Un Mundo Que Cambia (Spanish Edition) - César Vidal
Un Mundo Que Cambia (Spanish Edition) - César Vidal
Un Mundo Que Cambia (Spanish Edition) - César Vidal
Los Padres Fundadores habían consumado con sus acciones una línea de
restauración de la democracia que había dado sus primeros pasos con la
Reforma protestante del siglo XVI, que había obtenido resonantes victorias
con las revoluciones puritanas del siglo XVII y con la obra de autores como
Locke y Coke y que se había cristalizado en un sistema político concreto, un
sistema realmente excepcional. Se trataba de una excepción en su época,
pero de una excepción llamada a perdurar a lo largo de los siglos.
36. Al respecto, véase el magní co libro de Geo rey Robertson, The Tyrannicide Brief. The Story of
the Man Who Sent Charles I to the Sca old (Nueva York, 2005).
37. No deja de ser revelador que el papa Inocencio XI decidiera ayudar nancieramente a Guillermo
de Orange porque consideraba más importante frenar el poderío de Luis XIV de Francia, aliado de
Jacobo II, que someter Inglaterra a la Santa Sede. Como en tantas otras ocasiones de la Historia,
antes y después, la mera política pesó más en la decisión papal que los principios que, supuestamente,
defendía.
38. Immanuel Kant, Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? (Madrid, 2012).
39. J. I. Israel, Democratic Enlightment (Oxford, 2013), pp. 110 ss.
40. Al respecto, véase Kevin Phillips, The Cousins’ Wars: Religion, Politics and the Triumph of Anglo-
America (Nueva York: Basic Books, 1999), pp. 92, 177. En un sentido semejante: Henry Ippel, «British
Sermons and the American Revolution», Journal of Religious History (1982), Vol. 12, p. 193; James
Graham Leyburn, The Scotch-Irish: A Social History (Chapel Hill: University of North Carolina Press,
1962), p. 305; The Journal of Presbyterian History 54, n.º 1 (1976); David Calhoun, Princeton
Seminary (Edimburgo: Banner of Truth, 1994), Vol. 1, p. 15; H.M.J. Klein, ed., Lancaster County,
Pennsylvania: A History (Nueva York y Chicago: Lewis Historical Publishing Co., 1924), Vol. 1, p. 86;
Paul Johnson, «God and the Americans», Gilder Lehrman Institute Lectures in American History,
Oct. 1999; John A. Mackay, «Witherspoon of Paisley and Princeton», Theology Today, enero 1962,
Vol. 18, n.º 4.
41. Sir George Otto Trevelyan, The American Revolution (Nueva York, 1915), Vol. III, pp. 311-312.
42. John C. Miller, Origins of the American Revolution (Boston, 1943), p. 186.
43. Se ha discutido la autenticidad de la Declaración de Mecklenburg. A favor de la misma puede
verse: http://charlottemuseum.org/the-evidence-in-favor-of-the-mecklenburg-declaration/.
44. De especial relevancia al respecto: G. T. Amos, Defending the Declaration. How the Bible and
Christianity in uenced the Writing of the Declaration of Independence (Charlottesville, 1994).
45. Alden Bradford (ed.), Speeches of the Governors of Massachusetts, From 1765 to 1775; and the
Answers of the House of Representatives to the Same; With Their Resolutions and Addresses for
That Period (Boston, 1818), micro cha, 50, LAC 15249.
46. Institución de la religión cristiana, libro IV, capítulo 20, sección 16.
47. Louis Wright, Magna Carta and the Tradition of Liberty (Washington, 1976), p. 45.
48. Daniel J. Boorstin, Hidden History (Nueva York, 1987), p. 103.
49. John Locke, An Essay Concerning Human Understanding (Nueva York, 1959), tomo 2, p. 120.
50. Locke, Essay, tomo 1, prolegomena en 1.
51. John Locke, The Reasonableness of Christianity with A Discourse on Miracles and part of A
Third Letter Concerning Toleration (Stanford, 1958), p. 52, sec. 227.
52. En ese sentido W. von Leyden (ed.), en John Locke, Essays on the Law of Nature (Oxford, 1954),
pp. 17, 67.
53. Al respecto, véase: Carl J. Richard, Greeks and Romans Bearing Gifts. How the Ancients Inspired
the Founding Fathers (Nueva York, 2009) e Idem, The Founders and the Classics. Greece, Rome, and
the American Enlightenment (Cambridge, MA, 1995).
54. La bibliografía relativa a los verdaderos orígenes de la Constitución de los Estados Unidos es
abundante, aunque, de manera paradójica, no muy conocida. Hemos abordado el tema en un
capítulo especí co de Nuevos enigmas históricos al descubierto (Barcelona, 2003 [en prensa]). Un
estudio enormemente interesante sobre sus orígenes en el pensamiento colonial del siglo XVII puede
hallarse en P. Miller, The New England Mind. The 17th Century (Harvard, 1967). La relación entre el
pensamiento reformado y la democracia puede examinarse en R. B. Perry, Puritanism and Democracy
(Nueva York, 1944) y, de manera más especí ca, en D. F. Kelly, The Emergence of Liberty in the
Modern World. The In uence of Calvin on Five Governments from the 16th Through 18th Centuries
(Phillipsburg, 1992), y J. J. Hernández Alonso, Puritanismo y tolerancia en el período colonial
americano (Salamanca, 1999). Los acercamientos desde una perspectiva teológica —directa o
indirecta— resultan indispensables para analizar este tema. Pueden hallarse de forma más o menos
concreta en J. A. Froude, Calvinism (Londres, 1871) y L. Boettner, The Reformed Doctrine of
Predestination (Phillisburg, 1932). Finalmente, debo hacer mención de un ensayo notable debido a J.
Budziszewski, The Revenge of Conscience. Politics and the Fall of Man (Dallas, 1999), en el que se
retoman desde una perspectiva losó ca algunos de los aspectos más relevantes del análisis político
de los puritanos.
55. John Adams, On Private Revenge III, publicado el 5 de septiembre de 1763 en la Boston Gazette,
reproducido en The Works of John Adams (Boston, 1851), vol. III, p. 443.
56. Recogida en A Defense of the Constitutions of Government of the United States of America
(Londres, 1794), vol. III, p. 289.
57. Adress of George Washington, President of the United States, and Late Commander in Chief of
the American Army to the People of the United States, Preparatory to His Declination (Baltimore,
1796), p. 13.
58. Palabras dirigidas a la legislatura de Massachusetts el 19 de enero de 1796. En Samuel Adams, The
Writings of Samuel Adams (Nueva York), 1908, vol. IV, pp. 388-389.
59. James Madison, A Memorial and Remonstrance Presented to the General Assembly of the State
of Virginia at Their Session in 1785 in Consequence of a Bill Brought into That Assembly for the
Establishment of Religion (Massachusetts), 1786, pp. 4-5.
60. James Madison es uno de los personajes más extraordinarios del más que extraordinario grupo de
los Padres Fundadores. Acerca de él, resulta de especial interés el reciente estudio de Rodney K.
Smith, James Madison. The Father of Religious Liberty (Springville, 2019). También de relevancia son:
Randolph Ketcham, James Madison (Charlottesville, 1990); William C. Rives, History of the Life and
Times of James Madison (Boston, 1859); Michael Signer, Becoming Madison (Nueva York, 2015).
61. The Providence Gazette and Country Journal de 17 de octubre de 1789, p. 1. George Washington,
«A Proclamation» de 3 de octubre de 1789, fecha de observancia de 26 de noviembre de 1789.
CAPÍTULO IV
La excepcionalidad americana
Los procesos revolucionarios en que tan pródigo fue el siglo XIX, la creencia
en una evolución de la Humanidad supuestamente de carácter cientí co, la fe
en las utopías y el desasimiento de cualquier norma de carácter moral dieron
lugar, entre otros frutos, al nacimiento del socialismo. Su peso en el siglo XX
iba a ser extraordinario, y teniendo en cuenta que tan solo el comunismo se
tradujo en la muerte por represión o hambre de más de cien millones de
personas resulta difícil considerar que el balance sea positivo. Sin embargo,
nada de lo sucedido debería haber causado sorpresa. Marx lo había
anunciado punto por punto en su obra más leída: el Mani esto comunista.
No deja de ser signi cativo que el socialismo fuera en el curso de pocos años
conectado casi de manera única con los nombres de Marx y Engels, y es que,
como nadie antes, ambos captaron y expresaron la esencia de esa doctrina
política.
Los años que fueron de 1844 a 1846 resultaron de una extraordinaria
importancia para Marx y Engels. Precisamente en la primera de las fechas
ambos se conocieron y descubrieron que habían llegado a un acuerdo
completo en los aspectos teóricos. La pareja volvió a reunirse en la primavera
de 1845 y, según relata Engels, para aquel entonces Marx ya había terminado
de per lar su concepción materialista de la historia, y ambos comenzaron a
elaborar con más detalle aquel resultado. Según relataría el mismo Engels,
aquella teoría de Marx era, en realidad, un «descubrimiento» que «iba a
revolucionar la ciencia de la historia». En otras palabras, la concepción de
Marx era más un hallazgo cientí co que una elucubración losó ca.
Precisamente, por ello, pensaba Engels que en adelante no solo había que
«razonar cientí camente» sus puntos de vistas, sino que además había que
hacer lo posible por «ganar al proletariado europeo» a la nueva «doctrina».
Marx y Engels iban a iniciar ciertamente una fecunda colaboración y esta
transcurrió en aquellos primeros años precisamente sobre los dos canales
señalados por el segundo. En primer lugar, intentaron dar una forma más
acabada a lo que, bastante pretenciosamente, consideraban un
descubrimiento cientí co del que surgirían obras como las Tesis sobre
Feuerbach, la Ideología alemana y la Miseria de la Filosofía. En segundo,
dieron algunos pasos más prácticos como la entrada en la Liga de los Justos,
que desde el congreso obrero de junio de 1847, se convirtió en la Liga de los
comunistas. Fue precisamente esta entidad la que en su congreso de
noviembre-diciembre de 1847 encomendó a ambos la redacción de un
documento programático que sería conocido como el Mani esto comunista.
El momento parecía el más adecuado para mantener el optimismo.
Especialmente Alemania parecía madura para la revolución. En el verano de
1844, se había producido una insurrección de tejedores en Silesia. Ese mismo
año comenzaron las malas cosechas que se extendieron hasta 1845. Durante
1845 y 1846, se sufrió una plaga que afectó especialmente la patata, el
alimento básico de los obreros. En agosto de 1846, la población de Colonia se
enfrentó con la guarnición. En 1847, estallaron revueltas causadas por el
hambre en Berlín, Ulm y Stuttgart.
La caldeada situación alemana tenía su paralelo en otras naciones. En
Francia, el gobierno del rey Luis Felipe se enfrentaba con revueltas
ocasionadas por el hambre y con una pequeña burguesía que deseaba la
ampliación del censo electoral, lo que, fácilmente, podía desembocar en la
proclamación de la República. En el verano de 1847, distintos estados
italianos se agitaban contra el dominio austríaco. En octubre-noviembre del
mismo año, Suiza se vio desgarrada por una guerra civil.
Marx y Engels sostenían en sus escritos que la revolución mundial, la
revolución que impondría el dominio del proletariado, estaba por llegar de
manera inminente. Engels se refería, por ejemplo, al «corto plazo» que le
quedaba a la burguesía, y en su Catecismo comunista (o Principios del
comunismo) escrito en el otoño de 1847 a rmaba que la «revolución del
proletariado se acerca de acuerdo con todos los indicios». En medio de ese
clima enfervorizado, casi febril, Marx y Engels escribieron su obra más leída,
el denominado Mani esto comunista.
El propio inicio del Mani esto resulta magistral. De hecho, desde las
primeras líneas pretende conceder una importancia —que no se corresponde
con la realidad— al movimiento comunista y, a la vez, erigirlo como poseedor
de un mensaje redentor que se escuchará internacionalmente:
Justo en ese momento del hilo discursivo, Marx introduce la crítica que
los comunistas realizan de la cultura, del derecho, de la familia o de la patria
según el esquema burgués. Desde su punto de vista, estos no son sino
conceptos que solo pretenden perpetuar el poder de la burguesía y la
explotación del proletariado:
La meta, nalmente, del proletariado es, por lo tanto, hacerse con el poder
político y desde el mismo llevar a cabo «una violación despótica del derecho
de propiedad» que en los países más avanzados se encarnarán en medidas
muy concretas:
3. Abolición de la herencia.
Policía: «Vamos a ver, empiezo desde el principio, o acabo, o les digo que
te vas y cojo a los de extranjeros y te vienes conmigo, no vas a gurar en
ningún sitio ni lo que cuentes. Cuéntamelo a mí y acabamos rápido. ¿Cuánto
pagáis al día por estar aquí?».
Cristina: «El alquiler de la habitación».
Policía: «Cada vez que haces el alquiler, ¿cuánto pagas por una hora?».
Cristina: «60».
Policía: «¿Y por media?».
Cristina: «30».
Policía: «Cuando entras tú, ¿cuánto pagas sin servicios?».
Cristina: No pagamos por el día».
Policía: «No me lo creo, y las que viven arriba, ¿no pagan nada?».
Cristina: «Nada, nada, te lo juro. Entramos y salimos, pero no pagamos
nada si no trabajamos. Depende de nosotras que queramos trabajar, pero por
vivir arriba no pagamos nada».
Cualquiera que examine las opiniones que sobre la deuda tuvieron los
fundadores de la primera democracia de la Historia contemporánea pueden
extraer lecciones muy prácticas. Sin embargo, debe decirse que esos consejos
que previenen no solo contra el empeoramiento de las cuentas del estado,
sino también contra el establecimiento de un sistema corrupto que llevará a
la democracia a su nal no han sido escuchados. El deseo de intervención del
Estado y los bene cios que los políticos obtienen de esos fondos públicos
que no tendrán que pagar ellos lo han impedido.
A día de hoy, la nación con mayor deuda pública del planeta es Estados
Unidos —una situación que reviste algo menos de gravedad por el hecho de
que el dólar es la moneda de intercambio universal y, precisamente por eso,
buena parte de esa deuda es, al n y a la postre, pagada por el resto del
mundo. La nación subcampeona mundial de la deuda pública es España. En
este caso concreto, perteneciente a una economía que está muy detrás de la
de naciones como Alemania, China, Japón o Reino Unido, los pasivos en
circulación ascienden a 1.777.000 millones de euro, lo que sitúa la deuda en
el 145% del PIB. Según los datos publicados por el Banco de España, la deuda
pública aumentó en 10.470 millones en el segundo trimestre del año 2019 y
marcó un nuevo récord. La deuda de las comunidades autónomas —los
ine caces y costosísimos gobiernos regionales— aumentó en 3.706 millones,
hasta los 300.587 millones, el 24,6% del PIB. Del total de esas diecisiete
comunidades autónomas, solo Cantabria y Madrid redujeron su deuda en el
segundo trimestre en relación con el anterior, en tanto que las otras quince la
aumentaron. De hecho, Cataluña, a pesar de las astronómicas cantidades de
dinero público procedente del resto de España que se le han inyectado, es la
comunidad autónoma más endeudada. Como queda señalado, estas cifras
convierten a España en subcampeón mundial de la deuda con el exterior. De
hecho, solo los Estados Unidos tiene más de un trillón de dólares de
desequilibrio en la llamada Posición de Inversión Internacional con más
pasivos contraídos con el exterior que activos. El documento del FMI señala
que «sus amplias necesidades de nanciación externa tanto del sector
privado como del público dejan a España vulnerable a súbitos cambios en el
mercado». De hecho, España encabeza las listas de números rojos de la
Eurozona y, además, ha batido este verano un nuevo récord de deuda
pública. Lamentablemente, el tristísimo caso de España no es una excepción.
