Hora de España (Valencia) - 005-1937
Hora de España (Valencia) - 005-1937
Hora de España (Valencia) - 005-1937
DE
REVISTA MENSUAL
V
SUMARIO:
ENSAYOS DE ANTONIO MACHADO, JOSÉ BERGAMIN Y
RAFAEL DIESTE. POEMAS DE RAFAEL ALBERTI.JUAN GIL-
ALBERT Y LEÓN FELIPE. NOTAS DE A. SERRANO PLAJA,
A.OSSORIO Y GALLARDO, J. GRAU, MAX AUB, M. ALTOLAGUI-
RRE Y R. GAYA. DÍAS DE JULIO, POR A. SÁNCHEZ. BARBUDO.
ESPAÑA
Tipografia Moderna, Avellanas, g - Teléfono 11062 - Valencia.
ENSAYOS
P O E S Í A
C R I T I C A
AL SERVICIO
DE LA CAUSA POPULAR
APUNTES Y RECUERDOS
DE JUAN DE MAIRENA
A D. TOMÁS NAVARRO
SOBRE LO ORDINARIO-
ANTONIO MACHADO.
PINTAR COMO QUERER
(GOYA, TODO Y NADA DE ESPAÑA)
«El tiempo también pinta», nos decía Goya. Pues ¿qué pinta el
tiempo? ¿Qué tiene que ver con la pintura o en la pintura, el tiempo?
¿No es, en cierto modo, la pintura, negación del tiempo? El tiempo,
la historia, no pintan nada. ¿Qué caprichosa afirmación es ésta? ¿Ca-
prichosa, disparatada? ¿No es la pintura, caprichosamente, un puro
contratiempo disparatado ?
Demos por buena la afirmación goyesca y preguntemos, si el tiem-
po también pinta, ¿cómo pinta? ¿Pinta como Goya? ¿Pinta como
quiere?
La pintura de Goya en este tiempo nuestro parece, más que nunca,
querérsenos meter por los ojos.
¿Por qué? Quisiéramos saberlo. Y también cómo.
Ha; sin historia propia, sin auténtica temporalidad. Una pintura re-
presentativa de ese modo, era una abdicación histórica de la pintura;
de la voluntad del pintor; de la voluntad de pintar. Una caprichosa
negación de la pintura misma. ¿Caprichosa, desastrosa y disparatada?
«La historia y la poesía, todo puede ser uno»—había escrito I^ope.
I^a poesía, más verdadera que la historia, ¿convertirá el cuadro de
historia en cuadro de poesía?, ¿la pintura de historia en pintura de
poesía? O sea, en pintura de verdad. Porque todo puede ser uno, en
el tiempo, y aún por el tiempo, para el hombre. Todo puede ser uno,
la historia y la poesía, el tiempo y la pintura, en el hombre, por él y
para él. Esta humanización del arte de pintar—arte poético y no
histórico, esto es, revolucionario y no evolutivo—, es la primera ver-
dad, no sé si desastrada o desastrosa, pero, desde luego, disparatada,
caprichosa, de nuestro Goya; la que caracteriza su pintura como pura
voluntariedad; como capricho; al contrario de la de Velázquez, por
ejemplo, característica por su pura representación; pintura fatal.
Como pura representación, la pintura de Goya es siempre desastrosa o
desastrada, disparatada, caprichosa. Como pura voluntariedad es asom-
brosamente exacta, justa, precisa, creadora; inventiva; fantástica.
Monstruosamente genial. Porque se genera en el tiempo. Monstruosa
y no laberíntica como lo es la de Velázquez : laberínticamente genial,
al engendrarse en el espacio.
Goya empezó a temporalizar sus historias pintadas humanizándolas
de verdad. Esto es lo que se ha llamado, equivocadamente, psicología.
Goya, pintor de retratos, o sea, pintor del hombre temporal, no es un
psicólogo, es todo lo contrario : es un poeta; quiero decir que es un
verdadero pintor. No hace laberintos, hace monstruos. Pero monstruos
humanos. Sueños de razón. De razón de soñar. ((Si el sueño de la razón
produce monstruos —dije alguna vez—, la razón de soñar hace labe-
rintos que los encierran, que los aprisionan.» Goya quiso también hacer
su jaula, como Velázquez. Su laberinto racional. Y estudió o imitó a
Velázquez, probablemente en vano. E n la más profunda dimensión de
la vanidad velazqueña.
l/os monstruos más disparatados y caprichosos de toda la pintura
goyesca son, probablemente, los enjaulados : sus retratos. (La Chin-
Pintar como querer 17
chón. María Luisa. Las majas.) Cualquiera. Basta tener ante los ojos a
la familia suprarreal de Carlos IV : el desastre real de una humanidad
disparatada pintado, caprichosamente, con la más monstruosa fami-
liaridad.
La voluntariedad revolucionaria de nuestro Goya se expresa con
la misma fuerza, o quizás con más, cuando lo hace con delicadeza
extremada; con aparente —pinta como quiere— suavidad.
Las verdades más claras de España son las populares que nos pintó
Goya. Tan claramente, por el preciso agravio que a su resplandor pusie-
ron sus márgenes de sombra. No hay pintura más clara para los ojos,
como para el entendimiento—para el entendimiento humano de lo
español—que la oscura y clara, la negra o roja, blanca o coloreada, del
enorme Goya. Si no es, andando el tiempo, la del no menos caprichoso,
desastrado y disparatado Picasso. La que ha sido y, sobre todo, la que
será —pues quisiera decir, de paso, que considero la pintura de Picasso,
hasta hoy, como una introducción a su obra futura—. Es, para mí,
Picasso, el verdadero pintor independiente y revolucionario —español—
del porvenir. De un inmediato porvenir que nos lo ofrece como el pintor
actual de más generador porvenir, de plenitud futura. Como a nuestro
pueblo español que tiene entre sus manos ahora el porvenir del hombre.
Del disparatado español Goya al no menos español y disparatado
Picasso, hay, a mi juicio, solamente un paso. El del entendimiento revo-
lucionario de lo español. Pues sin entendimiento de la revolución espa-
ñola —o sea, de la verdad de nuestro pueblo— no hay posibilidad, para
mí, de entender, ni humana ni divinamente, ninguna de estas dos pin-
turas.
