#8 Ley Moral Gutierrez Saenz, Raul - Introducción A La Ética-185-202

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Capítulo XXXII

DEFINICIÓN Y DIVISIÓN DE LA LEY MORAL


Es tema clásico en la Ética el que trata acerca de las leyes
morales. Por lo pronto, es un hecho que han existido esas
leyes actuando positivamente en nuestra conciencia. Lo impor­
tante es fundamentarlas, es decir, reflexionar sobre ellas, y
hacer notar cuáles son las condiciones de su validez.
¿De dónde procede el carácter de obligatoriedad que mu­
chas de ellas poseen? ¿Puede justificarse la obligación moral
que implican ciertos mandatos? ¿O se trata acaso de una ex
elusiva situación de hecho, como la presión social, o la presión
del Super-Yo, que en realidad no implica obligación moral?
Y en caso afirmativo, ¿cómo se salvaría la autonomía del
hombre, tan apreciada por todo sistema ético? La ley y la
obligación ¿no constituyen un atentado contra la libertad Im
mana? La respuesta a tales preguntas es el objetivo que se
pretende llenar en esta quinta parte del libro.
Aunque, para ello, es necesario comenzar haciendo una de
finición de lo que es la ley moral, y distinguiendo, además, los
diversos tipos de leyes morales. Este capítulo tendrá, pues, un
carácter preponderantemente descriptivo.1
1. N aturaleza de la ley moral . Además de las leyes
físicas que gobiernan los seres materiales y que se definen
como "la expresión de una relación constante entre dos lenó
menos", nos encontramos con las leyes morales, que gobiernan
al hombre en su conducta libre.
Santo Tomás de Aquino nos proporciona la siguiente defi­
nición de ley moral: "Es una ordenación de la razón, promul­
gada para el bien común por quien tiene el mi Jado de la
[1 8 9 ]
190 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

comunidad.” 1 Esta definición está llena de contenido que es


necesario explicitar:
a) ffOrdenación . . En efecto, una ley es una orden o
mandato. Nótese que la palabra orden significa, en general, la
correcta disposición de las partes en el todo. La ordenación
(ordinario, en latín) es, pues, una indicación para disponer
las cosas en su correcto lugar. En otras palabras, actuar con­
forme a la ley significa asumir el puesto que le corresponde
en relación con Dios, los demás hombres y consigo mismo.
Quien actúa conforme a la ley que manda respetar a los pa­
dres, por ejemplo, está colocándose en el puesto que le corres­
ponde en cuanto hijo de familia. Es decir, cumplir una orden
es lo mismo que colocarse en orden.
Es digna de notarse esta cualidad de la ley. Lo que más
llama la atención en ciertos ambientes, al tratar acerca de las
leyes, es su carácter imperativo c inclusive impositivo. Sin em­
bargo, la orden (en tono imperativo) sólo se justifica en fun­
ción del orden (en tono indicativo).'’
b) ” . . . de la razón...". Esto significa que la fuente u
origen de la ley es la razón. Solamente así se garantiza una
correcta legislación, con <aiá<tcr universal. Aquella ley que,
de hecho, esté originada en otra facultad humana (como la
pasión, por ejemplo), corre el nesgo de perder su validez,
si acaso no está acorde con la razón. El despotismo de las auto­
ridades que mandan 'porque yo así lo quiero” o "porque se
me pega la gana”, sin ninguna razón positiva que sustente el
mandato, queda, con esto, fuera de toda justificación.
c) ” ... promulgada Esta palabra significa: dicta-
minada o publicada. Como veremos poco más adelante, esta
promulgación puede ser explícita (como en el caso de las leyes
positivas) o simplemente implícita (como en el caso de la ley
natural), de tal modo que el hombre tiene que descubrirla tal
como está inscrita en la misma naturaleza humana.12
1 Suma Teológica, I-II, 90, 4.
2 Cfr. Maritain, Las nociones preliminares sobre la Filosofía Moral,
pág. 169.
D EFIN IC IÓ N Y DIVISIÓN DE LA LEY MORAL l'H