La deuda atenaza a buena parte de las naciones de la Unión Europea.
Sucede lo mismo con la mayor parte de las naciones de África y Asia y, de
manera muy especial, con las de Hispanoamérica. Esa deuda tiene
consecuencias pavorosas sobre las economías nacionales, pero van mucho
más allá de la economía. Una nación endeudada es una nación que pierde a
ojos vista su soberanía nacional. Una nación endeudada es una nación que no
puede decidir sobre su presente ni su futuro. Una nación endeudada es una
nación que se convertirá en presa fácil del despojo. Cuando el pago de la
deuda se convierte en difícil o incluso en imposible, la nación acaba en manos
de sus acreedores y asiste indefensa al proceso de descuartizamiento de sus
recursos en bene cio de oscuros intereses. Al nal, se consuma el cuadro que
aparece tanto en la Biblia como en los escritos de los Padres Fundadores. Ha
llegado la corrupción del sistema y con ella, la servidumbre y la miseria. Debe
añadirse que, precisamente, esa situación ha sido ya vivida por las su cientes
naciones como para que resulte obvio cuál es su más que previsible porvenir.
LA AGENDA GLOBALISTA
CAPÍTULO VIII
Soros y el papa
Para terminar, sin ánimo de ser exhaustivos, esta breve relación de áreas de
in uencia de Soros hay que señalar a otro de los rostros visibles de la
globalización. Nos referimos al papa Francisco. Según datos publicados por
Wikileaks, George Soros ha contado desde hace años con «comprometer al
papa en asuntos de justicia económica y racial» sumando al Vaticano a su
agenda globalista.109
La citada alianza apareció expuesta, por ejemplo, en la página 16 del
ltrado libro de la reunión de mayo 2015 del directorio norteamericano de la
OSF donde se señalaba la entrega de 650.000 dólares para nanciar la visita
del papa a los Estados Unidos. En el texto se señalaba además que «la
primera visita del papa Francisco a los Estados Unidos en septiembre incluirá
un discurso histórico en el Congreso, un discurso en Naciones Unidas, y una
visita a Filadel a para el «Encuentro Mundial de las Familias». «Para
aprovechar este acontecimiento, apoyaremos las actividades organizadas por
PICO para comprometer al Papa en asuntos de justicia económica y
racial...”».110 El texto añadía a continuación que semejante meta contará con
«la in uencia del cardenal Rodríguez, el principal asesor del papa» y que se
enviará «una delegación de visita al Vaticano en primavera o verano para
permitir que escuche en directo a los católicos de bajos recursos de
América».
El objetivo de la colaboración de Soros con el Vaticano incluía además
in uir en las elecciones norteamericanas de 2016 para asegurar la presidencia
del candidato elegido por Soros que no era otro que Hillary Clinton. Así, el
documento señalaba igualmente que el dinero de Soros «respaldará los
medios de comunicación, las estrategias, y las acciones de opinión pública de
FPL, incluyendo el desarrollo de una encuesta que demuestre que los
votantes católicos son receptivos al mensaje del papa sobre la desigualdad
económica, y consiguiendo cobertura en los medios para transmitir el
mensaje de que ser «pro-familia» requiere enfrentar la creciente
desigualdad.
Al utilizar la visita papal para reforzar la fuerte crítica del papa Francisco
contra lo que él llama «una economía de exclusión y desigualdad», las
entidades de Soros deberían modi car los paradigmas y prioridades
nacionales en la carrera electoral de la campaña presidencial 2016. En la
ayuda para la consecución de los objetivos de Soros, aparte del cardenal
Rodríguez Madariaga, amigo personal del papa Francisco, se mencionaba una
entidad denominada PICO que es una red de organizaciones religiosas de
izquierdas fundada en 1972 por el jesuita John Baumann. De hecho, una de
las iniciativas de PICO tiene como objetivo redistribuir el ingreso
demandando que «los líderes en la fe tomen puestos en los directorios de
los grandes bancos».
El Open Society Institute dependiente de Soros, de hecho, describe a
PICO como «una red de organizaciones comunitarias con base en
congregaciones, que eleva las voces de la gente de fe y de los líderes en la fe
al debate público sobre prioridades nacionales», y menciona otras
nanciaciones de Soros aparte de la colaboración principal. Por añadidura,
Soros también nancia a FPL, «Fe en la Vida Pública», otra organización que
agrupa a clérigos de izquierdas, que apoyó calurosamente la visita del papa
Francisco a los Estados Unidos, que de ende la ideología de género y que,
según una de las entidades de Soros, da resultados en encuestas de acuerdo
a lo solicitado con anticipación por Soros. Entre esas encuestas, se encuentra
una que supuestamente demuestra que los votantes católicos son receptivos
al mensaje del papa Francisco sobre la desigualdad económica.
Los datos expuestos en este capítulo no pretenden ser una descripción
exhaustiva de las actividades de George Soros. Sí que deja de mani esto, al
menos, una parte de su agenda y también la manera en que consigue que
avance a través de diversas vías. Sin embargo, como veremos en el capítulo
siguiente, Soros no es el único icono del plan globalista.
98. https://www.youtube.com/watch?v=X9tKvasRO54.
99. https://www.youtube.com/watch?v=Alyi7PjZljI.
100. https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2018/05/15/5af9b016268e3e71298b45f7.html;
https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/george-soros- nancio-impulso-proces_137477_102.html;
https://okdiario.com/investigacion/especulador-soros-dio-solo-ano-300-000-grupos-mas-radicales-
del-separatismo-catalan-3092935.
101. https://elpais.com/sociedad/2019/09/23/actualidad/1569239746_777826.html.
102. https://blogs.elcon dencial.com/mundo/tribuna-internacional/2018-06-13/union-europea-
ayuda-italia-inmigracion-desintegracion_1578320/.
103. https://www.ultimahora.com/jueces-argentinos-denuncian-la-proteccion-los-narcos-y-el-
aumento-la-venta-drogas-n200652.html.
104. https://www.taringa.net/+tsindrogas/george-soros-y-su-lobby-para-despenalizar-las-
drogas_16m5g9.
105. https://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/12/131216_george_soros_marihuana_jgc.
106. le:///C:/Users/Cesar/Desktop/USA/Radio3/-Europe-
OSI%20Brussel%20EU%20Advocacy%20calendar-European%20Elections-
reliable%20allies%20in%20the%20european%20parliament%202014%202019%20(1).pdf.
107. D. Horowitz y R. Poe, The Shadow Party. How George Soros, Hillary Clinton and Sixties
Radicals Seized Control of the Democratic Party (Nashville, 2006).
108. George Soros, The Crisis of Global Capitalism (1998), p. 28, 155.
109. https://gaceta.es/noticias/soros-soborno-los-obispos-durante-visita-papa-eeuu-24082016-1725/;
https://www.religionenlibertad.com/opinion/51575/iglesia-cae-manos-soros.html.
110. https://adelantelafe.com/jefe-del-papa-wikileaks-papa-soros-una-alianza-profana/.
CAPÍTULO X
Bergoglio, papa
El Sínodo de la Amazonia
En 1890, John Henry Newman publicó un libro en el que pretendía justi car
los cambios que había experimentado en sus creencias y prácticas la Iglesia
católico-romana a lo largo de los siglos. Fue así como dejó escrito lo
siguiente: «En el curso del siglo cuarto dos movimientos o desarrollos se
extendieron por la faz de la cristiandad, con una rapidez característica de la
Iglesia: uno ascético, el otro, ritual o ceremonial. Se nos dice de varias
maneras en Eusebio (V. Const III, 1, IV, 23, &c), que Constantino, a n de
recomendar la nueva religión a los paganos, trans rió a la misma los
ornamentos externos a los que aquellos habían estado acostumbrados por su
parte. No es necesario entrar en un tema con el que la diligencia de los
escritores protestantes nos ha familiarizado a la mayoría de nosotros. El uso
de templos, especialmente los dedicados a casos concretos, y adornados en
ocasiones con ramas de árboles; el incienso, las lámparas y velas; las ofrendas
votivas al curarse de una enfermedad; el agua bendita; los asilos; los días y
épocas sagrados; el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones de los
campos; las vestiduras sacerdotales, la tonsura, el anillo matrimonial, el
volverse hacia Oriente, las imágenes en una fecha posterior, quizás el canto
eclesiástico, y el Kirie Eleison son todos de origen pagano y santi cados por
su adopción en la Iglesia».149 El texto de Newman resultaba especialmente
interesante porque contenía tres a rmaciones de relevancia. La primera que
en el siglo IV, la Iglesia católico-romana había dejado que en su práctica se
introdujera una verdadera transfusión de paganismo que persistía hasta el
mismo siglo XIX en que escribía Newman; la segunda, que semejante
permisividad se debía, fundamentalmente, al deseo de aumentar su poder,
algo que derivaría del hecho de que la población pagana se sentiría cómoda
con aquella paganización del cristianismo y la tercera, que aquella inmensa
absorción de elementos paganos no tenía importancia, ya que fueron
santi cados a ser adoptados por la iglesia. Se puede discutir este último
extremo de la misma manera que se puede cuestionar si un veneno deja de
serlo simplemente porque se vierte en un vaso de agua, pero lo que no se
puede negar es que la Iglesia católico-romana absorbió en masa un conjunto
considerable de prácticas paganas y que lo hizo para aumentar su in uencia
social y política en un mundo mayoritariamente pagano. Sin duda, se trata de
unos hechos sobre los que hay que re exionar. Por cierto, el autor de las
citadas líneas las escribió cuando ya se había convertido al catolicismo.
Posteriormente, fue creado cardenal por el papa León XIII y en octubre de
2019, fue canonizado o cialmente. Resulta difícil no encontrar paralelos en
esa conducta con lo sucedido en el denominado Sínodo de la Amazonia, uno
de los acontecimientos centrales en el desarrollo de la agenda globalista.
El 19 de enero de 2018, el papa Francisco visitó la Amazonia iniciándose
toda una andadura que se tradujo durante el mes de octubre de 2019 en la
celebración del Sínodo de la Amazonia a lo largo de veintiún días. El
documento nal del sínodo constituye todo un programa de acción política
con supuesta legitimación espiritual. De entrada, hace una referencia a que
«el clima fue de intercambio abierto, libre y respetuoso de los obispos
pastores en la Amazonía, misioneros y misioneras, laicos, laicas, y
representantes de los pueblos indígenas de la Amazonía». En el documento
se alaba igualmente que «hubo una presencia notable de personas venidas
del mundo amazónico que organizaron actos de apoyo en diferentes
actividades, procesiones, como la de apertura con cantos y danzas
acompañando al Santo Padre, desde la tumba de Pedro al aula sinodal».
El documento añade que «todos los participantes han expresado una
conciencia aguda sobre la dramática situación de destrucción que afecta a la
Amazonía. Esto signi ca la desaparición del territorio y de sus habitantes,
especialmente los pueblos indígenas. La selva amazónica es un «corazón
biológico» para la tierra cada vez más amenazada. Se encuentra en una
carrera desenfrenada a la muerte. Requiere cambios radicales con suma
urgencia, nueva dirección que permita salvarla. ¡Está comprobado
cientí camente que la desaparición del bioma Amazónico tendrá un impacto
catastró co para el conjunto del planeta!». Igualmente, el documento señala,
de manera programática, que «la celebración naliza con gran alegría y la
esperanza de abrazar y practicar el nuevo paradigma de la ecología integral, el
cuidado de la «casa común» y la defensa de la Amazonía».
El documento cali ca a continuación como «atentados contra la
naturaleza» y «amenazas contra la vida: apropiación y privatización de bienes
de la naturaleza, como la misma agua; las concesiones madereras legales y el
ingreso de madereras ilegales; la caza y la pesca predatorias; los mega-
proyectos no sostenibles (hidroeléctricas, concesiones forestales, talas
masivas, monocultivos, carreteras, hidrovías, ferrocarriles y proyectos mineros
y petroleros); la contaminación ocasionada por la industria extractiva y los
basureros de las ciudades y, sobre todo, el cambio climático».
Tras respaldar las tesis de los calentólogos sobre el cambio climático, el
documento se centra en las denominadas «migraciones» lo que,
supuestamente, «exige atención pastoral transfronteriza capaz de
comprender el derecho a la libre circulación de estos pueblos». Habiendo
a rmado un más que discutible derecho a la libre de circulación sin fronteras,
el documento señala que «la vida de las comunidades amazónicas aún no
afectadas por el in ujo de la civilización occidental se re eja en la creencia y
los ritos sobre el actuar de los espíritus de la divinidad, llamados de
innumerables maneras, con y en el territorio, con y en relación con la
naturaleza (LS 16, 91, 117, 138, 240). Reconozcamos que desde hace miles de
años han cuidado su tierra, sus aguas y sus bosques, y han logrado
preservarlos hasta hoy para que la humanidad pueda bene ciarse del goce de
los dones gratuitos de la creación de Dios».
No deja de ser signi cativo que, tras a rmar que los espíritus han cuidado
de la Amazonia durante miles de años, el documento a rma que en la
Amazonía, «las relaciones entre católicos y pentecostales, carismáticos y
evangélicos no son fáciles. La aparición repentina de nuevas comunidades,
vinculada a la personalidad de algunos predicadores, contrasta fuertemente
con los principios y la experiencia eclesiológica de las Iglesias históricas y
puede ocultar el peligro de ser arrastrados por las ondas emocionales del
momento o de encerrar la experiencia de la fe en ambientes protegidos y
tranquilizadores».
Aún más revelador es el hecho de que, tras alabar la acción de los espíritus
y criticar la acción de los evangélicos porque crean «ambientes protegidos y
tranquilizadores» —¿cómo puede considerarse esa realidad como algo
negativo?— el documento a rma que «en la Amazonía, el diálogo
interreligioso se lleva a cabo especialmente con las religiones indígenas y los
cultos afrodescendientes. Estas tradiciones merecen ser conocidas,
entendidas en sus propias expresiones y en su relación con el bosque y la
madre tierra».
Llegado a ese punto, el documento vuelve a incidir en el «fenómeno de las
migraciones» para volverse a continuación hacia los jóvenes a los que de ne
«con rostros e identidades indígenas, afrodescendientes, ribereños,
extractivistas, migrantes, refugiados, entre otros». A estos jóvenes, la Iglesia
católico-romana pretende darles «un acompañamiento adecuado y una
educación apropiada». Precisamente entonces, el documento reconoce lo
que denomina «nuevos formatos familiares: familias monoparentales bajo la
responsabilidad de las mujeres, aumento de las familias separadas, uniones
consensuadas y familias reunidas, disminución de los matrimonios
institucionales», una a rmación que resulta, cuando menos llamativa, desde
una perspectiva católico-romana.
El documento se enfoca entonces en la situación de los indígenas. Así,
a rma que «es necesario defender el derecho de todas las personas a la
ciudad» insistiendo en que «una atención especial merece la realidad de los
indígenas en los centros urbanos, pues son los más expuestos a los enormes
problemas de delincuencia juvenil, falta de trabajo, luchas étnicas e
injusticias sociales». En esta misma línea, el documento señala que «es
preciso defender los derechos a la libre determinación, la demarcación de
territorios y la consulta previa, libre e informada», añadiéndose que «en todo
momento se debe garantizar el respeto a su autodeterminación y a su libre
decisión sobre el tipo de relaciones que quieren establecer con otros
grupos».
En la misma línea indigenista, el documento a rma que «motivados por
una ecología integral, deseamos potenciar los espacios de comunicación ya
existentes en la región, para así promover de modo urgente una conversión
ecológica integral. Para ello, es preciso colaborar con la formación de agentes
de comunicación autóctonos, especialmente indígenas» con cuya nalidad
creará «una red de comunicación eclesial panamazónica».
