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:
León. B. (2014). "La televisión: un medio de información y entretenimiento en la
encrucijada digital". El León, B. (ed.) Detrás de las cámaras. Un manual para
profesionales de la televisión. Salamanca: Comunicación Social, pp. 13-22.
1.
La televisión: un medio de información y
entretenimiento en la encrucijada digital

Bienvenido León
Universidad de Navarra

La televisión ha alcanzado tan enorme implantación en todo el mundo, que


podemos considerarla como el medio más universal. Son pocos los hogares que
no disponen, al menos de un televisor; incluso aquellos de renta más baja. En
los países ricos, como Estados Unidos, los estudios indican que la televisión
sigue siendo el medio de mayor implantación, a pesar de la gran competencia
que suponen los llamados «nuevos medios». En este país, casi todos los hogares
tienen al menos un televisor y casi la mitad disponen de cuatro o más recepto-
res, mientras que sólo el 16% utiliza dispositivos modernos, como las tabletas
(Nielsen, 2013).
En muchos países, ver la televisión se ha convertido en la actividad de ocio a la
que dedicamos más tiempo. Las encuestas señalan que el consumo medio se sitúa
entre tres y cuatro horas por persona y día (Nation Master, 2013). En los países
donde más se ve la televisión, como Estados Unidos, el tiempo que el ciudadano
medio pasa frente al televisor es de casi 4 horas y 50 minutos por día, muy por
delante del dedicado a internet y al resto de los medios (Nielsen, 2013).
Estos datos ponen de manifiesto que estamos ante un medio de comunicación
que ha adquirido una gran importancia en la vida cotidiana de muchas personas.
Pero, ¿dónde reside su fuerza?, ¿a qué debe su éxito?

1.1. El poder de la televisión

El éxito de la televisión no puede explicarse atendiendo únicamente a una


sola de sus capacidades, ya que son varias las fortalezas que lo hacen posible. En
primer lugar, cabe considerar que la base de su implantación universal y sus altos
índices de consumo son posibles gracias a la extrema simplicidad de su manejo.
Ver la televisión no requiere ningún esfuerzo, ya que sus contenidos llegan direc-
tamente hasta nuestros hogares y su manejo es tan sencillo como pulsar el botón
de un mando a distancia.
En la base de su éxito también cabe situar el gran poder de atracción de las imá-
genes, que llegan con extrema facilidad y poder hasta nuestra retina. Acceder a
una representación del mundo basada en las imágenes se ha convertido ya en una

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actividad rutinaria para la mayoría de las personas. Sin embargo, su familiaridad


no ensombrece su enorme potencia comunicativa.
La televisión es una gran ventana abierta al mundo, que para muchas personas
se convierte en uno de sus principales vínculos con la realidad, hasta el punto
de que consideran que el mundo no sería el mismo sin ella. Estamos ante una
máquina de enorme potencia para transportar imágenes en el tiempo y el espacio;
sin duda, otra de sus mayores fortalezas. A través del televisor, podemos acceder
a una representación más que aceptable de un hecho que está ocurriendo en el
rincón más remoto del mundo, del mismo modo que podemos ver y escuchar
hechos y acciones que ocurrieron en el pasado.
Además, la televisión destaca por su gran capacidad para entretener al público.
Aunque, como veremos en el próximo epígrafe, no es ésta su única función, el
entretenimiento ha ido ganando peso en las parrillas de programación de las
televisiones, penetrando y dominando casi todos sus resquicios, hasta conver-
tirse en el motivo fundamental por el que nos situamos frente a la pantalla del
televisor.
A pesar de sus grandes fortalezas, la televisión también tiene algunas limitacio-
nes. Una de las más evidentes es que ofrece una representación de la realidad que
no siempre resulta rigurosa. Por su propia naturaleza, esta representación se basa
en captar y transmitir fragmentos, retazos, del mundo, que suelen ser presentados
de manera inconexa y deslavazada. Se trata de una imagen basada en la selección
y la fragmentación, que muchas veces construye una realidad «maquillada», cuan-
do no deformada.
Por otra parte, estamos ante un medio poco eficaz, cuando se trata de transmitir
grandes cantidades de información. La cantidad de información que se ofrece en
un informativo de televisión es muy inferior a la que aparece en un periódico.
Un hipotético informativo que transmitiera toda la información de un periódico,
duraría varias horas, lo cual no sería adecuado para un medio basado en la instan-
taneidad y en la facilidad de asimilación de los contenidos que transmite. Por eso,
los enunciados eficaces para la televisión son aquellos que seleccionan muy bien
la información que incluyen y se centran únicamente en unas pocas ideas. Por el
contrario, cuando se intentan incluir demasiados datos o hechos, el resultado es
confuso y difícil de asimilar por el espectador.
La televisión es un medio diseñado para atraer simultáneamente a grandes au-
diencias. Por eso los programas suelen abordar asuntos capaces de interesar a mi-
les o incluso millones de personas. Y, por la misma razón, los contenidos han de
resultar inteligibles y asequibles para la mayoría de la población. Esta limitación
ha sido paliada, en buena medida, con la creación de canales dirigidos a audien-
cias más segmentadas, tales como los temáticos o las emisiones para públicos más
restringidos, ya sea a través de las ondas hertzianas o de internet.
A pesar de sus limitaciones, la televisión consigue crear y transmitir contenidos
que interesan al público. Con el paso del tiempo, se ha ido desarrollando una
serie de técnicas de muy distinta naturaleza, cuyo objetivo es captar y mantener
la atención del espectador. Se trata de un conjunto de formas y modos de produc-
ción que permiten que la representación televisiva resulte eficaz.

