Egipto y La Biblia

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EGIPTO Y LA BIBLIA
Por el Rabino Esteban Veghazi
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Tres culturas se desarrollaron en la antigüedad en el Cercano Oriente. Al
oeste, en la fértil llanura del Nilo, la cultura egipcia; al este, en las zonas
igualmente ricas del Éufrates y del Tigris, en forma sucesiva, la cultura
mesopotámica, la babilónica y la persa; y en el altiplano de Canaán, la
cultura hebrea.
En los murales o mosaicos del
antiguo Egipto, los hombres
representados se nos antojan
extrañamente rígidos y dignos. Las
altas y esbeltas figuras, de rostros
regulares y lampiños, tienen algo de
serio y mesurado, y así aparece ante
nuestros ojos, la historia de los
egipcios en los márgenes del Nilo:
mesurada, digna y algo rígida.
Nada cierto sabemos de los
comienzos de ese pueblo y de ese
estado. Su historia propiamente dicha
empieza para nosotros con el rey
Menes que unificó y dominó a todo Egipto. Ello ocurrió aproximadamente en
el año 3000 a.C., es decir, hace 5000 años. Después de Menes, que llevaba
el título de Faraón, ocupa el trono una monarquía o dinastía tras otra. Se
sucedieron unas treinta a.C. en forma casi ininterrumpida, hasta el año 525
a.C.
A mediados del tercer milenio, aproximadamente, en los tiempos de la
cuarta y quinta dinastía, se produce el primer apogeo de la historia de
Egipto. Ocuparon el trono los reyes Keops y Kefren, quienes mandaron
levantar, en las riberas del Nilo, las magníficas estructuras de las pirámides.
Son gigantescas tumbas en las cuales se depositaba a los muertos,
acompañados de sus siervos y de valiosos tesoros, pues, de acuerdo con la
creencia egipcia, el muerto continuaba viviendo con los elementos que lo
acompañaban en el momento del entierro. De este modo, nació un extenso
culto de los muertos, y los edificios más notables, fuera de los palacios
reales y de los templos, son precisamente las tumbas.
En esa época, se adora al
dios Ptah que aparece bajo la forma
de un buey, y a Ra, dios del Sol.
Hay muchos otros dioses, pero el
mismo faraón es el buen dios a
quien adora su pueblo. Su poder es
prácticamente ilimitado. A estos
faraones, que en larga fila reinan
sobre el pueblo esparcido junto al
Nilo, se debe un invento notable: el
empleado público.
En su origen, este invento
tuvo buena razón de ser. El país se extendía desde Nubia hasta las fuentes
del Nilo, en el interior de África. El rey necesitaba una casta de personas
preparadas y responsables en quienes podía confiar: personas que repre-
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sentaran su poder en los lugares más alejados del reino. El burócrata al