d) M. . . para el bien común . . Aquí está la finalidad


propia de la ley moral. No se trata, pues, de benefic iar rx< lu
sivamente a la autoridad o a un sector de los subditos, \mn
a la comunidad en general, aun cuando esto implique el sa< n
ficio de ciertos bienes particulares.
Es necesario tomar cabal conciencia de esta cualidad de la
ley. Si, de hecho, abunda la gente que experimenta cierta f n h u
ante la ley, esto se debe (al menos, en la mayor parte de los
rasos) a la oscuridad en que han vivido respecto a la finalidad
de un mandato. Claro está que las circunstancias concretas han
dado pie a esa oscuridad, pues más de alguna ley se ha dictado
sólo para beneficio de la propia autoridad. Sin embargo, la
auténtica ley debe estar siempre apuntando hacia el beneficio
de la comunidad. (Cfr. capítulo XX, al tratar la tesis de Cali-
cles, y su crítica.)
e) “ .. .por quien tiene el cuidado de la comunidad”: Esta
última parte de la definición de ley moral nos indica quién
es la persona que debe dictar leyes. Efectivamente, la autori­
dad, el jefe de la comunidad, aquél que ha asumido la respon­
sabilidad de preocuparse por el bienestar de la sociedad, ése
es el más indicado para dictar las leyes correctas, en función
del conocimiento que debe adquirir acerca de las necesidades
de los súbditos.
Éstas son, pues, las cualidades que ha de tener una le y
moral. En la medida que carezca de ellas, pierde su valide/
como ley moral. Nótese que todas estas características, en ira
lidad, constituyen diversas facetas de una sola cualidad el
carácter racional de la ley. Cuando falta una de ellas, lamhirn
las demás quedan truncadas. Si una ley no está encaminada al
bien común, es que no está originada en la razón. Y. m n<>
está originada en la razón, difícilmente expresará un unlni
El núcleo o esencia de la ley moral está en ser una <-\pir
sión de la razón, de la recta razón, que trasciende* los min <-.<•%
inmediatos, y dispone las cosas en el puesto qnr Ir-, <on< v
ponde.2
2. D ivisión de la ley moral. Existen vanos tipos de
leyes morales. Cada autor las clasifica según divnsos <i ¡torios.
10/ INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

A<|uí Jaremos una división sencilla, pero suficiente para ilus-


tur los capítulos que siguen: 8
a) Por su naturaleza, la ley moral puede ser imperativa,
prohibitiva y permisiva. La ley imperativa manda hacer algo;
la prohibitiva lo impide; la permisiva solamente dice lo que
es lícito.
Nótese que (al revés de lo que muchos creen y acostum­
bran) el núcleo de una legislación está en las leyes imperati­
vas, y no tanto en las prohibitivas. El legislador tiene por
función indicar el camino que hay que seguir y, sólo secunda­
riamente, aclarar lo que no se debe hacer. Igualmente, una
educación correcta debe evitar ese exceso de prohibiciones que
continuamente se están imponiendo al educando. Educar signi­
fica conducir, no coartar.
b) Por su promulgación, la ley puede ser natural y posi­
tiva. La ley natural está inscrita en la naturaleza. La ley positi­
va está escrita materialmente en un código.4 Mientras que la
ley natural debe ser descubierta por el hombre y no es pro­
ducto de la inventiva de éste, en cambio la ley positiva es el
resultado de una legislación especial. En el capítulo siguiente
estudiaremos las relaciones entre estos dos tipos de leyes.
c) Por su duración, la ley es eterna y temporal. La ley
eterna siempre ha tenido, y tendrá, vigencia. Por supuesto, sólo
se concibe en la mente de Dios. La ley temporal tiene una
vigencia transitoria.
d) Por su autorf la ley es divina o humana. Hay que ad­
vertir que la ley natural sólo puede ser divina (es decir, pro­
cede de Dios, creador de la naturaleza). En cambio, la ley
positiva puede ser divina o humana, pues tanto el hombre
como Dios pueden dictar leyes que expliciten la ley natural.
Entre todos estos tipos de leyes destacan tres, y en el orden
que sigue:
ley eterna
ley natural
ley positiva.
Su estudio ocupará el capítulo que sigue.
3 Cfr. Sodi, Apuntes de Ética, pág. 43-
4 Téngase cuidado de no confundir ley positiva y ley imperativa.
Capítulo XXXIII
JERARQUIA DE LAS LEYES
Tal como ha quedado enunciado, las leyes manifiestan una
ordenación de mayor a menor importancia, en vista de su ori­
gen y su contenido. En primer lugar, la ley eterna, que está
en la mente divina desde siempre. En segundo lugar, se en­
cuentra la ley natural, grabada en la naturaleza de las cosas.
Y el tercer lugar lo ocupan las leyes positivas, que son un
complemento de la ley natural. Es necesario, pues, explicitar,
aunque sea brevemente, estos tres tipos de leyes.
1. La l e y e t e r n a . Entre todas las leyes, está en primer
lugar la ley eterna (es decir, la ley que está, desde siempre,
en la mente de Dios y que rige el Universo en todos sus
aspectos). Puesto que no conocemos directamente a Dios, tam­
poco tenemos conocimiento directo de la ley eterna. Sin em­
bargo, se demuestra que existe esa ley, desde el momento en
que notamos el orden y la armonía del Universo. Para explicar
ese orden y armonía, necesitamos admitir la existencia de leyes
que lo rigen. Tal es la ley eterna.
La ley eterna rige a los seres materiales y entonces toma
d nombre de ley física. Estas leyes se realizan de un m o d o
fatal y necesario. Pero la ley eterna rige también al h o m b re ,
que es libre; y, por lo tanto, le impone preceptos que n o se
cumplen de un modo fatal y necesario; esta participación de
!a ley eterna en la naturaleza humana es lo que se llama ley
natural.
2. La ley natural . La ley natural es una participación
de la ley eterna, está inscrita en la naturaleza humana, y tiene
Int. a la É tica— 13
[;93]
194 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