A continuación, el documento se suma a las tesis ambientalistas
a rmando que «la ecología integral no es un camino más que la Iglesia puede
elegir de cara al futuro en este territorio, es el único camino posible, pues no
hay otra senda viable para salvar la región». Tras esta a rmación, el
documento a rma: «Asumimos y apoyamos las campañas de desinversión de
compañías extractivas relacionadas al daño socio-ecológico de la Amazonía,
comenzando por las propias instituciones eclesiales y también en alianza con
otras iglesias; c) llamamos a una transición energética radical y a la búsqueda
de alternativas».
Acto seguido, pasando por alto, la soberanía de las distintas naciones
sobre su territorio, el documento a rma que «los protagonistas del cuidado,
la protección y la defensa de los derechos de los pueblos y de los derechos de
la naturaleza en esta región son las mismas comunidades amazónicas. Son
ellos los agentes de su propio destino, de su propia misión. En este escenario,
el papel de la Iglesia es el de aliada. Ellos han expresado claramente que
quieren que la Iglesia los acompañe, que camine junto a ellos, y no que les
imponga un modo de ser particular, un modo de desarrollo especí co que
poco tiene que ver con sus culturas, tradiciones y espiritualidades».
Tras a rmar que «la Iglesia reconoce la sabiduría de los pueblos
amazónicos sobre la biodiversidad, una sabiduría tradicional que es un
proceso vivo y siempre en marcha», el documento sinodal señala que «se
necesita de manera urgente el desarrollo de políticas energéticas que logren
reducir drásticamente la emisión de dióxido de carbono (CO2) y de otros
gases relacionados con el cambio climático. Las nuevas energías limpias
ayudarán a promover la salud. Todas las empresas deben establecer sistemas
de monitoreo de la cadena de suministro para garantizar que la producción
que compran, crean o venden sea producida de una manera social y
ambientalmente sostenible».
Por si estas a rmaciones destinadas a intervenir las economías nacionales
fueran poco, a continuación, el documento a rma que «proponemos de nir
el pecado ecológico como una acción u omisión contra Dios, contra el
prójimo, la comunidad y el ambiente... También proponemos crear
ministerios especiales para el cuidado de la “casa común” y la promoción de
la ecología integral».
Este deseo de establecer estructuras políticas concretas queda aún más de
mani esto cuando, acto seguido, el documento a rma que «como manera de
reparar la deuda ecológica que tienen los países con la Amazonía,
proponemos la creación de un fondo mundial para cubrir parte de los
presupuestos de las comunidades presentes en la Amazonía que promueven
su desarrollo integral y autosostenible y así también protegerlas del ansia
depredadora de querer extraer sus recursos naturales por parte de las
empresas nacionales y multinacionales».
En la misma línea de intervencionismo en la vida económica de los
pueblos, el documento sinodal a rma que «debemos reducir nuestra
dependencia de los combustibles fósiles y el uso de plásticos, cambiando
nuestros hábitos alimenticios (exceso de consumo de carne y
peces/mariscos) con estilos de vida más sobrios... Promover la educación en
ecología integral en todos los niveles, promover nuevos modelos económicos
e iniciativas que promuevan una calidad de vida sostenible» y «crear un
observatorio socioambiental pastoral».
Tras suscribir con entusiasmo las tesis de los calentólogos, el documento
pasa a realizar varias concesiones a la ideología de género. Así, a rma que
«valoramos la función de la mujer, reconociendo su papel fundamental en la
formación y continuidad de las culturas, en la espiritualidad, en las
comunidades y familias. Es necesario que ella asuma con mayor fuerza su
liderazgo en el seno de la Iglesia, y que esta lo reconozca y promueva
reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y
diócesis, o incluso en instancias de gobierno».
Tras asumir el discutible término «feminicidio», el texto a rma sobre las
mujeres que «la Iglesia se posiciona en defensa de sus derechos y las
reconoce como protagonistas y guardianes de la creación y de la «casa
común» señalando que «queremos fortalecer los lazos familiares,
especialmente a las mujeres migrantes». Igualmente, señala que «pedimos
que sea creado el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la
comunidad”».
En comprensible continuación de esas tesis intervencionistas que
controlarían la economía, el desarrollo, las fronteras y que utilizarían las
estructuras estatales además de a los estudiantes, a los emigrantes y a las
mujeres, el documento también se detiene en la educación a rmando que
«ha de incluir en los contenidos académicos disciplinas que aborden la
ecología integral, la ecoteología, la teología de la creación, las teologías indias,
la espiritualidad ecológica, la histórica de la Iglesia en la Amazonía, la
antropología cultural amazónica, etc.». Finalmente, el documento, tras
defender la creación de un rito especí camente amazónico, concluye
considerándose «bajo el amparo de María, Madre de la Amazonía, venerada
con diversas advocaciones en toda la región».
El documento nal del Sínodo de la Amazonia apenas es un texto religioso
y, por el contrario, constituye un alegato más que decidido en favor de las
metas globalistas. No deja de ser signi cativo que apenas contenga
referencias a documentos papales, a teólogos católico-romanos o a textos de
la Biblia, pero, por el contrario, reproduce, de ende e impulsa la agenda
globalista.
El documento sinodal comienza así con el lenguaje inclusivo que
gramaticalmente resulta inaceptable, pero que constituye una característica
ineludible de esa agenda globalista. A continuación, reproduce de manera
totalmente acrítica, sectaria y dogmática la visión de los calentólogos. Incluso
el documento se permite dar directrices concretas sobre la política
económica y energética y el adoctrinamiento educativo en ese sentido.
No menos signi cativo que el apoyo entusiasta a las tesis de los
calentólogos es la manera en que el documento sinodal se re ere a las
denominadas migraciones. El texto no solo niega a los gobiernos el derecho a
establecer fronteras, sino que insiste en que las migraciones no puedan ser
contenidas por las fronteras, así como en apoyar a los que protagonizan esos
ujos migratorios. Las consecuencias de esa visión, totalmente contraria a la
legalidad, pueden resultar verdaderamente pavorosas.
No menos signi cativo es el conjunto de concesiones al feminismo
adoptando el lenguaje inclusivo, re riéndose a la empoderación de la mujer e
incluso señalando que ha de potenciarse su posición de liderazgo incluso en
el ámbito eclesial, algo verdaderamente llamativo en el seno de la Iglesia
católico-romana. También resulta revelador que, al mismo tiempo que se
hurta a los gobiernos nacionales sus derechos de gestión, el documento
a rma el derecho de autodeterminación de los indígenas sembrando las
semillas para in nidad de con ictos políticos futuros.
Todo esto va unido a un ataque directo a los evangélicos que, por cierto,
son el 80% de los habitantes de la Amazonia y a una serie de concesiones al
paganismo de los indígenas como la de reconocer que los espíritus a los que
rinden culto han cuidado durante siglos la Amazonia, como la de insistir en
que el diálogo interreligioso ha de ir unido sobre todo al paganismo indígena
o la de crear un rito especialmente amazónico. De manera apenas oculta, el
documento deja de mani esto qué visiones espirituales pueden integrarse en
la agenda globalista y cuáles son claramente incompatibles.
El Sínodo de la Amazonia ha constituido un verdadero hito para la
extensión masiva de la agenda globalista en Hispanoamérica y no deja de ser
signi cativo que haya tenido lugar en paralelo a un estallido de con ictos
sociales en la zona y del avance de la izquierda en algunas naciones
relevantes.
Lejos de tratarse de un texto religioso, el documento del Sínodo de la
Amazonia de ende una agenda globalista fácilmente reconocible.
Asume la visión de la ideología de género hasta extremos ridículos como
el de considerar que las mujeres especialmente dignas de interés son las
indígenas, solas y emigradas a la ciudad.
Asume la calentología hasta el punto de pretender que se adopten
políticas que tendrán pésimas consecuencias para el bienestar de la zona.
Asume la visión globalista de las migraciones negando la legitimidad de
las fronteras.
Asume la visión globalista del uso de las minorías —en este caso,
indígenas y jóvenes— que pueden ayudar a debilitar los gobiernos
nacionales. Así, repara en los jóvenes, pero, especialmente, en los
pertenecientes a ciertos sectores que pueden ser instrumentalizados y en los
indígenas para subrayar un principio de autodeterminación que convertiría
todavía en más frágiles las estructuras políticas de las naciones de
Hispanoamérica.
Asume la visión globalista de la economía llamando a adoptar medidas
que provocarían la paralización del crecimiento económico de las naciones
hispanoamericanas y su consecuente pobreza.
Asume el vaciamiento de soberanía de las naciones de manera que la
Amazonia en la que la Iglesia católico-romana tiene una representación
minoritaria sea regida internacionalmente y sin fronteras.
Asume la visión globalista en una zona estratégica para el desarrollo de las
naciones y donde ya la mayoría de la población ha dejado de ser católico-
romana para convertirse en evangélica. De hecho, José Luis Azcona, obispo
emérito de Marajó, en el delta del Amazonas, así lo señaló.150 Ciertamente,
los obispos debatieron sobre las razones para el crecimiento de los
evangélicos y el decrecimiento de los católico-romanos.151
En otras palabras, el documento asume toda una agenda globalista, una
agenda que solo puede tener funestas consecuencias no solo para
Hispanoamérica, sino para el conjunto del planeta. Ese apoyo entusiasta a la
agenda globalista que lleva a cabo la Iglesia católico-romana recuerda
considerablemente a la manera en que respaldó en el siglo IV el
constantinianismo. De hecho, igual que en el siglo IV aceptó en su seno
in nidad de prácticas paganas porque eso permitía ampliar su poder, ahora
no solo ha absorbido la agenda globalista, sino que además ha rendido
tributo a los espíritus a los que rinden culto los indígenas y ha manifestado
su voluntad de dialogar espiritualmente en especial con esos mismos
chamanes que realizaron sus ceremonias religiosas delante del papa
Francisco y que colocaron en iglesias católico-romanas las imágenes de la
Pachamama, la madre tierra.
Por encima de lo que puedan pensar y sentir millones de católico-romanos
decentes, la realidad es que puesta a elegir entre el bien y el mal, la Santa
Sede, de manera o cial, se ha colocado en el lado del mal más siniestro, más
pavoroso y más totalitario.
Profecías incumplidas
De Greenpeace a Obama
la defensa de la inmigración ilegal
Corría el año 122 d. de C., cuando el emperador Adriano realizó una visita a
los con nes de Roma situados en la lejana Britannia. Adriano era consciente
de que la seguridad de las fronteras constituía un elemento indispensable no
solo para el bienestar, sino incluso para la supervivencia del Imperio romano.
Cualquier invasión —fuera pací ca o guerrera— que violara los límites del
imperio e introdujera importantes masas de población en su interior solo
podía tener consecuencias negativas. Desde hacía tiempo, Roma dispensaba
su ciudadanía a bárbaros y no eran pocos los que, individualmente o en
grupo, habían terminado por integrarse en la cultura más elevada de su
tiempo. Sin embargo, junto a esa realidad existía otra. La de que ni el orden
público, ni la producción económica, ni la asistencia social que entregaba pan
y circo a los ciudadanos podría mantenerse en pie con una irrupción
incontrolada de los bárbaros. Tras su examen de la frontera, Adriano ordenó
que se levantara un muro de contención que iba desde Solway hasta el río
Tyne, es decir, desde las cercanías del mar del norte hasta la zona del
Atlántico que se encontraba frente a la isla de Irlanda. La obra sería conocida
como Vallum Hadriani —el muro de Adriano— y, de manera bien reveladora,
no fue realizada por esclavos, sino por romanos que eran conscientes de la
importancia de aquella decisión. Cuando concluyó contaba con cuarteles
colocados cada cierto espacio en los que había dos torretas ocupadas por
guarniciones de entre ocho y treinta y dos hombres encargados de la defensa
fronteriza. Designado en 1987 por la UNESCO como herencia de la
Humanidad, el muro de Adriano resultó esencial para la supervivencia del
Imperio romano durante dos siglos y medio. De hecho, aquel muro garantizó
la paz, la seguridad y la estabilidad de Roma en su frontera con los britanos.
Sin embargo, no todos los emperadores fueron tan inteligentes como
Adriano. En el 376 d. de C., los visigodos solicitaron al emperador Valente
que los dejara instalarse en la zona meridional del río Danubio. El emperador
aceptó con funestas consecuencias. Dos años más tarde, los visigodos
demostraron que podían rebelarse y derrotaron a los romanos en la batalla de
Adrianópolis. En el curso de los años siguientes, el peso de los bárbaros sobre
la política de Roma fue creciendo de manera exponencial. En el año 476 d. de
C., justo cuando se cumplía el siglo de la fecha en que Valente había
permitido su asentamiento masivo en el territorio del Imperio romano, uno
de estos jefes bárbaros llamado Odoacro depuso a Rómulo Augusto, el que
sería el último emperador. El Imperio romano de Occidente acababa de
desaparecer y, a pesar de los intentos, no lograría jamás reconstruirse.
Tanto lo sucedido con Adriano como con Valente obedece a una ley
histórica inexorable, la que a rma que el Estado que no controla sus fronteras
está condenado a extinguirse. Esa situación la encontramos en todas las
culturas. No se trata solo de grandes construcciones como la Gran muralla
china, el único monumento que puede contemplarse desde el espacio, sino
de una conducta universal. En la misma Biblia, encontramos multitud de
ejemplos. David se convirtió en rey en todo el sentido de la palabra cuando
alzó los muros de Jerusalén (2 Crónicas 33:14). Salomón mostró su talla
como monarca cuando, entre otras obras, consolidó el muro de Jerusalén (1
Reyes 3:1; 9:15). La restauración real de Israel se produjo cuando Nehemías
pudo levantar un muro que defendiera al pueblo (Nehemías 3; 4:6; 7:1).
¡Incluso de Dios se espera que construya muros (Salmo 51:18)! A n de
cuentas, esta conducta de alcance universal está totalmente sustentada en la
lógica y el sentido común. Nadie, por muy hospitalario que fuera, dejaría que
en su hogar entrara cualquiera. Por el contrario, todos deseamos mantener
en nuestras manos la posibilidad de aceptar o rechazar en su hogar a quien
desee. Lo mismo sucede con los estados, pero con una peculiaridad, y es que
de las decisiones estatales depende el bienestar no solo de una persona o de
una familia, sino de millones de personas. A esa manera de pensar, no fueron
ajenos los Padres Fundadores.
Históricamente, los Estados Unidos ha sido una nación de acogida para los
inmigrantes. Sin embargo, esa circunstancia no ha signi cado jamás que
admitiera la inmigración descontrolada, que estuviera abierta a cualquier tipo
de inmigración y que no fuera consciente del peligro que podía derivar de no
saber gestionar adecuadamente la inmigración. Ya en 1802, Alexander
Hamilton, advirtiendo contra permitir que cualquiera entrara en los Estados
Unidos, escribió: «Admitir extranjeros de manera indiscriminada a los
derechos de los ciudadanos, en el momento en que ponen el pie en nuestro
país, como es recomendado en el Mensaje, no sería nada menos que admitir
el Caballo de Troya en la Ciudadela de nuestra libertad y soberanía».204 La
a rmación de Hamilton difícilmente hubiera podido ser más clara. No todos
los extranjeros podían recibir los bene cios de la ciudadanía y no podía ser
así porque, según su trasfondo cultura, podían acabar convirtiéndose en un
enemigo in ltrado en la nación —como había sucedido con el famoso
Caballo de Troya— teniendo pésimos efectos sobre la libertad y la soberanía.