principio sirvió a la corona, pero poco a poco se convirtió en su perdición.
Los funcionarios, que en su comienzo administraban al país por mandato del
rey, se inclinaron cada vez más a actuar por su cuenta propia. Finalmente
terminaron por administrarse a sí mismos y llegaron a ser un pulpo que con
multitud de tentáculos ahogaba al país y agotaba su energía. Se
convirtieron en un fin en sí mismos, imponían los impuestos por su cuenta y
consideraban hereditario su cargo. La condición de funcionario, institución
originalmente tan responsable y digna, realización típicamente egipcia, se
convirtió en un sistema de explotación de la peor especie. Finalmente, los
empleados que hacía mucho se consideraban príncipes, aspiraron a la
corona. Los faraones de la undécima y parcialmente también de la
duodécima dinastía surgieron de esos príncipes territoriales. Esta era la
situación en Egipto alrededor del año 1800a.C.
Entonces sucedió algo inesperado. Como un vendaval irrumpían del
este pueblos extraños, semejantes a la invasión de los hunos a Europa en la
época de Atila. Venían de alguna comarca de Asia, eran guerreros armados
con arco y flecha, montaban a caballo y llegaron con carros, y con sus
familias y utensilios domésticos. Tomaron por sorpresa los dos fuertes
fronterizos egipcios e invadieron el país. Eran hombres audaces y veloces
como el rayo. Mataron a los hombres, violaron a las mujeres, incendiaron
templos y palacios, robaron y saquearon, inundaron todo Egipto, y se
convirtieron en gobernantes del milenario reino del Nilo. Eran los hicsos, los
"señores de tierras extrañas".
Si bien su dominio comenzó con una terrible masacre, trajeron al país
un valioso regalo: el caballo, desconocido en Egipto hasta ese momento.
Los animales de trabajo, de silla y de carga eran el asno y el camello. El
caballo conquistó rápidamente el corazón de los hombres de Asia Menor. El
noble padrillo es un orgullo del árabe hasta nuestros días y en Arabia nunca
se utilizó el caballo como animal de trabajo.
Los hicsos los usaban para mover sus carros de combate,
guarnecidos de metal, carros que posteriormente causarían tantas
dificultades al pueblo de Israel, cuando éste pretendió ocupar Canaán.
Ellos determinaron el desenlace de la guerra.
Los hicsos usurparon el trono de los faraones y dominaron desde allí
no sólo a Egipto, sino también a parte de Canaán hasta la Mesopotamia y
de este modo prestaron otro servicio a Egipto. Durante un lapso que abarcó
casi 1500 años, los egipcios vivieron en un orgulloso aislamiento, en una
suerte de espléndida soledad, como si se hallaran detrás de una cortina de
hierro. Esta cortina se rompió, y el país quedó abierto y comenzó un activo
intercambio cultural con otros países civilizados del Éufrates y del Tigris.
Al cabo de 150 largos años terminó el dominio de los hicsos. Un
príncipe territorial del alto Egipto los expulsó del país y devolvió Egipto a los
egipcios. A partir de este momento comenzó un nuevo período de
florecimiento, que culminó bajo Ramsés II.
Egipto, que había sido un Estado de funcionarios, se convertía
paulatinamente en un Estado militar que iba a la guerra, realizaba
conquistas y extendía su dominio hacia el Este. Aunque parezca extraño,
con el poder de los guerreros aumentó simultáneamente el poder de los
sacerdotes. El Estado militar se convirtió en un Estado de sacerdotes: el
Faraón Smedes, con quien se inició la dinastía vigésimo primera, es un
antiguo sacerdote del dios del Sol Ra.
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En ese punto, comenzó también la declinación de Egipto. Nubios,


mercenarios y extranjeros ascendieron al trono. Y en el año 525 a.C., el rey
persa Cambises acabó con el brillo y la magnificencia del reino egipcio.
Terminaba así la historia de un pueblo que conservó a lo largo de 2500 años
una unidad y cohesión únicas, con su poder militar, su importancia política y
su extraordinaria cultura.
Según una tradición, durante el reinado de los hicsos llegaron los
judíos a Egipto y tras haber terminado su reinado, dentro de poco, ellos
también comenzaron a sufrir bajo el nuevo régimen, transformándose de
extranjeros residentes en trabajadores forzados, o tal vez esclavos. Según
una tradición no confirmada, durante
el reinado de Ramsés II o su hijo
Mernefta fueron expulsados o
abandonaron Egipto por su propia
voluntad, para comenzar una nueva
vida; en ese momento se inició la
transformación de estas tribus
semiorganizadas en un pueblo.
En una de mis clases de
historia antigua en la universidad, una
alumna me preguntó ¿es verdad
histórica que los judíos vivían en
Egipto? Aunque respondí con un sí categórico, después empecé a titubear y
tal vez a dudar, pues la respuesta no es tan sencilla.
Tras haber descifrado Jean François Champollion los jeroglíficos en
1822, los investigadores, historiadores y teólogos esperaban datos que
pudieran confirmar la estada de los judíos en Egipto. Pero no encontraron
datos egipcios ni en aquellos años y tampoco hasta hoy. Según algunos
investigadores, esta falta se debe al hecho de que los egipcios, durante su
larga historia, mantenían abiertas sus fronteras y estaban acostumbrados a
que grupos pequeños o más grandes llegasen con sus familias y sus enseres
a Egipto, a veces como compradores de alimentos, en otros casos para
quedarse durante un tiempo y, a veces, para siempre. Así, para los
egipcios, la llegada de algunas familias judías no era un episodio tan
importante como para mencionarlo en una inscripción. Según otros
investigadores, la salida de los judíos de Egipto era una vergüenza para los
egipcios y por eso no la mencionaban. El primer historiador egipcio Manetón
(siglo III. a.C.) escribe sobre el éxodo, pero para darle un mejor aspecto
desde el punto de vista de los egipcios, dice que los judíos fueron
expulsados por ser portadores de una enfermedad.
Sin embargo, hay materiales que pueden tener relación con la
llegada, estada y salida de los judíos. La primera alusión es un fresco en
Beni-Hasan del siglo XIX a.C. Beni-Hasan es un cementerio en las
montañas, en que los gobernadores regionales mandaban a excavar sus
tumbas. En una de éstas en Hnumhotep encontraron una pintura mural que
presenta la llegada de una familia o un clan semita. Según la inscripción
adjunta traían regalos para el gobernador: pintura para las cejas.
Al comparar la vestimenta de ambos grupos, se advierte allí que los
semitas tenían vestidos coloridos mientras que los egipcios los tenían
blancos. Su fisonomía y su peinado también eran diferentes. Los semitas
tenían el pelo crespo y la nariz recalcada. Aparentemente, el pintor egipcio
quiso acentuar las diferencias. Uno de los 55 semitas tocaba el arpa. Su
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asno iba adelante y llevaba su lanza. Están presentes mujeres y niños en la