Nuestra actual guerra, de la independencia española, dará a Picasso,
como le dio a Goya la otra, la plenitud consciente de su genio pictórico,
poético; creador. Pues la pintura de Picasso nos expresa, como la de
Goya, esa independencia revolucionaria de todo, que empieza por abrir
las tumbas ante la nada de la muerte, para arrancar de ella la totalidad
de su creación. Caprichosa. Desastrosa. Disparatada.
(El paralelismo Picasso-Goya pude comprobarlo recientemente ante
el estupendo retrato del editor ^ o l l a r d y las viñetas escarnecedoras de
la ((Historia del general Franco», verdadera ejecución moral del trai-
dorzuelo.)
El entendimiento de España está, como su corazón, como su sangre,
entre los dedos que pintaron sus verdades vivas tan claramente. Los de
Goya nos dejaron, a veces, como los de Picasso, la huella poderosa de
20 José Bergamin
* * *
La pintura de Goya, decía, ahora más que nunca, parece que quiere
metérsenos por los ojos. Ahora, más que nunca, porque ahora, quizás
más que nunca, el entendimiento revolucionario español, o sea, la reve-
lación popular de España, se nos ofrece en España con intensidad ex-
presiva dramáticamente insuperable. Y Goya es un reflejo, una traspa-
rencia de esa voluntad popular revolucionaria española. La pintura de
Goya es como su revelación permanente. Que por serlo, se nos actualiza,
ahora, sobre todo. Por su propia plenitud de ser, consecuente con lo pa-
sado ; pletórica de porvenir. Pues esta plenitud temporal revolucionaria,
reveladora del pueblo español, adquiere en la pintura de Goya su expre-
sión eterna. Así, ahora, para nosotros, los españoles que no queremos
dejar de serlo, que nos sentimos serlo, acaso por primera vez, con verda-
dera conciencia clara de que lo somos, y de lo que somos («pasión no
quita conocimiento» al contrario, lo da); para los españoles que com-
prendemos que lo somos por la convivencia real y profunda con nuestro
pueblo vivo, adquiere, digo, esta pintura un sentido tan claro y distinto,
tan verdadera y enteramente nuestro, que nos empuja hacia esa cólera,
hacia esa furia, auténticamente popular, que la determina y que com-
partimos íntegramente, porque responde a nuestra íntima necesidad
de enfurecernos este modo español para poder entrar en el pueblo de
veras; para poder entusiasmarnos en él, y con él, compartiendo su
santísima voluntad, su realisima gana; para vencer, en suma, a un
mundo muerto, creando una vida nueva. Enfurecernos y entusiasmar-
nos. Salir de nuestros insignificantes personalismos y particularidades,
para entrar, de nuevo, en el pueblo español, por el pueblo nuestro, con
el pueblo nuestro, en la verdad, en Dios. En la verdad de Dios. En
todo. En la verdad de todo. Para hacernos, verdaderamente, de
nuevas.
Por eso tenemos hoy en contra los españoles, tiene enfrente el pue-
blo español, a todo el mundo; porque tiene, tenemos con nosotros, al
lado nuestro, como decimos en España popularmente, a todo Dios. A
Pintar como querer 23
JOSÉ BERGAMIN
'AIUÍI^^^^^
HISPANIDAD
DE VALLE IJSICLÁN
Unas veces alude con lírica sencillez. Otras une todos los puntos
necesarios para reconstituir en cercanía la presencia de lo real. Su estilo
transcurre, con natural fidelidad a las intuiciones, entre esos términos
extremos.
Y en grado medio de objetivación pone siempre los vivos mecanismos
de la farsa. ¡ Vivo mecanismo!... No deja de ser terrible ver el rigor
con que construye sus muñecos Valle Inclán. No les falta ni sobra re-
Hispanidad de Valle Inclán 31
¿Qué entienden por ideal los ingleses? Algo, sin duda, muy plau-
sible : un mundo feliz. Y a eso se refiere la dulce nostalgia británica.
Pero a esta nostalgia española casi no se la puede asignar un objeto,
así de hermoso, como un ideal... Es una sed terrible, entretenida con
gracias, burlas y denuestos—una terrible sed de decoro.
En discordia consigo, deslucido en pugna de desprecios y mutuas
Ignorancias, viendo la inmensa mascarada que pasa por las crestas de
nuestra última historia—que hoy se desploma furiosamente, aun obs-
tinada en los disfraces—, el español no ha podido ser aún lo que quiere
ser... ¡Qué sé y o ! Acaso lo que D. Ramón soñaba en sus fantásticas
mocedades, acaso algo más simple todavía...
34 Rafael Dieste
¿Un caballero? Esta palabra duele un poco, más que por modesta
y anacrónica, por el vacío casi sepulcral que ha venido a cobijarse en
ella cuando el caballero, caracterizado con exceso para hacerse respetar,
se ha reducido a la propia superficie, seca como hoja seca, de su énfasis,
dando así la pauta del énfasis caballeresco a los jubilados de toda espe-
ranza y a los que se infatúan sólo de abstenciones; dando también mo-
tivo a los nacionalizadores de conceptos para meter a España en esa cas-
cara. Con lo cual España, mientras viva, se enfurecerá, rompiendo a
golpes—o a voces, con blasfemias—el concepto en que el barroco, el
jesuíta y el nacionalizador pretendan encerrarla.
RAFAEI. DIESTE
CAPITAL
DE LA G L O R I A
LEJOS DE LA GUERRA
caras desenterradas,
uñas que entrechocando con la muerte, rabiosas,
buscan bajo las íntimas viviendas desventradas
los familiares restos difuntos de las cosas.
DE RIO A RÍO
RAFAEL ALBERTI.
(Moscú, marzo i937).
PALABRAS
A LOS
MUERTOS
jOh muertos!
Desconocidos hombres que ahora pueblan mi mundo de fan-
tasmas,
y que errantes sobre nuestros caminos de la vida,
pesan como los árboles frutales, abrumados,
hacia el suelo profundo.
No será ya posible evitar vuestro espectro
que asoma con ahinco
detrás de los tapiales de la yedra,
donde de nuevo el ímpetu que fuistes
se torna esa espesura del silencio.
No será ya posible
que aquellos que contemplen el suelo de la patria
marchito entre los brazos de tardía victoria,
deslicen sus amores o ese triunfo
sin recordar que andan sobre restos caUentes.