En 1800, escribiendo a John Marshall una opinión semejante había sido
manifestada al referirse a los extranjeros que deseaban ocupar empleos
públicos señalando: «Entre el número de solicitudes... ¿no podemos
encontrar a un americano capaz y digno de con anza?... ¿Por qué deberíamos
quitar el pan de la boca de nuestros hijos y dárselo a extranjeros?».205
La inmigración era aceptable no solo si no planteaba peligros para la
libertad o para el trabajo de los ciudadanos americanos, sino si además
aportaba algo realmente útil a la nación. Sería el primer presidente de los
Estados Unidos, George Washington, escribiendo a John Adams el 15 de
noviembre de 1794, el que a rmaría: «Mi opinión, con respecto a la
emigración, es que excepto mecánicos útiles y algunas descripciones
particulares de hombres o profesiones, no existe necesidad de animar,
mientras que la política o ventaja de que tenga lugar en un cuerpo (me
re ero a su asentamiento en un cuerpo) pueden ser muy cuestionadas;
porque, al hacerlo, retienen la lengua, los hábitos, los principios (buenos o
malos) que traen consigo».206 En otras palabras, la inmigración tenía un
sentido solo si se refería a gente que pudieran aportar una utilidad a Estados
y que luego se asimilaran a su lengua, hábitos y principios.
Sin duda, la cuestión de la asimilación —un concepto radicalmente
opuesto al de la multiculturalidad— resultaba enormemente relevante para
Washington. En esa misma carta dirigida a John Adams, Washington insistió
en que los inmigrantes «por una mezcla con nuestro pueblo, ellos o sus
descendientes, se asimilen a nuestras costumbres, medidas, leyes: en una
palabra se conviertan pronto en un pueblo».
El punto de vista de Washington era compartido por el resto de los Padres
Fundadores conscientes de la necesidad de un sentimiento nacional común.
En 1802, Alexander Hamilton escribía: «La seguridad de una república
depende esencialmente de la energía de un sentimiento nacional común; de
una uniformidad de principios y hábitos; de la exención de los ciudadanos de
parcialidad y prejuicio extranjeros; y de ese amor por el país que casi
invariablemente se encontrará estrechamente conectado con el nacimiento, la
educación y la familia».207 El no captar la importancia de esa circunstancia,
según Hamilton, implicaba grandes peligros. De hecho, según sus palabras,
«los Estados Unidos ya han sentido los males de incorporar un número
amplio de extranjeros en su masa nacional; promover en diferentes clases
diferentes predilecciones en favor de naciones extranjeras particulares y
antipatías contra otras, ha contribuido muchísimo a dividir la comunidad y a
distraer nuestros consejos. A menudo ha abierto la posibilidad de
comprometer los intereses de nuestro propio país en favor de otro».208 Como
señaló, en el mismo texto, Hamilton dijo que «el efecto permanente de tal
política será que en tiempos de gran peligro público habrá siempre un
numeroso cuerpo de hombres entre los que puede haber justas razones para
descon ar. La sospecha sola debilitará la fuerza de la nación, pero su fuerza
puede ser de hecho empleada para asistir a un invasor». A n de cuentas,
como indicó también Hamilton, la supervivencia de la república americana
dependía de «la preservación de un espíritu nacional y de un carácter
nacional» y «en la recomendación de admitir indiscriminadamente
emigrantes extranjeros de toda descripción a los privilegios de los
ciudadanos americanos en su primera entrada en nuestro país, hay un
intento de derribar todo ámbito que ha sido erigido para la preservación de
un espíritu nacional y de un carácter nacional».
Que una inmigración procedente de otra cultura podía tener efectos
terribles para los Estados Unidos fue una realidad también contemplada por
Benjamin Franklin. En sus Observations Concerning the Increase of
Mankind and the Peopling of Countries, señaló que «la importación de
extranjeros en un país que tiene tantos habitantes como los empleos y
provisiones para la subsistencia presentes proporcionarán, no implicará al
nal ningún aumento de gente, a menos que los recién llegados tengan más
industria y frugalidad que los nativos y entonces proporcionarán más
subsistencia e incremento en el país, pero gradualmente devorarán a los
nativos».
Un punto de vista muy similar sobre la inmigración fue el mantenido por
James Madison que, de nuevo, señaló que los únicos inmigrantes que debían
ser aceptados eran los dignos que pudieran añadir algo a la fuerza nacional.
Así, señaló: «Sin duda, resulta muy deseable que extendamos tantas
inducciones como sean posibles para que la parte digna de la Humanidad
venga y se establezca entre nosotros y arroje sus fortunas en una suerte
común con la nuestra. Pero ¿por qué es esto deseable? No simplemente para
hinchar el catálogo de la gente. No, señor, es para aumentar la riqueza y la
fuerza de la comunidad; y aquellos que adquieren los derechos de ciudadanía
sin añadir a la fuerza o la riqueza de la comunidad no son la gente de la que
necesitamos».209
No deja de ser signi cativo que la ley de ciudadanía (Naturalization Act)
de 1790 exigiera como requisito para la ciudadanía el «buen carácter». Cinco
años después, se aprobó una nueva ley que, absorbiendo el espíritu de los
Padres Fundadores, aumentó el tiempo para la naturalización de dos a cinco
años y exigió como requisito el «buen carácter moral». Los requisitos para
ser ciudadano se restringieron todavía más con el paso de los años. La XIV
enmienda estableció que «todas las personas nacidas o naturalizadas en los
Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción son ciudadanos de los Estados
Unidos y del estado donde residen». Precisamente, Howard, el autor de la
enmienda señaló que «toda persona nacida dentro de los límites de los
Estados Unidos y sujeta a su jurisdicción es por virtud de la ley natural un
ciudadano de los Estados Unidos» y, a continuación añadía que «esto, por
supuesto, no incluirá a personas nacidas en los Estados Unidos que son
extranjeros, extraños, que pertenecen a las familias de embajadores o
funcionarios extranjeros acreditados ante el gobierno de los Estados Unidos,
sino que incluirán a todo otro tipo de personas. Esto deja sentada la gran
cuestión de la ciudadanía y remueve toda duda sobre qué personas son o no
son ciudadanos de los Estados Unidos. Esta ha sido durante mucho tiempo
un gran desiderátum en la jurisprudencia y la legislación de este país». En
otras palabras, los nacidos en Estados Unidos eran ciudadanos de Estados
Unidos si, efectivamente, no eran extranjeros pertenecientes a familias de
extranjeros, por muy elevada que pudiera ser la consideración de estos. Así lo
entendió también el senador demócrata Reverdy Johnson a rmando que «la
enmienda dice que la ciudadanía puede depender del nacimiento y no
conozco mejor manera de dar lugar a la ciudadanía que el hecho del
nacimiento dentro del territorio de los Estados Unidos, nacido de padres que
en ese momento estaban sujetos a la autoridad de los Estados Unidos».
La posición de los Padres Fundadores no podía ser más clara. La
inmigración era aceptable, pero solo cuando se trataba de gente que pudiera
aportar algo positivo a la nación, que no procediera de una cultura que
pudiera lesionar la democracia americana, que no desequilibrara el sistema
político y que acabara integrándose como uno más en el seno de los Estados
Unidos. Para aquellos aspirantes a la ciudadanía, resultaría obligado tener un
buen carácter moral y esperar cinco años. Ni siquiera posteriormente, casi un
siglo después, se consideraría su ciente para ser ciudadano americano el
haber nacido en el territorio de los Estados Unidos. A esa circunstancia,
debería sumarse la de ser hijo de padres ciudadanos.
Se mire como se mire, se trataba de una visión justa, equilibrada y racional
al tema de la inmigración. Sin embargo, la agenda globalista tiene unos planes
muy diferentes para los Estados Unidos y para el resto del mundo en lo que a
esta cuestión se re ere.
La ONU y la emigración
El Vaticano y la emigración
la cumbre de Nairobi
La evolución de Europa
El 9 de mayo de 1950, se convocó a la prensa en París, en el Salón del Reloj
del Ministerio de Asuntos Exteriores francés del Quai d’Orsay, a las seis de la
tarde, para realizar una «comunicación de la mayor importancia». El texto
había redactada por el masón Jean Monnet y fue pronunciado por Robert
Schuman, ministro de Asuntos Exteriores, también masón, católico y en la
actualidad en la fase previa al proceso de beati cación. La propuesta consistía
en crear una institución supranacional europea, que se encargaría de
administrar en común la producción del carbón y del acero. Semejante paso
—que signi caba la desaparición de la soberanía de Francia y Alemania en la
utilización del carbón y del acero—, en teoría, iba a implicar la desaparición
de la guerra en Europa, ya que ni Francia ni Alemania podrían llevar a cabo un
rearme que no fuera conocido. En la práctica, aquel proceso fue el primer
paso para crear una unión europea que, inicialmente, parecía meramente
comercial y económica, pero que, muy pronto, se encaminó por el sendero de
la unión política. De manera comprensible, la fecha del 9 de mayo se
convirtió en el Día de Europa, aunque, de forma bastante llamativa, no es
celebrado por las naciones miembro de la UE de manera especial. Quizá no
resulte tan extraño cuando se comprende cómo se gestó en verdad y cómo se
desarrolla ese proyecto de UE. Para entenderlo, tenemos que ir unas décadas
atrás.
En 1921, el conde Ricardo Nicolás von Coundenhove-Kalergi,227 hijo de un
noble austro-húngaro y de una japonesa, se unió a la masonería, en la logia
Humanitas de Viena. Dos años después, publicó su libro Pan-Europa228
donde se describía un plan para un movimiento de unión europea
denominado también Pan-Europa. Tres años después, el banquero judío
Louis de Rothschild introdujo a Coundenhove-Kalergi ante el también
banquero judío Max Warburg, que se ofreció a nanciar el nuevo
movimiento entregando sesenta mil marcos de oro en los próximos seis años
y que a su vez conectó a Coundenhove-Kalergi con otros nancieros judíos
como Paul Warburg y Bernard Baruch. Ese mismo año, Coundenhove-Kalergi
fundó la publicación Paneuropa del que fue editor y colaborador principal
hasta 1938. En 1926, el movimiento Pan-Europa celebró su primer congreso
en Viena. Los dos mil delegados eligieron a Coundenhove-Kalergi como
presidente del consejo central, un puesto que mantuvo hasta su muerte en
1970. Entre las guras públicas que asistieron al congreso se encontraban
personajes de la talla de Sigmund Freud y Albert Einstein. Al año siguiente, el
masón Aristide Briand fue elegido presidente honorario del movimiento Pan-
Europa.
El proyecto Pan-Europa iba mucho más allá de un intento de unir a las
naciones europeas. De hecho, según las tesis sostenidas por Coundenhove-
Kalergi, iba mucho más allá, incluyendo la división del mundo en solo cinco
estados. Así, el globo se vería redibujado en varios bloques supranacionales.
El primero sería los Estados Unidos de Europa que incluirían las posesiones
coloniales de Francia e Italia. Después vendrían la Commonwealth británica
que rodearía el globo; Rusia que estaría situada entre Europa y Asia y la
Unión pan-asiática que dejaría el control de buena parte del Pací co en
manos de Japón y China. La división propuesta por Coundenhove-Kalergi
inspiraría el relato de George Orwell en su novela 1984 donde en un
pavoroso mundo futuro solo quedan unos grandes macro-estados sometidos
a un sistema oligárquico-socialista.
El proyecto no solo implicaba que las naciones se integrarían en grandes
bloques territoriales, sino que iría unido a una disolución cultural en
entidades diferentes. Así, en 1925, Coundenhove-Kalergi describió en su libro
Praktischer Idealismus (Idealismo práctico)229 el futuro racial de Europa con
las siguientes palabras: «El hombre del futuro será de raza mezclada. Las
razas y las clases de hoy desaparecerán de manera gradual gracias al
desvanecimiento del espacio, del tiempo y del prejuicio. La raza eurásica-
negroide del futuro, similar en su apariencia a los antiguos egipcios,
reemplazará la diversidad de pueblos con una diversidad de individuos». De
manera llamativa, Coundenhove-Kalergi indicaba cómo en el seno de la
futura Europa, los judíos representarían «una aristocracia espiritual», una
a rmación quizá relacionada con las ayudas nancieras que había recibido
desde muy pronto para su proyecto. No menos signi cativo es que
identi cara el espíritu europeo con Lucifer.230
La Segunda Guerra Mundial implicó, de manera lógica, un parón para los
planes de Koundenhove-Kalergi, pero, a pesar del nuevo orden internacional
nacido del con icto y a pesar de la Guerra Fría, no signi caron su nal. En
1950, el mismo año de la Declaración Schuman, de manera bien signi cativa,
Coundenhove-Kalergi fue la primera persona en recibir el Premio
Carlomagno destinado a aquellos que de enden la idea de una Europa unida.
Cuando tuvo lugar la muerte del personaje en 1972, Europa avanzaba a pasos
agigantados sobre las directrices ideadas por él. Así, en 1973 y 1974, se
estableció el Diálogo Euro-árabe en virtud de las conferencias respectivas de
Copenhague y París.
En 1975, la Resolución de Estrasburgo formulada dentro de la «Asociación
Parlamentaria para la Cooperación Euro-Árabe» declaró: «Debe formularse
de ahora en adelante una política a medio y largo plazo mediante el
intercambio de tecnología europea por petróleo y por reservas de mano de
obra árabe. (...) ». La declaración señalaba la intención de «que los gobiernos
europeos dispongan medidas especiales para salvaguardar el libre
movimiento de los trabajadores árabes que emigrarán a Europa, así como el
respeto a sus derechos fundamentales. Tales derechos deberán ser
equivalentes a los de los ciudadanos nacionales». Igualmente, la citada
resolución incluía entre sus objetivos: «la exigencia de posibilitar a los
inmigrantes y a sus familias el poder practicar la vida religiosa y cultural de
los árabes», «la necesidad de crear por medio de la prensa y demás medios
de información un clima favorable a los inmigrantes y sus familias», y «la de
exaltar a través de la prensa y del mundo académico la contribución dada por
la cultura árabe al desarrollo europeo». Finalmente, la resolución señalaba
que «junto al inalienable derecho a practicar su religión y mantener estrechos
vínculos con sus países de origen, los inmigrantes tendrán también el de
exportar a Europa su cultura. Es decir, el derecho de propagarla y difundirla».
El continente europeo se abría a pasos agigantados a una inmigración masiva
de origen islámico.
En 1983, se celebró el Simposio para el Diálogo europeo-árabe celebrado
en Hamburgo, donde se señaló igualmente que «los derechos de los
inmigrados musulmanes tenían que ser iguales a los de los ciudadanos que
los acogían» y se incluyó entre los objetivos que «editasen y creasen
periódicos, emisoras radiofónicas y de TV en árabe y se pidiesen medidas
para incrementar su presencia en sindicatos ayuntamientos y universidades».
En 1991, en el curso de la Asamblea Parlamentaria de la Unión Europea,
durante el Simposio: «Contribución de la Civilización Islámica a la Cultura
Europea» se señaló entre las conclusiones que «la Ilustración tiene su origen
en el islam, el islam es una de las más extraordinarias fuerzas políticas y
morales del mundo de hoy» y se formuló la orden de «que se retiren los
textos escolares en los que no se resalte la participación del islam en la
cultura europea, que se establezcan cátedras en las facultades de derecho,
losofía, teología e historia para el estudio del Corán». Estas tesis se
convirtieron en la Recomendación 1162 sobre la Contribución de la
Civilización Islámica a la Cultura Europea. Sin embargo, la realidad histórica
es que el islam no ha tenido jamás punto de contacto con la Ilustración en la
que destacaron incluso personajes abiertamente críticos de Mahoma como
es el caso de Voltaire que hasta se burló abiertamente de él en una de sus
obras.231 Da la sensación de que la ejecución del plan no podía detenerse
simplemente porque chocara con la Historia.
