Albert Hirschman - Las Pasiones y Los Intereses

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ALBERT O.

HIRSCHMAN

LAS PASIONES

Y LOS INTERESES
Argumentos políticos en favor del capitalismo
antes de su triunfo

FONDO DE CULTURA ECONóMICA


MÉXICO
Primera edición en inglés, 1977
Primera edición en español, 1978

Traducción de
EouARDO L. Su}.REZ

Título original
The Passions and the Inte¡·ests:
Political Arguments for Capitalism
befare lts Triumph
© 1977, Princeton University Prcss
Princeton, New Jersey

D. R.© 1978, FoNDo DE CuLTURA EcoNÓMICA


Av. de la Universidad, 975; México 12, D. F.

ISBN 968-16.0172·6

Impreso en México
ÍNDICE GENERAL
Agradecimie1ttos . . 9
Introducción 11

P1'imera Parte

CÓMO SE RECURRIÓ A LOS INTERESES PARA


CONTRARRESTAR LAS PASIONES

La idea de la gloria y su declinación . 17


El hombre ''tal como realmente es" . 21
Represión y freno de las pasiones . 23
El principio de la pasión compensadora 28
"El interés"' y los "intereses" como domadores de las pasiones 38
Los intereses como nuevo paradigma . 49
Ventajas de un mundo gobernado por el interés : constancia y
posibilidad de previsión 55
La ganancia de dinero y el comercio como inocentes y doux 63
La ganancia de dinero como una pasión tranquila 70

Segunda Parte

CÓMO SE ESPERABA QUE LA EXPANSIÓN


ECONÓMICA MEJORARA EL ORDEN POLÍTICO

Elementos de una doctrina 78


l. .Montesquieu . .713
2. Sir James Steuatt 88
3. John Millar 94

Concepciones relacionadas pero discordantes 100


l. Los fisiócratas . 103
2. Adam Smith y el fin de una visión 106
145
Tercera Parte

REFLEXIONES SOBRE UN EPISODIO DE LA


HISTORIA INTELECTUAL

Dónde erró la visión de Montesquieu y Steuart 121


La promesa de un mundo gobernado por el interés frente a la
ética protestante
. 132
Notas contemporáneas 135

ÍNDICE ANALÍTICO . 139


Et il est heureux pour les hommes d'ecre dans
une situation ou, pendant que leurs passions leur
inspirent la pensée d'etre méchants, ils ont pour­
tant intéret de ne pas 1'etre.
MONTESQUIEU: El espíritu de las leyes
AGRADECIMIENTOS

EscRIBÍ un primer borrador de este libro en 1 972-1973, mien­


tras me encontraba como miembro visitante en el Instituto de
Estudios Avanzados, aprovechando un descanso sabático de la
Universidad de Harvard. En el curso del año siguiente, cuando
hube de hacer a un lado el manuscrito, fui invitado a unirme
al Instituto en forma permanente y acepté. En 1974-1975 vol­
ví a escribir una porción considerable y añadí otras secciones.
En 197 5-197 6 sólo hice pequeñas adiciones. Estoy bien cons­
ciente de que mi argumento podría expandirse considerable­
mente, reforzarse, precisarse, modificarse y adornarse, pero
para marzo de este año sentí que había llegado a un grado to­
lerable de refinamiento y estaba ansioso por exponer mi crea­
ción al público, con todos sus errores. Recuerdo un ministro
de finanzas de Colombia, de los años cincuenta, que se mos­
traba bastante impulsivo por la promulgación de decretos y me
explicó, cuando le aconsejé prudencia, que no contaba con los
fondos necesarios para emplear un gran equipo de investiga­
ción : "Si este decreto afecta realmente a algunos grupos -aña­
día entonces-, ellos harán la investigación una vez promul­
gado el decreto, y si me convencen promulgaré otro decreto."
Con este espíritu publico mi libro, excepto que no puedo pro­
meter a ningún agraviado, o a los críticos, que escribiré otro
si me convencen; pero dudo que me lo pidan.
A propósito de críticos potenciales, debo una disculpa espe­
cial a J. G. A. Pocock, cuyo libro The Machiavellian Moment
( Princeton University Press, 1 975 ). trata repetidamente algu­
nos temas muy relacionados con los míos. Me he beneficiado
mucho con varios artículos del profesor Pocock que más tar­
de se incluyeron en su- volumen monumental, pero los ar­
gumentos principales de mi libro ya habían tomado forma
antes de que yo tuviese oportunidad de leer los suyos. Por esta
9
razón, mi tratamiento no refleja un paralelo con su punto de
vista tan pleno como sería de desearse.
Varias personas, ninguna de las cuales es responsable del
producto final, me han ayudado con consejos o estímulos. El
intercambio de ideas e información entre científicos sociales
e historiadores del Instituto ha sido sumamente útil. Me he
beneficiado en particular con las conversaciones sostenidas en
1972-1973 con David Bien y Pierre Bourdieu, y en 1974-
197 5 con Quentin Skinner y Donald Winch. Las reacciones
de Judith Shklar y Michael Walzer ante mi primer borra­
dor de 1973 resultaron de gran importancia para mí. Judith
Tendler criticó este borrador detalladamente con su talento
acostumbrado. Por último, Sanford Thatcher, de la Princeton
University Press, compaginó y procesó el manuscrito con no­
table competencia, rapidez y buena voluntad.

Princeton, Nueva jersey,


mayo de 1976
INTRODUCCIÓN

EsTE ensayo debe su origen a la incapacidad de la ciencia so­


cial contemporánea para arrojar luz sobre las consecuencias
políticas del crecimiento económico y, quizá en mayor medida
aún, a las correlaciones políticas del crecimiento económico
tan frecuentemente desastrosas, independientemente de que tal
crecimiento ocurra bajo auspicios capitalistas, socialistas, o mix­
tos. Sospeché que el razonamiento acerca de tales conexiones
debe de haber sido muy abundante en una época anterior
de la expansión económica, específicame.ilte durante los si­
glos XVII y XVIII. En virtud de que no existían aún las "disci­
-
plinas" de la economía y la ciencia política, no había fron­
teras interdisciplinarias por cruzar. En consecuencia, filósofos
y economistas políticos podían moverse libremente y especu­
lar sin inhibiciones acerca de las consecuencias probables
de la expansión comercial para la paz, por ejemplo, o del
crecimiento industrial para la libertad. Parecía conveniente
examinar en retrospectiva sus pensamientos y especulaciones,
aunque sólo fuese a causa de nuestra propia pobreza intelec­
tual en este campo, inducida por la especialización.
Tal fue la motivación original del presente ensayo, la idea
que me impulsó a introducirme al edificio del pensamiento
social de los siglos XVII y XVIII. Dada la naturaleza rica y
compleja de este edificio, no resulta sorprendente que haya
salido de él con algo más amplio y aun más ambicioso
que mi búsqueda inicial. En realidad, las mismas respuestas
a los interrogantes que me sirvieron de punto de partida gene­
raron, como un subproducto intrigante, un enfoque nuevo a
la interpretación del "espíritu" del capitalismo y de su surgi­
miento. Quizá convenga hacer aquí un bosquejo de este enfo­
que, reservando una presentación más completa para la última
parte de este estudio.
11
Una bibliografía abundante ha contrastado el ideal aristocrá­
tico, heroico, de la Edad Feudal y el Renacimiento, con la men­
talidad burguesa y la ética protestante de una época posterior.
La declinación de una ética y el surgimiento de otra han sido
exploradas completamente y han sido presentados precisa­
mente como tales: como dos procesos históricos distintos, cada
uno de los cuales tuvo como protagonista una clase social dis­
tinta, la aristocracia declinante por una parte y la burguesía
ascendente por la otra. Por supuesto, los historiadores han en­
contrado atractiva la presentación de la historia como un due­
lo donde un joven retador derrota id campeón envejecido. Pero
esta concepción ha atraído en igual medida, si no es que más,
a quienes buscan el conocimiento científico de la sociedad y
sus llamadas leyes de movimiento. Los análisis de Marx y de
Weber disienten en cuanto a la importancia relativa de los fac­
tores económicos y no económicos, pero ambos contemplan el
surgimiento del capitalismo y de su "espíritu" como un ataque
a los sistemas de ideas y de relaciones socioeconómicas pre­
existentes.
Recientemente un grupo de historiadores puso en duda el
carácter de clase de la Revolución Francesa. Al ocuparme aquí
de la historia de las ideas, no aspiro a ser tan iconoclasta; sin
embargo, con un espíritu similar presentaré algunas pruebas
de que lo nuevo surgió de lo antiguo en mayor medida de lo
que generalmente se cree. Por supuesto, la presentación de un
cambio ideológico o una transición prolongada como un pro­
ceso endógeno es algo más complejo que su presentación como
el surgimiento de una ideología concebida independientemen­
te, en insurgencia, frente a la declinación de una ética hasta
entonces dominante. Una presentación de esta clase implica
la identificación de una secuencia de ideas y proposiciones con­
catenadas cuyo resultado final se oculta necesariamente a los de­
fensores de los eslabones individuales, por lo menos en las
primeras etapas del proceso; porque tales defensores se habrían
estremecido -y habrían revisado su pensamiento- si hubie-
sen advertido a dónde conducían en última instancia sus
ideas.
En la reconstrucción de tal secuencia de ideas eslabonadas
debemos recurrir de ordinario a pruebas obtenidas en muchas
fuentes y sólo podemos prestar escasa atención a los sistemas
de pensamiento donde se incrustan tales pruebas. Éste es en
efecto el procedimiento seguido en la primera parte de este
ensayo. En la segunda parte, el enfoque se estrecha para con­
centrarse en los puntos altos de la secuencia. Los autores que
han desarrollado a plenitud estos puntos, como Montesquieu
y Sir James Steuart, son examinados más extensamente, y
hacemos un esfuerzo por entender cómo se relacionan las
proposiciones específicas subrayadas para los fines de nuestra
historia con su sistema general de pensamiento. En la tercera
parte del ensayo comentamos la importancia histórica del episo­
dio intelectual aquí presentado y su aplicación a algunos de
nuestros problemas contemporáneos.
PRIMERA PARTE

CÓMO SE RECURRIÓ A LOS INTERESES


PARA CONTRARRESTAR LAS PASIONES
LA IDEA DE LA GLORIA Y SU DECLINACIÓN

AL PRINCIPIO de la sección principal de su famoso ensayo,


Max Weber se preguntaba : "Ahora bien, ¿cómo pudo una
actividad, que en el mejor de los casos era éticamente tole­
rada, convertirse en una vocación en el sentido utilizado por
Benjamín Franklin?" 1 En otras palabras, ¿cómo se volvieron
honorables las actividades comerciales, bancarias, y otras simi­
lares para obtener dinero, en algún momento de la época
moderna tras haber sido condenadas o despreciadas como am­
bición, amor por el lucro, y avaricia durante los siglos an­
teriores?
La enorme bibliografía crítica sobre The Protestant Ethic le
ha encontrado defectos aun a este punto de partida de la in­
vestigación de Weber. Se ha alegado que el "espíritu del ca­
pitalismo" existía entre los comerciantes de los siglos xrv y
xv, y una actitud positiva hacia ciertas categorías de activi­
dades comerciales podría descubrirse en los escritos de los es­
colásticos.2
Sin embargo, el interrogante de Weber se justifica si se
plantea en un tono de comparación. Por grande que fuese la
aprobación otorgada al comercio y otras formas de la obten­
ción de dinero, sin duda se encontraban en la escala medieval
de valores por debajo de varias otras actividades, en particu­
lar de la búsqueda de la gloria. En efecto, mediante un breve
bosquejo de la idea de la gloria prevaleciente en la Edad Media
y el Renacimiento trataré ahora de revivir el sentimiento de
asombro acerca de la génesis del "espíritu del capitalismo".
1 The Protestant Ethic and the Spirit of C.zpitalism, traducción al inglés de
Talcott Parsons (Nueva York: Scribner's, 1 9 5 8), p. 74.
2 Véase a Werner Sombarr, Der BoMgeois (Munich: Duncker and Humblot,
19 1 3 ) ; Joseph A. Schumpeter Historia del análisis económico, México, FCE, 1 9 7 1
p. 1 0 1; y Raymond de Roover, "The Scholastic Attitude Toward Trade a n d En­
trepreneurship", reproducido ahora en de Roover, Búsiness, Banking and Eco­
rwmic Thought, ed. Julius Kirshner (Chicago: Universiry of Chicago Press, 1 974 ) ;
véase también el ensayo introduaorio d e Kirshner, pp. 16- 1 8.
17
A prinop10s de la era cnsttana, San Agustín; había aportado
directrices básicas al pensamiento medieval demmciando el de­
seo de dinero y posesiones como uno de los tres pecados prir1·
cipales del Hombre Caído; .el deseo de poder (libido domi­
nandi) y el deseo sexual eran los otros dos.a En éonjunto, San
;
Agustín condena por igual estos tres impui os o pasiones del
hombre. Si admite circunstancias atenuantes para alguno de
ellos se tratará de la libido dominandi combinada con un
fuerte deseo de alabanza y gloria. Así, habla San Agustín
de la "virtud civil" característica de los primeros romanos
"quienes han demostrado un amor babilónico por su patria
terrenal", y quienes estaban "suprimiendo el deseo de riqueza
y muchos otros vicios por su vicio único, el amor a la ala­
banza".4
Para el argumento posterior de este ensayo resulta de consi­
derable interés el hecho de que San Agustín conciba aquí la po:
sibilidad de que un vicio frene a otro. . En todo caso, su apoyo
limitado a la búsqueda de gloria dejaba una abertura que se en­
sanchó mucho más allá de sus enseñanzas por obra de los vo­
ceros del ideal caballeresco, aristocrático, que convirtieron la
búsqueda de honor y gloria en la columna vertebral de la vir­
tud y grandeza de un hombre. Lo que San Agustín había ex­
presado con gran cautela y resistencia, se proclamó después en
son de triunfo: el amor a la gloria, en contraste con la bús­
queda puramente privada de la riqueza, puede tener "un valor
social redentor". En efecto, la idea de una "mano invisible"
-una fuerza gracias a la cual los hombres que actúan de acuer­
do con sus pasiones privadas conspiran sin saberlo hacia el
bien público- se formuló en conexión con la búsqueda de glo­
ria, no con el deseo del dinero, por parte de Montesquieu. La
búsqueda del honor en una monarquía, dice Montesquieu,
"lleva la vida a todas las partes del cuerpo político"; en con-

3 Véase a Herbert A. D eane, The Political and Social Ideas of St. Augusthte
( Nueva York: Columbia Universiry Press, 1963 ) , pp. 44-56 .
• lbid., pp. 52 y 268.
secuencia, "resulta que cada quien contribuye al bienestar ge­
neral mientras piensa que trabaja para sus propios intereses".5
Con tal justificación complicada o sin ella, la ética caballe­
resca medieval exaltó la búsqueda del honor y la gloria aunque
se opusiese a las enseñanzas fundamentales, no sólo de San
Agustín, sino también de una larga sucesión de escritores re­
ligiosos, desde Santo Tomás de Aquino hasta Dante, quienes
atacaron la búsqueda de la gloria como algo vano (inanis) y
pecaminoso.6 Luego, durante el Renacimiento, la búsqueda del
honor alcanzó la posición de una ideología dominante a medi­
da que declinaba la influencia de la Iglesia, y los defensores del
ideal aristocrático pudieron recurrir a los abundantes textos
griegos y romanos que celebran la búsqueda de la gloria.7 Esta
poderosa corriente intelectual pasó al siglo XVII: es posible
que la concepción más pura de la búsqueda de la gloria como
la única justificación de la vida se encuentre en las tragedias de
Pierre Corneille. Al mismo tiempo, las formulaciones de Cor­
neille eran tan extremosas que pueden haber contribuido a la
dramática caída del ideal aristocrático que había de ser repre­
sentada en la escena por algunos de sus contemporáneos.8
Los escritores de varios países de Europa Occidental coope­
raron a esta "demolición del héroe";9 los franceses -Francia
era quizá el país que había llegado más lejos en el culto del
ideal heroico- desempeñaron el papel principal. Se demostró

• Esprit des lois, Libro III, Capítulo VII. Todas las traducciones son m ías, a
menos que se indique lo contrario.
• El conflicto ex istente e ntre estas dos tradiciones intelectu ales aparece docu­
me ntado en María Rosa Lida de Malkiel, La idea de la fama en la Edad Media
Cas:eUana ( Méx ico : Fondo de Cultura Económica, 1952 ) . Véase también la tra­
ducció n francesa de esta ob ra, que lleva el título más adecuado de L' idée de la
gloire dans la tradition occidentale ( París: Kl incksieck, 1 968 ) .
" !bid., Capítulos 1 y 2 . La continuidad de la ética caballere sca me dieval con
e l ideal aristocrático del Renaci mie ntO es subrayada también por Paul Bénichou,
Morales du gra·nd siecle (París: Gallim ard, Collection Idées, 1 948 ) , pp. 20-23 y,
e n una polémica con Buckhardt, por Johan Huizinga, The Waning of tbe Middte
Ages ( Nueva York: D oubleday, 1 9 4 5 ) , pp. 40, 69 y sigs.
• Bénichou, ibid., pp. 1 5 - 7 9 . En lo rel ativo a la te sis de que todos los héroes
de Corneille y sus proyectos te rminan en fracasos, véase a Se rge Doub rovsky,
Comeille et la dialectique du héros (Parí s: G all imard, 1 963 ) .
• f:sta es la frase vigorosa empleada por Bénichou e n Morales, pp. 1 5 5 - 1 80.
que todas las virtudes heroicas eran formas de la mera autocon­
servación ( Hobbes ) , del amor a sí mismo ( La Rochefoucauld ) ,
de la vanidad y el escape frenético del verdadero conocimien­
to de sí mismo ( Pascal) . Racine presentó como despreciables
las pasiones heroicas, después de que Cervantes las había de­
nunciado como tontas, si no es que demenciales.
Esta transformación asombrosa de la escena moral e ideológi­
ca aparece de pronto, y sus razones históricas y psicológicas no
han sido bien entendidas todavía. Lo que más nos interesa aquí
es el hecho de que los responsables de la demolición no de­
gradaron Jos valores tradicionales para proponer un nuevo códi­
go moral que pudiese corresponder a los intereses o las nece­
sidades de una nueva clase. En ningún momento se asoció la
denuncia del ideal heroico con la defensa de una nueva ética
burguesa. Esto aparece obvio en Pascal y La Rochefoucauld,
pero también vale para Hobbes, a pesar de algunas interpre­
taciones en contrario.10 Durante largo tiempo se creyó que los
dramas de Moliere tenían como mensaje la alabanza de las vir­
tudes burguesas, pero se ha demostrado que esta interpretación
no es correcta.1 1
Así pues, por sí misma la demolición del ideal heroico sólo
habría podido restaurar la igualdad de la ignominia que San
Agustín había querido otorgar al amor por el dinero y a la
búsqueda del poder y la gloria (para no mencionar la ambi­
ción propiamente dicha) . Por supuesto, el hecho es que menos
de un sigl{) más tarde llegó a alabarse ampliamente el impulso
adquisitivo y· las actividades con él conectadas, tales como el
comercio, la banca, y finalmente la industria, por diversas ra­
zones. Pero este cambio tan extraordinario no derivó de nin­
guna victoria simple de una ideología bien pertrechada sobre
otra. La historia real es mucho más compleja y enredada.

10 Véase la demostración convincente, ofrecida en una polémica con C. B.

Maspherson, de Keith Thomas en "Social Origins of Hobbes's Political Thoughf',


�n K. C. Brown, comp., Hobbes Studies ( Oxford: Blackwell, 1 9 65) .
11 Bénichou, Morales, pp. 262-267, 285 -299.
EL HOMBRE "TAL COMO REALMENTE ES"

EL INICIO de esta historia se encuentra en el Renacimiento, pe­


ro no por el desarrollo de una ética nueva, es decir de nuevas
reglas de conducta para el individuo. Más bien lo imputaremos
aquí a un nuevo viraje de la teoría del Estado, al intento de
mejorar el funcionamiento del Estado dentro del orden existen­
te. Por supuesto, la insistencia sobre este punto de partida pro­
viene de la tendencia endógena de la historia que me pro­
pongo contar.
Al tratar de enseñar al príncipe cómo alcanzar, mantener y
expandir el poder, .Maquiavelo estableció su distinción funda­
mental y famosa entre "la verdad efectiva de las cosas" y las
"repúblicas y monarquías imaginarias que nunca han existido
ni existirán".12 La implicación era que los filósofos morales y
políticos habían hablado hasta entonces sólo de lo imaginario
y no habían proveído orientaciones para el mundo real donde
el príncipe debe desenvolverse. Esta exigencia de un enfoque
científico, positivo, se extendió sólo más tarde del príncipe al
individuo, de la namraleza del Estado a la naturaleza humana.
Es probable que Maquiavelo haya sentido que una teoría rea­
lista del Estado requería un conocimiento de la naturaleza hu­
mana, pero sus observaciones sobre este tema, invariablemente
perspicaces, son dispersas y poco sistemáticas. Para el siglo si­
guiente había ocurrido un cambio considerable. Los adelantos
de las matemáticas y de la mecánica celeste hacían surgir la
esperanza de que pudieran descubrirse leyes del movimiento
para las acciones humanas, al igual que para los cuerpos que
caen y los planetas. Por ejemplo Hobbes, quien basaba en
Galileo su teoría de la naturaleza humana/3 dedica los prime­
ros diez capítulos del Lez-·iatán a la naturaleza del hombre,
antes de proceder a examinar la de la mancomunidad. Pero fue

12 El Príncipe, capítulo XV.


'" Véase lá Introducción de Richard S. Perers a Body, Man, Citizen: Selection.s
from Thomas Hobbes, ed. Perers (Nueva York: Collier, 1 9 62) .
Spinoza quien reiteró, con agudeza y vehemencia peculiares,14
las acusaciones de Maquiavelo contra los pensadores utópicos
del pasado, ahora en relación con el comportamiento humano
individual. En el párrafo inicial del Tractatus politicus, ataca
Spinoza a los filósofos que "no conciben a los hombres tal co­
mo son, sino como les gustaría que fuesen". Y esta distinción
entre el pensamiento positivo y el normativo aparece de nuevo
en la Ética, donde Spinoza opone a quienes "prefieren detestar
y ridiculizar los afectos y las acciones de los hombres" su fa­
moso proyecto de "considerar las acciones y los apetitos huma­
nos como si estuviese considerando lineas, planos o cuerpos".15
En el siglo XVIII continuó afirmándose -a veces casi como
algo rutinario- que el hombre "tal como es realmente" cons­
tituye el tema adecuado de lo que hoy llamamos la ciencia
política. Vico, quien había leído a Spinoza, lo siguió fielmen­
te en este punto, aunque no en otros. En Scienza nttOZJtt
escribe :

La filosofía considera al hombre tal corno debiera ser, de modo que


sóio es útil para los muy pocos que quieren vivir en la República
de Platón y no se arrojan a las suciedades de Rómulo. La legisla­
ción considera al hombre tal como es y trata de usarlo bien en la
sociedad humana.1 6

Aun Rousseau, cuya visión de la naturaleza humana estaba muy


alejada de la de Maquiavelo y Hobbes, rinde tributo a la idea
iniciando el Contrato social con esta oración : "Tomando a los
hombres tal como son y las leyes tal como podrían ser, quiero
investigar si puede encontrarse un principio legítimo y seguro
de gobierno."
14 Leo Strauss advierte en Spinoz,¡"s Critiqtte of Religion (Nueva York: Schocken,
1965), p. 277, "el hecho sorprendente de que el tono de Spinoza sea mucho más
airado que el de Maquiavelo". Strauss lo atribuye al hecho de que, siendo primor­
dialmente un filósofo, Spinoza estaba personalmente mucho mis involucrado con
el pensamiento utópico que Maquiavelo, el politólogo.
15 Parte lll, Introducción.
16 Pá
rrafos 131-132 de Giambattista Vico, Opere, ed. Fausto Nicolini (Ivlilán:
Ricciardi, 1953).
REPRESIÓN Y FRENO DE LAS PASIONES

LA INSISTENCIA categórica en contemplar al hombre "como


realmente es" tiene una explicación sencilla. En el Renacimien­
to surgió el sentimiento -que se volvió convicción firme du­
rante el siglo XVII- de que ya no podía confiarse en la filo­
sofía moralizante y el precepto religioso para el freno de las
pasiones destructoras de los hombres. Debían buscarse formas
nuevas, y su búsqueda se inició muy explicablemente con una
disección detallada y sincera de la naturaleza humana. Hubo
quienes, como La Rochefoucauld, escudriñaron sus escondri­
jos y proclamaron sus "descubrimientos salvajes" con tanta
animación que la disección parece en gran medida un fin en
sí misma. Pero en general tuvo por objeto el descubrimiento
de formas más eficaces de modelación del patrón de las accio­
nes humanas por comparación con la exhortación moralista o
la amenaza de condenación. Y, por supuesto, la búsqueda tuvo
éxito; en realidad, podemos distinguir por lo menos tres líneas
de argumentación propuestas como opciones frente a la de­
pendencia del precepto religioso.
La opción más obvia, que en realidad es anterior al mo­
vimiento de ideas aquí examinado, es la apelación a la coerción
y la represión. Se encomienda al Estado la tarea de contener,
por la fuerza si es necesario, las peores manifestaciones y las
consecuencias más peligrosas de las pasiones. Éste era el pensa­
miento de San Agustín, a quien había de imitar muy de cerca
Ca.lvino en el siglo xvi.17 Todo orden social y político esta­
blecido se justifica por su existencia misma. Sus posibles injus­
ticias son retribución justa por los pecados del Hombre Caído.
Los sistemas políticos de San Agustín y Calvino se relacio-

" Véase a Deane, Political and Soci4l Ideas o/ St. Attgttstine, Capítulo IV, y la
descripción que hace Michael Walzer del pensamiento po lítico de Caldno con el
dtuio de "The Srate as an Order of Repressicn··, en The Revolutio11 of the Saints
(Cambridge, ?.fas�.: Harvard Unive:·sity Press), pp. 30-48.
nan estrechamente en algunos sentidos con el defendido en el
Leviatán. Pero la invención fundamental de Hobbes es su pe­
culiar concepto transaccional del Pacto, de espíritu muy dis­
tinto al de los anteriores sistemas autoritarios. Notoriamente di­
fícil de clasificar, el pensamiento de Hobbes será examinado
bajo una categoría diferente.
La solución represiva del problema planteado por el reco­
nocimiento de las pasiones incontroladas del hombre tiene
grandes dificultades. Porque ¿qué ocurre si el soberano no
cumple su tarea adecuadamente por su exceso de tolerancia,
de crueldad, o por alguna otra incapacidad? Una vez planteado
este interrogante, la perspectiva del establecimiento de un so­
berano o una autoridad debidamente represivos parece tan pro­
bable como la perspectiva de que los hombres refrenen sus pa·
siones gracias a las exhortaciones de filósofos moralizantes o
eclesiásticos. Dado que esta última perspectiva se considera
nula, la solución represiva resulta contradecir sus propias pre·
misas. La concepción de una autoridad ex machina que de al­
gún modo elimine la miseria y la destrucción que los hombres
se infligen entre sí a resultas de sus pasiones significa en efecto
un rodeo a las dificultades mismas descubiertas, antes que su
solución. Es quizá por esta razón que la solución represiva no
sobrevivió largo tiempo al análisis detallado de las pasiones rea­
lizado en el siglo XVII.
Una solución más compatible con estos descubrimientos y
estas preocupaciones de carácter psicológico es la idea del con­
trol de las pasiones en lugar de su mera represión. De nuevo se
confía en el Estado o la "sociedad" para la realización de esta
hazaña, pero ahora no sólo como una protección represiva, sino
como un medio transformador, civilizador. Ya en el siglo XVII
pueden encontrarse especulaciones acerca de tal transforma­
ción de las pasiones destructoras en algo constructivo. Anti­
cipándose a la mano invisible de Adam Smith, Pascal defien­
de la grandeza del hombre por el hecho de que "se las ha
arreglado para sacar de la concupiscent:ia un resultado admira-
'
"18
ble" y "un orden tan h ermoso . ,
A principios del siglo XVIII, Giambatti�ta,, Vico articuló la
idea con mayor vigor al mismo tiempo que con su estilo pe­
culiar la dotaba con la aureola de un descubrimiento excitante:

De la ferocidad, la avaricia y la ambición, los tres vicios que des­


carrían a toda la humanidad [ia sociedad} saca la defensa n:::.cional,
el comercio y la política, y así genera la fortaleza, la riqueza y la
sabiduría de las repúblicas; de estos tres grandes vicios, que sin
duda destruirían al hombre sobre la tierra, la sociedad civil hace
surgir la felicidad. Este principio prueba la existencia de la Divina
Providencia: gracias .a sus leyes inteligentes, las pasiones de los
hombres ocupados por encero a la búsqueda de su utilidad privada
se transforman en un orden civil que permite a los hombres vivir

en soci�dad humana.19

Claramente, éste es uno de esos pronunciamientos a los que


debe Vico su fama de una mente extraordinariamente creativa.
La Razón observante de Hegel, el concepto freudiano de la
sublimación� y otra vez la mano invisible de Adam Smith,
pueden advertirse en estas dos oraciones cargadas de significa­
do. Pero faltan las explicaciones, y nos quedamos en penum­
bras acerca de las condiciones en que ocurra en realidad esa
metamorfosis maravillosa de las "pasiones" destructoras en
"virtudes".
La idea del control de las pasiones de los hombres, de poner­
las a trabajar en favor del bienestar general fue expresada en
forma considerablemente más extensa por el contemporáneo
inglés de Vico, Bernard Mandeville. Considerado a menudo co-
18
Pemées, núms. 502, 503 ( edi ción B�unschvicg). La idea de qile una sodedad
unida por el amor a sí misma antes que por la caridad puede fu nc i onar a pesar
de ser pecaminosa se encuentra en varios prorriinentes jansenistas contemporáneos de
Pascal, como Nicole y Domar. Véase a Gilbert Chinard, En t'sa11t Pascal (Lille:
Giarel, 1948), pp. 97·118, y D. W. Smith, Helvetius: a Study in Persectttion
(Oxford: C!arendon Press, 1965), pp. 122-125. Se encuentra un ex cel ent� estudio
reciente de Nicole en Nannerl O. Keohane, "Non-Conformist Absolurism in Louis
XIV's France: Pierre N icole y Denis Veiras", en Journal of tbe HiJiory of Idea-s
35 (octubre-diciembre de 1974), pp. 579-596.
" Scimza 11t<ova, párrafos 132·133; véanse también Jos párrafos 130 y 1 3 5 .
mo un precursor del laissez-faire, Mandeville invocó en reali­
dad, a lo largo de La fábttla de las abejas "los manejos hábi­
les del político diestro" como una condición y un agente ne­
cesarios para la conversión de los "vicios privados" en "vir­
tudes públicas". Sin embargo, en virtud de que no reveló el
modtts operandi del político, persistió un misterio considerable
acerca de las transformaciones supuestamente benéficas y pa­
radójicas. Sólo en el caso de un "vicio privado" particular apor­
tó .Mandeville una demostración detallada de la forma en que
se logran en efecto tales transformaciones. Me refiero, por su­
puesto, a su famoso tratamiento de la pasión por los bienes ma­
teriales en general, y por los lujos en particular.20
Así pues, puede afirmarse que Mandeville restringió el área
donde en efecto consideraba válida su paradoja a un "vicio" o
pasión particular. En este abandono de la generalidad habría
de ser seguido, con el enorme éxito ya conocido, por el Adam
Smith de La riqueza de las naciones, una obra centrada por
completo en la pasión conocida tradicionalmente como codi­
cia o avaricia. Además, gracias a la evolución ocurrida en el
lenguaje, que consideraremos con alguna extensión más ade­
lante, Smith pudo dar un paso gigantesco hacia la conversión
de la proposición en algo aceptable y convincente: suavizó la
paradoja escandalizante de Mandeville empleando en lugar de
"pasión" y "vicio" términos moderados tales como "ventaja"
o "interés".
En esta forma limitada y domesticada la idea del control
pudo sobrevivir y prosperar como un tema principal del libera­
lismo del siglo XIX y como un elemento central de la teoría

"' Se ha argumentado convincentemente que por "manejo diestro" no entendía


Ma::Jdeville la intervención y la regulación detalladas de todos los días, sino más
bien b elaboración y la evolución lentas, por ensayo y error, de un marco legal
e institucional adecuado. Véase a Nathan Rosenberg, "Mandeville and Laiuez-Faire",
e::¡ !oumal o/ tbe History of Ideas 24 (abril-junio de 1963), pp. 183-196. Sin
embargo, el modus operan.di de este marco es otra vez supuesto por Mandeville,
a::;tes que demostrado. Y en lo racanee al lujo, cuyos efecros favorables sobre el
bienes•ar general sí describe en detalle, los papeles del político o del marco
institucional no son prominentes en absoluto.
económica. Pero el abandono de la generalidad de la idea del
control distaba de ser universal. En realidad, algunos de sus
defensores posteriores fueron menos cuidadosos aún que Vico:
para ellos, la marcha ascendente de la historia constituía una
prueba suficiente de que las pasiones de los hombres se com­
binan de algún modo para el progreso general de la humanidad
o del Espíritu del Mundo. Herder y Hegel escribieron en tal
sentido en sus obras sobre la filosofía de la historia.21 El fa­
moso concepto hegeliano de la Razón observante expresa la
idea de que los hombres, siguiendo sus pasiones, en realidad
sirven a un propósito más elevado de la historia del mundo del
que están totalmente inconscientes. Es quizá significativo el
hecho de que este concepto no reaparezca en la Filosofía del
Derecho de Hegel, donde no se ocupa del gran campo de la
historia del mundo sino de la evolución real de la sociedad de
su propia época. Un apoyo tan total a las pasiones como el que
está implícito en la Razón observante no cabía, obviamente,
en una obra que asumía una concepción tan crítica del desarro­
llo social y político contemporáneo.
Un representante final de la idea en su forma más irrestric­
ta es el Mefistófeles del Fausto de Goethe, con su famosa auto­
definición corno "una porción de esa fuerza que siempre quiere
el mal y siempre produce el bien". Aquí parece haber sido
abandonada por completo la idea del control de las pasiones
malas en alguna forma concreta; su transformación se logra
por un proceso mundial oculto, aunque magnánimo.

