
metros, se pueden buscar ciertas pautas, siguiendo el valor
de la fuerza de trabajo. Sin embargo, tal no es el objetivo del
capital, ni de esa manera se puede definir de mejor forma la
calidad de vida de los individuos. El problema en el capitalis-
mo no es la relación de los seres humanos con las mercancías,
sino que, en el intercambio generalizado el valor trabajo (es
decir, la disociación de sí) entra al mercado y se intercambia
contra el capital.
Con el nivel de síntesis que hemos adquirido para pensar
la manera en que generamos nuestro mundo se han generado
posiciones interesantes, pero fundadas en lo inmediato, de las
140 Norma Hernández

cuales destaco dos. Por un lado se nos explica4 que una socie-
dad que produce cosas en masa también produce sujetos en
masa, y que nuestras habilidades biológicas son las que en-
tran en juego en nuestra sobrevivencia. No es difícil otorgarles
un asentimiento inmediato, e incluso sentirse profundamente
convencidos. Sin embargo, con el análisis del plusvalor rela-
tivo que Marx desarrolla se muestra que la cosa no es tan in-
mediata. Marx muestra que no hay nada “natural” en la venta
de la fuerza de trabajo, de modo que lo que pragmatistas o
sociólogos observan, a saber, que el fracaso es individual, en
una sociedad cuya carrera abierta al éxito tendría que ser su-
ficiente para que los individuos, recargados con sus propias
potencias, alcanzaran la “felicidad”, despliega su complejidad
en la comprensión del plusvalor relativo. Lo que las ciencias
sociales han señalado fuertemente en los últimos años, la fra-
gilidad del individuo contemporáneo,5 tiene una explicación
cabal en la comprensión del despliegue del plusvalor relativo.
Tenemos, pues, que si bien el mapa social que se genera
cuando se instala el modo de producción capitalista trans-
forma la consciencia de sí de los seres humanos, éste no es
definitivo. Cambia junto con las transformaciones en los mo-
dos de producir. Así como con la colonización de la vida de los
trabajadores, marcando sus vidas con “necesidades espiritua-
les” que los definen como consumidores, y que tiene, como exi-
gencia fundamental, la afirmación de ellos mismos en cuanto
individualidades.
En este punto, no deseamos caer en consideraciones inme-
diatas, suponiendo que hay una oposición del individuo res-
pecto a lo social,6 más bien deseamos reparar en la ambigüe-
dad que el capital requiere para afirmar la individualidad, ya
que por un lado precisa de la homogeneidad de la población

4
Véase Georg Simmel, “Metrópolis y vida mental”, en AA. VV., La sole-
dad del hombre.
5
Desde luego los trabajos de Zygmunt Bauman son sobresalientes en este
sentido, pero entre la abundancia bibliográfica del tema destaca Byung-Chul
Han, La sociedad del cansancio.
6
Véase Norbert Elias, La sociedad de los individuos, p. 180.
Vuelta a las formas fundamentales 141

y, por el otro, afirma una individualidad desvinculante. Ho-


mogénea, tanto por la tendencia a igualar a los individuos a
través del discurso de los derechos y la autonomía (que en la
práctica aparece más como un postulado que como una reali-
dad), y desvinculante, porque al poner el acento en la fuerza
de trabajo como mercancía que entra en el contrato (que el
lenguaje del discurso empresarial actual llama “potenciali-
dades”), genera en los sujetos la idea de que, como el héroe
homérico Áyax,7 con su propia fuerza serán capaces de vencer
todos los obstáculos para alcanzar la victoria. El capital pre-
cisa mantener la ambigüedad en lo individual, afirmar como
cualidad primaria del individuo su capacidad para la autosub-
sistencia y esconder la cadena de interdependencias a las que,
sin embargo, se le sujeta cada vez más.
Marx se empeñó en mostrarnos, con la categoría de mate-
rialismo histórico y en el capítulo de la “acumulación origina-
ria”, que el capital necesita de ese individuo libre y autónomo,
sin más lazos que sus necesidades, atado a ellas, para entrar
en un contrato enteramente legal por el cual enajena su capa-
cidad de trabajo y parece poder sustentarse en sí mismo. Los
lazos de pertenencia que lo afirmaban antes se quebraron de
diferentes formas (ya sea por la violencia y el despojo o por la
transformación de estructuras políticas y morales), de suerte
que recae ahora en cada uno la responsabilidad de la subsis-
tencia y el sentido de la vida, independientemente de que los
apetitos y la definición del transcurso de la vida individual
sean moldeados por la búsqueda del plusvalor relativo. La
cuestión es que las características sustanciales del contrato
siguen siendo las mismas y, por tanto, hacen recaer en cada
uno la responsabilidad y sentido de la vida, desvaneciendo la

7
Consideramos al héroe trágico como figura del individuo frágil, en con-
sideración de las enfermedades mentales y emocionales que marcan el riesgo
de los trabajadores en la sociedad de rendimiento y que Han expone en el
ensayo antes referido. La figura de Áyax nos resulta atractiva por el contraste
entre la locura y la lucidez, entre la fatalidad impuesta y la libre decisión de
morir, que Jean Starobinski analizó en Tres furores. Estudios sobre la locura
y posesión.
142 Norma Hernández

mutualidad que cohesiona las relaciones entre individuos. En


las conexiones que se borran y en la ilusión del sujeto que
se soporta a sí mismo es en donde deseamos poner la mayor
atención al volver a la manufactura heterogénea.

Volver a la manufactura heterogénea


Decimos que la narrativa de vida de los sujetos está moldeada
por la búsqueda de plusvalor relativo, porque aspectos tales
como la autocontención de las apetencias físicas y emocionales
e intuiciones morales, como la formación e inserción de los se-
res humanos en el mundo, están constreñidos y determinados
según el modo en que se integran al proceso productivo, con la
intención de hacerlo cada vez más eficiente.
La insistencia de mantener el análisis crítico en la conside-
ración de la individualidad, como categoría fija del sujeto que
entra en el contrato con el capitalista, se fundamenta en el
hecho de que la característica más propia del valor de su fuer-
za de trabajo es que se trata de un valor que genera valor. Sin
embargo, la fuerza de trabajo no es la fuerza de un individuo
que se ponga al lado del otro para generar trabajos particula-
res a través de la adición. El trabajo vivo, que indudablemente
tiene que ver con la existencia corpórea de cada ser humano,
se valoriza en su individualidad, pero el valor que produce se
genera al entrar en un todo orgánico, desde el cual se trans-
forma la experiencia de sí del individuo, en la misma medida
en que va generando, por la cualidad inherente al trabajo, el
metabolismo que anima y transforma a la materia. Para com-
prender tal proceso, El capital nos ofrece dos perspectivas que
se separan para el análisis, pero que son parte de una misma
cuestión. Por un lado, el orden de los sujetos involucrados, y
por otro, el orden de los objetos, en específico de la maqui-
naria, la cual en tanto capital constante transfiere pero no
produce valor.8

8
Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El
proceso de producción del capital. Volumen 2.
Vuelta a las formas fundamentales 143

Desde la perspectiva del trabajo vivo, Marx afirma que la


organización del trabajo coordinado de los obreros es una for-
ma de intensificación de la jornada que no le cuesta nada al
capital. Es decir, coordinar en un mismo espacio, según tiem-
pos bien cronometrados, es una manera de incrementar el
plusvalor relativo que marca una cadencia en los cuerpos de
los trabajadores. Cada uno se sujeta a sí mismo, dominando
sus apetencias físicas y mentales, para mantener constante
el movimiento en la cadena de producción. En el orden de los
objetos, el capital invierte en el desarrollo de tecnologías que,
por un lado, producen masivamente, de modo que abaratan el
costo de los medios de supervivencia del obrero, y al intensifi-
car el modo de producción convierten al obrero en una apén-
dice de las propias máquinas, puesto que son ellas quienes
marcan el ritmo del trabajo; por otro lado, esto se convierte
en un modo constante de transformación de las condiciones
materiales de existencia. Con lo cual tenemos que no hay
modo definitivo de producción, la forma de producir en la gran
industria espera siempre el desarrollo de nuevas tecnologías
que estarán en permanente evolución, es decir, al ser las má-
quinas transmisoras de valor y no generadoras de plusvalor se
ha de mantener al máximo su productividad. El proceso toma
así su propia velocidad, que siempre es acelerada, y su punto
de llegada es permanentemente pospuesto.
Reiteramos, el capital está animado por la promesa; por lo
que su rasgo más propio es la transitoriedad. En el mundo del
capital todo es transitorio, no únicamente el ciclo productivo
que inicia con la esperanza de la realización de la mercancía,
también su manera de producir. La búsqueda de plusvalor
relativo, como es evidente, anima el desarrollo tecnológico,
desde la óptica de Marx, menos para aliviar la carga de tra-
bajo humano que para aumentar el plusvalor. La fatiga de
las máquinas9 es más preocupante que la fatiga humana. Tal