El siglo XXI fue con rmando de manera rotunda esta trayectoria. En 2003,
en el curso de la VI Conferencia Ministerial Euro-Med: para Reforzar y
Avanzar en la Asociación se estableció «la integración gradual en el mercado
interior europeo ampliado y la posibilidad en última instancia de alcanzar las
cuatro libertades fundamentales de la UE: libre circulación de mercancías, de
servicios, de capitales y de personas». En otras palabras, los inmigrantes
musulmanes acabarían entrando y circulando por el territorio de la UE sin
cortapisas.
En 2004, se creó la Asamblea Parlamentaria Euro-Mediterránea,
compuesta por ciento veinte miembros de países de la Unión Europea, que
son miembros de los parlamentos nacionales o del Parlamento Europeo, y un
número igual de representantes de los parlamentos de países islámicos.
Todas estas concesiones al islam en el seno de naciones que jamás fueron
musulmanas o que, como en el caso de España, expulsaron a los invasores
islámicos tras una lucha de siglos, fueron llevadas a cabo por el Parlamento
Europeo sin que, por regla general, de ello se enteraran las poblaciones de las
distintas naciones europeas. En otras palabras, Europa se preparaba para ser
asaltada por masas ingentes de musulmanes y era ella misma la que
franqueaba las puertas entregándoles a la vez importantes resortes de poder
académico, económico, social y mediático. ¿Era esta acaso la nalidad oculta
de la Unión Europea?
Para ser ecuánimes, hay que señalar que el denominado proceso de
construcción de Europa iniciado tras la Primera Guerra Mundial ha tenido
resultados que solo pueden ser descritos como positivos. El que no se haya
producido una guerra que haya afectado a la mayoría de Europa en más de
medio siglo, el que las fronteras económicas hayan desaparecido, el que se
hayan articulado unos tribunales de justicia que pueden enmendar los
errores de los tribunales nacionales, el que se haya universalizado una tabla
de derechos humanos o el que se haya creado una moneda común y fuerte
constituyen aspectos que merecen un juicio positivo en términos generales.
Sin embargo, no todos los aspectos relacionados con la UE pueden ser
contemplados bajo esa misma luz positiva. De entrada, la UE fue concebida
desde antes de su creación como un proyecto de disolución cultural y
nacional. Su nalidad no era tanto la salvación de Europa como tal, sino la de
su mutación en un puchero donde se cocerían distintas razas e identidades
ajenas a las de origen europeo. En ese sentido, no sorprende que
Koundenhove-Kalergi fuera un mestizo ni tampoco que recibiera nanciación
de la banca internacional.
Obstaculizado durante un período de entre-guerras que estuvo marcado
fuertemente por las respuestas nacionalistas al internacionalismo comunista,
el movimiento pan-europeo avanzó tras la posguerra sobre la base de
circunstancias como el horror de la Segunda Guerra Mundial; el impulso de
la masonería muchas veces vinculada, de manera bien reveladora, a la
democracia cristiana católico-romana; la Guerra Fría; e intereses económicos
y nancieros no siempre transparentes.
Para muchas naciones, como la España que no recibió el Plan Marshall o
las que salieron de las dictaduras comunistas a nales del siglo XX, la UE ha
sido contemplada como una especie de meta paradisiaca que,
supuestamente, solucionaría todos los males que no habían podido solventar
por sí mismas en el transcurso de los siglos. Se trató de una visión
esperanzada, ingenua y hoy hay que señalar que muy distante de la verdad.
En no pocas ocasiones, la UE, junto con aspectos positivos, ha incluido otros
que resulta bien difícil señalar como tales como es la pérdida de la soberanía
económica, la ausencia de control en la circulación de extranjeros o la
sumisión a políticas como las relativas a los musulmanes no-europeos que
llegan por millones a Europa.
Guste o no reconocerlo, la realidad innegable es que, de manera bien
signi cativa, la UE puede estar contribuyendo, quizá de forma decisiva, a
acabar con las culturas y las identidades de Europa para sustituirlas por un
futuro pavoroso de extinción de los europeos que, en 1900, representaban el
cien por cien de la población europea y que, en algunas naciones, van a
convertirse en minoría en los próximos años. Quizá para un mestizo como
Koundenhove-Kalergi semejante n es el deseable, el de la desaparición de la
Europa de siglos y su sustitución por una raza mestiza y más fácilmente
controlable, pero no estaría de más que los europeos lo sepan y re exionen
sobre ello.
Resistencia en Europa
Hispanoamérica
La Françafrique274
A nales del siglo XIX, Rusia ocupaba la sexta parte del globo terrestre,
dentro de sus fronteras vivían ciento treinta millones de súbditos del zar que
agrupaban etnias como los rusos y los judíos, los alemanes y los armenios, los
uzbekos y los georgianos. Sin duda, se trataba de una gran potencia, pero sus
atrasadas estructuras la obligaban a realizar una modernización en
profundidad. Ese reto lo asumió el zar Alejandro II295 que pasaría a la
Historia, especialmente, gracias a la abolición de la servidumbre296 que en esa
época pesaba sobre un 44.5% de la población rusa. El 3 de marzo (19 de
febrero, según el calendario gregoriano) de 1861, Alejandro II rmó el
Mani esto de Emancipación de los siervos. Así se adelantaba al decreto de
Emancipación de Abraham Lincoln en favor de los esclavos americanos y
además adoptaba medidas mucho más sólidas como la entrega de tierras
profundas en favor de los siervos. Tres años después de la abolición de la
servidumbre, en enero de 1864, se produjo asimismo una modernización, no
exenta de ribetes democráticos, del gobierno local mediante el
establecimiento del zemstvo que, hasta su abolición en 1917, permitió
realizar avances auténticamente extraordinarios en áreas como la educación
o la sanidad, hasta el punto de proporcionar a Rusia un servicio de medicina
socializada, con todos los matices que se desee, muy anterior al de otros
países europeos. A nales de ese mismo año de 1864 se procedió a la
reforma del sistema legal. Fundamentalmente centrada en convertir a los
jueces en una rama independiente de la administración y en insertar los
principios de publicidad y de oralidad en el proceso poco puede negarse que
sirvió para convertir el sistema judicial ruso —hasta entonces uno de los más
atrasados de Europa— en uno de los más avanzados del mundo. De manera
bien signi cativa, los tribunales rusos serían muy benévolos con los presos
políticos —incluso si eran terroristas— y no se dejarían presionar ni siquiera
por la animadversión popular hacia los acusados. Esa celosa independencia
judicial tuvo una enorme relevancia antes de la Revolución. Resulta revelador
que cuando Tolstoi quiso escribir su gran drama sobre la injusticia judicial, la
novela Resurrección, atribuyera la desgracia a un error técnico del jurado,
pero no a la institución ni a los jueces.
Alejandro II fue también consciente de la necesidad de llevar a cabo
cambios en el terreno nanciero, lo que tuvo, entre otras consecuencias, el
establecimiento de un único tesoro público, la publicación del presupuesto
anual y en 1866 la creación de un banco del estado que tenía la misión de
centralizar y facilitar el crédito y la nanzas. Las reformas de Alejandro II
tuvieron una importancia trascendental e implicaron auténticos pasos de
gigante en áreas que habían permanecido inmóviles durante siglos. A decir
verdad, no son pocas naciones las que, a inicios del siglo XXI, carecen todavía
de unas instituciones tan modernas como las impulsadas por Alejandro II.
Sin embargo, no es menos cierto que surgieron en una época de especial
tensión entre generaciones, trágica evolución social que derivó de un
populismo de enfoque terrorista. En 1876 se fundó con esa nalidad Tierra y
Libertad que tres años después se escindió en dos grupos llamados
Repartición total de la tierra y Voluntad popular. Los miembros de Voluntad
popular habían llegado a la conclusión de que, dado el carácter centralizado
del imperio, un cierto número de asesinatos provocaría su colapso. Por
supuesto, la víctima ideal era el propio zar al que se sometió a una verdadera
cacería hasta que lograron asesinarlo el 13 de marzo de 1881. Junto con
Alejandro II, los terroristas de Voluntad popular asesinaron cualquier
posibilidad de reforma política que hubieran podido emprender los
inmediatos sucesores del soberano. La modernización continuaría, pero, en
adelante, sería autocrática.297
El nuevo zar, Alejandro III, en su mani esto de 11 de mayo de 1881, a rmó
que sus prioridades eran suprimir la Revolución y acabar con el terrorismo.
Lo consiguió, pero, a la vez, optó por una política de rusi cación y de
predominio de la Iglesia ortodoxa que tuvo pésimos resultados para los
protestantes, los católicos, las nacionalidades (especialmente la polaca) y los
judíos. Desde 1887, se establecieron igualmente cuotas de estudiantes
judíos.298
A partir de 1881, los pogromos se hicieron comunes en el seno del
Imperio ruso, sobre todo en zonas como Polonia, Ucrania y Crimea donde el
número de rusos era más reducido y la in uencia de la Iglesia católico-
romana especialmente notable. De hecho, la acusación de crimen ritual era
desconocida en la Iglesia ortodoxa —igual que en las protestantes—, pero
tenía un papel relevante en la católico-romana donde se venera incluso a día
de hoy a supuestas víctimas de asesinatos rituales judíos. Desanimados,
primero, y condenados después por las autoridades de la Iglesia ortodoxa,
muy a menudo, estuvieron relacionados con episodios de subversión cuyas
represalias no cayeron solo sobre los judíos. Por ejemplo, el pogromo de
Kishiniov de 1903 tuvo lugar en una población donde había cincuenta mil
judíos, cincuenta mil moldavos y ocho mil rusos de los que la mayoría eran
ucranianos. Los protagonistas del pogromo fueron, realmente, los moldavos.
De hecho, fue el moldavo Pavel Krushevan el responsable no solo de azuzar a
las masas, sino además de redactar una primera versión de los Protocolos de
los sabios de Sión, el pan eto antisemita. El hecho fue más que conocido por
los judíos que vivían en Rusia a la sazón.299 Con todo, la justicia rusa actuó
con enorme seriedad frente al terrible episodio. Las detenciones se acercaron
al millar y 664 personas comparecieron ante la justicia por los crímenes
perpetrados.
En paralelo, el proceso de industrialización empezó a recibir un apoyo
directo del poder estatal.300 Cuando en 1894 tuvo lugar el fallecimiento de
Alejandro III y le sucedió su hijo, Nicolás II, las líneas maestras de su reinado
—autocracia e industrialización— estaban marcadas de manera indeleble e
inamovible. El avance en el terreno de las comunicaciones resultó
verdaderamente extraordinario tanto en términos económicos301 como
militares.302 Un papel determinante en la puesta a punto de esta política
zarista lo tuvo Serguéi Yúlievich Vitte. Nombrado en 1892 ministro de
Comunicaciones y poco después de Hacienda, Vitte desarrolló una política
scal engranada con sus metas de desarrollo y demostró una considerable
habilidad para manejar una deuda pública creciente. Además fundó escuelas
para la formación de ingenieros y personal marítimo, reformó la ley de
sociedades, fundó una o cina de pesas y medidas, logró la convertibilidad del
rublo, fomentó los bancos de ahorro y, especialmente, reestructuró el Banco
estatal para que pudiera conceder préstamos con nes industriales.
Naturalmente, una política de esas magnitudes difícilmente podía llevarse a
cabo en medio de turbulencias políticas y de tensiones internacionales, Vitte,
consciente de ello, se convirtió en un paci sta pragmático. Así, en 1899 apoyó
con entusiasmo la I Conferencia de paz que se celebró en La Haya. Nacida de
esa iniciativa rusa, en ella se establecieron algunas de las primeras normas de
derecho humanitario de guerra y, sobre todo, se estableció el Tribunal
Internacional de Justicia de La Haya.
Vitte creía rmemente en la expansión de la in uencia rusa en el área
internacional, pero consideraba que esos objetivos tenían que ser alcanzados
utilizando instrumentos nancieros y no militares. Junto con la industria y la
expansión económica, Rusia experimentó paralelamente un crecimiento
demográ co espectacular. En 1867, la población rusa era de 63 millones;
cuando se produjo el estallido de la Primera Guerra Mundial la cifra había
alcanzado los 122 millones.
En las empresas rusas se reprodujo, en parte, el esquema europeo de
concentración de grandes capitales. Sin embargo, también tuvo lugar un
rápido aumento de las pequeñas empresas. Igualmente, en 1882, se aprobó
la primera legislación obrera y se prohibió el trabajo de los niños de menos de
doce años limitando además sus horas laborables. Con todo, debe señalarse
que en vísperas de la Primera Guerra Mundial, el proletariado industrial se
limitaba al 5% de la población.303 Sobre esa porción de la población actuaron
los socialdemócratas304 que no eran, como actualmente, los socialistas no-
marxistas, sino precisamente los que seguían a Marx. Abogaban por otorgar
un papel políticamente prioritario al proletariado y, en 1903, fundaron un
partido cuya nalidad era traer el socialismo. Dado que la mayoría de la
nación era agraria, los socialdemócratas carecieron de unidad de acción e
incluso de concepción. Lejos de esperar la evolución de la sociedad de
acuerdo a la ortodoxia marxista, Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, era
partidario de crear una organización de revolucionarios que, de manera
profesional, acelerara el proceso de revolución y el socialismo. La posición de
Lenin fue criticada con mucha dureza por el resto de los socialdemócratas
que eran marxistas ortodoxos. Fue así como se produjo la división entre los
bolcheviques (mayoritarios) de Lenin y los mencheviques (minoritarios). Al
n y a la postre, el pragmatismo heterodoxo de Lenin acabaría imponiéndose
sobre la ortodoxia de los mencheviques en un país con cien millones de
campesinos.
En 1896, estalló la primera huelga general de la Historia rusa. Concluyó
con una derrota obrera pero, al año siguiente, tuvo lugar la segunda y esta vez
el Gobierno se vio obligado a reducir la jornada de trabajo a once horas y
media.305 Rusia avanzaba, sin la menor duda, pero el progreso afectaba de
manera desigual a sus moradores. Así se pudo ver durante la gran hambruna
de 1891. En el curso de la misma, los campesinos comenzaron a morir
literalmente de hambre. En 1898-89 volvió a producirse una nueva
hambruna, esta vez en la región del Volga, y en 1901 y 1902, el hambre de los
campesinos de Poltava y Járkov acabó desencadenando desórdenes violentos.
De manera fácil de entender las revueltas agrarias tenían como escenario
zonas donde la tierra escaseaba por una combinación de circunstancias que
iban desde el crecimiento de la población (desacompasado con el de la
producción) a la disminución de tierras de arrendamiento por dedicarlas sus
propietarios a nes más lucrativos como el cultivo de la remolacha azucarera.
No debe sorprendernos, por lo tanto, que a nales del siglo XIX e inicios del
siglo XX se produjera un creciente aumento de la emigración a Siberia como
única manera de escapar de las deudas y el hambre en el campo o la
explotación y la miseria en la ciudad.306 Con todo, la vida de los campesinos
rusos no era más difícil, por ejemplo, que la de sus coetáneos en España o
Italia, así como en buena parte de la Europa del este. Su mayor problema, en
realidad, era su crecimiento demográ co. En vísperas de la Revolución, los
campesinos poseían ya tanta tierra como los señores y los mercaderes, pero
ansiaban que el zar llevara a cabo un reparto nacional que entregara a las
comunas los terrenos que aún estaban fuera de su control y en manos
privadas. El campesinado experimentó también extraordinarios avances en el
terreno educativo durante los últimos años del siglo XIX. Si en 1868 el
número de analfabetos superaba ampliamente el 90% del campesinado, en
1897 la mitad de los menores de veinte años sabía leer y escribir y el número
de los campesinos con un título de secundaria se había triplicado.307
Embarcada en una política de modernización a marchas forzadas que no
estaba exenta de enormes costos sociales, Rusia no iba a obtener, con
facilidad, el éxito que esperaba. La industria, sin duda, había dado pasos de
gigante. Sin embargo, carecía de un mercado interno su ciente y necesitaba
aún una inyección continua de préstamos de origen extranjero y ayudas
estatales. Las últimas eran seguras, pero las primeras planteaban problemas.
