Reseña de Cinismos. Retratos de Filosofos Llamados Perros.
Reseña de Cinismos. Retratos de Filosofos Llamados Perros.
Reseña de Cinismos. Retratos de Filosofos Llamados Perros.
desde el año de 1999 de publicar una serie de títulos reunidos bajo el criterio de crear un espacio
abierto para la filosofía posmoderna, es decir de autores cuya producción de textos no es anterior
al siglo XX--- es posible identificar entre los intelectuales enlistados y traducidos al castellano al
icónico Jacques Derrida y a otros cuyos títulos refieren a una reflexión de la contemporaneidad
latente y cotidiana como Alain Minc en su www.capitalismo.net. La colección incluye además, a
autores como Paul Virilio, Terry Eagleton, Nicolás Casullo, Elizabeth Roudinesco y a Slavoj Zizek
entre los más destacados. El vigésimo-séptimo título corresponde a Cinismos. Retrato de los
filósofos llamados perros del filósofo francés Michel Onfray.
Autor de numerosos ensayos, Onfray se ha caracterizado por un temperamento crítico y radical
acerca de las normas que rigen las instituciones sociales, políticas y religiosas. Acérrimo
comentarista en lo concerniente al sistema educativo francés actual, confiere una notable audacia
a sus publicaciones; sobretodo al tocar el asunto de la instrucción académica. Para Onfray, el
sistema académico s, el desarrollo de una verdadera filosofía práctica e inherente a un modo de
vida plenamente filosófico. Por esto, el objetivo de Onfray ha sido acercar a la contemporaneidad
filosófica, el amplio espectro que legó la antigüedad clásica, más precisamente las aplicaciones del
pensamiento epicúreo, cínico y hedonista.
Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, constituye sin duda alguna uno de los éxitos
celebrados con mayor empeño en el que el filósofo francés alcanza su objetivo. En sus Cinismos,
el autor apela a que el modo de vivir y experimentar la filosofía tal como lo hacían los antiguos
cínicos permitía un quehacer filosófico, por lo que plantea el problema medular “¿Quién es
filosofo?” (pp.69) a lo que el autor responde con una cita de Savater “ciertamente no lo es el
universitario que tritura conceptos, clasifica nociones y redacta sumas indigestas a fin de oscurecer
las palabras del autor analizado. Tampoco lo es el técnico, por brillante y virtuoso que parezca,
cuando se rinde a las retóricas nebulosas y abstrusas. Filósofo es aquel que en la sencillez y hasta
en la indigencia introduce el pensamiento en su vida y da vida a su pensamiento. “(pp. 69)
Onfray retoma a modo anecdótico los postulados del cinismo para reconstruir una ascesis
filosófica. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros reúne una serie de breves ensayos,
doce en total, además de un apéndice y una conclusión; así como una bibliografía comentada y
una especializada que da razón a cada capítulo en cuestión. A largo del volumen, cada ensayo
versa sobre algún aspecto relevante de las instituciones ya sean sociales, políticas o económicas y
cómo fue que los personajes de dicha filosofía (Antístenes, Diógenes de Sínope, Crates e
Hiparquia) las asumieron desde la perspectiva práctica de su filosofía, razón que justifica la
peculiaridad de estos filósofos.
Así en Prefacio. La filosofía, el maestro y la vida (pp. 11-29), el autor expone desde una perspectiva
muy personal la problemática búsqueda de una identidad filosófica dentro del ajetreado y frívolo
mundo de la institución académica. Refiere sus primeros años de acercamiento a la filosofía ---con
textos de Lucrecio, Porfirio; o como La vida de los filósofos ilustres--- sin embargo, fue el contacto
y la enseñanza de su modélico profesor Lucien Jerphagnon las que, confiesa, lo encaminaron en su
encuentro con la verdadera práctica filosófica: Toda la potencia de mi antiguo profesor estibaba
en su férrea voluntad de ser intempestivo: ignoraba el gabinete y la universidad para persistir en
una práctica antigua de la filosofía. Sin preocuparse por las conveniencias y las obligaciones del
orden que fuere, hablaba como probablemente lo hicieron los filósofos en Roma o en Atenas hace
aproximadamente veinte siglos. Procuraba establecer una proximidad con lo real, y exponía
actitudes, un arte de vivir y un estilo. Lejos de consistir en la enseñanza de teorías abstractas o en
la exégesis gratuita, aguda y tediosa, la filosofía era a sus ojos una estética de la existencia, un
espejo capaz de ofrecer variaciones antiguas sobre este tema. (pp. 13)
Rememora algunas de sus experiencias durante los años de formación, así como el desagrado que
le causó la actitud académica siempre tan frívola y que no le permitiría llevarse consigo una
filosofía de vida; tema que por lo demás constituye el eje central en el volumen en cuestión.