El clamor que se queda suspendido,
cada vez que un suspiro poderoso
anuncia que otro cuerpo
trémulo y solitario acaba de caer,
en busca de posibles compañeros que llegarán más tarde,
40 Juan Gil-Alberi
EL CAMPO
JUAN GIL-ALBERT.
Junio, 1936.
LA INSIGNIA
ALOCUCIÓN POEMÁTICA
(FRA OMENTO)
Aquí,
por primera vez,
por una vez siquiera,
aquí, en la gran mesa de los grandes negocios del mundo,
aquí, en la gran mesa de los grandes negocios del hombre,
aquí, en estas alturas solitarias,
aquí, donde se oye sin descanso la voz milenaria
de los vientos,
de la arcilla,
y del agua
que nos ha ido formando a todos los hombres ;
aquí, donde no llega el desgañitado vocerío de la propaganda merce-
naria ;
aquí, donde no tiene resuello ni vida el asma de los diplomáticos;
aquí, donde los comediantes de la Sociedad de Naciones no tienen papel;
aquí, bajo las estrellas,
alumbrados por las estrellas
y ante la Historia,
aquí, aquí,
colocad aquí
el gran problema del NEGOCIO ESPAÑOL.
Aquí, ante la Historia grande,
ante la Épica,
la otra, la otra historia,
la historia doméstica,
la historia nacional,
León Felipe
44
ni el arzobispo,
ni el comerciante,
ni el aristócrata degenerado,
ni el bufón,
ni el mendigo,
ni el cobarde.
Aquí, aquí,
frente a la Historia,
frente a la Historia grande,
bajo la luz de las estrellas,
sobre la tierra prístina y eterna del mundo
y en la presencia misma de Dios
aquí,
vamos a hablar aquí
del NEGOCIO ESPAÑOL REVOLUCIONARIO.
desnudo,
bajo la noche,
y frente al misterio;
con su tragedia a cuestas,
con su verdadera tragedia,
con su única tragedia.
I<a que surge
cuando preguntamos,
cuando gritamos en el viento :
¿Quién soy yo?
Y el viento no responde
y no responde nadie.
¿Quién soy yo?... Silencio... Silencio...
Ni un eco... ni un signo...
Silencio.
Para que grite conmigo, busco yo al rico y le digo:
deja tus riquezas y ven aquí a gritar.
Para que grite conmigo, busco yo al pobre y le digo :
salva tu pobreza y ven aquí a gritar.
Todas las lenguas en un grito único
y todas las manos en un ariete solo,
para derribar la noche
y echar de nosotros la sombra.
No hay dictaduras humanas.
Estrellas,
sólo estrellas,
estrellas dictadoras no» gobiernan.
Pero contra la dictadura de las estrellas,
la dictadura del heroísmo.
Y si las estrellas dicen :
siempre habrá pobres y ricos,
y el pez grande se come al chico;
contra la palabra 4e las estrellas,
el esfuerzo del heroísmo colectivo.
Para que grite conmigo contra los designios estelares busco yo al hombre,
4
^o León Felipe
para que junte conmigo su angustia y la funda con la mía en una sola
voz, busco yo al hombre.
Esta es la exégesis heroica,
esta es la exégesis heroica, que tan bien le va al español,
al español revolucionario,
al comunista español,
al anarquista ibérico,
al anarquista angélico y adámico,
para quien la vida no es ni ha sido nunca
una cuestión de felicidad,
sino una cuestión de heroísmo.
Y su sangre,
esa sangre que está vertiendo ahora,
y la que ha vertido al través de la Historia,
no se puede medir con un criterio pragmático.
Y no buscamos la felicidad.
Camaradas,
españoles revolucionarios,
comunistas ibéricos,
anarquistas adámicos y angélicos,
un día
tendremos ya pan y ocio,
y ya no habrá hambre ni prisas en el mundo.
Pero no seremos felices tampoco.
No hay posadas de felicidad
ni de descanso.
-Se va siempre por un camino heroico hacia la dignidad y la superación
de la vida.
Se cambiarán de sitio nuestras llagas,
nos dolerá otra carne,
y de sierras más frías bajará nuestro llanto.
Un día,
aquel mendigo chino
ya no estará a la puerta del hotel
golpeando allí por una rebanada de pan,
estará en la pirámide,
en la giba más alta de la Sierra Madre,
golpeando en el cielo,
en la puerta del cielo,
en el pecho de Dios,
por una rebanada de luz.
Esta es mi palabra.
Y la tuya también.
La vieja palabra de todos los poetas del mundo,
de todos los poetas del mundo,
(con el signo épico y activo que aquí hemos dado a la palabra y al oficio).
No es la palabra de los demagogos.
¿Soy yo u n demagogo?
Yo no hablo a los españoles de felicidad.
52 León Felipe
sino de heroismo.
Y digo también:
yo no conduzco a los hombres
ni al restaurante
ni a la biblioteca
ni a la Bolsa...
Los llevo hacia esas cumbres altas.
LEÓN FELIPE
T E S T I M O N I O S
nos sentimos turbados,- sino por algo más torpe, más espantoso y estú-
pido, que hiere mucho más. Se trata de la muerte por error. Esos sesenta
cadáveres sin enterrar, alguno de los cuales alcanza con sus manos cris-
padas los parapetos enemigos, significan algo más que la muerte mis-
ma : la humillante derrota del heroísmo, de la generosidad, por la frial-
dad científica de la guerra actual. Estos camaradas han saltado de sus
parapetos dramáticamente entusiasmados, decididos, absolutamente deci-
didos, con ese hondo calor que produce el corazón en los graves momen-
tos de las decisiones peligrosas.
¿ Qué tiene que ver eso, esa temperatura del llanto, del sacrificio y
de la generosidad, con siete minutos? Y, sin embargo, algo mezquino
y pequeño, algo odioso Uamado siete minutos de anticipación, significa
para ellos la muerte, esa muerte sin tierra que padecen entre lluvia, barro
y balazos furiosos.
