Yo
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se desdoblan en observador y observado. Siempre en acción que nos va cambiando la
percepción de nuestro propio yo.
La palabra yo es difícil porque psicológicamente es necesaria y espiritualmente
complicada. Con otros autores psico-espirituales afirmo: "dividimos la vida en dos
mitades, la primera mitad es para aprender a decir yo y la segunda mitad es para
olvidarse del yo."
El yo, como decía, símbolo de mi identidad, es dinámico y cambiante. El cuerpo, el
gran pedagogo del yo va reconociéndose y asumiéndose con sus posibilidades y sus
límites. El yo no es una palabra que podemos pronunciar individualmente, por libre,
sino que necesitamos un tú. Como afirma Martín Buber en ese libro maravilloso que
se llama El yo y tú, el yo es un yo-tú, no es un yo independiente del otro, sino que es un
yo con el otro.
Sería interesante recordar las experiencias de niños salvajes que han sobrevivido en
el bosque y, cuando han sido encontrados, ha supuesto un esfuerzo pedagógico enorme
enseñarles a ser yo ante un tú.
El yo inseguro, que entra en crisis en la pubertad, en la adolescencia, es un reto al
crecimiento y a la madurez. El terremoto biológico, psicológico y social que le
confunde e impide saberse, necesita un grupo de referencia para preguntárselo y
responder aproximadamente. El yo adolescente necesita identificarse con alguien
afectivamente para decir: yo soy... La respuesta hará referencia al grupo, a la pandilla.
Para saber "¿quién soy yo?" necesita preguntarse "¿a quién pertenezco yo?", "¿qué
grupo me reconoce como existente y vinculado a él?"
Este yo indeciso y cambiante nos permite, para explorar la realidad,
responsabilizarnos de ella. No es tarea fácil porque "yo" tiene muchas dimensiones.
James, el primero que estudió el autoconcepto de una manera sistemática (San Agustín
lo había estudiado muy profundamente muchos siglos antes que James), distingue
varios yoes: el YO CORPORAL: yo soy mi cuerpo; el YO MATERIAL: yo soy mis
cosas, mi estilo, mi casa, mi coche, mis pertenencias; el YO SOCIAL: yo soy el eco
que mi imagen deja en otras personas, que rebota en ellas y se me devuelve en forma de
feed-back o de juicio evaluativo. Por último dice James el YO ESPIRITUAL se
compone de mi mundo interior lo más mío y el mí mismo, lo más valioso:
pensamientos, sentimientos profundos, hondas vivencias... Jerarquizar estos yoes no es
fácil. Vivimos en un mundo culturalmente volcado sobre el yo corporal en un culto al
cuerpo joven, bello y sano. La sociedad de consumo manipula nuestro yo material y
trata de identificarnos con él. Los asesores de imagen se especializan en el yo social que
tanta importancia tiene sobre nuestro bienestar y seguridad personal. Tal vez, como dice
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James, el yo espiritual, el más valioso que configura nuestra calidad humana y nuestra
madurez progresiva es muchas veces olvidado. Viktor Frankl detectaba y evaluaba con
escalas un tipo nuevo de neurosis que él llamaba noógenas, es decir, neurosis generadas
por el raquitismo espiritual. Frankl pasó muchos años estudiando, midiendo y tratando
de curar estas neurosis de crecimiento estancado de nuestro yo espiritual.
El yo es la consciencia de nosotros mismos; por eso todas las psicoterapias de fondo
psicoanalítico consisten en rescatar dinámicamente del inconsciente aquello que puede
fortalecer el yo. Las instancias de la persona: YO, super-yo y ello, han de ser
armonizadas en beneficio del yo. En el principio era el ello pero la persona madura es la
que puede decir yo y responsabilizarse de su vida desde una adecuada percepción de la
realidad. Otras psicoterapias, como la gestáltica, son terapias del yo, no del ello o del
inconsciente. Los psicoanalistas enfocan la atención en el inconsciente, mientras que en
las psicoterapias humanistas se hace en el consciente, para fortalecer el yo y darle toda
la autonomía, libertad y responsabilidad que potencialmente tiene y que una
psicoterapia ayuda a fortalecer.
Yo soy consciente de mí mismo, es decir, yo soy la consciencia del self. Yo es la
manera de decir: "me doy cuenta, soy consciente de lo que acontece en mí mismo"; yo
no me puedo enterar de mí mismo desnudamente. Siempre, como decía más arriba, me
veo a mí mismo haciendo algo, realizando algo. Frases como éstas: "yo me avergüenzo
de mí mismo, siento vergüenza de mí mismo" se podrían traducir más complicadamente
por: "yo me avergüenzo de yo". Hablamos, coloquialmente, de esta manera para
distinguir el yo-consciencia del yo observado.
El cultivo sano del yo es necesario para devenir personas maduras pero, al mismo
tiempo, es peligroso y arriesgado porque el yo puede equivocarnos con respecto a
nosotros mismos, al mí mismo. Puede agrandarse desmesuradamente como un globo
que se hincha y entonces el mundo, otra vez como los niños, es un inmenso yo. Puede
empequeñecerse y generar una imagen de mí mismo en el que me veo indigno, culpable
de ser yo, casi pidiendo permiso para poder andar por la calle como un pequeño gusano.