21
Según Herder, "codas las pasiones del corazón del hombre son impulsos salva­
:es de una fuerza que no se conoce todavía a sí rni�ma, pero que, de acuerdo con
su naturaleza, só:o puede conspirar hacia un mejor orden de cosas··. Idun zur
Philosophie der Geschichte der Memchheit, en ilí'erke, ed. Suphan (Berlín, 1909),
Vol. 14, p. 2 13.
EL PRINCIPIO DE LA PASIÓN COMPENSADORA

ANTE la realidad aplastante del hombre inquieto, apasiona­


do, impulsivo, tanto la solución represiva como la del con­
trol carecían de persuasión. La solución represiva eliminaba el
problema mediante un supuesto, mientras que el mayor rea­
lismo de la solución del control se veía impedido por un ele­
mento de transformación alquimista fuera de lugar en el en­
tusiasmo científico de la época.
El material mismo de que se ocupaban los moralistas del
siglo XVII -la descripción e investigación detalladas de las
pasiones- sugeriría inevitablemente una tercera solución: ¿No
es posible discriminar entre las ·pasiones y combatir el fuego
con el fuego, utilizar un conjunto de pasiones relativamente
inocuas para contrarrestar otras más peligrosas y destructivas,
o quizá para debilitar y domar las pasiones mediante las lu­
chas intestinas del divide et impera? Parece una concepción
sencilla y obvia en cuanto deja de creerse en la eficacia de la
moralización; sin embargo, a pesar de la sugerencia velada
de San Agustín, resultó quizá más difícil de entender que el
proyecto de atacar al mismo tiempo todas las pasiones. Las
pasiones más importantes habían sido conectadas entre sí,
desde largo tiempo atrás, en la literatura y el pensamiento, a
menudo en alguna trinidad profana, desde la "Superbia, invi­
dia e avarizia sono / le tre faville eh'anno i cuori accesi" de
Dante/2 hasta el "Ehrsucht, Herrschsucht und Habsucht" que
aparece en la Idea de una historia general de Kant.23 Se pen­
saba que estas pasiones básicas se alimentaban recíprocamente,
en forma muy similar a como lo hacían las tres maldiciones
de la humanidad: el hambre, la guerra, la peste. El hábito de
consicierarlas indisolubles se reforzó aún más por su contrasta-

22
El orgullo, la envidia y la codicia son las tres chispas que encienden los cora­
zones de los hombres. In/erno, Canto VI, líneas 74-75.
"' Ambición, deseo de poder, y codicia.
cwn ordinaria en bloque con los dictados de la razón o los
requerimientos de la salvación.
Las alegorías medievales han representado con frecuencia
tales combates de las virtudes contra los-vicios, en el campo
de batalla del alma del hombre.24 Es probable que esta tradi­
ción haya permitido paradójicamente que una época posterior,
más realista, concibiera una clase de combate muy diferente,
donde una pasión se enfrenta a otra, con el resultado final,
como antes, del beneficio del hombre y la humanidad. El he­
cho es que esta idea surgió, y lo hizo en efecto en extremos
opuestos del espectro del pensamiento y la personalidad del
siglo XVII: Bacon y Spinoza.
Para Bacon, la idea fue una consecuencia de su intento sis­
temático por destruir los yugos metafísico y teológico que
impedían a los hombres pensar en forma inductiva y experi­
mental. En las secciones de The Advancement of Learning que
se ocupan de "El apetito y la voluntad del hombre" critica a
los filósofos morales tradicionales por haber actuado

como si un hombre que trata de enseñar a escribir exhibiese sólo


copias correctas de alfabetos y letras unidas, sin dar ningún pre­
cepto o dirección para el movimiento de la mano y el trazo de las
letras. Así han dado ejemplos buenos y correctos que contienen
las semillas del Bien, la Virtud, el Deber, la Felicidad; . . . pero
se han olvidado por completo de explicar cómo pueden alcanzarse
esas calificaciones excelentes, y cómo moldear y someter la volun­
tad del hombre para que se ajuste a estos propósitos en forma
sincera y cómoda . . . 25

Aunque la crítica es familiar desde Maquiavelo, el símil es no­


tablemente sugerente, y pocas páginas más tarde intenta Bacon

•• Por esta razón, el género se conoce como psicomaquia. Su historia, desde la


Psychomachi4 de Prudencio, una obra del siglo V, hasta el ciclo de la virtud y
el vicio que se observa en el pórtico central de la fachada de Notre-Dame de París,
aparece en Adolf Katzenellenbogen, Allegories of the Virtttes and Vices in Me­
di4eval Art (Londres: Instituto Warburg, 1939 ) ..
25 lf/o�ks, ed. ]. Spedding y otros (Londres, 1850 ) , Vol. lll, p. 418.
la tarea misma que ha bosquejado. Lo hace alabando a poetas
e historiadores -por oposición a los filósofos- por haber

descrito con gran realismo cómo se moderan y se incitan las afec­


ciones; cómo se pacifican y refrenan; . . . cómo se revelan, cómo
funcionan, cómo varían, cómo se reúnen y fortalecen, cómo se
ligan entre sí, y cómo se combaten entre sí, así como otras par­
ticularidades semejantes; entre ellas, esta última es particularmente
importante en cuestiones morales y civiles; cómo (digo} e1zjrentar
una afección a otra y cómo dominar una con otra: así como
soicmos cazar la bestia con la bestia y el ave con el ave ... Porque
así como en el gobierno de los estados es necesario a veces en­
frentar una facción con otra, lo mismo ocurre en nuestro gobierno
interior.26

Este párrafo vigoroso, sobre todo su última parte, tiene to·


dos los indicios de haberse basado en la intensa experiencia
personal de Bacon como político y estadista, no tanto en las
hazañas de poetas e historiadores. Además, la idea del control
de las pasiones mediante el enfrentamiento de una contra la
otra resulta muy congruente con la inclinación irreverente y
experimental de su pensamiento. Por otra parte, su formu­
lación no parece haber sido particularmente influyente en su
tiempo. Sólo los estudiosos modernos han reparado en ella
para presentar en este sentido a Bacon como un antecesor de
Spinoza y Hume, quienes otorgaron a la idea un lugar mucho
más importante en sus sistemas.27
Al elaborar su teoría de las pasiones en la Ética, Spinoza da
dos proposiciones esenciales para el desarrollo de su argumento:

Un afecto no puede ni reprimirse ni quitarse sino por un afecto


contrario y más fuerte que el afecro a reprimir.28

26 !bid., p. 438. Sin subrayado en el original.


"' Leo Strauss, The Political Philosophy of Hobbes (Oxford : Clarendon Press,
1 93 6) , p. 92; y Rachael M. Kydd, Reason and Conduct in Hume's Treatise ( Nue·
va York: Russell & Russell, 1946), p. 1 1 6.
"" Cuarta parte, Proposición VII. P.tica, F.C.E., México, 1958.
y

El verdadero conocimiento de lo bueno y lo ma�o, no puede, en


cuanto verdadero, reprimir ningún afectO, sino sólo en cuanto es
considerado cómo un afecto.211

A primera vista parece extraño que Spinoza, con su inclina­


ción metafísica y su relativa falta de participación en la vida
activa, haya defendido ·la misma doctrina que Bacon. En rea­
lidad, lo hizo por razones muy diferentes. Nada podría haber
estado más alejado de su mente que la idea de que las pasio­
nes pudiesen frenarse y manipularse convenientemente enfren­
tando una pasión a otra. Los pasajes antes citados servían sobre
todo para subrayar la fuerza y la autonomía de las pasiones,
a fin de que se entendiesen con claridad las dificultades rea­
les de la realización del destino final del viaje emprendido
por Spinoza en la Ética. Tal destino es el triunfo de la razón
y el amor a Dios sobre las pasiones, y la idea de la p�sión
compensadora funciona sólo como una estación intermedia que
conduce a ese triunfo. Al mic¡mo tiempo, la idea sigue forman­
do parte de la culminación de la obra de Spinoza, como apa­
rece evidente en su última proposición:

. . .no gozamos de ella [la beatitud} porque reprimamos nuestras


concupiscencias, sino, al contrario, porque gozamos de ella, pode­
mos r(¡primir nuestras concupiscencias.30

Así pues, el primero de los grandes filósofos que concedió lu­


gar importante a la idea de que sólo puede lucharse con ��ito
contra las pasiones a través de otras pasiones no tenía ninguna
intención de ·trasladar esta idea al campo de la moral práctica
o del manejo político, aunque entendía muy bien tales posibi­
lidades.31 En efecto, esta idea no vuelve a aparecer en las

29 Cuarta Parte, Proposición XIV.


30 Quinta Parte, Proposición XLII.
31 Como se demuestra, por ejemplo, en la oración siguiente: "Por afectos en·
obras políticas de Spinoza, que por otra parte no carecen de
sugerencias prácticas sobre la forma de lograr que las debi­
lidades de la naturaleza humana funcionen en beneficio de la
sociedad.
Aunque Hume denunció la filosofía de Spinoza como "re­
pulsiva", sus ideas sobre las pasiones y su relación con la razón
son notablemente similares a las de Spinoza.32 Hume era sólo
más radical en su proclamación de la impenetrabilidad de las
pasiones frente a la razón; uno de sus pronunciamientos más
conocidos es éste: "La razón es, y debe ser, esclava de las pa­
siones." En vista de su posición extrema, necesitaba con ur­
gencia el pensamiento consolador de que una pasión puede
funcionar como antídoto de otra. En efecto, lo proclama en
el mismo párrafo crucial: "Nada puede contener o retardar el
impulso de la pasión sino un impulso contrario." 33
Al revés de Spinoza, Hume estaba ansioso por aplicar su
descubrimiento. Lo hizo de inmediato en el Libro III del Trea­
tise, al discutir el "origen de la sociedad". Hablando de la
"avidez . . . por la adquisición de bienes y posesiones", la con­
sidera una pasión potencialmente tan destructiva y a la vez tan
siogulármente poderosa que la única manera de controlarla
consiste en oponerla a sí misma. Esta operación no parece fácil,
pero es así como Hume resuelve el problema:

Por !o tanto, no hay pasión capaz de controlar la afección inte­


resada, a no ser la afección misma, por una modificación de su
dirección. Ahora bien, esta modificación debe ocurrir necesaria­
.
mente a la menor reflexión; pues es evidente que la pasión se
satisfase mejor por su restricción que por su libertad, y que al
preservar la sociedad avanzamos mucho más en la adquisición
de posesiones que en la condición solitaria y aislada. . .34 .

tenderé en lo que sique aquellos que arrastran al hombre en diversas direcciones,


aunque sean del mismo género, como la gu la y la avaricia, que son especies d e
amor. . . " Etica, Cuarta Parte, Definiciones.
82 Kydd, Hume's Treatise, pp. viii, 38, 1 56- 162.

"" Treatise, Libro Il, Parte III Sección Ill.


"' 1bid., Libro III, Parte II, Sección II.
Por supuesto, podría ocurrírsenos que la concesión de la
necesidad de cierta razón o reflexión, por "ligera" que sea, sig­
nifica la introducción de un elemento extraño ( que, además,
se supone "esclavo de las pasiones" ) en un campo donde se
supone que sólo la pasión lucha contra la pasión. Pero no
se trata aquí de señalar los defectos del pensamiento de Hume
sino de demostrar la convicción que le producía la idea de la
pasión compensadora. La utiliza con fortuna en varias aplica­
ciones menos formidables. Al analizar a Mandeville, por ejem­
plo, sostiene que si bien el lujo es un mal, puede ser un mal
menor que la "pereza" que podría resultar de la prohibición
del lujo :

Por lo tanto, contentémonos con afirmar que dos VlC!OS contra­


rios en un Estado pueden ser más convenientes que cuaiquiera de
ellos por sí solo; pero nunca afirmemos que el vicio sea conve­
niente en sí mismo.

Luego aparece una formulación más general :

Cualquiera que sea la consecuencia de tal transformación milagro­


sa de la humanidad que la dote de todas las virtudes y la libere
de todos los vicios; esto no le concierne al magistrado, que sólo
se ocupa de las posibilidades. A menudo sólo puede curar un vicio
con otro ; y en tal caso debe preferir lo menos pernicioso para
la sociedad.35

En otra parte, como veremos más adelante, Hume defiende


la restricción del "amor al placer" por el "amor a la ganan­
cia". Y otras aplicaciones de la idea lo fascinaban obviamente
aun cuando no estuviese de acuerdo, como se observa en el
pasaje siguiente, tomado del ensayo sobre "El escéptico" :

"Nada puede ser más destructivo -afirma Fontenelle- para la


r.mbición y la pasión por la conquista, que el verdadero sistema

'" "Of Refinement in rhe Ans", en David Hume, 117ritings 01z Ecottomics, ed.
E. Rotwein ( Madison, Wis.: Universiry of Wisconsin Press, 1 9 70 ) , pp. 3 1 ·32.
de la astronomía. ¿Qué poca cosa es aun todo el planeta en com­
paración [con} la extensión i nfinita de la naturaleza?" Esta con­
sideración es evidentemente demasiado distante para que tenga
un efecto algún día. O si tuviese alguno, ¿no destruiría el pa­
triotismo junto con la ambición? 36

Esta polémica sugiere que la idea de conducir el progreso


social enfrentando con astucia una pasión a otra se convirtió
en un pasatiempo intelectual bastante común durante el si­
glo XVIII.
En efecto, lo expresa una multitud de escritores, tanto me­
nores como mayores, en forma general o aplicada. Este último
género se ilustra en el artículo sobre el "Fanatismo" de la En­
ciclopedia,- es en esencia una diatriba encendida contra las ins­
tituciones y creencias religiosas, y termina con una sección espe­
cial sobre "el fanatismo del patriota", alabado en gran medida
porque puede contrarrestar con eficacia el fanatismo religio­
so.37 En cambio la idea aparece en su forma más general en
Vauvenargues:

Las pasiones se oponen a las pasiones, y una de ellas puede servir


como contrapeso de otra.3 8

Y el mismo lenguaje se encuentra en la formulación más re­


finada de d'Holbach:

Las pasiones son los verdaderos contrapesos de las pasiones; no de­


bemos tratar de destruirlas, sino de dirigirlas: obstruyamos las
perniciosas con las que son útiles para la sociedad. La razón no
es . . . sino el acto de escoger las pasiones que debemos seguir en
aras de nuestra felicidad. 39

36 Essays Moral, Political, anel Literary, ed. T. H. Green y T. H. Grosse (Lo n­


don: Longnans, 1 898 ) , Vol. I, pp. 226-227.
37 Franco Venturi Utopia e ri/orma nell'lltttminismo· ( Turín: Einaudi, 1970 ) ,
p. 99. Aqul bosqueja Venturi la carrera notable del autor de este articulo, A!e­
xandre Deleyre.
38 Oeuvres completes (Parls: Hachette, 1 968 ) , Vol. l, p. 239.
3 0 Systeme d e la nature ( Hildesheim : Georg Olms, 1966, reproducción de la
edición de Pads de 1 821 ) , pp. 424-42 5 .
El prinop10 de la pas1on compensadora había surgido en
el siglo xvn a causa de su visión sombría de la naturaleza hu­
mana y de la creencia general de que las pasiones son peli­
grosas y destructivas. En el curso del siglo siguiente, la natu­
raleza humana y las pasiones habrían de ser rehabilitadas
ampliamente.40 En Francia, el defensor más decidido de las
pasiones fue Helvecio.41 Su posición queda indicada con cla­
ridad en los títulos de capítulos de De l'esprit tales como "So­
bre el poder de las pasiones", "Sobre la superioridad intelec­
tual del hombre apasionado sobre el sensato (gens sensés ) " , y
"Nos volvemos estúpidos en cuanto dejamos de ser apasiona­
dos". Pero así como Rousseau repetía rutinariamente el con­
sejo de que se observara al hombre "como realmente es", a
pesar de que su concepto de la naturaleza humana era total­
mente diferente del originador del consejo en primera instan­
cia, el remedio de la pasión compensadora continuaba invocán­
dose aunque ahora se afirmara que las pasiones son vigorizantes
y no perniciosas. En realidad, Helvecio elaboró una de las me­
jores presentaciones del principio, basada en la fórmula ori­
ginal de Bacon, con algo de rococó adicional :

Pocos moralistas saben cómo enfrentar unas pasiones con otras. . .


para que pueda adoptarse su consejo. Casi siempre, su consejo
produciría gran daño si se siguiera. Pero debieran advertir que esta
clase de daño no puede ganarse nuestro sentimiento; que sólo
una pasión puede triunfar sobre otra; que, por ejemplo, si desea­
mos inducir más modestia y recato en una mujer descocada ( femme
galante ) , debemos enfrentar su vanidad con su coquetería y ha­
cerla advertir que la modestia es un invento del amor y de la
voluptuosidad refinada.. . Los moralistas podrían lograr la obser­
vancia de sus máximas si utilizaran en esta forma el lenguaje del
interés en lugar del lenguaje del daño.42

Para el paso siguiente de nuestro argumento, resulta particu­


larmente importante el hecho de que la palabra "interés" se
40 Véase también infra pp. 70 · 7 1 .
41 D. W. Smith, Helvétiui, pp. 1 3 3 · 1 3 5 .
4 2 D e l' eifJrit ( París, 1 7 5 8 ) , pp. 1 5 9 - 1 60. Sin subrayado en e l original.
empleó aquí en una forma genérica para denotar las pasiones
a las que se asigna la función de compensación.
la idea viajó de Francia e Inglaterra a los Estados Unidos,
donde los Padres Fundadores la utilizaron como una impor­
tante herramienta intelectual para los fines del manejo . cons­
titucional.43 Un ejemplo excelente -y muy oportuno, en vis­
ta de la experiencia reciente de la Presidencia- se encuentra
en el número 72 de The Federalist, donde Hamilton j ustifica
el principio de la reelección del Presidente. Su argumento se
basa en gran medida en el efecto que tendría la prohibición
de la reelección sobre las motivaciones del Presidente en turno.
Entre otros efectos perniciosos, afirma Hamilton, habría la
"tentación de concepciones sórdidas, del ' peculado":

Un hombre avariento que llegue a ocupar el cargo, reflexionando


sobre el momento en que irremediablemente deba renunciar a los
emolumentos que disfrutó, sentiría una inclinación no fácilmente
resistible por tal hombre, de hacer el mejor uso posible de l a
oportunidad que disfruta mientras dure, y podría n o tener escrú­
pulos en recurrir a los procedimientos más cormptos para volver
la cosecha tan abundante como transitoria; en cambio, es probable
que el mismo hombre, contemplando una perspectiva diferente,
se comente con los privilegios regulares de su situación, y aun
podría resistirse a arriesgar las consecuencias de un abuso de sus
oportunidades. Su avaricia podría ser una protección contra su ava­
ricia. Agreguemos a esto que el mismo hombre podría ser vano
o ambicioso, tanto como avariento. Y si pudiera esperar la .pro­
longación de sus honores por su buena conducta, quizá vacilará
en sacrif icar su apetito por ellos a su apetito por la ganancia. Pero
si afronta la perspectiva de una próxima aniquilación inev ita-

'"' Véase sobre este tema a Arthur O. Lovejoy, Re/lectiom on Human Nature
(The Johns Hopkins Press, 1 9 6 1 ) , Lectura II: "The Theory of Human Narure in
the American Constirution and the Method of Counterpoise'' ; Richard Hofs:adter,
The American Political Tradition and tbe Me1¡ Who Made It (Nueva York:
Alfred A. Knopf, 1948 ) , Capírulo 1: "The Founding Fathers : An Age of Realism";
y Martín Diamond, "The American Idea of Man: The View from che Founding"',
en Irving Kristol y Paul Weaver, comps., The Americans 1 976 ( lexingcon, Mass. :
D. C. Hearh, 1 9 76 ) , Vol. Il, pp. 1 · 23.
b!e, es probable que su avaricia triunfe sobre su precaución, su
vanidad o su ambición.

Las últimas oraciones demuestran un verdadero virtuosismo


en el manejo de la idea de la compensación, tanto que dejan
al lector moderno, menos acostumbrado a estos pensamientos,
un poco perplejo.
Un razonamiento mejor conocido que parece muy semejan­
te se encuentra en The Federalist 5 1 , donde se justifica con
elocuencia la división de poderes entre las diversas ramas del
gobierno con la afirmación de que "la ambición debe contra­
rrestar la ambición". El significado aquí es que se espera que
la ambición de una rama del gobierno contrarreste la de otra,
una situación muy diferente de la anterior, donde las pasiones
aparecen luchando en el campo de una sola alma. Pero puede
ser significativo el hecho de que el principio de la división de
poderes se vista con las galas de otro: la idea relativamente
nueva de los frenos y equilibrios se volvió más persuasiva
cuando se presentó como una aplicación del principio amplia­
mente aceptado y muy conocido de la pasión compensadora.
Por supuesto, no se trató de una estratagema consciente. En
realidad, el autor de esa oración ( Hamilton o Madison ) pa­
rece haber sido la primera víctima de la confusión que en­
gendra : "Puede hacernos reflexionar sobre la naturaleza huma­
na el hecho de que tales instrumentos resulten necesarios para
el control de los abusos del gobierno. ¿Pero qué es el gobierno
mismo sino la mayor de todas las reflexiones sobre la natura­
leza humana? " Ahora bien, sin duda es una "reflexión sobre
la naturaleza humana" la afirmación de que los malos impul­
sos del hombre sólo pueden frenarse enfrentando sus diversas
pasiones para que luchen y se neutralicen entre sí. Pero el
principio de la división de poderes no resulta, ni con mucho,
tan insultante para la naturaleza humana. Así pues, parece que
al escribir la frase lapidaria "la ambición debe contrarrestar la
ambición", su autor se persuadió de que el principio de la pa-
sión compensadora, más bien: que el de los frenos y equilibrios,
era el fundamento del nuevo Estado.
En términos más generales, parece verosímil que el primer
principio haya echado los cimientos intelectuales del principio
de la separación de poderes. En esta forma, la línea de pensa­
miento aquí examinada volvió a su punto de partida: se inició
con el Estado, luego pasó a considerar problemas de la con­
ducta individual, y a su tiempo las ideas generadas por esta
fase se llevaron de nuevo a la teoría de la política.

"EL INTERÉS" Y LOS "INTERESES" COMO


DOMADORES DE LAS PASIONES

UNA vez que la estrategia del enfrentamiento de una pas10n


contra otra había sido elaborada y se había considerado acep­
table y aun prometedora, resultaba conveniente un paso ade­
lante en la secuencia del razonamiento aquí descrito : para que
la estrategia pueda aplicarse con facilidad, para que se vuelva
"operativa" como decimos ahora, debemos saber por lo menos
en términos generales, a cuáles pasiones debe asignárseles de
ordinario el papel de domadoras y cuáles son, por el contra­
rio, las pasiones verdaderamente "salvajes" que deben ser
domadas.
Una asignación específica de papeles de esta clase se en­
cuentra detrás del Pacto de Hobbes, concluido sólo porque los
"deseos y otras pasiones de los hombres", corno la búsqueda
agresiva de la riqueza, la gloria y el dominio, son superados
por las otras "pasiones que inclinan a los hombres hacia la
paz, son el temor a la muerte, el deseo de las cosas que son
necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obte­
nerlas por medio del trabajo".44 En este sentido, toda la doc-

" Leviatán, F.C.E., México, 1940, capírulo XIII.


trina del contrato social es un producto de la estrategia de la
compensación. Hobbes sólo debe recurrir a ella una vez, para
fundar un Estado constituido en forma tal que los problemas
creados por hombres apasionados se resuelvan de una vez por
todas. Con esta tarea en mente, le bastaba con definir las pa­
siones domadoras y las que debían ser domadas en forma ctd hoc.
Pero muchos contemporáneos de Hobbes, que compartían su
preocupación por los problemas del hombre y la sociedad, no
aceptaron su solución radical, y pensaron además que la estra­
tegia de compensación se necesitaba en forma continua, dia­
ria. Para este propósito resultaba claramente conveniente una
formulación más general y permanente de la asignación de
papeles. Tal formulación surgió en efecto y asumió la forma
de una oposición de los intereses de los hombres a sus pasio­
nes, y de un contraste entre los efectos favorables que se ob­
tienen cuando los hombres se guían por sus intereses y la
situación desastrosa que prevalece cuando los hombres dan
rienda suelta a sus pasiones.
Para entender la oposición de estos dos conceptos, debemos
decir antes algo acerca de los diversos significados sucesivos
( y a menudo simultáneos ) de los términos "interés" e "inte­
reses" en el curso de la evolución del lenguaje y las ideas.
Los "intereses" de personas y grupos llegaron a centrarse fi­
nalmente en la ventaja económica como su significado nuclear,
no sólo en el lenguaje ordinario sino también en términos de
la ciencia social tales como "los intereses de clase" y "los inte­
reses de grupo". Pero el significado económico se volvió do­
minante en una etapa avanzada de la historia del término.
Cuando el término "interés", en el sentido de preocupaciones,
aspiraciones y ventajas, se volvió corriente en Europa Occiden­
tal a fines del siglo XVI; su significado no se limitaba en modo
alguno a los aspectos materiales del bienestar de una persona;
más bien abarcaba la totalidad de las aspiraciones humanas,
pero denotaba un elemento de reflexión y cálculo sobre la
forma en que estas aspiraciones debían perseguirse.45 En rea­
lidad, la reflexión seria sobre la noción de interés surgió pri­
mero en un contexto muy alejado de los individuos y su bienes­
tar material. Mencionamos antes cómo la preocupación por el
mejoramiento de la calidad de la actuación estatal se encon­
traba en los orígenes de la búsqueda de mayor realismo en el
análisis del comportamiento humano. Esta misma preocupación
condujo a la primera definición y a la investigación detallada
del "interés".
Otra vez, Maquiavelo aparece como la fuente del flujo de
ideas que debemos examinar, así como había iniciado la línea
de pensamiento que se convirtió en la noción del enfrenta­
miento de unas pasiones con otras. Como veremos, estas dos
corrientes se movieron por separado durante largo tiempo, pero
al final se mezclaron con resultados notables.
En realidad, Maquiavelo no le puso nombre a su hijo. Pres­
cribió un comportamiento característico para los gobernantes
de los estados, pero no lo resumió bajo una sola expresión.
Más tarde, sus obras inspiraron los términos gemelos, inicial­
mente sinónimos, de interesse y ragione di stato, cuyo uso se
generalizó en la segunda mitad del siglo XVI, como se observa
en el gran estudio de Meinecke.46 Se suponía gue estos con­
ceptos lucharían en dos frentes: por una parte, constituían
obviamente una declaración de independencia de los preceptos
y reglas moralizantes gue habían ocupado el centro de la fi­
losofía política antes de Maquiavelo; pero al mismo tiempo
trataban de identificar una "voluntad refinada, racional, libre
de pasiones y de impulsos momentáneos",47 que diese una
orientación clara y sensata al príncipe.
Por supuesto, la batalla principal de Maquiavelo, el funda-
45 La historia del término es mucho más antigua en sus otros significados,
como el interés que se cobra por el dinero prestado y el extraño uso francés en
que intéret significaba lesión y pérdida, un significado evidente todavía en los
dommages-intérets de hoy.
46 Friedrich Meinecke, Die Idee der Staatsra¡on in der neueren Geschichte ( Mu­
nich: R. Oldenbourg, 1924 ) , pp. 8 5 y ss.
47 Ibid., p. 184.
dor del nuevo arte del Estado, se libró en el primer frente,
pero no olvidó en modo alguno el segundo, corno demuestra
Meinecke.48 Las restricciones para los gobernantes implícitas en
el concepto del interés corno guía de la acción pasaron al pri­
mer plano a medida que el concepto pasaba de Italia a Francia
e Inglaterra. Aparecen claramente en la famosa oración ini­
cil del ensayo Sobre el i-nte1·és de los príncipes y estados de la
cristiandad, escrito por el estadista hugonote Duque de Ro han :

Los príncipes mandan a los pueblos, y el i nterés manda a los


príncipes.40

Como observa Meinecke, es posible que Rohan haya tomado


prestada esta formulación de escritores italianos más antiguos
tales como Boccalini y Bonaventura, quienes habían llamado
al interés el "tirano de los tiranos"' y a la ragione di stato el
"príncipe de los príncipes".50 Pero Rohan se esfuerza conside­
rablemente por demostrar su afirmación. Habiendo bosque­
jado en términos generales los intereses nacionales de España,
Francia, Italia, Inglaterra, y las otras potencias principales de
su tiempo, procede a narrar en la segunda parte de su ensayo
algunos episodios históricos para demostrar que

en los asuntos del Estado no debemos guiamos por los apetitos


desordenados, que a menudo nos llevan a emprender tareas supe­
riores a n uestras fuerzas; ni por las pasiones violentas, que nos
agitan en formas diversas en cuanto nos poseen; . . . sino por nues­
tro propio interés guiado sólo por la razón, que debe gobernar
nuestras acciones.51

Y en efecto, este pronunciamiento programático se ve seguido

•• !bid., pp. 5 2 · 5 5 .
• • En francés en e l original.
60 Friedrich Meinecke, !bid., p. 2 1 1 .
51 Introducción a l a Parte II. Significativamente, la razón se rebaja aquí al papel
puramente instrumental de encontrar dónde reside el verdadero interés del Esrado.
de varios ejemplos de príncipes que han sufrido por seguir sus
pasiones en lugar de su interés.
Resulta muy irónico que la nueva doctrina del interés del
príncipe llegue a prevenir y a despotricar contra la rendición
ante las pasiones tan poco tiempo después de que los precep­
tos moralizantes y religiosos de los antiguos habían sido ridi­
culizados como poco realistas e inútiles. Esta ironía no estaba
ausente en los proveedores de estos preceptos, y algunos de
ellos aprovecharon encantados su aliado nuevo, algo inespe­
rado. Podemos citar por ejemplo al Obispo Butler, quien de­
muestra cómo "el razonable amor de sí mismo" -es decir, el
interés- se alía a la moral contra las pasiones:

. . . las pasiones particulares no coinciden con la prudencia, ni con


ese razonable amor de sí mismo, cuyo fin es nuestro interés mun­
dano, como no lo hacen con el principio de la virtud y la reli­
gión; . . . tales pasiones particulares nos tientan a actuar impru­
dentemente en lo tocante a nuestro interés mundano, y también
nos tientan a actuar en forma viciosa.52

Así pues, para el príncipe la doctrina nueva era casi tan


restrictiva como la antigua. Además, pronto se reveló como
poco útil : mientras que las normas tradicionales del compor­
tamiento virtuoso resultaban difíciles de alcanzar, el interés
resultó igualmente difícil de definir. Podía afirmarse con fa­
cilidad, en general, que el interés de un rey consiste en man­
tener e incrementar el poder y la riqueza de su reino, pero
este principio no proveía "reglas de decisión" precisas en si­
tuaciones concretas.
La historia de los intentos de creación de tales reglas es tor­
tuosa y frustrante, como ha demostrado magistralmente Mei­
necke. Pero si bien es cierto que el concepto del interés se
volvió confuso en su dominio original ( el príncipe o Estado ) ,
prosperó notablemente cuando se aplicó a grupos o indivi-
02 Analogy of Religion, en Works (Oxford: Oarendon Press, 1896 ) . Vol. I,
pp. 97-98.
duos dentro del Estado. Aquí la mezcla de interés propio y
racionalidad que se había desarrollado como la quintaesencia
de la conducta interesada en las discusiones relativas al arte de
gobernar resultó una categoría particularmente útil y esperan­
zadora.
La transición del interés del gobernante a los intereses de di­
versos grupos de los gobernados siguió caminos diferentes en
Inglaterra y Francia. En Inglaterra, el concepto del interés
en singular que habría de guiar a príncipes y estadistas y más
tarde se convirtió en el "interés nacional" se importó aparen­
temente a principios del siglo XVII, de Francia e Italia.53 El
libro de Roban Sobre el interés de príncipes y estados de la
cristiandad tuvo una influencia particular. Pronto se tradujo al
inglés y provocó muchos comentarios. Una de las frases car­
gadas de implicaciones de su párrafo inicial -l'intérét seul
ne peut jamais manquer ( que aparece después de Le prince
peut se tromper, son Conseil peut étre corrompu mais . . . ) ­
se encuentra e n el origen de la máxima "El interés n o men­
tirá", que alcanzó considerable popularidad en la Inglaterra
54
del siglo XVII.
En su ensayo, Roban había definido el interés en términos
de la política dinástica o exterior. Era la revolución y la gue­
rra civil en la Inglaterra de mediados del siglo XVII la que
impartía una orientación más doméstica y de grupo al con­
cepto. El "interés de Inglaterra" ya no se discutía en relación
con España o Francia, sino en relación con los protagonistas

63 ]. A. W. Gunn, Politics and the Public Interest in the Seventeenth Century


( Londres: Routledge and Kegan Paul, 1969 ) . p. 36 y passim. Me he beneficiado
mucho con la riqueza de info rm ación contenida en este volumen sobre el con­
cepto del "interés" y los "inrereses" ea la Inglaterra del siglo diecisiete. Véase el
artículo de Guon " 'lnterestWill Nor Lie' : A Seveoteenth-Ceotury Political Maxim",
en ]ournaJ of the History of Ideas 29 ( octubre-diciembre de 1968 ) , pp. 5 5 1-564.
U o análisis excelente de tópicos relacionados se encuentra en Felix Raab, The
English Face of Macbiavelli: A Changing lnterpretation, 1 500-1700 ( Londres:
Routledge aod Kegan Paul, 1964 ) , pp. 15 7 - 1 5 8.
"' La máxima se utilizó como tírulo de un folleto importante de Ma rchamo nt
Nedham, un político vicario y expertamente flexible a la vez que un gran ad­
m irador y frecuente imitador de Maquiavelo y Rohan. Véanse las obras antes
cita das de Gu on y Raab.
principales de estas luchas intestinas. De igual modo, después
de la Restauración, las discusiones acerca de la tolerancia re­
ligiosa se referían al interés de Inglaterra en relación con los
intereses de presbiterianos, católicos, cuáqueros y otros. Fue
más tarde, hacia fines del siglo, una vez restablecida la esta­
bilidad política y asegurada cierta medida de tolerancia reli­
giosa, cuando los intereses de grupos e individuos se discutie­
ron cada vez más en términos de las aspiraciones económicas.55
Para principios del siglo XVIII encontramos a Shaftesbury de­
finiendo el interés como "el deseo de los bienes que nos abas­
tecen y sostienen", y hablando de la "posesión de riqueza" como
"esa pasión que se estima peculiarmente inte-resante". 56 Hume
utiliza también los términos "pasión del interés", o "afección
interesada" como sinónimos de "la avidez de adquirir bienes
y posesiones" o "el amor a la ganancia".57 Es posible que esta
evolución del término haya sido estimulada por un cambio
convergente del significado del "interés público"; "abundan­
cía" se convirtió en un ingrediente importante de tal ex­
presión.58
En Francia, las condiciones políticas de le gra1�d siecle no
eran propicias para una consideración sistemádca de los inte­
reses privados o de grupo en su relación con el interés público.
Sin embargo, la carrera del término intéret se asemejó a la
de su primo inglés. La idea del interés tal como había sido