pintura, lo que demuestra que habían llegado para vivir allí.
Hay una alusión más importante que es la Estela Israel o Estela de
Merneptah. Mientras la pintura mural mencionada, cronológicamente poco
tiene que ver con la llegada o la estada de los judíos en Egipto, la Estela
data de una época muy cercana a la fecha de la salida. Merneptah era hijo
de Ramsés II y el texto cuenta sobre la guerra de Merneptah con los libios
en forma muy jactanciosa. En las últimas líneas se mencionan diferentes
ciudades y pequeños Estados, entre ellos Israel, que han sido vencidos y
destruidos. Eso significaría que en la época de Merneptah ya no vivían
judíos en Egipto. Según la Biblia (Éxodo 1.11), los judíos fueron obligados a
trabajar en la construcción de Per-Ramsés, la nueva capital del Faraón, el
padre de Merneptah. Ramses II reinó durante 70 años, los judíos
probablemente salieron en los últimos decenios de su reinado. Así, según la
Estela, que se erigió en el quinto año del reinado de Merneptah, ya no había
judíos en Egipto.
Considerando que en la memoria y conciencia históricas del pueblo
judío, la estada y especialmente la salida de Egipto siempre han tenido una
enorme importancia y que, a base de las investigaciones y descubrimientos
arqueológicos, no hay razón alguna para negarlas, por lo tanto se aceptan
en general como hecho histórico, aunque hay algunos historiadores
escépticos sobre el particular.
Según la Biblia, el patriarca Abraham junto a su esposa Sara
vivieron antes en Egipto. A consecuencia de una hambruna (Gen. 12. 9-20),
llegaron allí; Abraham temía por su vida al creer que lo matarían por la
belleza de su esposa y por eso le pidió a Sara que dijera que era su
hermana. La mujer fue llevada al palacio del faraón, pero más tarde, por las
grandes plagas que el faraón y su familia tuvieron que sufrir, los expulsaron
y dejaron llevar consigo toda su riqueza.
Como alusión indirecta, cabe mencionar el papiro sexto de Anastasi
(fines del siglo XIII a.C.) en que un funcionario se queja por la invasión de
una gran cantidad de nómades en las fronteras en busca de alimento para
ellos y sus animales. Tal vez la entrada de Jacob y sus familiares haya sido
un hecho similar.
Desde el punto de vista histórico podría ser interesante también la
persona de Moisés; sobre él tampoco hay datos exactos. Según la Biblia,
había sido ocultado a orillas del Nilo y la hija del faraón lo encontró, lo
mandó educar como su propio hijo y le puso el nombré de Moisés diciendo:
"porque de las aguas lo saqué" (Ex. 2.10).
La palabra "Moshe" tiene dos etimologías egipcias. Una es simple. En
Egipto es frecuente el nombre "Mesu", cuyo significado es "nacido". El otro
significado ha sido indicado por el historiador Flavio Josefo. Según su
interpretación, el nombre era "Mo-uses": Mu significa agua, mientras la
segunda palabra tiene en sus raíces el verbo "hesi" que significa alabar o
glorificar; de eso viene la palabra "hesies" (en transcripción griega) con el
significado "glorificado". Esta palabra corresponde a las personas que se
ahogan en el Nilo, el río sagrado. Esta forma de muerte era muy respetada
en Egipto. La traducción de la palabra "Moshe", según esta interpretación,
podría ser: glorificado por el agua.
Muchos siglos más tarde, el Rey Salomón tuvo una esposa egipcia,
probablemente hija del faraón Siamon, y recibió la ciudad Guezer como
dote.
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La relación entre Egipto y los estados judíos fue siempre inestable.