El yo puede hacerse nostálgico compulsivamente de su época egocéntrica y querer
regresar, instalarse en el reino infantil del mí mismo. Si ocurre esto, entramos en
conflicto con las personas adultas y maduras que nos rodean. El egocentrismo es poder
y, dolorosamente, muchas personas no se resignan a tener su propio poder y respetar el
de los demás.
Resulta iluminador recordar las palabras de Freud: "En el proceso de maduración el
yo averigua que es indispensable renunciar a la satisfacción inmediata. Diferir la
consecución del placer, soportar determinados dolores y renunciar, en general, a ciertas
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fuentes de placer. El paso del principio de placer al principio de la realidad constituye
uno de los programas más importantes del desarrollo del yo".
El yo puede equivocarnos también cuando lo confundimos con lo mío: yo tengo, yo
poseo... terminamos diciendo yo soy. Salto no lógico que me convierte, en la historia,
en un simple propietario de cosas que no aportan al yo nada consistente a nivel
psicológico y espiritual. Se trata de un yo muy débil que se sube en un pedestal poseído
para hincharse y aparecer ante los otros como admirable. Convierte a los demás de
interlocutores en admiradores. Ya no le interesa el otro sino: ¿quién cree el otro que soy
yo?, ¿quién se piensa éste que soy yo? El yo, manejado de esta manera errónea, nos
cosifica. Nos hace pasar del ser al tener y acabamos siendo un yo-ello como explica tan
profundamente Martín Buber.
A veces confundimos el yo con el rol que tenemos o los diversos roles que
contemporáneamente desempeñamos. El rol es social y reladonal, complementario y
normativizado en un consensus grupal explícito o implícito. Desempeñamos roles
naturales: hijo/a, padre, madre; profesionales; informales: cohesionador, agresor,
conciliador, rebelde, etc. Confundir el yo con el rol o los roles supone
empequeñecernos. Terminamos siendo la función que desempeñamos y solamente esto.
Nos olvidamos de que el yo personal es más grande que los roles que nos hacen un sitio
en la complicada red de las relaciones sociales. Yo me expreso a través de este rol pero
soy más grande que el rol que me delimita y define socialmente. En realidad soy más
grande que mí mismo, es decir, mi vida es más grande que yo. Habito en mi vida pero
mi vida me sobrepasa: no la puedo encerrar en un yo; mi vida es más grande que yo es
también afirmar yo soy más grande que mi vida. Es decir yo puedo seguir creciendo
vitalmente más allá del ego, más allá del yo.
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hay que cuidarlo para que madure y nos permita autotrascendemos. La tarea de
encontrar nuestro yo profundo, nuestra verdad más honda va más allá de las
afirmaciones sociales de nuestro yo y tiene en la introspección, la meditación, el amor,
sus herramientas más importantes.
Reconocer que el otro, en el campo de las relaciones humanas no definidas por una
estricta justicia, no está en la vida para responder a nuestra necesidades y deseos, es
respetar su libertad, no invadirle, saberlo diferente a mí y a la vez con la posibilidad a
una relación honda conmigo.
A veces, de una manera metafórica, para entender el yo profundo suelo explicar, de
cara al mar, la pregunta que podíamos hacer a una ola: "¿quién eres tú?" Si fuera
"psicológicamente sana" y nos pudiera responder, nos diría: "soy una ola". Nosotros
reafirmamos esta respuesta al admirar: "mira qué ola tan grande", al distinguirla de otra
ola más pequeña, con menos espuma o resaca. Pero si le preguntamos a una ola
consciente de toda su realidad: "¿quién eres?", podría respondernos "yo soy el mar".
También ha dicho su verdad más profunda. Las otras olas también son el mar, pero han
vivido su existencia con un yo pequeño de ola, un yo fenoménico, sin darse cuenta de
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que su yo profundo era el mar. Es verdad que a la pregunta sobre mi identidad puedo
responder "yo soy este cuerpo, esta mente, una mujer o un hombre de esta edad que
tiene o desempeña estos roles..." pero el YO-MAR que soy es más profundo que todas
esas realidades experienciales. El sabio es el que vive como una ola sabiendo que es el
mar. Sabe que es una ola, un momento temporal del mar pero es consciente de que su
vocación es infinitamente más grande. Para realizarla, necesita saber que su vocación es
ser mar aunque sea una ola fotografiable.
Ejercicios: yo
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soltar, aflojar tu cuerpo. Date cuenta de cómo te sientes con tu propio yo: ¿te
aceptas? ¿te integras? ¿tienes buena relación con tu "mí mismo"? Observa si los
roles que desempeñas o las relaciones que estableces en tu vida recortan tu yo
invadiéndolo o manipulándolo. Afirma serenamente "yo soy yo". Yo soy yo ante ti,
contigo, sin ti. Repite estas palabras observando si encuentras titubeos al
pronunciarlas interiormente. Observa si al afirmarlas sientes una atmósfera de
liberación, de verdad pacíficamente poseída, de autoexpresión serena y gozosa.
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