como finalidad regir los actos libres del hombre. La ley natu­
ral tiene la propiedad de ser universal e inmutable. Su estudio
nos proporcionará un mejor conocimiento de la moral.
Es universal (es decir, es válida para todos los hombres,
de cualquier raza, época y lugar). La razón de esto es que la
ley natural está inscrita en la naturaleza humana, que es la mis­
ma en todos los hombres. De aquí se deriva que todo hombre,
por el hecho de serlo, tiene grabada, en sí mismo, esa ley
natural, a la cual debe someterse. Por ejemplo: todo hombre
está regido por el instinto de conservación, de sociabilidad,
de conservación de la especie, etc.
Ü ltim am ente ha tenido auge la llam ada Ética de la situación;
sobre todo, entre algunos existencialistas (B eauvoir) y teólogos pro­
testantes (B a rth ). Pretenden que la norm a de m oralidad no se en­
cuentra en las leyes abstractas y generales, sino en la "situación’'
concreta, h ic et nunc, con datos irrepetibles para cada individuo. Las
leyes generales no sirven para determ inar lo que hay que hacer en cada
caso. El sujeto debe decidirse con entera responsabilidad y libertad,
según sea su propia situación.
A sí entendida, la Etica de la situación contiene una gran verdad
y un grave error. El acierto es que, efectivam ente, cada hom bre debe
decidir con su prudencia y su conciencia personal en todos los casos
y especialm ente allí donde las leyes universales no alcanzan a deter­
m inar lo que se debe hacer en concreto. El error de la Etica de la
situación consiste en calificar como inoperantes las leyes universales.
Éstas expresan las lincas generales de conducta hum ana, y siem pre en
función de los valores reales que en todo m om ento se han de respetar,
asum ir y cultivar. El precepto "no robarás" expresa para todos el valor
inalienable del derecho que tiene la persona para resguardar sus bienes
materiales. En síntesis, el hom bre m oral debe atenerse a las leyes uni­
versales; pero en cada caso debe saber aplicar (con auténtica prudencia)
esas leyes a su "situación" particular, lo cual, por cierto, no es cosa
fácil, ni m ucho menos ha de estar sujeta a la arbitrariedad o al capri­
cho de cada uno.1
La ley natural es, además, inmutable. Es decir, no cambia
con el tiempo, puesto que la naturaleza humana no cam­
1 Mayores datos sobre este tema pueden obtenerse en: De Finance,
Éthique genérale, págs. 265-267; Schillebeeckx, Dios y el hombre. Ediciones
Sígueme. Salamanca. 1968, págs. 329-357; Alcorta, El existencialismo en su
aspecto ético, cap. X.
JERA RQU ÍA DIL LAS LEYES l ‘> i

bia. Aquí es preciso aclarar que, aunque la !cy imí mal n<>
cambie, sí puede cambiar el conocimiento que de ella lrugan
los hombres en las diferentes épocas y culturas. Algunos dr
ellos le dieron mayor énfasis a la valentía, como los gncgos
por ejemplo; otros le dieron la primacía a la justicia, olios a
la caridad, otros al deber. Lo ideal es, pues, un conoumimin
amplio de todas estas facetas de la ley natural.
Todo esto tiene íntima relación con las tesis expuestas am
ca de la esencia del valor moral (cfr. capítulo XVIII, inciso
l), y con las tesis de la naturaleza humana íntegramente con
siderada, como fundamento de moralidad (cfr. capítulo XXV).
En resumen, la ley natural constituye la expresión más ob­
jetiva y fiel de lo que es el orden querido por la razón divina
en la conducta humana. Acatar esa ley es asumir la naturaleza
humana en aquellos aspectos que han sido dejados al cumpli­
miento libre y meritorio del hombre.
Su contenido no puede ser más sencillo: hay que hacer el
bien y evitar el mal; hay que respetar la vida humana; hay
que seguir la razón, ser sociable, respetar los derechos de los
demás, etc.2
Igualmente universal y sencillo es el proceso del conocí
miento y realización de estos principios, que se captan por
intuición, o mejor, por connaturalidad, puesto que se trata de
percatarse de algo que constituye el propio ser humano en sus
exigencias más claras y naturales.3
3. La ley positiva. La ley positiva es la que se pionml
ga explícitamente en un código, y sirve como complemento
jl la ley natural, pues desarrolla y explica cómo debe a<tiui
el hombre en situaciones más concretas.
Estas leyes pueden ser divinas, o humanas. 1*1 D u . i l o g o
dictado en el Sinaí es el ejemplo típico de ley positiva divina.4
2 Se llama sindéresis la virtud intelectual que facílii.i H <«>u»u mm m<>
habitual de estos primeros principios prácticos del obrar.
3 Cfr. Maritain, Las nociones preliminares de /./ / • ' / / , AI.n,d,
tercera lección.
4 Adviértase que, en la medida en que esos preceptos del Decálogo están
entrañados en la naturaleza humana, también quedan incluidos dentro de la
ley natural.
196 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