Por ejemplo, Gran Bretaña era opuesta al desarrollo de una potencia con la
que rivalizaba en el Mediterráneo y en Asia central. En los Estados Unidos,
por añadidura, algunos banqueros judíos como Jacob Schi insistieron en
que no se concedieran empréstitos a Rusia. Con posterioridad Schi 308
ayudaría a los revolucionarios rusos.309
Cuando se acercaba el cambio de siglo, a pesar de sus innegables avances
económicos y sociales, se había iniciado un creciente desapego de la
población del Imperio ruso hacia las instituciones. Las minorías étnicas —
especialmente judíos y polacos— se sentían distanciados cuando no
oprimidos. El campesinado —que formaba el segmento mayor de la
población— no parecía agradecer de manera especial la liberación de los
siervos y deseaba concesiones que el zar, difícilmente, podía darle.
Finalmente, a pesar de su carácter muy minoritario, buena parte del
proletariado no contemplaba bajo una luz positiva el avance económico del
que formaba parte sustancial. Como gran aglutinante de esa insatisfacción,
aparecía la intelliguentsia que, en términos generales, no esperaba una
reforma que cambiara la monarquía en un sentido liberal sino su simple
desaparición. Persona de formación jurídica y base cristiana, como era el caso
de Alexander Kérensky, había llegado ya en 1905 a la convicción de que el
terrorismo era «inevitable».310 Basta releer la literatura de la época para
contemplar que, lejos de asimilar los cambios positivos, la intelliguentsia solo
contemplaba Rusia como una sociedad que debía ser aniquilada de arriba
abajo.
En 1894, accedió al trono del Imperio ruso Nicolás II.311 Tan solo dos años
se había promulgado la Ley fundamental del imperio cuyo artículo primero
establecía que el zar tenía «un poder ilimitado» y que este se originaba en
«el mismo Dios» que ordenaba que se le obedeciera «tanto por conciencia
como por miedo». Lejos de constituir un régimen feudal —como se suele
repetir inexactamente— Rusia se hallaba sometida a una visión
patrimonialista del poder cercana a ciertas formas de gobierno oriental.
Nicolás II quizá hubiera sido un buen monarca constitucional de haber sido
educado para ello. Para ser autócrata carecía de dotes. En 1905, Rusia sufrió
una derrota frente a las armas japonesas, lo que derivó en una revolución.
Quedó abortada, pero el zar no supo encauzar la vida del país a pesar de
realizar algunas concesiones liberales.
En 1906, el zar nombró presidente del Gobierno a Piotr Arkadievich
Stolypin —un personaje que había demostrado tener una capacidad
extraordinaria para controlar la situación desde su cargo de gobernador
durante 1905— y disolvió la Duma, el Parlamento establecido tras la
Revolución. Stolypin no solo debía seguir la senda de modernización, sino
también acabar con la violencia de las insurrecciones populares y los
atentados terroristas.312 Solo durante 1906 el número de funcionarios
asesinados, pese a las enérgicas medidas antiterroristas articuladas por
Stolypin, estuvo muy cerca de los cuatro millares.313 Se trata, sin duda, de una
cifra sobrecogedora que indica, por un lado, el carácter violentamente radical
de una parte importante de la oposición y, por otro, que la represión zarista, a
pesar de todo lo escrito, distaba mucho de ser tan dura y tan e caz como
sería unos años después la de los bolcheviques.
En este ambiente de violencia revolucionaria y de respuesta de las
autoridades zaristas tuvo lugar la convocatoria para la segunda Duma
jándose como fecha de su inauguración el 20 de febrero de 1907. De
manera bien signi cativa, la segunda Duma presentó una composición aún
más escorada a la izquierda que la primera. Su fracaso sería semejante al de la
primera y a la tercera y cuarta que la siguieron. Se pensara lo que se pensara,
no parecía que en Rusia funcionara el régimen parlamentario.
En paralelo, en términos macroeconómicos nadie puede negar que
Stolypin obtuvo enormes éxitos. De manera creciente, fueron apareciendo en
Rusia los monopolios314 bajo la in uencia directa de los bancos rusos y del
capital extranjero, especialmente el francés.315 En el campo, Stolypin intentó
crear una clase de agricultores medios que sirviera de valladar contra una
posible revolución campesina. Sin embargo, los resultados, en apariencia,
fueron halagüeños. De hecho, si en 1907 el número de disturbios en el agro
alcanzó la cifra de mil trescientos treinta y siete, en 1915, ya en plena guerra
mundial, se había reducido a noventa y seis.316
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el Imperio ruso atravesaba una
fase dilatada de crecimiento económico, desarrollo industrial, poderío militar
y estabilidad social. Nadie habría podido negar —porque era una realidad
incuestionable— que Rusia nunca había sido ni más extensa ni más fuerte ni
más rica. Incluso se podía señalar que Stolypin había comenzado a dar pasos
para solucionar problemas como la discriminación sufrida por los judíos. Lo
cierto, sin embargo, es que la realidad era más plural y, sobre todo, más
peligrosa. Stolypin fue asesinado —tras siete intentos previos— por un
terrorista judío llamado Bogrov en septiembre de 1911. De manera bien
signi cativa, Bogrov era el hijo de un burgués que estaba empeñado en
destruir el mundo en que su padre había conseguido prosperar.
El 28 de junio de 1914, el archiduque austriaco Francisco Fernando y su
esposa fueron asesinados por un independentista servio. Cuando Austria-
Hungría declaró la guerra a Serbia, Alemania era garante de la primera y
Rusia de la segunda. En el momento en que el zar ordenó la movilización,
Alemania lo interpretó como un acto de hostilidad y le declaró la guerra al
igual que a su aliada Francia. Como respuesta Gran Bretaña tomó la misma
decisión en relación con Alemania. Semejantes pasos desencadenaron una
explosión de júbilo en los Gobiernos y en los pueblos que no excluyó ni
siquiera a los partidos socialistas317 hasta entonces de nidos como
internacionalistas y paci stas. Puestos a elegir entre su nación o los hermanos
proletarios de otros países, la aplastante mayoría de los socialistas optaron
por la primera. En Rusia, en la sesión de la Duma de 26 de julio de 1914, los
diputados se manifestaron unánimemente en favor de la guerra con la
excepción de los seis mencheviques, los cinco bolcheviques y los trudoviki o
laboristas.318
En paralelo, los enemigos del régimen siguieron avanzando posiciones. En
vísperas de la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques se habían hecho con
el control de la mayoría de los sindicatos de San Petersburgo y de Moscú.319
Se trataba de un proceso cuya culminación llegaría con la huelga general de
San Petersburgo de julio de 1914.320 En ella, los obreros siguieron
combatiendo por las calles hasta el 15 de julio, justo el día anterior a la
entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial321.
La guerra mundial signi có una inmensa sangría para Rusia. Durante 1915,
los rusos tuvieron dos millones de bajas entre muertos y heridos y no menos
de un millón trescientos mil prisioneros. Cuando terminó el año, los rusos
habían perdido Libau, Galitzia, Varsovia, Lituania y, para colmo de males, la
ota alemana había entrado en Riga. Además el total de bajas rusas
ocasionadas hasta entonces por la guerra ascendía ya a la pavorosa cifra de
cuatro millones trescientas sesenta mil personas.322 En 1915, reaparecieron
también los con ictos sociales que los alemanes contemplaron como una
magní ca oportunidad para destrozar a su adversario desde el interior. Así, a
través del judío Parvus323 comenzaron a subvencionar a algunos de los
revolucionarios rusos sin exceptuar a Lenin. 324
La situación empeoró aún más después del fracaso de la ofensiva rusa de
1916. Es cierto que, gracias a ella, los rusos, utilizados como carne de cañón,
lograron salvar a Italia de una invasión austríaca y absorbieron un número
considerable de fuerzas alemanas que, de lo contrario, se habrían enfrentado
con los ejércitos británicos y franceses. Sin embargo, durante aquel año los
rusos tuvieron dos millones de bajas entre muertos y heridos, además de
trescientos cincuenta mil prisioneros.
El 13 de febrero de 1917, comenzaron a tener lugar algunas
manifestaciones en Petrogrado en el curso de las cuales la gente rompía
escaparates para robar comida y gritaba consignas en contra de la guerra, de
la policía y de la especulación. Teniendo en cuenta lo que habían sido los
años 1915 y 1916, el fenómeno casi parecía lo menos que podía esperarse. Los
días 22 y 23 de febrero, el hambre catapultó a la calle a muchedumbres de
obreros en huelga. En varias ocasiones, los soldados no solo se negaron a
reprimirlos, sino que además se sumaron a ellos. El 25 de febrero, las tropas
se amotinaron. El 29, la totalidad de la guarnición de Petrogrado, ciento
setenta mil hombres, se había declarado en abierta rebeldía.
En un intento último de salvar la dinastía, los diputados de la Duma
suplicaron al gran duque Miguel Alexándrovich, hermano del zar, que
asumiera poderes dictatoriales, derribara al gobierno y obligara a Nicolás II a
nombrar a ministros responsables. El zar, en contra de la ley, renunció a la
corona para él y sus sucesores. Lo hizo además para evitar el derramamiento
de sangre y la guerra civil. Fue ese factor, unido a la pasividad de los
monárquicos, el que otorgó el triunfo a los revolucionarios.325 Ciertamente,
los resultados no pudieron ser peores. La alternativa no funcionó. De hecho,
Miguel solo reinaría un día, y al igual que su hermano, el zar, sería asesinado
por los bolcheviques. Durante la medianoche del 27 de febrero los diversos
dirigentes de los partidos se constituyeron en comité provisional de la Duma.
Tras no pocas vacilaciones, tres días después el comité nombraba un
Gobierno provisional. La monarquía se había desplomado, pero no por la
fuerza de sus enemigos, sino por la falta de rmeza de sus defensores.
Rusia se había convertido en una república democrática —el país más libre
del mundo, se diría—, pero el nuevo régimen no consiguió subsistir. Su
insistencia en continuar la guerra al lado de los aliados en lugar de retirarse
del con icto, el fracaso de una nueva ofensiva militar y el regreso de Lenin
desde el exilio —gracias a las condiciones pactadas entre Parvus y el Imperio
alemán— decidido a implantar una dictadura socialista sellaron el destino del
nuevo régimen surgido de la caída del zarismo. Tras meses de deterioro del
gobierno provisional, en octubre de 1917, los bolcheviques dieron un golpe de
estado que desembocaría en una revolución socialista, en una terrible guerra
civil y en el establecimiento del primer estado totalitario de la Historia.
Excede con mucho el objetivo de este libro describir la evolución histórica
de la Unión Soviética. Sí es obligado señalar que, a poco más de un siglo de
distancia, la Revolución bolchevique arroja lecciones de innegable relevancia
relacionadas con el análisis histórico, el desarrollo de la ingeniería social y la
geopolítica. En la extinta URSS, con unas directrices políticas dictadas desde
el poder y unos archivos cerrados, no fue difícil imponer una visión o cial —y
falsa— de lo sucedido. Entre las groseras simpli caciones propagandísticas se
encontraban la de la inevitabilidad de la revolución o la consideración del
período situado entre la Revolución de Febrero y la de Octubre como un
paréntesis. Igualmente, el golpe de estado bolchevique de octubre de 1917
fue trasmutado en acción de masas. El colofón era que los bolcheviques
habrían sentado las bases de un estado verdaderamente obrero y campesino
en cuyo seno el terror solo había sido una respuesta a las provocaciones
contrarrevolucionarias y la dictadura de Stalin un accidente dramático. Lo
cierto, sin embargo, es que la Revolución de Febrero, inicialmente, fue
pací ca e incruenta y si el zar Nicolás II hubiera decidido mantenerse en el
trono a sangre y fuego ni los primeros revolucionarios ni los bolcheviques
habrían alcanzado el poder. Incluso con la abdicación del zar, si el régimen
revolucionario de febrero hubiera podido estabilizarse, el resultado hubiera
sido una Rusia regida por el sistema más moderno, democrático y socializado
hasta entonces. Sin embargo, el gobierno provisional presidido por Kérensky
no supo manejar la situación bélica, respetó la legalidad de manera
exageradamente garantista y temió más la posibilidad de un golpe militar que
a los bolcheviques. Lenin no tuvo ninguno de esos escrúpulos y supo
enfrentarse con un talento táctico despiadado a todos los desafíos.
Cuando las elecciones a la Asamblea Constituyente, celebradas en
noviembre y diciembre de 1917, concluyeron con una derrota bolchevique,
Lenin disolvió «manu militari» la Asamblea nacida de las urnas y comenzó a
detener en masa a sus adversarios. Lenin nunca creyó que pudiera
mantenerse en el poder sino por el terror y así se lo comunicó vez tras vez a
sus compañeros. En los documentos desclasi cados tras el colapso de la
Unión Soviética326 aparecen instrucciones precisas ordenando matanzas en
masa, el internamiento de sectores enteros de la sociedad en campos de
concentración y el desencadenamiento de represalias sobre los familiares de
los simples sospechosos. Lenin incluso cedió inmensas porciones del Imperio
ruso a sus enemigos simplemente para ganar tiempo.
La victoria bolchevique derivó de una mezcla de superioridad material,
terror despiadado —la expresión es de Lenin— pragmatismo, indiferencia
hacia Rusia como nación —la inmensa mayoría de los dirigentes
bolcheviques no eran rusos incluido el mismo Lenin que solo lo era en un
octavo— e intereses de una clientela activa, la comunista, cuyo partido
alcanzó durante la guerra una cifra cercana a los tres cuartos de millón de
personas. El nal de la guerra civil no trajo consigo la conclusión del terror,
sino que este quedó con gurado, según había dejado bien sentado Lenin en
multitud de ocasiones, como elemento sustancial e inseparable del régimen.
Así, Stalin —que rigió la Unión Soviética desde 1922 hasta su muerte en 1953
— no fue una mutación peligrosa, sino un hijo directo y legítimo de Lenin y
de sus planteamientos.
Solo entre 1929 y 1953, veintitrés millones y medio de ciudadanos de la
URSS fueron encarcelados, terminando la tercera parte de ellos su vida ante
un pelotón de ejecución. Sin embargo, no solo Rusia pagó un precio elevado.
Las potencias occidentales, ciertamente, no adoptaron medidas para
provocar el nal del gobierno leninista. Además no faltaron los empresarios y
nancieros que vieron a los bolcheviques como una vía directa y segura para
acceder a las inmensas materias primas yacentes bajo el suelo ruso. Lo
importante para estas instancias no fueron ni el sufrimiento ni la libertad del
pueblo ruso, sino sus bene cios económicos. El triunfo de Stalin lo impidió al
nal, pero no antes de que se amasaran inmensos caudales y se extrajeran las
conclusiones para que una situación muy similar se repitiera con más éxito
cuando tuvo lugar el desplome de la URSS.
El segundo grupo de lecciones de la Revolución bolchevique se relaciona
con el proyecto de ingeniería social. Religión, música, poesía, prensa... todo se
vio controlado por el poder político a la vez que se reducía a la nada a los
insumisos. En muy pocos años, no existió un referente moral al que mirar, y
cualquier manifestación cultural se convirtió en un acto de propaganda. Los
bolcheviques controlaron la vida privada hasta los más íntimos extremos. Así,
procedieron a la legalización del aborto, por primera vez en la Historia, y al
control de los hijos por el Estado. Por añadidura, privaron de su propiedad a
los ciudadanos mientras el número de funcionarios y de clientelas del poder
aumentó de manera espectacular. Esa nueva clase que derivaba del
crecimiento del estado sería clave para la llegada de Stalin al poder absoluto.