A través de sus páginas, Onfray plantea lo que significó la ilusión de la vida y lo que lo llevó a la
pérdida de mitologías y creencias; lo que lo hizo darse cuenta de una realidad necesitada de ironía
para domesticarse y trabajar sobre el dominio de sí y de la sencillez como el único estandarte de la
libertad.
La institución de la enseñanza universitaria y la falta de independencia a que se recurre no dejan
de ser objetos de su crítica. Contrasta la reveladora experiencia de la vida como una filosofía y la
búsqueda constante hacía lo práctico de aquellos años anteriores, en que tuvo que aprender los
preceptos de la fe cristiana de manera un tanto adversa, razón que lo llevó a ser un radical. Fue
gracias a las lecturas de un tal Aristipo, que encontró atractiva la aseveración del placer como un
bien, asunto que advirtió no gustaba a la academia. Por los años de amistad, entendimiento y
acercamiento, el autor dedica su prefacio y sus cinismos al profesor Lucien Jerphagnon a quien
estima y refiere como a un iniciador en su vida filosófica.
Mientras tanto, en el primer capítulo, denominado Incipit comedia (pp. 31-34), se determina lo
que usualmente es conocido como el prototipo de filósofo cínico y con ello se busca justamente
desmitificar tal imagen basada en el común acuerdo. Aparece la figura de un Diogenes, que por
contrariedad a lo que se pensaba, apelaba a una filosofía seria, poseedora de una ciencia y de un
saber insolente, es decir, de una sabiduría práctica y eficaz. Buscaba, según nos refiere Onfray, una
medicina en la felicidad. Al parecer, un filósofo cínico busca romper con las mitologías así como
resquebrajar cristalizaciones sociales que atenten contra la singularidad, siendo Diogenes de
Sínope el artista y experimentador de una nueva forma de existencia. Tras su legendaria muerte, la
búsqueda de la individualidad o “mónada” debe ser atendida como la máxima de vida para el ser
humano. En lo sucesivo se cita a varios autores como Hegel, con quienes se justifica que lo relativo
a la ética y estética adoptadas por tal filosofía convergen en el estilo y la practicidad simultaneas,
tal como lo planteo el de Sínope.
A modo de breves ensayos se maneja en los próximos capítulos algún tópico específico
relacionado con el cinismo y el modo en que los personajes tan singulares encarnaron la ética y
estética de dicha filosofía.
Así, en Emblemas del perro (pp. 35-44), se trata del asunto de la zoología filosófica. Entendida
desde el punto de vista de una alegoría de animales representativos a una determinada doctrina,
se remontan los orígenes del perro hasta Antístenes y la suspicacia de Euclides por marginar a los
no atenienses. Se da cuenta de cómo fue que el Cinosargo significó un refugio para los que no
tenían la ciudadanía griega, y de cómo para reunirse los adeptos al cinismo se encontraban a las
afueras de la ciudad, donde perros y hombres se confundían. Agrega, además aquella anécdota de
cierto perro blanco y desconocido que robó las primicias consagradas a Heracles, héroe cínico por
excelencia; y otras más que vinculan el interés de los cínicos sobre ciertos temas astronómicos y
con ello su acierto al calcular la época de canícula, época que por lo demás vuelve a los perros
acalorados, rabiosos y peligrosos. El capítulo concluye que el emblema del perro significó en
muchos aspectos el actuar como ellos de una manera despreocupada; y que ante el hecho de
satisfacer sus necesidades fisiológicas, estos filósofos no tenían reparo en cubrirlas en donde
quiera que se encontraran ya fuese delante de un auditorio o en alguna vía pública. Al igual que un
perro, estos sabios se mostraban mezquinos ante lo desconocido (el profesar una filosofía que
atentara contra la libertad y la individualidad) y eran amigos incondicionales de quienes
procuraban este modo de vida.