Porque la guerra nuestra es ya tan guerra que permite esa clase de
acontecimientos anecdóticos, de experiencias terribles. L,a operación
debió ser a una hora exacta, previa una preparación artillera y por tres
sitios distintos simultáneamente. Pero el capitán del batallón X pade-
ció la locura de la impaciencia. I^a sangre le hervía en las venas y el
corazón golpeaba su pecho pesadamente. Pasado un bombardeo de nues-
tra artillería mandó avanzar, y él mismo, para ejemplarizar a sus solda-
dos, saltó de la trinchera. L,a compañía obedeció exactamente las órde-
nes. El avance iba cubriendo todos los obstáculos. Pero de pronto nues-
tros cañones abrían de nuevo el fuego, por última vez, sobre el enemi-
go. Era precisamente este último cañoneo el que el capitán no había
tenido en cuenta: había ordenado el avance siete minutos antes de este
último bombardeo que debía producirse a la hora exacta. Pero el capi-
tán no creía que importase, para jugarse la vida, tener en cuenta esos
siete minutos, y olvidándose de ellos se había lanzado, por impaciencia,
al ataque.
Ahora tenía que esperar. Pagaba su error, su olvido, viéndose impo-
sibilitado para continuar el avance y para retroceder, porque entonces
no le daría tiempo a participar de nuevo en la operación. Tenía que so-
portar con sus soldados, fuera de la trinchera, inmóviles, las ametralla-
doras enemigas durante siete minutos más para dar tiempo a que la
artillería cesase.
La operación fracasó como fracasa la resolución de un problema por
un error en una multiplicación. lyos otros dos sectores que hubieran avan-
zado, advertidos por un teléfono nervioso, alterado de órdenes a media
56 Arturo Serrano Plaja
aún dejar margen a la crítica... cuando la crítica sea función del racio-
cinio y no tenga por finalidad producir una sublevación armada. Por
consiguiente, será perturbador e inútil cuadricular a todos los hombres
en Sindicatos y Partidos. Mientras contribuya a la obra común,
hay que dejar a cada cual que se sitúe donde le acomode y que proceda
como le plazca. IYOS fueros del espíritu están muy por encima de todas
las ordenaciones más o menos arbitrarias y dictatoriales.
Segundo.—El orden. No hablo de orden en el sentido de autoritarismo
despótico, sino de prudente concierto de voluntades y unificación de es-
fuerzos. Ya se ha visto en la guerra el resultado que da confundir un
combate con un mitin. Las obras humanas son obras de conjunto y no
llegan a granazón mientras cada hombre se empeña en vivir desconec-
tado ^ los demás. La civilización consiste en renunciar a una parte de la
libertad propia para favorecer la libertad total. Y»aquí apunta el terrible
dilema para un conservador. ¿Ha de ir hacia el socialismo o hacia el
sindicalismo? Tampoco en esto caben criterios cerrados. Yo tengo una
solución para mi gusto. Quisiera que el Estado mandase en el menor
número posible de cosas, y en esto me aproximo a los sindicalistas;
pero quisiera también que en aquellas en que mandase, lo hiciera con
seguridad, con energía, con rigor, es decir, con eficacia; y en esto me
aproximo a los socialistas.
Véase, pues, cómo se puede colaborar a la marcha de una revolución
a título de conservador. Ya que los conservadores españoles nunca han
querido enterarse de esto, sería muy conveniente que los revoluciona-
rios, por su parte, se diesen cuenta de que no es posible prescindir del
sentido conservador sin riesgo de que la revolución se frustre. En el
mundo, para lograr una buena economía, hay que ejercitar una buena
política. Por eso los políticos no están de más.
Las lineas que siguen son a modo de un breviario heterogéneo, donde las
apremiantes realidades inmediatas hieren, en las horas de vigilia, el pensamiento
y la conciencia. Nuestros juicios evocan pasadas lecturas vivas, donde la profecía,
necesariamente anterior al presente, confirma éste. Esta profecía no es más que
un advertimiento agudo de las cosas, vistas en una lontananza de un desenvol-
vimiento fatal, no sujeto a rectificación.
Son estos renglones un breviario de días trágicos, diversos, como el panorama
del mundo, pero convergentes a una misma emoción y a una preocupación
dominante : la actual realidad española.
* * *
Realidad de la guerra : una acción sin escape. Salirse de esa acción, es salirse
de la guerra, pero esa moral forzosa, apremiante y tensa, tiene su perspectiva y
su futuro. Podrá faltar en una gran guerra sn cantor de ocasión o su Tirteo
encoraginador de ejércitos, pero lo más trascendental: perspectiva y futuro, sólo
pueden manifestarse mediante una representación imaginativa. O imagen o pala-
bra. Cuando ambas son malas, pobres o mediocres, se maldice de ellas. Y se
ccmfnnde lo condicional con lo substancial. Se le echa la culpa al arte o a la
literatura, en vez de cargar las faltas al mal uso que hace de ellas el que las
maneja. Sin el yerbo, o sin la representación gráfica, el hombre estaría por
debajo del simio, y en lugar de ser éste nuestra caricatnra, seríamos nosotros
la suya.
Bl arte, en sn manifestación general, tiene una medida infinita, pero no
admite en su templo más que a unos cuantos nacidos para ello. Los que se quedan
Notas 65
fuera, pese a su voluntad, se vengan iiialdicienclo del templo. De ahí que todos
los que no tienen nada que decir, o se han prostituido en el hablar gárrulo o
vacío, arremetan contra la literatura, olvidando que esa literatura, la suya, lo es
todo, menos literatura. La palabra no es más que un ruido vano y sordo, o el
espejo más límpido y perfecto de lo mejor del hombre y de su vida. Y la única
conciencia inmortal de las grandes gestas y de las grandes cosas. El odio a la
literatura supone la impotencia de servirse de ella, dignamente por lo menos.
Se odia lo que no se tiene, la juventud, la gracia, en su alto sentido, y eso que
llamamos espíritu y que no es más que una liberación suprema de la tomún
miseria que envuelve a los mortales... Y en las sociedades caducas y podridas,
en sus crisis de renovación, se oye siempre el coro nefando y mareante de todos
los verbalistas vanos. Que son todos los que han nacido viejos. Vejez innata,
incurable y sin redención.
El hombre en estado de salud nace joven o viejo. Hasta que le llega la muerte
conserva este karmas, esta fatalidad de sus días. De ahí la actitud retardataria
de muchas vidas mozas, ante los temblores y estremecimientos del mundo. Y la
osadía juvenil de muchos hombres maduros, creadores de revolución. Por eso
en todas las antologías hay obras viejas de jóvenes y obras jóvenes de viejos.