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Captar la atención del espectador supone poner ante sus ojos una represen-
tación atractiva y, a ser posible, impactante y sorprendente; lo cual no resulta
sencillo, dada la gran cultura audiovisual del espectador medio. De ahí que la
televisión esté siempre ávida de nuevas ideas, nuevas historias, nuevos formatos.
Por su propia naturaleza, las emisiones son fugaces, pasan ante los ojos del
público con gran celeridad. Por eso, en torno a ella se ha creado una poderosa
industria de producción, capaz de suministrar contenidos a un «monstruo» que
devora programas a un ritmo trepidante.
Una vez captado el interés del espectador, cada uno de los programas se sitúa
en un entorno de enorme competencia, en el que el espectador tiene el poder de
decidir con qué canal se queda en cada momento. Y para mantener la atención,
la industria televisiva ha desarrollado una serie de técnicas, relacionadas con la
organización de las ideas (guión) y la puesta en imágenes (realización), que lo
hacen posible.
De alguna forma, los programas intentan «llevar al espectador de la mano»,
para asegurar que se mantenga fiel al contenido. Para conseguirlo, los programas
tratan de presentar enunciados que puedan interesar al público; es decir, conte-
nidos con los que el público pueda implicarse. Y, en este proceso de implicación,
juegan un papel muy destacado los sentimientos, dado que la maquinaria televisi-
va no está diseñada para transmitir información de manera aséptica o neutra, sino
para tratar de llegar hasta la esfera afectiva de los espectadores; es decir, despertar
emociones.
Para conseguir este objetivo, habitualmente se pone en marcha una serie de
técnicas, es decir, un conjunto de usos y modos de trabajo que los profesionales
del medio suelen emplear. No son, en modo alguno, reglas o fórmulas inamo-
vibles sino, más bien, prácticas habituales que pueden servir como principios
orientadores para que el trabajo resulte eficaz. Estas formas de trabajo pueden dar
pie a otras que, en determinadas circunstancias, logren una eficacia semejante o
incluso superior. Para ello es necesario que los profesionales planteen su trabajo
con la suficiente dosis de creatividad, evitando la interpretación mecánica de estas
técnicas.
Aunque ver la televisión es una actividad de extrema sencillez, la producción de
algunos programas puede revestir una notable complejidad. Es necesario que in-
tervenga un equipo de profesionales especializados en cada una de las disciplinas
implicadas, y ese trabajo ha de estar bien coordinado y dirigido con un objetivo
común.
El espectador medio no suele ser capaz de identificar cuáles son las técnicas que
se han empleado para producir un programa. Sin embargo, cuando el resultado
no es eficaz, sí puede sentirse defraudado. Por ejemplo, un guión mal desarrollado
o una iluminación inadecuada pueden provocar tedio o incluso rechazo.
Los programas de televisión adoptan formas, estilos y formatos diversos, a los
que deben adaptarse los procesos y técnicas de producción. Por ejemplo, no ten-
dría sentido producir una noticia para un informativo con el mismo equipo téc-
nico y humano utilizado en una serie de ficción. Además, los modos de trabajo
y las formas de organizar la producción varían de unas cadenas a otras y de unos