65 Raab escribe al final de una larga nota bibliográfica sobre el "Interés"" : "Fue
al final de este periodo [es decir, en el último decenio del siglo xvn] que 'in­
terés' adquirió un significado. . . específicamente económico . · ' The English Face
o/ Machiavelli, p. 2 3 7 . Gunn afirma en términos más generales: "El interés viajó
con gran rapidez de las cámaras del consejo al mercado." Politics, p . 42.
5 6 Characteristics o f Men, Mmmers, Opinions, Times, reprodu(ciÓn de la edición
de 1 7 1 1 ( Indianápolis : Bobbs-Merrill, 1964 ) , pp. 3 3 2 y 3 3 6 (subrayado en el
texto ) .
57 T1·eatise, Libro Ill, Parte JI, Sección 11.
58 Gunn, Politics, Capítulo 5 y p. 265. Esto no es incompatible con la cono­
cida demostración de Viner de que el poder y la abundancia eran objetivos
simultáneos de la política exterior, igualmente importantes durante roda la época
mercantilista. Véase a Jacob Viner, "Power versus Plenry as Objectives of Foreign
Policy in the Seventeenth and Eighteenth Centuries", en lf7orld Politics, Vol. 1
( 1948 ) , reproducido en D. C. Coleman, comp., Revisions in Mercantilism . (Lon­
dces: Methuen, 1 9 69 ) , pp. 6 1 - 9 1 .
desarrollada en los escritos políticos a partir de Maquiavelo
-es decir, la idea de un entendimiento disciplinado de lo que
se requiere para incrementar nuestro poder, influencia y ri­
queza- se volvió de uso común a principios dd siglo XVII
y pronto la utilizaron los grandes moralistas y otros pensa­
dores del periodo en su disección meticulosa de la naturaleza
humana individual. Dado que el escenario de que se ocupaban
estos autores era típicamente la corte de Luis XIV, los actores
se "interesaban" en categorías muy semejantes a las del sobe­
rano mismo : no sólo en la riqueza, sino también y quizá so­
bre todo en el poder y la influencia. En consecuencia, el interés
se empleó a menudo con un significado muy amplio. Pero ya
entonces -y éste es el punto de convergencia de la historia
inglesa y la francesa- se estaba estrechando ese significado,
por algún proceso, para aplicarse sólo a la búsqueda de la
ventaja material, económica. Esto puede inferirse del "Consejo
al Lector" que utilizó La Rochefoucauld como prefacio a la
segunda edición ( 1666) de sus Maximes:

Por interés no entiendo siempre un interés relacionado con la


riqueza ( u1? intérét du bien ) , sino más frecuentemente uno rela­
cionado con el honor o la gloria.59

Esta prevención contra malos entendidos era el único punto


realmente importante en un prefacio muy breve; es claro que
para el lector común de las l\1aximes el término "interés" ha­
bía empezado a asumir el sentido más restringido de la ven­
taja económica.
Por la misma época, Jean de Silhon, secretario y apolo­
gista de Richelieu, también advertía y deploraba esta evolu­
ción del significado en un tratado donde hace hincapié en el
papel positivo desempeñado por el interés en el manteni­
miento de la vida y la sociedad. Enumera diversos intereses
-"Interés de conciencia, Interés del honor, Interés de la sa-
119 La Rochefoucauld, Oeuvres (París: Hachette, 1 92 3 ) , Vol. I, p. 30.
lud, Interés de la riqueza, y varios otros Intereses"- y luego
atribuye la connotación desafortunada asignada a tales expre­
siones como un homme intéressé al hecho de que "el nombre
de Interés se ha asignado exclusivamente, ignoro cómo ( je ne
sais comment) , al Interés por la riqueza (lntéfét du bien ott
des richesses ) ".60
En efecto, ¿cómo puede explicarse esta derivación? Quizá
se haya debido a la antigua asociación del interés y el présta­
mo de dinero; este significado del interés es anterior al aquí
examinado por varios siglos. Es posible también que la afini­
dad especial del cálculo racional, implícito en el concepto del
interés, con la naturaleza de las actividades económicas, ex­
plique el hecho de que estas actividades hayan monopolizado
finalmente los contenidos del concepto. Volviendo a la Fran­
cia del siglo XVII, podemos conjeturar también que, con el
poder tan concentrado y aparentemente tan estable en ese tiem­
po, los intereses económicos constituían la única porción de
las aspiraciones totales de una persona ordinaria donde podrían
contemplarse ascensos y descensos importantes.
En realidad, Adam Smith así lo afirmó como una propo­
sición general cuando analiza lo que considera la motivación
dominante del hombre, o sea "el deseo de mejorar nuestra
condición" :

El aumento de fortuna es e! medio por el cual la mayor parte d e


los seres humanos aspiran a mejorar d e condición. Es el medio
más común y mis obvio . . . 61

Es posible que no se requiera ninguna otra explicación del


estrechamiento del significado del término "intereses" una vez
que el inicio del crecimiento económico convirtió "el aumento

60 Jean de Sílhon, De la certitude des connaissances humaines ( París, 1 66 1 ) ,


pp. 1 0 4 - 1 0 5 .
61 La riqueza d e las naciones, F.C.E., México, 1 9 5 8, p. 309.
de la fortuna" en una posibilidad real para un número cre­
ciente de personas.62
Esto está claro ahora : cuando los intereses de los hombres
se contrastaron con sus pasiones, esta oposición pudo tener sig­
nificados muy distintos según que los intereses se entendieran
en sentido amplio o estrecho. Una máxima tal como la de
"El interés no mentirá" fue originalmente una exhortación a
perseguir todas nuestras aspiraciones de una manera ordenada
y razonable; aconsejaba la introducción de un elemento de
eficiencia calculadora, así como de prudencia, en el compor­
tamiento humano, cualquiera que fuese la pasión que lo mo­
tive básicamente. Pero debido a la desviación semántica antes
mencionada del término "intereses", la oposición entre inte­
reses y pasiones pudo significar o trasmitir también una idea
diferente, mucho más notable en vista de los valores tradicio­
nales, a saber: que un conjunto de pasiones, conocidas hasta
ahora como codicia, avaricia, o amor por el lucro, podía utili­
zarse convenientemente para enfrentar y frenar a otras pasio­
nes tales como la ambición, el ansia de poder, o el deseo sexual.
Así pues, en este punto se efectúa una conjunción entre la
línea de pensamiento antes desarrollada sobre las pasiones com­
pensadoras y la doctrina del interés. Ambas doctrinas se ori­
ginaron en Maquiavelo; pero el resultado final -la elevación
de la avaricia a la posición de la pasión privilegiada a la que
se le asignaba la tarea de domar las pasiones salvajes y de
hacer en esta forma una aportación fundamental al arte de go-
·,
62 \
La palabra "corrupción" ha tenido una trayectoria semántica semejante. En
los escritos de Machiavelo, quien tomó el término de Polibio, corruzione deno­
taba el deterioro de la calidad del gobierno, cualquiera que fuese su causa. El
término se empleaba todavía con este significado amplio en la Inglaterra del
siglo XVIII, aunque en esa época también se identificó con el soborno. Fin•lmente
el significado monetario eliminó casi por completo el no monetario. Esto ocu­
rrió también con el término "fortuna", que Adam Smirh utiliza, en ¡ el pasaje
a ntes citado, en el sentido estrictamente monetario, en contraste con el signifi­
cado mucho más amplio de /ortrm-a empleado por Maquiavelo. Véase J. G. A.
Pocock, "Machiavelli, Harrington, and Eoglish Political Ideologies in the Eighteenth
Century", en 1t7illiam and Mary Quarterly 22 (octubre de 1 965 ) , pp. 5 68-5 7 1 ,
y The Machiavellian Moment ( Princeton, N . J . : Princeton Universiry Press, 1 9 7 5 ) ,
p. 4 0 5 .
bernar- lo habría sorprendido y enojado en gran medida. En
una carta bien conocida, dirigida a su amigo Francesco Vettori,
Maquiavelo no deja duda acerca de su creencia de que la eco­
nomía y la política se desenvuelven en esferas separadas :

La fortuna ha decretado que, en virtud de que ignoro cómo ra­


zonar acerca del arte de la seda, o acerca del arte de la lana, acer­
ca de los beneficios o las pérdidas, me corresponde razonar acerca
del Estado.63

Lo que decimos de Maquiavelo se aplica también a muchos


otros que han forjado eslabones importantes de la cadena de
razonamientos aquí descrita. En general, la historia narrada
hasta aquí ilustra cómo fluyen del pensamiento humano ( y
de la forma que se le da a través del lenguaje ) consecuencias
no buscadas, al igual que de las acciones humanas. En los
numero3os tratados sobre las pasiones que aparecieron en el
siglo XVII no puede encontrarse cambio alguno en la evalua­
ción de la avaricia como la "más infame de todas ellas" ni
del lugar que ocupa, en la Baja Edad Media, como el más
mortal de los pecados capitales.64 Pero una vez que el hacer
dinero lució la etiqueta de "intereses" y se reincorporó bajo
este disfraz a la competencia con las demás pasiones fue súbi­
tamente aclamada e incluso se le asignó el papel de refrenar
a aquellas otras pasiones que durante tanto tiempo se pensó
eran mucho menos reprobables. No parece suficiente para ex­
plicar este cambio señalar que un nuevo término, comparati­
vamente neutro y débil, permitió hacer desaparecer o atenuar
ei estigma de la vieja -etiqueta. Nuestra demostración de que el
término "interés" de hecho encierra -y por lo tanto confi­
rió a hacer dinero- una connotación positiva y curativa, de-

63 Carta de 9 de abril de 1 5 1 3, en Opere (Milán: Ricciardi, 1 9 63 ) , p. 1 1 00.


"' Se encuentra una reseña de la literarura francesa del siglo XVII en F. E.
Surclif!e, Guez de Balzac et .ron temp.r: litérature et politique ( París: Nizet, 1 9 5 9 ) ,
pp. 1 20 - 1 3 1 . Acerca del cambio de rango de la avaricia entre los pecados mor­
tales en la Edad Media, véase a Morton Bloomfield, The Seven Dadly Si11.1
( East Lansing, Mich . : Michigan Stare College Press, 1 95 4 ) , p. 9 5 .
rivada de su reciente asociación estrecha con la idea de conducir
los asuntos humanos, privados y públicos, de una manera más
lúcida, constituye una explicación más consistente.

LOS INTERESES COMO NUEVO PARADIGMA

LA IDEA de que existe una oposición entre intereses y pasio­


nes apareció por primera vez, que yo sepa, en la célebre obra
de Rohan, la que se ocupa por entero de los estadistas y de
los soberanos. En las décadas que siguieron esta dicotomía fue
discutida por numerosos autores ingleses y franceses, quienes
la aplicaron · a la conducta humana en general.
El debate fue un fenómeno conocido en la historia intelec­
tual: una vez aparecida la idea del interés, se volvió una ver­
dadera moda al igual que un paradigma ( a la Kuhn ) , y la
mayor parte de la acción humana se explicó de pronto por el
interés propio, a veces hasta el punto de la perogrullada. La
Rochefoucauld disolvió las pasiones y casi todas las virtudes
en el interés propio, y Hobbes realizó en Inglaterra una em­
presa de reducción similar. De acuerdo con estos sucesos, la
máxima original "El interés no mentirá", dotada del sentido
normativo de que debía calcularse con cuidado el interés y
luego preferirse frente a otros cursos de acción concebibles,
inspirados por motivaciones diferentes, se convirtió hacia fines
del siglo en el proverbio positivo de "El interés gobierna al
mundo".65 La preferencia por el interés como una clave para
el. entendimiento de la acción humana pasó al siglo XVIII
cuando Helvecio, a pesar de su exaltación de las pasiones, pro­
clamó :

Así como el mundo físico está gobernado por las leyes del mo·

"' Gunn, "Interest", p. 5 59, nota 37.


vimiento, el universo moral está gobernado por las l eyes dd m­
t erés.66

- Como ocurre con frecuencia con los conceptos que de pron­


to se arrojan al centro del escenario -clase, élite, desarrollo
económico, para citar algunos ejemplos más recientes-, el
interés pareció una noción tan evidente que nadie se moles­
taba en definirlo con precisión. Nadie explicaba tampoco el
lugar que ocupaba en relación con las dos categorías que ha­
bían dominado el análisis de la motivación humana desde
P latÓ1)., a saber : las pasiones por una parte y la razón por la
otra. · Pero es precisamente en el marco de esta dicotomía tra­
dicional que puede entenderse el surgimiento de una tercera
categoría a fines del siglo XVI y principios del XVII. Una vez
considerada destructiva la pasión e ineficaz la razón, la con­
cepción de que la acción humana podría describirse completa­
mente por su atribución a la una o la otra significaba una
perspectiva muy sombría para la humanidad. En consecuencia,
la introducción del interés entre las dos categorías tradiciona­
les de la motivación humana llevaba un mensaje de esperanza.
En efecto, se veía al interés participando de la mejor natura­
leza de cada una de aquellas categorías, como la pasión del
amor a sí mismo elevada y contenida por la razón, y como
la razón dotada de dirección y fuerza por esa pasión. La forma
híbrida de la acción humana resultante se consideraba libre
de la naturaleza destructiva de la pasión y de la ineficacia de
la razón. ¡No es extraño que la doctrina del interés haya sido
recibida en su tiempo como un verdadero mensaje de salva­
ción! En la sección siguiente examinaremos en detalle las
razones específicas de su considerable atractivo.67
Por supuesto, no todos estaban convencidos de que se hu­
biesen resuelto todos los problemas. En primer lugar, hubo
quienes se resistieron a las tentaciones de la nueva doctrina y

66 De l' esp.rit, p. 5 3.
07 Por lo tanto, Louís Hartz asume una posición ancihíscóríca cuando habla
la rechazaron de plano. Como admirador ardiente de San Agus­
tín, Bossuet veía poca diferencia entre la pasión y el interés.
Para él, "tanto el interés como la pasión corrompen al hom­
bre", y previene contra las tentaciones de la corte real que
es "el imperio de los intereses" y "el teatro de las pasiones".68
Pero una postura tan negativa era' la excepción. En general,
los críticos de la nueva doctrina sólo dudaban de que el in­
terés, en el sentido de un "amor a sí mismo" razonable, deli­
berado, pudiese igualarse a las pasiones. Tal fue la concepción
de Spinoza:

Todos los hombres buscan sin duda su propia ventaja, pero raras
veces lo hacen de acuerdo con los dictados de la razón sensata; en
la mayoría de los casos el ,,petito es su única guía, y en sus deseos
y juicios sobre lo benéfico se ven arrastrados por sus pasiones,
que no toman en cuenta el futuro ni ninguna otra cosa.69

En otros autores encontramos refutada la preeminencia del


interés, no tanto por la interferencia aplastante de las pasiones
como simplemente por la incapacidad de los hombres para
percibir sus intereses. Pero la inferencia era otra vez que un
Estado donde los intereses se percibieran con claridad y se si­
guieran sería muy deseable, como se advierte en esta obser­
vación irónica del Marqués de Halifax :

Si hemos de suponer que los hombres siguen siempre su verda­


dero interés, ello debe significar una nueva creación de la huma-

de ""el pesimismo liberal acerca del hombre, que lo contempla nabajando en for·
ma autónoma de acuerdo con su inrerés propio"" y contrasta esta visión pesimista
de la naturaleza humana con ""el pesimismo feudal acerca del hombre, que lo
contempla sólo adecuado para el dominio externo"'. The Liberal Tradition .in
A mei"Íca ( Nueva York: Harcou¡-r, Brace and World, 1 9 5 5 ) , p. 80. Original­
mente, la idea de que el hombre está gobernado por el interés no se conside­
raba pesimista en absoluto.
., Politique ti.reé des propres paroles de !'Escriture Sainte, ed. J. LeBrun ( Gi­
nebra : Droz, 1 9 62 ) , p. 24, y A. ]. Krailsheimer, Studies m Self-Interest from
Descartes to La Bruyere ( Oxford : Clarendon Press, 1962 ) , p. 1 84.
00 Tractatus theologico-politicus, Capítulo V, en Spinoza, Th.; Political Works,
ed. A. G. Wernham ( Oxford : Clarendon Press, 1 9 5 8 ) , p. 93.
nidad por Dios Todopoderoso ; debe haber alguna arcilla nueva: el
material antiguo nunca for j ó una criatura tan infalible.70

En Francia, el Cardenal de Retz rindió tributo a la nueva


doctrina, pero previno con excelente visión psicológica contra
la eliminación de las pasiones :

La máxima más correcta para la evaluación adecuada de las in­


tenciones de los hombres consiste en examinar sus intereses, que
constituyen la motivación más común de sus acciones. Pero un
político verdaderamente perspicaz no rechaza por completo las con­
jeturas que podemos derivar de las pasiones del hombre, porque
las pasiones intervienen abiertamente en las motivaciones que im­
pulsan los asuntos más importantes de! Estado, y casi siempre pue­
den afectarlas de modo inconsciente.7 1

Como Spinoza y Halifax, Retz parece sentir todavía aquí que


la intrusión de las pasiones convierte al mundo en un lugar
menos ordenado de lo que sería si sólo fuese regido por el
interés. Pocos decenios después, La Bruyere conviene en ge­
neral con Retz acerca del peso que debe asignarse a los inte­
reses y las pasiones como determinantes del comportamiento
humano, y al mismo tiempo reconoce en forma explícita la
existencia del nuevo ménage a trois:

Nada es más fácil para la pasión que la derrota de la razón : su


gran tri unfo consiste en ganarle la partida al interés.'2

70 Marqués de Halifax, citado por Raab en Tbe EngliJb Pace of M.achiat•elli, p. 247.
71 Cardenal de Rets, Mémoires (París: Pléiade, NRF, 1 9 5 6 ) , pp. 1008- 1009.
En otra parte, Retz escribe también: '"En la época. . . en que vivimos debemos
r�unir las inclinaciones de los hombres con sus intereses para juzgar sobre su
comportamiento probable". Ibid., p. 984. Alexander Hamiltoa, otro político prác­
tico (y reflexivo) , expresa una opinión sorprendentemente similar más de un
siglo después : "En lo principal, las naciones se gobiernan por lo que suponen
es su interés, pero no estará muy versado ea la naturaleza humana quien . . . no
sepa c¡ue las disposiciones (generosas o egoístas] pueden moldear o sesgar insen­
siblemente las concepciones del interés propio". Citado e n Gerald Stourzh, A!exan­
n
der Hapzilton and tbe Idea o/ Republicall Govemment ( S ta for d , Calif. : Stanford
Universiry Press, 1 9 7 0 ) , p. 92.
72 Les cwracteres ( París: Garnier, 1 9 3 2 ) , p. 1 3 3 .
Es quizá significativo el hecho de que La Bruyere adopte aquí
una postura fríamente clínica; en contraste a las opiniones an­
tes citadas, no expresa ningún desaliento por la ocasional vic­
toria de las pasiones sobre los intereses.
En el siglo XVIII se sometió a una crítica mucho más vigo­
rosa la concepción de que el interés es predominante. Veamos
dos presentaciones típicas, la primera de Shaftesbury y la se­
gunda del Obispo Butler :

Hemos escurados . . . como un proverbio común, que el interés


gobierna el mundo. Me parece, sin embargo, que quien examine
más de cerca la cuestión encontrará que la pasión, el humor, el
capricho, el celo, la facción, y miles de otros resortes contrarios
al interés propio, desempeñan un papel importante en los movi­
mientos de esta máquina.7 3

Cotidianamente vemos superado [el razonable amor a sí mismo},


no sólo por las pasiones más prominentes, sino también por la
curiosidad, la vergüenza, el amor por la imitación, por cual­
quier cosa, aun la indolencia; sobre todo si el interés, el interés
temporal que constituye el fin del amor a sí mismo, se encuentra
dist¡¡.me. Mucho se equivocan los hombres libertinos cuando afir­
r::-,an que se gobiernan totalmente por el interés y el amor a sí
mismos.74

El nuevo hincapié de estos pasajes debe interpretarse a la luz


de un cambio importante ocurrido en la actitud hacia las pa­
siones ai pasar del siglo XVII al XVIII. Al principio se consi­
deraban las pasiones totalmente viciosas y destructivas, como
se observa en la frase siguiente de un catecismo francés : "El
Reino de Francia no es una tiranía donde la conducta del So­
berano esté guiada sólo por su pasión." 7 5 ·p�!;;:
gradualmente,

73 Shaftesbury, ChMacteristicks, p. 76, citado en Jacob Viner, The Role of


p,·ov 'dence in the Social Order ( Filadelfia : Sociedad Filosófica Norteamericana,
1 9 7 2 ) , p. 70.
" "1'ut!ogy, p . 1 2 1 , nota.
75 Ctado de un catecismo de 1 6 49 en R. Koebner, "Despot and Despotism : Vi­
cissitudes of a Political Term", en ]o11rnal of tbe W'arbttrg and Courtauld lmtitutes,
14 ( 1 9 5 1 ) , p. 70.
hacia fines del siglo XVII y con mayor plenitud en el curso
del siglo XVIII, las pasiones fueron rehabilitadas como la esen­
cia de la vida y como una fuerza potencialmente creadora. En
el periodo anterior, cuando la proposición de que la conducta
dei hombre se forja totalmente por sus intereses fue criticada
al señalar que todavía debía tomarse en cuenta la pasión, la
crítica suponía que el mundo era un lugar p eor que lo impli­
cado por esa proposición. Pero con la rehabilitación de las pa­
siones en el siglo XVIII, la misma crítica podía significar ahora
que un mundo donde las pasiones son activas y prevalecen en
ocasiones es un lugar mejor que aquel donde sólo el interés
�cte las acciones. La yuxtaposición hecha por Shaftesbury y
Butler, de la pasión con emociones tan inocuas y aun útiles
como el humor y la curiosidad, sugiere esta interpretación. La
nueva interpretación se finca en el rechazo, dado por la Ilus­
tración, de la concepción trágica y pesimista del hombre y la
sociedad tan característica del siglo XVII. La nueva concepción,
según la cual las pasiones mejoran un mundo gobernado sólo
por el interés, aparece totalmente articulada en Hume :

. . . las razones de Estado, las únicas que supuestamente influyen


sobre los consejos de los monarcas, no son siempre las motivacio­
nes predominantes; . . . las posiciones más moderadas de la grati­
tud, el honor, la amistad, la generosidad, pueden contrarrestar con
frecuencia estas consideraciones egoístas, entre los prÍncipes tanto
como entre los hombres comunes.7a

Naturalmente, una vez limitado el significado de los inte­


reses a la ventaja material, la idea de que "el interés gobier­
na al mundo" debía perder inevitablemente mucho de su atrac­
tivo anterior. En realidad, la frase se convierte en un lamento,
o en una denuncia del cinismo, cuando un personaje del drama

"6 Hist�ry o/ Enghmd ( Londres, 1 782 ) , VI, p. 1 2 7 ; citado en Giuseppe Giarri·


zzo, David Hume politico e storico ( Turín : Einaudi, 1 9 62 ) , p. 2 09.
de Schiller Wallentein's Tod exclama : "Denn nur vom N utzen
wird die W elt regiert." 77
Ésta es claramente una traducción del proverbio del si­
glo xvn, que probablemente le interesaba a Schmer introdu­
cir en un drama relativo a los acontecimientos de ese periodo.
¡El único problema era que el significado despectivo otorgado
por Schiller al proverbio -de acuerdo con las corrientes ideo­
lógicas del siglo XVIII- era totalmente diferente del que te­
nía en la época de \Y/ allenstein !

VENTAJAS DE UN MUNDO GOBERNADO POR EL


INTERÉS : CONSTANClA Y POSIBILIDAD DE
PREVISIÓN

LA CREENCIA en que el interés podría considerarse una mo­


tivación dominante en el comportamiento humano provocó
gran excitación intelectual : por fin se había descubierto una
base realista para un orden social viable. Pero un mundo go­
bernado por el interés no ofrecía sólo un escape de los mo­
delos excesivamente exigentes de estados "que nunca han exis­
tido ni existirán"; se percibió que esta concepción tenía varias
ventajas específicas.
La ventaja más general era la posibilidad de previsión; Ma­
quiavelo había demostrado que podían derivarse algunas pro­
p0si86nes vigorosas acerca de la política del supuesto de una
naturaleza humana uniforme.78 Pero su diagnóstico era tan
pesimista que no podía ser adoptado generalmente, como se
observa en la formulación, sin duda extrem�,s�, que aparece
en el Capítulo 1 7 de El Príncipe, según la cual los hombres

" Acto I, Escena 6, Línea 3 7. "Porque el mundo está gobernado sólo por
el interés" . El cambio del significado en relación con el proverbio aparece aquí
fuertemente auxiliado por la inserción de la palabra "nur": "sólo" o "nada más".
" Felix Gilbere, Machiavelli and GuicciMdini ( Princeton, N. J.: P rinceton
Universiq• Press, 1 9 6 5 ) , p. 1 5 7 .
son "ingratos, volubles, falsos, hipócritas, cobardes, codiciosos".
La idea de que los hombres se guían invariablemente por sus
intereses podría lograr una aceptación mucho más amplia, y
cualquier disgusto ligero que la idea dejara tras sí quedaba
luego eliminado por el pensamiento confortante de qrie el
mundo podría volverse así un lugar más previsible. En el fo­
lleto "Interest Will Not Lie" se hace hincapié sobre este punto :

Si podemos entender dónde reside el interés de un hombre en


cualquier contienda particular, sabremos con seguridad, si el hom­
bre es prudente, dónde colocarlo, es decir, cómo juzgar sus de­
signios.79

En los escritos posteriores a la Restauración que defienden la


tolerancia religiosa pueden encontrarse ideas semejantes. Un
tratado dice:

. . . suponer que las multitudes actúan en contra de sus intereses


es eliminar toda la seguridad de los asuntos humanos.80

Más tarde, Sir James Steuart habría de emplear el mismo ra­


zonamiento para sostener que el comportamiento individual
gobernado por el interés propio es preferible nc sólo frente
al gobierno de las pasiones, sino aun al comportamiento vir­
tuoso y, en particular, a la preocupación por el interés público
entre los "gobernados" :

Si todos los días ocurriesen milagros, las leyes de la naturaleza


ya no serían leyes; y si todos actuaran en aras del interés pú­
blico y se olvidaran de sí mismos, el estadista se encontraría des­
concertado . . .

Si un pueblo se volviera totalmente desinteresado, no habría po­


sibilidad de gobernarlo. Cada uno podría considerar el interés de

79 Gunn, "Interese" ", p. 5 5 7.


80
Gunn, Polit!cs, p . 1 6 0 .
su país desde un ángulo diferente, y muchos podrían contribuir
a su ruina, tratando de promover sus ventajas.81

Por otra parte, si un hombre persigue su interés le irá bien,


ya que, por definición "el interés no le mentirá ni lo enga­
ñará". 82 Tal era el verdadero significado del proverbio. Ade­
más, otros se benefician cuando perseguimos nuestro interés,
porque nuestro curso de acción se vuelve así transparente y
previsible, casi tanto como si fuésemos una persona totalmente
virtuosa. En esta forma surgía la posibilidad de una ganancia
mutua del funcionamiento esperado del interés en la política,
mucho antes de que se convirtiera en cuestión de doctrina en
la ciencia económica.
Por supuesto, esta noción afrontaba varias dificultades gra­
ves. Por una parte, ya se formulaba en ese tiempo la objeción
moderna de que la incapacidad de predicción es un poder.
Samuel Butler se adhería en general a la doctrina del interés,
pero sostenía que las personas tontas e ineptas en el gobierno

tienen llna ventaja sobre los más sabios, que no es de escasa im­
portancia, porque ningún hombre puede conjeturar, ni imaginar
por adelantado, el camino que probablemente seguirán en cual­
quier asunto que se presente, mientras que no es difícil prever,
por sus intereses, lo que hombres más sabios tenderán a hacer
llevados por la razón.83

Una objeción más grave a la posibilidad del surgimiento


de una ganancia mutua de una situación donde todas las partes
persigan firmemente sus intereses .derivaba del hecho de que
en la política internacional los intereses de las partes princi­
pales son con frecuencia exactamente opuestos entre sí. Por
81
lnqui-rj' into tbe Pt·inciples o/ Political Occonomy ( 1 7 67 ) , ed. A. S. Skinner
( Chicago: Universiry of Chicago Press, 1 966 ) , Vol. 1, pp. 1 4 3 - 1 4 4.
8 ° Charles Her!e, 1J7isdomes Y.ripos . . . ( Londres, 1 65 5 ) , citado en Gunn, "In­
terest", p. 55 7.
83 Chaoracters and Passages from Nateboo.és, ed. A. R. Waller ( Cambridge : Uni­
versiry Press, 1 9 8 8 ) , p. 394; véase también a Gunn, " lnterest", pp. 5 5 8- 5 5 9 .
ejemplo, para el caso de Francia y España se demostraba hasta
la saciedad en el ensayo de Rohan que los intereses de una
potencia son el reverso exacto de los intereses de su rival prin­
cipal. Pero aun en estas circunstancias, se pensaba que algo
ganaban ambas partes adhiriéndose a ciertas reglas del juego
y eliminando el comportamiento "apasionado", como quedaba
implícito en la búsqueda racional del interés.
La probabilidad de una ganancia para todos aumentaba un
poco cuando la doctrina se aplicó a la política interna. Como
el término "interés" mismo, la noción de un equilibrio de in­
tereses se transfirió en Inglaterra de su contexto original, re­
lacionado con el arte de gobernar -donde originó el concepto
de un "equilibrio del poder"-, a la escena nacional llena de
conflictos. Después de la Restauración y durante el debate so­
bre la tolerancia religiosa, se discutió ampliamente acerca de
las ventajas que podría obtener el interés público con la pre­
sencia de diversos intereses y de cierta tensión entre ellos.84
- Pero los beneficios obtenibles de la posibilidad de previsión
de la conducta humana basada en el interés resultaban mucho
mayores cuando el concepto se empleaba en conexión con las
actividades económicas de los individuos. Aunque sólo fuese
por el gran número de actores, la oposición de intereses in­
volucrada en el comercio no podía ser de ningún modo tan
rotal, conspicua o amenazadora, como en el caso de dos es­
tados vecinos o de unos cuantos grupos político3 o confesio­
nales rivales dentro de los estados. Así pues, el subproducto
de los individuos que actuaban en forma previsible de acuerdo
con sus intereses económicos no era un equilibrio inestable,
sino una red vigorosa de relaciones interdependientes. En con­
secuencia, se esperaba que la expansión del comercio interno
creara comunidades más cohesivas, mientras que el comercio
exterior ayudaría a evitar las guerras entre ellas.
Aquí podemos insertar una breve observación sobre la his-

M Gunn, PoliJicJ, Cap. IV.


toriografía de las doctrinas económicas. Las obras relativas a
la doctrina mercantilista han acreditado la idea de que el pen­
samiento económico anterior a Hume y Adam Smith consi­
deraba el comercio corno estrictamente un juego de suma cero,
cuya ganancia era recibida por el país que tuviese un exceso
de exportaciones sobre sus importaciones, mientras que el país
colocado en la posición contraria sufría una pérdida equiva­
lente. Pero quienquiera gue examine todo el conjunto de con­
sideraciones sobre el comercio interno y externo expresadas en
los escritos de los siglos XVII y XVIII, no sólo la discusión
relativa a la balanza comercial, concluirá que se esperaban
generalmente efectos benéficos pa1·a todos a resultas de la ex­
pansión del comercio. Muchos de estos efectos eran políticos,
sociales, y aun morales, antes que puramente económicos, y
en las secciones siguientes de este ensayo examim.remos varios
de ellos.
En su forma más elemental, la posibilidad de previsión es
constanci�, y esta cualidad era quizá la más importante de las
razones para aceptar con beneplácito un mundo gobernado por
el interés. A menudo se había subrayado el carácter errático y
fluctuante del comportamiento apasionado, y este carácter se
consideraba uno de sus rasgos más objetables y peligrosos. Las
pasiones eran "diversas" ( Hobbes ) , caprichosas, fácilmente
agotables y de pronto renovadas otra vez. Según Spinoza:

Los hombres pueden diferir en naturaleza en cuanto están domi­


nados por afectos que son pasiones; y, en tanto, también un solo
y mismo hombre es voluble e inconstante. 8 ;:¡

La inconstancia pasó en realidad a primer plano como una


dificultad fundamental para la creación de un orden social
viable una vez que el pesimismo extremo de Maguiavelo y
Hobbes acerca de la naturaleza humana ( y acerca del "Estado

" fi.tica, Cuarta Parte, Proposición XXXIII.


de naturaleza" resultante ) cedió el lugar a concepciones más
moderadas en la segunda mitad del siglo XVII. Una de las
doctrinas del contrato social importante en el siglo XVII, la
de Pufendorf, todavía hacía alguna referencia, a la manera de
Hobbes, al "deseo y la ambición insaciables" del hombre,
pero basaba la necesidad de un pacto sobre todo en la incons­
tancia e inconfiabilidad del hombre, en el hecho de que "la
relación típica entre un hombre y otro era la de 'un amigo
inconstante'." 86
Esta doctrina fue aceptada en esencia por Locke, quien ha­
bía reconocido explícitamente la influencia de Pufendorf sobre
su pensamiento político. 87 Locke construyó un Estado de natu­
raleza que es, si no "idílico" como han pretendido algunos
críticos, por lo menos notablemente no primitivo, lleno como
está con la propiedad privada, la herencia, el comercio, y aun
el dinero. Pero precisamente debido a este carácter extraña­
mente "avanzado" del Estado de naturaleza de Locke, hay ne­
cesidad de asegurarlo firmemente mediante un compacto que
garantice la permanencia de sus realizaciones. El compacto de
locke trata de eliminar las "inconveniencias a que [los hom­
bres} se exponen [en el Estado de naturaleza} por el ejercicio
irregular e incierto del Poder que tiene todo Hombre de casti-
' .

gar 1a transgreswn de otros. . . . " 88 En otra parte a f'trma Lock·e


que la "Libertad de los Hombres bajo el Gobierno" significa
"no estar sujetos a la Voluntad Arbitraria inconstante, incier­
ta, desconocida, de otro hombre".89 Así pues, la incertidumbre

en ger:.eral y la inconstancia del hombre en particular se con­


vierten en el archienemigo que debe ser exorcisado. Aunque
Locke rro apela al interés para controlar la inconstancia, existe
clara.mente una afinidad entre la Mancomunidad que está tra-