La expresión más revolucionaria de la pintura goyesca se produce cuando
su autor tuvo los sesenta, los setenta y los ochenta años. Las generaciones que
le sucedieron en España, en su mayoría, volvieron a la vieja pintura manida de
tranquillo y de receta.
* :1: *
JACINTO GRAU
ACTUALIDAD DE CERVANTES
o ¿quién no tildaría de
Y más allá, de pronto, el general invasor dice, para que no falte actualidad
alguna a la tragedia,
MA.X AÜB
yo Manuel Altolaguirre
DE MIS RECUERDOS
A LA MEMORIA DE L u i S DE T A P I A
MANUEL ALTOLAGUIRRE
Notas 71
Hemos tenido ocasión de leer en el periódico Unidad, que editan los falan-
gistas de San Sebastián, un encanallado y enfático artículo titulado : A la Es-
paña imperial le han asesinado su mejor poeta. Se refiere a Federico García
Lorca. Suponemos el asombro del lector, que será, sin duda, tan grande como
el nuestro. Y suponemos su ira ante tal monstruosidad y cinismo.
Nunca hubiéramos creído que esos escritores lamentables, esos envilecidos
«cantores» de Franco, llegasen, en su falta absoluta de honestidad, hasta el punto
de glorificar a sus víctimas, cuando creen que esto conviene a sus intereses o a
los intereses de sus amos. El mundo entero ha reaccionado con indignación ante
el cobarde asesinato, y ellos, por lo visto, han recibido la consigna de embro-
llar en lo posible este asunto, quemando incienso en torno al recuerdo del poeta
muerto, y tratando, en lo posible, de atribuir este crimen a «los rojos».
Comentamos este artículo, no ya para rebatir sus intencionados errores, sino
más bien para mostrar lo que es un escrito característico de la «espiritualidad»
fascista. Esa falsedad al servicio del crimen, esa mentira dorada, bella vestidura
para espíritus mezquinos, que a sí misma se llama «doctrina poética y religiosa
de Falange». ¡Con este manto de cielo ya no hay en la tierra negrura que nos
manche I
El estilo pomposo, lumínico, tristemente barroco, propio de los seguidores
de Eugenio Montes, y esas frases grandilocuentes y retóricas, ocultan una acti-
tud grosera, pedante, un «modo» que quiere ser señorial, muy a la española anti-
gua, gallardo y cargado de plumas, pero que es sólo cursilería, cursilería y zafiedad.
Es curioso leer entre líneas lo qne no se quiere decir en este artículo. Co-
mienza el autor expresando líricamente un repentino pesar por el crimen : «Con-
movido por esa sucesión de formas qne sólo la vida puede ofrecernos, en estos
días furiosos de lluvia, de sol encadenado, en lo más íntimo de mi ser ha em-
pezado a dolerme tu muerte». Luego, fingiendo ser un caballero : «Yo afirmo
qne ni la Falange Española ni el Ejército de España tomaron parte en tu
muerte». Y ahí es donde queda lanzado ese germen de confusión que quieren
sembrar. En un juramento hecho por «la sangre vertida en un campo de honor».
Luego sigue : «Tus sentimientos eran los de la Falange : querías Patria, Pan
y Justicia para todos». No vamos nosotros ahora a explicar lo que ellos entienden,
lo que entiende la Falange, por Patria, Pan y Ju.sticia para todos. Lo sabemos
72
Y más adelante :
Ahora bien ; hay un gran nombre para designar esta vida que se
deriva de la amorosa aceptación de la parte integral de uno en el ne-
cesario Todo: ese nombre es ¡(Libertada. Conocer y amar la participa-
ción en la necesidad, es ya actuar en ella; y el acto es libertad. El des-
tino del hombre es realizar esta libertad. Toda revolución social no
es sino la creación de los medios para el goce de esa libertad. La ex-
periencia del arte es el medio para recoiiocer lo que es la libertad, para
su tiaturalización como valor—el valor supremo—en las vidas individua-
les que constituyen el cuerpo social. El arte trae a las vidas humanas,
con términos familiares y materiales de una existencia cotidiana, la
experiencia de la libertad. El artista puede llamarse el sacerdote de la
libertad.
En el marxismo no encontramos nada explícito que contraríe esta
versión orgánica; en realidad, yo siempre he argüido que se halla im-
plícito en la concepción general histórica de Marx. Pero no hay nada
explícito en las teorías generales marxistas que permita asegurar la
subsistencia y funcionamiento de esta visión orgánica. No obstante,
sin su vigilancia sobre las acciones del pueblo, éstas pueden malo-
grarse. Marx acertó maravillosamente al hablar de los destinos del pro-
letariado, cuya energía, voluntad y posición le configuran para hacer
de él el destructor (en estrecha alianza con otros obreros) de la so-
ciedad de clases—o sea la esclavitud—para siempre. Ante esta doctri-
na fundamental, como ante otras análogas, me considero un marxista.
Pero también una clase puede traicionar y frustrar su propio destino.
Los hebreos se llamaron a sí mismos «eí pueblo elegido de Diost con
la misión de revelar a Dios al mundo. Pero los profetas (de los más
grandes artistas literarios de la antigüedad) demostraron que Israel
podía traicionar su misión. De este modo la hondura del concepto de
libertad se agregó a sti visión,; sin ella habría muerto.
Volviendo a nuestros días, esa profundidad de visión, esa vivencia
de libertad, por las cuales la historia del hombre se eleva del reino de
la necesidad fatal hacia la creación, tiene que ser incorporada a la re-
volución mundial. De otro modo, el nuevo Nacimiento se malogrará.
Aunque la clase obrera sea la creadora funcional de una humanidad
Notas 77
Ubre, y por lo mistiio coulenga ¡a potencial de la libertad. i¡o posee
la conciencia de ese eslabón integral entre el hombre y el cosmos, que
ES el verdadero núcleo de la cultura humana y la única clave de la
libertad humana. Esperar esto, automáticamente, de ¡a clase obrera,
es absurdo. Los obreros revolucionarios deben pelear por pan, por el
triunfo de su clase : lo intenso de la lucha hará que se reduzca su
visión inmediata. Es utópico esperar que el soldado de fila en la lucha de
clases o su lidcr político inmediato, hagan más que marchar hacia ade-
lante para alcanzar nuevas ventajas. La función del artista, precisamen-
te, es articular la lucha particular con la universal, para revelar lo uni-
versal del plasma inconsciente de ¡as masas, donde existe potencialmen-
íe ; e incorporarlo a sus acciones conscientes. Sólo así, la visión orgánica
que Marx tenía podrá realizarse. El marxismo, como concepción orgáni-
ca de la historia, EXIGE la colaboración del artista.