9
De acuerdo con los términos que Mary Douglas usa en su análisis sobre
el riesgo. Véase Mary Douglas, La aceptabilidad del riesgo según las ciencias
sociales.
144 Norma Hernández

consideración participa en el cálculo del riesgo, e incrementa


la ansiedad por la realización en el mercado de las mercancías
producidas. Es decir, es necesario alcanzar su pleno intercam-
bio, pues son producidas por una maquinaria que entra en el
proceso de desgaste en el momento mismo de su existencia
efectiva, por lo cual es preciso apurar su rendimiento, dado
que lo único que la maquinaria aportará al proceso de valo-
rización es la transferencia de su valor, que además se está
desgastando por la amenaza de irrupción de una máquina que
a su vez la supere.10
En ese cambio constante surgen dos observaciones. La pri-
mera, que atenderemos posteriormente, es el aparente “avan-
ce” del desarrollo del capital; la segunda es la exigencia de
que el “apéndice de la máquina” sea capaz de no desgastarse
ante los cambios. En términos del diagnóstico que Richard
Sennett elabora: la exigencia de una subjetividad flexible. En
efecto, visualizando el desarrollo del capital en su compleji-
dad actual, en la cual el proceso laboral involucra ámbitos que
desbordan la fábrica, Sennett, en su obra La corrosión del ca-
rácter, observa que el desmantelamiento de la aglutinación
y polarización a través de las instituciones de trabajadores y
dueños de los medios de producción (es decir, las burocracias
operantes de la posguerra), en lugar de generar una forma de
liberación del trabajador, lo que ha ocasionado es un desgaste
(“fatiga”, en términos de Mary Douglas) que aqueja a los tra-
bajadores.11 La exigencia del actual estado del capital es que
los seres humanos sean capaces “de prosperar en condiciones
sociales de inestabilidad y fragmentariedad”.12 Uno de los de-
safíos a los cuales tiene que hacer frente el “trabajador ideal”
del actual capitalismo es la renuncia, ese desprendimiento y
dejar ir que el discurso motivacional ha puesto tan en boga.
Tal desprendimiento, no sólo se refiere a las cosas y a las re-
laciones con los otros, también a la propia narrativa a la cual

10
Véase Karl Marx, op. cit.
11
Véase Richard Sennett, La corrosión del carácter.
12
Richard Sennett, La cultura del nuevo capitalismo, p. 11.
Vuelta a las formas fundamentales 145

aspiran los trabajadores bien domesticados del capitalismo


moderno, en el marco de sus empleos. Todo lazo (como en el
caso del despojo en la transición de la producción feudal al
capitalismo) es un peso que obstruye el desarrollo del capital
y que, de acuerdo con el discurso capitalista, también obsta-
culiza la “realización” del trabajador, transformado ahora en
profesionista.
Es necesario desglosar para el análisis la perspectiva de los
objetos y los sujetos, sin embargo, es imperante tener siem-
pre presente su imposible disociación. En ese sentido es que
observar a la manufactura heterogénea no implica colocarnos
en un punto atrás respecto a una especie de sucesión en un
análisis del desarrollo tecnológico. Más bien, esto nos lleva a
colocarnos en el momento, en el pliegue histórico, en que se
desarma una particular consciencia de sí, que se ve reflejada
cuando se considera, por ejemplo, al reloj en sus partes. Así, la
primera observación, el aparente progreso del capital, desde
la perspectiva de las máquinas, genera la idea de un gran pro-
greso por la magnificencia de las obras, y la aceleración de los
procesos que las máquinas producen. Las máquinas, como es
ya una observación común, agigantan las acciones humanas.
En tal sentido, operan como prótesis de la voluntad que pro-
duce. Sin embargo, para hacerlo, han debido desarticular un
“saber hacer” que fue la piedra de toque para que apareciera
el sujeto que en su “hacer” se fundamenta a sí mismo. Para
ilustrar este punto consideremos al relojero.

Reloj, relojero y manufactura


El relojero pertenece a ese grupo de seres humanos que contri-
buyó a la alborada de la modernidad, los artesanos. Al artesa-
nado, en una lectura lacia de la historia, lo consideramos como
una fase anterior a la irrupción de la burguesía, pero desde
la perspectiva filosófica tiene un papel más contundente. Re-
presenta el momento en que los individuos pueden detentar
su valor por sí mismos, no en función únicamente del nombre
146 Norma Hernández

de un poderoso que les protege sino, al igual que el calígrafo13


o el pintor, por la capacidad de hacerse un nombre por lo que
producen, lo cual no va ligado únicamente al honor, sino tam-
bién a la calidad de las obras que son capaces de producir, así
como el valor de su palabra, en cuanto ellos mismos son jueces
en las materias de su competencia.14 En el caso del relojero, la
cuestión es más específica, porque aquello que produce no es
como hacía Stradivarius, un instrumento que genera un soni-
do excepcional, o como un pintor que pone su apuesta sobre la
representabilidad del mundo en función de la perspectiva de
una nueva mirada. El relojero no es un genio, pero tiene que
ser capaz de capturar una sustancia naciente que va cobrando
un lugar central en la vida de los seres humanos: el tiempo.
Capturar el tiempo, a la vez con precisión y constancia,
fue el desafío que los relojeros tuvieron que enfrentar, y re-
corrieron un largo camino para lograrlo. Nos remitimos, es-
pecíficamente, a la exigencia naciente en la modernidad de
medir el tiempo con precisión para la navegación (luego, para
la experimentación), más que a la necesidad humana de com-
putar el tiempo y coordinar la acción colectiva. Así, en el gran
arco temporal en el que se desarrollaron los elementos téc-
nicos para capturar el tiempo en un artefacto, se avanzó en
la creación de relojes domésticos, que pasaron de los salones
de sus dueños a sus vestidos. La habilidad que los relojeros
tuvieron, tanto para generar nuevos mecanismos como para
superar los límites que el material con el que trabajaban les
imponía, otorgó un prestigio único a quienes lo consiguieron y
su firma también dio un gran valor a los objetos que ellos pro-

13
Al respecto, es ilustrativa la biografía del secretario papal, Poggio
Bracciolini. Sin duda su papel como humanista fue importante y, más aún,
como destaca Stephen Greenblatt, su actividad como viajero buscando libros
antiguos. Lo que deseamos destacar es el modo en que logró hacer camino
(carrera) por una habilidad tan personal como su buena letra. Véase Stephen
Greenblatt, El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el
mundo moderno.
14
Sobre la experiencia de la subjetividad que se conforma en la relación
con la materialidad cultural, creada a través del trabajo como artesanía, es
incisivo Richard Sennett en la primera parte de su libro El artesano.
Vuelta a las formas fundamentales 147

ducían, de suerte que poseerlos era un rasgo de distinción. En


el siglo xvi, informa el historiador David S. Landes, eran signo
de ostentación y privilegio, pues su tamaño se redujo de modo
que era factible llevarlos en dagas o anillos.15 No fue sino has-
ta el siglo xviii que los avances técnicos los pusieron al alcance
de los burgueses, no únicamente como signo de ostentación,
pues incluso los reformistas aprobaron su uso y protegieron a
los creadores.
Poseer un reloj, en el ámbito de la historia de las menta-
lidades, generó una manera de atarse a un régimen produc-
tivista de las acciones, que algunos han identificado al carpe
diem romano, pero que no es igual. A diferencia de la idea
romana de aprovechar el día, que involucraba la narrativa de
una vida completa de los individuos,16 las acciones que guían
al poseedor de estas piezas coinciden más con la moral pro-
ductivista que mira en el instante que se desaprovecha al di-
nero que se escapa, y asume como signo de su salvación la
dedicación al trabajo, formulando así una idea abstracta y
casi metafísica del trabajo como salvación.17 Así, siguiendo el
procedimiento formal del contrato de trabajo, y aun cuando
los pactantes compartieran un uso colectivo del tiempo, el que