'" Véase a Leonard Krieger, The Politics of Discretion: Pu/endorf and tbe Accep­
tance of l--.'atu;·at Law ( Chicago : Chicago Universiry Press, 1 9 6 5 ) , p. 1 19 .
" Pecer Laslecc, "Incroduction", en John Locke, Two Treatises o f Govemme11t,
ed. L�slcct ( Cambridge: Universiry Press, 2'�- ed., 1 9 67 ) , p. 7 4 .
88
Tu·o Tratises, Il, par. 1 2 7 .
" lbid., p a r . 2 2 .
tando de construir y la imagen de un mundo gobernado por
el interés. Porque en la búsqueda de sus intereses los hom­
bres se suponen firmes, constantes y metódicos, por oposición
al comportamiento de hombres que se ven castigados y cegados
por sus pasiOnes.
Este aspecto de la cuestión nos ayuda también a entender
la identificación final del interés en su amplio sentido origi­
nal con una pasión particular, el amor al dinero. Porque las
características de esta pasión, que la distinguen de otras, eran
precisamente la constancia, la tenacidad, y la igualdad de un
día al siguiente y de una persona a otra. En uno de sus en­
sayos, Hume habla de la avaricia -sin molestarse en disfra­
zarla de "interés"- como una "pasión obstinada"; 90 en otro
ensayo precisa :

La avaricia, o el deseo de ganancia, es una pasión universal que


opera en todo tiempo, en todo lugar, y sobre todas las personas.9 1

En el T1"eatise, Hume había contrastado específicamente el


"amor por la ganancia", que describe como "perpetuo" y "uni­
versal", con otras pasiones -como la envidia y la venganza­
que "sólo operan a intervalos y se dirigen contra personas
particulares".92 Samuel Johnson ofrece otra evaluación com­
parativa de la avaricia en Raselas, donde ese príncipe abisinio
habla acerca de su cautiverio :

Mi condición ha perdido mucho de su terror desde que supe que

90 EHays, Vol . I, p. 160.


01
EHays Moral, Política!, and Literat·,,, ed. T. H. Green y T. H. Grose ( Lon·
dres: Longmans, 1 89 8 ) , Vol. I, p . 1 76 . Compárese esto con la descripción del
amor que hace Hume en otro ensayo : "El amo r es una pasión inquieta e impa·
ciente llena de cap richo y variaciones : surge en u n momento de u n rasgo, de u n
aire, de nada, y de pronto se extinge en la misma forma" (p. 23 8 ) .
02 A Treatise o! Human Nattwe, Libro III, Parte II, Sección Il. Esta evalua·
ción comparativa se hace en el contexto de la explicación hecha por Hume de
la existencia de la sociedad civil; y e l vigor y la universalidad del c!eseo de la
ganancia se presentan primero como una amenaza para la sociedad. Hume m ues·
c-a luego cún::. o se cvü:a esta amenaza "a la menor ref!exión, pues es evidente
que la pas:ón se satisface mucho mejor por su resrricción . . . ' ' Vid. Supra, p. 3 2 .
los árabes invadieron el país sólo para obtener riquezas. La ava­
ricia es un vicio uniforme y manejable; otras i ntemperancias in­
telectuales son diferentes en distintas constituciones mentales; lo
que agrada al orgullo de uno ofenderá el orgullo de otro; para
contentar al codicioso hay un procedimiento sencillo : darle dinero
y nada negará.9 3

También Montesquieu advierte la constancia y la persistencia


notables de la pasión por la acumulaóón :

Un comercio lleva al otro: lo pequeño a lo mediano; lo mediano


a lo grande; y la persona que estaba tan ansiosa por ganar un
poco de dinero se coloca a sí misma en una situación donde no
está menos ansiosa por ganar mucho.94

Aquí parece maravillarse Montesquieu ante el hecho de que


el dinero sea una excepción a lo 'que se conoce en la economía
moderna como la ley de la utilidad marginal decreciente. Cer­
ca de siglo y medio después, el sociólogo alemán Georg Simmel
hizo algunas observaciones esclarecedoras sobre este mismo
tema. Normalmente, dijo Simmel, la satisfacción del deseo hu­
mano significa una familiarización íntima con todas las facetas
diversas del objeto o la experiencia deseados, y esta familiaridad
es responsable de la conocida disonancia existente entre el de­
seo y la satisfacción, que muy frecuentemente asume la forma
de la decepción; pero el deseo de una cantidad dada de dinero,
una vez satisfecho, es peculiarmente inmune a esta decepción,
siempre que el dinero n.o se gaste en. cosas, sin.o que su acumu­
lación se convierta en tm fin. en sz mismo; porgue entonces,
"como una cosa totalmente desprovista de cualidad [el dinero}
no puede ocultar sorpresa ni desencanto como cualquiera otro
objeto, por miserable que sea".95 La explicación psicológica de
Simmel podría haber satisfecho a Hume, Montesquieu y el
doctor J ohnson, a quienes evidentemente intrigaba la cons-
" Capítulo 39.
"' Esp1·it des lois, Vol. XX, p. 4.
"" Philosophie des Geldes ( Leipzig: Duncker and Humblot, 1 9 00 ) , p. 232.
tancia del amor por el dinero, una cualidad tan peculiar en
una pasión.
la insaciabilidad del auri sacra fmnes se había considerado
a menudo el aspecto más peligroso y reprensible de esta pa­
sión. Por un viraje extraño, debido a la preocupación del
pensamiento posterior a Hobbes por la inconstancia del hom­
bre, esta misma insaciabilidad se convertía ahora en una vir­
tud, porque implicaba constancia. Sin embargo, para que este
cambio radical de la valuación resultara convincente, y para
que lograra una suspensión temporal de patrones de pensa­
miento y juicio muy arraigados, era necesario dotar al "obs­
tinado" deseo de ganancia con una cualidad adicional: la ino­
cuidad.

LA GANANCIA DE DINERO Y EL COMERCIO


COMO INOCENTES Y "DOUX"

LA VISIÓN de la persistencia característica de la "afección in­


teresada" ( Hume ) puede parecer alarmante al lector moderno,
porque de inmediato pensará en la probabilidad de que un
impulso tan poderosamente dotado barra con todo lo que se en­
cuentra en su camino. Esta reacción encontró su articulación
más vigorosa y famosa un siglo después, en el Manifiesto Co­
munista. En realidad, ya se habían escuchado algunas voces de
alarma en la Inglaterra de principios del siglo XVIII, donde
la crisis bancaria de 1 7 1 O, el escándalo de los Mares del Sur
en 1 720, y la corrupción política generalizada de la época de
\'Valpole, hicieron temer que el dinero estuviese minando el
orden antiguo. Bolingbroke, el adversario tory de Walpole,
lanzó algunos ataques a los corredores de bolsa y los poderosos
nouveaux riches de su época, y aun llegó a denunciar en su
periódico, The Craftsman, el papel que el dinero estaba ocu­
pando como "un lazo más perdurable que el honor, la amistad,
la relación, la consanguinidad, o la unidad de los afectos".06
Pero estos sentimientos habrían de asumir cierta importancia
ideológica sólo bien entrada la segunda mitad del siglo entre
los escritores escoceses, sobre todo Aclaro Ferguson, y en Fran­
cia con Mably y Morelly. Durante gran parte del siglo, tanto
en Inglaterra como en Francia, la evaluación dominante del
"amor por la ganancia" era positiva, aunque un poco desde­
ñosa, como se observa en el pasaje de Rassetas antes citado
( " . . . los árabes invadieron el país sólo para obtener ri­
quezas" ) .
El doctor Johnson es responsable también de una observa­
ción relacionada, famosa y, en nuestro contexto, particular­
mente reveladora:

Hay pocas formas en que un hombre pueda ser empleado más


inocentemente que en la ganancia de dineroY1

Este epigrama sugiere otro sentido en el que el comportamiento


motivado por el interés y la ganancia de dinero se considera­
ban superiores al comportamiento orientado por la pasión or­
dinaria. Las pasiones eran salvajes y peligrosas, mientras que
la búsqueda de nuestros intereses materiales era inocente o,
como se diría ahora, inocua. Éste es un componente poco cono­
cido pero particularmente revelador del complejo de ideas que
discutimos.
"" Citado en Isaac K ram n ick, Bolingbroke and bis Circle: The Politics o/ Nos­
talgi4 in the Age of Walpole ( Cambridge, Mass . : Harvard University Press, 1968 ) ,
p . 7 3 ; véase el Cap ítul o III en general, donde se encuentra una presentación de
Bolir:gbroke como un temprano político "popu lista" . Es pos ible que Kramnick haya
exagerado esta imagen: al final del Capítulo III debe recurrir a Hume para pre­
sentar la condenación más aguda de algunas de las innovaciones financieras del
periodo. Véase una concepción diferente de la oposición de Bolingbroke en Quen­
tin Skin!ler, "The Principies and Practice of Opposition: The Case of Bolingbroke
versus Wa!pole", en Neil McKendrick, ed., Histo.rical Perspectives: Studies in En­
glish Tbortght and Society ,in Honour of ]. H. Plttmb ( Lon d res : Europa, 1 9 74 ) ,
pp. 9 3 -2 1 8; y ] . G . A . Pocock, "Machiavelli", pp. 5 77·5 78. Pocock sostiene que
Dolingb:ol:e estaba m�nos preocupado po: el surgimiento del mercado que por
el poder que podrían obtener la Cone y el Primer Ministro a resultas de los
ir.cren1entados recursos financieros a su disposición.
" Bosu·ell's Li/e of Jo,0mon ( Nueva York: Oxford University Press, 1 9 3 3 ) ,
Vol. !, p. 5 6 7 . La fecha es el 2 7 de marzo de 1 7 7 5 .
La evaluación de las actividades comerciales y de ganancia
de dinero como algo inocuo puede entenderse como una con­
secuencia indirecta del ideal aristocrático dominante durante
largo tiempo. Como antes vimos, cuando la fe en este ideal
había sido gravemente sacudida y el "héroe" había sido "de­
molido", el comerciante vituperado desde antiguo no vio au­
mentar correspondientemente su prestigio : la idea de que
era un hombre vil, desaliñado y chato subsistió durante largo
tiempo.
Aun se dudaba de que el comercio fuese un instrumento
eficiente en relación con sus propios objetivos de ganancia de
dinero, una duda expresada todavía a mediados del siglo XVIII
por Vauvenargues en la sorprendente máxima : "El Interés
hace pocas fortunas." 98 Se ha dicho que una creencia básica
de los españoles al· emerger de la Reconquista era la de que
"un hombre de calidad adquiere, mediante el combate, la ri­
queza en una forma más honorable y rápida que un hombre
más bajo con su trabajo",99 pero la idea era generalmente
aceptada. El mismo desprecio que se tenía por las actividades
económicas llevó a la convicción, a pesar de muchas pruebas
en contrario, de que no podrían tener gran fuerza en ninguna
área del esfuerzo humano y eran incapaces de causar bien o
mal en gran escala. En una época en que los hombres estaban
buscando caminos para limitar el dañci y los horrores que les
gusta infligiese recíprocamente, las actividades comerciales y
económicas se consideraron así en forma más magnánima, pero
no porgue hubiese aumentado la estima en que se les tenía;
por el contrario, roda preferencia por ellas expresaba el deseo
de descansar de una grandeza ( desastrosa ) y así reflejaba la
continuación del desprecio.. En cierto sentido, el triunfo del ca­
pitalismo, como el de muchos tiranos modernos, debe mucho a

" Ré/lexions et maximes, en Oettvres ( París: Cité des livres, 1 9 2 9 ) , Vol. 11,
p.151.
09 Salvador d e Madariaga, The Fall o/ the SptVaish-American Empire ( Londres :
Hollis and Carrer, 1 947 ) , p. 7. Sin subrayado en el original.
la renuncia general a tomarlo en serio o a considerarlo capaz
de grandes designios o realizaciones, una renuencia muy evi­
dente en la observación del doctor Johnson.
El apotegma de Johnson acerca de la inocuidad de la "ob­
tención de dinero" ruvo su homólogo en Francia. En realidad,
el mismo término "inocente" puede encontrarse como una des­
cripción de las actividades comerciales en el preámbulo del
edicto de 1 669 que declaraba compatible con la nobleza el
comercio marítimo :

Considerando que el Comercio es la fuente fecunda que lleva abun­


dancia a los estados y la difunde entre sus súbditos. . . . ; y consi­
derando que no hay ninguna forma de adquisición de la riqueza
más inocente ni más legítima . .100 .

Más tarde se volvió popular otro término, a primera vista


más extraño aún. Se hablaba mucho, a partir de fines del si­
glo XVII, de la douceur del comercio : una palabra notoria­
mente difícil de traducir a otros idiomas ( como se ve, por
ejemplo, en la douce France ) , habla de dulzura, suavidad, cal­
ma y amabilidad, y es el antónimo de la violencia. La primera
mención de esta calificación del comercio que he podido en­
contrar se halla en Le parfait négociant, de Jacques Savary, el
libro de texto para los hombres de negocios del siglo XVII :

[La Divina Providencia] no ha querido que todo lo necesario


para la vida se encuentre en el mismo lugar. Ha dispersado sus
dones para que los hombres comercien entre sí y para que la
necesidad recíproca que tienen de ayudarse mutuamente establez­
ca lazos de amistad entre ellos. Este intercambio continuo de todas
las comodidades de la vida constituye el comercio y este comercio
produce toda la amabilidad ( douceur ) de la vida. . . . 101

Este pasaje expresa primero la idea de un "interés favorable


10°
Citado en Fran�ois de Forbonnais, Recherches et consüiérations sur les fimm·
ces de France, detmis l'année 1595 iusqu'a l'tmnée 1 721 ( Basilea, 1 7 5 8 ) , Vol.
101 J acques Savary, Le parfait négociant, ott lnstructio?z générale de tout ce qui
de la Providencia en el comercio internacional" que Jacob
Viner ha encontrado ya en el siglo IV de nuestra era.102 Pero
la última oración sobre la douceur, subrayada por Savary,
pertenece claramente a la época en que él escribió.
El exponente más influyente de la doctrina del doux com­
merce fue Montesquieu. En la parte del Esprit des lois que se
ocupa de cuestiones económicas afirma en el capítulo inicia l :

. . . e s casi una regla general que dondequiera que los modos del
hombre son amables ( moeurs douces) hay comercio; y dondequiera
que hay comercio, los modos de los hombres son amables.103

Y más adelante, en el mismo capítulo, repite :

El comercio . . . pule y suaviza ( adoucit ) los modos bárbaros, como


podemos verlo cotidianamente.

No está muy claro en Montesquieu si el efecto inductor de


dottceur del comercio se supone generado por los cambios ope­
rados por el comercio entre los individuos participantes en
actividades comerciales o, más ampliamente, entre todos quie­
nes usan y consumen los bienes que el comercio vuelve dispo­
nibles. En todo caso, el término, en su significado más amplio,
tuvo una carrera afortunada fuera de Francia. Veintiún años
después de la publicación de la obra de Montesquieu, la frase
antes citada se encuentra casi idéntica en la obra del historia­
dor escocés William Robertson, quien escribe en su View of
the Progress of Society in Europe ( 1 769 ) :

El comercio tiende a eliminar los prejuicios que mantienen las


distinciones y la animosidad entre las naciones. Suaviza y pule
las maneras de los hombres.104

regarde le commerce ( París, 1 6 7 5 ) , ed. 1 7 1 3 , p. 1 (subrayado en el original ) .


"'' Viner, Providence, pp. 3 6 y sigs.
'" Esp,·it des lois, XX, l.
1"' Felix Gilbert ( Un iversicy o f Chicago Press, 1 9 7 2 ) ha editado recientemente
esta obra, con una introducción. La obra es el prefacio al libro de Robercson History
La expreswn "las naciones pulidas", por oposiClon a las "ru­
das y bárbaras", llegó a usarse comúnmente en Inglaterra y
Escocia hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Designaba los
países de Europa Occidental cuya riqueza creóente se percibía
con claridad como muy relacionada con la expansión del co­
mercio. Es probable que el término "pulidas" se haya escogido
a causa de su afinidad con adouci: en esta forma, la dot-tceur
del comercio pudo haber sido indirectamente responsable del
primer intento de expresión de una dicotomía que reapareció
más tarde bajo términos tales como "avanzado-atrasado", "des­
arrollado-subdesarrollado", etcétera.
Es probable que el origen del calificativo dottx se encuentre
en el significado "no comercial" de comercio: aparte de in­
tercambio, la palabra denotaba desde largo tiempo atrás una
conversación animada y repetida y otras formas de la interre­
lación social y de los tratos corteses entre personas ( con fre­
cuencia entre dos personas de sexo opuesto ) .105 Fue en este
contexto que el término dottx se usaba a menudo en relación
con commerce. Por ejemplo, el reglamento interior de un colle­
ge parisino promulgado en 1 7 69 contenía esta oración :

Ya que van a vivir en sociedad al dejar el College, los alumnos


serán adiestrados en una etapa temprana en la práctica de una
interrelación amable, fácil y honesta ( un commerce doux, aiJé et
honnéte ) . 10 6

El término llevó así a su carrera "comercial" una carga de


significado que denotaba cortesía, maneras pulcras, y un com­
portamiento socialmente útil en general. Aun así, el uso per-

of the R eign of the Emperor Charles V. El pasaje citado ( sin subrayado en el


original) se encu entra en la p. 67. En ''Proofs and Illusrrations" anexadas
a su ensayo, Robertson se refiere a la introducción que hace Montesquieu a la
parre del Espíritu de las LeJ•es que se ocupa del comercio ( véase la p. 16 5 ) ,
pero no a la frase precisa que adopte de esta obra.
105 Es ro es cierro en inglés y en francés.
Véase el Oxford E11glish Dictionary.
100 Réglement intérieur du Cotlege Lottis-le-Grand ( 1 7 69 ) , p. 36. Este docu­

mento era la Muestra NQ 163 en la Exhibición de la Vida Diaria de París en


el siglo XVIII, Archivos Nacionales, París, verano de 1 974.
sistente del término le doux commerce nos parece W1a abe­
rración extraña en una época donde el tráfico de esclavos se
encontraba en su apogeo y donde el comercio en general era
todavía una actividad azarosa, arriesgada, y a menudo vio­
lenta.107 Un siglo después, el término fue justamente ridicu­
lizado por Marx, quien al explicar la acumulación primitiva
del capital relata algunos de los episodios más violentos de la
historia de la expansión comercial europea y luego exclama con
sarcasmo : "He aquí como se las gasta el doux commerce." 108
Es probable que la imagen del comerciante como un hom­
bre doux, pacífico, inofensivo, haya cobrado alguna fuerza por
comparación con los ejércitos saqueadores y los piratas asesi­
nos de la época. Pero en Francia, más aún que en Inglaterra,
es posible que también haya tenido que ver con la manera
como la gente veía a los diferentes grupos sociales : cualquiera
que no perteneciese a la nobleza no podría, por definición,
compartir las virtudes heroicas ni las pasiones violentas. Des­
pués de todo, tal persona sólo podía perseguir intereses y no
la gloria, y todos sabían que esta actividad era inevitablemen­
te doux por comparación con los pasatiempos apasionados y
las hazañas salvajes de la aristocracia.

10'
Sav;¡ry, consciente de las consideraciones comerciales y del intercambio, pudo
aceptar la instirución de la esclavicud señ�lando que "'el cultivo del tabaco, el azÚ·
car y el añil . . . no deja de ser ventajoso'" para los esclavos, a causa "'del cono­
cimiento del Dios verdadero y de la religión cristiana que se les rrasmite como
una especie de compensación por la pérdida de la libenad"" . Citado en E. Levassear,
Histoiu du commerce de la France ( París: A. Rousseau, 1 9 1 1 ) , Vol. I, p. 302.
108 El Capital, Vol. I, Capítulo XXIV, Sección 6, p . 639. El término se convinió

aparentemente en una broma privada entre Marx y Engels. Cuando Engels renunció
finalmente, en 1 869, a su conexión con la empresa textil de su familia, para
dedicarse por entero al movimiento socialista, escribió a Marx : "' ¡ Hurra! Este día
marca el final del doux commerce, y soy un hombre libre " ' . Cana de 1 de julio
de 1 869, en Karl Marx-Friedrich Engels, Werke ( Berlín : Dietz, 1 965 ) , Vol.
32, p. 329.
LA GANANCIA DE DINERO COMO UNA PASIÓN
TRANQUILA

EN EL curso del siglo XVIII, la actitud posmva hacia las ac­


tividades económicas recibió el apoyo de nuevas corrientes
ideológicas. A pesar de que estaba arraigada en las sombrías
concepciones de la naturaleza humana del siglo XVII, sobre­
vivió notablemente bien al ataque virulento desatado en la
época siguiente sobre tales concepciones.
Las concepciones anteriores de los intereses y las pasiones
fueron sometidas a varias críticas. Por una parte, como ya he­
mos visto, se refutó vigorosamente la proposición de que el
hombre está totalmente gobernado por el interés o amor a sí
mismo. Al mismo tiempo se hicieron varias distinciones nuevas
entre las pasiones a fin de presentar algunas de ellas como me­
nos dañinas que otras, si no es que francamente benéficas. En
esta forma, la oposición entre pasiones benignas y malignas_
( con algunos tipos de propensiones adquisitivas clasificadas en­
tre las primeras ) se convirtió -sobre todo en Inglaterra­
en el equivalente del siglo XVIII de la oposición del siglo XVII
entre los intereses y las pasiones; pero ambas dicotomías se
yuxtaponían y coexistieron durante largo tiempo.
La nueva línea de pensamiento se desarrolló, sobre todo
como una reacción crítica al pensamiento de Hobbes, por la
llamada escuela sentimental de los filósofos morales ingleses
y escoceses, desde Shaftesbury hasta Hutcheson y Hume.109 La
principal aportación de Shaftesbury fue la rehabilitación o el
redescubrimiento de lo que llama las "afecciones naturales",
tales como la benevolencia y la generosidad. Distinguiendo
entre su efecto sobre el bien privado y el público, no le resulta
difícil demostrar que estos excelentes sentimientos sirven a

'"" Aunque Adam Smirh fue un miembro importante de la escu�la, su Teoría


de los sentimientos morales no se ocupó de las distinciones particulares que
Shaftesbury, y sobre todo Hutcheson, trataron en gran extensión. Tampoco se
ocupó de la distinción entre las pasiones y los intereses; véase in.fra pp. 1 1 6 a 1 1 8.
ambos. Shaftesbury se ocupa luego de las afecciones o pasio­
nes menos admirables y las divide en las "afecciones egoístas"
o "pasiones egoístas", que se orientan hacia el bien privado y
pueden llegar a alcanzarlo, pero no necesariamente hacia el
bien público, y las "afecciones antinaturales" ( inhumanidad,
envidia, etc. ) , lo que no logran el bien público ni el privado.
Dentro de cada categoría distingue además entre las afecciones
moderadas y las inmoderadas. Resulta interesante observar lo
que ocurre cuando trata de colocar las actividades económicas
en este esquema conceptual. Las coloca en el renglón de las
"pasiones egoístas", pero luego argumenta para sacarlas de allí :

Si el deseo (de adquisición de riqueza] es moderado y en grado


razonable; si no ocasiona ninguna búsqueda apasionada, no ha­
brá nada en este caso que no sea compatible con la virtud, y aun
que no sea adecuado y benéfico para la sociedad. Pero si crece
hasta convertirse en una pasión real, el daño y el agravio que
causa al público no es mayor que el causado al individuo mismo.
Tal sentimiento es en realidad un opresor de si mismo, y es para
el individuo una carga más pesada de lo que podrá ser jamás
para la humanidad.l1°

Es obvio entonces que la ganancia de dinero no encaja en la


categoría intermedia de "pasión egoísta": cuando se persigue
con moderación, se la promueve hasta el rango de una "afec­
ción natural" que realiza el bien privado y el público, mien­
tra ¿ que se la rebaja al rango de una "afección antinatural",
que no realiza ninguna de las dos clases de bienes, cuando
llega al exceso.
Francis Hutcheson simplifica el esquema de Shaftesbury y
distingue entre las pasiones benevolentes y las egoístas por una
parte, y entre los "movimientos de la voluntad" tranquilos y
violentos, por la otra. Entre los pocos ejemplos que da para
ilustrar el último contraste, cita también las actividades eco­
nómicas :
11° Characteriiticki, p. 3 3 6.
. . . el deseo tranquilo de la riqueza nos obligará, aunque con re­
nuencia, a hacer gastos espléndidos cuando ello sea necesario para
ganar un buen negocio o un empleo lucrativo; mientras que la
pasión de la avaricia se aflige ante estos gastos.111

El criterio empleado aquí por Hutcheson para separar el "de·


seo tranquilo ( calm) de riqueza" ( adviértase que "calm" es
el equivalente inglés de doux) de la avaricia no es la intensi·
dad del deseo sino la disposición a pagar altos costos para
obtener beneficios más altos aún. Un deseo tranquilo se de·
fine así como aquel que actúa con cálculo y racionalidad, y
equivale por lo tanto exactamente a lo que se entendía por
interés en el siglo XVII.
La nueva terminología planteaba un problema : mientras
que podía concebirse sin diÍicultad una victoria de los intere·
ses sobre las pasiones, el lenguaje vuelve difícil la concepción
de un triunfo de las pasiones tranquilas sobre las violentas.
Hume, quien había adoptado también la distinción entre pa­
siones tranquilas y violentas, afrontó la cuestión sin remilgos
y la solucionó en una oración categórica :

Debemos. . . distinguir entre una pasión tranquila y una débil;


entre una pasión violenta y una fuerre.ll2

En esta forma todo estaba bien: una actividad como la adqui·


sición de riqueza conducida racionalmente podía describirse e
implícitamente defenderse como una pasión tranquila que se·
ría al mismo tiempo fuerte y capaz de triunfar sobre una diver·
sidad de pasiones turbulentas ( pero débiles ) . Es precisamente
este carácter dual del impulso adquisitivo el que destaca Adam
Smith en su conocida definición del deseo de mejorar nuestra
condición como un "deseo que si bien generalmente se mani·
fiesta en forma serena y desapasionada, arraiga en nosotros y

m A system of Moral Philosophy, facsímil de la edición de 1 7 5 5 en Works


( Hildesheim : Georg Olms, 1 9 69 ) , Vol. V, p. 1 2 .
" 2 Treatise, Libro, I l , Parte lll, Sección IV.
·
nos acampana - hasta 1a tumba . 113 Y Hume o frece un e¡em-
"

plo específico de esta pasión tranquila pero fuerte, que triunfa


sobre una pasión violenta, en su ensayo "Of Interest" :

Una consecuencia infalible de todas las profesiones industriosas es


la de. . . hacer que el amor por la ganancia prevalezca sobre el
amor por el placer" .114

Púmto examinaremos otros argumentos aún más extrava­


gantes en favor del "amor por la ganancia'' . ..Pero en este pun­
to de nuestra historia la aseveración de Hume puede quedar
como la culminación del movimiento de ideas trazado : el ca­
pitalismo es alabado aquí por un filósofo prominente de la
época porque activará ciertas inclinaciones humanas benignas
a costa de algunas inclinaciones malignas, por la expectativa
de que, en esta forma, reprima y quizá atrofie algunos compo­
nentes más destructivos y desastrosos de la naturaleza humana.

113 lA 'iqueza de las naciones, p. 309 (sin subrayado en el origin21 ) .


,,. Writings on Economics, p. 5 3 .
SEGUNDA PARTE

CÓMO SE ESPERABA QUE LA EXPANSIÓN


ECONÓMICA MEJORARA EL ORDEN POLÍTICO
AL PARECER, el argumento en favor de que se diese rienda
suelta y aliento a las actividades adquisitivas privadas fue a la
vez el resultado de una larga línea de pens amiento Occidental
y un ingrediente importante del clima intelectual de los siglos
_0
�yu _y �'[!� Si la _"tesis cie J.os i�t�_re_s�s _fr�_�te __a_Jas _ p¡t�i��es ':
es sin embargo muy poco conocida, ello se debe en parte al
hecho de que fue sustituida y oscurecida por la publicación
trascendental, en 1 776, de La riqueza de las naciones. Por ra­
zones que examinaremos más adelante, Adam Smith abandonó
la distinción existente entre los intereses y las pasiones al for­
mular su argumento en favor de la búsqueda irrestricta de la
ganancia privada; optó por destacar los beneficios económi­
cos que derivarían de esta búsqueda, antes que los peligros y
desastres políticos que evitaría.
Otra razón- de que la tesis sea poco conocida puede inferirse
de la forma laboriosa en que hubo de armarse en las páginas
precedentes, a partir de fragmentos diversos de pruebas inte­
lectuales. Al recurrir a un gran conjunto de fuentes, he tra­
tado de demostrar que la tesis formaba parte de lo que Michael
Polanyi ha llamado "la dimensión tácita", es decir, proposi­
ciones y opiniones compartidas por un grupo y tan obvias para
él que nunca se articulan en forma plena o sistemática. Un as­
pecto característico de esta situación es el hecho de que varios
autores importantes -incluido el propio Adam Smith, lo que
resulta interesante- elaboraran aplicaciones o variantes espe­
ciales de la teoría básica inarticulada. Una variante particular­
mente importante constituye el tema de las páginas siguientes.
Como antes vimos, los orígenes de la tesis se encuentran
en la preocupación por el arte de gobernar. Las pasiones que
más deben refrenarse son las de los poderosos, que se encuen­
tran en posición de hacer daño en gran escala y se considera­
ban particularmente bien dotados de pasiones por comparación
con hombres menos importat}!�s. En consecuencia, las aplica-
\ 7 7'
ciones más interesantes de la tesis demuestran cómo el capri­
cho, el desastroso deseo de gloria y, en general, los excesos
apasionados de los poderosos, se frenen por los intereses : los
propios y los de sus súbditos.
Los principales representantes de esta forma de pensar en el
siglo xvm fueron Montesquieu en Francia y Sir James Steuart
en Escocia. Sus ideas básicas fueron enriquecidas por John Mi­
llar, otro miembro prominente de ese grupo notable de filó­
sofos, moralistas y científicos sociales llamado a veces la Bus­
tracción escocesa. Los fisiócratas y Adam Smith compartían
algunas de las premisas y preocupaciones de Montesquieu y
Steuart, pero sus soluciones fueron muy diferentes. Cada uno
de estos pensadores será examinado por separado, a excep­
ción de los fisiócratas, que se examinarán como el grupo doc­
trinal fuertemente unificado que en realidad constituyeron.
Dado que me referiré a algunos pasajes de sus escritos que no
han recibido gran atención o escrutinio, será necesario rela­
cionar estos pasajes con el resto de su obra. Sólo en esta forma
podrá obtenerse una perspectiva del significado y la impor­
tancia de las concepciones que serán presentadas aquí.

ELEMENTOS DE UNA DOCTRINA

l . MONTESQUIEU

MoNTESQUIEU vio muchas virtudes en el comercio, y ya he­


mos mencionado la relación que afirmó entre la expansión del
comercio y la difusión de la urbanidad ( douceur ) . Para Mon­
tesquieu, la influencia cultural del comercio va de la mano
con su incidencia política : en la parte política central, la Parte
Uno de El espíritu de las leyes, Montesquieu sostiene primero,
según lineamientos republicanos clásicos, que una democracia
puede sobrevivir de ordinario sólo cuando la riqueza no es de­
masiado abundante ni está distribuida en forma demasiado des­
igual, pero luego procede a conceder una excepción importan­
te a esta regla en el caso de "una democracia basada en el co­
mercio". Dice, en efecto :

El espíritu del comercio trae consigo el espmtu de la frugalidad,


de la economía, de la moderación, del trabajo, de la sabiduría, de
la tranquilidad, del orden y de la regularidad. En esta forma, mien­
tras prevalezca este espíritu, la riqueza que crea no tiene ningún
efecto pernicioso.1

Casi nos sentimos tentados a pasar por alto esta alabanza del
comercio por ser tan extravagante. Pero más adelante formula
.Montesquieu un argumento mucho más detallado y razonado
con mayor cuidado sobre los efectos políticos favorables del
comercio. Este argumento ha sido poco comentado, y ahora lo
reseñaré con algún detalle. Debe advertirse que el argumento,
por oposición al antes citado, no sólo no se restringe a los
efectos del comercio sobre una democracia sino que se aplica
con vigor particular a las otras dos formas de gobierno que
.Montesquieu examina a lo largo de toda su obra y con las
que estaba íntimamente familiarizado y preocupado: la mo­
narquía y el despotismo.
En la Parte Cuarta de El espíritu de las leyes, Montesquieu
examina el comercio ( Libros XX y XXI ) , el dinero ( Libro
XXII ) , y la población ( Libro XXIII ) . En el Libro XX ex­
presa su opinión sobre una gran diversidad de temas genera­
les, desde "el espíritu del comercio" hasta la conveniencia de
permitir que la nobleza participe en actividades comerciales. En
cambio, en el Libro XXI se ocupa Montesquieu de un solo
tema, la historia de la navegación y del comercio, y además
es más empírico que nunca. Resulta entonces muy sorpren­
dente que de pronto formule un principio general en el capí-

1 V, 7.
tulo en el que analiza "Cómo surgió del barbarismo el co­
mercio de Europa". Montesquieu describe aquí en primer
término cómo se veía obstruido el comercio por la prohibición
eclesiástica del cobro de intereses y fue tomado en consecuen­
cia por los judíos; cómo sufrieron los judíos violencias y ex­
torsiones constantes a manos de nobles y reyes; y cómo reac­
cionaron finalmente inventando la letra de cambio ( lettre de
change) . En la parte final del capítulo se llaga a conclusiones
sorprendentes :

. . . y por este medio pudo el comercio eludir la violencia y mante­


nerse en rodas partes; porque el comerciante más rico tenía sólo
riqueza invisible que podría enviarse a cualquier parte sin dejar
huella alguna . . . En esta forma, debemos . . . a la avaricia de los
gobernantes la creación de un instrumento que de algún modo saca
al comercio de sus garras.

Desde esa época, los gobernames se han visto obligados a gober­


nar con más sabiduría que la que ellos habrían deseado; porque,
debido a estos acontecimientos, las acciones arbitrarias grandes y
repentinas ( les g1'ands coups d' autorité) del soberano han resul­
tado ineficaces y. . . sólo el buen gobierno trae la prosperidad [al
príncipe] .

Hemos empezado a recobrarnos del maquiavelismo, y lo seguire­


mos haciendo día a día. En los consejos de Estado se requiere ma­
yor moderación. Lo que solía llamarse coup d' état no sería ahora
sino imprudencia, aparte del horror que tales acciones inspiran.