Por último, la educación fue remodelada para convertirse en un instrumento
de adoctrinamiento, de modelado de las almas y de los corazones y de
consolidación de una nueva sociedad. Sin embargo, de nuevo, Stalin se
percató del daño que semejante esquema podía causar a la nación. Los
talentos literarios, musicales, artísticos, en suma, de su época no fueron
igualados con posterioridad e incluyen nombres gloriosos como Prokó ev,
Shostakóvich, Jachaturián, Pasternák, Shólojov, Eisenstein y muchos otros
que no han encontrado paralelos tras la caída de la Unión Soviética.
Los resultados de ese conjunto de experimentos sociales fueron
desiguales. Que el arte se desplomara en medio de la atonía e incluso del
ridículo poco importaba a los que solo lo concebían como propaganda. Sin
embargo, el mismo Lenin no tardó en darse cuenta del impacto negativo
derivado de no contar con cientí cos capaces y Stalin captó el daño que
podría causar a la URSS un desplome de la institución familiar. Así, en muy
pocos años, la visión de la familia acabó centrada en torno a un
conservadurismo socialista y se volvió a prohibir el aborto. Incluso el arte
adquirió unos tonos morales conocidos canónicamente como el realismo
socialista donde se ensalzaba el trabajo, el amor a la patria, el sacri cio o la
entrega desinteresada. Determinado grado de destrucción del tejido social
era inaceptable y resultaba así porque implicaba, a n de cuentas, acabar con
la nación.
Ese sistema de ingeniería social sería utilizado en las décadas siguientes,
incluso después del desplome de la URSS, en distintas partes del mundo. Su
empleo se consideró, al nal, como un avance en la Historia del género
humano, aunque, a decir verdad, solo se trataba de una manera de imponer
un totalitarismo ideológico. Los paralelos al respecto con la imposición de la
ideología de género y la agenda del lobby LGTB presentan notables paralelos.
Ambas han tenido ya como resultado la aprobación de leyes inquisitoriales
en varios países, pero son precisamente los censurados, perseguidos y
represaliados por esas normas los que aparecen ante la opinión pública como
retrógrados enemigos del progreso. A más de cien años del triunfo
bolchevique, no cabe duda de que algunas de las lecciones más importantes
no se han aprendido.
En apariencia, lo sucedido en Rusia fue un asunto interno ruso, librado
por rusos y resuelto por rusos. La realidad fue muy diferente. De entrada,
tanto el Imperio alemán como Wall Street tuvieron un papel extraordinario
en el desarrollo de la revolución.327 Es más que dudoso que el resultado
hubiera sido el que aconteció al nal sin esas intervenciones extranjeras. La
colección de documentos del departamento de estado conocida como State
Department Decimal File (861.00/5339) constituye una auténtica mina para
el investigador que desee saber quién urdió la revolución en Rusia. En un
documento fechado el 13 de noviembre de 1918, se establece que la
revolución fue preparada en febrero de 1916 y que las personas y rmas que
la respaldaron desde el extranjero fueron Jacob Schi ; Kuhn, Loeb and
Company; Felix Warburg; Otto H. Kahn; Mortimer L. Schi ; Jerome J.
Hanauer; Guggenheim; Max Breitung e Isaac Seligman. El informe señala,
por ejemplo, que el banquero Jacob Schi ya nanciaba a Trotsky en la
primavera de 1917. La realidad es que Lenin y Trotsky no hubieran pisado,
desde luego, suelo ruso sin esos apoyos directos y conscientes. A esto se
añade un factor terrible que se pasa siempre por alto. La represión tampoco
hubiera sido tan brutal —setecientos cincuenta mil personas a las que
rendiría homenaje Putin328— de no ser porque los verdugos no eran parte de
ellos. Todo el proceso de ingeniería social se pudo llevar a cabo de manera
totalmente despiadada precisamente porque se ejecutó con «otra» gente
que no era rusa. Los datos, al respecto, son bien reveladores. Lenin era solo
un octavo ruso y tenía más sangre judía y alemana que rusa; Trotsky,
Zinóviev, Kámeniev, Rádek, Kagan, Yagoda o Molotov eran judíos;
Dzerzhinsky, creador de la ChKa, antecedente del KGB, era polaco; Stalin,
asociado para siempre al horror comunista, era georgiano al igual que Beria;
su sucesor Jrushov era ucraniano como también lo fueron Brézhniev,
Chernienko y Gorbachov. De todos los secretarios generales del Partido
Comunista, solo Andrópov nació en Rusia, aunque fue criado por una familia
judía. Ciertamente, Rusia pagó un elevadísimo tributo bajo un gobierno de
comunistas que, generalmente, no fueron rusos y no contemplaban a Rusia
como algo propio si no como el barro que se podía moldear.
Desgraciadamente, ese barro no estaba formado por arcilla, sino por la
sangre, la carne y los huesos de rusos.
La creación de la Unión Soviética tuvo resultados diversos. Terribles
fueron los relacionados con el carácter totalitario y represor del sistema
basado desde el principio, como señaló Lenin, en el terror de masas. Sin
embargo, no se puede negar que, como reconoció el propio Churchill: «El
Ejército rojo decidió el destino del militarismo alemán».329 Sin duda, la
nación que pagó, con mucho, un tributo mayor en vidas humanas fue la
Unión Soviética. Sus más de veintiséis millones de muertos330 combatiendo
el nazismo explica, ciertamente, mucho. En el curso de la denominada con
justicia Gran Guerra Patria, el Ejército soviético tuvo 8.668.400 muertos y
un total de 23.326.905 bajas.331 Stalin había ejercido un poder absoluto y
cruel, pero no fue menos cierto que derrotó a Hitler y que, al término de ese
colosal enfrentamiento, había convertido a la Unión Soviética en la segunda
potencia mundial, una potencia que había pactado con los Estados Unidos y
Gran Bretaña la hegemonía sobre Europa oriental. Para la izquierda, la Unión
Soviética se convirtió durante años en un foco hacia el que dirigir la mirada.
Era el primer estado socialista de la Historia, había sumado a medio
continente a sus tesis, y permitía concebir esperanzas sobre la extensión del
socialismo en todo el globo. El gran problema era que el sistema, aparte de la
represión, distaba mucho de funcionar.
En 1985, Mijáil Gorbachov se convirtió en secretario general de Partido
Comunista de la Unión Soviética. Consciente de que el sistema debía ser
reformado para que pudiera sobrevivir, Gorbachov puso de moda dos
términos. El primero fue perestroika o reconstrucción y el segundo, glasnost o
transparencia. En la Unión Soviética, no se implantó la libertad de expresión,
pero sí se publicaron multitud de datos que hubieran sido imposibles de
conocer públicamente tan solo poco antes. En 1991, la editorial soviética
Novosti publicó un libro titulado URSS. Crónica de un decenio donde se
recogía año por año datos relacionados con la situación del país. No pocos de
los datos expuestos resultaban verdaderamente inquietantes. En 1988, por
ejemplo, se estableció el límite de pobreza. En la Unión Soviética, tras más de
setenta años del golpe de estado bolchevique, eran pobres 41 millones de
personas, es decir, el 14.5% de la población. Algunos especialistas señalaban
que, en realidad, llegaba a una cifra situada entre el 20 y el 25 y lo peor era
que no existía tendencia a que disminuyera.332 1989 fue declarado por el
gobierno soviético «Año de la caridad». Para el 1 de enero, el 17.1 de la
población, es decir 58.6 millones de personas, eran ancianos. El 60% de ellas
sufría de servicios a domicilio de cientes y tres millones de minusválidos
necesitaban prótesis.333 Igualmente, cuatrocientas mil personas vivían en
asilos, pero había otras cien mil que no se lo podían permitir por falta de
plazas. No debían de contar con un servicio especialmente e ciente porque
la mitad de las personas a las que llegaba el turno de ingresar fallecía en los
dos primeros meses por razones psicológicas. Simplemente, no podían
soportar aquel nuevo entorno.334 Ese mismo año de 1989, había en la Unión
Soviética cerca de un millón doscientos mil niños desamparados. 2.194 se
suicidaron y 1.500 desaparecieron, posiblemente, convirtiéndose en
vagabundos.335 La mortalidad infantil también resultaba inquietante. De cada
mil niños, cincuenta y siete no llegaban a cumplir los quince años. En alguna
república, como Turkmenia, uno de cada 20 años fallecía antes de llegar el
año.336 La supuesta legitimación del sistema de represión sobre la base de los
avances sociales no se sostenía. Ciertamente, se podía alegar que en la Unión
Soviética la gente vivía mejor que en buena parte del planeta, pero el sistema,
ciertamente, no producía resultados alentadores.
Por añadidura, el 20% del PIB se iba en presupuesto de defensa a pesar de
lo cual la Unión Soviética no podía competir ni de lejos con los Estados
Unidos.337 Cada día, el ejército soviético solicitaba dos decenas de ataúdes. La
de ciencia de sus estructuras había causado de desde 1987 a 1990 la muerte
de veinte mil soldados soviéticos. Se trataba de una cifra superior a la de los
caídos en la guerra de Afganistán.338 A pesar de todo, la Unión Soviética
podía haberse mantenido en pie, ya que dictaduras en mucho peores
condiciones lo han conseguido y lo siguen consiguiendo a día de hoy. No
sorprende que casi nadie esperara que tuviera lugar su desplome, pero el
desplome se produjo y con él vino el caos.
Corría el año 1925 cuando un coronel del ejército de los Estados Unidos
llamado Billy Mitchell fue sometido a un proceso militar. La razón era la
manera contundente y enérgica en que el citado militar se había expresado
contra la supuesta negligencia de la marina y de la aviación de los Estados
Unidos en la plani cación del futuro. En el curso del procedimiento, Mitchell
demostró no solo que era un patriota, sino que además preveía con notable
acierto lo que iba a suceder. Así, frente a sus colegas que veían con arrogante
desprecio a Japón, Mitchell avisó de que era un enemigo al que no cabía
desdeñar y que podía bombardear en cualquier momento Pearl Harbor
desde el aire haciendo peligrar el control del Pací co que tenía los Estados
Unidos. Mitchell fue condenado y desprovisto de su mando por un tribunal
en el que se encontraba, por ejemplo, el general McArthur, pero la Historia le
dio la razón. En lugar de los pronósticos estúpidos, ignorantes y soberbios de
sus oponentes, Mitchell había sabido leer las señales de los tiempos. Por
desgracia para todos, no quisieron escucharlo, y el 7 de diciembre de 1941, la
aviación japonesa bombardeó Pearl Harbor precipitando la entrada de los
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
El caso de Billy Mitchell ha tenido un importante paralelo en los últimos
años. El complejo militar-industrial ha conseguido extraer miles de millones
de dólares de los bolsillos de los contribuyentes americanos hablando de una
amenaza rusa que resulta ridícula siquiera porque el PIB de Rusia es del
tamaño de el de España. Mientras tanto se ha contemplado durante años con
desprecio a China, supuestamente un país asiático desprovisto de talento y
solo dotado para copiar lo que hacen otros. Semejante imagen de China
puede satisfacer a los que son presa de la pereza intelectual, a los que miran
por encima del hombro a los asiáticos o a los ignorantes, pero no se
corresponde ni de lejos con la realidad. Como ha señalado recientemente una
joven autora, los Estados Unidos puede aprender mucho de China.350
China cuenta con la lengua actualmente hablada más antigua de la
Historia, más antigua incluso que el hebreo. También es la nación actual con
más antigüedad, una antigüedad que en términos políticos le da una edad de
no menos de cuatro mil años. Si tenemos en cuenta que los Estados Unidos y
las repúblicas hispanoamericanas superan apenas los dos siglos de existencia
y que incluso las naciones europeas más antiguas, como es el caso de España,
apenas superan el milenio y medio poco puede dudarse de que la perspectiva
temporal de China es, forzosamente, muy diferente a la nuestra. A lo largo de
estos milenios, la Historia de China ha sido la de una sucesión
ininterrumpida de cumbres y de valles, de períodos de apogeo en que se
convertía en la primera potencia mundial superando incluso al Imperio
romano y de caídas unidas, por regla general, a las invasiones extranjeras. Sin
embargo, igual que ha sucedido con la mucho más joven Rusia, China
siempre ha logrado sacudirse con éxito el dominio exterior asimilándolo o
expulsándolo.
Algunas de sus dinastías como la Han (206 a. de C. – 220 d. de C.)
disfrutaron el mayor desarrollo tecnológico de la época convirtiendo en
habituales adelantos que tardarían siglos en aparecer en otras culturas como
la fabricación de papel, la brújula y un número considerable de avances
agrícolas y médicos. Mientras Europa se debatía frente a los ataques del islam
y de las invasiones del Este (s. VII-IX), China no solo era un gran imperio,
sino que utilizaba de manera habitual la pólvora y la imprenta. En esa época,
la in uencia económica de China iba desde Extremo oriente al Cuerno de
África y Oriente Medio discurriendo a lo largo de la Ruta de la seda. Hasta el
siglo XIX, con una u otra dinastía, alternando periodos de invasión y
decadencia con otros de extraordinaria e incluso envidiable esplendor, China
no dejó de ser una gran potencia y, muy posiblemente, contó con el mayor
PIB de todo el planeta.
La situación cambió de manera radical en la primera mitad del siglo XIX. Gran
Bretaña ambicionaba la seda, el té, los bronces y la porcelana chinas, pero
descubrió, no sin sorpresa, que China no estaba interesado en ningún
producto británico a cambio de los suyos propios. El resultado fue que Gran
Bretaña decidió introducir el trá co de drogas, y más concretamente el opio,
en China como manera de lograr apoderarse de los ansiados bienes chinos.
Cuando China pretendió evitar el trá co de opio, Gran Bretaña la agredió
militarmente. La primera guerra del opio (1839-1842) concluyó con un éxito
tan absoluto que a la segunda (1856-1860) se sumó también Francia. Al n y
a la postre, China no solo tuvo que tolerar la entrada del opio en su territorio
con pavoroso efecto, sino también soportar los Tratados desiguales que
incluían la anexión de Hong Kong por Gran Bretaña. Portugal, que mantenía
desde el siglo XVI, una colonia en el territorio chino de Macao aprovechó la
situación para ampliar su dominio.
China sufriría, como consecuencia de estos abusos, la rebelión Taiping
(1850-1864), la rebelión nacionalista de los bóxers (1899-1901) y la
revolución que desembocaría en la caída de la monarquía (1911-1912). Una y
otra vez, los sucesivos gobiernos chinos intentaron impulsar las reformas
necesarias para sacar a China de su postración y liberarla de las intolerables
injerencias extranjeras. Sin embargo, los intentos se saldaron con el fracaso.
China ya había sido agredida por Japón en la Primera Guerra chino-japonesa
(1894-95), lo que se tradujo en la pérdida de Taiwán en favor del Imperio
nipón. Fue solo el preludio de algunos de los peores desastres sufridos por
China en el siglo XX.
En 1916, China estaba cuarteada políticamente. El Guomindang fundado
por Sun Yatsen en un intento de modernizar China no controlaba ni de lejos
el conjunto del territorio que sufría la existencia de los denominados
generales guerreros. Para colmo, en 1927, estalló la guerra civil china entre el
Guomindang y el Partido Comunista chino de inspiración soviética. Las
fuerzas de Guomindang al mando de Chiang kai-shek asestaron derrota tras
derrota a los comunistas hasta el punto de obligarlos a huir en el episodio
conocido como la Larga Marcha. Sería una injerencia externa la que truncaría,
como tantas veces en el pasado, la evolución histórica de China. En 1936,
tuvo lugar el incidente de Xi´an que abrió el camino para que Japón
agrediera a China.