15
David S. Landes, Revolución en el tiempo. El reloj y la formación del
mundo moderno.
16
No es tema de esta exposición la diferencia. Sucintamente podemos
apuntar, en la medición del día a día, que a pesar de la experiencia del tiempo
fragmentado en horas que se hace en el cambio de guardias en el Ejército, y de
la posibilidad de los relojes solares comunitarios, el hombre de negocios es del
todo ajeno al conteo de la modernidad. En todo caso, la medida fragmentaria y
precisa de tiempo que importaba es la que se ocupa de la extensión equitativa
de las peroratas en los juicios, para lo cual, la clepsidra era el instrumento
que hacía que la participación de los oradores fuera equitativa.
17
En el capítulo “Una hora para cada uno”, la idea que expone el histo-
riador Landes es que, junto con los desasosiegos de la vida en la urbe, las
tensiones de la época comprendida entre el Renacimiento y la modernidad
industrial —que califica como “época de transición”—, tanto el sentimiento
religioso como productivo, llevó a cierta parte de la población a sujetarse a sí
mismos a través de la medición del tiempo. El reloj, pues, se convirtió en un
objeto que contribuyó a la formación de la conciencia individual (ibid., p. 106).
148 Norma Hernández

unos hayan tenido una “guía siempre visible” del tiempo18 los
colocaba en un nivel de cálculo ventajoso respecto a los que de-
bían desdoblar, de su sí mismo, su capacidad de trabajo para
así venderla en un tiempo calculado en horas, operación a la
cual el proletariado llegó tardíamente. Aunque la clase traba-
jadora sostuviera, junto con la burguesía, un uso colectivo del
tiempo, la primera lo dimensionaba como jornadas. No es de
extrañar que los revolucionarios en París dispararan contra
los relojes. Fue necesario, en el caso del grueso de la población,
domesticar el alma del proletariado para hacerlos caer en la
cuenta del conteo de las horas.19
La premisa para el reloj doméstico móvil fue el reloj de
muelle, se dice que inventado en Núremberg en el siglo xvi.20
Para pasar al de bolsillo, más que una invención hubo una
transición, a través de la cual se observa la desarticulación del
saber del artesano relojero. Para indicar brevemente nuestro
interés: el tipo de individuo por el que se interesa Marx es
el que se hace homogéneo y conforma lo que Balibar califica
acertadamente como un Leviatán “productivo”.21 Frente a este
individuo, otros han opuesto a un individuo generado por las
prácticas de poder. El punto que deseamos afirmar es que la
modernidad dio lugar a un individuo afirmado en sus habili-
dades y creaciones, para destruirlo casi de inmediato. El tra-
bajo fino que los relojeros desarrollaron, particularmente por
la miniaturización, a través de los aportes de cada uno de los

18
Véase idem.
19
Quien tiene el manejo del reloj en la fábrica, desde luego, es el capita-
lista. Marx, en una larga cita, narra la huelga de unas trabajadoras, porque
un capataz, coludido con el capitalista, atrasaba el reloj de la fábrica para
descontar horas al sueldo de las obreras. Las obreras resienten el tiempo, en
tanto disminuyen sus ingresos. En apoyo a esta idea, Attali narra la descon-
fianza que causa a sus iguales un trabajador que lleva su reloj a la fábrica. Para
los obreros que podrían comprarse un reloj, éste era más una inversión para los
tiempos difíciles. Es más clara la organización de las vidas en horas cuando
se ha sido infractor, o cuando se “domestica” a las almas en las escuelas,
como Michel Foucault mostró en Vigilar y castigar.
20
Véase David S. Landes, op. cit.
21
Étienne Balibar, “L’anti-Marx de Michel Foucault”, en Christian Laval
et al. (dirs.), Marx & Foucault. Lectures, usages, confrontations.
Vuelta a las formas fundamentales 149

inventores, exigió un nuevo tipo de manufactura, la cual, por


su grado de especialización, y por las premisas materiales en
ellas contenida, debió fabricarse por separado,
el pequeño cronómetro (reloj portátil o de bolsillo) resultó ser un
instrumento revolucionario. Por su naturaleza misma, impulsó
el avance de la técnica relojera, ya que la miniaturización es una
escuela de destreza. Cuanto más pequeño es el mecanismo, más
caro se paga un error en el corte. Sólo los artistas más dotados
podían trabajar en piezas de dimensiones pequeñas, y a la larga
tendieron a desmarcarse de los herreros y fundidores de caño-
nes que fabricaban los grandes relojes de campanario […] Esta
separación se acentuó con el auge de la demanda y la tendencia
paralela a la división del trabajo.22

En ese trabajo separado, Marx localiza a la “manufactura


heterogénea” y, en su análisis, destaca un punto que es de pri-
mera importancia: dado que debían reunirse las piezas para
formar el producto final, los trabajos que se elaboraban por
separado generaron una cadena de interdependencias, que
hacía necesaria la coordinación de la producción entre talle-
res. A este punto volveremos.
Así pues, cada una de las piezas del reloj, particularmen-
te en los relojes portables, tuvo un desarrollo específico para
conseguir su funcionalidad. Si observamos el proceso en su to-
talidad, se trata de un logro colectivo, porque en un taller con
un maestro a cargo, un tipo en solitario, e incluso un obrero
—como Thomas Earnshaw y su trinquete de muelle—,23 apor-
taban elementos distintos para el desafío que en conjunto se
habían propuesto, integrando o desmontando el saber de unos
y otros. Ahora bien, ésta era una empresa común, pero no pla-
nificada en conjunto, sino por la competencia, de suerte que
su desarrollo se debió a un interés compartido, pero con fines
particulares; Landes lo llama “el aguijón de la fama”, los prag-
matistas identificarán la satisfacción del saber hacer y derri-

22
David S. Landes, op. cit., p. 104.
23
Véase idem.
150 Norma Hernández

bar los obstáculos posibles a ese hacer. Lo que efectivamente


se encuentra en ello es que las ideas de los hombres se crean y
socializan a través de la producción capitalista y el consumo.
El relojero dieciochesco no sólo desarrollaba su saber por la
composición de su objeto, sino también desbaratando la obra
de otros. Se asomaba a las otras creaciones, haciendo y desha-
ciendo los caminos de la creación. La transición al reloj de bol-
sillo tuvo que ver tanto con una “creación original” como con la
superación de obstáculos que la propia materialidad de la cosa
oponía. Sin dejar de lado la gradual imposición de la división
del trabajo que transformó el taller artesanal en la fábrica, la
especialización de las piezas del reloj, por su tamaño y fine-
za, generó la necesidad de elaborar las piezas en diferentes
lugares, como si la cosa guiara el proceso. Sin embargo, en el
orden de la realidad objetiva no basta con tener la capacidad
de producir, pues son las relaciones entre los individuos las
que dictan las pautas del proceso. Ford se entusiasmó por la
posibilidad de ensamblarlo con su método de producción en
línea, pero se lamentaba de que no existiera mercado para su
idea. El punto que nos interesa resaltar aquí es que, en esta
fase de la manufactura heterogénea, en particular del reloj,
sale a flote tanto el aniquilamiento de los sujetos (el relojero
con su hacer) como la interdependencia de los trabajos: en la
manufactura heterogénea, tal y como surge, parece dominar
la cosa, pero una vez puesto el vínculo con los otros trabajos se
teje una urdimbre que no se puede deshacer más.
En la alborada de la industria relojera masiva está tam-
bién el amanecer del individuo homogéneo, atado como nunca
a la cadena de interdependencias que le sujetan, y de las cua-
les subrayamos dos niveles. El más evidente quizá sea el de
la subsistencia.
El individuo moderno depende de los otros en todos los as-
pectos materiales de su vida. Todos los requerimientos de su
supervivencia, incluso los más básicos, son generados por el
trabajo ajeno. Lo que cada uno puede y tiene que hacer para
subsistir es atraer esos bienes en el intercambio del trabajo
contra el capital. La organización de la sociedad se ordena por
ese intercambio. Y, sin embargo, como algunos autores han
Vuelta a las formas fundamentales 151

mostrado, cuando la dependencia de otro se hace visible esto


mismo es causa de vergüenza o desprecio. En cierto sentido,
que un particular se haga cargo de otro debe ser transitorio,
porque a la larga el dar incondicional cansa. La misericordia
se agota, según las pruebas que ofrece Sennett. En otro senti-
do, el fantasma de la dependencia asola a los individuos, pedir
o depender de los recursos de las instituciones es una especie
de mácula social, que se lidia con dificultad. Y, sin embargo,
nadie puede resolver su vida por sus propias fuerzas.
En un sentido más, el que aquí se destaca por el lugar
en el que nos situamos en El capital, lo que existe es una
interdependencia en la producción. En la manufactura he-
terogénea vemos ligada la producción de un taller respecto
a otro, un entrelazamiento que no desaparece con la gran in-
dustria, porque lo que para unos son productos terminados
para otros son piezas a ensamblar o para ser utilizadas en el
proceso de producción, y porque cuando aparece como mer-
cancía debe haber un mercado para su consumo. El proceso
completo está interconectado y sólo opera por esos vínculos.
Considerando que el sistema de producción capitalista es tan
transitorio como los que lo han precedido, para su transfor-
mación no basta generar formas de subsistencia alternas. Ya
que, según la perspectiva que Marx nos muestra, los produc-
tos del trabajo aparecen tan fuertemente ligados que única-
mente por la transformación simultánea de la forma de pro-
ducir, es decir, la eliminación simultánea de la búsqueda de
plusvalor, podrían transformarse las condiciones. Pero una
circunstancia así no puede generarse por sí misma, sino por
el común acuerdo de quienes participan en ella. Las premi-
sas materiales pueden estar puestas, pero no se trata de una
lógica automática de las cosas, sino de la acción de los seres
humanos colocados en su relación con las cosas. Al conocer
sus circunstancias y saber que el mundo es producto de sus
acciones aparece la potencia de la transformación. Ahí encon-
tramos la apuesta de Marx, y la fuerza de la intención de El
capital.
152 Norma Hernández