Y el capítulo termina con la oración que constituye un tes­


tigo de calidad para la tesis de este ensayo y ha sido escogida
como su epígrafe :

Y es afo1'tunado para los hombres encontra1'Se en una situació1z


e11 la que, mientras sus pasio1zes los impulsmz a ser malvados
( méchams ) , stu inte1'eses los impttlsan en sentido cont1'at·io .2

0 XXI, 2 0 .
Ésta es una generalización verdaderamente magnífica, ba­
sada en la expectativa de que los intereses -es decir, el co­
mercio y sus corolarios, como la letra de cambio- inhibirán
las pasiones y las acciones "malvadas" inducidas por la pasión
de los poderosos. Varios pasajes relacionados de la obra de
Montesquieu aclaran que las ideas propuestas en el Libro XXI
constituían un componente importante de su pensamiento so­
bre la relación existente entre la economía y la política.3 En
el libro siguiente ( XXII ) utiliza un argumento muy similar al
discutir el envilecimiento de la moneda por obra del soberano.
Los emperadores romanos siguieron esta práctica con gran cui­
dado y beneficio, pero en épocas más modernas el envileci­
·
miento de la moneda es contraproductivo a causa de las ex­
tensas operaciones de divisas y arbitrajes que producirían d e
inmediato :
. . . estas operaciones violentas no podrían ocurrir en nuestra épo­
ca; un príncipe se engañaría a sí mismo y no engañaría a nadie.
Las operaciones con divisas ( le cha1zge ) han enseñado a los ban­
queros a comparar monedas de todo el mundo y a asignarles su
valor correcto. . . . Estas operaciones han eliminado las acciones
arbitrarias grandes y repentinas ( les grands coups d'autorité ) del
soberano, o por lo menos su buen éxito.4

Estas dos situaciones parecen más similares aún a causa de los


términos casi idénticos utilizados para designar las dos técnicas
que se traducen en restricciones para los políticos : la léttre de
change en el primer caso, y simplemente le change en el segun­
do. Montesquieu subraya en sus notas la importancia de la letra
3 La oposic!ón entre los intereses y las pasiones aparece también en otra parte
de la obra de l\1ontesquieu : "Ya que vive en un estado de excitación perma­
nente, esta nación podría ser conducida mejor por su pasión que por la razón;
esta última nunca produjo efectos intensos sobre la mente de los hombres; y
sería fácil para los gobernantes de esta nación conducirla a empresas contrarias
a sus intereses reales." El espíritu de las leJ•es, XIX, 27. Este párrafo se encuen­
tra en el capítulo famoso en que se presenta con simpatía a Inglaterra, en gran
extensión, sin mencionarla jamás por su nombre. Como en el caso de La Bruyere
( vid. Skpra, p. 5 2 ) , se asigna aquí a la razón el papel de un miembro relativa­
mente impotente en un ménage a trois formado por la pasión, la razón y el
interés.
' XXII, 1 4 .
de cambio: "Resulta asombroso que la letra de cambio haya
sido descubierta tan tarde, porque no hay nada más útil en el
mundo",5 y en El espíritu de las leyes hace mucho hincapié
en la importancia de la subdivisión de la riqueza en tierras
(fonds de terre) y propiedad mueble ( effets mobiliers ) de
la que forma parte la letra de cambio.6
Antes de Montesquieu, Spinoza había establecido la misma
distinción, también para fines políticos, y había mostrado la
misma preferencia por el capital movible sobre el fijo. En el
Tractatus politicus llegó a defender la propiedad estatal de to­
das las tierras, incluidas las casas "de ser posible".7 El propó­
sito de la prohibición de la propiedad privada era la elimina­
ción de disputas irresolubles y de la envidia interminable: al
poseer tierras que existen en cantidades limitadas, los miem­
bros de la misma comunidad se encuentran necesariamente en
una situación donde la ganancia de un hombre es la pérdida
de otro. Por lo tanto, "es muy importante para la promoción de
la paz y la concordia . . . que ningún ciudadano posea tierra
alguna". En cambio, el comercio y la riqueza movible se con­
templan en una luz totalmente benigna, porque originan "in­
tereses interdependientes o que requieren los mismos medios
para su satisfacción".8 Para Spinoza, la cantidad de dinero po­
seída por los individuos estaba limitada sólo por sus esfuerzos,
y estos esfuerzos se traducían a su vez en una red de obliga­
ciones recíprocas, que reforzarían los lazos unificadores de la

6 Mes pensées, No. 753 en Oeuvres completes (París: Gallimard, ed. Pléiade,
1949 ) , Vol. 1, p. 1 206. No resultaba en modo alguno desusada en esa época esta
alabanza de la letra de cambio, tras un largo periodo de sospecha por su supuesta
invención por los judíos y su posible conexión con la usura. Medio siglo después,
durante la discusión del Código de Comercio Napoleónico, el proponente de la
sección relativa a la letra de cambio exclamaba: "La letra de cambio ha sido in­
ventada. En la historia del comercio, éste es un acontecimiento casi comparable
al descubrimiento del compás y de América. • . Ha liberado el capital mueble,
ha facilitado sus movimientos, y ha creado un inmenso volumen de crédito. A
parrir de ese momento, la expansión del comercio no ha tenido más límites que
los del globo msmo." Citado en Henri Lévy-Bruhl, Histoire de /.a Jettre de change
en France aux J 7e et 1 8• siecles (París: Sirey, 1 9 3 3 ) , p. 24.
6 XX, 2 3 .
' Capítulo VI, pár. 1 2 ; véase a Spinoza, The Political Works, p. 3 2 1 .
8 Capítulo VII, pár. 8; ibid., pp. 3 4 1 - 3 4 3 .
sociedad.9 Como veremos, la importancia creciente de la ri­
queza mueble en relación con la tierra habría de ser utilizada
como base de conjeturas políticas similarmente optimistas, no
sólo por Spinoza y Montesquieu, sino también por Sir James
Steuart y Adam Smith.
Debemos hacer aquí una breve mención de actitudes apa­
rentemente distintas hacia el crecimiento de la deuda pública
y el inCremento consiguiente del monto de las obligaciones
gubernamentales o "acciones públicas". Un grupo de autores
ingleses y franceses, que incluía a Hume y Montesquieu, con­
sideró perniciosa, antes que benéfica, esta variedad de la ri­
queza mueble.10 Pueden encontrarse en sus argumentos algunos
elementos de una doctrina de "billetes reales", pero criticaron
la expansión de la deuda pública sobre todo por razones polí­
ticas. Resulta en efecto que su crítica derivaba de la misma
preocupación básica por los excesos del poder estatal que los
había llevado a hacer una evaluación positiva del incremento
de otros tipos de riqueza mueble, como la letra de cambio.
Montesquieu y otros aprobaron los tipos mencionados en úl­
timo término porgue se esperaba que limitaran la disposición
y la capacidad del gobierno para realizar grands coups d'auto­
rité. Pero esta capacidad, y el poder gubernamental en gene­
ral, sólo podría aumentar si la tesorería obtenía la capacidad
de financiar sus operaciones mediante la emisión de deuda en
gran escala. Por lo tanto, resultaba enteramente congruente
el hecho de que estos autores alabaran el aumento de la circu-

9 Véase a Alexandre Matheron, Individu et communauté ehez Spinoza ( París:


Minuit, 1 9 69 ) , pp. 1 7 6 - 1 78.
1 0 Véase a Montesquicu, El eJpírittt de las leyeJ, XXII, 1 7 y 1 8; y sobre todo

el ensayo "Of Public Credit", en David Hume, WritingJ on Economics, ed. E.


Rotwein ( Madison, Wis . : University of Wisconsin Press, 1 9 7 0 ) , pp. 90- 1 0 7 . Es
aquí donde Hume traza un cuadro aterrador del estado político al que se vería re­
ducida Inglaterra si se permitiera la expansión indefinida de la deuda pública:
"No queda ningún expediente para resistirse a la tiranía: las elecciones se ganao
sólo mediante el soborno y la corrupción. Y una vez eliminado por completo
el poder intermedio entre el rey y el pueblo, un despotismo inicuo deberá pre­
valecer inevitablemente" (p. 99 ) . Hume y Montesquieu intercambiaron correspon­
dencia sobre estas cuestiones; véanse los extractos reproducidos en 117ritings 01�
Economics, p. 1 89.
lación de letras de cambio al mismo tiempo que deploraban
tal aumento de las "acciones públicas".
Al mostrar cómo la letra de cambio y el arbitraje de divi­
sas desalentaba la acción tradicional, cruel y violenta del po­
deroso, Montesquieu no hace sino seguir el programa que se
había trazado en el breve ensayo sobre política, escrito veinti­
trés años antes de la publicación de El espíritu de las leyes:

Es inútil atacar directamente a la política demostrando hasta qué


punto sus prácticas están en conflicto con la moral y la razón.
Esta clase de razonamiento convence a todos, pero no cambia
a nadie. . . . Considero preferible seguir un camino indirecto y
tratar de trasmitir a los grandes un disgusto por ciertas prácticas
políticas mostrando cuán poco de lo que producen es útil.11

Montesquieu se veía así motivado por sus principios polí­


ticos fundamentales a descubrir, aceptar con beneplácito, y aun
exagerar, los efectos políticos benéficos que podrían derivarse
de la letra de cambio y el arbitraje en divisas. Estas institu­
ciones y operaciones son congruentes con la preocupación po­
lítica que anima la mayor parte de su obra: descubrir un medio
para evitar el abuso del poder ilimitado. Su defensa de la
separación de poderes y de un gobierno mixto derivó de su bús­
queda del poder compensatorio; porque, a pesar de sus con­
clusiones radicalmente diferentes, convenía con Hobbes en que
"todo hombre con poder tiende a abusar de ese poder; avan­
zará hasta el punto en que se tope con barreras" .12 En su libro
de notas copió una frase inglesa leída en 1 7 30, durante su
estancia en Inglaterra, en The Craftsman, el periódico crítico
de Bolingbroke :

El amor por el poder es natural; es insaciable; cas1 constante­


mente excitado y nunca saciado por la posesión.1 3

u OettvreJ compliteJ ( París: Pléiade, NRF, 1 949 ) , Vol. 1, p. 1 12.


12
El eJpi,·itu de laJ leyeJ, XI, 4.
" OeuvreJ completeJ, Vol. II, p. 1 3 5 8. Al rastrear las influencias recibidas por
Y, en consecuencia, concibió el principio de la separaClon de
poderes y varias otras estratagemas porque, como dice en una
frase famosa,

Para que no haya abuso del poder es necesario que, mediante la


disposición de las cosas ( par la disp osition des eh oses) , el poder
sea frenado por el poder.14

La adecuada disposition des choses que restringirá la expan­


sión del poder, de otro modo incesante, se obtiene primordial­
mente mediante la construcción de diversas salvaguardias ins­
titucionales y constitucionales en el sistema político. ¿Pero por
qué no incluir en esa disposition cualquier otra cosa que pue­
da ser útil? Cuando se puso a analizar las cuestiones econó­
micas, Montesquieu percibió, como antes vimos, que el deseo
de ganancia es autónomo e insaciable, justo como el deseo del
poder. Pero mientras contemplaba esto último con gran preo­
cupación, sabemos que sólo veía douceur en lo primero. Por
lo tanto, resultaba sólo natural que buscara formas específicas
para incorporar el impulso adquisitivo en la adecuada dispo­
sition des choses. En la oración fundamental antes citada, en
la p. 8 1 , donde las pasiones del soberano aparecen domadas
por sus intereses, Montesquieu realiza una combinación y una
fusión de nociones prevalecientes a la sazón acerca de la pasión
compensadora con su propia teoría del poder compensador.
Alabó la letra de cambio y el arbitraje como auxiliares de las
salvaguardas constitucionales y como baluartes contra el des­
potismo y les grands coups d'autorité; y no hay duda de que
estos pasajes sobre las favorables consecuencias políticas de la
expansión económica constituyen una aportación importante, y

la doctrina política de Montesquieu, Robert Shackleton concede gran importancia


·
al hecho de que Montesquieu "a pesar de experimentar algunas dificultades para
copiar palabras en un idioma extranjero, reprodujo en su libro de notas, con
su propia mano, los argumentos relativos al peligro ligado al poder". "Montes­
quieu, Bolingbroke, and the Separarían of Powers", en French Studies 3 ( 1 949 ) ,
p. 3 7 .
'"' El espíritu de las leyes, ibid.
hasta ahora olvidada, a su tesis política central, así como re­
presentan una justificación básica de la nueva época comer­
cial-industrial.
Tal como la hemos presentado hasta aquí, la doctrina de
Montesquieu se ocupa por entero del gobierno y la política
nacionales. Ésta era en efecto la preocupación principal del
pensamiento político, la arena tradicional donde se presenta­
ban las propuestas de reforma mediante la manipulación ins­
titucional-constitucional. Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII
había una preocupación creciente por las relaciones internacio­
nales y, en particular, por el estado de guerra virtualmente
permanente en que estaban enfrascadas las grandes potencias.
En la medida en que la guerra se consideraba provocada por
los excesos apasionados y caprichosos de los gobernantes, todo
mejoramiento de la organización política o económica nacio­
nal que obstruyera eficazmente tal comportamiento tendría
desde luego consecuencias internacionales indirectamente be­
néficas y aumentaría las probabilidades de la paz. Pero el co­
mercio internacional, siendo una transacción entre naciones,
podría tener también una influencia directa sobre la probabi­
lidad de la paz y la guerra: de nuevo, los intereses podrían
superar a las pasiones, específicamente la pasión por la con­
quista. Debido al estado relativamente subdesarrollado del pen­
samiento sobre las relaciones internacionales, las especulacio­
nes de esta clase se formulaban de ordinario en generalidades
vagas y pronunciamientos carentes de apoyo.
En realidad, la opinión general acerca del efecto del comer­
cio sobre la discordia o la armonía internacionales cambió
considerablemente del siglo XVII al XVIII. Ya fuése a causa
de la doctrina mercantilista o por el hecho de que los mer­
cados eran en efecto tan limitados que una expansión del co­
mercio de un país sólo podría obtenerse desplazando el de
otro, el comercio fue descrito como "combate perpetuo" por
Colbert y como "una especie de guerra" por Sir Josiah Child. 15
' " Introducción d e Coleman, ed., Revisions i n Mercantilism, pp. 1 5 - 1 6.
tas condiciones y doctrinas básicas bajo las cuales se desarro­
llaba el comercio habían permanecido básicamente sin cambio
alguno cincuenta años después. Sin embargo, Jean-Franc;ois
Melon, un amigo íntimo de Montesquieu, proclama en 1 734:

El espíritu d e conquista y el espíritu de comercio son mutuamente


excluyentes en una nación.1 6

Montesquieu afirma en forma igualmente categórica:

el efecto natural del comerc1o es la conducción hacia la paz. Dos


naciones que comercian entre sí se vuelven mutuamente depen­
dientes: si una se interesa por comprar, la otra se interesa por
vender; y todas las uniones se basan en las necesidades mutuasP

Este cambio dramático de la opinión relativa al efecto del


comercio sobre la paz puede estar relacionado con el pensa­
miento de Momesquieu en torno a las consecuencias políticas
nacionales de la expansión económica. Resultaba difícil sos­
tener que tal expansión condujera en lo interno a restricciones
sobre el comportamiento de los gobernantes, y en lo externo
provocaría guerra cuando se consideraba cada vez más que las
guerras eran motivadas por la ambición dinástica y la estupidez
( como se ve en Cándido) , más bien que por el "verdadero
interés".
En realidad, la alabanza de .Montesquieu hacia el comercio
·no carece de reservas. En el mismo capítulo en que alaba el
comercio por su contribución a la paz, lamenta la forma en
que el comercio trae consigo una monetización de todas las
relaciones humanas y la pérdida de la hospitalidad y de otras
"virtudes morales que nos llevan a no discutir siempre nues­
tros propios intereses con rigor".1 8

•• Essai p olitiqlie wr le comme;ce ( 1 7 34 ) , en E. Daire, Economistes fratlfis


du I 7• Jiecle ( P�rís, ! 843 ) , p. 733.
" XX, 2 .
16
!bid.
Jean Franc;ois Melon no tiene tales reservas. Por el contra­
rio, quiere tranquilizar a quienes puedan temer que el comer­
cio, al traer la paz y la tranquilidad, causará la pérdida de
cualidades como el valor y la audacia. Afirma que estas cua­
lidades no sólo sobrevivirán sino que florecerán a causa de
los peligros de la navegación afrontados de continuo por el
comercio marítimo. 1 9 Así pues, todo está bien : ¡ el comercio
actúa a la vez como un antídoto contra la guerra y como su
equivalente moral!

2. SIR ]AMES STEUART

EN EL contexto de un país donde no se contemplaba a media­


dos del siglo XVIII ningún remedio claro contra el gobierno
desastrosamente arbitrario, la confianza parcial de Montes­
quieu en el comercio, la letra de cambio y el arbitraje, como
salvaguardias contra les grands coups d'autorité y la guerra,
pueden interpretarse como un grito de desesperación, o bien
como un salto extraordinario de la imaginación optimista. En
Inglaterra no había necesidad de mirar tan lejos, ya que el po­
der de la Corona distaba mucho de ser absolutamente para
el siglo XVIII. Sin embargo, ideas similares brotaron entre los
economistas políticos y los sociólogos históricos de la Ilus­
tración escocesa en la segunda mitad del siglo.
Es probable que para figuras tales como Aclaro Smith, Aclaro
Fergusoa y John Millar, estas ideas hayan derivado de su con­
vicción de que Jos cambios económicos son los determinantes
básicos de la transformación social y política.20 Pero para Sir

19 Essai politiqt<e, p. 7 3 3 . Un argumento extenso en el sentido de que hay mu­


cha gloria en el comercio se encuentra en Abate Gabriel Fran�ois Coyer, La
noblesse comer[ante ( Londres, 1 7 5 6 ) , y en Louis de Sacy, Traité de la glo-ire
( París, 1 7 1 5 ) pp. 9 9 - 1 0 0 .
"' Véase a Ronald L. Meek, Economics and ldeology and Other Essajrs ( Londres:
Chapman and Hall, 1967 ) , sobre todo su ensayo de 1 9 5 4 'The Scottish Conrri­
bution ro Marxist Sociology", pp. 3 4 - 5 0 .
] ames Steuart, quien presentó ideas similares a las de Mon­
tesquieu en la forma más explícita y general, la explicación
es más sencilla aún: su gran obra, Inqttiry irtto the Principles
of Political Oeconomy ( 1 7 67 ) , fue concebida y escrita en
gran parte durante su prolongado exilio en el continente eu­
ropeo, donde la interrelación entre las condiciones políticas y
el progreso económico era particularmente obvia. Además, la
influencia del pensamiento de Montesquieu es evidente a lo lar­
go de su obra, tanto en lo tocante a los principios generales
como en numerosos puntos específicos del análisis.
Por ejemplo, las ideas de Montesquieu sobre los efectos po­
líticos de la letra de cambio y el arbitraje aparecen claramente
repetidas en el capítulo donde Steuart describe "Las conse­
cuencias generales resultantes para una nación comercial de la
apertura de un activo comercio exterior", en los términos si­
guientes :

El est?..dista mira a su alrededor con asombro; él que gustaba de


considerarse a sí mismo como el primer hombre de la sociedad
en todos sentidos, se percibe eclipsado por el lustre de la riqueza
privada, que esquiva su mano cuartdo trata de asirla. Esto vuelve
su gobierno más complejo y más difícil de manejar; ahora debe
armarse de a1·te y de dirección, tanto como de poder y autoridad.2 1

La misma idea se expresa otra vez cuando Steuart afirma que


"el interés monetario", por oposición a los terratenientes con
su "propiedad sólida", "puede burlar los intentos [del gober­
nante] " y puede frustrar "sus planes para apoderarse de la
riqueza privada" .22
Este pensamiento acerca de las restricciones inducidas por
la expansión sobre la autoridad despojadora y las exacciones
arbitrarias de los poseedores del poder político se elabora y
presenta en forma más general cuando se examinan en forma

"" l?lqttiry, Vol. 1, p. 1 8 1 (sin subrayado en el original ) .


"'' lbid., p. 2 1 3 .
específica las consecuencias sociales y políticas de la expansión
económica --que más adelante, en el mismo capítulo, Steuart
llama "el establecimiento del comercio y la industria".
Como en el pasaje antes citado, Steuart se muestra pecu­
liarmente consciente de un enigma notable. Muy familiarizado
con el pensamiento mercantilista y en algunos sentidos todavía
bajo su influencia, Steuart sabía que el comercio y la industria,
conducidos correctamente, deberían aumentar el poder del rei­
no y por lo tanto el del soberano. Al mismo tiempo, la ob­
servación del desarrollo social efectivo y, presumiblemente, el
conocimiento del nuevo pensamiento histórico de sus compa­
triotas escoceses, como David Hume y \Villiam Robertson, se­
ñalaban un conjunto muy diferente de consecuencias: la ex­
pansión comercial fortalecía la posición de los "hombres de
rango medio" a expensas de los señores y eventualmente tam­
bién del rey. Colocado en la encrucijada de estos dos análisis
o conjeturas contradictorios, Steuart los concilió audazmente
por una de esas secuencias dialécticas que, junto con otras in­
dicaciones, hace probable que su pensamiento haya influido
sobre Hegel.23 Sostiene Steuart, en forma verdaderamente mer­
cantilista, que "la introducción del comercio y la industria" se
origina en la ambición de poder del gobernante, pero luego
demuestra cómo las cosas toman un viraje inesperado:

Ei comercio y la industria. . . deben su establecimiento a la am­


bición de los príncipes. . . sobre todo para enriquecerse y volverse
así formidables ante sus vecinos. Pero no descubrieron, hasta que
ia experiencia se los enseñó, que la riqueza obtenida por ellos de
tales fuentes era sólo el vertedero de la corriente; y que un pueblo
opulento, audaz y dinámico, encontrando en sus manos el fondo
de riqueza del príncipe, también puede, cuando experimenta una
fuerte inclinación, sacudirse su autoridad. La consecuencia de este
cambio ha sido la introducción de un plan de administración más
moderado y más regular.
�' Véase a Paul Chamley, Economie pol#ique et philoJOphie chez Ste:tMt es
Hegel ( París : Dalloz, 1 963 ) , y Docummts relatifs a Sir James Ste11art ( París:
Dailoz, 1 9 6 5 ) , pp. 89-92 y 1 4 3 - 1 4 7 .
Una vez que un Estado empieza a subsistir por las consecuencias
de la industria, es menor el pel igro de caer en poder del sobe­
rano. El mecanismo de su administración se vuelve más comple­
jo, y. . . el soberano se encuentra tan l imitado por l as l eyes de su
economía política que toda transgresión de tales leyes lo mete en
nuevas dificultades.

En este punto, Steuart se cura en salud :

Hablo sólo de gobiernos que se conducen en forma sistemática,


constitucional, y por leyes generales; y cuando hablo de los prín­
cipes quiero referirme a sus consejos. Los príncipes que estoy
investigando aprecian la fría administración de su gobierno; co­
rresponde a otra rama de la política la construcción de defensas
contra sus pasiones, vicios y debilidades humanas.24

Pero olvida toda esta precaución cuando vuelve, pocos ca­


pítulos después, al tema de las "restricciones" implicadas por
"el complicado sistema de la economía moderna" para la con­
ducción de los asuntos públicos. Otra vez formula un argu­
mento con dos caras : por una parte, el aumento de la riqueza
hace que el gobernante tenga "una influencia tan poderosa
sobre las operaciones de todo un pueblo . . . que en otras épo­
cas, aun bajo los gobiernos más absolutistas, era totalmente
desconocida"; pero. al Ínismo tiempo, "el poder soberano está
muy limitado en todo su ejercicio arbitrario" ( subrayado de
Steuart) . La razón se encuentra en la naturaleza de la "com­
plicada economía moderna", que Steuart llama también "el
plan" o "el plan de la economía" :

. . .la ejecución del plan será absolutamente incompatible con toda


medida arbitraria o irregular.

El poder de un príncipe moderno nunca ha sido, por la consti­


tución de su reino, tan absoluto, pero se vuelve limitado en cuanto
esrablece el plan de la economía que estamos tratando de explicar.

24 b;q¡úry, Vol. I, pp. 2 1 5 -2 1 7 .


Si su autoridad semejaba ames la solidez y la fuerza de la cuña
( que puede usarse indistintamente para partir madera, piedra y
otros cuerpos duros, y que puede dejarse de lado y volverse a
tomar a voluntad ) , al final llegará a semejar la delicadeza del re­
loj, que sólo sirve para marcar la progresión del tiempo, y que
se destruye de inmediato si se usa en otra cosa cualquiera, o se
coca con otra cosa que no sea la mano más delicada.

Por lo canto [una} economía moderna es el freno más eficaz m­


ventado jamás contra la estupidez del. despotismo.25

He aquí otra formulación brillante de la idea elaborada ori­


ginalmente por Montesquieu, que debido al "complicado sis­
tema de la economía moderna" los intereses se impondrían al
gobierno arbitrario, a la "estupidez del despotismo", en suma,
a las pasiones de los gobernantes. Esta vez, Steuart arroja al
viento su precaución anterior y ve claramente el comercio y
la industria en expansión como confiables "baluartes contra las
pasiones, los vicios y las debilidades [de los hombres}".
Como ocurre con Montesquieu, el conjunto de ideas des­
tacado aquí se aprecia mejor si tales ideas se relacionan con el
resto del pensamiento de Steuart. En el caso de Montesquieu
no fue difícil demostrar que sus especulaciones sobre las im­
plicaciones políticas de la expansión comercial encajan muy
bien en los temas principales de su obra. Pero en el caso de
Steuart nuestra primera reacción es la imputación de incon­
gruencia : La Inqt-tiry ha sido conocida desde antaño como un
libro donde el "estadista" 20 está _ orientando constantemente
las cosas en una dirección u otra para mantener la economía
en un curso uniforme, y los intentos de rehabilitación de Steuart
como un gran economista lo han mostrado como antecesor de
Malthus, Keynes, y de "la economía del control".27 ¿Cómo es
'5 lb3d., pp. 278-279.
•• :Ústa es la expresión abreYiada usada por Steuart para . . denotar la legisla­
ción o el poder supremo, según sea la forma de gobierno". lnq1úry, Vol. 1, p. 1 6.
Si tl embargo, en general utiliza Steuan este término con el significado de un
gobernante ilustrado o que deba ser ilustrado, interesado sólo en el bien público.
"' Véase d Capítulo 9, "Steuart's Economics of Control", en S. R. Sen, The
posible entonces que haya sostenido al mismo tiempo que "la
introducción de la economía moderna" restringida o const1·e­
ñiría al estadista hasta un punto nunca antes visto?
La explicación reside en la distinción, implícita en Steuart,
entre los abusos "arbitrarios" del poder que derivan de los
vicios y las pasiones de los gobernantes ( y se relacionan de
cerca con los grands coups d'autorité de Montesquieu ) por
una parte, y la "fina sintonía" realizada por un estadista hi­
potético exclusivamente motivado por el bien común, por. la
otra parte.28 Según Steuart, la moderna expansión económica
pone fin al primer tipo de intervención pero crea luego una
necesidad especial del segundo tipo para que la economía siga
una trayectoria razonablemente uniforme.
La congruencia básica del pensamiento de Steuart se en­
tiende mejor a través de su metáfora del reloj al que asemeja
la "economía moderna". La utiliza en dos ocasiones diferentes
para ilustrar, por turno, los dos aspectos de la intervención
estatal que hemos mencionado. Por una parte, el reloj es tan
delicado que "se destruye de inmediato . . . si se toca con otra
cosa que no sea la mano más delicada"; 29 esto significa que
el castigo por los arbitrarios coups d'autorité ya pasados de
moda es tan duro que sencillamente tendrán que cesar tales
abusos. Por otra parte, estos mismos relojes "de continuo mar­
chan mal; a veces la cuerda es demasiado débil, otras veces
es demasiado fuerte para la máquina . . . y se hace necesaria
la mano del relojero para componerla"; 30 así pues, con fre­
cuenCla se requieren intervenciones bien intencionadas, de­
licadas.

Economics of Sir ]ames Ste11art ( Londres : B. Bell and Sons, 1 9 5 7 ) , y R. L.


Meek, "The Economics of Control Prefigured", en Science and Socioty, Otoi'io
de 1 9 5 8 .
28 El supues�o más general por Steuart a l o largo d e s u libro e s que los
iudividuos están motivados por su i nterés propio, mientras que "el espíritu públi­
co. . _ <!ebe ser preponderante en el estadista". l11qttiry, Vol. 1, pp. 1 42 - 1 4 3 . Tam­
bién vid. wpra, pp. 5 6 - 5 7 .
"" lnqttiry, Vol. !, p. 2 7 8 .
"' /bid., p. 2 1 7 .
No podemos dejar de pensar aquí en la metáfora que ase­
mejaba el universo a un reloj, utilizada constantemente en los
siglos XVII y XVIII.31 Su corolario era que Dios cambiaba de
profesión o de instrumentos : del alfarero que había sido en el
Antiguo Testamento, ahora se convertía en relojero, le Grand
Horloger. Por supuesto, la implicación era que una vez cons­
truido el reloj por Dios, debía funcionar enteramente por sí
solo. El reloj de pulsera de Steuart ( = economía ) tiene en
común con el reloj de pared ( = universo ) la cualidad de ser
un mecanismo finamente construido que no debe ser moles­
tado por la arbitraria interferencia externa; pero al escoger
la imagen de un reloj, Steuart puede expresar a la vez la
imposibilidad de un manejo arbitrario y descuidado y la ne­
cesidad de frecuentes movimientos correctores por parte del
solícito y experto "estadista".

3. }OHN MILLAR

MoNTESQUIEU y Steuart creían que la expansión del comercio


y la industria eliminaría la toma de decisiones arbitrarias y
autoritarias por parte del soberano. Su razonamiento es simi­
lar, si no idéntico. Montesquieu generaliza a partir de situa­
ciones donde el Estado se ve privado en gran medida, a re·
sultas del surgimiento de nuevas instituciones financieras es­
pecíficas, de su poder tradicional para tomar la propiedad y
envilecer la moneda a voluntad. Para Steuart, es más bien la
complejidad y vulnerabilidad de la "economía moderna" en
conjunto la que vuelve inconcebibles las decisiones e interfe­
rencias arbitrarias, es decir, exorbitantemente costosas y per­
turbadoras.
31 Popularizada por Leibnitz y Voltaire, su uso se hace datar de Nicolás Oresmus
( muerto en 1 3 8 2 ) ea Lynn White, Medieval Technology and Social Change (Ox­
ford : Clarendon Press, 1963 ) , p. 1 2 5 ; véase también a Carla M. Cipolla, Clocks
and Culture, 1 3 0 0 - 1 700 ( Londres : Collins, 1967 ) , pp. 1 0 5 , 1 6 5 .
Así pues, en ambas situaciones se impide o disuade al so­
berano para que no actúe en forma tan violenta o imprevisi­
ble como antes, aunque todavía quiera hacerlo. La posición
de .Montesquieu y Steuart descansa más en la restricción, la
inhibición y la sanción del príncipe que en su motivación
para que contribuya directamente a la prosperidad de la na­
ción, un camino propugnado por los fisiócratas, como veremos
más adelante.
El "modelo de disuasión" escogido por Montesquieu y
Steuart, sobre todo la variante sugerida por este último, nece­
sitaba mayor precisión. Después de todo, la disuasión puede
fallar y el príncipe optar por recurrir de todos modos a su
arbitrio o grand coup d'autorité. En tal caso, la situación po­
dría salvarse todavía si hubiese en la sociedad fuerzas que
se movilizaran rápidamente para oponerse al príncipe y obli­
garlo a retirar o modificar sus políticas. Se necesitaba un me­
canismo de retroalimentación o equilibrio que restaurara con­
diciones favorables a la expansión del comercio y la industria
cuando éstos fuesen perturbados. Podría afirmarse que tal me­
canismo estaba implícito en el ascenso de las clases mercantiles
y medias, descrito por muchos autores del siglo XVIII, desde
Hume hasta Adam Smith y Ferguson. John Millar, otro miem­
bro prominente de la Ilustración escocesa, hizo un relato ex­
plícito de las razones históricas por las que estas clases no sólo
llegan a ejercer una influencia política creciente en general
sino que pueden reaccionar ante los abusos del poder de otros
mediante la acción colectiva.
En un ensayo póstumo titulado "The Advancement of Ma­
nufactures, Commerce, and the Arts; and the Tendency of this
Advancement to diffuse a Spirit of Liberry and Independence",
Millar enuncia su tema principal como sigue :

En los países comerciales, el espíritu de libertad parece depender


principalmente de dos circunstancias: primero, la condición de
los hombres en relación con la distribución de la propiedad y los
medios de subsistencia; segundo, la facilidad con que los diversos
miembros de la sociedad puedan asociarse y actuar de concierto
entre sí.32

De acuerdo con estos lineamientos, Millar muestra primero


cómo los adelantos de la productividad en la manufactura
y la agricultura conducen en ambas actividades a una mayor
"independencia personal y a nociones más altas de la libertad
general". También considera probable que estos adelantos no
vayan acompañados de las muy grandes desigualdades de for­
tuna características de la época procedente, sino por "una gra­
dación tal de la opulencia que no cree un abismo entre la parte
superior y la inferior de la escala".33
Habiéndose convencido en esta forma de que el adelanto
del comercio y las manufacturas producen una difusión gene­
ral del espíritu de libertad, Millar señala en forma más especí­
fica cómo este adelanto aumenta la capacidad de ciertos gru­
pos sociales para recurrir a la acción colectiva contra la opre­
sión y . los malos manejos. El derecho a la rebelión de Locke
se somete aquí a un fascinante análisis sociológico que con­
viene citar in extemo:

. . . cuando se inviste a un grupo de magistrados y gobernantes de


una autoridad, confirmada por el uso inveterado y apoyada, tal
vez, por una fuerza armada, no puede esperarse que el pueblo,
solo y desconectado, pueda resistir la opresión de sus gobernantes;
y su poder de combinación para este propósito debe depender e n
gran medida d e sus circunstancias peculiares. . . E n los reinos gran­
des, donde el pueblo está disperso por un vasto país, raras veces
ha sido capaz de. . . esfuerzos vigorosos. Cuando los hombres vi­
ven en pequeñas aldeas, distantes entre sí y con medios de comu­
nicación muy imperfectos, a menudo se ven poco afectados por
las penalidades que muchos de sus compatriotas deben soportar
por h tiranía del gobierno; y una rebelión puede aplastarse en
un lugar antes de que tenga tiempo de propagarse a otro.
32 William C. Lehmann, !ohn Millar of Glasgow, 1 735-1 801 ( Cambridge : Uni·
''ersity Press, 1 9 60 ) , pp. 3 3 0 · 3 3 1 . Las obras principales de Millar aparecen rep ro­
ducidas en las partes JII y IV de este libro.
S3 lbid., p. 3 3 6 .
Sin embargo, el estado de un país a este respecto cambia gra­
dualmente a resultas del progreso del comercio y las manufactums.
A medida que los habitantes se multiplican por la facilidad de l a
obtención d e s u subsistencia, s e reúnen e n grande� cuerpos para
el e j ercicio conveniente de sus empleos. Las aldeas se convierten
en pueblos, los que a menudo alcanzan las proporciones de ciu­
dad�s JA'1pulosas. En todos estos lugares de residencia surgen gran­
des grupos de trabajadores o artífices que, por ejercer el mismo
empleo y por su interrelación constante, pueden comunicarse con
gran rapidez sus sentimientos y pasiones. Entre ellos surgen líderes
que dan tono y dirección a sus compañeros. El fuerte alienta al
débil; el audaz anima al tÍmido; el resuelto apoya al vacilante; y
los movimientos de toda la masa se hacen con la uniformidad de
una máquina, y con una fuerza a menudo irresistible.
En esta situación, una gran parte del pueblo se excita con faci­
l id::td por todo descontento popular y puede unirse sin mayor difi­
cultad para exigir l a reparación de los agravios. El menor motivo
de queja se vuelve, en un pueblo, la ocasión para un disturbio; y
las liamas de la sedición que se difunden de una ciudad a otra
se convierten en una insurrección general.
Esta unión tampoco surge sólo de situaciones locales, ni se con­
fina a la clase inferior de quienes viven del comercio y la manu­
factura. Por una atención constante a los objetos profe.rionales,
las órdenes superiores de quienes se ocupan en actividades mer­
cantiles llegan a d iscernir con rapidez su · interés común y a per­
seguirlo infatigablemente en todo momento. Mientras el agricul­
tor, ocupado en el cultivo separado de su tierra, considera sólo su
propio beneficio personal; mientras el caballero terrateniente tra­
ta sólo de obtener un ingreso suficiente para la satisfacción de
sus necesidades, y a menudo no presta atención a su propio in­
terés ni al de nadie más, el comerciante, sin olvidar jamás su ven­
taja privada, se acostumbra a conectar su propia ganancia con la
de sus semejantes y por lo tamo está siempre dispuesto a unirse
con los de la misma profesión, para solicitar la ayuda del gobier­
no y para promover medidas generales para el beneficio de su ac­
tividad.
En el curso de este siglo se ha vuelto gradualmente más y más
conspicua la existencia de esta gran asociación mercantil. El cla­
mor y los procedimientos tumultuarios del populache; de las gran­
des ciudades pttedc1z llegar hasta lo más recóndito de la adminis­
tración, intimidar al nzi1zistro más osado, y despla:zar al fa1iorito
más presuntuoso. La voz del interés mercantil nu�tca deja de atraer
la atención del gobierno, y cuando es firme y unánime puede aun
controlar y dirigir las deliberaciones de los consejos nacionales. 34

La característica más notable de estos párrafos es la con­


cepción positiva que tiene Millar del papel social de los dis­
turbios y otras acciones populares. Pocos decenios después, el
clima había cambiado por completo, como lo atestiguó el Dr.
Andrew Ure en su Philosophy of Manufactures ( 1 835 ) :

Las manufacturas condensan naturalmente una vasta población en


un circuito estrecho; proveen todas las facilidades para la cábaia
secreta . . . ; comunican inteligencia y energía a la mente vulgar,
con sus salarios liberales aportan los músculos pecuniarios del es­
fuerzo.35

Por supuesto, para 1 83 5 había aparecido la clase obrera,


frecuentemente "contenciosa". Es probable que los aconteci­
mientos del siglo XVIII en que Millar basaba su visión opti­
mista de la acción masiva sean los disturbios de Wilkes, que
sacudieron a Londres en forma intermitente en los años se­
senta y setenta.36 Como ha demostrado Rudé, estas revueltas
se caracterizaron por esa alianza de los comerciantes y otros
elementos de la clase media con la "multitud" que aparece tan
bien descrita en el análisis de Millar.37 Sin embargo, otros ob­
servadores contemporáneos parecen haberse alarmado por estos
disturbios. A causa de ellos, David Hume se volvió mucho más
conservador y suprimió, en una nueva edición de sus Essays,
una extensa evaluación optimista de las perspectivas de la liber­
tad donde había afirmado, por ejemplo, "que el pueblo no es el
34 !bid., pp. 3 3 7 - 3 39 (sin subrayado en el origiqal ) .
35 Citado en E. P. Thompson, The Making of thé English JVorking Class (Nue­
va York: Vinrage Books, 1963 ) , p. 3 6 1 .
"" E n Yirtud d e que e l ensayo de Millar fue encontrado después d e s u muerte
en 1 8 0 1 , resulta difícil conocer su fecha.
37 George Rudé, JVitkes and Liberty: A Social Stttdy o/ 1 763 to 1 774 ( Oxford:
Ciarendon Press, 1962 ) , pp. 1 79 - 1 84. Véase también a Frank Ackerman, "Riots,
Populism, and Non-Industrial Labor: A Comparative Study of the Political Eco·
nomy of the U rban Crowd" ( tesis doctoral inédita, Universidad de Harvard, De­
partamento de Economía, 1 974 ) , Capítulo 2.
monstruo peligroso que se ha pintado". 38 El análisis de Millar
tampoco es muy tranquilizante en ocasiones ( excepto para un
revolucionario ) , sobre todo cuando vislumbra la posibilidad
de una "insurrección general"; pero en general enfatiza "la
atención constante a los objetos profesionales" por parte de los
comerciantes, y su mayor capacidad, por comparación con
los agricultores muy dispersos, para organizarse en la acción
de "grupos de interés", para atraer a otros hacia su causa, y
para obtener la reparación de los agravios cometidos por los
gobernantes descarriados. En esta forma, el proceso descrito
por Millar exhibe la "deliberación discriminante" y el "carác­
ter enfocado" que parecen haber sido la característica princi­
pales del populacho de Europa Occidental en el siglo XVIII.39
Así como se consideró que estas multitudes tenían un "papel
constitucional" por desempeñar en Inglaterra y aun en la Amé­
rica colonial,40 John Millar las dotó de un papel altamente
racional y benéfico para el mantenimiento y la defensa del
progreso económico.
Además, así como Steuart había igualado el funcionamien­
to de la "economía moderna" a la "delicadeza de un reloj",
los movimientos de los "hombres mercantiles" y sus aliados
se contemplan aquí como realizados "con la uniformidad de
una máquina". Claramente, Millar estaba convencido de ha­
ber descubierto un mecanismo importante y confiable que
impediría el predominio prolongado de las pasiones del prín­
cipe sobre el interés público y las necesidades de la economía
en expansión. En este sentido, su pensamiento completa el de
Montesquieu y Steuart.

"' El pasaje suprimido aparece reproducido como nota de pie en Essa;>J, Vol. I,
p. 97. Giarrizzo examina el episodio en David Httme, p. 82.
39 Pauline Maier, "Popular Uprisings and Civil Authority in Eighteenth ·Century
America", en lf/illiam and Mar'' Quarterly 27 ( enero de 1 9 7 0 ) , p. 1 8 ; véase
también a Dirk Hoerder, "People and Mobs: Crowd Action in Massachusem during
rhe American Revolution'' ( tesis inédita, Freie Universitat, Berlín, 1 9 7 1 ) , pp.
1 2 9- 1 3 7 .
'" Maier, ib;d., p . 27.
CONCEPCIONES RELACIONADAS PERO
DISCORDANTES

LA CONCEPCIÓN de las consecuencias políticas de la expan­


sión económica sostenida por Montesquieu y Steuart no era
compartida en forma universal. En realidad, los autores de
asuntos económicos más influyentes de Francia e Inglaterra,
los fisiocratas y Adam Smith, no sólo no aportaron nada a la
línea específica de pensamiento que se había desarrollado sino
que, como veremos, en diversas formas contribuyeron a su de­
clinación, sobre todo Adam Smith.
Los dos grupos comparten varias ideas y preocupaciones
importantes, pero el énfasis y la conclusión difieren a menudo
de modo marcado. Por ejemplo, la idea de la economía como
un mecanismo o una máquina de construcción intrincada que
funciona independientemente de la voluntad de los hombres
fue una de las aportaciones más importantes de los fisiócratas
al pensamiento económico.4 1 En el transcurso de sus viajes por
Europa, Steuart había entrado en contacto con varios miem­
bros prominentes de esa escuela,4 2 y es posible que su concep­
ción de la economía moderna como un mecanismo semejante
a un reloj haya influido en su forma de pensar. Pero la con­
clusión desprendida por los fisiócratas de sus concepciones no
era, como en el caso de Steuart, el pronóstico de que nadie se
atrevería a interferir con el funcionamiento de la máquina,
sino la defensa de un orden político donde la interferencia
quedara eficazmente eliminada.
De igual modo, los fisiócratas y Adam Smith compartían
con sus contemporáneos la creencia en la importancia de la
distinción existente entre la propiedad mueble y la inmueble.
Esta distinción había sugerido primero a Montesquieu la idea

41 Véase a Ronald L. Meek, The Economics o/ Ph)'Jiocracy ( Cambridge, Mass. :


Ha¡yard Un iversity Press, 1 9 6 3 ) .
" Véase la Introducción de A. S. Skinner a la lnqtúry de Sreuart, Vol. 1, .
p. xxxvii, y Chamley, Docam ents, pp. 7 1 -74.
de que los gobiernos que trataran con ciudadanos cuyas pro­
piedades fuesen primordialmente muebles tendrían que com­
portarse de modo muy distinto al de los gobiernos que afron­
taran sociedades donde la propiedad inmueble fuese la forma
principal de la riqueza privada. En La riqueza de las naciones
se menciona varias veces esta distinción y la capacidad de los
poseedores de capital para desplazarse hacia otro país, y en
eEecro se reconocen como restricciones a las políticas fiscales
de extorsión.43 Pero Adam Smith no va más allá. En su texto
básico, Philosophie rttrale, Quesnay y Mirabeau señalan tam­
bién el carácter elusivo de la riqueza en las sociedades comer­
ciales y en efecto se aproximan mucho al análisis de Montes­
quien; pero lo hacen con un espíritu muy diferente :

Todas las posesiones [de las sociedades comerciales} consistían e n


valores dispersos y secretos, unos cuantos almacenes, y deudas pasi­
vas y activas, cuyos verdaderos dueños son en parte desconocidos,
porque nadie sabe quiénes de ellos son acreedores y quienes son deu­
dores. El poder soberano no puede apoderarse nunca de la riqueza
inmaterial o guardada en los bolsillos de la gente, y en consecuen­
::ia no obtendrá nada. Ésta es una verdad que debe repetirse cons­
tantemente a los gobiernos de las naciones agrícolas que se esfuerzan
tanto por aprender a ser comerciantes, es decir, a robarse a sí
m i smos. El rico comerciante, traficante, banquero, etc., siempre
será miembro de una república. Donde quiera que viva, disfru­
tará siempre de la inmunidad inherente al carácter disperso y des­
conocido de su propiedad, de la que sólo podemos ver el lugar
donde se realizan las transacciones. Sería menos inútil que las
autoridades trataran de obligarlo a cumplir con las obligaciones
de un súbdito: se ven obligadas, para inducir:o a entrar en sus
pl�.nes, a tratarlo como un amo, y a volver conveniente para él
su contribución voluntaria al ingreso público.44

Es obvio que Quesnay y Mirabeau creen, ante todo, que las


cualidades elusivas del comercio y la industria son una desven-
'" La riqueza de las n<�ciones, pp. 748, 8 2 5 .
44 Tornado del " 'Extract from 'Rural Philosophy' " incluido e n Meek, Physiocrac)',
p. 6 3 .
taja antes que una ventaja, de modo que resulta aconsejable
para un país no alentar estas actividades.45 En segundo lugar,
simplemente suponen que los ricos comerciantes y banqueros
volverán de algún modo al patrón medieval y se organizarán
en repúblicas separadas. Por lo tanto, el problema de la orga­
nización política en las "sociedades agrícolas" ( entre las que
se incluye implícitamente a Francia) permanece irresuelto.
Por último, y lo que es más importante, los dos grupos de
pensadores están igualmente convencidos de que las políticas
ineptas, arbitrarias y dispendiosas de los gobernantes pueden
impedir gravemente el progreso económico. Algunas de las
páginas más elocuentes de Adam Smith denuncian tales po­
líticas,46 y la crítica siguiente de Quesnay puede quedar como
una enumeración útil de las variedades principales de los grands
coups d'autorité de Montesquieu:

. . . el despotismo de los soberanos y de sus servidores, las deficien­


cias y la inestabilidad de las leyes, los excesos desordenados ( dé­
reglements ) de la administración, la incertidumbre que afecta a
la propiedad, las guerras, las decisiones caóticas en materia de im­
puestos, destruyen a los hombres y la riqueza del soberano.47

Pero, de nuevo, ni los fisiócratas ni Adam Smith estaban dis­


puestos a depender de la expansión económica para lograr
la "eliminación" de esta clase de estupidez de los políticos.
Más bien propugnaban que estos males se atacaran en forma
directa: los fisiócratas se declararon en favor de un nuevo or­
den político que asegurara las políticas económicas correctas
tal como ellos las definían, mientras que Adam Smith trataba

1.5 Los temores y las esperanzas suscitados por el surgimiento de las diversas for­
mas del capital mueble como un componente importante de la riqueza total en
el siglo XVIII ofrece muchos paralelos interesantes con las percepciones similar­
menee contradictorias provocadas más recientemente por el ascenso de la corpora­
ción multinacional.
•• Jacob Viner, "Adam Smith and Laissez Faire", en ]ournal of Political Eco­
•tomy 35 ( abril de 1 9 2 7 ) , pp. 198-232.
4 7 Artículo ''Hommes" ( 1 7 5 7 ) , en FranfoÍl Quesnay et la Pbysiucratie ( l. N .E. D.,
1 9 5 8 ) , Vol. JI, p. 5 7 0.
con mayor modestia de cambiar algunas políticas específicas.
Examinaremos por turno sus posiciones respectivas.

l . LOS FISIÓCRATAS

EN LA cuestión de la organización política, las diferencias de


enfoque relativamente pequeñas condujeron a Montesquieu y
los fisiócratas a posiciones perfectamente opuestas. Montes­
quieu se dedicó a diseñar instituciones políticas y económicas
que restringieran con eficacia los excesos apasionados del so­
berano. Los fisiócratas eran un poco más ambiciosos : querían
motivar al soberano para que actuara correctamente ( es decir,
de acuerdo con la doctrina fisiocrática ) por su propia volun­
tad. En otras palabras, buscaban un orden político donde los
poderosos se vieran impelidos, por razones de su propio inte­
rés, a promover el interés general. La búsqueda de esta armo­
nía particular de intereses había sido la forma como Hobbes
planteaba el problema de la mejor forma de gobierno, y esta
búsqueda lo había llevado a favorecer la monarquía absoluta
sobre la democracia y la aristocracia:

. . . cuando el interés público y el privado [del gobernante} están


más unidos, el interés público está más avanzado. Ahora bien, en
la Monarquía el interés privado es lo mismo que el público. La
riqueza, el poder y el honor de un Monarca derivan sólo de la ri­
queza, el vigor y la reputación de sus Súbditos. Pues ningún Rey
puede ser rico, ni glorioso, ni seguro, cuando sus Súbditos están
pobres, descontentos, o demasiado débiles, por la escasez o la
disensión, para sostener una guerra contra sus enemigos: Mientras
que en una Democracia, o Aristocracia, la prosperidad pública no
confiere tanto a la fortuna privada de alguien corrupto, o ambi­
cioso, como lo hace muchas veces un consejo pérfido, una acción
traicionera, o una guerra Civil.48

.. Leviatán, Capítulo XIX.


En sus escritos políticos, los fisiócratas utilizaron la misma
idea y sólo tenían sarcasmo para la defensa hecha por Mon­
tesquieu de una forma de gobierno que para ellos parecía con­
denada a ser débil y vacilante. Al mismo tiempo, formularon en
el principio del laissez faire la otra doctrina, mejor conocida,
de la armonía de los intereses, según la cual el bien público
es el resultado de la libre búsqueda del interés propio de cada
uno. Situados en la intersección de estas dos Hannonielehren,
los fisiócratas propugnaban extrañamente a la vez la libertad
de toda interferencia gubernamental en el mercado y h im­
posición de esta libertad por un gobernante todo poderoso
cuyo interés propio está ligado al sistema económico "correc­
to". Llaman "despotismo legal" a este último arreglo, que
oponen al "despotismo arbitrario", culpable de las iniquidades
tan bien detalladas por Quesnay.49
Yen do más allá que Hobbes, quien confiaba en la conver­
gencia general de intereses entre los Muchos y el Uno que
gobierna, algunos de los fisiócratas inventaron arreglos insti­
tucionales destinados específicamente a volver verdaderamen­
te "legal" al déspota. Por una parte, elaboraron un sistema de
control judicial que velaría por que las leyes promulgadas por
el soberano y su consejo no fuesen contrarias al "orden na­
tural" que debe reflejarse en la constitución fundamentJ.l del
Estado.50 Pero una salvaguardia más importante aún era la
idea de que debe darse al soberano un verdadero interés en
la prosperidad de su mancomunidad. Tal era el propósito de la
institución de la copropiedad que Le Mercier de la Riviere
propuso en su Ordre natztrel et essentiel des sociétés politiques
( 1 7 67 ) .51 De acuerdo con su plan, el soberano sería copro­
pietario, en una proporción fija e inmutable, de todos los
'" La terminología se debe a Le Mercier de la Riviere.
50 Acerca de este aspecto del pensomiento fisiocrárico véase a Mario Einaudi,
The Phsiocratic Doctrine of ]ttdicial Co11trol ( Cambridge, Mass . : Harvard Uni­
versi•r Press, 19 3 S ) .
"' Ed. E. Depitre ( Plrís, 1 9 1 0 ) , Capi::Jlos 1 9 y 44; vb.se también a Georges
Weulersse, Le ?liOttvement ph,,siocratiqtte e11 P.rance, 1 7 5 6 - 1 7 7 0 ( París: Alean,
' l 9 - l l7v ·dd 'II · ¡oA ' ( ü_J 6 l
recursos productivos y del produit net: en consecuencia, codo
conflicto de intereses entre él y el país en conjunto resultaría
inconcebible, y la identidad hobbesiana de intereses sería evi­
dente aun para el déspota más estúpido y malvado.
Fue Linguet, el eterno enfant terrible y crítico de Monees­
quien y de los fisiócratas por igual, quien llevó a su última
· conclusión este modo de razonamiento. Con lógica indudable,
pensó que un arreglo de copropiedad con el monarca no cons­
tituiría una seguridad suficiente de la identidad de intereses
que debían buscarse; así que dio un paso adelante y se ma­
nifestó en favor de la propiedad total de coda la riqueza
nacional para el gobernante. Con gran consistencia alaba el
"despotismo asiático" u "oriental" y concluye que el sistema
propugnado por él

no favorece en modo alguno a la tiranía, contra lo que muchos


creen; impone a los reyes obligaciones mucho más estrictas que
la llamada dependencia en que algunos quisieran colocarlos en
relación con sus propios vasallos. [Este sistema ideal} no sólo les
aconseja ser justos; los obliga a serlo.52

Este pasaje nos recuerda mucho la frase de Steuart acerca


de que la "estupidez del despotismo" se vuelve imposible con
la "economía moderna". Por supuesto, la diferencia fundamen­
tal consiste en que los fisiócratas ( al igual que Linguet ) es­
peraban que este sistema ideal de economía política fuese
promulgado por gobernantes ilustrados, como resultado de la
capacidad de persuasión de sus argumentos;53 mientras, Sir Ja­
mes Steuart pensaba que el cambio en la dirección deseada
oc:.:rriría por sí solo, a resultas del proceso de la expansión
económica en marcha.
No resulta difícil concebir una posición que comparta es­
tos dos puntos de vista : el marxismo, en efecto, nos ha fami-

52 Théories des lois civiles ( Londres, 1 7 74 ) , Vol. I, pp. 1 1 8 - 1 1 9 ( Oe'<Vres, Ill ) .


'" Su considerable influencia sobre la política pública y el clima de la opi­
nión >e rastrea en Weulersse, Le 1n01tvement physiocratiquc, VoL II, Libro 4.
liarizado totalmente con la posibilidad de creer al mismo tiem­
po que las fuerzas históricas avanzaban inexorablemente ha­
cia cierto resultado y que quienes desean este resultado deben
dedicar todas sus energías a su realización. En realidad, todo
escritor orientado hacia la política en las ciencias sociales afron­
ta el problema de la combinación adecuada entre el pronóstico
y la prescripción, y ahora es tiempo de examinar la posición
muy compleja adoptada á este respecto por Adam Smith.

2. A DA M SMITH Y EL FIN DE UNA VISIÓN

EL EFECTO principal de La riqueza de las naciones fue el es­


tablecimiento de una poderosa justificación económica para
la búsqueda irrestricta del interés individual, mientras que en la
literatura anterior aquí examinada se hacía hincapié en los
efectos políticos de esta búsqueda. Pero ningún lector atento
de La riqueza se sorprenderá de que puedan encontrarse tam­
bién argumentos de la segunda clase en ese volumen proteico.
En realidad, Adam Smith presenta en cierto momento la idea
de que el aumento de la riqueza y la disminución del poder
van de la mano, y lo hace en mayor extensión y con mayor
vigor que cualquier otro autor anterior. El lugar es su cono­
cido relato de la erosión del feudalismo que aparece en el
Capítulo 4 del Libro III, titulado "Cómo el Comercio de los
Pueblos Contribuyó al Mejoramiento del País". Aquí Smith se
pone a contar la historia de cómo

el comercio y las manufacturas concurrieron para introducir el


orden y el buen gobierno y, con ésros, la libertad y la seguridad
que antes no tenían los habitantes del campo, quienes habían
vivido casí siempre en una guerra continua con sus vecinos, y
en estado de dependencia servil respecto a sus superiores.54

"' La riqueza de las naciones p. 3 66.


La historia puede ser repetida en forma sucinta, y para
trasmitir el sabor correcto utilizaré, en la mayor medida
posible, las palabras brillantemente cáusticas del propio Adam
Smith.G5 Antes del ascenso del comercio y la industria, los
grandes señores compartían el excedente obtenido en sus po­
sesiones con gran número de servidores, quienes dependían
por completo de los señores y constituían un ejército privado,
así como con sus colonos, quienes pagaban rentas bajas pero
no tenían seguridad en su tenencia. Este estado de cosas se
tradujo en una situación en la que "el rey . . . ( era incapaz )
para reprimir las violencias . . . de los magnates . . . ( Éstos )
continuaron haciendo la guerra de acuerdo con su voluntad,
las más de las veces unos contra otros, y muchas contra su
mismo soberano, de modo que los campos eran siempre esce­
nario de violencias, rapiñas y desorden".56
Pero luego cambiaron las cosas a resultas de "la insensible
y lenta operación del comercio y de las manufacturas". Ahora
los señores tenían algo en qué gastar su excedente, el que
antes habían compartido con sus servidores e inquilinos : "un
par de hebillas de diamantes, . . . o cualquier otra bagatela",
"bagatelas y adornos . . . más propios de chiquillos que de
hombres con ideas serias y prudentes", es la forma desprecia­
tiva en que se refiere Adam Smith a la mercancía ofrecida
por los comerciantes. Esta mercancía era tan atractiva para
los señores que decidieron prescindir de los servidores y entrar
en relaciones más a largo plazo y generalmente más comer­
ciales con sus inquilinos. Al final, "por el gusto de la más
pueril y la más despreciable de todas las vanidades, fueron los
señores enajenando gradualmente todo su poder y toda su
autoridad" 57 y "llegaron a convertirse en personajes tan in­
significantes como pueda serlo un comerciante o un burgués
acomodado".�8 Y el gran resultado político fue que
65 Es un misterio cómo pudo Schumpeter calificar la ''sabiduría" del Libro III
como "árida y carente de inspiración". Véase su Histcwia del análisis económico,
l. FCE, México, 1 9 7 1 , p. 1 8 3 .
.. út riqueza de las naciones, p. 369.
"' Ibid., pp. 3 69 · 3 70. 58 Ibid., p. 3 7 1 .
. . . los grandes señores ya no se hallaron en condiciones de en­
torpecer la acción regular de la justicia ni de perturbar la tran­
quilidad pública del país.50

Así pues, de nuevo el ascenso del comercio y la industria


favorece un gobierno más ordenado, pero el modus operandi
es muy distinto del invocado por Montesquieu y Steuart. En
primer lugar, este último se interesaba por la autoridad supre­
ma del rey, sus usos y abusos, mientras que Smith se ocupó
del poder aplastante de los señores feudales. En segundo lu­
gar, Smith contempló una declinación de este poder, no por­
que los señores llegaran a advertir que su interés residía en
no usarlo tan malvadamente como antes, sino porque renun•
ciaban sin quererlo a su poder al tratar de aprovechar las nue­
vas oportunidades para su propio consumo y mejoramiento
material que les brindaba "el progreso de las ar�es". En reali­
dad, el episodio se resume mejor como una victoria de las
pasiones ( la avaricia y el deseo del luj o ) sobre los intereses
a más largo plazo de los señores que como las pasiones doma­
das por los intereses.
I.a forma del argumento escogida por Adam Smith volvía
difícil su extensión de los señores al soberano. En History of
England de Hume, que Smith cita al principio de su propia
historia, el ascenso de la "hombres de rango medio" se había
presentado en términos semejantes, aunque considerablemente
menos entusiastas; y Hume señalaba específicamente que la
pérdida de poder de los señores beneficiaba no sólo a los co­
merciantes y manufactureros de reciente aparición sino tam­
bién al soberano, y el propio Adam Smith había empleado
un argumento similar en las Lectures. 60 En lo tocante a las
decisio�es arbitrarias y las políticas dañinas del gobierno cen­
tral, Smith no expresa mGchas esperanzas de que el desarro-

59 !bid., p. 3 7 1 .
"" David Hume, The History o f E�>gl.a?Zd ( Oxford, 1 82 6 ) , Vol. V , p . 4 3 0 ( Apén­
dice III, "Manners" ) , y Adam Smith, Lectures on Justice, Palie e, Revenue a,;d
!lrms, ed. E. Cannan ( Oxford : Clarendon Press, 1 896 ) , pp. 4 2 - 4 3 .
llo económico produzca mejoras por sí mismo. En cierto mo­
mento, cuando habla de "la ambición caprichosa de reyes y
ministros", afirma específicamente :

La violencia y la injusticia de los gobernantes de la humanidad


es un mal muy antiguo, y tememos que, dada la naturaleza de los
negocios humanos, no se pueda encontrar remedio alguno a ese
ma1. 61

Y en una polémica con Quesnay sostiene que puede lograrse


un considerable progreso económico independientemente de
los avances obtenidos en el ambiente político :

. . . en el cuerpo político de una sociedad, el natural esfuerzo que


todo ciudadano desarrolla ininterrumpidamente para mejorar su
condición, es un principio de conservación capaz de impedir y
de corregir, en múltiples aspectos, los efectos dañosos de una Eco­
nomía política que sea, en cierto modo, parcial y opresiva . . . Sin
Pmbargo, . . . la sabiduría de la naturaleza ha dispuesto las cosas
de la manera más conveniente para remediar la extravagancia y la
injusticia de los hombres . . . 62

Emplea términos muy similares en su "Digresión sobre el


comercio de cereales y las leyes sobre la materia" :

Ei esfuerzo natural que hace todo individuo para mejorar de con­


dición, cuando se desarrolla por los cauces que señalan la seguri­
dad y la libertad, es un principio tan poderoso, que él solo, sin
otra asistencia, suele ser bastante para conducir la sociedad a la
prosperidad y a la riqueza, y aun para vencer los obstáculos opues­
tos por algunas leyes humanas poco meditadas . . . 63

Smith afirma aquí que la economía puede hacerlo sola :


dentro de amplios límites de tolerancia, el progreso político
no se requiere como una condición previa del adelanto eco-
61
La riqueza de lr;s "acio,es, p. 437.
"" /bid., p. 6(}1.
&' 1 bid., p. 48 1 .
nómico, ni es probable que sea una de sus consecuencias, por
lo menos al nivel de los más altos consejos de gobierno.64 En
esta concepción, muy diferente de la doctrina del laissez faire
o del Estado mínimo, y todavía popular entre los economistas
de hoy, la política es el campo de la "estupidez de los hom­
bres", mientras que el progreso económico, como el jardín de
Cándido, puede ser cultivado con éxito a condición de que tal
estupidez no trasponga ciertos límites bastante amplios y fle­
xibles. Al parecer, Smith propugnaba menos un Estado con
funciones mínimas que uno cuya capacidad para la estupidez
tuviese algún límite.
Adam Smith no compartía la perspectiva de Montesquieu
y Steuart por otras razones, todavía· más importantes. Por una
parte, en la medida en que le molestaban intensamente algu­
nos aspectos específicos de la "estupidez" gubernamental, que
en su opinión obstruían el progreso económico ( como ocu­
rría con ciertas políticas mercantilistas ) , le interesaba, como
a los fisiócratas, describir estas políticas como frías realidades
que debían ser cambiadas, antes que descubrir argumentos para
albergar la esperanza de que se eliminarían por sí mismas.
En segundo lugar, Smith distaba mucho de convenir con
Montesquieu y Steuart en alabar la nueva época de comercio
e industria como una que liberaría a la humanidad de males
antiguos, tales como los abusos de poder, las guerras, etc. En
efecto, su conocida ambivalencia hacia el progreso material
se ilustra muy bien en la forma del relato histórico que aca-

"' Sobre este punto, y otros de las páginas siguientes, mi i nterpretación difiere
grandemente de la presentada por .T oseph Cropsey en su estimulante ensayo Polity
and Economy: An lnterp•·etation of the P'f'inciples of Adam Smith ( La Haya:
Nijhoff, 1 9 5 7 ) . Sólo enunciaré y documentaré mi punto de vista, en lugar de
compararlo en todo momento con el de Cropsey, que "en sus términos más ge­
nerales" sosti�ne que "La posición de Smirh puede interpretarse en el sentido
de que el comercio genera la libertad y la civilización, y al mismo tiempo las
instituciones libres son indispensables para la preservación del comercio" ( p. 9 5 ) .
Se encuentra una evaluación crítica reciente de la interpretación de Cropsey en
Duncan Forbes, "Sceptical Whiggism, Commerce and Libeny" , en A . S. Skinner
y T. \Xfilson, comps., Essays on Adam Smitb ( Nueva York: Oxford University
Press, 1 97 6 ) , pp. 1 94-201.
bamos de citar. Obviamente gustaba del resultado del proceso
que describía --después de todo, era "orden y buen gobierno,
y con ellos la libertad y la seguridad de los individuos"-,
pero al mismo tiempo le repugnaban extraordinariamente la
cadena de acontecimientos y las motivaciones generadoras de
ese resultado feliz. La explicación de esta posición ambiva­
lente puede encontrarse, por lo menos en parte, en el deleite
que encontraba, aquí como en otras partes, en revelar y sub­
rayar los resultados no buscados de la acción humana. No
podemos dejar de sentir que en este caso particular exageró
Smith su "mano invisible" : porque la forma despreciativa y aun
salvaje del relato que hace de la "estupidez" de los señores
plantea en la mente del lector la duda de que los señores pu­
dieran ser tan ciegos a sus intereses de clase.65
.
La ambivalencia de Smith hacia el capitalismo naciente no
·se limitó a este caso. Su manifestación más famosa se encuen­
tra quizá en su tratamiento de la división del trabajo, que
celebra el Libro 1, sólo para denigrada en el Libro V. Se ha
.
. mueho acerca de este contraste. 66 Aqm resu1ta parttcu-
escnto '

larmente interesante el hecho de que Smith vea la pérdida del


espíritu y las virtudes marciales como una de las consecuen­
cias desafortunadas de la división del trabajo y del comercio
en general. En relación con aquélla habla en La riqueza áe
las naciones acerca del "hombre que gasta la mayor parte de
su vida en la ejecución de unas pocas operaciones muy sen­
cillas" :

05 Tanto Hume, en la Hirtory of Etzg!atzd ( 1 7 62 ) , como John Millar en Tbe


Origins of the Distitzction of Ranks ( 1 77 1 ) , imputaron también la pérdida del
poder de los señores a causas económicas, pero asignaron mayor importancia que
Adam Smith a la nueva posición de los ''hombres de rango intermedio" que tra­
tan con gran número de clientes en lugar de depender de los favores de una
sola persona. Véase el ensayo de John Millar en William C. Lehmann, ]ohn
Millar of Glasgow ( Cambridge: University Press, 1 9 60 ) , pp. 290-29 1 .
06
Se encuentran algunos comentarios recientes en Nathan Rosenberg, "Adam
S mith on the Division of Labor: Two Views or One>", en Economica 32 ( mayo
de 1965 ) , pp. 1 2 7 - 1 39, y Roben L. Heilbroner, "The Paradox of Progress: De­
cline and Decay in The lf'ealth o/ Nations", en ]OtJrnal of the History of Ideas
3 4 ( abril-junio de 1 9 7 3 ) , pp. 242-262.
Es incapaz de juzgar acerca de los grandes y vastos intereses de
su país, y al no tomarse mucho trabajo en instruirse, será tam<
bién inepto para defenderlo en caso de guerra. La monoronía de
su vida sedentaria corroe naturalmente el cor::tje de su espíritu,
y le hace mirar con horror la vida incierta y aventurada del so:­
dado.07

En sus Lectures había hecho la misma observación en relación


con el comercio, aceptando por completo la concepción "re­
publicana" clásica de que el comercio conduce al lujo y a la
corrupción debilitantes.