Las leyes positivas humanas abarcan todo lo que se llama de­


recho positivo, incluyendo las Constituciones de los países, los
Códigos Civiles, etc.
La ley positiva ha de cumplir con estas cualidades: debe
ser justa, útil y estable.
Que la ley positiva sea justa significa que esté de acuerdo
con la ley natural. En el momento en que un legislador dicta­
mine algo en contra de la ley natural, está en contra de la
razón y del bien común; su ley, por lo tanto, no puede ser
justa. La base de toda ley positiva es la ley natural.
La ley positiva debe ser estable. Esto significa que, no
poseyendo la inmutabilidad, que es propia de la ley natural,
es de desear que, al menos, tenga un cierto lapso razonable
de vigencia, para que coopere efectivamente al bien de la co­
munidad.
Por último, debe ser útil. Para esto sería necesario que
no se multiplicaran en exceso, pues darían origen a una opre­
sión contraproducente en lo que se refiere a su realización.
En resumen, la ley eterna rige el Universo desde la mente
divina.
ha ley natural es una participación de esa ley eterna, y rige
al hombre en sus actos libres.
La ley positiva es un complemento de la anterior, y en
ella debe basarse para que sea justa.
Capítulo XXXIV
LA OBLIGACIÓN MORAL
Una vez explicado el tema general de la noción, clases y
jerarquía de la ley, podemos enfrentarnos directamente con
los problemas planteados al comenzar esta quinta parte, y
desde el principio del libro, a saber: ¿En qué se fundamenta
la obligación moral? ¿Efectivamente obligan algunas leyes?
Para esto es necesario estar de acuerdo acerca de lo que se
entiende por obligación moraL De hecho, están sumamente
difundidas varias nociones de obligación que no son las que
aquí vamos a defender. Tratemos, pues, de poner en claro el
significado de la auténtica obligación moral, desechando pri­
mero los conceptos incorrectos.
1. N o c io n e s in s u f ic ie n t e s d e o b l ig a c ió n m o r a l :
a) Es muy común hablar de obligación cuando se siente una
presión externa, que de algún modo está coaccionando para
que el sujeto actúe en determinado sentido. Por ejemplo
' Fulano se vio ‘obligado* a renunciar a su empleo en vista
de las continuas críticas que le hacía su jefe*; o bien: "Fulano
estudia medicina ‘obligado* por sus padres.**
Si se quiere, se puede seguir usando dicho lenguaje paia
expresar casos semejantes a éste, pero téngase entendido que
esa "obligación** a que se alude, es una coacción física, y aun
psicológica, pero no es, ni mucho menos, la auténtica o b lig a
ción moral que vamos a justificar en este capítulo.
Efectivamente, poco mérito moral existe en u n a p e rso n a
que actúa por coacciones externas. Como lo subrayaremos al
final de este capítulo y en el próximo, y de acuerdo con todo
lo explicado hasta aquí, el valor moral sólo se inscribe en los
U 97]
198 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