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países a otros. Sin embargo, algunos principios básicos son compartidos por la
mayor parte la industria televisiva.
La producción de un programa de televisión requiere utilizar distintas herra-
mientas tecnológicas —cámaras, micrófonos, equipos de postproducción, etc.-,
que varían según la complejidad y el tipo de producción que se lleva a cabo. Un
profesional sin experiencia puede sentirse desbordado por el uso de estas herra-
mientas, hasta el punto de convertir su utilización en el objetivo primordial de
su trabajo. Sin embargo, no conviene olvidar que la tecnología no es más que
una herramienta —aunque a veces pueda ser compleja—, cuya utilización debe
supeditarse al objetivo final del programa. Por ejemplo, en la postproducción
no tendría sentido hacer un alarde de efectos digitales, simplemente porque la
herramienta lo permite, sin tener en cuenta el estilo y el contenido del programa.
Por otra parte, muchas de las herramientas tecnológicas utilizadas en la produc-
ción son cada vez más asequibles y sencillas de manejar. En las últimas décadas
hemos asistido a un proceso de democratización de la tecnología, que hace que
hoy sea posible contar con herramientas —cámaras, equipos de postproducción,
micrófonos, material de iluminación, etc.—, cuyo manejo no reviste gran difi-
cultad.

1.2. Funciones de la televisión

Decir que la televisión sirve para «informar, educar y entretener» es hoy un


lugar común. Esta formulación se atribuye al fundador de la BBC, John Reith,
quien señaló estas tres funciones como principios orientadores de la propia ra-
diodifusión pública británica, a finales de los años veinte del siglo pasado. Pos-
teriormente, estas tres funciones fueron asumidas por las televisiones públicas
europeas de otros países, hasta el punto de servir de objetivo de su actividad. En
la formulación de Lord Reith, el orden no fue casual, sino que venía a señalar
cuáles debían ser las prioridades para la radiodifusión pública: debía centrarse, en
primer lugar, en la información y dejar el entretenimiento como un cometido de
menor importancia (Holtz-Bacha y Norris, 2001).
Aproximadamente por los mismos años en que, siguiendo estos principios
orientadores, comenzaba a desarrollarse la televisión europea, en Norteamérica
también se creaban las primeras emisoras de televisión, aunque con objetivos dis-
tintos. En el continente americano, la televisión se ve fundamentalmente como
una nueva oportunidad de negocio, cuyo cometido fundamental es el entreteni-
miento. Por tanto, cabe afirmar que allí la televisión se crea fundamentalmente
para entretener, dejando en segundo término la información y la educación de
la audiencia.
En términos generales, este status quo permanece estable durante varias déca-
das. En la mayor parte de Europa las cadenas públicas mantienen la hegemonía,
cuando no el monopolio; mientras que en Norteamérica las televisiones privadas
dominan el mercado. Sin embargo, a principios de los ochenta, aparecen nuevas
vías de distribución de la señal televisiva, gracias a los satélites de comunicaciones

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y el cable, que hacen posible la multiplicación de los canales. Como consecuencia,


las cadenas se ven abocadas a una feroz lucha por la audiencia, en la que el entre-
tenimiento va cobrando más y más importancia, tanto en las televisiones públicas
como en las privadas que se van creando.
Diversos estudios indican que las competencia ha afectado negativamente a la
calidad de la programación (Blumler, 1992). Se argumenta que la competencia
ha llevado a los canales públicos a entrar en la lógica del mercado, adoptando mo-
delos de programación que, en principio, corresponderían a los canales comer-
ciales. Y esto, se dice, implica dejar de lado los objetivos de servicio público para
los que fueron creados, lo cual redunda en una merma de la calidad democrática
de la sociedad.
A partir de los años ochenta, los dos modelos —televisión pública y privada—
siguen conviviendo, aunque su dimensión y fortaleza varían notablemente de
unos países a otros. En general, siguen existiendo algunas diferencias entre las
programaciones de ambos modelos, aunque el entretenimiento va ganando terre-
no, tanto en las cadenas públicas como en las privadas.
Un estudio reciente, realizado en Europa, indica que más de la mitad de los
programas (50.5%) emitidos en horario de máxima audiencia, tiene por objetivo
fundamental el entretenimiento. En segundo lugar figuran los programas infor-
mativos (33.2%), seguidos por la categoría híbrida de programas de «infoentrete-
nimiento» (14.3%). Finalmente, el estudio concluye que los programas dirigidos
prioritariamente a educar a la audiencia son escasos (1.9%). El entretenimiento
tiene una mayor presencia en los canales privados (60.6%) que en los públi-
cos (42.1%), mientras que la información tiene más importancia en los públicos
(38.2%) que en los privados (27.2%) (León, 2007).
Además de «informar, educar y entretener» es innegable que la televisión, de
hecho, tiene también otros fines. En primer lugar —en el caso de la televisión
comercial— es un medio de venta de productos y servicios. Los anuncios y men-
sajes comerciales ocupan buena parte del tiempo de emisión, hasta el punto de
que hay quien considera que, en realidad, este medio de comunicación no hace
sino vender audiencia a los anunciantes.
Otra función destacada de la televisión es la difusión de ideas e ideologías; es
decir, lo que en términos generales cabe denominar como propaganda. Por ejem-
plo, los partidos políticos conceden gran importancia a las informaciones que
se emiten por televisión y, suelen contar con amplios equipos de comunicación
dedicados a tratar de que sus ideas y mensajes tengan una presencia adecuada en
este medio.