Otro efectO malo del comercio consiste en que hunde el valor de


los hombres, y tiende a extinguir el espíritu marcial. . . Un hombre
tiene . . . tiempo sólo. para estudiar una rama de actividad, y sería
una gran desventaja el hecho de obligar a todos a aprender el arte
militar y a mantenerlo en la práctica de tal arte. En consecuencia,
la defensa del país se encarga a cierto grupo de hombres que no
tienen otra cosa que hacer, y entre la masa de la población d is­
minuye el valor militar. Por tener sus mentes ocupadas de con­
tinuo en las artes del lujo, se vuelven afeminados y cobardes.68

En e l resumen de esta sección repite :

Estas son las desventajas de un espíritu comercial. Las mentes de


los hombres se contraen y se vuelven incapaces de una elevación.
La educación se desprecia, o por Jo menos se desatiende, y el
espíritu heroico se extingue casi por completo. La corrección de
estos defectos sería algo d igno de seria atención.69

Estos pasajes contienen una explicación clara de la incapaci­


dad de Smith para dar mucha importancia a los efectos hu­
manos y políticos del ascenso del comercio y la industria : veía
algunas ventajas en este ascenso, como su efect� positivo sobre
la probidad y l a puntualidad,
70 pero percibía como dañinas
67 La riqueza de las naciones, pp. 687-688.
"' Lecf1n·es, p. 2 5 7 .
"" !bid., p . 2 5 9 .
' 0 !bid., pp. 2 5 3 - 2 5 5 .
algunas de las mismas consecuencias del comercio que habían
sido alabadas por autores tales como Montesquieu, quienes se
habían impresionado más con los desastres que el "espíritu
marcial" lleva consigo en la época moderna. La douceur fes­
tejada por Montesquieu y otros significaba corrupción y deca­
dencia, no sólo para Rousseau sino también para Smith hasta
cierro punto. Una expresión plena de este punto de vista puede
encontrarse en la obra de su compatriota, Adam Ferguson,
quien conservó sus lazos con la "ruda" sociedad de Escocia y
cuyo Essay 01� the Histot·y of Civil Society ( 17 67 ) abunda en
reserva acerca de la sociedad "pulida" del comercio en expan­
sión exhibida por Inglaterra.17
Pero el efecto principal de Adam Smith sobre las ideas que
discutimos se encuentra en otra parte. No sólo no compartía,
en los diversos sentidos antes mencionados, la perspectiva de
Montesquieu y Steuart sobre la capacidad del capitalismo emer­
gente para mejorar el orden político mediante el control de
las pasiones más desbocadas, sino que la minó decisivamente
y, en cierto sentido, le dio el coup de grdce. En su obra más
importante e influyente, Smith ve a los hombres movidos en­
teramente por "el deseo de mejorar [su] condición", y además
especifica que un " . . . aumento de fortuna es el medio por
el cual la mayor parte de los seres humanos aspiran a mejo­
rar de condición." 72 No parece haber lugar aquí para el con­
cepto más rico de la naturaleza humana donde los hombres
se ven impulsados por pasiones diversas de las que la "avari­
cia" es sólo una, y a menudo estrujados por ellas. Por supues­
to, Smith estaba bien consciente de estas otras pasiones y aun
había dedicado un tratado importante a su estudio. Pero es
precisamente en Teoría de los sentimientos morales donde alla­
na el camino para la rendición de estas otras pasiones ante el

n Véase en Pocock, Machi4velli4n Moment, una historia 1' u n análisis más


t
completos de esta corriente republicana de pen samien o político, desde Maquiavelo
s
hasta el iglo XVIII.
" La riqueza de las naciones, p. 3 0 9 .
impulso por el "aumento de fortuna". Resulta interesante que
lo haga como si buscara lo contrario, pues hace una digre­
sión para subrayar las motivaciones no económicas y no con­
sumistas que se encuentran detrás de la lucha por el progreso
económico. Ya que, como afirma repetidamente, las necesida­
des corporales del hombre están estrictamente limitadas,

. . .sobre todo por consideración a los sentimientos dt los hombres


perseguimos la riqueza y evitamos la pobreza. ¿Pues para qué sirve
todo el esfuerzo y la agitación de este mundo? ¿Cuál es el fin de
la avaricia y la ambición, de la búsqueda de riqueza, de poder y
preeminencia ? . . . ¿De dónde. . . surge la imitación observada en­
tre todos los diversos grupos de hombres, y cuáles son las ventajas
que buscamos con ese gran propósito de la vida humana que
llamamos mejot'arniento de nuestra condición? Ser observados, ser
escuchados, ser advertidos con simpatía, complacencia y aprecio,
son todas las ventajas que queremos obtener de ello. Es la v an i­
dad, no la comodidad o el placer, lo que nos interesa.7 3

Aparece aquí como una preocupación básica del hombre la


búsqueda de honor, dignidad, respeto y reconocimiento, en for­
ma muy similar a la presentada por Hobbes y otros autores
del siglo XVII. Sin embargo, como veremos en seguida, Hobbes
había mantenido esa búsqueda separada de la "preocupación
por las cosas necesarias". En forma más explícita, Rousseau u
había hecho una distinción fundamental y famosa entre el
amour de soi, que busca la satisfacción de nuestras "necesida­
des reales" por medio de la adquisición de una cantidad finita
de bienes, y el amottr p1•opre, ligado a la aprobación y la ad-

73 The Theo''Y o/ Moral Sentiments, 9a ., ed. ( Londres, 1 80 1 ) , Vol. 1, pp. 9 8 -99


(sin subrayado en el original) . Este y varios pasajes similares y complementarios
aparecen citados en un artÍculo interesante de Nathan Rosenberg, "Adam Smith,
Consumer Tastes, and Economic Growth", en ]otunaJ of Political Economy 7
( mayo-junio de 1 968 ) , pp. 3 6 1 -3 74. Como ha señalado Lovejoy, esta corriente
de pensamiento es una anticipación de la idea del "consumo conspicuo", uno de
los pilares de la Teoría de la clase oc;osa, FCB, México, 1 974. de Veblen. Véase
a Lovejoy, Re/lectiom, pp. 208-2 1 5 .
7• Véase Emilio, Parte IV, y DiscoMs sur l'origine et les /ondements de l'iné­
galité parn�i les hommes, nora o.
miraoon de nuestros semejantes, que por definición no tiene
límite. Así afirma que "podemos advertir sin dificultad que
todos nuestros esfuerzos se dirigen sólo hacia dos objetos, a sa­
ber, los bienes de la vida para uno mismo, y la consideración
por parte de los demás".75
Este arreglo de todos los "esfuerzos" humanos, es decir, de
los impulsos y las pasiones, en sólo dos categorías, representa
ya una simplificación en gran escala. En el pasaje de la Teoría
de los sentimientos morales antes citado, Adam Smith da luego
el último paso de reducción para convertir dos en uno: el im­
pulso de la ventaja económica ya no es autónomo sino que se
convierte en un mero vehículo del deseo de consideración. Pero
por -la misma razón, los impulsos no económicos, poderosos
como son, se reducen a alimentar los impulsos económicos y
no hacen más que reforzarlos, quedando privados así de su
anterior existencia independiente.
Se siguen de aquí dos consecuencias. Primero, la solución
al famoso Problema de Adam Smith -es decir, al enigma so­
bre la compatibilidad de la Teoría de los sentimientos morales
con La riqueza de las 1Zaciones- puede encontrarse aquí. Al
parecer, en la primera de estas obras se ocupa Smith de un
conjunto amplio de sentimientos y pasiones humanos, pero
también se convence de que, en lo referente a "la gran masa
de la humanidad", los principales impulsos humanos terminan
por motivar al hombre para mejorar su bienestar material. Y,
con buena lógica, procede luego a investigar en detalle, en Lz
riqueza de las naciones, las condiciones bajo las cuales puede
alcanzarse este objetivo al que tiende a convergir tan notable­
mente la acción humana. Como resultado de destacar los resor­
tes no económicos de la acción humana, Smith puede concen­
trarse en el comportamiento económico en una forma perfec­
tamente consistente con su anterior interés por otras dimen­
siones importantes de la personalidad humana.

"" Citado en Lovejoy, Re/lections, p. 146.


La segunda conclusión es más importante desde el punto
de vista de la historia que venimos narrando aquí. Al sostener
que la ambición, el deseo de poder y el deseo de respeto pue­
den satisfacerse con el mejoramiento económico, Smith mina la
idea de que la pasión puede enfrentarse a la pasión, o los in­
tereses a las pasiones. Toda esta corriente de pensamiento se
vuelve de pronto incomprensible, si no es que carente de sen­
tido, y hay un retorno al escenario anterior a Bacon, cuando
se consideraba que las pasiones principales forman un bloque
sólido y se alimentan recíprocamente.76 Por eso no resulta sor­
prendente que el propio Smith equipare virtualmente las pa­
siones con los intereses en un pasaje fundamental de La ri­
queza de las naciones donde se describe el modus operandi de
la sociedad de mercado :

Es así como el i1zterés particular y las pasiones predisponen a los


ciudadanos de una nación a emplear su capital en aquellos ramos
que generalmente son más ventajosos a la sociedad. Pero si, l!e­
vados por esta preferencia espontánea, invirtieran en estos empleos
más capital del convieme, la baja del beneficio en dicho ramo,
y su alza en otras inversiones, reajustaría muy pronto esa distri­
bución defectuosa. Sin necesidad de ley ni de estatuto, el interés
mismo de los particulares y sus pasiones les lleva a distribuir el
capitál de la sociedad entre los diferentes empleos, de la manera
más conforme a los i ntereses colectivos.n

Los dos términos, "intereses" y "pasiones", que con tanta


frecuencia habían sido antónimos en el siglo y medio transcu­
rrido desde que el duque de Rohan escribiera Sobre el interés
de príncipes y estados de la cristiandad} aparecen aquí como si­
nónimos, dos veces en sucesión. Sería una exageración adver­
tir aquí algo consciente o intencional, pero esta elección de
lenguaje tuvo sin embargo el efecto de borrar la lógica de la
dependencia del interés propio, basada en la oposición de in-

70 Vid. supra, p. 28.


" La fiqueza d e /.as naciones, p. 560. ( Sin subrayado en el original ) .
tereses y pasiones y en la capacidad de aquéllos para domar a
éstas. El párrafo citado encumbraba la propia lógica de Smith,
a saber : la idea de que el bienestar material de "los intereses
colectivos" aumenta cuando se permite que cada quien per­
siga su propio interés privado; al mismo tiempo, el lenguaje
que usa destruye de paso la lógica rival.
Una razón de que las pasiones lleguen a usarse aquí como
un sinónimo redundante de los intereses es que Adam Smith
estaba interesado, mucho más que autores anteriores, en "la
gran masa de la humanidad", es decir, en la persona común
y su comportamiento. De acuerdo con una larga tradición,
era sobre todo la aristocracia la que estaba animada por nu­
merosas pasiones nobles o innobles que chocan con los dicta­
dos del deber y la razón o entre sí. Maquiavelo, al hablar del
príncipe, había considerado como algo axiomático que "sus
propias pasiones . . . son mucho más intensas que las del
pueblo".78 O como dice Hobbes : "Todos los hombres buscan
naturalmente el honor y la preferencia, pero sobre todo quie­
nes están menos preocupados por la obtención de las cosas
necesarias" y "quienes de otro modo viven tranquilos, sin te­
mor de la escasez".79 Precisamente por esta razón, sólo los
miembros de aristocracias actuales o pasadas se consideraban
aptos para aparecer como figuras principales en las tragedias
y otras formas de "elevados" estudios que se ocupaban típica­
mente de las pasiones y los conflictos derivados de ellas.80 No
se pensaba que el mortal ordinario fuese tan complicado. Su
preocupación principal eran la subsistencia y el mejoramiento
material, generalmente como fines en si mismos, y a lo sumo
como sustitutos de la obtención de respeto y admiración. Por
lo tanto, el hombre común no tenía pasiones, o sus pasiones
podrían satisfacerse mediante la búsqueda de sus intereses.

75 DiscourJes, Libro I, Caoítulo LXVIIL


79 English Works, VoL n: p. 1 60, citadoen Keith Thomas, "The Social Origins
of Hobbes's Political Thought", en Brown, ed., Hobbes Studies, p. 1 9 1 .
80 Véase a Erich Auerbach, Mimesis: The Representation o f Reality in Western
Literature ( Princeton, N. ] . : Princeton University Press) pp. 1 3 9 - 1 4 1 y pássim.
Así pues, por estas razones diversas, La riqt.teza de las na­
.

ciones marca el fin de las especulaciones acerca de los efectos


del comportamiento motivado por el interés o 18. pasión que
habían ocupado las mentes de algunos de los más ilustres an­
tecesores de Smith. Después de Smith, la atención del debate
académico y político se centró en su proposición de que el
bienestar general ( material ) se sirve mejor dejando que cada
miembro de la sociedad persiga su propio interés ( material ) .
El éxito de esta proposición en el eclipse del problema ante­
rior puede explicarse, ante todo, en términos de la historia
intelectual. Smith se había cuidado de evitar y desaprobar la
forma paradójica en que Mandeville había presentado pen­
samientos semejantes, pero su proposición resultaba todavía
tan cargada de enigmas intelectuales que su esclarecimiento y
solución ocupó a generaciones de economistas. Además, la pro­
posición y la doctrina consiguiente satisfacían otro requerimien­
to del paradigma muy afortunado : siendo una generalización
espléndida, representaba sin embargo un estrechamiento con­
siderable del campo de investigación donde el pensamiento
social se había desenvuelto libremente hasta entonces, lo que
permitía la especialización y la profesionalización intelectual.
Pero la desaparición de las especulaciones de Montesquieu y
Steuart debe imputarse también a factores históricos más gene­
rales : no es sorprendente que sus ideas optimistas sobre los
efectos políticos de la expansión del comercio y la industria
no hayan sobrevivido a la época de la Revolución Francesa y
las Guerras Napoleónicas.
TERCERA PARTE

REFLEXIONES SOBRE UN EPISODIO


DE LA HISTORIA INTELECTUAL
DÓNDE ERRÓ LA VISIÓN DE MONTESQUIEU
Y STEUART

EN UNA vieja y conocida historia judía, el rabí de Cracovia


interrumpió sus plegarías un día con un lamento para anun­
ciar que había visto la muerte del rabí de Varsovia, a tres­
cientos kilómetros de distancia. La congregación de Cracovia,
aunque entristecida, estaba desde luego muy impresionada con
los poderes visionarios de su rabí. Pocos días más tarde, al­
gunos judíos de Cracovía viajaron a Varsovia y, para su sor­
presa, vieron allí al viejo rabí oficiando en buen estado de
salud. A su regreso confiaron la noticia a los fieles y hubo
un incipiente risoteo. Entonces algunos discípulos osados sa­
lieron en defensa de su rabí; admitiendo que éste pudo ha­
berse equivocado sobre los detalles específicos, exclamaron :
"A pesar de todo, ¡qué visión! "
Esta historia ridiculiza ostensiblemente la capacidad huma­
na para racionalizar una creencia frente a la evidencia contra­
ria. Pero a un nivel más profundo defiende y celebra el pen­
samiento visionario y especulativo, aunque tal pensamiento esté
errado. Es esta interpretación lo que vuelve la historia tan
pertinente para el episodio de la historia intelectual que hemos
relatado aquí. Las especulaciones de Montesquieu y Steuart
acerca de las saludables consecuencias políticas de la expansión
económica constituyeron una hazaña de la imaginación en el
campo de la economía política, una hazaña que sigue siendo
magnífica aunque la sustancia de tales especulaciones haya
resultado errada.
¿ Fue así en efecto? El veredicto sobre esta cuestión no re­
sulta tan fácil como el de la historia del rabí de Varsovia.
Después de todo, el siglo siguiente al interludio napoleónico
fue relativamente pacífico y presenció también una declina­
ción del "despotismo". Sin embargo, como todos sabemos, algo
121
marchó muy mal después, y ningún observador del siglo xx
podrá afirmar que la visión esperanzadora de Montesquieu y
Steuart ha sido apoyada triunfalmente por el curso de los acon­
tecimientos. Pero debemos señalar que el fracaso de la visión
pudo haber sido incompleto. Las fuerzas observadas por Mon­
tesquieu y Sir James Steuart pudieron haber actuado, sólo para
ser superadas, quizá por escaso margen, por otras fuerzas que
actuaron en dirección contraria. ¿Cuáles fueron entonces las
fuerzas contrarias?
Es probable que una investigación de esta cuestión revele
la existencia de conexiones entre las estructuras económicas
y los hechos políticos que escaparon al escrutinio de nuestros
dos visionarios y precursores de la economía política en el si­
glo XVIII. Varias de tales conexiones fueron en efecto adverti­
das pronto por unos cuantos autores de los siglos XVIII y XIX,
quienes continuaron la tradición del pensamiento de los pre­
cursores pero añadieron reservas y condiciones que, en reali­
dad, condujeron a conclusiones muy diferentes.
Una breve reseña de estos autores puede iniciarse con Joseph
Barnave, el gran orador de la Asamblea Constituyente de
1 789- 1 79 1 y autor, justo antes de su muerte bajo la guillo­
tina, de un importante ensayo interpretativo de la historia
contemporánea, la Introducción a la Revolución Francesa. El
hincapié hecho por esta obra en la clase social ha dado a Bar­
nave cierta fama como predecesor del pensamiento marxista,
pero él se consideraba a sí mismo admirador y seguidor de
Montesquieu. En un breve ensayo sobre el "Efecto del Comer­
cio sobre el Gobierno", principia en efecto en forma muy si­
milar a la del maestro :

El comercio origina una clase numerosa, inclinada hacia la paz


externa, la tranquilidad interna, y apegada al gobierno establecido.

Pero luego sigue un pensamiento totalmente diferente:


La moral de una nación comercial no es por completo la de los
comerciantes. El comerciante es frugal; la moral general es pró­
diga. El comerciante mantiene su moral ; la moral pública es di­
soluta.1

Así como Mandeville y Adam Smith habían mostrado la


forma como los individuos comunes, al perseguir sus vicios
o simplemente su propio interés, podían contribuir al bienestar
general, Barnave sostiene aquí que lo aplicable a la parte no
es necesariamente cierto para el todo. Pero esta "falacia de la
composición" 2 se invoca ahora con el fin de invertir las pro­
posiciones anteriores : Barnave proclama que una agregación
de virtudes privadas puede traducirse en un estado que no ten­
ga nada de virtuoso. No explica en realidad cómo pueda ocu­
rrir tal cosa, y enuncia su paradoja sólo para la situación
particular que está examinando. Sin embargo, revela con per­
suación que, debido a la falacia de la composición, los procesos
sociales son menos transparentes y susceptibles de predicción
que lo supuesto confiadamente por Montesquieu.
El procedimiento de Barnave, de rendir tributo a la creen­
cia convencional acerca del efecto benigno del comercio sobre
la sociedad y la política y formular luego algunas reservas so­
bre el argumento, fue utilizado en forma más devastadora por
Adam Ferguson y más tarde por Tocqueville.
Como miembro de un clan escocés y del grupo de pen­
sadores que formaron la Ilustración escocesa, Ferguson se mos­
tró especialmente ambivalente acerca de los progresos que las
naciones "pulidas" habían logrado sobre las "rudas y bár­
baras". Como Adzm Smith, hizo notar los efectos negativos de
la división del trabajo y el comercio sobre la personalidad
y los lazos sociales del ciudadano individual; pero los subraya

1 Citado en Emmanuel Chill, ed., PQWer Property and Histor,•: /oseph Barnave's
l11troduction to tbe Franch Revolution and Other Writings ( Nueva York: Harper,
1 97 1 ) . p. 142.
2 Según Paul Samuelson, la falacia de composición es uno de los principios
más básicos l' claros que debemos tomar en cuenta en el estudio de la ciencia
económica. Véase Economics, 3i- ed. (Nueva York: McGraw-Hill, 1 95 5 ) , p. 9.
desde el inicio mismo del Essay on the History of Civil Society
( 1 767 ) y formula sus críticas a un nivel más general. En el
proceso, se anticipa no sólo al joven Marx sino también a
Durkheim y Tonnies, cuando contrasta la solidaridad caracte­
rística de las tribus muy unidas con el "espíritu reinante en
un Estado comercial, donde . . . el hombre aparece a veces
como un ser aislado y solitario", donde "trata con sus seme­
jantes como lo hace con su ganado y su suelo, en aras de los
beneficios que le producen", y donde "se rompen los lazos del
afecto".3
Al mismo tiempo -y esto es particularmente interesante
para el desarrollo de nuestro argumento-, Ferguson se in­
clinaba más que Adam Smith a especular sobre las consecuen­
cias políticas más amplias de la expansión económica. Lo hace
así hacia el final del Essay, donde empieza en una forma en­
gañosamente ortodoxa :

Se ha observado que, excepto en pocos casos aislados, las artes co­


merciales y políticas han avanzado juntas.

Luego continúa, todavía muy de acuerdo con los lineamientos


de Montesquieu y Sir James Steuart :

En algunas naciones, el espíritu del comercio, concentrado en la


obtención de sus beneficios, ha conducido a la sabiduría política.4

Menciona también un argumento que en debates posteriores


habría de ser destacado de manera considerable, a saber : que
los ciudadanos ricos podrían resultar "formidables para quie­
nes pretendan el dominio".
Pero inmediatamente después se ocupa, en extensión mu­
cho mayor, de las razones por las cuales la preocupación por
la riqueza individual puede conducir en la dirección contraria,
3 Essay on the Histor'' of Civil Society, editado, con una introducción, por
Duncan Forbes (Edimburgo: Uaiversity Press, 1966 ) , p. 19 .
• !bid., p. 2 6 1 .
hada el "gobierno despótico". Entre esas razones se encuen­
tran las que ya habían sido usuales en la "tradición republi­
cana" : la corrupción de las repúplicas a través del lujo y la
prodigalidad.· Pero Ferguson incluye algunas ideas notable­
mente nuevas. Por ejemplo, entre las razones por las cuales
"el cimiento sobre el que se construyó la libertad puede servir
para soportar una tiranía", enumera el temor de perder la
riqueza y situaciones en las que "los herederos de una familia
se encuentran desposeídos y pobres en medio de la abundan­
cia". La privación relativa y el resentimiento resultantes de la
movilidad descendente efectiva o temida se consideran aquí
ligados íntimamente con la sociedad adquisitiva y sus proce­
dimientos tumultuosos, y estos sentimientos alimentan la acep­
tación fácil de cualesquiera promesas de un gobierno "fuerte"
en el sentido de evitar tales peligros reales o imaginarios. 6
Además, el comercio genera un deseo de tranquilidad y efi­
ciencia, y esto puede ser otra fuente del despotismo :

Cuando suponemos que el gobierno ha establecido cierta tranqui­


iidad, de la que a veces esperamos beneficiarnos como el mejor
de sus frutos, y que los asuntos públicos procedan, en los diversos
departamentos de la legislación y la ejecución, co1z la menor i1Z­
terrupción posible pa1·a el comercio )' las artes lucrativas, tal Es­
tado. . . tiende más al despotismo de lo que podemos imaginarnos . . .
La libertad nunca corre mayor pe!igro que cuando medimos la
felicidad nacional . . por la mera tranquilidad que puede derivar
de una administración eficiente.7

Aquí está la otra cara de la metáfora de Sir James Steuart


que equipara la economía a un reloj delicado. La necesidad
de mantenerlo trabajando -para asegurar la tranquilidad, la
regularidad y la eficiencia- no es sólo un obstáculo para el
capricho del príncipe. Ferguson percibe correctamente que tal

5 Véase a Pocock, Macbiavellúm Moment, que contiene un tratamiento exhaus­


tivo, desde 1\.faquiavelo hasta Hamilron.
• Ersay, p. 262.
7 Essa)', pp. 268-269 (sin subra¡,ado en e l original ) .
necesidad puede invocarse como un argumento fundamental
en favor del gobierno autoritario, como en efecto lo habían
hecho ya los fisiócratas y habría de ocurrir una y otra vez du­
rante los dos siglos siguientes.
Escribiendo bajo la monarquía de Julio, casi setenta años
después de Ferguscn, Tocqueville habría de expresar sentimien­
tos ambivalentes muy semejantes acerca del significado del
progreso económico para la libertad. En un capítulo de La de­
mocracia en América ( 1 83 5 ) , Tocqueville repite también, al
principio, la idea convencional :

No creo que se pueda citar un solo pueblo manufacturero y co­


mercian�e, desde los tirios hasta los florentinos y los ingleses,
que no haya sido libre; luego, hay un lazo estrecho y existe una
rc!ación necesaria enrre la libertad y la industria.8

Pero aunque este pronunciamiento ha sido citado a menudo,9


Tocqueville, dedica un espacio mucho mayor, en el resto del
capítulo, a situaciones donde prevalece la relación contraria.
Su preocupación deriva del estado de Francia bajo Luis Felipe,
donde Guizot ha proclamado " ¡Enrichissez-vous! " como un
modelo de conducta para el ciudadano, y doede Balzac había
escrito :

Es un error . . . creer que es el rey Luis Felipe quien gobierna,


y él no se engaña sobre este punto. Él sabe, ran bien como nosotros,
que por encima de la Constitución se encuentra _ la sagrada, vene­
rable, sólida, amable, graciosa, hermosa, noble, joven, todopoderosa
pieza de cinco francos! 1 0

8 Alexis de Tocqueville, La áemoc.-ad.s en América, FCE, México, 1 9 7 3 , p . 498.


• John U. Nef lo utilizó como epígrafe de su conocido ensayo en dos partes,
"Industrial Europe at the time of the Reformation", en Journal of Political Eco­
nmny 49 ( febrero-abril de 1 941 ) , p. l .
' 0 Citado ( en inglés ) en Harry Levin, The Gales o f Horn (Nueva York: Oxford
University Press, 1 963 ) , pp. 1 52 - 1 5 3 , de La Cousine Bette ( París: Conard, 1 9 1 4 ) ,
p . 342.
Esta explosión es en efecto una paráfrasis de aquellas res­
tricciones impuestas al príncipe que Montesquieu y Sir James
Steuart discernieron y encontraron tan esperanzadoras; el pa­
saje nos hace recordar aun el dicho de Roban, l'intérit com­
mande au prince, una vez modificado convenientemente el sig­
nificado que Rohan dio al intérét, de acuerdo con su posterior
evolución semántica. Pero ni Balzac ni Tocqueville estaban
dispuestos a festejar tal estado de cosas.
Al concentrarse en los peligros que el progreso material
puede crear para la libertad, Tocqueville toma como punto
de partida una situación en la que "el gusto de los goces ma­
teriales se desenvuelve . . . con más rapidez que las luces y
los hábitOs de la libertad". En tales condiciones, cuando los
hombres descuidan los asuntos públicos en aras de sus fortunas
privadas, Tocqueville cuestiona la doctrina, a la sazón estable­
cida firmemente, de la armonía de los intereses privados y
p).Íblicos :

Tales personas creen seguir la doctrina del interéJ; pero P.O se


forman de ella sino una falsa idea, y para atender mejor a lo que
llaman "sus negocios" descuidan el principal, que es el de ser
s iempre dueños de sí m ismos.

Aquí los intereses distan mucho de domar o encadenar las pa­


siones de los gobernantes; por el contrario, si los ciudadanos
se absorbieran en la persecución de sus intereses privados, se­
ría posible que "un hábil ambicioso viniese a apoderarse del
mando". Y Tocqueville dirige algunas palabras soberbiamente
cáusticas y proféticas ( escritas años antes del ascenso de Na­
poleón III ) a quienes, en aras de un clima favorable para los
negocios, sólo piden "ley y orden" :

Una nación que sólo pide a su gobierno la conservación del orden


es esclava de su b ienestar y es fácil que aparezca el hombre que
ha de encadenarla.U
11 Tocqueville, op. cit., ibid.
Así pues, de acuerdo con Ferguson y Tocqueville, la ex­
pansión económica y la preocupación por el mejoramiento
económico individual que la acompaña causan el adelanto de
las artes políticas y pueden ser a la vez responsables de su
deterioro. Este pensamiento fue adoptado más tarde por Marx
en su análisis clasista de las revoluciones de 1 848 : el papel
político de la burguesía pasó de progresista a reaccionario a
medida que se desenvolvían estos acontecimientos. Pero las
formulaciones anteriores son más ricas en cierto sentido, pues
demuestran que la expansión económica es básica y simultá­
neamente ambivalente en sus efectos políticos, mientras que
el pensamiento marxista impone una secuencia temporal don­
de los efectos positivos anteceden necesariamente a los ne­
gativos.
La insatisfacción de Ferguson y Tocqueville con la doctrina
de Montesquieu y Steuart puede resumirse en dos puntos. En
primer lugar, afirmaban, hay otra cara de la idea de que la
economía moderna, su interdependencia compleja y su creci­
miento, constituyen un mecanismo tan delicado que los grands
coups d'autorité de un gobierno despótico se vuelven imposi­
bles. Si es cierto que debe tomarse en cuenta la economía, habrá
razón no sólo para constreñir las acciones imprudentes del
príncipe sino también para reprimir las acciones de los indi­
viduos, para limitar la participación; en suma, para aplastar
cualquier cosa que pueda interpretar algún rey-economista
como una amenaza para el correcto funcionamiento del "deli­
cado reloj".
En segundo lugar, Ferguson y Tocqueville criticaron en for­
ma implícita la antigua tradición del pensamiento que había
visto en la persecución del interés material una alternativa
conveniente a la lucha apasionada por la gloria y el poder. Sin
invocar la falacia de la composición, hadan una observación
muy semejante : mientras no todos estén jugando el juego
"inocente" de hacer dinero, la absorción total en ese juego de
la mayoría de los ciudadanos deja a los pocos que juegan por
las apuestas más cuantiosas del poder más libres que antes para
perseguir su ambición. En esta forma, los arreglos sociales que
sustituyen las pasiones por los intereses como el principio
orientador de la acción humana de la mayoría pueden tener
el efecto colateral de matar el espíritu cívico y abrir así la
puerta a la tiranía.
Al señalar que la pérdida de riqueza y el temor de tal pérdi­
da puede predisponer a los hombres en favor de la tiranía,
Ferguson estuvo cerca de formular una crítica final y particu­
larmente devastadora a la premisa psicológica general que ha­
bía servido de base a la visión optimista de Montesquieu y
otros, es decir, al pensamiento de que al perseguir sus intereses
materiales se inmunizará el hombre contra las pasiones. Esta
idea, que parecía tan obvia a quienes observaban las actividades
lucrativas a distancia y con cierto desdén, iba unida, como he­
mos visto, al pensamiento igualmente confortante de que los
"órdenes menores" o "la gran masa de la humanidad" sólo per­
siguen sus intereses y tienen escaso tiempo o inclinación para
las pasiones.
Como había dicho Hobbes : "Todos los hombres buscan
naturalmente el honor y la predilección; pero sobre todo quie­
nes están menos preocupados por la obtención de las cosas
necesarias."1 2 Y sin embargo, este mismo pensamiento podría
habernos llevado a esperar que las cosas cambiaran marcada­
mente en cuanto el crecimiento económico se afirmara. Para
Hobbes, la búsqueda de las pasiones era muy elástica al in­
greso, como dirían los economistas, y por lo tanto podría espe­
rarse que los hombres ordinarios siguiesen más extensamente
un comportamiento apasionado a medida que ascendieran por la
escala de los ingresos. En esta forma la expansión económica,
alabada originalmente porque impediría que el hombre "bus­
cara el honor y la predilección", terminaría generando un
comportamiento más apasionado, no menos, de acuerdo con
12 English l17orks, Vol. II, p. 160, citado en Keith Thomas, "The Social
Origins of Hobbes's Political Tbought", en Brown, ed., Habbes Stttdies, p. 1 9 1 .
la misma lógica de la proposición de Hobbes. Rousseau en­
tendió bien esta dinámica cuando escribió :

. . . Con el hombre en la sociedad, las cosas son muy diferentes :


primero debe atenderse a lo necesario, luego a lo superfluo; luego
vienen los deleites, luego la acumulación de riquezas inmensas,
luego la adquisición de súbditos, luego la de esclavos; nunca hay
un momento de respiro. Lo más notable es que entre menos na­
turales y apremiantes sean las necesidades, más aumentan las pa­
siones y, lo que es peor, el poder para satisfacerlas.13

Pero la idea de que los hombres en persecución de sus in­


tereses serían eternamente inofensivos sólo fue abandonada por
completo cuando la realidad del desarrollo capitalista se hizo
evidente. A medida que el crecimiento de los siglos XIX y XX
desarraigaba a millones de hombres, empobrecía a grupos nu­
merosos y enriquecía a algunos, causaba desempleo en gran
escala durante las depresiones cíclicas, y producía la moderna
sociedad de masas, varios observadores vieron con claridad
que quienes estaban aprisionados en estas transformaciones
violentas se volverían apasionados a veces : apasionadamente
iracundos, temerosos, resentidos. No hay necesidad de listar
aquí los nombres de los científicos sociales que registraron es­
tos sucesos y los analizaron bajo los términos de alienación,
anomía, resentimiento, Vermassu11g, lucha de clases y muchos
otros. Es precisamente porque nos encontramos bajo la in­
fluencia de estos análisis, y más aún bajo el efeao de eventos
cataclísmicos que tratamos de entender con su ayuda, que la
doctrina aquí reseñada tiene un aire de irrealidad y, en una
observación superficial, no parece que deba ser tomada en
seno.
En las secciones finales de este ensayo mostraré por qué
valió la pena la reconstrucción de la doctrina, después de todo.
Como una breve disgresión, conviene advertir aquí que los

13 Discours sur !'origine et les fondements de l'inégalité parmi les hommes, nota l.
argumentos políticos en favor del capitalismo cuya carrera he­
mos descrito no son los únicos que se han empleado. Un argu­
mento mucho más familiar ahora afirma que la existencia de
la propiedad privada, y en particular la de la propiedad pri­
vada de los medios de producción, es esencial para que los
hombres puedan contar con una base material para disentir
de las autoridades existentes y para oponerse a ellas. Por ejem­
plo, se dice, el derecho a la libre expresión puede resultar nulo
si quien desea ejercitarlo debe depender para su misma sub­
sistencia de las autoridades a quien le gustaría criticar. No es
éste el lugar propicio para evaluar ese argumento o rastrearlo
con algún detalle; pero no hay duda de que suena más verosí­
mil a nuestros oídos que el argumento examinado en este
ensayo.
El principal apoyo del argumento "moderno" proviene de
la comparación entre países capitalistas y socialistas en lo to­
cante a las oportunidades para el disentimiento.14 Por lo tanto,
no debe sorprendernos que el argumento no haya sido articu­
lado en la época de Montesquieu. Pero su aparición no esperó
a los regímenes comunistas del siglo xx. Se formuló en cuanto

la institución de la propiedad privada sufrió un ataque soste­


nido y a medida que se exploraban con algún detalle otros
arreglos sociales concebibles. Así pues, el argumento político
moderno en favor del capitalismo, asociado ahora con autores
tales como Mises, Hayek y Milton Friedman, fue formulado
originalmente nada menos que por Proudhon. Aunque fue un
crítico elocuente de la institución de la propiedad privada -des­
pués de todo, es mejor conocido por su aseveración de que "La
propiedad es un robo"-, Proudhon temía también el poder
enorme del Estado. Y en sus escritos posteriores concibió la idea
de oponer a este poder otro similarmente "absolutista", el de

a Otra razón de la mayor plausibilidad del argumento consiste en que éste


es ligeramente más modesto: considera el capitalismo como un< condición nece­
saria de la libenad politica, pero no como una condición suficiente. Véase a
Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago : University of Chicago Press,
1 962 ) , p. 1 0 .
la propiedad privada.15 Para mediados del siglo XIX, la expe­
riencia con el capitalismo había sido tal que el argumento
acerca de los efectos benignos de le doux commerce sobre la
naturaleza humana había cambiado por completo : era precisa­
mente debido a que ahora se contemplaba la propiedad como
una fuerza salvaje, ilimitada y revolucionaria, que Proudhon le
asignaba el papel de contrarrestar el poder igualmente terrorí­
fico del Estado. En realidad utiliza el término "contrapeso", y
así conecta su tesis con la tradición intelectual que hemos ras­
treado aqui, de la misma manera como Galbraith habría de
hacerlo para otro propósito distinto más de un siglo después.16
Pero la sustancia del pensamiento de Proudhon acerca del ca­
rácter de la propiedad y la ganancia de dinero guardaba una
distancia enorme con quienes habían escrito acerca de estas
cuestiones en el siglo precedente.