Siguiendo bajo el tenor de los modos del cínico, Retratos con barba y otras pilosidades (pp. 45-54)
abarca todo aquello concerniente a la apariencia física de los llamados perros. El capítulo da
cuenta de que para los fines prácticos del cinismo, una apariencia desaliñada expresaba libertad y
deliberada apatía hacía preceptos sociales e inútiles. El autor discurre entre las implicaciones que
suponía llevar una barba larga o rasurársela por completo y de cómo el mostrarse descuidado
apelaba a la autenticidad del ser humano y del ser hombre como género. Se cita, sólo para
ejemplificar, a Diógenes crítico de hombres, que según su perspectiva, aquellos que se rasuraban
intentaban imitar sin sus barbas a las mujeres y con ello renunciaban a su verdadera naturaleza
viril. En este apartado además se reflexiona sobre el simbolismo en la indumentaria austera del
cínico, es decir, descalzos con el palio, el báculo y el zurrón. Implicaban, según nos cuenta el autor,
el primero vestido elemental que protege de la intemperie y doblado del sol; y el segundo el tan
buscado sarcasmo el ser un símbolo de poder en manos de un individuo que quería demostrar el
autodominio, además claro, de ser un buen sostén y arma letal de Heracles, dios preferido del
cinismo. Para concluir lo referente al báculo y con ello los Retratos con barba, Onfray nos ofrece
una anécdota recogida por Diogenes Laercio; aquella discurre sobre el buen uso del báculo de
Antístenes, su manera de propinar golpes y la insistencia del de Sínope que le valió poder llegar a
ser su discípulo.
Si bien hasta ahora se han tocado diversos aspectos del cinismo que a grandes rasgos pueden
resumirse en el gusto por la ironía y la sencillez, es importante identificar que en todo momento
han sido el reafirmar la voluntad y la libertad el trasfondo y la cimiente del ser y actuar cínicos. A la
sazón se encuentra La virtud del pez masturbador, un momento en la vida del libro que sin más
nos lleva por el intrincado camino del onanismo. Para ello retoma un poco el sendero del
zoológico filosófico y de los simbolismos con los que ya nos hemos encontrado antes. En esta
ocasión el autor explica el porqué del gusto del perro por arremeter contra el gallo platónico y su
metafísica. Contundentemente remonta al principio de la alienación con la teoría de las ideas y la
absurda evasión que puede darse de la realidad tangible. Una lucha incansable entre realismo e
idealismo. Para ir más al punto medular que le da nombre al capítulo, Onfray llega al asunto del
instinto sexual y su satisfacción. Exhibe las incongruencias del idealismo platónico, el cual a toda
costa se muestra mezquino inclusive con la cuestión de la necesidad real de honrar a Afrodita.
Tacha al idealismo de deshonesto, pues tal parece que la teoría y la práctica no coincidían.
Diogenes buscaba, por el contrario, estar lo menos atado posible y como la necesidad del placer
sensual es tan apremiante, decide satisfacerla hasta que quede liberado de ella. Sabio ejemplo que
toma de los peces que no huyen del combate cuando es inútil.
Sin embargo de las ranas, el sabio aprendió que no siempre es posible la política de la evasión, y
que como los batracios era necesario afrontar las adversidades aprovechando el momento para
poner a prueba el autodominio y la voluntad, por lo que Diógenes abrazaba el frío o el clíma
canicular, según fuera conveniente, cuestión que comenta Onfray, dio pauta a que el estoicismo lo
retomara.
En Voluntarismo estético, Onfray examina el sendero que debe seguir una verdadera filosofía,
alejada de todo síntoma de teorizar sin antes haber pensado en encaminar las reflexiones a una
práctica útil y verdadera. Puntualiza que el fin del cinismo es la felicidad, al igual que en las demás
filosofías, sin embargo la diferencia estriba en que para la secta del perro ver la felicidad consiste
en vivir de acurdo a la realidad y a naturaleza. Menciona la fertilidad de la voluntad frente al
estéril campo de la enajenación y los parámetros sociales. Se atreve a la creación de una bilis
cínica alejada de la melancolía y del pesimismo, todo para ver la realidad tal y como es.