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DE LAS LECTURAS DE EL CAPITAL

Griselda Gutiérrez Castañeda*

I
A 150 años de la publicación de El capital y de recurrentes
aproximaciones y lecturas de esta obra, nos podemos hacer
las preguntas de por qué por generaciones leímos El capital,
y por qué resulta relevante seguirlo leyendo. Determinar cuál
es su objeto teórico sigue siendo tema de debate; es decir si el
análisis de la sociedad capitalista que se desarrolla en dicha
obra es una teoría de la sociedad, si es una obra de economía o
una de historia; así como definir cuál es su estatus teórico, el
de una teoría científica o un tratado filosófico. Más allá de res-
puestas unívocas, se trata de definiciones que parecen tener
por respuesta la articulación de algunas o la combinatoria de
todas estas alternativas, lo cual está en función de cómo res-
pondieron las lecturas y cómo responden a los requerimientos
político-culturales del contexto en que han tenido lugar, ya
sea como una apropiación teórico-práctica para sustentar el
movimiento socialista, como una herramienta teórico-inter-
pretativa del presente, como un dispositivo teórico-académico
para legitimar la crítica, o como un referente que de soslayo
permite hacer un balance en el siglo xxi de las derivas y la
viabilidad del capitalismo.
Lecturas no ingenuas, sino lecturas culpables o interesa-
das, que en el primer caso descartan la pretensión de que hay
lecturas directas o inmediatas de la realidad como objeto de
estudio, tal como lo puso de manifiesto el propio Marx, lector
crítico de la economía política clásica, que no lee el dato, sino

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

153
154 Griselda Gutiérrez

que busca lo que subyace, la estructura que lo sustenta, y ello


supone construir una plataforma desde la cual se lee lo que
no está escrito. Uno de los defectos fundamentales de la eco-
nomía política clásica es el no haber conseguido jamás desen-
trañar del análisis de la mercancía, y más especialmente del
valor de ésta, la forma del valor que lo convierte en valor de
cambio. Precisamente en el trabajo de sus mejores represen-
tantes, como Adam Smith y David Ricardo, la economía políti-
ca clásica estudia la forma del valor como algo perfectamente
indiferente o exterior a la propia naturaleza de la mercancía.
La razón de esto no está solamente en que el análisis de la
magnitud del valor absorbe por completo su atención. La cau-
sa es más honda. La forma de valor que reviste el producto del
trabajo es la forma más abstracta y, al mismo tiempo, la más
general del régimen burgués de producción, caracterizado así
como una modalidad específica de producción social y a la par,
y por ello mismo, como una modalidad histórica.1
Lo que construye epistemológicamente no es únicamente
una teoría del valor, sino una teoría de la historia que permite
estudiar el mecanismo que produce “el efecto sociedad”, desde
donde poder dar cuenta de un modo de producción socioeco-
nómico en el que los productos del trabajo adquieren la forma
de la mercancía, en que los productos funcionan como magni-
tudes de valor, en que los trabajos están eslabonados confor-
me a una división social del trabajo, en palabras de Althusser
“El capital debe considerarse como la teoría del mecanismo
de producción del efecto de sociedad en el modo de producción
capitalista”.2
Pero Marx tampoco realiza una lectura neutra, es una lec-
tura crítica de esas categorías de la economía burguesa en
tanto “formas mentales socialmente aceptadas”, y que la cien-
cia hace propias, sin cuestionarlas ni cuestionar el régimen
social que las sustenta.

1
Véase Karl Marx, “El fetichismo de la mercancía y su secreto”, en El
capital. Crítica de la economía política.
2
Louis Althusser, “Prefacio. De El capital a la filosofía de Marx”, en Louis
Althusser y Étienne Balibar, Para leer El capital, p. 73.
De las lecturas de El capital 155

La economía política ha analizado, indudablemente, aun-


que de un modo imperfecto, el concepto del valor y su mag-
nitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas
formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse siquiera por
qué este contenido reviste aquella forma, es decir por qué el
trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del traba-
jo según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud
de valor del producto del trabajo. Se trata de fórmulas que
llevan estampado en la frente su estigma de fórmulas propias
de un régimen de sociedad en que es el proceso de producción
el que manda sobre el hombre, y no éste sobre el proceso de
producción.3
Es una lectura crítica interesada en dos sentidos, prime-
ramente, porque importa cuestionar el sustento teórico de tal
disciplina, poner de manifiesto que sus formulaciones no disi-
pan las sombras sino más bien encubren las condiciones que
generan el efecto de sociedad en el modo de producción capita-
lista, una lectura crítica que, como puesta en práctica de una
política teórica, diagnostica el lugar que ocupa la disciplina
como productora de saber, el lugar que ocupa en una estruc-
tura social, y desvela así la función teórico-política o ideológi-
co-política que cumple.
En segundo término, una crítica interesada en cuestionar
los mecanismos que producen el efecto de sociedad que gene-
ran “relaciones materiales entre personas y relaciones socia-
les entre cosas”, para entonces poder pensar en la producción
de formas de procesos sociales de vida que sean “obra de hom-
bres libremente socializados”.4
Con esa lección de lo que significa leer y de las diversas
posibilidades de lectura, y considerando desde qué lugar se
lee El capital, y quién lo lee, podemos apreciar, en el breve re-
cuento que a continuación desarrollo, cómo en esas aproxima-
ciones de entrada se construye una pregunta y es la respuesta
que se busca lo que pauta aquello que se lee.

3
Véase Karl Marx, op. cit.
4
Ibid., pp. 38 y 44.
156 Griselda Gutiérrez

II
Marx y Engels, que dejaron consignada en su corresponden-
cia la inquietud por la estrategia de divulgación de El ca-
pital —preocupados porque llegara a los trabajadores y sus
asociaciones, considerados como los interlocutores por exce-
lencia, y el preocupante silencio con el que frecuentemente se
topaban—, fueron protagonistas de uno de los hechos más sig-
nificativos sociológica y políticamente hablando respecto de la
circulación de las ideas en “la historia del pensamiento social
del siglo xix”, como sostiene Andrzej Walicki, con quien coin-
cido. Hablamos de la incorporación de algunas de las ideas
contenidas en El capital en el pensamiento y el movimiento
populista ruso, ya que algunos de los miembros de la intelec-
tualidad naródnik (narod significa pueblo en ruso) las leyeron
y se las apropiaron de una manera sui generis.
Lejos de representar un grupo homogéneo, los populistas
fueron quienes divulgaron entre los campesinos y los traba-
jadores rusos algunas de las tesis claves desarrolladas por
Marx. Por lo que El capital no sólo fue una obra que circu-
laba en ciertos medios letrados, y que sería la base para que
algunos populistas mantuvieran un significativo intercambio
con el autor, sino que además la relevancia que se le concedió
explica que la primera traducción, a cinco años de su publica-
ción, fuera al ruso (1872); una tarea iniciada por Bakunin y
concretada por Nicolai Danielson.
Históricamente, el movimiento naródnichestvo fue un
movimiento de duración breve que inició en la década de
1860 —conocido como khozhdeniye v narod, “ir hacia el pue-
blo”— que reivindica una suerte de socialismo agrario que
pronto cederá el paso a formas más radicales —la primera
organización secreta Zemlyá i Volya, Tierra y Libertad—;
como corriente de pensamiento era una ideología democrá-
tica que lo mismo se aplicaba a movimientos revolucionarios
que no revolucionarios, cuyo eje era la expresión de las inquie-
tudes y reivindicaciones de los pequeños productores rurales,
pero que al incorporar una vertiente de inspiración marxista
dio cauce a inquietudes en las que se proyectaron relevantes
De las lecturas de El capital 157

problemas respecto al desarrollo capitalista y a intentos de


articular, teóricamente y en la práctica, formas de desarrollo
social cuya organización no fuera capitalista.
La definición estricta del movimiento de los naródniki es:
tendencia política caracterizada por defender los intereses y
aspiraciones del pueblo, “un pueblo” encarnado en el campesi-
nado de un país atrasado en una fase primitiva de desarrollo
capitalista, que propugna una reforma agraria y el derroca-
miento del régimen zarista, conforme a especialistas como
Walicki
es una primera expresión ideológica de los rasgos específicos del
desarrollo socioeconómico de los “recién llegados”, los países agra-
rios atrasados, cuyos procesos de modernización se llevan a cabo
en las condiciones creadas por la coexistencia de los estados capi-
talistas altamente industrializados.5