actos libres, y, en la medida en que falta libertad en un acto,


se pierde la condición indispensable para el valor moral. Ya
explicaremos de qué manera la auténtica obligación moral no
es incompatible con la libertad.
b) Tampoco debe confundirse la obligación moral con el
deseo del premio y el temor al castigo. Por ejemplo: “Con esa
recompensa materialmente obligaron a los jugadores a ganar
el partido.” O bien: “Con tales sanciones estoy obligado a
cumplir los requisitos de la ley.”
Es un hecho que el deseo del premio o el temor del castigo
constituyen un estímulo que induce u obliga a la mayoría de
la gente al cumplimiento de sus deberes. Pero esa “obliga­
ción” no es todavía la auténtica obligación moral. El mérito
moral necesita no sólo de la libertad, sino también de una
intención recta, enfocada al bien en cuanto bien. Haremos no­
tar que la auténtica obligación moral no tuerce o impurifica
la elevada intención de un acto honesto.
c) La obligación mora! tampoco es la acción del Super-Yo,
que desde el inconsciente está impulsando hacia el cumpli­
miento de normas inflexibles y, las más de las veces, inade­
cuadas. Por ejemplo: I.a Si a. Y dice que no puede ir a misa
este domingo porque su marido salió de viaje, se le fue la
sirvienta, y tiene que atender a un hijo enfermo. Ella sabe
que está dispensada de ir a misa en tales circunstancias. Sin
embargo, dice que no puede dejar de ir porque tiene la im­
presión de cometer pecado si acaso falta a esa obligación. Una
educación sumamente rigurosa le ha introducido esa norma
cuyo incumplimiento, en cualquier tipo de circunstancias, le
produce un sentimiento de culpabilidad, irracional, pero nece­
sitante.
La auténtica obligación moral no es, ni mucho menos, ese
tipo de coacción psíquica originada en el propio inconsciente.
Como hemos estudiado ya en el capítulo XXX, la conciencia
moral, la que verdaderamente nos indica nuestras obligacio­
nes, no es el Super-Yo freudiano, sino que, en todo caso, es
una actividad consciente y racional, y por consiguiente, basada
en razones, no en impulsos. También se ha visto que la verda-
LA OBLIGACIÓN MORAL

Jera obligación moral puede estar en conflicto io n l.i a<<ióu


del inconsciente, como es el caso del ejemplo antenoi.
d) Por último, aun sin la intervención del inconsi lente, es
necesario distinguir el sentimiento de obligación y la obliga
ción moral. Sucede que no siempre coinciden. Fulano dice que
no siente obligación de pagar ciertos impuestos; pero eso no
significa que efectivamente carezca de tal obligación, (la so s
como éste muestran que no siempre coincide la obligación «pu­
de hecho se siente, y la que efectivamente tiene un sujeto. I.a
educación correcta logrará que la persona vaya modelando su
conciencia para que sea consciente de obligaciones reales, y no
ficticias.
2. L a a u t é n t ic a o b l ig a c ió n m o r a l . Lejos de ser una
presión originada en la autoridad, o en la sociedad, o en el
inconsciente, o en el miedo al castigo, la verdadera obligación
moral es de tipo racional. Se define así: "Es la presión que
ejerce la razón sobre la voluntad, enfrente de un valor ”
Cuando una persona capta un valor con su inteligencia, se
ve solicitada por dicho valor, y entonces la inteligencia pro
pone a la voluntad la realización de tal valor. Pero la inte­
ligencia presiona suavemente, sin suprimir el libre albedrío;
simplemente, ve una necesidad objetiva, y como tal la p ro p o n e
a la voluntad para su realización. Se trata de una exigenua
propia de la razón, con fundamento en un valor objetivo, peí o
nacida en lo más íntimo y elevado de cada hombre: su pmpui
razón. Es, por lo tanto, autónoma y no incompatible ion el
libre albedrío.
Esta descripción coincide con las expresiones c o m e n te s
"actuó por propio convencimiento”, o bien: "se dc< idio poi
sí mismo, fue una elección originada en el fondo de \u peí
sona”. Efectivamente, cuando una persona ha c a p ta d o un v.i
lor, es ella misma quien se impone obligaciones, se (om piom eir
consigo misma, actúa de modo espontáneo, no tie n e n e cesid ad
de que otros la empujen en determinada d irec ció n . Si un e.stu
diante capta el valor de la cultura y de su p ro fe s ió n , él m ism o
se obliga a estudiar, sin necesidad de co accio nes e x te rn a s Si
un joven capta el valor de una muchacha, él m ism o se o b lig a
200 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