LA PROMESA DE UN MUNDO GOBERNADO POR EL


INTERÉS FRENTE A LA ÉTICA PROTESTANTE

EN COMPARACIÓN con lo que debiera llamarse el argumento


de Proudhon sobre los méritos políticos del capitalismo, la
doctrina de Montesquieu y Steuart parece extraña, si no es que
extravagante. Pero allí se encuentra mucho de interés y valor.
Es precisamente porque a la mente contemporánea le parece
extraña, que la doctrina en cuestión puede arrojar alguna luz
sobre las circunstancias ideológicas, todavía intrigantes del as­
censo del capitalismo.
Un procedimiento obvio para introducirnos en el tema con­
siste en compar�r la explicación del surgimiento de la ganan-

15 Esta idea aparece desarrollada in extenso eo la obra póstuma de Proudhon,


Théorie de la propriété, en Oeuvres completes ( París, 1 866 ) , V o!. 27, pp. 37,
1 34 - 1 38, 189-2 1 2 .
16
John Kenneth Galbraith, American Capitalism: The Concept of Countervailing
Power ( Bastan : Houghton Miff!in, 1 9 5 2 ) .
cia de dinero como una ocupación honorable que ha sido pre­
sentada en este ensayo con la tesis de Weber sobre la ética
protestante y con el debate que la ha rodeado. Como señala­
mos reiteradamente en las páginas anteriores, la expansión del
comercio y la industria en los siglos XVII y XVIII ha sido pre­
sentada aquí como algo bien recibido y promovido, no por al­
gunos grupos sociales marginales, no por una ideología insur­
gente, sino por una corriente de opinión surgida justo en el
centro de la "estructura de poder" y el "establecimiento" de
la época, surgida de los problemas que estaban afrontando
el príncipe y particularmente sus consejeros y otros notables in­
volucrados. Desde fines de la Edad Media, y sobre todo a resul­
tas de la frecuencia creciente de la guerra y las guerras civiles,
se buscaba un equivalente conduaista del precepto religioso,
reglas de conducta e instrumentos nuevos que impusieran la
disciplina y las restricciones tan necesarias a gobernantes y go­
bernados por igual, y se pensaba que la expansión del comer­
cio y la industria era muy prometedora en este sentido.
Weber y sus seguidores, al igual que la mayoría de sus
críticos, se interesaban sobre todo en los procesos psicológicos
a través de los cuales algunos grupos de hombres se volvían
unilaterales en la búsqueda racional de la acumulación capita­
lista. En mi estudio doy por sentado que algunos hombres expe­
rimentaron tal impulso y me centro por el contrario en la reac­
ción ante el nuevo fenómeno de lo que ahora se llama la élite
intelectual, gerencial y administrativa. Tal reacción fue favora­
ble, no porque se aprobaran en sí mismas las actividades lu­
crativas, sino porque se creía que tenían un efecto colateral
sumamente benéfico : mantenían "fuera de la maldad" a los
hombres que en ellas se ocupaban, como si dijéramos, y más
específicamente tenían la virtud de imponer restricciones al
capricho del príncipe, al gobierno arbitrario, y a las políticas
exteriores aventureras. Weber sostiene que el comportamiento
y las ,actividades de los capitalistas fueron el resultado indi­
recto ( y originalmente no buscado ) de una desesperada bús-
queda de la salvación individual. Yo sostengo que la difu­
sión de las formas capitalistas debió mucho a una búsqueda
igualmente desesperada de algún procedimiento para evitar la
mina de la sociedad, permanentemente amenazante en su época
a causa de los arreglos precarios del orden interno y externo.
Es claro que ambas posturas podrían ser válidas al mi.smo
tiempo : una se refiere a las motivaciones de las nuevas élites
en ascenso, la otra a la de diversos grupos dominantes. Pero
la tesis de Weber ha atraído tanta atención que la segunda ha
sido totalmente pasada por alto.
Existe otra diferencia importante entre la tesis de Weber y
la corriente de ideas que aquí hemos examinado. Weber sugi­
rió que la doctrina de la predestinación de Calvino se tradujo,
entre sus seguidores, no en fatalismo ni en una búsqueda fre­
nética de los placeres terrenales, sino �uriosamente y en
contra de la intuición- en una actividad metódica impulsada
por el propósito y la negación de sí mismo. Esta tesis era
algo más que una paradoja magnífica; expresaba uno de esos
efectos notablemente no buscados de las acciones humanas ( o
de los pensamientos humanos, en este caso ) , cuyo descubri­
miento se ha convertido en el campo particular y la ambición
más alta del científico social desde Vico, Mandeville y Adam
Smith. Ahora bien, yo sugiero -basado en la historia que he
narrado aquí- que los descubrimientos de la clase simétrica­
mente opuesta son posibles y valiosos. Por una parte, no hay
duda de que las acciones humanas y las decisiones sociales tien­
den a tener consecuencias enteramente olvidadas al principio.
Pero, por otra parte, estas acciones y decisiones se toman a
menudo porque se espera, con impaciencia y gran confianza,
que tengan ciertos efectos qtte posteriormente no se materiali­
zan en absoluto. Este último fenómeno, que es el contrario
estructural del primero, tiende también a ser una de sus cau­
sas; las expectativas ilusorias asociadas con ciertas decisiones
sociales en el momento de su adopción ayudan a mantener
ocultos sus efectos futuros reales.
Aquí se encuentra una de las razones principales del interés
del fenómeno : la expectativa de grandes beneficios, aunque
sea poco realista, sirve obviamente para facilitar ciertas deci­
siones sociales. Por lo tanto, la exploración y el descubrimien­
to de tales expectativas ayuda a volver más inteligible el cam­
bio social.
Resulta curioso que los efectos buscados pero no encontra­
dos de las decisiones sociales deban ser descubiertos en mayor
medida aún que los efectos no buscados que en realidad se
produjeron : estos últimos están por lo menos allí, mientras
que los efectos buscados pero no encontrados sólo podrán ha­
Llarse en las expectativas expresadas por los actores sociales
en cierto momento, a menudo fugaz . Además, una vez que
estos efectos deseados no se producen y se rehúsan a aparecer
en el mundo, el hecho de que originalmente se haya pensa­
do en ellos tenderá no sólo a ser olvidado sino aun activamente
reprimido. Esto no es sólo una cuestión de que los actores
originales conserven el respeto de sí mismos, sino que resulta
esencial para que los poderosos subsecuentes aseguren la legi­
timidad del nuevo orden : ¿cuál orden social podría sobrevi­
vir con la conciencia doble de que se adoptó con la expectativa
firme de que resolvería ciertos problemas y de que fracasó en
tal propósito de modo claro y abismal?

NOTAS CONTEMPORÁNEAS

LA MEDIDA en la que las ideas examinadas en este ensayo han


sido borradas de la conciencia colectiva puede estimarse re­
cordando algunas críticas contemporáneas del capitalismo. En
una de las más atractivas e influyentes de tales críticas se hace
hincapié en el aspecto represivo y alienante del capitalismo,
en la forma en que inhibe el desarrollo de "la personalidad
humana plena". Desde la perspectiva de este ensayo, tal acu-
sacwn parece un poco injusta, porque precisamente se espera­
ba y se suponía que el capitalismo reprimiera ciertos impulsos
e inclinaciones del hombre y forjara una personalidad huma­
na menos polifacética, menos imprevisible, y más "unidimen­
sional". Esta posición, que parece tan extraña ahora, surgió
de una angustia extrema por los peligros claros y presentes de
cierto periodo histórico, de una preocupación por las fuerzas
destructivas desatadas por las pasiones humanas, con la única
excepción, según parecía en ese tiempo, de la "inocua" avari­
cia. En suma, se suponía que el capitalismo lograría exacta­
mente lo que pronto se denunciaría como su peor caracte1·ística.
En efecto, en cuanto el capitalismo triunfó y la "pasión"
parecía en verdad restringida y quizá aun extinguida en la
Europa tranquila, pacífica y comercial del periodo siguiente
al Congreso de Viena, el mundo pareció de pronto vacío, chato
y aburrido, y quedaba listo el escenario para la crítica Román­
tica del orden burgués como algo increíblemente empobrecido
en relación con épocas anteriores : el mundo nuevo parecía ca­
recer de nobleza, grandeza, misterio y, sobre todo, pasión. Pue­
den encontrarse huellas considerables de esta crítica nostál­
gica en el pensamiento social subsecuente, desde la defensa
hecha por Fourier de la atracción apasionada hasta la teoría de
la enajenación de Marx, y desde la tesis freudiana de la repre­
sión de la libido como precio del progreso hasta el concepto
weberiano de la Entzattberung ( la desintegración progresiva
de la visión mágica del mundo) . En todas estas críticas explí­
citas o implícitas del capitalismo había escaso reconocimiento
de que, para una época anterior, el mundo de la "personalidad
humana plena", lleno de pasiones diversas, aparecía como una
amenaza que debía ser exorcizada en la mayor medida posible.
El olvido contrario es también evidente: consiste en el ma­
nejo de ideas idénticas a las que habían sido utilizadas en un
periodo anterior, sin referencia alguna a los encuentros que ya
habían tenido tales ideas con la realidad, un encuentro que
raras veces es totalmente satisfactorio. Abramos un breve pa-
réntesis para observar que la máxima de Santayana: "quienes
r.o recuerdan el pasado están condenados a repetirlo" tiende
más a aplicarse rigurosamente a la historia de las ideas que
a la historia de los acontecimientos. Estos últimos, como sabe­
mos todos, nunca se repiten por entero; en cambio, circunstan­
cias vagamente similares, en dos momentos diferentes y quizá
distantes entre sí, pueden originar respuestas mentales idénti­
cas e idénticamente erradas si se ha olvidado el anterior episo­
dio intelectual. Por supuesto, la razón de este fenómeno reside
e:1 el hecho de que el pensamiento se abstrae de varias cir­
cunstancias, consideradas por él no esenciales, pero constituti­
vas de la singularidad de cada situación histórica particular.
Esta corrección literal y lamentable de la máxima de San­
tayana, aplicada a la historia de las ideas, puede ilustrarse aquí
al nivel más alto del pensamiento social contemporáneo. Tras
la historia que hemos narrado, resulta casi doloroso ver a un
Keynes recurrir, en su característicamente tenue defensa del
capitalismo, al mismo argumento empleado por el Dr. Johnson
y otras figuras del siglo XVIII :

. . . ciertas inclinaciones humanas peligrosas pueden orientarse por


cauces comparativamente inofensivos con la existencia de opor­
tunidades para hacer dinero y tener riqueza privada, que, de no
ser posible satisfacerse de este modo, pueden encontrar un desaho­
go en la crueldad, en temeraria ambición de poder y autoridad y
otras formas de engrandecimiento personal. Es preferible que un
hombre tiranice su saldo en el banco que a sus conciudadanos; y
aunque se dice algunas veces que lo pr imero conduce a lo segundo,
en ocasiones, por lo menos, es una alternativa.17

1� Teoría general de la ocupación, el interés ,, el dinero, México, FCE, 1976,


p. 329. En lo que equivale a una caricatura de esta concepción, Hayek ha sos­
tenido, en defensa de la institución de la herencia, que esta forma de tras·
misión de la riqueza es una forma socialmente menos perniciosa de entregar
beneficios no ganados a nuestros hijos que la asignación activa de posiciones
privilegiadas a tales hijos durante nuestra vida. En este caso es particularmente
obvio que lo uno no excluye en modo alguno a lo otro. Véase F. A. Hayek, The
Constitution o/ Liberty ( Chicago : University of Chicago Pcess, 1960 ) , p. 9 1 .
He aquí la antigua idea de la ganancia de dinero como un pa­
satiempo y una salida "inocente" para las energías de los hom­
bres, como una institución que aleja a los hombres de la com­
petencia antagónica por el poder, hacia la acumulación de ri­
queza algo ridícula y de mal gusto, pero esencialmente inocua.
Schumpeter fue otra figura importante que hizo una defen­
sa fuerte, aunque indirecta, del capitalismo, basada en sus con�
secuencias políticas benéficas. En su teoría del imperialismo/ 8
Schumpeter sostuvo que la ambición territorial, el deseo de
una expansión colonial, y el espíritu belicoso en general, no
eran la consecuencia inevitable del sistema capitalista, como
dirían los marxistas. Tales inclinaciones derivaban más bien
de mentalidades residuales, precapitalistas, que desafortunada­
mente estaban muy arraigadas entre los grupos gobernantes
de las principales potencias europeas. Según Schumpeter, el
capitalismo mismo no podía favorecer la conquista ni la gue­
rra : su espíritu es racional, calculador, y por lo tanto reacio a
la asunción de riesgos a la escala implícita en la guerra y otras
reliquias heroicas. Las opiniones de Schumpeter eran interesan­
tes como impugnaciones a las diversas teorías marxistas sobre
el imperialismo, pero revelaban menos perspicacia acerca de la
complejidad del problema investigado que las de Adam Fer­
guson y Tocqueville antes citadas. Yendo más atrás aún : el
Cardenal de Retz, con su insistencia en que no deben pasarse
por alto situaciones en las que se considera como regla general
el comportamiento motivado por el interés, parece ser un ar­
gumento más sólido que los de Keynes o Schumpeter.
Concluyo que tanto los críticos como los defensores del
capitalismo podrían mejorar sus argumentos mediante el co­
nocimiento del episodio de la historia intelectual que hemos
recordado aquí. Esto es quizás todo cuanto podemos pedir de la
historia, y de la historia de las ideas en particular : no la solu­
ción de las cuestiones, sino la elevación del nivel de debate.
18 " The Sociology of lmperialisms" ( 1 9 1 7 ) , en ImperialiJm and Social ClaJJes
( NueYa York: Kelley, 1 9 5 1 ) .
ÍNDICE. ANALÍTICO
Ackerman, Frank, 98n concepción de J. Barnave, 1 2 2 - 1 2 3 ;
Agustín, San, 1 8-20, 23 -24, 5 1 dottx e inofensivo, 6 3 - 69, 1 1 2 - 1 1 3 ,
alabanza, deseo de, 1 8 1 3 2 ; internacional, 8 6 ; l a concep­
alienación, 1 3 0, 1 3 6 ción de Montesquieu, 67, 78-88; sig­
anomia, 1 3 0 nificado no comercial · de la pala­
Aquino, Sto. Tomás de, 1 9 bra, 68; la concepción de A. Smith,
arbitraje, d e divisas, 84, 8 5 , 8 9 106- 1 08, 1 1 0 - 1 1 3 ; la concepción
·
de
armonía d e los intereses, doctrina de J. Sceuart, 88-91
la, 1 04, 1 2 7 _ comunismo, 1 3 1
Auerbach, Erich, 1 1 7 n Cong!eso de Viena, el, 1 36
autoridad: abusos de la, 1 0 2 ; g�ands Constitución de los Estados U nidos, y
coups d'autorité, 80, 8 1 , 83, 8 5 , la pasión compensadora, 36-3 7
8 8 , 93, 9 5 , 1 02, 128; rebeliones Corneille, Pierre, 19 y n
contra la, 96-99; restricciones a la, corrupción, significado cambiante de
véase poder, restricciones al la palabra, 47n
avaricia: como pasión compensadora, Coyer, Gabriel Fraacois, 88n
6 1 -62, 1 1 3 - 1 1 4 ; como pecado, 1 8, Cra/tsman, The, 63, 84
28-29, 4 7 Cropsey, Joseph, 1 1 0n

Bacon, Francis, 29-3 1 , 3 5 Chamley, Paul, 90n


Balzac, Honoré de, 1 2 6-127 Child, Josiah, 86
Barnave, Joseph, 1 2 2 , 123n Chill, Emmanuel, 1 2 3 a
Bénichou, Paul, 1 9n, 20n Chinard, Gilbert, 25n
Bien, David, 1 0
Bloomfield, Morcan, 48n · Daire, E., 87n
Boccalini, Trajano, 41 Dame Alighieri, 19, 2 8
Bolingbroke, Henry Sr. John, 63-64, Deane, Herberr, A . , 1 8n, 2 3 n
64n, 84, 8 5 n Deleyre, Alexandre, 34n
Bonaventura, Federico, 4 1 de Roover, Raymond, 1 7 n
Bossuet, Jacques Bénigae, 5 1 deseo sexual, 1 8
Boswell, James, 64n despotismo: la concepción d e los fi­
Bourdieu, Pierre, 1 0 s iócratas sobre el, 1 04, 1 0 5 ; la con­
Brown, K. C., 20n, 1 1 7n, 1 29 n cepción de J. Steuart sobre el, 92,
Butler, Joseph, 4 2 , 5 3 105
Butler, Samuel, 5 7 deuda pública, 83
Diamond, Marcin, 36n
Calvino, Juan, 23 -24, 1 3 4 dinero: amor al, como interés, 61 -64;
capitalismo, 1 7 ; argumentos en pro deseo de, como pecado, 1 8, 20, 28-
del, 1 3 1 - 1 3 2 ; y la acritud frente 29, 48; véase también riqueza
al comercio, 6 5 -66; concepciones dinero, ganancia de: como una pa­
contemporáneas sobre el, 13 5 - 1 3 8 ; sión tranquila, 7 0 - 7 3 ; como ino­
actitud d e Adam Smich ante el, cente y doux, 63-69, 1 3 7 - 1 3 8 ; ideas
1 1 0n, 1 1 1 , 1 1 2 - 1 1 3 ; y la ética pro­ del siglo XIX sobre la, 1 28 - 1 29 ; y
restante de Max Weber, 1 3 3 - 1 34 la ética protestante, 13 2 - 1 3 4
Cervantes Saavedra, Miguel de, 20 Dios, como relojero, 94
clase media, 90; ascenso de la, 1 0 7 - Domar, Jean, 24n
108 Doubrovsky, Serge, 1 9 n
clase mercantil, 98; surgimiento d e la, Durkheim, Emile, 124
107-108
Colbert, Jean Baptiste, 86 Edad Media, búsqueda del honor, la
comercio : actitudes hacia el, 5 8 ; la gloria y la riqueza en la, 1 7 - 1 8

139
Einaudi, Mario, 1 04n Goerhe, Johann Wolfgang von, 27
élite y capitalismo, 13 3 grands coups d'autorité, 80, 8 1 , 8 5 ,
E11ciclopedia, 34 8 8 , 9 3 , 9 5 , 1 02, 1 28
Engels, 69n guerra : y capitalismo, 1 3 8; y el co-
Escocia, la filosofía moral en, 70, 7 8 mercio, 86, 87
España, el ideal aristOcrático en, 6 5 Guerras Napoleónicas, 1 1 8
Estado de naturaleza, 5 9 -60 Guizor, Fran�ois, 1 2 6
ética protestante, la, 1 3 3 - 1 3 4 Gunn, J . A . W., 43n, 44n
expansión económica: l a VIS10n d e A.
Ferguson, 1 24, 1 2 8; la visión de Halifa.x, George Savile, 5 1 , 52
]. Millar, 9 5 -99; las doctrinas de Hamilton Alexander, 36, 3 7, 52n,
Montesquieu y ]. Steuart, 1 2 1 - 1 22, 125n
124, 1 27, 128, 132; la visión de Hartz, Louis, 5 C n
Monresquieu, 8 5 -87, 94; el proble­ Hayek, F . A., 1 3 1 , 1 37n .
ma de la, en los siglos XIX y XX, Hegel, Georg Wilhelm Fnednch, . 90;
1 3 0; y las pasiones, según T. Hob­ concepto de, de la Razón observan­
bes y ]. j. Rousseau, 1 2 9 - 1 3 0 ; la re, 2 5 , 27
visión de los fisiócratas, 100- 103 ; Heilbroner, Robert, 1 1 1 n
la visión de A. Smith, 1 0 0 - 1 0 1 , Helvecio, Claude Adrien, 35, 49-50
1 0 2 , 106- 1 1 8 ; l a visión d e ]. Herder, Johann Gottfried von, 27
Steuart, 89-93; y la ética protes­ Herle, Charles, 5 7 n
tante de M. Weber, 1 3 3 · 1 3 4 Hobbes, Thomas, 20-22, 49, 59, 60,
84, 1 04, 1 14, 1 1 7 ; su concepto
falacia d e l a composición, 123, 128 del Pacto, 24, 3 8 · 3 9 ; su concep­
Federatist, The, 36-37 ción de la monarquía, 1 0 3
Ferguson, Adarn, 64, 88, 9 5 , 1 1 3, Hoerder, Dirk, 99n
1 2 3 - 1 26, 1 28-1 29, 1 3 8 Holbach, Paul Henri Diecrich, 34
feudalismo, A . Smith e n torno al, 1 06· hombre "cal como realmente es" ', el,
107 2 1 -22, 3 5 ; véase también natura­
fisiócratas, los 78, 1 10, 1 26; y la leza humana
expansión económica, 100- 1 0 2 ; su honor, búsqueda de, 19, 1 1 4
visión de la organización política, Huizinga, Johan, 19n
103-106 Hume, David, 32-33, 44, 54, 62-63,
Forbes, Duncan, 1 1 On, 1 24n 70, 90, 95, 98, 1 08, 1 1 1n ; "amor
Forbonnais, Fran�ois de, 66n por la ganancia", 6 1 , 72-73; sobre
fortuna, significado cambiante de la la deuda pública, 83
palabra, 4 7n Hucchenson, Francis, 7 0 - 7 1 , 72
Fourier, Fran�ois Marie Charles, 1 3 6
Francia: actitud hacia e l comercio, ideal aristocrático; honor y gloria en
66-69; ideal heroico, demolición en, el, 1 9 ; y la ganancia de dinero, 6 5 ;
1 9 ; concepción del interés en, 43, l ' las pasiones, 1 1 7 - 1 1 8
44-46 ideal caballeresco, 1 9
Freud, Sigmund, 2 5 , 1 36
ideal heroico, 1 9 -20, 65
Friedman, Milron, 1 3 1
!lustración, la, 5 4
!lustración escocesa, la, 78, 8 8 , 9 5 ,
Galbraith, John Kennerh, 1 3 2
123
Galileo Galilei, 2 1
industria, ideas d e A . Smith sobre la,
Giarrizzo, Giuseppe, 54n, 99n
1 06 - 1 0 8
Gilbert, Felix, 55 n
Inglaterra: equilibrio d e intereses en,
gloria, búsqueda de, 1 8-20
5 8; interés, concepto de, 43 -44; la
gobierno : concepción de los fisiócraras filosofía moral en, 70-7 1 ; especu­
sobre el, 1 03 - 1 06, la doctrina de lación y corrupción política en, 63-
A. Smith en corno al, 1 0 6 - l l C ; 64
tranquilidad y orden e n el, 1 24- interés : definición, 39-40; económico,
127; véase también poder, restric­ 5 7 - 5 8 ; como nuevo paradigma, 49-
ciones al 5 5; dicotomía del, y las pasiones,
49-55, 64-65, 70-7 1, 7 7-78, 80- 8 1 , Linguet, Simon Nicolas Henri, 1 05
1 0 8, 1 28- 129; y las pasio n es, acti­ Locke, John, 60, 96; su concepto del
tud de A. Smirh ante el, 1 1 5 - 1 1 7 ; E�rado de naturaleza, 60
las pasiones domadas p o r el, 3 8-49; lucha de clases, la, 1 3 0
en la política, 56-58; del príncipe l.uis XIV, 4 5
o el Estado, 40-4 3 ; la doarina de Luis Felipe, 126
A. Smith sobre el interés propio, lujo: y comercio, la visión de A.
1 06- 1 1 8 Smith, 1 0 7 - 1 08, 1 1 2 ; la visión de
intereses: equilibrio de, 5 8 ; defini­ B . Mandeville, 2 5 -26; pasión por
ción, 39-40; individuales y de gru­ el, 26
po, 4 3 -49; doctrina de la armonía Lovejoy, Arthur 0., 36n, 1 1 4n
de los, 104, 1 2 7 ; y la doctrina de
Hobbes, 1 0 3 - 1 04 ; las pasi ones do­ Mably, Gabriel Bonnet de, 64
madas por los, 3 8-39 Macpherson, C. B., 20n
interés gobierna al mundo", "el, 49, ?-.·! adariaga, Salvad or de, 65n
5 3 , 5 4 ; constancia y posib ili dad de Madison, James, 3 7
previs ión de un mundo gobernado Maier, Pauli n e, 9 9 n
por el interés, 5 5 -63; ética p rotes­ Malkiel, María Rosa Lida de, 1 9 n
tante y el mundo gobernado por el Malrhus, Thomas R., 92
interés, 1 3 2 - 1 3 5 Mandeville, Bernard, 25 -26, 3 3 , 1 1 8,
interés n o mentira", "el, 4 7 , 49, 56, 123, 1 3 4
57 Manifiesto Comunista, 6 3
mano invisible, la, 1 1 1 : anticipación
Johnson, Samuel, 62, 1 3 7 ; sob re la del concepto de A. Smith, 18, 24,
avaricia, 6 1 -62; sobre la ganancia de 25
di ne ro, 64, 66 Maquiavelo, Nicol:ís, 2 1 , 22, 47n, 5 5 ,
59, 1 1 7 ; s u concepto del interés,
Kant, l mmanuel, 2 8 4 1 . 47-48
Katzenellenbogen, Adolf, 29n mlÍ.quina, metáfora de la, 97, 1 00
Keohane, Nannerl 0., 2 5 n Mares del Sur, escá nd alo de los, 63
Keynes, John Mayna rd, 9 2 , 1 3 7 - 1 3 8
Marx, Karl, 69, 1 24, 1 2 8, 1 3 6
Kirshner, Julius, 1 7n
marxismo, 1 0 5 , 1 3 8
Koebner, R., 5 3 n Matheron. Alexandre, 8 3 n
Krailsheimer, A . ] . , 5 1 n
Meek, Ronald L., 88n, 1 00n
Kramnick, Isaac, 64n
Meinecke, Friedrich, 40, 4 1 , 42
Krieger, Leonard, 60n
Melon, Jean-Fran,ois, 8 7 -83
Kristol, lrving, 36n
mercantilismo, 59, 86, 89-90
Millar, John, 78, 88, 98n, 1 1 1 n; su
La Bruyere, Jean de, 52-53, 8 1 n
doctri na, 94-99
Jaissez faire, 104, 1 10
Mirabeau, Victor R iqueti , 1 0 1 - 102
La Rochefoucauld, Pran�ois de, 20,
M:ses, Ludwig von, 1 3 1
23, 45, 49
Moliere, Jean Bapriste Poquelin, 2 0
Laslet, Peter, 60n
Momesquieu, Charles Louis d e Secon-
Lehmann, William C., 96n
dat, 1 8, 62, 78, 79, 99, 1 00, 1 0 5 ,
Leibniz, Gortfried Wilhem von, 94n
1 2 3, 1 2 9 , 1 3 1 ; sobre l a letra d e
Le Mercier de !a Riviere, Paul Pierre,
cambio, 79-80, 8 1 -82, 8 3 -86; so­
104 bre el comercio, 7 8-88; sobre el
letra de cambio, 82n, 89; Montes- dottx commerce, 67; y los fisiócra ­
quieu sob re la, 80-82, 8 3 - 8 5 tas, 1 02 - 1 04; sobre el poder, 8 5 ;
Levin, Harry, 1 26n sobre la propiedad, 8 2 , 100- 1 0 1 ;
Lévy-Bruhl, Henri, S2n comparado con A . Smith, _1 0 8 , 1 1 0,
libertad: las ideas de Ferguson sobre 1 1 2- 1 1 3 ; su influencia sobre ].
la, 1 2 5 ; Millar sobre el espíritu Steuart, 89, 9 2 - 9 5
de, 9 5 -98; A. Tocqueville sobre la, 1\{onresquieu-Steuarr, doctrinas, 1 1 8,
126 1 2 1 - 1 22, 124, 127, 128
Morrelly, 64 Proudhon, Pierre Joseph, 1 3 1, 132n
naciones "pulidas" y "rudas o bárba­ Prudencia, 29n
ras", 68, 1 2 3 Pufendorf, Samuel von, 60
naturaleza, Estado de, 6 0
naturaleza humana, l a , 2 1 , 23, 3 2 , Quesnay, Fran�ois, 1 0 1 - 1 02, 1 04, 1 09
3 5 , 37, S i n, 5 5 , 7 3 ; y e l capita­
lismo, 1 35 - 1 36; Hobbes y Rousseau
sobre, 1 1 4, 129- 1 3 0 ; A. Smith so­ Raab, Felix, 43n, 44n
bre, 1 1 4-1 1 6 Racine, Jean Baptiste, 20
razón, interés y pasiones, 50, 52
Nedham, Marchamont, 43n
Nef, John U., 1 26n Razón observante, la, 25, 2 7
Nicole, Pierre, 24 n relaciones internacionales: e l comer­
cio, 86-87, 88-89; la guerra, 86,
Oresmus, Nicolás, 94n 87
reloj, metáfora del, 92, 93 -94, 99,
Pacto, la concepción de Hobbes, 24 100, 1 2 5
Pascal, Blaise, 20, 24 Renacimiento, búsqu eda del honor y
pasión compensadora, 28-38, 47, 8 5 ; la gloria en el, 1 9
e n la Constitución· de los Estados Retz, Jean Franc;ois d e Gondi, 5 2
Unidos, 3 6 - 3 7 ; principio de la, 28- revolución d e 1 848, la, 1 2 8
38 Revolución Fran cesa, la, 1 1 8
pasiones, las: y la aristocraci a, 11 7; revueltas y rebeliones, la visión de
compensadoras, 28-38, 47, 8 5 ; y la Millar, 96-99
expansión económica, 129; incons ­ riqueza: temor a perderla, 1 2 5 , 1 29 ;
tancia de, 59 -60; y los intereses, ! a s ideas d e Ferguson sobre la, 1 24-
4 9 - 5 5 , 65, 70-:'2, 7 7 - 7 8, 8 1 , 108, 1 2 5 , 129; y el poder, según A.
129; el interés y los intereses como Smith, 1 0 6 - 1 0 7 ; como propiedad,
domadores de, 38-49; y los intere­ 1 00-1 02; la búsqueda de, en la
ses como sinónimos, 1 1 6; y la ra­ doctrina de A. Smich, 1 1 4; véase
zón, 5 0 ; la actitud de A. Smith también dinero
frente a las, 1 1 3, 1 1 6; básicas, 1 8, Robertson, Wiliam, 67, 90
20, 28; transformadas en vinu2es, Roban, Henri, 4 1 , 4 3 -44, 49, 5 8,
24-26; y la guerra, 86 116
pecado: la idea de Sn. Agustln, 1 8 ; Romanticismo, 1 3 6
l a avaricia como, 2 0 , 2 8 , 4 7 Rosenberg, Nathan, 26n, l l l n, 1 1 4n
p erso nal ida d , efec tas del cap i talismo Rousseau, Jean Jacques, 22, 35, 1 1 3 ;
sobre ia, 1 3 6 sobre e l amour d e soi y el amo•ur
Peters, Richard S., 21 n propre, 1 1 4 ; sobre los intereses y
Platón, 5 0 las pasiones, 1 30
Pocock, ]. G. A . , 9, 4 7 n , 64n, 1 1 3n, Rudé, George, 98
125n
poder: frenado, 8 5 ; deseo de, como Sacy, Louis de, 88n
pecado, 1 8, 2 0 Samuelson, Paul A., 1 2 3 n
poder, restricciones al : las ideas de Santayana, George, 1 3 7
Millar sobre las, 96-99; las ideas Savary, Jacques, 66
de Monresquieu sobre las, 85, 94- Schiller, Johann Christoph Friedrich
9 5 ; las ideas de Proudhon sobre von, 5 5
las, 1 3 1 - 1 3 2 ; las ideas de J. Steuart Schumpeter, Joseph A., 1 7 n, 1 0 7n,
sobre las, 84-9 5 138
poderes, principio de separación de, Sen, S. R., 92n
85 separación de poderes, 85
Polanyi, Michael, 7 7 Shackleton, Robert, 85 n
propiedad, la: la visión d e Montes­ Shaftesbury, Anthony Ashley Cooper,
quieu, 82, 1 00 - 1 0 1 ; mueble e in­ 44, 5 3 , 54; sobre la ganan cia de
mueble, 8 1 -83, 1 00; privada, ar­ dinero, 7 1
gumentos en favor de, 1 3 1 - 1 3 2; la Shklar, Judith, 1 O
visión de B. Spinoza, 82 Silhon, Jean de, 45, 46n
Simmel, Georg, 62 Tendler, Judith, 1 0
Skinner, A. S., 100n Thatcher, Sanford, 1 O
Skinner, Quentin, 1 0, 64 n Thomas, Keith, 20n, 1 1 7 n
Smith, Adam, 26, 46, 70n, 72-73, Thompson, E, P., 98n
77, 78, 83, 88, 95, 123, 124, Tocqueville, Alexis de, 1 23 , 1 2 6 - 1 28,
1 34 ; domina 1 06-1 1 8 ; su visión 138
de la expansión económica 100, Tónnies, Ferdinand, 124
1 02 , 1 0 6- 1 1 8 ; comparación entre
La riqr<eza de las naciones y Teo ­ Ure, Andrew, 9 8
ría d e los sentimientos morales,
1 14-116 Vauvenargues, Luc de Clapiers, 34, 6 5
Smith D . W . , 25n, 35n Veblen, Thorstein, 1 1 4n
socialismo, 1 3 1 Venruri, Franco, 3 4n
Sombart, Werner, 1 7n Vermassung, 130
Spinoza, Baruch de, 22, 29, 5 1, 5 2, Vico, Giambattista, 22, 25, 27, 1 3 4
5 9 ; sobre la propiedad, 82-83 Viner, Jacob, 44n, 67
Steuart James, 5 6, 78, 83, 99, 1 0 5 ; virtudes : contra los vicios, 2 9 ; pa­
sobre el comercio, 88-90; doctrina, siones transformadas en, 24-26
88-94; la influencia de Montesquieu Voltaire, Fran>ois Marie Arouet, 94n
sobre 89, 92-95; y los fisiócrat�,
1 0 0 ; comparado con A. Smith, 1 0 8·, Walpole, Robert, 63
1 10, 1 1 3 ; véase también Montes­ Walzer, Michael, 1 0, 23n
quieu-Steuarr, doctrinas Weaver, Paul, 36n
Stourzh, Gerald, 52n Weber, Max, 17, 1 3 3 - 1 3 4
·
Strauss, Leo, 2 2 n, 3 0 n Wenlersse, Georges, 1 04n
sublimación, 2 5 White, Lynn, 94n
Sutcliffe, F. E . , 4 8 n Wilkes, disturbios de, 9 8

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