La perspectiva romántica de algunos de los ideólogos, in-


telectuales desclasados, que promovieron de inicio ese movi-
miento en defensa del pueblo, de los campesinos y de recha-
zo a la servidumbre feudal, idealizaron formas comunitarias
de organización y producción, plasmadas en el mir (unidades
económicas autosuficientes), y en su crítica al capitalismo no
dejaron de sustentar una utopía pequeñoburguesa, como los
cuestionará más tarde Lenin.
Algunos de los elementos de esa herencia persistirán, pero
serán resignificados en la década de 1870, por el derrotero en
que el movimiento populista se encaminó, influenciado por las
ideas expuestas en El capital, con una perspectiva populis-
ta y revolucionaria de cariz socialista, cuya bandera era una
revolución social antes que política, y contraria al desarrollo
capitalista y al democratismo burgués.
La propia concepción del capitalismo occidental que el po-
pulismo ruso se había formado estaba fuertemente influen-
ciada por El capital, al decir de Walicki, eran ideas que ope-

5
Andrzej Walicki, “Rusia”, en Ghita Ionescu y Ernst Gellner (comps.) Po-
pulismo. Sus significados y características nacionales, pp. 117-118.
158 Griselda Gutiérrez

raban como un catalizador de la tradición y del desarrollo del


pensamiento populista, entre las tesis que se integraron en su
discurso, como refiere el autor, estaba la cruenta descripción
que hacía Marx de la acumulación originaria del capital y su
plasmación social en el proceso de la Revolución Industrial
inglesa, como promesa de un futuro cruento que había que
evitar a toda costa, así como la teoría de la plusvalía y la críti-
ca al carácter “formal” de la democracia burguesa.
Respecto a este último punto, un teórico relevante del parti-
do naródnik como Nikólai Mijailovski, en la crítica y el repudio
populista a los políticos liberales, capitalizará las tesis marxis-
tas sobre la prioridad de las cuestiones sociales respecto a las
políticas, más aún si se consideraba el carácter formalista de la
democracia burguesa. Pero es en torno al concepto de la divi-
sión social del trabajo en donde se aprecia de manera palmaria
la recuperación selectiva de algunos pasajes del pensamiento
de Marx como materia catalizadora, con la que se buscaba re-
forzar y convalidar la idealización populista del pequeño pro-
ductor, del hombre común —y en un sentido fisiocrático resal-
tar la bondad y legitimidad del trabajo agrario, contrapuesto a
la perversidad de un régimen de producción capitalista—.
El que Marx diera cuenta de la vertiente unilateral del
trabajo particular, de la subordinación del trabajador en el
proceso productivo a la regularidad de la máquina, y de la
mutilación de la vida de los individuos por la fragmentación
de los procesos, y su empobrecimiento en paralelo a la pro-
ducción de riqueza, a Mijailovski le dio recursos para afianzar
una concepción del capitalismo no marxista, pues en su lec-
tura selectiva no es relevante que a la par de esos plantea-
mientos Marx reconociera que la división del trabajo habría
sido el motor del capitalismo moderno, lo cual representaba
un avance innegable.
Para Mijailovski lo relevante es que su lectura unidimen-
sional de las tesis de Marx, así como el retrato que trazaba
de los onerosos costos que conlleva el desarrollo capitalista,
le permitían sustentar no sólo que en Rusia había que evi-
tar el dar curso a la industrialización capitalista, sino ade-
más pensar la posibilidad de una suerte de recuperación de
De las lecturas de El capital 159

las formas arcaicas de la vida social, al reivindicar el mir, la


comuna campesina rusa con sus formas de producción y pro-
piedad. A partir de una concepción idealizada de la economía
rural y las virtudes de los campesinos, Mijailovski afirmaba
que había que preservar esa tradición y convertirla en la base
de una forma alternativa y abreviada para encaminarse hacia
el socialismo en Rusia,6 una visión que apostaba por lo arcai-
co y que en el debate con marxistas como Georgi Plejánov le
llevarían a contraponer una suerte de sociología subjetiva al
determinismo histórico que suscriben muchos marxistas.
Se trata de una apropiación de las ideas de Marx, cuya
versión rebatirá el propio autor, en una carta dirigida a la
redacción de la revista rusa en que Mijailovski discute con
otro autor ruso algunas de las ideas expuestas en El capital,
Marx tiene ocasión de desmarcarse de ciertas interpretacio-
nes y hacer precisiones de gran relevancia sobre sus formula-
ciones teóricas y, a la vez, poner de manifiesto su conocimiento
e involucramiento en los procesos sociopolíticos y los debates
teóricos y políticos en Rusia. Señala Marx que el autor del
artículo “Karl Marx juzgado por Y. Zhukovski”, a saber, Mijai-
lovski, había partido de algunas consideraciones hechas por el
propio Marx en el posfacio a la segunda edición alemana de El
capital, en las cuales
hablo con la alta estima que merece de “un gran erudito y críti-
co ruso” [Chernyshevski]: éste ha planteado en algunos artículos
notables el problema de si Rusia, para abrazar el sistema capi-
talista, necesitará empezar por destruir —como lo sostienen sus
economistas liberales— la comunidad rural o si, por el contrario,
sin necesidad de conocer todos los tormentos de este sistema, po-
drá recoger todos sus frutos por el camino de desarrollar sus pro-
pias peculiaridades históricas. Y él opta por la segunda solución.
[Antes que su crítico interprete su postura, Marx prefiere expre-

6
Véase Nicolás Mijailovski, “Sobre las circunstancias de la traducción
rusa de El capital”, en Nikolái Konstantinovich Karataev (ed.), Navodniches-
kyaya ekonomicheskaya literatura; Nicolás Mijailovski, “What is Progress” y
“The Struggle for Individuality”, citados por Andrzej Walicki, op. cit.
160 Griselda Gutiérrez

sarla sin rodeos] Para poder enjuiciar con conocimiento propio las
bases del desarrollo de Rusia, he aprendido el ruso y estudiado
durante muchos años memorias oficiales y otras publicaciones
referentes a esta materia. Y he llegado al resultado siguiente:
si Rusia sigue marchando por el camino que viene recorriendo
desde 1861, desperdiciará la más hermosa ocasión que la historia
ha ofrecido jamás a un pueblo para esquivar todas las fatales vici-
situdes del régimen capitalista. El capítulo de mi libro que versa
sobre la acumulación originaria se propone señalar simplemente
el camino por el que en la Europa occidental nació el régimen feu-
dal capitalista del seno del régimen económico feudal […] la base
de toda esta evolución es la expropiación de todos los campesinos.
Todavía no se ha realizado de una manera radical más que en
Inglaterra… Pero todos los demás países de la Europa occidental
van por el mismo camino […] Ahora bien, ¿cuál es la aplicación
que mi crítico puede hacer a Rusia de este bosquejo histórico? So-
lamente ésta: si Rusia aspira a convertirse en un país capitalista
calcado sobre el patrón de los países de la Europa occidental —y
durante los últimos años, hay que reconocer que se han infligido
no pocos daños en este sentido—, no lo logrará sin antes convertir
en proletarios a una gran parte de sus campesinos; y una vez que
entre en el seno del régimen capitalista, tendrá que someterse a
las leyes inexorables, como otro pueblo cualquiera. Esto es todo.
A mi crítico le parece, sin embargo, poco. A todo trance quiere
convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo
en la Europa occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la
trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos
los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas
que en ellos concurran, para plasmarse por fin en aquella forma-
ción económica que, a la par que el mayor impulso de las fuerzas
productivas, del trabajo social, asegura el desarrollo del hombre
en todos y cada uno de sus aspectos. (Esto es hacerme demasiado
honor y, al mismo tiempo, demasiado escarnio).7

7
Carlos Marx, “Marx a la redacción de la revista rusa Otietschestwenie
Sapiski (Hojas Patrióticas)”, en Carlos Marx, El capital. Crítica de la econo-
mía política. Tomo i. Libro i. El proceso de producción del capital, pp. 710-712.
De las lecturas de El capital 161