El rey Sesonk entre 930-920 a. C. libraba una guerra de pillaje contra Judea
y saqueó Jerusalén. Cuando el faraón Neco II guerreaba contra Babilonia,
para salvar Asiría y atravesó Palestina, el rey Josías entró en guerra con él,
pero perdió y murió en la batalla (año 609 a.C.). Antes del asedio de
Jerusalén por el rey de Babilonia, Nabucodonosor (586 a.C.), los judíos
esperaban en vano ayuda de Egipto. El profeta Jeremías les advertía que no
confiasen en Egipto: "cuan frívola eres para cambiar tus caminos".
"También serás avergonzada por Egipto como fuiste avergonzada por Asiría"
(Cáp. 2.36).
El nombre de José no se encuentra en los textos egipcios. Su historia es
interesante también desde el punto de vista de la arqueología egipcia y es
característica para la realidad egipcia. Podemos comenzar con los nombres.
Potifar es Petepre en Egipto y se traduce: el que había sido dado por Re. Se
conocía sólo desde la dinastía XXI. La esposa de José, Asenat, es Nesneit en
los textos egipcios. Hay casos de quienes reciben un nuevo nombre, al ser
designados para algún cargo importante (Véase el caso de José, Gen.
41.45).
José fue vendido por sus hermanos celosos. Se sabe que
comerciantes llevaron esclavos de Siria-Palestina a Egipto. Potifar le dio
plena autoridad a José sobre su casa. Inscripciones egipcias mencionan la
función "mer per" o "imira per" — "amo de casa" o. "administrador
general". José estuvo en la cárcel, no como reo, sino como detenido. Según
nuestros conocimientos, en Egipto no había reclusión.
Un caso semejante como el deseo de
seducción de José por la mujer de Potifar (Gen. 39.
6-19) es conocido en el papiro D'Orbi-ney como la
historia de "dos hermanos". Estas historias se
repetirán más tarde en la literatura griega (Bellerofón
e Hipólitos).
José se salvó de la prisión por haber sabido
interpretar los sueños del faraón (Gen. 41).
Interpretar sueños tiene una larga tradición en
Egipto. El texto más antiguo es el papiro de Chester
Beatty, probablemente de la época de Ramses II, que
es la copia de un texto anterior. Hay textos también
de los siglos posteriores. Hay un famoso libro griego de los sueños, el
Oneirokritikon de Artemidoros, que ha absorbido elementos egipcios. Los
egipcios prestaron mucha atención a los sueños y creían en su realización.
Después de haber soñado, suplicaban a los dioses para que los sueños se
cumplieran o no se cumplieran.
El motivo de las siete vacas (Gen. 41) es interesante para los
egiptólogos, porque en la escritura jeroglífica había un signo de vaca que
significaba "año", y el nuevo año se simbolizaba con esta señal.
La Biblia menciona que José tenía una copa de plata para adivinar
(Gen. 44.5). Este método era conocido en Egipto y mencionado en algunos
papiros. El adivinador o un médium escogido para este fin tenía que mirar
en un vaso lleno de agua. El brillo de la superficie provocaba un estado
hipnótico durante el cual se le presentaban los dioses y le contestaban sus
preguntas. En Mesopotamia, se ponía una gota de aceite en el agua y de
ésta adivinaban los "videntes".
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Se menciona también en la Biblia el proceso de embalsamado con