a las atenciones que ella se merece. El matrimonio es un autén­


tico compromiso y obligación que se echa a cuestas la pareja
de novios, y, por supuesto, no por coacciones externas, no por
presiones de la sociedad (tales motivaciones en todo caso no
tendrían valor moral), sino por propio convencimiento, en
vista del valor del amor que se profesan y que los llama a la
realización plena del mismo.
Esto tiene importantes aplicaciones en la práctica. Por lo
pronto, está en pleno acuerdo con lo que se ha dicho acerca
de la esencia de la Educación (capítulo IV, pág. 30): “Lograr
que una persona haga lo que debe hacer por sí misma.” Tam­
bién concuerda con lo dicho en el capítulo XXX (página
181), acerca de la formación de la conciencia a base de razo­
nes en la medida en que el niño sea capaz de comprenderlas.
Justamente, un curso de Etica en Bachillerato es la culmina­
ción de ese proceso racional educativo, a la edad en que la
mente del joven pide las razones profundas de lo que debe
hacer. Seguir “obligándolo”, exclusivamente a base de premios
y castigos, sería tratarlo co m o niño.
Por supuesto, los premios y castigos, así como la acción
del inconsciente, y una ligera coacción como impulso en ciertos
casos especiales, también deben ocupar un lugar en la educa­
ción del niño y del adolescente. La razón es que el hombre no
sólo es razón, también es pasión, también cuenta con un tem­
peramento que es necesario domar. La razón debe tratarse con
razones, y mientras el resto de las facultades no se someta a
la razón, se deben utilizar procedimientos auxiliares que ayu­
den al cumplimiento del deber. De todos modos, la madurez
del educando está en razón directa de la preponderancia de la
razón en su conducta.3
3. E l f u n d a m e n t o d e l a o b l ig a c ió n m o r a l . Las ex­
plicaciones que anteceden nos dan cuenta del proceso psico­
lógico por el cual puede una persona hacerse cargo de sus
auténticas obligaciones morales. De hecho las siente cuando
capta el valor; entonces se presiona a sí mismo. Con esto
queda claro que la obligación moral no es lo mismo que la
coacción externa, o la del inconsciente o el temor del castigo,
aun cuando estos fenómenos puedan coexistir con la obliga-
LA OBLIGACION MORAL .'O I

ción moral, pudiendo, inclusive, servir como auxilian-*. m 1 .1

formación de la conciencia, como ya se ha visto.


En síntesis: la base de la obligación, tal como se lu <nph
cado, es la razón frente a un valor. Por esto s e due t/m *1
fundamento próximo de la obligación moral es el ralo?. Y n«»
sólo en el plano subjetivo, sino que también en el plano o|»j<-
tivo, como se verá.
Sucede que la ley es la expresión de un valor (un bien «l«
la comunidad, tal como ha quedado definida), originada m la
razón. Luego, la ley tiene en sí misma, de un modo inliínsr
co, la cualidad que produce en el sujeto de recta razón «I
sentimiento de obligación. Esto es lo que se llama la obliga
toriedad de la ley, propiedad típica y que se deduce a parln
del valor por ella expresado.
En otras palabras: el hombre, con su razón, trasciende el
plano de los hechos y percibe el valor de las leyes; con esl<>
se impone a sí mismo una obligación o exigencia de tipo ra
cional, sin menoscabo de su libre albedrío y de su autonomía
He aquí la fundamentación de la obligación moral.
Existe, además, una fundamentación superior de la obliga
toriedad de la ley natural. Puesto que su origen está en la
mente divina, se dice que el fundamento último de su obhya
ción es Dios. Por consiguiente, quien obedece una ley iiupn
sonal por propio convencimiento* ha logrado ya bastante; peni
quien obedece la misma ley en atención a su origen, que <•.
Dios, ser personal, valor absoluto, creador de la propia peí
sona y benefactor en todo sentido, alcanza un nivel suprimí
no sólo en la eficacia de su actuación, sino en la eleva* mu d<
su intención, y en la valoración moral de su conduela N<» <
lo mismo obedecer un reglamento frío que actuar pin am.u .1

Dios. En resumen, el fundamento próximo de la nbhg.iMÓn


es el valor; y el fundamento último es Dios.
D e lo dicho se concluye que el valor moral es <>1 »i ■«* Hay
que hacer el bien y evitar el m al” dice el prim er prm» ipt<» Je L razón
práctica. Es decir: el bien obliga, y con imperativo <alepín « «■ , nuondi-
cional, no como un sim ple consejo. Sin embargo, puede Jarse el caso
de que existan varios caminos a elegir, y todos ello-, permanezcan
dentro del valor m oral. En tal caso, la voluntad no <••.!.» “obligada”
a elegir el de mayor valor; sólo está obligada a elegí entre esos ca­
1
’O ' INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

minos y desechar el que no esté investido de valor moral. Pero cuando


se da el caso de que sólo un camino está investido de valor moral, de
tal manera que los demás lo excluyen definitivamente, entonces la vo­
luntad debe escoger ese único camino y desechar los demás. Éste es el
caso que comúnmente se trata al referirse al tema de la obligación,
como cuando se dice: "estoy obligado a trabajar; tengo el deber de pagar
esta deuda, etc."
A partir de esta doble fundamentación de la obligatoriedad
de la ley, pueden hacerse algunas aplicaciones concretas, como
por ejemplo: ¿tiene mérito actuar por obligación?
Respuesta: Si por obligación se entiende la coacción exter­
na, no hay mérito moral. En cambio, entendiendo por obliga­
ción la presión racional que el propio sujeto se imprime, en­
tonces sí tiene mérito actuar en esas condiciones.
Además, se puede responder a esta pregunta: ¿es posible
obligar el amor? Respuesta: No es propio del hombre el amor
coaccionado; pero, en cambio, es lo más humano amar el va­
lor. La captación de un valor puede inducir a una obliga­
ción, y a un amor que el propio sujeto se imponga. Sólo así
tiene sentido que el primer mandamiento del Decálogo sea el
amor a Dios. Como imposición externa, no tendría mérito,
('orno impuesto por el propio sujeto en vista del valor que
allí se expresa, es como adquiere todo su mérito moral.
¿La obligación suprime la libertad y rebaja la intención del
hombre? Ya liemos dado las suficientes indicaciones para res­
ponder negativamente. Sin embargo, el tema merece todo el
capítulo que sigue.
XXXV
C a p ít u l o