Desde luego que a Marx le interesa desmarcarse de una


interpretación determinista sustentada en una filosofía de la
historia que Mijailovski le atribuye, y mostrar su distancia
ante una visión romántica y reaccionaria; no ocurre lo mis-
mo con otras lecturas que desde el mismo campo se hacen de
su obra. En el campo populista hay otra línea de preocupacio-
nes que animan la reinterpretación del marxismo, las cuales,
al partir de las condiciones específicas de Rusia, centran su
atención en la teoría del desarrollo social e histórico, y formu-
lan interrogantes sobre la posibilidad del desarrollo desigual,
o asincrónico, respecto a las pautas del desarrollo socioeconó-
mico de Europa occidental en función de las condiciones de
atraso, como lo destaca atinadamente Walicki. Se intenta una
suerte de recuperación de vetas tradicionales del populismo
respecto al modelo del mir, en aras de pensar con base en la
teoría del desarrollo marxista “un modo no capitalista de su-
perar el atraso económico y social”; fueron populistas como
Chernyshevski o el propio Danielson, entre otros, quienes no
sólo se posicionaron críticamente frente a las formas capitalis-
tas de desarrollo, sino que plantearon la posibilidad de pensar
formas de industrialización socialista cuyos costos se pudie-
sen amainar y no corriesen a cargo de los campesinos, por lo
que constituyeron, en contraste con la perspectiva occidental,
intentos de pensar el socialismo capitalizando el aporte del
modelo del comunismo primitivo nativo.
La problematización de una teoría de desarrollo industrial
no capitalista en Rusia implicó un ejercicio de apropiación y
desarrollo de los aportes marxistas por parte de los populistas
rusos, pero al mismo tiempo, como producto del intercambio
con algunos de ellos, atrajeron la atención de Marx hacia estas
líneas de reflexión, tal como lo consigna Walicki; efectivamen-
te, como puede constatarse en los borradores de la carta que
Marx le escribió a Vera Zasúlich, el 8 de marzo de 1881 —de
los que circulan varias versiones y traducciones—, en contras-
te con la línea del prefacio a la primera edición de El capital, el
autor reitera el alcance de sus planteamientos sobre la génesis
de la producción capitalista y el ejemplo de la expropiación a
los campesinos, entrecomillando la siguiente expresión:
162 Griselda Gutiérrez

La “fatalidad histórica” de este movimiento está, pues, expresa-


mente restringida a los países de Europa occidental […] El aná-
lisis presentado en El capital no da, pues, razones, en pro ni en
contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio espe-
cial que de ella he hecho, y cuyos materiales he buscado en las
fuentes originales, me ha convencido de que esta comuna es el
punto de apoyo de la regeneración social en Rusia, mas para que
pueda funcionar como tal será preciso eliminar primeramente las
influencias deletéreas que la acosan por todas partes y a conti-
nuación asegurarle las condiciones normales para un desarrollo
espontáneo.8

Otra de las versiones plantea que


en Rusia, gracias a una combinación única de las circunstan-
cias, la comunidad rural, que existe aún a escala nacional, puede
deshacerse gradualmente de sus caracteres primitivos y desa-
rrollarse directamente como elemento de la producción colecti-
va a escala nacional. Precisamente merced a que es contempo-
ránea de la producción capitalista, puede apropiarse todas las
realizaciones positivas de ésta, sin pasar por todas sus terribles
peripecias.9

Como se puede apreciar, el carácter creativo de la lectura


que los populistas rusos hicieron de El capital no sólo ayuda-
ron a que el propio Marx pensara situaciones inéditas, fueron
lecturas que en su pluralidad representaron “una de las prime-
ras tentativas de explicar en forma teórica las características
peculiares del atraso económico”;10 constituyeron uno de los
primeros esfuerzos por teorizar acerca de las formas de tran-
sición de un modo de producción a otro, aspectos que estaban
ausentes en la obra de Marx, y a partir de ello concibieron
caminos posibles para la construcción del socialismo, compor-

8
Karl Marx, “Carta de Marx a Vera Zasúlich”, en Matxingune taldea.
9
Karl Marx, “Proyecto de respuesta a la carta de V. I. Zasúlich”, en Mar-
xist Internet Archive.
10
Andrzej Walicki, op. cit. p. 118.
De las lecturas de El capital 163

tando una apropiación ideológica que buscó sustentar un pro-


yecto político alternativo de desarrollo por vías no capitalistas.

III
Otro capítulo en la experiencia histórica de las lecturas de El
capital es el debate sobre el estatuto de cientificidad de sus
formulaciones que sin duda fue una cuestión nodal; para
sus adversarios, cuestionar su teoría del valor (Eugen von
Böhm-Bawerk) o su historicismo (Karl Popper), era, vía argu-
mental, una forma no sólo de rebatir la consistencia teórica de
tal propuesta, sino también de desmontar la plataforma ideo-
lógica de un proyecto político cuestionable; en tanto que, para
sus adherentes, dicha cientificidad era tanto la plataforma
de validación de un proyecto político como el referente para
encontrar las respuestas a los retos específicos a los que su
práctica política los enfrentaba.
Es ese eje el que parece explicar la incorporación del mar-
xismo al ámbito de la academia universitaria, en ese sentido
son significativos los malabares que se ponen en práctica en
estos recintos; indagar sobre su cientificidad, sobre la novedad
epistémica de El capital, son las credenciales para autorizar
su ingreso. Es una suerte de “lectura culpable” la que se hace
desde la institución universitaria y la disciplina de la filosofía,
para lo cual hay que justificar y legitimar su razón de ser. Le-
jos de ser éstas las únicas razones para realizar esta práctica
teórica, y de la genuina relevancia de tales indagaciones, lo
indudable es que, entonces y ahora, ésta es la cuota que la
institución impone.
En nuestro ámbito académico inmediato, Wenceslao Roces
y Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros, fueron figuras pione-
ras en esta tarea, pero además de sus lecciones también abre-
vamos de grandes maestros del ámbito internacional. Una
figura emblemática de esta lectura culpable es Althusser,
referente ineludible por lo demás, cuya lectura no sólo paga
la cuota de acceso, sino que también, pese a ciertas recaídas
teoricistas, hace desarrollos sustanciales con respecto a que
la filosofía es un arma teórica indispensable para la política.
164 Griselda Gutiérrez

Como declara el autor:


Leer El capital como filósofo es exactamente preguntarse
acerca del objeto específico de un discurso científico y la
relación específica entre ese discurso y su objeto […] Esta
lectura es la única que puede decidir qué respuesta dar a
una pregunta relativa al lugar que ocupa El capital en la
historia del saber […] es, por tanto, todo lo contrario de
una lectura inocente. Es una lectura culpable, pero que no
absuelve su falta confesando. Por el contrario, reivindica
su falta como una “buena falta” y la defiende demostrando
su necesidad.11
Es menester hacerse la pregunta por la novedad teórica de
esta obra para poder demostrar que la cuestión no es sólo de in-
terés epistemológico para filósofos, sino que concierne también
a los economistas, a los historiadores y a los militantes polí-
ticos, porque dilucidar filosóficamente la diferencia específica
de su objeto permite una mejor comprensión de lo económico
y de lo histórico, y capitalizar políticamente ese conocimiento
implica, más allá de investigaciones eruditas e indagaciones
arqueológicas, hacer una lectura en calidad de práctica teóri-
ca, en respuesta a una política teórica.
En primer término, Althusser realiza una lectura filosófica
de la obra aplicando la propia filosofía de Marx, lo cual implica
hacer manifiesto lo que está latente; pero esto quiere decir trans-
formar […] aquello que en cierto sentido existe ya. Esta produc-
ción, en el doble sentido que da a la operación de producción la
forma necesaria de un círculo, es la producción de un conocimien-
to. Concebir en su especificidad la filosofía de Marx es […] conce-
bir el conocimiento como producción,12

y destacar así cómo Marx articula una nueva forma de pro-


ducción de conocimiento y produce un nuevo objeto teórico;

11
Louis Althusser, “Prefacio. De El capital a la filosofía de Marx”, en op.
cit., pp. 19-20.
12
Ibid., p. 40 (las cursivas son del autor).
De las lecturas de El capital 165

para ello, Althusser nos remite al propio Marx en su condición


de lector de los economistas clásicos, quien plantea en el capí-
tulo xvii del primer libro de El capital:
La economía política clásica tomó de la vida diaria, sin pa-
rarse a criticarla, la categoría del “precio de trabajo”, para
preguntarse después: ¿cómo se determina este precio?
Pronto se dio cuenta de que los cambios operados en el jue-
go de la oferta y la demanda […] no explican más que eso:
sus cambios […] Si la oferta y la demanda se equilibran y
las demás circunstancias permanecen invariables, las osci-
laciones de precio cesan. Pero a partir de ese momento la
oferta y la demanda ya no explican nada. El precio del tra-
bajo, suponiendo que la oferta y la demanda se equilibren,
es su precio natural […] y sobre el cual debe, por tanto,
recaer nuestra investigación […] la economía política creía
poder penetrar en el valor del trabajo partiendo de sus pre-
cios fortuitos […] lo que ella llama valor del trabajo […] es,
en realidad, el valor de la fuerza de trabajo que reside en
la personalidad del obrero y que es algo tan distinto de su
función, del trabajo, como una máquina de las operaciones
que ejecuta.13
Con este proceder, Marx critica la concepción positivista
del conocimiento de la economía clásica, en cuanto simple
comprobación de hechos económicos, transformando la con-
cepción misma del objeto de estudio y “trastornando por ente-
ro a la economía”, porque no solamente crea una teoría nueva,
sino que articula una nueva problemática.
El surgimiento de este nuevo problema crítico no es sino
el índice puntual de una transformación crítica y de una
mutación latente posibles, que afectan ese terreno com-
prendido en toda su extensión, hasta los límites extremos
de su “horizonte”. […] Literalmente hablando, ya no es el
ojo […] de un sujeto el que ve lo que existe en el campo