La Segunda Guerra chino-japonesa fue una sucesión de horrores que
acabó entroncando con la Segunda Guerra Mundial. Aunque desconocido en
Occidente, lo cierto es que China sufrió la muerte de más de veinte millones
de civiles —un tributo, con todo inferior al padecido por la Unión Soviética—
y que tan solo en la ciudad de Nanjing fueron asesinados más de un cuarto
de millón de civiles por las tropas japonesas. Las brutalidades niponas
llegaron al extremo de asesinar a civiles chinos en cámaras de gas y de realizar
con ellos experimentos químicos. Es el caso de la Unidad 731 que no cedió en
nada al horror de los campos de exterminio nazis.351 No puede sorprender
que ante semejante amenaza el Guomintang y el Partido Comunista chino
pactaran una tregua para combatir unidos al invasor japonés.
Al término de la guerra, China fue reconocida como uno de los Cuatro
grandes en la Declaración de las Naciones Unidas y se le devolvió Taiwán
junto con Pescadores que le habían sido arrebatadas por Japón. En 1947,
incluso se promulgó una constitución que, teóricamente, iba a sentar las
bases de una China democrática. Sin embargo, ni el nacionalista Chiang kai-
shek ni el comunista Mao Zedong estaban dispuestos a ceder en su voluntad
de convertirse en dirigentes de toda China. De manera nada sorprendente,
estalló la guerra civil.
El triunfo de la revolución
La guerra civil china constituyó un con icto de una dureza extraordinaria 352.
La corrupción del Guomindang, las medidas sociales llevadas a cabo por el
Partido Comunista, la ayuda de la Unión Soviética y el notable talento militar
de los generales de Mao acabaron por culminar con el triunfo del ejército
comunista. El 21 de septiembre de 1949, Mao proclamó el establecimiento de
la República Popular China. En 1950, el gobierno chino recuperó Hainan
todavía en manos del Guomindang y el Tibet, que todos los partidos chinos,
incluido el Guomindang, reclamaban como parte del territorio nacional.
Retirado a Taiwán —donde estableció un dominio durísimo que se ocultó en
Occidente353— Chiang kai-shek tuvo que conformarse con establecer una
dictadura personal que duraría hasta su muerte.
El régimen comunista se consolidó de manera despiadada. La reforma
agraria implicó la ejecución de un número de terratenientes evaluado entre
uno y dos millones. Mientras la población china pasaba de 550 millones a
900 en 1974. En la década de los años cincuenta, el gobierno chino intervino
en la guerra de Corea impidiendo una victoria norteamericana y
consolidando la división de la nación en dos. Por añadidura, China se
convirtió en una potencia nuclear. Sin embargo, el regreso al estatus de gran
potencia disfrutado en otras épocas vino unido a tragedias indescriptibles. En
1958, Mao lanzó el denominado Gran Salto Adelante con la intención de
convertir a China de nación campesina en una sociedad comunista. El
resultado —como había sucedido antes en la Unión Soviética— fue una
hambruna colosal que no vino provocada por la maldad de los dirigentes
comunistas, como se repite con frecuencia, sino por su incompetencia
económica. Entre quince y treinta y cinco millones de chinos murieron entre
1958 y 1961 en su mayor parte de hambre. El terrible estancamiento
económico se tradujo en una pérdida de posiciones de Mao en el seno del
partido. En 1966, Mao pasó por alto a las élites del partido y apelando a los
jóvenes, de manera especial, dio inicio a la Revolución cultural. Es cierto que
durante esa etapa, la China comunista reemplazó a la China del Guomindang
en el Consejo de seguridad de Naciones Unidas (1971), pero no lo es menos
que la nación sufrió un verdadero huracán de muerte y represión que duró
hasta la muerte de Mao en 1976.
El resurgir de China
Es posible que a muchos lectores les haya llamado la atención que, en lugar
de centrar la descripción del mundo en Oriente Medio, la tesis del libro se
centre en otros ejes. Sin duda, Oriente Medio ha tenido una importancia
radical en la Historia del último siglo. A decir verdad, las últimas guerras
iniciadas por los Estados Unidos en el área no deben poco a esa concepción.
De ellas, se esperaba, aparte de las razones esgrimidas para justi carlas ante
la opinión pública, derivar la seguridad del abastecimiento de crudo, la
seguridad de Israel y la seguridad derivada de regímenes democráticos.
Detengámonos brevemente en estos tres aspectos aunque sea en orden
inverso.
En primer lugar, debe señalarse que en ninguno de los casos, el resultado
de las intervenciones militares —intervenciones que, en su conjunto, han
costado centenares de miles de muertos— han concluido con el
establecimiento de democracias. Desde luego, resulta discutible que exista
un derecho de un tercer país a invadir otro que no lo ha agredido
previamente para transformarlo en una democracia. Pero de existir, hay que
reconocer que el fracaso ha sido clamoroso. Ni Afganistán, ni Irak, ni Libia, ni
Siria ni el resto de naciones donde se han producido intervenciones es hoy en
día una democracia ni tiene aspecto de llegar a serlo. No solo eso.
Ciertamente, se ha producido la desaparición de terribles dictadores como
Saddam Hussein o el coronel Qada , pero es dudoso que la situación actual
de Irak o Libia sea mejor. A decir verdad, es mucho peor. Debe insistirse en
ello de manera rotunda: ni una sola nación donde ha tenido lugar una
intervención directa o a través de agentes intermedios ha mejorado su
situación. Por el contrario, ha visto como el drama desembocaba en una
espantosa tragedia que, a su vez, ha repercutido en otras naciones.
A este factor hay que añadir el inmenso coste de estas operaciones. Que
para convertir Irak en una ruina que ya no puede desempeñar su papel de
equilibrio en Oriente Próximo, en 2008 se hubieran gastado más de tres
trillones de dólares del contribuyente americano debería llamar a re exión.
De hecho, ese es el título del libro del premio Nobel Joseph Stiglitz y, desde
entonces, ha pasado más de una década de gasto inmenso e inútil.356 Resulta
excesivo para dos guerras como Afganistán e Irak que no ha ganado los
Estado Unidos, que siguen inconclusas357 y de las que no sabe cómo salir.
Entre otras razones porque con lo gastado en Irak hasta 2010, los Estados
Unidos hubiera podido costear la sanidad de sus habitantes durante medio
siglo. Y esa es solo la cifra de Irak. En 2018, ya resultaba obvio que desde
2001, los Estados Unidos ha gastado cerca de seis trillones de dólares en sus
guerras asiáticas. Por añadidura, cerca de medio millón de personas ha
muerto como resultado directo de los combates. Cerca de un cuarto de
millón de civiles ha perecido en estas guerras, y diez millones de personas se
han visto desplazadas creando enormes problemas no solo a las naciones
limítrofes, sino también a las europeas.358 ¿Realmente, ha merecido la pena?
Finalmente, ninguna de esas intervenciones ha convertido el mundo en
más seguro. A decir verdad, la seguridad ha disminuido. En Oriente Próximo,
la desaparición de Irak como potencia ha podido satisfacer a Netanyahu y a
otros dirigentes israelíes, pero lo cierto es que ha provocado un
enfrentamiento directo entre Arabia Saudí e Irán, naciones ambas regidas por
sistemas teocráticos islámicos, sin respeto por los derechos humanos y con
ambiciones de expansión. El debilitamiento de cualquiera de las dos y la
victoria de cualquiera de ellas sumiría la zona en un verdadero desastre. En
ese sentido, la política de equilibrio de Obama fue el mal menor y, por el
contrario, el respaldo a Arabia Saudí —que es capaz de asesinar y trocear a
los disidentes359— frente a Irán constituye una jugada de enorme
imprudencia.
Si se observa de manera desapasionada la situación poco puede dudarse
de que en relación, coste y resultado, hay que abandonar el camino seguido
hasta la fecha.
En segundo lugar y a pesar de que la insistencia mediática sea enorme,
Israel no corre peligro frente a unos adversarios mucho más débiles que él. A
decir verdad, los propios historiadores israelíes reconocen que Israel nunca
vio amenazada su existencia por las naciones de alrededor por la sencilla
razón de que siempre contó con una enorme superioridad militar. Al
respecto, obras como las de Simha Flapan, que fue secretario nacional del
partido israelí Mapam y director de su departamento de asuntos árabes
resultan bien esclarecedoras360 o la de Nathan Weinstock.361 Lo mismo
podría decirse de los magní cos estudios Avi Shlaim362 o de Ilan Pappe.363 Es
cierto que Israel puede sufrir atentados terroristas —aunque,
afortunadamente, no ha padecido jamás un 11 de septiembre—, pero su
desnivel con los países que lo rodean es inmenso. Israel incluso puede perder
guerras locales que no sean contra ejércitos como sucedió en el Líbano con
Hizbullah —un episodio que ha herido profundamente el orgullo israelí—,
pero no hay nación de toda la zona que pueda soñar con ser su rival. Primero,
Israel posee un ejército muy superior al de todos los países cercanos
sumados; segundo, Israel posee armamento nuclear,364 circunstancia que no
se da en ninguna nación de alrededor;365 tercero, a pesar de que durante dos
décadas hemos escuchado que Irán podía contar con armamento nuclear y
que además podría disponer de él al año siguiente, la realidad no ha sido y no
es así. De hecho, Irán abandonó esos planes a principios de siglo e incluso el
ayatolá Alí Jamenei condenó públicamente mediante una fetua el uso de
armamento nuclear.366 De hecho, el propio Netanyahu no ha podido
proporcionar la menor prueba de que Irán intentara fabricar armamento
nuclear después de 2002367 y, de manera bien signi cativa, las agencias de
inteligencia de Estados Unidos han rechazado esa posibilidad368 que no
puede confundirse con el uso pací co de la energía nuclear al que Irán tiene
derecho porque pertenece a la organización de no-proliferación de armas
nucleares y cuarto, Estados Unidos, bajo la presidencia de Obama, decidió
entregar a Estados Unidos la cantidad de treinta y ocho mil millones de
dólares,369 superior al Plan Marshall para cerca de treinta países después de
la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una cantidad astronómica que
demuestra hasta qué punto Estados Unidos está comprometido con los
intereses de Israel como no lo está con ninguna nación del mundo. De hecho
y en contra de las a rmaciones de cierta propaganda, la verdad es que Obama
podía no congeniar con Netanyahu y rechazar su insistencia en que fuera a la
guerra con Irán, pero ayudó extraordinariamente a Israel.370
Debemos también aceptar otras realidades innegables para comprender la
situación de manera cabal. En 1947, con una Gran Bretaña empobrecida por
la Segunda Guerra Mundial y deseosa de irse desprendiendo de su imperio,
la ONU decidió dividir el mandato de Palestina en un estado árabe y otro
judío. Los árabes tenían el 69% de la población y la propiedad del 92% de la
tierra, pero solo recibirían el 43% de la tierra. Por el contrario, los judíos
siendo el 31% de la población y teniendo menos del 8% de la tierra iban a
recibir el 56% del territorio. Por añadidura, la tierra más fértil pasaría a
manos de los judíos. En este reparto —a todas luces discutible— pesó la mala
conciencia de las naciones occidentales por el Holocausto. Sin embargo, no
deja de ser llamativo que esa mala conciencia intentaran calmarla con
territorio y población situadas fuera de Europa. Por otro lado, no debería
sorprender a nadie que ese reparto llevara a la población árabe del mandato
de Palestina a considerar que habían sido objeto de una inmensa injusticia.
Para agravar más la situación, tras atacar a las naciones árabes limítrofes
en 1967, Israel ocupó un conjunto de territorios. Sinaí le fue devuelto a
Egipto, pero es obvia la intención del presidente Netanyahu de anexionarse
los altos del Golán arrebatados a Siria y de hacer lo mismo con la práctica
totalidad de Cisjordania (West Bank). Tales acciones chocan con el derecho
internacional y no van a dejar de ser vistas así por la inmensa mayoría de la
comunidad internacional —no solo las naciones árabes— simplemente
porque la Casa Blanca decida respaldarlas. No podemos esperar una paz
completa mientras persista esa conducta, pero es dudoso también que por
ellas vaya a estallar una guerra convencional o la existencia de Israel se vea
amenazada. No lo puede ser por unos palestinos carentes de ejército o una
Siria aniquilada por una terrible guerra derivada de la intervención extranjera.
Simplemente —y es triste decirlo— la pretensión de contar con territorios
ocupados y paz total es una quimera y la retención de esos territorios desde
1967 siempre va a implicar una visión negativa que va mucho más allá de
Oriente Medio aunque no sea comprendida por buena parte de los medios
en Estados Unidos o el Canadá.
Este tipo de hechos intenta ser contrarrestado, ocasionalmente, con
referencias a la supuesta maldición que implica criticar la política del estado
de Israel sobre la base de Génesis 17 y 22. Semejante interpretación de la
Biblia es, como mínimo, discutible. Si, efectivamente, la crítica de las acciones
de Israel sujetara a maldición habría que deducir que todos los profetas de
Israel fueron unos malditos y que también lo fue Jesús que anunció la
destrucción de Jerusalén y su templo (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21). Para
colmo, interpretar así ese pasaje choca con la propia exégesis del Nuevo
Testamento donde la descendencia de Abraham no es identi cada con un
estado judío sino con el mesías (Gálatas 3:16). De hecho, no deja de ser
revelador que en ese mismo texto (Gálatas 3:29) se a rme que los
descendientes de Abraham son los que creen en Jesús como mesías. Como
en tantas ocasiones a lo largo de la Historia, la mala exégesis se traduce en
mala política.
Finalmente, debe señalarse que Estados Unidos no necesita el petróleo de
Oriente Medio. A diferencia de lo sucedido en los años setenta, se
autoabastece de petróleo e incluso es un exportador neto. El mayor del
mundo, por cierto, y situado por delante de Arabia Saudí.371
Todo esto se une a otro tipo de consideraciones como el hecho de que
Estados Unidos dedica más de seiscientos noventa y ocho mil millones de
dólares al gasto militar, es decir, más de diez veces el gasto de Rusia. Estados
Unidos emplea el 53% de su presupuesto en gasto militar.372 Sin duda, es una
magní ca noticia para los fabricantes de armas que se lucran con esa
situación, pero es pésima para los ciudadanos de Estados Unidos que lo
costean con sus impuestos y, sobre todo, es innecesario. Que existan esas
situaciones y que, a la vez, Estados Unidos no pueda contar con un servicio
sanitario público como el Canadá o Europa occidental al lado del privado, de
nuevo, es tema para re exionar.
En paralelo, en las últimas décadas ha quedado de mani esto que es
posible aumentar espectacularmente la in uencia internacional mediante
medios diplomáticos y nancieros y no militares. China es el ejemplo. Al igual
que enseñaron los Padres Fundadores, China rechaza las alianzas militares
perpetuas y persigue, por encima de todo, fortalecer el comercio. El método
es mucho más barato y habría que preguntarse si no ha tenido más éxito.
Mientras tanto, Estados Unidos corre el riesgo de gastar imprudentemente
sus recursos, como la vieja Atenas, en intervenciones militares en el
extranjero. Que hay quienes se bene cian de ellas no cabe duda, pero,
también como Atenas, debería ser consciente de hasta qué punto actuar así
va en contra de sus intereses nacionales, debilita su posición internacional y
erosiona la democracia. Todo ello se habría evitado de mantenerse la política
tradicional de los Padres Fundadores.
Este conjunto de re exiones resulta obligado y lo resulta porque la gran
batalla por el futuro de este mundo en cambio no se libra ni se librará en
Oriente Próximo, sino desde los cómodos despachos de los diseñadores de la
agenda globalista.
EPÍLOGO EN MEDIO DEL CORONAVIRUS