AUTONOMIA Y HETERONOMÍA
1. D e f in ic io n e s . Hemos fundamentado la auténtica oble
pación moral. Veamos ahora qué relación tiene dicha obliga­
ción con la libertad. Si las leyes presentan la característica de
la obligatoriedad, ¿no suprime esto la libertad humana? En
otras palabras, ¿la autonomía no excluye la heteronomía?
Por lo pronto, aclaremos el significado de las palabras.
Autonomía viene del griego (autos: sí mismo; nomos: ley) y
significa la actitud de la persona que se da leyes a sí misma.
Por el contrario, heteronomía (héteros: otro; nomos: ley) sig­
nifica la actitud de la persona que recibe leyes por parte de
otros.
Estos términos se aplican análogamente a las instituciones,
a las leyes mismas y a los sistemas éticos. Una institución es
autónoma cuando se gobierna por sí misma. Una ley es ¡mió
noma cuando surge en el mismo sujeto que la obedece. Un
sistema ético es autónomo, cuando subraya la autonomía de los
sujetos, en contraposición a la heteronomía. Por ejemplo, el
sistema kantiano es el tipo clásico de sistema ético autónomo
Para Kant la heteronomía implica ausencia de valor moial
Igualmente, el pensamiento de Sartre de tal manera insiste en
la libertad, que se puede llamar autónomo. AI tomismo se Ir lu
llamado sistema heterónomo, porque admite la valide/ de las
leyes provenientes de autoridades ajenas al mismo sujeto, mmu
Dios.
2. D e LA HETERONOMÍA a A pes.ii de
LA AUTONOMÍA.
la aparente incompatibilidad de autonomía y bel en momia, vea
mos cómo puede el hombre ser autónomo sin necesidad de re
chazar la heteronomía.
[203]
204 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

De niño (claro está) predomina con exclusividad la hete-


r<momia. Suele obedecer a las autoridades, como sus padres,
los maestros, etc. De paso, debe observarse que esta heterono-
mía no tiene nada criticable.
En la adolescencia se puede advertir un fenómeno que se
da con frecuencia: el joven ha descubierto su libre albedrío y
trata de afirmarlo y manifestarlo con energía. Entonces comien­
za a apreciar su propio dominio, y la autonomía constituye uno
de sus valores máximos. A tal grado llega a ese aprecio que
suele concebirla como totalmente incompatible con la hetero-
nomía, y en la práctica esto se realiza en el momento en que
rechaza ostentosamente y por sistema toda orden que proven­
ga de los padres o de los maestros. Se trata de un tipo de
rebeldía, que siempre ha existido en el adolescente, y que en
los tiempos modernos se lia agudizado, ha tomado conciencia
de sí misma y ha hecho gala de su actitud de menosprecio a
toda autoridad. La causa del "rebelde sin causa” es la sobre­
valuación de la autonomía, exacerbada por los medios moder­
nos de comunicación (cine, televisión, prensa), donde se re­
fleja a si misma y se multiplica como en una serie de espejos
paralelos. ( N ó te s e q u e esa autonomía, exacerbada por el ejem­
plo de o tro s, es ya u n a traición a la misma tendencia autó­
noma.)
Pero, más adelante, el joven, en el proceso natural de la
maduración, cuando ya no necesita demostrar a nadie que es
autónomo, se comporta con mayor equilibrio y se somete, de
buena gana y por propio convencimiento, a las autoridades
de su trabajo, a los compromisos de su matrimonio, a las regla­
mentaciones de la sociedad, etc. ¿Es que con esto ha claudi­
cado su autonomía? Justamente no. Lo que sucede es que ha
asimilado en ”carne propia" las órdenes que provienen de otros,
y su propia razón es la que está mandando en él. En una pala­
bra, ha sintetizado autonomía con heteronomía, porque ha com­
prendido que darse leyes a sí mismo puede incluir las leyes que
va reconociendo como ya hechas por otros. Para ser autónomo,
no es necesario 'volver a inventar el fuego”, no es necesario
inventar todas las leyes que se dé a sí mismo. Va aceptando
poco a poco las razones de otros; pero ya no a ciegas, como
A U TO N O M ÍA Y H ETERO N O M ÍA .’<)'>