13
Ibid., pp. 25-26 (cursivas del original).
166 Griselda Gutiérrez

definido por una problemática teórica; es ese campo mismo


el que se ve en los objetos o en los problemas que define, no
siendo la vista sino la reflexión necesaria del campo sobre
sus objetos.14
Para Althusser, Marx se desmarca de la concepción posi-
tivista de un campo homogéneo de los fenómenos económicos
dados, así como de la antropología ideológica del homo econo-
micus que está en su base, con lo cual rechaza esta unidad, y
con ello la estructura misma del objeto de la economía política,
en tal sentido Marx define
lo económico por su concepto [como parte de] una región determi-
nada por una estructura regional e inscrita en un lugar definido
de una estructura global […] Definir los fenómenos económicos
por su concepto es definirlos por el concepto de esta complejidad,
es decir, por el concepto de la estructura (global) del modo de pro-
ducción, en tanto que ella determina la estructura (regional) que
constituye los objetos económicos y determina los fenómenos de
esta región definida, situada en un lugar definido de la estructura
del todo.15

En esta lectura, Althusser da cuenta de la ruptura epis-


temológica que lleva a cabo Marx, de cómo se construye en
El capital el concepto de modo de producción, la teoría de la
estructura de un modo de producción, cuya productividad es
estudiar el mecanismo que produce el efecto de sociedad en el
modo de producción capitalista. Una construcción teórica que
descansa en un concepto de historia y de tiempos históricos
entrelazados en función de la estructura del modo de produc-
ción. Por ello, Althusser concluye que sin esa teoría de la his-
toria no es comprensible la teoría de la economía.
Para Althusser, como para Marx mismo, la práctica teó-
rica que da lugar a complejas elaboraciones teóricas y a la
lectura sintomática que ambos llevan a cabo, cobra sentido

14
Ibid., pp. 30-31.
15
Louis Althusser, “El objeto de El capital”, en Louis Althusser y Étienne
Balibar, Para leer El capital, pp. 197-198.
De las lecturas de El capital 167

en respuesta a una política teórica en la que está en juego


la demarcación teórica entre ideas equívocas o elaboraciones
sustentadas, así como la demarcación política en que se asu-
men posicionamientos, que sin desmedro de su objetivación
práctica, se escenifican en el campo del debate conceptual,
de la pelea por palabras, por matices. “En los razonamientos
científicos y filosóficos, las palabras (conceptos, categorías) son
‘instrumentos’ de conocimiento. Pero en la lucha política, ideo-
lógica y filosófica las palabras son también armas: explosivos,
calmantes o venenos”.16
Las motivaciones que sustentan las batallas que, en el
campo teórico da Althusser, se cifran en el sesgo que el deba-
te político-ideológico y teórico-político viene generando desde
los años cincuenta del siglo pasado, debates en los cuales la
supuesta crítica al dogmatismo estalinista ha ido de la mano
con un repunte de la interpretación humanista de la obra de
Marx; este hecho, que ha llevado a recuperar los viejos temas
de la “libertad”, del “hombre”, lejos de ser una genuina ex-
presión de “liberación” de los intelectuales comunistas, res-
pondía al apoyo recibido de manera directa o indirecta por
el Partido Comunista de la Unión Soviética (pcus) y los par-
tidos comunistas de Occidente. Para Althusser, esa política
intervencionista no sólo era un gesto inadmisible, sino que la
propia inflación de los temas del “humanismo marxista” re-
presentaba un obstáculo para el conocimiento científico, ade-
más de una usurpación de la teoría, que no sólo conllevaba el
riesgo de seguir alimentando interpretaciones revisionistas,
sino además de dar cauce a la “Impotencia para resolver los
problemas reales (políticos y económicos en el fondo) plantea-
dos por la coyuntura posterior al XX Congreso [del pcus] y pe-
ligro de ocultar estos problemas bajo la ‘solución’ engañosa de
fórmulas puramente ideológicas”.17

16
Louis Althusser, “La filosofía: arma de la revolución”, en Louis Althus-
ser y Étienne Balibar, Para leer El capital, p. 11.
17
Louis Althusser, “Prólogo a la segunda edición”, en La revolución teóri-
ca de Marx, p. xiv.
168 Griselda Gutiérrez

IV
Resulta irónico que lecturas comprometidas con la demostra-
ción y la complementación del aporte científico de El capital, en
sus proyectos de relectura y de reconstrucción que prometían
salvar las lagunas, las inconsistencias, los obstáculos teóricos,
contribuyeran con sus agudos cuestionamientos a alimentar
el debate que puso en cuestión esa cientificidad. Las ricas y
arduas discusiones a lo largo de los años setenta y ochenta
—pero que se remontan a mediados de los sesenta— que, ade-
más de lecturas teórico-filosóficas, respondían a una políti-
ca-teórica y a una política-política de tomar distancia de las
experiencias totalitarias y de los autoritarismos y cortedad de
miras de los partidos de izquierda occidentales, fueron ges-
tando dentro de las filas del marxismo el que se tambalearan
las certezas. La inminencia de acontecimientos como la caída
de los regímenes del socialismo realmente existente, en la que
desde luego se entreveraron múltiples causas, en algún sen-
tido sería un corolario de un clima de crisis teórica que se fue
incubando dentro del propio campo marxista y del desdibuja-
miento de las señas de identidad marxistas en lo concerniente
a su proyecto político, lo que más tarde generó toda suerte de
repudios e incluso de cuestionamientos sobre la deseabilidad
y/o la posibilidad misma de ese proyecto.
Son muchos los avatares de la crisis del pensamiento y la
política de izquierda de sello marxista, pero también muchas
las razones para reconocer que la pervivencia de los proble-
mas sociopolíticos que le dieron razón de ser a esta propuesta
teórico-política, así como el recrudecimiento de las injusticias
que cobran nuevas formas, dan sentido a nuevas y contrastan-
tes lecturas de El capital.
Algunos de los esfuerzos teóricos dentro del pensamiento
marxista o posmarxista, en los intentos por desarrollar una
plataforma teórica y política para la izquierda, no pueden sos-
layar la pregunta acerca de cuáles son las claves heurísticas,
valorativas y políticas de este legado para seguir ejerciendo la
crítica teórica y política, y poder conservar el vínculo con una
tradición radical. El proyecto para desarrollar dicha platafor-
De las lecturas de El capital 169

ma ha implicado asumir como premisa la necesidad de una


revisión a fondo de “las formas clásicas de análisis y cálculo
político, la determinación de la naturaleza de las fuerzas en
conflicto, el sentido mismo de las propias luchas y objetivos”,18
así como la necesidad de pensar la política por derecho propio,
algo así como pensar una “crítica de la política” equivalente a
la “crítica de la economía política”. Resulta significativo que
para cumplir este cometido se le ha dado vuelta a la teoría
económica, que tuvo un lugar central en las formulaciones
clásicas y en los posteriores desarrollos, entre otras razones
para no reincidir en cierto determinismo y la rémora que esto
planteaba a la concepción de la política, lo que, sin duda, es
una estrategia teórica justificada.
Por ello no deja de ser interesante que, ante el fin del siste-
ma bipolar, junto con las dinámicas estructurales y societales
que traen consigo los procesos de globalización y el sesgo de
las políticas económicas neoliberales que definen nuestro pre-
sente, de nueva cuenta se pueda registrar un desplazamiento
del lugar de la política y una restitución del papel nodal de la
“estructura regional” de la economía.
Le asiste la razón a Rohbeck al considerar que “En su crí-
tica de la economía política Marx esboza una teoría de la so-
ciedad fundada en la categoría del trabajo. Bien es cierto que
esto suena anticuado tras el ‘final de la sociedad industrial’”;19
en efecto, hoy día tiene lugar una radical reestructuración del
capitalismo, lo cual no riñe con la necesidad de enfatizar que,
con todo y que la validez de la centralidad del trabajo se cir-
cunscriba a marcos epocales específicos, el trabajo sigue sien-
do una clave analítica relevante. En ese sentido, sostengo que
hoy día con la terciarización se enfrenta una tendencia sisté-
mica de deslaborización y, en su extremo, de expulsión que
desplaza la propia noción de ejército industrial de reserva,
pero la deslaborización y la expulsión por vía negativa siguen