referencia a Jacob y a José; éste murió de 115 años, que era para los
egipcios el más anhelado límite de la vida humana.
Hay una inscripción mural en una tumba que menciona los siete
años de hambre acaecidos probablemente en el siglo XXVII a.C., a
consecuencia de una sequía, pero según los egiptólogos el texto fue escrito
sólo en el siglo II a.C. y la fecha del acontecimiento, tampoco es anterior.
En este caso, es probable que los sacerdotes egipcios de Elefantina hayan
elaborado un motivo bíblico. En Elefantina había una colonia judía durante
el reinado persa, su sinagoga fue destruida en el siglo V a.C. y más tarde
reconstruida. Además, los sacerdotes egipcios, en el segundo siglo a.C., ya
podían conocer la versión de los Setenta y tenerla como fuente para su
narración.
Algunos investigadores encuentran similitud entre el Himno de
Eknaton para el Sol y el Salmo 104 (según la versión de los Setenta es el
Salmo 103), así como también entre los Proverbios y los versos didácticos
de Amenemope. No se puede saber quién aprendió de quién. Es muy
probable que ambos hayan tomado el tema de la misma fuente, más
antigua, aparentemente hebrea. Basándose en las investigaciones
paleontológicas, se supone que el Rey Salomón (autor tradicional de los
Proverbios) y Amenemope eran contemporáneos. Otros dicen que la obra
egipcia es la más antigua.
La influencia de Amenemope se ve también en el Nuevo Tes-
tamento. Los versículos 4 y 5 del Cáp. 3 de la Epístola de Santiago (Jacobo)
presenta el mismo pensamiento que el de Amenemope cuando dice: La
lengua del hombre es la barra del timón, pero el Señor del Universo es el
timonel (20.5).
Hay otros elementos egipcios en el
Nuevo Testamento, como el nacimiento
de un dios. En el templo funerario de la
reina Hatchepsut (siglo XV a.C.) y en el
templo de Amenhotep III en Luxor (siglo
XIV a.C.), encontramos una narración
ilustrada por pinturas de cómo quedaron
encintas las madres de estas dos personas
por la intervención del mismo Amón. Algo
semejante se presentó en el tiempo de
Cleopatra Vil, con respecto al nacimiento
de Ptolomeo Kaisarion, de la relación de César y Cleopatra.
La historia del rico y del pobre Lázaro (Lucas 16. 19-31) se parece
mucho a la de Setmay Siusire, por su contenido ético y social. El sacerdote
Setna y su hijo Siusire ven dos funerales. En el primero una gran multitud
acompaña el funeral del hijo de un rico y luego llevan al cementerio a un
pobre y nadie lo acompaña. Ante lo visto, Setna expresa el anhelo de tener
la misma suerte que el rico. Su hijo lo previene de suerte semejante y lo
lleva consigo al infierno, donde el padre verá que los ricos sufren y los
pobres están glorificados. Setna ve un hombre vestido con una túnica
adornada, cerca del trono de Osiris en un lugar predilecto y cree que éste es
el rico, pero su hijo le demuestra que es el pobre. Es muy probable que esta
obra noble de la literatura moralista de Egipto llegaron por intermedio de la
literatura rabínica al conocimiento del Apóstol Lucas.
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También en el Apocalipsis hay influencia egipcia, como por ejemplo,


cuando el Cordero abre el libro sellado (Cáp. 5 y 8). La religión egipcia
atribuía capacidad adivinatoria al cordero. El historiador egipcio Manetón
menciona un cordero que adivinaba el futuro del país en la época del rey
Bochoris. Esta historia era conocida en la época romana y probablemente
así llegó al Apóstol Juan.
En el Apocalipsis figura el concepto de la "muerte segunda" (2.11 y
20.14). A los ojos de los egipcios se consideraba como el mayor peligro la
muerte segunda en el infierno, porque eso significaba la aniquilación total y
definitiva. En el Libro de los Muertos es un tema importante: el fallecido
podía esperar la liberación de este castigo si conocía los capítulos 44, 175 y
176.

En cuanto al símbolo "corona de flores u hojas", en la Segunda Carta de


Pablo a Timoteo figura la "corona de la justicia", mientras que en el Libro de
los Muertos (Cáp. 19), figura la "corona de la justificación". Una costumbre
muy divulgada en Egipto era colocar una corona a la momia.
Sin duda alguna, la religión egipcia influyó en el desarrollo del
gnosticismo, especialmente en la creencia de "otro mundo" y también en la
mitología, como se ve en los papiros de la Biblioteca Nag-Hammad,
descubiertos en los años 1945-1946, escritos en el idioma copto.
Resumiendo este capítulo, podemos decir que el Antiguo Testamento
contiene muchos elementos egipcios. Pero tenemos que acentuar que la
influencia egipcia sobre el Antiguo Testamento es mucho menor que la de
Mesopotamia y para el Nuevo Testamento la influencia griega es mucho
mayor. Sin embargo, para investigar con profundidad la influencia histórico-
cultural de la Biblia, es imprescindible el conocimiento del fondo egipcio.

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