El voluntarismo estético cínico incluso es optimista si se hace hincapié en el hecho de que ofrece
salidas y soluciones al problema de la existencia (pp.77). Se toma como ejemplo a Heracles, el
héroe cínico por excelencia, antítesis de Prometeo. Se postula una ética poscristiana que a toda
costa busca un soplo de paganismo.
5.- Principios para una ética lúdica. En materia moral, Diogenes prefiere la improductividad y
subordina la acción a la belleza del gesto, en contra del espíritu de la gravedad. (pp. 81) Se prefiere
lo dionisiaco por encima de lo apolíneo. se busca el juego como una buena oportunidad de poner
a prueba la improvisación, la recreación y se consuma como la voluntad de diversión ante el
conocimiento de la tragedia de la vida, así entendido el juego, revela sus virtudes heurísticas (pp.
82) el cínico no solo busca lo lúdico, sino que además lo emparenta con lo histriónico y busca al
pormenor dar gala de sus aptitudes enfrente de un numeroso auditorio.
Se maneja el concepto del agón lúdico, la vida es una constante construcción del uno-mismo a la
vez que esuna lucha con el entorno y la alteridad. La ética es entonces un juego: además de ser un
arte, apela a esa parte de nosotros que corresponde al gusto por lo agónico, el vértigo y el
mimetismo. A ratos artista, a ratos médico, atleta o bailarín, el filósofo mantiene más relaciones
con la estética que con la ciencia, más relación con lo bello que con lo verdadero. Diógenes es lo
contrario de un positivista. Kierkegaard diría que era un filósofo ético, Nietzsche lo llamaría un
filósofo-artísta. (pp. 88)
6.- Los juegos del filósofo artista
Apéndice sobre el cinismo vulgar. Es una crítica áspera a las doctrinas institucionales que se han
venido gestando desde la antigüedad. Parte de la organización triparta del estado, basado en la
teoría de Dumézil: el sacerdote, el militar y productores e intercambios?--------- explica cómo es el
que el cinismo vulgar se ocupa más de justificar los medios a través de los fines, con lo cual pierde
todo hálito de veracidad la verdadera postura ascesis del cinismo. En el capítulo 11 Gemonías para
dioses y amos. se retoma este motivo a partir de la legitimación del poder en lo sagrado. de ahí
que a los cínicos no les guste la religión tan apartadad e la realidad. Explica la diferencia entre un
cinismo vulgar acuñado en términos actuales y desvirtualizado del de Diogenes o Antístenes. Se
trata de ser impío y ateo en materia política (pp. 160)
En Exégesis de tres lugares comunes se plantea la problemática de la institución social a partir de
las relaciones de pareja, la familia y la patria, de las implicaciones ficticias e irreales de la virtud de
la ciudadanía. Sobre las prácticas sexuales y la falaz idea que se tiene de Grecia como un paraíso
irrisorio de la libertad sexual, cuestión que Onfray dismitifica.
Como se ha visto, a grandes rasgos; la finalidad del texto es empapar al lector de lo que significó el
cinismo, y a través de los capítulos revela más que la teoría, la práctica filosófica. Cada uno de los
doce capítulos concierne, desde una perspectiva práctica y estética, alguna de las inquietudes
filosóficas que parten de un hecho simple, tomado directamente de la vida real de algún filósofo,
que en la mayoría de los casos es Diogenes de Sinope. Para ello, Onfray se vale en gran parte de
citas y anécdotas de autores antiguos y modernos que se interesaron por la controversia de la
filosofía cínica, tales como Diogenes Laercio, Dion Crisóstomo y Antípater de Sidón; Juliano el
Apóstata y Luciano de Samosata entre los antiguos y a Charles Chappuis, Emil Cioran, Fernando
Savater y Nietzsche entre los contemporaneos que dejaron un legado bastante descriptivo de
aquellos para quienes el cinismo fue su modo de vida.