Si Waldo Frank se deja siempre oír de esta manera, puede salvar, no ya nues-
tro destino de artistas, sino la realización de la revolución toda.
RAMÓN GAYA
78
CONFERENCIAS
En la Universidad de Valencia, y con la cooperación de algunas personalidades
de la Casa de la Cultura y otras, se ha iniciado, en el pasado mes de abril, un intere-
sante íCiclo de conferencias y cursos breves». Apenas comenzada esta tarea, y aun
cuando varios de los profesores no han desarrollado completamente el tema de sus
estudios, prometiendo hacerlo en sucesivas conferencias, podemos señalar esta labor
como de gran importancia. Algunos de estos trabajos han de ser editados o repro-
ducidos en revistas, y prometemos ocuparnos de ellos más ampliamente.
Ha hablado Dámaso Alonso sobre «Los Héroes Épicos y el Pueblo», primera
conferencia de la serie de tres que anuncia. El profesor T. Navarro Tomás, sobre
«El espíritu del pueblo en la formación del idioma». El decano de la Facultad
de Derecho, don José María Ots y Capdequí, ha dado dos de sus tres lecciones so-
bre «El elemento popular y las minorías gobernantes en la obra de la expansión
española en América». El doctor del Instituto de Lenguas Clásicas del Centro de
Estudios Históricos, profesor Julián Bonfante, ha disertado sobre «La cuestión de
los arios». Y el profesor Juan Peset, de la Facultad de Medicina de esta Univer-
sidad de Valencia, sobre «Las individualidades y la situación en las conductas ac-
tuales.
V I S A D O P O R L A C E N S U R A
HORA DE ESPAÑA
R E V I S T A MENSUAL
AVDA. PABLO IGLESIAS, 12 — VALENCIA — TELÉF. 16062
CONSEJO DE COLABORACIÓN
LEÓN FELIPE. JOSÉ MORENO
VILLA. ÁNGEL FERRANT. ANTO-
NIO,MACHADO. J O S É BERGA-
MÍN. T. NAVARRO TOMÁS. RA-
FAEL 'ALBERTI. JOSÉ F. MON-
TESINOS. ALBERTO. RODOLFO
H A L F T E R . J O S É G A O S . DÁ-
MASO ALONSO. LUIS LACASA.
R E D A C C I Ó N : M. A L T O L A G U I R R E . RAFAEL DIESTE.
A. SÁNCHEZ BARBUDO. J. GIL-ALBERT. RAMÓN GAYA.
S E C R E T A R I O : ANTONIO'SÁNCHEZ BARBUDO
'•%'
1 o 36^1g 9^7
5
CIUDAD SITIADA
E n t r e cañones me miro,
entre cañones me muevo:
castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
¿dónde comienza mi entraña
y dónde termina el viento?
68
Castillos de mi razón
y fronteras de rai sueño,
mi ciudad está sitiada,
e n t r e cañones me muevo.
¿Dónde comienzas, ciudad,
o es, ciudad, que eres mi cuerpo?
GRAI^ADA Y MÁLAGA
(Romance fronterizo)
Invierno, xg57
Te habló la M u e r t e a lo lejos:
—Hermano Hans Beimler, baja
desde los hombros de nieve
de nuestra Rusia lejana.
Cruza los campos franceses,
los blandos campos de Francia,
que hoy para luchar en ellos
tienen tu fuerte palabra
y en los campos españoles
toda tu sangre no basta.
ni yo sé cómo nombrarles.
Sólo el nombre del que muere
entre nosotros se sabe,
no por llorar su recuerdo,
pero sí por imitarle,
que el que por nosotros muere,
no muere, sino que nace;
y no hay hermano que caiga,
que una espiga no levante.
± ederico (j-arcia
1^ orea
P a rís, 1 g 5>j
J! ederico y^arcía J-j orea
Aiarz o, 1p 5y
JSoche de KD-uerra
(De mi itUiarioaJ
A VICENTE ALEIXANDRE
Y luego, maravillosamente:
«Se merecen la esi)uma de los truenos,
se merecen la vida y el olor del olivo,
l(js españoles amplios y serenos
que mueven la mirada como un pájaro altivo.»
U I as de Julio
Abril, I p ^7
En una casa medio derruida, junto a extraños obje-
tos cubiertos de polvo, papeles y retratos, restos todos
de una intimidad deshecha, hemos encontrado un ma-
nuscrito.
No sabemos quién pueda ser el autor de estas notas
que recogen impresioties personales de los primeros
días de la sublevación, y son, además, el relato de al-
gunos sucesos ocurridos entonces, insignificantes den-
tro del mar de sucesos que hoy pesa sobre España. No
sabemos dónde se encontrará el autor, no sabemos si-
quiera si vive.
Por el tono con que están escritas estas páginas que
reproducimos, suponemos no estarían destinadas a la
pjiblicación. Si al darlas nosotros a la luz, el autor las
relee, tal vez las sienta ya menos suyas y piense que son
de un interés menos reducido de lo que él había su-
ptiesto. Y de esta posible impresión espero yo la discul-
pa por haberlas publicado.
I
EN LA LLANURA
Uua tarde de julio, en el pasado año, corríamos por tierras de Castilla la
Nueva, atravesando llanuras plenas de sol y silencio. íbamos l'acia el Sureste,
acercándonos a unos montes. El paisaje era monótono y marchábamos medio
adormilados por el calor y el movimiento de la desvencijada camioneta que nos
transportaba. Cerrábamos los ojos, descuidados, y la visión de los montes per-
manecía en nuestra memoria; los veíamos aún, nítidos y azules, ideales en su
presencia. La llanura en cambio, si cortábamos el hilo de atención hacia ella.
naufragaba en nosotros. ¿Dónde estaba? Nosotros mismos éramos ya la llanura.