18
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista.
Hacia una radicalización de la democracia.
19
Johannes Rohbeck, Marx, p. 22.
170 Griselda Gutiérrez

remitiendo al eje del trabajo; en otras palabras, por vía nega-


tiva sigue siendo éste el parámetro desde el cual se puede dar
cuenta de los cambios estructurales y societales, entre ellos, la
fragmentación social y experiencialmente las formas de vivir
el ser prescindibles y reemplazables. Sujetos a la lógica del
mercado, se constata cómo se acrecienta el desempleo, cómo
la flexibilidad precariza calidad, ingresos y permanencia en el
trabajo, y esa precarización se plasma en depauperación y en
incremento de la desigualdad.
Otro de sus costos es el desmantelamiento del marco social
del espacio laboral, que como bien lo sabía Marx posibilitaba
la socialización y la cultura de la organización política de los
trabajadores.
No es por ello un asunto menor que cuando estos cambios
epocales parecen apuntar al carácter permitido de sus presu-
puestos y al carácter errado de algunos de sus pronósticos, nos
encontremos con nuevas lecturas que, desde una perspectiva
ajena al marxismo, y más bien adscritas al sistema hegemóni-
co, planteen que las tesis de El capital de Marx siguen vigen-
tes y que hay que leerlo.
Nouriel Roubini, profesor de economía de la Universidad
de Nueva York, quien predijo la crisis de 2008, en una entre-
vista con el Wall Street Journal en agosto de 2012, al refe-
rirse a la gran ola de descontento a nivel mundial da cuenta
del grave empeoramiento de la economía en los últimos tres
años, y del repunte del crecimiento de la desigualdad de in-
gresos. Si las empresas para sobrevivir abaratan los costos
del trabajo, esto no puede menos que repercutir en los ingre-
sos salariales y en la reducción del consumo; por ello, Roubini
no puede menos que reconocer que Marx tenía razón, por lo
cual recomienda que para entender la crisis actual hay que
estudiar su obra.
El problema no es nuevo, Marx promovió excesivamente el
socialismo pero tenía razón al decir que la globalización, el capi-
talismo financiero descontrolado, y la redistribución del ingreso
y de la riqueza del trabajo al capital, podrían llevar el capita-
lismo a la autodestrucción. Como él señalaba, el capitalismo
desregulado puede originar brotes regulares de exceso de ca-
De las lecturas de El capital 171

pacidad, un consumo insuficiente, y la recurrencia de crisis fi-


nancieras destructivas que estaban alimentados por burbujas
de crédito y subidas y bajadas de los precios de los activos.20
En ello coincide George Magnus, el economista jefe del
banco suizo usb, quien en un artículo publicado Bloomberg
Opinion, con el sugerente título “Give Karl Marx a Chance to
Save the World Economy”, recomienda lo siguiente: “Los res-
ponsables políticos que luchan por comprender la avalancha
de pánico financiero, las protestas y otros males que afligen
al mundo harían bien en estudiar la obra de un economista
muerto hace mucho tiempo: Karl Marx”.21
Sin descartar los muchos defectos de los planteamientos de
Marx, Magnus sugiere que su espíritu parece haberse levan-
tado de la tumba ante la crisis financiera y la recesión econó-
mica que hoy se enfrenta, y pese a esos defectos no duda en
reconocer que es el filósofo más conocedor del capitalismo. Sin
dejar de atender a las especificidades de la economía global,
encuentra que hay “misteriosas” semejanzas con las condicio-
nes y el diagnóstico que Marx había previsto, al respecto Mag-
nus plantea que
consideremos, por ejemplo, la predicción de Marx de cómo se ma-
nifestaría el conflicto inherente entre el capital y el trabajo. Como
escribió en Das Kapital, la búsqueda de ganancias y productivi-
dad de las empresas naturalmente las llevaría a necesitar cada
vez menos trabajadores, creando un “ejército industrial de reser-
va” de los pobres y los desempleados: “La acumulación de riqueza
en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria”.22

Magnus suscribe, junto con Marx, que las crisis surgen de


la pobreza y las restricciones del consumo de las masas, por
ello no duda en recomendar a los dirigentes políticos poner en

20
Véase Nouriel Roubini, “La inestabilidad de la desigualdad”, en Jaque
al Neoliberalismo. Una mirada no convencional al modelo económico, la glo-
balización y las fallas del mercado.
21
George Magnus, “Give Karl Marx a Chance to Save the World Econo-
my”, en Bloomberg Opinion.
22
Idem.
172 Griselda Gutiérrez

el centro de sus agendas económicas el empleo, especialmente,


como es el caso, si la crisis que hoy se vive a nivel mundial no
es temporal sino sistémica.
Como se puede apreciar el legado de Marx sigue vivo, si
bien estos lectores están lejos de suscribir una lectura crítica
del régimen capitalista, ni mucho menos una propuesta polí-
tica de cambio, reiteran las posibilidades de una lectura inte-
resada que desde su publicación acompaña a El capital como
una sombra, vale decir, el contener claves que pueden ser ca-
pitalizadas desde el frente contrario, en aras de salvaguardar
la reproducción del propio sistema.
Creo no equivocarme al afirmar que hoy día para quienes
suscribimos una postura crítica al statu quo no nos va la vida
en defender la cientificidad de la teoría marxista como garan-
tía de la corrección o justeza de un proyecto político, en cambio
nos parece fundamental recuperar y mantener vivo el poten-
cial crítico-filosófico de la propuesta marxista como una vía
para denunciar las desigualdades e injusticias, para indignar-
nos, canalizar nuestra resistencia y concebir mundos posibles.

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De las lecturas de El capital 173

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cionales, Amorrortu, Buenos Aires, 1970.
ÍNDICE ONOMÁSTICO

A Cohen, Gerald, 85, 103


Alegre, Luis, 75, 79
Aristóteles, 105, 106, 114 D
Adorno, Theodor, 23 Danielson, Nicolai, 156, 161
Aguilar, Mariflor, 15, 51, 61 Dardot, Pierre, 78
Aguayo, Claudio, 72, 79 Dean, Joni, 77-79
Albiac, Gabriel, 70, 79 Deleuze, Gilles, 60, 61, 117
Anderson, Perry, 111, 114 Derrida, Jacques, 71
Althusser, Louis, 118, 154, Dussel, Enrique, 75, 76
163-167, 172

E
B Echeverría, Bolívar, 13, 22,
Bakunin, Mijaíl, 156 25, 33, 35, 48, 65, 71, 79, 80,
82, 87, 89-92, 94-96, 98, 101,
Balibar, Étienne, 55-59, 61,
103, 117, 118, 120, 131
66, 79, 148, 152, 154, 166,
167, 172 Elias, Norbert, 140, 152
Bauman, Zygmunt, 140
Braverman, Harry, 30, 33 F
Brecht, Bertolt, 74 Feuerbach, Ludwing, 60
Fernández, Carlos, 75, 79
C Foucault, Michel, 148
Chernyshevski, Nikolái, 159, Freud, Sigmund, 59
161

175
176 Índice Onomástico

G Lenin, Vladimir, 24, 25, 33,


157
García, Pedro, 51, 61
Locke, John, 106, 111, 114
Greenblatt, Stephen, 146,
152 Luckács, Georg, 118

H M
Han, Byung-Chul, 140, 152 Macherey, Pierre, 71, 79
Harvey, David, 111, 112, 114 Mackenzie, Donald, 23, 33
Hegel, Friedrich, 9, 52, 59, Magnus, George, 171, 172
67, 73, 118
Mijailovski, Nikolái, 158,
Hobbes, Thomas, 110, 114 159, 161, 173
Mouffe, Chantal, 169, 172
J
Jameson, Frederic, 118, 119, O
132
Oliva, Carlos, 51-53, 56, 60,
Jappe, Anselm, 24, 32, 33 61

K P
Karatani, Kojin, 25, 29, 30, Plejánov, Georgi, 159
33
Popper, Karl, 163
Kosík, Karel, 118
Postone, Moishe, 24, 30, 34

L
R
Lacan, Jacques, 59
Revueltas, José, 118
Laclau, Ernesto, 54, 55, 61,
Roces, Wenceslao, 163
169, 172
Rosdolzky, Roman, 112, 114
Landes, David, 147-149, 152
Roubini, Nouriel, 170, 171,
Leibniz, Gottfried, 59
173
Índice Onomástico 177

Rousseau, Jean Jacques, W


105, 115
Walicki, Andrzej, 156, 157,
159, 161, 162, 173
S
Sánchez Vázquez, Adolfo, Z
118, 163
Zizek, Slavoj, 55, 57, 60, 61
Sartre, Jean-Paul, 129, 132
Zasúlich, Vera, 161
Sennet, Richard, 133, 144,
146, 151, 152
Shakespeare, William, 96,
103
Simmel, Georg, 140, 152
Simondon, Gilbert, 57
Smith, Adam, 107, 108, 112,
115, 154
Spinoza, Baruch, 57, 59
Starobinski, Jean, 141, 152
Stiglitz, Joseph, 108, 115

T
Taylor, Frederick, 24, 27

V
Von Böhm-Bawerk, Eugen,
163
El capital. Ensayos críticos, de Carlos Oliva
Mendoza y Andrea Torres Gaxiola (compiladores).
Se utilizaron en la composición tipos
Century Schoolbook 12/16, 10/12, 8/10 puntos.
El cuidado de la edición estuvo a cargo
de David Moreno Soto y Caricia Izaguirre Aldana.
Formación de originales:
Maribel Rodríguez Olivares.

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