1.3. La era del «infoentretenimiento globalizado»

Como se ha mencionado en el epígrafe anterior, el entretenimiento ha ido


cobrando fuerza, frente a la información y la educación. Pues bien, como parte
de ese proceso, han ido surgiendo contenidos híbridos, de diferentes formas y
estilos, en los que se combinan la información y el entretenimiento. Ese conjun-

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to de contenidos han sido designados como infoentretenimiento, denominación


derivada del término inglés infotainment o entretenimiento basado en hechos
reales (factual entertainment). Tradicionalmente el objetivo de los programas que
utilizan la realidad como materia prima ha sido ayudar al espectador a entender
mejor el mundo. Por el contrario, en este nuevo tipo de programas, la realidad es
una materia prima para espacios cuyo objetivo es entretener al espectador.
El infoentretenimiento surge a comienzos de la década de los ochenta, como res-
puesta de los canales norteamericanos a un pronunciado descenso de audiencia.
Desde entonces, ha continuado su imparable expansión por todo el mundo, hasta
convertirse en un fenómeno de éxito global.
Desde comienzos de los ochenta, adquieren una notable importancia las po-
líticas neoliberales, que promueven la desregulación de la actividad económica.
En este contexto, la industria televisiva experimenta una notable transformación,
que hace posible que muchas empresas adopten planteamientos estrictamente
comerciales, dejando en segundo término otro tipo de consideraciones, como la
dimensión de servicio público.
Paralelamente ha ido cobrando una creciente importancia la globalización de
la actividad económica y cultural, que ha incidido de manera decisiva en la in-
dustria televisiva. En muchos casos, los canales de televisión y las empresas de
producción han pasado a depender de unos pocos y poderosos grupos multina-
cionales, cuya gestión está encaminada a la búsqueda del beneficio económico.
Algunos han lamentado estas transformaciones, por considerar que las grandes
corporaciones han acaparado la expresión pública, hasta un punto que resulta
nocivo para el bien común.
En cuanto a los contenidos, la globalización ha impulsado cierta homogenei-
zación, basada en la multidifusión de programas en distintos mercados (de ám-
bito internacional, nacional o local), y en la adaptación de formatos previamente
sometidos a prueba en otros países. En muchos casos, se trata de programas
producidos o inspirados en modelos norteamericanos, cuyo objetivo es entrete-
ner por encima de todo. Este «infoentretenimiento globalizado» (Thussu, 1999),
adopta distintos formatos, como talk shows, concursos o realities, y va ganado
audiencias día a día.
Esta peculiar combinación de información y entretenimiento ha llegado tam-
bién a los programas de propósito específicamente informativo, como los noti-
cieros; de manera que se da prioridad a las «noticias» de carácter espectacular y
entretenido, desplazando a contenidos sobre temas relevantes.
En un panorama televisivo donde el criterio supremo son los índices de au-
diencia, el entretenimiento se convierte en una baza fundamental, muchas veces a
costa de una merma en la calidad informativa. Los asuntos tratados se seleccionan,
en buena medida, pensando en el impacto o el interés inmediato que causarán en
la audiencia, sin valorar necesariamente la relevancia del asunto que se aborda. Y
a la vista de este tipo de contenidos, aumentan las críticas a la televisión, a la que
se acusa de superficialidad, simplismo, irrealidad y sensacionalismo.
Tal como señala Stephens (1997: 359), la información televisiva trata de cau-
tivarnos a base de una peculiar «mezcla de presentadores de programas deporti-