La llanura es exaltación, ansia perenne ; contemplarla es como perderse en
la contemplación inacabable del propio ser.
Miramos a veces hacia fuera, hacia el mundo, y nos sentimos dentro de las
cosas mismas, asombrados y extáticos. Nos sentimos presos, con un afán—el
mundo está prisionero también—, y un día al fin hemos de salir a romper los
espejos, a soltar las cadenas y gritar nuestro secreto.
Decir a gritos lo que es íntima voz y representar de un modo gesticulante la
propia tragedia, esto es lo que hizo el buen don Alonso Quijano cuando, al
83
convertirse en loco, en el muy cuerdo don Quijote, se decidió una m a ñ a n a a
salir en busca de aventuras. ¡ Salir I E s t e es el prodigio.
Siempre que hemos contemplado esos grandes corrales tapiados de las blancas
casas de la Mancha, con su puerta sencilla que mira al campo, hemos tenido,
a ú n sin proponérnoslo, que recordar al Ingenioso Hidalgo. Lo hemos recordado,
esforzándonos en imaginar el instante de su salida, cuando escapó con el caballo
y la lanza desde su patio cercado al horizonte libre. Y esto es lo sublime. Porque
m á s allá de la tupida red que es nuestro apasionado diálogo con el mundo, m.ls
allá de los sueños y de los mil hilos de proyectos, esperanzas, abandonos y
llamadas vivísimas, más allá y fuera del monótono vivir de cada día, está el
mágico instante de romper con todo, cortar el hilo de inútiles palabras o
fantasías, e ir, al fin, por un esfuerzo apasionado de la voluntad en vilo, hacia
la verdad desnuda, hacia la verdad conquistada d u r a m e n t e , verdad hecha carne
y sangre, que no es ya frágil pensamiento sin cuerpo. Salir es el prodigio.
Porque el alma escondida espera siempre, pero su gloria es decidirse y escapar.
H u i r de la prisión por albedrío.
Rl sol jugaba con las sombras en el interior del coche. Pasábamos corriendo.
Alguna flor diminuta, apenas entrevista, dejaba en nosotros latiendo su grito
incomprensible, una súplica débil, palabras que olvidábamos. Perdido quedaba
también en los rastrojos, en la tierra mínima, en la huella de un pie, el eco de
rumorosas voces familiares, claras, conocidas. Voces de aldea o de esparto, de
tierno corazón y viejos años pensativos, voces que hablaban de paz o quizás de
pasión, de calles soleadas, del frescor de los patios y los pozos.
Dormíamos casi. Sin fuerzas para entusiasmarnos por nada, nos sentíamos,
sin embargo, ebrios de luz y color. Y, de pronto, como unidos a alguna silueta
que aparecía destacándose sobre el campo liso.
Los recuerdos se alejaban de nosotros. Por u n instante, al entornar los
ojos, parecíamos distintos, parecíamos nacer. Pero ese incomprensible lejos,
m á s ' allá de los pensamientos, ese como extraño lazo extendido en nuestra
memoria que nunca podíamos cerrar, lo olvidábamos también. Aquello que no
:o
a k a n z á b i m o s quedaba allí, j u n t o al cielo caído. Allí quedaba lo m á s recóndito
del alma nuestra. Y ahora encontrábamos de pronto las manos, y nuestro cuerpo
fatigado ; pero dentro sentíamos aún como un rumor de eterna fuente ; y vi •••a a
«staba en nuestra mirada, todavía, la p r e g u n t a constante y anhelosa. Ko
podríamos decir si nos sentíamos o n o aburridos en aquel momento y menos
si estábamos tristes o alegres. íbamos descuidados, descansando vagamente en
n n m a ñ a n a impreciso, sin esperar del presente nada concreto y previsible
pero esperándolo todo, esperando algo que pudiera surgir y que la tierra, a
cada paso, nos venía prometiendo. í b a m o s como indiferentes. A veces no
esperar nada, no querer nada, n o asombrarse, es la más viva forma de ilusión ;
como callar es a veces la más justa palabra, y no pedir la expresión m á s fuerte
del deseo. Parecemos serios o cansados, distraídos quizás, pero no, en verdaá
sólo esperamos, esperamos a r d i e n t e m e n t e .
g-4
Estábamos ya llegando al pueblo al cual nos dirigíamos. Se veían las pri^
meras casas de labor. Los montes nos llamaban muy cercanos. Ya estábamos
aquí; y el lugar de donde veníamos quedaba muy remoto. El pueblo éste era
un pueblo cualquiera.
Tiene también su encanto llegar a un pueblo cualquiera, si sabemos coti-
tentarnos con poco : con un árbol, una plaza o un río, con una vieja que cose
sentada, o simplemente con un bar.
Entrábamos por una calle del pueblo. Desde luego se veía que éste era
pequeño y de escasa vida. Presentíamos en él largos crepúsculos solitarios y
grises. Un enjambre de chiquillos corría tras de nosotros. Había yo calculado
mi propio desconcierto al llegar, pero ahora me encontraba sorprendentemente
tranquilo. Los gestos de salutación, que ya iniciaba, aunque previstos, eran
de una espontaneidad que me maravillaba. El fluir de la vida es un asombro.
Y yo ya sabía ésto, pero la propia palabra «imprevisibleip, que teníamos parr.
designar el raro fenómeno, se deshacía ante la realidad tan viva. Y perdía iodo
sentido el signo que quería nombrar lo innombrable.
Me decidí al fin a abandonar a ese espectador de mí mismo que llevaba al
lado. Parábamos. Iba ya a comenzar la confusión que es el trato con los otros
hombres. Abrí la portezuela y sonreí a un señor que nos estaba esperando.
Parecía bondadoso y pedagógico. Quise dirigirle palabras cordiales y eficaces,
pero me escuchaba yo mismo, extrañamente, y tuve la impresión de que mis
palabras, aunque él también las escuchaba, caían en otro lado. El señor pedagogo
era sin duda honrado y merecía respeto, pero no podía yo evitar el burlarme
un poco de él, y sobre todo despistarle en algunos momentos. Cierto que er;i
más bien un fracasado deseo de cordialidad lo que producía mi ironía.