cuando era niño completamente heterónomo, sino avaladas por


su propia razón.
3. S ín t e s is d e a u t o n o m ía y h e t e r o n o m ía . N o se ii.i
ta, pues, de que en ciertas ocasiones deba ser autónomo y ni
otras heterónomo. Nada de eso. La madurez de la persona
está caracterizada por la autonomía. Siempre debe ser autóno
mo, pero con una autonomía que no tiene por qué excluir sis­
temáticamente las leyes que se originan en otras autoridades.
La razón, fuera de todo apasionamiento, no tiene por qué
rechazar la autoridad objetivamente superior, como es la de
Dios, la de los padres, la del Estado, etc. Lo que sucede enton­
ces es que obedecer a dichas autoridades no ha de ser necesa­
riamente equivalente al sometimiento sumiso y humillante del
esclavo ante su amo, sino la unificación de la propia razón
con la razón de las autoridades que, en definitiva, no son sino
participaciones de la recta razón.
Es, pues, la razón, la que está dirigiendo al gobernante
cuando dicta leyes válidas, y esa misma razón es la que está
siendo asimilada por el súbdito, quien se manda a sí mismo lo
que otras razones ya han visto primero. Someterse a una auto­
ridad no significa someterse a otra persona que, como tal, es
igual a la del súbdito. Someterse a una autoridad significa
someterse a la razón, que es trascendente a todo hombre.1
La superioridad de la autoridad sobre el súbdito consiste
en que aquélla participa más de cerca de la razón, tiene mejo­
res medios para conocer la situación y dictar así las medidas
más apropiadas y razonables. Por ejemplo, es obvio que el padre
de familia, simplemente por el hecho de su experiencia vivida,
tiene mayores datos para dictaminar lo que se debe hacer en
su familia; el gobernante en el Estado puede unificar con ma­
yor facilidad la actividad de los súbditos en pro del bien
común.
En resumen: la síntesis de la autonomía y la heteronomía
consiste en que un mismo acto puede ser mandado por una
autoridad ajena (heteronomía) y ser asimilado en la propia
1 N ótese que estamos m anejando un concepto analógico <le "razón". Cfr.
D e F in a n c e , Éthique genérale, pág. 170.
206 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA

mentalidad, ordenado por la propia razón y realizado por pro­


pio convencimiento (autonomía).
Esta m isma idea queda captada con la explicación tomista de las
norm as objetiva y subjetiva de m oralidad. El hom bre debe regirse por
su propia conciencia (norm a subjetiva) pero tam bién debe form ar su
conciencia para que esté de acuerdo con la ley y la recta razón (norm as
objetivas de m o ralid ad). D icho de otra m anera: la conciencia recta y
verdadera es una participación de la recta razón, norm a definitiva de
la conducta m oral de todo hom bre.
Adviértase, por últim o, el común denom inador de los principales
capítulos de este libro: la razón logra que el hom bre trascienda su
propio nivel hum ano. Con ella se unifican las diferentes m entalidades,
con ella adquieren su propio valor m oral, con ella se perfeccionan a sí
mismos. El mayor valor del hom bre es la trascendentalidad de su per­
sona, y la base y m eta de ello es la recta razón.

4. Conclusiones . A manera de corolario, se puede ob­


tener unas cuantas aplicaciones a partir de la teoría expuesta.
a) Existen dos tipos de autonomía: la primera es inma­
dura, propia de ciertos adolescentes que rechazan toda autori­
dad fuera de sí mismos. La segunda es madura, y se sintetiza
con la heteionomía al actuar de acuerdo con la razón y acep­
tando las autoridades ajenas precisamente por su participación
en la razón.
b) Las leyes, en cuanto originadas en la razón, no quitan el
libre albedrío, sino que son los caminos más apropiados que
libremente se pueden seguir o no. Claro está que la expresión
del valor contenido en una ley le otorga una cualidad, por la
cual la razón presiona sobre la voluntad. Esto es la obligato­
riedad de la ley, que al fin y al cabo quita sólo libertad legal
(cfr. capítulo X ), pero deja intacto el libre albedrío (excep­
tuando ciertos casos patológicos).
c) La ley puede considerarse en este triple aspecto:
Prim ero: como norm a-piloto, es decir, como un sim ple indicador
de lo que es correcto (aspecto subrayado en la Filosofía griega).
Segundo: como norm a-precepto, o sea, como obligatoria para el
hom bre (aspecto subrayado en la m entalidad hebrea).

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