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vos de chanza, hombres del tiempo divirtiéndose ruidosamente, celebridades so-


breexpuestas, palizas, puñaladas, choques y madres en sollozos a las que se invita
a explicar ante un micrófono qué se siente al haberlo perdido todo».
También se critica que, en este nuevo paradigma televisivo, han ido proliferan-
do los programas sensacionalistas que tratan sobre crímenes, catástrofes, sexuali-
dad o vidas privadas de personajes famosos. El éxito de estos contenidos parece
haber influido también en los contenidos y enfoques de los informativos diarios,
que se van completando con «dosis generosas de periodismo tabloide» (Barkin,
2003: 8).
Tal como afirma Langer (1998: 1), las noticias de televisión han pasado a ser
una mercancía más, con la que comercia la industria del entretenimiento. Y para
lograr buenos resultados de audiencia, los productores recurren a contenidos su-
perficiales, cargados de sentimentalismo.
Hay quien considera incluso que la proliferación de estos contenidos ha cam-
biado el concepto mismo de noticia, de forma que en la selección tienen cada
vez más importancia los elementos dramáticos, morbosos y espectaculares. Así
mismo, se afirma que en los informativos hay cada vez menos asuntos serios (vg.
política o cultura) y más asuntos triviales, deportes, temas de interés humano y
hechos impactantes, como sucesos y catástrofes.
Pero la proliferación de estos contenidos no ha estado exenta de debate. Por una
parte, hay quienes consideran que los medios de comunicación en general y, la
televisión en particular, deberían estar al servicio de los ciudadanos y mantenerlos
informados sobre asuntos relevantes para sus vidas, facilitando así su conocimien-
to y ubicación en el mundo real. Sin embargo, este nuevo tipo de informaciones
sirve fundamentalmente a los intereses económicos de las cadenas, que tratan así
de lograr el máximo beneficio posible.
En esta línea, algunos críticos consideran que la información populista no hace
sino dinamitar la calidad del debate público, y que puede resultar nociva para
los ciudadanos. Por ejemplo, en países en vías de desarrollo, los medios pueden
legitimar posiciones abusivas de las corporaciones internacionales, que pueden
resultar dañinas para el interés común (Thussu, 2007).
Por el contrario, hay quien valora positivamente esta nueva «información po-
pular», por considerar que se trata de un contenido legítimo y que ha sido nece-
sario para asegurar la supervivencia de muchas cadenas. Se dice también que este
nuevo tipo de información responde a un proceso de democratización, que acerca
las noticias hasta el ciudadano medio, haciendo posible que la discusión de los
asuntos públicos se sitúe en un nivel más igualitario, ya que permite que determi-
nados segmentos de la población (como las capas sociales con menor instrucción)
se sientan interesadas por estos contenidos informativos.
El infoentretenimiento se basa en la utilización en los programas informativos
de estilos y formas propias de los espacios de entretenimiento, con un notable
énfasis en contenidos de gran atractivo popular, en los que se da prioridad al
espectáculo. Con frecuencia se toman prestados elementos visuales de la pu-
blicidad o de los videoclips musicales, con los que se construye un enunciado
basado en el impacto visual y en el predominio de la forma sobre el contenido.

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De esta manera, la información pasa a ser un espectáculo más, con imágenes


editadas a un ritmo rápido que impone un claro dominio de la sensación sobre
la reflexión.
Para construir este peculiar espectáculo, el infoentretenimiento suele recurrir a
fórmulas que mezclan elementos —tanto de contenido como de forma—, pro-
cedentes de distintos géneros. Paulatinamente se ha ido desdibujando la frontera
entre los contenidos informativos (que supuestamente representan el mundo real)
y los de ficción (que representan el mundo de lo posible). Esta frontera había
permanecido relativamente bien definida, con la excepción de algunos géneros
peculiares. Sin embargo, en el nuevo paradigma, a veces no resulta fácil adscribir
un programa al ámbito de la información o al de la ficción. Este es el caso, por
ejemplo, de algunos realities de estilo documental, en los que se presentan situa-
ciones personales supuestamente reales, pero cuyo anclaje en la realidad resulta
poco verosímil.
Las fronteras entre realidad y ficción se desdibujan también en los modos y
estructuras narrativas. A veces, las informaciones se articulan en torno a tramas
en las que se identifican sin dificultad los elementos nucleares de cualquier ficción,
como protagonista, antagonista, conflicto y resolución.
Este recurso narrativo puede resultar eficaz, ya que ofrece al espectador la
posibilidad de interpretar los hechos según un esquema de representación que
conoce bien. De esta forma, el espectador puede seguir sin dificultad lo que se
le cuenta, y mantener centrada su atención. Cuando el espectador se sitúa ante
una historia, resulta más fácil que se produzca una cierta implicación con lo que
se le está contando, que sirve de base para mantener su interés. Sin embargo, el
uso de estas técnicas pude contribuir a aumentar «la ambigüedad entre lo natural
y lo artificial, entre la realidad de la ficción y la ficción de la realidad» (García-
Noblejas, 1990: 54).