Al fin vi alejarse a mi amigo. Nuestra relación sería falsa, aunque una
chispa de verdad, de auténtica simpatía y comprensión, brotase alguna vez
entre nosotros por encima de las fórmulas. Estos relámpagos de humanidad,
de excepción, eran los que a mí me gustaba despertar; pero se perdían a me-
nudo frente a un muro de frialdad y en la capa espesa de lo vulgar y cotidiano.
Me instalé rápidamente en la fonda del pueblo. Desde mi ventana contem-
plaba la tarde que respondía con silencio a mis calladas preguntas. Y una opaca
luz en el aire, y vetas de oro cruzando un cielo encamado, eran testigos de mis.
lágrimas de dentro, lágrimas que no mojaban mis ojos. Parecía que la tristeza
de la tarde estaba en el reflejo amarillento de los cristales o en una silla en
la que descansaban los útiles de aseo.
La habitación daba al poniente y un último rayo de sol llenó de pronto el
cuarto ensombrecido. Mi espíritu pareció remozarse con el inesperado regalo.
Me dispuse a salir. Proyectaba dar un paseo por la carretera, solo, según mi
costumbre, pero retardaba aún el momento, entreteniéndome en colocar cuida-
dosamente los libros sobre la mesa.
Al fin salí y me encontré pronto en una plaza solitaria. Miraba a unos árboles.
de verdor suave y descubría al mismo tiempo, como el sonido de un aria que
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vuelve, algo extraordinario. Lo que no podía alcanzarse otra vez estaba cerca.
Comprendía ahora por qué yo era a veces como distinto de mí mismo : Yo era
doble. Había un yo superficial y triste, el que yo veía, el que todos veían,
aunque cada uno veía uno diferente, y ese yo no era sino una apariencia, una
alusión al yo invisible que quedaba dentro. E l yo desconocido y alto, fugaz y
alegre como un pájaro. Mi yo triste, mi cuerpo, mi espíritu pequeño, contetií.i
al otro, contenía el entusiasmo y la alegría. Sólo en raros instantes se fundía
mi sangre con el aliento vivísimo. Por eso podía sentirme a veces cansado y
con esperanza, exaltado y tranquilo, ridículo y g r a n d e al mismo tiempo. Porque
algo mejor vivía en mí.
Di un paseo por algunas calles, y ya iba a salir a las afueras cuando, súbita-
m e n t e , me encontré con la noticia. La noticia que aclaraba el • significado de
todas las palabras sueltas que desde hacía un rato venía escuchando sin en-
tender. E r a evidente : «Las tropas de África se han sublevado.» «Y algunas
guarniciones de la Península, también.» Aún todo no era en mí más que noti-
cias. Palabras que difícilmente se entendían.
Miré a los demás -interrogante, pero mi asombro les extrañaba. «El pueblo
está en la calle.» E r a indudable la importancia definitiva, histórica, que podía
tener el momento.
El pueblo estaba en la calle. Yo también estaba en la calle, pero solo, solo y
muerto, rendido con mis estúpidas divagaciones.
II
G U E R R A CIVIL
Durante unos minutos todavía anduve desorientado. Preguntaba al silencio,
y sólo opacas voces, ocultas dentro de mí, respondían. La imaginación cabal-
gaba. La sangre llamaba a la sangre. Alguien me reclamaba. Recordé amigos
íntimos y lugares apacibles, ahora rotos, perturbados.
Ansioso de noticias, m e aproximé al g r u p o que formaban en torno a las
mesas de un café, unos señores opulentos y felices. E r a n reaccionarios, terra-
tenientes y burócratas, que discutían con animación y hacían chistes, disimu-
lando su inquietud. Sin duda confiaban en el triunfo de los rebeldes. Me dirigí
a uno que parecía menos r e p u g n a n t e que los otros, y vi cómo hacía un esfuerzo
para reponerse de su risa y contestar de u n modo adecuado a mis preguntas,
explayadas con toda gravedad. Pero pronto se sintió de nuevo atraído por el
barullo soez y me miró, mientras reía una ocurrencia canalla, como invitándome
a participar en las bajezas de su espíritu atrofiado. Bl espíritu común a todos
ellos.
Ese respeto y casi reverencia al hombre, esa mirada limpia que apareció
en él por un momento como vestigio de antigua hidalguía, ahora ya se había
perdido, era nada. Vi sólo al burgués, al burgués grosero con su risa.
Me separé asqueado y triste. Y la preocupación por todo lo que pasaba volvió
86
a llenarme. Estaba además sin dinero. No podría volverme fácilmente. Salí a la
carretera y anduve solitario. Como había pensado. Pero, i qué distinto ahora
todo!
Encontré de pronto a dos hombres que leían tranquilamente el periódico y
que parecieron sorprenderse al verme. Vacilé un instante, pero en seguida les
pedí que me dejasen ver el diario. Uno se levantó, amable y azorado, a
entregármelo, como disculpándose de tener ese periódico y no otro. Y es que,
fiel a su corazón, fiel a lo verdadero, temió sin duda herir algo en mí, pre-
sentándose con la máscara de un enemigo político. Pensó sin duda que yo sería
de derechas.
Por esos milagros de la cordialidad, de la comunicabilidad, había descubierto,
instantáneamente, un amigo, y le era difícil admitir, en su fatalismo, que yo
fuese además un camarada. Y la duda, en todo caso, tomaba en él la forma
de generosa renuncia.
Era fornido, con ese aspecto particular, casi de obrero de ciudad, que tienen
los campesinos mecánicos, o los que viajan con frecuencia. En él fué especial-
mente claro el momento de reverencia profunda a que he aludido. Su com-
pañero, mientras, permaneció sentado ; y, más aldeano, más inocente y cargado
al mismo tiempo de esa áspera condición española que gusta de romper, por
pudor o malicia, los instantes de encantamiento, más tosco y franco, en suma,
exclamó socarronamente : «No sé si le gustará»... «Es el que leo siempre»,
respondí, fingiendo naturalidad. Y me extrañé interiormente de que estas pala-
bras no les produjesen más alegría o sorpresa.
Me dijeron todo lo que sabían del desarrollo del movimiento y me informaron
también de que allí había muchos carcas señoritos, y algunos desgraciaos que
andaban tras ellos ; pero los trabajadores se agrupaban ya, casi en bloque, en
la Casa del Pueblo.
Nos despedimos como buenos camaradas, y yo me encaminé hacia la fonda
reconfortado por la existencia de estos amigos.