1.4. La televisión en la era digital

En las últimas décadas, la televisión ha experimentado cambios de gran calado,


como consecuencia de la implantación de la tecnología digital, primero en los
procesos de producción y después en las emisiones. La digitalización no es un
asunto puramente tecnológico, dado que no sólo supone una mejora de la cali-
dad técnica de la señal, sino que ofrece un conjunto novedoso de posibilidades,
mediante nuevos modos de relación entre las empresas y la audiencia. Entre ellas,
destacan la multiplicación del número de canales (aproximadamente cinco veces
más), así como los programas y servicios interactivos.
La implantación de la televisión digital representa el avance más significativo
desde que se inventó el medio. La emisión y producción digital transforman la
misma naturaleza de la televisión, otorgando una nueva dimensión a su capaci-
dad interactiva, a través de un proceso de convergencia de las tecnologías usadas
en televisión, informática y telecomunicaciones, que hace posible una amplia
gama de aplicaciones.

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B. León La televisión: un medio de información y entretenimiento...

La TV digital se considera de capital importancia para que el conjunto de la


población tenga acceso a la denominada «sociedad de la información», dado que
la televisión es el único medio de comunicación cuya implantación es práctica-
mente universal. A partir de esta consideración, no sorprende que los legisladores
de distintos países hayan tratado de apoyar su desarrollo.
Casi de forma simultánea a este proceso de digitalización, la televisión, al igual
que el resto de los medios, se ha visto sorprendida por la aparición de un nuevo
y revolucionario medio: internet. La red ha irrumpido con tal fuerza, que ha he-
cho que se tambaleen los cimientos de la televisión, al establecer reglas del juego
radicalmente distintas.
Desde que comenzó su expansión, a mediados de la década de 1990, internet
ha experimentado un crecimiento vertiginoso, que hecho saltar las alarmas de
la industria televisiva, ante esta inesperada competencia. En el nuevo ecosis-
tema comunicativo se establecen nuevos modos de acceder a la información
y nuevas formas de relación entre los productores de programas y las audien-
cias. Incluso cabe afirmar que el concepto tradicional de televisión —un flujo
continuo de programación al que el espectador se conecta—, ha dejado de ser
esencial, dado que ahora es el espectador quien decide qué quiere ver y cuándo
desea hacerlo.
Cabe considerar que el crecimiento de internet supone una amenaza para la
televisión convencional, ya que el universo —extenso pero limitado— de canales,
deja paso a una oferta casi infinita de imágenes en movimiento, que están dispo-
nibles a través de la red. Existe el temor de que los canales de televisión se vean
obligados a abandonar la posición hegemónica que desempeñan en el mercado,
ante una enorme multiplicación de la oferta que, sin duda, tendrá como conse-
cuencia una mayor fragmentación de las audiencias. Además, la televisión con-
vencional parece ir perdiendo fuerza frente a internet, como medio de consumo
de contenidos audiovisuales, especialmente entre el público joven.
Por el contrario, hay quien considera que internet puede ser un buen aliado de
la televisión. En realidad, la expansión de la red no ha supuesto un descenso del
consumo de televisión, que se ha mantenido estable e incluso ha crecido en los
últimos años. Además, internet ofrece un nuevo y poderoso medio de distribu-
ción para los contenidos televisivos, que ahora pueden ser ofertados a un público
global.
En cualquier caso, la televisión se está viendo obligada a adaptarse a los nue-
vos tiempos, ya que las circunstancias han cambiado radicalmente. Un medio
diseñado para ser visto en compañía de otras personas, en un lugar fijo y de
modo pasivo, debe ahora adaptarse a un consumo individual, móvil y partici-
pativo.

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